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Exordio EDGAR ALLAN POE Digitalizado por http://www.librodot.com

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Page 1: Exordio

Exordio EDGAR ALLAN POE

Digitalizado por

http://www.librodot.com

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Exordio* ["Exordium", de Graham's Magazine, enero de 1842.]

Comenzando, con el Nuevo Año, un Nuevo Volumen, se nos permitirá decir unas pocas palabras a modo de exordio a nuestro habitual capítulo de Reseñas, o, como preferiríamos llamarlas, de Notas Críticas. Sin embargo no hablamos con motivo del exordio sino porque realmente tenemos algo que decir y no sabemos cuándo ni dónde decirlo mejor.

Que la atención del público, en Norteamérica, se ha estado dirigiendo, en los últimos tiempos, a la cuestión de la crítica literaria, es a todas luces evidente. Nuestros periódicos están comenzando a reconocer la importancia de la ciencia (¿la llamaremos así?) y a desdeñar la opinión poco seria que la ha sustituido por tanto tiempo.

Hubo un tiempo en que importábamos nuestras decisiones críticas de la madre patria. Durante muchos años representamos una farsa perfecta de subordinación a los dicta de Gran Bretaña. Al fin sobrevino un sentimiento de repugnancia, un disgusto con nosotros mismos. Movidos por estos sentimientos, caímos en el extremo opuesto. Al quitarnos totalmente de encima esa "autoridad", cuya voz había sido sagrada por tanto tiempo, llegamos a exceder, y con mucho, nuestras ridículas prácticas originales. Pero la consigna era ahora "¡una literatura nacional!" –como si una auténtica literatura pudiese ser "nacional"–como si el mundo en su totalidad no fuese el único escenario apropiado para la histrio literaria. De repente nos convertimos en los más simples e insensatos partisanos en las letras. Nuestros diarios hablaban de "tarifas" y "protección". Nuestras revistas tenían pasajes usuales acerca de ese "genuinamente nativo novelista, Mr. Cooper", o ese "leal genio norteamericano, Mr. Paulding". Sin tener en cuenta el espíritu de los axiomas "que nadie es profeta en su tierra" y que "un héroe nunca lo es para su mucamo" –axiomas fundados en la razón y en la verdad– nuestros críticos encarecían la conveniencia, nuestros libreros la necesidad, de temas estrictamente "norteamericanos". Un tema extranjero, en esos tiempos, era un peso más que suficiente para arrastrar a las profundidades de la condena crítica al mejor escritor nativo de los Estados Unidos; mientras que, a la inversa, nos encontrábamos diariamente ante el paradójico dilema de que nos gustara, o fingiéramos que nos gustaba más, un libro estúpido porque (con toda seguridad) su estupidez era de nuestra propia crianza y discutía nuestros propios asuntos.

De hecho, muy últimamente este anómalo estado de ánimo ha mostrado signos de apaciguamiento. Dado que nuestros puntos de vista sobre la literatura se han ampliado, comenzamos a exigir el uso –a investigar las funciones y esferas de la crítica– a considerarla más como un arte inamoviblemente basado en la naturaleza, y menos como un mero sistema de dogmas fluctuantes y convencionales. Y con la predominancia de estas ideas, un cierto

* [En Graham's Magazine, este ensayo sirve como prefacio a las "Notas críticas". El título de "Exordium" parece haberle sido asignado por James A. Harrison en su edición de las obras de Poe en 17 volúmenes (1902), aparentemente la primera edición que reimprime este texto. El título ha sido adoptado en general por editores y académicos subsecuentes. Como de costumbre, Harrison omite la cita del Arcturus. En el original, ésta está impresa con menos espacio entre las líneas que el resto del texto, un formato que desafía HTML y no ha sido reproducido aquí. En cambio, ha sido sangrado para distinguirlo del cuerpo principal del texto de Poe]

[La cita de Bulwer en el párrafo final ha sido identificada como correspondiente a "Upon the Spirit of True Criticism", The Critical and Miscellaneous Writings of Sir Edward Lytton Bulwer (Philadelphia: Lea & Blanchard, 1841, 2 volúmenes), pp. 110-11. Poe reseñó este libro en Graham's Magazine, noviembre de 1841. Esta fuente fue reconocida por primera vez por Burton R. Pollin, "Bulwer-Lytton's Influence on Poe's Works and Ideas. Especially for an Author's `Precoñceived Design', The Edgar Allan Poe Review, I n° 1, primavera de 2000, pp. 5-12] (N. del E.)

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disgusto ha llegado hasta al mandato doméstico de las camarillas de los libreros. Si nuestros editores no son todavía todos independientes de la voluntad de una empresa, la mayoría de ellos tienen al menos escrúpulos en confesar su subordinación y no hacen alianzas positivas contra la minoría que la desdeña y rechaza. Y éste es un progreso muy grande que ha tenido lugar últimamente.

A pesar de haberse liberado de estas arenas movedizas, nuestra crítica todavía corre algún peligro –un peligro mínimo– de caer en el foso de la más detestable especie de jerga: la jerga de la generalidad. La tendencia procede, en primer lugar, del espíritu progresivo y tumultuoso de la época. Con el aumento del material de pensamiento llega el deseo, cuando no la necesidad, de abandonar lo particular por lo masivo. No obstante, en nuestro caso individual, como nación, hemos simplemente adoptado este punto de vista parcial de las British Quarterly Reviews, sobre las cuales nuestros propios quarterlies† han sido servil y pertinazmente modeladas. En las revistas extranjeras, la reseña o crítica propiamente dicha, ha degenerado gradual pero constantemente, en lo que actualmente vemos, es decir, cualquier cosa menos crítica. Originaria-mente una "reseña" no era llamada así como lucus a non lucendo. Su nombre transmitía una idea justa de su finalidad. Reseñaba, o examinaba el libro cuyo título constituía su texto y, analizando su contenido, juzgaba sus méritos o defectos. Pero, a través del sistema de contribuciones anónimas, este proceso natural perdió terreno día tras día. Dado que el nombre del escritor era conocido sólo por unos pocos, el objeto para él se convirtió, no tanto en escribir bien como en escribir fluidamente, a tantas guineas por página. El análisis de un libro es una cuestión de tiempo y esfuerzo mental. Para muchos tipos de composiciones, se requiere una revisión deliberada, con notas, y una subsecuente genera-lización. Un fácil substituto para esta tarea residía en un digesto o compendio de la obra reseñada, con copiosos extractos, o más sencillo aún, en comentarios al azar de los pasajes que accidentalmente caían bajo la vista del crítico, con los pasajes mismos copiados extensamente. El modo de reseñar preferido, sin embargo, porque presentaba un mayor aspecto de cuidado, era un ensayo difuso sobre el tema de la publicación, en el que el crítico empleaba sólo los hechos proporcionados por la publicación y los usaba como material para alguna teoría, cuyo único interés, relación e intención, era la mera diferencia de opinión con el autor. Finalmente estos enfoques fueron entendidos y habitualmente practicados como la moda usual y convencional de la reseña; y aunque los intelectos más nobles no cayeron enteramente en la herejía de estas modas, podemos, sin embargo, afirmar, que aun la más cercana aproximación de Macaulay a la crítica en su sentido legítimo se encuentra en su artículo sobre la Historia de los papas, de Ranke, un artículo en el que toda la fuerza del autor es empleada para explicar un hecho singular –el progreso del romanismo– establecido por el libro en discusión.

Ahora bien, en tanto no queremos negar que un buen ensayo es algo bueno, sin embargo afirmamos que estos trabajos sobre temas generales no tienen absolutamente nada que ver con la crítica que, no obstante, ha sido infectada in se con su mal ejemplo. Porque estos dogmatizantes panfletos que una vez fueron "Reseñas" hayan abandonado su fe originaria, ello no significa que la fe misma se haya extinguido, que no habrá más "festividades", que la crítica, en su vieja acepción, no exista. Pero nos quejamos de una creciente inclinación por parte de nuestras revistas más livianas a creer, sobre tales fun-damentos, que las cosas son así, que porque los quarterlies británicos, por indolencia, y los nuestros, por una imitación degradante, hemos llegado a fundir toda clase de vagas generalizaciones bajo el título singular de "Reseña", resulta que la crítica, al ser todo en el universo, es, en consecuencia, absolutamente nada de hecho. Pues a este fin, y a ningún otro concebible, tienden tales proposiciones, por ejemplo, como las que encontramos en un número reciente de la muy ingeniosa revista mensual Arcturus,

"Pero ahora" (el énfasis en ahora es nuestro), "Pero ahora", dice Mr. Mathews, en el prefacio al primer volumen de su revista, "la crítica tiene mayor alcance y un interés

† Publicaciones trimestrales. [N. del T.]

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universal. Deja de lado los errores de gramática y deja a cargo del corrector de pruebas una rima imperfecta o una cantidad falsa; ahora se dirige al núcleo del tema y al designio del autor. Es una prueba de opinión. Su agudeza no es pedante, sino filosófica; desenreda la red del misterio del autor para interpretar a los demás su significado; detecta su sofistería, porque la sofistería es dañina para el corazón y para la vida; promulga sus bellezas con alabanzas liberales y generosas, porque éste es su verdadero deber como servidor de la verdad. Una buena crítica puede muy bien ser requerida, puesto que es el tipo de literatura de la época. Otorga método al carácter inquisitivo sobre cada tema relativo a la vida o la acción. Una crítica, ahora, incluye todas las formas de literatura, excepto quizá la imaginativa y la estrictamente dramática. Es un ensayo, un sermón, una oración, un capítulo de historia, una especulación filosófica, un poema en prosa, un arte de la novela, un diálogo; admite humor, patetismo, el sentimiento personal de la autobiografía, los puntos de vista más amplios de la política. Así como la balada y la épica eran los productos de la época de Homero, la reseña es la madurez nativa característica del siglo XIX".

Respetamos los talentos de Mr. Mathews pero disentimos de casi todo lo que dice aquí. La especie de "reseña" que designa como "la madurez característica del siglo XIX" es sólo la madurez de los últimos veinte o treinta años en Gran Bretaña. Las reseñas francesas, por ejemplo, que no son anónimas, son muy diferentes y conservan el espíritu único de la auténtica crítica. ¿Y qué hemos de decir de los alemanes? –de Winkelmann, de Novalis, de Schelling, de Goethe, de Augustus William y de Frederick Schlegel?– que sus magníficas critiques raisonnées no difieren en principio en absoluto de las de Kaimes, de Johnson y de Blair (pues los principios de estos artistas no se debilitarán hasta que expire la Naturaleza misma), sino sólo en su más cuidadosa elaboración, su mayor rigor, su más profundo análisis y su aplicación de los principios mismos. Que una crítica "ahora" debe ser diferente en espíritu, como supone Mr. Mathews, de una crítica en cualquier período anterior es insinuar una carga de variabilidad en leyes que no pueden variar –las leyes del corazón y el intelecto del hombre– porque éstas son la única base sobre la cual el auténtico arte crítico se establece. Y este arte, "ahora", no más que en los días de la Dunciada, puede, sin descuidar sus deberes, "dejar de lado errores de gramática" "o dejar en manos de un corrector de pruebas una rima imperfecta o una cantidad falsa". Lo que se quiere decir con "una prueba de opinión" en la conexión que aquí otorga a las palabras Mr. M. no lo comprendemos tan claramente como desearíamos. Esta frase nos envuelve tan completamente en dudas como a Mirabeau en el castillo de If. Nuestra apreciación imperfecta parece formar parte de esa vaguedad general que es el tono de toda la filosofía en este punto: pero todo lo que nuestro periodista describe como aquello que la crítica es, es todo lo que enérgicamente sostenemos que no es. Pensamos que la crítica no es un ensayo, ni un sermón, ni una oración, ni un capítulo de la historia, ni una especulación filosófica, ni un poema en prosa, ni un arte de la novela, ni un diálogo. De hecho no puede ser nada en el mundo sino una crítica. Pero si fuera todo lo que Arcturus imagina, no queda muy claro por qué no podría ser igualmente "imaginativa" o "dramática", un romance o un melodrama, o ambas cosas. Que sería una farsa, no puede dudarse.

Es contra este frenético espíritu de generalización que protestamos. Tenemos una palabra, "crítica", cuyo sentido es suficientemente claro, al menos a través del largo uso; y tenemos un arte de gran importancia y límites bien acotados, que se entiende bastante claramente que este término representa. De esa ciencia conglomerada a la que Mr. Mathews tan elocuentemente alude, y de la cual se nos informa que es cualquier cosa y todo al mismo tiempo, de esta ciencia no sabemos nada y realmente menos queremos saber; pero objetamos la apropiación por nuestros contemporáneos en su beneficio de un término que nosotros, junto con una gran mayoría de la humanidad, hemos estado habituados a asignar a una cierta y muy determinada idea. ¿No hay alguna otra palabra sino "crítica", que pueda servir a los fines de Arcturus? ¿Tiene alguna objeción a orfismo, o dialismo, o emersonismo, o a cualquier otro compuesto promisorio, que indique una confusión más confundida?

No obstante, no debemos fingir una total incomprensión de la idea de Mr. Mathews, y sentiríamos que él nos malentendiera a nosotros. Debe admitirse que sólo diferimos en los

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términos, aunque la diferencia no dejará de tener importancia en sus efectos. Siguiendo la máxima autoridad, quisiéramos, en una palabra, limitar la crítica literaria a un comentario sobre Arte. Un libro se escribe –y es sólo como libro que lo sometemos a una reseña. Con las opiniones del libro, consideradas de otro modo que en su relación con la obra misma, el crítico no tiene realmente nada que hacer. Su parte es simplemente decidir sobre el modo en que estas opiniones se hacen valer. De manera que la crítica no es una "prueba de opinión". Para esta prueba, la obra, despojada de sus pretensiones como producto artístico, es puesta a discusión ante el mundo en general, en primer lugar, ante la clase a la que se dirige especialmente: si una obra de historia, al historiador, si un tratado de metafísica, al moralista. En este sentido, el único verdadero e inteligible, se verá que la crítica, la prueba o análisis del Arte (no de la opinión) es sólo correctamente empleada respecto de aquellos productos que se basan en el arte mismo, y aunque el periodista (cuyos deberes y fines son multiformes) puede apartarse, ad libitum, del modo o vehículo de opinión y dirigir su atención a la discusión de la opinión transmitida, sigue siendo claro que es crítico sólo en la medida en que no se desvía de su verdadera tarea en absoluto.

¿Y qué diremos del crítico mismo?, porque hasta ahora sólo hemos referido el proem a la verdadera epopea. Qué mejor podemos decir de él, con Bulwer, que "debe tener coraje para culpar audazmente, magnanimidad para evitar la envidia, genio para apreciar, conocimiento para comparar, un ojo para la belleza, un oído para la música y un corazón para el sentimiento". Agreguemos, talento para el análisis y una solemne indiferencia para la injuria.