eva serra i puig (1942-2018): historia y compromiso

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143 EVA SERRA I PUIG (1942-2018): HISTORIA Y COMPROMISO AGUSTÍ ALCOBERRO Universitat de Barcelona Nacida en la posguerra en una familia de vencidos, Eva Serra consiguió hacerse un lugar en un mundo que hasta entonces había sido mayoritaria- mente masculino con las herramientas del talento y del trabajo. Se espe- cializó en la época considerada la cenicienta de la historiografía catalana: los siglos modernos. Y construyó un relato nuevo, que pone de relieve la importancia de este periodo en la formación de la identidad nacional y las caractarísticas esenciales de la sociedad catalana contemporánea. Pero nunca fue una académica encerrada en una torre de marfil. Al contrario, expresó su compromiso político permanente con la libertad de Cataluña y la justicia social, motivo por el cual militó en partidos y organizaciones independentistas y padeció tortura y prisión. La lección que nos enseña es clara: la objetividad y el rigor histórico no se construyen desde una apa- rente neutralidad, sino desde la consciencia del compromiso. Algunos de estos valores sin duda los aprendió de su padre, Josep de Calassanç Serra i Ràfols, arqueólogo y pieza clave de la Escuela de Bar- celona, organizada en torno a Pere Bosch i Gimpera, pero también persona- je decisivo en la reconstrucción de Estat català después de la derrota del 6 de octubre de 1934. Eva y su hermana Blanca le dedicaron recientemen- te un sincero y documentado homenaje en el artículo «Repressió, represà- lies i represa en l’arqueologia catalana (de 1939 fins a final de la dècada de 1940)», publicado en 2013. 1 1. SERRA, Eva; SERRA, Blanca. «Repressió, represàlies i represa en l’arqueologia catalana (de 1939 fins a final de la dècada de 1940)». Butlletí de la Societat Catalana d’Estudis Històrics, XXIV (2013), págs. 101-123.

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EVA SERRA I PUIG (1942-2018): HISTORIA Y COMPROMISO

AguStí AlCoberro

Universitat de Barcelona

Nacida en la posguerra en una familia de vencidos, Eva Serra consiguió hacerse un lugar en un mundo que hasta entonces había sido mayoritaria-mente masculino con las herramientas del talento y del trabajo. Se espe-cializó en la época considerada la cenicienta de la historiografía catalana: los siglos modernos. Y construyó un relato nuevo, que pone de relieve la importancia de este periodo en la formación de la identidad nacional y las caractarísticas esenciales de la sociedad catalana contemporánea. Pero nunca fue una académica encerrada en una torre de marfil. Al contrario, expresó su compromiso político permanente con la libertad de Cataluña y la justicia social, motivo por el cual militó en partidos y organizaciones independentistas y padeció tortura y prisión. La lección que nos enseña es clara: la objetividad y el rigor histórico no se construyen desde una apa-rente neutralidad, sino desde la consciencia del compromiso.

Algunos de estos valores sin duda los aprendió de su padre, Josep de Calassanç Serra i Ràfols, arqueólogo y pieza clave de la Escuela de Bar-celona, organizada en torno a Pere Bosch i Gimpera, pero también persona-je decisivo en la reconstrucción de Estat català después de la derrota del 6 de octubre de 1934. Eva y su hermana Blanca le dedicaron recientemen-te un sincero y documentado homenaje en el artículo «Repressió, represà-lies i represa en l’arqueologia catalana (de 1939 fins a final de la dècada de 1940)», publicado en 2013.1

1. SerrA, Eva; SerrA, Blanca. «Repressió, represàlies i represa en l’arqueologia catalana (de 1939 fins a final de la dècada de 1940)». Butlletí de la Societat Catalana d’Estudis Històrics, XXIV (2013), págs. 101-123.

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Serra se licenció en 1967 y se formó en el mundo editorial. Entre otras actividades, participó activamente en la redacción de la Gran Enciclopèdia Catalana (una tarea entonces absolutamente titánica). Como ella misma explicó años después:

A la meva universitat Pierre Vilar no existia. Les meves universitats foren els Estudis Universitaris Catalans, on Ferran Soldevila em va donar a conèixer Pierre Vilar, i l’editorial Salvat, on Ramon Garrabou em va facilitar el co-neixement de tot el debat sobre la transició [del feudalisme al capitalisme].2

Inició su vida académica como profesora en la Universitat Autònoma de Barcelona en 1970, donde impartió clases hasta que, en 1975, se incor-poró a la Universitat de Barcelona. En esta institución permaneció hasta su jubilación, con la excepción del período 1991-1997, en el que ejerció en la Universitat Pompeu Fabra. Durante años estuvo vinculada también a la Universitat Catalana d’Estiu. Además, en 2002 se incorporó a la Sec-ción Históricoarqueológica del Institut d’Estudis Catalans.

En su primer libro, La guerra dels Segadors (1966),3 publicado en una colección de divulgación de la editorial Bruguera, los hechos de 1640 eran la tesis central, y constituyeron un tema recurrente a lo largo de su poste-rior trayectoria de investigación. Serra lo retomó, como veremos, desde perspectivas diversas (económicas, sociales y juridicopolíticas), buscando una interpretación global. Otro eje esencial de sus trabajos fue el deseo de recuperar la historiografía de la etapa republicana, liquidada con la derro-ta de 1939. Como señaló Núria Sales en el prólogo de la edición de su tesis doctoral, uno de los grandes méritos de Serra fue «el pont que ha resta-blert entre la historiografia universitària barcelonina postvicentiana i la historiografia catalana d’abans de la guerra, ja sigui barcelonina o local, universitària o no, laica o eclesiàstica».4

El campo catalán de los siglos xv-xviii

Eva Serra leyó su tesis doctoral, elaborada bajo la dirección de Emili Giralt, en abril de 1978. La tituló La societat rural catalana del segle xvii.

2. SerrA, Eva. Pagesos i senyors a la Catalunya del segle xvii. Baronia de Sentmenat, 1590-1729. Barcelona: Crítica, 1988, pág. 17, n. 4.

3. SerrA, Eva. La guerra dels Segadors. Barcelona: Bruguera, 1966.4. SAleS, Núria. «Pròleg». En SerrA, Eva: Pagesos i senyors a la Catalunya del segle xvii.

Baronia de Sentmenat, 1590-1729. Op. cit., págs. 7-15.

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Sentmenat, un exemple local del Vallès Occidental, 1590-1729. Tuvo que esperar diez años para poder realizar la edición completa, acompañada de generosos apéndices, en la entonces recién estrenada colección Sèrie General de la editorial Crítica; se tituló Pagesos i senyors a la Catalunya del segle xvii. Baronia de Sentmenat, 1590-1729. Como ella misma explica en la introducción:

[...] la idea originària en iniciar-ne les recerques era trobar un material per abordar el tema de la Guerra dels Segadors. Tenint en compte que Elliott feia un tractament bàsicament polític del tema, la meva intenció era fer una aprox-imació social i econòmica. En definitiva, pretenia aclarir la hipòtesi dels orí-gens agraris de la revolta catalana.5

Ya en los capítulos iniciales, la tesis cuestionaba la interpretación que Jaume Vicens Vives había hecho de la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486), la cual entendía como una victoria remensa. Eva Serra afirmaba que «la revolució agrària del Xv ha de ser interpretada més en termes de revolució pagesa que no pas de revolució estrictament remença» y desta-caba «el caràcter antifeudal de les guerres i el caràcter d’eina de recom-posició del sistema feudal de la sentència».6 La originalidad de este enfo-que, y el interés de la documentación en la que se fundamentaba, justifican la publicación, en 1980, en la revista Recerques del artículo «El règim feudal català abans i després de la Sentència Arbitral de Guadalupe», un texto que ha sido objeto de diversas reediciones y que suscitó un amplio debate historiográfico.7

No es exagerado afirmar que la tesis doctoral de Eva Serra marca un decisivo punto de inflexión en la historia agraria de la Cataluña moderna. La ambición metodológica e interpretativa de la historiadora y su ingen-te capacidad de trabajo dieron lugar a una obra modélica, que incorpo-raba una gran cantidad de información estadística, un cuidado estudio del sistema legal vigente y una aproximación a la realidad cotidiana del campo catalán en la época moderna. Sobre estas bases, Eva Serra descri-bía las formas de resistencia payesa en la Cataluña moderna, aportaba interesantes datos acerca de la evolución de la producción, la productivi-

5. Ibídem, pág. 18.6. Ibídem, págs. 45-46.7. SerrA, Eva. «El règim feudal català abans i després de la Sentència Arbitral de

Guadalupe». Recerques, 10, 1980, págs. 17-32. El artículo fue reproducido, entre otros sitios, en vilAr, Pierre (dir.). Història de Catalunya, vol. viii: Antologia d’Estudis Històrics. Barcelona: Edicions 62, 1990, págs. 150-166.

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dad y los precios agrarios, y señalaba la evolución de la estructura de clases, fundamentada en la «erosió de la renda feudal» y en la «diferen-ciació social al si de la pagesia». Así, la historiadora concluía que «la guerra dels Segadors té arrels agràries de doble sentit, resistencialisme antifeudal i resistencialisme antifiscal pagès [...] —una i altra prou difícils de separar».8

La Revolución de 1640 (y la ruptura austracista de 1705/1713)

Sin abandonar el interés por la historia agraria, a partir de la década de 1990 la historiadora hace un importante giro en su investigación, que la acerca a la historia política e institucional. El punto de inflexión en este cambio se encuentra en la obra colectiva de 1991 La Revolució catalana de 1640, que ella dirigió y que Crítica publicó de nuevo con ocasión del 350 aniversario de aquel acontecimiento.9 En la obra colaboramos diversos historiadores jóvenes, que nos reconocíamos como discípulos de la auto-ra, y también historiadores ya consagrados, como Núria Sales y Josep M. Torras i Ribé.

En respuesta a las interpretaciones anteriores de los hechos de 1640, y muy especialmente a La Revolta dels catalans, de John Elliott, Eva Serra cuestionaba la validez de las conceptualizaciones historiográficas plan-teadas hasta entonces, que repartían «patents de “revolucions modernes” o de “revoltes resistencialistes”, segons si es consideraven més o menys reeixides», y que procedían de «arrelats malentesos com la identificació del progrés amb el poder, o de la modernitat amb la força militar». Fren-te a estos planteamientos, Eva Serra definía el episodio de 1640 como una revolución política:

La rebel·lió de 1640 no fou ni una fronda aristocràtica més o menys cortesana, ni una mera jacquerie local, ni una revolta aristocràtica provincial. La con-vocatòria dels Braços Generals —les anomenades Corts de Pau Claris— re-flecteix una notable força unificadora revolucionària i una sòlida dimensió social i política nacional. [...] Possiblement a imitació d’Holanda, les institu-cions catalanes prenen una renovada embranzida el 1640. La vitalitat d’unes

8. SerrA, Eva. Pagesos i senyors a la Catalunya del segle xvii. Baronia de Sentmenat, 1590-1729. Op. cit., pág. 406.

9. SerrA, Eva (dir.). La Revolució catalana de 1640. Barcelona: Crítica, 1991. En esta obra colectiva participan Xavier Torres, Joaquim M. Puigvert, Jordi Olivares, Agustí Alcoberro, Jordi Vidal, Núria Sales, Josep M. Torras i Ribé y Joaquim Albareda.

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estructures socials en transformació poden explicar-ho. La societat catalana es reconeixia a si mateixa per raons socials, polítiques i culturals, no pas historicistes.10

En los años siguientes, la autora pudo profundizar en esta interpre-tación, que también ha contado con los estudios de Antoni Simon i Ta-rrés.11 Debemos mencionar, en este sentido, la edición en 1995 por parte de la historiadora y de Xavier Torres de dos volúmenes de Escrits polí-tics del segle xvii, que reproducen algunos de los textos fundamentales de aquella ruptura.12

La profundización en el gran conflicto político-militar del siglo Xviii y en sus consecuencias la acercaron también al estudio de las causas, la formación de bandos, el pensamiento político y el papel de las instituciones en la guerra de Sucesión (dos momentos de ruptura, 1640 y 1705/1713) entre los que Serra encuentra notables paralelismos. Este aspecto fue planteado primero en 2001, en el trabajo «El pas de rosca en el camí de l’austriacisme», publicado en una obra colectiva dirigida por Joaquim Albareda.13

Entre las aportaciones más significativas en esta línea debemos des-tacar «Una alternativa nacional sota l’aparença de conflicte dinàstic», de 2005, la conferencia de clausura del primer gran congreso celebrado en ocasión del tricentenario de 1714, en la que la historiadora analizaba las bases teóricas del austracismo;14 y La potencialitat democràtica de la Ca-talunya històrica, conferencia que leyó en el Saló de Cent del Ayuntamien-to de Barcelona con ocasión de la Diada Nacional de 2015,15 en la que definía el carácter moderno y la tendencia democratizadora de las insti-tuciones abolidas por el Decreto de Nueva Planta.

10. SerrA, Eva. «Introducció». En SerrA, Eva (dir.): La Revolució catalana de 1640. Op. cit., págs. vii-iX.

11. Mencionan especialmente: Simon i tArréS, Antoni. Els orígens ideològics de la Re-volució Catalana de 1640. Barcelona: PAM, 1999; y Pau Claris, líder d’una classe revolu-cionària. Barcelona: PAM, 2008.

12. Editados por el Institut Universitari d’Història Jaume Vicens Vives y Eumo ed. El primer volumen, a cargo de Xavier Torres, publica la Notícia de Catalunya de Francesc Martí i Viladamor; el segundo, a cargo de Eva Serra, reproduce Secrets públics, de Gaspar Sala, y otros textos.

13. AlbAredA, J. (ed.): Del patriotisme al catalanisme: societat i política (segles xvi-xix). Vic: Eumo, 2001, págs. 71-104.

14. SerrA, Eva. «Una alternativa nacional sota l’aparença de conflicte dinàstic». En Actes del Congrés L’aposta catalana a la Guerra de Successió (1705-1707). Barcelona: Generalitat de Catalunya – Museu d’Història de Catalunya, 2007, págs. 509-518.

15. El texto se publicó dos veces en L’Avenç; primero, en el núm. 418 (diciembre de 2015, págs. 26-37), y después, en el núm. 441 (diciembre de 2017, págs. 44-57).

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Las instituciones catalanas modernas: Corte General, Diputación del General

El estudio de las instituciones, en especial la Corte General y la Diputa-ción General, ha constituido la principal línea de investigación de la au-tora en los últimos quince años. En un ámbito poco estudiado por la historiografía tradicional, y casi negligido después de 1939, Serra se pro-puso hacer aflorar una documentación ingente y hasta entonces inédita. Para esta tarea contó con el apoyo de un buen número de discípulos, que han dedicado muchas horas de trabajo en la confección de ediciones sis-temáticas y, en muchos sentidos, modélicas.

La edición de los dietarios o actas de las Cortes ha contado con el apoyo institucional del Departamento de Justicia de la Generalitat de Cataluña y, posteriormente, también, del Parlament de Catalunya, en el marco de la colección Textos Jurídics Catalans. Los cuatro primeros vo-lúmenes que vieron la luz se referían a la Cort General de Montsó (1585): Montsó-Binèfar. En concreto: el Procés familiar del Braç Reial, el Procés del Protonotari (2001), el Procés familiar del Braç Militar y el Procés fami-liar del Braç Eclesiàstic (2003).16

En la introducción del primero de los volúmenes, Eva Serra denuncia-ba el abandono de los estudios parlamentarios de los siglos Xvi y Xvii que se había producido en toda Europa a partir de la década de 1960, debido a «l’assimilació unívoca de la monarquia a l’estat modern». Y añadía:

El nacionalisme d’estat ha impregnat fins a tal extrem la història dels segles Xvi a Xviii que ha assimilat, sense embuts i en exclusiva, monarquia amb poder públic. En canvi, les institucions parlamentàries o municipals han hagut de passar una i altra vegada pel sedàs d’una crítica que només hi sabia veure oligarquies i velles aristocràcies enquistades. Això fins a l’extrem que un conde-duque de Olivares ha pogut ser defensat com un gran estadista mo-dern, en contrast amb homes de la magistratura pactista com un Pau Claris o un Joan Pere Fontanella.17

16. Corresponden a los volúmenes 18, 19, 20 y 21 de la colección Textos Jurídics Catalans. El equipo de edición se hallaba formado por Josep M. Bringué, Pere Gifre, Gerard Marí, Miquel Pérez Latre y Joan Pons. A partir del volumen siguiente se añadieron Manuel Güell e Imma Muxella.

17. SerrA, Eva. «Introducció». En SerrA, Eva (coord.): Cort General de Montsó (1585). Montsó – Binèfar. Procés familiar del Braç Reial. Barcelona: Departament de Justícia, 2001, Colección Textos Jurídics Catalans, vol. 18, págs. i-v.

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De nuevo, pues, una referencia precisa a la Revolución de 1640. En esta línea, Eva Serra planteaba el marco teórico y los objetivos de una empresa especialmente ambiciosa y, ahora, en gran parte exitosa:

L’equip que ha assumit aquesta edició de les Corts catalanes del 1585 té el con-venciment que la història moderna europea en general i la de Catalunya en particular, ha patit, a excepció del cas d’Anglaterra, el flagell de l’abandonament de les institucions parlamentàries en benefici de privilegiar la història políti-ca de la monarquia en atorgar només a aquesta patent de modernitat. Avui, però, ja sembla totalment inacceptable una història de Catalunya dels segles Xvi i Xvii sense un coneixement i un reconeixement de l’activitat de les Corts.

Las referencias a la Corte General de Montsó se cierran con los An-nexos i índex, esborrany del procés familiar del Braç Reial, documentació complementària i índex (2010).18 En los años siguientes, aparecen La Jun-ta General de Braços de 1713, l’ambaixada Dalmases i altra documentació (2008),19 Cort General de Barcelona (1705-1706). Procés familiar del Braç Eclesiàstic (2014)20 y Cort General de Barcelona (1705-1706). Procés fami-liar del Braç Militar (2016).21

En paralelo, Eva Serra publica artículos sobre el funcionamiento de la Diputación del General, que muestran aspectos hasta entonces desconocidos de la institución, y altamente interesantes. Esta línea se inicia con la presen-tación de la comunicación «Diputats locals i participació social en les bolles de la Diputació del General (1578-1638)» en el III Congrés d’Història Moder-na de Catalunya (1993), organitzado por el Departamento de Historia Mo-derna de la Universitat de Barcelona y dedicado a las instituciones catalanas en los siglos Xv-Xviii.22 En este y otros trabajos posteriores, Eva Serra puso de relieve la vigencia de la institución hasta 1714 y su capacidad para ampliar su representatividad social y territorial, sus competencias y sus ingresos. Debemos tener en cuenta que su discurso de recepción como miembro de la Sección Histórico-Arqueológica del Institut d’Estudis Catalans versó sobre el tema de las Cortes catalanas como fuente directa de información.23

18. Colección Textos Jurídics Catalans, vol. 22.19. Ibídem, vol. 29.20. Ibídem, vol. 30.21. Ibídem, vol. 31.22. Las actas de este congreso se publicaron en Pedralbes. Revista d’Història Moderna,

13, 1993, vol. i, págs. 259-274.23. Les Corts catalanes, una bona font d’informació històrica. Discurs de recepció com

a membre numerari de la Secció Històrico-Arqueològica de l’Institut d’Estudis Catalans pronunciat el 27 de novembre de 2003. Barcelona: Institut d’Estudis Catalans, 2003.

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Además, junto con Josep Capdeferro estudió el origen, las competen-cias, la composición y el funcionamiento del Tribunal de Contrafacciones de Cataluña, una institución prácticamente desconocida hasta ahora. Lo ha hecho mediante las obras El Tribunal de Contrafaccions de Catalunya i la seva activitat (1702-1713) y Casos davant del Tribunal de Contrafaccions de Catalunya (1702-1713), ambas publicadas en la colección Textos Jurí-dics Catalans (2015).24 El tribunal, de composición paritaria entre los jue-ces nombrados por la Corona y los nombrados por la Diputación del General, tenía que resolver los conflictos planteados entre ambas institu-ciones o derivados de la actuación de sus funcionarios, de manera que constituía una institución excepcional en el marco del derecho público europeo.

Por último, con la colaboración de un eficaz equipo de discípulos, Eva Serra coordinó también la edición de Els llibres de l’ànima de la Diputació del General de Catalunya (1493-1714), publicado en dos volúmenes en 2015.25 El documento recoge la lista de aspirantes admitidos para la elec-ción como diputados u oidores de la Generalitat de Cataluña desde la introducción del método insaculatorio (sorteo) hasta la abolición de la ins-titución. Se trata, por tanto, de la instantánea de una clase dirigente du-rante más de dos siglos, que permite constatar también los elementos de continuidad (vinculados a la estirpe o a las relaciones clientelares) y de rup-tura (especialmente visibles en las coyunturas de 1640 y de 1705).

Historiografía y divulgación

Como ya se ha mencionado, Eva Serra ha realizado un esfuerzo ingente de recuperación de la historiografía y de los historiadores catalanes an-teriores a la derrota de 1939, pero también de lectura y de análisis de los más próximos a su generación. Así, entre otros, ha dejado retratos inte-resantes de Ferran Soldevila (1994, 1995),26 Antoni Rovira i Virgili (2000),27

24. Volúmenes 34 y 35, respectivamente.25. SerrA, Eva (coord.). Els llibres de l’ànima de la Diputació del general de Catalunya

(1493-1714). Barcelona: Institut d’Estudis Catalans, 2015, 2 vols. El equipo de edición estaba formado por Jordi Buyreu, Núria Florensa, Sílvia Jurado, Eduard Martí, Miquel Pérez Latre y Eduard Puig.

26. SerrA, Eva. «Ferran Soldevila vint anys després». El Contemporani: Revista d’His-tòria, 2, 1994, págs. 15-21; «Ferran Soldevila: la persona i l’historiador». Butlletí de la So-cietat Catalana d’Estudis Històrics, 6, 1995, págs. 9-17.

27. SerrA, Eva. «Antoni Rovira i Virgili, historiador». Jornades dedicades a l’escriptor Antoni Rovira i Virgili. Valls: Cossetània, 2000, págs. 145-166.

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Joan Fuster (2002),28 Ferran de Sagarra i de Siscar (2005),29 Emili Giralt (2009),30 Víctor Ferro (2009),31 Jaume Vicens Vives (en especial, 2010 y 2011),32 y de su padre, Josep de Calassanç Serra i Ràfols (2013).33 También ha propuesto un valioso balance sobre la historiografía catalana contem-poránea (1989).34

Debemos destacar asimismo que a lo largo de su carrera profesional la historiadora ha publicado una treintena larga de reseñas bibliográfi-cas, y algunos excelentes balances, como el dedicado a la bibliografía sobre las Cortes catalanas (2007).35 Desde esta páginas se puede mencio-nar su participación activa en el comité de redacción de Índice Histórico Español.

Serra participó activamente en numerosas iniciativas y publicaciones de carácter colectivo dirigidas a un público más amplio, consciente de la importancia de la divulgación histórica y de las obras de síntesis. Lo hizo en la Història de Catalunya, de la editorial Salvat (1978), la primera obra de quiosco en fascículos dedicada a nuestro pasado, en la cual redactó el capítulo «Resistència de Catalunya i decadència castellana: la guerra de Separació».36 Más adelante, con Xavier Torres, se hizo cargo de la coor-dinación del volumen dedicado a los siglos Xvi y Xvii de la Història. Po-

28. SerrA, Eva. «D’avui estant: la vigència de Fuster com a historiador». L’Espill, 10, 2002, págs. 47-59.

29. Ferran de Sagarra i de Siscar: semblança biogràfica. Conferència pronunciada davant el ple per Eva Serra i Puig el dia 21 d’octubre de 2004. Barcelona: Institut d’Estudis Catalans, 2005.

30. SerrA, Eva. «Emili Giralt i Raventós (1927-2008)». Estudis Romànics, 31, 2009, págs. 661-663.

31. SerrA, Eva. «Víctor Ferro en el record». Revista de Dret Històric Català, 9, 2009, págs. 29-32.

32. SerrA, Eva. «Vicens Vives i el pactisme». En CASAlS, A. (coord.): Revisió històrica de Jaume Vicens Vives. Cabrera de Mar: Galerada, 2010, págs. 135-160; «Vicens Vives: un intent de visió global», Recerques, 63, 2011, págs. 9-20.

33. Junto con el artículo mencionado en la nota 1, véase también: Josep de C. Serra i Ràfols: semblança biogràfica. Conferència pronunciada davant el ple per Eva Serra i Puig el dia 8 d’abril de 2013. Barcelona: Institut d’Estudis Catalans, 2013.

34. SerrA, Eva. «Una aproximació a la historiografia catalana: els antecedents». Revista de Catalunya, 26, 1989, págs. 29-46; y «Una aproximació a la historiografia catalana: el nostre segle». Revista de Catalunya, 27, 1989, págs. 43-55.

35. SerrA, Eva. «Butlletí bibliogràfic sobre les Corts Catalanes». Arxiu de Textos Catalans Antics, 26, 2007, págs. 663-738.

36. Vol. 4, págs. 75-103. El director editorial de la obra era Josep M. Salrach, y el coor-dinador del volumen, Joaquim Nadal. Eva Serra tomó el concepto guerra de separación de la Història de Catalunya de Ferran Soldevila, reeditada en 1962, pero modificó sustancial-mente su caracterización en el título del capítulo. El capítulo XXX de la obra de Ferran

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lítica, societat i cultura dels Països Catalans dirigida por Borja de Riquer (1997),37 y redactó diversos capítulos. También coordinó el volumen de-dicado a la Edad Moderna de la Història Agrària dels Països Catalans.38

Ha realizado un importante esfuerzo de carácter divulgativo. Pode-mos destacar, en este sentido, su tarea como redactora de la Gran Enci-clopèdia Catalana (que requeriría un estudio específico), los numerosos artículos publicados en L’Avenç y el apoyo que siempre dio a la revista Sàpiens, además de su participación en numerosas iniciativas vinculadas a la enseñanza de la historia.

Soldevila se titulaba «La temptativa de desnacionalització violenta i l’alçament de Cata-lunya».

37. Publicado por Enciclopèdia Catalana. El volumen 4, que coordinó con Xavier Torres, se titulaba «Crisi institucional i canvi social, segles Xvi i Xvii».

38. SerrA, Eva; SAlrACh, Josep M. (coords.). Edat Moderna, vol. 3. En girAlt, Emili (dir.): Història Agrària dels Països Catalans. Barcelona: Fundació Catalana per a la Recerca, 2008.

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LA FRONTERA ESTATAL EN LA CATALUÑA CONTEMPORÁNEA: UNA HISTORIOGRAFÍA DEL PERÍODO

DESPUÉS DE LOS TRATADOS DE BAYONA

ArielA houSe

Universitat de Barcelona

RESUMEN

Este artículo hace una aproximación a la historiografía dedicada a la frontera estatal en Cataluña después de los tratados de delimitación de Bayona (1856-1868). Está organizado en torno a tres ejes temáticos: la Comisión Internacional de los Pirineos, institución bilateral heredada de las negociaciones de Bayona; los Pirineos como lugar de paso durante las guerras de la primera mitad del siglo xx; y la implantación del régimen franquista en la frontera a partir de 1939. Se trata de una historiografía dispar y todavía reducida. Con la excepción de algunas obras sobre el paso de la frontera durante la Segunda Guerra Mundial, hay más artículos o capítulos que libros enteros. La tendencia a ver la frontera pirenaica como estable es un factor que explica la poca atención que ha recibido de los historiadores de la época contemporánea, pero la au-sencia de conflictos bélicos entre Francia y España permite examinar de otro modo las relaciones entre el Estado, la frontera y las comunidades que viven cerca de esta.

Palabras clave: fronteras, Pirineos, relaciones franco-españolas, Segunda Guerra Mundial, franquismo, control de fronteras.

ABSTRACT

This article deals with the historiography of the French-Spanish border in Catalonia since the Treaties of Baiona (1856-1868) that demarcated the boundary line, focusing on three topics: the International Commission of the Pyrenees, a bilateral institution

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that emerged from the Baiona negotiations; the Pyrenees as a place of passage during the wars of the first half of the 20th century; and the establishment of the Franco regime at the border, starting in 1939. The historiography of the Pyrenean border in this pe-riod remains limited in scope and number. With the exception of books about the border during the Second World War, most studies are short articles or book chapters. Because the Pyrenean border is seen as stable, it has not received much attention from historians of modern Europe. However, the lack of wars involving both France and Spain in this period allows the relationship between the state, the border, and border-land communities to be examined in a different light.

Keywords: borders, Pyrenees, French-Spanish relations, Second World War, Fran-co regime, border control.

ArielA House

Es doctora en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona. Ha defendido recientemente la tesis doctoral «El control de la frontera estatal a Catalunya, 1958-1978», dirigida por la doctora Queralt Solé. Trabaja sobre el control policial, la documentación de viaje que autorizaba el paso legal y el paso clandestino de la frontera. Originaria de Estados Unidos, es licenciada por el Smith College (Massachusetts) y cursó el máster de Estudios Históricos en la Universidad de Barcelona.

En 2016, en el número 129 de la presente revista, Patrici Pojada reivindi-caba la importancia de los siglos Xvi, Xvii y Xviii en la configuración de las fronteras en Europa.1 La época moderna, especialmente el siglo Xviii, constituye el bloque más completo de la historiografía de la frontera es-tatal en Cataluña. Algunos libros sobre los orígenes y consecuencias de la división de Cataluña entre las coronas francesa e hispánica toman como punto de partida la firma del Tratado de los Pirineos en 1659, o bien se remontan a la alianza franco-catalana de 1640 contra la Monarquía His-pánica. Otros autores han hecho estudios de larga duración que empiezan en períodos anteriores de la época moderna y llegan hasta el siglo XiX. Peter Sahlins, para el caso de la Cerdaña,2 y más recientemente el geógra-fo Joan Capdevila, para todo el Pirineo, siguen la evolución de la fronte-ra entre España y Francia desde 1659 hasta los tratados de Bayona (1856-

1. PoJAdA, Patrici. «Una historiografia de les fronteres a l’època moderna a través d’alguns casos ibèrics». Índice Histórico Español, 2.ª época, núm. 129, 2016, págs. 51-76.

2. SAhlinS, Peter. Boundaries: The making of France and Spain in the Pyrenees. Berke-ley: University of California Press, 1989, 351 págs.

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1868).3 Capdevila examina el proceso de deslinde de toda la frontera pirenaica, la mayor parte del cual se decidió en las negociaciones de Ba-yona. El objetivo de este artículo es hacer una aproximación a la historio-grafía sobre la frontera estatal en Cataluña después de los tratados de límites. La tendencia a ver la frontera pirenaica como estable es, sin duda, un factor importante que explica la poca atención que ha recibido por parte de los historiadores de este período en comparación con otras fron-teras europeas. Pero la ausencia de conflictos bélicos que enfrentaran a los dos estados no debería desincentivar la investigación. Al contrario, permite examinar desde otro ángulo las relaciones entre el Estado, la frontera y las comunidades que viven cerca de esta.

La historiografía de la frontera estatal en Cataluña después de 1868 es dispar y todavía reducida, lo cual se verá reflejado en este artículo, que está organizado en tres apartados en torno a tres ejes temáticos que permiten considerar las aportaciones de diferentes autores. Aquí no se pretende hacer una recopilación exhaustiva de toda la información disponible, sino una aproximación a los aspectos estudiados por autores que han enfocado sus investigaciones en la frontera pirenaica, especialmente en trabajos publica-dos en los últimos 25 años. Después de los tratados de Bayona, las relaciones bilaterales entre dos Estados que no están enfrentados permiten institucio-nalizar la frontera común, notablemente en la forma de la Comisión Inter-nacional de los Pirineos, que será el tema del primer apartado. Otra cuestión son las guerras que involucran, al menos oficialmente, solo a uno de los dos Estados. Estas provocan flujos de personas que las autoridades del Estado del que huyen quieren evitar y ante los que tendrán que reaccionar las au-toridades del vecino Estado. La reacción de estas autoridades dependerá de la coyuntura política y la importancia cuantitativa de los movimientos. El tercer apartado está dedicado a la posguerra española, cuando el recién instaurado régimen franquista busca consolidarse en la frontera. Las res-tricciones impuestas desde arriba continuarán alterando la vida de la po-blación fronteriza durante unos años después de finalizar el conflicto euro-peo y las incursiones más importantes de la guerrilla antifranquista.

Pojada empezaba su artículo con un examen de la evolución del tér-mino frontera, que en la época moderna no se definía exactamente de la misma manera que hoy en día. En este trabajo, la definición es la actual: el límite entre dos Estados. El punto de partida es, precisamente, el des-

3. CAPdevilA i SubirAnA, Joan. Historia del deslinde de la frontera hispano-francesa: del Tratado de los Pirineos (1659) a los tratados de Bayona (1856-1868). Madrid: Instituto Geográfico Nacional, 2009, 206 págs.

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linde de la frontera y la colocación de mojones para marcar la línea fijada por los tratados de Bayona. No obstante, hay que tener en cuenta no solo el límite entre los territorios de ambos Estados, sino también la zona fronteriza, que adquiere una definición oficial represiva cuando se trata de limitar la circulación.

Institucionalizar la frontera común: la Comisión Internacional de los Pirineos

El control de la frontera en el siglo XX heredó de las negociaciones de Bayona instituciones bilaterales que de alguna manera continuaron el trabajo de la comisión de deslinde. Joan Capdevila trata los mecanismos para garantizar el mantenimiento de los mojones fronterizos y resolver futuras cuestiones respecto al trazado de la frontera que se instituciona-lizaron a partir de la década de 1870 en el epílogo de su estudio sobre el deslinde de la frontera.4 Considera que el deslinde pretendía resolver con-flictos entre comunidades vecinas. No desapareció la conflictividad local después de 1868, pero los tratados de Bayona resolvieron muchas cuestio-nes: «uso y aprovechamiento de pastos, agua, pesca, propiedades dividi-das por la frontera, paso de personas, etc.».5 Para Capdevila, fue la mo-dernización de Francia y España lo que obligó a ambos Estados a crear mecanismos de cooperación para tratar nuevas cuestiones, en la forma de comisiones mixtas, de las cuales la más antigua es la Comisión Interna-cional de los Pirineos. Esta comisión nació a raíz de unos incidentes en la bahía de Hondarribia. En 1875, mediante canje de notas, se acordó encar-garle la resolución de cuestiones respecto al servicio aduanero y la inter-pretación de los convenios de límites. En 1887, una serie de tres canjes de notas estableció que las competencias de la comisión se extendieran a toda la frontera pirenaica y que los gobiernos de ambos Estados tuvieran que aprobar los acuerdos a los que llegara. La sede de la comisión se mantuvo en la zona fronteriza hasta 1927, pero veinte años después se convirtió, según Capdevila, en «un organismo de las administraciones centrales que se hacen ayudar por funcionarios regionales o por Comités técnicos mixtos».6 Aun así, debería preguntarse hasta qué punto el traslado a Ma-drid o París de las reuniones afectó realmente el funcionamiento de la

4. Ibídem, págs. 165-169.5. Ibídem, pág. 166.6. Ibídem, pág. 167.

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comisión, ya que había sido desde el principio una institución de carácter estatal.

Òscar Jané ve en la Comisión Internacional de los Pirineos una ins-titución para la aplicación del «reconeixement mutu» entre los dos Estados como los únicos interlocutores válidos para tratar cuestiones relacionadas con la frontera.7 Jané considera que esta comisión es la con-tinuación de la Comisión Mixta de Delimitación que elaboró los tratados de Bayona, «tot i canviar de nom i de funcionament». Mantuvo su activi-dad, «segurament per fer front a les reticències locals i posar pau davant els conflictes reals creats per la “repartició” fronterera, per al seu més estricte control».8 Así pues, hay que ver la Comisión Internacional de los Pirineos como un instrumento de control en el que se encontraban repre-sentantes de ambas administraciones, que se reconocían mutuamente como competentes para decidir en conflictos que pudieran poner en duda los límites territoriales entre la soberanía de los dos Estados, fijados por los tratados de Bayona. La conflictividad fue continua antes y después de 1868. La importancia de las negociaciones de Bayona y de la Comisión Internacional de los Pirineos radica en el reconocimiento mutuo entre los dos Estados que se impone a las comunidades fronterizas: «s’està obligant el món local a reconèixer un únic poder polític de negociació: el ministe-ri, l’Estat».9

El historiador del derecho Jacques Poumarède reconstruye la evolu-ción de la Comisión Internacional de los Pirineos desde su fundación hasta 1900, con algunos apuntes sobre la historia posterior, en un trabajo elaborado a partir de documentación del Ministerio de Asuntos Exterio-res francés.10 Incluye una extensiva nota a pie de página que repasa la li-mitada bibliografía sobre la comisión que existía hace veinte años, que se ha ampliado posteriormente con los trabajos aquí citados. La primera reunión de la comisión tuvo lugar el 21 de abril de 1876. Durante los pri-meros años de su existencia trabajó para resolver conflictos sobre la na-

7. JAné, Òscar. «Identitats de frontera o la construcció de la frontera franco-espan-yola a Catalunya». En eSPino, Antoni; JAné, Òscar (eds.): Guerra, frontera i identitats. Ca-tarroja: Afers, 2015, págs. 193-208.

8. Ibídem, pág. 206. 9. JAné, Òscar. «Litigis locals: usos per a la definició fronterera. Alguns casos de la

Cerdanya». En eSPino, Antoni; JAné, Òscar (eds.). Guerra, frontera i identitats. Op. cit., págs. 239-266.

10. PoumArède, Jacques. «Gérer la frontière: la Commission Internationale des Pyrénées (1875-1900)». En La frontière des origines à nos jours: Actes des journées de la So-ciété internationale d’Histoire du droit, Tenues a Bayonne, les 15, 16, 17 mai 1997, Presses Universtaires de Bordeaux, 1997, págs. 401-423.

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vegación en las aguas de zona fronteriza del País Vasco. En enero de 1880, cuando todo apuntaba a la próxima disolución de la comisión, estalló un conflicto sobre los derechos de pesca en el Bidasoa. Fue un conflicto en la Cerdaña entre los vecinos de Llívia y Er en 1885, sobre un canal de irrigación, lo que provocó la extensión hasta el Mediterráneo de las com-petencias de la comisión, que hasta entonces había tratado exclusivamen-te el tramo más occidental de la frontera. Esta disputa en concreto se resolvió por otras vías diplomáticas, pero la transformación de un con-flicto local en un asunto diplomático llevó a la diplomacia francesa a pro-poner ampliar las competencias de la comisión. A principios del siglo XX creció el número de miembros de ambas delegaciones de la Comisión In-ternacional de los Pirineos. Antes de 1914 se habían incorporado repre-sentantes de los ministerios de Agricultura, Obras Públicas y Guerra, lo cual manifiesta la diversificación de los ámbitos de trabajo de la comisión. No obstante, entre el fin de la Primera Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Civil española, la comisión solo se reunió tres veces: en 1921, en 1927 y en 1934. Poumarède nota que, aunque la Comisión Internacional de los Pirineos se interesó por conocer la opinión de los vecinos de la zona fronteriza, nunca aceptó la incorporación de representantes regionales o departamentales a sus deliberaciones.

Un estudio completo sobre la Comisión Internacional de los Pirineos debería tener en cuenta diversos trabajos del geógrafo Jean Sermet (1907-2003), que se pueden considerar a la vez una fuente primaria y secundaria. El autor, profesor universitario en Tolosa, fue miembro de la delegación francesa de la comisión a partir de la reanudación de las reuniones en 1949. En 1968 publicaba, a través del Ministerio de Asuntos Exteriores francés, un opúsculo de una veintena de páginas con motivo del centena-rio de los tratados de Bayona que también trata la historia de la comi-sión.11 Fue durante el franquismo cuando se produjo la ampliación más importante de la Comisión Internacional de los Pirineos, con la creación de diversas subcomisiones para tratar aspectos generales de las relaciones transfronterizas (intercambios de energía, asistencia mutua, veterinarios, creación de oficinas de controles nacionales yuxtapuestos en los puestos fronterizos) o problemas locales, como es el caso de las subcomisiones del lago de Lanós o del Garona superior.12 Sermet notaba que la actividad de la comisión más visible para el público a mediados del siglo XX era el

11. Sermet, Jean. Le centenaire des traités des limites et la commission internationale des Pyrénées. París: Imprimerie du Ministère des Affaires Étrangères, 1968. 21 págs.

12. Ibídem, págs. 18-19.

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estudio de la apertura de pasos fronterizos. En Cataluña, la única novedad fue la compleción de la carretera del Coll d’Ares a mediados de los años sesenta. Más referencias al trabajo de la Comisión Internacional de los Pi-rineos se encuentran en los estudios que Sermet dedicó a las comunica-ciones transfronterizas.13 En la obra de este autor se patentizan las buenas relaciones entre los dos Estados. El período de máxima cooperación has-ta entonces empezó en plena dictadura franquista, una vez superada la coyuntura inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Estado y frontera durante las guerras de la primera mitad del siglo xx

El tema principal de buena parte de la bibliografía sobre la frontera en el siglo XX es el Pirineo como lugar de paso durante la Segunda Guerra Mundial. Los protagonistas son los refugiados o evadidos que huían de la Europa ocupada por la Alemania nazi. Las fuerzas de orden público o armadas de los dos Estados (y del ocupante nazi) encargadas de la vigi-lancia de la frontera son presentadas con más o menos detalle para ave-riguar hasta qué punto era eficaz el control y qué riesgos asumían los viajeros clandestinos. La Primera Guerra Mundial ha sido menos estu-diada. Controlar las fronteras es una de las funciones de cualquier Estado, pero cuando uno de los dos Estados que comparten una frontera partici-pa en una guerra, los objetivos del control no son los mismos a un lado y al otro. También influye la naturaleza del régimen político, si bien los Estados democráticos también pueden limitar la salida de los hombres en función del cumplimiento del servicio militar obligatorio. Este control se hace mucho más importante en tiempo de guerra.

Miquèl Ruquet ha llenado un vacío en la historiografía de la frontera en el siglo XX con su tesis, publicada más tarde como libro, sobre la deser-ción y la insumisión a través de los Pirineos Orientales durante la Primera Guerra Mundial.14 Examina el perfil de los desertores e insumisos, sus motivos y las estrategias que usan para pasar la frontera, entre otros aspec-tos de la cuestión. Para el estudio de la relación entre el Estado y la fronte-

13. Sermet, Jean. Les routes transpyrénénnes. Toulouse: Société d’Histoire des Com-munications dans le Midi de la France, 1965, 328 págs; y «Progrés et état actuel des rélations hispano-françaises à travers les Pyrénées». En Actas del Séptimo Congreso Internacional de Estudios Pirenaicos, Seo de Urgel, 1974. Número extraordinario de Pirineos. Jaca: Instituto de Estudios Pirenaicos – Consejo Superior de Investigaciones Científicos, 1976, págs. 23-63.

14. ruquet, Miquèl. Déserteurs et insoumis de la Grande Guerres sur la frontière des Pyrénées-Orientales. Canet de Rosselló: Trabucaire, 2009, 549 págs.

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ra son especialmente interesantes las consideraciones que hace respecto a las limitaciones del control, que tienen causas geográficas y humanas, y los motivos de la baja tasa de deserciones. El Estado está representado en la frontera por funcionarios o soldados que, por motivos diversos, pueden resultar poco eficaces en el control de la frontera. Ruquet explica que los aduaneros, que desempeñaban un papel importante en la vigilancia de la zona, fueron criticados por los comisarios especiales por falta de rigor en la represión del paso clandestino. Muchos eran del departamento o eran occitanos casados con catalanas. Los gendarmes también recibieron críti-cas por falta de colaboración con los otros servicios de control y por poco celo en la detención de desertores. Los resultados obtenidos de la instala-ción de cordones militares en los pasos fronterizos decepcionaron a los comisarios especiales. Muchos de los soldados de los regimientos de infan-tería territorial eran del departamento o de departamentos vecinos: «Ils ne sont pas étrangers aux personnes qu’ils sont censés contrôler».15 Como los aduaneros, estos hombres, que en principio tenían que imponer el interés del Estado en controlar la frontera, se comportaban como vecinos de sus comunidades locales más que como agentes del Estado. Es más, algunos soldados territoriales, mayores que los hombres enviados al frente, eran analfabetos. En cuanto a las restricciones de circulación en el departamen-to fronterizo que se implementaron durante la guerra, tanto los alcaldes encargados de expedir salvoconductos como la población mostraban poco interés en el cumplimiento escrupuloso de las normas; era práctica exten-dida la expedición y la circulación con salvoconductos en blanco.

Para Ruquet, la baja tasa de insumisos y desertores durante la Prime-ra Guerra Mundial demuestra el éxito de la escuela francesa que se im-plantó a finales del siglo XiX. Aquí se ve claramente el poder del nacionalis-mo de Estado. A diferencia del siglo XiX, la deserción ya no era una práctica extendida en las comunidades rurales de Francia. Así pues, los esfuerzos para inculcar la adhesión al Estado en la nueva generación a través de la educación obligatoria crearon un clima en el cual la gran ma-yoría aceptó la llamada a filas. La organización del control de la frontera tenía muchas carencias, pero el mismo Estado había creado las condiciones para que no fuera tan necesario un control riguroso, al menos para evitar las deserciones. Aun así, en la zona fronteriza, el contacto con el otro lado, que incluía vínculos familiares, eclesiásticos, comerciales y de trabajo, per-mitía pensar fuera del marco del Estado francés. Ruquet cifra en dos mil los desertores e insumisos nord-catalanes, especialmente numerosos en los

15. Ibídem, pág. 453.

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cantones de Prats de Molló y Sallagosa. Algunos de los insumisos eran emigrantes nord-catalanes que ya vivían en el Principado antes de la guerra. Otro factor que complicaba el control de la frontera eran los trabajadores que se desplazaban desde el lado español, más necesarios que nunca para la economía nord-catalana ante la movilización masiva de hombres de na-cionalidad francesa. Gracias a la consideración de factores como este, el libro contribuye al conocimiento de la vida en ambos lados de la frontera a principios del siglo XX, además de la deserción durante la Gran Guerra.

El siguiente conflicto bélico que afectó la frontera pirenaica fue la Guerra Civil española. Jordi Rubió Coromina ha estudiado el éxodo de 1936 a través de los Pirineos.16 La frontera es mucho más protagonista aquí que en la historiografía del exilio de 1939, que ha sido más estudiado. Según Rubió, hay que diferenciar entre los exilios carlistas del siglo XiX o el exilio republicano de 1939, que se producen cuando el bando de los vencidos todavía controla la zona fronteriza para facilitar la fuga, y el éxo-do de 1936, que obliga a las personas a esquivar la vigilancia de las fuerzas del Estado republicano o de los milicianos. El Estado, a raíz de la respues-ta al intento de golpe de Estado, pierde el control de la frontera porque estalla también una revolución que se hace con el control de parte del terri-torio. Rubió distingue entre «dues grans etapes» en el control de la frontera durante la Guerra Civil: la primera, bajo el dominio de los milicianos, y la segunda, a partir de la recuperación del control por parte de los Carabine-ros, cuerpo de vigilancia del Estado. A pesar de situar esta recuperación en abril de 1937, cuando se puso fin al dominio anarquista en la Cerdaña, ex-plica que el gobierno de la Generalitat de Catalunya priorizó el tramo más oriental de la frontera, aproximadamente desde La Vajol hasta la costa, con el envío a finales de octubre de 1936 de ciento cincuenta soldados. Juan Negrín, ministro de Hacienda del gobierno republicano, reorganizó el Cuerpo de Carabineros. Fue criticado por convertirlo en una suerte de ejército personal, pero consiguió estrechar la vigilancia de la frontera.

No todas las personas que pasaron la frontera clandestinamente a principios de la guerra pretendían pasar al bando contrario, sino que existió un exilio que huía de toda participación en el conflicto. Este exilio, como las deserciones de la Primera Guerra Mundial que ha estudiado Ruquet, suponía un rechazo de las obligaciones hacia el Estado que po-nían en peligro la propia vida. Los intentos de fuga aumentan con la lla-mada de más levas al frente. En el contexto de una guerra civil, esta acti-

16. rubió CorominA, Jordi. L’èxode català de 1936 a través dels Pirineus. Girona: Gregal, 2015. 388 págs.

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tud contrasta con la decisión de pasarse al otro bando de aquellos que salieron por el Pirineo catalán para volver a entrar voluntariamente a territorio español por el País Vasco, ya bajo dominio franquista. Rubió dedica la última sección del libro al papel en la implantación del régimen franquista en Cataluña de los catalanes que habían hecho la guerra en ese bando. Así pues, el estudio de la frontera durante la Guerra Civil contri-buye al análisis tanto de los esfuerzos del Estado republicano para retomar el control del territorio después de la erupción de las milicias populares como de la constitución del nuevo Estado después de la victoria franquista.

La historiografía del paso de la frontera durante la Segunda Guerra Mundial empieza con los trabajos de Émilienne Eychenne. La historiado-ra reconstruyó historias de passeurs, redes de evasión y evadidos gracias a la documentación de los archivos y a testimonios orales y escritos de unos hechos que entonces solo tenían unos cuarenta años. De los cinco libros que publicó sobre el tema a partir de 1980, uno aborda específica-mente el paso en el departamento de los Pirineos Orientales,17 y otro en toda la frontera franco-española.18 Eychenne trata tanto las diferentes fuerzas de vigilancia (españolas, francesas y, a partir de la ocupación, alemanas) y la detención de evadidos por estas fuerzas como las diversas redes de evasión y los passeurs. Las comunidades fronterizas no están ausentes en la obra de Eychenne, que señala que nunca han dejado de pasar de un lado a otro y examina el papel de los contrabandistas que se convierten en passeurs de personas cuando la oportunidad se presenta debido al estallido de una guerra. Para estos residentes de la zona fronte-riza, el cierre de la frontera no es un obstáculo porque siempre la han atravesado por otros caminos para esquivar a la aduana.

Robert Belot estudia el tema de los evadidos en clave todavía más estrictamente francesa.19 Ve en el fenómeno «une sorte d’observatoire idéal de la France en guerre».20 El objetivo principal de su libro es reivin-dicar la memoria y la necesidad de estudiar las evasiones por España para aproximarse a «la troisième France», ni colaboracionista con la ocupación nazi, ni gaullista. Fue el general Henri Giraud, rival de Charles de Gaulle, quien se interesó por hacer llegar al norte de África a los evadidos que

17. eyChenne, Émilienne. Les Portes de la liberté: le franchissement clandestin de la fron-tière espagnole dans les Pyrénées-Orientales de 1939 a 1945. Toulouse: Privat, 1985, 284 págs.

18. eyChenne, Émilienne. Pyrénées de la liberté: les évasions par l’Espagne, 1939-1945. Toulouse: Privat, 1998, 2.ª edición, 317 págs.

19. belot, Robert. Aux frontières de la liberté: Vichy, Madrid, Alger, Londres: s’évader de France sous l’Occupation. París: Payard, 1998, 793 págs.

20. Ibídem, pág. 691.

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pasaban los Pirineos de forma clandestina. A pesar de este enfoque, se trata de un estudio extensamente documentado que también aporta in-formación sobre la actitud de la España franquista hacia la disidencia francesa que operaba en las representaciones diplomáticas francesas de Madrid y Barcelona y entraba clandestinamente por la frontera pirenaica.

Josep Calvet ha retomado la idea de Eychenne de los Pirineos como «las montañas de la libertad» para los evadidos y refugiados de la Segun-da Guerra Mundial.21 A diferencia de la historiadora francesa, centró su investigación en archivos del lado español de la frontera. Una parte im-portante del libro sigue el paso por prisiones y campos de concentración de personas detenidas después de entrar en territorio español. Para este autor, las relaciones entre comunidades de un lado y otro han sido una constante en la historia de la frontera, pero es en el período que abarca la guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial cuando los caminos pirenaicos «adquirieron su mayor protagonismo»,22 con sucesivos movi-mientos de personas en un sentido o el otro siguiendo la coyuntura polí-tica y bélica en cada Estado. Como se verá a continuación, Calvet es también el autor de un trabajo sobre el control de la frontera en la pos-guerra española, más dedicado a las medidas represivas que alteraron la vida cotidiana de la población de la vertiente sur. Otro historiador que ha estudiado estos dos aspectos de la historia de la frontera pirenaica en Cataluña es Josep Clara. En cuanto a la Segunda Guerra Mundial, ha re-construido la presencia de fuerzas de la Alemana nazi en la frontera de los Pirineos Orientales y las relaciones entre estas y las autoridades fran-quistas, de 1942 a 1944, a partir de documentación policial del fondo del Gobierno Civil de Girona.23

El control de la frontera por el Estado franquista

La España que tuvo que reaccionar ante la entrada de refugiados y eva-didos fue la del régimen franquista, vencedor de la guerra civil que termi-nó poco antes de estallar la guerra europea. Puede ser útil, pues, distinguir entre la historiografía centrada en la Segunda Guerra Mundial y otra, más reducida, que tiene más que ver con la consolidación del control de

21. CAlvet, Josep. Les muntanyes de la llibertat: El pas d’evadits pels Pirineus durant la Segona Guerra Mundial. Barcelona: L’Avenç, 2008, 237 págs.

22. Ibídem, pág. 199.23. ClArA, Josep. Nazis a la frontera dels Pirineus Orientals. Barcelona: Rafael Dal-

mau, 2016, 128 págs.

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la frontera por parte del nuevo Estado franquista a partir de 1939. En 1993, Javier Antón Pelayo, autor de un trabajo temprano sobre el tema, elabo-rado a partir del fondo del Gobierno Civil de Girona, se lamentaba de que la bibliografía sobre el control policial de la frontera durante el primer franquismo se limitaba a estudios realizados por miembros de las propias fuerzas policiales con acceso a archivos secretos y obras de antiguos com-batientes que reivindicaban la importancia del maquis en la historia de la oposición antifranquista.24 Un trabajo de Josep Calvet de 1999 sobre el Pirineo de Lleida complementa el estudio de Antón Pelayo sobre las co-marcas gerundenses.25 El historiador militar Fernando Martínez de Baños aporta información procedente de archivos militares y aragoneses que se puede contrastar con los estudios realizados en Cataluña en un libro sobre la lucha del ejército español contra el maquis en el Alto Aragón y en el Val d’Aran.26 Otra fuente, contemporánea al trabajo de Antón Pelayo, es la tesis de Jean-Louis Blanchon, disponible en la biblioteca del Pabellón de la Re-pública de la Universidad de Barcelona, que aporta detalles sobre la vida en la Cerdaña de 1936 a 1948.27 En este apartado, a diferencia de los ante-riores, no se tratarán uno por uno los trabajos, sino que se examinará lo que dicen los autores sobre algunos aspectos clave del control de la fronte-ra durante los primeros años del franquismo: la alternancia entre el control militar y el control civil, las medidas represivas que se imponen a la pobla-ción local y la efectividad de estas para disuadir la colaboración con la guerrilla antifranquista, los destierros y la creación de una extensiva zona fronteriza por la que no se puede circular sin un salvoconducto especial.

Al finalizar la Guerra Civil, la vigilancia y el control de la frontera eran competencia del ejército franquista. En los años siguientes se produ-ciría una alternancia entre el poder militar y el civil en este ámbito, deter-minada por el curso de la guerra europea y la actividad del maquis. A finales de 1942, a raíz de la ocupación alemana de la Francia de Vichy, el ejército volvió a hacerse cargo de ello. Movilizó a las quintas de 1938, 1939,

24. Antón PelAyo, Javier. «El control policial de la frontera nordeste durante el pri-mer franquismo». En tuSell, Javier (coord.): El régimen de Franco, 1936-1975: política y relaciones exteriores, vol. 1. Madrid: UNED, 1993, págs. 227-236.

25. CAlvet, Josep. «El control de la frontera durante el primer franquismo: la creación de la zona policial en el Pirineo de Lleida». En Tiempos de silencio. Actos del IV Encuentro de Investigadores del Farnquismo, Valencia, 17-19 de noviembre de 1999. Valencia: Universitat de València, 1999, págs. 12-17.

26. mArtínez de bAñoS, Fernando. «Hasta su total aniquilación»: El Ejército contra el maquis en el Valle de Arán y en el Alto Aragón, 1944-1946. Madrid: Almena, 2002, 254 págs.

27. blAnChon, Jean-Louis. La Cerdagne, pays frontière (1936-1948). Rupture ou continui-té? Tesis doctoral, Université de Toulouse-Le Mirail, 1992, 2 vols., 372 y 237 págs.

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1940 y 1941 para destinar más soldados al Pirineo.28 Tras un período de vigilancia civil, a principios de 1944 se dieron instrucciones para que las ca-pitanías generales se prepararan para hacerse cargo de la vigilancia y el orden público en la zona fronteriza en el caso de una invasión aliada de Francia. El desembarco de las tropas aliadas en Normandía, en junio de 1944, activó este plan. Las fuerzas de orden público en la zona fronteriza de las provincias de Girona y Lleida pasaron a depender de la Capitanía General de la IV Región Militar.29 La lucha contra los guerrilleros españoles motivó, a finales de 1944 y principios de 1945, la concentración más importante de fuerzas armadas y de seguridad en la frontera de todo el período.30

La vida cotidiana de la población fronteriza se vio alterada conside-rablemente. Para hacer frente al maquis, se impusieron medidas restric-tivas que obligaban a los habitantes de las masías situadas en la zona fronteriza a colaborar con las fuerzas armadas y de seguridad. Tenían que denunciar la presencia de personas sospechosas y podían ser obligados a hacer de guías, a prestar sus vehículos a estas fuerzas y a alojarlas. Ade-más, los que contaban con licencia de tenencia de escopetas tenían la obligación de presentarse para colaborar con los trabajos de control siem-pre que fuera necesario. Los clasificados como desafectos al régimen y los familiares de exiliados podían estar confinados en el pueblo o en sus casas durante momentos de alarma. Se prohibió la caza, el excursionismo, cir-cular por el campo por la noche y tener luces o fuegos encendidos a partir de las 22 horas.31 En la Cerdaña, a partir del 4 octubre de 1944, se prohi-bieron los desplazamientos nocturnos, de 20h a 7h.32 El incumplimiento de las normas se castigaba con un arresto gubernativo o una multa.

Según Antón Pelayo, las medidas restrictivas lograron crear un clima poco favorable a los guerrilleros entre la población local, pero la policía creía que muchas masías colaboraban activamente con ellos. Este proble-ma motivó la elaboración en 1946 de informes detallados sobre los habi-tantes de las masías de la zona fronteriza de la provincia de Girona, que

28. CAlvet, Josep. «El control de la frontera durante el primer franquismo: la creación de la zona policial en el Pirineo de Lleida». Op. cit., pág. 13.

29. Ibídem, pág. 13; mArtínez de bAñoS, Fernando. «Hasta su total aniquilación»: El Ejército contra el maquis en el Valle de Arán y en el Alto Aragón, 1944-1946. Op. cit., pág. 73.

30. Antón PelAyo, Javier. «El control policial de la frontera nordeste durante el pri-mer franquismo». Op. cit., pág. 232.

31. Ibídem, pág. 233; CAlvet, Josep. «El control de la frontera durante el primer fran-quismo: la creación de la zona policial en el Pirineo de Lleida». Op cit., pág. 15.

32. blAnChon, Jean-Louis. La Cerdagne, pays frontière (1936-1948). Rupture ou conti-nuité? Op. cit., vol. II, pág. 35.

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recogieron datos sobre sus antecedentes e ideología política.33 En cuan-to a la provincia de Lleida, Calvet considera que las medidas represivas, aunque contribuyeron a crear una dinámica desfavorable al maquis, no consiguieron el efecto deseado. Las autoridades atribuían la escasez de las detenciones que se habían podido llevar a cabo a la falta de colabora-ción de los catalanes fronterizos, que contrastaba con la actitud de la población de la zona fronteriza vasco-navarra. En algunos puntos del Pirineo por los que habían pasado los guerrilleros la presión militar no se disipó al volver la tranquilidad y el comandante militar de la población continuó imponiendo su autoridad al poder civil del alcalde.34

Otra práctica represiva que caracterizó la posguerra española en la zona fronteriza fueron los destierros. Había dos categorías de destierros, denominados por Antón Pelayo definitivos y transitorios. Las personas sujetas a un destierro definitivo fueron obligadas a instalarse en el interior del territorio español. Cuando se producían o se temían problemas en la frontera (por ejemplo, la invasión del maquis en el Val d’Aran, o al fina-lizar la guerra europea), las personas que las autoridades habían identifi-cado como «elementos peligrosos» sufrían un destierro transitorio que las obligaba a alejarse de la frontera, a veces durante períodos de hasta seis meses. Los obligados al destierro transitorio no podían quedarse en la zona fronteriza, pero tenía la posibilidad de irse a una zona más lejana dentro de la misma provincia; muchos pasaron esos meses en Girona.35 Los militares, guardias civiles y policías depurados fueron obligados a abandonar la zona fronteriza por orden del capitán general en octubre de 1944. En cuanto al Pirineo de Lleida, Calvet cuenta que las visitas de Francisco Franco para presidir la inauguración de centrales hidroeléctri-cas fueron motivo para desterrar temporalmente a personas en libertad vigilada. Los residentes de la zona fronteriza que se encontraban en esta situación penal vivían con la posibilidad de tener que abandonar sus pue-blos en cualquier momento. En algunos casos se produjeron enfrentamien-tos entre el Gobierno Civil de Lleida y alcaldes que no estaban de acuerdo con la decisión de desterrar a un vecino del pueblo.36

33. Antón PelAyo, Javier. «El control policial de la frontera nordeste durante el primer franquismo». Op. cit., págs. 233-235.

34. CAlvet, Josep. «El control de la frontera durante el primer franquismo: la creación de la zona policial en el Pirineo de Lleida». Op. cit., pág. 15.

35. Antón PelAyo, Javier. «El control policial de la frontera nordeste durante el primer franquismo». Op. cit., pág. 231.

36. CAlvet, Josep. «El control de la frontera durante el primer franquismo: la creación de la zona policial en el Pirineo de Lleida». Op. cit., pág. 14.

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Los autores ya citados no llevaron sus investigaciones más allá de la década de 1940. Un trabajo de Josep Clara sigue la evolución de la zona fronteriza y los salvoconductos en la provincia de Girona hasta que se suprimieron en la fecha tardía de octubre de 1955. Incluye un anexo en el que se reproduce documentación gubernativa que aporta más detalles. Clara, siguiendo un informe preparado por el Gobierno Civil de Girona en 1955, atribuye el establecimiento de la zona fronteriza a una circular de la Dirección General de Seguridad de 10 de septiembre de 1941.37 Las aportaciones de Blanchon y Calvet hacen pensar que esta circular supuso la ampliación de una zona establecida en 1939, y que estableció el sistema de salvoconductos que duraría hasta la supresión de la zona fronteriza. La Guardia Civil estableció puntos de control en las vías de entrada y salida de la zona fronteriza.38 Como dice Clara, «la frontera era abans de la frontera». Había puntos habilitados para controlar el paso entre la zona restringida y el resto del territorio español, con una función parecida a la de los puntos habilitados para el paso de la frontera estatal. Los límites meridionales de la zona en la provincia de Lleida se establecieron en una línea que empezaba en Areny de Noguera (provincia de Huesca) y pasaba por la Pobla de Segur, Coll de Nargó y Sant Llorenç de Morunys.39 En la provincia de Girona, la carretera de Roses-Figueres-Olot-Ripoll marcaba los límites.40 Estos límites sufrieron más cambios en los años cuarenta. Clara recoge una instrucción de 1950 de la Capitanía General de la IV Re-gión Militar que da unos límites aún más meridionales que los de junio de 1944, especialmente en el este, donde la zona fronteriza alcanzaba Palamós, si bien esquivaba Girona por el norte.

Todos los autores mencionan la zona fronteriza porque fue uno de los elementos claves del control represivo que practicaron las autoridades franquistas en la posguerra. El enfoque de cada estudio en un ámbito geográfico concreto, con la consulta de archivos distintos, hace impres-cindible la lectura de todos estos autores para realizar una aproximación a la evolución de la zona fronteriza, aunque el trabajo de Clara es el más completo para este tema. Según este historiador, la exigencia del salvocon-ducto se podía justificar por la actividad del maquis solo hasta 1949. En

37. ClArA, Josep. «Quan la frontera era abans de la frontera i calia un salconduit es-pecial». En Temps de postguerra: Estudis sobre les comarques gironines. Girona: Cercle d’Es-tudis Històrics i Socials, 2000, págs. 195-214.

38. CAlvet, Josep. «El control de la frontera durante el primer franquismo: la creación de la zona policial en el Pirineo de Lleida». Op. cit., pág. 14.

39. Ibídem, pág. 13.40. ClArA, Josep. «Quan la frontera era abans de la frontera...», Op. cit., pág. 196.

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julio de 1952, la Dirección General de Seguridad reafirmó la obligatorie-dad del salvoconducto, en respuesta a un escrito del gobernador civil de Gipuzkoa sobre la posibilidad de suprimir el requisito, después de con-sultar con el Alto Estado Mayor. En 1955, el alcalde de Figueres propuso modificar los límites de la zona fronteriza para que quedaran al norte de la ciudad. Obtuvo el apoyo del gobernador civil de Girona, pero la Direc-ción General de Seguridad contestó que establecer los límites de la «zona impermeabilizada» era competencia del Estado Mayor Central del Ejér-cito. Como cuenta Clara, la orden de supresión de los salvoconductos del ministro de la Gobernación, de 4 de octubre de 1955, fue consecuencia de la visita, el día anterior, de Francisco Franco al castillo de Peralada, como invitado de Miquel Mateu. El historiador cree que Mateu fue cómplice en la llegada tardía de un cocinero, hecho que permitió que Franco se ente-rara del requisito del salvoconducto y las consecuencias negativas que tenía para la vida cotidiana en la zona. Clara atribuye el interés del go-bernador civil en mantener los salvoconductos al hecho de que una parte del dinero se quedaba en Girona, ya que «les liquidacions permetien un cert marge de maniobra» para no mandar todo el importe recaudado a Madrid.41 Aunque este historiador no entra en un análisis más elaborado de los hechos que relata, la historia de los salvoconductos de la zona fron-teriza apunta a la necesidad de evitar ver el Estado únicamente en térmi-nos abstractos, en vez de considerar a los individuos que integraban, en este caso, el aparato de orden público del Estado franquista.

Hasta aquí se ha hecho una selección parcial de la historiografía de la frontera estatal catalana después de los tratados de Bayona, centrada en aquellos estudios que se enfocan principalmente en el hecho fronterizo. En los títulos de las obras citadas aparece el término frontera o Pirineos, o ambos, con una única excepción que hace referencia a dos territorios fronterizos del Estado español. No se ha considerado la bibliografía sobre exilios, con la salvedad de autores que ponen el énfasis en el hecho de atravesar la frontera. Como es evidente, la historiografía de los exilios que se han producido desde 1870 (el de 1939 es el más estudiado) también tiene algo que decir sobre la frontera, aunque esta no sea el tema principal. Para una aproximación más completa, habría que examinar no solo la limitada bibliografía sobre la Comisión Internacional de los Pirineos, sino también la historiografía más generalista de las relaciones diplomáticas, como por ejemplo el estudio detallado que Anne Dulphy dedica a las re-laciones franco-españolas durante la década posterior a la Segunda Gue-

41. Ibídem, pág. 206.

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rra Mundial, de 1945 a 1955. 42 Reconstruye el cierre de la frontera por el Gobierno francés en 1946, motivado por su rechazo al régimen franquis-ta, y el restablecimiento del tráfico normal que acompañó la normaliza-ción de las relaciones entre los dos gobiernos. Desde la historia del turis-mo se han reconstruido las restrictivas condiciones de entrada para los turistas extranjeros durante la posguerra española y la gradual relajación de estas normas hasta la supresión de los visados de entrada que contri-buyó al boom turístico de los años sesenta, un fenómeno que hizo que se multiplicaran las cifras de tránsito de la frontera pirenaica.43

Como señalaba Patrici Pojada, una parte de la historiografía de las fronteras en la Edad Moderna ha evolucionado hacia el estudio de las prác-ticas sociales.44 Las comunidades fronterizas están presentes en la histo-riografía que se ha resumido aquí, pero el bloque principal se centra esen-cialmente en los sucesos de la Segunda Guerra Mundial. Con la excepción de los libros sobre los Pirineos como lugar de paso durante este conflicto, hay más artículos o capítulos que libros completos dedicados a la fronte-ra. Se ha investigado aún menos la frontera durante la época posterior, las últimas dos décadas de la dictadura y la transición posfranquista que per-mitió que España empezara a negociar su entrada en la Comunidad Euro-pea como estado democrático. No hay estudios extensivos de larga dura-ción, ni siquiera sobre varias décadas, que sigan los efectos de los cambios políticos en los dos Estados tanto en tiempos de guerra o de inmedia-ta posguerra como en períodos más alejados de los conflictos bélicos.

42. dulPhy, Anne. La politique de la France à l’égard de l’Espagne de 1945 à 1955: entre idéologie et réalisme. París: Direction des archives et de la documentation, Ministère des affaires étrangères, 2002, 829 págs.

43. Correyero ruiz, Beatriz. «La administración turística española entre 1936 y 1951. El turismo al servicio de la propaganda política». Estudios Turísticos, núm. 163-164, 2004, págs. 55-79; PACk, Sasha D. Tourism and dictahip: Europe’s peaceful invasion of Franco’s Spain. Nueva York: Palgrave Macmillan, 2006, 273 págs.

44. PoJAdA, Patrici. «Una historiografia de les fronteres a l’època moderna a través d’alguns casos ibèrics». Op. cit., págs. 72-73.

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UN CONCEPTO A DEBATE. VISIONES HISTORIOGRÁFICAS

SOBRE LA REVOLUCIÓN

eliSAbet viveS i requenA

London School of Economics

RESUMEN

Este artículo presenta a grandes rasgos algunos de los debates fundamentales en torno al concepto revolución, desde diferentes ángulos. En primer lugar, se exponen varias conceptualizaciones de este fenómeno. A continuación, se analiza la distinción entre buenas y malas revoluciones hecha desde algunos sectores intelectuales, con la cuestión social como clave interpretativa. En tercer lugar, se presenta el caso específico del fascismo como ejemplo de movimiento límite entre revolución y contrarrevolución. Finalmente, en el apartado dedicado a las conclusiones, además de una breve reflexión sobre cada uno de los debates, se propone una posible vía para futuras investigaciones.

Palabras clave: revolución, contrarrevolución, historiografía, fascismo, modernidad.

ABSTRACT

The present article presents some of the fundamental debates around the concept “revolution”, from different perspectives. First, it explores several conceptualisations of the revolution. Second, it analises the distinction between “good” and “bad” revolu-tions, drawn by some intellectual figures, with the «social question» at its core. Third, it presents the specific case of fascism, as an example of a movement placed at the edge of both revolution and counterrevolution. Finally, the Conclusions offer a brief reflec-tion on each of the debates aforementioned and a possible way for further research.

Keywords: revolution, counterrevolution, historiography, fascism, Modernity.

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elisAbet vives i requenA

Elisabet Vives i Requena (Barcelona, 1994) es graduada en Historia por la Uni-versidad de Barcelona y en Filosofía por la Universidad Ramon Llull, y máster en Filosofía y Políticas Públicas por la London School of Economics and Poli-tical Science (LSE). Sus campos de investigación son la historia contemporánea, con especial interés en el pensamiento contemporáneo, y la teoría política.

La revolución ha definido el mundo contemporáneo desde su génesis. Tan-to si se toma la Revolución americana como la francesa o incluso la rusa para marcar el punto de partida del momento histórico actual, en los tres acontecimientos subyace la idea de la subversión del orden establecido protagonizada por gente que, con más o menos conciencia, cambió el fu-turo para siempre.

Los historiadores de la contemporaneidad, pues, no pueden rehuir el esfuerzo de comprender el significado de la palabra revolución como con-cepto historiográfico. Nuestra época ha sido casi tan rica en revoluciones como en propuestas teóricas para comprender el significado de las mis-mas. Es por eso que este artículo presenta a grandes rasgos algunos de los debates fundamentales en torno a este concepto desde diferentes ángulos.

En primer lugar, se introducen varias conceptualizaciones de la revo-lución, que han sido y son determinantes para comprender los hechos históricos y que a menudo se sitúan entre la historia y la teoría política. A continuación, se analiza el papel de la cuestión social en los movimientos revolucionarios y de qué manera ha sido interpretado por los autores. Una de las interpretaciones que ha tenido más impacto historiográfico tiene que ver con una distinción entre buenas y malas revoluciones, que se explo-ra en profundidad. En tercer lugar, se presenta el caso específico del fas-cismo como ejemplo de movimiento límite, que ha generado y genera fuer-tes debates sobre si se trata o no de un movimiento revolucionario. Finalmente, en las conclusiones, aparte de una breve reflexión sobre cada uno de los debates, se propone una posible vía para futuras investigaciones.

Un mapa del debate

La historiografía y la teoría política posteriores a la Segunda Guerra Mundial han hecho varias lecturas de los fenómenos revolucionarios. En esta primera sección, se dibujan algunas, que tienen que ver con el modo de concebir y estudiar las revoluciones, con la forma de entender su rela-ción con la modernidad y con la manera de limitarlas en el tiempo.

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En primer lugar, se presentarán dos vías muy diferentes de analizar las revoluciones: por un lado, estarían los autores que tienen una aproxi-mación dialéctica a la cuestión, es decir, que buscan una explicación de las revoluciones y sus dinámicas en la relación que se establece entre los revolucionarios y sus enemigos, y que encuentran en estas relaciones el nudo interpretativo del fenómeno; y por otro lado, se hallarían los autores que se han centrado en definirlas autónomamente, como acontecimientos autosuficientes en la historia cuyas claves explicativas remiten al fenóme-no en sí mismo. En segundo lugar, se intentará esbozar cada una de estas posturas a partir de la comparación entre dos autores: Arno Mayer y Hannah Arendt. Los dos desarrollaron sus trabajos sobre todo en Estados Unidos durante los años centrales del siglo XX, pero proceden de áreas de conocimiento que tienen miradas diferentes sobre la historia. Mayer es historiador de formación, mientras que Arendt provenía del mundo de la filosofía y posteriormente se centró en la teoría política. Esta diferencia puede servir para explicar, en parte, la divergencia sustancial a la hora de concebir el fenómeno revolucionario: Arendt lo analiza desde un plano que tiende a dar prioridad al paso de la acción al pensamiento y del pen-samiento a la acción siempre dentro del sector revolucionario, mientras que Mayer da prioridad a la oposición dialéctica entre las fuerzas de la revolución y las de la contrarrevolución.

Arno Mayer desarrolla su pensamiento sobre las revoluciones en el libro The Furies. Violence and terror in the French and Russian Revolutions, del 2001. La obra se basa en la posibilidad de comparación de las revolu-ciones francesa y rusa, las cuales inscribe siempre en los mismos paráme-tros conceptuales. Con estos dos hechos históricos, Mayer desarrolla la tesis de que la palabra-concepto revolución es histórica y ha sido definida en función del contexto, de forma que no hay concepto de revolución al margen de las revoluciones que se han producido en momentos fechables de la historia. Asimismo, cada fenómeno que los autores han considerado revolucionario ha servido para redefinir o, al menos, pulir el concepto.1 Un concepto que, además, no es en absoluto monocausal, sino más bien al contrario: «No hay revolución sin terror ni violencia, sin guerra civil y foránea, sin iconoclastia y conflicto religioso, sin resistencia y contrarrevo-lución».2 Esta frase constituye un tipo de índice del libro y permite orien-tarse en el análisis de sus planteamientos.

1. mAyer, Arno J. The Furies: Violence and terror in the French and Russian Revolutions. Nueva Jersey: Princeton University Press, 2002, pág. 25.

2. Ibídem, pág. 4.

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Pero su tesis central es que, para entender la Revolución francesa y la Revolución rusa, y las dinámicas que tomaron, hay que interpretarlas de forma dialéctica,3 porque su motor se encontró fundamentalmente en las fuerzas que se opusieron.4 Así, no hay revolución sin contrarrevolución, son inseparables, como lo son la acción y la reacción, de forma que un fenómeno se tiene que concebir y examinar en función del otro, y vicever-sa.5 Es por eso que los dos primeros capítulos se dedican a la conceptua-lización de la revolución y de la contrarrevolución. Mayer concluye que las furias de la revolución se explican sobre todo por las resistencias que se oponen. Esta lucha dialéctica con las fuerzas contrarrevolucionarias fue especialmente agresiva porque los movimientos revolucionarios francés y ruso pretendieron un nuevo comienzo, es decir, la consagración de un nuevo orden, que necesitaba legitimarse con urgencia.6

A partir de aquí, el historiador estadounidense resume algunos de los elementos más importantes de toda revolución: la violencia, la vulnera-bilidad o ductilidad ante la guerra (sea civil o externa), la desintegración del poder central y el caos que se deriva, y la pretensión inicial de univer-salidad, a pesar de que posteriormente tanto la francesa como la rusa (cada una a su manera) se concretaron en la unión con el nacionalismo.7

En cuanto a la contrarrevolución, el autor norteamericano hace una interesante distinción entre contrarrevolución y antirrevolución: la prime-ra se realiza desde arriba, desde las élites contra las cuales más directa-mente se dirige la revolución, mientras que la segunda surge de forma espontánea e irregular desde bajo, en ambientes populares, sobre todo rurales. Esta clara separación originaria explica la falta de conexión entre un movimiento y otro, cosa que a su vez es la causa de la necesidad que la contrarrevolución tiene de la intervención de poderes extranjeros: las éli-tes contrarrevolucionarias son incapaces de crear un movimiento unitario con las fuerzas populares antirrevolucionarias.8

Así pues, la contrarrevolución no es menos poliédrica que la revolu-ción, y en ella se pueden distinguir tres grupos: la reacción, caracterizada por un pesimismo antropológico, que es ateórica o preteórica y tradicio-nalista; el conservadurismo, también marcado por el pesimismo antropo-lógico, a pesar de que tiene origen en el tradicionalismo, que se origina

3. Ibídem, pág. 17.4. Ibídem, pág. 4.5. Ibídem, pág. 6.6. Ibídem, pág. 23.7. Ibídem, págs. 30-33.8. Ibídem, pág. 7.

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durante la Ilustración, de forma que, aparte de defender la preservación del orden, incorpora el pragmatismo y el empirismo, es decir, es más teó-rico y programático; y la contrarrevolución, más doctrinal, con más prin-cipios y más apasionada que los dos tipos anteriores, que tiene una cos-movisión que se concreta en una ideología y un programa muy concretos, en los que la idea de purificación juega un rol especial, y que, a pesar de que es revolucionaria a nivel metodológico, no lo es en cuanto al conte-nido.9

En resumen, la dialéctica entre revolución y contrarrevolución cons-tituye el nervio central de la obra de Mayer, puesto que es el «rostro de Jano» de las revoluciones el que define las características principales, jun-to con su capacidad de ser influidas y modificadas profundamente por las circunstancias y dinámicas sincrónicas que las rodean o que las incluyen, en especial las externas. Esta perspectiva, como veremos a continuación, dista mucho de la de Hannah Arendt.

Arendt analizó con profundidad la cuestión revolucionaria en el libro On Revolution, publicado en 1963. La pensadora alemana aporta una mi-rada sobre la revolución que se diferencia de la de Arno Mayer por varios elementos fundamentales: en primer lugar, la comparación que centra la reflexión ya no es la relación mimética entre Revolución francesa y Revo-lución rusa, sino la oposición entre Revolución americana y Revolución francesa, aspecto que será tratado más adelante. En segundo lugar, la suya es una visión mucho más cercana a la historia de las ideas, en la que los acontecimientos históricos concretos pierden protagonismo ante el aná-lisis del pensamiento de los autores (filósofos, políticos, literatos) contem-poráneos y posteriores a las revoluciones. Y en tercer lugar, define, en una reflexión muy libre, la revolución desde dentro, es decir, analiza los com-ponentes internos y los teoriza dejando al margen aspectos que para Ma-yer son fundamentales, como el movimiento contrarrevolucionario o las guerras civiles y foráneas que se entrelazan con toda revolución (sobre todo en el caso francés).

Desde el principio, la pensadora germánica establece un paradigma de la revolución íntimamente ligado a la libertad, factor que permite di-ferenciar la violencia bélica de la revolucionaria,10 a la vez que la guerra solo encuentra legitimación en la adopción de una forma de revolución liberadora.11 También en los primeros compases de la obra adivinamos

9. Ibídem, págs. 50-52.10. Arendt, Hannah. On Revolution. Nueva York: Compass Books, 1965, pág. 2. 11. Ibídem, pág. 8.

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que la violencia adquirirá un papel central, junto con el «problema del comienzo».12

Una de las tesis fundamentales del libro de Arendt es que las revolu-ciones tal como las entendemos ahora son un fenómeno exclusivamente moderno. Para explicarlo, ofrece tres caminos. En primer lugar, explica el cambio de significado del término revolución: en su origen estaba aso-ciado a la astronomía; después fue empleado en política para significar el movimiento de regreso a algún punto preestablecido, es decir, una restau-ración (como la Revolución inglesa de 1688);13 y por último, con la Revo-lución francesa, el término hizo un giro considerable, pero se siguió em-pleando por la noción de irresistibilidad (heredada del término astronómico) y de irrevocabilidad que implicaba,14 ahora ya no dada por las fuerzas celestiales, sino por las mundanas.15 En segundo lugar, la mo-dernidad de las revoluciones se explica también por su íntima relación con el ya mencionado problema del comienzo y de la novedad, que solo apa-rece en la arena política después del descubrimiento del Nuevo Mundo, América, y de la revolución científica, iniciada durante aquella época histórica.16 Y en tercer lugar, la revolución tal como la entendemos ahora es fruto de las dos grandes revoluciones de finales del Xviii.17 Las revolu-ciones americana y francesa comportaron una nueva experiencia, la ex-periencia de ser libre, que a la vez fue la experiencia de la facultad huma-na de empezar algo nuevo. Estas dos experiencias están en la raíz del pathos18 revolucionario que encontramos en América y en Francia, el «pathos de la novedad» («pathos of novelty»19), que solo se produce en el contexto mismo de los acontecimientos revolucionarios, nunca tiene una previa formulación teórica.20 Precisamente, esta pasión de la novedad y la cone-xión de esta con la idea de libertad son los dos elementos definidores de la revolución.21

Por lo tanto, la aproximación que la filósofa hace a la revolución es mucho más interna, mucho más unívoca, mucho más autosuficiente que

12. Ibídem, págs. 10-11.13. Ibídem, págs. 35-36.14. Ibídem, págs. 40-41.15. Ibídem, pág. 42.16. Ibídem, pág. 17.17. Ibídem, pág. 21.18. Pathos proviene del griego παθος y hace referencia al sufrimiento como sufrimiento

o como experiencia de una emoción.19. Arendt, Hannah. On Revolution. Op. cit, pág. 27.20. Ibídem, pág. 30.21. Ibídem, pág. 27.

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la de Mayer. Arendt no necesita analizar cuál fue el contexto concreto de las fuerzas que intervinieron en los conflictos revolucionarios (sean las revolucionarias mismas, las contrarrevolucionarias o las guerras), sino que encuentra la fuente interpretativa en las ideas internas del movimien-to mismo.

Sin duda, otro de los debates más importantes de las últimas décadas sobre qué quiere decir revolución tuvo lugar en la década de 1980 entre dos pensadores de orientación marxista: Marshall Berman y Perry Anderson. No se puede olvidar que el objetivo del debate no era meramente teórico, sino que constituía un intento de una parte del socialismo occidental de hacerse un lugar en el espectro político y volver a dotar de sentido sus conceptos fundamentales, entre los cuales la revolución tiene un papel privilegiado.

En 1982, el filósofo y humanista marxista americano Marshall Ber-man publicó All that is solid melts into air: the experience of Modernity, que se convertiría en su obra más conocida y representativa. El objetivo del autor es definir la modernidad no como una época histórica, sino como un estado vital y psicológico. Para él, ser moderno no tiene que ver con unos hechos históricos determinados, sino con una cierta actitud ante el mundo actual. A pesar del marco marxista del texto (de hecho, el título del libro es una frase del primer capítulo del Manifiesto del Partido Co-munista), Berman cuestiona la relación que dentro de la tradición marxis-ta se ha establecido entre el concepto de revolución y el proceso de moder-nización. El filósofo americano considera que la experiencia moderna por excelencia consiste en vivir la vida social y personal como una vorágine, encontrarse en un mundo en «perpetua desintegración y renovación, con-flicto y contradicción, ambigüedad y angustia».22 Implícitamente, postu-la que la vida moderna es revolución permanente, entente como cambio constante, como imposibilidad de estabilización. Es por eso que acaba cuestionando la posibilidad de una revolución comunista que genere un nuevo orden: «Aunque los trabajadores construyan un movimiento co-munista exitoso y aunque este movimiento genere una revolución exitosa, ¿cómo podrán, en medio de las mareas de la vida moderna, construir una sociedad comunista sólida?».23 En resumen, para Berman el comunismo está inmerso en la modernidad, y considera que Marx no tuvo en cuenta que una sociedad comunista se acabaría disolviendo en el aire por la eman-

22. bermAn, Marshall. All that is solid melts into air: the experience of Modernity. Nueva York: Verso, 1983, pág. 15.

23. Ibídem, pág. 104.

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cipación individual y colectiva que el comunismo mismo pretende lograr. Aun así, la disipación originada por el marxismo sería ilimitada y por lo tanto mucho más rica en posibilidades que no la disolución del capitalis-mo, que engendra un mundo cerrado, cada vez más vacío de horizontes.

La pregunta que se hace Berman nos sirve aquí para introducir, por un lado, la cuestión de la posibilidad de la revolución en cualquier tiempo histórico, y por otro, hasta qué punto la revolución queda o no definida por sus resultados. Porque una revolución sin consecuencias estables... ¿es una revolución o se limita a una revuelta? Y en un tiempo donde todo cambia permanentemente, ¿qué es y qué no es revolución? Estas son algu-nas de las preguntas que Perry Anderson, historiador británico identifi-cado con el marxismo occidental y la nueva izquierda, intentó responder con una extensa crítica al libro de Berman, publicada en la New Left Review, revista de la que fue editor jefe durante los lapsos 1962-1982 y 2000-2003.

Anderson considera que Berman (como «otros muchos socialistas hoy»24) tiene una noción contradictoria de revolución, es decir, la concibe como un proceso distendido en el tiempo, permanente, que consiste en una transformación constante de las actitudes, una demanda continua de novedades y una adaptación progresiva a la vorágine. Anderson critica el olvido por parte de Berman de los cambios sociales que se dieron en el período llamado moderno (sobre todo en el siglo XiX) y el nuevo orden de clases que surgió. Según el historiador británico, este olvido es fruto de una concepción de la historia basada en el desarrollo plano, es decir, la idea que la historia es un proceso que fluye en un continuum permanente, dentro del cual tan solo se pueden establecer diferencias superficiales basadas en la cronología entre lo que es viejo y lo que es nuevo.25 El sentido de la palabra revolución queda, así, desvirtuado.

En cambio, para Anderson, revolución tiene un significado claro y preciso: es «el vuelco político, desde bajo, de un régimen, que es sustitui-do por uno nuevo».26 Se trata, pues, de un acontecimiento puntual y no permanente, definido e identificable gracias a los cambios radicales que produce. Según el historiador inglés, para mantener esta idea de revolu-ción hay que tener una concepción diferencial de la temporalidad y de la historia, es decir, debe concebirse la historia como una discontinuidad heterogénea en la que se pueden establecer diferencias sustanciales (no

24. AnderSon, Perry. «Modernity and revolution», New Left Review, 144, 1984, págs. 96-113, pág. 111.

25. Ibídem, pág. 101.26. Ibídem, pág. 112.

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solo cronológicas) entre unos períodos y otros. Anderson acusa Berman de imposibilitar la periodización de la historia, por culpa del estrecho vínculo que establece entre modernismo y revolución,27 puesto que, al final, la segunda queda reducida a una mera actitud que definiría la pri-mera. Es decir: ser revolucionario es ser moderno, y viceversa, de manera que ni una ni otra significan nada más que adaptación al cambio.

«Para él [Berman] [...] la noción de revolución está dilatada en el tiempo»,28 puesto que se inscribe en el paradigma de la revolución perma-nente, la cual tiene dimensiones sobre todo personales, porque se trata de tener una actitud positiva hacia el cambio e incluso de desear el cambio constante en nuestras vidas. Anderson considera que esta concepción re-presenta una devaluación del término revolución y le quita todo el poder de motor cultural transformador. Por el contrario, el autor británico ar-gumenta que, lejos de ser conceptos perennes, modernismo y revolución responden a coyunturas concretas y significativas en un determinado período. Una revolución es «un episodio de transformación política con-vulsa, condensado en el tiempo y de objetivos específicos» y la imposibi-lidad de una renovación profunda en el mundo capitalista de hoy se debe, en buena parte, a la ausencia de un horizonte que plantee la posibilidad de una transformación socioeconómica y política, puntual y concreta, es decir, de un horizonte revolucionario.29 Por eso, Anderson concluye que la «vocación de una revolución socialista, en este sentido, no sería ni la prolongación ni la plena realización de la modernidad, sino su abolición».30

La respuesta de Marshall Berman se publicó en el mismo número de la New Left Review con el título «The signs in the street: A response to Perry Anderson». En vez de entrar en una discusión intelectual en los mismos términos que Anderson, el autor estadounidense prefiere contra-poner su mirada hacia el futuro (un futuro «abierto y lleno de posibilida-des creativas»)31 con la del historiador británico (un futuro vacío, cerrado), a través de varios ejemplos cotidianos y casos concretos que demuestran que el espíritu modernista, definido como el esfuerzo y el poder de hacer-nos nuestro el mundo convulso y cambiante en que vivimos, está todavía perfectamente vigente, de forma que no tiene nada que ver con la coyun-tura de entreguerras.

27. Ibídem, págs. 101-102.28. Ibídem, pág. 111.29. Ibídem, pág. 112.30. Ibídem, pág. 113.31. bermAn, Marshall. «The signs in the street: A response to Perry Anderson», New

Left Review, 144, 1984, págs. 114-123.

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En conclusión, la aproximación de Anderson es historiográfica y tie-ne en cuenta sobre todo factores sociales y políticos; es una disección analítica, erudita y eminentemente intelectual de la obra de Berman. Por eso, el lector esperaría una respuesta por parte de Berman en el mismo tono. En cambio, resulta un artículo del todo diferente, que rehúye de forma deliberada el cuerpo a cuerpo intelectual con Anderson, pero que no se ahorra una dura crítica a su interlocutor cuando lo acusa de haber perdido por completo el contacto con la sociedad. Es, en definitiva, un texto directo y menos técnico que el de Anderson.

Los dos artículos reseñados presentan una interesante oposición de conceptos tan importantes en la tradición marxista como son la historia, el ser humano y la revolución. En el fondo, estas concepciones ilustran un conflicto complejo que afecta a la izquierda desde hace décadas: Anderson cree que no hay nada que hacer dentro del capitalismo, y que la única esperanza (cada vez más remota) de cambio que hay es el advenimiento del socialismo a través de la revolución política, puntual y definida, mien-tras que Berman apuesta por un modernismo, entendido como actitud vital revolucionaria, que permita adaptarse al mundo moderno y trans-formarlo desde dentro, con los pequeños esfuerzos de cada día, con los sueños particulares de la gente, con «el heroísmo de la vida moderna» y la «revolución permanente» (que para Anderson es una contradictio in terminis). Se hace difícil dirimir si las dos perspectivas son todavía dos caras de la misma moneda, o bien si su alejamiento es tal que han pasado a formar parte de dos cosmovisiones totalmente diferentes.

Sea como fuere, lo que interesa aquí es determinar cuál de las dos definiciones de revolución es más útil en el plano no ideológico ni progra-mático, sino historiográfico. Considero que en este caso, la respuesta es bastante clara: solo la noción de revolución de Anderson, que la concibe en tanto que vuelco político puntual inscrito en unas coordenadas tem-porales, geográficas e históricas determinadas, permite tratarla historio-gráficamente. La noción de Berman, que entiende la revolución como una actitud de adaptación al cambio, de ilusión ante la transformación, puede tener valor sociológico y antropológico. Ahora bien, con esta concepción el pensador americano saca la revolución de la esfera histórica y la redu-ce a un ámbito casi estrictamente psicológico. Y desde la psicología, los interrogantes que quedan por responder creo que son demasiado funda-mentales: si ser revolucionario es una actitud, ¿hacia qué conduce? ¿La revolución sigue siendo un medio para conseguir cambios o se convierte en una finalidad en sí misma, inseparable del cambio ya existente? Des-de mi punto de vista, el problema de fondo reside en el hecho de que Berman se desentiende tanto de los cambios políticos y culturales concretos como

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de las transformaciones de las relaciones sociales que comportan las re-voluciones, los cuales son los hechos objetivos que permiten a los histo-riadores hablar precisamente de revolución.

Finalmente, hay todavía otro debate, que sin duda tiene relación con algunos aspectos de la discusión entre Berman y Anderson, en lo referen-te a la coherencia de aplicar un marco de longue durée, planteado por la Escuela de los Annales francesa en el período de entreguerras, a aconte-cimientos revolucionarios. En la obra ya comentada de Mayer se puede encontrar esta perspectiva. Según el historiador americano, la revolución es un fenómeno de larga duración, con un comienzo claro y un final inde-finido, pero su existencia histórica se manifiesta como irreversible,32 que no quiere decir en absoluto inevitable.33 Mayer especifica que el proceso revolucionario tiene como mínimo la duración de una generación porque la cantidad de cambios que comporta no pueden arraigar en un período más breve.34 Siguiendo la distinción de Charles Peguy, pues, las revolucio-nes son épocas, es decir, momentos históricos, en que los fundamentos de la civilización se tambalean y surge la violencia, en oposición a los períodos históricos, en los cuales vivimos en un régimen establecido y la violencia no aparece como una opción inevitable.35 Por eso, la revolución se puede entender también como el espacio vacío, el abismo, entre lo que ya no es y lo que todavía no es («the hiatus between the no-longer and the not-yet»).36

Esta perspectiva se ha usado en los últimos tiempos para explicar sobre todo la Revolución rusa, aunque de maneras sustancialmente dife-rentes. A modo de ejemplo, a continuación se contrapone de forma resu-mida la mirada de Josep Fontana en El siglo de la revolución con la de Orlando Figes en Revolutionary Russia (1891-1991).

Por un lado, Fontana plantea una mirada de largo alcance al afirmar que los hechos producidos en Rusia en 1917 marcaron «la trayectoria de los cien años» sucesivos.37 La longue durée hace referencia, por lo tanto, sobre todo al largo alcance de las consecuencias de la Revolución rusa. Se sitúa así en una línea similar a la de Mayer, quien, como ya se ha indi-cado, considera que el inicio de las revoluciones es identificable en el tiem-po, mientras que el final queda más difuminado a través de sus consecuen-

32. mAyer, Arno J. The Furies: Violence and terror in the French and Russian Revolutions. Op. cit., pág. 39.

33. Ibídem, pág. 50.34. Ibídem, pág. 39.35. Ibídem, pág. 40.36. Ibídem, pág. 37.37. FontAnA, Josep. El siglo de la revolución. Barcelona: Crítica, 2017, pág. 11.

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cias, consolidadas en las generaciones sucesivas. Además, el historiador catalán no analiza aisladamente dicha revolución, sino que la sitúa en paralelo a la Primera Guerra Mundial y considera que ambos aconteci-mientos dinamitaron el «largo siglo XiX» y a la vez pusieron las bases del «corto siglo XX».38

Por otro lado, Figes no se limita a aplicar una longue durée centrada de forma exclusiva en las consecuencias de la Revolución rusa, sino que va mucho más allá y se propone articular «cien años de Historia [rusa] como un solo ciclo revolucionario».39 Para hacerlo, divide el siglo entre 1891 y 1991 en tres fases revolucionarias: la de los viejos bolcheviques, ini-ciada en el último cuarto del siglo XiX y eliminada por Stalin a partir de 1928; la del mandato de Stalin, que denomina revolución desde arriba; y la iniciada cuando Krushev destapó los crímenes de Stalin en 1956 y provocó una crisis de creencia en la revolución que la haría agonizar hasta 1991.40 La justificación de fondo de una periodización que él mismo reconoce que es problemática recae en la creencia de los líderes soviéticos de estar lle-vando a cabo una revolución hasta el final, es decir, hasta 1991.41

Fontana rehúye las contradicciones que pueden surgir de querer in-terpretar un siglo entero en clave revolucionaria, y se limita a constatar que las consecuencias de la Revolución bolchevique rebasaron de largo tanto el año 1917 como las fronteras rusas, mientras que la propuesta del autor inglés genera varios interrogantes: ¿un historiador puede concep-tualizar unos hechos históricos basándose en las creencias de los líderes del sistema político que estudia? ¿Cómo pervive la revolución en un siste-ma que encuentra mecanismos de estabilidad y se consolida durante dé-cadas? Y, por último, volviendo al debate entre Anderson y Berman: ¿qué debe definir una revolución, el estado de ánimo revolucionario de los pro-tagonistas o el vuelco puntual del statu quo?

¿Buenas y malas revoluciones? Comparativa y moral en el ambiente intelectual de la Guerra Fría

Uno de los marcos que ha dominado la historiografía de las revoluciones, latente desde los años más duros de la Guerra Fría y promovido sobre

38. Según la terminología desarrollada por Eric Hobsbawm.39. FigeS, Orlando. Revolutionary Russia (1891-1991). Nueva York: Picador, 2015, pág. 1. 40. Ibídem, págs. 4-5.41. Ibídem, pág. 3.

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todo desde ámbitos norteamericanos y liberales, es el de la evaluación moral. La tesis de fondo es la posibilidad de distinguir entre buenas y malas revoluciones. Uno de los orígenes del debate se puede situar, de nuevo, en el pensamiento de Hannah Arendt, que plantea una compara-tiva entre la Revolución americana y la Revolución francesa que se con-vertiría en paradigmática para ciertos sectores historiográficos.

Arendt sitúa la diferencia fundamental entre ambas revoluciones en el motor de cada una: la americana era una revolución eminentemente política, centrada en el cambio de modelo de gobierno y en la libertad,42 mientras que la Revolución francesa adoptó por primera vez la cuestión social (que ella entendía como la introducción de la pobreza en la política) como tema fundamental.43 El impacto de este giro fue inmenso en todos los ámbitos. Principalmente, supuso la entrada de la multitud de los po-bres en política, cosa que se tradujo en una reubicación de la política, desde entonces centrada en la satisfacción de las necesidades materiales humanas.44

Según Arendt, la lectura que los pensadores políticos del siglo XiX (sobre todo Hegel y Marx) hicieron de la Revolución francesa fue clave para convertirla en el paradigma de toda revolución. La consecuencia del olvido de la Revolución americana y el enaltecimiento de la francesa fue la nueva centralidad de la cuestión social en todo movimiento revo-lucionario. Para la filósofa alemana, este giro ha tenido efectos dramá-ticos durante la era contemporánea porque «todo intento de resolver la cuestión social por medios políticos lleva al terror».45 Es por eso que las revoluciones sociales están condenadas al fracaso: el terror que desen-cadenan las condena46 (a diferencia de las revoluciones centradas en la libertad política). Hannah Arendt acaba distinguiendo así entre las bue-nas revoluciones, como la americana, que establecen un consenso dura-dero, y las revoluciones que desembocan en violencia e inestabilidad, como la francesa y todas las que se enmarcarán en la tradición que esta inaugura.47

Muchos autores liberales han seguido el marco teórico de la filósofa alemana, por ejemplo, el historiador francés François Furet. Definido por

42. Arendt, Hannah. On Revolution. Op. cit., pág. 63. 43. Ibídem, pág. 54.44. Idem.45. Ibídem, pág. 108.46. Idem.47. Furet, François. El pasado de una ilusión. Madrid: Fondo de Cultura Económica,

1995, págs. 22-23.

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Enzo Traverso como un «icono de la historiografía liberal», que encar-na la figura del excomunista convertido en anticomunista,48 Furet hace una interpretación teleológica (y liberal), en la cual la Revolución france-sa aparece como un exabrupto innecesario, porque todo en la historia europea indicaba que la democracia tarde o temprano se acabaría impo-niendo. Así pues, las revoluciones anglosajonas, en consonancia con la tendencia histórica, fueron tan solo el empujón que hacía falta para esta-blecer gobiernos democráticos, mientras que la francesa fue una patología en el transcurso de la historia.49

Los planteamientos moralizantes se han aplicado también a la Revo-lución rusa, especialmente a la hora de periodizarla. Por ejemplo, Orlan-do Figes sitúa la Revolución de Febrero dentro del grupo de las revolu-ciones políticas; en cambio, la Revolución de Octubre entraría en el de las revoluciones sociales. La Revolución de Febrero seguiría el modelo de la Revolución americana, puesto que las dos serían revoluciones «contra la monarquía»,50 con objetivos relacionados sobre todo con las libertades individuales que se lograron a través de reformas exitosas.51 En cambio, la Revolución de Octubre fue la consumación de la introducción del de-bate social en el paisaje ruso. El resultado, según Figes, fue la degenera-ción del movimiento revolucionario en violencia, represión y dictadura. Siguiendo a Arendt, pues, el historiador inglés acepta de forma implícita que las revoluciones sociales están condenadas a ser tragadas por sus propias fuerzas violentas.52

A la vez, encontramos una corriente de pensamiento contrapuesta que ve en la cuestión social la razón de ser fundamental de toda revolución. La encarna, por ejemplo, la socióloga y politóloga norteamericana Theda Skocpol. En su libro más famoso, Los estados y las revoluciones sociales, define las revoluciones sociales como «transformaciones rápidas y funda-mentales de la situación de una sociedad y de sus estructuras de clase» y, como Arendt, sitúa el nacimiento de esta forma de revolución en la Fran-cia de 1789.53 También en consonancia con la tesis de la filósofa alemana,

48. trAverSo, Enzo. La historia como campo de batalla. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2012, págs. 72-73.

49. Ibídem, págs. 74-75.50. FigeS, Orlando. Revolutionary Russia (1891-1991). Op. cit., pág. 76.51. Ibídem, pág. 77.52. FigeS, Orlando. A People’s tragedy. The Russian Revolution (1891-1924). Nueva York:

Penguin Books, 1998, pág. Xvi.53. SkoCPol, Theda. Los Estados y las revoluciones sociales. México: Fondo de Cultura

Económica, 1984, pág. 21.

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Skocpol diferencia las revoluciones sociales de las revoluciones políticas: mientras que las segundas transforman únicamente las estructuras esta-tales, las primeras producen una transformación conjunta de la estructu-ra social y la política, transformación promovida por los conflictos pro-ducidos por la lucha de clases.54

Ahora bien, la socióloga norteamericana rechaza la división entre buenas revoluciones (las políticas) y malas revoluciones (las sociales). El motivo de este rechazo, que no se explicita en ningún momento, es que Skocpol toma el éxito como característica definidora del término revolu-ción social.55 Dicho de otro modo: según la definición que se ha transcrito más arriba, esta autora analiza solo aquellas revoluciones que de forma efectiva han dado lugar a una transformación sociopolítica, es decir, aque-llas revoluciones que han triunfado. Todavía más: un movimiento solo es plenamente revolucionario si triunfa en el ámbito social. Por eso, a dife-rencia de Arendt, que selecciona dos ejemplos occidentales y sincrónicos (la Revolución americana y la Revolución francesa) para establecer dos modelos antagónicos, Skocpol opta por comparar las revoluciones fran-cesa, rusa y china, que son diacrónicas y pertenecen a culturas sustancial-mente diferentes. La tesis que subyace en el trabajo de Skocpol es que estas tres revoluciones «revelan pautas causales similares, a pesar de que pre-sentan muchas diferencias»,56 unas causas que solo son relevantes en la medida en que tienen que ver con los cambios socioestructurales relacio-nados con la lucha de clases.57

Por lo tanto, Skocpol contradice a Hannah Arendt, que argumenta que las revoluciones que tienen como motor la cuestión social han fraca-sado siempre y han sido inútiles.58 Aun así, es interesante constatar que ambas autoras toman el éxito como factor determinante para evaluar el hecho revolucionario. Por un lado, Arendt fundamenta su distinción entre buenas y malas revoluciones en este fracaso necesario de todas las revo-luciones centradas en la cuestión social, que para ella es, nada más y nada menos, la eliminación de la pobreza material; por el otro lado, Skocpol considera que las revoluciones sociales son revoluciones precisamente por-que triunfan. ¿Y en qué consiste este triunfo, que en su opinión es común en las revoluciones francesa, rusa y china? Pues en la racionalización y centralización del Estado, la abolición del poder de la clase terrateniente

54. Idem.55. Ibídem, pág. 23.56. Ibídem, pág. 72.57. Ibídem, pág. 35.58. Arendt, Hannah. On Revolution. Op. cit., pág. 108.

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sobre la clase campesina y la eliminación o disminución del poder econó-mico de las clases terratenientes.59 Por lo tanto, como se puede ver, las dos pensadoras operan con diferentes conceptos de éxito: Arendt parece que solo habría podido considerar triunfantes las revoluciones sociales que hu-bieran logrado un tipo de paraíso sobre la tierra en que la pobreza desa-pareciera por completo, cosa que, por supuesto, no se ha producido nunca, mientras que Skocpol maneja una definición menos ambiciosa de éxito que le permite afirmar el triunfo de las revoluciones sociales.

En los límites del concepto: el fascismo

Hasta ahora, se han presentado varios debates que han tenido y tienen lugar entre los pensadores y los historiadores de las revoluciones. En estos debates, tan solo han aparecido ejemplos que conocemos con el nombre explícito de revolución (Revolución americana, Revolución francesa, Re-volución rusa). En cambio, en este último apartado, se propone una mira-da sobre un fenómeno histórico del siglo XX que ha suscitado y suscita un amplio debate acerca de su revolucionariedad: el fascismo/nazismo. Este ejercicio puede ser muy útil para acabar de esclarecer los diversos posicio-namientos, no solo respecto al fascismo, sino también, y sobre todo, res-pecto al concepto de revolución, que es lo que aquí interesa.

Lo primero que hay que constatar es que conviven dos grandes posi-ciones sobre la naturaleza del fascismo: un grupo de autores sostiene que se trata de un fenómeno contrarrevolucionario, mientras que otro defiende todo lo contrario, es decir, que el fascismo es revolucionario. Esta última posición se ha visto especialmente reforzada durante los últimos treinta años gracias a las contribuciones de tres historiadores que, como seña-la Enzo Traverso, han renovado los debates historiográficos sobre el fascis-mo: George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile.60 Aparte de exami-nar sus tesis, se presentarán también contribuciones más recientes, como

59. SkoCPol, Theda. Los estados y las revoluciones sociales. Op. cit., pág. 135. Con este definición de éxito revolucionario, Skocpol sigue muy de cerca a Barrington Moore, el cual, en su libro Social origins of dictatorship and democracy: Lord and peasant in the making of the Modern World (Boston, MA: Beacon Press, 1966), fue el primero en señalar que el pro-tagonismo revolucionario se debe otorgar fundamentalmente a los campesinos, e inauguró así toda una línea historiográfica, como explica Skocpol en el capítulo «What makes pea-sants revolutionary?» (págs. 213-239) del libro Social revolutions in the Modern world (Cam-bridge: Cambridge University Press, 1994).

60. trAverSo, Enzo. La historia como campo de batalla. Op. cit., pág. 105.

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las de Roger Griffin y Arno Mayer. A lo largo de esta sección, será crucial el análisis de Enzo Traverso.

Mosse, a quien Traverso atribuye el papel de pionero,61 usa un con-cepto de revolución que es, cuando menos, limitado, porque parece que la entiende solo como sinónimo de violencia o de movimiento. De hecho, considera que el principal agente de la revolución nazi fueron las SA,62 que simbolizaron «la violencia y el espíritu de lucha de los nazis antes del ascenso al poder».63 Una vez logrado el poder, Hitler prácticamente des-manteló esta organización, pero esto no impidió que el mito de su lucha fuera fundamental para el Tercer Reich.64 La mitificación de los días de combate, no obstante, esconde una dinámica interna contradictoria den-tro del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) en los pri-meros años de la década de 1930: las SA se radicalizaban al mismo tiempo que surgían voces que defendían el orden tradicional basado en la familia. Según Mosse, esto estableció un doble discurso: la violencia no se tenía que llevar a cabo contra el modelo burgués, sino tan solo contra aquellos (burgueses, comunistas o lo que fueran) que se opusieran a la revolución nazi. Dentro del movimiento, la tradición tenía que ser preservada, como demuestra el ideal de feminidad patrocinado por el nazismo.65 Lo que revela Mosse es que, a pesar de lo que ellos mismos podían pensar, los nazis estaban defendiendo una tradición surgida del orden burgués del siglo XiX.66 En este sentido, los rasgos revolucionarios que Mosse ve en el nazismo son el puritanismo moral, que compara con el de Robespierre, la violencia y, sobre todo, la creación de una religión civil.67 Según el his-toriador judío, el fascismo es hijo de la nacionalización de las masas, que se vio acelerada por la Primera Guerra Mundial y que derivó en la crea-ción de una religión civil, concepto que adopta y reformula el autor como una tendencia que nace con la Revolución Francesa y por eso el fascis-mo se puede considerar «un descendiente directo del estilo político jacobino».68 Por lo tanto, cuando habla de revolución nazi, Mosse no se refiere a cambios sociales, ni tampoco necesariamente a cambios ideoló-

61. Ibídem, pág. 106.62. Las Sturmabteilung, o SA, fueron un grupo paramilitar integrante del Partido

Nacionalsocialista alemán clave en el ascenso de Hitler al poder a principios de la década de 1930.

63. moSSe, George L. La cultura nazi. Barcelona: Ediciones Grijalbo, 1973, pág. 51.64. Ibídem, pág. 52.65. Ibídem, pág. 53.66. Ibídem, pág. 56.67. Ibídem, págs. 56-57.68. trAverSo, Enzo. La historia como campo de batalla. Op. cit., pág. 115.

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gicos, sino tan solo a formas políticas que él considera nacidas durante la Revolución francesa (en concreto el puritanismo ideológico-moral y la creación de una religión civil) y a una lucha activa.

El historiador italiano Emilio Gentile, especialista en el fascismo mussoliniano, se puede considerar en buena medida deudor de Mosse, sobre todo a nivel metodológico, a pesar de que fue discípulo de Renzo de Felice, otro autor muy importante en la historiografía del fascismo italiano.69 A diferencia de otros autores, Gentile se centra en primer lugar en exponer el problema de definición que presenta el término revolución y finalmente opta por establecer una definición negativa: el fascismo no se puede considerar revolucionario ni en el sentido marxista (transforma-ción de las relaciones en el seno de la lucha de clases) ni en el sentido de-mócrata-liberal.70 Por lo tanto, cuando Gentile habla de revolución para el fascismo, lo hace para enfatizar la novedad y originalidad que este fe-nómeno representó, es decir, «como una revolución que señalaba el inicio de una nueva era»,71 pero también para remarcar el carácter de moviliza-ción de masas en un sentido contrario o divergente al sistema vigente y con la voluntad de establecer un régimen nuevo.72 Este autor dedica varias páginas a reflexionar sobre el papel de la clase media, que él considera un agente político perfectamente válido para llevar a cabo una revolución, con autonomía de los designios de la burguesía.73 Y, en la línea de Mosse, considera que esta movilización revolucionaria que el fascismo consiguió producir en las clases medias tiene origen en la Primera Guerra Mundial, en buena parte como resultado del fracaso de los partidos liberales.74 Pero es interesante constatar que, para Gentile, la revolución fascista parece más bien una herramienta interpretativa, quizá circunstancial, más que una categoría definitoria del fenómeno. En otras palabras: si el historiador italiano acepta la calificación de revolución para el fascismo es por los nuevos debates que ha aportado a la historiografía del fascismo, y no tanto por su precisión histórica.75 En este sentido, no debe extrañarnos que Traverso apunte que para Gentile lo más adecuado es hablar de moder-nismo fascista o de modernidad totalitaria.76

69. Ibídem, pág. 107.70. gentile, Emilio. Fascismo. Historia e interpretación. Madrid: Alianza, 2004, pág. 109.71. gentile, Emilio. Il culto del littorio. Roma y Bari: Laterza, 2003, pág. 80.72. gentile, Emilio. Fascismo. Historia e interpretación. Op. cit., págs. 113-114.73. Ibídem, pág. 116.74. Ibídem, pág. 119.75. Ibídem, pág. 127.76. trAverSo, Enzo. La historia como campo de batalla. Op. cit., pág. 114.

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El último de los tres autores que analiza Traverso es Zeev Sternhell. Este historiador polifacético, nacido en Polonia pero de nacionalidad is-raelí, conocido sobre todo por haber abierto el debate en torno al origen francés del fascismo, muestra ya en su enfoque del análisis del fascismo que para él la revolución es una pieza clave, como lo demuestra el hecho de que ha dedicado muchos estudios a las relaciones entre la izquierda revolucionaria y el fascismo. Aun así, Sternhell se preocupa mucho en diferenciar la revolucionariedad del fascismo y la del comunismo, dado que el primero perseguía una revolución espiritual (cultural, política, psi-cológica), mientras que el segundo quería una revolución material (eco-nómica y social).77 Por eso, estudia la evolución de muchos individuos que, desde el sindicalismo revolucionario de carácter comunista, pasaron a un militarismo revolucionario fascista. La mutación se produjo por un pro-gresivo retroceso de la importancia de la lucha de clases entre algunos sectores revolucionarios italianos y el auge de la preocupación por la ele-vación moral de la clase obrera.78 Así se introduce, con la inspiración del pensamiento de George Sorel, un mito movilizador alternativo a la huel-ga general, un mito que asegure la destrucción total del sistema y que genere una dinámica lo bastante potente como para construir una alter-nativa. Estamos hablando, está claro, de la guerra,79 que solo alcanza la plena manifestación moral cuando pasa de guerra social a guerra entre naciones.80 Es así como en el fascismo el espíritu revolucionario pervive como columna vertebral, a pesar de que sustenta ahora un cuerpo total-mente diferenciado (e incluso opuesto) del comunismo.

Los tres (Mosse, Gentile y Sternhell) forman parte, pues, del sector historiográfico que considera que el fascismo es revolucionario. En este grupo aún podemos añadir a Roger Griffin, historiador británico espe-cializado en el fascismo. Una de sus últimas obras, que es a la vez una de las más representativas, se titula Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler; en ella expone su visión sobre la re-lación entre fascismo y modernidad. Su tesis fundamental, que podemos encontrar resumida en la entrevista que Xavier Casals le hizo en la revis-ta Segle XX hace cinco años, es que el fascismo no era un movimiento antimoderno, sino que proponía una modernidad alternativa para luchar contra lo que ellos consideraban un presente y un futuro decadentes bajo

77. Ibídem, pág. 119.78. Sternhell, Zeev; SznAJder, Mario; ASheri, Maria. El nacimiento de la ideología

fascista. Madrid: Siglo XXI, 1994, pág. 240.79. Ibídem, pág. 241.80. Ibídem, pág. 244.

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la modernidad liberal-burguesa.81 En Modernismo y fascismo, Griffin de-sarrolla ampliamente esta tesis a partir de una estructura conceptual muy firme. Afirma que la relación entre fascismo y modernismo, aparte de ser activa, no estaba destinada exclusivamente a diseñar una propa-ganda totalitaria, sino a fundar, como ya se ha dicho, una modernidad alternativa.82 Con este nuevo marco conceptual, Griffin pretende supe-rar las contradicciones de autores anteriores que no pueden conciliar la relación fáctica de fascismo y modernismo, inexplicable desde la con-cepción antimoderna del fascismo. En cambio, lo que hace el autor bri-tánico es entender el fascismo como fenómeno en esencial modernista, y no antimodernista, de forma que muchas de las contradicciones plan-teadas por esta cuestión quedarían resueltas.83 Se puede alegar, claro está, que el fascismo era contrario a una cierta modernidad, esto es, la li-beral-burguesa-ilustrada, pero no rechazaba (más bien al contrario) la modernidad en sí, como celebración de la novedad. Para demostrarlo, el historiador inglés se basa sobre todo en el análisis del recorrido de las políticas culturales fascistas y nazis, y en cómo estos movimientos po-líticos integraron a intelectuales y artistas modernistas al servicio de sus políticas.

Así pues, Griffin ofrece la siguiente definición:

El fascismo es una forma de modernismo programático la intención del cual es apoderarse del poder político para llevar a la práctica una visión totaliza-dora del renacimiento nacional o étnico. Su meta final es acabar con la deca-dencia que ha destruido la sensación de pertenencia a una comunidad y que ha arrebatado todo sentido y toda trascendencia a la modernidad, y empezar una nueva era de homogeneidad cultural y de salud.84

Todos los elementos presentados en la definición tienen que ver con la destrucción de la modernidad decadente y la creación de una alterna-tiva, la propuesta de hacer un hombre nuevo, una cultura nueva, un no-mos85 nuevo y una historia nueva, todo acompañado de una sensación

81. CASAlS, Xavier. «Feixisme i terrorisme: ideologies extremistes com a fruit enverinat de la modernitat?». Segle XX. Revista Catalana d’Història, 6, 2013, págs. 161-172, pág. 162.

82. griFFin, Roger. Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler. Madrid: Akal, 2010, págs. 52-53.

83. Ibídem, pág. 55.84. Ibídem, pág. 257.85. Nomos, del griego νομος (‘ley’), es un término que en ciencias sociales incluye tanto

las leyes positivas (es decir, aquellas registradas en los códigos legales), como las costumbres, las normas, las reglas y las convenciones sociales.

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creciente de nuevo comienzo,86 y cohesionado por un núcleo inalienable, el ultranacionalismo palingenético, que es clave en su conceptualización del fascismo genérico.87

Por lo tanto, a pesar de que todavía no ha salido de forma explícita, el latido de la idea de revolución atraviesa la tesis de Griffin. Se hace aún más evidente cuando el historiador británico plantea de qué manera el fascismo integra el pasado, un tema que podrían esgrimir los defensores del carácter antimoderno y antirrevolucionario (contrarrevolucionario) del fascismo. A partir de la tesis de Peter Osborne, filósofo británico muy influido por los marxistas de la Escuela de Fráncfort, según el cual existe una política del tiempo, Griffin defiende que, aunque los fascistas y, en especial, los nazis tuvieran una imagen del futuro basada en la mitología de un origen perdido, la dinámica temporal que usaban era una diná-mica de futuro.88 Lo que querrían conservar ya no existe y son perfecta-mente conscientes, de forma que tienen que volverlo a crear, «quieren rehacer el pasado por primera vez».89 Por lo tanto, desde el punto de vista del historiador británico, el fascismo no es reaccionario. Se llega así al núcleo de la cuestión: este objetivo, como se enfoca hacia el futuro, solo se realiza a través de una revolución. Por lo tanto, la oposición con el comunismo no se ha de situar en la dicotomía entre revolución y reacción (o contrarrevolución), sino respecto a los proyectos que deben llevar a cabo en esta revolución (en este hacer por primera vez).90 La revolución no ha de tener un sentido social, como sería el caso de la comunista, sino un sentido nacional,91 en el cual se prima el objetivo de carácter estético-espiritual,92 pero en último término se persigue la revolución total.93 Se plantea así la compleja relación que en aquel contexto mantuvieron clase y nación, a partir de sus diversas expresiones y proyectos políticos, ideo-lógicos y culturales.

Hasta aquí se ha hecho un repaso de autores muy destacados y con una producción intelectual influyente dentro de la historiografía del fas-

86. griFFin, Roger. Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler. Op. cit., pág. 255.

87. CASAlS, Xavier. «Feixisme i terrorisme: ideologies extremistes com a fruit enverinat de la modernitat?». Op. cit., pág. 172.

88. griFFin, Roger. Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler. Op. cit., pág. 252.

89. Idem.90. Idem.91. Ibídem, pág. 289.92. Ibídem, pág. 309.93. Ibídem, pág. 363.

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cismo, los cuales, con matices y visiones propias, afirman su carácter re-volucionario. Así pues, toca ahora introducir la perspectiva de autores que matizan o incluso contradicen parcialmente esa tesis. En primer lugar, Arno Mayer, a pesar de que no aborda el tema con profundidad, opta por situar el fascismo dentro de la tradición contrarrevolucionaria.94 Para él, la contrarrevolución «es más revolucionaria en el estilo y el modus ope-randi que no en la sustancia».95 Aun así, no se puede pasar por alto que Mayer en todo momento usa un esquema dialéctico para explicar la rela-ción entre revolución y contrarrevolución, conceptos que considera inse-parables, y por eso a menudo se hace difícil aclarar dónde acaba una y dónde empieza la otra.

A pesar de los límites difusos, lo que sí apunta el historiador nor-teamericano es una crítica que Traverso desarrolla después: Mayer con-sidera que hay puntos de contacto muy importantes entre la contrarrevo-lución, el conservadurismo y la reacción (de acuerdo con la tripartición que hace de la constelación contrarrevolucionaria).96 Precisamente, uno de los límites que Traverso ve en la clasificación del fascismo como fenóme-no revolucionario es la tendencia de los partidarios de esta tesis no solo a subestimar el anticomunismo del fenómeno, que fue «una característica importante del fascismo»,97 sino también a negar su componente conser-vador.98 En algunos autores, la negación no se limita a ser una tendencia, sino que es una afirmación rotunda; tal es el caso de Furet, según el cual el fascismo se libera del conservadurismo porque, aprovechándose del ejemplo bolchevique, llega al pueblo con temas renovados, es decir, con-gregados alrededor de la idea de una revolución nacional.99 En cambio, tanto para Mayer como para Traverso, los contactos entre fascismo y conservadurismo son intrínsecos y afectan a todos los niveles: ideas, va-lores, actitudes e, incluso, objetivos.100 Para dar solidez al argumento, Traverso se basa sobre todo en el régimen de Vichy, «un proyecto restau-

94. mAyer, Arno J. The Furies: Violence and terror in the French and Russian Revolutions. Op. cit., pág. 46.

95. Ibídem, pág. 52.96. Idem.97. trAverSo, Enzo. La historia como campo de batalla. Op. cit., pág. 129.98. Ibídem, pág. 132. Entre estos no se debe contar Mosse, el cual, con su particular

concepción de revolución nazi, no encuentra contradictorio que internamente, es decir, en el seno del movimiento, se guardasen formas esencialmente tradicionalistas y conservadoras.

99. Furet, François. El pasado de una ilusión. Op. cit., pág. 206.100. mAyer, Arno J. The Furies: Violence and terror in the French and Russian

Revolutions. Op. cit., pág. 52.

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rador, autoritario y tradicionalista»,101 que entronca con la ideología de la contrarrevolución clásica de Joseph de Maistre,102 cosa que, según Ismael Saz, tiene muchas similitudes con el régimen franquista español.103

Por último, hay que decir que Traverso critica que las interpretaciones del fascismo centradas en la ideología y la cultura dejen el problema de la violencia en un segundo plano.104 Aun cuando reconoce que tocan pro-fundamente aspectos muy vinculados a la violencia, como el militarismo y la importancia de la guerra, considera que ninguno de los autores la toma como una característica constituyente ni la sitúa nunca en el centro de la reflexión.105 A pesar de que la apreciación del historiador italiano puede ser cierta y puede condicionar en ciertos aspectos la consideración global del fascismo, no creo que represente un impedimento serio para la definición del fascismo como un fenómeno revolucionario, porque, como ya se ha visto con Mayer y Arendt, la violencia es inseparable de la revo-lución.

Conclusiones

Para acabar, vale la pena en primer lugar de constatar una vez más la difi-cultad que planea sobre cualquier debate relativo a la revolución. Esta dificultad, por otro lado, ha sido la condición sin la cual el debate mismo no habría sido posible: hablar de revolución no es como hablar de la fuer-za de la gravedad, o de cualquiera otro concepto explicable en una fór-mula matemática. Como dice Robert Palmer, así como también muchos otros autores tratados en las páginas anteriores, el término ha ido varian-do de significado con los acontecimientos históricos y, por lo tanto, no señala exactamente lo mismo ahora que cuando se hablaba de revolución en 1790.106 Ahora bien, esta historicidad de la definición de revolución no se debe confundir con un relativismo absoluto o con una banalización del término. Es por eso que, a continuación, a partir de la investigación rea-

101. trAverSo, Enzo. La historia como campo de batalla. Op. cit., pág. 134.102. Ibídem, pág. 132.103. SAz, Ismael. «Fascismo y nación en el régimen de Franco. Peripecias de una

cultura política». En ruiz CArniCer, Miguel Ángel (coord.). Falange. Las culturas políticas del fascismo en la España de Franco (1936-1975). Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2013, págs. 61-76, pág. 66.

104. trAverSo, Enzo. La historia como campo de batalla. Op. cit., pág. 135.105. Ibídem, págs. 136-137.106. PAlmer, Robert. L’era delle rivoluzioni democratiche. Milán: Rizzoli, 1971, pág. 210.

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lizada, se esbozan los diferentes paradigmas de revolución con que traba-jan los autores.

En primer lugar, en función del punto de vista desde el cual se exami-na el fenómeno revolucionario, se pueden identificar dos grandes corrien-tes interpretativas: por un lado, los intencionalistas (en la terminología de Traverso corresponden a los genetistas),107 que enfatizan las dinámicas internas de la revolución, es decir, el desarrollo del movimiento revolu-cionario a partir de las ideas, intenciones y condiciones psicológicas de los revolucionarios; y por otro lado, los circunstancialistas (ambientalistas, para Traverso),108 que salen del discurso interno del bando revolucionario y estudian las condiciones externas, es decir, las circunstancias que rodean los movimientos revolucionarios, y es a partir de estas que intentan explicar las dinámicas de la revolución. En este artículo, se ha optado por reorien-tar ligeramente este debate y enfocarlo en la división entre la perspectiva de la unilateralidad (con autores como Arendt) y la de la dialéctica (con autores como Mayer).

Muchos historiadores (por no decir todos) utilizan, en un momento u otro, revolución como sinónimo o condición inherente a la modernidad. Dicho más directamente: parece que ser revolucionario es ser moderno. Esta confusión conduce de inmediato al debate mantenido entre Berman y Anderson a principios de la década de 1980 y obliga a hacerse la siguien-te pregunta: si la revolución es una mera actitud, un mero sentimiento ac-tivo en relación con el cambio, ¿qué revolución queda para los historiadores?

De alguna manera, una de las salidas historiográficas a este debate ha sido la concepción de las revoluciones como fenómenos de longue durée, al menos en cuanto al impacto y las consecuencias. Así, sin caer en el psicologismo, desde la historia se pueden evaluar las revoluciones como un hecho histórico que rebasa sus protagonistas inmediatos.

La segunda sección del artículo se ha centrado en un debate de fondo, que no es exclusivo de las revoluciones, sino que tiende a impregnar cual-quier debate historiográfico: ¿los historiadores pueden hacer valoraciones morales de los hechos que estudian? Responder a esta pregunta con pro-fundidad supondría otro artículo, como mínimo, pero aquí puede servir el testimonio de Josep Fontana, que murió a finales de agosto de este año. Para él, el oficio de historiador tenía que ver sobre todo con un compro-miso cívico y con un servicio a la sociedad.109 Por lo tanto, el historiador

107. trAverSo, Enzo. La historia como campo de batalla. Op. cit., pág. 89.108. Idem.109. FontAnA, Josep. L’ofici d’historiador. Barcelona: Arcàdia, 2018.

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no debía pretender situarse en una posición absolutamente pura, objetiva, sino que debía partir de la crítica al statu quo. Este punto de partida, aun así, no puede suponer nunca caer en la falta de rigor, en el dogmatismo o en el sesgo ideológico. Habría que evaluar, pues, si las valoraciones mo-ralizantes exploradas presentan un riesgo para una historiografía de las revoluciones de calidad.

El debate del fascismo ha acabado de aclarar que no hay unanimidad entre los historiadores en el paradigma de la idea de revolución. Hay quie-nes la consideran íntegramente ligada a la cuestión social, de forma que los movimientos que propugnen un cambio de carácter más bien cultural (antropológico, espiritual) y dejen en segundo plano la transformación de las estructuras económicas no se pueden considerar revolucionarios. En cambio, el paradigma revolucionario que establece como centro la tem-poralidad («la política del tiempo», en palabras de Osborne) puede enten-der que el fascismo es una revolución sin ningún problema y, en cuanto movimiento abocado al futuro y a la novedad, ponerlo en paralelo con la Revolución francesa y la rusa.

Para concluir, resta solo apuntar hacia dónde se podría encaminar una línea de investigación que quisiera profundizar sobre la revolución. En este sentido, el título del artículo de Perry Anderson de 1984 parece muy sugerente: «Modernity and revolution». Esta es la cuestión. Moder-nidad y revolución son dos nociones conectadas de modo íntimo, pero a la vez se hace muy difícil explicitar en qué consiste esta conexión. Es proba-ble que la banalización que está sufriendo el término revolución última-mente lo haga todavía más complicado, pero, como apunta Anderson, podemos estar jugándonos la posibilidad de pensar una modernidad al-ternativa. En concreto, en su 50 aniversario, sería interesante incluir si 1968 se puede entender como la revolución fundacional de nuestro tiempo, o bien si por su naturaleza, su alcance y sus consecuencias le corresponde otro tipo de conceptualización. ¿Quizá así nos demos cuenta que necesi-tamos una nueva noción de revolución para el siglo XXi?