estÍmulo, significado, consciencia:

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UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE FILOSOFÍA Departamento de Teoría del Conocimiento, Estética e Historia del Conocimiento TESIS DOCTORAL Estímulo, significado, consciencia: un estudio sobre los fundamentos de la psicología cognitiva y la eficacia causal de lo mental MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Juan Hermoso Durán Director Pedro Chacón Fuertes Madrid, 2014 © Juan Hermoso Durán, 2014

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  • UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

    FACULTAD DE FILOSOFA

    Departamento de Teora del Conocimiento, Esttica e Historia del Conocimiento

    TESIS DOCTORAL

    Estmulo, significado, consciencia: un estudio sobre los fundamentos de la psicologa cognitiva y la eficacia causal de lo mental

    MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR

    PRESENTADA POR

    Juan Hermoso Durn

    Director

    Pedro Chacn Fuertes

    Madrid, 2014

    Juan Hermoso Durn, 2014

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA:

    UN ESTUDIO SOBRE LOS FUNDAMENTOS

    DE LA PSICOLOGA COGNITIVA Y

    LA EFICACIA CAUSAL DE LO MENTAL

    Memoria para optar al ttulo de Doctor por la

    Universidad Complutense de Madrid,

    presentada por D. Juan Hermoso Durn bajo la

    direccin del Dr. D. Pedro Chacn Fuertes, en el

    seno del Departamento de Teora del

    Conocimiento, Esttica e Historia del

    Pensamiento de la Facultad de Filosofa de dicha

    Universidad.

    Madrid, 2014

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA:

    UN ESTUDIO SOBRE LOS FUNDAMENTOS

    DE LA PSICOLOGA COGNITIVA Y

    LA EFICACIA CAUSAL DE LO MENTAL

    Juan Hermoso Durn

  • A mis padres

    A Pablo y Martn

    A Olga

  • [] nuestra alma se ufana del privilegio de

    reducir a su condicin todo aquello que

    concibe, de despojar de cualidades

    mortales y corporales todo lo que le llega,

    de obligar a las cosas que estima dignas de

    su intimidad a desvestirse y despojarse de

    sus circunstancias corruptibles, y a hacerles

    dejar de lado, como vestidos superfluos y

    abyectos, espesor, longitud, profundidad,

    peso, color, olor, aspereza, lisura, dureza,

    blandura y todos los accidentes sensibles

    [], de tal manera que la Roma y el Pars

    que tengo en el alma, el Pars que imagino,

    lo imagino y lo comprendo sin extensin ni

    lugar, sin piedra, sin yeso y sin madera.

    Michel de Montaigne

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA:

    UN ESTUDIO SOBRE LOS FUNDAMENTOS

    DE LA PSICOLOGA COGNITIVA Y

    LA EFICACIA CAUSAL DE LO MENTAL

    Sumario

    Captatio beneuolentiae . . . . . . . . 11

    Agradecimientos . . . . . . . . . 13

    Exordio . . . . . . . . . . 17

    MUNDO, PALABRA, MENTE

    El genio de la lmpara . . . . . . . . 77

    Actitudes, proposiciones, hecho . . . . . . . 85

    La sombre de Frege . . . . . . . . . 89

    La cuestin del naturalismo . . . . . . . 96

    Motivos para quebrar el hechizo . . . . . . . 101

    Pensar sin pensar . . . . . . . . . 111

    Coda. Quimera de la nube equivocada: la naturalizacin y el error . 122

    RACES Y DESARROLLO

    DE LA CONCEPCIN COGNITIVISTA DE LO MENTAL

    Crisis y vigencia del conductismo . . . . . . 131

    Fingida austeridad, o entender qu aprendemos . . . . 150

    Divergencias y oscilaciones: las fuentes freticas del funcionalismo . . 168

    El dolor y la fragilidad:

    la naturaleza de las disposiciones en el conductismo lgico . . 180

    El (retorno del) problema del retorno de lo mental . . . . 193

    Despliegue y alcances del fisicalismo . . . . . . 204

    Nadar y guardar la ropa: conductismo, fisicalismo y teora de autmatas . 212

    Eficacia causal, relevancia explicativa, autonoma . . . . 223

    Ab Architae columba lignea: madrugada del autmata . . . . 231

    La extenuacin del computador:

    contra capitis defatigatione, mathesis universalis . . . . 240

    Las mquinas pensantes y la crisis de fundamentos de la matemtica . 256

    Mentes y mquinas: metforas de una metfora . . . . 266

    Interludio. Autmatas y oficinistas: el cognitivismo como ideologa . 284

  • La mudable encarnacin de lo mental . . . . . . 288

    Funcionalismos: cartografa terica . . . . . . 298

    Espritu, materia, funcin. Lecturas ontolgicas del funcionalismo . . 337

    Proteo tambin encadenado:

    nuevos esfuerzos por la unificacin de la ciencia . . . 362

    El dolor y la piedra de ijada:

    coextensividad nomolgica y herencia causal . . . . 375

    Prcticas de taxonoma neurolgica y psicolgica: estructura y funcin . 407

    Obras o buenas razones: caridad contra herencia causal . . . 421

    Aparejos para apresar lo mental . . . . . . . 435

    Sobre explicar y comprender . . . . . . . 459

    ENTRE EL MUNDO Y LA MENTE: LITIGIOS FRONTERIZOS

    Los lazos con el mundo: cmo describir estmulos y respuestas . . 469

    El mundo en la mente y viceversa . . . . . . 486

    Un cerco invisible . . . . . . . . . 502

    Lingua mentis, recinto umbro . . . . . . . 517

    La metfora de la llave y la soberana del significado . . . . 524

    Cadenas causales dscolas y leyes cteris paribus . . . . 548

    Nociones de lo sintctico: pensamiento y lenguaje . . . . 573

    Un ensayo de restitucin . . . . . . . . 596

    Naturaleza en la naturaleza . . . . . . . 604

    Summary . . . . . . . . . . 611

    ndice onomstico . . . . . . . . . 627

    Bibliografa . . . . . . . . . . 637

  • 11

    Captatio beneuolentiae

    Las indagaciones que abrigan estas pginas han ocupado, con desigual intensidad,

    los ltimos quince aos de mi vida. Estaba ya embarcado en esta investigacin

    cuando me fue por primera vez dada, formalmente, una labor de enseanza: muchas

    de las reflexiones que aqu se perfilan provienen del esfuerzo por explicar alguna

    cuestin difcil a un estudiante que, a diferencia de tantos, tena la sagacidad de saber

    que no entenda y el coraje de admitirlo. En el tiempo que ha abarcado esta

    investigacin han nacido mis dos hijos, que me han enseado tanto ms de lo que

    hubiera podido yo aprender nunca; tambin la enfermedad y su mirada huera han

    hecho mella en mi corazn. Las ms de las veces, sin embargo, no ha sido la

    presencia dichosa o terrible de los extremos de la vida lo que me ha apartado de las

    lecturas o las reflexiones que haban de ir dando forma a estas pginas, sino el

    ajetreado da a da que conlleva tratar de mantener a punto los engranajes en que

    descansa el quehacer de una nutrida comunidad de profesores y alumnos. Las

    demoras que todo ello ha ido imprimiendo a este trabajo, y que tantas veces parecan

    no tener fin, permitieron quiz, por otro lado, que los pensamientos que en l se

    plasman bebiesen de multitud de fuentes a las que de otro modo no habra tenido

    tiempo de acercarme.

    A menudo, en estos aos, me han preguntado de qu trataba esta

    investigacin. Cuanto ms iba adentrndome en ella, ms difcil se me haca

    contestar, y desde hace ya un largo tiempo vengo eludiendo la respuesta. Creo que

    va siendo hora: esta investigacin trata sobre las diferentes maneras en que podemos

    intentar explicar las acciones humanas las acciones de nuestros semejantes y las

    nuestras propias y sobre la relacin entre esas diferentes maneras; en particular, esta

    investigacin trata sobre si existe una manera de explicar las acciones humanas

    presumiblemente, la que articulan la fisiologa, la bioqumica y, en ltimo trmino, la

    fsica sobre la que a la larga hayan de revertir todas las dems o si por el contrario

    hay otras que puedan reclamar para s el don de hacer comprensibles aspectos de la

    accin humana que de otro modo permaneceran opacos; ms en particular, esta

    investigacin trata sobre si en las races del modo de construir teoras psicolgicas

    que bajo el nombre de cognitivismo acab, har poco ms de medio siglo, con cierta,

    breve hegemona del movimiento conductista en seno de la psicologa cientfica, es

    posible encontrar o no un fundamento slido para la idea de que la explicacin

    psicolgica puede en efecto reclamar tal don para s, y hacerlo adems, como se ha

    pretendido, sin cuestionar que en ltima instancia todo cuanto existe en cada uno de

    nosotros es lo que en ltima instancia se conforma en su cuerpo; ms an, esta

    investigacin trata sobre si la discutida autonoma de la explicacin psicolgica

    depende crucialmente o no de que nuestros cuerpos puedan encontrarse en estados

    cuyos lazos causales con el entorno que habitamos y con nuestras acciones slo

    queden adecuadamente aislados si los describimos en el lenguaje terico que nos

    proporciona la psicologa. Al intentar desmadejar los muchos hilos que se enredan en

    esas preguntas, fue cobrando fuerza la conviccin de que el concepto de significado

  • CAPTATIO BENEUOLENTIAE

    12

    formaba la urdimbre sobre la que haban de tejerse las respuestas; despus, la de que

    el concepto de consciencia perfilaba el horizonte hacia el que esas respuestas haban

    de mirar; por ltimo, la de que las races del problema, en su despliegue histrico, se

    intricaban en torno del concepto de estmulo. Estmulo, significado, consciencia sera,

    as pues, un ttulo acertado para un estudio sobre los fundamentos de la psicologa

    cognitiva y la eficacia causal de lo mental.

    Esta investigacin nunca tuvo un final, no al menos el final que yo,

    ingenuamente, haba esbozado para ella. Tuvo, a lo sumo, una capitulacin: me di por

    vencido cuando la medida del tiempo que le haba consagrado pareca ya tan

    estrafalaria como la extensin de estas pginas. Me temo que sera presuntuoso, en

    consecuencia, pretender que tuviera una conclusin a lo sumo podr ofrecer una

    recapitulacin. Es sta: creo que no encontraremos una respuesta convincente a la

    pregunta en torno al estatus de la explicacin psicolgica si no logramos antes

    descifrar el papel que en nuestra nocin de causalidad desempean las causas

    mentales y, con ellas, el significado propio de los estados mentales que las conforman

    y la consciencia de la que de tanto en cuanto vienen revestidos. Pero aclarar por qu

    he llegado a esta conviccin es mucho ms laborioso, y llevar sin duda algo ms de

    tiempo.

  • 13

    Agradecimientos

    , se lee al comienzo del libro I de las Meditaciones que a

    modo de notas para s mismo dejara escritas Marco Aurelio a lo

    largo de los aos finales de su vida: De mi abuelo Vero, dice quien sera bautizado

    por Nicols Maquiavelo como el ltimo de los emperadores buenos, el buen

    carcter y la serenidad. Agradecer es, nos ensea Marco Aurelio, no slo

    corresponder al beneficio que se nos ha hecho con la mnima ofrenda de su

    reconocimiento, sino tambin obligarnos a no perder de vista la huella que ha dejado

    en nosotros la generosidad ajena: no slo algo que decimos a quienes dirigimos

    nuestro agradecimiento, sino tambin a nosotros mismos, como recordatorio de los

    muchos dbitos que nos conforman.

    Antes de seguir adelante, as pues, debe quedar anotado que sin la paciencia

    inagotable del profesor Pedro Chacn y sus siempre mesurados consejos el ms

    importante de los cuales, que acotara frreamente el objeto de la investigacin, nunca

    logr obedecer, este trabajo, como es obvio, nunca habra llegado a buen puerto;

    tampoco habra habido, sin su generosidad, primeras publicaciones ni primeras

    experiencias docentes. Es precisamente su benevolencia lo que hace impensable

    achacarle ninguna de las tachas que se encontrarn en este trabajo, a la vez que hace

    obligado reconocerle cualquier virtud que pueda atesorar, pues l sin duda la habr

    alentado.

    Cuando, sin conocerle, llam a la puerta de su despacho de la Facultad de

    Psicologa, en la primavera de 1996, para hablarle de la tesis doctoral que entonces

    tena pensado escribir y que en bien poco se parecera a sta, vena de pasar no

    pocas maanas en un improvisado seminario en lo que era entonces la Seccin

    Departamental de Psicobiologa, en el que el profesor Jos Mara Velasco nos haba

    adentrado, a mi compaero Adolfo Maldonado y a m, en el debate contemporneo

    sobre filosofa de la mente.

    La lectura a la que ms tiempo habamos dedicado en aquel seminario era El

    redescubrimiento de la mente, de John R. Searle, as que cuando en septiembre de 1997,

    merced a una beca del programa de intercambio acadmico entre la Universidad

    Complutense de Madrid y la Universidad de California, llegu al campus de

    Berkeley, no tard en matricularme en todas y cada una de las asignaturas que aquel

    ao imparta el profesor Searle. Ya se tratara de un curso introductorio pensado para

    freshmen, ya de un seminario de doctorado, mi idea de la reflexin filosfica fue

    quedando punteada al escuchar cmo el profesor Searle desplegaba sus argumentos

    sobre las nociones de intencionalidad y consciencia razonando en voz alta,

    volviendo sobre sus pasos para reexaminarlos, esquivando las objeciones de algn

    alumno, despertando a menudo la sonrisa o incluso la contenida hilaridad que no

    pocas veces acompaaba a la inconfundible mezcla de rigor lgico y apego al sentido

    comn en que sola descansar su crtica de la razn cognitiva. El inters que en l y en

    su ayudante de docencia, Jennifer Hudin, evocaron los trabajos que en torno al

    concepto de dolor en los argumentos de Saul A. Kripke hube de presentarles fue

  • AGRADECIMIENTOS

    14

    entonces, y volvera a ser en algunos momentos de flaqueza, un acicate para

    perseverar en esta investigacin, pues aquellos no eran sino sus balbuceos primeros.

    Pero otro tanto podra decir de los profesores Hubert L. Dreyfus y Walter J. Freeman,

    que exploraban cada semana antes nuestros ojos las lindes entre fenomenologa y

    neurofisiologa, transitando con toda naturalidad de la trabajosa descripcin del

    funcionamiento del crtex auditivo a la no menos trabajosa lectura de Merleau-

    Ponty, y de las penetrantes preguntas con que Sean Kelly iba dando forma a sus

    reflexiones y a nuestros apuntes; tambin de las pausadas pero inexorables

    indagaciones del profesor Barry Stroud acerca de la naturaleza del color un asunto

    que me haba inquietado desde nio y de las igualmente inexorables y pausadas

    matizaciones con que el profesor Bernard Williams iba acechndolo But Barry

    dont you think?, o incluso del fugaz paso por Howison Library de Ned J. Block

    para disertar en torno a la viabilidad de predicar propiedades cromticas respecto de

    representaciones mentales, una ya lejana tarde de 1998.

    Al otro lado del campus, en Tolman Hall, la reflexin sobre el color serva

    tambin de gozne entre lo mental y lo fsico, y las restricciones empricas

    meticulosamente fijadas por el profesor Stephen Palmer a la posibilidad conceptual

    de una inversin de las relaciones entre longitudes de onda y experiencias cromticas

    cuestin, como es sabido, muy cara al profesor Block me ayudaron a entender algo

    mejor no slo los tornadizos lazos entre lo concebible y lo posible, sino tambin el

    tiento con que es obligado avanzar cuando se conjugan premisas construidas con

    diferentes vocabularios tericos. Ese mismo cuidado aprendera a reconocer ojal

    tambin a remedar en las investigaciones del profesor John Kihlstrom sobre la

    naturaleza de la consciencia, en las que la voz de William James o Wilhelm Wundt

    poda escucharse, distante pero ntida, en una frase entresacada de un artculo de

    Larry Weiskrantz acerca del sndrome de visin ciega o incluso de un trabajo sobre

    protocolos de anestesia. Conciencia, experiencias de dolor o de color e

    intencionalidad conformaban, con todo, una visin un tanto solipsista de la vida

    psquica, y sera en el vivo debate suscitado en el seminario sobre teora de la mente

    que diriga la profesora Alison Gopnik donde empezara a vislumbrar el carcter

    constituyente de la presencia de los dems en cada uno de nosotros. Despus, ya en

    primavera, las sosegadas reflexiones de la profesora Eleanor Rosch en torno a la

    construccin de la memoria autobiogrfica haran arraigar ese convencimiento, y

    dejaran sembrados mis apuntes de otras muchas intuiciones que an espero algn

    da tener tiempo de explorar.

    Aquel ao de intenssimo aprendizaje no habra sido posible sin la fascinacin

    que haban sabido suscitar en m la profesora Susana Lpez Ornat y los profesores

    Luis Enrique Lpez Bascuas y Fernando Colmenares, pero tampoco sin su apoyo

    expreso: a sus desconcertantes lecciones sobre el desarrollo del lenguaje y de la

    visin espacial, sobre la etologa del comportamiento social y, sobre todo, sobre las

    conclusiones que de ello caba derivar en cuanto hace a la naturaleza de lo mental

    desconcertantes, claro, para un estudiante poco acostumbrado a que la labor docente

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA

    15

    dejara abiertas tantas preguntas como responda, se sumara luego su generosidad

    al redactar las tres cartas de presentacin que exiga Berkeley.

    El regreso a Madrid traera consigo la ocasin de ahondar, de la mano otra vez

    de Pedro Chacn, en la espinosa cuestin del lugar de la consciencia en los modelos

    cognitivistas de lo mental, as como de seguir desbrozando el camino que para m

    abriera primero Fernando Colmenares y luego Alison Gopnik, ahora bajo la pujante

    luz de las palabras de ngel Rivire: su seminario sobre teora de la mente en la

    Facultad de Psicologa de la Universidad Autnoma de Madrid fue una prolongacin

    del embeleso que haba sentido, en Berkeley, al contemplar el ejercicio vivo e

    insobornable del pensamiento. Tambin nos falta hoy, como ngel, el profesor

    Eugenio Fernndez, cuya acerada inteligencia de Spinoza y del afn con que el

    Barroco tratara de domear la inquietante ubicuidad de las pasiones develando,

    como l certeramente deca, el orden de los afectos tanto me ayud a hacerme cargo

    de que la investigacin sobre la naturaleza de la mente, por mucho que se impregne

    de tintes conceptuales o empricos, no puede desligarse de la reflexin moral. An

    me dejara tiempo aquel curso, por ltimo, para afianzar mis desordenadas lecturas

    sobre representacin del conocimiento aprendiendo con la profesora Felisa Verdejo,

    del Departamento de Lenguajes y Sistemas Informticos de la Universidad Nacional

    de Educacin a Distancia, a construir un rudimentario sistema experto en el viejo

    PROLOG.

    Unos diez aos despus, en un seminario sobre sistemas expertos en

    evaluacin psicolgica impartido en el Colegio Universitario Cardenal Cisneros, tuve

    el privilegio de volver a fatigar ese terreno codo con codo con el profesor Luis Mara

    Laita de la Rica, de la Universidad Politcnica de Madrid, que con su bondad sin

    trmino insista en hacerme ver la destreza con que lo transitaba. Pero diez aos

    atrs, cuando haban transcurrido ya casi otros diez desde que abandonara los

    estudios de programacin con que mis padres intentaran labrarme un futuro, escribir

    de nuevo lnea tras lnea de cdigo se me haba hecho tan arduo que no tuve otro

    remedio que pedir auxilio a un buen amigo suyo de siempre suyo, digo, de mis

    padres, y mo de los das de la infancia, el profesor Rodolfo Fernndez. l antes que

    nadie, apenas llegado yo a la Facultad de Psicologa, haba intentado mostrarme el

    horizonte que de cara a nuestra comprensin de nosotros mismos abran esas mentes

    artificiales que se adivinaban en las computadoras. Su abrupta ausencia le ha

    impedido ver que el fruto de su empeo, aunque escueto, habra de llegar, pero le

    agradara, creo, saber que su recuerdo tie las pginas de este trabajo.

    Durante el largo tiempo que esta investigacin se ha demorado, ha sido la

    confianza inquebrantable de Luis Lzaro la que ha procurado el sustento que, tanto

    como los seminarios o las lecturas, la ha hecho posible. No menos decisiva ha sido su

    generosidad al permitirme pasar alguna que otra maana de trabajo en esta o aquella

    biblioteca, hojeando tantas referencias pasajeras, o en casa, redactando algn

    fragmento de estas pginas. Que, con desmedida benevolencia, l viese en m, a

    quien haba encomendado apenas dos aos antes la enseanza de la hoy extinta

    Filosofa de la Psicologa en la Divisin de Psicologa del Colegio Universitario

  • AGRADECIMIENTOS

    16

    Cardenal Cisneros, a la persona idnea para hacerse cargo tambin de impartir la

    hoy maltrecha Historia de la Psicologa acabara imprimiendo un giro a esta

    investigacin mucho mayor de lo que yo poda entonces suponer: ya nunca pude

    desistir de una mirada histrica sobre los asuntos que el desarrollo de los

    argumentos me abocaba a abordar.

    A lo largo de los otoos de 2009 y 2010, adems, la oportunidad de impartir en

    el campus de Madrid de la Universidad de Saint Louis una introduccin al

    pensamiento griego, que debo a la confianza de John R. Welch, no slo contribuy a

    ese sustento, sino que tambin me permiti afrontar como un gozoso deber lo que

    hasta entonces haba sido una pasin que reservaba para el verano. Inevitablemente,

    tambin de aquello pueden encontrarse huellas en este trabajo, desde la lectura del

    Crtilo hasta el modo en que el intento de ahondar en la idea de lgos lo suficiente al

    menos como para poder explicarla me llev a entrever en su intimidad y su

    distanciamiento con la nuda realidad las races del lugar que la posibilidad del error

    ocupa, creo, en la nocin de intencionalidad.

    Por lo dems, he mencionado ya que esta aventura germin bajo los auspicios

    de una beca del programa de intercambio acadmico entre la Universidad

    Complutense de Madrid y la Universidad de California, pero no que continu

    brevemente, durante los primeros meses del curso 1999-2000, bajo los de una beca

    predoctoral de la Universidad Complutense, a la que renunci cuando hube de

    asumir mis primeras responsabilidades docentes.

    La mayor parte de estas pginas ha sido escrita en Madrid, pero al releerlas

    reconozco tambin largos fragmentos redactados en Molino de la Hoz, en Cdiz, en

    Rota, o en Madrigal de la Vera, y que son por tanto deudores del cobijo prestado por

    mis padres es decir: al margen del modo mucho ms hondo en el que todo este

    trabajo est en deuda con ellos, o por los padres de mi esposa. An sobrevive algn

    prrafo perdido al que di forma en Berkeley, y algunos ms que maduraron en Lima,

    en la primavera austral del ao 2002, merced a la hospitalidad del profesor Ricardo

    Silva-Santisteban, de la Pontificia Universidad Catlica del Per. Otros fragmentos,

    que recuerdo anotados a vuelapluma en La Habana, Lisboa, Londres, Venecia o

    Mosc, hablan ms que otra cosa de cmo la investigacin que aqu se presenta lleva

    tanto tiempo engarzada en cada peripecia de lo que ha sido mi vida.

    Mi vida, es decir: el amor inconmensurable de Olga Muoz, que ha dado

    sentido a todo este esfuerzo como ha dado sentido a todo lo dems desde que la

    conoc; nuestros dos hijos, Pablo y Martn, en quienes ese aliento de sentido

    cristaliza cada da, tibio e irrepetible; mis padres, de quienes he aprendido todo

    cuanto en verdad s y habra sin duda aprendido mucho ms si hubiera sido ms

    espabilado, pues es mucho ms lo que tienen que ensear. Al igual que a cada uno

    de ellos ha pertenecido cada minuto de este trabajo, les pertenecen sus frutos,

    exiguos, quiz, y de sabor un tanto extrao. Acaso comenzaba ya a entenderlos Pablo

    cuando, al ver sobre la mesa de la cocina un tratado de epistemologa que yo andaba

    consultando entonces, dijo complacido: Pap est leyendo un libro sobre cmo

    espistar.

  • 17

    Exordio

    Como la aparicin del Djin El genio de la lmpara cuando Aladino acariciara su

    insospechado tesoro: ste es el smil que Thomas H. Huxley emple en las primeras

    ediciones de sus Lessons in Elementary Physiology para perfilar la relacin entre el

    surgimiento de un estado de consciencia y la irritacin de un determinado tejido

    nervioso. Un abismo chasm escribira poco despus John Tyndall que mediaba

    entre ambos fenmenos; mil du Bois-Reymond imaginara un golfo Klft alzado

    [] frente a los lmites de nuestro ingenio. Estas metforas de lo inabarcable, de lo

    incomprensible, forman el espacio del que parte la presente investigacin, y se

    materializan en el resignado dictum que el propio du Bois-Reymond pronunciara, en

    las lindes del siglo, respecto de la naturaleza y origen de las sensaciones: Ignorabimus!

    La resignacin, a su vez, se muestra como uno de los vrtices de un campo de fuerzas

    en el que opera tambin la frugal modestia de que haca gala Claude Bernard al

    excluir de nuestras capacidad de comprensin el porqu de los hechos, as como la

    tenacidad arrolladora de Santiago Ramn y Cajal, convencido tal vez de que en el

    mbito del saber toda rendicin es prematura.

    La sospecha de que la consciencia pudiera ser un [] hecho ltimo de la

    naturaleza ste es el giro que Huxley elegira, despus, para librarse del Djin

    sigue viva en el debate acerca de lo mental en nuestros das, un debate cuyo tejido

    parece tensado por las mismas fuerzas y articulado en torno a parecidas metforas: el

    hiato explicativo gap al que alude Levine, o la [] llama misteriosa que parece

    querer convocar McGinn. Se ha dado, no obstante, un giro de cierta envergadura.

    Buena parte de nuestros esfuerzos recientes se ha centrado en el intento de entender

    los lazos entre un pensamiento o un deseo, o un temor y aquello en lo que

    pensamos o deseamos, o tememos: un trabajo en la estela de la idea de in-

    existencia intencional en la que Franz Brentano cifr la singularidad de lo mental,

    salvo en que se acomete dejando entre parntesis la cuestin de la consciencia. Si du

    Bois-Reymond crea que el sexto de sus Weltrtsel la naturaleza del pensamiento

    caera ante nosotros como fruta madura si pudiramos desvelar el quinto el

    surgimiento de la sensacin, nuestro propio empeo, como con nimo bien distinto

    hacen ver Zenon W. Pylyshyn, Colin McGinn, Daniel C. Dennett, John R. Searle o

    Jerry A. Fodor, ha sido perseverar en el asedio de aqul asumiendo nuestra

    ignorancia respecto a ste.

    Actitudes, proposiciones, hechos son, as pues, las madejas con las que se teje

    la indagacin acerca de los lazos entre mente y mundo. Si bien la pregunta por las

    relaciones entre digamos una creencia y aquello que creemos es a todas luces

    diferente de la que concierne a las relaciones entre la creencia y por recrear el

    lenguaje de Huxley la irritacin nerviosa, no es menos obvio que entre una y otra

    cuestin han de existir pasadizos que valga la pena iluminar: que Brentano

    consignara la intencionalidad como marca de lo mental puede verse entonces como

    un modo de advertirnos de la profundidad de dichos pasadizos. Pero es en la idea de

    Bertrand Russell de que es fructfero pensar en creencias o deseos como actitudes que

  • EXORDIO

    18

    mantenemos hacia determinadas proposiciones, las cuales a su vez se refieren a tales o

    cuales hechos, as como en el marcado giro lingstico que Roderick Chisholm diera al

    estudio de estas actitudes proposicionales al centrarlo en el anlisis del comportamiento

    lgico de los enunciados del lenguaje coloquial que se emplean para atribuir tales actitudes a

    otros o a nosotros mismos, donde el cognitivismo ha encontrado la ms caudalosa

    fuente de inspiracin para dar forma al abierto recurso a representaciones internas en la

    explicacin de la conducta que le sirvi para desligarse de la tradicin conductista. A

    pesar de que la armazn conceptual alzada por Russell o Chisholm queda lejos de

    proveernos de explicacin alguna pertenece ms bien, como se dir, a la topografa

    del explanandum que a la fbrica del explanans; es, si se prefiere, explicativamente

    inerte, lo cierto es que al ceir los cimientos de dicha fbrica deja ya fijados algunos

    de sus rasgos principales. As, pongamos por caso, el cognitivismo se aboca a

    perfilarse como una reivindicacin de la psicologa que de algn modo se halla

    implcita en ese lenguaje coloquial reivindicacin cuyos trminos habremos de

    esmerarnos en delimitar. Con ello, asuntos como la proliferacin en el seno de dicho

    lenguaje de contextos intensionales i.e., refractarios al principio de sustituibilidad

    salva veritate de trminos correferenciales que ha quedado consagrado como ley de

    Leibniz aparecen como claves de las que una teora psicolgica madura debera

    rendir cuentas. En el desarrollo del cognitivismo resultara decisiva, en efecto, la idea

    de que el control efectivo de la conducta compete a las representaciones internas, y

    no a los estmulos idea que es, segn se ver ms adelante, se revela como un

    trasunto de la de intensionalidad.

    Si reemplazar un trmino por otro que se refiere a lo mismo puede hacer falso

    un enunciado verdadero o viceversa, es razonable pensar que esto ocurra porque

    el trmino no se emplee en virtud de aquello a lo que se refiere su extensin, su

    denotacin, sino del modo en que lo hace su intensin, su connotacin. Tanto los

    trabajos lgicos de Aristteles como los de John Stuart Mill destellan, pues, entre los

    orgenes de la concepcin cognitivista de lo mental, pero mucho ms rotunda es sin

    duda La sombra de Frege. Como es bien sabido, en el transcurso de las

    investigaciones de Gottlob Frege sobre la naturaleza de la relacin de identidad, el

    sentido Sinn de un signo (o una expresin) se va perfilando como las propiedades

    semnticas que lo diferencian de otro signo (o expresin) con el (o la) cual comparte

    una misma referencia Bedeutung; aquello, por tanto, que permite que un enunciado

    que una a ambos signos (o expresiones) en torno a un signo de identidad, =, no

    resulte forzosamente tautolgico. El sentido es, entonces, no slo aquello que

    determina su referencia, sino adems aquello que aprehendemos cuando

    entendemos un signo o una expresin. Pero el sentido no puede ser piensa Frege

    una representacin interna una intuicin o presentacin, Vorstellung: tales

    representaciones, que ataen a la psicologa, pueden variar indefinidamente entre

    sujetos, pero el sentido de un signo, so pena de hacer imposible toda forma de

    dilogo, ha de ser estable. Al destilar de esa idea ingenua del sentido como

    Vorstellung todo vestigio psicolgico acrisola Frege su nocin de pensamiento: aquello

    que asevera una oracin afirmativa un juicio, y que equivale a su sentido.

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA

    19

    Naturalmente, adems de expresar un pensamiento esto es, de albergar un sentido

    un juicio bien puede ser verdadero o falso. Comoquiera que ese valor veritativo no es

    el pensamiento expresado esto es, el sentido, Frege lo identifica con la referencia

    del juicio. Pero sabamos que es el sentido lo que determina la referencia y lo que

    captamos cuando entendemos; ahora sabemos, por tanto, que el sentido de un juicio

    porta consigo su valor de verdad. Entre los bastidores de la concepcin fregeana del

    significado, as pues, se opera una exhaustiva purga cuyo propsito no es otro que

    desproveer a la lgica de cualquier tonalidad psicolgica, y cuyas consecuencias para

    nuestra concepcin de lo mental son mltiples y de profundsimo alcance.

    Constatamos, por un lado, cmo la verdad o la falsedad de un juicio, que

    depende de su sentido, han quedado expulsadas de los dominios de la psicologa: tal

    como nos recordara Kenny, si hubiera leyes que describieran el encadenamiento de

    estados mentales, stas no haran [] ninguna distincin entre pensamientos

    verdaderos y [] falsos. De nuevo, es fcil entrever en este punto las fuentes de la

    primaca que la representacin adquirira en el seno del cognitivismo en detrimento

    del estmulo es decir, de los hechos; es decir, de la verdad de la representacin. La

    argumentacin de Frege, con todo, ofrece una primera oportunidad de bosquejar una

    reivindicacin de la relevancia, en la explicacin psicolgica, de los lazos que las

    representaciones internas traben con el mundo: en pocas palabras, si asumimos que

    estados psicolgicos como las creencias se originan en ese trfago causal que

    comienza en la estimulacin de los sentidos aun cuando aceptemos que recibe

    tambin el caudal de otros afluentes y no incorporamos una explicacin de la

    posibilidad del error en los fundamentos de nuestra teora psicolgica, ya de poco

    servir que intentemos como el propio Frege hacerlo despus.

    Por otro lado, asistimos tambin en Frege a un riguroso pupilaje de las

    peculiaridades del lenguaje psicolgico coloquial a un caso ms general, el de la mera

    cita: Duncan crea que Macbeth era digno de confianza no es entonces

    esencialmente diferente de Tales dijo que el agua es el principio de todas las cosas;

    en ambos enunciados, lo que la oracin subordinada aporta al sentido de la principal

    es decir, al pensamiento expresado por el juicio, y por esa va a su referencia, no es

    su propia referencia es decir, su valor de verdad sino su sentido, y slo podra por

    tanto quedar reemplazada salva veritate por otra de sentido idntico. As pues, tomar,

    de la mano de Chisholm, el comportamiento lgico de determinadas expresiones del

    lenguaje psicolgico coloquial como brjula para nuestra comprensin de lo mental

    aparecera como una maniobra que slo ha resultado viable al amparo de una lectura

    de Frege de la que cuidadosa o burdamente se ha segado cualquier retazo de aire

    antipsicologista como muestra, por ejemplo, la reinterpretacin de la idea del

    sentido en tanto que modo de determinacin de la referencia como la de un modo de

    presentacin de la referencia, confundiendo as Sinn y Vorstellung. Ha sido quiz Ullin

    T. Place quien de forma ms certera ha escrutado las limitaciones del giro lingstico

    emprendido por Chisholm, su origen que l cifra en la influencia perniciosa de la

    distincin entre saber qu y saber cmo trazada por Gilbert Ryle al hilo de ciertas

    observaciones pasajeras de Wittgenstein, y algunos de sus frutos menos apetecidos

  • EXORDIO

    20

    fundamentalmente, la postergacin del anlisis de estados psicolgicos tan cruciales

    como puedan serlo la creencia o el deseo, pero menos ajustados al rgido esquema de

    la actitud proposicional.

    Entre la conviccin de raigambre brentaniana segn la cual la intencionalidad

    distingue a lo mental de lo fsico y el infatigable empeo por encontrar una

    explicacin de los fenmenos mentales que podamos incardinar sin fisuras en el

    edificio de la ciencia natural encarnado quiz ya en Ramn y Cajal, pero que a

    efectos del debate contemporneo cristaliza en Willard V.O. Quine, se circunscribe

    La cuestin del naturalismo. La idea de naturalizar la intencionalidad de explicarla,

    digamos, en trminos de propiedades que no la presupongan se perfila hoy a

    menudo como un tributo mnimo, pero ineluctable, a cierta concepcin reduccionista

    de la ciencia, un tributo expresado en ocasiones mediante el concepto de

    superveniencia y ligado a la idea de que la relacin entre una creencia o un deseo y

    aquello que creemos o deseamos no puede de ningn modo constituir una propiedad

    primitiva elemental, bsica de la realidad, como lo seran como slo lo seran las

    propiedades que postula la fsica. Otras veces, la idea de naturalizacin aparece

    sencillamente como un canon epistemolgico irrevocable, casi como una mera

    exigencia de transparencia en la explicacin. Pero tambin, claro est, cabe entender

    el afn de naturalizar la intencionalidad como fruto de una mostrenca obstinacin en

    asemejar cuanto no entendemos a las cosas, que creemos entender mejor. As que,

    como queda claro al hilo de una clebre discusin entre Fodor y Searle, lo que se

    dirime es a fin de cuentas si a la intencionalidad le cuadra el viejo adagio del obispo

    Butler segn el cual todo es lo que es y no otra cosa: si es uno de esos hechos ltimos

    vislumbrados por, si al apelar a ella hemos topado con el lecho rocoso en el que ya

    lo anunciaba Wittgenstein [] las explicaciones tienen que terminar [] o si, por

    el contrario, apenas hemos nombrado aquello que pretendemos comprender. O, tal

    vez, si el desencantamiento del mundo que procura el conocimiento cientfico ha de

    alcanzar tambin a todos los reductos de la propia mente que lo ha forjado.

    La pregunta se torna, entonces, en la de cules podran ser nuestros Motivos

    para quebrar el hechizo, cul es la mies que nos aguardan, si es que nos aguarda

    alguna, si finalmente hubiramos de rendir el cobijo que habamos credo hallar en la

    singularidad de lo mental. Pues bien: quebrar el hechizo empieza a entreverse as

    como un mal menor, un modo de soslayar una cosecha ms aciaga. El mal mayor,

    claro, no es otro que la perspectiva de que haya que decretar la radical inexistencia

    de aquello que anhelbamos salvar. Ciertamente, que la intencionalidad o cualquier

    otra cualidad que queramos hacer distintiva de lo mental sea una propiedad ltima

    de la realidad o que se derive de otras de naturaleza en algn sentido elemental no

    son las nicas posibilidades lgicas abiertas: cabra pensar tambin que sencillamente

    no exista tal propiedad, ya porque la utilizacin que de ella hacemos en el discurso

    filosfico o en nuestras explicaciones ordinarias de la conducta no sea ms que una

    ficcin til, ya que porque, adems de ficticia, la nocin de intencionalidad se torne

    perfectamente inservible tan pronto como sepamos construir una ms acertada, en el

    vocabulario de ciencias ms bsicas. Instrumentalismo y eliminacionismo son, pues,

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA

    21

    los polos menos y ms severo de una interpretacin antirrealista de lo mental que su

    naturalizacin, despus de todo, nos permitira al menos rehuir. Las dificultades que

    afronta el naturalismo pueden leerse entonces el locus classicus de ese giro se

    encuentra en Palabra y objeto, de Quine como un acicate para promover la abolicin

    sin paliativos del vocabulario psicolgico tradicional. Desde esta atalaya, en fin, el

    paisaje resulta suficientemente lgubre como para que la naturalizacin de lo mental

    se vislumbre como un destello esperanzador, como una forma de humanismo.

    La tesis de que no haya otra forma de entender la intencionalidad que

    incorporarla a un presunto inventario de propiedades ltimas de lo real o al de sus

    derivados o, al menos, que no haya otra forma de entenderla sin vernos arrastrados

    al antirrealismo es puesta en tela de juicio por Terry Horgan, quien considera viable

    construir una idea de propiedad fundamental que deje indemnes las convicciones

    naturalistas. La articulacin de ese delicado equilibrio requiere, no obstante,

    conceder a Horgan un conjunto de premisas acerca de los motivos que subyacen a

    dichas convicciones, la relacin entre la intencionalidad y las propiedades

    elementales sobre las que descansa, la idea misma de propiedad elemental, y la

    naturaleza de los conceptos humanos en general, en torno a las cuales es fcil

    sembrar dudas. En particular, el argumento de Horgan depende de la tesis de que

    cualquier caracterizacin naturalista de las propiedades elementales en las que en el

    fondo consiste la intencionalidad nos resultara intratable. Pero el nico modo de que

    eso sostenga sus conclusiones es que la intratabilidad en cuestin no sea asunto de

    una circunstancial penuria, sino ms bien digamos de una indigencia constitutiva

    de nuestro entendimiento, y Horgan est lejos de haber dejado afianzada tal cosa. En

    realidad, la idea de que el vnculo entre lo mental y lo fsico desborda nuestra

    capacidad de concebir hunde sus races en un territorio que nos es conocido Huxley,

    Tyndall, du Bois-Reymond. Tan convencido, no obstante, como pudiera mostrarse

    du Bois-Reymond de que incluso un sabio fustico habra de rendirse a su

    ignorabimus lo estara poco despus Edward L. Thorndike de lo contrario Max F.

    Meyer, en la estela de Thorndike, pronto comenzara, de hecho, a dar forma, en el

    seno de un conductismo temprano, a la osada conjetura de la inexistencia de esa

    realidad mental que otros vean impenetrable: a la equiparacin de deseos, anhelos o

    creencias a fantasmas, dioses o demonios.

    Pensar cmo podramos Pensar sin pensar se perfila entonces como el reto

    crucial al que nos enfrenta la pujanza de esa avidez por abolir lo mental que arraiga

    en el pensamiento de Meyer. La fuente de la que manan los juicios ms severos

    acerca de la realidad de la mente o, entre stos, los ms firmemente fundados se

    halla en la idea de que el discurso psicolgico bien pudiera incorporarse al

    vocabulario propio de la ciencia en tanto reconociramos su naturaleza terica. De

    ese modo parece que pretendan Rudolf Carnap o Wilfrid S. Sellars pero tambin,

    antes, Carl G. Hempel proclamar que el positivismo lgico admita en el seno del

    saber cientfico a la psicologa, antao desterrado por Auguste Comte. Ahora bien: si

    los conceptos que conforman ese discurso psicolgico son en efecto conceptos

    tericos, no cabe negar entonces que pudieran pertenecer a una teora tan falsa como

  • EXORDIO

    22

    longeva; de ser as, qu otra cosa podramos razonablemente hacer salvo prescindir

    de ellos, como ya prescindimos de los espritus animales o el ter?

    Consideraciones de esta ndole labraron, sin duda, el humus del que brotaron

    las dudas de John J.C. Smart Jack Smart sobre el estatus de realidad de los

    fenmenos psicolgicos, que Ullin T. Place y l mismo haban dado por idnticos a

    sus correlatos neurolgicos. Ante las implacables crticas que la tesis de identidad

    psicofsica y la nocin de anlisis temticamente neutral en la que Smart trataba de

    sustentarla recibieran de manos de Jack T. Stevenson o Marshell C. Bradley, Smart,

    en la estela que haba trazado Paul K. Feyerabend, no pudo sino escuchar el canto de

    la sirena y conceder que acaso, despus de todo, no nos fuera dado identificar un

    deseo con un estado del sistema nervioso, sino afirmar la inexistencia de aquel en

    beneficio de la inequvoca existencia de ste. Aunque el mismo Smart tildara poco

    despus de veleidades sus titubeos eliminacionistas, otros muchos se han esforzado

    en tantear las consecuencias que acarreara la inhabilitacin del vocabulario

    psicolgico. Entre los hilos de esa discusin vale la pena detenerse en el que trata de

    hilvanar Stephen Stich o, poco despus, David Braddon-Mitchell y Frank C. Jackson:

    la naturalizacin de la intencionalidad, o la inviabilidad de tal empeo, resultan

    indiferentes insiste Stich en lo que atae al estatus ontolgico de sta, segn nos

    muestran otros conceptos incontestablemente cientficos, como el de fonema en

    lingstica o el de conducta de acicalamiento en etologa, cuya naturalizacin

    resulta igual de espinosa; los conceptos psicolgicos aseguran Braddon-Mitchell y

    Jackson encuentran su nicho entre las ciencias toda vez que no exijamos que stas

    nicamente empleen conceptos referidos a clases naturales, o bien que permitamos

    que tales clases vengan delimitadas, como vienen los conceptos psicolgicos, segn

    criterios funcionales. Asemejar creencias o deseos a fonemas, conductas de

    acicalamiento o, como hacen Braddon-Mitchell y Jackson, a constelaciones ya Place

    haba explorado en su da las similitudes entre la naturaleza de los estados mentales

    y la de los electrometeoros, en lugar de a fantasmas, dioses o demonios, se perfila

    as pues como un modo de limar las aristas del eliminacionismo. Otro, quiz ms

    acre, pasara por mostrar cmo hay ms conceptos, tan medulares o casi a nuestra

    visin del mundo como los de deseo o creencia, que habran de correr la misma

    suerte: pocos aos despus de que Meyer diera el paso de desmentir la realidad de lo

    mental, Francis G. Crookshank, un mdico de Londres, abogaba con vehemencia por

    la abolicin del concepto de enfermedad.

    Tal vez con maneras demasiado expeditivas ha tratado Searle de abatir las

    tesis eliminacionistas haciendo ver que la relevancia o irrelevancia de los conceptos

    psicolgicos en la explicacin cientfica es inocua con respecto a la existencia o

    inexistencia de los referentes de dichos conceptos, como ocurre con tantos otros

    conceptos de uso cotidiano para los que no hay cabida en el discurso de la ciencia. El

    error que subyace al eliminacionismo residira entonces, como ha sealado John Heil,

    en la identificacin de los conceptos psicolgicos como parte del explanans de una

    teora movimiento que proviene de Carnap, y cuya impugnacin Lycan ha ligado al

    pensamiento de Sellars , y no como parte del explanandum que una ciencia madura

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA

    23

    ha de abordar. Hay, desde luego, otros ensayos de aplacar los conatos

    eliminacionistas, como el de convertirlos en gestos auto-refutatorios que, al defender

    la inexistencia de creencias, implicaran la imposibilidad de creer en su propia

    verdad segn intenta Heil, o el de hacer de ellos palabrera estril, trivialmente

    verdadera o trivialmente falsa segn cul sea la teora de la referencia que

    adoptemos con el que Stich de desliga de sus anteriores requiebros con la abolicin

    del vocabulario mentalista. Pese a la encendida controversia que a menudo se ha

    desencadenado en torno a estas cuestiones, no es difcil reparar en que las tesis

    eliminacionistas han ido colonizando cierta oratoria sobre lo mental y lo cerebral, an

    a costa de convertirse ms de una vez en aseveraciones tan solemnes como nimias, en

    las que la contradiccin aflora casi a simple vista; otras veces, en cambio, en la

    tensin que provoca la presencia de lo inexplicado cobra vigor el mismo aliento

    potico que desde los tiempos de du Bois-Reymond, y antes, ha venido impulsando

    no pocos avances cientficos.

    Como en las fbulas de antao, la Quimera de la nube equivocada nos ensea

    el modo en que el intento de entender que nuestras palabras o nuestros

    pensamientos puedan designar o describir errneamente el mundo ha ido

    entrelazndose con el propio intento de entender que nuestras palabras o nuestros

    pensamientos puedan, sin ms, designar o describir el mundo. De hecho, como

    veremos, la posibilidad del error se ha ido erigiendo recientemente como la clave que

    habra de permitirnos dar cuenta de la relacin entre la mente y el mundo, en tanto

    que nota que diferenciara lo propiamente semntico del signo natural. A modo de

    coda de estas secciones de aire propedutico, se hace, entonces, irrefrenable la

    tentacin de articular, aun muy deslavazadamente, un relato de cmo esa distancia

    que entre las cosas del mundo y los pensamientos o palabras con que tratamos de

    apresarlas entraa el error ha ido abrindose paso en nuestra comprensin de

    nosotros mismos. Hay en ese relato una transparencia originaria, que desde la

    metafsica biblca en virtud de la cual el Apocalipsis puede aludir a la muerte de un

    nombre por la de quien es por l nombrado alcanza hasta las conversaciones entre

    Agustn de Hipona y su querido Adeodato, y que apresta tambin el trasfondo sobre

    el que se va dibujando en el pensamiento griego la paulatina consciencia de que, si

    bien lgos es tanto el orden fundamental oculto en el mundo como el discurso o la

    razn que lo develan, entre esas dos orillas suyas media a menudo un ancho cauce.

    As, en el desdn que Herclito comparte con Parmnides hacia las opiniones de los

    mortales encontraremos los primeros destellos de la minuciosa indagacin sobre el

    error que se despliega en el dilogo platnico entre Scrates, Hermgenes y Crtilo al

    que ste ltimo da nombre. Ese hiato entre pensamientos y cosas, entre palabras y

    cosas, habr de abocar a Platn a una acerba renuncia al lenguaje como norte de los

    pasos del phil sophos el ms profundo dolor, segn expresin de Giorgio Colli, se

    esconda en la constatacin de la pobreza del lenguaje, y las sospechas que ello

    arrojaba sobre la propia razn. Ese hiato habra de conducir tambin, a la larga, a la

    perplejidad moderna ante aquello que comenz mostrndosenos claro y difano: los

    lazos entre el pensamiento, las palabras que lo expresan y las cosas que designa, que,

  • EXORDIO

    24

    mucho despus, acabaran por verse as, tempranamente, en Thomas H. Pear casi

    como la esfinge que guarda todos los secretos de la psicologa. Muy medularmente,

    entonces, dicha perplejidad es tambin la perplejidad, que con inigualable lucidez

    expresara Wittgenstein, ante el modo en que la posibilidad misma del pensamiento o

    el lenguaje por no decir del conocimiento parecen descansar sobre la posibilidad

    del error.

    No es posible entender siquiera vagamente la reflexin contempornea acerca

    de la naturaleza de lo mental y de la explicacin psicolgica sin hacerse cargo de lo

    que ha supuesto en este mbito el movimiento conductista. El tpos de la Crisis y

    vigencia del conductismo perfila una breve hegemona entendida a menudo como

    enfermedad de juventud de la psicologa a la que habra seguido un sbito

    desplome tras el que nada, salvo ciertos hbitos de higiene metodolgica, habra

    quedado en pie. No es difcil, sin embargo, encontrar reconstrucciones ms juiciosas

    del proceso, en las que figuran tambin la posterior reparacin de algunos de los

    planteamientos de los conductistas en un esfuerzo por desgranar lo ms

    clarividente entre cuanto pudiera haber en ellos de obcecado, o, como se ver ms

    adelante, profundas y vigorosas vetas de continuidad entre dichos planteamientos y

    la concepcin cognitivista de la mente, que, segn el relato cannico, habra venido a

    reemplazarlos. Es preciso, adems, tener presentes las fluctuaciones en los

    presupuestos epistemolgicos que acerca de las peculiaridades de la explicacin

    psicolgica y su relacin con otras modalidades de explicacin cientfica agitaban el

    subsuelo de la comprensin de lo mental, tanto en el seno del propio conductismo

    como en la transicin hacia el cognitivismo. As, ser obligado atender a la relacin

    entre el pensamiento de John B. Watson y el positivismo lgico que dista mucho de

    ser la de buena vecindad, pues Watson se aferra a una epistemologa de aire

    comtiano que resulta ya obsoleta para el propio Hempel, y ste se cuida mucho de

    ligar la suerte del positivismo lgico a la del programa experimental de Watson, a la

    renuencia de Burrhus F. Skinner para quien no hay ms lgica de la ciencia que la

    ciencia de la conducta de los cientficos a aceptar toda epistemologa que no sea un

    escueto inductivismo no ya comtiano, sino baconiano, o al papel de Meyer y del

    fsico Percy W. Bridgman como arquitectos de los puentes entre conductismo y

    positivismo lgico que luego transitaran neoconductistas como Edward C. Tolman y

    Clark L. Hull. A todo ello debe aadirse, desde luego, el recuento de las numerosas

    anomalas que el conductismo iba viendo germinar en su propio seno las ms

    estrepitosas, tal vez, las que acabaran enfrentando a Karl S. Lashley con Watson a

    cuenta del problema del control central de la conducta, y a Keller y Marian Breland

    con Skinner a cuenta de la utilidad de los principios conductistas fuera del

    laboratorio, as como el de las diversas presiones externas que cuestionaban su

    credibilidad como el desarrollo de la teora de la disonancia cognitiva por parte de

    Leon Festinger, la influencia de Kurt Z. Lewin en el seno de la psicologa social, o el

    vertiginoso desarrollo terico y tecnolgico que, de la mano de Herbert A. Simon,

    Alan Newell o John McCarthy, haba de propiciar el concepto de procesamiento de

    informacin. Al hilo de todas estas consideraciones, es de rigor, adems, hacer

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA

    25

    hincapi en la inmensa heterogeneidad de los planteamientos de los propios

    conductistas la torre de Babel conductista que acertadamente describe Leahey,

    que, emborronada por la historiografa cognitivista, se hace imprescindible perfilar

    mnimamente de cara a una cabal comprensin de buena parte de los problemas que

    acotan la reflexin actual sobre lo mental. Bajo el prisma, por ltimo, de una revisin

    de la temprana y duradera polmica acerca de si la transicin del conductismo al

    cognitivismo en psicologa constituye una revolucin cientfica en el sentido acuado

    por Thomas S. Kuhn, se hace preciso abordar tambin cuestiones como la

    continuidad de los planteamientos mentalistas en la psicologa europea durante los

    aos de auge del conductismo, el papel de los intereses blicos o de otras fuentes de

    apoyo institucional en el mpetu del cognitivismo, o la propia regularidad y

    elegancia de ciertos resultados experimentales cosechados en los laboratorios

    conductistas como acicate de la teorizacin cognitivista.

    En definitiva, frente al lugar comn que dicta a un tiempo, sin aparentemente

    advertir contradiccin alguna, que el conductismo sucumbi vctima de su propia,

    descomedida severidad metodolgica y que es en los principios metodolgicos

    donde se observa ms claramente su pervivencia en las entraas del cognitivismo,

    todo esto nos abocar a la conclusin de que la crisis del conductismo no ata tanto

    a sus directrices metodolgicas como a sus supuestos tericos o, quiz ms

    exactamente, pretericos aunque, como ya dejara apuntado Yela, a esa crisis de

    supuestos tericos subyaga el cuestionamiento de ciertos principios metodolgicos,

    primero, de los principios de interpretacin de los resultados experimentales,

    despus, y, slo entonces, de la naturaleza del objeto de estudio. La piedra angular

    sobre la que haba de construirse la nueva psicologa cognitiva que el propio

    Skinner reconoci con notable perspicacia, su ncleo preterico, no es otra que la

    idea de que lo que controla la conducta de los organismos no es el entorno sino la

    representacin que se forman de ese entorno: la idea, pues, de que el organismo

    habita un entorno intencional o un mundo nocional, si queremos reemplazar el

    vocabulario de Charles Taylor con el de Dennett. Pero esa idea nos remite de nuevo

    irremediablemente al terreno ya hollado de la necesidad de rendir cuentas de la

    posibilidad de que alberguemos representaciones errneas del mundo es decir, de

    explicar la normatividad de los estados intencionales, y anuncia, adems, el ancho

    horizonte que abre la pregunta por el papel que tales estados intencionales puedan

    tener reservado en la determinacin de las causas del comportamiento.

    En el empeo por entender qu aprendemos cuando aprendemos a

    reconocer ciertas formas, a tararear una meloda, a hablar el cognitivista habra

    luchado entonces por denunciar la Fingida austeridad del conductismo, mostrando

    la penuria explicativa que ocultaba. Los argumentos que con mayor vigor

    impulsaron la teorizacin sobre representaciones internas los de Noam Chomsky y

    Jerry Fodor compartan la idea de que el entorno del organismo no basta por s solo

    para dar cuenta ni de nuestra capacidad de aprender un lenguaje como Chomsky

    reprochaba a Skinner ni de nuestra capacidad de aprender otras destrezas en

    apariencia mucho ms sencillas como Fodor desgranara en su disputa con Ryle,

  • EXORDIO

    26

    como Lashley haba hecho ya, en diferentes trminos, en su litigio con Watson, y

    enlazaban sin ambages esa necesidad de cartografiar el territorio que separa al

    estmulo de la representacin interna con la terra incognita que Miller, Galanter y

    Pribram, en la estela de Edwin R. Guthrie, haban sabido adivinar entre la

    representacin interna el mapa cognitivo y la conducta. Ver que aquello que otros

    dan por entendido clama en realidad por una explicacin se perfilara, as, como el

    signo ltimo del giro que el pensamiento cognitivista imprimira a la psicologa

    cientfica. Ante esos gestos de tesn veremos alzarse las ya casi inertes advertencias

    de Malcolm, de claras races wittgensteinianas, de que mudar al reino de lo mental

    nuestras herramientas explicativas conlleva un grave riesgo de artificio y

    mistificacin, que podramos esquivar si no desoyramos la enorme riqueza de tales

    herramientas que, pese a que las ignorasen Chomsky o Fodor, nos ofrece el entorno

    en el que se desenvuelve el organismo. Nada podra, en efecto, la exhortacin de

    Malcolm a volver a mirar fuera despus de las devastadoras crticas de Chomsky al

    uso vacuo y subrepticio de nociones mentalistas en el anlisis del aprendizaje

    lingstico, presuntamente ceido al vocabulario de estmulos y respuestas, que

    haba forjado Skinner: la mera homonimia entre los trminos definidos en el trabajo

    experimental y los que obraban en dicho anlisis, el empleo ritual de la jerga del

    laboratorio para usurpar la fisonoma de una teora cientfica madura, la incapacidad

    para abordar la cuestin de la intencionalidad siquiera en los casos ms sencillos la

    utilizacin de un nombre propio para designar algo que se encuentra ausente del

    campo estimular, o, en suma, el dilema entre la irremediable ambigedad que

    viciaba las formulaciones skinnerianas bajo una interpretacin amplia de su

    terminologa terica y la lastimera irrelevancia que inexorablemente las infectaba si

    se haca de ellas una interpretacin ms estricta todo haca indefendible la

    resistencia a postular procesos y estructuras internas. Rastrear las huellas que

    dejaran en la teorizacin cognitivista los planteamientos de Chomsky desde Miller,

    Galanter y Pribram hasta Pylyshyn es probablemente una tarea inabarcable, pero

    podremos al menos aprestarnos a ella, algo mejor guarnecidos, indagando primero

    en las races de dichos planteamientos: la polmica sobre la validez de las mquinas

    markovianas como modelos de la produccin lingstica humana, el pensamiento de

    Lashley de quien Chomsky se reconoca abiertamente deudor, pero tambin ciertas

    propuestas de Verplanck o de Scriven, y, desde luego, las objeciones de Geach y

    Chisholm a los anlisis disposicionales de creencias y deseos adelantados por Ryle,

    objeciones en las que cobrara forma la nocin de crculo de lo mental que habra de

    acabar con el conductismo lgico.

    Ahora bien: las dificultades que el conductismo afrontaba en su pretensin de

    articular una explicacin global del comportamiento humano exenta de toda alusin

    a lo mental se manifestaban, casi con tanta claridad como por boca de sus crticos

    ms destacados, en las mltiples Divergencias y oscilaciones que se producan en su

    seno, y que conforman de hecho las fuentes freticas del funcionalismo. Que ya en

    el manifiesto de 1913 Watson se refiriese al conductismo como una variedad de

    funcionalismo, aludiendo a cuanto en su llamamiento a una nueva psicologa

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA

    27

    provena de las enseanzas de James R. Angell, seala un sendero a lo largo del cual

    hemos de encontrarnos tambin con Watson, Skinner, Weiss, Meyer, Tolman o

    Guthrie. As, distinguiremos matices en los que cabe presentir el desarrollo del

    cognitivismo en la decidida defensa de la autonoma de la psicologa frente a la

    fisiologa que Watson empuara ante Jacques Loeb, y en la que, por influencia de

    William J. Crozier, habra de embarcarse tambin Skinner, al igual que en la

    insistencia de Skinner en proporcionar definiciones netamente funcionales de

    estmulos y respuestas que si pueden figurar en la explicacin de la conducta, dira

    Skinner, es en tanto que clases de estmulos y respuestas, definidas segn cierto

    nivel de restriccin, pese a su obstinado rechazo a aplicar abiertamente tales

    definiciones a estados internos y su consiguiente proclividad, denunciada por

    Chomsky, a hacerlo furtivamente. Aunque ese rechazo no era compartido por Max F.

    Meyer, que abogaba por la introduccin de conceptos psicolgicos como abreviaturas

    de procesos nerviosos complejos haciendo as patente que sus presupuestos

    epistemolgicos estaban ms cerca de los que vena auspiciando el Crculo de Viena

    que los de Watson o Skinner, anclados en Comte cuando no en Bacon, la

    determinacin con que tanto l como Albert P. Weiss buscaran el modo de conciliar

    el conductismo con un matizado reduccionismo de lo mental a lo fisiolgico evoca

    tambin vvidamente las preocupaciones de los primeros cognitivistas. De la misma

    manera, que Mayer cifrara su nfasis en la dimensin social de la conducta en la tesis

    de que lo biofsico y lo biosocial constituyen criterios diferentes de clasificacin de los

    procesos sensoriomotores y, ms aun, que supiera ver en ello un modo de articular

    diferentes vocabularios tericos sin dejarse arrastrar por el dualismo, hace de su

    pensamiento un precedente tan rotundo de las ideas capitales del funcionalismo

    como lo pueda ser, bien a su pesar, el del propio Skinner. La naturalidad con que

    Tolman o Guthrie arrostraran la utilizacin de conceptos mentalistas bajo la forma de

    constructos tericos es solamente el ms tardo, y quiz tambin el ms conocido, de

    estos afluentes que el cognitivismo recibe de la concepcin conductista de las

    explicaciones psicolgicas. Junto a planteamientos irremisiblemente lejanos de los

    que daran forma al cognitivismo, cabe, en definitiva, encontrar tambin en el

    conductismo, incluso en sus variedades ms hostiles a la teorizacin sobre procesos o

    estructuras internas, intuiciones en las que dicha teorizacin queda prefigurada con

    llamativa nitidez. No slo, eso s, se roturaban ya los surcos que habra de transitar

    el cognitivismo en la agudeza de algunas intuiciones conductistas, sino tambin en la

    torpeza de otras: de la notoria ambigedad, por ejemplo, con que Watson o Skinner

    trataran de acotar la lectura ontolgica de sus tesis, zigzagueando una y otra vez

    entre posturas reduccionistas y eliminacionistas cuando no, inadvertidamente,

    refugindose en un peculiar compromiso con el epifenomenismo, se alimentara sin

    duda la exigencia de esclarecer las relaciones entre nuestra idea de lo mental y

    nuestra idea de la explicacin psicolgica que sera caracterstica del incipiente

    cognitivismo. Sea como sea, parece claro que la concepcin de la mente y de su

    estudio cientfico que habra de reemplazar al osado proyecto que Watson presentara

  • EXORDIO

    28

    en 1913 se encontraba ya en gran medida forjada en el propio seno de dicho

    proyecto, tal como ste se fue desarrollando en las dcadas posteriores.

    Las constantes oscilaciones de Watson o Skinner en cuanto a los compromisos

    ontolgicos que entraaba su concepcin de la psicologa contribuyeron a hacer del

    pensamiento de Ryle, notablemente ms firme a ese respecto, un eje primordial en el

    descrdito del conductismo y el avance del cognitivismo. Las dificultades que

    atenazaban al ensayo de traduccin de cualquier enunciado sobre estados o procesos

    mentales a un conjunto de enunciados sobre conductas o disposiciones a la conducta,

    tal como Ryle lo haba hilvanado, formaran buena parte de la urdimbre sobre la que

    se tejera el cognitivismo. En particular, dos eran los ncleos problemticos: la

    incalculable cantidad de acotaciones referidas precisamente a estados mentales que

    cada presunta traduccin conductual pareca ocultar en su seno, y la ineludible

    pregunta por el fundamento categrico de las disposiciones a la conducta que

    figuraban en dichas traducciones. Fragilidad, dolor, solubilidad, o la simple creencia

    de que va a llover se convirtieron en paradigmas contrapuestos de un anlisis que se

    ira antojando cada vez ms impracticable: el que se libraba entre el conductismo

    lgico y la naturaleza de las disposiciones. En el trasfondo del debate cobrara un

    enorme relieve la cuestin de si un determinado estado mental puede darse en

    ausencia de las conductas o incluso de las alteraciones fisiolgicas que habitualmente

    lo acompaan, una cuestin que contribuira a precipitar el declive del conductismo

    a travs de un clebre Gedankenexperiment sobre el dolor propuesto en 1963 por

    Hilary Putnam aunque anticipado por Hempel casi tres dcadas atrs , pero que

    vena ocupando ya la reflexin psicolgica desde que William James expusiera en

    1884 su atrevida hiptesis sobre la relacin entre las emociones y lo que comn y, a

    juicio de James, errneamente llamamos su expresin corporal. Si las intuiciones de

    Putnam, pace James, eran correctas, tendramos ubicada la tara que vicia los

    cimientos del conductismo lgico: la confusin entre los efectos de un estado mental

    sus manifestaciones, sus signos y sus constituyentes o, si se prefiere, entre

    relaciones causales y relaciones lgicas. Pero incluso si fusemos capaces de delimitar

    una determinada disposicin conductual que pudiera vincularse sin fisuras a un

    determinado estado mental (y de hacerlo sin mencionar otros estados mentales),

    seguira siendo ms sensato piensa Putnam identificar el estado mental con el

    estado del organismo que explica tal disposicin que con la disposicin misma. La

    idea de que nuestra vida mental no sea sino una sucesin de disposiciones

    conductuales sin sustrato categrico, que ya haba sido rechazada por Geach,

    conducira de la mano de David Armstrong a la madurez de la tesis de que los

    estados mentales son ms bien los estados fisiolgicos que sustentan tales

    disposiciones, y en esa confluencia de conductismo y teora de la identidad

    psicofsica germinara el funcionalismo.

    La controversia, sin embargo, no ces en ese punto: Place, por una parte,

    ensayara tiempo despus una reivindicacin de la postura de Ryle que pasa por

    analizar el papel epistemolgico de la nocin de disposicin distinguiendo entre

    formas vlidas y formas tautolgicas de la explicacin por virtus dormitiva; el propio

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA

    29

    Putnam, adems, haba dejado abierta otra veta de debate al argumentar que la

    explicacin psicolgica de la conducta es autnoma respecto de su explicacin

    neurofisiolgica en el mismo sentido en que la explicacin geomtrica de las

    propiedades mecnicas de un slido lo es respecto de una explicacin en trminos de

    fsica de partculas analoga que, como supo ver Elliott Sober, se presta a una

    interpretacin reduccionista contraria al nimo de Putnam, o incluso a una

    conductista, que Ned Block tratara de limar. Conviene, con todo, adelantar que tanto

    en las conclusiones de Place como en las de Sober encontraremos motivos razonables

    para matizar algunos aspectos de la concepcin funcionalista de lo mental que

    subyace al cognitivismo, como su compromiso anti-reduccionista, o para rehabilitar

    ciertas facetas del conductismo lgico en las que dicha concepcin se hallaba ya

    prefigurada, pero no para una impugnacin in toto de aqulla ni para una redencin

    de sta. Incluso Place, en efecto, admite que el anlisis de Ryle parta de una

    comprensin confusa de las relaciones entre la forma condicional de un enunciado y

    la atribucin de relaciones causales que pueda implicar, y su defensa de Ryle frente a

    los argumentos de Martin, si es que permite a Ryle esquivar el problema que supona

    la pregunta por el fundamento categrico de las disposiciones a la conducta, lo aboca

    al mismo tiempo al otro atolladero en el que se vio atrapado el conductismo lgico: el

    ingobernable comportamiento de unos estados mentales que reaparecan aqu y all,

    imprevisiblemente, tan pronto como se intentaba proporcionar una traduccin

    conductual de uno de ellos.

    La terquedad con la que reaparece el vocabulario mentalista en los anlisis

    conductuales es lo que solemos conocer como el problema del retorno de lo mental.

    Comoquiera que el funcionalismo puede verse en gran medida como un intento de

    hacerle frente, y que voces tan vigorosas como la del propio Putnam han alertado de

    que dicho intento podra no haber sido del todo logrado, quiz sea prudente hablar

    de, al menos con carcter tentativo, El (retorno del) problema del retorno de lo

    mental. Lo que en 1957 hicieron ver Chisholm y Geach es que incluso la traduccin al

    vocabulario conductual de un enunciado psicolgico relativamente sencillo en el

    ejemplo de Ryle elegido por Geach como blanco de su crtica, El jardinero espera

    que llueva slo es viable en la medida en que una cantidad indefinida de

    condiciones relativas a otros estados mentales como que el jardinero no desea

    arruinar el jardn se asumen de forma tcita o se introducen subrepticiamente en la

    traduccin. Salvo tal vez apuntara Chisholm en el caso de enunciados acerca de la

    intencin de llevar a cabo acciones corporales bsicas, como abrir los ojos, no habra

    modo entonces de dilucidar el contenido de esas clusulas caeteris paribus sin cuya

    compaa el anlisis ryleano resultara sencillamente falso y en cuya compaa, por

    tanto, irremisiblemente vago. El conductismo lgico, en suma, estaba condenado a la

    circularidad ms an si, como argumentaba Putnam, no era ya la mencin de otros

    estados mentales lo que viciaba el anlisis conductual de un estado mental

    cualquiera, sino, a la larga, la del propio estado mental analizado.

    En las objeciones de Chisholm a Ryle ha sabido ver Georges Rey una crtica

    que cabe extraer del mbito del conductismo lgico y trasladar a los conceptos clave

  • EXORDIO

    30

    del conductismo psicolgico, incluso en sus variedades ms abiertas a la teorizacin

    sobre estados y procesos mentales, como la auspiciada por Tolman. Es razonable

    argumentar, sin embargo, que ya en la resea de Conducta verbal con la que Chomsky

    mucho antes de que cristalizara la propuesta de Rey haba desbaratado la ambicin

    skinneriana de subsumir la explicacin toda de la conducta en sus descubrimientos

    sobre el condicionamiento, la huella de Chisholm y Geach era ms que pronunciada,

    o, al menos, que el problema del retorno de lo mental puede entenderse como la

    formulacin ms general y ms temprana de los argumentos de Chomsky contra

    Skinner. As, por ejemplo, se desprende con claridad del escrutinio de los

    argumentos que Zenon W. Pylyshyn presentara en su influyente defensa de la

    teorizacin cognitiva frente a las restricciones estipuladas por el conductismo,

    dirigida contra Skinner pero construida sobre un armazn prcticamente idntico al

    de los razonamientos de Geach y Chisholm. En el problema del retorno de lo mental

    reposara, vista la cuestin con estos ojos, la leccin fundamental que el cognitivismo,

    de acuerdo con Fodor, habra de aprender de la ruina del conductismo: el carcter

    relacional de lo mental.

    Entre develar la circularidad oculta en la concepcin conductista de lo mental

    y construir una concepcin de lo mental purgada de esa circularidad hay un trecho,

    claro est, que no se recorre slo con hacer explcito lo que era implcito. Los propios

    conductistas Ryle o Skinner sin ir ms lejos haban vertido adems duras

    acusaciones de circularidad contra las aproximaciones mentalistas a la psicologa.

    Pero si del fracaso del conductismo haban aprendido los psiclogos cognitivos que

    los estados y procesos mentales son esencialmente de ndole relacional, del

    incipiente desarrollo de la teora de autmatas de la lectura de los trabajos de Alan

    M. Turing, en definitiva haban de aprender, entre otras cosas, la poderosa

    herramienta que proporciona la idea de definicin simultnea de cada estado

    computacional de un sistema en virtud de sus relaciones con todos los dems. Si los

    estados mentales se identificaban como estados computacionales, el formalismo de la

    definicin simultnea podra mantener a la psicologa cognitiva a salvo del crculo de

    referencias a lo mental que haba plagado los anlisis conductistas, aunque fuese

    mediante el expediente, aparentemente precario, de incorporarlo ntegro a sus

    esquemas explicativos. Aos despus, un seversimo juez de s mismo como es

    Putnam dictaminara que en esa promesa de la definicin simultnea cuyo

    cumplimiento, como el de los viejos anlisis conductistas, siempre acababa

    postergndose se encerraba uno de los males congnitos que a su juicio acabaran

    con el cognitivismo: una arrogante y desmedida ambicin explicativa en la que acaso

    quepa ver tambin parte de la herencia conductista de aquella nueva ciencia de la

    mente.

    Aunque el conductismo era en buena medida heredero del positivismo lgico

    y el operacionalismo cuando no del pensamiento positivista anterior al Crculo de

    Viena, el tenaz rechazo que mostraba, al menos en su vertiente ryleana, a conceder a

    los estados mentales un fundamento categrico sobre el que hacer descansar la

    naturaleza disposicional que le era atribuida lo haca revelarse como un hijo dscolo.

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA

    31

    El regreso a los predios del ms severo fisicalismo habra de comenzar de la mano de

    Ullin T. Place, quien identificara ciertos aspectos de nuestros estados mentales su

    componente nudamente experiencial: las llamadas sensaciones crudas, cuya

    existencia episdica, hic et nunc, se compadeca mal con el anlisis en trminos de

    disposiciones, como estados neurofisiolgicos, y dotarlos as de un intachable

    expediente en trminos de eficacia causal. Despus, David Armstrong hara por

    ampliar el radio de la identificacin entre lo mental y lo cerebral hasta abarcar

    tambin el terreno en el que se haba gestado la interpretacin ryleana: el de las

    creencias y los deseos. En este reverdecer del fisicalismo que conlleva la tesis de

    identidad psicofsica ha querido verse en ocasiones una corriente que confluira con

    la del entonces incipiente funcionalismo, pero es ms acertado buscar las fuentes de

    la concepcin funcionalista de la mente en las restricciones que paulatinamente se

    fueron oponiendo a la generalidad de los planteamientos de Place o Armstrong, que

    en esos propios planteamientos. Se trata, pues, de calibrar el Despliegue y alcances

    del fisicalismo.

    En efecto, ya en los trabajos pioneros de Smart o Armstrong se atisban aqu y

    all leves, remisos matices a la idea de que defender que la mente no es otra cosa que

    el cerebro exija hallar para cada uno de los estados mentales que pudiramos

    albergar un estado cerebral tal que todo aqul que se encuentre en el estado mental

    en cuestin, y nadie ms, se encuentre en el estado cerebral en cuestin. En los

    acerados anlisis de David K. Lewis, esos matices precipitaron como la distincin

    entre el ocupante de un determinado rol causal que bien puede ser un estado

    cerebral y el propio rol con el que cabra identificar el estado mental aparejado.

    Pero en las enmiendas de Putnam al fisicalismo, tan firmes como lo haban sido sus

    objeciones al conductismo, se convirtieron en una relectura radical: tal como vena

    siendo formulada, la tesis de identidad psicofsica se desplomara con tan slo el

    hallazgo de un sujeto ya fuera un organismo de cualquier especie, una mquina o

    un desacostumbrado ser angelical que se encontrara en un determinado estado

    mental y no en el estado fsico que la teora dictase. Sin embargo, la severidad de la

    tesis era, a juicio de Putnam, superflua: el mismo compromiso naturalista que pueda

    derivarse de la afirmacin de que albergar un estado mental de un tipo determinado

    entraa albergar un estado cerebral de un tipo determinado se cosecha tambin de la

    afirmacin ms moderada, no tan inerme de que albergar un estado mental

    determinado de cierto tipo, claro entraa albergar un estado cerebral tambin

    claro, de cierto tipo, pero no necesariamente del mismo para todos los estados que

    resultaran ser del mismo tipo desde el punto de vista mental. Mi dolor y tu dolor,

    entonces, son dolor en tanto que pertenecen al mismo tipo de estado mental, definido

    mediante criterios psicolgicos esto es, funcionales; ambos son tambin estados

    fsicos neurofisiolgicos, segn parece, pero pueden pertenecer o no pertenecer al

    mismo tipo de estados fsicos, definidos mediante criterios fsicos. Era, en suma, una

    sencilla acotacin del alcance de la tesis lo que se reclamaba: abandonar la afirmacin

    de que para todo estado mental existe un estado fsico tal que para todo sujeto, si el sujeto

    alberga dicho estado mental alberga tambin dicho estado fsico, y viceversa, y

  • EXORDIO

    32

    reemplazarla por la de que para todo estado mental y para todo sujeto existe un estado

    fsico tal que si el sujeto alberga dicho estado mental alberga tambin dicho estado

    fsico, y viceversa. Pero el paso de una tesis de identidad psicofsica formulada entre

    tipos de estados (o propiedades) es decir, con alcance general o de tipos y una

    tesis de identidad psicofsica formulada entre casos de estados (o propiedades) con

    alcance particular o de casos franqueaba as el camino hacia una concepcin de lo

    mental capaz de simultanear la idea de que los estados mentales exigen su propio

    nivel de descripcin y explicacin con la de que no son en ltimo trmino otra cosa

    que estados fsicos de los seres que los abrigan. Un naturalismo sin reduccionismo,

    que insistira Fodor es un naturalismo ms robusto: el funcionalismo.

    Lo que se adivinaba en el horizonte de la reflexin sobre la naturaleza de la

    mente era, al fin y al cabo, un modo de Nadar y guardar la ropa: conductismo,

    fisicalismo y teora de autmatas podan engranarse para preservar a un tiempo la

    naturaleza inherentemente relacional de los estados mentales que habamos

    aprendido del conductismo, la impoluta eficacia causal de la que al dotarlos de un

    sustrato categrico los guarneca el fisicalismo, y la ductilidad que les daba su

    conceptualizacin bajo el prisma de los autmatas abstractos, en la que pareca

    prosperar el anhelo de un nivel de explicacin propiamente psicolgico, soberano

    respecto de la descripcin de mecanismos fisiolgicos. Dicho engranaje comienza a

    articularse en la lectura de Putnam de las implicaciones que guardaba de cara a

    nuestra comprensin de lo mental el trabajo de Turing en particular, su

    caracterizacin de las mquinas lgicas como autmatas abstractos cuya naturaleza

    viene definida por la tabla de mquina que especifica su funcin de transicin, ms all

    del modo en que en cada caso vengan materializados los dispositivos de entrada,

    memoria y salida de la mquina, o la propia tabla. Entender, pues, qu es

    exactamente una mquina de Turing se revelar como un trance ineludible para

    hacerse cargo de la concepcin funcionalista de la mente que subyace a la psicologa

    cognitiva.

    Que los estados mentales de un organismo pudieran equipararse, en una

    primera aproximacin, a los estados de tabla de mquina de un autmata abstracto, a

    la vez que abra un nuevo modo de entender los numerosos ensayos de simulacin

    mecnica de comportamientos aparentemente mediados por procesos cognitivos que

    venan floreciendo desde algn tiempo atrs, dejaba en el aire la pregunta de si el

    viejo desidertum conductista de purgar el vocabulario de la psicologa cientfica de

    referencias mentalistas se haba visto por fin consumado. El intento de dirimir la

    controversia sobre si la concepcin funcionalista de la mente entraa un compromiso

    con la existencia de estados y procesos propiamente mentales, y con el papel de estos

    en la explicacin de la conducta, o si por el contrario constituye ms bien un

    ensanchamiento del proyecto conductista de prescindir de todo ello, articulado ahora

    en el lenguaje lgico-matemtico de la teora de autmatas, nos exigir una fugaz

    profundizacin en el procedimiento de definicin de trminos tericos ideado en

    Cambridge por Frank P. Ramsey que, desplegado luego de la mano de Rudolf

    Carnap y David Lewis, ha cobrado carcter cannico en el seno del funcionalismo,

  • ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA

    33

    as como en las nociones de sistema primario y sistema secundario de una teora

    cientfica articuladas por Ramsey en particular, en la ardua cuestin de en qu

    medida el sistema secundario aporta contenido a la teora que no hubiera quedado

    ya recogido en el sistema primario. El celoso escrutinio de estas disputas veremos

    hace pensar que obra velis nolis en el funcionalismo, y por ende en la psicologa

    cognitiva, un ineluctable compromiso con la idea de que el vocabulario terico de

    una psicologa cientfica madura incluir trminos referidos a estados mentales no

    slo a modo de definiendum sino tambin de definiens.

    Entre los rditos que auspiciaba pensar en la mente a la luz de la teora de

    autmatas, administrando adems escrupulosamente la distincin entre identidad de

    tipos e identidad de casos, resultaba particularmente estimulante la expectativa de

    poder dotar a los estados mentales del vigor causal que su anlisis disposicional le

    denegaba. De ese peso que cada estado mental devengaba como causa de la conducta

    o de otros estados mentales en tanto que era idntico a un estado neurofisiolgico,

    entretejido con el hecho de que la taxonoma de lo mental a la que habramos de

    asirlo no se construira bajo criterios neurofisiolgicos, sino funcionales, destilaba no

    en vano la perspectiva de que la psicologa pudiera contar con un nivel autnomo de

    explicacin en el edificio de la ciencia. Eficacia causal, relevancia explicativa,

    autonoma: tales son, as pues, los polos entre los que clareaba un debate todava

    inconcluso.

    Aun atendidas las objeciones de Wittgenstein en cuanto a que el

    comportamiento no puede ser efecto de un proceso mental toda vez que es parte del

    concepto de dicho proceso, y conjurada la advertencia de que entenderlo as conlleva

    incurrir en la metfora paramecnica denunciada por Ryle, la polmica dista, en

    efecto, de poder darse por cerrada. Porque si la eficacia causal que el funcionalismo

    puede reconocerle a los estados mentales se restringe a la que cada estado mental

    atesore en virtud de las propiedades nerviosas bioqumicas fsicas del estado

    neurofisiolgico en que venga encarnado, si, dicho de otro modo, nunca son esas

    propiedades psicolgicas segn las cuales lo clasificamos al lado de otros estados

    mentales las que lo hacen trabarse en una cadena de causas y efectos, no es

    descabellado argumentar entonces que el anhelo de autonoma epistemolgica para la

    psicologa, si por tal cosa se entiende su reconocimiento como explicacin soberana,

    ltima, de ciertos mbitos de la realidad, acabar disolvindose en la mera concesin

    de alguna forma de relevancia de las teoras psicolgicas a efectos pragmticos, ya sea

    como un lenguaje burdo pero en ocasiones provechoso en el que condensar

    regularidades cuya explicacin bien podramos detallar, ms pausadamente, en

    trminos fisiolgicos, ya como un mero blsamo ante nuestra transitoria ignorancia

    de dichos detalles. La crtica de los lcidos argumentos de Frank Jackson y David

    Braddon-Mitchell, quienes ven una quimera en toda idea de autonoma que

    desborde los mrgenes de esa relevancia pragmtica, nos permitir cartografiar una

    travesa la que suelta amarras en la distincin entre identidad de casos e identidad

    de tipos y trata de enrumbarse a la irreductibilidad de las teoras psicolgicas que

    muchos han tachado de impracticable, y en la que se ha avistado a veces, como en el

  • EXORDIO

    34

    problema del retorno de lo mental, los escollos entre los que la herencia del

    conductismo habra condenado a la psicologa cognitiva a gobernarse.

    La construccin de autmatas que remedasen el comportamiento de los seres

    vivos es, desde luego, un empeo que antecede con mucho al desarrollo de la nocin

    de mquina abstracta que llegara de la mano de Turing, o a la reflexin de Putnam

    sobre sus implicaciones de cara a nuestra comprensin de la naturaleza de la mente.

    Ab Architae columba lignea se remonta la madrugada del autmata: desde que una

    paloma de madera armada por Arquitas de Tarento surcara el cielo de la Magna

    Grecia hasta que el clebre Canard Digrateur de Jacques de Vaucanson asombrase a

    las cortes europeas, la exactitud de la imitacin vena siendo el mayor orgullo del

    artfice. Pero una vez que esa pequea vanidad cediera a la industrializacin, los

    afanes del constructor de autmatas pronto abandonaran el mbito de la mmesis

    para ceirse a un designio an vagamente aprehendido de reproducir los principios

    subyacentes o los rasgos esenciales del fenmeno biolgico o psicolgico en cuestin. En

    el esfuerzo por entender qu era exactamente lo que deban compartir el autmata y

    el organismo cuyo comportamiento se trataba de reproducir comenz a vislumbrarse

    la idea de lo mental que cobrara carta de naturaleza en Putnam. Los primeros

    autmatas fototrpicos, de hecho, alumbraran nunca mejor dicho la temprana

    conclusin de Herbert S. Jennings, en el seno de la polmica sobre la naturaleza de

    los tropismos que mantena con Jacques Loeb, de que existen principios generales

    relativos a la conducta de los distintos organismos, as como de ciertas mquinas,

    que desbordan aquello de lo que pueden dar cuenta los recursos de la fsica y la

    qumica. A los ingenieros dedicados a la construccin de autmatas, adems, no

    poda escaprseles el hecho de que lo que quiera que hubiesen logrado merced a un

    dispositivo, pongamos por caso, elctrico poda sin duda replicarse con uno

    mecnico, o magntico, o hidrulico, o qumico para Silas Bent Russell, Thomas

    Ross, William Grey Walter, Herbert Edgard Coburn, Anthony G. Oettinger o J.

    Anthony Deutsch era enteramente transparente que la particular estructura fsica, ya

    fuera org