Download - ESTÍMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA:
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UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
FACULTAD DE FILOSOFA
Departamento de Teora del Conocimiento, Esttica e Historia del Conocimiento
TESIS DOCTORAL
Estmulo, significado, consciencia: un estudio sobre los fundamentos de la psicologa cognitiva y la eficacia causal de lo mental
MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR
PRESENTADA POR
Juan Hermoso Durn
Director
Pedro Chacn Fuertes
Madrid, 2014
Juan Hermoso Durn, 2014
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ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA:
UN ESTUDIO SOBRE LOS FUNDAMENTOS
DE LA PSICOLOGA COGNITIVA Y
LA EFICACIA CAUSAL DE LO MENTAL
Memoria para optar al ttulo de Doctor por la
Universidad Complutense de Madrid,
presentada por D. Juan Hermoso Durn bajo la
direccin del Dr. D. Pedro Chacn Fuertes, en el
seno del Departamento de Teora del
Conocimiento, Esttica e Historia del
Pensamiento de la Facultad de Filosofa de dicha
Universidad.
Madrid, 2014
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ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA:
UN ESTUDIO SOBRE LOS FUNDAMENTOS
DE LA PSICOLOGA COGNITIVA Y
LA EFICACIA CAUSAL DE LO MENTAL
Juan Hermoso Durn
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A mis padres
A Pablo y Martn
A Olga
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[] nuestra alma se ufana del privilegio de
reducir a su condicin todo aquello que
concibe, de despojar de cualidades
mortales y corporales todo lo que le llega,
de obligar a las cosas que estima dignas de
su intimidad a desvestirse y despojarse de
sus circunstancias corruptibles, y a hacerles
dejar de lado, como vestidos superfluos y
abyectos, espesor, longitud, profundidad,
peso, color, olor, aspereza, lisura, dureza,
blandura y todos los accidentes sensibles
[], de tal manera que la Roma y el Pars
que tengo en el alma, el Pars que imagino,
lo imagino y lo comprendo sin extensin ni
lugar, sin piedra, sin yeso y sin madera.
Michel de Montaigne
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ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA:
UN ESTUDIO SOBRE LOS FUNDAMENTOS
DE LA PSICOLOGA COGNITIVA Y
LA EFICACIA CAUSAL DE LO MENTAL
Sumario
Captatio beneuolentiae . . . . . . . . 11
Agradecimientos . . . . . . . . . 13
Exordio . . . . . . . . . . 17
MUNDO, PALABRA, MENTE
El genio de la lmpara . . . . . . . . 77
Actitudes, proposiciones, hecho . . . . . . . 85
La sombre de Frege . . . . . . . . . 89
La cuestin del naturalismo . . . . . . . 96
Motivos para quebrar el hechizo . . . . . . . 101
Pensar sin pensar . . . . . . . . . 111
Coda. Quimera de la nube equivocada: la naturalizacin y el error . 122
RACES Y DESARROLLO
DE LA CONCEPCIN COGNITIVISTA DE LO MENTAL
Crisis y vigencia del conductismo . . . . . . 131
Fingida austeridad, o entender qu aprendemos . . . . 150
Divergencias y oscilaciones: las fuentes freticas del funcionalismo . . 168
El dolor y la fragilidad:
la naturaleza de las disposiciones en el conductismo lgico . . 180
El (retorno del) problema del retorno de lo mental . . . . 193
Despliegue y alcances del fisicalismo . . . . . . 204
Nadar y guardar la ropa: conductismo, fisicalismo y teora de autmatas . 212
Eficacia causal, relevancia explicativa, autonoma . . . . 223
Ab Architae columba lignea: madrugada del autmata . . . . 231
La extenuacin del computador:
contra capitis defatigatione, mathesis universalis . . . . 240
Las mquinas pensantes y la crisis de fundamentos de la matemtica . 256
Mentes y mquinas: metforas de una metfora . . . . 266
Interludio. Autmatas y oficinistas: el cognitivismo como ideologa . 284
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La mudable encarnacin de lo mental . . . . . . 288
Funcionalismos: cartografa terica . . . . . . 298
Espritu, materia, funcin. Lecturas ontolgicas del funcionalismo . . 337
Proteo tambin encadenado:
nuevos esfuerzos por la unificacin de la ciencia . . . 362
El dolor y la piedra de ijada:
coextensividad nomolgica y herencia causal . . . . 375
Prcticas de taxonoma neurolgica y psicolgica: estructura y funcin . 407
Obras o buenas razones: caridad contra herencia causal . . . 421
Aparejos para apresar lo mental . . . . . . . 435
Sobre explicar y comprender . . . . . . . 459
ENTRE EL MUNDO Y LA MENTE: LITIGIOS FRONTERIZOS
Los lazos con el mundo: cmo describir estmulos y respuestas . . 469
El mundo en la mente y viceversa . . . . . . 486
Un cerco invisible . . . . . . . . . 502
Lingua mentis, recinto umbro . . . . . . . 517
La metfora de la llave y la soberana del significado . . . . 524
Cadenas causales dscolas y leyes cteris paribus . . . . 548
Nociones de lo sintctico: pensamiento y lenguaje . . . . 573
Un ensayo de restitucin . . . . . . . . 596
Naturaleza en la naturaleza . . . . . . . 604
Summary . . . . . . . . . . 611
ndice onomstico . . . . . . . . . 627
Bibliografa . . . . . . . . . . 637
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Captatio beneuolentiae
Las indagaciones que abrigan estas pginas han ocupado, con desigual intensidad,
los ltimos quince aos de mi vida. Estaba ya embarcado en esta investigacin
cuando me fue por primera vez dada, formalmente, una labor de enseanza: muchas
de las reflexiones que aqu se perfilan provienen del esfuerzo por explicar alguna
cuestin difcil a un estudiante que, a diferencia de tantos, tena la sagacidad de saber
que no entenda y el coraje de admitirlo. En el tiempo que ha abarcado esta
investigacin han nacido mis dos hijos, que me han enseado tanto ms de lo que
hubiera podido yo aprender nunca; tambin la enfermedad y su mirada huera han
hecho mella en mi corazn. Las ms de las veces, sin embargo, no ha sido la
presencia dichosa o terrible de los extremos de la vida lo que me ha apartado de las
lecturas o las reflexiones que haban de ir dando forma a estas pginas, sino el
ajetreado da a da que conlleva tratar de mantener a punto los engranajes en que
descansa el quehacer de una nutrida comunidad de profesores y alumnos. Las
demoras que todo ello ha ido imprimiendo a este trabajo, y que tantas veces parecan
no tener fin, permitieron quiz, por otro lado, que los pensamientos que en l se
plasman bebiesen de multitud de fuentes a las que de otro modo no habra tenido
tiempo de acercarme.
A menudo, en estos aos, me han preguntado de qu trataba esta
investigacin. Cuanto ms iba adentrndome en ella, ms difcil se me haca
contestar, y desde hace ya un largo tiempo vengo eludiendo la respuesta. Creo que
va siendo hora: esta investigacin trata sobre las diferentes maneras en que podemos
intentar explicar las acciones humanas las acciones de nuestros semejantes y las
nuestras propias y sobre la relacin entre esas diferentes maneras; en particular, esta
investigacin trata sobre si existe una manera de explicar las acciones humanas
presumiblemente, la que articulan la fisiologa, la bioqumica y, en ltimo trmino, la
fsica sobre la que a la larga hayan de revertir todas las dems o si por el contrario
hay otras que puedan reclamar para s el don de hacer comprensibles aspectos de la
accin humana que de otro modo permaneceran opacos; ms en particular, esta
investigacin trata sobre si en las races del modo de construir teoras psicolgicas
que bajo el nombre de cognitivismo acab, har poco ms de medio siglo, con cierta,
breve hegemona del movimiento conductista en seno de la psicologa cientfica, es
posible encontrar o no un fundamento slido para la idea de que la explicacin
psicolgica puede en efecto reclamar tal don para s, y hacerlo adems, como se ha
pretendido, sin cuestionar que en ltima instancia todo cuanto existe en cada uno de
nosotros es lo que en ltima instancia se conforma en su cuerpo; ms an, esta
investigacin trata sobre si la discutida autonoma de la explicacin psicolgica
depende crucialmente o no de que nuestros cuerpos puedan encontrarse en estados
cuyos lazos causales con el entorno que habitamos y con nuestras acciones slo
queden adecuadamente aislados si los describimos en el lenguaje terico que nos
proporciona la psicologa. Al intentar desmadejar los muchos hilos que se enredan en
esas preguntas, fue cobrando fuerza la conviccin de que el concepto de significado
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CAPTATIO BENEUOLENTIAE
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formaba la urdimbre sobre la que haban de tejerse las respuestas; despus, la de que
el concepto de consciencia perfilaba el horizonte hacia el que esas respuestas haban
de mirar; por ltimo, la de que las races del problema, en su despliegue histrico, se
intricaban en torno del concepto de estmulo. Estmulo, significado, consciencia sera,
as pues, un ttulo acertado para un estudio sobre los fundamentos de la psicologa
cognitiva y la eficacia causal de lo mental.
Esta investigacin nunca tuvo un final, no al menos el final que yo,
ingenuamente, haba esbozado para ella. Tuvo, a lo sumo, una capitulacin: me di por
vencido cuando la medida del tiempo que le haba consagrado pareca ya tan
estrafalaria como la extensin de estas pginas. Me temo que sera presuntuoso, en
consecuencia, pretender que tuviera una conclusin a lo sumo podr ofrecer una
recapitulacin. Es sta: creo que no encontraremos una respuesta convincente a la
pregunta en torno al estatus de la explicacin psicolgica si no logramos antes
descifrar el papel que en nuestra nocin de causalidad desempean las causas
mentales y, con ellas, el significado propio de los estados mentales que las conforman
y la consciencia de la que de tanto en cuanto vienen revestidos. Pero aclarar por qu
he llegado a esta conviccin es mucho ms laborioso, y llevar sin duda algo ms de
tiempo.
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13
Agradecimientos
, se lee al comienzo del libro I de las Meditaciones que a
modo de notas para s mismo dejara escritas Marco Aurelio a lo
largo de los aos finales de su vida: De mi abuelo Vero, dice quien sera bautizado
por Nicols Maquiavelo como el ltimo de los emperadores buenos, el buen
carcter y la serenidad. Agradecer es, nos ensea Marco Aurelio, no slo
corresponder al beneficio que se nos ha hecho con la mnima ofrenda de su
reconocimiento, sino tambin obligarnos a no perder de vista la huella que ha dejado
en nosotros la generosidad ajena: no slo algo que decimos a quienes dirigimos
nuestro agradecimiento, sino tambin a nosotros mismos, como recordatorio de los
muchos dbitos que nos conforman.
Antes de seguir adelante, as pues, debe quedar anotado que sin la paciencia
inagotable del profesor Pedro Chacn y sus siempre mesurados consejos el ms
importante de los cuales, que acotara frreamente el objeto de la investigacin, nunca
logr obedecer, este trabajo, como es obvio, nunca habra llegado a buen puerto;
tampoco habra habido, sin su generosidad, primeras publicaciones ni primeras
experiencias docentes. Es precisamente su benevolencia lo que hace impensable
achacarle ninguna de las tachas que se encontrarn en este trabajo, a la vez que hace
obligado reconocerle cualquier virtud que pueda atesorar, pues l sin duda la habr
alentado.
Cuando, sin conocerle, llam a la puerta de su despacho de la Facultad de
Psicologa, en la primavera de 1996, para hablarle de la tesis doctoral que entonces
tena pensado escribir y que en bien poco se parecera a sta, vena de pasar no
pocas maanas en un improvisado seminario en lo que era entonces la Seccin
Departamental de Psicobiologa, en el que el profesor Jos Mara Velasco nos haba
adentrado, a mi compaero Adolfo Maldonado y a m, en el debate contemporneo
sobre filosofa de la mente.
La lectura a la que ms tiempo habamos dedicado en aquel seminario era El
redescubrimiento de la mente, de John R. Searle, as que cuando en septiembre de 1997,
merced a una beca del programa de intercambio acadmico entre la Universidad
Complutense de Madrid y la Universidad de California, llegu al campus de
Berkeley, no tard en matricularme en todas y cada una de las asignaturas que aquel
ao imparta el profesor Searle. Ya se tratara de un curso introductorio pensado para
freshmen, ya de un seminario de doctorado, mi idea de la reflexin filosfica fue
quedando punteada al escuchar cmo el profesor Searle desplegaba sus argumentos
sobre las nociones de intencionalidad y consciencia razonando en voz alta,
volviendo sobre sus pasos para reexaminarlos, esquivando las objeciones de algn
alumno, despertando a menudo la sonrisa o incluso la contenida hilaridad que no
pocas veces acompaaba a la inconfundible mezcla de rigor lgico y apego al sentido
comn en que sola descansar su crtica de la razn cognitiva. El inters que en l y en
su ayudante de docencia, Jennifer Hudin, evocaron los trabajos que en torno al
concepto de dolor en los argumentos de Saul A. Kripke hube de presentarles fue
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AGRADECIMIENTOS
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entonces, y volvera a ser en algunos momentos de flaqueza, un acicate para
perseverar en esta investigacin, pues aquellos no eran sino sus balbuceos primeros.
Pero otro tanto podra decir de los profesores Hubert L. Dreyfus y Walter J. Freeman,
que exploraban cada semana antes nuestros ojos las lindes entre fenomenologa y
neurofisiologa, transitando con toda naturalidad de la trabajosa descripcin del
funcionamiento del crtex auditivo a la no menos trabajosa lectura de Merleau-
Ponty, y de las penetrantes preguntas con que Sean Kelly iba dando forma a sus
reflexiones y a nuestros apuntes; tambin de las pausadas pero inexorables
indagaciones del profesor Barry Stroud acerca de la naturaleza del color un asunto
que me haba inquietado desde nio y de las igualmente inexorables y pausadas
matizaciones con que el profesor Bernard Williams iba acechndolo But Barry
dont you think?, o incluso del fugaz paso por Howison Library de Ned J. Block
para disertar en torno a la viabilidad de predicar propiedades cromticas respecto de
representaciones mentales, una ya lejana tarde de 1998.
Al otro lado del campus, en Tolman Hall, la reflexin sobre el color serva
tambin de gozne entre lo mental y lo fsico, y las restricciones empricas
meticulosamente fijadas por el profesor Stephen Palmer a la posibilidad conceptual
de una inversin de las relaciones entre longitudes de onda y experiencias cromticas
cuestin, como es sabido, muy cara al profesor Block me ayudaron a entender algo
mejor no slo los tornadizos lazos entre lo concebible y lo posible, sino tambin el
tiento con que es obligado avanzar cuando se conjugan premisas construidas con
diferentes vocabularios tericos. Ese mismo cuidado aprendera a reconocer ojal
tambin a remedar en las investigaciones del profesor John Kihlstrom sobre la
naturaleza de la consciencia, en las que la voz de William James o Wilhelm Wundt
poda escucharse, distante pero ntida, en una frase entresacada de un artculo de
Larry Weiskrantz acerca del sndrome de visin ciega o incluso de un trabajo sobre
protocolos de anestesia. Conciencia, experiencias de dolor o de color e
intencionalidad conformaban, con todo, una visin un tanto solipsista de la vida
psquica, y sera en el vivo debate suscitado en el seminario sobre teora de la mente
que diriga la profesora Alison Gopnik donde empezara a vislumbrar el carcter
constituyente de la presencia de los dems en cada uno de nosotros. Despus, ya en
primavera, las sosegadas reflexiones de la profesora Eleanor Rosch en torno a la
construccin de la memoria autobiogrfica haran arraigar ese convencimiento, y
dejaran sembrados mis apuntes de otras muchas intuiciones que an espero algn
da tener tiempo de explorar.
Aquel ao de intenssimo aprendizaje no habra sido posible sin la fascinacin
que haban sabido suscitar en m la profesora Susana Lpez Ornat y los profesores
Luis Enrique Lpez Bascuas y Fernando Colmenares, pero tampoco sin su apoyo
expreso: a sus desconcertantes lecciones sobre el desarrollo del lenguaje y de la
visin espacial, sobre la etologa del comportamiento social y, sobre todo, sobre las
conclusiones que de ello caba derivar en cuanto hace a la naturaleza de lo mental
desconcertantes, claro, para un estudiante poco acostumbrado a que la labor docente
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ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA
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dejara abiertas tantas preguntas como responda, se sumara luego su generosidad
al redactar las tres cartas de presentacin que exiga Berkeley.
El regreso a Madrid traera consigo la ocasin de ahondar, de la mano otra vez
de Pedro Chacn, en la espinosa cuestin del lugar de la consciencia en los modelos
cognitivistas de lo mental, as como de seguir desbrozando el camino que para m
abriera primero Fernando Colmenares y luego Alison Gopnik, ahora bajo la pujante
luz de las palabras de ngel Rivire: su seminario sobre teora de la mente en la
Facultad de Psicologa de la Universidad Autnoma de Madrid fue una prolongacin
del embeleso que haba sentido, en Berkeley, al contemplar el ejercicio vivo e
insobornable del pensamiento. Tambin nos falta hoy, como ngel, el profesor
Eugenio Fernndez, cuya acerada inteligencia de Spinoza y del afn con que el
Barroco tratara de domear la inquietante ubicuidad de las pasiones develando,
como l certeramente deca, el orden de los afectos tanto me ayud a hacerme cargo
de que la investigacin sobre la naturaleza de la mente, por mucho que se impregne
de tintes conceptuales o empricos, no puede desligarse de la reflexin moral. An
me dejara tiempo aquel curso, por ltimo, para afianzar mis desordenadas lecturas
sobre representacin del conocimiento aprendiendo con la profesora Felisa Verdejo,
del Departamento de Lenguajes y Sistemas Informticos de la Universidad Nacional
de Educacin a Distancia, a construir un rudimentario sistema experto en el viejo
PROLOG.
Unos diez aos despus, en un seminario sobre sistemas expertos en
evaluacin psicolgica impartido en el Colegio Universitario Cardenal Cisneros, tuve
el privilegio de volver a fatigar ese terreno codo con codo con el profesor Luis Mara
Laita de la Rica, de la Universidad Politcnica de Madrid, que con su bondad sin
trmino insista en hacerme ver la destreza con que lo transitaba. Pero diez aos
atrs, cuando haban transcurrido ya casi otros diez desde que abandonara los
estudios de programacin con que mis padres intentaran labrarme un futuro, escribir
de nuevo lnea tras lnea de cdigo se me haba hecho tan arduo que no tuve otro
remedio que pedir auxilio a un buen amigo suyo de siempre suyo, digo, de mis
padres, y mo de los das de la infancia, el profesor Rodolfo Fernndez. l antes que
nadie, apenas llegado yo a la Facultad de Psicologa, haba intentado mostrarme el
horizonte que de cara a nuestra comprensin de nosotros mismos abran esas mentes
artificiales que se adivinaban en las computadoras. Su abrupta ausencia le ha
impedido ver que el fruto de su empeo, aunque escueto, habra de llegar, pero le
agradara, creo, saber que su recuerdo tie las pginas de este trabajo.
Durante el largo tiempo que esta investigacin se ha demorado, ha sido la
confianza inquebrantable de Luis Lzaro la que ha procurado el sustento que, tanto
como los seminarios o las lecturas, la ha hecho posible. No menos decisiva ha sido su
generosidad al permitirme pasar alguna que otra maana de trabajo en esta o aquella
biblioteca, hojeando tantas referencias pasajeras, o en casa, redactando algn
fragmento de estas pginas. Que, con desmedida benevolencia, l viese en m, a
quien haba encomendado apenas dos aos antes la enseanza de la hoy extinta
Filosofa de la Psicologa en la Divisin de Psicologa del Colegio Universitario
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AGRADECIMIENTOS
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Cardenal Cisneros, a la persona idnea para hacerse cargo tambin de impartir la
hoy maltrecha Historia de la Psicologa acabara imprimiendo un giro a esta
investigacin mucho mayor de lo que yo poda entonces suponer: ya nunca pude
desistir de una mirada histrica sobre los asuntos que el desarrollo de los
argumentos me abocaba a abordar.
A lo largo de los otoos de 2009 y 2010, adems, la oportunidad de impartir en
el campus de Madrid de la Universidad de Saint Louis una introduccin al
pensamiento griego, que debo a la confianza de John R. Welch, no slo contribuy a
ese sustento, sino que tambin me permiti afrontar como un gozoso deber lo que
hasta entonces haba sido una pasin que reservaba para el verano. Inevitablemente,
tambin de aquello pueden encontrarse huellas en este trabajo, desde la lectura del
Crtilo hasta el modo en que el intento de ahondar en la idea de lgos lo suficiente al
menos como para poder explicarla me llev a entrever en su intimidad y su
distanciamiento con la nuda realidad las races del lugar que la posibilidad del error
ocupa, creo, en la nocin de intencionalidad.
Por lo dems, he mencionado ya que esta aventura germin bajo los auspicios
de una beca del programa de intercambio acadmico entre la Universidad
Complutense de Madrid y la Universidad de California, pero no que continu
brevemente, durante los primeros meses del curso 1999-2000, bajo los de una beca
predoctoral de la Universidad Complutense, a la que renunci cuando hube de
asumir mis primeras responsabilidades docentes.
La mayor parte de estas pginas ha sido escrita en Madrid, pero al releerlas
reconozco tambin largos fragmentos redactados en Molino de la Hoz, en Cdiz, en
Rota, o en Madrigal de la Vera, y que son por tanto deudores del cobijo prestado por
mis padres es decir: al margen del modo mucho ms hondo en el que todo este
trabajo est en deuda con ellos, o por los padres de mi esposa. An sobrevive algn
prrafo perdido al que di forma en Berkeley, y algunos ms que maduraron en Lima,
en la primavera austral del ao 2002, merced a la hospitalidad del profesor Ricardo
Silva-Santisteban, de la Pontificia Universidad Catlica del Per. Otros fragmentos,
que recuerdo anotados a vuelapluma en La Habana, Lisboa, Londres, Venecia o
Mosc, hablan ms que otra cosa de cmo la investigacin que aqu se presenta lleva
tanto tiempo engarzada en cada peripecia de lo que ha sido mi vida.
Mi vida, es decir: el amor inconmensurable de Olga Muoz, que ha dado
sentido a todo este esfuerzo como ha dado sentido a todo lo dems desde que la
conoc; nuestros dos hijos, Pablo y Martn, en quienes ese aliento de sentido
cristaliza cada da, tibio e irrepetible; mis padres, de quienes he aprendido todo
cuanto en verdad s y habra sin duda aprendido mucho ms si hubiera sido ms
espabilado, pues es mucho ms lo que tienen que ensear. Al igual que a cada uno
de ellos ha pertenecido cada minuto de este trabajo, les pertenecen sus frutos,
exiguos, quiz, y de sabor un tanto extrao. Acaso comenzaba ya a entenderlos Pablo
cuando, al ver sobre la mesa de la cocina un tratado de epistemologa que yo andaba
consultando entonces, dijo complacido: Pap est leyendo un libro sobre cmo
espistar.
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Exordio
Como la aparicin del Djin El genio de la lmpara cuando Aladino acariciara su
insospechado tesoro: ste es el smil que Thomas H. Huxley emple en las primeras
ediciones de sus Lessons in Elementary Physiology para perfilar la relacin entre el
surgimiento de un estado de consciencia y la irritacin de un determinado tejido
nervioso. Un abismo chasm escribira poco despus John Tyndall que mediaba
entre ambos fenmenos; mil du Bois-Reymond imaginara un golfo Klft alzado
[] frente a los lmites de nuestro ingenio. Estas metforas de lo inabarcable, de lo
incomprensible, forman el espacio del que parte la presente investigacin, y se
materializan en el resignado dictum que el propio du Bois-Reymond pronunciara, en
las lindes del siglo, respecto de la naturaleza y origen de las sensaciones: Ignorabimus!
La resignacin, a su vez, se muestra como uno de los vrtices de un campo de fuerzas
en el que opera tambin la frugal modestia de que haca gala Claude Bernard al
excluir de nuestras capacidad de comprensin el porqu de los hechos, as como la
tenacidad arrolladora de Santiago Ramn y Cajal, convencido tal vez de que en el
mbito del saber toda rendicin es prematura.
La sospecha de que la consciencia pudiera ser un [] hecho ltimo de la
naturaleza ste es el giro que Huxley elegira, despus, para librarse del Djin
sigue viva en el debate acerca de lo mental en nuestros das, un debate cuyo tejido
parece tensado por las mismas fuerzas y articulado en torno a parecidas metforas: el
hiato explicativo gap al que alude Levine, o la [] llama misteriosa que parece
querer convocar McGinn. Se ha dado, no obstante, un giro de cierta envergadura.
Buena parte de nuestros esfuerzos recientes se ha centrado en el intento de entender
los lazos entre un pensamiento o un deseo, o un temor y aquello en lo que
pensamos o deseamos, o tememos: un trabajo en la estela de la idea de in-
existencia intencional en la que Franz Brentano cifr la singularidad de lo mental,
salvo en que se acomete dejando entre parntesis la cuestin de la consciencia. Si du
Bois-Reymond crea que el sexto de sus Weltrtsel la naturaleza del pensamiento
caera ante nosotros como fruta madura si pudiramos desvelar el quinto el
surgimiento de la sensacin, nuestro propio empeo, como con nimo bien distinto
hacen ver Zenon W. Pylyshyn, Colin McGinn, Daniel C. Dennett, John R. Searle o
Jerry A. Fodor, ha sido perseverar en el asedio de aqul asumiendo nuestra
ignorancia respecto a ste.
Actitudes, proposiciones, hechos son, as pues, las madejas con las que se teje
la indagacin acerca de los lazos entre mente y mundo. Si bien la pregunta por las
relaciones entre digamos una creencia y aquello que creemos es a todas luces
diferente de la que concierne a las relaciones entre la creencia y por recrear el
lenguaje de Huxley la irritacin nerviosa, no es menos obvio que entre una y otra
cuestin han de existir pasadizos que valga la pena iluminar: que Brentano
consignara la intencionalidad como marca de lo mental puede verse entonces como
un modo de advertirnos de la profundidad de dichos pasadizos. Pero es en la idea de
Bertrand Russell de que es fructfero pensar en creencias o deseos como actitudes que
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EXORDIO
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mantenemos hacia determinadas proposiciones, las cuales a su vez se refieren a tales o
cuales hechos, as como en el marcado giro lingstico que Roderick Chisholm diera al
estudio de estas actitudes proposicionales al centrarlo en el anlisis del comportamiento
lgico de los enunciados del lenguaje coloquial que se emplean para atribuir tales actitudes a
otros o a nosotros mismos, donde el cognitivismo ha encontrado la ms caudalosa
fuente de inspiracin para dar forma al abierto recurso a representaciones internas en la
explicacin de la conducta que le sirvi para desligarse de la tradicin conductista. A
pesar de que la armazn conceptual alzada por Russell o Chisholm queda lejos de
proveernos de explicacin alguna pertenece ms bien, como se dir, a la topografa
del explanandum que a la fbrica del explanans; es, si se prefiere, explicativamente
inerte, lo cierto es que al ceir los cimientos de dicha fbrica deja ya fijados algunos
de sus rasgos principales. As, pongamos por caso, el cognitivismo se aboca a
perfilarse como una reivindicacin de la psicologa que de algn modo se halla
implcita en ese lenguaje coloquial reivindicacin cuyos trminos habremos de
esmerarnos en delimitar. Con ello, asuntos como la proliferacin en el seno de dicho
lenguaje de contextos intensionales i.e., refractarios al principio de sustituibilidad
salva veritate de trminos correferenciales que ha quedado consagrado como ley de
Leibniz aparecen como claves de las que una teora psicolgica madura debera
rendir cuentas. En el desarrollo del cognitivismo resultara decisiva, en efecto, la idea
de que el control efectivo de la conducta compete a las representaciones internas, y
no a los estmulos idea que es, segn se ver ms adelante, se revela como un
trasunto de la de intensionalidad.
Si reemplazar un trmino por otro que se refiere a lo mismo puede hacer falso
un enunciado verdadero o viceversa, es razonable pensar que esto ocurra porque
el trmino no se emplee en virtud de aquello a lo que se refiere su extensin, su
denotacin, sino del modo en que lo hace su intensin, su connotacin. Tanto los
trabajos lgicos de Aristteles como los de John Stuart Mill destellan, pues, entre los
orgenes de la concepcin cognitivista de lo mental, pero mucho ms rotunda es sin
duda La sombra de Frege. Como es bien sabido, en el transcurso de las
investigaciones de Gottlob Frege sobre la naturaleza de la relacin de identidad, el
sentido Sinn de un signo (o una expresin) se va perfilando como las propiedades
semnticas que lo diferencian de otro signo (o expresin) con el (o la) cual comparte
una misma referencia Bedeutung; aquello, por tanto, que permite que un enunciado
que una a ambos signos (o expresiones) en torno a un signo de identidad, =, no
resulte forzosamente tautolgico. El sentido es, entonces, no slo aquello que
determina su referencia, sino adems aquello que aprehendemos cuando
entendemos un signo o una expresin. Pero el sentido no puede ser piensa Frege
una representacin interna una intuicin o presentacin, Vorstellung: tales
representaciones, que ataen a la psicologa, pueden variar indefinidamente entre
sujetos, pero el sentido de un signo, so pena de hacer imposible toda forma de
dilogo, ha de ser estable. Al destilar de esa idea ingenua del sentido como
Vorstellung todo vestigio psicolgico acrisola Frege su nocin de pensamiento: aquello
que asevera una oracin afirmativa un juicio, y que equivale a su sentido.
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ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA
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Naturalmente, adems de expresar un pensamiento esto es, de albergar un sentido
un juicio bien puede ser verdadero o falso. Comoquiera que ese valor veritativo no es
el pensamiento expresado esto es, el sentido, Frege lo identifica con la referencia
del juicio. Pero sabamos que es el sentido lo que determina la referencia y lo que
captamos cuando entendemos; ahora sabemos, por tanto, que el sentido de un juicio
porta consigo su valor de verdad. Entre los bastidores de la concepcin fregeana del
significado, as pues, se opera una exhaustiva purga cuyo propsito no es otro que
desproveer a la lgica de cualquier tonalidad psicolgica, y cuyas consecuencias para
nuestra concepcin de lo mental son mltiples y de profundsimo alcance.
Constatamos, por un lado, cmo la verdad o la falsedad de un juicio, que
depende de su sentido, han quedado expulsadas de los dominios de la psicologa: tal
como nos recordara Kenny, si hubiera leyes que describieran el encadenamiento de
estados mentales, stas no haran [] ninguna distincin entre pensamientos
verdaderos y [] falsos. De nuevo, es fcil entrever en este punto las fuentes de la
primaca que la representacin adquirira en el seno del cognitivismo en detrimento
del estmulo es decir, de los hechos; es decir, de la verdad de la representacin. La
argumentacin de Frege, con todo, ofrece una primera oportunidad de bosquejar una
reivindicacin de la relevancia, en la explicacin psicolgica, de los lazos que las
representaciones internas traben con el mundo: en pocas palabras, si asumimos que
estados psicolgicos como las creencias se originan en ese trfago causal que
comienza en la estimulacin de los sentidos aun cuando aceptemos que recibe
tambin el caudal de otros afluentes y no incorporamos una explicacin de la
posibilidad del error en los fundamentos de nuestra teora psicolgica, ya de poco
servir que intentemos como el propio Frege hacerlo despus.
Por otro lado, asistimos tambin en Frege a un riguroso pupilaje de las
peculiaridades del lenguaje psicolgico coloquial a un caso ms general, el de la mera
cita: Duncan crea que Macbeth era digno de confianza no es entonces
esencialmente diferente de Tales dijo que el agua es el principio de todas las cosas;
en ambos enunciados, lo que la oracin subordinada aporta al sentido de la principal
es decir, al pensamiento expresado por el juicio, y por esa va a su referencia, no es
su propia referencia es decir, su valor de verdad sino su sentido, y slo podra por
tanto quedar reemplazada salva veritate por otra de sentido idntico. As pues, tomar,
de la mano de Chisholm, el comportamiento lgico de determinadas expresiones del
lenguaje psicolgico coloquial como brjula para nuestra comprensin de lo mental
aparecera como una maniobra que slo ha resultado viable al amparo de una lectura
de Frege de la que cuidadosa o burdamente se ha segado cualquier retazo de aire
antipsicologista como muestra, por ejemplo, la reinterpretacin de la idea del
sentido en tanto que modo de determinacin de la referencia como la de un modo de
presentacin de la referencia, confundiendo as Sinn y Vorstellung. Ha sido quiz Ullin
T. Place quien de forma ms certera ha escrutado las limitaciones del giro lingstico
emprendido por Chisholm, su origen que l cifra en la influencia perniciosa de la
distincin entre saber qu y saber cmo trazada por Gilbert Ryle al hilo de ciertas
observaciones pasajeras de Wittgenstein, y algunos de sus frutos menos apetecidos
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EXORDIO
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fundamentalmente, la postergacin del anlisis de estados psicolgicos tan cruciales
como puedan serlo la creencia o el deseo, pero menos ajustados al rgido esquema de
la actitud proposicional.
Entre la conviccin de raigambre brentaniana segn la cual la intencionalidad
distingue a lo mental de lo fsico y el infatigable empeo por encontrar una
explicacin de los fenmenos mentales que podamos incardinar sin fisuras en el
edificio de la ciencia natural encarnado quiz ya en Ramn y Cajal, pero que a
efectos del debate contemporneo cristaliza en Willard V.O. Quine, se circunscribe
La cuestin del naturalismo. La idea de naturalizar la intencionalidad de explicarla,
digamos, en trminos de propiedades que no la presupongan se perfila hoy a
menudo como un tributo mnimo, pero ineluctable, a cierta concepcin reduccionista
de la ciencia, un tributo expresado en ocasiones mediante el concepto de
superveniencia y ligado a la idea de que la relacin entre una creencia o un deseo y
aquello que creemos o deseamos no puede de ningn modo constituir una propiedad
primitiva elemental, bsica de la realidad, como lo seran como slo lo seran las
propiedades que postula la fsica. Otras veces, la idea de naturalizacin aparece
sencillamente como un canon epistemolgico irrevocable, casi como una mera
exigencia de transparencia en la explicacin. Pero tambin, claro est, cabe entender
el afn de naturalizar la intencionalidad como fruto de una mostrenca obstinacin en
asemejar cuanto no entendemos a las cosas, que creemos entender mejor. As que,
como queda claro al hilo de una clebre discusin entre Fodor y Searle, lo que se
dirime es a fin de cuentas si a la intencionalidad le cuadra el viejo adagio del obispo
Butler segn el cual todo es lo que es y no otra cosa: si es uno de esos hechos ltimos
vislumbrados por, si al apelar a ella hemos topado con el lecho rocoso en el que ya
lo anunciaba Wittgenstein [] las explicaciones tienen que terminar [] o si, por
el contrario, apenas hemos nombrado aquello que pretendemos comprender. O, tal
vez, si el desencantamiento del mundo que procura el conocimiento cientfico ha de
alcanzar tambin a todos los reductos de la propia mente que lo ha forjado.
La pregunta se torna, entonces, en la de cules podran ser nuestros Motivos
para quebrar el hechizo, cul es la mies que nos aguardan, si es que nos aguarda
alguna, si finalmente hubiramos de rendir el cobijo que habamos credo hallar en la
singularidad de lo mental. Pues bien: quebrar el hechizo empieza a entreverse as
como un mal menor, un modo de soslayar una cosecha ms aciaga. El mal mayor,
claro, no es otro que la perspectiva de que haya que decretar la radical inexistencia
de aquello que anhelbamos salvar. Ciertamente, que la intencionalidad o cualquier
otra cualidad que queramos hacer distintiva de lo mental sea una propiedad ltima
de la realidad o que se derive de otras de naturaleza en algn sentido elemental no
son las nicas posibilidades lgicas abiertas: cabra pensar tambin que sencillamente
no exista tal propiedad, ya porque la utilizacin que de ella hacemos en el discurso
filosfico o en nuestras explicaciones ordinarias de la conducta no sea ms que una
ficcin til, ya que porque, adems de ficticia, la nocin de intencionalidad se torne
perfectamente inservible tan pronto como sepamos construir una ms acertada, en el
vocabulario de ciencias ms bsicas. Instrumentalismo y eliminacionismo son, pues,
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ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA
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los polos menos y ms severo de una interpretacin antirrealista de lo mental que su
naturalizacin, despus de todo, nos permitira al menos rehuir. Las dificultades que
afronta el naturalismo pueden leerse entonces el locus classicus de ese giro se
encuentra en Palabra y objeto, de Quine como un acicate para promover la abolicin
sin paliativos del vocabulario psicolgico tradicional. Desde esta atalaya, en fin, el
paisaje resulta suficientemente lgubre como para que la naturalizacin de lo mental
se vislumbre como un destello esperanzador, como una forma de humanismo.
La tesis de que no haya otra forma de entender la intencionalidad que
incorporarla a un presunto inventario de propiedades ltimas de lo real o al de sus
derivados o, al menos, que no haya otra forma de entenderla sin vernos arrastrados
al antirrealismo es puesta en tela de juicio por Terry Horgan, quien considera viable
construir una idea de propiedad fundamental que deje indemnes las convicciones
naturalistas. La articulacin de ese delicado equilibrio requiere, no obstante,
conceder a Horgan un conjunto de premisas acerca de los motivos que subyacen a
dichas convicciones, la relacin entre la intencionalidad y las propiedades
elementales sobre las que descansa, la idea misma de propiedad elemental, y la
naturaleza de los conceptos humanos en general, en torno a las cuales es fcil
sembrar dudas. En particular, el argumento de Horgan depende de la tesis de que
cualquier caracterizacin naturalista de las propiedades elementales en las que en el
fondo consiste la intencionalidad nos resultara intratable. Pero el nico modo de que
eso sostenga sus conclusiones es que la intratabilidad en cuestin no sea asunto de
una circunstancial penuria, sino ms bien digamos de una indigencia constitutiva
de nuestro entendimiento, y Horgan est lejos de haber dejado afianzada tal cosa. En
realidad, la idea de que el vnculo entre lo mental y lo fsico desborda nuestra
capacidad de concebir hunde sus races en un territorio que nos es conocido Huxley,
Tyndall, du Bois-Reymond. Tan convencido, no obstante, como pudiera mostrarse
du Bois-Reymond de que incluso un sabio fustico habra de rendirse a su
ignorabimus lo estara poco despus Edward L. Thorndike de lo contrario Max F.
Meyer, en la estela de Thorndike, pronto comenzara, de hecho, a dar forma, en el
seno de un conductismo temprano, a la osada conjetura de la inexistencia de esa
realidad mental que otros vean impenetrable: a la equiparacin de deseos, anhelos o
creencias a fantasmas, dioses o demonios.
Pensar cmo podramos Pensar sin pensar se perfila entonces como el reto
crucial al que nos enfrenta la pujanza de esa avidez por abolir lo mental que arraiga
en el pensamiento de Meyer. La fuente de la que manan los juicios ms severos
acerca de la realidad de la mente o, entre stos, los ms firmemente fundados se
halla en la idea de que el discurso psicolgico bien pudiera incorporarse al
vocabulario propio de la ciencia en tanto reconociramos su naturaleza terica. De
ese modo parece que pretendan Rudolf Carnap o Wilfrid S. Sellars pero tambin,
antes, Carl G. Hempel proclamar que el positivismo lgico admita en el seno del
saber cientfico a la psicologa, antao desterrado por Auguste Comte. Ahora bien: si
los conceptos que conforman ese discurso psicolgico son en efecto conceptos
tericos, no cabe negar entonces que pudieran pertenecer a una teora tan falsa como
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EXORDIO
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longeva; de ser as, qu otra cosa podramos razonablemente hacer salvo prescindir
de ellos, como ya prescindimos de los espritus animales o el ter?
Consideraciones de esta ndole labraron, sin duda, el humus del que brotaron
las dudas de John J.C. Smart Jack Smart sobre el estatus de realidad de los
fenmenos psicolgicos, que Ullin T. Place y l mismo haban dado por idnticos a
sus correlatos neurolgicos. Ante las implacables crticas que la tesis de identidad
psicofsica y la nocin de anlisis temticamente neutral en la que Smart trataba de
sustentarla recibieran de manos de Jack T. Stevenson o Marshell C. Bradley, Smart,
en la estela que haba trazado Paul K. Feyerabend, no pudo sino escuchar el canto de
la sirena y conceder que acaso, despus de todo, no nos fuera dado identificar un
deseo con un estado del sistema nervioso, sino afirmar la inexistencia de aquel en
beneficio de la inequvoca existencia de ste. Aunque el mismo Smart tildara poco
despus de veleidades sus titubeos eliminacionistas, otros muchos se han esforzado
en tantear las consecuencias que acarreara la inhabilitacin del vocabulario
psicolgico. Entre los hilos de esa discusin vale la pena detenerse en el que trata de
hilvanar Stephen Stich o, poco despus, David Braddon-Mitchell y Frank C. Jackson:
la naturalizacin de la intencionalidad, o la inviabilidad de tal empeo, resultan
indiferentes insiste Stich en lo que atae al estatus ontolgico de sta, segn nos
muestran otros conceptos incontestablemente cientficos, como el de fonema en
lingstica o el de conducta de acicalamiento en etologa, cuya naturalizacin
resulta igual de espinosa; los conceptos psicolgicos aseguran Braddon-Mitchell y
Jackson encuentran su nicho entre las ciencias toda vez que no exijamos que stas
nicamente empleen conceptos referidos a clases naturales, o bien que permitamos
que tales clases vengan delimitadas, como vienen los conceptos psicolgicos, segn
criterios funcionales. Asemejar creencias o deseos a fonemas, conductas de
acicalamiento o, como hacen Braddon-Mitchell y Jackson, a constelaciones ya Place
haba explorado en su da las similitudes entre la naturaleza de los estados mentales
y la de los electrometeoros, en lugar de a fantasmas, dioses o demonios, se perfila
as pues como un modo de limar las aristas del eliminacionismo. Otro, quiz ms
acre, pasara por mostrar cmo hay ms conceptos, tan medulares o casi a nuestra
visin del mundo como los de deseo o creencia, que habran de correr la misma
suerte: pocos aos despus de que Meyer diera el paso de desmentir la realidad de lo
mental, Francis G. Crookshank, un mdico de Londres, abogaba con vehemencia por
la abolicin del concepto de enfermedad.
Tal vez con maneras demasiado expeditivas ha tratado Searle de abatir las
tesis eliminacionistas haciendo ver que la relevancia o irrelevancia de los conceptos
psicolgicos en la explicacin cientfica es inocua con respecto a la existencia o
inexistencia de los referentes de dichos conceptos, como ocurre con tantos otros
conceptos de uso cotidiano para los que no hay cabida en el discurso de la ciencia. El
error que subyace al eliminacionismo residira entonces, como ha sealado John Heil,
en la identificacin de los conceptos psicolgicos como parte del explanans de una
teora movimiento que proviene de Carnap, y cuya impugnacin Lycan ha ligado al
pensamiento de Sellars , y no como parte del explanandum que una ciencia madura
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ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA
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ha de abordar. Hay, desde luego, otros ensayos de aplacar los conatos
eliminacionistas, como el de convertirlos en gestos auto-refutatorios que, al defender
la inexistencia de creencias, implicaran la imposibilidad de creer en su propia
verdad segn intenta Heil, o el de hacer de ellos palabrera estril, trivialmente
verdadera o trivialmente falsa segn cul sea la teora de la referencia que
adoptemos con el que Stich de desliga de sus anteriores requiebros con la abolicin
del vocabulario mentalista. Pese a la encendida controversia que a menudo se ha
desencadenado en torno a estas cuestiones, no es difcil reparar en que las tesis
eliminacionistas han ido colonizando cierta oratoria sobre lo mental y lo cerebral, an
a costa de convertirse ms de una vez en aseveraciones tan solemnes como nimias, en
las que la contradiccin aflora casi a simple vista; otras veces, en cambio, en la
tensin que provoca la presencia de lo inexplicado cobra vigor el mismo aliento
potico que desde los tiempos de du Bois-Reymond, y antes, ha venido impulsando
no pocos avances cientficos.
Como en las fbulas de antao, la Quimera de la nube equivocada nos ensea
el modo en que el intento de entender que nuestras palabras o nuestros
pensamientos puedan designar o describir errneamente el mundo ha ido
entrelazndose con el propio intento de entender que nuestras palabras o nuestros
pensamientos puedan, sin ms, designar o describir el mundo. De hecho, como
veremos, la posibilidad del error se ha ido erigiendo recientemente como la clave que
habra de permitirnos dar cuenta de la relacin entre la mente y el mundo, en tanto
que nota que diferenciara lo propiamente semntico del signo natural. A modo de
coda de estas secciones de aire propedutico, se hace, entonces, irrefrenable la
tentacin de articular, aun muy deslavazadamente, un relato de cmo esa distancia
que entre las cosas del mundo y los pensamientos o palabras con que tratamos de
apresarlas entraa el error ha ido abrindose paso en nuestra comprensin de
nosotros mismos. Hay en ese relato una transparencia originaria, que desde la
metafsica biblca en virtud de la cual el Apocalipsis puede aludir a la muerte de un
nombre por la de quien es por l nombrado alcanza hasta las conversaciones entre
Agustn de Hipona y su querido Adeodato, y que apresta tambin el trasfondo sobre
el que se va dibujando en el pensamiento griego la paulatina consciencia de que, si
bien lgos es tanto el orden fundamental oculto en el mundo como el discurso o la
razn que lo develan, entre esas dos orillas suyas media a menudo un ancho cauce.
As, en el desdn que Herclito comparte con Parmnides hacia las opiniones de los
mortales encontraremos los primeros destellos de la minuciosa indagacin sobre el
error que se despliega en el dilogo platnico entre Scrates, Hermgenes y Crtilo al
que ste ltimo da nombre. Ese hiato entre pensamientos y cosas, entre palabras y
cosas, habr de abocar a Platn a una acerba renuncia al lenguaje como norte de los
pasos del phil sophos el ms profundo dolor, segn expresin de Giorgio Colli, se
esconda en la constatacin de la pobreza del lenguaje, y las sospechas que ello
arrojaba sobre la propia razn. Ese hiato habra de conducir tambin, a la larga, a la
perplejidad moderna ante aquello que comenz mostrndosenos claro y difano: los
lazos entre el pensamiento, las palabras que lo expresan y las cosas que designa, que,
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EXORDIO
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mucho despus, acabaran por verse as, tempranamente, en Thomas H. Pear casi
como la esfinge que guarda todos los secretos de la psicologa. Muy medularmente,
entonces, dicha perplejidad es tambin la perplejidad, que con inigualable lucidez
expresara Wittgenstein, ante el modo en que la posibilidad misma del pensamiento o
el lenguaje por no decir del conocimiento parecen descansar sobre la posibilidad
del error.
No es posible entender siquiera vagamente la reflexin contempornea acerca
de la naturaleza de lo mental y de la explicacin psicolgica sin hacerse cargo de lo
que ha supuesto en este mbito el movimiento conductista. El tpos de la Crisis y
vigencia del conductismo perfila una breve hegemona entendida a menudo como
enfermedad de juventud de la psicologa a la que habra seguido un sbito
desplome tras el que nada, salvo ciertos hbitos de higiene metodolgica, habra
quedado en pie. No es difcil, sin embargo, encontrar reconstrucciones ms juiciosas
del proceso, en las que figuran tambin la posterior reparacin de algunos de los
planteamientos de los conductistas en un esfuerzo por desgranar lo ms
clarividente entre cuanto pudiera haber en ellos de obcecado, o, como se ver ms
adelante, profundas y vigorosas vetas de continuidad entre dichos planteamientos y
la concepcin cognitivista de la mente, que, segn el relato cannico, habra venido a
reemplazarlos. Es preciso, adems, tener presentes las fluctuaciones en los
presupuestos epistemolgicos que acerca de las peculiaridades de la explicacin
psicolgica y su relacin con otras modalidades de explicacin cientfica agitaban el
subsuelo de la comprensin de lo mental, tanto en el seno del propio conductismo
como en la transicin hacia el cognitivismo. As, ser obligado atender a la relacin
entre el pensamiento de John B. Watson y el positivismo lgico que dista mucho de
ser la de buena vecindad, pues Watson se aferra a una epistemologa de aire
comtiano que resulta ya obsoleta para el propio Hempel, y ste se cuida mucho de
ligar la suerte del positivismo lgico a la del programa experimental de Watson, a la
renuencia de Burrhus F. Skinner para quien no hay ms lgica de la ciencia que la
ciencia de la conducta de los cientficos a aceptar toda epistemologa que no sea un
escueto inductivismo no ya comtiano, sino baconiano, o al papel de Meyer y del
fsico Percy W. Bridgman como arquitectos de los puentes entre conductismo y
positivismo lgico que luego transitaran neoconductistas como Edward C. Tolman y
Clark L. Hull. A todo ello debe aadirse, desde luego, el recuento de las numerosas
anomalas que el conductismo iba viendo germinar en su propio seno las ms
estrepitosas, tal vez, las que acabaran enfrentando a Karl S. Lashley con Watson a
cuenta del problema del control central de la conducta, y a Keller y Marian Breland
con Skinner a cuenta de la utilidad de los principios conductistas fuera del
laboratorio, as como el de las diversas presiones externas que cuestionaban su
credibilidad como el desarrollo de la teora de la disonancia cognitiva por parte de
Leon Festinger, la influencia de Kurt Z. Lewin en el seno de la psicologa social, o el
vertiginoso desarrollo terico y tecnolgico que, de la mano de Herbert A. Simon,
Alan Newell o John McCarthy, haba de propiciar el concepto de procesamiento de
informacin. Al hilo de todas estas consideraciones, es de rigor, adems, hacer
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ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA
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hincapi en la inmensa heterogeneidad de los planteamientos de los propios
conductistas la torre de Babel conductista que acertadamente describe Leahey,
que, emborronada por la historiografa cognitivista, se hace imprescindible perfilar
mnimamente de cara a una cabal comprensin de buena parte de los problemas que
acotan la reflexin actual sobre lo mental. Bajo el prisma, por ltimo, de una revisin
de la temprana y duradera polmica acerca de si la transicin del conductismo al
cognitivismo en psicologa constituye una revolucin cientfica en el sentido acuado
por Thomas S. Kuhn, se hace preciso abordar tambin cuestiones como la
continuidad de los planteamientos mentalistas en la psicologa europea durante los
aos de auge del conductismo, el papel de los intereses blicos o de otras fuentes de
apoyo institucional en el mpetu del cognitivismo, o la propia regularidad y
elegancia de ciertos resultados experimentales cosechados en los laboratorios
conductistas como acicate de la teorizacin cognitivista.
En definitiva, frente al lugar comn que dicta a un tiempo, sin aparentemente
advertir contradiccin alguna, que el conductismo sucumbi vctima de su propia,
descomedida severidad metodolgica y que es en los principios metodolgicos
donde se observa ms claramente su pervivencia en las entraas del cognitivismo,
todo esto nos abocar a la conclusin de que la crisis del conductismo no ata tanto
a sus directrices metodolgicas como a sus supuestos tericos o, quiz ms
exactamente, pretericos aunque, como ya dejara apuntado Yela, a esa crisis de
supuestos tericos subyaga el cuestionamiento de ciertos principios metodolgicos,
primero, de los principios de interpretacin de los resultados experimentales,
despus, y, slo entonces, de la naturaleza del objeto de estudio. La piedra angular
sobre la que haba de construirse la nueva psicologa cognitiva que el propio
Skinner reconoci con notable perspicacia, su ncleo preterico, no es otra que la
idea de que lo que controla la conducta de los organismos no es el entorno sino la
representacin que se forman de ese entorno: la idea, pues, de que el organismo
habita un entorno intencional o un mundo nocional, si queremos reemplazar el
vocabulario de Charles Taylor con el de Dennett. Pero esa idea nos remite de nuevo
irremediablemente al terreno ya hollado de la necesidad de rendir cuentas de la
posibilidad de que alberguemos representaciones errneas del mundo es decir, de
explicar la normatividad de los estados intencionales, y anuncia, adems, el ancho
horizonte que abre la pregunta por el papel que tales estados intencionales puedan
tener reservado en la determinacin de las causas del comportamiento.
En el empeo por entender qu aprendemos cuando aprendemos a
reconocer ciertas formas, a tararear una meloda, a hablar el cognitivista habra
luchado entonces por denunciar la Fingida austeridad del conductismo, mostrando
la penuria explicativa que ocultaba. Los argumentos que con mayor vigor
impulsaron la teorizacin sobre representaciones internas los de Noam Chomsky y
Jerry Fodor compartan la idea de que el entorno del organismo no basta por s solo
para dar cuenta ni de nuestra capacidad de aprender un lenguaje como Chomsky
reprochaba a Skinner ni de nuestra capacidad de aprender otras destrezas en
apariencia mucho ms sencillas como Fodor desgranara en su disputa con Ryle,
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EXORDIO
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como Lashley haba hecho ya, en diferentes trminos, en su litigio con Watson, y
enlazaban sin ambages esa necesidad de cartografiar el territorio que separa al
estmulo de la representacin interna con la terra incognita que Miller, Galanter y
Pribram, en la estela de Edwin R. Guthrie, haban sabido adivinar entre la
representacin interna el mapa cognitivo y la conducta. Ver que aquello que otros
dan por entendido clama en realidad por una explicacin se perfilara, as, como el
signo ltimo del giro que el pensamiento cognitivista imprimira a la psicologa
cientfica. Ante esos gestos de tesn veremos alzarse las ya casi inertes advertencias
de Malcolm, de claras races wittgensteinianas, de que mudar al reino de lo mental
nuestras herramientas explicativas conlleva un grave riesgo de artificio y
mistificacin, que podramos esquivar si no desoyramos la enorme riqueza de tales
herramientas que, pese a que las ignorasen Chomsky o Fodor, nos ofrece el entorno
en el que se desenvuelve el organismo. Nada podra, en efecto, la exhortacin de
Malcolm a volver a mirar fuera despus de las devastadoras crticas de Chomsky al
uso vacuo y subrepticio de nociones mentalistas en el anlisis del aprendizaje
lingstico, presuntamente ceido al vocabulario de estmulos y respuestas, que
haba forjado Skinner: la mera homonimia entre los trminos definidos en el trabajo
experimental y los que obraban en dicho anlisis, el empleo ritual de la jerga del
laboratorio para usurpar la fisonoma de una teora cientfica madura, la incapacidad
para abordar la cuestin de la intencionalidad siquiera en los casos ms sencillos la
utilizacin de un nombre propio para designar algo que se encuentra ausente del
campo estimular, o, en suma, el dilema entre la irremediable ambigedad que
viciaba las formulaciones skinnerianas bajo una interpretacin amplia de su
terminologa terica y la lastimera irrelevancia que inexorablemente las infectaba si
se haca de ellas una interpretacin ms estricta todo haca indefendible la
resistencia a postular procesos y estructuras internas. Rastrear las huellas que
dejaran en la teorizacin cognitivista los planteamientos de Chomsky desde Miller,
Galanter y Pribram hasta Pylyshyn es probablemente una tarea inabarcable, pero
podremos al menos aprestarnos a ella, algo mejor guarnecidos, indagando primero
en las races de dichos planteamientos: la polmica sobre la validez de las mquinas
markovianas como modelos de la produccin lingstica humana, el pensamiento de
Lashley de quien Chomsky se reconoca abiertamente deudor, pero tambin ciertas
propuestas de Verplanck o de Scriven, y, desde luego, las objeciones de Geach y
Chisholm a los anlisis disposicionales de creencias y deseos adelantados por Ryle,
objeciones en las que cobrara forma la nocin de crculo de lo mental que habra de
acabar con el conductismo lgico.
Ahora bien: las dificultades que el conductismo afrontaba en su pretensin de
articular una explicacin global del comportamiento humano exenta de toda alusin
a lo mental se manifestaban, casi con tanta claridad como por boca de sus crticos
ms destacados, en las mltiples Divergencias y oscilaciones que se producan en su
seno, y que conforman de hecho las fuentes freticas del funcionalismo. Que ya en
el manifiesto de 1913 Watson se refiriese al conductismo como una variedad de
funcionalismo, aludiendo a cuanto en su llamamiento a una nueva psicologa
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provena de las enseanzas de James R. Angell, seala un sendero a lo largo del cual
hemos de encontrarnos tambin con Watson, Skinner, Weiss, Meyer, Tolman o
Guthrie. As, distinguiremos matices en los que cabe presentir el desarrollo del
cognitivismo en la decidida defensa de la autonoma de la psicologa frente a la
fisiologa que Watson empuara ante Jacques Loeb, y en la que, por influencia de
William J. Crozier, habra de embarcarse tambin Skinner, al igual que en la
insistencia de Skinner en proporcionar definiciones netamente funcionales de
estmulos y respuestas que si pueden figurar en la explicacin de la conducta, dira
Skinner, es en tanto que clases de estmulos y respuestas, definidas segn cierto
nivel de restriccin, pese a su obstinado rechazo a aplicar abiertamente tales
definiciones a estados internos y su consiguiente proclividad, denunciada por
Chomsky, a hacerlo furtivamente. Aunque ese rechazo no era compartido por Max F.
Meyer, que abogaba por la introduccin de conceptos psicolgicos como abreviaturas
de procesos nerviosos complejos haciendo as patente que sus presupuestos
epistemolgicos estaban ms cerca de los que vena auspiciando el Crculo de Viena
que los de Watson o Skinner, anclados en Comte cuando no en Bacon, la
determinacin con que tanto l como Albert P. Weiss buscaran el modo de conciliar
el conductismo con un matizado reduccionismo de lo mental a lo fisiolgico evoca
tambin vvidamente las preocupaciones de los primeros cognitivistas. De la misma
manera, que Mayer cifrara su nfasis en la dimensin social de la conducta en la tesis
de que lo biofsico y lo biosocial constituyen criterios diferentes de clasificacin de los
procesos sensoriomotores y, ms aun, que supiera ver en ello un modo de articular
diferentes vocabularios tericos sin dejarse arrastrar por el dualismo, hace de su
pensamiento un precedente tan rotundo de las ideas capitales del funcionalismo
como lo pueda ser, bien a su pesar, el del propio Skinner. La naturalidad con que
Tolman o Guthrie arrostraran la utilizacin de conceptos mentalistas bajo la forma de
constructos tericos es solamente el ms tardo, y quiz tambin el ms conocido, de
estos afluentes que el cognitivismo recibe de la concepcin conductista de las
explicaciones psicolgicas. Junto a planteamientos irremisiblemente lejanos de los
que daran forma al cognitivismo, cabe, en definitiva, encontrar tambin en el
conductismo, incluso en sus variedades ms hostiles a la teorizacin sobre procesos o
estructuras internas, intuiciones en las que dicha teorizacin queda prefigurada con
llamativa nitidez. No slo, eso s, se roturaban ya los surcos que habra de transitar
el cognitivismo en la agudeza de algunas intuiciones conductistas, sino tambin en la
torpeza de otras: de la notoria ambigedad, por ejemplo, con que Watson o Skinner
trataran de acotar la lectura ontolgica de sus tesis, zigzagueando una y otra vez
entre posturas reduccionistas y eliminacionistas cuando no, inadvertidamente,
refugindose en un peculiar compromiso con el epifenomenismo, se alimentara sin
duda la exigencia de esclarecer las relaciones entre nuestra idea de lo mental y
nuestra idea de la explicacin psicolgica que sera caracterstica del incipiente
cognitivismo. Sea como sea, parece claro que la concepcin de la mente y de su
estudio cientfico que habra de reemplazar al osado proyecto que Watson presentara
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EXORDIO
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en 1913 se encontraba ya en gran medida forjada en el propio seno de dicho
proyecto, tal como ste se fue desarrollando en las dcadas posteriores.
Las constantes oscilaciones de Watson o Skinner en cuanto a los compromisos
ontolgicos que entraaba su concepcin de la psicologa contribuyeron a hacer del
pensamiento de Ryle, notablemente ms firme a ese respecto, un eje primordial en el
descrdito del conductismo y el avance del cognitivismo. Las dificultades que
atenazaban al ensayo de traduccin de cualquier enunciado sobre estados o procesos
mentales a un conjunto de enunciados sobre conductas o disposiciones a la conducta,
tal como Ryle lo haba hilvanado, formaran buena parte de la urdimbre sobre la que
se tejera el cognitivismo. En particular, dos eran los ncleos problemticos: la
incalculable cantidad de acotaciones referidas precisamente a estados mentales que
cada presunta traduccin conductual pareca ocultar en su seno, y la ineludible
pregunta por el fundamento categrico de las disposiciones a la conducta que
figuraban en dichas traducciones. Fragilidad, dolor, solubilidad, o la simple creencia
de que va a llover se convirtieron en paradigmas contrapuestos de un anlisis que se
ira antojando cada vez ms impracticable: el que se libraba entre el conductismo
lgico y la naturaleza de las disposiciones. En el trasfondo del debate cobrara un
enorme relieve la cuestin de si un determinado estado mental puede darse en
ausencia de las conductas o incluso de las alteraciones fisiolgicas que habitualmente
lo acompaan, una cuestin que contribuira a precipitar el declive del conductismo
a travs de un clebre Gedankenexperiment sobre el dolor propuesto en 1963 por
Hilary Putnam aunque anticipado por Hempel casi tres dcadas atrs , pero que
vena ocupando ya la reflexin psicolgica desde que William James expusiera en
1884 su atrevida hiptesis sobre la relacin entre las emociones y lo que comn y, a
juicio de James, errneamente llamamos su expresin corporal. Si las intuiciones de
Putnam, pace James, eran correctas, tendramos ubicada la tara que vicia los
cimientos del conductismo lgico: la confusin entre los efectos de un estado mental
sus manifestaciones, sus signos y sus constituyentes o, si se prefiere, entre
relaciones causales y relaciones lgicas. Pero incluso si fusemos capaces de delimitar
una determinada disposicin conductual que pudiera vincularse sin fisuras a un
determinado estado mental (y de hacerlo sin mencionar otros estados mentales),
seguira siendo ms sensato piensa Putnam identificar el estado mental con el
estado del organismo que explica tal disposicin que con la disposicin misma. La
idea de que nuestra vida mental no sea sino una sucesin de disposiciones
conductuales sin sustrato categrico, que ya haba sido rechazada por Geach,
conducira de la mano de David Armstrong a la madurez de la tesis de que los
estados mentales son ms bien los estados fisiolgicos que sustentan tales
disposiciones, y en esa confluencia de conductismo y teora de la identidad
psicofsica germinara el funcionalismo.
La controversia, sin embargo, no ces en ese punto: Place, por una parte,
ensayara tiempo despus una reivindicacin de la postura de Ryle que pasa por
analizar el papel epistemolgico de la nocin de disposicin distinguiendo entre
formas vlidas y formas tautolgicas de la explicacin por virtus dormitiva; el propio
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ESTMULO, SIGNIFICADO, CONSCIENCIA
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Putnam, adems, haba dejado abierta otra veta de debate al argumentar que la
explicacin psicolgica de la conducta es autnoma respecto de su explicacin
neurofisiolgica en el mismo sentido en que la explicacin geomtrica de las
propiedades mecnicas de un slido lo es respecto de una explicacin en trminos de
fsica de partculas analoga que, como supo ver Elliott Sober, se presta a una
interpretacin reduccionista contraria al nimo de Putnam, o incluso a una
conductista, que Ned Block tratara de limar. Conviene, con todo, adelantar que tanto
en las conclusiones de Place como en las de Sober encontraremos motivos razonables
para matizar algunos aspectos de la concepcin funcionalista de lo mental que
subyace al cognitivismo, como su compromiso anti-reduccionista, o para rehabilitar
ciertas facetas del conductismo lgico en las que dicha concepcin se hallaba ya
prefigurada, pero no para una impugnacin in toto de aqulla ni para una redencin
de sta. Incluso Place, en efecto, admite que el anlisis de Ryle parta de una
comprensin confusa de las relaciones entre la forma condicional de un enunciado y
la atribucin de relaciones causales que pueda implicar, y su defensa de Ryle frente a
los argumentos de Martin, si es que permite a Ryle esquivar el problema que supona
la pregunta por el fundamento categrico de las disposiciones a la conducta, lo aboca
al mismo tiempo al otro atolladero en el que se vio atrapado el conductismo lgico: el
ingobernable comportamiento de unos estados mentales que reaparecan aqu y all,
imprevisiblemente, tan pronto como se intentaba proporcionar una traduccin
conductual de uno de ellos.
La terquedad con la que reaparece el vocabulario mentalista en los anlisis
conductuales es lo que solemos conocer como el problema del retorno de lo mental.
Comoquiera que el funcionalismo puede verse en gran medida como un intento de
hacerle frente, y que voces tan vigorosas como la del propio Putnam han alertado de
que dicho intento podra no haber sido del todo logrado, quiz sea prudente hablar
de, al menos con carcter tentativo, El (retorno del) problema del retorno de lo
mental. Lo que en 1957 hicieron ver Chisholm y Geach es que incluso la traduccin al
vocabulario conductual de un enunciado psicolgico relativamente sencillo en el
ejemplo de Ryle elegido por Geach como blanco de su crtica, El jardinero espera
que llueva slo es viable en la medida en que una cantidad indefinida de
condiciones relativas a otros estados mentales como que el jardinero no desea
arruinar el jardn se asumen de forma tcita o se introducen subrepticiamente en la
traduccin. Salvo tal vez apuntara Chisholm en el caso de enunciados acerca de la
intencin de llevar a cabo acciones corporales bsicas, como abrir los ojos, no habra
modo entonces de dilucidar el contenido de esas clusulas caeteris paribus sin cuya
compaa el anlisis ryleano resultara sencillamente falso y en cuya compaa, por
tanto, irremisiblemente vago. El conductismo lgico, en suma, estaba condenado a la
circularidad ms an si, como argumentaba Putnam, no era ya la mencin de otros
estados mentales lo que viciaba el anlisis conductual de un estado mental
cualquiera, sino, a la larga, la del propio estado mental analizado.
En las objeciones de Chisholm a Ryle ha sabido ver Georges Rey una crtica
que cabe extraer del mbito del conductismo lgico y trasladar a los conceptos clave
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EXORDIO
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del conductismo psicolgico, incluso en sus variedades ms abiertas a la teorizacin
sobre estados y procesos mentales, como la auspiciada por Tolman. Es razonable
argumentar, sin embargo, que ya en la resea de Conducta verbal con la que Chomsky
mucho antes de que cristalizara la propuesta de Rey haba desbaratado la ambicin
skinneriana de subsumir la explicacin toda de la conducta en sus descubrimientos
sobre el condicionamiento, la huella de Chisholm y Geach era ms que pronunciada,
o, al menos, que el problema del retorno de lo mental puede entenderse como la
formulacin ms general y ms temprana de los argumentos de Chomsky contra
Skinner. As, por ejemplo, se desprende con claridad del escrutinio de los
argumentos que Zenon W. Pylyshyn presentara en su influyente defensa de la
teorizacin cognitiva frente a las restricciones estipuladas por el conductismo,
dirigida contra Skinner pero construida sobre un armazn prcticamente idntico al
de los razonamientos de Geach y Chisholm. En el problema del retorno de lo mental
reposara, vista la cuestin con estos ojos, la leccin fundamental que el cognitivismo,
de acuerdo con Fodor, habra de aprender de la ruina del conductismo: el carcter
relacional de lo mental.
Entre develar la circularidad oculta en la concepcin conductista de lo mental
y construir una concepcin de lo mental purgada de esa circularidad hay un trecho,
claro est, que no se recorre slo con hacer explcito lo que era implcito. Los propios
conductistas Ryle o Skinner sin ir ms lejos haban vertido adems duras
acusaciones de circularidad contra las aproximaciones mentalistas a la psicologa.
Pero si del fracaso del conductismo haban aprendido los psiclogos cognitivos que
los estados y procesos mentales son esencialmente de ndole relacional, del
incipiente desarrollo de la teora de autmatas de la lectura de los trabajos de Alan
M. Turing, en definitiva haban de aprender, entre otras cosas, la poderosa
herramienta que proporciona la idea de definicin simultnea de cada estado
computacional de un sistema en virtud de sus relaciones con todos los dems. Si los
estados mentales se identificaban como estados computacionales, el formalismo de la
definicin simultnea podra mantener a la psicologa cognitiva a salvo del crculo de
referencias a lo mental que haba plagado los anlisis conductistas, aunque fuese
mediante el expediente, aparentemente precario, de incorporarlo ntegro a sus
esquemas explicativos. Aos despus, un seversimo juez de s mismo como es
Putnam dictaminara que en esa promesa de la definicin simultnea cuyo
cumplimiento, como el de los viejos anlisis conductistas, siempre acababa
postergndose se encerraba uno de los males congnitos que a su juicio acabaran
con el cognitivismo: una arrogante y desmedida ambicin explicativa en la que acaso
quepa ver tambin parte de la herencia conductista de aquella nueva ciencia de la
mente.
Aunque el conductismo era en buena medida heredero del positivismo lgico
y el operacionalismo cuando no del pensamiento positivista anterior al Crculo de
Viena, el tenaz rechazo que mostraba, al menos en su vertiente ryleana, a conceder a
los estados mentales un fundamento categrico sobre el que hacer descansar la
naturaleza disposicional que le era atribuida lo haca revelarse como un hijo dscolo.
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El regreso a los predios del ms severo fisicalismo habra de comenzar de la mano de
Ullin T. Place, quien identificara ciertos aspectos de nuestros estados mentales su
componente nudamente experiencial: las llamadas sensaciones crudas, cuya
existencia episdica, hic et nunc, se compadeca mal con el anlisis en trminos de
disposiciones, como estados neurofisiolgicos, y dotarlos as de un intachable
expediente en trminos de eficacia causal. Despus, David Armstrong hara por
ampliar el radio de la identificacin entre lo mental y lo cerebral hasta abarcar
tambin el terreno en el que se haba gestado la interpretacin ryleana: el de las
creencias y los deseos. En este reverdecer del fisicalismo que conlleva la tesis de
identidad psicofsica ha querido verse en ocasiones una corriente que confluira con
la del entonces incipiente funcionalismo, pero es ms acertado buscar las fuentes de
la concepcin funcionalista de la mente en las restricciones que paulatinamente se
fueron oponiendo a la generalidad de los planteamientos de Place o Armstrong, que
en esos propios planteamientos. Se trata, pues, de calibrar el Despliegue y alcances
del fisicalismo.
En efecto, ya en los trabajos pioneros de Smart o Armstrong se atisban aqu y
all leves, remisos matices a la idea de que defender que la mente no es otra cosa que
el cerebro exija hallar para cada uno de los estados mentales que pudiramos
albergar un estado cerebral tal que todo aqul que se encuentre en el estado mental
en cuestin, y nadie ms, se encuentre en el estado cerebral en cuestin. En los
acerados anlisis de David K. Lewis, esos matices precipitaron como la distincin
entre el ocupante de un determinado rol causal que bien puede ser un estado
cerebral y el propio rol con el que cabra identificar el estado mental aparejado.
Pero en las enmiendas de Putnam al fisicalismo, tan firmes como lo haban sido sus
objeciones al conductismo, se convirtieron en una relectura radical: tal como vena
siendo formulada, la tesis de identidad psicofsica se desplomara con tan slo el
hallazgo de un sujeto ya fuera un organismo de cualquier especie, una mquina o
un desacostumbrado ser angelical que se encontrara en un determinado estado
mental y no en el estado fsico que la teora dictase. Sin embargo, la severidad de la
tesis era, a juicio de Putnam, superflua: el mismo compromiso naturalista que pueda
derivarse de la afirmacin de que albergar un estado mental de un tipo determinado
entraa albergar un estado cerebral de un tipo determinado se cosecha tambin de la
afirmacin ms moderada, no tan inerme de que albergar un estado mental
determinado de cierto tipo, claro entraa albergar un estado cerebral tambin
claro, de cierto tipo, pero no necesariamente del mismo para todos los estados que
resultaran ser del mismo tipo desde el punto de vista mental. Mi dolor y tu dolor,
entonces, son dolor en tanto que pertenecen al mismo tipo de estado mental, definido
mediante criterios psicolgicos esto es, funcionales; ambos son tambin estados
fsicos neurofisiolgicos, segn parece, pero pueden pertenecer o no pertenecer al
mismo tipo de estados fsicos, definidos mediante criterios fsicos. Era, en suma, una
sencilla acotacin del alcance de la tesis lo que se reclamaba: abandonar la afirmacin
de que para todo estado mental existe un estado fsico tal que para todo sujeto, si el sujeto
alberga dicho estado mental alberga tambin dicho estado fsico, y viceversa, y
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EXORDIO
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reemplazarla por la de que para todo estado mental y para todo sujeto existe un estado
fsico tal que si el sujeto alberga dicho estado mental alberga tambin dicho estado
fsico, y viceversa. Pero el paso de una tesis de identidad psicofsica formulada entre
tipos de estados (o propiedades) es decir, con alcance general o de tipos y una
tesis de identidad psicofsica formulada entre casos de estados (o propiedades) con
alcance particular o de casos franqueaba as el camino hacia una concepcin de lo
mental capaz de simultanear la idea de que los estados mentales exigen su propio
nivel de descripcin y explicacin con la de que no son en ltimo trmino otra cosa
que estados fsicos de los seres que los abrigan. Un naturalismo sin reduccionismo,
que insistira Fodor es un naturalismo ms robusto: el funcionalismo.
Lo que se adivinaba en el horizonte de la reflexin sobre la naturaleza de la
mente era, al fin y al cabo, un modo de Nadar y guardar la ropa: conductismo,
fisicalismo y teora de autmatas podan engranarse para preservar a un tiempo la
naturaleza inherentemente relacional de los estados mentales que habamos
aprendido del conductismo, la impoluta eficacia causal de la que al dotarlos de un
sustrato categrico los guarneca el fisicalismo, y la ductilidad que les daba su
conceptualizacin bajo el prisma de los autmatas abstractos, en la que pareca
prosperar el anhelo de un nivel de explicacin propiamente psicolgico, soberano
respecto de la descripcin de mecanismos fisiolgicos. Dicho engranaje comienza a
articularse en la lectura de Putnam de las implicaciones que guardaba de cara a
nuestra comprensin de lo mental el trabajo de Turing en particular, su
caracterizacin de las mquinas lgicas como autmatas abstractos cuya naturaleza
viene definida por la tabla de mquina que especifica su funcin de transicin, ms all
del modo en que en cada caso vengan materializados los dispositivos de entrada,
memoria y salida de la mquina, o la propia tabla. Entender, pues, qu es
exactamente una mquina de Turing se revelar como un trance ineludible para
hacerse cargo de la concepcin funcionalista de la mente que subyace a la psicologa
cognitiva.
Que los estados mentales de un organismo pudieran equipararse, en una
primera aproximacin, a los estados de tabla de mquina de un autmata abstracto, a
la vez que abra un nuevo modo de entender los numerosos ensayos de simulacin
mecnica de comportamientos aparentemente mediados por procesos cognitivos que
venan floreciendo desde algn tiempo atrs, dejaba en el aire la pregunta de si el
viejo desidertum conductista de purgar el vocabulario de la psicologa cientfica de
referencias mentalistas se haba visto por fin consumado. El intento de dirimir la
controversia sobre si la concepcin funcionalista de la mente entraa un compromiso
con la existencia de estados y procesos propiamente mentales, y con el papel de estos
en la explicacin de la conducta, o si por el contrario constituye ms bien un
ensanchamiento del proyecto conductista de prescindir de todo ello, articulado ahora
en el lenguaje lgico-matemtico de la teora de autmatas, nos exigir una fugaz
profundizacin en el procedimiento de definicin de trminos tericos ideado en
Cambridge por Frank P. Ramsey que, desplegado luego de la mano de Rudolf
Carnap y David Lewis, ha cobrado carcter cannico en el seno del funcionalismo,
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as como en las nociones de sistema primario y sistema secundario de una teora
cientfica articuladas por Ramsey en particular, en la ardua cuestin de en qu
medida el sistema secundario aporta contenido a la teora que no hubiera quedado
ya recogido en el sistema primario. El celoso escrutinio de estas disputas veremos
hace pensar que obra velis nolis en el funcionalismo, y por ende en la psicologa
cognitiva, un ineluctable compromiso con la idea de que el vocabulario terico de
una psicologa cientfica madura incluir trminos referidos a estados mentales no
slo a modo de definiendum sino tambin de definiens.
Entre los rditos que auspiciaba pensar en la mente a la luz de la teora de
autmatas, administrando adems escrupulosamente la distincin entre identidad de
tipos e identidad de casos, resultaba particularmente estimulante la expectativa de
poder dotar a los estados mentales del vigor causal que su anlisis disposicional le
denegaba. De ese peso que cada estado mental devengaba como causa de la conducta
o de otros estados mentales en tanto que era idntico a un estado neurofisiolgico,
entretejido con el hecho de que la taxonoma de lo mental a la que habramos de
asirlo no se construira bajo criterios neurofisiolgicos, sino funcionales, destilaba no
en vano la perspectiva de que la psicologa pudiera contar con un nivel autnomo de
explicacin en el edificio de la ciencia. Eficacia causal, relevancia explicativa,
autonoma: tales son, as pues, los polos entre los que clareaba un debate todava
inconcluso.
Aun atendidas las objeciones de Wittgenstein en cuanto a que el
comportamiento no puede ser efecto de un proceso mental toda vez que es parte del
concepto de dicho proceso, y conjurada la advertencia de que entenderlo as conlleva
incurrir en la metfora paramecnica denunciada por Ryle, la polmica dista, en
efecto, de poder darse por cerrada. Porque si la eficacia causal que el funcionalismo
puede reconocerle a los estados mentales se restringe a la que cada estado mental
atesore en virtud de las propiedades nerviosas bioqumicas fsicas del estado
neurofisiolgico en que venga encarnado, si, dicho de otro modo, nunca son esas
propiedades psicolgicas segn las cuales lo clasificamos al lado de otros estados
mentales las que lo hacen trabarse en una cadena de causas y efectos, no es
descabellado argumentar entonces que el anhelo de autonoma epistemolgica para la
psicologa, si por tal cosa se entiende su reconocimiento como explicacin soberana,
ltima, de ciertos mbitos de la realidad, acabar disolvindose en la mera concesin
de alguna forma de relevancia de las teoras psicolgicas a efectos pragmticos, ya sea
como un lenguaje burdo pero en ocasiones provechoso en el que condensar
regularidades cuya explicacin bien podramos detallar, ms pausadamente, en
trminos fisiolgicos, ya como un mero blsamo ante nuestra transitoria ignorancia
de dichos detalles. La crtica de los lcidos argumentos de Frank Jackson y David
Braddon-Mitchell, quienes ven una quimera en toda idea de autonoma que
desborde los mrgenes de esa relevancia pragmtica, nos permitir cartografiar una
travesa la que suelta amarras en la distincin entre identidad de casos e identidad
de tipos y trata de enrumbarse a la irreductibilidad de las teoras psicolgicas que
muchos han tachado de impracticable, y en la que se ha avistado a veces, como en el
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problema del retorno de lo mental, los escollos entre los que la herencia del
conductismo habra condenado a la psicologa cognitiva a gobernarse.
La construccin de autmatas que remedasen el comportamiento de los seres
vivos es, desde luego, un empeo que antecede con mucho al desarrollo de la nocin
de mquina abstracta que llegara de la mano de Turing, o a la reflexin de Putnam
sobre sus implicaciones de cara a nuestra comprensin de la naturaleza de la mente.
Ab Architae columba lignea se remonta la madrugada del autmata: desde que una
paloma de madera armada por Arquitas de Tarento surcara el cielo de la Magna
Grecia hasta que el clebre Canard Digrateur de Jacques de Vaucanson asombrase a
las cortes europeas, la exactitud de la imitacin vena siendo el mayor orgullo del
artfice. Pero una vez que esa pequea vanidad cediera a la industrializacin, los
afanes del constructor de autmatas pronto abandonaran el mbito de la mmesis
para ceirse a un designio an vagamente aprehendido de reproducir los principios
subyacentes o los rasgos esenciales del fenmeno biolgico o psicolgico en cuestin. En
el esfuerzo por entender qu era exactamente lo que deban compartir el autmata y
el organismo cuyo comportamiento se trataba de reproducir comenz a vislumbrarse
la idea de lo mental que cobrara carta de naturaleza en Putnam. Los primeros
autmatas fototrpicos, de hecho, alumbraran nunca mejor dicho la temprana
conclusin de Herbert S. Jennings, en el seno de la polmica sobre la naturaleza de
los tropismos que mantena con Jacques Loeb, de que existen principios generales
relativos a la conducta de los distintos organismos, as como de ciertas mquinas,
que desbordan aquello de lo que pueden dar cuenta los recursos de la fsica y la
qumica. A los ingenieros dedicados a la construccin de autmatas, adems, no
poda escaprseles el hecho de que lo que quiera que hubiesen logrado merced a un
dispositivo, pongamos por caso, elctrico poda sin duda replicarse con uno
mecnico, o magntico, o hidrulico, o qumico para Silas Bent Russell, Thomas
Ross, William Grey Walter, Herbert Edgard Coburn, Anthony G. Oettinger o J.
Anthony Deutsch era enteramente transparente que la particular estructura fsica, ya
fuera org