filosofia en la escuela adela cortina

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16 / OPINIÓN EL PAÍS, lunes 9 de mayo de 2005 El anteproyecto de Ley Orgáni- ca de la Educación (LOE), pre- sentado por la ministra de Edu- cación y Ciencia, entre otros cambios, reduce la presencia de la filosofía en el bachillerato sustancialmente. La historia de la filosofía desaparece sin más, y la filosofía de 1º de bachillera- to deja de ser obligatoria para los alumnos de letras y queda en un barniz de humanidades para los de ciencias. Si a ello se añade la anulación de la ética en 4º de la ESO —recordemos que la ética es filosofía moral— y la adscripción de la Educa- ción para la Ciudadanía a diver- sas áreas, síntoma inequívoco del carácter de “maría” de una asignatura, es evidente que aquellos a quienes corresponde juzgan que la filosofía en la es- cuela, entendida ésta en los di- versos niveles, casi está de más. Juicio del que discrepo, con to- dos mis respetos, y no sólo por razones gremiales, que al fin y al cabo tienen y exhiben todos los gremios, sino por razones públicas que quisiera exponer. ¿Tiene algún papel la filoso- fía en los tiempos que corren, cuando la imagen no vale más que mil palabras, por supuesto, pero tiene más influencia que ellas? ¿Es importante aprender a filosofar desde la escuela, di- cho así, en esta forma de infini- tivo que indica acción, ejerci- cio, actividad? A mi juicio, cua- tro tareas, al menos, hacen a la filosofía imprescindible en el proceso de socialización y es de ellas de las que quisiera hablar. Aprender a filosofar ayuda a las gentes —y ésta sería la primera tarea— a recuperar el pulso de la reflexión, haciendo un alto en el camino para llegar a saberse a sí mismas y apro- piarse de sus mejores posibilida- des vitales, que es, a fin de cuen- tas, en lo que consiste la liber- tad. El esclavo —decía Hegel con razón— es esclavo porque no se sabe a sí mismo. Y es difícil sa- berse a sí misma en una civiliza- ción acelerada, vertida al exte- rior, cuando monopolizan nues- tra vida el correo electrónico, el teléfono móvil, el contestador, las miríadas de exigencias buro- cráticas, las turbulencias del mundo económico, no digamos del teatro político, y así casi al infinito. Es difícil y, sin embar- go, convertirse en artífice de la propia vida, anticiparse al futu- ro y ganarle la mano, elegir las mejores posibilidades con vis- tas a la felicidad, sigue exigien- do ese autoexamen del que ya hablaba Sócrates y que se ha hecho tan extraño en el mundo cotidiano. Excitar la capacidad crítica es otra de las misiones de la filosofía desde sus orígenes, acostumbrarnos a discernir en- tre lo que pasa y lo que debería pasar, arrumbando los dogma- tismos y fundamentalismos que se blindan ante la argumenta- ción. Dogmatismos y funda- mentalismos religiosos, sin du- da, pero también los políticos y los económicos, el fundamenta- lismo de las gentes eternamente plegadas a los hechos (“las co- sas son así y no pueden ser de otra manera”), de los insufri- bles beatos de lo “socialmente correcto”, el maloliente dogma- tismo de los poderosos en cada uno de los ámbitos de la reali- dad social y de sus cobistas y esquiroles. Ejercer la capacidad crítica realmente desde convicciones racionales abiertas a la argu- mentación exige conocer esos criterios que el filosofar ha ido descubriendo a lo largo de su historia y que nos permiten dis- tinguir entre lo que resulta ina- ceptable por no estar a la altura de la dignidad humana y lo ne- cesario para proteger y fomen- tar esa misma dignidad. Forjar- se el propio criterio exige cono- cer lo más granado de los exis- tentes. Para ello es imprescindible ejercitarse en esa tercera tarea de la filosofía que es el arte de la argumentación. En la costum- bre, tan sana como poco usual, de apoyar las propias posicio- nes con argumentos, es decir, con razones que otras personas puedan comprender y aceptar o rechazar, asimismo, con argu- mentos. No parece haber otro modo de potenciar esa búsque- da desprevenida de lo verdade- ro y lo justo, que convierte a las masas en pueblos, preocupados por descubrir en serio lo mejor y por forjarse una cierta volun- tad común a través del debate abierto y libre. Fomentar una opinión públi- ca razonante a través de la argu- mentación, la capacidad de deli- berar en serio en comités, comi- siones y en el espacio abierto por los medios de comunica- ción, es una de las misiones de la filosofía, indispensable para que una sociedad sea realmente pluralista y democrática. Como lo es también para for- jar ciudadanos que puedan saber- se y sentirse como libres e igua- les, siendo éste de la ciudadanía el hilo conductor por el que Oc- cidente ha optado en los últi- mos tiempos para educar desde un punto de vista ético. El caso de España es un ejemplo claro. En efecto, en el año 1978, cuando la Constitución Españo- la reconoció expresamente que nuestra sociedad es moralmen- te pluralista y, por lo tanto, que el Estado debe ser laico, se plan- teó —entre otros— el problema de la educación moral en la es- cuela pública. ¿Era inaceptable seguir educando moralmente? Responder afirmativamente a esta pregunta era imposible, porque cualquier educación transmite siempre valores mora- les, sea explícitamente, sea im- plícitamente, a través de lo que se ha llamado “el currículum oculto”, y no es de recibo que un país democrático transmita valores de tapadillo. Por otra parte, educar en ha- bilidades y conocimientos está muy bien, pero es esencial for- mar al que maneja unas y otros para que los emplee con buenos fines. Sin embargo, ¿qué son buenos fines en una sociedad moralmente pluralista? A fines de los setenta y en los ochenta proliferaron las pro- puestas de educación moral, desde la clarificación de valores al procedimentalismo de Kohl- berg, el “saco de virtudes” y tan- tas otras. Y poco a poco se fue conviniendo, al compás del mundo occidental, en que las comunidades políticas tienen la obligación de educar en los va- lores éticos propios de un ciuda- dano democrático, e incluso de articular la enseñanza en los centros públicos de forma que eduquen en los valores éticos de una ciudadanía democrática: desde ellos debería orientarse el ejercicio de los conocimientos y las habilidades. Tal acuerdo no se produjo sin críticas, claro está. Existía el temor bien fundado desde algu- nos sectores de que educar en la ciudadanía se convirtiera en una “maría” llamada a formar ciudadanos domesticados, sabe- dores ahora de los valores de la Constitución, como antes se pretendió que lo fueran de los Principios del Movimiento a través de la Formación del Espí- ritu Nacional. A fin de cuentas, todos los regímenes del mundo han di- cho que el suyo es el mejor, pero la manera de lograr que lo sea es que los alumnos se- pan por qué esos valores y no otros, que se ejerciten en la crí- tica, la argumentación y en el saberse a sí mismos. Que reci- ban el legado ético de esos valo- res con la libertad de saber que se los transmitimos porque creemos que son los mejores, pero son ellos quienes tienen que hacer autónomamente sus vidas. Si ciudadano es quien hace su propia vida, el que no es vasa- llo ni siervo, aún menos esclavo, y la hace junto a los que son sus iguales, sus conciudadanos, en el seno de la comunidad políti- ca, más le vale degustar los valo- res de la ciudadanía sabiendo no sólo el “qué”, sino también y sobre todo el “porqué”. Más le vale no quedarse en aprender los valores de las constitucio- nes, y espabilarse a saber “dar razón” de los que elige. En caso contrario, por mu- cho que aprenda de biotecnolo- gías, que habrán cambiado pro- digiosamente en cuanto entre en la vida adulta, será incapaz de forjarse un criterio para dis- cernir entre las que potencian la dignidad o la debilitan, porque al fin y al cabo, “crítica” signifi- ca “discernimiento”. De todo es- to se ocupa, amén de la filoso- fía, una asignatura de 4º de la ESO que llevaba por título Éti- ca. Una asignatura que, aunque escasa de tiempo, tenía y sigue teniendo su pleno sentido. Y, por último, la pregunta inevitable: ¿quiénes han de reali- zar en la escuela estas tareas de la filosofía? ¿De qué color es el caballo blanco de Santiago? Pues tan el caballo es blanco como esas tareas han de hacer- las los profesores de filosofía, que para eso han cursado los estudios que capacitan para ello, incluidas la ética y la filoso- fía política en lo que afecta a la Educación para la Ciudadanía y a la Ética; como son los profe- sores de matemáticas los que han de ocuparse de integrales y logaritmos, y del reinado de Isa- bel II, los de historia. Fomentar la reflexión, la li- bertad, la crítica, el ejercicio de la razón pública y de la ciudada- nía es, a mi juicio, la riqueza que hoy puede aportar ese añe- jo saber, al que desde Grecia se viene llamando “filo-sofía”, “aspiración o amor a la sabidu- ría”. En el proceso de forma- ción es a todas luces imprescin- dible. Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y directora de la Funda- ción ETNOR. Viene de la página anterior propuesto el reto más difícil —jugar con el 11 de septiembre sin arrebatarle el duelo—, y ha fallado por completo. El mayor problema radica en su narra- dor: un verborreico niño de nue- ve años de nombre Oskar, gui- ño a los lectores de El tambor de hojalata, que perdió a su padre en las Torres Gemelas. Todas las ideas del autor son brillan- tes: lanzarlo en una búsqueda enloquecida que le dé sentido a la muerte de su padre, hacerle ver que no hay sentido o que el sentido está en la propia búsque- da, dotarlo de una voz simpáti- ca y chispeante, convertir la tra- gedia en un rompecabezas... Por desgracia, el exceso de ingenio —los juegos tipográficos, los chistes, los guiños literarios, las parodias posmodernas— sólo nos distrae y al cabo nos agota. Pero lo peor es el final: tras un largo trayecto lleno de experien- cias, Oskar llega a la pasmosa conclusión de que lo mejor ha- bría sido que las Torres Geme- las no se derrumbasen. Valiente consuelo. En vez de aprender de su arduo itinerario, Oskar vuel- ve a ser un niño —o quizás lo sea por vez primera, pues antes se parece demasiado al enano de Grass— cuyo único consue- lo es imaginar que nada ha ocu- rrido. Una vez más, la conclu- sión suena fantástica, pero des- truye toda la novela. Tras leer Extremadamente ruidoso e in- creíblemente cercano, no queda lugar para la reflexión, la incer- tidumbre o el simple desconcier- to, sino sólo para la más inane autocompasión. Jorge Volpi es escritor mexicano. Reconstruyendo las Torres Gemelas La filosofía en la escuela ADELA CORTINA Viene de la página anterior está ayudando lo suficiente a es- tos países a través de la caridad de las iglesias, las ONG y la cooperación internacional, pero hay que saber que el dinero que nos pagan los países pobres só- lo por la deuda externa es siete veces superior al dinero de la cooperación oficial para el desa- rrollo. Es decir, que nos va bien seguirlos empobreciendo y ¿no aceptamos que los habitantes de estos países también vengan buscando dignidad? Nuestro egoísmo no puede llegar a este grado de insolidaridad... Como mínimo, demos papeles a los in- migrantes que ya viven con no- sotros y declaremos una “gue- rra” sin tregua a la pobreza en el mundo. No os creáis que es imposible, sólo hace falta volun- tad política. Si se quisiera, en pocos años no tendría que venir la gente por necesidad, sino só- lo los que tuvieran ganas.— Jor- di Oriola i Folch. Esplugues del Llobregat, Barcelona. Inspectores de Hacienda y delitos prescritos En su editorial del pasado vier- nes 6 de mayo, Delitos prescri- tos, entendemos quienes, agru- pados en la Unión Profesional de Inspectores de Hacienda, co- nocemos la realidad de la inspec- ción tributaria, se mezclan co- sas que nada tienen que ver en- tre sí, o que, si acaso, se relacio- nan de forma distinta a como la plantean. Nada tienen que ver los expe- dientes por delito fiscal envia- dos por la Agencia Tributaria a la jurisdicción penal, a los que afecta la doctrina del Tribunal Constitucional sobre interrup- ción de la prescripción sólo con la primera actuación del órgano jurisdiccional, con los 200.000 expedientes tributarios que es- tán acumulados y pendientes de resolución por los tribunales económico-administrativos, si- tuación, ésta, que ustedes califi- can de “inadmisible”. Es, ésa, una posibilidad de calificación. Pero existen otras. Desde la UPIH lo que entende- mos “inadmisible” no es que esos 200.000 expedientes estén pendientes de resolución, sino que esos 200.000 expedientes ha- yan llegado a realizarse. Y cree- mos que esto es lo inadmisible porque son el reflejo de que los medios de la Agencia Tributaria están mayoritariamente dedica- dos a la comprobación del cum- plimiento de las obligaciones tri- butarias de los contribuyentes más precarios y de menos recur- sos económicos. De estos contri- buyentes son, fundamental y mayoritariamente, esos 200.000 expedientes pendientes de reso- lución en los tribunales econó- mico-administrativos. Si, como propone la UPIH, la Agencia Tributaria dedicara menos parte de sus recursos a la comprobación de esos peque- ños contribuyentes y más parte a la comprobación de los contri- buyentes más cualificados, los expedientes por posible delito fiscal serían más, y no llegarían tan apurados de tiempo ante los tribunales penales. Es, en to- do caso, una opción: a qué sec- tores se decide, de verdad, con- trolar en el cumplimiento de sus obligaciones tributarias.— Francisco Javier Martínez Hor- nero. Portavoz de la UPIH. Bar- celona. CARTAS AL DIRECTOR

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Page 1: Filosofia en La Escuela Adela Cortina

16 / OPINIÓN EL PAÍS, lunes 9 de mayo de 2005

El anteproyecto de Ley Orgáni-ca de la Educación (LOE), pre-sentado por la ministra de Edu-cación y Ciencia, entre otroscambios, reduce la presencia dela filosofía en el bachilleratosustancialmente. La historia dela filosofía desaparece sin más,y la filosofía de 1º de bachillera-to deja de ser obligatoria paralos alumnos de letras y quedaen un barniz de humanidadespara los de ciencias. Si a ello seañade la anulación de la éticaen 4º de la ESO —recordemosque la ética es filosofía moral—y la adscripción de la Educa-ción para la Ciudadanía a diver-sas áreas, síntoma inequívocodel carácter de “maría” de unaasignatura, es evidente queaquellos a quienes correspondejuzgan que la filosofía en la es-cuela, entendida ésta en los di-versos niveles, casi está de más.Juicio del que discrepo, con to-dos mis respetos, y no sólo porrazones gremiales, que al fin yal cabo tienen y exhiben todoslos gremios, sino por razonespúblicas que quisiera exponer.

¿Tiene algún papel la filoso-fía en los tiempos que corren,cuando la imagen no vale másque mil palabras, por supuesto,pero tiene más influencia queellas? ¿Es importante aprendera filosofar desde la escuela, di-cho así, en esta forma de infini-tivo que indica acción, ejerci-cio, actividad? A mi juicio, cua-tro tareas, al menos, hacen a lafilosofía imprescindible en elproceso de socialización y es deellas de las que quisiera hablar.

Aprender a filosofar ayudaa las gentes —y ésta sería laprimera tarea— a recuperar elpulso de la reflexión, haciendoun alto en el camino para llegara saberse a sí mismas y apro-piarse de sus mejores posibilida-des vitales, que es, a fin de cuen-tas, en lo que consiste la liber-tad.

El esclavo —decía Hegel conrazón— es esclavo porque no sesabe a sí mismo. Y es difícil sa-berse a sí misma en una civiliza-ción acelerada, vertida al exte-rior, cuando monopolizan nues-tra vida el correo electrónico, elteléfono móvil, el contestador,las miríadas de exigencias buro-

cráticas, las turbulencias delmundo económico, no digamosdel teatro político, y así casi alinfinito. Es difícil y, sin embar-go, convertirse en artífice de lapropia vida, anticiparse al futu-ro y ganarle la mano, elegir lasmejores posibilidades con vis-tas a la felicidad, sigue exigien-do ese autoexamen del que yahablaba Sócrates y que se hahecho tan extraño en el mundocotidiano.

Excitar la capacidad críticaes otra de las misiones de lafilosofía desde sus orígenes,acostumbrarnos a discernir en-tre lo que pasa y lo que deberíapasar, arrumbando los dogma-tismos y fundamentalismos quese blindan ante la argumenta-ción. Dogmatismos y funda-mentalismos religiosos, sin du-da, pero también los políticos ylos económicos, el fundamenta-lismo de las gentes eternamenteplegadas a los hechos (“las co-sas son así y no pueden ser deotra manera”), de los insufri-bles beatos de lo “socialmentecorrecto”, el maloliente dogma-tismo de los poderosos en cadauno de los ámbitos de la reali-dad social y de sus cobistas yesquiroles.

Ejercer la capacidad críticarealmente desde conviccionesracionales abiertas a la argu-mentación exige conocer esoscriterios que el filosofar ha idodescubriendo a lo largo de suhistoria y que nos permiten dis-tinguir entre lo que resulta ina-ceptable por no estar a la alturade la dignidad humana y lo ne-cesario para proteger y fomen-tar esa misma dignidad. Forjar-se el propio criterio exige cono-cer lo más granado de los exis-tentes.

Para ello es imprescindibleejercitarse en esa tercera tareade la filosofía que es el arte dela argumentación. En la costum-bre, tan sana como poco usual,

de apoyar las propias posicio-nes con argumentos, es decir,con razones que otras personaspuedan comprender y aceptaro rechazar, asimismo, con argu-mentos. No parece haber otromodo de potenciar esa búsque-da desprevenida de lo verdade-ro y lo justo, que convierte a lasmasas en pueblos, preocupadospor descubrir en serio lo mejory por forjarse una cierta volun-tad común a través del debateabierto y libre.

Fomentar una opinión públi-ca razonante a través de la argu-mentación, la capacidad de deli-berar en serio en comités, comi-siones y en el espacio abiertopor los medios de comunica-ción, es una de las misiones dela filosofía, indispensable paraque una sociedad sea realmentepluralista y democrática.

Como lo es también para for-jar ciudadanos que puedan saber-se y sentirse como libres e igua-les, siendo éste de la ciudadaníael hilo conductor por el que Oc-cidente ha optado en los últi-mos tiempos para educar desdeun punto de vista ético. El casode España es un ejemplo claro.

En efecto, en el año 1978,cuando la Constitución Españo-la reconoció expresamente quenuestra sociedad es moralmen-te pluralista y, por lo tanto, queel Estado debe ser laico, se plan-teó —entre otros— el problemade la educación moral en la es-cuela pública. ¿Era inaceptableseguir educando moralmente?Responder afirmativamente aesta pregunta era imposible,porque cualquier educacióntransmite siempre valores mora-les, sea explícitamente, sea im-plícitamente, a través de lo quese ha llamado “el currículumoculto”, y no es de recibo queun país democrático transmitavalores de tapadillo.

Por otra parte, educar en ha-bilidades y conocimientos está

muy bien, pero es esencial for-mar al que maneja unas y otrospara que los emplee con buenosfines. Sin embargo, ¿qué sonbuenos fines en una sociedadmoralmente pluralista?

A fines de los setenta y enlos ochenta proliferaron las pro-puestas de educación moral,desde la clarificación de valoresal procedimentalismo de Kohl-berg, el “saco de virtudes” y tan-tas otras. Y poco a poco se fueconviniendo, al compás delmundo occidental, en que lascomunidades políticas tienen laobligación de educar en los va-lores éticos propios de un ciuda-dano democrático, e incluso dearticular la enseñanza en loscentros públicos de forma queeduquen en los valores éticos deuna ciudadanía democrática:desde ellos debería orientarse elejercicio de los conocimientos ylas habilidades.

Tal acuerdo no se produjosin críticas, claro está. Existía eltemor bien fundado desde algu-nos sectores de que educar en laciudadanía se convirtiera enuna “maría” llamada a formarciudadanos domesticados, sabe-dores ahora de los valores de laConstitución, como antes sepretendió que lo fueran de losPrincipios del Movimiento através de la Formación del Espí-ritu Nacional.

A fin de cuentas, todos losregímenes del mundo han di-cho que el suyo es el mejor,pero la manera de lograr quelo sea es que los alumnos se-pan por qué esos valores y nootros, que se ejerciten en la crí-tica, la argumentación y en elsaberse a sí mismos. Que reci-ban el legado ético de esos valo-res con la libertad de saber quese los transmitimos porquecreemos que son los mejores,pero son ellos quienes tienenque hacer autónomamente susvidas.

Si ciudadano es quien hacesu propia vida, el que no es vasa-llo ni siervo, aún menos esclavo,y la hace junto a los que son susiguales, sus conciudadanos, enel seno de la comunidad políti-ca, más le vale degustar los valo-res de la ciudadanía sabiendono sólo el “qué”, sino también ysobre todo el “porqué”. Más levale no quedarse en aprenderlos valores de las constitucio-nes, y espabilarse a saber “darrazón” de los que elige.

En caso contrario, por mu-cho que aprenda de biotecnolo-gías, que habrán cambiado pro-digiosamente en cuanto entreen la vida adulta, será incapazde forjarse un criterio para dis-cernir entre las que potencian ladignidad o la debilitan, porqueal fin y al cabo, “crítica” signifi-ca “discernimiento”. De todo es-to se ocupa, amén de la filoso-fía, una asignatura de 4º de laESO que llevaba por título Éti-ca. Una asignatura que, aunqueescasa de tiempo, tenía y sigueteniendo su pleno sentido.

Y, por último, la preguntainevitable: ¿quiénes han de reali-zar en la escuela estas tareas dela filosofía? ¿De qué color es elcaballo blanco de Santiago?Pues tan el caballo es blancocomo esas tareas han de hacer-las los profesores de filosofía,que para eso han cursado losestudios que capacitan paraello, incluidas la ética y la filoso-fía política en lo que afecta a laEducación para la Ciudadaníay a la Ética; como son los profe-sores de matemáticas los quehan de ocuparse de integrales ylogaritmos, y del reinado de Isa-bel II, los de historia.

Fomentar la reflexión, la li-bertad, la crítica, el ejercicio dela razón pública y de la ciudada-nía es, a mi juicio, la riquezaque hoy puede aportar ese añe-jo saber, al que desde Grecia seviene llamando “filo-sofía”,“aspiración o amor a la sabidu-ría”. En el proceso de forma-ción es a todas luces imprescin-dible.

Adela Cortina es catedrática de Éticay Filosofía Política de la Universidadde Valencia y directora de la Funda-ción ETNOR.

Viene de la página anteriorpropuesto el reto más difícil—jugar con el 11 de septiembresin arrebatarle el duelo—, y hafallado por completo. El mayorproblema radica en su narra-dor: un verborreico niño de nue-ve años de nombre Oskar, gui-ño a los lectores de El tambor dehojalata, que perdió a su padreen las Torres Gemelas. Todas

las ideas del autor son brillan-tes: lanzarlo en una búsquedaenloquecida que le dé sentido ala muerte de su padre, hacerlever que no hay sentido o que el

sentido está en la propia búsque-da, dotarlo de una voz simpáti-ca y chispeante, convertir la tra-gedia en un rompecabezas... Pordesgracia, el exceso de ingenio—los juegos tipográficos, loschistes, los guiños literarios, lasparodias posmodernas— sólonos distrae y al cabo nos agota.Pero lo peor es el final: tras unlargo trayecto lleno de experien-

cias, Oskar llega a la pasmosaconclusión de que lo mejor ha-bría sido que las Torres Geme-las no se derrumbasen. Valienteconsuelo. En vez de aprender desu arduo itinerario, Oskar vuel-ve a ser un niño —o quizás losea por vez primera, pues antesse parece demasiado al enanode Grass— cuyo único consue-lo es imaginar que nada ha ocu-

rrido. Una vez más, la conclu-sión suena fantástica, pero des-truye toda la novela. Tras leerExtremadamente ruidoso e in-creíblemente cercano, no quedalugar para la reflexión, la incer-tidumbre o el simple desconcier-to, sino sólo para la más inaneautocompasión.

Jorge Volpi es escritor mexicano.

Reconstruyendolas Torres Gemelas

La filosofía en la escuelaADELA CORTINA

Viene de la página anteriorestá ayudando lo suficiente a es-tos países a través de la caridadde las iglesias, las ONG y lacooperación internacional, perohay que saber que el dinero quenos pagan los países pobres só-lo por la deuda externa es sieteveces superior al dinero de lacooperación oficial para el desa-rrollo. Es decir, que nos va bienseguirlos empobreciendo y ¿noaceptamos que los habitantesde estos países también venganbuscando dignidad? Nuestroegoísmo no puede llegar a este

grado de insolidaridad... Comomínimo, demos papeles a los in-migrantes que ya viven con no-sotros y declaremos una “gue-rra” sin tregua a la pobreza enel mundo. No os creáis que esimposible, sólo hace falta volun-tad política. Si se quisiera, enpocos años no tendría que venirla gente por necesidad, sino só-lo los que tuvieran ganas.— Jor-di Oriola i Folch. Esplugues delLlobregat, Barcelona.

Inspectores de Hacienday delitos prescritosEn su editorial del pasado vier-nes 6 de mayo, Delitos prescri-tos, entendemos quienes, agru-

pados en la Unión Profesionalde Inspectores de Hacienda, co-nocemos la realidad de la inspec-ción tributaria, se mezclan co-sas que nada tienen que ver en-tre sí, o que, si acaso, se relacio-nan de forma distinta a como laplantean.

Nada tienen que ver los expe-dientes por delito fiscal envia-dos por la Agencia Tributaria ala jurisdicción penal, a los queafecta la doctrina del TribunalConstitucional sobre interrup-ción de la prescripción sólo conla primera actuación del órganojurisdiccional, con los 200.000expedientes tributarios que es-tán acumulados y pendientes deresolución por los tribunaleseconómico-administrativos, si-

tuación, ésta, que ustedes califi-can de “inadmisible”.

Es, ésa, una posibilidad decalificación. Pero existen otras.Desde la UPIH lo que entende-mos “inadmisible” no es queesos 200.000 expedientes esténpendientes de resolución, sinoque esos 200.000 expedientes ha-yan llegado a realizarse. Y cree-mos que esto es lo inadmisibleporque son el reflejo de que losmedios de la Agencia Tributariaestán mayoritariamente dedica-dos a la comprobación del cum-plimiento de las obligaciones tri-butarias de los contribuyentesmás precarios y de menos recur-sos económicos. De estos contri-buyentes son, fundamental ymayoritariamente, esos 200.000

expedientes pendientes de reso-lución en los tribunales econó-mico-administrativos.

Si, como propone la UPIH,la Agencia Tributaria dedicaramenos parte de sus recursos ala comprobación de esos peque-ños contribuyentes y más partea la comprobación de los contri-buyentes más cualificados, losexpedientes por posible delitofiscal serían más, y no llegaríantan apurados de tiempo antelos tribunales penales. Es, en to-do caso, una opción: a qué sec-tores se decide, de verdad, con-trolar en el cumplimiento desus obligaciones tributarias.—Francisco Javier Martínez Hor-nero. Portavoz de la UPIH. Bar-celona.

CARTASAL DIRECTOR