fe y razón en la educación de las mujeres: el iluminismo cristiano

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Actas XV Congreso AIH (Vol. IV). BEATRIZ DE ALBA-KOCH. Fe y razón en la educación de las mujere... - FE Y RAZÓN EN LA EDUCACIÓN DE LAS MUJERES: EL ILUMINISMO CRISTIANO DE FERNÁNDEZ DE LIZARDI EN SU QU(]OTITA A partir de la libertad de prensa instaurada en la Nueva España en 1812, José Joaquín Fernández de Lizardi ( 1776-1827), participó de lleno en la esfera pública capitalina. Tomando como nombre de pluma el título de su primer periódico, El Pensador Mexicano, escribió con ojo crítico sobre los avatares de las postrimerías del virreinato y los primeros años de independencia. Haciendo de la palabra impresa tanto una cátedra como un foro de debate político, descuella entre sus copiosos y heterogéneos escritos un proyecto de modernidad nutrido de su profundo deseo de reformar las creencias y los modos de vida de sus coterráneos. Aunque limitado y contradictorio en sus alcances por las premisas del iluminismo cristiano, dicho proyecto es la constante temática que mejor caracteriza el quehacer de Lizardi ya que, sobrellevando todo tipo de dificultades, se mantuvo firme en este cometido hasta su muerte 1 En febrero de 1822, recién instaurado el Imperio Mexicano, y a poco de abolida la Inquisición, el Tribunal de Censura Eclesiástica excomulgó a Lizardi. La excomunión afectaba también a quienes dependían de él, sobre todo a su esposa, Dolores Orendain, y a su hija Lolita, de unos diez años de edad. Aunque la causa inmediata de la excomunión fue la publicación de su folleto titulado "Defensa de los francmasones", donde protesta las bulas papales en que los juzgan herejes, de tiempo atrás se había hecho persona non grata a la Iglesia, culpándola de la ignorancia del pueblo, repudiando la Inquisición y abogando por el constitucionalismo. Lizardi siempre se declaró católico, negó ser masón y escribió apasiona- damente sobre las bondades del cristianismo. Sin embargo, a partir de su excomunión, su postura hacia la Iglesia se radicalizó. En los folletos y periódicos publicados en el último lustro de su vida denunció el autoritarismo eclesiástico, pidió la libertad de cultos, argumentó a favor 1 Los mejores datos biográficos de Lizardi los siguen proporcionando LUIS GONZÁLEZ OBREGÓN, Novelistas mexicanos: Don José Joaquín Fernández de Lizardi, Botas, México, 1938, pp. 15-62, y JEFFERSON REA SPELL, Bridging the gap: Articles on Mexican literature, Libros de México, México, 1971, pp. 99-141. Véase también MARÍA ROSA PALAZÓN, Imagen del hechizo que más quiero. Autobiografia apócrifa de José Joaquín Fernández de Lizardi, Planeta, México, 2001. -11- Centro Virtual Cervantes

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FE Y RAZÓN EN LA EDUCACIÓN DE LAS MUJERES: EL ILUMINISMO CRISTIANO

DE FERNÁNDEZ DE LIZARDI EN SU QU(]OTITA

A partir de la libertad de prensa instaurada en la Nueva España en 1812, José Joaquín Fernández de Lizardi ( 1776-1827), participó de lleno en la esfera pública capitalina. Tomando como nombre de pluma el título de su primer periódico, El Pensador Mexicano, escribió con ojo crítico sobre los avatares de las postrimerías del virreinato y los primeros años de independencia. Haciendo de la palabra impresa tanto una cátedra como un foro de debate político, descuella entre sus copiosos y heterogéneos escritos un proyecto de modernidad nutrido de su profundo deseo de reformar las creencias y los modos de vida de sus coterráneos. Aunque limitado y contradictorio en sus alcances por las premisas del iluminismo cristiano, dicho proyecto es la constante temática que mejor caracteriza el quehacer de Lizardi ya que, sobrellevando todo tipo de dificultades, se mantuvo firme en este cometido hasta su muerte1

En febrero de 1822, recién instaurado el Imperio Mexicano, y a poco de abolida la Inquisición, el Tribunal de Censura Eclesiástica excomulgó a Lizardi. La excomunión afectaba también a quienes dependían de él, sobre todo a su esposa, Dolores Orendain, y a su hija Lolita, de unos diez años de edad. Aunque la causa inmediata de la excomunión fue la publicación de su folleto titulado "Defensa de los francmasones", donde protesta las bulas papales en que los juzgan herejes, de tiempo atrás se había hecho persona non grata a la Iglesia, culpándola de la ignorancia del pueblo, repudiando la Inquisición y abogando por el constitucionalismo. Lizardi siempre se declaró católico, negó ser masón y escribió apasiona-damente sobre las bondades del cristianismo. Sin embargo, a partir de su excomunión, su postura hacia la Iglesia se radicalizó. En los folletos y periódicos publicados en el último lustro de su vida denunció el autoritarismo eclesiástico, pidió la libertad de cultos, argumentó a favor

1 Los mejores datos biográficos de Lizardi los siguen proporcionando LUIS GONZÁLEZ OBREGÓN, Novelistas mexicanos: Don José Joaquín Fernández de Lizardi, Botas, México, 1938, pp. 15-62, y JEFFERSON REA SPELL, Bridging the gap: Articles on Mexican literature, Libros de México, México, 1971, pp. 99-141. Véase también MARÍA ROSA PALAZÓN, Imagen del hechizo que más quiero. Autobiografia apócrifa de José Joaquín Fernández de Lizardi, Planeta, México, 2001.

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del matrimonio de los sacerdotes y de la separación de los bienes de la Iglesia y del Estado; negó la infalibilidad papal, se opuso al bautismo infantil, y propuso que no se permitiera la profesión religiosa antes de los cuarenta años2

• En su novela de 1818 La educación de las mujeres o La Quijotita y su prima, un Lizardi mucho menos combativo plasma ya como idea central que la auténtica instrucción cristiana se contrapone al fanatismo religioso y a la "vagamundería espiritual"3

Meses después de su excomunión, doblegado por la lenta condena de muerte que significaba el apestamiento social al que había sido reducido, Lizardi se dirige por quinta vez al Congreso. "Yo me vi repentina y públicamente excomulgado sin delito, sin justicia y formalidad de juicio", informa Lizardi. Y aclara: "Me vi infamado ante el Imperio; me vi expuesto a ser víctima, con mi inocente familia, de un pueblo concitado contra mí so pretexto de religión que no ataqué". Afirma, además, que el pueblo era de temerse ya que "por la mala educación que le han dado en trescientos años, tiene más de fanático que de instruido en materias de religión"4

• La respuesta del Congreso, señalaba Lizardi, era de interés general pues haría claro si, en el nuevo régimen, los ciudadanos serían protegidos por derechos civiles o, dicho en sus palabras, serían "tratados como hombres libres"5

• Para 1824, al ver que no obtenía el respaldo que solicitaba, buscó la reinserción en la Iglesia. Había experimentado en carne propia el peso de la autoridad eclesiástica en una sociedad que, de espaldas a la modernidad, seguía viéndose como baluarte del catolicismo.

Años atrás, al plantear en su Quijotita la situación de las novohispa-nas, Lizardi mostró buen grado de empatía por ese vulnerable género.

2 Consúltense los tomos 5, 12 y 13 deJOSÉJOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI, Obras, eds. J. Chencinsky Veksler, M. R. Palazón et al., UNAM, México, 1963-1997. Véase también SPELL, op. cit., pp. 100-105, 109; y la ponencia de CüLUMBA GALVÁN GAYTÁN, "Plaza pública: conversaciones del payo y el sacristán (un periódico de José Joaquín F ernández de Lizardi)" publicada en estas A etas del XV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas.

3 JüSÉJOAQUÍNFERNÁNDEZ DE LIZARDI, Obras, t. 7: Novelas. La educación de las mujeres o La Quijotita y su prima y Vida y hechos del famoso caballero don Catrín de la Fachenda, ed. M. R. Palazón, UNAM, México, 1980, p. 434. En adelante, toda referencia a esta obra se hará parentéticamente en el texto.

4 J. J. FERNÁNDEZ DE LIZARDI, Obras, t. 12: Folktos (1822-1824), eds. I. FernándezAriasy M. R. Palazón, UNAM, México, 1991, p.135.

5 "Lo que conmigo se hizo -explica Lizardi-, se hará impunemente con cualquier ciudadano, advertido por el tribunal eclesiástico el acatamiento o temor con que parece que usted, Soberano [Congreso], respeta los más escandalosos excesos de su Curia" (Obras, t. 12, p. 134).

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Expuso las grandes arbitrariedades y riesgos a las que las exponía su "natural" dependencia a la autoridad masculina, ya fuera la de padres, esposos, hijos o clérigos. Por ello, aunque dedicada a las mujeres, Lizardi continúa ahí la educación de los hombres que había comenzado en su Vida de Periquillo Sarniento de 18166

• Al igual que Benito Jerónimo Feijoo, el novohispano sostiene que la responsabilidad última de la conducta de las mujeres recae en los hombres (Obras, t. 7, p. 127). En consecuencia, no rechaza la subordinación moral, económica y legal de la mujer, sino el grado y modo de subordinación. Su meta es conciliar un pequeño margen de autonomía para las mujeres, dentro de un patriarcado razonable y respetuoso de las leyes.

Lizardi no concibe que se oriente la conducta solamente conforme a una moral secular. Así, su propuesta de un patriarcado benévolo es apuntalada por la práctica de un catolicismo ilustrado, caracterizado tanto por la aceptación razonada de los principios religiosos, como por el rechazo de las prácticas de devoción tradicional. Reprobando la coerción patriarcal, argumentó que para la profesión religiosa al igual que para el matrimonio se necesitan libre albedrío y vocación, entendien-do la vocación como llamado divino e inclinación personal. Sin embargo, las premisas de vocación y libre albedrío, fundamentales para Lizardi, parecen contradecir las bases mismas de un sistema patriarcal. Por un lado, bajo el concepto de vocación se encubren con frecuencia los deseos, la atracción entre los sexos y el amor, todos ellos poderosos motivantes conductuales que no siempre pueden encauzarse a favor de la autoridad masculina. Por otro lado, el libre albedrío de la mujer difícilmente puede concebirse dentro de la dependencia. El texto de Lizardi, entonces, es el campo donde estas contradicciones se manifiestan y donde él intenta resolverlas de manera convincente.

Para dar mayor credibilidad a La Quijotita, declaró que no era "novela, sino una historia verdadera, que [él había] presenciado" y cuyos personajes no eran desconocidos para los lectores (p. 14). Por medio de dos familias que educan a sus hijas de diverso modo, contrapone el desatinado comportamiento de la protagonista Pomposa -cuyas extravagancias le ganan el apodo de Quijotita- con el proceder modesto, juicioso y siempre casero de su prima Pudenciana. Si, por un lado, Lizardi presenta la debilidad de la autoridad paterna como la causa

0 Para una discusión del cristianismo ilustrado en la educación de los hombres que Lizardi propone en su novela de 1816 véase BEATRIZ DE ALBA-KocH, Ilustrando la Nueva España: Texto e imagen en el "Periquillo Sarmiento" de Fernández de Lizardi, Universidad de Extremadura, Cáceres, 1999, pp. 69-93.

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fundamental del descarrío de Pomposa, por otro, condena los excesos de esa autoridad en dos historias intercaladas, la de Carlota y la de Irene, cuyos padres recurren a la violencia para hacerse obedecer.

El padre de Pudenciana y principal portavoz del autor, el coronel Rodrigo Linarte, guía las discusiones sobre la naturaleza y el papel de la mujer en la sociedad. Amante de la "lectura de buenos libros" (p. 15), la educación que Linarte imparte a su joven esposa Matilde, y a la hija de ambos, ejemplifica las normas que debe seguir el hombre de bien en su responsabilidad de jefe de familia. En contraste, Dionisia Langaruto, el padre de Pomposa, dado al lujo y al "gran mundo", es descrito como afeminado porque su esposa, Eufrosina, es la que rige en su hogar (p. 435). En todo opuesta a su hermana Matilde, Eufrosina es "una petrime-tra o curra de las últimas modas; su casa una perfecta sociedad de caballeretes almidonados, y su vida un continuado círculo de diversiones y alegría" (p. 15). Pero la desgracia de Pomposa es debida no sólo a la irresponsabilidad paterna, sino a la injerencia en su hogar de una vieja beata-una Celestina a lo divino- transmisora de ridículas y perniciosas supersticiones.

Doña María, "tía primera" de E ufrosina y Matilde, es "una venerable beata de Santa Rosa, ya vieja" (p. 82). Aunque a primera vista este personaje parece servir sólo como contrincante del coronel, es notable que buena parte del cuarto y último tomo de la novela está dedicado a acciones en las cuales la beata mueve la trama. Uno de los pocos episodios con algo de suspenso es aquel en el cual ella amenaza acusar a la familia Linarte ante la Inquisición. Aquí la beata no es objeto de persecución, sino agente de ello, intentando llevar ante los inquisidores a quienes no atribuyen la causalidad de fenómenos extraordinarios a una intervención milagrosa o demoníaca.

La primera confrontación entre la beata y el coronel ocurre respecto al "milagro" que salvó la vida de Quijotita que, cuando niña, resultó ilesa de la caída de un balcón. La voz narradora explica que "hubiera dejado los sesos con la vida, si, por una casualidad, no hubiera caído sobre un montón de lana, que habían sacado a asolear unas pobres que vivían en la accesoria que caía bajo del balcón" (p. 30). Don Rodrigo insiste en la casualidad de los hechos; doña María, en cambio, sostiene: "Fue milagro y muy milagro que lo hizo nuestra señora de la Soledad de Santa Cruz, señor san Agustín y mi madre Santa Rosa de Lima, a quien yo invoqué" (p. 404 ). A la negación del coronel, secundada por Matilde y Pudenciana, de que ni la Virgen ni los santos pueden hacer milagros porque, afirman, así "nos lo enseña la Iglesia", la beata, "llena del espanto más pánico",

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exclama: "¡La Iglesia! ¡Qué testimonio! ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar! Ya todos los de esta casa son herejes. Es menester delatados. Ellos son mis parientes, pero no tiene remedio, de aquí derechito a la Inquisición. Sí, sí, que los quemen. Primero es la alma" (p. 405).

Para que no logre su propósito, los amigos y familiares de los Linarte llevan a la vieja a casa de Eufrosina, donde el cuidado es "general" y "todos estaban apesadumbrados" por sus amenazas (p. 407). Ya en casa de Quijotita, don Rodrigo demuestra lo infundado de las creencias de la beata respecto a los milagros y, por medio de demostraciones empíricas, revela que las sombras y ruidos que la beata y los Langaruto atribuían al demonio eran producidos por el viento y la sombra de un gato. El coronel concluye que "el miedo y la ignorancia son lo que asustan a los vulgares cada rato, y no el diablo ni los pobres muertos a quienes les levantan innumerables falsos testimonios" (p. 432).

No obstante las propuestas de don Rodrigo por vivir la religión con más luces, "había dado Pomposa en que era santa, y que para hacer milagros no le faltaba sino vivir en el yermo. La vieja beata con sus elogios y cuentos la alucinaba más cada día" (p. 445). Alentada por la beata a ser ermitaña, Quijotita emprende esta aventura-su única salida-de la cual regresa en tan mal estado que provoca en su madre un violento rechazo a las devociones. Eufrosina, "para que su hija no pensara otra vez en ser ermitaña", tira a la calle los cilicios y otros instrumentos de penitencia de la chica. A la manera del Quijote, realiza "un escrutinio de todos los libros que había en su casa", y quema todos los "piadosos y como quinientas novenas", diciendo: "Id al fuego pervertidores del talento de mi hija. No, no más virtud en mi casa, no más libros devotos, no más encierro, no rezos. Desde este instante yo haré que vuelva a reinar en el corazón de mi hija la alegría y que se divierta como siempre" (p. 457). La alegría de Quijotita, sin embargo, tuvo corta duración: seducción, aborto, engaño, miseria, prostitución y encarcelamiento, seguidos por una fiebre "voraz" y una sífilis "irremediable" terminan con ella. La muerte de Quijotita, es "patético y sensible ejemplo y escarmien-to a las mujeres sin juicio que siguen las mismas ideas y conducta de la infeliz Pomposa" (p. 529). Ideas y conducta que son debidas al relaja-miento de las costumbres, a un hogar mal constituido y a la propia vanidad de Quijotita; fuerzas ante las cuales, arguye Lizardi, son inútiles las falsas devociones.

Ni Pomposa ni su prima protagonizan una historia de amor. Lizardi sólo explora "la fuerza del amor" (p. 257) en las historias intercaladas,

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sobre todo en la de Carlota por el anabaptistajacobo. Es también en este episodio lleno de dramatismo donde se propone demostrar que se puede llegar a la fe católica por medio de la razón. Originario de Washington, Jacobo es un hombre de negocios que, enamorado de Carlota, hija de un rico comerciante, decide radicar en la Ciudad de México. La conversión de J acabo, que Carlota le exige para casarse con él, facilita una serie de reflexiones sobre la importancia de abrazar la fe católica no por tradición o presión social, sino como consecuencia del análisis de sus virtudes.

Caracterizados por el bautismo adulto, los anabaptistas hacen de ese sacramento un acto voluntario del creyente, algo que ya aquí Lizardi no desprecia. A pesar de que sus personajes se propongan catequizar a Jacobo para que "deteste los errores de los anabaptistas" (p. 260), la lucidez con la que este "neófito" (p. 267) se explica sobre su nueva religión llena de admiración a los católicos de viejo cuño. Al nivel de la trama, el discurso de J acabo le permite a Lizardi potenciar los sensatos pero sencillos razonamientos de la niña Pudenciana sobre la fe, que contrastan con la irreflexiva memorización que hace Pomposa del Catedsmo de Ripalda. Prescindiendo de revelaciones o experiencias místicas,] acabo declara que su resolución es debida "al largo tiempo que [ha] vivido con los católicos, [a] la íntima amistad que [ha] llevado con algunos de las luces y probidad del... [señor Linarte] y del señor Labín, y [a] tal cual instrucción que [ha] tenido por los libros que [ha] leído" (p. 261). De manera más específica, se explaya en seis postulados que, dice, "serían bastantes para persuadir a cualquiera que los examinase sin pasión"7

La conversión de Jacobo también permite explicar la manera en que "la mujer fiel santifica al marido ínfiel" (p. 257), que, toda proporción guardada, es lo que logra Carlota. Aunque ésta exige la conversión de su amado porque desea casarse con él, Lizardi argumenta que la atracción entre los sexos puede conllevar una consecuencia social positiva. Un eco rousseauniano puede escucharse aquí, pero Lizardi prefiere no recurrir al texto del ginebrino, sino a la historia: Don Rodrigo enumera los pueblos europeos convertidos al cristianismo por el amor de una mujer

7 Estos son: "l. Las revelaciones. 2. La pureza de la moral de Jesucristo. 3. Sus milagros y su resurrección incontestables. 4. El modo con que estableció Ja religión. 5. La constancia y uniformidad de la tradición. 6 y último. La perseverancia y unión de la Iglesia católica" (pp. 262-26 7).

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y se explaya en la manera en que "toda la nación de los godos de España" pasó al catolicismo gracias a la virtud de Ingunda8

Puesto que las promesas de esponsales fueron hechas sin el consenti-miento de don Tadeo, padre de Carlota, éste se opone a su unión. Llamando a su hija a una pieza retirada de la casa, se encierra con ella a llave, dando inicio a una de las escenas clave de la obra donde se presenta a la autoridad paterna en su manifestación más violenta. Don Tadeo acusa a Carlota de ingrata y liviana: "¿No sabes que una hija de familia no debe tener más voluntad que la de su padre, y que no es dueña ni de sus pensamientos? Pues, ¿cómo te has arrojado a amar a ese hombre sin mi licencia ... ?" (p. 274). Carlota se declara culpable del "delito del amor"; para poder perdonarla, don Tadeo la obliga a que se haga monja y que aborrezca ajacobo. Al negarse a abjurar su amor, su padre la baña en sangre a bofetadas. "Así se cansó de golpearla", dice el narrador, "se paseaba furioso por el cuarto, mientras la triste Carlota permanecía en un rincón hincada de rodillas, lavando la sangre de su rostro con las lágrimas que corrían de sus ojos" (p. 275). La ira paterna oprime tanto a Carlota que ésta "se abalanzó a los pies de su cruel padre, se los besó mil veces, los empapó con sus lágrimas y apenas articulando las palabras le decía: -Ya está, papá de mi alma, ya está: yo seré monja y cuando usted quisiere, pero deje ya de maldecirme ... " Tras este patético sometimiento, Carlota recibe caricias y abrazos de su padre que ahora le habla con dulzura, prometiéndole una alegre vida en el convento donde, asegura, "cuantas están ahí están contentas, sin echar de menos la calle para nada" (p. 276). Con el forzado ingreso de Carlota al convento, y su vida en él como un encarcelamiento, Lizardi condena la complicidad de las instituciones religiosas con la autoridad paterna.

La historia de Carlota se entreteje con la de Irene, pero ésta última queda inconclusa. En el convento se conocen y lloran juntas la pérdida de sus amados. Aunque Lizardi postula la amistad entre mujeres como un consuelo, arguye que sólo un patriarcado benévolo puede oponerse a uno arbitrario. No son ni las mujeres solidarias entre sí, ni un galán como Jacobo que interrumpe con sus reclamos la toma de velo de su dama, quienes logran liberar a Carlota. El paterfamilias ilustrado, don Rodrigo, es el que aboga por el derecho de la mujer a elegir estado, y la salva de una profesión forzada el mayor Enrique Labín, un húngaro

8 Los pueblos nombrados por don Rodrigo en donde "las mujeres cristianas, colocadas en los tronos, hicieron cristiana a la mayor parte de Europa" son: "la Francia, la Inglaterra, parte de la Alemania, la Baviera, la Hungría, la Bohemia, la Lituania, la Polonia" (pp. 258-260).

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amigo de Linarte, que también goza de conocimientos, prestigio y holgura económica. Son estos hombres de bien los que conocen las leyes que ofrecían cierta protección a las mujeres, y es Labín el que exige que se apliquen, apelando al arzobispo y al virrey. Finalmente, son Labín y Linarte los que apadrinan la boda de Carlota y Jacobo, ya que don Tadeo, enloquecido porque su hija ya no es monja, no puede cumplir con su papel de padre.

Para un ilustrado como Lizardi, una discusión realista de la mujer y su mejor educación no podía disociarse de una consideración del papel que en ello jugaba la religión. Aunque en su obra periodística se adelanta tres décadas a la reforma juarista, en La Quijotita está lejos de cuestionar la centralidad de la fe, abogando simplemente por una vivencia razonada de la misma. Si bien sus propuestas respecto al "sexo débil" no son revolucionarias, pues sigue confinándolo al matrimonio y a la materni-dad, da un primer paso hacia su autonomía al pedir límites para la autoridad patriarcal. Es importante señalar también que tuvo presente los graves problemas de la dependencia económica de la mujer. Por ello, a Pudenciana la hace relojera para que, de llegar a necesitarlo, pueda emplearse en una labor que no fuese demasiado mal pagada. La preocupación de Lizardi por el bienestar económico de las mujeres no era meramente literaria. Ya muy enfermo de tuberculosis, para escándalo de algunos, inscribió a su hija en la primera escuela de ballet en México. Pensó que Lolita podría sobrevivir "con más comodidad de bailarina en un teatro que de costurera de a real en una casa o de infeliz coqueta en una calle"9

• No sospechaba que ella, y Dolores, morirían poco después que él.

BEATRIZ DE ALBA-KOCH

University of Victoria

9 Lizardi citado en MAYA RAMOS SMITH, El ballet en México en el siglo XIX: De la Independencia al Segundo Imperio, Alianza, México, 1991, p. 54.

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