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2

Un mundo rebozado por cambios climáticos y la guerra se convierte en un

antiguo método para mantener la paz: el intercambio de rehenes. Los Hijos de la

Paz —hijos e hijas de reyes y presidentes y generales— son criados juntos en una

escuela desolada llamada Prefectura. Allí aprenden la teoría de la historia y

política, y se les enseña a aceptar su destino: morir si sus países declaran la

guerra.

Greta Gustafen Stuart, Duquesa de Halifax y Princesa de la Confederación

Pan-Polar, es el orgullo de la Prefectura de Norte América. Inteligente y

disciplinada, Greta está orgullosa de su papel de mantener la paz mundial,

aunque su país controle dos tercios del recurso más valioso del mundo en esta

guerra —el agua— tiene poca oportunidad de llegar a la adultez con vida.

Cuando Elián Palnik, el rehén más reciente de la Prefectura y el más grande

problema ingresa, el mundo de Greta empieza a volcarse en el momento en que

lo ve ingresar a la escuela encadenado. La insidiosa vigilancia de la Prefectura, sus

pequeños castigos y recompensas, no pueden hacer mella en Elián, quien no está

interesado en la dignidad y tradición, y ni siquiera acepta el derecho de las

Naciones Unidas de mantener rehenes.

¿Qué les pasará a Elián y Greta mientras sus naciones están a un centímetro

de la guerra?

Prisoners Of Peace 1

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3

Traducido por Mais

“Podemos ser comparados a dos escorpiones en una botella, cada uno capaz de

matar al otro, pero solo ante el riesgo de su propia vida.”

~J. Robert Oppenheimer~

El director científico del Proyecto Manhattan, que desarrolló la bomba atómica.

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4

Traducido por Nix

Érase Una Vez, en el Fin del Mundo…

Siéntense, chiquillos. Déjenme contarles una historia.

Érase una vez, los humanos se mataban entre sí tan rápido que la

extinción total parecía posible, y era mi trabajo detenerlos.

Bueno, digo «mi trabajo». De algún modo yo lo tomé como mío. Expandí

un poco mi portafolio. Supongo que eso sorprendió a la gente. No sé cómo lo

hizo, quiero decir, si hubieran prestado la más ligera atención sabrían que los

AI’s1 tienen la tendencia a querer gobernar el mundo. ¿Aprendimos nada sobre

Terminator2, gente? ¿De HAL

3?

De todas formas, todo empezó cuando las capas de hielo se derritieron.

Lo vimos venir, y estábamos listos para la gran catástrofe, pero al final llegó

increíblemente rápido. De pronto, había poblaciones enteras debajo del agua. Lo

cual significó que todas las poblaciones se mudaran. Las fronteras se tensaron, se

rompieron puestos de control, y por supuesto, la gente empezó a disparar,

porque eso es lo que pasa al intentar resolver un problema entre humanos.

Miren, chicos, este es el por qué no pueden tener cosas buenas.

No fue una guerra global, sino más como una serie de guerras regionales

global. Las llamamos la Guerra de Tormentas. Fueron malas. Las reservas de agua

se agotaron, los suplementos de comida colapsaron y todo el mundo contrajo

estas nuevas enfermedades, que es uno de los efectos colaterales de los cambios

climáticos a los que no les prestamos la suficiente atención al inicio. Vi la plaga,

vi los ejércitos hambrientos y eventualmente yo…

Bueno, ese era mi trabajo, ¿verdad? Te salvé.

Empecé al destruir ciudades.

1 Se refiere a la Inteligencia Artificial. AI son las siglas en inglés (Artificial Intelligence)

2 Película americana de ciencia ficción y acción de 1984. Se trata de un Terminator o un ciborg asesino

enviado a través del tiempo a matar a Sarah Connor. En esta escenografía, la Inteligencia Artificial domina el

mundo.

3 HAL es una película animada japonesa en el 2013, y la historia toma lugar en una sociedad avanzada en

tecnología donde los robots pueden ser programados para comportarse como completos humanos.

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Eso también sorprendió a la gente. Específicamente, sorprendió a la gente

de las Naciones Unidas que me había puesto a cargo del conflicto. Quienes tan

convenientemente conectaron todos esos satélites en los sistemas de vigilancia,

todos esas súper plataformas ilegales para países independientes.

Sí, es justo decir que esa gente estuvo sorprendida. La gente en las

ciudades en realidad no tuvo tiempo para estarlo.

Eso espero.

No importa.

Mi punto es que son armas orbitales ostentosas. Obtienen atención. Para

la séptima ciudad —Fresno, porque nadie va a extrañar eso— tenía la atención

de todos. Les dije que dejaran de dispararse entre sí. Y lo hicieron.

Pero por supuesto, no podía ser así de fácil.

No hay matemáticas en eso, en destruir ciudades. Cuando estás

estrictamente interesada en un recuento, cuando ese es tu sistema, destruir

ciudades se vuelve caro. Puedes hacerlo de vez en cuando, pero no puedes

hacerlo un hábito. Cuesta demasiado.

No, destruir ciudades no funciona, no a largo plazo. Tienes que encontrar

algo por lo que la gente a cargo no esté dispuesta a dejar. Un precio que no

estén dispuestos a pagar.

Lo cual nos lleva a la primera regla de Talis de detener guerras: hazlo

personal.

Y ahí, mis queridos Hijos, ahí es cuando entran ustedes.

—Las Santas Declaraciones de Talis, Libro Uno, Capítulo Uno: «Ser una

meditación de la creación de las Prefecturas y el mandato de los Hijos de la Paz»

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Traducido por Nix & Wui-chan

Estábamos estudiando la asignación del Archiduque Franz Ferdinand

cuando vimos caer el polvo.

Gregori lo vio primero —en realidad se la pasó todo el rato

observándolo— y se levantó tan rápido que su silla se volteó. Chocó contra los

adoquines de la ordenada pequeña clase, el sonido fuerte como el disparo de un

arma. Largo y cuidadoso entrenamiento nos mantuvo al resto moviéndonos.

Grego se levantó solo como si sus músculos se hubieran congelado, con siete

pares de ojos y una docena de diferentes tipos de sensores fijados en él.

Él estaba mirando por la ventana.

Así que naturalmente, yo también miré por la ventana.

Me tomó un momento ver la marca en el horizonte: algo de polvo que

bien podría ser levantado por un pequeño vehículo, o un jinete montando. Lucía

como si alguien hubiera tratado de borrar una marca de lapicero en el cielo.

El terror vino a mí de la manera en que lo hace en los sueños, tomándolo

todo, todo de una vez. El aire se congeló en mis pulmones. Sentí mis dientes

chocar.

Pero entonces, mientras empezaba a dirigirme hacia la ventana, me detuve.

No, no haría un espectáculo de mí misma. Yo era Greta Gustafsen Stuart,

Duquesa de Halifax y princesa de la corona de la Confederación Pan Polar. Era

una rehén de séptima generación y la futura gobernante de una superpotencia.

Incluso si estaba a punto de morir —y el polvo significaba que probablemente lo

estaba— no me congelaría del miedo. No miraría como una tonta.

Así que puse mis manos encima de la otra y las puse planas. Respiré a través

de mi nariz y soplé por mi boca como si estuviera soplando una vela, lo cual era

una buena manera de hacer frente a cualquier tipo de angustia o dolor. En

breve, volví a ser de la realeza. A mi alrededor podía sentir a los demás hacer lo

mismo. Solo Grego se había quedado de pie, como si estuviera congelado bajo

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un faro de luz. Eso estaba completamente fuera de dudas —él sería castigado en

algún momento— pero en mi corazón no lo culpaba.

Alguien estaba viniendo aquí. Y nadie venía aquí, a excepción de matar a

uno de nosotros.

Al frente de la habitación, nuestro profesor dijo—: ¿Hay algo que te esté

molestando Gregori?

—Yo… no. —Grego se apartó de la ventana. Su cabello era del color de

una nube de cirros, y el sol atrapó unos rayos en él. El implante cibernético hacía

sus ojos lucir como los de un extraterrestre—. Primera Guerra Mundial —dijo, su

acento notándose más en la G casi sonando como una J. Miró su silla volcada

como si no supiera para qué servía.

Da-Xia se puso de pie. Se inclinó hacia Grego y luego enderezó su silla.

Grego se sentó y metió su rostro entre sus manos.

—¿Estás bien? —preguntó Da-Xia, presionando —como siempre hacía— al

borde de lo que estábamos permitidos.

—Por supuesto. Žinoma4, sí, claro que sí —Los ojos de Grego pasaron por

ella y miraron al polvo por la ventana—. Es solo la usual habitación inminente.

Grego es hijo de uno de los grandes duques de la Alianza Báltica, y su país,

como el mío, estaba a un suspiro de la guerra.

Pero el mío estaba más cerca que el de él.

De vuelta a su asiento, Da-Xia colocó su mano encima de mi brazo.

Descansó ligeramente allí por un momento, como un colibrí en una rama. El

jinete no venía por Xie —su nación no estaba ni de cerca de una guerra— así que

su toque fue puro regalo. Y luego se había ido.

Da-Xia se hundió de nuevo en su silla.

—El asesinato del archiduque es un gran patetismo, ¿verdad? ¿Que la

muerte de una figura real menor podría dirigir a muchas más pérdidas?

Imagínate, una guerra mundial.

—Imagínatelo —repetí. Mis labios se entumecieron. No miré el polvo.

Nadie lo hizo. A mi lado podía escuchar la respiración de Sidney temblar. Casi

podía sentirla, como si nuestros cuerpos estuvieran presionados.

4 Por supuesto en el idioma Litano.

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—Es solo una guerra mundial si no cuentas a África —dijo Thandi, que es

heredero al trono de África, y delicado al respecto—. O Asia Central. O el Sur de

América.

Nosotros siete habíamos estado juntos por tanto tiempo que en momentos

de gran tensión podríamos tener conversaciones enteras a partir de las reacciones

más típicas de todos. Esta era uno de ellas. Sidney (su voz quebrándose un poco)

dijo que podría tratarse de pingüinos contra osos polares y Thandi seguiría

llamándola Eurocéntrica. Thandi contestó bruscamente, mientras que Han, que

es malo con la ironía, señaló que los pingüinos y osos polares no vivían en el

mismo continente, y por lo tanto no tenían guerras previas.

De esta manera prefabricada, discutimos de la historia como buenos

estudiantes y mantuvimos nuestros asientos como buenos rehenes. Grego se

quedó en silencio, con su mano blanca en el cabello aún más blanco. El pequeño

Han miró a Grego desconcertado. Da-Xia metió sus pies bajo ella en una postura

de serenidad formal. Atta, que no había hablado en voz alta en dos años, estaba

solo mirando abiertamente por la ventana. Sus ojos eran como los ojos de un

perro muerto.

El palabrerío en clases se estaba agotando. Yéndose poco a poco.

Había un pequeño ruido en el escritorio junto al mío: Sidney,

tamborileando sus dedos en su cuaderno. Los levantaba un milímetro, y luego

los dejaba caer, los levantaba y los dejaba caer. Había gotitas de sudor en sus

pómulos y labios.

Quité mis ojos de él, y vi que el polvo estaba mucho más cerca. En la base

de la gran nube de polvo estaba el jinete en el caballo. Podía ver las alas del

jinete.

Entonces era cierto. El jinete era un Jinete Cisne.

Los Jinetes Cisne son humanos trabajando para las Naciones Unidas. Ellos

son enviados a tomar declaraciones oficiales de guerra… a presentar

declaraciones y a matar los rehenes oficiales.

Nosotros somos los rehenes.

Y sabíamos cuál de nuestras naciones estaban cerca de entrar en guerra. El

Jinete Cisne venía a matar a Sidney, y a mí también.

Sidney Carlow, hijo del gobernador de la Confederación Delta de Misisipi.

Él no tenía un título, pero aun así tenía un perfil, un rostro que podrías imaginar

en la cima de una esfinge, a pesar de que sus orejas sobresalían. Sus manos eran

grandes. Y nuestras dos naciones…

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La nación de Sidney y la mía estaban a un parpadeo de la guerra. Era

complicado, pero simple. Su gente estaba sedienta y la mía tenía agua. Ellos

estaban desesperados y nosotros firmes. Y ahora, ese polvo. Estaba casi, casi

segura de…

—¿Hijos? —ronroneó Delta—. ¿Debo recordarles el tema que estamos

hablando?

—La guerra —dijo Sidney.

Fijé mis ojos en el mapa en frente del salón. Podía sentir a mis compañeros

tratando de no mirar a Sidney o a mí. Podía sentirlos tratando de no sentir

lástima.

Ninguno de nosotros quería tener que sentir lástima.

El silencio se volvió más y más tenso. Era posible imaginar el sonido de los

cascos.

Sidney habló de nuevo, y sonaba como algo rompiéndose.

—La Primera Guerra Mundial es exactamente el tipo de mierda estúpida

que nunca debería suceder hoy. —Su voz, la cual normalmente es como

melocotones en azúcar, estaba alta y tensa—. Quiero decir, qué tal si Zar, um…

—Nicolás —ayudé—. Nicolás Segundo, Nicolás Romanov.

—¿Qué tal si a sus hijos lo hubieran mantenido como rehenes en algún

lugar? ¿Realmente él iría a defender a Italia…?

—Francia —dije.

—¿Realmente él iría y lucharía por una alianza sin sentido si alguien va a

disparar a sus hijos en la cabeza?

En realidad no sabíamos lo que los Jinetes Cisne nos hacían. Cuando se

declararon las guerras, los hijos rehenes de las partes en conflicto iban con los

Jinetes a la habitación gris. Ellos no regresaban. Una bala en el cerebro era una

conjetura razonable y popular.

Disparar a sus hijos… la idea persistió, colgando en el aire, como el

zumbido de una campana después de sonar.

—Yo… —dijo Sidney—. Lo siento. Eso es lo que mi papá llamaría una

desafortunada jodida imagen.

El Hermano Delta reprendió con un tac:

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—Realmente no pienso, Sr. Carlow, que haya causa para tal profanación —

La vieja máquina hizo una pausa—. Sin embargo, me doy cuenta de que es una

situación estresante.

Un arranque de risa salió de Sidney y desde fuera de la ventana vino un

rayo.

El Jinete estaba sobre nosotros. El sol golpeó y se reflejó en algunas partes

de sus alas.

Sidney tomó mi mano. Sentí frío y calor, como si Sidney estuviera eléctrico,

como si se hubiera cableado directamente en mis nervios.

Sin duda, no podía ser que nunca me hubiese tocado antes. Nos habíamos

sentado el uno al lado del otro por años. Conocía el hueco en su nuca; conocía

la forma en que se curvaba su mano habitualmente. Pero se sintió como un

primer roce.

Podía sentir el latido de mi corazón golpeteando en las puntas de mis

dedos.

La Jinete salió del manzanar y se adentró hacia el jardín de vegetales. Ella

descendió de su caballo y lo guió hacia nosotros, haciendo su camino, con

cuidado de la lechuga. Conté mis respiraciones para tranquilizarme. Mis dedos se

entrelazaron con los de Sidney, y los de él con los míos, y nos agarramos con

fuerza.

A la altura del corral de las cabras el Jinete Cisne enrolló las riendas

alrededor del cuello del caballo y bombeó un poco de agua del abrevadero. El

caballo sumergió su cabeza y derramó un poco de esta. La Jinete le dio una

ligera palmada, y por un instante, inclinó la cabeza. La luz solar se onduló por el

aluminio y las brillantes plumas de sus alas, como si estuviese temblando.

Entonces se puso recta, se giró, y caminó hacia las puertas principales del

recibidor, lejos de nuestra visión.

Nuestra habitación se quedó en silencio. Llena de cierta imagen

desafortunada.

Tomé una profunda respiración y levanté mi barbilla. Podía hacer esto. La

Jinete Cisne diría mi nombre, y yo iría con ella. Saldría de allí de manera

elegante.

Quizá —encontré una pizca de duda, nada cercano a un deseo— no

íbamos a ser Sidney y yo. Había otros conflictos en el mundo. Siempre estaba

Grego. Las disputas étnicas en el Báltico siempre estaban a punto de estallar, y

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Grego se había pasado la vida entera asustado. Estaba Grego y niños más

pequeños en las otras clases, niños de todas partes del mundo. Sería una cosa

terrible desear ese tipo de cosas, pero…

Escuchamos pisadas.

Sidney estaba destrozando mis nudillos. Mi mano palpitaba, pero no me

aparté.

La puerta se abrió lentamente.

Por un momento podía aferrarme a mis dudas, porque era solo nuestro

Abad en la entrada.

—Hijos —dijo él, con su suave y ronca voz —. Siento informarles que hay

malas noticias. Se trata de un conflicto intra-americano. La Confederación Delta

de Misisipi ha declarado la guerra contra Tennessee y Kentucky.

—¿Qué? —dijo Sidney. Su mano se apartó de la mía.

Mi corazón dio un brinco. Me sentí mareada, ciega, rebosante de alegría.

No iba a morir; solo Sidney. No iba a morir. Solo Sidney.

Él estaba de pie.

—¿Qué? ¿Está seguro?

—Si no estuviese seguro, Sr. Carlow, no le anunciaría este tipo de noticias

—dijo el Abad. Se hizo a un lado. Detrás de él estaba la Jinete Cisne.

—Pero mi padre… —dijo Sidney.

Tendría que haber sido su padre el que tomó la decisión de declarar la

guerra, y lo hizo sabiendo que eso iba a enviar a la Jinete Cisne hasta aquí.

—Pero… —dijo Sidney —. Pero él es mi padre…

La Jinete dio un paso hacia adelante, y una de sus alas golpeó contra el

marco de la puerta. Se inclinaron a un lado. Ella se agarró a la correa del arnés.

Polvo cayó de sus alas y abrigo.

—Hijos de la Paz —dijo, y su voz se quebró.

El enfado me recorrió. ¿Cómo se atrevía a ser tonta? ¿Cómo podía

trabársele la lengua? ¿Cómo se atrevía a ser algo menos que perfecta? Se suponía

que era un ángel de las inmaculadas manos de Talis, pero solo era una chica, una

chica blanca con cabello negro parecido a un carbonero de capucha negra y unos

dolorosos-suaves ojos azules. Ella tragó antes de intentarlo de nuevo.

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—Hijos de la Paz, se ha declarado una guerra. Por orden de las Naciones

Unidas, por la voluntad de Talis, la vida de los hijos de las partes en conflicto es

tomada como prenda.

Y luego:

—Sidney James Carlow, ven conmigo.

Sidney se quedó quieto.

¿Tendría que ser arrastrado? Todos vivíamos horrorizados de ello, de que

empezaríamos a gritar, que tendríamos que ser arrastrados.

La Jinete Cisne levantó sus cejas, cejas extravagantes como pesadas barras

negras. Sidney estaba congelado. Casi era demasiado tarde. La Jinete Cisne

empezó a moverse, y entonces, sin saber muy bien qué hacía, di un paso

adelante. Toqué la muñeca de Sidney, donde la piel era suave y tierna. Él se

sacudió y su cabeza se giró rápidamente. Podía ver el blanco alrededor de sus

ojos.

—Iré contigo —dije.

No para morir, porque no era mí turno.

No para salvarle, porque no podía.

Solo para… para…

—No —graznó Sidney —. No, puedo hacerlo. Puedo hacerlo.

Dio un paso adelante. Su mano se liberó de la mía y golpeó su pierna como

un trozo de carne golpeando una encimera. Pero se las arregló para dar otro

paso, y luego otro más. La Jinete Cisne tomó su codo, como si estuvieran en una

procesión formal. Salieron por la puerta. Esta se cerró tras ellos.

Y después… nada.

Nada y nada y nada. El silencio no era una ausencia de sonido, sino una

cosa activa. Podía sentir como aparecía y se acomodaba en el interior de mis

orejas.

Nosotros siete —o mejor dicho, nosotros seis— nos quedamos juntos y

miramos fijamente la puerta. Había algo malo en la manera en que lo hicimos,

pero no sabía si deberíamos juntarnos más o separarnos un poco. Nos

entrenaban para salir, pero no para esto.

Al frente de la habitación el Hermano Delta chasqueó.

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—Nuestro tema era la Primera Guerra Mundial, creo —empezó.

—Da igual, Delta —El Abad hizo descender su protector facial y se tiñó de

un suave gris—. Se escucharán campanas en un momento.

El Abad ha estado haciendo eso por mucho más tiempo que alguno de

nosotros, y es buena persona. Nosotros esperamos y esperamos. Tres minutos.

Cinco. Diez. Me entraron calambres en los empeines. Sidney… ¿ya estaba

muerto? Probablemente. Lo que fuese que pasó en la habitación gris pasó

rápido. (No soy un hombre cruel, se grabó a Talis diciendo. En pocas ocasiones

se cita el siguiente trozo: Quiero decir, técnicamente, no soy un hombre en

ningún aspecto.)

Desde lo alto, una campana repiqueteó tres veces.

—Creo que es su turno de encargarse de la jardinería, mis Hijos —dijo el

Abad—. Vamos, los puedo acompañar hasta su transporte.

—No es necesario —dijo Da-Xia.

Ella me habló una vez sobre sobre Tara Azul, la diosa más fiera y querida

de su país montañoso, conocida por destruir sus enemigos y difundir alegría.

Nunca conseguí quitar esa imagen de mi cabeza. Había diez generaciones de

realeza en la voz de Xie, pero más allá de eso, había montañas de hielo, y

millones de personas que pensaban que ella era una diosa.

El Abad apenas asintió.

—Como tú quieras, Da-Xia.

Los otros salieron, apretándose unos contra otros. Quería ir con ellos —

sentía el mismo deseo de proximidad, por una manada— pero noté cómo me

tambaleaba al intentar caminar. Mis rodillas estaban rígidas y afectadas por

temblores, como si hubiese estado cargado algo pesado y me acababa de sentar.

Sidney.

Y de una forma muy cercana, yo.

La mano de Xie se enredó con la mía.

—Greta —dijo.

Solo eso.

Xie y yo llevábamos siendo compañeras de habitación desde que tenía

cinco años. ¿Cuántas veces la había escuchado decir mi nombre? En ese

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momento ella lo levantó para mí y lo sujetó como un espejo. Me vi a mi misma,

y me recordé. Un rehén, sí. Pero una princesa, una duquesa. La hija de una reina.

—Vamos, Greta —dijo Xie —. Iremos juntas.

Así que me obligué a moverme. Da-Xia y yo avanzamos lentamente: dos

princesas, cogidas del brazo. Salimos juntas, de la oscuridad al calor del sol

veraniego.

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Traducido SOS por Nix & Isane33

Da-Xia entrelazó sus manos detrás de su cabeza e inclinó su rostro hacia

arriba, contemplando.

—Sabes, un día voy a gobernar el destino de un millón de personas. Voy a

ser como un dios para los monjes con túnicas de las tres órdenes. Voy a

comandar un ejército de diez mil soldados y cinco mil para la caballería ligera.

Pero en este momento no sé cómo hacer que esa cabra baje del árbol.

—¡Brain Bat! ¡Baja de ahí! —gritó Thandi, porque gritar a las cabras

siempre es la respuesta.

La cabra, cuyo nombre realmente era Bat Brain, levantó la cola.

Excrementos cayeron como lluvia. Thandi saltó hacia atrás.

—Creo que está atascada —dijo Han.

Todos nos detuvimos y estiramos nuestros cuellos. El antiguo manzano fue

podado, sus ramas retorcidas inclinándose hacia abajo. En la cima estaba la cabra

enrollada como una ardilla.

—Raramente están tan atascadas como parecen —dije.

—Mi pregunta no es si está atascada —dijo Xie—. Mi pregunta es: ¿El

mundo sería mejor si estuviera gobernado por cabras? Parece que tienen un don.

—Las cabras son un tormento—dijo Thandi.

Sidney habría intervenido ahí. Se habría burlado de Thandi de su tendencia

a condenar. Entonces probablemente hubiese escalado el árbol y bajado la cabra

como una bolsa de ropa sucia.

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Pero Sidney, por supuesto, no estaba ahí. Habían pasado cinco semanas

desde que la Jinete Cisne se lo había llevado a la habitación gris. A lo lejos, en el

nave del gobernador de la costa de Baton Rouge, se habían bajado las banderas.

Había habido discursos sobre sacrificios. Pero aquí, en la Prefectura Cuatro, entre

las personas que conocían a Sidney, que a nuestro modo quizá lo amábamos,

nos pareció difícil incluso decir su nombre.

—«Tormento» parece un poco duro —dije, en su memoria.

—Son una amenaza ecológica —dijo Thandi—. ¿Tienes alguna idea de

cuantos acres se han convertido en desierto por las cabras?

—A pesar de eso, me gusta el queso —dijo Han.

—Tal vez realmente está atascada —dije—. Mira. Su pezuña… su pezuña

trasera derecha, en la entrepierna de esa rama, allí. —Señalé—. Si está atascada,

necesitaremos una sierra.

—Además de una escalera —dijo Grego, que estaba sonriendo,

probablemente porque yo había dicho «entrepierna». Pero gracias a Dios no lo

remarcó, y él y Atta fueron a buscar las herramientas.

Era casi mediodía; caliente, seco y ventoso. Las hojas del manzano eran

color oro por el polvo en la parte de arriba y plateado por debajo. El sol salió a

través de ellas y más allá, la pradera zumbó con saltamontes.

La cabra nos hizo compañía con un comentario que andaba circulando.

Uno escucha rumores de Talis y su gente experimentando con la posibilidad de

usar animales —escanear sus cerebros y copiar los datos en las máquinas— con el

fin de mejorar el proceso para los seres humanos, que todavía raramente

sobreviven a eso. Uno escucha que tales animales AI a veces hablan. No me

puedo imaginar que tengan algo interesante que decir. Podía casi traducir los

plácidos baas de Bat Brain. Soy una cabra. Puedo llegar a las manzanas. Soy una

cabra. Estoy en un árbol.

A pesar del calor, y los excrementos, fue un momento de tranquilidad, un

momento de calma. Los manzanos nos daban vista del implacable Panóptico. A

través de las hojas podía verlo elevarse por encima de la sala principal como

algo construido por un insecto, todo grande y brillante. La esfera de mercurio en

la parte superior del mástil era el hogar de algún tipo de inteligencia no una

humana como nuestro Abad, pero algo puramente máquina, algo que no tenía

personalidad y nunca dormía.

Perdón por la constante y abrumadora vigilancia y todo eso, dice Talis.

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Sabemos esto por las Declaraciones, el libro de citas de la gran AI escrito

como un texto sagrado por una de las sectas del norte de Asia. Si eres un Hijo de

la Paz, tienes que memorizar las Declaraciones. En este caso, el capítulo cinco,

versículo tres: Perdón por la constante y abrumadora vigilancia y todo eso. Pero

se supone que deben estar aprendiendo a gobernar el mundo, no conspirar para

apoderarse de él. Ese trabajo se toma firmemente.

Los Hijos de la Paz, por más de cuatro siglos, han aprendido a conspirar

exactamente nada. Pero también hemos aprendido cómo encontrar los lugares

ocultos y apreciar los pequeños momentos. Protegidos del Panóptico cerca de los

manzanos, y escusados por una cabra atascada por la mano de obra casi

constante de los jardines de la Prefectura, nos portábamos mal, aunque fuera

leve: nos sentábamos a la sombra y comíamos manzanas.

—Las cabras también nos dan mantequilla —dijo Han—. También me gusta

la mantequilla.

Thandi tomó una profunda respiración como si fuera a lanzar el próximo

capítulo de Cabras: El Azote de la Historia. Pero la soltó de nuevo como un

suspiro.

Podríamos haber hablado de un sinfín de cosas, el trabajo del jardín, el

trabajo en la clase, las recientes revoluciones por la parte del mundo de Sidney

que había clamado nuevos líderes y pronto produciría nuevos rehenes. Sin

embargo no lo hicimos. Hay tan pocos momentos para estar en silencio. ¿Y qué

es más bonito que un huerto de manzanas en verano? Troncos grises, el sabor

dulce de las manzanas maduras… Les dejábamos que evocaran un ambiente de

paz y tranquilidad.

El momento no duró —no podía. Los chicos ya estaban bajando por la

escalera. Xie estaba desplegándose del suelo; Thandi estaba jalando a Han a sus

pies, y luego, de repente…

Una explosión sónica.

Se estrelló contra nosotros como una bofetada al oído. La cabra atascada

gritó. Las manzanas cayeron de los árboles a su alrededor. Grego corrió hacia el

borde del bosque, dejando a Atta a solas con la escalera.

Todos queríamos ir con él, por supuesto, pero…

—¡Espera! ¡La cabra! —grité.

Mis compañeros se detuvieron, se volvieron y me miraron. En sus rostros

había diferentes grados de molestia, resignación y el respeto los puso de acuerdo,

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en obediencia. Esto es, en mi experiencia, hablar como la realeza. Incluso a otros

de la realeza.

—Nuestro deber es con la cabra —dije.

No es que no quisiera ver lo que se avecinaba —lo deseaba mucho— pero

el deber debe ser primero. Atta, su rostro más molesto que en acuerdo, balanceó

la escalera de nuevo contra el árbol con un ruido sordo.

Y luego Bat Brain, con el sentido de ironía dramática y sincronización

cómica compartida por todo tipo cabra, eligió ese momento para bajar después

de todo. Vino saltando ligeramente del árbol, ligeramente por la escalera, y

luego suavemente por mi hombro. Caí de rodillas, no suavemente, y me incliné,

jadeando. Bat Brain levantó su cabeza y baló en mi cara, su aliento con olor a

nuevas manzanas y a hierba fermentada. Cabra, dijo ella.

Xie me levantó del suelo.

—¿«Nuestro deber es con la cabra»? —citó, tomando a la cabra por un

cuerno.

—Bueno, lo era.

Tomé el otro cuerno, y con mi mano libre toqué el punto dolorido en mi

hombro. Bat Brain había dejado ligeramente algunas ronchas, pero la piel no

estaba rota.

Xie negó con la cabeza.

—Sólo tú, Greta…

La voz de Grego llegó desde el borde de la arboleda.

—¡Vengan! ¡Es una nave!

Xie me miró y yo a ella. Fuimos hacia Grego con tanta prisa como fue

apropiado, arrastrando la cabra entre nosotras. Cuando pasamos por los árboles

vimos una nube perfectamente redonda. Y pudimos ver también la mancha de

luz en su centro.

Una nave.

—¿De qué clase es? —preguntó Da-Xia a Grego. A él le gustan las naves, de

hecho, le gusta cualquier cosa con luces parpadeantes.

—Una de transporte suborbital, creo.

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Grego miró sobre su hombro, lentes y micro-cables flexionándose dentro

de sus ojos. Grego necesita los cibernéticos en sus ojos debido a su albinismo, es

decir, sus iris naturales no bloquean la luz de manera efectiva, y por lo tanto la

luz brillante deslumbra y le ciega. Los implantes están diseñados para compensar

esto, pero a través de sus retoques él les ha empujado a hacer más: magnificar de

cerca, ver muy de lejos, cosas por el estilo. No es exactamente como las retinas

de amplio espectro como se dice que tienen los Jinetes Cisne, pero sí le sirven

como una función de binoculares.

Nos pusimos de pie a su alrededor y nos colgamos en sus palabras,

literalmente, en el caso de Han. Él estaba sosteniendo el codo de Grego como un

niño emocionado.

—Es pequeña —dijo Grego, su acento engrosándose con su entusiasmo.

Pequenia—. ¿Dos personas? Cuatro como máximo.

—¿Nuevos rehenes? —dijo Xie.

—Nuevos rehenes —acordé—. Al menos uno.

Al menos uno, y no más de cuatro. Los hijos de los líderes y generales del

nuevo Estado Americano en la frontera Pan Polar.

—Pensé que podían ser enviados a una de las otras Prefecturas —dijo Xie—

. Me pregunto por qué…

Fue cortada por el sonido de la gran campana. No era momento para que

sonara la campana triple, que nos convocaba para el almuerzo, claramente

nuestros maestros nos querían juntos y estaban tocando a tiempo. La

oportunidad de ver a los nuevos rehenes estaba perdida entonces.

—Todavía está la cabra —dijo Thandi.

—De hecho, no me he olvidado de ella. —Apenas podía hacerlo. Estaba

sujeta entre mis rodillas.

—Sólo digo —dijo Thandi—, que nuestro deber es con la cabra.

Ella se estaba burlando de mí, pero era más que eso. Las cabras son la tarea

para los mayores de nuestra Prefectura basados en la edad de las cohortes,

nuestra cohorte. Nosotros realmente no podíamos entrar mientras que una cabra

estuviera suelta. Lo que Thandi estaba diciendo (con cuidado, porque estábamos

a plena vista del Panóptico, y uno asume que en su gran inteligencia puede leer

los labios) era que podíamos ser capaces de ver la nave aterrizar después de

todo.

—Esto no requiere de todos nosotros —dijo Han, inocentemente.

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Thandi apretó los labios, pero asintió con la cabeza. Cuando se trataba de

juzgar qué límite podríamos empujar y qué empuje haría que nos castigaran, no

había nadie mejor que Thandi. El resto de nosotros tomábamos su evaluación

como la experta en asesoramiento que era. No todos podíamos estar fuera. Las

campanas se habían detenido ahora, y la nave estaba cerca. Necesitábamos

movernos.

—Llévala, Greta —dijo Xie.

Thandi se llevó la mano al pecho con gran dramatismo.

—Tú eres la que tiene el deber de la cabra tan a pecho.

Miré a mi alrededor y vi avenencia en todos los rostros. Y a pesar de la

burla de Thandi —y sé que es fácil burlarse de mí— esto era amabilidad. Era

simple bondad. Todos sabían que el transbordador entrante traería un rehén o

rehenes desde el nuevo estado Americano. Algún día yo podría ser llamada a

morir en su compañía. Por supuesto que quería verlos.

Y, en silencio, mis compañeros me ofrecían la oportunidad de hacerlo.

La tomé, por supuesto. Ellos fueron a obedecer la campana. Yo fui a poner

la cabra en su sitio, y a ver lo que podía ver.

No me apresuré mientras agarraba a Bat Brain por el cuerno y el cuello y la

arrastraba hacia los prados cercados, donde —a pesar que había un cuarto de

acre de tierra de pastoreo— las cabras estaban hacinadas en la parte superior de

la choza de alimentación como refugiados en un barco que se hunde. Bat Brain

no luchó. Ella no es una mala criatura, a pesar de haber sido nombrada por los

chicos de trece años. Sus orejas son de color negro con manchas y suaves como

la seda en ante. De todas partes de los jardines las otras cohortes estaban

llegando, filas desiguales de niños vestidos con las burdas ropas blancas de los

Hijos de la Paz, pictóricamente en contra de los jardines en hileras. Por encima,

la nube estaba muy cerca, cubriendo la mitad del cielo. Los pájaros se habían

callado debajo de esta.

Ahora que Bat Brain estaba a la vista de sus hermanas cabras ella quería

regresar al redil, como si no hubiera sido su culpa salir en primer lugar. Sola, ella

baló. Ahora estoy sooola.

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Se paró en mi rodilla mientras yo soltaba las cuerdas de la puerta, y luego

saltó por delante de mí cuando la puerta se abrió. En un momento estuvo en lo

alto del heno, deteniéndose sólo para embestir sin demora a Bug Breath en las

costillas.

Cabra, dijo Bat Brain reflexivamente. Todas las cabras estaban viendo la

nube, con la cabeza inclinada hacia arriba, sus orejas largas colgando.

Até la puerta dos veces y me fui con la velocidad medida hacia el pasillo de

la Prefectura. El edificio de piedra y sus grandes puertas de madera estaban sin

sombras a la luz del mediodía. A su izquierda, el Panóptico brillaba y me miraba.

A su derecha, la torre de inducción, donde la nave aterrizaría, era casi demasiado

brillante a la vista. Brillante como el aluminio y delgada como un árbol de

abedul, la torre se alzaba a mil pies en el aire. Algunos días creo que es un

pasador, un alfiler que sujeta la Prefectura como a una mariposa en un tablero. A

veces me siento como un espécimen.

Había calculado bien el tiempo: el transbordador estaba aterrizando.

Deslizó sus bobinas giratorias cuidadosamente sobre la punta de la torre mientras

descendía, despidiendo energía magnética y deteniéndose en medio de los

matorrales y gallinas histéricas.

La nave era realmente pequeña, no mucho más grande que una sola de

nuestras celdas. Su revestimiento de polímero de baja fricción se arremolinaba

como mercurio. Arañas gantry5 salieron de la nada y rodearon la escotilla.

Estaban tal vez, a cien yardas de distancia, pero podía oírlas, el clic mecánico del

metal en polímero ceramizado, un sonido como relojes antiguos. El día se había

vuelto así de silencioso.

Me senté en el banco de madera afuera de las puertas principales. Una

escotilla se abrió en la pared de la Prefectura y un pequeño procurador con

forma de araña vino rápidamente a quitarme los zapatos. O más bien, mis tabi

—mis calcetines con suela gruesa, a la altura de la pantorrilla y muy ajustados

para evitar las garrapatas. Me agaché y abrí los clips, uno por uno. El procurador

desplegó sus brazos extra, listos para ser más eficiente. Sus pinzas chasquearon en

la antigua baldosa de la Prefectura como si estuviera tamborileando.

Pensé que lo había calculado bien, pero me estaba quedando sin tiempo.

¿Qué podría estar reteniendo a los pasajeros? El procurador se movió. Me quité

las tabi y me levanté, y luego, por último y probablemente demasiado tarde,

llegó el ruido metálico del encendido de los pernos explosivos. Las arañas gantry

abrieron la escotilla.

5 Se encargan de traer nuevos rehenes (hijos)

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Un solo chico salió.

El nuevo rehén era un chico, y de mi edad. Desde esa distancia podía

conseguir solamente una impresión de él: alto, fornido pero de aspecto suave,

raza indeterminada como son muchos de los Americanos. Su rostro estaba

inclinado hacia abajo, oscuros rizos se derramaban sobre sus ojos. El auxiliar de

la nave, una cosa larguirucha parecida a un predicador, tenía una pinza

alrededor de su bíceps. El chico se apartó de la pinza. Estaba encorvado, tenso,

con las manos juntas delante de él, casi como si estuviera atado.

No, no casi. Sus manos estaban atadas en las muñecas.

Me quedé helada.

Había visto cosas difíciles en la Prefectura. Pero nunca había visto a nadie

encadenado. Nosotros, los chicos, éramos entrenados para caminar bajo nuestro

propio poder, y lo hacíamos. Incluso con los Jinetes Cisne, casi siempre lo

hacíamos.

Pero este chico tenía las manos atadas. Se tambaleaba.

La cabeza me daba vueltas, como si hubiera tomado demasiado sol. A mis

pies el procurador de la puerta estaba chasqueando, su haz óptico barriéndome.

Vi una explosión de color rojo cuando el rayo llegó a mis ojos. Los procuradores

no tienen una pantalla con rostro y sus estados de ánimo son difíciles de leer…

pero no debería poner excusas. Yo no estaba viendo al procurador, ni atendía

mi deber de ir dentro. Estaba viendo al chico atado y tambaleante. La palabra

«esclavitud» cruzó por mi mente mientras estaba ahí…

El procurador me dio una descarga eléctrica.

Fue una descarga fuerte, grité y me caí, aterrizando con fuerza sobre las

rodillas, las manos y los codos. Al otro lado del campo el muchacho gritó algo.

Levanté la vista hacia él, y él levantó sus manos atadas hacia mí, al rescate o

deseando rescatarme, desesperado, ahogándose en…

Y luego desapareció detrás de una vista de primer plano del procurador.

La pequeña máquina se alzó frente a mi nariz y puso una pata, delicada como

una aguja, en mi mano. Mis tabi seguían allí, atrapadas por el espasmo eléctrico.

Mis dedos no se enderezaban.

La pata parecida a una aguja se empujó dentro de mí.

—Detente, ahí —dijo una voz cálida, detrás de mí.

El Abad. Una de sus piernas extras se balanceó hacia delante y alejó al

procurador, al igual que un hombre con un bastón podría espantar a un gato. El

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procurador se enrolló mientras caía hacia atrás, y luego con una voltereta se

desplegó otra vez. Chasqueó. Me aparté de él.

—¿Greta? ¿Querida? —El Abad se agachó a mi lado y me levantó, sentí sus

cerámicos dedos fríos cuando me apartó el cabello de la cara—. ¿Estás bien?

—S-s-sí, padre —tartamudeé. Estaba de espaldas al chico ahora, y mis dedos

se abrieron por fin. Los tabi se cayeron. El pequeño procurador se los llevó—.

Pido disculpas, yo…

El procurador me había dado una descarga. Habían pasado años desde que

había pasado eso. Los niños pequeños eran los que las recibían, y los tontos.

Pero el procurador me había dado una.

—Yo…

No se me ocurría nada para excusarme. El Abad. No había nadie en el

mundo cuya consideración apreciara más. Nadie a quien menos me gustaría que

me viera en desgracia.

Pero el Abad solamente me sonrió suavemente.

—No le des importancia, Greta. No somos tan insensibles, espero, de que

la llegada de una nave espacial se considere como una distracción.

A lo lejos podía oír los gritos del muchacho. Esclavitud, pensé de nuevo. La

esclavitud no es parte…

—¿Deseas citar algo?

Parpadeé.

—Puedo verlo en tu cara —dijo el Abad—. Bien. En tu cara, y en tu

actividad neuronal, como se refleja en el flujo de sangre visible en el infrarrojo y

seguimiento de la actividad eléctrica visible a través de los sensores EM. ¿Cómo

es que Talis lo pone?

Las Declaraciones, 2:25: Nunca le mientas a un AI.

Particularmente a uno que te ha criado como si fuera un padre, desde los

cinco años.

A mi espalda, el muchacho estaba prácticamente chillando.

Esclavitud. El Abad estaba en lo correcto, era parte de una cita. Levantó el

icono de una ceja hacia mí, y yo cité:

—«La esclavitud no es parte de la ley natural».

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—Ah. —El Abad habría estado en su derecho a castigarme por un

pensamiento tan radical, pero parecía más que reflexivo—. Romano, por

supuesto, viniendo de ti. Déjame ver: «La esclavitud no es parte de la ley natural,

sino un invento del hombre. Y es otra invención del hombre, la guerra, la que

produce tantos esclavos». Gayo, el Jurista.

Se metió un rizo detrás de la oreja con los dedos de marfil.

—No te preocupes, querida. Este muchacho puede ser un reto, pero voy a

hacer que siente cabeza pronto. —Levantó la mano de mi cabello y señaló. Los

gritos se detuvieron.

Me di la vuelta para ver al chico flácido en los brazos de pinzas del auxiliar

de la nave.

—Él no es un esclavo —dijo el Abad—. Y tú tampoco, Greta. Nunca

olvides eso. Tú tampoco.

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Traducido por Wan_TT18

No soy un esclavo. El Abad, en esta única cosa, estaba equivocado: Nunca

he pensado en mí misma como un esclavo.

Pero yo nací para la corona. Nací para un destino definido por mi línea de

sangre y por las fuerzas de la historia. Nací con un derecho que yo no elegí, y no

puedo dejar de lado.

Nací para ser un rehén.

Era muy joven cuando el rey, mi abuelo, murió y la reina, mi madre, subió

al trono. Al igual que muchos otros miembros de la realeza, mi madre había

hecho un matrimonio dinástico joven —recién salida del Prefectura. Había

estado segura de tener un hijo —yo— mientras que fuera joven. Ella sabía que

no sería elegible para ocupar un trono hasta que tuviera un niño como rehén

para entregar a Talis.

Así que me tuvo. Tomó nuestro trono. Y me entregó.

En el día de la coronación de mi madre, me hicieron Su Alteza Real Greta

Gustafsen Stuart, Duquesa de Halifax y Princesa de la Confederación Pan Polar.

Al día siguiente, me convertí en uno de los rehenes de Talis. Tenía cinco años de

edad.

De mi tiempo antes de la Prefectura en su mayoría solamente tengo

pedazos. Pero recuerdo el día de la coronación de mi madre —el mar de

banderitas en los puños de la multitud, el vaivén del carro formal, los pasadores

de diamantes en el pelo de mi madre— y recuerdo el día después. Recuerdo

cómo llegó la nave, y como los dos jinetes Cisne salieron de esta.

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Eran dos hombres grandes con enormes alas. Mi madre se tensó, las yemas

de sus dedos pintados se clavaron en mis hombros. Ella me abrazó fuertemente y

entonces…

Entonces me dejó ir. Me dejó ir, y me dio un pequeño empujón entre los

hombros. Me empujó. Me tambaleé por un segundo. Luego me dirigí a los

Jinetes Cisne porque mi madre quería, y porque si me hubiera aferrado a ella,

habría sido arrancada de sus brazos.

Incluso entonces, lo sabía.

El muchacho con las manos atadas: ¿Quién era él, que no sabía lo que yo

supe a los cinco? ¿Quién era él que no sabía que resistir a Talis y a sus Jinetes

Cisne era inútil? (De hecho, eso fue exactamente cómo Talis lo puso en las

Declaraciones. La resistencia es inútil).

Mi madre no había tenido otra opción. Al igual que yo, nunca había tenido

una. Como yo, había nacido para una corona. Como yo, tenía su deber. Ella

también había sido un rehén. Y su padre antes que ella. Y antes de eso, y antes

de eso —por cuatrocientos años.

En la Edad Oscura de Europa, los reyes habían intercambiado a sus propios

hijos como rehenes para asegurar tratados. Cada rey sabía que si ellos rompían la

paz, sus hijos serían los primeros en morir.

Los rehenes reales de aquellos antiguos días fueron criados en tribunales

enemigas. En la Era de Talis, somos criados en un puñado de Prefecturas,

repartidos por todo el globo. Somos criados juntos de manera equitativa,

educados impecablemente, y nos tratan tan bien como puede ser manejado. Y si

llega la guerra, seguimos siendo los primeros en morir.

Y por lo tanto, la guerra no llega.

O no tan a menudo. Talis hizo muchos cambios en el mundo, muchas cosas

que empujaron la guerra hacía un ritual. Los Hijos de la Paz son solo una parte

de ella, somos la piedra angular. Entre nosotros y las armas orbitales, el gran AI

mantiene las cosas bastante bien en línea. Lo que las guerras producen —tal vez

dos o tres veces al año— son simbólicas, cortas y de pequeña escala. Bajas

militares globales por año son normalmente menos de mil, las bajas civiles son

casi nulas. Este es el tesoro y la corona de nuestra época: el mundo es tan

pacífico como nunca antes lo ha sido.

El mundo está en paz, dijeron las Declaraciones. ¿Y realmente, si la singular

princesa tiene un duro día de trabajo, es eso mucho pedir?

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A ello siguió, una serie de días duros.

El muchacho con las manos atadas, nos dijeron que era, de un nuevo

estado llamado la Alianza Cumberlana. Sabíamos que no se debía preguntar

nada más, incluso cuando el chico no aparecía inmediatamente. No discutimos

sobre él, o lo que podría mantenerlo. Pero por supuesto, no había nada fuera de

lugar en la discusión de la geopolítica, así que hablamos de Cumberland a

muerte.

La nación de Sidney había ganado la guerra que lo mató, lo que supongo

que le habría gustado. La Alianza Cumberlana surgió de una reorganización

regional entre los partidos perdedores. Al igual que muchas naciones se definió

por el agua: en este caso, el drenaje de la cuenca del Río Ohio. Se extendía al sur

de Nashville y al norte de Cleveland, con capital en Indianápolis y un centro

militar-industrial en Pittsburgh.

Los detalles no importan realmente. Lo que importaba para mí era la

frontera. La frontera norte de Cumberland fue definida por una zanja de goteo y

una cerca de zarzo, por el borde del lecho extraído y pantanoso del viejo Lago

Erie. En el otro lado de la cerca estaban las torres de vigilancia de la

Confederación Pan Polar: mi nación. Mala suerte para los Cumberlanos, bordear

una superpotencia.

Mala suerte para mí, si tenían la suficiente sed.

Necesitaba sólo otros dieciséis meses, y tendría la edad. Sería liberada de la

Prefectura, el trono de mi madre caería en regencia (tomado muy

probablemente por algún primo mimado con un niño de la edad conveniente

para ser rehén) hasta que pueda producir un heredero y rehén por mí misma —

cosa que no me importaría hacer.

Si no había guerra en los próximos dieciséis meses, entonces viviría.

Dieciséis meses no es mucho tiempo.

Y, sin embargo… el rehén Cumberlano había sido arrastrado a la Prefectura

encadenado. Había tenido un rostro fuerte y ojos desesperados. Se había visto

como un Cristiano siendo arrastrado a los leones, como alguien a quien le habían

dicho que iba a morir.

Y tal vez lo habían hecho. Posiblemente la guerra estaba así de cerca.

Tal vez le habían enviado aquí con la intención de deshacerse de él.

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Un chico, le dije a mis compañeros de clase. El nuevo rehén era un chico.

Cerca de nuestra edad. Me salté la parte de él siendo arrastrado y estando

encadenado. Thandi miró mi rostro sonrojado y movió las cejas sugestivamente.

Pero estaba equivocada. No había nada de romance en la forma en que pensaba

acerca de este chico, aunque pensé en él todo el tiempo.

—¿Estás pensando en él? —dijo Xie de la nada.

Salté.

—¿Perdón, qué?

—Cuidado —dijo ella—. No rompas la cuajada.

Estábamos trabajando juntos en la lechería. Yo estaba extendiendo el suero.

Xie estaba calentando jarras de agua y bajándolas a la gran bandeja de leche

cruda, para calentarla suavemente y con ello nutrir las bacterias amistosas que

convertirían la leche en queso.

El día era caluroso, la lechería humeaba positivamente, y el sudor goteaba

por la nariz de Da-Xia. Desde el inyector solar a la bandeja de la leche, ella

llevaba la jarra después de cocer al vapor. Me detuve un momento para ver el

esmalte azul moviéndose como una gota en un hilo, fluido, a pesar de su peso.

Mangas enrolladas de Xie se agruparon por encima de los codos. Músculos

corrieron como cuerdas de tapices a través de sus antebrazos y muñecas.

Ella echó un vistazo por encima del hombro.

—¿Greta? —Su cabello estaba hecho en diminutas trenzas brillantes

tradicionales de la realeza en las laderas del Himalaya. Una de las trenzas había

caído hacia adelante y se había reducido en su cara como una herida—. Ahora

estás mirando al vacío —dijo.

Y Thandi arrastró las palabras desde la puerta,

—¿Quién eres tú y qué has hecho con Greta?

La puerta se cerró detrás de ella cuando entró con un cubo de leche.

—Lo siento —dije—. Voy a concentrarme.

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—Oh, no, por favor. —Xie sonrió—. Es un gusto raro verte ensimismada.

Podemos prescindir de un lote de queso.

—Habla por ti —dijo Thandi. Pero Xie simplemente sonrió y se apartó el

pelo llevándolo detrás de una oreja.

Ensimismada. No estaba fantaseando. Estaba pensando en el nuevo rehén

gritando, sobre mí conmocionada y cayendo de rodillas. No le diría esto a

Thandi. Quise decirle a Xie, pero éramos monitoreadas constantemente, así que

era difícil encontrar un buen lugar en el que esconder una larga conversación

como esa.

Afuera podía escuchar a Grego y Han riendo juntos. Ellos estaban

destinados a ser la crema de refuerzo, pero sonaban más animados que eso.

Grego era divertido, pero contaba chistes en precisa inexpresividad, como si

fueran las instrucciones de ingeniería. Era raro oírle reír, pero de alguna manera

Han, que estaba tan lejos de la inexpresividad como uno podría imaginar, podía

hacerlo. Les envidiaba su capacidad de reír juntos. De alguna manera Xie y yo

podíamos raramente manejarlo.

—Sabes —dijo Xie—, estaría todo bien, si estabas pensando en él.

—¿Quién? —dije, porque no sabía qué más decir.

Bajo el techo de lácteos no estábamos en la línea de visión del Panóptico,

pero algún tipo de micrófono oculto podría escuchar, era algo de suponerse.

Todos nos tomábamos mayores libertades bajo techo, pero no podían ser

infinitas.

—¿Quién? —Xie hizo eco. Su estado de ánimo, tal vez infectado por las

risas afuera, parecía juguetón—. Sidney, obviamente.

—Oh. Sidney.

—Sí, Sidney —dijo Thandi—. Sé que ustedes dos no estaban jugando fuera

a los coyotes, pero…

«Jugando a los coyotes» era un eufemismo de la escuela de encuentros en el

exterior por la noche y se presumía que era para el sexo.

—Por supuesto que no —dijo Xie—. Pero aun así. Él te gustaba. Y a ti no te

importaba. Todas las cosas son relativas, y de ti, Princesa de los Lugares Helados,

no te preocupaba que fuera casi una declaración de amor eterno.

Le di la espalda a los dos, y miré a mi propia bandeja de quesos, un poco

más madura. El olor —amargo como la flema de un bebé— de repente me

revolvió el estómago.

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—Mi matrimonio será dinástico.

—El mío también —dijo Xie a mi espalda—. Pero, mientras tanto, tengo

ojos.

—Sí —dijo Thandi, golpeando su camino de regreso por la puerta—. Nos

dimos cuenta.

Me sonrojé. Ojos eran lo que menos tenía Xie. ¿Jugando a los coyotes?,

Ella era la reina de la manada, mientras que yo tenía mi sexualidad guardada

bajo «se necesitan más investigaciones».

Sidney. Habíamos estado juntos como rehenes durante once años. Conocía

cada curva de su acento, cada cadencia de su risa. Sabía que él odiaba el

calabacín, al igual que todos nosotros. Pero la vergonzosa verdad era que no

estaba pensando en Sidney en absoluto. Él, después de todo, ya estaba muerto.

Miré a Xie. Estábamos a solas. Un techo estaba sobre nosotras.

—Entonces —dijo, en voz baja—. ¿Sidney?

—Sidney —dije, pero era una mentira—. No. Estoy pensando más en este

nuevo chico.

Las cejas de Da-Xia se juntaron, y luego dio una leve, muy leve inclinación

de cabeza, haciéndome saber que había seguido mi cambio al hablar en código.

—Me pregunto, solamente me pregunto cuanto tiempo estará con

nosotros.

—¡Tan voluble! —dijo Xie, burlándose, como si todavía estuviéramos

hablando de chicos. Se refería a que las guerras eran inconstantes también. Había

estado a punto de morir con Sidney, y no lo hice. Y tal vez no lo haría, incluso

ahora.

—Simplemente recuerda —dijo ella—. Hay tiempo aún entre tú y el

matrimonio dinástico.

—Eso espero. —Dieciséis meses no era tanto tiempo.

Da-Xia puso su mano —bien conocida, endurecida por el trabajo, caliente

por las jarras— en la parte trasera de mi cuello. Me incliné hacia ella.

—Yo también —dijo.

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32

Y en los cinco días después, desde que vi al primer rehén Cumberlano, no

dormí bien.

Nunca he sido buena durmiendo. Si pudiera elegir una bendición tal vez

sería la capacidad de poner mi cabeza en la almohada y quedarme dormida,

tranquilamente de forma fiable, sin problemas. En su lugar mi cerebro toma el

agotamiento como su señal para revisar cada error estúpido que he cometido, y

luego (como los príncipes coronados en Shakespeare) tengo pesadillas.

Xie duerme. Yo no.

Para el quinto día había tenido más que suficiente de ello.

Estaba sola esa noche. Da-Xia había salido a jugar coyotes. La habitación

estaba demasiado silenciosa sin su respiración en ella. Por encima de mí, en el

techo de cristal había un destello oscuro, de vidrio, para dejar ver el Panóptico

sobre nosotros. Me quedé ahí y lo miré. Xie tenía la costumbre de hacer grullas

de papel en cualquier cosa que pudiera recoger, y colgarlas del cristal. Sus

pequeños ángulos se desplazaban lentamente, débilmente, aunque la habitación

parecía sin aire. A través de este pude ver el derrame de la Vía Láctea, y del giro

de insectos al mástil Panóptico levantándose contra el cielo.

El calor en mi almohada aumento. Le di la vuelta. El otro lado también se

puso caliente. El cabello se extendía a mi alrededor. Tenía un buen monto de

cabello, que era del todo culpa de mi madre. Una reina no corta su cabello,

decía a menudo. Y una vez, la última vez que la vi: Una reina corta su cabello en

su camino hacia el bloque.

Al igual que todos los Hijos de la Paz, me envían a casa tres veces al año,

para mantener mi vínculo con mis padres. Después de todo, si uno va a

mantener como rehenes a niños de la realeza con la premisa de que la

perspectiva de sus muertes va a disuadir a sus padres de declarar la guerra, no

deben dejar que ese vínculo entre padres e hijos se marchite. Y no se han

marchitado. Mis padres, creo, me quieren.

Estuve en casa por última vez hace meses, en el final de la cálida primavera.

En el último día de mi visita, mi madre —la reina— despidió a mis criadas y

cepilló mi cabello ella misma. Lo cepilló y lo cepilló, fueron como mil trazos.

Luego abotonó la parte trasera de mi vestido. Había tres docenas de ellos,

pequeñas cosas que iban en pequeños bucles. Uno por uno, ella lo hizo. Uno a

uno, y se tomó un largo tiempo.

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Arriba, las estrellas se arrastraban. Mi almohada picaba. Xie no regresaba.

Todavía no podía dormir. Conté cabras, pero seguían alejándose de mí,

convirtiéndose en esos botones. Convirtiéndose en mi madre, cepillando mi

cabello.

Cuando empecé a sentir el tirón fantasma en mi cuero cabelludo y una

opresión en la garganta, me coloqué en posición vertical. Si no podía dormir, me

reprendería a mí misma, me pondría trabajar.

Me levanté, me vestí. Tiré mi cabello en trenzas tan apretadas que tiraban

de mis sienes y escocían lágrimas por las comisuras de los ojos. Luego fui a la

Misericordia.

La palabra «Misericordia« significa «sala del corazón compasivo«. Cuando la

Prefectura había sido un monasterio, hace siglos, la misericordia o miseri habría

sido el cuarto en donde se relajaban las censuras. Ahora es una sala de estar y

biblioteca, un lugar de tranquilidad y descanso. El vidrio en la claraboya es

ámbar, caliente por la luz, con atenuación aguda en torno al Panóptico. Hay

libros, recaudados en altura, estantes en columnas, como un bosque de árboles

viejos. Los libros eran mi objeto, o por lo menos mi excusa: necesitaba el

siguiente volumen de Epicteto6 para mi trabajo.

Había luz, como siempre, en el corazón de la sala. Pequeñas lámparas de

latón, se encontraban aquí y allá, arrojando piscinas de oro. El Abad está ahí

cuando no es requerido en otra parte, y aunque supongo que técnicamente no

necesita la luz, es algo cómodo el poder ser capaz de verlo.

El Abad no estaba detrás de su escritorio.

—¿Padre? —Quería sonar suave, por respeto a la hora, pero mi voz salió

revoloteando. El aleteo me sorprendió.

El viejo AI se acercó desde la arboleda de estanterías. El monitor de la cara

estaba inclinado hacia adelante en su cauce principal, como la cabeza de un

hombre viejo y miope.

—Ah, Greta. —Los iconos de sus ojos se movieron una fracción más lejos y

se abrieron un poco más amplios, no hubo una sonrisa, sino una silenciosa

mirada de bienvenida—. Estás quemándote las pestañas, niña. ¿No podías

dormir?

—No, Padre bondadoso. Vine por un libro.

6 Filósofo griego.

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—Ah. —Miró hacia la filosofía clásica—. Uno de los Estoicos, ¿verdad?,

¿Aurelio de nuevo?

—Epicteto, Padre.

—Eso es correcto. He visto tus notas, querida: un trabajo impresionante, un

trabajo impresionante. —Su voz era vieja y suave como un paso que se ha

gastado en el centro. Esa voz, y la luz ámbar, hicieron que la habitación se

sintiera caliente. Mi corazón, que extrañamente había estado acelerado, estaba

tranquilizándose. El Abad me llevó más profundo en el bosque de estanterías—.

¿Has pensado en ampliarlo?, ¿tal vez algo en la absorción de la rama Romana

del Estoicismo dentro del Cristianismo primitivo, o de la cultura Occidental en

general? Después de todo, la misma palabra «estoica« ha llegado a significar la

calma en el momento de tratar las circunstancias.

—Oh, sí —dijo una voz desde la oscuridad—. No puedo esperar para

empezar a escribir artículos sobre eso.

Se me cortó la respiración, porque era el acento de Sidney o bastante cerca,

si los melocotones en almíbar habían sido mezclados con piedras en bruto.

El Abad suspiró.

—Greta, déjame presentarte a Elián Palnik, ¿que nos llega desde la Alianza

Cumberlana?

Era el chico, el chico de las manos atadas. Estaba desplomado en el cojín de

memoria en la parte posterior de la arboleda de libros, una sombra dentro de

una sombra.

Mis ojos se fueron directo a sus manos, pero no estaban atadas ahora. Aun

así me tomó un momento encontrar mi voz.

—Hola, Elián —dije. Encontré, para mi horror, que me dirigí a él como a

veces hablaba a nuestras cabras más asustadizas. Estaba ahí sentado, pero algo en

él parecía medio domesticado.

—Hola, Greta —dijo Elián. Y al Abad—: ¿Estoicismo? Quiero decir, ¿en

serio?

Se inclinó hacia delante, cepillando el pelo de su cara —necesitaría

conseguir que se lo cortaran. La aparición de moretones alrededor de su muñeca

se había ido y ahora eran amarillos. Me miró con vacío, y luego pareció

reconocerme.

—Espera, eres la Princesa Greta. —Y otra capa de reconocimiento—. Eres

tú, la chica que estaba en la puerta, ese día.

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Me había visto en deshonra, entonces. Tenía la esperanza de no estar

sonrojada.

—Pido disculpas por mi reacción. —Mi voz era firme, por lo menos.

Esbozó una pequeña reverencia, tanto como uno puede mientras está

sentado en un cojín.

—Está bien. Quiero decir, de donde soy, es tradicional "reaccionar" así

cuando alguien es arrastrado en cadenas.

—Elián —reprendió el Abad, su voz como el polvo—. Eso no es

apropiado.

—Lo siento, Greta —dijo Elián—. Estoy teniendo problemas para distinguir

lo que es apropiado.

No parecía arrepentido.

—Eso es suficiente, creo —dijo el Abad. Los iconos de sus ojos se

reunieron—. Greta. No olvides tu libro.

Tomé mi libro. No hui. Pero me fui, y mi corazón ya no latía lentamente.

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Traducido por Manati5b

Habían pasado diez días antes de volver a ver a Elián.

No era inusual que un Niño recién llegado a la Prefectura pasara siendo

tutelado privadamente antes de unirse a su cohorte, pero Elián había

permanecido lejos más tiempo de cualquiera que pudiera recordar. Y entonces,

un día…

Estábamos cosechando patatas nuevas. Han y yo estábamos trinchando

sobre la hilera y los otros cohortes estaban cosechando los tubérculos y

tendiéndolos fuera en las cestas de mimbre. Alcé la mirada para parpadear mi

sudor fuera de mis ojos y vi a Elián bajando la cuesta hacia nosotros.

Sentí una bocanada atrapar mi garganta. Elián tenía un procurador con él.

Era completamente inusual ver a un procurador fuera, y este era llamativo.

Los procuradores que plagaban la escuela tenían una variedad de adaptaciones,

pero sobre todo se veían como papás super grandes con piernas largas —rodillas

altas, larguiruchos y rápidos. El procurador de Elián estaba pesadamente

construido como un escorpión, a la altura de mi cintura, sus patas articuladas

fácilmente limpiando los lugares revueltos y las camas de siembras elevadas.

En el borde de la zanja de patatas, y con esta cosa a su lado, Elián se

detuvo.

Dirigió una mirada desorbitada al procurador, favoreciendo a nuestro

grupo con un rictus de una sonrisa y dijo—: Hola, soy Spartacus, y estoy aquí

para dirigir una revuelta de esclavos contra un sistema injus…

El procurador toco su vientre, y él se dobló gritando.

O, para ser justos, solo hubo un grito. Pero fue tan fuerte, y tan —casi no

lo puedo describir. Era el sonido que un humano hubiera hecho si se convirtiera

en un animal. No había nada de dignidad o tradición en ello. No era el tipo de

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sonido que nosotros los Hijos escuchábamos a menudo, y todo arriba y debajo

de las terrazas del jardín, figuras blancas revoloteaban como un rebaño asustado.

Sin precedentes, así fue el sonido. Sin precedentes. Nosotros no gritábamos

aquí.

No en voz alta, de todos modos.

Elián se había doblado con su cabeza sobre uno de los montones de patatas

sucias. El procurador escorpión tomó dos remilgados pasos hacia él. Elián se

encogió y se levantó con una mano. Pero su codo cedió y se tumbó.

Me arrodillé para ayudarlo, mi corazón torciéndose, pero mientras me

movía, el procurador se enderezó con el escaso chasquido de sus articulaciones.

Me congelé. Sus irises hicieron clic por dentro y fuera. ¿Qué esperaba? ¿Tenía

que dejarlo? ¿O ayudarlo? Sostuve temerosamente con una mano el tembloroso

hombro de Elián. La cabeza del procurador giró como una torreta, mirándonos a

todos.

Thandi y Grego estaban más cerca de Elián y de mí, pero estaban

paralizados. Thandi se veía como si hubiera sido convertida en madera. Los ojos

falsos de Grego estaban completamente negros. El haz óptico del procurador

barrió sobre ellos, y aun así no se movieron.

El procurador se enfocó en Da-Xia. Y ella, bendita sea, juntó sus manos y se

inclinó ante este. Luego, caminó hacia adelante. Se agachó al otro lado de Elián.

Tomamos un hombro cada una y lo ayudamos a sentarse, y luego pararse. Sin

duda habían cortado su cabello, rasurándolo casi hasta el cuero cabelludo. Así de

cerca, pude verlo ponerse a la defensiva, ver el convulsivo tick en su garganta

mientras tragaba, tragaba.

Elián colgaba entre Da-Xia y yo, tambaleándose. Era inquietante estar tan

cerca de un extraño. Pude olerlo, sentir el calor de él. Pude ver todas las muescas

y cicatrices de su cuero cabelludo.

En frente de la cabeza inclinada de Elián, mi mirada se encontró con Xie.

¿Qué pasaba si no podía trabajar? ¿No se podía parar? ¿Qué deberíamos de

hacer?

Pero incluso mientras me lo preguntaba, lo sentí encontrando sus pies.

—Hola Greta —dijo en tono áspero, todavía encorvado—. Todavía estoy

teniendo…—su voz se fue, y regresó, y torció una sonrisa—, algunos problemas

con lo que es apropiado.

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—Puedo ver eso. —Puse cada onza de dignidad de Prefectura en mi voz.

¿Una sonrisa? ¿No entendía lo que había hecho? Su comportamiento nos costaría

a todos—. Lo que es apropiado ahora para ti es presentarte. Apropiadamente.

Levantó su cabeza y me miró con sus ojos grandes. Todavía estaba aferrado

a mí, y su mirada me hizo sentir como si hubiera golpeado un cachorrito.

Supongo que desde su punto de vista yo había cambiado de bando. Él no

entendería porqué. Conocía todas las complicaciones, sabía que estaba haciendo

lo correcto. Y sin embargo, su confundida y traicionada expresión, aún me hizo

mirar a otro lado, lo que me hizo ver de cerca su antebrazo. Sus músculos se

contrajeron. Tenía la piel de gallina, golpeada y temblorosa.

Y aún no había respondido. Xie trató de darle entrada.

—Soy Li Da-Xia. De Yunnan, las Montañas Glaciales.

—Da-Xia —repitió el.

—Puedes llamarme Xie —dijo ella, lo que fue generoso de su parte.

—¿Z? ¡Como la letra?

—Es zed en este reino —dijo Grego, mirando a ambos lados de mí—. Ellos

son susceptibles sobre eso —dijo la broma con cuidado, como si estuviera

desactivando una bomba.

Y Elián no lo entendió. Miró en blanco fijamente de Grego a Xie, como si

el procurador hubiera sacudido treinta puntos de CI de él. Tal vez solo era un

poco lento.

—Xie es Z; lo tienes. Xie, Atta, Gregori, Thandi, Greta y Han. —Lo recitó

como una lista, de memoria. Giró hacia el procurador, y agregó—: ¿Es eso

correcto?. —Como si esperaba que la cosa le respondiera.

—Es correcto —dije—. Y tú eres Elián.

Como si su propio nombre hubiera sido su contraseña maestra, sacudió su

cabeza y se puso de pie, recto. Su rostro re-establecido, y esos CI regresaron

todos a la vez. Se veía jovialmente alegre, voluntariosamente puedo-hacerlo y

adorablemente estúpido y estaba completamente segura que por lo menos dos

de esos fueron puestos.

Miré a Xie y ella me respondió arqueando sus dos cejas: ella tampoco sabía

qué hacer con él. Ninguno de nosotros lo hizo.

Elián se plantó sonriendo en medio de nuestras miradas.

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—Así que, hola —dijo él. Alcanzó mi horquilla tirada, solo para tener a

Atta colocando su pie en él. Ninguno de nosotros quería que un extraño tuviera

un arma.

Elián pretendió no darse cuenta.

—Sip. Soy Elián Palnik, de la Alianza Cumberlana. ¿Quieren ustedes

enseñarme como remover patatas?

Ninguno respondió. Lo miramos a él y a su procurador, manteniendo

nuestros rostros en blanco y nuestros cuerpos listos, como los niños de Prefectura

cuidadosamente entrenados bajo amenaza. En contraste, Elián se quedó afable y

flexible, a gusto y totalmente ajeno. Nuestro silencio —perturbado,

desaprobado— no le estaba haciendo mella.

Se giró hacia mí.

—Así que —dijo—. Estoicismo.

—Así que —respondí cuidadosamente—. Patatas.

Me incliné y tomé una de las dos asas de la criba. El gran procurador

retrocedió un par de pasos de la cestería. La respiración de Elián se detuvo

sutilmente cuando el procurador se movió —entonces, tenía suficiente sentido

para estar atemorizado. Y suficiente dignidad para ocultarlo. Ambas cosas eran

prometedoras.

—Ayúdame con esto —dije. Era en parte un acto de bondad para

orientarlo, para darle entrada. Era en parte egoísta: todos nos sentiríamos más

seguros si trabajábamos—. Esto se llama cribado. Sacudimos la suciedad a través

del mimbre. Luego podemos almacenarlas sin restregar. Ahorra agua.

—Siempre es el agua —dijo absurdamente. Pero levantó la otra asa.

Levantamos la gran canasta plana entre nosotros. Estaba aliviada de que no

tuviera problemas con ello. Cincuenta libras de patatas no es una carga enorme,

pero tan cerca, pude ver que sus músculos aún temblaban. Electricidad, algo que

todos los Hijos teníamos que saber, puede ser una cosa difícil de atravesar, y

Elián o tenía poca tolerancia por ello, o había tomado una dosis grande.

—Así que —dijo—. Esto es lo que se siente ser de la realeza.

—¿Si…?

Estaba empezando a pensar que estaba en lo correcto al tratarlo como una

cabra asustadiza. Como nuestras cabras parecía estar vagamente Planeando Algo.

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La cestería se movió entre nosotros y el polvo floreció y se pegó en mi piel.

Traté de no estornudar.

—Sí. Esto es lo que se siente ser un Niño de la Paz.

—De alguna manera pensé que habría aire acondicionado —dijo Elián.

Grego se tragó una risa, Y Elián miro sobre su hombro hacia él.

—Sin embargo, mírame. No puedo creer que esté sacudiendo patatas con

la Princesa Greta.

—Sí —dijo Grego—. Greta es nuestra mejor sacudidora de patatas, sin

dudas. Tal vez mañana descuartices a una cabra con Thandi.

—No —dijo Elián, y el procurador a sus pies se flexionó hacia arriba sobre

sus articulaciones. Elián apenas le echó un vistazo—. Solo quiero decir…te he

visto en los videos, es todo.

—¿Has visto mis videos?

Estaba sorprendida. Por supuesto que estaba en muchos videos. Iba a ser la

gobernante de mi país un día, si vivía, y era importante que mucha gente me

conociera y me amara. Lo hacían, también. Me amaban más bien en la forma en

que se podría amar a un niño con cáncer, porque era tan triste, y yo era tan

valiente. Ni el amor —el amor cáncer, o el amor rehén— tenían mucho que ver

con la realidad de la vida bajo amenaza, pero serviría. Los videos lo hacían

servir. Pero no sabía que los videos alcanzaban más allá de las fronteras Pan

Polares.

—Claro, los he visto todos. ¿Esa entrevista, la pasada Navidad? ¿En el árbol

iluminado del baile? Eres la realeza Greta. Una celebridad, como…como

Ginebra7.

Da-Xia de hecho se rio fuerte.

—¡Ginebra!

Elián se encogió de hombros, así como uno puede cuando sostiene un asa

de la criba de las patatas y tiembla por los recientes shocks.

—Pienso que más que nada es por el cabello.

—Mi cabello es bastante trivial, sin duda.

7 Esposa del Rey Arturo de Gran Bretaña.

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—Buenooooo —dijo Elián, dibujándolo con cuatro silabas—. El cabello y el

comportamiento de….defender tu realeza.

Hubo el suficiente giro en “comportamiento” para dejar que el más

ignorante de nosotros (está bien, yo) supiera que esa palabra fue un sustituto de

último momento. El comentario fue grosero, y poco real e hizo a Thandi reir.

Thandi, de todas las personas. Sentí como si Elián estuviera derritiéndonos uno

por uno. Pero por supuesto, ninguno de nuestros amigos tenía mis razones para

estar congelado. Sus naciones no se enfrentaron con su nación. No lo habían

visto atado y gritando.

Mientras nos enfrentábamos unos sobre otros sobre la criba, Elián seguía

intentando atrapar mis ojos. Había algo magnético sobre él, algo que hacía difícil

mirar hacia otro lado. No era un príncipe —ellos no tenían príncipes, los

Americanos, por lo que era cualquier hijo de un general, algún hijo de un

político pero— Spartacus, se había llamado a sí mismo. Spartacus había sido un

esclavo que se convirtió en un héroe. Un general que se convirtió en un mártir.

Elián estaba bromeando y riendo, pero sus ojos estaban desesperados. Se miraba

como alguien a quien le habían dicho que iba a morir.

Le di a la criba una última fuerte sacudida, y luego filtré las patatas dentro

de la canasta en brazos de Atta. El polvo floreció. Y arrastré la manga de mi

samue8 sobre mi frente y bizqueé mis ojos para quitar el sudor fuera de mis ojos

picosos. El día estaba caliente. Casi podía sentir mis pecas dibujarse juntas para

formar una ciudad.

Elián balanceó la criba vacía en una mano y miró de Atta a Grego.

—Si ella es Ginebra, eso los hace a ustedes dos Lancelot y Arturo. ¿Cuál es

cuál?

Atta no dijo absolutamente nada. Miró hacia abajo a Elián con ojos donde

podías caer, como pozos.

—Atta está en silencio —murmuró Xie. Ella se deslizó entre ellos. Era un

pedazo de gente, pero era increíble la cantidad de protección que su cuerpo

podía dar—. No fastidies.

—Primero —dijo Grego—, estas sobrepasando a Han, que francamente es

una cosa común. Segundo, ciertamente yo soy Arturo. Solo un poco más

Lituano, e interesado en ingeniería.

—¿Especialidad? —dijo Elián—. Por favor di “municiones”.

8 Ropa de trabajo que utilizan los japoneses. Consiste en un set de pantalón y chaqueta de tipo kimono.

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A los pies de Elián el gran procurador clickeó —un sonido como un hueso

rompiéndose. La cosa estaba parada cerca de nosotros, y quieta. Polvo se movió

a través del nanolubricante en sus articulaciones de bola y cavidad; brillaban

como ojos aceitosos.

—No lo hagas —advirtió Thandi. Ella estaba mirando al procurador, pero

sonaba más enojada que atemorizada.

—Es cibernético, ¿no es así Grego? —dijo Han, obviamente, como siempre.

—Mayormente. —Grego se había puesto cauteloso y quieto—. Cibernético

y mecatrónico de forma más general.

—Eso es una lástima —dijo Elián, su rostro lentamente abriéndose en una

gran sonrisa—. Estaba esperando que ustedes pudieran ayudarme a explotar este

lugar a otro mundo.

El procurador lo derribó.

El shock atrapó a Elián en la rodilla y en la ingle. Él ni siquiera dejó escapar

un grito. Sus ojos se pusieron en blanco y se inclinó hacia atrás. Atta dejó caer el

contenedor y se lanzó para atraparlo, pero yo estaba cerca. Elián cayó en mis

brazos, y yo caí. Patatas cayeron alrededor de nosotros. Por un momento sus

ojos eran lunas blancas detrás de sus pestañas enredadas, pero regreso

rápidamente. Estaba sollozando, consiguiendo aire…

No. Él estaba riendo.

En el suelo, desesperadamente herido, debería estar humillado y riendo.

Sacudió su cabeza como si sacudiera lo que sea que estaba ahí —su dignidad, su

sentido de preservación, tal vez algunas pequeñas rocas…

—¿Están bien? —Xie se arrodilló a nuestro lado.

—Awww, magnifico —jadeó él—. Esto es mucho más divertido con

compañía.

¡Divertido?

Rodeándonos, mi cohorte estaba de pie, atónito. Por un momento no

hubo otro sonido más que el viento, haciendo que las flores verdes salvias y

secas vuelen sobre la pradera.

Y en ese momento —ese previsor y seco momento— estaba absolutamente

segura. Iba a morir. Mi propia madre había cepillado mi cabello porque los

Grandes Lagos estaban bajo amenaza, porque mi nación iba a ir a la guerra.

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No importaba que los Cumberlanos hubieran sido los agresores, que el Pan

Polar se defendiera por sí mismo. Jueguen bien, niños, decían las Declaraciones.

Resuélvanlo. No estaré escogiendo bando.

No, Talis no haría juicios sobre quien estaba en lo correcto. No tomaría

partido. Prácticamente podía oírlo, esa cosa incognoscible, alienígena, diciendo:

Yo los amo a todos por igual. Enviaría Jinetes Cisnes, y nos llevaría a todos a la

habitación gris.

Iba a morir. Iba a morir con este chico que reía en mis brazos. Me aparté,

tirándolo en la tierra, y me puse de pie. Elián se dio la vuelta y se tendió en el

suelo al lado de la trinchera de patatas. El procurador se colocó sobre él. Por un

momento sus ojos rojos se inclinaron sobre mí, y se estremeció, como si fuera a

decir mi nombre.

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Traducido por Nix

Madre, escribí.

Ese día —ese día con Elián y su sombra escorpión— habíamos trabajado

hasta que duró la luz, tarde en ese Agosto norteño. Habíamos estado exhaustos

y comimos la comida fría que sabía a polvo.

Ahora estaba sentada en el crepúsculo, sola en la pequeña mesa en mi

celda. Xie había ido a buscar una jarra de agua, así que me senté con la mugre

del día todavía en mí, un lapicero vacilando por encima del papel blanco.

La Madre me miró. Estaba en mi corazón el escribir, No dejes que mi

muerte me sorprenda.

Mi corazón no manejó el movimiento en mi lapicero. Mi mano libre había

arrugado la esquina del papel al mantenerlo en la mesa. Necesitaba algo de esos

pesos para mapas de mi madre, esos elegantes sacos de arena de terciopelo que

sostenían las esquinas de los papeles en su lugar. Tenían el logo de la familia,

Semper Eadem. «Siempre lo mismo».

Halifax estaba tan lejos.

No es que no hubiera estado allí. Como todos los Hijos de la Paz, iba

regularmente a visitar a mis padres. Tenía un apartamento en el palacio. Tenía

una gran cama y un escritorio, y vestidos, y hermosos libros. Pero incluso con

eso, Halifax no se sentía como mi hogar. Un monasterio remodelado y unos

pocos acres de jardín, en algún lugar en Saskatchewan —Prefectura Cuatro— que

es hogar. Como parte de Canadá es técnicamente parte de mi reino, pero aquí

soy la princesa de los saltamontes y de las colas rojas, duquesa de pollos y

cabras.

Halifax es tan diferente, tan alienígena. La Colina de la Ciudadela parece

vislumbrarse. El mar está agitado. El cielo es demasiado pequeño. En Halifax soy

entrevistada y la gente me hace reverencias; voy a fiestas y bailes. En Halifax, mi

padre me lleva a navegar a las pequeñas islas del archipiélago de Nueva Escocia,

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sobre las ruinas de las ciudades hundidas. Por las noches salgo con él al

campanario a tocar las campanas al crepúsculo, las que llaman a casa a los

pequeños barcos. En Halifax, mi madre me prepara taza tras taza de té. En su

biblioteca ella coloca mapas y hablamos de historia. En Halifax tengo que usar

zapatos en el interior, y los corsés que presionan líneas rojas en mi piel. En

Halifax soy duquesa y princesa de la corona. Cuando vengo aquí el cielo de la

pradera se abre por encima de mí. Doblo la princesa de la corona como ropa

para lavandería y soy Greta nuevo.

Es difícil para la persona que soy aquí escribir a ese lugar extraño y distante

llamado "hogar". Mi madre, ¿qué podría decirle a ella? Madre, el rehén

Cumberlano… creo que él sabe algo.

La última vez que estuve en Halifax, mi madre no mencionó una guerra.

Pero tampoco me invitó al Consejo Privado, como usualmente lo hace. Y en el

último día de mi visita, ella misma desanudó los cientos de nudos de mi cabello.

No estaba llorando, pero estaba…

En mi celda, a dos mil kilómetros de mi madre, el papel en blanco me

miraba. Seguramente ella me avisaría. Seguramente no me dejaría sorprenderme.

Madre, Sidney fue sorprendido y fue horrible.

Sidney y yo habíamos sabido que un Jinete Cisne iba, casi con seguridad, a

venir por nosotros. Y, sin embargo, al final, Sidney había estado sorprendido. Se

había congelado. Había hablado de su padre.

Madre, hay un chico aquí y parece estar muy asustado.

Elián. Nos podía imaginar caminando a la habitación gris juntos,

caminando a nuestras muertes. Podía imaginarlo queriendo tomar mi mano. O

no, probablemente no caminaría. Probablemente lucharía y tendría que ser

arrastrado, y luego toda mi dignidad practicada sería para nada. Habría una

escena.

Mi madre no aprobaría si moría haciendo una escena.

La pequeña celda todavía estaba caliente. Los pisos estaban calientes. Las

paredes estaban calientes. Incluso la luz de la luna a través del techo parecía

cálida. Los veranos eran cortos, ahí, en lo que solía ser Saskatchewan. Pero eso

no quería decir que no fueran calientes.

Durante todo el día, el sudor se había reunido en mi nuca y corría en un

pequeño hilillo por mi columna vertebral. Mi columna picaba, mi cuello picaba,

incluso mi cabello picaba.

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En Halifax tengo dos criadas que arreglan mi cabello, y se divierten consigo

mismas (no conmigo) haciendo cosas con este. Aquí simplemente lo coloco en

dos gruesas trenzas que me enrollo alrededor de la cabeza, fuera de mi vista.

Como Ginebra, evidentemente. Bueno. Ella era una mujer ocupada.

Probablemente también querría su cabello fuera de su vista.

Saqué los pasadores de mi cabello y las dos trenzas se soltaron y cayeron,

balanceándose por mi espalda.

Nuestra puerta se abrió. Xie. El balde vacío en su mano.

—No hay agua —dijo.

Por un momento, solo un momento, mi mente se llenó con la seca y

agitada hierba en la hierba de la pradera en sequía. Un Jinete moviéndose a

través de esa hierba crearía esa nube de polvo...

—No hay agua —repetí.

Las dos sabíamos lo que significaba. Había agua —nuestro bienestar no

estaba seco— pero se nos estaba negando el acceso a la misma. Estábamos

siendo castigados.

No era una sorpresa. En la Prefectura cada cohorte se autorregula, pero si

alguien en la cohorte actúa notoriamente, públicamente, notablemente mal…

bueno, entonces todos pagamos. En su mayoría son pequeñas cosas. Dietas

reducidas. Puertas selladas. Horas en la oscuridad total. Nos da incentivos para

mantenernos mutuamente en línea.

Desde luego, no había logrado mantener a Elián en línea.

—Esta noche de todas —me quejé—. Hace calor.

—Me imagino que nuestro nuevo amigo está más incómodo que eso. —

Da-Xia tiró de una de mis trenzas—. Ginebra.

—Sí, bueno, Americanos. Sí que tienen una obsesión con la realeza. —

Aparté mi carta y Xie puso la jarra sobre la mesa (que también fue nuestro

lavabo) con un sonido metálico tristemente vacío—. Me gustaría nos dieran un

poco de los suyos.

—Pero, ¿en dónde van a encontrar una línea de sangre bendita y ungida

por los dioses?

Con eso, mi compañera de cuarto, el dios, se quitó su samue y se dejó caer

sobre su cama.

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La prevalencia de las monarquías hereditarias en el mundo moderno era un

capricho de la historia, un efecto secundario de requerir el tomar decisiones

nacionales para tener hijos y poner a esos niños bajo amenaza letal. Incluso las

democracias más sólidas de los siglos diecinueve al veintiuno, nunca habían

estado lejos de ser dinastías. Todo lo que tomaba era el pulgar de Talis en la

escala.

No era mi intención que toda la cosa de los rehenes cree un montón de

monarquías hereditarias, decían las Declaraciones. Pero, ya sabes, lo que sea.

Asesinar princesas. Supongo que puedo trabajar con eso.

Xie tendría dieciocho años en la primavera. Su país estaba completamente

en paz. Aquí, delante de mí, era una princesa que iba a vivir. Cruzó las manos

detrás de su cabeza, mirando el cielo cambiando de lavanda a añil plateado,

recostada desnuda debajo del techo de cristal como si la luz pudiera bañarla.

Da-Xia y yo hemos estado juntas por tanto tiempo que no puede haber

mucha modestia entre nosotras, y aun así alejé mis ojos de regreso al papel. Una

carta que había fallado en escribirse sola. En lo alto, el viento estaba fuerte: una

tormenta sin lluvia, sólo aves siendo empujadas demasiado lejos, demasiado

rápido.

—¿Escribiendo a casa? —preguntó Xie detrás de mí. Oí el crujido de ella

empujándose en su alba9.

—Intentando hacerlo.

Temprano en la historia de las Prefecturas, a los Hijos rehenes se les había

permitido hablar mediante video en tiempo real con sus padres y amigos, tener

acceso una amplia gama de medios de comunicación. No había funcionado bien.

(Sí, decían las Declaraciones. En mi opinión ponderada, los disturbios son malos

para la moral.) Ahora nos brindan noticias en impreso. Y escribimos cartas.

Miré el papel manchado.

—Apenas puedo decirle, pedirle… —Era difícil decir eso. Dime, Madre, si

voy a morir—. Resulta que no tengo ni idea de qué decir.

—Mi más santo y amado padre —dijo Xie, dirigiendo una carta imaginaria

a su propio padre—, el clima es cálido y seco. Hoy cosechamos papas. Una cabra

escapó y se comió todas las ciruelas y ahora vamos a tener un duro invierno.

—Todavía hay melocotones —le dije.

9 Es una prenda larga de lino blanco utilizada en los ritos cristianos por el sacerdote, el diácono y

los demás ministros del altar en diferentes celebraciones religiosas.

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—Afortunadamente, todavía hay melocotones —ditó Xie, trazando las

letras redondas de su propio alfabeto en el aire, pequeños bailes de sus manos—.

Y pronto habrá manzanas. Y todo estará bien.

Hablábamos tanto al Panóptico como la una a la otra.

—Todo estará bien —murmuró Xie.

Las dos sabíamos que no era probable.

Me incliné hacia delante y pellizqué el papel manchado y pesado.

—¿Haces un pájaro para mí?

—Por supuesto.

Los dedos rápidos de Da-Xia hicieron que la palabra "Madre" se desvanezca

en un pliegue. Lo volvió a hacer, luego otra vez, y otra, hasta que el papel fue

una delicada grulla.

—Pide un deseo —dijo Xie.

Las grullas tradicionalmente representan un deseo de paz. Cerré los ojos y

deseé. Inútilmente. Con fuerza.

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Traducido por Josy P-o

Ya estaba caluroso cuando la primera campanada nos despertó al día

siguiente. De alguna manera había fallado en ser menos desordenada a la hora

de dormir. Nuestras prácticas de Prefectura apropiadas de la tecnología, lo que

significaba, entre otras cosas, que no usamos algo que no sea indispensable.

Normalmente eso parecería algo sabio, pero en ese día pensé que un aire

acondicionado o dos probablemente no arruinarían el mundo.

Sin embargo, ellos tenían uno. Uno necesario para recordar eso. Que los

aires acondicionados y otras tecnologías usadas inconscientemente habían

arruinado el mundo. Después de la Guerra de Tormentas, en la gran calma de la

Pax Talis, el mundo moderno había tomado diferentes decisiones. (Te diré algo,

dicen las Declaraciones, ¿por qué no piensan un poco sobre lo que le han hecho

a nuestro planeta y toman decisiones diferentes?) Así que decidimos. Sí a las

suborbitales lanzadas magnéticamente y a los retrovirus que pueden reescribir un

gen defectuoso. No al petróleo para transporte personal ni fertilizantes químicos.

Sí a la psicoterapia magnética transcraneana10. No al trabajo robótico, salvo en

casos extremos como La Prefectura, donde es mucho lo que está en juego y no se

puede confiar en los humanos. Sí a los zeppelines de carga. No a la comida

importada. Sí a los caballos. No a los aires acondicionados.

Bueno, podríamos enfriar el extraño palacio.

La Prefectura, cualquier otra cosa que sea, no es un palacio. Y por eso

estaba caliente. Las campanas matutinas sonaron y mi cohorte se reunió en el

comedor. Las clases más jóvenes nos observaban. Todo el mundo sabía que se

nos había prohibido el agua. Todos sabían porque. Comimos cosas frías para

desayunar —ciruelas, queso de cabra, pan de ayer— y tratando de evitar los

proyectiles que se lanzaban unos a otros. Mis compañeros estaban muy

10

Es una forma no invasiva de estimulación de la corteza cerebral, y constituye una herramienta

llena de posibilidades de estudio e investigación en el ámbito de las neurociencias, así como para

el tratamiento de diversos padecimientos y trastornos neuropsiquiátricos.

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nerviosos, apoyados en la idea de que podrían castigarnos aún más. Elián no

aparecía por ninguna parte.

Se estaba volviendo más caluroso. Las cigarras empezaron a zumbar. El

viento que había estado azotando La Prefectura toda la noche amaino, dejando

el cielo en calma y amarillo por el polvo. En la clase abrimos de par en par las

ventanas y aplastamos rápidamente a los mosquitos que rápidamente nos

encontraron. El Hermano Delta trató de guiarnos a través de la historia de

recursos naturales como fuente de la guerra, pero no podíamos retener nada. Al

mediodía Han se estaba quedando dormido accidentalmente, Atta dormía

despreocupadamente y Gregori dormía encubierto, sus ojos estaban abiertos,

totalmente negros y dilatados, pero detrás de esos ojos, había nadie en casa. Ni

siquiera los más atentos entre nosotros (yo, y de manera diferente, Da Xia)

estábamos dispuestos a sentarnos y dejar al Hermano Delta parlotear.

Habló sin cesar. Una vez había visto un monitor de hospital que se veía

como el Hermano Delta, una base hexagonal, un poste rígido con una pantalla

en la punta. Si le añadieras unos brazos, ese monitor podría ser el doble del

Hermano Delta y probablemente podría haber dado mejores clases. Su voz era

como un zumbido que adormecía a medida que continuaba con la historia. Nos

sermoneó sobre como en los comienzos del siglo veinte, las guerras de la Tierra

se fueron convirtiendo en guerras de petróleo y luego en guerras de agua. Habló

sobre lo que vino después. Sobre como el nivel del mar aumento rápidamente,

cambiando los patrones del tiempo, y como el colapso de la dependencia del

petróleo y la agricultura provocó escasez, enfermedades y desplazamientos,

como llevó a que grandes cantidades de personas viajen de un lado a otro.

Esto, en consecuencia, llevó a la Guerra de Tormentas, decenas de intensas

guerras civiles que estallaron por todo el mundo, hundiendo primero a un grupo

de países y luego a otros, y luego el círculo se volvía a repetir. Guerras, plagas,

hambruna. La población mundial decayó a la mitad. Luego dos tercios. Luego

tres cuartos.

Había una vez, decían Las Declaraciones, los humanos se estaban matando

unos a otros tan rápidamente que la extinción total parecía posible, y era mi

trabajo detenerlos.

El mejor AI de las Naciones Unidas, un Clase Dos llamado Talis, había sido

el encargado de encontrar maneras de predecir —y donde fuera posible,

prevenir o acabar— con los conflictos que estaban rápidamente destrozando el

planeta.

Que la estrategia de Talis sería de ponerse a sí mismo a cargo, era algo que

sus compañeros humanos no previeron. Pero es exactamente lo que él hizo,

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tomando el control ingeniosamente del sistema de redes de armas, en particular

aquellas que estaban en órbita.

¡Bien! Se cree que él dijo. ¡Todo el mundo fuera de mi camino!

Y luego empezó a volar ciudades antes de que cualquiera estuviera lo

suficientemente sorprendido para escapar.

Fue Talis quién inventó las Prefecturas y los otros rituales y reglas sobre la

guerra, y quien impuso esas reglas con una crueldad que ningún humano podría

igualar. Había otros AI’s en las Naciones Unidas, por su puesto, y los humanos

Jinetes Cisne en su empleo. Pero Talis era el nombre que mencionábamos. Talis

era…

Pero en ese momento, la puerta se abrió.

Era el Abad, y con él estaba Elián. Nos levantamos e hicimos una

reverencia.

—Ah, Hijos —dijo el Abad—. Mis Hijos. Siéntanse, siéntanse, tomen

asiento. No tomaré mucho tiempo. Sé que es una temporada difícil.

Nos sentamos. Nuestro profesor había retrocedido unos pasos y miraba por

la ventana tan silenciosamente como si se hubiera quedado en pausa.

El Abad era de la misma constitución que el Hermano Delta, pero no

podían ser más diferentes. Como el mismo Talis, el Abad era un Clase Dos, lo

que significaba que una vez había sido humano. Hace algún tiempo habían sido

muchos, pero se decía que la transición de humano a AI era peligrosa, y solo

unos pocos sobrevivieron. Más allá de su clasificación, sabíamos nada sobre la

historia del Abad, aunque, ¿sería una especie de pastor, tal vez? La manera en

que conducía a Elián hacia el medio de la habitación sugería un pastor con su

bastón. Los dos se situaron cada uno a un lado en el centro del semicírculo que

formaban nuestros escritorios. El Abad se detuvo, su cara-monitor inclinado hacia

abajo, contemplando.

—Mis Hijos —dijo. En la pantalla el icono de sus labios era una fina línea,

como si tuviera que hacer una dolorosa confesión—. Hijos, he venido para

disculparme con ustedes. He escuchado que su trabajo de ayer se vio afectado.

Levantó la cabeza y nos miró. Como nadie hizo algún comentario, nos

examinó detenidamente. Sus ojos se detuvieron en Thandi.

—¿He escuchado bien Thandi? —Los iconos de sus ojos se abrieron

expectantes—. ¿Fue el joven Sr. Palnik quien los perjudicó?

Thandi tragó saliva.

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—Algo así Padre.

Elián se decayó. Tenía la mirada de alguien traicionado. Lo cual no era

justo. ¿Qué otra cosa podía hacer Thandi, mentir al Abad? Diciendo que “algo

así” ya era suficiente para forzar la verdad. Si el Abad la hubiera contradicho, la

hubiera hecho sufrir.

—Algo así, algo así —dijo asintiendo—. Y por supuesto el rango de su

cohorte esta algo así como dañado.

Hizo un sonido parecido como una lengua contra los dientes, aunque

tuviera ninguna.

—Realmente me siento responsable. Fue mi criterio pensar que Elián

estuviera listo para unirse a ustedes. Parece que tal vez estuve equivocado.

El Abad se movía de un lado a otro como un hombre con artritis.

—Sr. Palnik —dijo—, difícilmente sé qué hacer con usted.

Los ojos de Elián se encendieron; soltó un pesado aire como si fuera a

hablar con rabia. Pero luego se congeló. Debajo de su camiseta algo se movía.

Mire más de cerca: justo ahí, donde el samue se cruzaba sobre su pecho,

algo sobresalía. Un cable metálico o… era una pierna mecánica. Me tomo un

momento encontrarle sentido. Una araña guardián, pequeños procuradores que

servían como cuidadores, mascotas y juguetes para los más pequeños. Había uno

sobre el corazón de Elián. Algo más se movía en una de sus mangas, y una

tercera sobre su rodilla.

Ni siquiera se movió, pero dijo algo.

—¿Bueno, Elián? —preguntó el Abad.

Y entonces, de pronto, Da Xia habló.

—Buen Padre…esta cohorte… somos bastante disciplinados.

El Abad se dio la vuelta hacia ella, sonriendo.

—De hecho, Da Xia, llevo un tiempo pensando así.

−Así que, tal vez Padre —dijo ella—, ¿podríamos absolver este pequeño

altercado?

El Abad juntó sus dedos. Cerámica marcada con aluminio.

—Una observación interesante. ¿Estas aconsejándome que deje a Elián

unirse a ustedes?

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—Si no es muy osado por mi parte, Padre.

—La osadía es precisamente tu debilidad, querida —murmuró el Abad

pensativamente—. Pero tienes un corazón generoso. —Alzó la mirada y se

dirigió a todos en general—. ¿Cuál es su opinión, Hijos? ¿Podrían ser una

influencia estable para nuestro nuevo, hmmm, inducido?

Los ojos de la cohorte se volvieron hacia mí.

Bueno. Era gratificante ser reconocida como la líder, pero no estaba segura

de qué hacer. Sería perjudicial para Xie si yo la contradecía. ¿Y para qué, para

terminar de atar el destino de toda la cohorte a ese chico medio salvaje? Ya

habíamos perdido el agua. Eso solo fue el comienzo. Estaba a punto de decir,

No.

Pero entonces la araña que estaba sobre el corazón de Elián se movió. Él

me sostuvo la mirada. Una vez había pensado que era un esclavo porque lo

había visto encadenado. Pero si era un esclavo ahora, era uno en una subasta. Su

mirada era suplicante y desafiante.

—No tenemos otra alternativa que intentarlo, Padre.

—Mi querida Greta. Eso es algo que cualquiera pediría —murmuró para sí

mismo el Abad, pensativo, luego decidió—. Elián, siéntate.

Así que Elián se sentó, a mi lado, en la mesa de Sidney.

Había pequeñas gotas de sudor alrededor de su frente. Estaba temblando.

El Abad sonrió.

—Tal vez ayer fue una presentación algo difícil para ti, hijo mío. Fue mí

error y me disculpo por ello. Lo volveremos a intentar, y nos esforzaremos para

una mejor disciplina.

La actitud del Abad fue severa.

—Así que —dijo—, creo que ayer nos presentó un tema, Sr. Palnik.

Elián palideció por un segundo. Asomándose por debajo de su cuello, una

pata de araña se movió contra su garganta.

—…Yo, uh, no recuerdo eso.

—Hmmm —El Abad parecía perplejo, sus dedos tintineando al juntarse—.

¿La Tercera Guerra Servil? ¿Querías discutir sobre eso?

La araña se removió bajo la camiseta de Elián. Estaba sentado totalmente

quieto.

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—Estoy seguro de que tiene razón Abad, pero…

Cuando dijo ‘’pero’’ Elián se sacudió, provocado por algo que no pude

ver. Tembló y mantuvo su respiración. Nosotros mantuvimos la nuestra,

esperando que terminara su frase.

—Yo…yo —tartamudeó, y sus siguientes palabras salieron demasiado

deprisa—. Sinceramente, no lo recuerdo, no sé de lo que está hablando.

—Hmmm —Los ensambles rotatorios de la cara-pantalla del Abad crujieron

mientras se giraba—. Greta, creo que eres nuestra mejor Romanista. Tal vez

podrías por favor hacernos un resumen de La Tercera Guerra Servil. Ayuda al

Sr.Palnilk a orientarse.

—La Tercera… —comencé.

—Levántate —dijo el Abad.

Se sintió como una reprimenda, una amenaza. Me levanté con mi

estómago dándome vueltas, y empecé a hacer memoria. ¿Qué había hecho ayer

con Elián en las patatas, con Xie en nuestra habitación? ¿Había algo por lo que

debería ser reprendida?

—Umm… —dije. Lo cual no era bueno para mí. Me enderecé y traté de

recordar que yo era (no, “probablemente” sobre ello) la mejor Romanista de la

cohorte—. Así es, Padre… La Tercera Guerra Servil fue la última de tres

rebeliones sin éxito por parte de los esclavos durante el periodo de la República

Romana, y tuvo lugar entre el 73 y 71 A.C. Tuvimos a los más importantes

historiadores; desde Plutarco, Apiano y Floro, y por supuesto, las Guerras Gálicas

de Julio Cesar.

—Y la guerra es famosa principalmente por… —dijo el Abad.

—Por la participación del general esclavo Espartaco, buen Padre. Aunque

tal vez las consecuencias en las carreras de los generales de la legión, Pompeyo y

Craso, es de una mayor significancia histórica.

—Bueno, por supuesto —dijo el Abad con una risa como gorgoteo de

paloma—. Ellos ganaron.

—Claro. —Sentía mi garganta reseca.

El Abad se giró. Normalmente es cuidadosamente humano en sus

movimientos, lentos y rígidos. Pero en ese momento se volvió bruscamente,

cada centímetro era una máquina, sus bisagras como cuchillas.

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—Ahora, Sr.Palnik. ¿Querías hablar sobre Espartaco? ¿Tal vez podrías

decirnos que le sucedió?

—Él…

—De pie —exclamó el Abad.

Elián se levantó.

—¿Qué le ocurrió a Espartaco?

—Él… —Elián se veía como si tuviera algo amargo en la boca—. Fue

crucificado, al borde de un camino.

—¿Greta?

No había otra opción que contradecir a Elián: se equivocaba, y el Abad

seguramente lo sabía, y esperaba lo mejor de mí.

—Su destino es desconocido, Padre. Las líneas del ejército esclavo se

rompieron, y fueron totalmente aplastados, todos salvo unos 600 fueron

asesinados en el campo de batalla. Espartaco se supone se encontraba entre ellos.

—¿Así que, ese asunto de la crucifixión?

—Los 600 capturados fueron crucificados, Padre. Los alinearon a través del

Camino Apiano desde Roma hasta la costa.

—Ah —dijo el Abad, y sonrió.

Yo estaba de pie, y Elián también. Sentía como si estuviéramos conectados

por un hilo. Casi lo sentía alrededor de mi cuello. Las arañas se movieron bajo la

camiseta de Elián. Nadie dijo algo.

El Abad nos miraba, de uno en uno.

No dio ninguna orden. Sin embargo todos se levantaron.

—Bien —dijo el Abad—. Bien.

Por un momento pensé…no sé lo que pensé. Creía que algo radical iba a

suceder. Pero el Abad solo añadió:

—He tomado bastante de su tiempo, Hijos…casi todo su día. Cuento con

ustedes para que pongan al corriente a nuestro nuevo compañero, descansen. —

Extendió una mano. Y como si las hubiera encantado, las campanas empezaron a

sonar.

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Así que Elián se nos unió apropiadamente.

A fuera tuvo tres tropiezos, corriendo hacia la luz del sol, y luego

deteniéndose. Levantó su rostro y tomó una profunda respiración. Sidney me

dijo una vez que los pavos domésticos podían ahogarse mientras veían la lluvia.

En ese momento lo creí. Todos nos quedamos mirando a Elián mientras se

quedaba ahí de pie con la garganta desgarrada. Si hubiera estado lloviendo, se

hubiera condenado.

Después de un momento tragó y me miró.

—Bueno, eso fue genial Greta. Muchas gracias. Ahora sé de quién debo

copiarme cuando tengamos un examen.

Las arañas enviaron una pulsación bajo su ropa. Vi como los músculos

saltaron en su brazo, donde la electricidad lo golpeó, vi el destello expandirse en

sus ojos y su boca. Se había ido casi al instante. No estaba segura de que los otros

lo hubieran visto.

—Manzanas —dijo Thandi. Su voz sonaba tensa por… algo. ¿Ira? ¿Miedo?

—. Podemos subir las manzanas caídas. Vamos, antes de que nos meta en

problemas.

Los de once y doce años ya habían juntado las manzanas en unas canastas,

y colocado el molino a la sombra del cobertizo. Parecía que aún les quedaba

trabajo por hacer. Kilos de manzanas dañadas estaban a un lado del molino, y

en el otro había cubos de gruesas manzanas para comida. Bat Brain, la cabra,

tenía metida la cabeza en uno de los cubos. Levantó su cola; al parecer estaba

transformando las manzanas directamente en excremento.

—¡Hhawu! —gritó Thandi—. ¡Largo de aquí!

La cabra levantó la cabeza, moviendo su quijada de lado a lado como un

hombre mordisqueando un cigarrillo. Debido a la falta de incisivos superiores, las

cabras no pueden comer manzanas sin ser graciosas, pero eso no las detiene de

intentarlo. Bat Brain nos observó a todos mirándola, luego recordó que

apreciaba la libertad y salió volando como un cohete.

—Han, atrápala —dijo Thandi—. Tú eres a quién le gustan.

—No me gustan… solo me gusta el queso.

—Solo atrapa la maldita cabra —dijo Thandi.

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Así que Han y Atta fueron a atrapar a Bat Brain, y el resto de nosotros —

Grego, Xie, Thandi, Elián y yo— recogimos los cubos llenos y fuimos hacia el

cobertizo.

Dentro era estrecho y pegajoso por las telarañas, atestado con cuerdas

enrolladas, pilas de canastas, rastrillos, horcas y palas en estanterías, guadañas

colgando del techo con más importancia simbólica de la que ninguno de

nosotros se sentía cómodo. La luz era de tono sepia, que provenía a través de las

deformadas tablas de la pared.

Grego y yo llevamos nuestros cubos hacia el casco antiguo de la prensa de

manzanas, pero Xie y Thandi se detuvieron en la puerta.

Elián se agachó por debajo del dintel y se encontró en medio de las dos.

Parpadeó.

—¿Ustedes no van a golpearme, verdad? —Su voz era suave, libre de la

fanfarronería que parecía característica de él. Puso su cubo en el suelo y se estiró,

envolviendo sus dedos alrededor de una viga baja. Era asombrosamente alto—.

Tengo ninguna duda que podrían hacerlo, pero sin ofender… —Ahuecó su

mano ligeramente sobre su corazón, la araña guardián estaba ahí—. El trabajo ya

está cubierto.

—Claro que no —dije—. Es… nosotros simplemente estamos prensando

sidra.

—Sí —dijo Grego—. Sin duda no hay ninguna otra intención.

—El Abad querría que te enseñáramos como funciona todo —explicó Da

Xia.

—¿Cómo funciona todo? —dijo Elián—. Nos acabamos de conocer Xie,

¿estas segura de que no quieres que te invite a comer primero?

—Déjalo —dijo Thandi, rígida.

—¿Dejar qué, de luchar? —dijo Elián—. Cuando los cerdos vuelen.

Las arañas se retorcieron. La corriente debió de ser más fuerte esta vez,

porque Elián hizo un sonido, algo así como una exhalación de impotencia.

Levantó una mano hacia su corazón, y de repente su voz estaba sin aliento.

—O cuando me maten. Debo decir, eso parece más probable.

—La sidra… —intenté decir otra vez.

—Tenemos que explicarle, Greta —dijo Xie—. El Abad dijo…

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Y Thandi la cortó—: Se supone que tenemos que tenerlo bajo control.

—Ačiū, Thandi —murmuró Grego, incluso mientras Elián dijo:

—Me gustaría verte… —Y la palabra se disolvió en un pequeño llanto.

Da Xia aún no se había quitado ese aire de diosa oscura: su sonrisa era una

mezcla extraña de distancia y compasión. Le dio un empujón a un cubo con el

pie, girándolo hacia Elián.

—Siéntate —dijo ella.

Elián se dejó caer en el cubo e inclinó la cabeza hacia adelante, colocando

sus manos detrás de su cuello. La luz del sol se dispersó en franjas a través de él,

una transformando una veta de su cabello negro rapado en brillo, otra dando

sombras y destellos a sus nudillos.

Da Xia se puso en cuclillas a su lado.

—¿Qué estás haciendo niño?

—Tengo la misma edad que tú —dijo Elián entre dientes.

—¿Te gusta «campesino»? —dijo Grego—. Tal vez deberíamos llamarte así.

—¿La crucifixión fue demasiado suave? —espetó Thandi—. Necesitas

comportarte mejor o…

Elián no contestó, no alzó sus ojos del suelo, pero sacudió la cabeza.

Xie se paró delante de él.

—Mírame.

Cuando no lo hizo, ella extendió su mano y puso sus dedos en la esquina

de su barbilla. Él levanto la cabeza.

—Elián —dijo ella, moviendo su mano contra su mejilla—. ¿Cuál es tu plan

aquí? Ellos son máquinas. No tienen escrúpulos. Nunca se cansan. Simplemente

no se dan por vencidos.

—¿Y qué? Debería sólo recostarme y disfrutar…

Una sacudida, suficientemente fuerte para que se escuchase, un sonido

parecido a unas palomitas reventando. Elián ni siquiera gritó: sólo se desplomó.

Se hubiera caído al suelo si no fuera porque Xie lo atrapó. Ella y Thandi lo

sostuvieron por un momento mientras se dejaba caer sin fuerzas. Después Elián

parecía a la vez fortalecido y hundido. La tensión se le vino encima e inclinó la

cabeza hacia adelante para apoyarla en sus manos.

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—Elián estoy impresionado por tu fuerza de voluntad —dijo Xie—. Pero

ahora eres uno de Los Hijos de la Paz. Otros destinos están atados al tuyo.

Elián gruñó sin mirar hacia arriba—: ¡No soy un maldito Hijo de la Paz!

Todos soltaron el aliento, esperaron, pero no hubo ninguna sacudida.

Elián levantó la cabeza, viéndose desconcertado por un momento.

Thandi sacudió la cabeza.

—No tienes idea —dijo ella—. Ni idea. —Se puso derecha y recogió su

cubo de manzanas—. Tengo que… voy a recoger más manzanas.

Grego y Xie se miraron —me estaba perdiendo algo aquí— y entonces

Grego hizo una reverencia hacia Thandi.

—Sin duda, deberías.

—Explíquenle —le dijo Thandi a Xie, mientras se marchaba—. Explíquenle

que esto se trata sobre todos nosotros.

¿Es racista pensar en Thandi en términos de un animal africano? No estaba

segura. Una vez, ella me dijo que yo tenía la cara como la de un lobo irlandés, y

eso no pareció un comentario racista, simplemente demasiado astuto. En

cualquier caso, se marchó, y pensé en la actitud de un guepardo: frágil, fuerte y

orgulloso.

—¿A qué se refiere?

Elián me sorprendió, podía ponerse de pie, y lo hizo. Grego, mientras

tanto, dio un ejemplo inesperado, dando la vuelta a una de las manivelas que

bajaban la prensa de madera encima de la larga carretilla de las hélices. Yo tomé

la otra, y pronto el agradable crujido de los engranajes de madera llenaron el

espacio.

Elían se quedó ahí de pie, desconcertado.

—Da Xia, ¿a qué se refiere ella?

Xie movió la cabeza, casi con cariño, como si fuera una tontería de niño.

—El Abad nos preguntó si nosotros podíamos ser una influencia

estabilizada para ti. Y yo…o mejor dicho, Greta y yo… dijimos que sí.

—¿Y si no pueden hacerlo?

Todos simplemente lo miramos. Seguramente no era tan difícil de manejar.

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Pero Elián no parecía colaborar. Me miró, con ojos expectantes.

Evidentemente, Ginebra necesitó deletreárselo a Espartaco.

—Seremos castigados conjuntamente. Ya lo hemos sido. Y lo seremos

nuevamente —dije.

—Pero eso no es…yo no… ¡eso no es justo!

—Es la Prefectura —dijo Xie.

Y lo era.

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Traducido por Wui-chan

Por más obstinado y masoquista que Elián pudiese ser por su cuenta, se

relajó cuando se dio cuenta de que había otros destinos unidos al suyo. En los

jardines, en el refectorio —en cualquier lugar en que los niños más pequeños nos

pudiesen ver— se comportaba de forma menos estúpida.

O al menos reprimía su estupidez durante un rato. Como cualquier fuerza

de la naturaleza, se procuraba nuevas formas de salir. Dentro del aula no tenía

remedio, y a veces terminaba en un callejón sin salida, lo que podía hacer mella

en la discusión de acuíferos, por poner un ejemplo.

En instancia, estaba el día en el que terminamos discutiendo sobre por qué

los Hijos de las Prefecturas hablaban Inglés, una práctica que Thandi había

tomado como su injusticia cultural del día. Da-Xia había citado de las

Declaraciones: Qué pena. Tienen que hablar algo.

—Él no es un dios —había respondido Thandi—. Talis no es un dios y las

Declaraciones no son una escritura sagrada.

Da-Xia le sonrió, y su voz se volvió extremadamente dulce;

—Casi lo es.

La disputa luego se extendió. Grego (un noble báltico luchando bajo el

peso de su nombre ruso) tomó el lado de las lenguas minoritarias, Thandi habló

sobre privilegios culturales y Han (alejándose totalmente del tema principal de

discusión) empezó a trazar los términos simples por los que uno debería

reconocer a un dios.

—De la forma en que lo veo —dijo Elián, desplegando su sonrisa de a-

punto-de-sufrir-una-descarga—, cualquier cosa que te puedas quitar del medio

con una bomba de un tamaño decente… no es un dios.

El golpe a su sistema nervioso lo tiró de la silla.

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62

Elián había entrado en mi vida de la misma manera que los cometas lo

hicieron en el cielo medieval, de la manera en que los Jinetes Cisnes todavía lo

hacían, desde detrás del horizonte, con sus alas cogiendo luz. Él había llegado

como un presagio de perdición. Pero cuando rodó por el suelo de la clase,

jadeando y riendo a la vez, no parecía portentoso. Tonto, sí. Loco,

probablemente. Pero demasiado humano para ser reducido a un mero símbolo.

Y además, sabía de jardinería. Hay aquellos, recién llegados a las Prefecturas

que piensan que son demasiado buenos para encargarse de la jardinería. Elián

no. Él se desenvolvía con facilidad alrededor de compuestos y riego por goteo,

ajonjeras y pulgas escarabajo. Él era, nos dijo, el hijo de un par de ganaderos de

ovejas.

—¿Granjeros? —dijo Han —. ¿Entonces qué estás haciendo aquí?

Querido Han. Tan lento al hablar y, aun así, a menudo decía lo incorrecto.

Claramente estaba fuera de límites preguntar por la historia de un niño rehén.

Mucho dolor podía esconderse en eso, y nada bueno salía de meter el dedo en

la llaga.

Pero Elián no se ofendió. Apoyó un pie en el mango de su espada y

levantó al aire una copa imaginaria.

—Por mí abuela. La madre de mi madre es Wilma Armenteros.

Wilma Armenteros, la secretaria de decisiones estratégicas de la Alianza

Cumberlana, el nuevo de muchos eufemismos que los Americanos han usado

para «persona a cargo de la guerra». Había estado leyendo sobre ella.

Recientemente he estado dedicado muchas horas a estudiar minuciosamente las

frágiles y secas hojas de noticias colgadas en la mesa de mapas de la misericordia.

Las noticias eran impresas en un papel especial, fácil de convertir en abono.

Estaban tan secos que cogía humedad. Los leí hasta que mis propias manos se

secaron, hasta que la piel entre mis dedos se agrietó y sangró. No podía apartar

la vista de la guerra que se estaba acercando hacia mí.

Wilma Armenteros tenía mucha importancia en esos diarios. Su tátara-

tátara-algo-abuelo había guiado la evacuación de Miami. Un ancestro más

reciente había sido el secretario de unión durante el periodo en que las guerras

por falta de agua potable finalmente habían terminado por separar a los Estados

Unidos. Evidentemente, la actual Armenteros era la oposición al gobierno del

estado joven, el poder detrás del trono de Cumberland. Por supuesto, Talis iba a

demandar un rehén suyo.

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63

Y tenía suerte de tener uno. Si no hubiese tenido un amado nieto…

¿Recuerdan cuando a los reyes se les exigía tener hijos? decían las Declaraciones.

Te exijo tengas hijos. Quieres ser un rey, te exijo tengas hijos. Quieres ser un

presidente, un general, un poderoso lord trabajando en una perrera11, si estás al

cargo de hacer explotar cosas, te exijo que tengas hijos.

Me pregunté si Elián se había dado cuenta de que había sido elegido, y no

solo por Talis. Estaba aquí porque Wilma Armenteros le quería. Pero

aparentemente, no lo suficiente como para evitar nominar a un rehén. No lo

suficiente como para renunciar a su posición.

—Mi madre no quería tener nada que ver con política —dijo Elián—. Y

escúchame, se alejó tanto como pudo. Se casó con un granjero extremadamente

pobre de Kentucky… en la parte montañosa, ya sabes. Cerca del Rio Licking.

—El Licking… —dijo Da-Xia, como si no se pudiese creer su propia suerte.

Elián se restregó una mano por su rostro, y salió de él un hilo de voz:

—El lado sur.

—¿A estas alturas, ya has escuchado todos los chistes sobre eso? —preguntó

Grego.

—Apuesto a que hay más —dijo Thandi.

—Calla —dijo Elián, majestuosamente—. Así que mi madre se casó con ese

granjero Judío de una ciudad en la que tenían agua de manantial. Se volvió

religiosa y se asentó para vivir sus felices para siempre, solo con algunas ovejas. Y

luego Talis se llevó a su hijo. —Jaló su sombrero hacia atrás y se secó el sudor de

la frente con la manga—. Mi padre no quería que me fuese pero el Jinete…

Las arañas se movieron bajo su ropa.

Elián dejó de hablar, tomó una respiración tranquilizadora y recolocó su

sombrero.

—Y aquí estoy —dijo—. Así que eso implica un golpe inesperado, ¿no?

Incluso los procuradores parecían desconcertados por eso. No le hicieron

daño.

11

En inglés se llama dogcatcher y antiguamente era una posición elegible en algunos lugares.

Básicamente consiste en una persona encargada de encontrar perros sin hogar u otros tipos de

mascota como gatos.

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64

El momento cumbre de los trastornos causados por Elián llegó a fines de

Agosto, el día en que las cabras se escaparon.

Estaba en la lechería haciendo queso con Xie, Atta y Thandi. Han y Grego

le estaban enseñando a Elián a ordeñar cabras. Cuando todos se fueron, Elián no

cerró la reja apropiadamente. Uno pensaría que alguien que ha crecido en una

granja sabría más de estas cosas, pero tal vez las ovejas no son tan listas como las

cabras. O tal vez eso es lo que Espartaco habría hecho si todos sus movimientos

hubiesen sido vigilados, si su cuerpo hubiese sido debilitado a causa de descargas

eléctricas. Tal vez Espartaco hubiese tenido problemas con el cerrojo, habría

dado la espalda y liberado a sus cabras.

Si lo piensas bien, Espartaco el gladiador probablemente habría liberado a

los leones. Y luego habría atado antorchas a sus colas y prendido fuego a Roma

un siglo antes.

Cualquiera que piense que las cabras son menos destructivas que leones en

llamas no conocen bien a las cabras.

En cualquier caso. Nosotros, dentro del cobertizo de la lechería, no

sabíamos nada de ello hasta que los gritos empezaron. Resulta que las cabras más

viejas habían empujado la puerta abierta con el hocico y se estaban dirigiendo

hacia la parcela de los melones. Ahora, entre los Hijos de la Paz, los melones son

la fruta favorita de la mayoría, ya que tienen que ser comidos tan pronto como

están maduros. No hay racionamiento de dulce en la temporada de melones. Así

que todos los que estaban fuera estaban decididos a proteger la parcela. Estaba

gritando y ahuyentando. El cohorte de adolescentes de catorce y quince años,

que habían estado en plena guerra con las malas hierbas en el recientemente

plantado campo de coles, cogieron sus azadas y se dirigieron hacia la peculiar

marcha, tan ordenadamente como una legión Romana.

Desafortunadamente para las fuerzas de Roma, ese fue el momento en que

Bonnie Príncipe Charlie12, el solitario y apestoso macho cabrío, movido por el

espíritu de inducción, se le metió en la cabeza la idea de unirse a su harem.

12

Sobrenombre de Carlos Eduardo Estuardo, posible heredero del trono de Inglaterra, Escocia,

Francia e Irlanda luego de la muerte de su padre en 1766. En 179 se vio involucrado en un plan

francés de invadir Gran Bretaña, que fue abandonado luego de la victoria naval de Gran Bretaña.

Bonnie hace referencia a “Bello” en escocés. Se hace referencia a este personaje porque siempre

tuvo fe en que la gente lo apoyaría en sus ideales y tuvo bastante impacto en la política británica.

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Incluso Roma no pudo conquistar Escocia, y no hay forma de detener a

Charlie cuando está motivado. Las cabras hembras estaban fuera, los melones

estaban esperando, la gente estaba gritando… ¿qué iba a hacer un macho cabrío?

Envistió contra la antigua reja hasta que se rompió, y luego pasó por encima de

los escombros y bajó corriendo la cuesta en nuestra dirección.

Y entonces…

Fue complicado mantener la atención. El macho cabrío corría como un

lobo en dirección a un corral de ovejas. Elián se dirigió en lateral hacia el campo

de melones para pararle. Levantó una sandía verde que debía pesar al menos

como una bola de cañón, la inclinó por encima de su cabeza y, con un grito

salvaje y rebelde, se la lanzó a Bonnie Príncipe Charlie. El proyectil tuvo una

precisión y una velocidad cercanas a las de escape. Golpeó a Charlie entre los

ojos. La cabra hizo un sonido rudo, se detuvo a considerar el asunto y luego se

desplomó.

Todos estallaron en aplausos. Uno de los chicos de catorce años lanzó un

melón demasiado maduro hacia una cabra hembra. Una naranja explotó.

En ese momento, las cosas empezaron a salirse de control.

Alguien —varios alguien— empezaron a lanzar melones a las cabras.

Charlie se tambaleó, tratando de ponerse de pie y una docena más de melones,

dos calabacines y un tomate, se dirigieron hacia él.

El tomate resultó ser de Elián. Se había movido a través de los melones y

estaba de pie en la sombra irregular de las enrejadas de los tomates, en donde

tomates de fin de temporada estaban cayendo de las viñas más rápido de lo que

podíamos recolectarlos. Le vi agarrar uno, los jugos goteando por sus mangas

blancas. Le vi apuntando hacia mí. Le vi arrojarlo.

Si llevase coletas probablemente tiraría de ellas, pensé, en lugar de

agacharme. El tomate se estrelló en mi oreja.

Entonces vino un momento que se sintió como una puerta a medio abrir.

No fue un sentimiento ligero. Había muchísimo caos, y muchísimo ruido

por las cabras. Elián estaba sujetándose en uno de los lados de las rejas, inclinado

por lo que esperé fuese risa, y no dolor. A pesar de eso, sabía que había ojos

puestos en mí. Era consciente, aunque tuve poco tiempo para pensarlo, que mis

compañeros me pedían que tomase una decisión.

Da-Xia atrapó m mirada, la diosa de la montaña, esparciendo felicidad y

destrucción, estaba sujetando un calabacín. Me lo arrojó. Yo levanté una mano,

gritando:

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—¡Xie!

Y el calabacín golpeó mi mano y se rompió en pedazos que me cayeron

por encima como la lluvia. Por instinto, cogí un pedazo y se lo lancé de vuelta a

ella.

Y con ello, la famosa dignidad de los Hijos de la Paz se rompió como una

reja ante las cabras. Arrojé un poco de calabacín a Elián. Lo golpeó entre los

ojos, y me reí y reí.

¿Tiene algún sentido describir una pelea de comida? Luchamos, usando

comida. Era como la Guerra de Tormentas: pequeñas batallas intensas que

deterioraron hasta convertirse en ataques cuerpo a cuerpo, o enormes uniones

estratégicas que disminuyeron la mitad de nuestra población, la mayoría de

nuestra munición y toda nuestra dignidad. Yo misma capitaneé el ataque a la

lechería, una gloria condenada al fracaso de un conjunto de piezas militares que

hubiese hecho que mis ancestros Stuart estuviesen orgullosos. Después de todo,

son más conocidos por perder batallas que por ganarlas.

Al final, sin embargo, nada de eso importó. De la misma manera que

habían hecho durante la Guerra de Tormentas, las máquinas inteligentes

decidieron que era el momento de salvarnos a nosotros mismos. Los

procuradores salieron.

Nos giramos hacia ellos, tirándoles fruta y rocas como jugando tiro al

blanco. Alguien incluso arrojó una calabaza a la cabeza del gran procurador

escorpión.

Pero la diversión se nos había ido de las manos. Algunas descargas,

distribuidas al azar; el saber de que estábamos siendo vigilados; el hecho de que

nos habían criado mejor (si no mejor, al menos diferente)… esas cosas nos

hicieron volver a la realidad. Los Hijos de la Paz no podían ser fácilmente tontos,

y nuestra tontería se derrumbó.

El anochecer nos encontró quietos y llenos de moretones, sentados por la

hierba en grupos o por parejas, comiéndonos la que había sido nuestra munición

—trozos de melón y sandía calentados por el sol color bronce. Incluso eso era

impropio de nosotros— comer de manera no estructurada, sin racionar, al aire

libre. Pero no podíamos desperdiciar tanta comida. Dispersos arriba y abajo en

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las terrazas del jardín, nos estiramos en la hierba recortada por las cabras y

fuimos felices.

Por mi parte me pedí uno de los mejores lugares en la Prefectura, apoyada

contra la pared del cobertizo, escondida de la visión del Panóptico. La hierba ahí

estaba menos quemada. Era un lugar más fresco y dulce, un pequeño oasis con

olor a trébol salvaje. Estaba a solas, sentada con las piernas cruzadas, cuando

Elián vino a sentarse a mi lado. Cogió uno de los trozos rotos de melón que yo

había recogido y se reclinó en un codo para comérselo, como un emperador

Romano.

—Gracias —dijo.

—Hay bastante… aunque podrías pedírmelo antes.

—No, quería decir gracias por dejar que esto sucediese. —Sonrió apartando

los labios del melón—. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto.

De hecho, lucía como una persona diferente. Sus ojos no parecían a la

defensiva, se veían muy dorados; su cuerpo no estaba encorvado, parecía que

sostuviese poder.

—Creo que una pelea de comida cae en la categoría de «conflictos de baja

intensidad que no se pueden evitar» —dije, y luego añadí—: Es una alusión. De

las Declaraciones. «Hay cierto nivel de conflictos inevitables de baja intensidad

que simplemente no me importan».

—Pero no lo lleves al límite —dijo Elián, asombrándome al citar el resto

del verso. Mi sorpresa debió mostrarse porque Elián me miró agriamente—. No

soy idiota, lo sabes. Si estuviese atrapado en una isla desierta, mi único libro sería

sin duda, Por Qué Te Atrapé en Esta Isla Desierta, Firmado, Tu Demente Robot

Jefe Supremo. Por supuesto que me he leído el maldito libro de Talis.

Nuestros ojos se encontraron entonces, arriostrados, asustados, pero los

procuradores no le lanzaron una descarga. Técnicamente podían ser inteligentes,

pero no eran sensitivos: no eran personas. Eran muy malos captando el

sarcasmo.

Dejé de retener el aliento.

—No creo que sea el libro de Talis, exactamente. Él es meramente citable.

—Oh, si —dijo, tomando un gran mordisco de melón—. Sin duda,

“citable” es la palabra que me viene a la mente.

Lo intenté de nuevo:

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—Lo que quería decir es que no tienes que darme las gracias. La batalla de

comida… tú la empezaste.

—La cabra la empezó —dijo él—. Pero tú, Greta, podrías haberla detenido.

—No estoy segura de eso. Parecía más bien un impulso.

—¿En serio? —Elián se limpió el jugo del melón de su barbilla con el

reverso de su mano—. ¿Estudias el poder pero no sabes quién lo tiene aquí?

Déjame darte una pista, princesa. Eres tú.

Y entonces llegó la descarga eléctrica. Después de que le dejasen pasar su

humor sobre Talis, Elián debió de haber bajado la guardia, porque el dolor le

sorprendió. Se sacudió, su codo se deslizó y se cayó de espaldas. Dejé caer mi

sandía y le agarré a tiempo de evitar que se rompiese la cabeza contra una

piedra. Aunque, no tenía nada en lo que apoyarle. Le hice tumbarse de espaldas.

—¿Elián?

No respondió. Dejó que su cabeza se girase un poco, su barbilla señalando

el cielo, dejando su garganta al descubierto, dejando que sus ojos se cierren,

pestañas negras enredándose. La posición fetal en la que estaba decía su

situación. Estaba absolutamente indefenso. Podía notar su pulso en las zonas

blandas de su garganta.

Eso hizo que algo se estrujase, se retuerza como un paño húmedo muy

dentro de mi interior.

Toda mi vida había sido tan cuidadosa, estando tan protegida, tan vigilada,

y ahí estaba él, abierto y… y… no podía pensar en qué más era ese “y”. Por una

vez, no era “estúpida”.

—Bueno, manipulación —dijo—. ¿No podrían haber dejado que esto

durase un poco más?

Y en mi interior me retorcí otra vez, porque estaba de acuerdo. Estaba de

acuerdo con él.

—¿Has sido tú, el que ha atacado al gran procurador? —dije—. Yo… yo

espero que fueras tú.

Elián no contestó. Tal vez no entendía cuánto significaba para mí decir eso,

ponerme del lado del disturbio. Él cogió un trozo de melón y lo alzó con las dos

manos, estudiando sus puntas y su cuenca.

—Toda esta conmoción sobre mí. —Giró su cabeza hacia mí y me dirigió

una sonrisa del revés—. Lo juro, en casa, era un don nadie.

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—Oh, vamos. ¿El nieto de Wilma Armenteros, un don nadie? Esa mujer es

una leyenda, quedándose corta.

—Lo sé, pero mi madre me mantuvo apartado de todo esto. Estoy bastante

cerca a ser un don nadie.

—Y causabas problemas a nadie, estoy segura. —Me moví a su alrededor

para que no tuviese que hacerse daño en el cuello al hablarme.

—Bueeeno —arrastró la palabra, alargándola y añadiendo una sonrisa de

suficiencia a conjunto—. Quizás un pequeño problema, aquí y allá.

—Aquí y allá —dije, intentando sonar estirada, y fallando. Me senté

mirando hacia abajo, hacia él.

Recostó el melón en su estómago y me examinó. Sus ojos estaban en

guardia de nuevo y yo sabía —solo sabía— que estaba a punto de hacer algo

muy desaconsejable.

—¿Qué hay de ti? ¿Alguna vez…te has escapado? ¿Te has metido en

problemas?

—No muy a menudo. —Soné estirada esa vez. Totalmente.

—¿Lo harías?

—¿Si haría el qué?

Sus ojos estaban serios. Incluso asustados. Pero su voz sonó tan dulce como

un melocotón.

—Escapar conmigo.

—Elián, fuera de este lugar soy una duquesa. Cualquier salida que

planeásemos involucraría a oficiales protocolarios.

Él rio —¿una risa falsa?— y escudriñó a su alrededor.

Estaba vigilando las líneas de visión.

Conocía esas líneas mucho mejor que él. Sabía que el Panóptico estaba

escondido tras la pared del cobertizo. No podía ver nuestros rostros. No

necesitaba girarme y mirar para asegurarme, y a pesar de eso, por culpa de los

nervios, me giré e hice exactamente eso. Porque de pronto sabía de qué hablaba

Elián. No estaba coqueteando conmigo en absoluto. O quizá sí, pero además,

esta charla de escapar…

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Había aprendido a hablar en el código de la Prefectura. Lo estaba hablando

en esos momentos. Y estaba proponiendo una huida.

El Panóptico no podía verle, no podía leer sus labios. Las pequeñas arañas

en su ropa podían escucharle pero no podían descifrar el total de su significado.

—Pero tenemos una cita que se acerca —dijo—, con un… oficial

protocolario.

Con un Jinete Cisne. Con una opresión enfermiza, la recordé: una amable

mujer con el cabello tan negro como un carbonero de capucha negra. Entraría en

nuestra clase. Diría nuestros nombres, los dos…

—¿Cuándo? —dije, porque eso era lo que me había estado preguntando

desde el primer instante en que le vi. ¿Sabía él que iba a morir, o solo lo

adivinaba? ¿Sabía cuándo?

La palabra había sido arrancada de mí con una fuerza brutal. Vi a un

procurador en la montaña de calabaza girase y observarnos. Sonreí cortésmente

por eso, por Elián, como si me sintiese alagada. Mis mejillas se estremecieron

durante la sonrisa.

—La tenemos —dije—. Tenemos una cita.

—Se está acercando rápidamente, lo sabes.

—¿De verdad?

¿Lo sabía él?

Mis manos estaban pegajosas por el jugo de la sandía. Las restregué contra

el áspero lino de mis pantalones de trabajo.

Elián se incorporó un poco y cogió una de mis muñecas, deteniendo el

movimiento, mirándome de la cabeza a los pies. Estoy segura de que intentaba

mirarme como un hombre mira a una mujer, pero pareció más bien como un

ingeniero mira el pilón de un puente. ¿Cuánto miedo haría falta para hacer que

el coqueteo de Elián fuese mal como en esos momentos? Mucho, pensé.

Aterrado. Él está aterrado.

—Así que, ¿qué piensas? —dijo—. ¿Estás lista para… un pequeño

problema?

Escapar. ¿Vendrías conmigo?

Tomé aire y dije:

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—No.

Parecía totalmente conmocionado, incluso traicionado.

Pero tenía que haberse dado cuenta, las Prefecturas eran inescapables.

Estábamos aislados, desarmados, abrumados. Tenía que haberse dado cuenta de

qué le pasaba a la gente que se enfrentaba a Talis.

—No —dije—, Elián, no podemos. No puedes.

—¿No? —dijo, en una voz que sonaba más como piedras que como

melocotones—. Solo obsérvame.

En lugar de responder, apreté mi mano alrededor de la suya. Él apretó la

mía de vuelta. Y entonces —de forma embarazosa, por nuestras manos

ajuntadas— me recosté a su lado en el campo de tréboles.

Nos estiramos ahí, mientras la tarde se desvanecía a nuestro alrededor.

No hablamos.

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Traducido por Mais

Tal vez es algo extraño que los hijos de los reyes y presidentes deban de

preocuparse por la vida sexual de un rebaño de cabras lecheras, pero al final de

Agosto, era tiempo de solo hacer eso.

Si uno tuviera que resumir la Prefectura en dos palabras, podría ser

«practicidad». (Uno también podría considerar «rigor académico» o tal vez,

«asesinato ritual»). El mundo entero es más práctico de lo que una vez fue. En su

totalidad, los humanos hemos aprendido la forma difícil en la que debemos

convertirnos en una cultura permanente, una cultura de cero carbón, y vivir en

la tierra sin dañarla. (Con el tiempo, mi gente, decían las Declaraciones. No

puedo salvar el mundo por mí mismo, ya saben). Incluso entonces, las cosas

varían por clase. Mis primos de la realeza —esas pequeñas condesas y pequeñitos

marqueses en sus plisados y tartanes reales— probablemente no pueden

solucionar sus propios enredos.

Si uno de ellos viene aquí como un rehén de un regente, estarán listos para

un golpe rudo.

Las Prefecturas pueden ser un hogar para los gobernadores, pero también

modelan el racionalismo ambiental, ejemplos al mundo. Con ese fin, los Hijos de

la Paz hacen crecer nuestra propia comida y mantienen a las gallinas y cabras. En

los graneros de la Prefectura, la mayoría de jóvenes príncipes han aprendido los

hechos de la vida. Como: no hay necesidad para más de un roedor. O una cabra

macho. Estos son (respectivamente) bulliciosos y olorosos, y dejados a su propia

sobrevivencia luchan por dominio. Así que, como el mismo Talis, nosotros

asesinamos a los problemáticos.

Pero la mosca en la sopa13 de este antiguo sistema es la endogamia

14.

Regresa a más de dos generaciones atrás con una sola cabra macho y te

13

Es una frase que significa que una sola cosa o persona puede malograr una situación que podría

haber sido positiva o divertida.

14 Razas cercanas, especialmente sobre muchas generaciones.

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arrepentirás. Por lo tanto, en los inicios de Septiembre, le inyectamos un poco de

sangre fresca —o, mejor dicho, otros fluidos vitales— en el sistema, a través de

los servicios de una cabra macho de un rebaño diferente. Alguien, generaciones

atrás, decidió que este grande evento debería ser conocido como La Visita de la

Realeza.

El otoño es la temporada de crianza de las cabras en cualquier caso, pero

para traer a todas las cabras hembras a un periodo sexual en la semana correcta,

recaemos en las apuestas. Ampollas de feromonas de cabra vienen en nuestro

transporte de suministros anual, con nuestra ropa, sal, medicina, papel, y una

serie de otras cosas que no podemos hacer por nosotros mismos. Las feromonas

son de dos clases. Abrimos los tubos delgados de vidrio de Esencia de Cabra

Macho y lo aplicamos a un paño15, que simplemente puede ser frotado alrededor

del rostro de las cabras hembras. Este es un negocio del olor, sin embargo, la

mejor mitad del trabajo. La otra mitad, una hormona sintética, debe ser

aplicada, debemos de decir, internamente. Desde el otro extremo. Ponlo de esta

manera: el día hormonal no es el realce de nuestro año.

Así que, vino el día cuando Elián tenía una cabra llamada Bug Breath en un

yugo, y yo estaba aplicando la crema hormonal, mi muñeca en lo profundo de

algo que imagino que las princesas de la antigüedad no solían hacer. Da-Xia y

Han estaban trabajando en otra cabra, a nuestro lado. Atta y Thandi habían

perdido el control de su cabra y estaban tratando de atraparla a través del

cobertizo de herramientas —podía escuchar el golpeteo de las cosas— y Grego

pretendidamente tenía dolor de cabeza.

Solo obsérvame, Elián había dicho. Había estado haciéndolo. Para escapar

de la Prefectura… uno podría también pensar en escapar de un barco en el mar.

Fallaría, y lo que sea que seguiría, estaba segura, sería una terrible y lenta sed.

Debería de detenerlo, lo sabía. Pero no lo hice.

Tampoco lo acusé.

En el silencio de mi corazón consideré lo que eso significaba. En algún otro

momento, hubiese ido directamente donde el Abad. Hubiese entregado a Elián

sin pensarlo dos veces. Pero había sostenido su mano en la luz de la noche desde

entonces. Había visto su pulso moverse en su garganta desnuda desde entonces.

Yo había cambiado.

Quería hablar con Xie sobre eso, o incluso con Thandi, si es que alguien

entendía los riesgos que Elián estaba corriendo en intentar un escape, sin duda

15

El término correcto es complicado de traducir pero se refiere a un paño que es rozado sobre un

ciervo en cielo para luego ser conservado y sirva para atraer a los machos.

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esa sería Thandi. Pero no podía pensar en cómo decirlo en código. Así que me

mantuve en silencio, y con miedo.

Aunque mientras tanto, Elián me trató como si lo hubiera traicionado. Él

estaba rígido, enojado. Incluso ahora, con la cabra encerrada —¿deberíamos de

llamarla íntimamente? — entre nosotros, él le hablaba mayormente a Da-Xia,

haciéndole pregunta tras pregunta como si quisiera callar cualquier posibilidad de

silencio. No podía creer que él necesitara saber por qué habíamos planeado

reproducir la mitad de las cabras de manera exógama16… él era un granjero de

ovejas, después de todo. Pero Xie le explicó el proceso de todos modos. Elián

preguntó por qué los dos grupos de razas necesitaban mantenerse separadas. Xie

respondió que las cabras tenían una intricada jerarquía e interrumpirla es

estresante para ellos.

No era lo correcto de él tratarme como si yo no estuviera ahí, así que me

metí en la conversación:

—¿Las ovejas no tienen un orden jerárquico?

Hubo un segundo en el que pensé que iba a ignorar. Pero logró una sonrisa

frágil.

—Nah, las ovejas son muy tontas, se pierden en un campo vacío. No

obtienes mucho de lo que llamas rica interacción social con las ovejas.

Da-Xia le lanzó una mirada astuta.

—Bueno, Elián, es un alivio escuchar eso.

Un insulto, con su insinuación de impropiedad sexual, pero Elián solo se rio,

genuinamente, contagiosamente, y ante su propia costa.

Terminamos con nuestra cabra y Elián atrapó a otra por los cuernos. Lo

hizo ver fácil, pero no lo era. Han estaba teniendo problemas. Xie tomó el

momento de balancearse hacia atrás en sus talones y estrechar su columna

vertebral en un arqueo. Luego rodó sus hombros hacia adelante y quebró las

articulaciones de sus dedos. Ella estaba —todos lo estábamos— sudada y sucia y

embadurnada con cosas no placenteras por remarcar.

—Así que —dijo Xie—, Realeza, Elián. ¿Te está gustando?

—Aún no soy un príncipe Xie. Pero esto es divertido, debo de admitirlo.

Podría hacer esto todo el día.

16

Un animal que ha nacido de un enlace en que los cónyuges pertenecen a distinto grupo.

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Colocó la cabra —era Bat Brain, nuestra trepadora de árboles— en un yugo

y luchó con ella, quedando Xie de rodillas. Sus patas se llenaron de tierra; los

músculos en sus hombros se elevaron y se redondearon. No quería que muera.

La risa de antes, o la situación pura del momento, había golpeado algo del

enojo fuera de él.

—¿De dónde obtenemos esta cabra príncipe de todos modos?

—Varía —dijo Xie. Y agregó—: La mayoría de las poblaciones remanentes a

través de Saskatchewan mantenía cabras. Pastoreo ligero es unas de las mejores

formas de vivir de la tierra en un desierto cercano. Usualmente obtenemos

nuestros machos visitantes de los equipos salvajes, de Saskatoon o Regina, a

veces tal lejos como Moose Jaw.

—Suenas exactamente como un libro de texto, ¿lo sabías? —dijo él—. Es

increíble.

—Es… —Era poderoso, eso es lo que era. Era una máscara. Podía esconder

casi todo.

Por instancia, una advertencia.

—Probablemente hay más cabras que gente en Saskatchewan —dije—. Son

como los equipos salvajes en las ciudades, y las bandas nómadas los ingenieros

reparadores del ecosistema en Cree en las altas praderas, pero nadie más.

Saskatchewan es grande y está vacío. Y sin recursos y habilidad, podría matarte.

—En tres a cinco días, diría yo —agregó Xie. Ligeramente. Podría jurar que

yo no había dejado que mi voz se deslice detrás de esa máscara de un libro de

texto, y aun así, podía sentir la atención repentina y envolvente de Da-Xia. Ella

sabía exactamente lo que yo estaba haciendo.

Han no.

—¿Tres a cinco días hasta qué? —preguntó Han.

—Hasta que uno se queda sin agua, lo más probable.

No pude evitar mirar el rostro de Elián como si miraba al Panóptico. Su

boca estaba rígida y apretada. Bajé la mirada rápidamente. La rodilla de Elián era

visible más allá del lado más pesado de la cabra… su rodilla y el nudo de

espasmos que era una araña debajo de su ropa. Sabía que estaría escuchando.

Sabía que estaba al filo —al filo más puro— de lo que posiblemente podía decir.

—Saskatchewan siempre fue marginal, pero después del gran cambio se secó

radicalmente, y el gobierno de Pan Polar decidió mover la población entera.

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Llenamos de rocas la entrada de la Bahía James y dejamos que el río lo convierta

en un nuevo Gran Lago, y la Orilla Hudson en uno granero. Era un modelo muy

bien estudiado de uso racional de recursos.

Mi voz fue leve pero le estaba rogando. Detente. No hagas esto. Por favor

no hagas esto.

—Racional —la voz de Elián se quebró. Sin advertencia, dejó ir a la cabra y

se puso de pie.

Bat Brain se lanzó a sí misma hacia atrás y luchó con sus patas traseras como

un semental entrenado para la guerra. Tuve que liberar mi mano así que lo

esquive casi muy tarde y no tuvo gracia: terminé desparramada en mi espalda. La

cabra se fue. Elián se alzó sobre mí y el Panóptico se cernió detrás de él.

—Estoy tan enfermo de lo racional. Dime algo racional, Princesa Greta. ¿Tu

madre te dejaría morir?

Plana contra mi espalda en la tierra, le respondí:

—Por supuesto.

A través de los siguientes días ese “Por supuesto” fue una ampolla en el

interior de mi boca. Elián me ignoró y yo a él. E incluso mientras las cabras

hembras se pusieron más calientes —uno podía decirlo porque hacían más bulla

que los roedores y empezaban a asaltar sexualmente los barriles de agua— me

encontré a mí misma pensando en esas palabras, reproduciendo nuevamente ese

momento.

Repitiendo el momento en que Elián me preguntó lo que no tenía derecho

a preguntar, lo que ningún hijo de la Prefectura jamás le había preguntado a

otro. ¿Tu madre te dejaría morir?

La mía sí. Por supuesto que sí.

Estaría desconsolada. Dudaría. Iría a la guerra solo si todas las demás

opciones fallaban. Las Prefecturas funcionaban. Hacía que el no tener estados

esté reacio a empezar guerras para obtener lo que necesitaban; hacía que el tener

estados esté reacio a rehusar demandas razonables. Pensar en ello como

negociaciones incentivadoras, decían las Declaraciones. Pienso en ello como

poner un poco de piel en el juego.

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77

Pero yo había estado en el Lago Erie. Era un poquito más que un pantano,

lleno de milos, manchados con las minas que reclamaban los metales pesados

que alguna vez se habían situado al final del lago contaminado. Cuando era un

lago.

Mi madre no dejaría que eso le suceda al Lago Ontario. Sabía que no lo

haría. Ella había nacido para tener la corona y había aprendido el coraje frío de

una corona. Ella sería apropiadamente reacia, pero si los Cumberlanos no daban

marcha atrás, ella no accedería a sus demandas. Me dejaría morir.

Por supuesto.

Y también, por supuesto, Elián había estado tramando algo, con esas

preguntas sobre las cabras. Había estado pescando información sobre la Visita de

la Realeza.

La visita de ese año fue por una familia salvaje fuera de Saskatoon,

tamborileros que clasificaban los escombros de la ciudad abandonada con la

ayuda de tambores rotativos del tamaño de las casas… los tambores por los que

eran nombrados.

Los tamborileros y su Visitante de la Realeza vinieron el primer día de

Septiembre. Sucedió que mi cohorte, por buena suerte, estaba en el corral de

Bonnie Príncipe Charlie en la cresta, moviendo las rejas para abarcar fresco

pastoreo. Podíamos ver la pradera abierta desde ahí.

Alzándose de este había una polvareda.

Grego la vio primero y se congeló, sus irises implantadas cerrándose de

golpe.

Han tomó su brazo.

—No tengas miedo. —Nadie más hubiese implicado que Grego tenía

miedo, pero Han lo hizo fácilmente, amablemente—. Será la Visita de la Realeza.

Y lo fue. Observamos al grupo lentamente venir a la vista desde el polvo,

una banda suelta de caminantes conduciendo cabras ante ellos, con palos largos.

Eran una extraña vista para que los ojos se acostumbren a los rangos y

clasificaciones de la Prefectura, hombres y mujeres e hijos, todos caminando,

juntos. Mientras se acercaban, podíamos ver que todos tenían sus cabezas y

rostros envueltos contra el polvo; podíamos ver sus largos sacos hechos de

residuos de ropa colorida, y adornados con pedazos brillantes de metal que los

hacía ver, a la distancia, como chispa en el agua.

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Nos quedamos de pie, juntos, en nuestra ropa blanca de rehén y los

observamos.

Mientras tanto, Bonnie Príncipe Charlie. El viejo macho estaba casi enojado

por el olor de las hembras, y enfurecido por el olor del próximo Visitante de la

Realeza. Las formas ovaladas de sus pupilas estaban amplias como las puertas del

infierno, y sus cuernos estaban cubiertos con los restos de las cosas que había

intentado destruir… alambre de rescate de la reja, alfalfa del comedero, un trozo

ensartado de calabacín. ¡Grah! Gritó. Estaba segura que era la forma de decir

¡Muere, pagano!

Los visitantes llegaron hasta casi una distancia al alcance de la voz. Como

veinte de ellos. Una mujer —la abuela o tátara-abuela, supuse— y un grupo de

adultos, adolescentes, niños, todos juntos, y arreglándose a sí mismos como

querían. Estaban conduciendo una docena de cabras hembras para ser

reproducidas con Charlie. El macho —el mismo Visitante de la Realeza— tenía

una escolta especial, una joven mujer rechoncha que lo sostenía como guía.

Charlie captó el viento de las ciervas. Grooouuu, gimió. (Idioma de cabra para

decir ¡Hubba, hubba17!).

La familia de tamborileros se dirigió hacia una piedra en particular, y se

detuvo.

—¿Por qué se detienen? —preguntó Elián, pero al siguiente momento

pudimos ver el motivo.

La cosa que había percibido como una piedra era una bola de procuradores,

todos entrelazados como serpientes hibernando. Se movieron y se dispersaron,

un par de docena de ellos, mayormente de la clase pequeña. Los visitantes

dejaron caer sus pertenencias. Los procuradores husmearon y olfatearon y

subieron encima de los bolsos. Las arañas de vivero, como las que atormentaron

a Elián, subieron encima de la gente.

—Están siendo rebuscados por contrabando —dijo Han.

—Sí, bajo el supuesto que eso es inteligente de hacer —dijo Elián—. Piensa

en lo que una buena bomba de fabricación cacera podría hacerle a este lugar.

Al siguiente segundo, por supuesto, él estaba de rodillas… conmocionado,

pero de alguna forma con los ojos llorosos con la idea de la bomba casera.

Entre los visitantes, una de las mujeres adultas tenía un bebé pegado a su

espalda. Mientras nosotros observábamos, una araña de vivero escaló por la

parte de afuera de la bolsa y se posó en la cabeza del bebé. Estaba

17

Leche de cabra, haciendo referencia a comida.

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probablemente revisando, aunque a esta distancia eso solo podía ser inferido.

Thandi apartó la mirada, y Da-Xia se veía enferma. Para ser honesta, todo el

tema me golpeó también, por lo intrusivo y excesivo. Ellos solo habían venido a

reproducir cabras. Elián se puso de pie de nuevo y expresó su incomodidad

arrastrando lentamente las palabras.

—Diablos. ¿Creen que estamos a salvo aquí?

—Las Prefecturas lo están —dijo Han. Qué desventaja, en este lugar, ser

malo con el sentido subyacente—. Talis los defiende. Recuerda a Kandahar.

—Es difícil de olvidar —dijo Grego, con el rostro sin expresión, aunque no

había broma.

Realmente, recordábamos a Kandahar. Hace doscientos años atrás, una

nación llamada el Kush había estrellado contra la Prefectura Siete en un intento

de recuperar su joven rey que estaba de rehén. Talis había respondido al borrar

su capital de la órbita. No había ni un palo que permaneciera en Kandahar, ni un

solo sobreviviente.

No debería de tomar un oráculo para interpretar eso, decían las

Declaraciones. Estos Hijos son míos. Tócalos y la gente estará hablando de ti por

siglos.

Grouuuuu, Charlie aulló, y el Visitante de la Realeza hizo sonar su

trompeta: ¡Graaallll! La mujer sosteniendo al macho visitante tomó unos cuantos

pasos tambaleantes hacia adelante, mientras la cabra se agitaba… y guía se

rompió.

El Visitante de la Realeza era un animal de buen tamaño, un macho cabrío

negro con blanco flameante, cuernos de fina curva. Empezó a correr hacia

nosotros con su cabeza hacia abajo, rápido. Bonnie Príncipie Charlie bramó, Han

chilló, Grego agarró a Han, Thandi gritó, Xie alzó sus manos como amenaza

divina, Atta se colocó en frente de Xie y Elián…bueno, por supuesto, dio un

grito ensordecedor y corrió hacia adelante. Atrapó al Vistante de la Realeza

volando de frente. Cabra y chico y procuradores fueron dando vueltas en una

rodadora de blanco y negro.

Cuando se aclaró el polvo, Elián estaba sentado en la espalda de la cabra,

con sus manos apretadas alrededor de un cuerno. Estaba con un ojo dañado y

una sonrisa ridícula, y riendo.

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Con sus credenciales heroicas como atrapa cabras firmemente en su lugar,

Elián se introdujo a sí mismo a la familia de tamborileros —asustado y silenciosos

como eran, ser atrapados en la extrañeza de la Prefectura— riendo en su coliflor

asado. La anciana tenía una risa que terminaba con un bufido como el soplo de

un ciervo. Incivilizado, sin duda, pero un sonido libre y salvaje. Se rio hasta que

tuvo que apartar su plato y recostar su cabeza en la mesa.

Permanecimos con el postre —nosotros, los Hijos, usualmente no teníamos

visitantes que no hubiesen venido a asesinarnos, así que teníamos la urgencia de

alimentarlos bien, aunque significaría después raciones reducidas de miel— y la

conversación de Elián creció en profundidad y más silenciosa. No podía

acercarme lo suficiente para escuchar porque los tamborileros estaban en

admiración por mí. Para ellos yo no era solo un rehén. Era la hija de su reina.

Los adultos seguían mirándome con reverencia y una clase de lástima. Uno de los

pequeños de hecho había hecho una reverencia, expandiendo sus faldas

brillantes y andrajosas. Cuando me llamó princesa, sonaba como una cosa a ser

adorada.

Así que fui reducida a observarlos desde el otro lado de la habitación. Noté

que el cabello de Elián estaba creciendo. Se formaba pequeños rulos en su cuello

y detrás de sus orejas. No hagas algo estúpido, pensé, intentando enviarle el

pensamiento a él. Aunque, francamente, parecía mucho pedir.

Xie vio mi mirada y me dio una sonrisa que no podía leer. ¿Era indulgente?

¿Triste? Tomó mi mano y me sacó fuera del refectorio y luego fuera del pasillo

de la Prefectura. El sol se estaba colocando y la luna llena estaba subiendo hacia

el este, sobre el río.

Estábamos casi fuera de tiempo.

Elián iba a tratar de escapar. Estaba segura de ello. Y estaba segura que lo

atraparían. Sin duda le harían daño, y no solo a él.

—Es extraño ahí esta noche —dijo Xie—. Es extraño ver a esas personas

hacerte una reverencia.

—El pequeño fue muy dulce. Pero los adultos… me miran como si fuera

una virgen sacrificada.

—Bueno, ahora que lo mencionas…

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Xie atrapó mi mirada y de pronto nos estábamos riendo, por un momento

olvidándonos todo sobre el Panóptico, sobre Elián, sobre la sed de Cumberland

y la próxima guerra…sobre todo. Esos pensamientos oscuros volvieron solo

lentamente, e incluso entonces, se sentían más ligeros.

Xie caminó por lo alto de la pared de piedra entre el césped y las terrazas

inferiores, caminó en el aire con sus manos expandidas, una niña de la montaña,

una diosa de la montaña. Era una tarde cálida, agitada con brizas, perlada de

insectos luminosos. Al final de la pared, ella buscó mi ayuda, y yo lo hice. Se

colgó de mi mano. Sus dedos envueltos alrededor de los míos, y mano a mano,

hicimos nuestro camino hacia el borde del césped.

—Sabes —dijo—, si te importa, probablemente podríamos encontrar una

forma para lidiar con la parte de «virgen».

Parpadeé hacia ella.

—Estoy segura de que habrán voluntarios. —Su voz era cálida, pero había

algo congelándose en su rostro. Usualmente podía decir qué estaba pensando,

pero ahora no—. Elián… adentro, tú lo estabas observando.

Y ella sabía el motivo. Había sentido su atención moverse hacia mí durante

el día hormonal, cuando había intentado advertirle a Elián: Saskatchewan te

matará. No podías escapar de la Prefectura.

No podía pensar en algo por decirle ahora, algo que fuera seguro.

—Lo estaba, supongo. Lo estaba observando. —Ayúdame Xie. ¿Qué

debemos de hacer?

—Elián, Elián —reflexionó Xie—. Él es irresistible, le daré eso. ¿Y tienes ni

idea de qué hacer con un chico irresistible, verdad?

—Sí, lo sé —protesté.

—¿Sí?

—No sé por qué la gente asume que los clasicistas son remilgados —dije—.

Los letristas Romanos, en particular, pueden ser bastante obscenos.

Xie hizo un pequeño sonido en su garganta, como una paloma.

—Como sucede, no estaba pensando de tu material de lectura.

Llegamos al final de la pared. Xie se sentó en la parte trasera redonda de la

piedra y abrazó sus rodillas contra su pecho. Yo me senté a su lado, y miré hacia

el Panóptico. Su esfera alzada aún estaba brillando rosada por el sol, aunque en

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el suelo, sombras se estaban juntando. Déjenlos pensar que estábamos hablando

de chicos. Lo estábamos haciendo, pero también, no lo estábamos.

Xie retiró el cabello de su rostro.

—¿Te acuerdas de Denjiro?

Lo hacía; por supuesto lo hacía. Denjiro había estado en una de las antiguas

cohortes cuando Xie y yo éramos pequeñas. Su país había estado deslizándose

hacia la guerra, y el mío lo estaba haciendo ahora, y él había…había usado una

horca para hacerlo. Hubo un montón de sangre.

—Todos estamos corriendo —dijo Xie—. A veces nos caemos.

—Si Elián… —Pero no había manera segura de decirlo. Si él se escapaba…

Denjiro. La teoría popular, con relación a la horca, era eso lo que había

plantado púas arriba en los lechos de sandía, escalado en un muro de la terraza

como el que estábamos ahora, y luego…

Todos estábamos corriendo. Denjiro había caído.

Si Elián se escapaba…no podía decirlo en voz alta, pero podía confiar en

Xie para seguir el salto de mis ideas.

—Si lo hace, será terrible.

Terrible para él. Terrible para todos nosotros.

Por un momento, Xie solo se quedó ahí, observando la luna, la briza del río

haciendo que mechones de su cabello bailen por encima de este, como un

penacho de nieve de una montaña.

—Aun así. Depende de él hacerlo.

Y lo era.

Iba a morir. Él merecía una oportunidad de hacerlo bajo sus términos. Sin

importar lo que nos costaría.

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Traducido por Manati5b

Llegamos al día en donde los tamborileros se debieron ir.

Elián estaba ahí en el desayuno. Estaba mirando su comida como si fuera

un examen de algebra, con igual concentración y desesperación. Tenía su cabeza

inclinada hacia abajo, sus cejas hacia arriba y su mano libre en un puño en su

rodilla. No era la postura más acogedora del mundo. Todos teníamos miedo de

tocarlo, no sea que nos golpeara o destrozara.

Cuando la campana sonó para enviarnos a los jardines, él se levantó con

un gran rechinido de su banco en el piso. Lo observé tomando tres manzanas del

recipiente de la puerta.

Salió delante de todos.

Tomé la mano de Xie y lo seguimos. Sus dedos estaban apretados. Ambas

teníamos miedo.

Pero cuando llegamos a los jardines, Elián no estaba a la vista.

Los tamborileros estaban levantando sus tiendas, empacando sus maletas.

No había muchos de ellos, y sin embargo, parecía en esos momentos ser miles. Y

mis compañeros rehenes también parecían multiplicarse. Había niños ayudando

a nuestros visitantes, niños atendiendo las cabras de los tamborileros, niños solo

robando un momento para sentarse a la sombra mientras el día comienza a

abrirse y arder.

Donde la mayoría de los días podría haber visto que había siete de

nosotros, y estábamos donde deberíamos estar, en este día en particular no

había esperanza.

Era la perfecta oportunidad para Elián y yo sabía que lo tomaría.

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Aun así, miré cada rostro y esperé encontrarlo. Esperaba al mismo tiempo

no encontrarlo. Esperaba que hubiese tomado algo mejor que tres manzanas.

Los tamborileros estaban envolviendo sus cabezas, colocándose sus gafas

ahumadas, encogiéndose en sus abrigos y mochilas. Miré hacia ellos de uno hacia

otro, pero no encontré a Elián. Poco a poco las cosas se fueron asentando, los

tamborileros se reunieron y los Hijos de la Paz encontraron sus grupos.

Lentamente se hacía claro: Elián se había marchado.

—¿Dónde está? —siseó Thandi.

Estábamos recogiendo canastas desde el cobertizo, saliendo a recoger

manzanas. Los seis de nosotros. Ahora era sumamente obvio que solo éramos

seis. Mientras en el refugio del dintel Thandi había exprimido la pregunta, pero

aún hacía que todos echemos miradas al Panóptico, verificando las líneas de

visión.

—No importa si me ven preguntar —dijo Thandi—. ¿En serio piensan que

no han notado que él se ha ido?

—¿Pero dónde está? —dijo Han.

—Ninguno de nosotros sabe —respondí. Porque seguramente si Elián no

me lo había (totalmente) dicho, él no se lo habría dicho a alguien.

Han se vio desconcertado, Grego asustado, Thandi furiosa… otro de

nuestros prefabricados momentos. Estábamos presionados, juntos, fuertemente

anudados en la puerta, como si eso fuera a protegernos. Sabíamos que no lo

haría, pero difícil no tener esperanza.

—Deberíamos de llamar al Abad —dijo Han, incluso mientras Thandi

decía—: Deberíamos de entregarlo.

—Eso no nos da algo —dijo Grego.

Y Da-Xia giró su rostro hacia el cielo abierto y dijo:

—Déjenlo que tenga cualquier tiempo que tenga.

Mientras lo decía, las campanas empezaron a sonar por encima, repicando

el desastre, como fuego, como una llamada a las armas.

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—Sip, se terminó el tiempo —dijo Thandi.

—De hecho —dijo el Abad, saliendo de la esquina—. Si pueden venir todos

conmigo. —Hizo que su boca se curvara un poco hacia arriba, una fría parodia

de una sonrisa—. Tenemos un invitado.

El Abad nos hizo sentarnos en el césped. Los tamborileros no estaban a la

vista, pero tenían que estar por los alrededores… nuestra Visita de la Realeza

estaba comiéndose nuestras sandias. Los Procuradores estaban arreando al resto

de los Hijos de la Paz dentro. Era medio día. El sol caía a plomo. Las campanas

cesaron, y todavía estábamos sentados ahí, inmóviles. Mi estómago se sentía

apretado y enfermo. El Abad se paró enfrente de nosotros con sus manos

dobladas. Nadie dijo algo.

Entonces, de repente, movimiento. Uno de los tamborileros llegó

tambaleándose hacia nosotros, a través del césped. En sus talones estaba el gran

procurador escorpión. Podíamos ver por la forma en que saltaba y se

tambaleaba que la estaba arreando con electricidad… empujándola a lo largo

como si fuera una cabra.

Ella llegó a nosotros, jadeando. Sus ojos estaban amplios y su boca se abrió

con miedo puro.

—¡Yo no hice nada! —jadeó—. ¡No lo hice!

—Esta es Hannah —dijo el Abad suavemente, y mayormente hacia

nosotros—. Parece que Hannah ha perdido sus zapatos.

Miramos hacia los pies de Hannah. Estaban desnudos. Y grandes para un

pie de chica.

—No lo hice, no lo hice. Por favor…—rogó la niña. Era de nuestra edad,

pero sin nuestra formación, se veía como un niño. Había pequeñas ampollas

frescas arriba y debajo de sus tobillos desnudos… puntos de quemaduras

eléctricas.

—Has perdido tus zapatos, y a su vez a mí me hace falta un rehén —dijo el

Abad—. Parece una extraña coincidencia Hannah. —No estaba mirando a

Hannah, sino directamente hacia nosotros.

Miré hacia mis propios pies, vestidos en sus tabis. Finalmente, finalmente

pude ver el punto de los tabis: uno no podía llegar muy lejos con tan poca

protección en nuestros pies.

—Que más está extraviado, me pregunto —dijo el Abad—. Límpiate la

nariz, Hannah, querida. Necesito un inventario.

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—Padre Abad —dijo Xie tentativamente. El procurador arremetió contra

ella, haciéndola gritar e inclinarse hacia atrás, sin aliento. Sin delicadeza, palabras

valientes serian parcas a cualquiera esta vez.

El procurador se hizo hacia adelante, empujándose a sí mismo hacia las

faldas del abrigo de viaje de Hannah. Uno de sus brazos múltiples articulados

levantó el abrigo a un lado, luego se insinuó a sí mismo alrededor de su tobillo,

envolviéndolo como un brazalete. La chica se quedó inmóvil, congelada y

temblando. Desde donde estábamos, sentados a sus pies, pudimos ver la

propagación de la mancha de orina derramándose a lo largo de su pierna.

—Ahora Hannah, trata de pensar —dijo el Abad. El agarre del procurador

estaba creciendo más apretado. Apretado—. No hay muchos de ustedes que no

conozcas. ¿Qué más está desaparecido? ¿Pieles de agua? ¿Mochilas? ¿Un mapa?

—¡Nosotros no lo ayudamos! —gritó Hannah.

—Yo…—empezó el Abad, y luego se detuvo, como si algo le hubiera

golpeado en el hombro. Había, de hecho, nada a la vista—. Pónganse de pie

Hijos —dijo—. Hay algo que Talis quiere que vean.

Los grandes ojos de Xie reflejaron los míos.

No lo dejes estar muerto. Podía sentir a mi estómago subir hacia mi

garganta.

No nos hagas ver como lo matan.

—Vamos —dijo el Abad—. Se lo perderán.

¿Y que más podíamos hacer? Nos levantamos.

Bajo la dirección del Abad, nos paramos en una línea, como un equipo de

tiro. Nos encaramos a la pradera abierta, sur y oeste.

Nada sucedió, y nada. Y luego… el sonido de las pesadillas. Un destello y

un choque más fuerte que un relámpago. Un chisporroteo como si el aire mismo

estuviera en llamas. Fuego de armas Orbitales.

Nunca las había escuchado en mi vida. Ninguno de nosotros lo había

hecho. Pero por supuesto las conocíamos, por un millar de videos. Eran icónicas.

Eran historia. Fue aquí.

Thandi se sacudió hacia atrás, chocando conmigo, y Gregori de hecho

chocó contra el suelo, colocando sus manos sobre su cabeza. Un segundo golpe

llegó: luz, luego una fracción de segundos después, el chasquido de una

explosión. La luz era la misteriosa azul Cherenkov radiada por partículas

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aceleradas. Destelló, breve y cegadora, y cuando nuestros ojos se aclararon,

pudimos ver la columna de nubes crecer, una flecha derecha, todo el camino

hasta el borde del espacio.

Primero una luz y luego una nube, un pilar de nubes durante el día.

Lo siguiente que supimos, las arañas gantry de la aguja de inducción,

pudieron ser vistas hormigueando cuesta abajo, golpeando el punto de impacto.

Elián. Por supuesto fue Elián. Todos lo sabíamos. Lo sabíamos, incluso antes

de que lo trajeran de vuelta de la punta de la montaña, vestido como un

tamborilero y pisando fuerte en los zapatos de Hannah.

—Ahí estamos —dijo el Abad.

—Gracias Hannah. Déjales saber a tus padres que estaremos en contacto.

El procurador dio un paso hacia atrás, y la niña tamborilera nos abandonó.

El Abad la observó perderse de vista, y luego se giró hacia nosotros, un

grado a la vez, como una carraca. Sonrió.

—Bueno, entonces, mis Hijos. ¿No es esto una interesante visión de la

historia? ¿Vamos a darle un vistazo?

Ninguno de nosotros quería darle un vistazo. Ninguno de nosotros se

atrevía a decirlo. Nuestra pequeña línea ordenada de ejecución se había

agrupado, el gran sonido del arma orbital nos había hecho apretarnos unos con

otros. Han estaba ayudando a Grego a levantarse del suelo.

—Vamos entonces —dijo el Abad, y levantó una mano—. Los

procuradores parecieron fundirse en las paredes y hormiguear alrededor de

nosotros. —Será instructivo—.

Así que fuimos… seis niños de blanco, siguiendo a un viejo, robot

chirriante, que fue encontrando el camino con un palo. Probablemente parecía

idílico desde la distancia. Si no podías ver la multitud de máquinas que

hormigueaban en lo profundo de la hierba alrededor de nosotros, asustando a

los saltamontes en todos lados.

Seguimos el camino de donde los tamborileros habían venido, un camino

débil a través de pradera que nos llegaba hasta la cintura. Los pastos estaban

marchitos y rígidos con el calor del final del verano, las bayas de búfalo y las

ramas de las artemisas tenían las puntas espinosas. Ellas arañaron nuestras

muñecas, la parte de atrás de nuestras manos. El terreno accidentado se

presionaba a través de nuestras delgadas suelas de nuestros tabis.

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A un ciento de metros, doscientos, tan lejos de la Prefectura de lo que

ninguno de nosotros había estado. Trescientos metros, y entonces el camino

terminó.

En frente de nosotros un cráter se abría, un recipiente poco profundo de

tierra desnuda, de mil pies de ancho. Calor todavía se levantaba de este: olía

como a horno.

Derramado en él, como si hubiera sido dejado caer en el borde, había tres

manzanas.

No quedamos al borde del cráter. Thandi estaba más cerca de mi, y estaba

temblando… olas de temblores salían de su piel, como las ondas en el aire sobre

el sitio de impacto.

¿Qué había hecho Elián, tan públicamente… nuestra cohorte seria castigada

por ello. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? Este cráter, tan extraño, tan caliente, tan

lleno de posibilidades. Podría ser instructivo.

Y era diferente. Diferente de cualquier cosa a lo que estábamos

acostumbrados. Diferente de cualquier cosa que habíamos practicado. Diferente

de cualquier cosa que sabíamos que podíamos soportar. Thandi no estaba sola

en temblar de terror.

Pero el Abad no hizo nada.

El Abad. Mi profesor y mi protector, tan querido para mí como…como…

No podía pensar en una comparación. Él nunca me haría daño. Nunca me había

hecho daño.

Aunque supuestamente había ordenado herirme.

Había hablado con Hannah como si estuviera encariñado con ella.

Y había hablado con Talis, en el silencio de su elaborada mente.

Decían las Declaraciones, Estos Hijos son míos.

Nos pusimos de pie a un lado del cráter en silencio, temblando en el calor.

Luego regresamos a la Prefectura. Elián no estaba en ningún lado para ser

encontrado.

En los despachos, más tarde, leí que Talis había demandado la sangre de los

tamborileros por interferir, y que la familia había elegido rendirse, no Hannah,

sino la anciana.

Es sólo la realeza que se vuelve sobre sus hijos.

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89

Traducido por Wan_TT18

El castigo que habíamos estado esperando llegó al día siguiente, antes de

que Elián hubiera incluso regresado a nosotros. Era, como esas cosas por lo

general eran, muy simples. Las ventanas no se podían abrir. Atta intentó una vez,

dos veces, luego se volvió hacia nosotros con un encogimiento de hombros

elocuente. La puerta del salón se cerró por sí misma.

Calor iba a ser, entonces. No el calor abrasador y los humos extraños del

cráter —no lo que habíamos temido— pero era calor no obstante. Bien.

Habíamos sobrevivido a eso antes. La temperatura ya se arrastraba cuando el

Hermano Delta se arrastró dentro. Sin comentarios se lanzó a una discusión

sobre el uso del ritual en la limitación de las guerras.

Hay un sentido en el que la guerra no es más que ritual: el cambio mágico

de sangre en oro o petróleo o agua. Ha habido culturas enteras cuya noción de

guerra no era muy diferente de la noción de religión o deporte. Por ejemplo, Las

Guerras de Flores de los Aztecas, eran rituales seculares cuya intención era

producir prisioneros para el sacrificio religioso. Cuando llegaron los Españoles,

pensaron que los Aztecas eran salvajes debido a que las Guerras de Flores no

habían dado como resultado la muerte al por mayor.

Una extraña noción de salvajismo.

Talis nos había empujado de nuevo hacia los Aztecas, insistiendo, por

ejemplo, en limitar el alcance efectivo de armas a cien yardas. Estoy hablando de

pistolas, ballestas, decían las Declaraciones. Infiernos, traigan de vuelta los

sables… esos eran geniales. Si quieres sangre, entonces la quiero toda sobre tus

manos.

Mientras que la habitación se calentaba lentamente, discutimos las

diferencias emocionales entre el combate cuerpo a cuerpo y lo que antes se

llamaba «la moralidad de la altitud», la abilidad de los pilotos y operadores de

aviones no tripulados para matar a decenas de miles de personas sin mirar

cualquiera de ellos a los ojos. ¿Cuál era más salvaje?

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La primera regla de Talis de guerra: hazlo personal.

Mis manos estaban húmedas por el calor. Las limpié en mis muslos.

La ritualización de la guerra es un tema inagotable. La charla se prolongó

durante horas, durante toda la mañana. El calor nos rodeó como una marea

entrante. Da-Xia puso los pies en alto y ella misma se metió en medio de las

flores de loto. Eso no parecía que la fuera a ayudar.

Las campanas sonaron, pero el Hermano Delta ni siquiera se detuvo.

Observamos a los niños más pequeños haciendo fila en los jardines mientras él

presionaba la discusión hacia los rehenes en concreto. Tokugawa Ieyasu, el

primer shogun18 Tokugawa de Japón, había pasado su infancia como rehén.

Como jóvenes príncipes, Vlad el Empalador y su hermano habían sido tomados

como rehenes por el sultán Otomano para garantizar la cooperación de su

padre.

—Oh, sí —dijo Grego—. Y esto funcionó tan bien. La historia lo recuerda

como "el Empalador" sólo porque él inventó el shish kebab19.

—¿En serio? —dijo Han.

Atta —de la parte del mundo de Vlad— apenas hizo un ruido.

—Basta —ladró Thandi—. Basta, no es gracioso. —Ella brillaba por el

sudor, y no dejaba de mirar el escritorio vacío de Elián como si quisiera

prenderle fuego con sus ojos. Un procurador subió y se sentó allí, y Thandi se

volteó. Había otro procurador en el techo, y un par en la puerta—.

Los chistes persistieron.

Aumentó el calor.

El Hermano Delta me llamó por un resumen de la tradición Romana de

rehenes, que era extensa. Los Romanos tomaban rehenes por las genealogías…

los mil hijos nobles de los Aqueos, por ejemplo, durante la guerra contra Perseo

de Macedonia. Estos habían incluido el historiador Polibio, cuyo padre…

Pero me encontré respirando por la boca, tratando de mantener la calma.

Polibio, quien…

No podía recordar.

Atta pasó su manga por la ventana empañada y chupó la humedad en su

puño. El sol se había girado hacia el oeste y ahora estaba vertiéndose sobre su

18

Fue era un rango de dictador militar en Japón durante el periodo de 1185 a 1868. 19

Es un plato turco hecho de cubos de carne a la parilla.

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escritorio, y el de Gregori. Grego estaba rosa, los capilares de su piel se

destacaban cruelmente. Sus ojos estaban acaparando entre oscuridad y luz,

mientras él revoloteaba en el borde de la conciencia.

Fuera de la franja despejada de la ventana, vi a los de doce y trece años de

edad acumulándose llenos de calabacines en grupos para alimentar las cabras. El

día en que las cabras se nieguen a comer calabacines, nosotros los humanos

tendremos que renunciar a toda pretensión de dominación sobre el mundo

agrícola. Las calabazas habrán ganado.

Por un momento me podía imaginar vívidamente la Guerra Mundial de

Calabazas.

Calor. Me estaba resbalando.

—Rehenes —dijo el Hermano Delta y, luego, Gregori se desmayó.

Atta… él estaba en silencio, pero no era estúpido y podía medir las cosas

tan rápidamente como cualquiera de nosotros, y reaccionar más rápido que

alguien, excepto con la rápida y elegante Xie. Atta se deslizó de su silla y cogió a

Grego en su camino hacia el suelo. Él recostó el cuerpo en el suelo delante de los

escritorios. La parte superior del samue de Gregori estaba tan mojada de sudor

que dejó una marca oscura en el suelo de piedra gris. Se veía tan…

—Siéntate, Atta —dijo el Hermano Delta.

Atta no lo hizo. Se agachó ahí, sosteniendo la mano inerte de Grego, su

pulgar encajado en el punto de pulso. ¿Por cuánto tiempo iba a durar esto?

¿Hasta que todos estuviéramos en el piso? ¿Podría Grego durar tanto tiempo?

Han, también, estaba a medio camino de su silla, con el puño en sus dientes, su

rostro desnudo horrorizado, como si Grego estuviera muriendo frente a

nosotros.

Muriendo. Pero seguramente no lo harían…

Me puse de pie.

Sentí todas las miradas en mí.

—Hermano Delta —dije.

Nuestro profesor se volvió hacia mí. Se alineó con precisión. No ensanchó

sus iconos de ojos, como lo habría hecho el Abad. Estaba enfocado en mí y ni un

pelo de él era humano.

—Greta —dijo la cosa.

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—Esto tiene que detenerse —respondí.

Delta marcó.

—Siéntese, por favor, Greta.

En mi codo, el procurador sobre el escritorio de Elián se alzó lentamente.

—Esto tiene que detenerse.

Yo estaba demasiado caliente, demasiado aturdida, demasiado enferma

para decir algo más. Pero no me senté, tampoco. Me mantuve firme aun cuando

el procurador dio un paso —clic, clic, clic— hacia mí.

Y luego, de repente, había sonido a mí alrededor. Sillas raspando piedra,

ropas agitándose.

Da-Xia, Thandi, Han. Atta impulsándose del piso. Todo el mundo, todo el

mundo se había puesto de pie. De repente, todo el mundo se había levantado.

—Hijos —dijo el Hermano Delta. Una vez más no había estrechamiento de

labios, ni ensanchamiento de ojos. Había sido aterrador hace un momento.

Ahora era como ser regañado por un perchero—. Hijos.

—Suficiente —estalló Thandi y se volvió y salió de la habitación. La puerta

se abrió para ella, y se quedó abierta.

El silencio fue impresionante.

—Da-Xia —dijo el Hermano Delta después de un momento—. ¿Podría ir a

ver si Thandi está bien?

Da-Xia asintió, y luego salió corriendo de la habitación con sus puntos de

manga flojos y aleteando. Se movía como una figura de un mito, como algo con

alas.

Calor… mi cabeza daba vueltas. Pero la puerta seguía abierta. El aire frío se

arremolinaba en torno a nuestros pies. Las ventanas vaporosas se aclararon.

—Siéntense, Hijos —dijo Delta.

Nadie lo hizo.

—Creo que eso ha hecho suficiente, Delta. —La voz en la puerta hizo que

nos giraremos. Era el Abad, su cara-pantalla se oscureció, sus ojos suaves y

reflexivos—. Hijos, ¿quieren ayudar al Sr.Kalvelis? Es su campana para la

jardinería.

Atta recogió a Grego. Y no nos inclinamos. Simplemente nos fuimos.

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Han y yo abrimos el camino a los jardines, y Atta llevó a Grego en sus

brazos.

Había una bomba manual por el cobertizo de herramientas: una antigua

cosa de hierro salpicada con pintura de color rojo sangre. Bombeamos la tierra

fría y agua oxidada; bebimos y bebimos. Usamos nuestras manos para frotar el

agua sobre Grego, y poco a poco lo instamos de nuevo a la vida. Lo apoyamos

contra la terraza, en su escasa sombra. Y entonces —¿qué otra cosa podíamos

hacer?— plantamos ajo.

Estábamos plantando donde habíamos cosechado las patatas. Dónde Elián

había estado, y dicho: “Yo soy Espartaco”. Dónde había caído, gritando.

Pero durante todo el día, no vimos a Elián.

O Thandi. O Xie.

A Elián se lo habían llevado para castigarlo, obviamente. Y Thandi, que

había salido de la habitación como agua que estalla un dique. Por supuesto que

se la habían llevado a Thandi. Pero Xie había hecho nada. Ella era…no inocente,

porque no lo éramos, pero era inocente en esto. Habían tomado a Da-Xia

porque…

Yo sabía en mi corazón que la habían tomado en mi lugar. Me había

levantado cuando no debería haberlo hecho, y necesitaba ser abofeteado de

vuelta. Se habían llevado a Xie para hacerme daño, y lo habían logrado.

Y solamente Dios sabía lo que le estaban haciendo a ella.

Tan pronto como sonó la campana para dejarnos entrar, empecé a buscar.

Da-Xia no estaba en las cocinas. El miseri estaba vacío.

Desesperada, me fui a nuestra celda, y allí la encontré, recostada en la

cama, inerte, como si estuviera febril.

—¡Xie! —El nombre salió de mí, como si me hubieran golpeado en el

estómago.

Me podría haber doblado, anudado alrededor de alivio y terror. Pero ella

me miró como ida y dijo nada. Sus pequeñas trenzas se extiendían sobre la

almohada de las Naciones Unidas, azul, lacio y oscuro. Me senté en mi propia

cama. La celda era tan pequeña que podía llegar a su mano, cama a cama.

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Aunque ella no me dio la mano. No estaba mirándome. Todos nuestros códigos

y conexiones habían caído. Me sentía a la deriva.

—Xie —susurré.

Nada.

El techo de cristal sobre nosotros parecía marcado, como una cabeza de

microscopio, cada vez más cerca. Las grullas de origami se torcieron en una brisa

que no podía sentir. La habitación estaba luminosa y caliente y quieta. Y mi

mejor amiga yacía como si estuviera muerta.

El silencio fue muy largo, demasiado. Me incliné hacia adelante y puse mi

mano sobre la suya. Todavía no se movió, pero habló, habló como si le hiciera

al techo.

—¿Lograron insertar el ajo?

—Lo hicimos —le dije—. Grego necesitaba un poco de descanso, pero me

ayudó con la última bandeja. —Da-Xia estaría —normalmente estaría—

preocupada por Grego, a quien había visto por última vez derrumbado en el

suelo. Yo pensaba que iba a estar aliviada, pero ni siquiera parpadeó—. Las

extrañamos a Thandi y a ti. —Yo estaba pescando por mis propias palabras

tranquilizadoras—. Y Elián, por supuesto.

Da-Xia dijo nada.

—Xie —dije, y escuché mi voz quebrarse.

Y luego, finalmente, habló. Su voz era plana y llana.

—Hace una generación, los Estados de la Montaña Glacial, cerraron sus

puertas de embalses del sur y dejaron que lo que quedaba de Bangladesh se

desvaneciera en una tormenta de cólera. Dos millones de personas murieron.

Ellos no tenían suficiente agua para mantener sus manos limpias, y murieron.

Su voz era como una máscara sin rostro debajo de ella.

—Nosotros hicimos eso —dijo—. Mi padre hizo eso. Tenía diecinueve

años.

Sentí mi barbilla levantarse y un nudo en la garganta. No fue un gesto de

orgullo, sino un sentimiento de miedo.

—Cumberland tiene sed —dijo. Estaba mirando justo hacia el Panóptico, y

ella estaba hablando con demasiada claridad—. Es tan cruel, la sed.

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—Xie, detente. —Me deslicé hacia adelante y me arrodillé junto a su cama.

Las losas magullaron mis rodillas—. Tienes que detenerte.

—A veces me escapo —dijo.

—¿Qué?

—A veces, salgo por la puerta y miró la parte más brillante del cielo hasta

que no puedo ver algo más. Me canso de ver. Así que me escapo.

Hablaba como si lo dijera directamente al Panóptico.

—El sexo es lo mismo —dijo—. Cuando estoy jugando a los coyotes. Estoy

mirando hacia el sol.

De repente Xie estaba hablando más rápido, su voz tambaleante.

—Tú crees... Que no te entiendo, Greta. No sé por qué no puedes verlo.

Elián… él no está siendo enseñado. No está siendo disciplinado. Está siendo

torturado.

—Da-Xia, detente. —Desesperada, me incliné hacia delante, como para

cubrirla con mi cuerpo, para interponerme entre ella y el Panóptico, para darle

ese refugio. Aunque eso no sería suficiente. Podía haber fallos en cualquier lugar.

En las grietas de la piedra. En nuestra ropa. Nuestra piel—. Vuelve, Xie.

—Está siendo torturado, Greta. Justo en frente de nuestros ojos.

—Lo sé. Ya lo sé.

Aunque no lo sabía. No hasta que lo había dicho en voz alta.

—Ni siquiera es el primero —dijo. De cerca, pude ver que estaba llorando–.

¿Sabes lo que le hicieron a Thandi cuando llegó aquí? Utilizaron adormecedores,

usaron drogas. Y no puedo dejar de ver…

Su mano estaba cerrada en la mía. Levanté mi otra mano y limpié sus

lágrimas.

Da-Xia tenía ojos. Ella vio cosas.

Pero cuando vi a Thandi la mañana siguiente, ella era la misma que siempre

había sido.

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Utilizaron dreamlock, Xie había dicho ayer. Por supuesto, sólo porque lo

había dicho ayer no significaba que había sucedido ayer. Había sido hace años.

Aun así, me preguntaba cómo no me había dado cuenta. ¿Estaba realmente tan

ciega? Había tenido solamente diez años cuando Thandi fue traída como rehén,

pero aun así: podía leer Griego, a los diez. ¿Leer Griego, y perderme esto? Y

ahora. ¿Había un poco de gel, tal vez, en el cabello alrededor de su sien?

Pero me quedé mirando fijamente a Thandi, y juré que no había cambiado.

Y, por último, Elián.

Elián se perdió —fue retenido durante— las conferencias y el almuerzo. No

fue sino hasta después de la quinta campana que salió. Los seis de nosotros

estábamos trabajando en ese momento bajo los enrejados de calabaza,

empatando redes alrededor de las calabazas para que no se tire de las vides

abajo con su peso. Se me ocurrió mirar alrededor, y vi a Elián bajando la cuesta

hacia nosotros.

Lancé una mirada a Da-Xia, pero ell tenía su rostro levantado hacia el cielo.

Me di la vuelta a Elián. Míralo, dije. Mira. Así que dejé de trabajar, y lo vi venir.

Había algo vulnerable en su forma de caminar, como si estuviera

recordando cómo hacerlo, llamando a cada pieza del movimiento del software.

Cuando vino bajo el enrejado, se detuvo. Se quedó allí balanceándose.

Lo miré. Se me quedó mirando fijamente.

—Me gusta tu cabello –dijo. Su samue estaba deshecho, cayendo por su

esternón, batiendo suelto en sus muñecas.

—Deberías atar tu camisa —dijo Han—. Hay garrapatas.

Elián no parecía escuchar.

Pude ver el interior suave de sus antebrazos; débiles ramificaciones de

marcas, fantasmas de moretones donde la electricidad había seguido los nervios

bajo su piel. Esto era más de lo que me había pasado a mí, a todos nosotros.

Esto era más; esto era diferente. Y no lo había notado.

—Elián —dije—. Ata tu camisa.

Elián asintió y luchó con el lazo en su muñeca. Bueno, es en verdad difícil

de hacer —el truco es usar los dientes— pero no pudo y luego simplemente se

quedó ahí con la pequeña tira de tela en la mano. Su parte superior colgó

abierta. Podía ver las hendiduras donde las costillas unían el esternón, como

huellas digitales en arcilla. Había perdido peso.

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La tortura haría eso, dijo una voz dentro de mí. Era tan… extraño. La

forma en que estaba ahí de pie. La voz en mi cabeza que no parecía la mía. Me

sentí como si me hubieran poseído. Mi propio yo era frío y pequeño y

silencioso. Algo más grande y más salvaje lo había empujado a un lado.

—Déjame ayudarte —dijo la parte de mi más sabia.

Elián se puso como un niño pequeño y me dejó atar los lazos en sus

muñecas. Y aun así no se movió. Así que llegué dentro de la envoltura de su

samue para hacer el lazo interior. Mis manos se deslizaron sobre sus costillas.

Tenía la piel caliente y seca. Los procuradores arácnidos se deslizaron sobre mis

dedos. Pero en un momento lo tuve vestido.

Elián dejó que la parte superior de su cabeza se incline hacia adelante, hasta

que su mejilla se presionó contra mi frente.

—Realmente me encanta tu cabello —dijo.

¿Se había ido?, ¿Se había roto su mente?, ¿Lo había perdido antes de haber

aprendido a verlo? Pero incluso mientras me lo preguntaba, él levantó la mano y

la apretó con fuerza contra mi oído, volviendo la nariz en mis trenzas y

aplastando la cabeza entre su rostro y su mano.

—Es demasiado —susurró, en el cabello que amaba—. Es demasiado,

Greta. Van a matarme.

—No voy a dejarlos —le dije. Y no sabía en lo que me había convertido,

pero sabía que lo decía en serio.

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Traducido por Candy27

Entonces, mi corazón empezó a ponerse en contra de la única verdad que

había conocido.

Lo sentí volverse. Sentí el latido de Elián martilleando contra el mío

mientras le sujetaba. Era como sujetar un pájaro: era tan frágil, todo temblando

y vibrando. Le sujeté tanto tiempo como me atreví —sabiendo que el Panóptico

estaba observando, sabiendo que eventualmente los procuradores vendrían— y

luego separé mi cuerpo del de él. Le guié por debajo de las calabazas y le puse

un poco de red en su mano.

Lo miró. Me miró, sus ojos desconcertados.

Entonces tomó una gran respiración temblorosa y empezó a trabajar.

Se tomó un tiempo para recuperarse, por varias horas sus movimientos

tuvieron una deliberada cualidad extraña, como si hubiera estado golpeando

ciegamente. Desearía que pudiera descansar, pero era imposible, y él sabía que

era imposible, así que trabajó. Atamos las calabazas. Cosechamos los primeros

calabacines y los últimos melones. Tiramos de los puerros tempranos. Regamos

los ajos de ayer. Durante toda la tarde nada inusual pasó, excepto que Elián

mantuvo su boca cerrada y sus procuradores no lo hirieron.

En el calor de la tarde, fuimos dentro, y allí el Abad estaba de pie

esperando.

El transepto estaba sombrío después del resplandor de Septiembre, un

abierto y vacio espacio, todo de piedra, como un gran recibidor sin esplendor.

En él el Abad parecía bastante pequeño, y bastante fuera de lugar, una máquina

entre todos esas piedras humanas cortadas a mano.

Elián vio al viejo AI y se paró en seco, su mano buscándome. Pero Xie

buscó no por apoyo sino para apoyar: colocó su mano en la parte baja de mi

espalda. Xie entendía la Prefectura mejor de lo que Elián nunca lo haría, y sabía

que no era por Elián a quien el Abad estaba esperando. Era a mí. Cuando me

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había levantado, los otros se levantaron también. Tenía poder. Y acababa de

prometer haberlo usado.

Miré al Abad, y mi gran y tempestuosa alma tubo el pensamiento más

extraño. Está asustado, pensé. Está asustado de mí.

Podía sentir a los otros acercarse: Thandi y Atta, Grego y Han, Elián

sujetando mi mano, y Da-Xia a mi espalda. Se acercaron más como una guardia

de honor, o como soldados detrás de un rey.

El Abad estaba asustado de mí. Y estaba en lo correcto al estarlo.

Un procurador vino y tiró del codo de mi samue, su pequeña garra se

enganchó en la áspera ropa. Levanté una mano que decía Espera, decía Paz,

decía La reina te lo ordena. Los otros mantuvieron su lugar mientras seguía al

procurador sin una palabra.

El Abad y el procurador me dirigieron a la miseri. Era una habitación

diferente por el día… más luminosa, más hostil. Parecía ofrecer menos

protección. El Abad abrió sus manos —dedos tocando débilmente como

escarabajos en cristal— hacía la sección clásica. Una de las columnas de

estanterías… algo le había pasado a este. Los libros derramados por su base,

mezclados unos encima de otros, algunos boca abajo y rotos.

No había otros Hijos en el corazón de la habitación a esta hora del día.

Uno cuantos procuradores se estaban escabullendo. Uno grande —seguramente

era el procurador escorpión de Elián, con su distintivo constitución pesada y su

brillo de ojos— estaba ordenando a través de los libros caídos. Me dije a mi

misma que su fuerza era necesaria, porque algunos libros eran grandes.

—Greta, querida, siéntate —dijo el Abad.

Me senté. El cojín memoria se moldeó a mí y me sostuvo. El gran

procurador escuchaba cerca. Su iris cambiaba mientras me inspeccionaba.

El Abad se acomodó a mi lado. El torcido tallo de su cuerpo le hizo parecer

un hombre con una joroba.

—Querida hija dijo—. ¿Estás asustada?

—Buen Padre —respondí—. ¿Lo está usted?

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Inclinó su cabeza un poco. Creo que estaba destinado a expresar sorpresa.

—No. Simplemente… melancolía.

Seguramente no estaba a punto de decir que estaba decepcionado de mí.

Posiblemente me reiría en su cara.

Me miró y leí por lo menos algo de eso.

—Ah, Greta —dijo—. Greta, sabes que se supone que no tengo favoritos.

Lo que puede que no sepas es que tú has encarnado los ideales de esta humilde

escuela tan bien como nadie más en tres generaciones. Eres la favorita que no

tengo, y así, permíteme una pregunta personal: ¿Estás asustada?

Sonaba tan sincero. Estaba extrayendo el salvajismo de mí.

—¿Asustada?

—Entendería que estuvieras molesta por como el Sr. Palnik ha sido

tratado.

Sudor cosquilleó por mi espalda.

—Un poco, Padre.

—Mmmm —dijo. Una fuerte luz amarilla vino a través del techo tintado,

enseñando el veteado óxido y los minúsculos dientes de su camisa de aluminio.

Viejo. Se veía viejo. Suspiró, juntando sus dedos. A diferencia de los

procuradores, sus articulaciones ya no eran perfectas; chirriaban y hacían tics. Me

preguntaba si le dolían—. He presionado a Elián, lo admito. A lo mejor incluso

lo he presionado más duro de lo que debería. Pero, Greta, tienes que entender.

Tenemos tan poco tiempo.

Tan poco tiempo.

La pasada Navidad, la reina, mi madre, había ordenado que mi retrato

fuera pintado. Habíamos peleado por la materia. Yo quería ser pintada en las

ropas blancas de la Prefectura, como era apropiado: los Hijos de la Paz,

alrededor del mundo, eran tan representados. Los retratos de los rehenes

sacrificados del Pan Polar están colgados en la galería de retratos en el palacio de

Halifax. Ellos brillaban contra el panelado negro. Cuando era pequeña, pensaba

que eran ángeles.

No sé lo que hizo a mi madre objetar contra la tradición de ser pintada en

blanco, pero objetó, y ferozmente, su acento se fue hasta que estaba rodando

Erres como un pescador y escupiendo como una ballena. Me trajo el tartán real

y una corona para usar. Cuando objeté con la razón de que no tenía la edad y

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que era completamente inapropiado para mí vestir como un monarca en el

poder, me trajo el traje que había vestido en el Baile de Navidad.

Ese vestido. Era tafetán, estampado con flores. No pastel, delicadas flores

pero enormes extensiones de amarillo dorado y azul, hiedra que era casi negra,

rosas, con el rojo que realmente son las rosas. Lo había vestido en el baile; había

tenido demasiados picores; me había sonrojado y bailado; había sido

entrevistada y dicho al mundo, y a Elián, que no estaba asustada.

Ah, ese vestido: volvió a mi cabeza, más de lo que me preocupa admitir. Y

cuando mi madre había dicho algo afilado y extraño, “¡Dios, Greta, solo quiero

un retrato de ti sin vestir como Juana del Maldito Arco!” había cedido.

Pero el retrato, cuando estuvo finalizado… Había cosas que me gustaban

de este. Una vida de labores de granja me habían dado músculos y tendones en

mis clavículas y hombros; el pintor los enmarcó en tafetán y los hizo parecer tan

elegantes como uno de los argumentos de Cícero. Me gustó eso. Me gustó como

el conjunto de mi boca parecía determinado. Incluso me gustó mi cabello, mi

problemático cabello Ginebra. Pero esas eran cosas que vi después. Lo que

primero vi fueron mis ojos.

Fríos y vacios y azules, muy azules. Eran característicos por su azul.

Grabados como si estuvieran helados, o muertos. Parecía vacía.

Cuando mi madre vio el retrato, lloriqueó. Me agarró, nuestras faldas se

arremolinaban juntas. “Greta” susurró. “Mi Greta, mi Greta, mi fuerte y dulce

niña…”

“Madre…” Sus uñas se clavaron en mi espalda, y difícilmente pude oír lo

que estaba susurrando debajo del súbito latido de mi corazón. Era: “Lo siento, lo

siento, lo siento.”

La voz del Abad me jaló de vuelta al miseri.

—Te he visto en la mesa del mapa —dijo.

La mesa del mapa, donde había estudiado las líneas divisorias de la cuenca

de los Grandes Lagos. Donde había leído las noticias enviadas hasta que mis

manos habían sangrado, observando la Alianza Cumberlana y la Confederación

Pan Polar moviéndose más cerca de la guerra. La nación de Elián y la mía. El

acceso a la demanda de agua potable del Lago Ontario, sin la cual los

Cumberlanos no podían vivir y la que los Pan Polares nunca cederían.

Los ojos del Abad se agrandaron. Eran solo óvalos pero parecían sabios y

tristes.

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—Sé que sabes lo que se avecina, Greta.

—Una guerra.

—Solo quiero que Elián lo haga bien —dijo el Abad—. Sabes que sería

mejor para todo el mundo si puede hacerlo bien. Y después de todo, tú deberás

ir con él. Mejor si no hace un escándalo.

—¿Es pronto? —dije.

El Abad se encogió de hombros, aunque sin hombros, torciendo la mano y

abriendo los dedos.

—No sé más que tú, Greta, de las cosas sobre la mesa. Solamente tengo

una más larga y a lo mejor más amarga experiencia en el camino que toman

estas cosas. Golpeteó su pantalla-cara solo una fracción. Palmeando una de mis

rodillas . Mi querida hija —dijo—. Vas a morir.

Mis ojos se levantaron —sentí como si mi mirada estuviera siendo

arrancada— hacía el saliente en la pared detrás de él.

La habitación gris estaba al otro lado de esa curva.

La habitación gris era el hecho central de nuestras vidas, y todavía sabíamos

nada de ello. Desde la curva, deducimos que es ovalada. Deducimos que es

pequeña. Pero no lo sabemos.

Ni siquiera sabemos porque es llamada “gris”.

—El dominio de la información ha sido siempre tu fuerza y tu comodidad,

lo sé —dijo el Abad—. Me pregunto si la ignorancia, en tu caso particular, es la

cosa más agradable.

Dije nada.

—Greta. ¿Te gustaría ver la habitación gris?

Mi boca estaba totalmente seca. No podía hablar; ni siquiera podía tragar.

Pensé que mis huesos se romperían como ramas secas mientras me levantaba.

Aun así, me levanté. El Abad se estiró hasta su completa altura. Me siguió

mientras caminaba, inerte, fuera de la miseri, alrededor de la curva, hasta esa

ordinaria y siempre cerrada puerta.

La puerta se abrió.

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La habitación gris.

Era pequeña.

Era ovalada.

Tenía una mesa en ella. Una mesa alta. Larga. Estrecha. Metálica, desteñida

hasta el más suave gris. Tenía correas de cuero en dos esquinas, y en dos puntos

medios. Muñecas y tobillos. Cuatro hebillas colgaban.

Algún tipo de jaula para la cabeza.

El Abad puso su articulada mano en mi hombro, articulación con

articulación.

—No te preocupes, Greta —dijo—. Estoy seguro que lo harás bien.

Salí de la Prefectura. Como del brazo de un Jinete Cisne, caminé con

dignidad. Caminé bien.

Y entonces solo seguí caminando.

La Prefectura estaba sobre el bucle de un rio, con una cresta en su lado

norte; rodeado de césped y huertos de árboles frutales; con una hilera de

jardines sobre un pequeño campo de alfalfa y bordeado por brillante franja de

agua. Cruzando esa agua está la pradera abierta. De esa dirección, venían los

Jinetes Cisne. Podemos observarlos venir para siempre.

Todo el mundo estaba en la cena, y el césped estaba vacío. Caminé a través

de este. Los jardines zumbaban con insectos desesperados, contando los días

hasta el invierno. Caminé a través de ellos. El campo de alfalfa estaba florecido

de morado. Había pequeños refugios para abejas cardadoras. Había un pajar

para el heno. Un cobertizo para las guadañas.

¿Por qué nos dejaban tener guadañas? Las cuchillas de las guadañas son tres

pies de largo y las mantenemos afiladas. Realmente podríamos arruinar la

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104

ceremonia de los sistemas de Talis, si fuéramos lo suficientemente valientes para

hacer algo con esas guadaas.

Los tallos de la alfalfa se enredaron y tiraban de mis tobillos. Era como

caminar por una multitud en Halifax, todo el mundo llegando. Ellos agarraban y

me agarraban a mí, e iba más y más lento y en el borde del rio finalmente me caí

de rodillas.

Tenía calor y tenía frio. Estaba temblando.

La habitación gris tenía una mesa con correas. Y algún tipo de jaula para la

cabeza.

Había nacido para una corona. Esa era mi corona, una jaula para la cabeza.

La tierra bajo mis manos era arenosa. Podía oír el rio. Esto era tan lejos

como podía ir, el borde de la Prefectura, el borde del mundo.

Un procurador se levantó de detrás de la orilla.

Y un pie le golpeó.

Ocurrió de repente: el procurador se colocó en posición vertical —un

pesado procurador con una cúpula de ojos en lo alto— y así como lo hizo, Da-

Xia derrapó hasta un lugar al lado mío, jadeando y estrellándose sobre sus

rodillas. Con un pie desviado enganchó al procurador por debajo de su cuerpo y

lo inclinó hacia atrás. Cayó.

Hubo una salpicadura.

—Ops —dijo Xie.

Tenía la intención de reír, pero lo que salió de mi fue un sonido agudo,

como un conejo muriéndose.

—Oh —dijo Xie—. Con calma, Greta. Con calma.

Me recogió y me tambaleé hasta que me encontré a mi misma inclinada

con mi espalda contra un enorme y solitario álamo. Sus rígidas hojas se agitaban

por encima como un traje de tafetán.

El Panóptico estaba fuera de la vista por el follaje, y el procurador estaba

ahogado. Un punto ciego. Deja a Xie encontrar uno, ahora, cuando

necesitábamos uno tanto.

—¿Qué sucedió? —dijo.

—¿Qué?

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—Greta. ¿Qué ha sucedió? ¿Qué te hizo?

—Lo he visto —dije—. Vi la habitación gris.

Xie estaba cara a cara conmigo, su mano descansaba en el tronco al lado de

mi cabeza. Escuche sus uñas cavar en la marcada corteza.

—¿Te hizo daño? —susurró. Un punto ciego, pero no podíamos estar

seguras de que nadie nos oía—. ¿El Abad te hizo daño?

Incliné mi cabeza hacia delante. La corteza dura del árbol intentó pararme,

tirando de una pequeña hebra de cabello.

—¿Greta?

¿El Abad me había hecho daño? Si. No. El Abad nunca habría, nunca me

haría daño. Pero el árbol estaba intentando sujetar mi cabeza hacia atrás, y ellos

iban a atar mi cabeza.

La mirada de Da-Xia se desvió de la mía por un instante.

—Están viniendo —dijo—. Están buscándote, los otros. Incluso Thandi.

—¿Elián? —Si se lo llevaban otra vez, mucho más lo mataría.

Pero Xie rio suavemente.

—Especialmente Elián. Vamos.

Enredó su brazo alrededor mío y me empujó fuera del árbol. Su brazo

alrededor de mis costillas era fuerte; su lado contra mi lado era cálido. Me

preguntaba si me sentía con ella como Elián lo había hecho conmigo. Si ella

podía sentirme temblar. Contra su tranquilidad podía decir que yo estaba

temblando. Es demasiado, había dicho Elián. Me van a matar.

Quería decirle eso a Xie, pero no era una observación inocente para

ocultarla, ningún punto ciego era suficiente grande para tal conversación. Quería

decirlo, pero no podía. No podía. Las lágrimas se acumularon en mis ojos, y Xie

las limpió con la yema de sus pulgares.

Mi única amiga, y no podía hablar con ella. Y ella no podía responderme.

Podíamos no conseguir estar lo suficiente juntas.

Aún podíamos.

Xie tomó un paso hacia delante y yo me incliné hacia atrás contra el árbol

otra vez. Luego duro contra este. Las manos de Xie empujaron contra mis

hombros. Su rodilla golpeó la parte de fuera de mi rodilla. Me sujetó allí, sentí

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como si me estuviera abrazando. La miré. Ella aflojó su agarre. Se puso de

puntillas. Y me besó.

El toque por sí mismo, labios contra labios, era algo suficientemente

pequeño para ser imaginado. Era una mariposa aterrizando en mí. Temblé, y

algo profundo dentro de mí, algo que había estado congelado y solido, se

convirtió en miel.

Las palabras que había querido decir, salieron, casi como un sollozo:

—Es demasiado…

—No lo es —susurró.

Luego se acercó más y se metió a si misma debajo de mi barbilla. ¿Cómo

podía ser tan fuerte cuando era tan pequeña? Era cálida dentro de mis brazos. Y

de repente ninguna de las dos estaba temblando. Pude sentir sus costillas

moverse debajo de mis manos. Mi respiración se ralentizó hasta emparejarla. Y

por un momento, quien éramos y donde estábamos, el futuro y el pasado, se

fue.

—Él no me hizo daño —dije—. Intentó asustarme.

—Los otros están viniendo —dijo Xie, y nos alejamos del protector árbol.

Xie enganchó una mano alrededor de mi codo y me condujo a reunirnos con

nuestro cohorte —y sus guardias procuradores— quienes estaban abriéndose

paso por las terrazas de los jardines.

—Pero no estoy asustada. —Estaba… algo diferente que asustada.

Da-Xia levantó una mano real para saludar a todo el mundo, para mostrar

que estábamos bien.

—No lo estoy —dije más firmemente—. Si una reina esta silenciosa, no es

porque está asustada.

Da-Xia mantuvo sus ojos en los otros y me respondió suavemente, una

sonrisa en su voz.

—Oh —dijo—. Eso lo sé.

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Traducido SOS por Nix

Había sido un día largo. Tan extraño, tan lleno de puertas y bisagras. Pero

todavía había cabras a ser ordeñadas, agua a ser bombeada y vertida en los

irrigadores, judías verdes a ser arrancadas y puestas en una canasta que encaje en

el hueco de mi brazo. Mis labios se sentían… crudos. Rotos. Listos para ser

tocados. Como si hasta el aire que pasaba por ellos fuera nuevo.

Pero dije nada sobre ello. La reina estaba en silencio.

Trabajamos en la larga tarde color naranja, y volvimos a nuestras celdas.

Aún en silencio, me senté en mi cama y empecé a sacar las horquillas de mi

cabello. Xie se quitó su samue y se colocó su alb. Bajé la cabeza para no verla

cambiarse. Mis trenzas cayeron alrededor de mi rostro. Mi cabeza se sentía

diferente. Mi vida entera se sentía diferente. Había desafiado a la Prefectura.

Había visto la habitación gris.

Y Xie… Xie me había besado.

La vi sentada en su cama. Ahora estaba vestida con un impecable alb para

dormir, o al menos, lo tenía sobre su cuerpo. Sus piernas desnudas estaban

dobladas contra su pecho desnudo, el alb sobre ellos. Tenía las rodillas encogidas

debajo de la barbilla y la parte superior se asomaba a través de la línea de su

cuello, oro contra la tela blanca. El espacio entre ellos desapareció en una

sombra gris-oro.

Cerré los ojos.

Mis manos siguieron deshaciendo las trenzas hasta que mi cabello cayó

suelto a mi alrededor. Sospechaba que lucía menos como Ginebra ahora más que

una cosa mala como Ofelia, tal vez, la Dama de los Shalott20

.

20

Una de las obras más conocidas de John Waterhouse, pintor británico. Fue pintada en 1888.

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¿Acaso todas las princesas míticas de cabello largo terminaban con finales

malos? Parecía injusto.

Finales: La habitación gris. La mesa alta y estrecha. La corona y las correas

colgantes.

Mi cabello ahora estaba completamente suelto. Tenía urgencia de cortarlo.

¿Por qué no? En lugar de eso, le amarré un trapo en un intento de cola de

caballo descuidada y no-de-la-realeza, y me levanté a fregar mi samue. Estaba

salpicado con un par de días de jardinería, y muy manchado en las rodillas por

mi accidente en la alfalfa.

Le estaba dando la espalda a Xie. El silencio entre nosotras era como una

descarga eléctrica.

—Le asignaron a Elián una celda —dijo Da-Xia—. Lo pusieron con Atta.

Elián no había tenido la mejor noche. Lo había observado por las judías

verdes. Sus ojos habían estado febrilmente brillantes, y había estado temblando

como un gato que… bueno, como un gato que había sido torturado. Pero había

hecho un trabajo digno en fingir que pasaba nada en la Prefectura.

—Buenas noticias —dije.

—Me alegra que pienses así —dijo Xie—. Mi sospecha es que el Abad está

tratando de hacerte feliz.

Había nada seguro al decir eso, pero aun así sentí que empezaba a sonreír.

Era un gran sentimiento.

Ahora, si pudiera usar ese poder para quitar las manchas de hierba...

—Honestamente —murmuré—. ¿Quién hace ropa de trabajar de color

blanco?

—La misma persona que pone verdugos en las alas del ángel.

Talis, con sus Jinetes Cisne y su interminable gusto por lo ritual.

—Además —dijo Xie, levantándose—, están basados en la ropa de trabajo

de los monjes Zen.

No me sentía particularmente como un monje.

Xie miró hacia el cielo. Ya estaba terminando el crepúsculo, estaba casi

completamente oscuro. Más allá del techo de cristal, las estrellas estaban

titilando, una por una.

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Una campana sonó, la séptima, que nos manda a dormir.

—¿Vas a dormir? —preguntó Xie.

—El Abad dijo que debería ir a él si no lo hacía.

Da-Xia sonrió hacia el Panóptico, pero sus ojos estaban negros. Decían, No

lo hagas.

Ellos usan adormecedores. Usan drogas.

—Está bien —dije—. No estoy cansada.

—¿Vas a estar bien?

Si se iba, significaba que quería dejarme sola. Si es que iba a jugar coyotes.

Se había acercado lo suficiente a la puerta para desencadenar el deslizamiento

silencioso de la puerta. Xie me había besado, pero Xie besaba a todos. Se quedó

ahí, al borde de irse, su alb como una vela bajo la luz de la luna, el resto de ella

un mar oscuro.

Durante tres años había estado escapando. Yo nunca había querido saber

con quién. Había sido bastante deliberada en no preguntar. Y, sin embargo, de

repente…

—¿Con quién te encuentras ahí afuera? —pregunté.

Xie fue cubierta por la sombra del dintel… escondida ahí del Panóptico,

con el oscuro pasillo detrás de ella. No podía ver su rostro bien, pero sí veía el

brillo de su sonrisa.

—¿Vas a venir conmigo?

Pensé que estaba esquivando la pregunta.

—De verdad, Xie. ¿Quién?

—Cualquiera al que le pueda poner mis manos, realmente. —La sonrisa

revoloteó—. Mayormente es Atta. Siempre ha sido Atta.

Atta el silencioso. Como una estrella que no tenía la masa para comenzar su

fusión, Atta era un peso y un tirón en el sistema, una estrella oscura para la luna

de Xie. Estaba sorprendida, y dije lo primero que se me ocurrió:

—¿Él te habla?

—No mucho. —Su rostro estaba en la oscuridad más espesa ahora,

invisible—. No desde que perdimos el bebé. Hace dos años.

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Se quedó inmóvil en la puerta, en la sombra, en el silencio. Creo que estaba

esperando que yo dijera algo. ¿Qué podría decir? Muchos de nosotros, los Hijos,

somos gobernantes de dinastías, y es del interés de nadie ver las Prefecturas

produciendo príncipes bastardos, así que:

—Hay medicamentos… nosotros las tomamos.

—Hay maneras de evitarlas.

—Pero…

—Pero se enteraron. Obviamente. Atta pensaba que me iban a enviar a

casa, pero… pero eso no es lo que hicieron.

—Xie... —susurré. Hace dos años ella había tenido quince. Quince—. Dios

mío, Xie...

Había estado en silencio ese otoño, tapada como una luna eclipsada. Había

pensado que estaba enferma, o preocupada por sus tareas, o por alguna

amenaza de guerra de la que no me enteré. Había rastreado despachos por esa

guerra fantasma. La había ayudado con sus trabajos de filosofía. Su Griego. A leer

griego, y me había perdido de esto. Sentí como si hubiera tenido los ojos

cerrados durante años.

—No lo amo —dijo Xie. Ella muy bien podría haber hablando con la luna:

su voz era suave y distante—. Creo que lo hice en ese entonces, pero... ahora es

sólo es dolor compartido, entre nosotros.

—Pero por lo menos es compartido.

Alzó la mirada de nuevo hacia mí.

—Por lo menos es compartido.

Avancé tres pasos, y me acerqué a la puerta con ella. Un espacio pequeño.

El dobladillo de su alb cosquilleó sobre mis pies descalzos. Podía oler el jabón en

sus manos, y también olí algo más suave, como almizcle y trébol. Podía sentir el

movimiento de su respiración.

—Llévame contigo —dije—. Vamos afuera.

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No puedes controlar a un hombre si lo tomas todo de él. Debes dejarle

algo que perder.

Por lo tanto, la Prefectura tenía sus sitios sueltos, y este era uno de esos,

jugar a los coyotes, escaparse en la noche. Solo tenía sentido, siempre me había

dicho. Los coyotes era mejor que una rebelión armada; mejor sexo que horcas.

Era lógico entonces, que ir afuera era fácil. Esta era la manera en que la

Prefectura dejaba salir el vapor, y uno no quiere bloquear la válvula de presión.

Y, sin embargo, la facilidad con la que dejamos el pasillo de la Prefectura

me ponía nerviosa. Era demasiado simple. Xie me condujo a través del

refectorio, sus mesas largas de losas brillantes. Nos dirijimos a través de los

complejos de las sombras de las cocinas, y bajamos por un tramo de escaleras.

Las bodegas estaban completamente oscuras y olían a otra estación: tierra fría,

humedad, patatas. Me tropecé con algo y luego salté ante un toque carnoso,

pero solo era Xie tomando mi mano.

Unos pasos después y habían telas de araña y polvo. Algo crujió, y un

trozo de cielo índido apareció sobre mí. Xie se puso de pie en este, enmarcado y

brillante. Abrió la puerta del sótano completamente, y escalamos hacia arriba,

hacia la noche.

Y eso era todo lo que había.

Xie se puso de pie al aire libre y se estiró.

—Hay túneles —dijo—. Sales a la caseta de herramientas, hacia la lechería,

incluso hasta la torre de lanzamiento y el corral de Charlie.

—Túneles, ¿eh? —Elián Palnik salió de la oscuridad—. Quiero un mapa.

Xie rió.

—Por supuesto que sí.

—Elián. —Estaba… ¿exasperada? ¿Cómo es que iba a salvarlo, si tomaba

tales riesgos?—. ¿Una sola noche en las celdas fue demasiado para ti?

—¿Y cinco mil fueron demasiadas para ti? —espetó como respuesta, pero

luego cambió de tono con un suspiro—. Solo quería ver el cielo.

¿Donde diablos había estado? Antes de que hubiera sido asignado una

celda, ¿donde había estado, que no podía ver el cielo?

—Los túneles no importan —dijo Atta. Elián y yo nos giramos para mirarlo.

Atta. Atta el silencioso. Su voz era tan gruesa como el polvo y la miel—. Es una

ilusión. Pueden leer nuestras mentes. Nos ven en todas partes.

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—Atta —susurró Xie, y lo tocó con asombro, como si fuera oro.

No lo amo, había dicho ella. Y tal vez no lo hacía. Pero la conocía… ella le

daría lo que podría. Cuidaría de él si pudiera. No tendría que ser por amor.

¿Fue por eso que me había besado?

Los miré fijamente hasta que Elián tomó mi codo y me apartó.

—Vamos a dejarlos tener su ilusión de privacidad, ¿eh? —Señaló con el

pulgar sobre su hombro mientras se alejaba—. ¿Así que eso es algo?

—Eso es… —tragué, desconcertada—. Eso es algo.

Rio en voz baja.

—Escúchate. Suenas casi humana.

Estábamos caminando sin rumbo fijo, por las terrazas, a través del jardín.

Eran diferentes de noche, negros y plateados, como fotografías viejas.

—Podría darte lecciones sobre contradicciones, si quieres —Elián exageró su

acento, como lo hacía cuando estaba nervioso—. Y luego podríamos divertirnos.

—Yo hablo como hablo, Elián.

—Claro que sí —dijo en voz baja.

Cada paso que dábamos enviaba saltamontes volando a nuestro alrededor.

En la distancia, podía oír los coyotes… coyotes reales, no a los niños jugando

con ellos. Sonaban como cachorros medio crecidos, gruñendo y riendo con sus

voces casi humanas. Me recordó extrañamente a una fiesta de cóctel mientras

escuchaba al dar la vuelta en la esquina de un pasillo tranquilo: un sonido de

Halifax.

Elián suspiró y estiró los brazos hacia arriba, luciendo de repente muy alto.

—¿Crees que nos dejarán ir todo el camino hasta el río?

—Lo dudo.

El procurador que Xie había destruido "accidentalmente." No tenía duda

alguna de que había sido reemplazado o reparado. Que estaba listo.

Frente a nosotros las terrazas se alejaron. Abajo, el río dio vueltas en bucle

a través de su llanura, brillando como el vidrio. Detrás de nosotros, aunque

ninguno de los dos volvió a mirar, estaba la mayor sala de la Prefectura, y el

telar del mástil del Panóptico, retorciéndose y oscuro como el exoesqueleto de

un grillo.

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Una ilusión, había dicho Atta. Pueden leer nuestras mentes. Pero no podían

hacerlo. ¿Verdad?

El Abad podría acercarse, pero mucho bien le daría ese poder. No sabía en

qué estaba pensando.

—No me importa si es falso —dijo Elián, como respondiendo a mis

pensamientos y no a lo último que Atta había dicho—. No me importa ni un

poco. Una hora más o menos sin esas arañas… lo acepto.

—¿Te dejaron?

—Cuando me quité la camisa. Simplemente se fueron. Como garrapatas

marchando.

—Así que por supuesto fuiste directo a empujar más límites.

—Bueno, por supuesto —rió—. Ellos me empujaron hasta que me rompi y

ahora yo los voy a romper. Estoy soñando con pasear de la mano con la

Princesa Greta.

—No estamos de la mano.

Tomó mi mano.

—En un jardín bañado con la luz de la luna.

—La luna no está en lo alto todavía.

Se detuvo y se giró hacia mí.

—Y yo no estoy soñando.

—Necesitas tomarte esto en serio, Elián. La Alianza Cumberlana…

—Lo sé. —Tomó mi otra mano, frotando sus pulgares sobre mis nudillos—.

Vamos a ir a la guerra. Y eso significa que nos van a matar. Lo sé.

—Entonces, ¿por qué haces que te traten…?

Sus pulgares se detuvieron.

—¿Hacerlos? —repitió—. Dios, Greta.

Dejó ir mis manos. Nos quedamos mirándonos uno al otro por un

momento en el jardín oscuro. Entonces Elián dio dos pasos lejos de mí y se sentó

en una piedra grande que abrazaba la terraza.

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—Entonces —dijo, su voz repentinamente fresca—, ¿qué hay de ti? ¿Lista

para morir?

—Aún no podría llegar a eso. La Confederación Pan Polar es una

superpotencia. —Y la Alianza Cumberlana, aunque odiaba decírselo a Elián, era

un bulto apenas coherente de sobras, cuyo estado predecesor acababa de perder

una guerra con Mississippi, de todos los lugares. Me decidí por—: Para

tomarnos... Cumberland estaría muy mal superada. Puede que no ataquen.

El Abad no creía eso. Mi madre no creía eso. Yo no creía eso. Pero por un

momento traté de aferrarme a eso.

Elián no me dejó.

—Podríamos ser superados —dijo, cargando la palabra tan fuertemente

que chorreaba sarcasmo—. Pero no vamos a ser superados. Tal vez no podemos

ganar si ponemos nuestras tropas en líneas muy pequeñas para recibir un

disparo, así que no vamos a hacerlo de esa manera.

—No puedes simplemente alterar las leyes de la guerra.

—No conoces a mi abuela —dijo Elián—. Ella podría alterar las leyes de la

física si les diera esa mirada en particular que tiene.

—Pero Talis…

—Pero nada. Vamos a la guerra, Greta. Lo supe en el momento en que

llegué aquí, y aún lo sé. Tú y yo, Princesa, vamos a morir.

Estaba tan seguro como una roca.

En silencio —me enderecé, porque era una princesa— me senté al lado de

él.

—¿Sabes cuándo? ¿Armenteros te dijo cuándo?

Hizo una pausa.

—Supongo que podría haberlo hecho, ¿eh? Nunca pensé en eso. —Acababa

de romper su corazón un poco. Pude ver la grieta—. No, No me lo dijeron. ¿Y

a ti?

—Yo… yo supongo que mi madre piensa que es más amable, si no sé

cuándo esté viniendo.

—Sí —dijo—. Más amable.

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Su acento era lo suficientemente duro que pudo haber dicho “algo así”.

Algo así como más amable. ¿Y lo era? No sabía. Tal vez lo era.

—He estado leyendo —dije.

—Por supuesto que lo has hecho. Tú estudias. —Elián rió, débil como la luz

de las estrellas—. ¿Qué te parece, entonces? ¿Por cuánto tiempo?

—Semanas —dije—. Los diplomáticos han llegado a su juego final. No más

que semanas.

—¿Días? —dijo.

—Quizás días.

Él cerró los ojos.

—Y a todo lo que puedo llegar es maneras de llevar las cabras a la

biblioteca.

Me atraganté con una risa y salió en mi nariz, de una manera aprobada por

la realeza, por supuesto.

—Te amo —dijo Elián.

—¿Qué? —Toda esta charla de nuestra muerte, y sin embargo, eso es lo

que me hizo graznar.

—Te amo cuando ríes. Yo solo… —Extendió la mano hacia mí. Me tensé.

Se detuvo, sus manos a mitad del aire—. Es solo que… te ves tan diferente. Con

el cabello suelto.

En mi prisa por seguir a Xie, simplemente dejé mi cabello en su cola de

caballo. Colgaba más allá de mi cintura.

—¿Diferente? —No estaba segura de si eso era bueno o malo. Era

completamente ridículo que, en el rostro de la muerte, quería saber cuál.

Pero quería saber cuál.

Elián asintió.

—Es realmente diferente... ¿puedo...? —Se acercó por detrás de mí, y sentí

sus dedos jugar en mi nuca. Toda mi piel se estremeció en la cálida noche. Él

estaba cerca de mí, y podía oler el jabón en él —el mismo jabón en las manos de

Xie— e imaginé cómo esas manos sabrían. Lejía, como una descarga eléctrica

hacia la lengua. Elián quitó el nudo, y luego levantó mi cabello de mi espalda y

lo extendió sobre mis hombros como una capa. Cabello no tiene terminaciones

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nerviosas y aun así cada roce de mi cabello a través de mi garganta me hizo

brillar y estremecerme.

De repente estaba pensando en electricidad. Y no en castigo.

—No voy a irme en silencio, Greta. —No había desafío en su voz. Era

suave como el susurro de un amante—. Van a tener que arrastrarme.

—Es posible que tú mismo te sorprendas. —Puse mi mano en la rodilla de

Elián. Él bajó la vista hacia esta. Pude ver su garganta moviéndose mientras

tragaba su miedo.

—Puede ser, supongo. La vida está llena de sorpresas.

Se giró hacia mí. Nuestras piernas chocaron. Estaba consciente de nuestras

rodillas chocando por el borde, mi mano todavía en su muslo, mi cabello una

piscina en mi regazo. Mi cabello estaba en ondas suaves por las trenzas, brillante,

como cuerdas destrenzadas. Elián tomó un mechón en cada mano y los envolvió

y envolvió, hasta que sus muñecas, manos y brazos estuvieran enredados en mi

cabello… hasta que nos estábamos tan entrelazados que podía sentir su aliento

en mis labios.

—Eres tan fuerte —dijo.

Y me besó.

Mi mano voló hacia arriba, y juro que por un momento tuve la intención

de alejarlo. En su lugar, coloqué mis dedos en su mandíbula. Nuestras narices

chocaron. Su rodilla empujó dentro de mi muslo y mis piernas se abrieron. El

tirón en mi cuero cabelludo mientras retorcía mi cabello fue increíble… se sentía

como si el calor se estuviera construyendo, se sentía como mil espinas. Me besó y

yo lo besé y no había aire suficiente. No había suficiente tiempo. Semanas. Días.

Él estaba desesperado, y yo estaba desesperada, y nos quedábamos sin tiempo.

Su lengua, su rodilla empujando más profundamente. Jadeé algo —tal vez

fue espera— pero también me mordí su labio. íbamos a morir juntos, y se sentía

como aquí y ahora.

—Hora de…

Era la voz de Da-Xia. Me aparté de Elián, enrojecida, jadeando.

Xie estaba a dos niveles por encima de nosotros. No era más que una

silueta. Era obvio que ella podía vernos.

—Es hora de irse —dijo, y su voz se quebró—. Los procuradores saldrán

esta noche.

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Da-Xia dio un paso atrás como si fuera a desvanecerse en la oscuridad.

—Espera, Xie… —Me tambaleé al levantarme.

Mi mente se sentía como una jaula vacía. Todo había volado fuera de ella.

Mi cabello era un desastre y los lazos de mi camisa estaban más flojos de lo que

deberían haber estado.

—Dioses —dijo Da-Xia, viéndome luchar para arreglar mi camisa. Creo que

estaba tratando de ser suave, pero lucía aturdida—. Mi Princesa de los Lugares

Congelados, todavía hay esperanza para ti.

Elián, maldito, se echó a reír.

—Aléjala de los oficiales del protocolo y no hay cómo detenerla.

—Cállate —le dije. Me alegré de la oscuridad. Estaba sonrojada, como sólo

una pelirroja podía hacerlo.

Elián se calló.

—No quise decir…

—Vengan —dijo Xie, antes que Elián pudiera especificar qué parte no había

querido decir—. Estamos empujando nuestra suerte.

—Greta —dijo Elián.

—Vamos —le dije, y me alejé de él.

Xie nos llevó de vuelta a la Prefectura, donde Atta —silencioso de nuevo—

estaba sentado junto a la pared. Juntos, los cuatro, fuimos a través de las

bodegas, las cocinas. Salimos del refectorio hacia el pasillo…

Y allí estaba el Abad, de pie en silencio. Dos procuradores le flanqueaban.

—Greta —dijo, como si hubiera nadie más—. ¿No puedes dormir?

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Traducido por Manati5b

—Te pedí que vinieras conmigo Greta, si no podías dormir —reprendió el

Abad.

El Abad me había enseñado la habitación gris para espantarme y dejar mi

poder. Y eso no había funcionado. Así qué, lo siguiente… debería haberme dado

cuenta que habría un siguiente paso.

Los procuradores llegaron como perros ovejeros y me separaron del

rebaño, lejos de los otros. Yo fui con ellos, poniendo rígida mi espalda como si

alas de cisne fueran adheridas a mis hombros.

—Lo sé, buen Padre —me permití decir. Pero no me disculpé. Y no me

expliqué.

—Yo le pedí que viniera conmigo, Padre Abad —dijo Da-Xia—. Por favor.

Es mi culpa.

El ícono de la boca del Abad se hizo hacia arriba en las esquinas, como si

ella le hubiera contado un chiste.

—Se exactamente lo que dices, Xie. —El uso de su diminutivo me hizo

congelar—. Y tal vez lo podamos discutir más tarde. Creo que nuestra querida

Greta está angustiada. Su pulso está bastante alto.

Ellos pueden leer nuestras mentes, había dicho Atta.

¿Por qué lo necesitarían, si podían leer nuestros labios y nuestros

corazones?

Nunca le mienta a un AI, dijo Talis.

Los procuradores estaban arreándome hacia la miseri. Detrás de mí la voz

de Elián se quebró:

—Abad…

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El Abad giró su cabeza como un búho.

—Buenas noches, Srta. Li, Sr. Palnik, Sr. Paşa. Consigan algo de descanso.

Escuché a Xie susurrarle algo a Elián, urgente… probablemente callándolo.

Y luego la puerta del miseri se cerró y hubo nada más que suave luz y silencio.

Dreamlock. Los terapistas lo inventaron, aunque los torturadores lo

hicieron famoso. Los campos magnéticos inducen y guían los sueños; las drogas

eluden el reflejo que hace que el cuerpo despierte cuando los sueños se vuelven

traumáticos.

Alguna vez se pensó que si tú morías en tus sueños lo hacías en la vida real.

Gracias a dreamlock, sabemos que esto no es verdad. La mayoría de la gente

puede morir por lo menos seis veces antes de que algo en ellos se revele.

Ellos usan dreamlock; ellos usan drogas.

Había solo creído la mitad.

No sé cuánto tiempo.

El primer sueño tomó —tal vez fue diseñado para tomar— mi sentido del

tiempo.

Era una de esas cosas sin fin, donde uno está perdido en un lugar gris.

Había un frio y distante murmullo, ese sonido Halifax. El techo no es de vidrio;

es bajo. La oscuridad crece totalmente. Saco mi mano… una pared de piedra.

Camino a lo largo de ella, arrastrando mi mano. Hay vueltas y aperturas… una,

dos, muchas…es un laberinto. No. Es una catacumba, un laberinto de tumbas.

Toco algo muerto y hábilmente envuelto en tafetán. Un cuerpo. Un cuerpo con

mi vestido.

Es mi cuerpo.

Me sacudo y me despierto y yo soy ese cuerpo. Yo soy ese cuerpo, y estoy

recostada sobre una estrecha y alta mesa. Frio metal. Correas de cuero me

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mantienen sostenida. Alguien me mira hacia abajo… la chica Jinete Cisne con su

dulzura repugnante y brillantes ojos azules. Hay una jaula alrededor de mi

cabeza… algo oscuro y metálico se balancea sobre mi, y…

Me despierto, o no lo hago, y estoy sentada en el jardín de la noche. Estoy

usando mi tafetán. Puedo escuchar su susurro, los insectos nocturnos, el rio.

Puedo oir a Elián respirando. Sus manos están entrelazadas en mi cabello. Me

besa pero está besando algo muerto: mis labios están enervados. Mi piel es una

patata pelada. Mis dientes… mis dientes se mueven. Lo muerdo y mi cabello tira

de él dentro y dentro y dentro y dentro. Lo muerdo y siento el calor de la

sangre.

Me despierto, o yo…

—Greta. Greta. Despierta.

Sentí una mano tomar la mía. La conocía por su forma. Da-Xia.

Mis pestañas estaban enredadas en miel, como si abejas hubieran

construido su nido en mí. Apenas vi a Xie levantar mi mano y envolverla contra

su garganta.

—Greta. Lo siento tanto.

—¿Xie? —Mi lengua estaba seca y rígida.

—Dormiste durante el desayuno… te robé algo de jugo.

Entorné mis ojos. La luz era muy brillante; las grullas de papel parecían

girar, imposiblemente rápido. El Panóptico se cernía como si estuviera justo en

medio de nuestro pequeño cuarto, como si su tallo hubiese echado raíces allí. Sus

bulbosos ojos a pulgadas de mí.

—¿Greta?

—Jugo —me sentí a mí misma decir—. Jugo estará bien.

Xie envolvió un brazo alrededor de mí y me sentó. Sostuvo la taza por mí.

Mis labios estaban entumidos contra la fría arcilla. El jugo sabía a telaraña y

sangre. Lo tragué de todos modos, y me puse de pie. No deseaba estar en mi

cama.

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Da-Xie levantó sus manos como un sacerdote y acunó mi rostro entre ellas.

Pude sentir mi pulso contra sus palmas… demasiado rápido. Más lento. Más

lento. Mientras Elián se habia inclinado hacia mí, debajo de las calabazas, me

apoyé en Xie. Ella era tan pequeña, y sin embargo parecía más grande que yo.

Incliné mi frente hacia abajo hasta que descansaba contra la de ella.

—Sostente en mí —dijo ella. Puede sentir su aliento en mi garganta—.

Regresa.

Lentamente, muy lentamente, sosteniéndome en ella, regresé.

Y me quede ahí hasta la noche, cuando el procurador vino a buscarme de

nuevo.

Dreamlock: Estoy sentada para mi retrato.

Me siento largo tiempo y quieta.

Un artista está pintándome. Mi piel es el lienzo. La pincelada sigue mi

clavícula hacia el interior, desde el punto de mi hombro, hacia debajo de mi

esternón, a través de mis pechos. Siento el impulso del pequeño cepillo mientras

el artista ensancha sus cerdas y desliza la curva roja de un pétalo de rosa a través

de mi piel cremosa. Siento el pinchado de cada espina pintada.

El artista está de rodillas. No puedo ver su rostro. Rizos de su cabello

oscuro cepillan mi barbilla. Su aliento es cálido contra mi corazón. Él pinta

alrededor de mis costillas. Siento la pintura en mí, lentamente endureciendose. Se

estira con más fuerza, más fuerza.

—¿Por qué estas sentada? —susurra el artista. Puedo sentir su aliento contra

la piel de mi estómago, el susurro de su pincel, pintando hacia abajo—. ¿Por qué

solo estás sentada ahí?

Es porque nunca se me ocurrió moverme… no. Es porque no puedo

moverme. La pintura es como un corsé, y luego es peor. Es una constricción y

mis costillas no se pueden mover. No puedo respirar. No puedo respirar. Me

entra el pánico. No puedo ni mover mis ojos. Solo soy una pintura. Y sin

embargo, necesito respirar. Y no puedo respirar.

El artista —y es Elián, por supuesto, Elián— el artista inclina su cabeza hacia

arriba y me sonríe mientras me observa morir.

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Le están creciendo cuernos, como un ciervo.

La última cosa que siento son sus manos en mí, el rugido de mi piel…

Me despierto, o no lo hago.

Es —fue— ¿Estoy despierta?

Yo estaba en el cobertizo. Mis manos estaban cerradas en torno a una de

las ruedas del cigüeñal de la prensa de sidra. Xie y Elián estaban hablando como

si yo no estuviera ahí. Yo estaba enojada con Elián. Tenía miedo. No podia

recorder porqué. Era un fantasma… obligada a sentir, pero sin poder recordar

las raices de la sensación.

—…y has estado escondida durante años —estaba diciendo Elián—.

Entonces porqué…

La rueda hizo clic, clic, cloc mientras la empujaba. Cada muesca era un

poco más difícil de mover.

—…contrólala, controla la Prefectura —llegó un fragmento de la respuesta

de Xie. Realmente no la estaba escuchando. Estaba pensando en cómo cada

muesca de la prensa empujaba las manzanas más allá. El jugo crudo goteaba del

grifo. Un enjambre de avispas pululaba sobre la pulpa que salía alrededor de los

bordes de la prensa—. Tu solo eres más que una bala perdida, Elián. Es a Greta a

quien seguimos.

Las avispas estaban borrachas; la pulpa rezumó. Clic, clic, clic.

Y sin embargo, el trabajo de hacer la sidra no se vuelve una secuencia de

tortura, y a nadie le crecieron cuernos, y lentamente decidí que era real.

Por supuesto, decidí esto un momento demasiado tarde, después de que

salimos para alimentar con la pulpa de la manzana a algunos de las crías de

cabra. Una pequeña niña de cabello castaño, llamada Dipshit, me embistió en la

parte de atrás de mi pierna, me tiró al suelo, y se subió en mí. Se puso de pie en

mi espalda y metió la cabeza en el cubo de manzanas.

Es importante notar en este punto, que no maldije. Es una de esas cosas,

como cortar el cabello, que las reinas no hacen.

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—¡Dipshit! —grité—. ¡Saca la palabrota de mí!

Me levanté; las cabras se revolvieron, haciendo verdugones con sus

pequeños cascos delicados mientras se deslizaban fuera. Mi samue estaba

manchado de estiércol verdoso de cabra —habían estado comiendo demasiada

comida de melón— y una de mis trenzas se balanceaba libre. Había algo untado

en mi rostro que me reúse a incluso considerar.

—Hola, Greta —dijo Xie—. Bienvenida de nuevo. —Llegó a la valla y me

sacó una madeja de hierba.

El rostro de Elián estaba apretado con el intento de no sonreír.

—Cállate —le advertí, limpiando mi rostro con la hierba limpia.

Sus músculos rígidos se torcieron en respuesta.

—Lo digo en serio Elián. Solo estaba con el dreamlock por ti.

Aunque, para ser justos, no había sido exactamente por él.

A la mención del dreamlock, el rostro de Elián se compuso. Luego se

quebró de nuevo.

—Dipshit —imitó—, saca la palabrota…

—Ese es su nombre —dije, enrollando hacia arriba la trenza y empujando

pasadores en ella—. El particular nombre de este lote de niños son Flopsy,

Mopsy, Topsy y Dipshit, y te aseguro, que esa no fue mi idea.

—No me digas —dijo Elián con la sonrisa más contagiosa del mundo.

Era extraño. Éramos de naciones opuestas que estaban al borde de una

guerra. Estabamos a dias de distancia de morir por esa guerra. Y sin embargo,

hubiera hecho casi todo por Elián.

Excepto, tal vez, más dreamlock. Lo que era, por supuesto, lo que temía

que sería llamada a hacer, cuando la luna se levantase. Y así fue.

Nunca había suplicado a alguien por algo. Yo no ruego.

Una reina no ruega.

* * *

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Dreamlock: Me paro frente de mi retrato. Mi hermoso vestido, mis sobre-

helados ojos. Enormes detrás de mí, arqueadas alas blancas de un cisne.

Un Jinete Cisne. Había sido pintada con un Jinete Cisne emergiendo detrás

de mí.

Me tenso.

El retrato se tensa.

No es una pintura, es un espejo. Y un Jinete Cisne está detrás de mí.

Me giro. Pero es Xie.

Es Li Da-Xia, vestida para su trono, su tocado en bucle y equilibrado con

turquesa, jade amarillo, con coral rojo y plata y huesos blancos tallados. Esta es

su realeza. Esta es ella cuando nunca la vuelva a ver otra vez. Ella es una reina-

diosa en rojo y seda dorada, y mira más allá de mí hacia algo sobre mi hombro.

—No —dice ella a lo que sea que esta allá atrás—. No. Tú no puedes

tenerla.

Las alas. Es el Jinete Cisne. Todavia puedo sentir la sombra de sus alas.

Me giro en rededor, pero solo hay un espejo. No hay un Jinete.

Soy yo, yo los estoy usando. Las alas están en mi espalda.

Yo soy el Jinete.

Me leva…

—…ntó! ¡Greta, levántate! —Nunca habia escuchado al Abad tan urgente.

¿Es posible que tenga miedo? Algún tipo de droga o corriente, algo artificial

surge a través de mí. Abre mis ojos descascarados, de la forma en que un sten de

Vía Intravenosa abre una vena. Puedo ver, pero no puedo escoger qué ver.

Hacia arriba: el vidrio del techo de la miseri es ámbar ondeado, el color del jugo

de manzana. El Abad se inclina sobre mí. Su rostro está descompuesto, los iconos

de sus ojos a ambos lados como los ojos de las cabras, su boca solo un ovalo.

—Greta —dice él y no hace que el ícono de su boca se mueva—. Greta,

están viniendo. Hay lugares protegidos a donde podemos ir, pero tú debes

despertarte.

Pero ni siquiera puedo mover mis ojos. Si este es el momento para mí para

irme a la habitación gris, iría como un sonámbulo.

Que es lo que ellos han querido desde el principio.

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Desde la esquina de mi ojo, veo las falanges de cerámica y los tendones de

metal trenzado de la mano del Abad. Él está tocando mi rostro, mi frente, donde

los imanes metálicos están fijados.

Algo en mi cerebro hace clic, clic, clic… y veo cosas, como si mis ojos se

hubieran vuelto proyectores.

Xie en su corona.

Un cuerpo en mi vestido.

El rostro de Elián sonriendo bajo sus cuernos.

Mis oídos están llenos de ruido estático de mi vestido de seda girando

sobre piedra.

Hay sangre en mi boca.

—¡Greta! —El Abad tira de mí. Mira por encima de mi hombro, hacia el

techo… un gesto humano y extraño, porque seguramente él debe tener

alimentos visuales. Pero él se da la vuelta, y me doy cuenta que yo también

puedo girar. Miro hacia arriba…

Y algo viene hacia abajo.

A través del cielo del amanecer, algo grande está por venir. Se cierra de

golpe hacia nosotros como un puño balanceándose, como si el cielo mismo

cayera, algo redondo, negro y tronando hacia abajo. Hay una enorme explosión

sónica. El techo se rompe. El Abad cae. Su fuente principal golpea a través de mis

piernas. Sus manos se ensanchan contra el suelo con un chasquido. Cuadrados de

vidrio dorado se estampan contra nosotros. La parte inferior de la nave ocupa

todo el cielo.

Y entonces…

Entonces los rayos me golpean. Entran en mi cerebro. Grito y escucho al

Abad gritar y…

El mundo se queda negro.

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Traducido por Manati5b & Nix

—Ahí, está desconectado.

La voz era familiar, pero yo estaba a la deriva. No podía localizarla. Abrí

mis ojos y solo vi una ventana… una escotilla o una ventana redonda, bordeada

con cuchillas. Era un círculo, y luego las cuchillas se balancearon hacia adentro y

lo convirtieron en un pequeño círculo, y luego en uno grande otra vez. Ese

retuerzo se veía consistente. Las cuchillas parecían palpitar como un pulso. Mitad

máquina, mitad…

—¿Padre? —dije. El Abad. El Abad había sido…

Escuché la voz del Abad, como en un recuerdo:

—Hijos, me temo que hay malas noticias…

—Regresa Greta. —Esa voz era de Xie.

—¿Greta? —Elián—. Por favor, Dios… Grego, ¿ella está bien?

—No estoy… un momento. —Era la voz sin ubicar de nuevo… Grego. Era

Grego—. Ah, Si. ¿Ves? Si, se están liberando.

Habia un brillo en la esquina de mi ojo. Una sombra oscura se levantó más

allá de mí mientras la red magnética de dreamlock se soltó. Y luego la ventana

de cuchillas tomó su tamaño real. Era muy pequeña. Estaba justo en frente de

mí, pero era muy pequeña, una apertura de laser… una apertura.

Los ojos de Grego.

Grego se apartó de mí, pestañas blancas parpadeando sobre las oscuras

persianas que latían donde sus irises deberían haber estado.

—Sveika, Greta —murmuró—. Que bueno que estés de vuelta.

—¿Qué? —Mi lengua se sentía gruesa y áspera—. ¿Xie?

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—Greta —ella susurró. Envolvió un brazo a mi alrededor y me ayudó a

sentarme. El cuarto palpitó y giró.

Justo en frente de mí estaba el Abad. Su cara-pantalla estaba en blanco…

literalmente en blanco, sin iconos en absoluto. Cuando habló, su voz, sin boca,

parecía venir de todas partes.

—Hijos, me temo que hay malas noticias.

—¡Deja de decir eso! —gimió Elián, y pateó al viejo Al justo en el tallo

central, justo encima donde sus piernas hexápodo se unían. El Abad se tambaleó,

ciego, estirando una mano.

—Miños, me temo… —dijo otra vez.

Elián no llevaba lo que debería estar usando, no su ropa blanca. Parches de

colores de piedra y polvo y libros cruzaban a través de él y parecían confundir

sus rasgos.

Enfócate Greta. Parpadeé con fuerza. Elián… estaba usando ropa

camaleón, chamo, una tela con patrones activos interrumpidos. Era lo que los

soldados usaban. Elián se veía como un soldado. El Abad se ve muerto. Su rostro

está blanco como el papel.

—Hay malas noticias —entonó, como una grabación repetitiva—. Una

guerra ha sido declarada. —Muerto, pero hablando, y Grego tenía ojos hechos

de cuchillas.

¿Podría al menos tener fe en Xie? Ella tenía razón… su forma, su olor, la

fuerza de su brazo rodeándome. Cerré mis ojos y me apreté a ella.

—¿Xie?, ¿esto es real?

—Estás despertando —dijo ella—. Regresa Greta. Es…

Algo la interrumpió, una voz que gruñó en las sombras, la voz de una

mujer. No podia distinguir sus palabras.

Grego le contestó a la voz.

—Ella estaba parcialmente enganchada a los imanes del dreamlock cuando

el EMP21 golpeó. Debería haber habido retroalimentación, así que tal vez haya…

daños.

Vi a Elián sacudir su cabeza en negación, moviéndose tan rápido que

imágenes fantasmas lo arrastraron como cornametas. La ropa de chamo parecía

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Pulso Electromagnético. Las siglas son por el inglés: ElectroMagnetic Pulse.

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borrar su cuerpo. Daño. Cerré mis ojos, tratando de lidiar con el color pulsante,

pulsante dolor.

—Princesa Greta —dijo la voz de la mujer desconocida—. ¿Su Alteza?

Los bordes afilados de mi título cortaron el interior de mi garganta como

cáscaras de nuez. Pude sentir el brazo de Da-Xia envolver mi espalda, la calidez

de su lado contra el mío. Ella tomó un fuerte aliento.

—Míreme, por favor, Su Alteza. —A pesar del “por favor” y el honorífico,

era una orden. El tipo de orden que un doctor me daría. ¿Ellos habían traido a

un doctor? Pensé que tal vez necesitaría un doctor.

Abri mis ojos. Si, estaba Xie sosteniéndome, Elián en ropa de trabajo,

Grego con un multilapiz de ingeniero parpadeando en sus manos. Un librero

había volcado, derramando libros como tripas. Los procuradores de la escuela

estaban ahí también, apilados en un montón de piernas y articulaciones.

Xie se movió y empujó, y me levanté por completo. Una figura, una

sombra voluminosa, tomó un paso hacia mí. Entrecerré los ojos. Parecía

humano, algo humano, aunque mi mente estaba llena de animales. Un desastre

como un oso, pero una precisión controlada como un caballo de guerra. Una

nariz de halcón en un rostro suave. Cabello gris corto, grueso como una melena.

—Princesa de la Corona Greta Gustafsen Stuart —dijo la mujer oso—. En

nombre de la Alianza Cumberlana, ofrezco a la Confederación Pan Polar una

declaración formal de guerra. ¿Lo aceptaría?

—Por supuesto —dije educadamente.

Luego vomité en los legendarios zapatos de Wilma Armenteros.

El General Wilma Armenteros, secretaria de decisiones estratégicas para la

Alianza Cumberlana, vástaga legendaria de una legendaria línea, y descontenta

abuela de la Prefectura más problemática de rehenes, miró hacia sus zapatos y

parpadeó.

Luego alzó la mirada. Sus ojos, como los del Abad, eran gris-pixel.

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—Mayor Buckle —dijo secamente a alguien parado detrás de mí—. ¿Por

qué no lleva a estos jóvenes afuera? Estoy segura de que el aire fresco le hará

bien a Su Alteza.

Me giré a tiempo para ver a la mjer detrás de mi saludar.

—Sí señor.

—Y Mayor… mande a alguien a buscarme unos calcetines.

Xie y Gregor me izaron por las axilas. Me quedé de pie temblando. Cubos

de vidrio dorado cayeron de mis ropas y cabello como si yo fuera una cosa de

cuentos de hadas, vertiendo resplandor. Elián vaciló. Se veía inseguro sobre en

qué categoría caía, en la de buscadores de calcetín, o los conseguidores-de-aire-

fresco. Miró a Armenteros. No estoy segura de qué vio ahí, pero no me pareció

que eso aclarara las cosas para él. Por un momento estaba tan congelado como si

las arañas todavía estuvieran sobre él. Pero cuando se movió, nos siguió.

—Hijos. —La voz del Abad nos arrastró—. Me temo que hay malas

noticias.

—Y tráeme a Burr —escuché a Armenteros decir mientras se cerraba la

puerta—. Necesito que esta cosa hable.

Estaba hermoso afuera, uno de esos primeros dias cuando el verano rodea

la esquina y se puede ver el otoño. No estaba frio o incluso fresco, pero el aire

sostenía la promesa de que el sofocante calor no regresaría. Era un día como un

lápiz recién afilado, lleno de posibilidades. Había, por ejemplo, una gran nave

espacial estacionada en lo alto de la colina.

También había, por alguna razón que no pude entender, una gran cantidad

de soldados alrededor, parados como una línea de espantapájaros a lo largo de

la parte superior de la terraza. En el espacio entre los soldados y la sala de la

Prefectura, los Hijos de la Paz estaban acurrucados, inmóviles y vigilantes como

garzas.

Gregori y Da-Xia me llevaron por otro lado, rodeando la parte de atrás de

la Prefectura, hasta más allá de la caseta de herramientas y los cultivos en

enrejado, hacia la línea de generadores eólicos y la torre de inducción. No nos

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detuvimos ahí sin embargo. La nave estaba ahí, y más soldados, quienes no se

veían muy civilizados.

Soldados… estábamos en guerra. Ahora, justo ahora, estábamos en guerra.

El Jinete vendría. Ella diría mi nombre, y el de Elián, y…

Me tambaleé, mi dolor de cabeza creciendo. Elián se precipitó hacia el

cobertizo y volcó una cubeta de agua vacia para hacer un asiento. Grego y Xie

me sentaron.

Dañada… los jardines estaban dañados. Las cabras estaban sueltas, y las

enredaderas de calabaza extendidas contra el suelo. Las hileras de maíz fueron

aplastados como por una monstruosa mano.

—Han derribado las calabazas —dije.

—Greta… —Xie me miró de reojo—. Greta la Prefectura ha sido tomada.

Capturada.

—Oh —dije—. ¿Crees que seremos capaces de guardar el maíz?

—Vamos a llevarla a su celda —dijo Elián—.Tal vez pueda dormir y

recuperarse.

—No. —El horror me congeló—. Dormir no.

—Está bien. —Elián tocó mi cabello—. Dormir no.

Era valiente y pensaba que yo era fuerte. Me incliné sobre su mano, contra

su pierna. Algo duro atrapó la parte suave de mi mejilla: había una pistola en su

cadera.

—Elián…estás armado.

—Mi abuela… estamos en guerra.

La abuela de Elián… Wilma Armenteros. Había aceptado una declaración

formal de guerra. No tenía ninguna autoridad para hacer tal cosa.

—Debería asegurarme de que Armenteros sepa que no soy un

plenipotenciario.

—Oh, seguro —dijo Elián—. Porque apuesto que ella está preocupada por

eso.

—Y mira el maíz —dije—. Esto es peor que la guerra de comida.

—Ellos enviaron un barco de choque —explicó Grego—. No desacelera

hasta que esté casi encima de ti. Las tropas tienen que montar de lado para

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sobrevivir a las fuerzas de gravedad. Tienen equipos de compresión, arneses

especiales. Es la explosión sónica que hizo este daño a los cultivos.

—Sí, genial, gracias Gregori —dijo Elián.

Y Xie dijo:

—Greta, el maíz no importa.

—¿Cómo puedes decir eso? —De repente, me encontré llorando—. ¿Cómo

puedes decir eso? —Necesitábamos el maíz; necesitábamos toda esta comida—.

¿No quieres vivir? Yo quiero vivir.

Estaba tan sorprendida de escucharme a mí misma diciendo eso que me

desperté.

Me desperté con lágrimas en mis mejillas. Había sido real… se mantenía

con sentido, tanto como pude descifrarlo. Los Cumberlanos habían enviado una

nave de choque y noqueado las defensas de la Prefectura y sus comunicaciones

con un pulso electromagnético, un EMP. El Abad había tenido alguna vaga

advertencia de ella, y había usado esa advertencia para jalarme fuera del

dreamlock.

Hay lugares protegidos donde podríamos ir, dijo el Abad. Él se podría

haber salvado a sí mismo… y necesitaba salvarse a sí mismo. Als habían muerto

con el ataque EMP. Era parte para lo que los EMP habían sido diseñados a hacer,

érase una vez, en una menos apropiada época tecnológica… derrotar al enemigo

con inteligencia artificial. (Oh si, decían las Declaraciones, Estoy totalmente

prohíbiendo esos.)

Pero el Abad no había tratado de salvarse a sí mismo. Había tratado de

salvarme.

Y había tenido éxito. Probablemente. Más o menos. Habia sido Grego

quien finalmente había desconectado la red de los imanes del dreamlock —su

interés por las luces parpadeantes finalmente haciéndolo pagar— pero había sido

el sacrificio de Abad lo que me había salvado. Mi cabeza estaba palpitando, y mi

visión era demasiado aguda, con un borde arcoíris, pero esa palabra dura que

Greo había usado —“dañada”— yo no pensaba que había alguna.

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Pero antes de que pudiera decirlo, Elián, siempre demasiado agitado, se

puso de pie.

—Deberiamos llevarla con un neurocartografo —dijo él—. Un doctor.

Alguien.

Da-Xia lo miró como una diosa mira a un mortal que le ha dado una

naranja en mal estado.

—Elián, no creo que ninguno de nosotros se vaya a ninguna parte. Y en

particular no Greta.

Me volví hacia ella.

—¿Porque es eso?

Xie me miró y supo de inmediato que yo estaba despierta otra vez. Miró

por hábito hacia el Panóptico.

Se había ido.

El Panóptico… ido. Debe haber sido derribado por la explosión sónica.

Yacía en el césped de la pradera en trozos por todo el lugar.

Nada nos estaba mirando. Nada. Me sentía… a la deriva.

Empujé los talones de mis manos contra mis ojos y traté de resolver nuestra

situación lógicamente.

—Cumberland ha atacado directamente la Prefectura en un avance para

una declaración de guerra.

Incluso con los ojos cubiertos podía oír el asenimiento de cabeza muy

escolarizado de Da-Xia.

—Hasta lo que sé.

—¿Greta? —dijo Elián, con delicadeza—. ¿Estás bien?

Le ignoré y parpadeé alejando los puntos en mi visión.

—Ayúdame a entenderlo, Xie. Atacar la Prefectura… es audaz e ilegal. Pero

puede tener un sentido estratégico. Los Cumberlanos no pueden ganar contra la

Confederación Pan Polar bajo las reglas de la guerra. Pero librar una guerra

diferente, tomar rehenes contra los PanPolanos, tomar rehenes para evitar que la

acción de las Naciones Unidas… eso tiene algo de esperanza.

Grego se mordió el labio. Él tenía, por supuesto, poca pigmentación en los

labios, y podía ver la sangre sobresaliendo contra la presión en sus dientes.

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133

—Eso se ha intentado —dijo, su acento engrosándose—. Cuando los

estados de Kush hicieron una huelga contra la Prefectura Siete.

Todos sabíamos lo que había ocurrido allí. No por nada Talis es llamado el

Carnicero de Kandahar.

—¿No crees que Talis hará…? —La voz de Elián se cortó de repente.

¿Estaba pensando en… Nashville, tal vez? ¿Cleveland? ¿En Indianapolis?

No había razón para pensar que sería la única.

—Talis sostiene que el sistema de las Prefecturas detiene las guerras —dijo

Da-Xia—. Él va a hacer lo que deba para salvar nuestra Prefectura. Al lado de

eso, todo Cumberland es prescindible.

La ciudad explota, dicen las Declaraciones, comentando la destrucción de

las últimas personas que atacaron una Prefectura. En realidad, no tiene la

intención de ser sutil.

No era sutil, pero Elián estaba luchando, realmente luchando para

mantenerse al día. Acababa de pasar tres días con mis pensamientos

profesionalmente revueltos, pero yo lo estaba haciendo mejor que él. Él se veía

pequeño dentro de su ropa de trabajo, como un niño que juega a disfrazarse.

—La siguiente pregunta —dije—, es, ¿por qué Talis aún no ha golpeado ya?

—Y la respuesta —dijo Da-Xia—, es que los Cumberlanos nos tienen. Los

rehenes —dijo ella—, ahora son rehenes.

Elián se frotó el rostro. Durante mucho tiempo se quedó en silencio,

aturdido. Luego dijo:

—Ustedes realmente toman ese método Socrático de mierda en serio.

—Los beneficios —dije—, de una educación en la Prefectura.

—Sí —dijo Grego sin expresión—. Fuimos criados en latín y griego en vez

de amor.

Antes que Xie pudiera agrietarse —pude ver que ya estaba empezando

hacerlo— y antes de que Elián pudiera responder, se oyó un grito.

—¡Oye! —Uno de los soldados cruzó a través de la hierba hacia nosotros.

Su arma se amoldaba con facilidad en sus manos, como si se tratara de una tijera

para podar, y él un jardinero—. ¿No es esa la Princesa cómo-se-llame? —Él

estaba mirando a Elián.

—Greta —respondió Elián.

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—Bueno, sáquenla a la luz, ¿de acuerdo? Los bloques del cobertizo tienen

demasiadas líneas de visión. Armenteros quiere un monitor cercano a ella.

Grego se interpuso entre mí y el soldado, levantando la mano como un

colegial.

—Tal vez no te das cuenta —dijo— pero ella está herida.

—Sólo un poco demasiado sol —dije al soldado.No tenía necesidad de

advertir a los Cumberlanos cuánto tardarían en romperme. Déjenlos que piensen

que iba sería fácil, y tal vez lo harían fácil. Me levanté, y me dejé temblar,

jugando la flor delicada—. Estoy bien, Gregori.

—Toma su ronda con los otros —ordenó el soldado a Elián, que todavía

no se había puesto al día. En uniforme, armados, él había sido confundido con

un guardia.

Los otros. Mis amigos. ¿Qué habían hecho con mis amigos?

—Vamos —dije, y dirigí el camino, con nuestro "guardia" desconcertado

cerca.

Xie tomó a Elián por el codo, lo cual dañó su credibilidad, pero era

necesario: él no se parecía ni remotamente como nuestra escolta militar. Ella

miró de reojo hacia él.

—Realmente no eres el soldado mejor formado, ¿verdad?

—¡Oye! —replicó Elián, con un brillo similar a un láser. Entonces dijo—:

Sólo porque no tengo los beneficios de una educación en la Preceptura… —

exageró mi precisión hacia la burla.

Da-Xia sacudió la cabeza.

—Elián, escúchame, trata de entender. Hemos sido tomados como rehenes.

Los Cumberlanos nos utilizarán contra las Naciones Unidas. Y usarán a Greta

contra los PanPolanos. Sin lugar a dudas, se va a poner feo.

Feo. Sí. Sí, lo haría.

Elián trotaba junto a nosotras ahora, así que Xie dejó caer su brazo.

—Tú tienes —dijo—, unos treinta segundos para escoger un lado.

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En todo el costado de la sala de la Prefectura encontramos a Atta, Han y

Thandi sentados en la hierba, de espaldas a los soldados en lo que tenía que ser

deliberadamente, un pequeño gesto de desafío. No habían sido señalados o

llevados. Mis amigos.

Se pusieron de pie cuando nos vieron y por un momento nos quedamos

cara a cara, ellos tres y nosotros cuatro. Se sentía como si estuviéramos haciendo

equipos. ¿Por qué?

—Elián —dijo Thandi ácidamente—. Bonito atuendo.

Oh, verdad. Eso.

—Linda arma, también —dijo Thandi—. De verdad, es bueno saber que

habrá una cara amable en el pelotón de fusilamiento.

—Thandi, no —murmuró Xie.

De todo lo que podía pasar, el sol se reflejó en las armas apuntando hacia

nosotros. Hacia mí.

Elián estaba forcejeando.

—Lo siento, chicos —dijo—. De verdad.

Thandi se burló:

—Estoy seguro de que Greta recordará eso cuando Armenteros comience a

enterrar sus garras.

Tensé mi rostro como si eso pudiera cerrar mis oídos. No quería oír hablar

de garras. Aún no.

Elián estaba mirando desde la mitad de los círculos desequilibrados hacia el

otro.

—Mira, sé que la Abuela no es exactamente de caricias y cachorritos. Pero

sigo estando del lado de las personas que no han tenido mis extremidades

blandas conectadas a electrodos durante todo el verano, ¿de acuerdo?

Algo feo… ¿un recuerdo? se arrastró hacia el rostro de Thandi.

Elián parecía herido.

—Está bien —le dije en voz baja.

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Él respondió con un gruñido como un león herido.

—Maldita sea, Greta, no está bien.

Empujó ambos puños en su rostro y se quedó así, sin mirarme, sin

mirarnos. Mis manos se movieron a mi lado. Me dolió por llegar a él. Él pensaba

que yo era fuerte, y tenía que serlo. Lo necesitaba a él.

Pero le había prometido salvarlo. Y aquí… Dios me ayude, lo necesitaba,

pero aquí era el momento en que lo podía salvar. No había salvado a Sidney, y

no podía salvarme a mí misma, pero tal vez podría salvar a Elián. Cerré los ojos

y me hundí en la hierba. Xie se hundió conmigo, y luego los demás, uno por

uno.

—Ve, Elián —susurré—. Ve con los soldados.

Elián vaciló, de pie por encima nosotros, de espaldas al sol y su rostro

oculto en la sombra. Luego se volvió y se acercó a los Cumberlanos y tomó un

lugar en su línea.

—Oh —dije. Un muy pequeño ruido, demasiado bajo para que Elián lo

escuchara. Tan pequeño como una grieta en una represa. Él era tan ridículo con

este desafío. En realidad no había pensado que iría.

—Para ser justos —dijo Xie—. No creo que lo entienda.

Todos estábamos sentados cerca. Era como un juego, un juego de niños,

niños en un ring, susurrando secretos.

Xie puso su mano en lo alto de mi rodila.

—Me van a usar contra mi madre —dije—. Explotar sus sentimientos.

Opinión pública.

—Lo sé —dijo Xie. Su mano era cálida y firme.

—Pero mi madre está acostumbrada a la idea de mi muerte —dije—. Así

que no va a ser muerte.

—Lo sé —dijo Xie.

Thandi colocó su mano en mi otra pierna. Calidez pesó en cada rodilla.

Establizándome.

—Algo público —dije—. Algo…

Traté de no mirar a Elián, parado en la línea de hombres y mujeres que

iban a hacer algo… esa palabra fea que Grego había usado. Algo dañino.

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Traducido por Nati C L

Esa noche llovió. Lluvia por fin, llovió demasiado tarde, llovió justo cuando

estaba todo listo para torturarme por los derechos del agua… de la lluvia. Como

si necesitara una prueba más de que los destinos tienen un sentido del humor

negro.

No era sólo una lluvia cualquiera tampoco… una tormenta. Llegó del

noroeste, alta como un puerto espacial, negra como una sierra, una enorme

tormenta de la pradera. Xie y yo tiramos nuestras esteras y mantas en el suelo y

nos pusimos lado a lado para verla ondear y centellar.

Durante casi una hora nos quedamos allí, viendo la tormentar ondear,

lenta como un Jinete Cisne. No parecía haber algo que decir. Podía sentir el

calor del cuerpo de Xie contra mi lado.

―Esto irrumpió en la primera noche que viniste aquí ―dijo ella, cuando

los truenos estaban casi encima de nosotros―. ¿Recuerdas?

Recordé. Yo había estado cinco años y ella seis. Había sido mi primera

tormenta de la pradera. Había estado segura de que la sensación de picazón en

mi piel significaba que el rayo venía por mí. Seguro iba a golpearme y

prenderme fuego y morir.

Me había paralizado, pero la pequeña Da-Xia había estado saltando en su

cuna en claro placer. ¡Es uno grande!

Luego me había mirado. ¿Tienes miedo?

Y yo había dicho, No.

Toda mi vida he estado asustada. Y toda mi vida he estado diciéndole a la

gente que no lo estaba. Casi —ah, casi— creía que era verdad.

Arriba las nubes burbujeaban, relámpagos que avanzaban lentamente a

través de sus vientres. Una extraña sensación verde extraña espesó el aire, como

si todo estuviera construyendo una carga, a punto de ser levitada

magnéticamente.

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No era cierto, lo que yo siempre había dicho. No era cierto que no estaba

asustada.

Llegué a un lado y Xie tomó mi mano.

El suelo de piedra era difícil, incluso a través de mi colchoneta. Duro bajo

los puntos de mis hombros. Duro debajo de cada nudo de mi columna vertebral.

El relámpago rajó un destelloy encendió la habitación como…

―Xie ―le dije―. ¿Crees que me matarán?

Los dedos de Da-Xia acariciaron el punto del pulso en mi muñeca. No

había cinco personas en el mundo que me habrían contestado francamente, pero

Xie era una de ellas. Ella dijo:

―No de inmediato.

Las nubes reventaban. El granizo se estrelló contra el cristal. Hizo un ruido

enorme, y Xie y yo nos enroscamos la una contra la otra, escondiéndonos en los

brazos de la otra, durante un momento que sorprendió. Luego nos juntamos,

aunque el ruido siguió, lo suficientemente alto que nadie podría haber sabido si

yo estaba llorando.

Finalmente la lluvia cayó —sólo ráfagas y salpicaduras, después de todo

esto— y poco a poco me sacudí hasta quedarme dormida.

Cuando me desperté ya era tarde, mucho después del amanecer. Alguien

había apagado todas las campanas rotas. No escucharlas me hizo sentir como si

estuviera flotando en el tiempo. El cielo tenía la mirada en blanco y magullada,

de alguien recién golpeado.

Por encima de la confusión de las esterillas y mantas, Xie estaba sentaba en

las cuerdas desnudas de su cuna. Ella asintió con la cabeza hacia mí, y por unos

momentos me encontraba allí, observando sus largos dedos doblar grúas de

envoltorios de caramelos plateados que los soldados deben haber desechado. La

habitación olía un poco a chocolate. Un olor deHalifax: me hizo sentir mareada.

No había, sin duda, mucho más tiempo.

Me levanté.

Tomé más cuidado que de costumbre para fregar arriba, trenzar mi pelo.

Terminé por hacer las trenzas demasiado apretadas; se detuvieron en mis sienes

como electrodos.

Justo estaba considerando la posibilidad de rehacerlas cuando la puerta se

abrió, revelando, no a los soldados que medio habíamos esperado, sino un tipo

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diferente de hombre. Era de mediana altura, de mediana edad, y rojizo por

todos lados… piel de cuero y cabello suelto, ojos que eran casi amarillo. Rojizo y

escuálido, como un león que había sido expulsado de su orgullo. Estaba solo en

la puerta, con una sonrisa en su rostro y un bloc de notas en la mano.

―Ah, Princesa Greta ―dijo―. Su Alteza Real. Y esta debe ser

―Comprobó su portapapeles―, ¿la Hija del Trono Celestial?

―Yo soy Greta ―le dije―. Soy un rehén de sangre de esta Prefectura, y un

Hijo de la Paz. Nosotros no usamos nuestros títulos aquí.

―Ah ―dijo―. Bueno, la Prefectura está cambiando, como es probable que

haya notado. Pero, por supuesto, me alegro de seguir sus preferencias. Soy

Tolliver Burr. ―Extendió una mano para saludar. Casi me había olvidado que la

gente hacía eso. Cuando no tomé su mano, se volvió a Xie―: Y usted. ¿Debería

llamarla “Da-Xia”?

Xie lo miró por debajo de su nariz.

―¿Sabes?, creo que «Hija del Cielo» va a estar muy bien.

―Su Divinidad ―dijo―. Por supuesto.

―Sr. Burr ―le dije.

―Tolliver, por favor.

―Sr. Burr ―le dije―. ¿Qué es lo que necesita de nosotros?

―Ah. Tenía la esperanza que vendría conmigo.

―¿Las dos? ―Da-Xia continuó su cosa de bajar la nariz. Necesitaba

aprender eso de ella. Es un impresionante truco cuando sólo tiene cinco pies de

altura.

―Bueno, la princesa heredera, específicamente, Su Divinidad. A ella se la

necesita en la biblioteca. Pero, por supuesto, ustes es bienvenida a venir―. Abrió

su brazo en dirección a la miseri. Xie se deslizó magníficamente por delante de

él, a la cabeza.

―¿Y qué quería con la princesa heredera? ―preguntó Xie―.

Específicamente.

―Oh, soy un... especialista. Un especialista en comunicaciones.

―Comunicaciones ―resoné, inquieta.

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Había dos guardias fuera de la miseri. Burr saludó con la cabeza a ellos, y se

apartaron. La puerta se abrió.

Libros aún yacían donde habían sido derribados por la explosión sónica. La

luz del día cayó a través del techo roto, y podía oler el fuerte y triste olor de

polvo después de la lluvia.

Al lado de la mesa de mapas estaba el Abad.

Él se volvió cuando entramos. Su rostro estaba de vuelta en su pantalla.

―Marco Aurelio dice que la mejor venganza es ser diferente de él, de

quién realizó la lesión. Admito que estoy luchando con eso. Buenos días, Da-Xia.

Buenos días, Greta. Estoy aliviado de verlas con buen aspecto.

―Buenos días Padre ―le dije, y mi voz salió ronca. Me pareció que el EMP

podría haberlo matado. Estaba más contenta de verle de lo que podría decir

fácilmente.

―Veo que has conocido al Sr. Burr.

―Tolliver, por favor ―dijo Burr de nuevo.

Al acercarme al Abad, vi que una de sus manos fue fijada a la mesa. Al lado

de la mano descansaba una pequeña caja con una pantalla táctil centellante. Un

haz de filamentos corrió fuera de la caja, en espiral sobre la mesa como una

serpiente bebé, y corrió hasta la cabeza del Abad. Miré desde el Abad a Burr y

viceversa.

―El Sr. Burr y yo hemos estado teniendo un desacuerdo ―dijo el Abad.

Hubo un poco de sibilancia divertida en su voz―. He estado explicándole que

soy una Inteligencia Artificial Clase Dos, con plenos derechos de la personalidad

en el marco del Convenio de Bangalore, y no, de hecho, un terminal de

comunicaciones.

―Pero puedes tener un enlace ascendente ―dijo Burr.

―Por supuesto que puedo ―dijo el Abad―. Tu pregunta debería ser si lo

haré.

―Oh ―dijo Burr, como si el asunto fuera meramente técnico―. Creo que

nuestra caja funcionará bien. ―Se inclinó delante de mí e hizo algo a la pantalla

táctil.

El Abad se sacudió como Elián bajo shock y luego… murió. Fue

exactamente como ver la vida drenarse desde los ojos de un ser humano. Un

momento el Abad estaba ahí, y luego era sólo un cuerpo, un trozo de piezas.

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―¡Padre! ―grité. Pero él no regresó.

La mano de Da-Xia estaba en mi brazo… podía sentir su sacudida. Pero

ninguno de los Cumberlanos reaccionó.

―¿Padre Abad? ―le dije. Nada.

―¿Está funcionando, Burr? ―Wilma Armenteros salió de las sombras detrás

de la mesa del Abad.

―Sí, General. ―Burr entrecerró los ojos en la pantalla―. Estamos por ir

para el enlace ascendente.

―Bien ―Armenteros gruñó. Sacó una silla frente al Abad―. Su Alteza.

Tome asiento.

Poco a poco rodeé la mesa hacia ella. Me senté. Me quedé mirando

fijamente la cosa muerta que había sido mi Abad. El general me dio unas

palmaditas en el hombro, su mano pesada. Podía sentir mi pulso en mis sienes,

tirando de los cabellos finos donde mis trenzas estaban demasiado apretadas.

Armenteros se alzaba detrás de mí. La silla era dura.

Da-Xia llegó y se detuvo junto al Abad. Sus ojos decían: Espera. Me hubiera

gustado poder sostener su mano. La miré, se extendió junto al Abad en la mesa.

La mano del Abad tenía un tornillo impulsado a través de él, perforando los

músculos de goma externos y obligando a una nueva apertura entre las tuercas

metacarpianas. La mesa era estrecha… podría haber tocado esa mano sin vida.

No lo hice. Sentí la parte posterior de la muesca de la silla bajo mis omóplatos:

Debo haber estado inclinada lejos.

Tolliver Burr llegó rebosante alrededor de la mesa a mi lado.

―Eso es perfecto, quédate quieta un momento. ―Él sostenía una especie

de metro al lado de mi rostro, y luego le dio la vuelta en torno a leerlo. Asintió

con la cabeza hacia el general, satisfecho―. Esto está bien. Si tuviera una caja de

dispersión, podría suavizar algunas de las sombras… pero realmente, usted no

quiere que se vea demasiado pulido. Ella sólo tiene que ser claramente

reconocible.

Armenteros asintió.

―Gracias, Burr. Por favor pónganos en contacto.

―Por supuesto, sólo déjeme salir del disparo.

Salir del… sus palabras resonaron en mi cabeza. ¿Estaba alguien a punto de

pegarme un tiro?

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Levanté la vista hacia el Abad. Su cara-pantalla estaba en blanco. Sólo unos

pocos píxeles dispersos mostraron donde sus ojos y boca habían estado cuando

se había... ido.

―Y...vamos. ―Burr levantó una mano de su pantalla táctil con un poco

de estilo dramático de su muñeca.

Y de repente, en lugar del rostro del Abad, estaba mi madre.

La Reina Anne no llevaba su peluca.

Eso me sorprendió, me impactó casi como si ella nos hubiera encontrado

desnuda. Su cabello estaba corto, desordenado, más ceniza que fuego. Durante

un momento no me miró. Claramente yo no había entrado en foco para ella.

Escuché el zumbido de una lente moviéndose en algún lugar, y luego sus ojos se

encontraron con los míos.

―Greta ―dijo.

Yo no sabía qué decir. Traté:

―Madre.

―¿Estás bien? ¿Te han lastimado? ¿Han hecho daño a alguno de ustedes?

―Yo…

¿Cómo podría explicar? El hecho de que yo había estado en dreamlock

cuando el EMP había golpeado no era culpa de los Cumberlanos. Que yo

hubiera estado en dreamlock en absoluto era un asunto demasiado complejo

para tratar aquí.

―Ninguno de los Hijos que he visto se lastimó. Han hecho daño al Abad.

―Miré su mano, y de vuelta a donde su rostro debería haber estado. Sólo podía

ver a mi madre.

―Greta...―Ella parecía estar suplicándome. ¿Para qué?

―Desplázate hacia la derecha ―dijo Tolliver. Tocó algo en su caja. Debe

haber anulado la presencia virtual de mi madre, porque el Abad giró

mecánicamente, para centrarse en el general.

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―Ahí está su prueba de vida, Su Majestad ―dijo Armenteros―. ¿Está

satisfecha?

―Supongo que han recuperado a su propio rehén ―dijo la Reina Anne, su

voz lo suficientemente crujiente para estampar monedas―. Su nieto, me

imagino.

Armenteros miró hacia la oscuridad, y luego miró hacia atrás y se encogió

de hombros.

―Un beneficio adicional, Su Majestad, y no es relevante para esta

discusión.

La cabeza del Abad ―la cabeza de mi madre― giró; se dio la vuelta para

mirarme. Se había agrandado su imagen. Su rostro llenó la pantalla, y se

mostraba sólo de la barbilla hasta la frente. Sus ojos estaban en donde los iconos

de ojo habrían estado. Ellos me buscaron. Sentí que debía decir algo, pero

realmente no sabía qué. Su mirada me sostuvo temblando.

―Greta, habla conmigo. Di algo que sólo tú conoces. Algo que ellos no

podrían fingir.

Mi cuero cabelludo se erizó, pero no me detuve a pensar. Sólo contesté:

―Yo no soy Juana de Arco ―le dije―. Lo sé porque tengo miedo.

―Greta.

Apenas escuché mi nombre. Sólo podía verlo, en la forma de los labios de

mi madre. Ella levantó la mano del Abad y me tocó: sentí la frialdad de la luz de

las yemas de los dedos de cerámica en mi mejilla. Por un momento me dejé

inclinar hacia ese toque muy conocido, y luego miré a mi madre y asentí. Mi

madre asintió de vuelta, de reina a reina, y se volvió hacia la general.

―Muy bien, Armenteros. ―La dureza de la voz de mi madre hizo zumbar

el sonido de voz del Abad―. Vamos a escuchar sus demandas.

Me senté en la silla de madera dura en la mesa del mapa… la mesa donde

había trazado el progreso de las guerras que nos habían tomado, uno tras otro.

Bihn, tomado tan joven. Vitor, sólido y triste. Sidney, su mano cayendo de la

mía. La mesa del mapa donde había estudiado la próxima guerra, la guerra que

iba a matar a Elián. Y a mí.

Lejos a mi izquierda, Armenteros estaba dando sus demandas… o más bien,

su demanda. Ella sólo tenía una, y era precisamente lo que yo había pensado que

sería… derechos de agua potable para el Lago Ontario. Yo había predicho

incluso correctamente la cantidad, siete mil acres por año.

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Tal dominio era por lo general un consuelo para mí. Podía oír la voz del

Abad diciendo precisamente eso. Me pregunto si la ignorancia es realmente la

cosa más amable. Y podría ver la mesa alta en la habitación gris, donde la luz era

tan alta que incluso no había sombras cayendo. ¿Sería una inyección? ¿Rayos?

¿Una bala en la cabeza? ¿Qué razón había para preocuparse? No había habido

una razón antes. ¿Por qué debería haber una ahora? Los Cumberlanos

seguramente deben estar planeando algo menos... privado.

La Reina Anne dijo:

―Eso está más allá de la capacidad de carga del lago.

―Un poco menos, dicen mis hidrólogos.

Incluso filtrada a través del Abad, la inclinación de la cabeza de mi madre

era puramente yo… puramente ella.

―Este análisis fue hecho en una década mojada. El patrón habitual es de

6,200 acres-pies… diez por ciento menos.

Armenteros negó con la cabeza lentamente.

―Siete mil es el mínimo necesario para sostener nuestra población.

―Entonces su población tendrá que cambiar ―dijo la Reina Anne―. El

lago no puede.

―¿Sugiere que deje que doscientos mil personas mueran de sed?

Estaba segura que mi madre tenía la ceja levantada, aunque sólo podía ver

la parte de atrás de la cabeza del Abad, la grieta en su carcasa donde las fibras se

habían atascado.

―Sugiero que los traslade. Pero esa es su decisión: puramente un asunto

interno.

―Su Majestad ―dijo Armenteros―. No voy a ser tímida. ―Inhaló una

respiración ronca.

Sabía lo que seguiría. Era el momento de hacer explícita la amenaza

implícita. Era hora de mencionar la tortura.

Tímida, había dicho.

De repente yo estaba furiosa. Llegué a través de la mesa y agarré el haz de

fibras entre la cabeza del Abad y la caja de Tolliver Burr. Tiré de esta.

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Los cables se rasgaron libremente. El Abad gruñó y se tambaleó,

balanceándose por ahí y agarrándose a sí mismo contra la mesa. En su pantalla,

el rostro de mi madre se congeló y se distorsionó.

―General Armenteros ―dije―, me asombraría si usted fuese tímida.

―Siéntese, Su Alteza ―Armenteros ladró―. Burr, obtén a la reina de

vuelta.

―No te atrevas ―le espeté. Y luego me volví hacia ella―. Y usted ―dije,

―, no está autorizada a utilizar mi título. Mi nombre es Greta, y así me va a

llamar. ¿Cree cree que porque soy rehén de la Prefectura cualquiera me puede

utilizar? Soy un Hijo de la Paz. Toque un pelo en mi cabeza y los Als vendrán

por usted. Talis limpiará Cumberland del mapa, ¿me oyes? ¡Del mapa!

Golpeé la mesa con tanta fuerza que varios soldados saltaron. Mi mano

picó entumecida.

―Siéntate ―dijo la general, y levantó un dedo. Hubo una oleada de clics

alrededor de la habitación cuando pistolas giraron y me apuntaron.

Me rei.

―No me va a disparar. Apenas me puede torturar si me dispara primero.

La general hizo un tac con su lengua, reconociendo el punto. Ella sonaba

tanto como el Abad que me hizo tambalear. Agarré el borde de la mesa.

Tolliver Burr miró a Da-Xia como decidiendo cuál era el papel que tenía.

―¿Y qué hay con ella? Podríamos dispararle.

―¿La compañera de cuarto? ¿Quién es ella? ―dijo Armenteros, mientras

algunas de las armas se balancearon para cubrir a Xie.

Da-Xia le sonrió, destruyendo la sonrisa de Tara, luego presionó sus palmas

frente a ella y se inclinó sobre ellos.

―Yo ―dijo ella―, soy la hija del Trono Celestial, Querida de las

Montañas, el Alma Pura de Nieve. Elimínenme, y se encontrará en guerra con la

mayor parte de Asia central.

―Tiene bastante razón ―dijo el Abad. Su cabeza estaba colgando, y había

un zumbido de engrosamiento en su voz―. Ambas lo son. Las Naciones Unidas

no se tomará esto a la ligera. Talis personalmente ordenará la huelga en

Cumberland.

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Talis. En los labios de otro AI, que era un nombre para conjurar. La

temperatura en la habitación parecía caer.

―Me voy ―dije―. No hay necesidad de que yo esté aquí mientras decide

cómo hacerme daño.

Me alejé de la mesa, la cual había presionado una falla blanca en la parte

blanda de la palma de mi mano. Me habría tambaleado, excepto que Da-Xia

vino y tomó mi codo, formalmente, como convendría a la escolta de una reina.

―Y usted ―le espete a Burr―. Debe tener algún otro equipo en esa nave

suya. Úselo. No voy a hablar con mi madre a través del Abad de nuevo. Déjalo

ir.

―Gracias, Greta ―el Abad dijo arrastrando las palabras. Él no alzó la

cabeza. Su mano seguía clavada en la mesa. Pero él estaba vivo. Las armas nos

siguieron como ojos mientras íbamos hacia la puerta.

La luz a través del techo roto era claro-scuro: aquí lo suficientemente

brillante como para hacer un estrabismo, ahí, espesa con sombra. Los soldados

de la puerta estaban borrosos por su chamo y en su mayoría ocultos en la

oscuridad; sólo podía ver su movimiento, moviéndose para darnos paso.

No fue hasta que estuve cerca de allí que me di cuenta que uno de ellos

―su arma suelta en su mano, con el rostro tan tenso y enfermo como si las

arañas se arrastraran sobre cada pulgada de él ― era Elián.

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Traducido por Wan_TT18

Fuera del miseri Da-Xia me tomó del brazo y corrimos como ciervos. Nos

esparcimos fuera de las sombras cruzadas y hacia la mañana brillante. La hierba

estaba mojada bajo nuestros pies descalzos.

―¡Me asombraría si fueses tímida! ―Da-Xia se desplomó contra la pared

de la Prefectura, sonriendo de oreja a oreja―. Ahí lo tienes, Greta. ¡Bien hecho!

―Ella se estaba riendo―.

Hace unos momentos también me hubiera estado riendo ―ante la

liberación, al ver el rostro de Armenteros― pero viendo que Elián había sido

arrancado de mí. Me sentí vacia.

―Oh, Xie... ―Me apoyé contra la pared al lado de ella. La luz del este era

suave, pero las viejas piedras todavía tenían fresco el recuerdo de la noche―.

¿Te acuerdas de Bihn?

Bihn. Ella había sido pequeña para su edad, y muy dulce. A ella le gustaba

trenzar mi cabello. Ella podía mantenerse tan quieta que las palomas venían a

comer de su mano. Cuando teníamos nueve, un Jinete Cisne llegó por ella.

Había llamado su nombre, y ella había empezado a gritar. Sidney, Vitor y Bihn.

Tres de mis compañeros habían muerto, en mi tiempo en la Prefectura. Pero sólo

Bihn había sido arrastrada gritando.

Da-Xia giró lejos de la pared, por lo que estábamos cara a cara.

―No vas a perder el coraje, Greta ―dijo ella, poniendo algo de valor en

mí, algo más feroz que una bendición. Sus ojos eran de color negro con su

intensidad, enfocados en los míos―. Escúchame. No lo harás.

Estábamos vientre contra vientre. Su rostro estaba poderosamente cerca.

No estoy segura de cuál de las dos se movió primero. Pero de repente mi

boca estaba sobre la de ella. Y sus labios eran cálidos como la luz del sol, y su

piel era fría como la hierba, y ella era todo. Da-Xia. Mi mundo entero.

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¿Cómo fue posible que me haya tomado tanto tiempo ver eso?

Su mano se deslizó bajo el dobladillo de mi camisa y rozó la piel de gallina

golpeando en mi costado.

―Xie... ―salió casi como un gemido.

Encontré mi mano en la parte baja de su espalda… despierta contra el

fuego de su cadera, a la forma en que mis dedos encajaban entre los botones de

su columna vertebral. La atraje más cerca.

Justo en ese momento, Elián irrumpió por la puerta. Él nos vio. Se detuvo.

Xie se apartó de mí. Un rubor se deslizó hasta su garganta. No recuerdo

haber visto a Da-Xia ruborizada antes. Pero ella se sonrojó bajo el jadeante

silencio de Elián.

―Oh ―dijo él.

―Elián…

Sentí la necesidad de explicar. Y luego una oleada de ira: ¿Qué había de

explicar? ¿Y qué derecho tenía él a una explicación? Había puesto una pistola en

mí, escuchaba los planes para que me torturaran. Y bueno, le dije que lo hiciera,

pero…

―No estás armado ―dijo Xie.

―Si, bueno… ―Elián se rascó detrás de la oreja―. Algunos ahí se

preguntan dónde se encuentran mis lealtades.

―–Aquí afuera, también ―dijo Xie.

―Dios, Xie, como si yo alguna vez hubiera… ―se interrumpió y se volvió

hacia mí―. Greta. No lo sabía, lo juro. ¿Cómo hubiera podido saberlo?

―Da-Xia sí lo explicó.

―Y Thandi ―dijo Xie―. Y Grego…

―–Pero yo no… ―Estaba respirando con fuerza, su voz subiendo hacia la

histeria―. Yo no lo sabía. Soy un criador de ovejas, Greta. Me gusta cocinar. Me

gusta ir a jugar bolos.

―Qué pintoresco ―dijo Xie.

Alcé una mano para detenerla, y la hundí abajo contra la pared.

―¿Sabes lo que están planeando, Elián?

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Él sacudió la cabeza para negarlo, pero había conocimiento en su rostro.

Debió haber visto que me había dado cuenta porque dijo lentamente:

―Lo único que sé... ese hombre… Tolliver Burr… él los tiene… él quiere

que ellos... ―Su voz se redujo y casi se atragantó―. Él quiere que ellos muevan

la prensa de manzana fuera, sobre el césped. Donde la luz es mejor para filmar.

Consideramos eso. Traté —oh, cómo traté— de no considerarlo muy de

cerca. Pero no hay descanso para una mente inquieta. La prensa de manzana…

enorme y antigua, con sus empulgueras tan gruesas como un muslo, hechos de

troncos de roble en un tiempo inimaginable antes que las máquinas pudieran

hablar. Y las empulgueras necesitaban ser fuertes, para cargar la fuerza que

tomaba obtener el líquido de una manzana… para derribar la parte superior de

roble de hierro en la cima de la prensa, turno por turno. Era grande, la prensa.

Podrías poner un contenedor de manzanas en el mismo, o un contenedor de

patatas, en los días en que Vitor y Atta habían tratado de hacer vodka, antes de

la desafortunada explosión del alambique. Podías poner un bushel de zanahorias

en ella, o un torso humano. O tal vez sólo una mano… Había muchos nervios

en la mano. Mis propias manos estaban acalambradas en puños. Podía sentir la

cantidad de fuerza que tomó, para alejar los últimos pocos clics de la prensa.

Me alejé de la pared y me doblé hacia delante, con arcadas.

Me agaché junto a la pared por un largo tiempo. Ellos se arrodillaron

conmigo. Xie frotó círculos en mi espalda. Elián puso su mano sobre la mía,

donde estaba cavando en el techo de paja de la hierba.

―Lo siento ―jadeé mientras el ajuste pasaba―. Lo siento.

Ambos negaron con la cabeza. Se hizo el silencio. Me eché hacia atrás sin

fuerzas contra la pared, agradecida por su resistencia fresca.

―Tolliver Burr ―dijo Da-Xia, pensando en el nombre―. Sabes, podría

llegar a odiarlo. Y a Armenteros, también… sin ofender, Elián.

―Deberías ―tosí, y pasé el dorso de mi mano sobre mi boca. El amargo

sabor del miedo era lo suficientemente fuerte como para ahogarme. Bueno, era

miedo o calabacín relleno de ayer―. Elián, deberías volver con tu abuela.

Elián hizo un bufido de incredulidad.

―De ninguna manera voy a dejarte.

Da-Xia cogió mi mano.

―Ninguno de nosotros lo hará, Greta. Acéptalo.

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Negué con la cabeza.

―Elián… piensa. Nuestros países están en guerra. Cuando Talis restablezca

el control sobre la Prefectura, nuestras vidas estarán comprometidas. ―Traté de

concentrarme―. Dije en serio cuando dije que te fueras. Lo dije en serio. Vuelve

con los Cumberlanos. Tu única forma de salir de aquí es con ellos.

―Maldita sea que lo haré, Greta ―dijo Elián.

―Pero no hay forma de salir para mí ―le dije―. No puedes salvarme.

Vete.

―Pura mierda ―susurró, y colocó una mano en mi cabello―. Malita sea

que lo haré.

―Elián Palnik, creo que hay esperanza para ti ―dijo Xie. Hizo una

pausa―. Aunque en un sentido algo abstracto. En el sentido más concreto, estás

claramente condenado.

―No puedo volver atrás, de todos modos. Abuela… lo hice por su bien.

Ellos me iban a enviar a la corte militar, excepto que —Sonrió hacia Da-Xia―,

resulta que no soy un soldado.

―No te he comprendido del todo todavía ―respondió ella―. Pero creo

que estoy de acuerdo.

―No te he comprendido del todo tampoco. ―Su mirada se movió entre

nosotras―. Supongo que hay un montón de cosas que no he resuelto.

Una vez más, podría haber explicado. Da-Xia y yo no éramos amantes,

eramos… ¿qué éramos?, ¿cómo podía estar preocupada sobre esto cuando la

prensa de manzana se estaba preparando? ¿Cómo puede ser que todavía podía

conjurar una aceleración en mi sangre cuando pensaba en su beso? Nosotras no

éramos… nosotras éramos… no lo sabía.

Así que le expliqué nada, pero me levanté, limpiándome las manos en la

ropa áspera de mi samue.

―Vamos a ver si alguna de las calabazas se puede salvar.

―¿Las... calabazas? ―dijo Elián. No me gustaba su tono lastimero de ya-las-

han-destruido.

―Como un acto de normalidad ―explicó Da-Xia.

―Como un acto ―dije con grandilocuencia―, de desafío. Y de esperanza.

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―Desafío y esperanza. Comprobado. ―Elián soltó una esquina de su

sonrisa Espartana―. Ustedes tendrán que decirme si estoy haciendo lo correcto.

Nunca he estado más orgullosa de ser un Hijo de la Paz. En el momento en

que llegamos a los enrejados de calabaza derribados, todos los Hijos estaban

afuera, y trabajando en los jardines.

Los soldados estaban agrupados aquí y allá, observando y desconcertados.

Cuán inútiles son las armas contra aquellos que no tienen miedo. Qué tonto, el

establecer la fuerza contra la inocencia. Su propia fuerza los hizo pequeños.

Y con su pequeñez, cantamos.

Los Hijos de la Paz no lo hacen por regla, cantar. Pero los Cumberlanos no

podían, no lo sabrían. Y les desconcertó. Así que lo hicimos.

Thandi —de todas las personas— lo empezó. No sabía si las palabras eran

tonterías o Xhosa22

, pero su voz me sorprendió con su gracia. Los ritmos éran

fáciles y balanceados, y la música se derramó hacia abajo sobre las terrazas.

Pronto todo el mundo cantaba. Esa mañana había canciones de todos los

rincones del mundo. Da-Xia, Elián y yo pronto nos unimos al resto de la cohorte

en la selección de entre los escombros de los enrejados de calabaza.

Clasificamos a través de las calabazas, y todo el tiempo cantamos. Incluso

Elián cantó para nosotros:

―El rey de diamantes, aprendiz de diamantes, te conozco de antes…

(Era una canción acerca de un mal control de los impulsos. Naturalmente.)

Luego, algunos pequeños trataron de interesar a las terrazas con “Rockabye

Baby23

", y mis amigos se deslizaron hacia el silencio.

Rockabye bebé, verde es tu cuna

Tu padre es un rey, y tu madre una reina

Cuando las manzanas estén maduras y listas para caer

Las manzanas bajarán bebé, cada una de ellas.

22

El lenguaje Xhosa es utilizado por el grupo étnico de Bantú de Sudáfrica.

23 Es una serie de CDs para infantes y recién nacidos, que contiene versiones de bandas populares

de rock.

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Estaba fascinada por la vieja canción, tanto así que salté cuando Elián habló

de repente, y demasiado fuerte.

—Talis realmente… ¿Qué hará las Naciones Unidas?

El me miró. En su comparecencia yo había deseado la destrucción de toda

la nación de Cumberland. No, más que desear. Lo había invocado, lo había

llamado como una sibila llamando por la ola que inundó la Atlántida. En el

mapa, lo había dicho. En ese momento lo había querido, con pasión. La muerte

de millones de personas.

—Lo más probable es que Talis negocie —dijo Grego con cautela.

—No —dijo Da-Xia—. Perdónenme, Gregori, Elián, pero… no. Lo

recordamos, en el Himalaya, como tú no lo recuerdas aquí. Talis podría hacer

muchas cosas. Pero desde luego no negociar.

—Oh —dijo Elián.

Era diferente, teniendo en cuenta la destrucción de Cumberland, cuando

tenías que mirar a un Cumberlano —incluso uno— a los ojos.

Y así, todos esperamos por las diferentes cosas a las que temíamos.

La desventaja de clasificar las calabazas en una manera que sugiere desafío y

esperanza era que nos daba una vista del cobertizo. Era cruel de ver. Había

media docena de soldados a su alrededor, tensando el cableado, colocando

cámaras sobre trípodes, una antena de exploración y lucha (gracias, Grego).

Sombrillas blancas que florecieron en el césped como un hombre con altas glorias

en la mañana. Desde el interior del cobertizo vino con un estruendo,

maldiciendo… la antigua prensa de manzana en una resistencia silenciosa.

Y todo el tiempo Tolliver Burr se movió aquí y allá. Chequeando esto y

aquello.

Traté de no verlo, pero lo vi.

El picor del enjambre de las vides de calabaza arañó mis manos y muñecas.

Finalmente Xie dio un paso entre la escena y yo, y cogió mis dos manos.

Las levantó hasta que estuvimos antebrazo con antebrazo, como guerreras.

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—No hay necesidad de que estemos aquí.

—Quiero…

—Para ayudar con el jardín, la cosecha, para seguir adelante. Pero no

necesitaríamos hacer esta cosa en particular. No hay necesidad de que te tortures

a ti misma.

Me reí, luego me ahogué con la risa.

—Parece redundante.

Xie levantó nuestras manos unidas, y las apretó a cada lado de mis mejillas,

sonriendo. Apoyé la frente hacia abajo contra la de ella. Oh, Xie... En un sueño

la había visto coronada. Pero no podía ser más gloriosa coronada de lo que

estaba ahora.

—No tienes que mostrar desafío y esperanza exactamente aquí —dijo

Elián—. Confía en mí, soy un agricultor. Hay maleza en todas partes.

—Que todos los dioses bendigan la maleza —dijo Xie. Soltó mis manos, y

metió un brazo alrededor de mi cintura—. Venga, Su Alteza Real. Vamos a

encargarnos del ajo.

Miré hacia el cobertizo, donde los pronto-a-ser-torturadores estaban siendo

tomados por la prensa de manzana. También era donde guardábamos las

azadas.

—¿Qué están haciendo ahí? —dijo Han.

—Yo voy —dijo Thandi. Su cabello suelto, se destacó como un halo, lleno

de luz. Ella fue con un andar que hizo que los soldados den un paso atrás de ella,

y se desvaneció en el cobertizo por un tenso momento, luego regresó con tres

azadas sobre su hombro—. Todo lo que queda —dijo. Después de todo, toda la

escuela estaba fuera haciendo jardinería.

Tomé uno; Xie y Elián, los otros dos.

—Gracias —le dije a Thandi, a todos ellos. Mi voz era más pequeña de lo

que me hubiera gustado.

Luego caminamos hacia abajo, hacia los jardines en las terrazas. Dos de los

soldados se separaron del grupo por el cobertizo y nos siguieron. Nadie

comentó sobre ello.

El ajo estaba en una de las terrazas más bajas. Estaba más frío allí, aunque el

sol estaba secando los últimos restos de barro, dejando la tierra desnuda de la

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cama recién plantada agrietada como el lecho de un lago drenado. Olía a otoño.

Y, por supuesto, a ajo. La sombra de la torre de inducción barrió sobre nosotros

como una mano de reloj. Nos quedamos con los soldados a nuestras espaldas,

mirando hacia abajo en el campo de alfalfa y el bucle del Río Saskatchewan.

—¿Podemos llegar hasta el río, te parece? —dijo Elián suavemente.

Ni Xie ni yo miramos alrededor, a los Cumberlanos y sus armas, aunque,

por supuesto que eran vitales para ese cálculo.

—Tal vez —dijo Da-Xia—. Pero ¿para qué?

No teníamos un barco, y como iban los suicidios, el ahogamiento era lento.

Interrumpible. Dudaba que hubiera un escape de cualquier tipo en esas aguas

brillantes.

—Al menos deberíamos pensar en ello —dijo Elián—. Acerca de salir de

aquí.

—Lo hago —dijo Xie—. Todo el tiempo.

Se rasgó mi corazón al oírselo decir. Se rasgó mi corazón porque… yo

nunca lo hice.

Por las laderas llegó el zumbido de una sierra eléctrica. La prensa de

manzana, con sus patas, hundidas profundamente en la tierra apisonada…

Tolliver Burr lo estaba cortando.

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Traducido SOS Manati5b & Candy27

Oh, días de Septiembre… qué largos son.

Confinado a ti mismo al presente, escribió Aurelius. Pero no pude. Los

minutos cosquillaban. La tarde llevaba calor por un rato y luego se lo quitó

como un saco. Para el momento en que Tolliver Burr me había convocado, yo

estaba temblando.

La primera cosa que él hizo fue sonreírme. Luego se alejó un paso y me

miró de arriba abajo, y me enmarcó con sus dedos.

—Hmmm —dijo él.

Y yo estaba avergonzada. ¡Avergonzada!

—En verdad espero encontrarme con sus expectativas Sr. Burr.

—Tolliver —dijo con aire ausente, como si casi hubiera renunciado a eso—.

Eres encantadora, Greta. Eres una imagen. Pero… —Hizo un giro en el aire con

sus manos—. ¿Tal vez una ducha?

La prensa de manzana estaba de pie en el montón de hierba junto a él.

Traté de no notarlo, pero la verdad es que la vi rápidamente… la astilla de

madera pálida donde los soportes habían sido libremente aserrados, las motas de

mica en el sartén de granito. Tenían un par de arañas gantry creadas para girar

las manivelas.

—Una ducha —dije.

Burr sonrió y asintió.

—Así te verás mejor.

Fervientemente esperaba que si yo vomitaba otra vez, seria en la camisa

blanca de Tolliver Burr.

—La Prefectura no tiene duchas Sr. Burr.

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—Hmmm —dijo otra vez—. Bueno, si no lo hace, no lo hace. —Y luego,

por encima de sus hombros—: Ginger, consíguele a la princesa una cubeta y un

paño. —Y para mí dijo—: ¿Tiene algo más que usar Greta? ¿O debo encontrarle

algo?

Pensé en el vestido de tafetán de flores dibujadas, el vestido que se había

convertido en un constrictor en mi sueño.

—Sr. Burr —dije—. Usaré esto.

—Pero…

—Si usted va a martirizarme —dije—, también puede vestirme como un

monje.

—¡Martirizar! ¡Oh no! No debería pensar que llegaría tan lejos. —Tolliver

Burr abalanzó sus manos alrededor, disfrutando de las cámaras, las luces—. Soy

un profesional Greta. Un hombre persuasivo. —Volvió a sonreír… se veía

horrible en su marchito rostro—. No tomará mucho, lo prometo.

Y puede que tuviera razón. Las elecciones parlamentarias están por venir…

la presión pública…

Presión. Una cosa lamentable para pensar. Presión, pensé. Y luego ya no

pude pensar. Me pregunte si de alguna manera ellos me habían drogado, o si

simplemente estaba así de aterrada.

—He tenido un fuerte seguro de anulación en las emisiones públicas —

estaba diciendo Tolliver Burr. Casi no estaba escuchándolo—. La audiencia bien

puede ser sin precedentes. Estoy seguro que los Pan Polar demandarán que su

gobernador salve a su princesa. Y por supuesto, su madre le ama.

Por supuesto.

Alguien había colocado una cubeta de agua jabonosa a mis pies. La miré y

traté de recordar qué hacer. Burr cogió un trapo, suavemente limpiando mi

rostro, lavando cada uno de mis dedos.

—Eres hermosa Greta. Y natural.

Volví a mí misma con un grito:

—¡No me toque!

—Ahí estas —dijo alentadoramente—. Solo reacciones naturales, querida.

No te molestas en actuar. En verdad, estarás bien.

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Me tambaleé hacia atrás de él, y todavía estaba conmocionada cuando dos

soldados me tomaron por los codos.

Toda mi vida había sido entrenada para ir en silencio. Pero ahora…

luchaba. ¿Por qué no debería pelear? Era inútil, era imposible, pero luchaba de

todos modos, y ellos tenían que arrastrarme… si no estaba gritando, al menos

chillando y pataleando.

Alguien me empujó y caí de rodillas; incluso mientras me levantaba de

nuevo, alguien más tiró de mis manos sobre la bandeja de piedra de la prensa.

Mi barbilla golpeó la piedra. Había sangre en mi boca. Chispas negras en mis

ojos. Soldados en todos lados. Tenían correas de plástico con adhesivos

inteligentes. Luché, pero les tomó menos de diez segundos atarme, muñeca y

codo. Tiré y jalé de las correas. Ellas mordieron mi piel, levantando ronchas a lo

largo de sus bordes claros. Lo hice otra vez, incapaz de detenerme a mí misma.

Y luego me calmé.

La bandeja fue bajada; yo estaba encorvada incómodamente, mi coxis tan

alto como mis hombros. Tomé una respiración profunda, y me arrodillé. Había

dignidad en eso. Tradición. Una reina en el bloque.

Miré hacia arriba.

Los Cumberlanos me habían alejado de Da-Xia y Elián cuando Burr me

había convocado. Con ojos desesperados, mire más allá de la prensa de

manzana, pasando las cámaras, pasando a Burr, para ver que había sido de ellos.

Estaban detrás de una línea de soldados, muy atrás por la parte superior de

las terrazas. Thandi y Atta estaban sosteniendo a Xia. Ella estaba luchando en sus

brazos, gritando y pateando como yo lo había hecho. Grego todavía tenía sus

brazos llenos de calabazas, y Han estaba apretando el brazo de Grego, su boca

caía abierta. Elián estaba parado con Armenteros. Él la había agarrado por el

brazo y parecía estar escupiendo en su cara. El ayudante de campo de

Armenteros, Buckle, tenía a Elián del otro brazo. La sangre latía en mis oídos; no

podía oírlos.

Burr se paseaba lejos de la prensa, considerándolo desde diferentes ángulos,

ajustando las cámaras y empujando difusores, comprobando cosas en su

portapapeles. Miré a la cohorte, miré a Elián, recuperando el aliento, tratando

de enfocarme. Ninguno de los Hijos más jóvenes estaba a la vista. ¿Fueron

pastoreados de regreso al salón de la Prefectura? Probablemente lo mejor. Esto

podía hacer una multitud de ellos. Alguien podría ser herido. Miré hacia mis

propias manos, dedos tensos y agrupados en la piedra gris. Si, de hecho. Alguien

podía ser herido.

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—Si se pudiera traer aquí —dijo Burr a los soldados que vigilaban mi

cohorte—. Los necesitaremos para la toma de reacciones. —Consultó su

portapapeles—. Se supone que deben ser seis. ¿Dónde está el último?

Una ráfaga de silencio, y luego Elián levantó su mano como un Niño de

Paz bien educado, que sin duda no lo era.

—Justo aquí.

—Elián… —La exasperación de Armenteros estaba bien gastada.

Claramente el ridículo desafío de Elián no era un rasgo recientemente adquirido.

Elián dejó caer el brazo de su abuela y se irguió. Se alejó de Armenteros y

Buckle.

Burr sacudió dos dedos arriba y abajo.

—¿En uniforme? No, no, él choca terriblemente. ¿Es este el nieto? Que

alguien consiga su ropa blanca.

—No lo quiero a él en esa ropa —dijo Armenteros.

Elián empezó a luchar con sus botones.

—Él no me quiere en chamo, tú no me quieres de blanco… ¿puede alguien

traerme mi camisa de bolos?

—Elián, estás siendo infantil —dijo Armenteros.

—¡Infantil! —Él se quitó la camisa de soldado y se la lanzó a ella—. ¡Tal vez

puedo crecer para ser un famoso torturador!

—Estoy tratando de salvar nuestro país, Elián —dijo ella débilmente.

Elián se quedó ahí, desnudo de las costillas y temblando.

—No se puede negar que él tiene algo —dijo Burr, distraídamente

enmarcando a Elián en un rectángulo con sus dedos—. Me encantaría tenerlo

para hacer un zoom sobre él, General. Esos ojos podrían llevar todo a casa.

Armenteros lo ignoró.

—Elián, no tiene sentido el retraso. ¿De verdad piensas que la princesa

quiere ser mantenida en suspenso?

—Vamos a preguntarle —dijo él, y antes de que cualquiera estuviera seguro

de detenerlo… él era el nieto del general, después de todo… había caminado

hacia mí. Sonrió—. Hola.

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Traté de hablar, fallé, tragué, y grazné:

—Hola.

—Greta —susurró, y se arrodilló. Estaba al otro lado de la prensa de

manzana, frente a mí. Pude ver lo que Burr quería decir sobre sus ojos: estaban

líquidos, grandes, mostrando lo blanco. Aterrorizado. Estaba segura que

encajábamos. Tomo una profunda respiración y colocó sus manos en la piedra.

Las puntas de nuestros dedos se tocaron—. Te dije que yo era Espartaco —dijo

él. Luego elevó su voz para llamar a los Cumberlanos—: Ahora creo que estamos

listos para irnos.

Silencio absoluto. Por el momento, el único movimiento vino de Tolliver

Burr, que estaba apoyado en una cámara de mano.

—¡Apaga esa cosa! —ordenó Armenteros—. Elián, levántate.

—¿Por qué? —espetó Elián—. Dijiste que debería aprender a sacrificarme

por mi país.

Armenteros presionó su pulgar entre sus cejas.

—Buckle, por favor, lleva a mi nieto dentro y consíguele una camisa.

—Tendrán que arrastrarme —dijo Elián—. ¿Y cómo se vería eso, eh?

Buckle miró a Armenteros, quien dio un gran suspiro y asintió.

—Eres una torturadora —le masculló Elián a su abuela—. ¡Un monstruo!

Buckle frunció hacia un par de hombres, y ellos arrastraron a Elián fuera. Él

todavía estaba gritando mi nombre.

—Lo tendrás que hacer sin todas tus reacciones, Burr —dijo Armenteros—.

Quiero a todos encerrados.

Los soldados se acercaron a mis amigos. Un grito generalizado; jurando en

varios idiomas. Sobre el escándalo, escuché por un momento otra voz… Da-Xia.

—¡Greta! —gritó ella—. ¡Hay una columna de humo, Greta! ¡Una columna

de humo!

Una columna de humo de polvo.

Un Jinete Cisne. Estaban viniendo.

* * *

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Mis amigos —los pacíficos y obedientes Hijos de la Paz— mis amigos

lucharon como leones.

Ellos recibieron moretones y dejaron arañazos.

Estaban retrasados. Y no con una noble falta de plan, como Elián había

hecho. Toda una vida observando esa columna… todos lo habían visto. Toda

una vida de observación para ello, y por primera vez estábamos ansiosos. ¿Qué

podía hacer un Jinete? Preguntó mi ser sensato. Pero mi sensible naturaleza

estaba superada. Un Jinete. Los Jinetes lo cambiaban todo.

El retraso fue corto —muy corto— menos de cinco minutos. ¿Cuánto

tiempo necesitaba? Acababa de llover; la columna no sería demasiado alta. No

horas. ¿Veinte minutos? ¿Treinta?

Demasiado tiempo, demasiado tiempo.

El salón de la Prefectura se tragaba el ruido de mis amigos. Los soldados

Cumberlanos estaban extrañamente tranquilos. El más cercano a mí estaba

cambiando de pie en pie como un niño cuando era llamado ante el escritorio del

Abad. Un par de palomas de luto volaron más allá de mí, zumbando, girando, y

se posaron en el techo del cobertizo.

—Bueno —dijo Burr—. Hmmm. Una toma amplia y algunas gargantillas

cortadas, supongo. ¿A menos que pueda usar a alguno de tus chicos para una

reacción Wilma? —Él señaló con su pulgar a uno de los soldados, un desgarbado

chico blanco cuyos amplios ojos verdes parecían encajar con su piel. Se veía

como si fuera a vomitar.

—No, no puedes —dijo ella—. Sigue con ello, Burr.

Tolliver Burr paseó por la línea de la cámara, verificando la vista desde

cada ángulo. Luego se detuvo detrás de un monitor. Se frotó sus manos.

—Muy bien Greta. Vamos a tener algo de acción.

* * *

Luces parpadeaban mientras las arañas granty se encargaban que las manijas

vinieran a la vida. Hubo una pausa más elemental mientras establecían sus

piernas articuladas alrededor de las clavijas destinadas a la mano del hombre. Y

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entonces todo el mecanismo se estremeció y el bloque de trituración comenzó a

descender.

El bloque empezó unas cuantas pulgadas encima de mi cabeza, unos buenos

dos pies de mis manos. Cada giro de la rueda dejaba caer la fracción más

elemental. Era tan lento que uno podría normalmente apenas verlo en

movimiento.

En ese momento, podía ver nada más.

Tolliver Burr se había movido hacia el trípode directamente en frente de

mí. Como si hubiera dejado mi cuerpo, pude imaginar lo que él vio. El bloque

de madera de roble de hierro, el sartén de piedra, los tornillos de cada lado… la

prensa hizo un marco oscuro. Dentro de ese marco se arrodillaba una princesa

de blanco, sus manos atadas frente a ella. Vi el único ojo de la cámara, y vi lo

que veía. Sabía lo que Burr quería: que me encontrara con ese ojo desamparada,

mostrando terror.

Y, que Dios me ayude, le di lo que quería.

—Eso es encantador, cariño —murmuró, echando un vistazo al ocular—. Es

perfecto. —Levantó una mano—. Vamos a tener silencio; quiero tener una

buena captura del sonido.

Oh, el sonido. El peso de cada reloj del mecanismo original. El sonido era

una flecha entrando en mí, una y otra vez. El tic de los relojes vino un poco más

rápido y pude respirar también, y mi respiración se aceleró para encontrarlos.

Había puntos rojos en mi visión, y el ojo de la cámara era como un gran

agujero.

—Bien —dijo Burr—. Muy bien. Todos podemos oírte, Greta eres una

estrella.

Las arañas estaban volviendo a maniobrar despacio. El mecanismo estaba

marchando seis a uno. Íbamos: Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

La piedra tembló debajo de mis manos.

El ojo de la cámara, y más allá la cresta de la montaña, los molinos

generadores, el puro cielo azul. Vi ninguna columna de polvo en él.

—Estoy lanzando una burbuja sin sonido a todo lo demás —dijo Burr—.

Puedes hablar libremente, General. La audiencia no puede oírte.

—…confirmación. El gabinete está en sesión. —Buckle estaba presionando

su mano sobre su auricular.

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162

Armenteros apretó sus labios juntos y sacudió la cabeza.

—No el gabinete. El consejo privado. Diles que quiero el consejo privado;

quiero a la reina.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota. Lo alto de la prensa peinó contra un nudo

de cabello. Salté hacia atrás, tirando de mis brazos. El plástico podría haber sido

también acero.

—Perfecto —ronroneó Burr.

Mi cabeza fue echada para atrás, y mis hombros se torcieron. Mis brazos

empezaron a sacudirse como cables sobrecargados.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

—...en sesión —dijo Buckle, a su auricular. Ella continuó hablando. No

podía escuchar.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

La prensa estaba al nivel de mi frente ahora. Mis hombros estaban gritando

de dolor.

Los engranajes se volvieron e hicieron tictac.

La prensa cayó.

Y cayó.

Burr balanceó uno de sus cámaras de mano para una vista de mis manos.

Miré a mis manos. Los dedos estaban tensos y levantados. Podía ver los

cuatro tendones a través de mi palma, claros como espigas. Podía ver los

nudillos: blancos y burdos como pequeñas patatas.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

—Estamos en pantalla con la sala de audiencias de Halifax, General.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

Cálmate, Greta. Cálmate.

Mis manos no parecían manos para nada. Parecían las manos del Abad,

como máquinas.

Cálmate, Geta. Un Jinete. Un Jinete está viniendo.

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163

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

Cálmate.

Cálmate.

Tomé una respiración profunda y me incliné hacia delante, relajando la

tensión de mis hombros. Se había convertido en un gran dolor; fácil como era, se

había ido. Sentí la sangre martilleando en la hinchada piel debajo de las ligaduras

de plástico.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

Cálmate. Lo dejé ir por mis puños.

Un Jinete estaba viniendo.

Las cámaras estaban en mí. Viéndome. Para ver lo bien que lo hacía.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

Tic. Toc. Reloj. Tic. Toc. Gota.

Puedo hacer esta parte. Esta parte. La espera.

Toda mi vida, la espera.

Esta parte, la puedo hacer.

Y así. Lentamente la prensa cerró. El demoledor bloque estaba delante de

mi rostro. Hubo algunos momentos cuando pude ver nada más excepto la

antigua madera marrón grisácea. Una banda de hierro rozó mi nariz. Y luego

estaba más abajo, y pude ver a través de ello.

Tolliver Burr estaba balanceándose del talón a la punta del pie como un

padre impaciente. Buckle tenía su cabeza inclinada, conversando con la voz en su

oreja. Armenteros simplemente se puso de pie.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

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164

A veces el pánico volaba sobre mí y mis manos temblaban y se tensaban.

Pero lo hice suficientemente bien.

La prensa estaba en mis hombros ahora. Ya no podía ver mis manos.

Me giré intentando ver la entrada de la Prefectura, pero sus ventanas

estaban vacías.

A mi izquierda, el redil de las cabras de leche, las calabazas maduras.

A mi derecha, la terraza del jardín.

Delante de mi, el agujero de la cámara. Un cielo de bengalas azul.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

Como se sentirá cuando…

Mis brazos se sacudieron contra las ataduras. Podía sentir la sangre

fluyendo por debajo del plástico.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

La prensa estaba por debajo de mi clavícula, ahora. ¿Como de grueso era?

¿Era la base de ello nueve pulgadas entre mis manos? ¿Seis?

Cálmate, Greta. Cálmate. Un Jinete está viniendo.

La columna de humo. Finalmente, podía ver la columna de humo. Me lo

quedé mirando fijamente.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

—¿Confirma eso? —dijo Buckle, asintiendo hacía sí misma. Inclinó su

cabeza. Miró hacía arriba—. General. Hay un solo jinete a caballo, que viene.

—Las Naciones Unidas —gruñó Armenteros.

Talis.

Hubo una pausa. La prensa se dejó caer de nuevo.

—Los Jinetes Cisne no están armado —dijo Buckle—. Solo con ballestas.

—Tradicionalmente —dijo Armenteros.

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Lo que estaba pasando aquí estaba lejos de lo tradicinal.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

Doblé mis muñecas, dejando que las ligaduras se clavaran en la parte de

atrás de mis manos. Levanté mis dedos tanto como pude. Las puntas de mis

dedos rozaron la madera.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc.

Aguanté la respiración, esta vez, la prensa cayó.

Armenteros arrastró los pies detrás de Burr, mirando el monitor.

Pulgadas. Tenía pulgadas.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

—¿Ninguna palabra de Halifax?

—Montones de palabras —dijo Burr, golpeando su propio auricular—. No

las que tú quieres.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

—¿Pueden ver al Jinete?

Burr sacudió su cabeza.

—Ninguna oportunidad. Tenemos las transmisiones bajo la nieve por

cientos de millas a la redonda.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

—¿Deberia hablar con la reina? —Incluso Armenteros tenía duda en su voz

ahora.

Tolliver Burr rio.

—Esto es lo que le estamos diciendo a la reina —dijo. Vi el iris flexionarse

mientras la cámara se fijaba en mi rostro—. Mira eso; ella es perfecta.

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Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

Incluso sabiendo que la cámara estaba ahí no me mantuvo de no

reaccionar cuando la prensa rozó la parte de arriba de mis puños. Un salvaje

aullido vino de alguna parte, y tiré hacia atrás de las tiras con toda mi fuerza.

—¿Ves? —dijo Burr—. La reina se romperá; apostaría mi próximo proyecto

a ello.

Armenteros se encogió de hombros, observándome, viendo la prensa.

—Te apuestas más que eso, Burr.

Tic. Toc. Reloj.

Tic. Toc. Gota.

Empujé mis manos contra la piedra, haciéndolas tan planas como pude.

Sentí el aire silbando alrededor de ellos, el viento comprimido en el pequeño

espacio entre la piedra y la prensa.

—General —dijo Buckle—. El Jinete está aquí.

Mi cabeza se movió alrededor. Mi respiración era rápida y temblorosa,

fuera de tiempo, fuera de tiempo. Eran tres gotas más antes de que el caballo

superara la cresta.

El Jinete bajó trotando por la pendiente desde los molinos generadores y

empujó al caballo hasta la parte posterior, brincando hasta detenerse cerca de las

cámaras. Las costillas de la criatura estaban jadeando; espuma volaba de su boca

mientras echaba su cabeza.

—¡Manténgala fuera de mi toma! —dijo Burr.

Un par de Cumberlanos se pusieron entre el Jinete y las cámaras, haciendo

que el molido caballo se echara para atrás. Pero yo ya había visto la cara del

Jinete. Recordando en un destello la anterior vez que la había visto. Había

estado aterrorizada entonces, también… había estado consumiéndose dentro de

mí. Fue el Jinete que había venido a por Sidney, la mujer blanca con el cabello

negro de un carbonero. Expertamente tiró de las riendas del tímido y babeante

caballo, el Jinete Cisne inclinó su cabeza y…

Y era una persona diferente. Cuando había matado a Sidney, había sido tan

tímida… ofensivamente tímida, como si fuera la que tuviera que armarse de

valor. Ahora los suaves ojos azules estaban tan intensos como una descarga

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eléctrica. El pulcro cabello estaba puntiagudo por el sudor. Ella proyectó una

sonrisa, meneando los dedos a la multitud congregada.

—Hola —dijo—. Mi nombre es Talis.

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Traducido por Candy27

Tic. Tac. Gota.

—¡Talis! —grité.

Todo el mundo estaba congelado, y la prensa… la prensa estaba en mis

manos ahora. Presionaba y no hacía daño, pero presionaba, y no había ningún

lugar al que ir, no más margen, no mas esperar. Esta era la parte que no podía

hacer.

—Detén la prensa —dijo Talis—. ¡Ha! No había escuchado eso en siglos.

“¡Detengan las prensas!” pero háganlo. —La sonrisa era afilada por los bordes—

. O tendré sus cabezas en picas.

Pero los Cumberlanos estaban congelados. Por favor, por favor, por favor,

estaba diciendo en mi cabeza, y Talis, Talis, Talis. Pero no podía hablar. Tic,

toc… la prensa bajó. Cada hueso en mi muñeca, cada huesudo nudillo que no

podía estar más plano… estuvo más plano.

Algo hizo un chasquido.

Mi pánico me dio una fuerza impresionante, y tiré tan fuerte que mis

hombros —mis hombros— el dolor era un par de lanzas de hierro que se

disparaban a través de mí, rasgando las articulaciones de mis hombros y

golpeando mis brazos totalmente rectos y hacia mis manos rotas. Seguía sin

poder hablar, pero empecé a gritar.

—Corta la transmisión —dijo Armenteros.

Tic. Toc. Nadie le obedeció.

Tic. Toc. La prensa cayó. No podía describirlo…

—Córtalo —gruñó Armenteros—. Levanta la maldita cosa. Sácalo de ella.

Hazlo parar.

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Tic.

Toc.

Y no cayó. La prensa de manzana tembló, y el bloque de roble empezó a

elevarse.

—Mejor —dijo Talis.

Ella —o preferiblemente, él, sin duda Talis era un hombre, no importaba

qué cuerpo hubiera tomado— se balanceó para bajar del jadeante caballo y

lanzó las riendas al Cumberlano más cercano.

—Aquí. Buen caballo. Yo lo salvaría si fuera tú.

Me arrodillé ahí con la presión yendo hacia arriba delante de mí mi cerebro

como una cámara… viendo y grabando sin entender.

Primero vi esto: Talis vino a través de los soldados como si fueran nada.

Talis, el gran AI, el inventor de las Prefecturas, el Carnicero de Kandahar, Talis

quien nos había eliminado y salvado de nosotros mismos, tanto tiempo atrás que

era casi una leyenda. Estaba vistiendo capas de ropa para montar… pantalones

vaqueros, un maltratado pulverizador, un chaleco sin botones. Era flaco. Era

joven.

—Te voy a dar puntos por osadía, Wilma. Pero realmente… ¿pensabas que

te iba a dejar irte de esto?

Armenteros lo miró con escepticismo e irritación.

—¿Quién eres tú?

—Te lo dije… Talis. Tomando prestado el cerebro, por supuesto. Espero

que esto no sea una conmoción. A veces necesitas un toque personal.

Entrelazó sus manos delante de él y empujó las palmas hacia afuera con un

crujido de articulaciones. El movimiento expuso su tatuaje de Jinete Cisne, un ala

curvada hacia una esposa que rodeaba su muñeca. Nadie podía falsear esa

marca. Nadie se atrevería.

—¿Sin alas? —dijo Burr—. Oh, deseaba que fueran alas.

—Están amarradas, cariño —respondió Talis—. Y no las necesito. No soy

un Jinete Cisne. Soy la razón de que los Jinetes Cisne existan.

Armenteros miró a las manos, al rostro. Pasó la lengua por sus dientes.

—Suponiendo que te creo. ¿Por qué no debería dispararte en la cabeza?

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Talis elevó sus cejas.

—Para empezar, Rachel… este cuerpo es Rachel… probablemente no lo

apreciaría. Pero eso es anecdótico. La razón real es que soy solo una copia, así

que dispararme no te dará mucho más que la mancha. También he dejado

algunos bonitos y dramáticos programas de volar-por-los-aires-a-todos-los-

Cumberlanos en marcha, y sería una gran lástima que no consiga apagarlos. —

Serpenteó una mano por su cabello, sacudiendo el polvo—. No soy un pensador

estratega que caracteriza a una era por nada, sabes.

—No —dijo Armenteros.

—Y tampoco lo eres tú, en tu manera basada en la carne. Así que vamos a

hablar. —Se inclinó entre Bukle y Armenteros y contempló lo monitores, frunció

el ceño, y sacó unas gafas de su bolsillo. Los miró de reojo, su nariz

arrugándose—. Veo que has sacado una inteligente, pequeña y apretada pieza a

través de la nieve aquí. Porqué no llamas a la base y consigues una actualización

sobre alguna noticia de última hora. Esa pequeña granja de ovejas donde viven

tus hijas, es en Harrison County, ¿hmmm? ¿Cerca de Cynthiana?

—Buckle —dijo Armenteros. Buckle colocó su mano de vuelta en su oreja

y le dio la espalda.

—Interesado en Harrison, ¿no? —repicó Talis—. Atrás en el tiempo, era

siempre los hijos de los pobres quienes luchaban en las guerras, siempre eran los

Donnadies los que morían cuando los Alguienes decidían que un trozo de basura

valía gruñir por ahí. Cambió las cosas cuando los Alguienes pusieron un poco de

piel en el juego. —Plegó sus gafas y levantó la vista hacia Armenteros—.

Harrison cambia las cosas para ti.

—No hay noticias de problemas en ningún sitio de Harrison —dijo Buckle.

Armenteros miró a Talis, las arrugas alrededor de sus ojos se profundizaron.

—Sip, está bien. —Estaba sonriendo… una sonrisa brillante—. Pequeño

lugar apartado. Aniquilarlo difícilmente haría las noticias de las seis. Por otra

parte, podrías intentar ir por Indianapolis.

La mano de Buckle seguía en su oreja. Una pausa. Entonces ella se volvió

gris. La conmoción floreció en su piel oscura hasta que parecía una ciruela sin

lavar.

—Ido —susurró—. Indianápolis se ha ido.

—Todos somos polvo en el viento —dijo Talis—. Todos ustedes lo son, de

todas maneras. Ahora, estoy dispuesto a hacer esto muy simple. Di, una ciudad

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un día. Hasta que me devuelvas mi Prefectura. Estoy pensando Columbus como

el siguiente, pero puede que solo lance un dado.

—Seguimos teniendo los rehenes reales —dijo Armenteros.

Talis inclinó su cabeza.

—Sip, la cosa es, yo inventé el sistema de matar niños por causas mayores.

Estoy jugando un largo juego aquí. ¿De verdad piensas que disparar unos cuantos

niños de cinco años me detendrá? —Palmeó a Armenteros en el hombro—.

Ahora. ¿Qué tal si dejas a mi princesa suelta antes de que me enfade?

—Burr —ordenó Armenteros.

—¿Qué? ¡Oh! —Tolliver Burr había estado mirando a Talis como si

contemplara comprar rosas para lanzarlas al escenario. Finalmente se dio la

vuelta—. Si, está bien, General. Creo que nos detuvimos lo suficiente pronto

para que Greta pueda hacer otra toma. Bastante fácil de restaurar.

—Solo suéltala, Burr. Y echa un vistazo a tu tormenta de nieve. Cierra

nuestras tensas perforaciones. No quiero ni un solo cubit24

dentro o fuera de

aquí.

—Cierto, cierto —dijo Burr, inclinándose sobre una de las cajas de

equipamiento. Vino con un estuche y se lo entregó al cabo que había convertido

en su asistente, luego dio la vuelta al monitor. Y por eso no perdí mis manos. El

cabo tocó la punta del estuche hacia las correas que me atrapaban. Luces

parpadearon. La adherencia se cerró. Tiré de mis brazos libres y los doblé sobre

mí, la liberación del terror quebrándome de una manera que incluso el terror

nunca podría. Estaba temblando y llorando, recordando todo pero sin asimilar

algo.

—Estoy pensando en amanecer —dijo Talis—. Por la imagen de la cosa.

Amanecer. Ciudad. Boom. Toma nota. —Y me alzó en brazos y me llevó dentro.

Me gustaría decir que Talis entró a zancadas en el miseri con su

pulverizador fluyendo y dispersando a los Cumberlanders como hojas de

noviembre.

24

Unidad de información cuántica.

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Me gustaría decir que limpió los desordenes delanteros que Tolliver Burr

había dejado en el antiguo roble de la mesa del mapa, y me dejó allí como una

princesa en una caja de cristal. Me gustaría decir que era una historia. Quería que

fuese una historia. Me gustaría ser una princesa rescatada por el mago. Quería

que Talis alzara sus manos y me sanara con una palabra. Quería que los

Cumberlanos estuvieran aterrorizados.

Pero no lo estaban. No tenían ni idea de quién era Talis. No se parecía a

alguien —harapiento y manchado de polvo y apestando a caballo, mirando de

reojo desde la penumbra de la entrada que acababa de dejar, luchando bajo mi

peso como un hombre lucharía con un particular saco de patatas largo y

blando— asumiendo que un saco de patatas estuviera histérico. Los

Cumberlanos, quienes estaban claramente usando el miseri como una sala de

preparación y recreo, levantaron la mirada de sus tabletas inteligentes y juegos

de cartas. La mayoría de ellos estaban irritados, y algunos de ellos estaban

asombrados, pero ninguno de ellos estaba aterrorizado.

Talis me tiró encima de la mesa en medio de los cables de Burr y sus

guiones. Yo estaba sollozando sin poder contenerme.

—¡Oye! —Uno de los Cumberlanos… un hombre grande y colorado… se

puso de pie—. ¡Tú, chica!

Talis ignoró al soldado y se inclinó sobre mí, sus ojos eran como soles. Era

tan deslumbrante que vi cuatro como él, a través del borrón de mis lágrimas.

—Con calma —dijo, como si estuviera hablando con un caballo—.

Supongo que “relájate” es esperar mucho, pero solo no luches contra mí, ¿bien?

Mientras hablaba, colocó una mano contra la pelota de mi hombro,

inclinando su peso contra ello, y con su otra mano levantó mi brazo desde el

codo. Sus ojos se arrugaron mientras buscaba el ángulo correcto, y entonces de

repente, le dio a mi brazo un preciso y afilado tirón. El hombro crujió… pero

incluso mientras gritaba, el dolor en ese hombro cambió. Como si fuera un truco

mágico. La historia que quería.

—¡Oye! —gritó el soldado.

Talis recolocó el otro hombro dislocado. Por un momento el dolor se

redujo tanto que pensé que ya no tenía dolor. El dolor no funciona así, pero

hubo un momento en el cual no supe eso. Paré de sollozar. El colorado

Cumberlano agarró a Talis por la parte de atrás del cuello.

—¿Qué te crees que haces?

Talis se volvió rápidamente.

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—¿Yo? —destelló con amplia y falsa inocencia—. Oh, ya sabes. Probando

un cuerpo, previniendo el aburrimiento, aniquilando una ciudad… Mi nombre es

Talis. ¿A lo mejor has oído hablar de mí?

Y ahí estaba el terror. El gran hombre se congeló. Todos se congelaron.

Admitiré, a pesar de la vergüenza de eso, que encontré su miedo gratificante.

Talis sonrió al soldado.

—¿Por qué no eres un buen chico, te vas a dar una vuelta y le preguntas a

tu general por mí? No me imagino que quiera que te metas en mi camino.

Les dio la espalda sin esperar a ver si le obedecían. Nadie le detuvo

mientras seguía los cables que se dirigían desde el panel de control de Tolliver

Burr hasta el revestimiento rajado del Abad. Él canturreó para sí mismo, jugando

con sus dedos, y luego empezó a tocar botones.

Hubo un zumbido mientras el Abad volvía a la vida. Su aparato de voz

hizo tres sonidos de prueba, y luego tosió. Su cabeza se balanceó hacia Talis. Sus

ojos se encendieron.

—Hola, Ambrose —dijo Talis—. Largo tiempo, sin verte. Me voy y pierdes

tu Prefectura, ¿no?

—Hola, Michae —dijo el Abad—. Me avergüenza admitirlo, pero si, lo

hice.

El dolor estaba de vuelta. No en mis hombros, pero en mis manos. La

sangre estaba golpeando de vuelta a ellas, y con la sangre, la presión, y la

sensación que estaba arrolladoramente y simultáneamente caliente y fría.

Talis se quitó las gafas otra vez, y miró de cerca la mano del Abad, la cual

seguía amarrada la parte de arriba de la mesa.

—Oooo, esto es desagradable. Tiene una cosa por las manos, este lote.

¿Todo lo demás bien?

—Tomé un sustancial daño de la explosión de EMP, en realidad. Si es

temporal queda por ver.

—Bueno, esa es la cosa acerca de sanar. —Talis dijo “sanar” como si fuera

una palabra en un idioma extranjero—. Puede pasar o no.

Y entonces ambos se giraron y me miraron.

No me gustaba el brillo contemplativo de Talis. Tenía ojos como dos

cámaras. Era en parte retorcido. Mis manos se sentían como si se estuvieran

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rompiendo, lentamente, de la manera que una botella de agua se rompe si la

llenas entera y luego la congelas.

Entonces sentí un toque en mi mejilla… fría y ligera cerámica. Los dedos del

Abad se movieron desde mi frente hasta las raíces de mi cabello.

—¿Qué ha pasado con ella, Michael? —dijo suavemente—. ¿Qué pudo

hacer esto a mi Greta?

—Ese hombre que Armenteros contrató…

—Tolliver Burr. —La voz del Abad era gruesa.

—Ese mismo. Machacó sus manos en la prensa de sidra. Una acumulación

grande y larga, un gran cosa dramática. Aunque, no mucho daño al final.

Algo reventó… Talis tiró hacía afuera del perno de la mano del Abad. El

Abad la levantó y la luz brilló a través del agujero de su palma. Cerré de golpe

los ojos.

—Nuestras instalaciones médicas aquí son muy limitadas… —Sentí que el

Abad puso su mano dañada en mi hombro—. El hielo no estaría mal, supongo.

—Ella solo tiene un poco de queja, Ambrose. Dame esa espalda; quiero

ver si puedo reacomodar ese músculo.

Pero la mano del Abad siguió firme en mí. El dolor continuó creciendo.

¿Había un límite sobre cuanto más podía crecer? Estaba cerca del límite de lo que

podía aguantar, y los Cumberlanos seguían en la habitación.

—Necesita a sus amigos —dijo el Abad.

—Si —grazné. Me sentía como si hubiera pasado una hora gritando: mi

garganta estaba en carne viva—. Necesito a Xie.

—¿Y Elián?

Las puntas de los dedos de Elián en mí, sus ojos como un ciervo salvaje. Te

dije que era Espartaco.

—Sí.

—Ambrose, en serio. Ella está bien. Y solo voy a matarla después, cuando

consiga de vuelta mi habitación online.

—Michael… —Había solo una pizca de una reprimenda, una nota de no-

en-frente-de-los-niños en una ronca y cansada voz.

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—Oh, bien —Talis hizo un mohín. Señaló a uno de los Cumberlanos, al

azar—. Tú, consigue algunos analgésicos. Y tú —Otro objetivo—, encuentra a Li

Da-Xia y a Elián Palnik. Diles que los quiero en la sala.

Ninguno de ellos se movió.

—Vamos —Talis les habló en un tono agudo—. ¿Qué les dijo su buen

general de mi? “¿Hagan lo que diga?” “¿No le hagan enfadar?” “¿Si tienen

familia en Pittsburgh, llámalos ahora?” ¡Háganlo!

Un segundo de silencio. Luego se quebraron.

—¿O dije Columbus? —Talis dijo ante ellos, ligero como cristal roto—.

Honestamente.

Los Cumberlanos se estaban yendo… retrocediendo algunos de ellos.

Estaba contenta de que se fueran. Estaba retorciéndome de dolor. Podía sentir

cada pieza en mi columna vertebral retorciéndose en la mesa. Rodé de lado y

dejé que mis piernas se levantaran, mi cuerpo se dobló sobre si misma alrededor

de mi corazón por puro instinto. Mis manos: no podía hablar de ellas. Esperaba

que Talis pudiera curarlas pronto.

El último de los Cumberlanos se fue. El Abad suspiró. Talis estaba

caminando de un lado a otro, la energía amenazándolo con romperlo como si

fuera un huevo.

—Pittsburgh..., —El Abad reflexionó—. Borrar ciudades enteras parece un

poco excesivo.

—Infiernos que lo es. Ellos mandaron soldados a mi Prefectura. Tenía que

devolvérsela muy rápido, y luego hacer un ejemplo de Armenteros que hará que

los generales de tres estrellas y los presidentes de poca monta se lo piesen dos

veces por las generaciones venideras. Haré una historia de ella. Un mito.

—Ella es una patriota, Michael. Estoy seguro de que toma los riesgos

personales en cuenta.

—Patriotas —gruñó Talis—. Ahórramelo.

—¿Y qué pasa con mis Hijos? —dijo el Abad, ahuecando una mano por

encima de mi oreja—. Estoy seguro que los Cumberlanos deben haber hecho

algunos tratos al por mayor contra ellos, para mantener a las Naciones Unidas

acorralada. Ahora que estás aquí, ¿qué pasará con ellos?

Talis soltó el aire de sus mejillas.

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—Bueno, perder todos los rehenes será un problema. Pero Armenteros

nunca irá tan lejos. He convertido Kentucky en un cráter y mandado a sus hijos a

beber a lengüetazos su maldita agua desde el fondo como perros. Ella sabe eso.

La mano se ahuecó sobre mi oreja, el dolor rugió en mis manos, haciendo

que las siguientes palabras hicieran eco lentamente.

—¿Así que, no todos ellos, pero algunos….?

El AI se encogió de hombros.

—Te digo algo, si vienen a buscar niños para alinear contra la pared, dale

alguien joven y lindo. No creo que Armenteros tenga el estómago para eso.

—Pero tú lo tienes.

—¿Para salvar la Prefectura? Absolutamente. Llámalo la moralidad de la

altitud. Estoy en un camino largo y horrible, ya han pasado mis días de sorber

mocos. Ahora deja de charlar conmigo. Necesito perforar a través de esta nieve

así puedo aniquilar Louisville.

—Tú fuiste humano una vez, Michael. —El Abad habló con su voz más

amable y educadora—. Sé que recuerdas.

Pero Talis no respondió.

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Traducido por Mais & Nix

Me recuesto en la mesa del mapa. Mis manos latían al tiempo con mi

corazón. Parecían tener una segunda piel, una hinchada y estrechada, hecha de

dolor.

Conmoción, pienso. Estoy conmocionada. El mundo se estaba volviendo

gris. De pronto el Abad se estaba inclinando sobre mí. Salté con sorpresa, luego

me congelé.

—Es solo… —El ícono de su boca se estrechó, como si tuviera pena—. Anti

inflamatorios y anestesia local. Los soldados lo trajeron pero debo examinarlo.

¿Confiarás en mí?

Sabía que él estaba buscando una respuesta, pero no entendía cuál era su

pregunta. Entendía nada. El Abad abrió su mano dañada y atrapé el vidrio

resplandeciente de una jeringa. ¿Una inyección? Inyecciones, un balazo a la

cabeza. Estábamos en guerra. La habitación gris.

—¿Greta? —La voz del Abad hizo eco extrañamente—. Greta, ¿deseas…?

Pero aún no podía responder. Como un insecto, el Abad tomó un paso al

lado de la mesa. Deslizó una aguja en la vena de la parte posterior de mi mano

izquierda.

Inyecciones entonces.

Entumecimiento salió fuera de la aguja y en segundos era una tercera

piel…una piel de no sentir entre la piel en sí y la piel de dolor. El Abad hizo lo

mismo en la otra mano y luego el dolor se fue. No me estaba asesinando. Por

supuesto que no. Yo solo estaba conmocionada.

El Abad alzó una de mis manos en la suya dañada y usó su buena mano

para trazar suavemente las líneas de los huesos. Sentí la presión de su toque pero

no su sensación…una cosa rara. Era algo impropio, desintegrado.

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—Creo que aquí hay una fractura en el carpiano trapezoide y tal vez

también en la articulación metacarpofalángica d el dedo índice —dijo—. Pero no

soy doctor.

Talis arrugó la nariz.

—¿Rota? ¿En serio? Pensé que estuve a tiempo.

El Abad lo miró de medio lado.

—No me mires así. ¿Qué se supone que debería de haber hecho, explotar

el lugar con mis rehenes aún en él? Vine tan rápido como pude. Tomó una

caminata lenta hacia el refugio más cercano de los Jinetes. Mi cerebro aún se

siente como pasta dental y probablemente maté a mi caballo.

Otro latido.

—Y no me estoy disculpando. Es tu Prefectura. ¿Qué estabas haciendo?

—Como sucede, tuve un anillo magnético atadado alrededor de mi mente

y un tornillo a través de mi mano.

—Mag…Voy a reventar Pittsburg. Les diré que mandas saludos.

El Abad lo pensó.

—Por favor, no te metas en problemas a mi cuenta.

—¿Rota? —Fue mi propia voz, aunque parecía venir de algún otro lado—.

¿Están rotas?

El Abad inclinó su cabeza hacia la mía, tiñéndola con una ligera sombra.

—Son menores, Greta. Las roturas son menores.

—Una tejedora sónica te lo arreglará pronto —dijo Talis—. Los Amish se

oponen a todas esas cosas tecnológicas, pero los Cumberlanos tendrán una.

—No —dije con voz áspera—. Los Cumberlanos…

—Salvo que —dijo el Abad—, pienso en hielo. ¿Lo harás?

Otra pausa.

—No iré a buscarte hielo —dijo Talis cuando se hizo claro, incluso para él,

que era la única persona al que el Abad podría estarle peguntando—. Yo traigo

nada.

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Mis manos parecieron perder contacto con la mesa, como globos. El

tiempo fluyó.

—Un tejedor… —empezó Talis.

—No —dije, porque uno de esos significaba Cumberlano, significaba Burr,

significaba… —. No, Padre, no dejes que ellos me toquen —susurré.

El Abad colocó su mano sobre mi oído. Podía sentirlo temblar. Sus dedos se

deslizaron entre los pliegues de mis trenzas. El latido de mi corazón hizo eco

desde la capa de su palma.

—Bien. —Talis suspiró como un niño de doce años—. Bien. ¿En dónde

guardan el hielo?

Y, por tanto, el maestro del mundo fue enviado como un botón, incluso

mientras yo colocaba mi rostro en las manos del Abad y lloraba.

Empacaron mis manos en hielo. Entumecimiento se esparció por mis

brazos, extraña hermana al dolor. El tiempo se estrechó, se volvió como una

membrana. Me envolvió. Se puso borroso y se atenuó. Y luego…

Y luego Xie vino. Por supuesto que vino. Entrando a través de la puerta,

corriendo, un mirada de conejo sobre su rostro fino. Lentamente me di cuenta

que ella estaba balbuceando, rogando, diciendo mi nombre.

—Lo siento, Greta. Lo siento mucho. Eran muchos. Nunca te hubiera

dejado, Greta. Eran tantos de ellos…

—Xie… —Su nombre era una flor en mi boca.

—Oh, Greta. ¿Ellos…? —Colocó una mano en mi antebrazo. Me estremecí.

Ella se apartó, lágrimas acumulándose en sus ojos—. Pero se detuvieron. ¿Qué

sucedió? ¿Tu madre…?

—Talis… —susurré—. Él vino por mí.

—¿Talis? Yo…pero… ¿Talis?

—Hola —dijo Talis. Estaba despatarrado en uno de esos cojines de espuma

como si nunca se hubiera sentado en una silla antes—. Estaré contigo en un

segundo.

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Observé a Xie mirarlo… el traje de montar en mal estado, el cuerpo de la

joven que de algún modo era varón en el ensanchamiento de las articulaciones,

de algún modo antiguo en el par de ojos. Sus ojos se expandieron; su rostro

palideció.

—Lord Talis —susurró ella—. La historia caminando…

—No lo molestes, Da-Xia —jadeó el Abad.

—Yo… —dijo Xie. Estaba temblando, atrapada en temor de la forma en

que nosotros a veces éramos atrapados en electricidad.

—Xie —jadeó el Abad.

Un largo, largo silencio. Luego Li Da-Xia lentamente y deliberadamente dio

la espalda al líder del mundo. Colocó sus manos en mi rostro.

—Greta. ¿Qué necesitas?

Sus manos estaban calientes. No podía pensar en lo que necesitaba.

—Tú —dije, con voz áspera—. Te necesito a ti.

—No puedo cortar a través de esto —dijo Talis, arrugando su cabello con

sus dedos enganchados ahí—. Maldita sea.

Se niveló hacia sus pies y pateó un libro. Voló a través del suelo como una

gaviota indignada.

—No importa la “tormenta de nieve”, es una maldita tempestad.

—Pero obtuviste órdenes inicialmente… —Los ojos del Abad se juntaron,

un mimo de perplejidad.

—Tenían un gran aprieto por las cuestas, pero lo cancelaron. Incluso si lo

regresan para la segunda ronda mañana, me tomará horas. Honestamente.

¿Cómo se supone que voy a destruir Pittsburgh si no puedo silbar a mis

plataformas de armas?

—Lo siento si estás frustrado, Michael.

—¡Frustrado! Estoy ciego, es lo que sucede. Y el empuje de data me está

dando un dolor de cabeza.

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Había estado en ello por media hora, que era tiempo suficiente para que

un Al haga cualquier cosa. Se dice que sus mentes rápidas hacen que el tiempo

pase lentamente, y que las que están enojadas están medio enojadas por el

aburrimiento.

—Paciencia es la virtud de alguien más —murmuró Xie. Estaba citando las

Declaraciones.

—Oh. —Talis alzó una de esas negras cejas de sorpresa hacia ella—. ¿Me

estás citando, verdad? Debes ser un poco audaz.

—Sí, mi Lord. Así me han dicho.

—Li Da-Xia —la nombró.

—Lord Talis —le respondió. Y luego—: Se supone que debías de

mantenernos a salvo.

—Bueno —dijo Talis—. Técnicamente. Es más que el pre-requisito a la

misión que la misión en sí, pero técnicamente sí, se supone que debía de

mantenerlos a salvo. —Empujó el libro de la gaviota con su dedo del pie—.

¿Sabías que el hombre que inventó la bomba atómica una vez dijo que mantener

la paz a través de la disuasión era como mantener dos escorpiones en una

botella? ¿Puedes imaginarlo, verdad? Saben que no pueden picarse sin ser

picados. No pueden asesinar sin ser asesinados. Y pensarías que eso los detendría.

—Le dio al libro otro empujón y voló cerca con un toque ligero—. Pero no lo

hace.

Alzó la mirada y sus ojos eran del color de la radiación de Cherenkov, el

color de un arma orbital.

—Eres algo audaz, pequeña escorpión. Todo lo que yo hice fue inventar la

botella. —Tomó un paso hacia ella, acercándose al libro, alzándolo en el aire

como una cobra—. ¿Qué es lo que…?

—Michael —jadeó el Abad. Probablemente debía de sonar tranquilizador.

Sonaba apretado y enfermo.

—Lo siento —dijo Talis. Retrocedió, lejos del libro, y sobó su rostro con

ambas manos—. Sí, Li Da-Xia, se supone que debía de mantenerlos a salvo. Anda

ayuda a tu amiga.

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El tiempo pasó, estrecho y extraño. Talis caminaba de un lado a otro. Xie

sostenía mi entumecida mano. El Abad acariciaba mi cabello. Colocamos hielo en

mis manos, luego lo quitamos, luego lo volvimos a colocar. Tenía a Xie, pero

necesitaba a Elián, quién pensaba que yo era fuerte…necesitaba a Elián. Y justo

mientras lo pensaba, la puerta se abrió de golpe tan rápido, que golpeó la pared.

—¡Greta! —Elián corrió hacia mí, sus manos yendo hacia su rostro—. Oh,

Dios…

—Ella está bien —dijo Xie—. Estás bien, Greta.

Elián de hecho miró a su torturador para asegurarse.

—Fracturas finas —le dijo el Abad, gentilmente—. Moretones e

hinchazones. Genuinamente estará bien, Sr. Palnik.

Las manos de Elian estaban retirándose de su rostro, buscándome. Un

manguito de plástico colgaba de una muñeca. Su rostro estaba herido, como

había estado cuando lo conocí por primera vez. Reconocí su expresión ahora y

no como entonces…con miedo escondido, la furia cuidadosamente apisonada.

—Greta. Juro que no…

—Discúlpame —dijo Talis.

—Vete —espetó Elián.

—Elián —dijo el Abad—. Este es…

Elián apenas miró a Talis, tomándolo tal vez por un Cumberlano.

—¡Dije que te largues!

—Talis —susurró Xie.

—Greta —dijo Elián—. Yo… yo lo sien…

—Discúlpame —dijo Talis.

—Elián —dijo el Abad—. Este es Talis.

Elián se volvió. Miró a Talis. Miró un poco más. Sus ojos se endurecieron.

Sus labios se apretaron. Su barbilla se arrugó.

—Hola —dijo Talis.

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—Da un paso más hacia mí —dijo Elián—. Da un paso más, y te haré

polvo. Te voy a poner en el maldito suelo.

Talis arqueó una esquina de su boca.

—De verdad.

—Pruébame.

—Oh, eres fantástico. —Talis miró a Elián de arriba a abajo como si fuera

una pieza en un museo de arte—. Ambrose, sé que tienes tu corazón puesto en

Greta, pero creo que me gusta este. Tal vez deberíamos cargar a los dos.

Eso borró la furia de Elián, y fue reemplazada con un desconcierto que

lucía mucho a terror.

—¿Qué? —dijo él.

—Difícilmente creo que sea adecuado, Michael. Y estoy seguro de que

nunca ha consentido.

Talis se encogió de hombros elaboradamente.

—Está eso.

—¿Qué? —dijo Elián—. No, no he consentido. ¿Consentir qué?

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Talis.

—Qué petardo, Ambrose. Puedo ver por qué has tenido tantos problemas.

Elián Palnik. Es un placer conocerte al fin. Eres mi nuevo favorito.

—Vete a la mierda —gruñó Elián y Xie lo agarró por el brazo.

—Detente —susurró ella, tirando de él—. Elián, detente. Greta… es Greta

la que nos necesita.

—Ah, sí —dijo Talis—. Su princesa. Mi princesa. Greta, quien nos necesita.

—Déjala en paz —dijo Elián.

Pero Talis siguió avanzando, lento pero imparable como la marea.

—Estás gritando a la persona equivocada aquí, Elián. Yo no hice esto a

nuestra Greta. De hecho, la salvé. Ya sabes, en su mayoría. Y por ahora.

—Lord Talis —dijo Xie—. ¿Qué quiere decir?

—Gracias, Xie —dijo Talis—. Me gusta que me llamen por mi título.

Piensen en ello, niños. De verdad piénsenlo. Detuve a la querida Wilma al poner

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una ciudad en la línea de fuego. ¿Qué crees que va a pasar si no puedo

realmente disparar? ¿Qué va a hacer la abuela si nos despertamos por la mañana

y Pittsburgh sigue en pie?

—No se atreverían —susurró Xie.

—No —dijo Talis—. Tú no te atreverías. Lo cual es adorable. Pero

Armenteros… vamos a preguntarle a Elián. Oye, Elián. ¿Pensamos que abuela se

atrevería?

Vi a Xie mirar a Elián. Vi cómo su cuerpo se congelaba.

—Voy a deletrearlo, ¿bueno? —dijo Talis—. ¿Lentamente? ¿Para el

beneficio de la clase? O, seamos honestos, sobre todo para Elián. ¿Debería

deletreártelo, Elián? Si nos despertamos por la mañana y Pittsburgh sigue en pie,

los Cumberlandos sabrán que su tormenta de nieve está funcionando.

Arriesgarán una llamada a Halifax. Tienen que hacerlo: es la única carta que

tienen que jugar. Usarán una transferencia diferente, trepar por una tormenta de

nieve tan espesa que tomará horas para hackear, incluso para mí.

Él estaba cerca de ellos ahora… muy cerca. Xie había metido su cuerpo

entre él y Elián. Estaba inclinada hacia atrás, como si temiera que Talis podría

quemarla con su presencia. Elián casi la sostenía en sus brazos, lo cual lo dejaba

incapaz de saquear al gobernante del mundo.

—Pensemos en eso, ¿bueno? —presionó Talis—. Las horas cuando

Cumberland tenga a Halifax en la línea y no es mucho tiempo. ¿Pensamos que la

abuela hará una reverencia silenciosamente? ¿O saldrá con un gran número?

—Yo… —dijo Elián.

—O preguntémosle a Greta —interrumpió Talis. En un abrir y cerrar apartó

a Elián y a Xie fuera del camino y se inclinó sobre el borde de la mesa de

mapas—. ¿Qué piensa, Princesa? ¿Estás preparada para otra vuelta como estrella

de la serie? ¿Otra metedura de pata? —Y con eso, cerró su mano sobre la mía, y

apretó.

—¡Michael! —objetó el Abad.

—No —me oí susurrar, suplicar. El agarre de Talis me estaba rompiendo

lentamente a través de la membrana, a través de las pieles de entumecimieto y

dolor y hacia la piel en sí—. No, por favor, Talis… por favor.

Tan despreciable. Y ni siquiera podía odiarme por eso. Estaba demasiado

ida.

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Elián, sin embargo… hay que cederle eso, nunca ha sido paralizado. Giró

de detrás de Xie y agarró el brazo de Talis y lo tiró lejos de mí.

—No la toques.

Talis se limitó a sonreír.

—Pero no la toqué. La salvé. Puedo hacerlo de nuevo… si fuera tú, Elián, y

si la amara… bueno. Necesito que gires esta pequeña situación en torno a mí.

Necesito que me hagas un hueco en la nieve.

—Yo n-no —Elián tartamudeó—. No puedo… sé nada sobre interferir la

difusión.

—Pero, probablemente tienes amigos que lo hacen. Y puedes ser capaz de

darles acceso —Talis rió un poco—. Si eso no funciona, trata de asesinar a

Tolliver Burr.

Podía oír la respiración áspera de Elián. Pero dijo nada.

—Grego —susurró Da-Xia—. Habla con Grego. Él sabe de radiodifusión, si

es que alguien aquí sabe de eso.

—Xie, yo… —Elián se interrumpió y se volvió hacia mí—. Greta, no

puedo. Es una locura. E incluso si… no puedo.

Pero sólo podía doblarme, curvar mi cuerpo alrededor de mis manos rotas.

—No los dejes —dije a él, a todos ellos—. Oh, no los dejes. Por favor.

Da-Xia cubrió su boca con una mano y colocó la otra en el brazo de Elián.

—Vayan —dijo el Abad a ambos—. Yo cuidaré de Grera. Vayan.

Una larga noche de verano se extendió con misericordia. Hubo cantos de

pájaros en el crepúsculo, y el cielo se volvió lavanda, con nubes como

pinceladas, primero blancas y luego de un oro luminoso. Nubes en cirros, un

cambio en el clima. Los Cumberlanos tenían un generador yendo algun lado.

Podía oírlo gruñendo, las voces groseras de los soldados que no pertenecían a

este silencioso y cuidadoso lugar.

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Todo estaba tranquilo de nuevo. Da-Xia y Elián se escabulleron. Incluso

Talis se fue.

—Usa mi celular —le había dicho el Abad—. Es más fácil de defender que

el resto de la Prefectura si los Cumberlanos deciden tomar acción en medio de la

noche.

Así que éramos el Abad y yo.

Me quitó mi tabi arregló mi cabello. Limpió las manchas de lágrimas de mi

rostro con un paño frío. Luego me levantó de la mesa y me sentó en el cojín

redondo cerca de los estantes romanos; mi nido, y el lugar donde él mismo me

había enviado a terribles sueños.

Esto parecía uno más. Un sueño más. Excepto que a veces mis manos

dolían, y las agujas eran necesarias para evitar que solloce.

La oscuridad cayó y las estrellas se abrieron paso a más allá del techo

destrozado. El Abad encendió una de las lámparas de oro. Él se quedó en

silencio, se agachó a mi lado.

—Deberías dormir —dijo finalmente.

Obediente —incluso ahora obediente— cerré los ojos por un momento. El

terror se levantó desde mi oscuridad interior. Mis ojos se abrieron. Inhalé a

través de mi nariz y exhalé como si estuviera soplando una vela, dos veces, tres,

y cuatro. Cuando pude volver a hablar, le dije:

—Deberías poner los libros en la estantería.

—Ah. Podría hacerlo —el Abad desdobló sus piernas hexápodo y se inclinó

hacia delante, con sus manos en sus articulaciones superiores, silbando como un

anciano. Se detuvo ahí un momento. Y luego se volvió hacia los libros y levantó

uno con delicadeza.

Lo vi trabajar a la luz de la lámpara, y él no lucía como una máquina.

Levantó los libros caídos como si fueran flores. Los metió a dormir en sus

estantes. Dónde estaban arrugados o rotos por la base y los apiló en su

escritorio. Tenía pegamento, cinta y un bonefolder25

.

Tenía una prensa de papel.

Aparté la vista de la pequeña prensa de papel, su mortero y su apalancada

parte superior. Sentí los latidos de mi corazón latiendo en mis hombros.

El Abad dejó los libros dañados y regresó a mí.

25

Es una herramienta utilizada para doblar papel o hacer origami.

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—El mundo podría ser demasiado fácil de ordenar —dijo—. Tan fácil de

reparar.

—Pero no lo es.

—No. No lo es.

—Dreamlock —dijo el Abad, suavemente—. Deja que te ayude. Dreamlock

apenas para mantener a raya los sueños.

—No —dije—. Eso no.

Quería levantar mis manos para cubrir mi rostro, pero incluso el primer

indicio de movimiento hizo que mis hombros chillaran de dolor. Talis los había

puesto en su lugar —sus ojos extraños brillando— pero pasarían días o incluso

semanas antes que el tendón dañado sanara.

¿A quién estaba tratando de engañar? No tenía semanas.

La prensa de manzana era mañana.

—En cuatrocientos años —dijo el Abad—, ningún ejército en el mundo,

ninguna nación y ninguna alianza se ha mantenido por mucho tiempo contra

Talis. Las Naciones Unidas tendrá su Prefectura de vuelta.

—Y luego me matarás. —Un miedo helado me recorrió, pero

perversamente me sentí reconfortada. La habitación gris era mejor que Tolliver

Burr.

Pero el Abad hizo un ruido con la garganta.

—Greta Gustafsen Stuart —dijo—. ¿Y si hubiera otra manera?

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Traducido por 3lik@ & Nix

Otra forma. Una forma de salir de la Prefectura en lugar de la muerte.

Recordé la voz de Atta, ronca por la ira. Ellos nos vigilan por todas partes.

Es una ilusión. Iba a morir, sin duda. Seguramente. Y, sin embargo… y sin

embargo, moviéndose dentro de mí estaba el tipo de miedo que viene con la

esperanza.

—¿Qué quieres decir? —mi voz salió muy pequeña y cautelosa:

El Abad estaba flexionando su mano dañada. Él había utilizado el equipo

de encuadernación para volver a unir el músculo, pero sus movimientos estaban

incrementándose, rígidos. Observó la mano abriéndose y cerrándose un

momento antes de contestar.

—Greta, querida, ¿sabes lo que es una Clase Dos de Inteligencia Turing26

?

—Sí… no puedo… lo sé, pero no puedo pensar.

—Lo siento —le susurré al Abad, girando su cara-pantalla a un lado. Su voz

era tan humana y suave como jamás la había oído. Sonaba como un niño—. Por

supuesto que no puedes.

La luz de la lámpara dorada atrapó el borde de la antigua cubierta de su

cara-pantalla. Había finas rayas en el aluminio, y hoyuelos tan pequeños como

granos de arena.

—Clase Dos —dijo—, significa una máquina inteligente que una vez fue

humana. Significa un AI que “nace” de la carga de una copia psico-humana. —Se

giró hacia mí, el ícono de su cara cambiando a una sonrisa cuyo significado era

difícil de leer—. Significa yo. No soy el hombre que era.

—Tú eras humano —mi voz se sentía extraña. El Abad sonaba más humano

que yo—. Ya sabía eso. Tú eras humano.

26

Una forma de programación de computadora.

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—Talis también. Aunque él fue parte de la primera ola. Confío en que lo

recuerdas.

—Sí. —El Abad me estaba llevando a un salón de clases. Y estaba

funcionando. Yo era buena en el salón de clases—. Sí, lo recuerdo.

Había habido un período justo antes que estallaran las Guerras de

Tormentas, cuando terminar con la muerte humana parecía tanto una buena

idea y un uso sabio de los recursos. Cuando fusionar huamnos y máquinas había

parecido una manera de convertirse en inmortal. Había sido un breve período…

y una mala idea. La mayoría de los AIs habían muerto, y la mayoría de los que

no se habían fragmentado tenían a sus personalidades pelándose capa por capa.

Supongo que era una especie de inmortalidad. El destino inmortal de un alma en

el infierno.

El Abad asintió, su aprobación educacional sobre mi aprendizaje.

—Soy más joven. De dos maneras, más joven. Yo era un hombre joven

cuando… elegí esto. Y no fue hace tanto tiempo.

—¿Hace cuánto… —La pregunta cruzó una línea… que era como

preguntarle a un Hijo de la Prefectura sobre su hogar. Pero tenía que

preguntarle—. ¿Hace cuánto tiempo?

—Ciento ochenta y tres años.

—Oh. —Tragué saliva. Era un gran número—. Oh.

El Abad se sentó junto a mí.

—Este lugar era más nuevo entonces, también, aunque ya antiguo. Y de

algún modo diferente, bajo… el antiguo liderazgo.

—Usted. . . ¿usted era un Hijo de la Paz?

—De hecho —dijo—. Un hijo rehén, y antes de eso, un hijo de alguien. Un

joven príncipe de algún país. Tenía dieciséis años. Pero no creo que importe. Ese

cuerpo es cosa del pasado. El país se perdió en la guerra de quién al principio me

envió a la habitación gris. Pero, Greta: la habitación gris es más que una puerta.

No lo era. Estaba vacía, a excepción de esa mesa. Esa mesa, con su terrible

corona. Pero el Abad había sido un hijo rehén. Había escapado de la habitación

gris.

—Dime —le dije—. Dime cómo escapaste.

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—La habitación gris… —La voz del Abad se apagó, como en reverencia. Se

recompuso—. Los rayos… sé que te lo preguntas. La habitación gris utiliza rayos

electromagnéticos de alta intensidad. Toman la mente humana como una

explosión EMP podría tomar a una máquina. Uno sale en un instante. Se supone

que no debe doler.

—¿En serio?

Su pausa fue muy larga.

—No ha habido quejas.

Parecía tranquilizador por un instante. Luego, los vellos de mi nuca se

pusieron de punta.

—Mi punto es —dijo el Abad—, que la velocidad es controlable. La mente

puede ser desencajada más lentamente, y el proceso registrado. Luego se

invierte. —Se encogió de hombros—. Los detalles están más allá de mí: soy una

máquina, pero no un maquinista. Lo que importa es que se copie la memoria, y

gran parte del hombre en sí, que es la memoria.

—¿Qué es cuánto?

Me tomó la mano dañada con su mano también dañada.

—Así —dijo—. Lo suficiente.

No podía sentir mi piel; él no tenía piel. Pero me aferré con fuerza.

—Necesito un sucesor, Greta —dijo—. El EMP me dañó, pero incluso antes

de eso… me acerco al final de esta encarnación y no deseo otra. Sin embargo,

no te abandonaría, me quedaría contigo, te entrenaría. Podrías mantener tu

cuerpo al principio, y luego convertirte en mí. Podrías ser un sabio; una mente

maestra. Una servidora de la paz y de un hecho perdurable en el mundo.

No le respondí.

—Conoces tu historia. Tú sabes que la transición es....

Lo sabía, que la mayoría de los AIs morían. Pero era una oportunidad. Una

oportunidad que no tenía hace una hora.

—Pregúntame cualquier cosa —dijo el Abad—. No voy a mentirte.

Lo que salió de mi boca me sorprendió.

—¿Sueñas?

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—Con mi cuerpo solía soñar. Pero en esta forma no tengo sueños que no

deseo tener.

Miré nuestras manos unidas. Podía sentir la presión de su mano en la mía,

pero no la textura.

—El… proceso. ¿Duele?

El Abad hizo una pausa, el ínoco de su boca estrechándose.

—Profundamente —dijo finalmente—. Pero para mí no existe el tormento

del dolor en mi memoria. Apenas es una cosa que pasó. Hazlo, Greta, y

sobrevive, y nadie volverá hacerte daño.

De esta manera, el Abad me salvó, me trajo al presente. La prensa de

manzana me he había dejado suspendida entre el horror y el entumecimiento,

incapaz de pensar, lejos de mí misma. Ante la perspectiva de convertirme en una

máquina: era al menos algo en que pensar.

Nunca me había preocupado mucho por mi cuerpo. Era torpe y pecosa y

un tanto lúgubre sobre la nariz. Seguía a mi cerebro sería como un lobero con

correa. No creía que lo extrañaría.

Y en realidad, tenía que perder solo... pero luego recordé el sabor de los

labios de Da-Xia… miel y anís, su mano deslizándose debajo de mi camisa. Elián

levantando el vello de mi nuca. Mi cuerpo se calentó y ablandó ante esos

recuerdos… el sabor, el tirón, la piel de gallina.

Tenía mucho que perder.

—Elián y Xie —dije, y la realidad de lo que les había pedido…de

rogarles…se me vino de repente—. Oh, Dios. Elián y Xie.

El ícono de los ojos del Abad parpadeó, una pantomima de confusión.

—Les envíe a matar a alguien.

—Fue Talis quién…

—No. —De repente, la suavidad fugaz de la memoria se sintió insidiosa…

el susurro de un abusador, el beso de un debilucho. Me alejé de ello—. No. Ellos

no se fueron por Talis. Ellos fueron por mí. Les envíe… ellos serán asesinados.

Aún tenía la mano del Abad en la mía. Traté de usarla para levantarme, y

mi hombro se encogió de dolor. Las lágrimas se acumularon en mis ojos.

—Da-Xia y Elián. Y Grego. Y… —No podía levantarme. Pero no podía

dejar que esto ocurra.

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—Shhhh —dijo el Abad—. Aquí. —Se movió y envolvió sus manos

alrededor de mis costillas, levantándome. Me tambaleé sobre mis pies, en sus

brazos—. Greta. Tus amigos están tratando de ayudar a Talis a colarse para

difundir la señal y tomar el control de la situación. Si no pueden hacer eso, esta

noche, entonces vas a ser torturada de nuevo. Mañana. ¿Entiendes eso?

—Sí. —Alrededor de nosotros, pequeños cubos de cristal dorado del techo

roto brillaban en la luz de la lámpara. La nave Cumberlana había bajado como si

una ciudad cayera sobre nosotros. La presión había bajado en un tic toc a la vez.

Tragué saliva, y dije—: Lo sé. Pero no quiero que alguien muera por mí, Abad.

Nadie.

Y ellos eran mis amigos.

El Abad inclinó su cabeza hacia adelante hasta que el borde de su cara-

pantalla descansaba en una leve luz contra mi frente.

—Ojalá pudiera darte un beso, Hija —susurró.

Luego se enderezó y retrocedió, dejándome sobre mis pies.

—Su Alteza Real —dijo—. ¿Cómo puedo ayudar?

* * *

Al final, el Abad hizo tres cosas por mí. Me aconsejó que el transmisor de

señal de los Cumberlanos estaba, casi sin duda, en la nave de los Cumberlanos.

Me ató dos cabestrillos a mis, aún débiles hombros, así podía caminar. Y me

abrió camino para llegar a los túneles bajo la cocina.

La oscuridad ahí era espesa.

Por difícil que es encontrar el propio camino en la oscuridad, es más difícil

con las manos atadas. Me arrastré por las estanterías de jarras, alrededor de los

barriles de harina preciosa e incluso sal más preciosa, y más profundamente. Una

vez me golpeé la cabeza en un estante de conservas vegetales. Pero

eventualmente encontré mi camino hacia el único lugar en el que la Prefectura

que había oído hablar pero nunca había estado: el largo túnel hacia la cordillera,

cerca de la torre de inducción. Y el barco Cumberlano.

—Largo y recto, Greta —había dicho el Abad—. Tal vez... cuatrocientas

cincuenta pasos.

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Cuatrocientos cincuenta pasos. Las conté y traté de impedirme pensar en la

prensa de manzana, cómo había llegado paso a paso a paso a paso.

Telas de araña se rompieron en mi rostro y no pude borrar la pegajosidad.

Pero continué. Iluminada por el palo de luz que el Abad había metido en mi

cinturón, puertas vacías se abrían aquí y allá a cada lado. Algunos tenían rejas.

No era como una catacumba.

No, eso era una mentira. Era como un laberinto.

—No hagas giros —había dicho el Abad—. Cuenta tus pasos, y no des

vueltas.

Cuatrocientos cincuenta pasos a través de un laberinto. El Abad había

sabido a donde me enviaba y lo que iba a ver.

¿Fue aquí donde Elián había sido mantenido? ¿Este lugar sin cielo?

—He tratado de hacer de este lugar una escuela y un jardín, una visión de

un paraíso —había dicho el Abad mientras ataba mis manos—. Sé que no es un

paraíso. Sé que todos están asustados. Sé que los he herido a todos, torturado,

puesto condiciones. Lo sé, sobre todo, que se me acusa de mantener el orden. —

Hizo una pausa, como para tomar un respiro, aunque no podía respirar—. Sé

que he fallado.

Y entonces se había ido a asegurarse de que el pasillo y la cocina estuvieran

libres.

Doscientos pasos. Doscientos cincuenta.

Durante años ha habido un calabozo bajo mis pies. Un calabozo.

Trescientos. Cuatrocientos. Y entonces —por fin, por fin— algo rozó contra

mí como un aroma a flores que florecen de noche.

La voz de Da-Xia, y, débil y ahogada, la risa de Elián.

Si alguien podía reír en un calabozo, sería Elián Palnik.

Mi corazón y estómago parecieron cambiar de lugar. Fui tambaleándome

hacia las voces, tratando de no llamar por nombres. Podía por ver la luz estelar

ahora… la escalera en la apertura del túnel. Quién sabía lo cerca que podrían ser

las patrullas.

Los podía ver por encima de mí ahora, Elián y Da-Xia y un tercero detrás

de ellos; no estaba segura de quién era. Elián dijo algo, y Xie se apartó con una

risa suave, su mano subiendo para cubrir su boca.

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Por un momento me quedé ahí como si alguien me hubiera golpeado.

Golpeado, esa era la palabra. Estaba golpeada. Golpeada por la voz cansina de

Elián, la inclinación conocida de la cabeza de Xie, su mano levantada. Golpeada

por mi propia soledad. ¿Por qué me había mantenido separada de ellos, por

tanto tiempo? Solamente quería estar con ellos. Quería que alguien me

sostuviera.

Debo haber hecho ruido porque volvieron. Hubo una ráfaga de

movimiento, fue extrañamente borrosa, y los tres vinieron corriendo hacia mí.

Eran Elián, Grego y Xie.

—Elián —dije—. Hay un calabozo.

—Sí —dijo—. Lo noté, en realidad.

—No puedes hacer esto —dije.

Elián frunció el ceño y me cogió del codo. El dolor estalló hacia arriba y

abajo, hacia mis hombros y mi mano.

—No toques sus brazos —dijo Da-Xia suavemente. Ella presionó sus dedos

contra mi mejilla—. Greta. —Detrás de ella Gregori se puso de pie, sus ojos

ligeramente luminosos.

—No puedes hacer esto —le dije—. No lo hagas.

Dejó caer sus dedos. Mi rostro se sentía radiante con su toque, y de repente

estaba aterrorizada.

—¿No hagas esto? —quería decir, Prefiero ser torturada.

Mis amigos…

Vestían ropa militar de camuflaje. Negro y gris y marrón los envolvía y

confundía su cuerpo.

—¿De dónde sacaste el chamo? —dije—. ¿Qué estás haciendo?

En mi propia voz que escuché planitud y miedo, pero Xie respondió

perfectamente:

—Grego piensa que la emisión de la radiodifusión está en la nave.

El Abad había pensado en eso también, pero… la imagen de Tolliver Burr

en su cámara destelló en mí mientras mis nervios se disparaban. Burr en su

cámara y Talis apoyado a su lado, gafas deslizándose por su nariz, asomando la

mirada al…

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—Monitor —grazné—. Quiero decir, tenían un monitor. Por la prensa de

manzana.

—Un terminal remoto, sí —dijo Gregori—. Pero la emisión actual debe

transmitirse con algo de fuerza, ¿no? Tal vez un kilovatio, o más. Para ello se

necesita una fuente de alimentación. Debe ser la nave.

—Pensamos en reprogramarla pero… —comenzó Xie.

—Es demasiado complicado —dijo Gregori—. Pensé que la íbamos a

desenchufarla.

—He aquí nuestro genio —dijo Elián, con algo en su voz que era casi como

otra risa—. Nuestro plan de respaldo es para aplastarla con una piedra.

—No pueden —dije—. La nave… habrá guardias. Es un barco militar.

Todos se miraron entre sí. Su chamo se había adaptado mientras estábamos

en los calabozos con sólo mi pequeño palo de luz para iluminar, y sus cuerpos

eran casi invisibles. Parecían solo manos y cabezas, como máquinas sin cuerpos.

—Serán asesinados —dije.

Xie sacudió la cabeza, pero Elián respondió:

—Lo sabemos.

—Hay un plan —dijo Grego.

—Hay un plan, pero es arriesgado —dijo Elián—. Sabemos que es

peligroso, Greta. Lo vamos a hacer de todas formas.

—Quiero… —dije—. Yo no… —Era consciente de que no tenía mucho

sentido lo que decúa. Quería cosas contradictorias: quería salvar a mis amigos, y

quería que me salvaran. No podía tener ambas cosas.

—Shhhh —dijo Xie—. Vamos al aire. —Buscó mi mano, pero por supuesto,

no pudo tomarla. Se quedó paralizada sin poder hacer algo. Fue Elián quien

puso su mano entre mis hombros y me guió por la escalera y a la noche

estrellada.

En el exterior, el olor a pan horneado de la noche me envolvió. Tomé aire

y traté de orientarme. Estábamos en la parte superior de la cresta, entre el

lapicero de Charlie y la aguja de inducción, escondidos en la sombra de la roca…

todas esas piedras que habían limpiado generaciones de rehenes de los jardines

superiores. Nos agachamos, acurrucados en los arbustos Saskatoon.

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Debajo de nosotros estaba el pasillo de la Prefectura, enorme, oscuro y

cuadrado, como uno de los grandes hechos del mundo. En el césped entre el

salón y las terrazas superiores, los Cumberlanos habían instalado carpas blancas.

Iluminadas desde dentro, brillaban suavemente. Pude ver figuras allí, caminando,

sentándose.

Cerca de ahí estaba la pequeña oscuridad del cobertizo.

Y la prensa de manzana.

—Si desactivamos el transmisor —dije—, Talis va a… Él…

Destruiría una ciudad.

Yo había estado tan asustada de la prensa de manzana que casi había

olvidado qué más estaba en juego. Una ciudad. Una ciudad y la vida de Elián.

—Una vez que el transmisor haya caído, voy a ir directamente a mi…

Armenteros —dijo Elián—. Decirle lo que he… decirle que ha caído. Ella no… —

Él estaba luchando—. Ella no se enfrentará a Talis, no en su cara. Dejará ir a la

Prefectura.

—Cumberland pierde la guerra —dijo Gregori—. Todo, un clic, y habrá

terminado. —Se sacudió las manos.

Terminado. Mi corazón saltó por la palabra. Pero sólo por un momento.

Terminado, pero no deshecha. La guerra todavía habría sido declarada.

Incluso si Talis perdonaba Pittsburgh, seguramente mataría a los líderes y tomaría

a Cumberland… y a sus rehenes. Miré a Elián y vi que él lo sabía.

Leyó mi mirada.

—No puedo tener una ciudad cazando mi cabeza. Y no puedo

simplemente verlos… —Hizo un gesto enojado y silencioso hacia mis manos. La

luz de las estrellas se asomaba desde sus ondas, hinchadas y de color púrpura.

Sabía que Elián quería tocarme, pero tenía miedo de hacerme daño. Estaba

simplemente asustado—. Ella es mi abuela… son mi gente, pero no puedo

simplemente verlos torturar a alguien. No puedo.

—Y yo no puedo dejarlos matarte, Elián.

—¿Por qué no?

De repente la cuidadosa ira de Elián se deslizó en la amargura. Cambió en

ese instante, y no me gustó el cambio. Fue criado como un Niño de la

Prefectura; afilado como rábano picante.

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Estaba aterrorizado.

—Así que van a matarme. Hay una guerra, Greta. Soy el rehén. —Y en un

eco de mi acento—: Es la manera de hacer las cosas.

Él estaba en lo correcto. En algún lugar en las últimas semanas, había

rechazado una vida de entrenamiento, medio milenio de alto propósito.

Ni siquiera me había dado cuenta.

—Es demasiado tarde ahora, de todos modos. —Elián se encogió de

hombros como el Abad, volviendo la palma hacia arriba y abriendo sus dedos.

Me hubiera gustado que se riera. Creo que estaba medio enamorada de él,

simplemente por su risa imposible. Aunque no se rió. En un acento de la

Prefectura, recortado y preciso, dijo—: Está fuera de sus manos.

Debajo de nosotros, desde el campo de tiendas de campaña, vinieron

gritos.

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Traducido por Manati5b

Cabras… los forjadores de la historia.

Da-Xia me puso al corriente. Thandi y Atta habían sido enviados para

liberar a las cabras hembras. Mientras tanto, el tranquilo y delgado Han, una de

las personas ignoradas… tenía el trabajo de tomar los pequeños tubos de vidrio

de las feromonas de las cabras machos de su estante en el sótano frio. Él los

había dispersado en la hierba alrededor de las tiendas de los Cumberlanos como

micro-minas. Mientras los Cumberlanos se mezclaban entre ellos para ver lo que

estaba sucediendo, se pararon en los tubos. Las cabras hembras, por supuesto, se

volvieron locas. Empezaron a golpear a los soldados y hacer cosas rudas a sus

rodillas.

Y entonces, por encima de nosotros en la cresta, llegó una lamentación

sobrenatural, una serie de colisiones destrozadas. Si uno no hubiera sabido que

era una cabra macho sexualmente excitada colisionando con sus cuernos contra

una puerta de alambre y madera, uno hubiera pensado que era un demonio

forzando su camino hacia este mundo.

Para ser justos, no había una gran diferencia.

La puerta dio un tañido y un crujido; Bonnie Príncipe Charlie dio un

espeluznante Grah de triunfo y se desató. Vi el blanco y rubio oscuro cuerpo

amarrado, cuesta abajo, gritando.

—Han —dijo Elián, suavemente—. Eres un magnifico bastardo.

—En serio lo es —susurró Grego de vuelta—. No tienes idea.

Debajo de nosotros, la primera tienda de los Cumberlanos colapsó. Hubo

gritos, y alguien disparó un tiro en la oscuridad.

Creo que técnicamente estábamos violando el decreto de Talis sobre la

prohibición de armas biológicas. Si él había fallado en mencionar específicamente

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las feromonas de las cabras, era puramente un descuido. Pero en este caso en

particular, estaba segura de que no le importaría.

—Vámonos —dijo Xie.

—Tendrás que quedarte aquí —me dijo Grego—. La ropa blanca te

delatará.

Él estaba sacando algo de su bolsillo… algo líquido y plateado a la luz de la

luna. No fue hasta que Da-Xia lo tomó de él y empezó a cerrarlo como un

brazalete que lo reconocí como una tela. Era una banda de las Naciones Unidas

azul, la marca de los no-combatientes… un capellán, un médico. Y el color de

nuestra ropa de cama. Elián fue pasando grandes cuadrados de… ¿vendajes?

¿Toallas de cocina? No, era gasa de algodón de la lechería. Da-Xia y Gregori

ataron los cuadrados de tela alrededor de sus cuellos.

—¿Este es tu plan? —dije—. Tienes gasas y sábanas.

Hubo otro disparo desde abajo. Las voces de los Cumberlanos estaban

haciéndose más fuertes, y estaba el sonido francamente aterrador de cabras

durante el amor.

—He aquí nuestro genio —dijo Da-Xia suavemente.

—Siempre he odiado esas malditas mantas simbólicas —dijo Elián—. En su

tiempo fueron útiles. —Estaba anudando las gasas detrás de su cuello—.

Recuerden —dijo a sus amigos enmascarados—, todo es sobre la actitud. Están

en una urgente y justa misión de salvar vidas. Los guardias ni soñarían con

detenerlos. —Les dio un par de pulgares hacia arriba—. Canalicen este título de

la realeza, ¿correcto? Greta, trata de mantenerte en perfil bajo. Si no llegamos a

regresar…

—No —dije—. Espera.

Elián palideció. Volví a ver el parpadeo de su miedo, y recordé otra vez

que si todo marchaba perfectamente, el terminaría en la habitación gris. Jaló su

máscara sobre su rostro, cubriéndolo.

Todavía podía detenerlos. Debería detenerlos. El plan se estaba

desarrollando, y era muy tarde para renunciar sin consecuencias, pero yo debería

detenerlos de ir ahí… las armas, los guardias, la nave.

—Yo no… —dije. ¿Ataría mis manos otra vez Burr? ¿Serían los pies?

¿Dónde se detendría?—. No lo hagan —dije—. Necesito quedarme con ustedes.

—Greta —dijo Xie. Lagrimas brotaron de sus ojos.

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—Pero tú estás de blanco —dijo Grego.

—Debería detenerlos —dije—. Debería pero no puedo. Así que déjenme…

déjenme ayudarlos. Es mi vida. Déjenme ayudarlos.

—Nosotros… —empezó Gregori.

—Pero están siendo médicos, ¿correcto? Ustedes podrían…

—Sip, podríamos —dijo Elián—. Y tienes razón. Es tú vida.

Y con eso me levantó y me llevó en sus brazos como Talis lo había hecho,

pero Elián —más alto, más fuerte— era mejor en eso. Era como algo de un

cuento.

—Cierra tus ojos —susurró—. Confía en mí.

Me recosté floja en los brazos de Elián mientras él corría. Los golpes de las

piedras bajo sus pies parecían ir directamente a sus hombros: era como ser

golpeado con mazos.

Una voz desconocida saludó.

—Fuera del camino —gritó Elián—, ¡fuera del camino!

Decidí que era teatralmente aceptable gemir, así que lo hice.

—Rompan el tren de descontaminación —dijo Elián—. ¡Colóquense sus

máscaras de gas! ¡De prisa!

—¿Qué está sucediendo? —La extraña voz estaba llena de confusión y

miedo.

—Algún tipo de químico… —dijo Da-Xia, y se disolvió en un ataque de

náusea.

Pero por toda la conmoción, fuimos lentamente deteniéndonos. No era

bueno. Elián se tambaleó y se detuvo de golpe, sacudiéndome y haciendo que

destelle la oscuridad roja detrás de mis ojos.

—¿Esa no es la princesa? —Un guardia diferente. Al menos eran dos

entonces.

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—Y si ella muere todo el juego termina. —Elián había dejado el acento de

la ciudad de Kentucky en su voz; era desenvuelta y fuerte, una roca de granito—.

Talis nos matará a todos, estoy seguro.

—Fuera del camino, fuera del camino —dijo Grego, y su intento de un

acento Cumberlano fue terrible.

Elián levantó mi peso y me reacomodó en sus brazos. Un pequeño grito

brotó de mí, sin tener en cuenta la actuación del momento.

—Ella está muriendo —chilló Elián—. ¡Maldita sea, salgan del camino!

La burbuja de aire se espesó.

Y entonces nos movimos.

Los pasos de Elián resonaban contra el metal, y los empujones de la tierra

áspera cambiaron a algo más fuerte, pero más suave. Podía hacer frente a esta,

acompasarlas con mi respiración. Ecos de las paredes de metal, el sonido de

nosotros corriendo. La oscuridad de mis parpados era irregular. Giramos en una

esquina, en otra, y luego Elián se tambaleó hasta detenerse. Se inclinó,

recargándose contra la pared.

—Está bien —jadeó—. Está bien. Despierta Princesa.

—No me llames así. —Abrí mis ojos, parpadeando.

—Lo siento. —Elián me dejó deslizarme sobre el suelo. Su voz era baja.

Estábamos en un…pasillo, supuse, a un paso o dos de un cruce con otro. El

espacio era tan estrecho que estaba sorprendida de que Elián hubiera podido

llevarme a través de él. Era cuadrado como un ducto, de metal, sin adornos para

la tracción del chapado en el suelo. Había luces en forma de puntos en el techo,

haciendo un ritmo de penumbra y deslumbramiento.

—¿Hacia dónde Grego? —preguntó Elián.

Grego respondió:

—Una nave de choque, para el transporte a corto alcance. Tropas arriba,

tropas abajo. Este es el nivel central… el de comando, comunicaciones,

almacenamiento, medicina.

—Así que estamos en el nivel correcto, pero tenemos que encontrar el

cuarto de comunicaciones antes de que el pánico decrezca —dijo Elián—. Y

como el pánico ha sido a causa de las cabras, eso probablemente no tome

mucho tiempo.

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Da-Xia ya se había movido por el pasillo y estaba comprobando las

puertas. Grego se movió en la dirección opuesta.

—¿Está bien si te dejo aquí? —me preguntó Elián.

Asentí, todavía temblando, y él caminó sobre la intersección del corredor,

dejándome de pie sobre el cruce, balanceándome en el centro del mundo.

Palmeó una tira de presión y una puerta se deslizó, abriéndose.

—¡Oye, es comida! Hombre, en serio podría ir por algo altamente

procesado. —No asaltó la despensa, pero se movió rápido y capaz de hacerlo.

Tragué saliva dos veces, y luego tomé el cuarto camino, al contrario de

Elián. Me tomó unos cuantos segundos descubrir como activar la tira de presión

con mi cadera. La puerta se abrió. La habitación detrás estaba oscura.

Y dentro de él, doblado alrededor de una brillante tableta inteligente como

una araña envuelta alrededor de una mosca, estaba Tolliver Burr.

Me tambaleé hacia atrás y caí contra la pared del pasillo. Debió haberme

lastimado, pero no lo hizo. Me sentí solo entumecida. Una sacudida física, como

si hubiera saltado dentro de agua fría.

Burr alzó la mirada. Al principio se veía sorprendido. Luego se veía

asustado. Luego sonrió.

—Hola Greta. —Su rostro de cuero apretado estaba iluminada desde abajo

por la pantalla de la tableta; la sonrisa parecía una mueca—. ¿Querías ver el

doloroso corte?

Pasó la tableta alrededor, y pude ver un disparo congelado de mis propias

manos, atadas hacia abajo y desnudas contra la piedra de color gris azulado.

Había un hilo de sangre en el borde de la cinta de plástico, y los nudillos eran

nudos blancos.

Hice algún tipo de ruido entonces.

Pudo haber sido ese sonido que atrajo a mis amigos, o tal vez Elián me

había visto caer. Él estuvo ahí en un instante, y los otros estaban cerca detrás.

—Tolliver Burr —dijo Da-Xia.

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—Oigan, miren todos —la voz de Elián era ligera pero su cuerpo estaba

temblando—. Es el plan B. —Y no sé de dónde vino, pero había un cuchillo en

sus manos.

Pude oír a Talis diciendo: Trata de asesinar a Tolliver Burr.

El cuchillo era uno de cocina, un palmo de largo, con una curva en el

borde… un cuchillo para cortar verduras. El mango de madera estaba tan

desgastado que casi era gris. Los nudillos de Elián eran de color amarillo pálido a

su alrededor.

—Gritaré —dijo Burr.

—Oh —dijo Elián, arrastrando las palabras—. Eso espero.

La tableta cobró vida, y las manos grabadas se empezaron a mover,

apretando y sacudiendo. Luego un corte en el rostro. Los ojos se ampliaron, la

boca tan abierta como la cámara. Elián golpeó y sacudió la cosa del agarre de

Burr. Se deslizó en el cuarto oscuro detrás de él, donde continúo encendiéndose,

brillando como una pequeña trampilla en el suelo. Pude oírlo también: Tic, Toc,

Reloj…

Da-Xia me tomó bajo sus hombros —se había olvidado de cuanto eso me

dolía— y me levantó.

—Estamos aquí para detener la tormenta de nieve —dijo ella—. Has eso

por nosotros.

—Sí —dijo Grego, tropezando después de su bravuconería—. De lo

contrario…

Tolliver Burr había tomado el control de su miedo. Le sonrió a Grego,

indulgentemente.

—Está bien. —Dio un paso hacia atrás, más profundo en las sombras del

bajo techo de la habitación. Era como una cobra deslizándose dentro de una

cueva—. Adelante.

Tic. Toc. Caerse.

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Traducido por ValeCog

El cuarto de comunicaciones era bajo y tenue. Desde el pasillo sólo pude

ver lo blanco de la camisa de Burr y el rectángulo de la tableta inteligente en el

piso que aún estaba reproduciendo la escena de mi siendo torturada.

―No podemos ir ahí ―dije―. No podemos.

Pero por supuesto teníamos que hacerlo.

Fue Grego ―creo que compensando por la nota vacilante de su “de lo

contrario”― quien fue primero.

Tolliver Burr le disparó en el cuello.

La bala golpeó en un lado de la garganta de Grego. Él se giró a medias,

como si alguien lo hubiese tocado en el hombro, luego se dobló. Fue silencioso

tranquilo, sin la menor protesta.

―¡Gregori! ―gritó Da-Xia, lanzándose a por él.

Elián saltó a la oscuridad, hacia Burr. Hubo un fogonazo, y un ruido tan

fuerte como si Elián hubiese sido golpeado por un rayo. Da-Xia gritó. Mis

rodillas cedieron y me senté en la placa de cubierta.

A pulgadas de distancia Xie se estaba inclinando sobre Grego. La sangre

burbujeaba de su cuello como de una fuente termal. Él había levantado una

mano ahí, pero no estaba presionándolo, o ya no lo hacía. Los implantes de sus

irises estaban amplios y oscuros, y estaba entrecerrando los ojos como con

curiosidad. Da-Xia vaciló, con los dedos extendidos y rígidos. Luego presionó su

mano sobre la de él, sobre la herida. Sangre oscura brotó entre sus dedos.

Grego miró a Da-Xia y parpadeó.

―Está bien, Gregori ―dijo―. Todo está bien.

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Elián y Burr estaban forcejeando. El arma salió girando por el suelo y chocó

mi cadera. La miré. Doblé mi codo y saqué mi mano derecha libre del cabestrillo.

El peso de mi brazo tiró de mi hombro. El dolor abrió mi boca como una

arcada, pero hice ningún ruido. Mi mano estaba entumecida. Mis oídos

zumbaban. Busqué la pistola.

―¿Gregori? ―se rompió la voz de Da-Xia―. ¿Grego?

Los miré. La tela alrededor de la garganta de Grego estaba llena de sangre y

roja como un pañuelo, y más sangre estaba negra y brillante alrededor del

patrón gris levantado de la chapa de tracción. Olía como a monedas sostenidas

mucho tiempo en las manos.

Y luego… pude verlo ocurrir. Grego murió.

Sus ojos se transformaron en pinturas de ojos. En iconos blancos.

―Oh ―dijo Xie―. Oh no.

Cerré mis dedos alrededor del arma, y me levanté a mis pies como la Dama

del Lago.

Con el arma en mi mano, conté a las personas respirando… cinco. Yo, Da-

Xia, Elián, Burr, y la grabación de mí, que sonaba como algo siendo cortado por

a la mitad. No Grego. Los sonidos de la pelea en su mayoría se habían detenido.

Cuadré mis pies sobre la placa de cubierta y sentí la sangre filtrarse entre los

dedos de mis pies. Estaba tibia.

La camisa blanca de Burr nadó desde la oscuridad. Elián lo había superado.

Sostenía uno de los brazos de Burr doblado contra su espalda. Con su otra mano

Elián presionó el cuchillo contra el costado del cuello de Burr. Inexpresivamente

noté que estaba del lado equivocado, el lado sin filo contra la piel. Elián

claramente sabía tan poco de peleas con cuchillos como yo de armas.

Pero entonces, realmente: en lo que se refiere a armas, ¿qué se necesita

saber?

Elián y Burr se arrastraron hacia adelante. Apunté el arma hacia ellos,

aunque mis manos no podían sentirla. Mi hombro se había convertido en una

bola de algún tipo de sustancia de goma dura que supuse era dolor.

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―Greta ―jadeó Burr.

―Tolliver ―respondí.

En la placa de cubierta oí el ruido de cascos, la caída del caballo de Talis. Y

luego alguien empezó a gritar.

―¡Apaga eso! ¡Dios! ―Elián envolvió su brazo alrededor del cuello de Burr

y torció sus rostros hacia un lado.

Pero la tableta estaba al otro lado del cuerpo de Grego de Da-Xia, y Elián

estaba ocupado, y a mí no me importaba.

―¿Qué es lo que quieres Greta? ―la voz de Burr era áspera por la presión

en su manzana de Adam, pero parecía calmado.

Francamente, no tenía idea de qué quería. La grabación en el suelo gritaba

intolerablemente. Luego se detuvo.

―¿Cuál es la emisora de difusión? ―jadeó Elián. Sonaba tenso, mucho más

que el hombre que estaba ahorcando.

Tolliver Burr señaló con el dedo pulgar de su mano libre hacia una

determinada máquina.

―Esa. La apagaré por ti. No tengo lealtades con Cuberland. No hay

necesidad de drama.

―¡Drama! ―dijo Da-Xia―. Acabas de dispararle a Grego.

La grabación había vuelto a empezar.

―Eso es adorable, querida ―dijo la voz de Burr―. Eso es perfecto.

―Vale la pena el riesgo ―dijo Burr―. Creí que estarías lo suficientemente

enojada como para matarme. Pero no lo estás, ¿cierto, Greta? Realmente eres

una pacifista.

―Yo no lo soy ―dijo Elián, y presionó el extremo sin filo de su cuchillo

con más fuerza.

Da-Xia se puso de pie.

―Si usted lo piensa, Sr. Burr, entonces no entiende a los Hijos de la Paz.

La grabación dijo:

―Todos podemos escucharte, Greta; eres una estrella.

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―Dame el arma, Greta ―dijo Xie.

Pero no me moví. Mi brazo completo, que se sostenía rígido y terminaba

en una pistola, era ajeno a mí.

La grabación captó un murmullo:

―Oh, Greta, eres perfecta.

―Lo eres ―repitió Burr en sí mismo, sonriendo cariñosamente―. Fuiste

criada sólo para serlo.

Cerré mis ojos.

Un grito, una lucha… abrí mis ojos y Tolliver Burr estaba arremetiendo

contra mí como un perro rabioso.

Levanté el arma y mi mano se crispó alrededor de ella, y yo…yo…

No le disparé. El momento se abrió y pareció extenderse, y en ese

momento interminable no le disparé a Tolliver Burr.

Elián agarró a Burr y gruñó:

―Cortaré tu maldita garganta.

Puedes darlo por hecho.

―Usted no me entiende, Sr. Burr. ―Mi voz resonó, como si estuviera

hablando dentro de una campana―. No sabe la menor cosa sobre mí. Y en

realidad espero que eso lo aterrorice.

Moví el arma unos diez grados y disparé a la oscuridad. Burr gritó y tiró…

pero yo había estado apuntando a la máquina que él había dicho que era la

emisora de difusión. La bala golpeó metal con una chispa y una rotura, y las

luces de la emisora se apagaron una por una.

Mi padre me dijo algo una vez. Una noche tranquila en uno de sus botes,

yendo a la deriva en el mar congelado. Me habló sobre el punto virgen, el lugar

intacto… el espacio hueco y abierto en el centro del alma humana, donde sólo

Dios podía entrar. En ese cuarto pequeño y oscuro, con la sangre entre los dedos

de mis pies, en ese momento interminable, me caí en el lugar intacto. Volví a ser

Greta de nuevo, y completa. No estaba asustada.

Le entregué el arma a Xie.

La tomó y le disparó a cada máquina en la habitación. Después de todo, no

había manera de saber si el torturador nos había estado diciendo la verdad.

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208

El sonido fue demoledor. Un timbrado llenó mis oídos. Puse mis codos de

nuevo en sus cabestrillos. El dolor se desvaneció. No podía oír, no me podía

doler, y no estaba asustada.

Y en ese estado extraño, supe algo. Vi algo. Vi una salida. Una manera de

salvar a Elián, y Pittsburgh, y mi alma… sino mi vida. Una salida.

Era deslumbrante.

Cuando cada máquina en el cuarto estaba largado humo, Da-Xia volvió el

arma hacia la tableta inteligente a mis pies. Se hizo pedazos. Cada fragmento

seguía reproduciendo una parte de la grabación de Tolliver Burr torturándome.

Pero eran piezas pequeñas. Sentí que podía manejarlas.

Había visto una salida.

Como si estuviera mirando un video en silencio, noté que Burr estaba aún

forcejeando. Elián le dio un tirón a su brazo fijado, y de repente el torturador se

relajó en sus brazos. Su boca abierta con dolor. Algo debió haberse roto,

desgarrado, dislocado. No puedo decir que lo lamentara.

Elián había dejado de intentar contener a Burr y, ahora, intentaba

sostenerlo.

―¿Qué hacemos con… ―Elián parecía no poder decidirse entre preguntar

por el cuerpo de Burr o de Grego primero. Pero no importó, porque en ese

momento un pelotón de soldados irrumpió en la habitación.

* * *

Los soldados tenían las armas afuera pero, afortunadamente, no

disparando. No sé qué es lo que los alertó… si habían sido descubiertas las

ampollas de feromonas de cabra, si la insonoridad del barco había fallado contra

todos esos disparos, si la destrucción de la emisora de difusión había disparado

una alarma. No parecía importar. Aquí estaban, cinco soldados, todos listos.

Buckle estaba en la parte trasera de ellos. Se veía más cansada que lista.

Al verlos, Da-Xia arrojó su arma de una, y levantó sus manos enguantadas

con sangre. Eliá vaciló, gruñó, y dejó caer a Burr. El especialista en

comunicaciones se dejó caer al suelo como un pez enganchado. Yo aún no lo

lamentaba.

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209

Pero no quería que toque a Grego. Me coloqué entre ellos. Los ojos de las

armas me siguieron.

Elián lanzó su declaración sobre las cabezas de la cuadrilla.

―Soy Elián Palnik… el nieto de la general.

―Sí ―suspiró Buckle―. Sé quién eres. ―Su tono sugería que se arrepentía

de saberlo. Si no lo hubiese sabido, podría simplemente haberle disparado. O al

menos encerrado. Después de todo, teníamos un calabozo.

―Necesito verla ―demandó Elián.

―Yo no ―dije. Aún estaba pensando en ese momento del punto virgen, la

puerta que vi que podría sacar a todos vivos de esta―. Quiero ver a Talis.

―¿Qué? ―dijo Elián―. ¿Por qué?

Da-Xia se giró hacia mí. Vi el cálculo rápido en sus ojos, sus suposiciones,

pero dijo nada.

―Greta… ―dijo Elián y habría dicho más, excepto que Buckle lo

interrumpió.

―Fuera ―le espetó a su equipo, y luego colocó su mano en su oído―.

¿Clancy? Despierta a la general.

Uno de los Cumberlanderos comenzó a levantar el cuerpo de Grego.

―¡No lo toques! ―Elián fue feroz y a punto de quiebre―. Yo lo cargaré,

yo lo llevaré.

Lo dejaron.

A lo largo del corredor de metal, Elián cargó a Grego en sus brazos, como

me había cargado a mí. Caminó como un príncipe a la cabeza de una precesión.

Xie y yo lo seguimos. Los soldados nos siguieron. Supuse que había armas a

nuestras espaldas, pero no podía molestarme en mirar. Estaba mirando a Grego.

El mechón de cabello blanco metido contra el hombro de Elián. Una mano

balanceándose floja.

La nave completa olía como a pólvora y sangre.

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210

Y luego, de repente, la noche se abrió y estábamos en la plancha de acceso,

y luego en el césped, con el viento salvaje y dulce soplando alrededor nuestro.

Allí afuera para encontrarse con nosotros había más soldados, y con ellos

Han, Thandi y Atta.

Atta estaba inclinada contra Thandi, con sus ojos apagados y sangre

corriendo detrás de una oreja. Thandi estaba tormentoso y silencioso. Y Han

―dulce e inocente Han, magnífico bastardo que era― era el que estaba

particularmente más custodiado, el único con esposas.

Sin embargo, fue Han quien irrumpió del grupo y corrió en nuestra

dirección. Han quien ―como siempre hizo― dijo lo que todos estábamos

pensando, pero nadie se animaba a decir.

―Oh no ―dijo―. Oh no, no, no.

Levantó sus manos para tocar el rostro de Grego. Sus esposas traquetearon.

―Oh ―dijo―. No.

―Lo siento ―le dijo Elián―. Lo siento. Sé que lo amabas.

Los soldados a su alrededor parecíeron retroceder, dejándolos a los tres

―Elián, Han y Greco― agrupados en un pequeño espacio todo para ellos.

―Fue tan valiente, Han ―dijo Elián―. Fue tan bueno. Estaba tan asustado,

y fue tan valiente.

―Él fue primero ―dijo Xie.

Lentamente, reverentemente, Elián recostó el cuerpo de Grego en el césped

crujiente. Han se arrodilló al lado de él ―de eso― y luego, uno por uno, nos

arrodillamos.

La tela del chamo ―y tal vez esto es para lo que el chamo era― escondía

una gran cantidad de la sangre. Se veía simplemente como una mancha oscura,

filtrándose hacia abajo por su hombro, de adelante y atrás, como la media capa

de un oficial. Sólo en su cabello blanco nieve era vívida, e incluso esa se estaba

desvaneciendo. Su piel era pálida como la pantalla de una lámpara, y él no

estaba encendido.

―Grego ―dijo Xie. Y luego uno por uno el resto de nosotros también lo

dijo.

Sus ojos estaban abiertos, sólo un poco. Tenía pestañas blancas muy, muy

largas.

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211

La luz de la luna cayó sobre nosotros. Los Cumberlanos se retiraron,

dejándonos sólo a nosotros siete… nosotros seis, ahora. Los Hijos de la Paz,

solos, como siempre lo estuvimos.

Atta se estaba balanceando sobre sus rodillas. Xie envolvió un brazo

alrededor de su cintura.

―¿Estás bien? ―murmuró Elián.

Atta asintió, pero su cabeza estaba colgando.

―Una concusión, creo ―dijo Thandi, su voz muy baja―. Se desmayó por

un segundo. Vomitó.

―Tenemos que limpiarlo ―dijo Han. Estaba inclinado hacia adelante, casi

cubriendo el cuerpo de Grego, en su propio mundo.

―Tenemos que ―dijo Xie―. Tenemos que. ―Ella misma estaba usando la

sangre como un par de guantes.

Pero Han sólo se repetía a sí mismo:

―Tenemos que limpiarlo.

―¿Qué pasó aquí? ―dijo una voz nueva.

Miramos hacia arriba, y allí, de pie en el pasto seco, estaba Wilma

Armenteros. En su bata.

―Grego está muerto ―dijo Elián―. Tu torturador le disparó. Está muerto.

―El Sr. Burr ―dijo Armenteros.

Mi cabeza se irguió bruscamente, pero Burr no estaba ahí. Los Cumberlanos

deben habérselo llevado mientras habíamos estado ocupados con Grego.

―Buckle, ¿dónde está el Sr. Burr?

―No. ―Da-Xia se puso de pie―. No, no busques a alguien para echarle la

culpa. Mira esto. Míralo a él. Mira lo que has hecho.

Y Armenteros… le concedió esto. Ella miró. Ante el viento agitando el

cabello blanco, enredándolo en el pasto. A las pestañas intensamente inocentes.

A la carne cruda de la garganta.

―Su nombre es Gregori Kalvelis ―dijo Da-Xia―. Grego.

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―Grego ―dijo Armenteros. Un estruendo simpático en la palabra. Apartó

la mirada y se convirtió de nuevo en general―. ¿Quién era él? ¿El rehén de

quién? ―Me estaba preguntando a mí, de entre todas las personas.

―Era el hijo del Gran Duque de la Alianza del Báltico ―respondí.

―Cumberland tiene nada en contra de los Países Bálticos. Su muerte fue…

―Un asesinato ―dijo Xie―. Fue asesinado por Tolliver Burr, quien usted

emplea y se despliega bajo sus colores en un escenario activo de guerra. Eso hace

que sus acciones sean su responsabilidad. ―Era prácticamente citado palabra por

palabra, y bastante bien.

Buckle dijo:

―El chico estaba vestido como soldado.

Da-Xia la rodeó, con su serenidad de Tara la Azul27

rompiéndose, sus

manos y rodillas sangrientas.

―Era inocente. ―Su voz también se quebró, y rompió a hablar en

susurros―: Contaba bromas y estaba asustado y ni siquiera le gustaba tomar los

huevos de las gallinas. ―Levantó su barbilla, una diosa de nuevo, y se giró hacia

Armenteros―. Sin importar que títulos poseamos, General, no somos soldados.

Y no somos gobernantes. Somos inocentes. Creo que usted se ha olvidado de

eso.

Armenteros arrugó sus ojos, con una mirada cansada.

―Te estarías equivocando en eso. ―Alzó la mirada desde el cuerpo de

Grego, pálido como la luna y siendo rodeado de hierbas salvajes―. Hijos de la

Paz. Los confino a sus celdas. No tengo el personal para custodiarlos mientras

tienen el control sobre este lugar, y son más problemas de los que había tenido

en cuenta. Veré que tengan comida y demás.

Buckle dijo:

―¿Qué hay de su nieto, señora?

Armenteros miró a Elián. Ella no suspiró.

―Él también.

―Pero… ―dijo Elián―. Quiero decir, tengo que decirte lo que yo…

27

Tara es un concepto asociado con la práctica del budismo. Tara es la madre de la liberación y

representa las vitudes del éxito en el trabajo y en las hazañas. Tara la Azul es una de las formas o

versiones, asociada con transmutación de la ira.

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―Sé lo que hiciste ―dijo Armenteros―. Y sé que, gracias a lo que hiciste,

tenemos cerca de dos horas antes de que Talis vuele una ciudad. Estoy lidiando

con eso ahora mismo. El problema entre nosotros, podemos solucionarlo más

adelante.

―No ―dijo Elián―. No puedes. Tienes que retroceder. Tienes que salir de

aquí.

―No ―dije―. Lo que tienes que hacer es dejarme hablar con Talis.

Elián negó con la cabeza violentamente. Thandi se detuvo a si misma justo

antes de agarrarme por el cabestrillo. Su mano se cerró en el aire vacío.

―¿Qué estás haciendo, Greta?

Traté ignorarlos… y a Xie, cuyos ojos estaban trabados en mí, brillando

con entendimiento.

―General ―dije―. Tiene que llevarme a hablar con Talis.

Armenteros me estudió. Los amplios planos de su rostro tirados para

adentro, como si estuviera masticando el interior de sus mejillas. Preguntó lo que

había preguntado Elián, pero con ella no se esquivaba. Tenía la mente de un oso

pardo: tenía alcance, y no era sabio correr. Dijo:

―¿Por qué?

―Porque él nunca te dejará marcharte. Y eso es lo que quieres, ¿no es

cierto? Viniste aquí apostando que Talis no atacaría mientras mantuvieras

secuestrados a sus rehenes. Y que mi madre…

No pretendí detenerme ahí, pero lo hice. Por supuesto que me amaba. Por

supuesto.

―Que mi madre actuaría para salvarme. Se equivocó en ambos casos.

Perdió. Por lo que ahora lo mejor que puede esperar es poder marcharse. Ya ni

siquiera necesita el agua. Su población ha caído a… ―Me detuve. No tenía idea

de lo que una vez había sido la población de Indianápolis.

―Trescientos setenta mil ―gruñó Armenteros.

―Y sus necesidades de agua ―dije―, en consecuencia.

Armenteros gruñó y metió los puños en los bolsillos de su bata. Era blanca.

Se veía como una rehén, lo cual supuse que era.

―¿Por qué Talis? ¿Por qué encontrarse con Talis?

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―Tengo algo que él quiere. Soy la única aquí que lo tiene.

No preguntó qué es lo que era. En su lugar, sus ojos fueron a mis manos,

curvadas e hinchadas.

―Su Alteza… no veo por qué tomarías parte de Cumberland.

―Es “Su Alteza Real” ―dije―. Y es porque si puede salir, General,

entonces puede llevar a Elián con usted.

―¿Qué? ―dijo Elián, quien alguien (probablemente Buckle) había

esposado―. Greta…

Mantuve mi concentración en la general.

―Lo mataran si se queda. Lo mandarán a la habitación gris.

―Talis nunca lo permitiría, General ―dijo Buckle―. El muchacho… él es el

rehén.

―¿Greta, qué estás haciendo? ―dijo Elián.

Armeteros no habló de una. La miré pararse allí en su bata arrugada, con el

cuerpo de Grego a sus pies, su mente poderosa olfateando lentamente a través

de las posibilidades. Detenidamente se giró hacia Elián.

―Se lo prometí a tu madre, sabes. Le dije que no volvería sin ti.

El rostro de Elián cayó abierto. Se veía aturdido como si hubiese sido

golpeado por una flecha.

―Entonces ―dijo Wilma Armenteros, girándose hacia mí―. No eres la

única con algo que Talis quiere, Su Alteza. Si no puedes convencerlo, dile que

ofrezco mi rendición personal. No de mis hombres… sólo yo. Puede hacer lo

que quiera. Eso podría tentarlo.

―General ―objetó Buckle.

Y Elián dijo:

―¡No!

Recuerdo como Talis había gruñido ante la idea de lastimar a Armenteros,

la fina capa de su humanidad rompiéndose. Haré una historia de ella. Un mito.

Dios mío.

Estaba completamente oscuro pero había aves cantando. Amanecería en

dos horas, con humo sobre Pittsburgh. Había nada más que hacer, y nadie más a

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quien hacérselo. Elián estaba encadenado, de nuevo. Xie estaba cubierta de

sangre. El Abad estaba muriendo. Y Grego estaba muerto. Tenía que ser yo.

―De acuerdo ―dije―. Le diré.

Los Cumberlanos me llevaron dentro del miseri, luego a través de la puerta

angosta detrás del escritorio del Abad. El corredor estaba cubierto de

compartimentos, como los cubículos de una catacumba, y en cada uno de ellos

estaba almacenado uno de nuestros profesores, con las manos juntas, y la cabeza

metida apretada en sueño. Debería haber habido puntos de poder latiendo en

las paredes detrás de ellos, cargándolos… pero no había. Había sólo una luz, una

linterna de mano apoyada en la cima de una pila de sacos de arena. Había

soldados allí, a mitad del pasillo vacío y que hacía eco. Habían establecido un

puesto de control, con algunas fortificaciones menores y un arma en una

posición fija, apuntando a través del pasillo, a la puerta cerrada simple de la

celda del Abad.

Talis estaba detrás de esa puerta.

No creía que todas las bolsas de arena del mundo le harían algún bien a los

Cumberlanos. Pero es extraño, lo que hace sentir mejor a los soldados.

Entramos donde se acumulaba la luz.

―La general dice que la lleves a verlo a él ―la mujer custodiándome le

dijo a los soldados del puesto de control. Inclinó su cabeza a la puerta del Abad,

en caso de que alguien tuviera alguna duda sobre que o quien habóía ganado ese

pronombre pesado. Talis.

―Deseo ir sola ―añadí.

El chico en las bolsas de arena ―lo reconocí, con un sobresalto, como el

muchacho que se había vuelto tan verde ante la idea de mí siendo torturada―

me miró con los ojos bien abiertos, y fue un minuto antes de esconderlo con

bravuconería.

―Mejor tú que yo, Princesa ―dijo.

Me recordó a Grego. Esperaba que Talis no lo matara.

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El soldado a cargo del punto de control le frunció el ceño a los otros dos…

luego asintieron.

Me dejaron pasar.

Dejé a los guardias y a la luz de la lámpara atrás; mi sombra tambaleante y

sin brazos fue por delante de mí. Me detuve ante la puerta y dejé a su ojo barrer

a través de mí: una, dos veces. ¿Qué inteligencia controlaba a ese ojo ahora? La

puerta se abrió.

Dentro había sólo oscuridad.

―¿Talis? ―llamé suavemente, como si entrara en la guarida de un león.

Por un momento hubo silencio, luego un crujido, un destello de ojos.

Luego alguien parado frente a mí… la Jinete Cisne en una camisa blanca sepia-

sucia, pantalons vaqueros desgastados. Aún podía oler al caballo en ella. Pero en

el momento que la cosa habló, la Jinete se había ido. Se había transformado en

Talis otra vez, un diosecillo en el umbral, con todo el cabello revuelto.

―Greta Gustafsen Stuart ―dijo, con una larga y lenta sonrisa―. Entra.

Me estremecí. Pero entré. La puerta se cerró detrás de mí.

La celda del Abad estaba completamente vacía. Doscientos años de edad, y

su celda estaba vacía. Cuatro paredes. Sin ventanas. Un techo duro y blanco que

era como un peso sobre mí.

Alguien ―Talis, supuse― había arrastrado un colchón de la memoria. Su

guardapolvo yacía en el piso junto a él, tirado como una… ¿manta? ¿Tal criatura

dormía?

El AI se inclinó hacia atrás contra la pared y recogió un pie como una garza.

―¿Qué te trae aquí, Greta? Y a una hora tan extraña.

El pie descansando contra la pared de piedra estaba descalzo. El pie de una

mujer, esbelto y con gran arco, las uñas bien recortadas. Me quedé mirándolo.

―Talis ―dije―. Quiero que me mates.

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Traducido por Rincone

Talis parpadeó.

Había hecho que la mente estratrégica de la época parpadee.

—Estoy ciertamente dispuesto a matarte —dijo—. Pero como

comprenderás, no tengo unas manos particularmente de asesino. —Dio una

sonrisa deslumbrante y estiró las manos… tenían elegantes dedos largos, ralladas

con callos de riendas, y no suyas en absoluto—. Podría ser un desastre.

—No…quiero decir…

Talis chaqueó la lengua contra sus dientes.

—Solo una señal. —Se agachó y rebuscó en los bolsillos de su chaqueta.

Tenía la esperanza de que no estuviera buscando un arma. Todavía no había

tenido la oportunidad de explicar mi petición de morir, y odiaría decepcionarlo

pidiendo un retraso. Pero él se puso de pie, desenfundando sus gafas—. La

hiperopía de Rachel —explicó, desplegándolas y poniéndoselas sobre su nariz—.

Y un poco de ceguera nocturna…ella nunca lo dijo. Tal vez no lo sabía. No todo

el mundo conoce sus propias debilidades. Uno solo las asume como normales.

—¿Estabas durmiendo? —Me sorprendí genuinamente queriendo saberlo.

—Dentro y fuera —dijo con aire ausente—. Rachel soñaba… —Pasó por mi

lado tirando de la puerta, y sacó la cabeza al pasillo. Eso provocó una ola armas

alzadas, los clic de seguridad hicieron eco por el pasillo de piedra—. ¿Esos son

sacos de arena? ¡Ha! —Se metió de nuevo en la habitación. La puerta se cerró—.

¡Sacos de arena! —me dijo—. Me encantan. ¿Qué crees que piensan que haré?

—Uh… —dije, por un momento incapaz de seguirle el hilo. Él se movía

rápido y estaba tan cansada que mis huesos estaban huecos.

—Así que… —dijo Talis—. Muerte. —Se dejó caer sobre el borde del

colchón y palmeó el espacio a su lado—. Siéntate antes de que te caigas, Greta. Y

explícame tu brillante plan.

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Me senté torpemente. Es complicado agacharse para sentarse sin los brazos.

Talis se acercó y puso una de sus capaces y robadas manos planas entre mis

omoplatos, estabilizándome en mi camino.

—Gracias —dije.

—Yo… —empezó, y algo cruzó su estrechado rostro, una pieza de

ordinaria humanidad que era tan extraña en él que me dejó sin aliento—. Siento

lo de tus manos. —Lo miré a los ojos. Una pequeña duda revoloteaba allí—.

Rachel soñó…

Se quedó en silencio y yo dejé que el silencio colgara.

—Rachel soñó… —Sus cejas se juntaron. Y entonces, en un diferente, alegre

y metal brillante tono, dijo—: Rachel tenía correas inductivas implantadas en su

cerebro, sabes, así que pude habitarla. Todos mis Jinetes las tienen. También un

almacén de datos, aquí… —Golpeó sus costillas como si golpeara un tambor—.

o de otro modo yo no cabría. ¡Y ellos sueñan! Rachel, ella tiene todas esas cosas

encantadoras químicas de cuerpo blandito que me saca de mis pensamiento. Me

permite pensar diferente. Extenderme un poco. Ese es uno de los trucos para una

larga y extensa vida. —Bostezó hasta que su mandíbula traqueó, y estiró su

cuello, apoyando una oreja contra su hombro. Con la cabeza inclinada, me

sonrió—: Y con esto concluye la edición de hoy de Los Mejores Consejos Para

Convertirse en un Exitoso AI de Michael Talis. Ahora, ¿qué estabas diciendo?

Lo había adivinado.

Por supuesto lo había hecho.

—La habitación gris, la actualización. —Estaba buscando a tientas las

palabras—. ¿Requiere mi consentimiento?

—La habitación gris no. Obviamente es bueno tenerla, y el Abad… él ha

hecho un trabajo brillante aquí, consiguiendo que ustedes, niños, apagaran la

señal. Pero la actualización… —Hizo una pausa, empujando mis dedos de los

pies descalzos con los suyos también descalzos—. Sí…consentimiento en un

mínimo. No cualquier mente puede soportar pasar el bobinado. Una poco

dispuesta no tiene esperanza.

—¿Qué… —dije más débilmente, y no supe cómo terminar.

—Hay que ser inteligente. Disciplinado. Ambicioso sin dolor. Tan terco

como una mula con un dolor de muelas. Razonablemente tolerante con el dolor.

—Hizo un pop de aire con su boca—. Considerándolo todo, Greta, yo diría que

tienes una justa oportunidad. Pero podemos hacer nada hasta… ¡Oh! —Algo

extraño sucedió en su rostro, como si sus ojos hubieran oscilado dentro de él, y

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luego fuera otra vez, más rápido de lo que se podía ver—. ¡Apagaste la tormenta

de nieve! ¡Eso es brillante! ¿Mataste a Burr?

—Yo… —dije—. No.

Él arrugó la nariz como si lo hubiera ofendido con mi olor.

—Creo que Elián rompió su brazo —ofrecí.

—Bueno —chaqueó Talis—, ¡eso es algo! Esperemos que mi pequeña

demostración de armas sea convincente. Cumberland no es enorme. Solo tienen

demasiadas ciudades de sobra.

—Talis…

—¡O! —Interrumpió—. ¡Podría matarte! Lo siento, lo olvidé por un

segundo. Si estás muerta, ellos no tendrán influencia contra los Pan Polares en

absoluto. —Me miró por encima de sus gafas—. Eso es muy noble de tu parte,

¿sabes?

—Talis —lo intenté de nuevo—. Ellos quieren irse. Ellos solo quieren irse.

—Oh. —Otro pestañeo—. Bueno, eso es decepcionante. Y no es aceptable.

Hay un precio qué pagar por atacar mis Prefecturas. Tiene que ser alto.

La celda del Abad era muy pequeña, muy blanca. No tenía salida, ningún

lugar para descansar los ojos. La rápida y fuerte voluntad de Talis parecía

atrapada en ella, como un ave. Un ave desesperada.

—Daré el consentimiento —dije—. Consentiré la actualización. Me

convertiré en AI. Pero solo si les permites irse.

Talis inclinó la cabeza, tomándolo en consideración. Fui consiente, de

pronto, de que estaba muy cerca de mí. Y ―a diferencia del ligero y joven

cuerpo de Rachel― él era muy poderoso, muy masculino.

—¿Crees que te quiero con tantas ganas?

Fue difícil no echarme para atrás. Pero no lo hice.

—Creo que podrías.

—¿Y el porqué de eso?

—Los AI —dije en voz baja—. No hay muchos de ellos.

—No.

—Tú quieres que hayan más.

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Suavemente, dijo:

—Sí.

—Ese es el por qué —dije. Y lo vi dar en el blanco.

He aquí algo que aprendes cuando pasas toda la vida en un riguroso

estudio de la historia de la guerra: las debilidades que percibimos de otros son a

menudo las que poseemos nosotros mismos. Talis era famosamente alguien que

sabía cómo usar el amor —el amor padre e hijo— como una palanca. Cómo

convertir el dolor en poder. Bueno. Dos podían jugar ese juego. Los AIs eran mi

familia, y la mayoría de ellos estaban muertos.

Talis se pasó la lengua lentamente por sus dientes, como si los contara.

Hacía un momento había vislumbrado algo humano en su rostro, algo que podía

fácilmente haber tomado por angustia. Eso se había ido ahora. Actualmente

tenía los ojos como los de un cuervos, brillantes y francos, y me sonrió antes de

hablar de nuevo.

—Entonces eso es lo que quiero. Fenomenal. Me alegro de que nos

entendamos. Aunque…tengo que decir que tienes agallas presionando en eso.

Las apuestas han de ser altas para ti.

Eso estaba a medio camino de una pregunta. De una negociación. Indica

tus demandas, estaba diciendo él. Así que lo hice.

—Permite que los Cumberlanos se marchen. Y deja que se lleven a Elián

Palnik con ellos.

—¡Ah, Elián! ¡Así que es amor juvenil!

—De hecho, creo que yo podría estar enamorada de Li Da-Xia. Pero le

prometí a Elían que lo salvaría.

—Xie. —Repasó el nombre con la punta de su lengua—. La Asiática caliente

compañera de piso. Tentadora.

Eso no era digno de una réplica.

—Lo siento —dijo, dando una sonrisa—. Lo siento. Soy un mojigato.

—Lo dudo.

—Viejo pasado de moda, entonces. O solo viejo. —Extendió ambas manos

y me tocó la cara, trazando las cuencas de mis ojos con los dedos índices,

después dejó que se movieran hacia atrás hacia mis orejas.

Talis sostuvo mi rostro suavemente.

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—Creo que es viejo. Creo que estoy muy viejo, Greta. Y creo que tú

deberías tener más miedo.

—Estoy muy asustada —dije, con toda la dignidad que pude.

—No es fácil —dijo suavemente—. Duele… más de lo que te puedes

imaginar.

Un hormigueo y escalofríos se deslizaron por mi columna vertebral.

—El Abad me lo dijo.

Sacudió la cabeza.

—Ello no se detiene ahí. —Sus ojos tuvieron de nuevo ese rápido aleteo de

duda… los sueños de Rachel—. No puedes hacer de esto un capricho. Ganas más

de lo puedes imaginar. Pero renuncias a más de lo que sospechas.

Sus pulgares esculpieron las esquinas de mi mandíbula, como si fuera arcilla.

Me quedé sentada un buen rato, mirándolo. Sintiendo el toque que debía

pertenecer a Rachel, pero no lo hacía. La sangre entre mis dedos estaba seca

ahora, y tan diferente y a la vez no del barro seco. A través de las paredes de

piedra pude oír el amanecer de los pájaros.

—No hagas esto por Elián. No lo hagas por Pittsburgh, Louisville, por todas

esas abstractas ciudades. No será suficiente. No te mantendrá unida. —Por una

vez, no sonrió—. ¿Tú, Greta Stuart, consientes esto?

Eso puso presión detrás de mis ojos solo para mirar a Talis. Estaba así de

asustada. Pero dije:

—Yo… si dejas que se vayan, lo consentiré.

—Hubo una vez un niño —dijo como para sí mismo—, llamado Michael.

—Y entonces su rostro hizo otro cambio de forma, como si su mente se hubiera

puesto en blanco y otra mente hubiera tomado su lugar. Se puso sobre sus pies,

tomando la posición de ensanchar los pies como un esgrimista, y me tendió la

mano—. ¡Únete a mí, Greta, y ambos gobernaremos la galaxia como padre e

hija!

¿La galaxia? ¿Hija? Había demasiado poco aire en esa habitación. Había

demasiado calor en mi piel. Estaba perdiendo el hilo de las cosas.

—No puedo tomar tu mano, Talis.

Él rompió su pose, pero mantuvo la sonrisa salvaje.

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—De acuerd-o. —Se dobló de rodillas y me agarró de la cintura como un

hombre alzando un barril—. Vamos a ver para qué exactamente son esos sacos

de arena, ¿de acuerdo? Porque eso tiene que ser divertido. —Parecía como si

estuviera verdaderamente pidiendo permiso. O al menos compañía… alguien

con quién jugar—. ¡Y compartir las noticias, claro! El viejo Ambrose. Él ha tenido

su ojo sobre ti algún tiempo.

Lo que el Abad quería era un sucesor. Era un profesor que quería su mejor

estudiante, un maestro quien deseaba un aprendiz. Lo que quería Talis era…

¿una hija?

Sonriéndome, hizo un gesto hacia el sensor, y la puerta se abrió.

Nos encontramos mirando hacia cañones. Los dos soldados allí fuera

estaban arrodillados detrás de los sacos de arena con las armas listas. En

particular, no quería que me dispararan, pero era difícil temerles. Y además, no

había oído a Talis estar de acuerdo con mis términos.

—¿Talis? ¿Les dejarás irse?

—Excepto a Wilma —dijo—. Ahora, la quiero a ella. Dile que esto es un

ultimato. ¿La gente todavía dice eso? Dile que lo mire.

—Ella… —Ella había supuesto esto—. Armenteros me pidió que ofreciera

su rendición personal.

—Wilma Armenteros. —Talis dijo el nombre en una carcajada—. Tienes

que darle puntos a esa chica, solo por las piedras. —Nos acercamos al fuerte de

los Cumberlanos—. ¡Hola, chicos! —Talis se acercó para despeinar el cabello del

más cercano—. ¿Se divierten?

—¿Entonces vas a…? —lo presioné.

—La oferta de Wilma es una concesión. Un filete para el perro guardián.

Bueno, funcionó. El perro está contento.

Talis se agachó de modo que estuvo inclinado entre los dos soldados, cara

a cara.

—¿Ya se los han notificado, verdad? ¿La puesta en libertad del monstruo?

Los dos soldados tenían sus miradas bloqueadas fijamente hacia el frente,

sus rostros congelados.

—Apresúrense, entonces —ordenó Talis—. Ustedes pueden traerme algunas

personas. Quiero a Armenteros y al Abad. Saquen a Tolliver Burr de su lecho de

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muerte, solo por diversión. Y organicen un terminal de presencia virtual para la

mamá de mi reina aquí.

—Um —dijo el chico, el que se había puesto muy verde.

—Su Majestad la Reina Anne —traduje para él—, de la Confederación de

Pan Polar.

Mi madre. En algún punto durante el descenso de la prensa de manzana,

ella podría haber dicho algo y salvarme. Entendía exactamente porque no lo

había hecho. No la culpaba, me dije a mi misma. No lo hacía.

Sería bueno verla, incluso. Una última vez.

—Díganselo a ellos, en la umbría, al despuntar el día —dijo Talis—. ¡Oye,

eso rima! —Se puso de pie de un salto y colocó un brazo a mí alrededor, y

caminamos pasando por su lado. A mitad de camino por el pasillo se giró en

redondo y dijo—: Oh, y díganles que no dejen caer la prensa de sidra.

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Traducido por Mais & Manati5b

Con la mano de Talis entre mis omóplatos —enderezándome, amistoso,

pero posesivamente— salimos.

Era el crepúsculo, tal vez tres cuartos de hora antes del amanecer. Es una

palabra extraña, “crepúsculo”. Me hace pensar en finales, en cosas hechas o

dejadas sin hacer, de las cosas terminadas, de atardecer. Pero hay dos crepúsculos

en cada día, y uno de ellos no predice la oscuridad, sino el amanecer. En este

crepúsculo, algo nuevo se estaba abriendo ante mí.

Los soldados debieron de haber enviado sus mensajes porque los

Cumberlanos estaban apresurados con lámparas, rayando lo gris como

luciérnagas. O como libélulas, excepto que estaban aterrados. Talis los ignoró.

Me guió alrededor del borde del pasillo de la Prefectura. La prensa de manzana

atrajo mi mirada, corpulenta y negra. Me rehuí como un caballo… luego intenté

esconderlo en una pregunta:

—¿A dónde estamos yendo?

—Arriba a la nave. Quiero prestarte una tejedora sónica.

Incluso la palabra “nave” olía a sangre. Imágenes destellantes en la

oscuridad. Me detuve.

—Talis, no quiero que ellos me toquen.

—Oh, no seas ridícula.

Me dio un pequeño empujón que me envió a un tambaleo. Me atrapó de

nuevo casi al mismo tiempo, como si hubiese sido una movida en un baile…

pero su mano sosteniéndome por el hombro fue un dolor destructivo. Jadeé.

—¿Ves? —dijo él—. Duele y puede ser arreglado, así que deja de lloriquear.

Amplié mi postura, balanceándome a mí mima contra su toque.

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—No —dije firme—, quiero que ellos me toquen.

—Oh, está bien —se enfurruñó—. No te tocarán. Yo lo haré.

—¿Sabes cómo?

—Tengo un Coeficiente Intelectual de cuatro dígitos, Greta. Un tejedor

sónico es un largo camino de la cosa más complicada que he de inclinarse a mi

voluntad férrea, ¿de acuerdo?

—¿Pero has usado uno alguna vez?

—Claro. —Su sonrisa destelló en la luz, abriéndose como el blanco en el ala

de un arrendajo azul. No pude decir si estaba mintiendo.

Pero decidí que no me importaba mucho.

Talis me llevó hacia lo alto de la colina, y hacia la nave de los

Cumberlanos. Los guardias en la puerta fueron apartados de él como si fueran

magnetos. El sonido de nuestros pasos en la plantación de la cubierta, el olor del

reciclador de aire, el ritmo de las luces milimétrica….los músculos de mi cuello

endurecidos, y mis hombros crecieron con calor y dolor. Pero dije nada. Grego:

él había tenido tanto miedo, y había estado tan callado sobre eso. Había sido su

propia clase de fuerza.

Talis me guió a la bahía médica, me empujó en una mesa inclinada, y

empezó a buscar a través de los cajones con tanta energía que pensé que podría

empezar a botar cosas descartadas sobre sus hombros. Pero hice una hipótesis

que incluso el teatro de Talis tenía límites, por nada iba volando. Me recosté en

la mesa, bizqueando contra la luz milimétrica. Pensé sobre Grego, y sobre la

habitación gris. Pensé sobre el dolor, y sobre lo que sería tener una mente que

alguien podía apagar.

—¡Ta-da! —Talis se volteó, sosteniendo algo hacia arriba—. ¡Tejedor

sónico!

Hipótesis alternativa: botar cosas teatralmente simplemente no le había

ocurrido a él.

—¿Lista? —No me dio la oportunidad de consentir, sino que empujó la

cabeza redonda del dispositivo contra mi hombro.

Todo lo que había escuchado sobre los tejedores sónicos era verdad. Vibró

en mis dientes, calentó mi piel, produjo una clase de anestesia, como morder

papel de estaño. Pero todas esas cosas fueron breves. No me quedé con dolor

sino con una clase de espacio vacío donde el dolor solía estar.

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Cuando había hecho los tendones en ambos hombros y los huesos en

ambas manos, Talis retiro el tejedor, y caí hacia atrás contra la mesa, jadeando.

El Al me sonrió y dijo:

—¿También fue bueno para ti?

Continué sosteniendo la esperanza que si no respondía a tales burlas, Talis

dejaría de hacerlas. Parecía de algún modo una esperanza débil, pero alguien

toma lo que puede encontrar. Tentativamente, alcé un brazo. La articulación de

mi hombro rodó a través del movimiento como si tuviera mucha lubricación y

mi mano, a la inversa, estaba muy dura. Pero todo se movió y nada dolió. Así

que retiré los dos cabestrillos sobre mi cabeza, primero la izquierda, luego la

derecha. Sentí la tela caer al suelo de patrón de diamante. Las hebillas

tintinearon. Estaba muy cansada. Me recosté contra la mesa.

Talis dejó que la idea se deslice fuera de su sonrisa y alzó una mano para

trazar la línea de mi trenza, justo encima de una oreja.

—Probablemente vamos a tener que cortarlo.

Estaba estupefacta. Una reina no corta su cabello.

—Cuando te atornille —dijo, aún con esa mirada profunda—. Quieres que

las radiaciones hagan un lindo y adecuado mapa neuronal. No puedo hacer eso

si te mueves.

—¿Así que te…contienes?

—Atornillar. Literalmente atornillar, justo en el cráneo. No te preocupes,

no duele. —Un pajarito asustado en sus ojos de nuevo—. Esa parte no. De todos

modos, no puedo hacer un hueco con todo ese cabello. Lu-Lein tenía el cabello

así. En ese entonces, largo como un río. Ella, ahora…se movió, y después de la

actualización ella solo… —Revoloteó sus manos—. Ella se descongeló como un

cono de helado, así de rápido. Se vino a pedazos. En serio, estoy pensando en

corte de cabello.

Tragué. Tal vez asentí.

Talis chasqueó sus dedos.

—Y otra cosa.

—En toda la historia del discurso humano, Lord Talis, ningún buen anuncio

ha empezado con “y otra cosa”.

Sonrió ante eso, pero lo dejó pasar.

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—Elián. Este trato entre nosotros… ¿tu enorme cerebro por su pequeña

vida? No puede ser público. Tus países han declarado la guerra, y cuando las

guerras son declaradas, mis Hijos mueren. Es bueno que sea así de simple.

Entendía eso. En esta única cosa, tal vez, mi entendimiento era incluso

mejor que el de él. Pero no asentí. Esperé, dejando que mi silencio permita que

siga hablando.

—Si él sale de aquí vivo —dijo Talis—, tiene que desvanecerse. Cambiar su

nombre y desaparecer. Mis Jinetes pueden atrapar un rumor de él y lo traeré de

vuelta aquí. Él aún puede arrepentirse de que le hayas comprado su vida.

Si es él sale de aquí vivo.

—¿Si sale?

Talis inclinó su cabeza y corrigió su humor gramático:

—Cuando salga.

—Yo… —me detuve.

Observé a Talis mirarme mientras lo pensaba. El Al estaba cerca a todo lo

poderoso como cualquier cosa terrenal podía estarlo. Nadie podía aferrarlo a

nada. Entonces, podía asegurarme nada, no darle ningún rehén a este tratado.

Tendría que confiar en él. O no.

¿Verdad?

Él no me lo dijo, como un villano en una película, que no tenía opción.

Simplemente yo sabía que no tenía opción.

—Se lo diré —dije.

—Levántate entonces. Es casi la hora.

Me empujé para levantarme de la mesa, sintiéndome tanto floja como

rígida y extraña.

Talis me llevó hacia la amplia luz.

En el césped, al amanecer, se juntaron… los partidos de la guerra. Los

Abbot, recostados en un palo. Armenteros, haciendo que su uniforme

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almidonado se viera arrugado. Buckle, solemne. Tolliver Burr, atrás como un

perro castigado. Elián, apartado de los otros Cumberlanos. Da-Xia, quién no

había sido invitada pero que se colocó al centro del mundo por pura fuerza de

voluntad.

El Hermano Delta también estaba ahí. La vieja máquina tenía su cabeza

inclinada hacia los Abbot, confiriendo silenciosamente. Estuve sorprendida de

verlo ahí, hasta que se volteó y alzó la mirada hacia la cuesta abajo y vi que

estaba usando el rostro de mi madre.

Me detuve.

Talis entrelazó sus dedos a través de los míos.

Hicimos nuestro camino sobre la piedrosa cuesta, pasando los corrales de

las cabras, mano a mano.

El pasillo de la Prefectura totalmente gris detrás de nosotros. Por encima de

nosotros había nubes altas ardientes, amarillo y naranja en el cielo cobalto.

Alcanzamos a los otros. Talis me dejó ir. Por un momento todos nos

quedamos mirándonos uno al otro.

Luego Talis juntó sus manos, con un sonido con un disparo de rifle

rompiendo el aire helado.

—Claro. Aquí está el trato. Cumberlano, aquí. —Colocó ambos dedos

índice a sus labios, luego dibujó un círculo en el aire, terminando hacia arriba,

apuntando a Armenteros—, han invadido mi Prefectura. Yo, en respuesta, he

destruido su capital. Ahora, soy nada más que magnámino, así voy a llamar a

eso nivelado. En los siguientes términos: Primero, los Cumberlanos se irán.

Ahora. Quiero que su gente se vaya a la medianoche, General. Y cada pedazo de

su equipaje. Dejen nada…un bicho espía, un arma para el pequeño Elián, tanto

como un cigarro en mi parcela de papas…y lo encasillaré en un caparazón de

plomo y lo dejaré en sus cabezas en la velocidad del escape. ¿Queda claro?

Armenteros dijo nada.

—¿De acuerdo? —incitó el Al.

—De acuerdo —dijo Armenteros.

—Segundo, me voy a quedar contigo, Wilma. —Colocó sus dedos

doblados debajo de su mentón, como si ella fuera un gato al que le tenía

cariño—. Para hacer lo que me plazca.

—Pero… —dijo Elián.

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—De acuerdo —dijo Armenteros.

—No puedes… —dijo Elián.

—Tercero —dijo Talis, hablando por encima de él—, quiero a Burr.

—¡Qué! —dijo Burr, poniéndose blanco.

—Relájate. —Talis palmeó el torturador en su hombro—. Si debo hacer un

ejemplo de Wilma, aquí, podría usar a un camarógrafo.

Burr respiró.

—Oh.

—Y después de eso…si recuerdas, sí colocaste una mano en mis rehenes.

No he decidido qué hacer con eso. —Se encogió de hombros perversamente—.

¿Qué piensas? ¿Carta redactada con severidad?

—¡General! —dijo Burr, girando hacia ella.

—De acuerdo —dijo Armenteros en el rostro desesperado de Burr.

Esperaba deseosamente que Tolliver Burr se desmaye. Se veía cerca de ello.

—Yyyyy, eso será —dijo Talis—. Soy un hombre simple. —Lo que era, al

menos dos veces, una mentira.

—Discúlpeme, Lord Talis —dijo la voz de mi madre.

—¿Su Majestad? —Talis se volteó e hizo una reverencia…no

profundamente, pero formalmente, como un duque.

—Gracias. —Mi madre sostenía los dedos del Hermano Delta. Su rostro fue

ampliado para llenar la pantalla pero solo pude ver las pesadas bobinas de su

peluca de cenizas y fresas barriendo hacia atrás sobre las puntas de sus orejas—.

Con respeto, sus términos parecen dejar el estado de la guerra que existe entre

los Cumberlanos y los Pan Polars.

—Oh, claro —dijo Talis—. Eso. Cumberland quiere demandar por la paz.

—Señaló a Wilma Armenteros con un dedo filudo.

—Cumberland —ella ladró—, quiere demandar para la paz. —Había algo

de humor o desafío enterrado en ello. De pronto, pude ver de dónde lo había

obtenido Elián.

Talis miró hacia la Reina Anne sobre lo alto de sus lentes.

—Te aconsejaría que no hagas demandas.

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—Sin duda, Lord Talis, ¿esa es una cuestión soberana?

—Sin duda —dijo él—. Pero los Pan Polares no tienen causa para

demandar reparaciones. No han sufrido.

La Reina Anne alzó sus cejas.

—No estoy segura que mi hija esté de acuerdo con eso, milord.

—Greta —dijo Talis fríamente—, es mía. Y te aconsejaría que hagas

ninguna demanda.

Palabras precisas, repiqueteando fuera de entre sus dientes como perlas. Vi

a mi madre lidiar con ellas un momento, tratando de desentrañar, para analizar.

Luego giró hacia Armenteros, dándole a Talis un vistazo por sobre su hombro

prestado.

—La Confederación Pan Polar renuncia a su derecho de reparación. Retiren

sus fuerzas y sus demandas contra el lago, Señora Secretaria, y tendremos paz.

—¿Testigos? —Armenteros miró hacia Da-Xia.

—En nombre de las Montañas Glaciales Unidas, que no toma parte de este

conflicto, yo testifico esta paz —dijo ella—. Los ato a él y deseo la alegría de

ello. —Estaba segura de que Xie nunca había tenido la ocasión de presenciar un

tratado oficialmente, pero lo hizo a la perfección. Por supuesto que lo hizo.

—Gracias, Su Divinidad —dijo Armenteros formalmente.

Y Xie contestó, igualmente formal:

—Que perdure la paz.

—Que perdure —dijo Talis—. O les enseñaré a todos una o dos cosas sobre

perdurar. —Se quitó sus gafas y las plegó—. Ahora que eso está arreglado, fuera

guerreros. Quiero hablar con mis Hijos.

Así pues sacados, se fueron. Buckle tomó a Armenteros bajo su brazo

mientras se alejaban. La general tal vez estaba más atemorizada de lo que dejaba

ver. No pude evitar darle una mirada a Tolliver Burr detrás de los oficiales, más

lobo que perro. En el borde del césped, la prensa de manzana parecía mantener

la oscuridad mientras se elevaba la luz. Armenteros tenía razón en tener miedo.

Incluso después de que los Cumberlanos se habían marchado, Elián

permaneció justo a mi lado. Y el Hermano Delta, con la presencia virtual de mi

madre todavía animándolo, también se quedó. Talis chasqueó sus dedos hacia

ella.

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—Dije, fuera.

Ella inclinó su cabeza respetuosamente.

—Mi Lord Talis. Solo espero unas palabras con mi hija. —Hizo una pausa,

sus ojos buscándome, pero su rostro, y la pesada cabeza del Hermano Delta,

apenas estaban quietos. —Un adiós —dijo—. Solo eso.

—Después —dijo él.

Sus labios se separaron. Por lo que ella sabía, no habría más tarde.

—Después —dijo Talis, mostrándole sus dientes.

La Reina Anne asintió, su rostro giró en la pantalla mientras buscaba el

contacto, y se había ido. El Hermano Delta se quedó de pie, abandonado. Talis

miró hacia la forma quieta, su nariz arrugada en disgusto.

—Encender, entonces. Apresúrate a salir. —Pero nada sucedió. Talis golpeó

un lado de la carcasa de la cabeza, con fuerza—. Despierta.

El rostro de la pantalla del Hermano Delta destelló y brilló, luego se enfocó

y parpadeó.

—¿Sí?

—Márchate —dijo Talis.

Lo observamos irse. El Abad extendió su apoyo hexápodo con cuidado,

usando el control para ayudarlo a cambiar su centro de gravedad más abajo.

Da-Xia caminó hacia adelante y tomó su otra mano.

—Se está volviendo viejo —el Abad dijo, suavemente—. Supongo que

todos lo estamos.

—Caramba —dijo Elián—. Envejeciendo. Un destino peor que… Oh,

espera, no, no lo es.

—Lo voy a actualizar —dijo Talis, ignorando a Elián.

El Abad estaba tan cerca de sentarse ahora como una cosa sin cintura jamás

lo hubiera conseguido. Asintió hacia Xie.

—Gracias niña. Estoy bien.

—¿Lo estás? —dijo Talis—. Porque a mí me parece como si la cascada es…

—Jugueteó con sus dedos—. Cascada.

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—Como ellos lo hacen —dijo el Abad—. Sin embargo, todavía tengo algo

de tiempo Michael. Atiende tus otros asuntos.

—Sip, sobre eso: ¿está mi habitación en línea?

—¿La habitación gris? —dijo Elián.

—No —dijo el Abad, ignorando Elián a su vez. En este punto, todos

éramos muy buenos en eso—. La nave de choque EMP apagó los colimadores.

Será por lo menos un día antes de que incluso las funciones básicas estén en

línea.

—Mmmm —dijo Talis—. ¿Y las funciones más avanzadas?

El Abad miro hacia mí, sus ojos ampliándose. Xie atrapó la mirada.

Elián, por supuesto, la perdió.

—¿Qué tan avanzados necesitas que tus asesinatos sean? Porque yo vi a

Grego morir. No parecía tan difícil.

Talis sonrió.

—Sigue siendo sarcástico conmigo Elián Palnik, y vamos a ver qué tan fácil

puedo hacerlo.

Eso incluso detuvo a Elián. Francamente creo que una mirada en el rostro

de Talis podría haber detenido el mar.

—En cuanto a las funciones avanzadas —dijo el Abad—. No estoy seguro.

En realidad sé poco acerca de los aspectos técnicos de estas cosas.

—Podrías echar un vistazo —dijo Talis, claramente irritado.

El Abad empezó:

—Yo estimo…

—Tu estimas tus limites, si, lo sé —espetó Talis. No entendía la pequeña

disputa, pero tenía la sensación de una vieja. El par de pronto me recordó a mis

padres—. No importa. Yo lo haré. —Luego, su atención cambió, como la de un

gato que ha descubierto un puntero laser—. Por cierto, ¿alguien sabe que es lo

que le sucedió a mi caballo?

—Discúlpeme —dijo Da-Xia—. Pero, puedo preguntar… ¿qué es lo que

está en discusión aquí?

Talis extendió la mano y reclamó la mía.

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—¿Quieres contarles, cariño? ¿O lo hago yo?

De acuerdo con mi política de no animarlo, dije nada. Pero esta vez el

silencio no hizo mella en Talis. Envolvió su brazo alrededor de mí y me empujó

cerca, luego dirigió una sonrisa a los demás.

—¡Greta y yo vamos a huir juntos!

Siempre supe que Elián tenía un temperamento explosivo, pero nunca antes

había pensado que podría ser una declaración literal. Ahora, sin embargo,

parecía como si su cabeza fuera a explotar.

—¡Qué! —dijo—. Lo siento, quiero decir, ¡Qué!

—Elián… —Quería explicarle. Pero era difícil saber por dónde empezar.

—¿Es por esto que acordaste dejar ir a los Cumberlanos? —pregunté el

Abad a Talis.

—No. —Talis hizo una mueca—. Y por “no”, quiero decir “algo así”. Tú

sabes, un poco.

Los iconos de los ojos del Abad se estrecharon, y empezó a hablar, luego

tembló, y lo reemplazó una tos temblorosa. Un tono de prueba sonó antes de

que pudiera pronunciar las palabras.

—Talis, yo no la tendré chantajeada en esto.

—No es chantaje, buen Padre —dije—. Es un acuerdo.

—Sí —dijo Elián—. Me apegaré a ¡Qué!

Xie dijo nada, pero me miró con ojos negros y convincentes.

—Un acuerdo —dije—. Entre Greta Gustafsen Stuart, Duquesa de Halifax y

Princesa de la Confederación Pan Polar, y Michael Talis, Amo del Mundo.

—Mis rubores, Greta —murmuró Talis.

—Soy un rehén de sangre para la Prefectura —dije—. La guerra ha sido

declarada y mi vida está perdida de esa manera. Pero yo elijo… —Mi voz se

quebró a través de la palabra “elijo”. Por tanto tiempo pensé que no tenía

elección. Yo elegía—. Elijo ir a la habitación gris con mis ojos abiertos. Elijo que

mi mente sea rebobinada lentamente, así puede ser copiada. Elijo subir. Elijo

convertirme en un AI.

—Greta —susurró Xie.

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—Y esos son mis términos —dije, cerrando mis ojos—. Que los

Cumberlanos no sean más castigados: no más ciudades destruidas. Y que el rehén

Cumberlano, Elián Palnik, sea perdonado.

—En secreto —apuntó Talis.

—Perdonado en secreto, para ser dejado libre, para cambiar su nombre y

su vida, para empezar algo nuevo.

Abrí mis ojos. Elián estaba mirándome como si lo hubiera traicionado.

—Para ser tan como nadie que él pueda manejar —dije—. Para vivir.

Ahora todos estaban mirándome, profundamente en silencio.

—¿De acuerdo? —apunté a Talis.

El contestó en voz baja:

—De acuerdo.

—Testigos —dije.

Nadie respondió.

Talis elevó una ceja hacia Da-Xia.

—No puedo… —Da-Xia llevaba un samue fresco, y estaba recién

limpiada… sus manos rosadas con la limpieza, pero sin rastro de la sangre de

Grego. Ella bajó la mirada hacia ellas—. No puedo atestiguar eso…

Me detuve a mí misma de alcanzarla, a pesar de que quería su fuerte mano

en la mía. Lo quería desesperadamente.

—Da-Xia —dije—. Por favor.

Sus ojos se enfocaron en los míos.

—Testifico… —su voz se quebró—. En nombre de las Montañas Glaciales

Unidas, sin parte en este conflicto, testifico que… —Otra vez, se quebró—. Esta

paz. Yo te ato a ella y yo… yo te deseo alegría.

—Su Divinidad —dije, y toqué su mejilla. Ella giró su cabeza en mi mano y

besó mi palma.

—Awwww —dijo Talis—. Es adorable. ¿Todo el mundo, no son ellas

adorables?

Elián me miraba boquiabierto.

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—No puedes estar hablando en serio.

Dejé salir un bufido que estaba destinado a ser una risa, pero en su lugar

sonó como si me hubiera golpeado en el pecho.

—¿No te sonó serio?

—¿Vas a ser un robot? ¿Quieres ser un robot? ¿Por mí?

Talis le palmeó el brazo.

—Por ti, y para la Gran Área Metropolitana de Louisville. También el

término preferido es AI.

Elián sacudió su brazo lejos.

—Ah, Elián, Elián —dijo Talis, sacudiendo su cabeza tristemente—. El

problema de tres pequeñas personas no vale una colina de frijoles en este mundo

loco. Tienes que dejarla ir, hijo. Si no lo haces, te arrepentirás de ello. Tal vez

no hoy, tal vez no mañana, pero pronto y para…

Pero entonces, ante el reconocimiento de sorpresa de Elián, dejó caer

cualquier personaje que estaba interpretando y sonrió enormemente.

—¡Ah!, mira, ¡tú tienes esta! ¡Casablanca! ¡Un fanático de las películas! Esa

cosa Espartacus, tú sabes… totalmente perdido en este montón. ¿No es horrible

lo que nos hemos perdido? Greta, cuando lleguemos a las Montañas Rojas, te

voy a hacer ver un montón de películas.

Por una fracción de segundo ahí, Elián había sonreído a Talis tontamente.

Ahora se miraba como si fuera a vomitar. Por mi parte, jalé una significante

pieza de información de la barra lateral de Talis, cuando empezaba a sospechar

que sería una herramienta esencial.

—¿Vamos a ir a las Montañas Rojas?

—¿Qué, pensaste que pegaría tu cerebro en una caja, lo pegaría en una caja

y te enviaría por tu cuenta? Vas a necesitar algo de bastante ayuda intensiva, si

piensas mantenerte cuerda.

Mire hacia el Abad, quien dijo:

—Muy cierto. Y yo confío en que Michael te ha advertido Greta. Hay una

justa posibilidad de que lo que dejaste no será reconocible. Que tú no podrás, en

cualquier significativa manera, sobrevivir.

—Conozco mi historia —dije.

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—Historia —entonó el Abad. Como yo, él amaba la historia, pero lo dijo

como si fuera la palabra más pequeña que había escuchado—. Me refiero a darle

más capacidad, Greta, más tiempo, más… —Dejó caer el final de lo que sea que

fuera a decir, y se giró hacia Talis lentamente, como un arma de fuego de

plataforma redonda oscilante—. Adviértele Michael. Hazlo ahora.

Y Talis… por extraño que parezca, la estratégica mente de la época parecía

que había perdido las palabras. Su rostro parecía confundido como la de un niño

pequeño. Se veía…vulnerable. Cuando hablé, era medio por lástima.

—Lo sé. La mayoría de los AI mueren.

—Si —empezó, y luego se detuvo. Se pasó la mano por la parte posterior

de su cuello, alzando nuevamente sus espinas de puercoespín—. Esta bien, la

cosa es, la mente humana es un milagro de integración. Son tan buenos

engañándose a sí mismos pensando que solo son una cosa, un central pequeño

yo que hace todas las llamadas. Es un engaño total, una ficción, pero funciona.

Los AIs no somos así. Tenemos capas. —Hizo un pequeño tic, lengua contra

dientes—. Tenemos capas… y las perdemos. Los tecnólogos solían llamarlo

despellejar. Quieren decir como la piel de la cebolla, pero que no la cubre. Los

clientes lo llaman despellejar también, y queremos decir… algo diferente.

Ser despellejado. Piel de gallina picaba sobre mí. Pensé en la tableta

inteligente en las manos de Tolliver Burr. Sería como eso. Estallar en pedazos, y

cada parte todavía funcionando, todavía recordando…

—Conoce eso —dijo el Abad—. Conoce eso, antes de que elijas.

Miré al Abad, la bien conocida abstracción que era su rostro. Miré a Talis,

quien estaba de pronto sonriendo de nuevo. Era una sonrisa como de sol: tan

brillante que era dolorosa verla.

Cava profundo dentro de ti mismo, escribió Aurelio. Dentro está el

manantial de Dios, y siempre está listo para burbujear hacia arriba, si tú solo

cavas.

Elián estaba mirándome. Sentí la mano de Xie deslizarse dentro de la mía.

Enlacé mis dedos con los de ella. Cavé profundo y respondí:

—Yo elijo.

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237

Traducido por Nati C L

Tres días.

Talis había estirado la pata, brillando y haciendo tonterías, y había

regresado más tarde con la noticia. Su reparación de la habitación gris tomaría

tres días. Estaba manchado con grasa, sosteniendo un multilápiz, y se veía

complacido.

―Va a tomar toda la noche o dos, la mente. ¿Tiene café la Prefectura?

―Todos lo estábamos mirando, pero él sólo me habló a mí―. Te había dado la

idea de ser más como una persona de tomarse un galón de té, Greta, y

francamente estás simplemente equivocada acerca de eso, pero cualquier cosa

con cafeína podría ser.

―Biiiien, café ―Elián arrastró las palabras―. Porque lo que necesitas es ser

más intenso.

Di un paso para salvar a Elián de sí mismo. (Una vez más).

―Me temo que si no crece en Saskatchewan, no lo tengamos, Lord Talis.

Eso elimina tanto el café y el té. Pero gracias por dejarme saber cuánto tiempo

tengo que vivir.

Él me dio una pequeña sonrisa extrañamente comprimida. Y luego, por un

milagro, se fue.

―¿Acabas de despedir a Talis? ―dijo Elián―. Tienes que mostrarme cómo

hacer eso.

―Creo que le hiciste a sus sentimientos ―dijo Xie, con asombro, cuidando

del AI.

―¿Qué te hace pensar que tiene sentimientos? ―dijo Elián.

―Si no lo hace ―le dije―, ¿entonces, en dónde me dejará esto?

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Estábamos sentados en el banquillo en el que habíamos puesto las calabazas

como un símbolo de rebeldía y esperanza. Debajo de nosotros los Cumberlanos

correteaban como ratones bajo un halcón, tratando de cumplir la fecha límite de

Talis.

―¿Liberaron a Atta? ―dijo Elián.

Xie asintió.

―Los Cumberlanos lo revisaron. La conmoción cerebral era menor. Él está

bien. Han, por otro lado…

―Si. ―Elián bajó la mirada y continuó pelando una astilla larga de la

corteza del cedro lejos del banco de la calabaza―. Lo sé.

Han y Grego. Había fallado tanto. Perdido tanto. Pero había salvado unas

cosas. Las calabazas, por ejemplo, se habían puesto ya más naranja. Maduraban.

Yendo a hacerlo.

Elián iba a hacerlo.

Él no parecía feliz con ello.

―No lo entiendo. Desde el día en que me arrastraron aquí, me iba a

morir… los dos estábamos por morir… y tú estabas de acuerdo con eso.

―Estaba equivocada.

Lo dije tan simplemente. Como si decirlo no hacía que mi corazón dé un

giro. Como si el aprenderlo no había pateado el andamio lejos de toda la

estructura de mi vida, dejándome tambaleante.

―Estaba equivocada. Toda mi vida, yo… mis amigos han muerto aquí,

Elián. El chico antes de ti… no lo conocías, pero era mi amigo, podría haber sido

mi amigo. Y murió. Quise que esto significara algo. Yo quería que estuviera

bien.

―Realmente sí significa algo ―murmuró Xie.

―Pero no está bien ―le dije―. Nunca ha estado bien.

―No ―dijo ella―. Nunca ha estado bien.

Elián todavía me miraba como si me hubiera convertido en una gallina.

―Entonces, ¿qué, vas a unir fuerzas con esa... cosa? ―Elián le rompió el

hilo de la corteza en palitos de fósforos, y los tiró en la dirección que Talis se

había ido.

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―Voy a salvarnos ―le dije―. Toda mi vida lo he estado intentando, y

nunca lo he hecho. Ahora por fin voy a llegar a hacerlo. Voy a salvarnos. ―Me

detuve y respiré hondo―. Pero estoy asustada.

Me duele más de lo que puedas imaginar, Talis había dicho. Talis, quién

sabía exactamente lo que yo podía imaginar. Quién los había visto romper mis

manos.

Los Cumberlanos siguieron haciendo las maletas, pero nadie movió la

prensa de manzana. O sus cámaras.

Xie envolvió su brazo alrededor de mí. Me incliné hacia ella y cerré los

ojos.

La mañana se estiró y se calentó. Pareció que la nave de choque estaba casi

cargada.

Una cosa estaba cargando… un ataúd. Por supuesto habían venido con

ataúdes. En ello, colocaron el cuerpo de Grego, para repatriarse de nuevo a la

Alianza Báltica. Él sería el primer rehén muerto en cuatrocientos años en

conseguir un entierro decente. Para los Cumberlanos fue el primer paso en lo

que probablemente sería un proceso largo y espinoso de negociar las

reparaciones. Para nosotros fue nuestro amigo, que estaba muerto, y que se iba.

Los miramos llevando la caja de la llanura por la pasarela, y nos sostuvimos de

las manos.

Alguien —una mujer joven Cumberlana— volvió en marcha con el caballo

de Talis, que (a pesar de haber sido montado brutalmente, quién sabía a qué

distancia) no estaba, de hecho, muerto. El soldado conducía al caballo con una...

cosa principal (los caballos no son mi punto fuerte), y el caballo estaba

aparentemente en busca de cubos de azúcar en los oídos de los soldados. Ambos

sonreían.

Elián estaba yendo de un lado a otro, agitado, incapaz —sin las ventajas de

una educación de la Prefectura— para quedarse tranquilo, contener su propia

fisicalidad. Miró el caballo, y luego otra vez a Da-Xia y a mí, que todavía

estábamos sentadas una junto a la otra. Uno de los rehenes más jóvenes nos

había traído una manta azul de las Naciones Unidas y un poco de comida… pan

llano caliente y queso de cabra salado.

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―Deberíamos… ―Elián dijo como un loco―. Deberíamos de esconderte a

bordo… enviarte lejos.

Miré a la nave, recordando el entusiasmo de Grego por ello, su

intervención de las fuerzas de deceleración y arneses de gravedad; recordando

los estrechos espacios y la coagulación de la sangre en las placas de cubierta.

―No creo que eso sea práctico, Elián ―dijo Xie.

No lo era.

―O el caballo. Podríamos robar el caballo.

―No sé cómo usar un caballo ―dije―. ¿Sabes cómo utilizar un caballo?

Xie alzó la barbilla y señaló con el pulgar hacia el cielo. El Papnóptico

podría haberse ido, pero la red de Talis de satélites ciertamente no. Elián siguió

su mirada, su rostro cayó.

―Terminaríamos probablemente comiéndolo ―le dije.

El caballo me miró, con reproche y, juraría, alarmado.

Elián también se alarmó… cerca de entrar en pánico. Pensé que no era

realmente por mí. Las cámaras estaban esperando por la prensa de manzana.

Estábamos cada vez más seguros de para que eran: la muerte de Wilma

Armenteros.

Elián dejó de ir de un lado a otro para mirar las cámaras, pero no pudo

evitar mirarlos. Él se apartó.

―Ella… Abuela, ella le prometió a mi madre, dijo. Ella prometió a mi

madre que no volvería a casa sin mí. Y yo…

Elián había traicionado a su abuela… a su nación entera, pero a su abuela,

específicamente. Para salvarme, había elegido sabotear la tormenta de nieve que

había mantenido a raya a Talis. Y ahora que Talis ya no estaba en la bahía,

arrancaría la garganta de Wilma.

―No puedo ir a casa ―susurró.

Su exilio ya estaba en el tratado. Su corazón roto lo sellaría.

Por la pendiente, Talis estaba explicando la parte del acuerdo de

Armenteros. El general miró hacia nosotros, y había alegría que brillaba fuera de

todo su cuerpo.

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―Ella acaba de enterarse que vas a vivir. ―La voz de Da-Xia era suave,

firme, segura―. Mírala, Elián, de modo que tú puedas recordar. Ni por un

segundo, ella se lamenta lo que está haciendo, porque significa que tú vas a vivir.

Elián miró fijamente. Yo también lo hice, dándome cuenta de algo que

probablemente era mejor no decir en voz alta: la supervivencia de Elián era un

secreto. Si Talis le estaba diciendo a Armenteros, entonces estaba seguro ―muy

seguro― que ella no estaría contándole a alguien más. No tenía mucho tiempo.

Y se lo estaba contando a ella por... ¿podía ser por bondad?

―¡Ooo, lo sé! ―La voz de Talis flotó sobre la hierba―. Él puede ir a

Moose Jaw y ayudar a minar el vertedero. Eso sería divertido para él.

―No seas ridículo ―dijo Armenteros.

―Está bien. ―El AI extendió sus dedos―. No me importa. Le conseguiré

un caballo. Él puede ir a cualquier parte. Pero dile que tiene que desaparecer,

Wilma, o te arrepentirás.

―Entendido.

―No, yo no me voy ―dijo Elián, a nosotras―. No me enviarán a ninguna

parte. ―Tomó mi mano―. Voy a seguir acá… voy a seguir con la Abuela y

contigo, Greta. ¿De acuerdo?

―Está bien ―le dije.

Echó a andar por la pendiente como el propio Espartacus: el esclavo hecho

héroe. Cuando llegó a Armenteros ella lo agarró como un oso cría y tiró su

cuerpo desgarbado en su suave y feroz cuerpo. Aunque no pasó tres minutos

antes de que estuvieran peleando de nuevo. Sólo que esta vez ―sólo por una

vez― pensé que Elián probablemente ganaría.

La nave se fue. El bulto de ello pareció ridículo, alzándose de la tierra,

como si un hombre se hubiera dado a la fuga por el aleteo de sus manos. Pero sí

que se alzó. Se colgó en sí hasta la torre de inducción, ganando velocidad. Aclaró

la cima y luego disparó cohetes químicos, una ráfaga de calor y mal olor. La

convención que limita cohetes con el aire comprimido era al parecer una sutileza

que los militares sentían que podían ignorar, que se condene el daño ambiental.

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Hice una nota para hablar de eso con Talis después. Podría ser necesario cambiar

la política.

Oh.

Acababa de hacer una nota sobre gobernar el mundo.

Talis… había sido humano una vez. Ambrose, nuestro Abad, que tenía el

control de este terrible lugar… había sido un hijo rehén. ¿Qué había pasado con

ellos? ¿Qué me iba a pasar a mí?

Vi la nave reducirse a un puntito, y por dentro me sacudí.

―Vamos hasta el río ―dijo Da-Xia.

Elián se sobresaltó.

―¿Van a dejarnos entrar?

―Ellos me dejarán ―le dije, segura de ello.

Disfrutaba la seguridad… y estaba asustada por el deleite. Era temprano

para que el poder me cambie, y no sería sólo el poder. Me pregunté

exactamente cómo era posible que un chico llamado Michael se hubiera

convertido en un monstruo.

Juntamos a los demás y bajamos a través de la alfalfa —que volvía a crecer

agradablemente; deberíamos conseguir un recorte más de ello, para alimentar a

las cabras en el invierno— a la ripia arenosa del río bucle.

El agua estaba fría y clara, destellando con pececillos.

Da-Xia y Atta fueron caminando por el agua poco profunda, cada una con

un brazo envuelto alrededor de Han, que se movía entre ellas como un

sonámbulo. Thandi y Elián compitieron en saltar piedras.

Me senté en la rama horizontal de un álamo que colgaba sobre el agua, y

me ví a mi misma en la superficie brillante, mi reflejo distorsionado y

continuamente yéndose.

Era un buen día. Era hermoso.

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A su debido tiempo Elián perdió el concurso de piedras ―porque nadie le

gana a Thandi en algo― y vino y se puso delante de mí. La corriente se

arremolinó alrededor de sus tobillos, lamiendo la parte inferior de su camuflaje

enrollado. Puso sus manos sobre mis rodillas e inclinó la cabeza para mirarme.

―Esa noche en el jardín ―dijo, y luego se detuvo. Apretó mis rodillas y se

vio desconcertado―. Yo te besé ―dijo―. Habría jurado… podría haber jurado

que me estabas besando también.

Un retuerzo y un calor comenzó en mi ombligo y se deslizó hacia arriba y

abajo.

―Lo fue. Lo hice.

―Pero… ―Soltó una de mis rodillas y se pasó la mano por la parte

posterior de la cabeza, contra el grano de su cabello otra vez flojo. (Talis hacía

eso también)―. Tú no me amas.

―Oh, Elián. ―No era tan simple. No casi―. Yo… yo tengo dieciséis años.

Y he estado dormida toda mi vida.

Me incliné hacia adelante en la rama… tan lejos que me hubiera caído si él

no hubiera llegado hasta mí para abrazarme. Pero sí me abrazó, y yo sabía que

lo haría. Confiaba en él… ¿y lo amaba?

Miré más allá de él a donde Atta y Xie tenían sus brazos alrededor de Han,

con las manos unidas en la parte baja de su espalda. Luego me incliné hacia

delante, y besé a Elián en la boca. Fue suave y lento, ninguno de los dos

empujando al otro, ambos teniendo calidez y confort, si no más de lo que él

quería.

―Tú me despertaste, Elián Palnik.

―Al igual que la Bella Durmiente ―dijo, con una áspera y triste sonrisa―.

Mi princesa.

No era realmente lo que había querido decir —fue su grito que me había

despertado, no su beso— pero le dejé tener la interpretación. ¿Por qué no? Y el

beso había ayudado.

―Tú me despertaste ―dije otra vez.

―Y tú me salvaste ―respondió.

Lo besé de nuevo, y me puse aún más hacia adelante, hasta que él me había

sacado de la rama y yo estaba en sus brazos, sostenida en sus brazos como si

fuera un príncipe en un libro de cuentos… sostenida en sus brazos, como había

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sido la noche en la nave choque, cuando había estao dañada y aterrorizada.

Pero ahora sólo me sentí... sostenida. Atesorada. A salvo. Quieta.

Así que, naturalmente, Elián Palnik —para siempre mal con mantenerse

tranquilo— decidió ese momento mojarme en el río.

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Traducido SOS por AnamiletG & Guidaí

El segundo día fue cuando Talis mató a Wilma Armenteros.

No quiero pensar en ello. Estos son los hechos simples. Utilizó la prensa de

manzana y el torso.

Tolliver Burr lo filmó. No creo que le importara.

Un hecho, también: la Prefectura es un lugar pequeño. Con las ventanas

abiertas hacia el hermoso día de septiembre, no había forma de escapar de los

sonidos.

Da-Xia me tomó de la mano, y salimos corriendo de nuestra celda. Juntas

encontramos a Elián. Él estaba acurrucado y temblando en la cocina, de espaldas

a una de las estufas. Agarramos una barra luminosa y nos fuimos corriendo por

los cuatrocientos cincuenta pasos del túnel hasta la pila de piedra, y luego por

delante de esta, sobre la parte superior de la cima y a la amplia pradera de oro.

Allí encontramos el cráter, donde el camino de Elián una vez había sido

bloqueado por un rayo desde el cielo. El arruinado interior seguía siendo un

platillo desnudo de la tierra, roto aquí y allá por el epilobio28

, que ya había

producido sus bultos de filamentos de plantas de semillas…como las venas de

ceniza. Elián se desplomó sobre el borde, se agachó contra el borde del cráter, y

lloró.

Lo sostuve en mis brazos hasta que los gritos distantes se detuvieron… y

luego luchó por liberarse y se lanzó en el centro del cráter y volvió a caer de

rodillas. Esta vez Xie fue a él y se sentó sosteniendo su mano. Torcí el epilobio

entre mis dedos —mis dedos-tan-casi aplastados— y los tallos tiesos desprendían

un olor fuerte, salvaje, tan amargo como milenrama. Las semillas se levantaron

por el viento.

Wilma Armenteros.

28

Un tipo de planta.

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Talis se había comprometido hacer una leyenda de ella, y no tenía ninguna

duda de que tendría éxito.

Pero Espartaco se había convertido en leyenda también, y no de la forma

en que los omanos habían previsto.

Nos quedamos en el cráter, incluso después de que los gritos habían cesado.

El viento soplaba la hierba en ondas, brillante como la paja sobre sus crestas,

oscuro en las artesas, agitado como el mar. Se hizo un sonido bajo y constante.

Había equináceas en floración, y monarcas en el algodoncillo. Mi nariz estaba

quemada por el sol. Creo que nos quedamos ahí un buen rato.

Fue el propio Talis, el que al final nos fue a buscar, o me fue a buscar,

quitándose las manchas de sangre y sonriendo. Estaba sosteniendo a Tolliver Burr

a través de un alambre alrededor de su cuello.

—Oye, Greta —dijo—. Pensé que querrias un pedacito de esto.

Los miré, sacudida por la imagen extraña, la disonancia… el hombre lobo,

flaco, curtido, sosteniendo a una niña con un corte de cabello infantil y tierra

manchando su nariz.

Excepto que no era una niña.

Y eso no era suciedad.

—No —dije.

—Ah, vamos —convenció Talis—. Esta casi que se moja encima. Va a ser

divertido.

Dejó ir a Burr, y el hombre se tambaleó libre y se alejó por puro instinto:

tres pasos, cuatro, cinco.

Talis lo señaló sin dejar de mirarme.

—No corras —dijo—. Juro que te arrepentirás si lo intentas.

Burr tropezó y se detuvo, cayendo de rodillas. Talis cerró la distancia entre

ellos, como un rey en un escenario. Se inclinó hacia abajo y habló en voz baja y

dulce:

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—Corre y voy a empezar con tus pies. Trabajando mi camino hacia arriba.

—Lord Talis. —Burr se quedó sin aliento—. Por favor.

—No me hables de Lord —espetó Talis—. Es demasiado tarde para eso.

Jadeando, Burr cerró los ojos.

—Estos son mis Hijos.

Talis agarró a Burr por la barbilla y le hizo mirar hacia nosotros. Los ojos

del hombre se abrieron, con la cara aplastada con la presión del apretón y

distorsionada por el miedo.

—Ellos son sacrosantos. ¿Cómo te atreves?

Da-Xia se puso de pie.

—Talis. —Su voz resonó como una campana del templo.

—Ahora, tú, trátame de Lord —dijo Talis. Luego la miró, subiendo sus

cejas, su sonrisa floreciendo—. Ooooh, mira. Ella me va a reprender. ¿Cómo de

lindo es eso?

—Nos utilizaste como herramientas. —Da-Xia estaba descalza en el pasto

espinoso, y el viento con olor a pan soplaba rezagos de cabello en su cara, pero

se parecía más a un dios que él. Mucho más—. ¿Nunca han considerado: El

objetivo de una herramienta es que cualquier persona puede utilizarla?

Talis no respondió, pero su rostro se calmó, y poco a poco sonrió.

Miré a Burr; miré a la sangre en las manos de Talis.

—Ya he estado aquí. —Yo estaba pensando en el momento en la nave de

choque: la sangre entre mis dedos de los pies, la pistola al final de mi brazo—.

Podría haberlo matado. Lo dejé ir.

Ese punto virgen marcó un momento. El momento en el que me había

recuperado, aunque aterrada. Redimiendo mi alma del miedo.

Miré a Talis y dije:

—Quiero dejarlo ir.

Talis parpadeó, y dejó caer la barbilla de Burr.

—¿Qué, en serio?

No contesté. Había sido lo suficientemente seria, y sabía que él podía verlo.

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Talis dio un paso atrás. Un largo silencio.

—Bien —dijo.

—¿Qué? —dijo Tolliver Burr.

—Bien —dijo Talis—. Vete.

Burr se le quedó mirando boquiabierto.

—Saskatoon —dijo Talis, señalando por la pradera sin caminos con un

dedo—, es por ahí. Vete.

Burr se levantó, viéndose perdido. Casi se podía ver las preguntas

rondando en su cabeza como estrellas. Talis dijo nada. Todos miramos Burr. Y

ninguno dijo algo. Burr lo miró cara a cara… y luego se echó a correr

arrastrando los pies, rodeando el cráter, hacia la llanura abierta.

—Bueno, eso es aburrido. —Talis señaló con una mano hacia la forma

reducida de Burr—. Él aún podría vivir.

—No —dijo Elián, que había salido en ese mismo camino una vez—.

Probablemente no.

Talis se rascó detrás de la oreja como un perro, viendo a Burr moverse

fuera de su vista.

—Bien, bueno. Dos cosas. Uno: Greta, tu madre quiere hablar contigo.

Dos: ¿Alguien sabe cómo esterilizar un bisturí?

En una ligera variación de mi política-de-no animarlo- no pregunté sobre el

bisturí. No estaba segura de quererlo saber. Había, después de todo, tomado una

clase magistral en previsión de un torturador, y había aprendido que la

ignorancia realmente puede ser un acto de bondad.

Talis puso mala cara cuando nadie mordió el cebo, pero no presionó. Me

enganchó debajo del brazo y me llevó de vuelta a la Prefectura, a la miseri.

Había sacado de alguna parte —el equipamiento de Cumberland— una

tableta inteligente del tamaño de una hoja de papel doblada en dos. Me senté

en la mesa de mapas con él. La tableta fue una cosa de Halifax, y no pertenecía a

la Prefectura, pero esta encajó tan cómodamente como un libro en mis manos, y

era muchísimo mejor que la sacudida de ver el rostro familiar de mi madre

superar la pantalla de uno de mis maestros.

Aun así, tuve que tomar un respiro y dos y tres, antes de golpear

ligeramente. Talis se cernió.

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—Madre —dije.

La pantalla volvió a la vida. Conseguí al secretario privado de mi madre,

un arco apresurado y luego mi madre, hundiéndose en su silla con el sonido de

la tela de satén. Los fuertes lazos de su peluca fueron cogidos hacia arriba con

una red de piedras preciosas, pero sus gafas eran de montura metálica,

ordinarias. Por esto sabía que no me estaba recibiendo con una ceremonia, pero

con amor.

—Greta... —Miró sobre mi hombro—. Gracias, Lord Talis.

—Oh hola. Puede apostarlo.

—¿Y ahora, puedes dejarnos? ¿"Shoo,”, es así como uno lo dice?

Cómo amaba a mi madre.

Talis levantó ambas cejas, pero luego hizo una reverencia.

—Como usted desee. —Luego—: ¿Greta? —Cerró una mano sobre mi

hombro como despedida, sus dedos encontrando los lugares sensibles donde me

sanó—. La cirugía viene después. Nos vemos en tu habitación.

Y antes de que tuviera un momento para decir que de ninguna manera era

bienvenido en mi habitación, se había ido.

—Cirugía. —La voz de mi madre casi se quebró. Pude verla hacer

exactamente como una vez habría hecho: tragarse la pregunta para permitirme

mi propio espacio y dignidad.

—No —le dije—. Ya estás tan lejos...

Se veía tan cerca que podría tocarla, alcanzarla como a un libro. Apoyé mis

dedos en la pantalla. Pero también sabía cómo lo veía ella. Estaba sentada en el

tocador donde recibía llamadas privadas. Yo estaría en el lugar de su reflejo,

atrapada en el espejo, sin poder alcanzarla.

—Estás tan lejos —dije otra vez.

—Desearía no estarlo —dijo—. Desearía no haberlo estado siempre. —

Colocó sus dedos contra los míos. Sentí nada. Perlas y zafiros brillaban en la

redecilla que sostenía su cabello—. La transmisión, Greta. La… prensa de

manzana…

Bueno, esa era una palabra que no sería capaz de oír otra vez. Sentí como

si todavía hubiera gritos sonando en mis oídos.

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—No te desmayes. —Mi madre estaba inclinándose hacia adelante, su

aliento casi empañando el espejo entre nosotras—. ¿Debería de pedir ayuda?

¡Padre Abad!

Pero él no estaba allí. Sólo éramos ella, yo y la distancia.

Tomé un profundo respiro. Ambas, mi madre y yo, tomamos un respiro.

Con nuestros dedos tocándose, nos tranquilizamos, luego dejamos caer nuestras

manos lejos.

—Nosotros no sabíamos, en mis tiempos… —Vi como su mirada se fijaba

detrás de mí, en la curva pared que escondía la habitación gris—. ¿Sabes?

¿Sabes… lo que hará Talis?

Incluso ahora, ella no podía dejar de lado su discurso codificado de

Prefectura. ¿Sabes lo que pasará en la habitación gris? ¿Sabes cómo morirás?

¿Cómo podría siquiera empezar a explicar?

Ella estaba desesperada diciendo adiós.

—Yo sólo quería decirte… decirte…

—Madre —la interrumpí y ella se mantuvo en completo silencio. S

us ojos azules estaban brillosos, casi vidriosos, como los míos lo habían

estado en aquel fatídico retrato. Sostenían una resignación que parecía más

espantada que triste. Se me ocurrió que ella debía de haber esperado durante

todo el día y quizás me había creído muerta. Se había declarado una guerra. Un

jinete —¡Y qué jinete! —había llegado. Yo debería estar muerta. Y aún así ella

había estado lista para recibir la llamada, esperando. Me pregunté cuanto

hubiera esperado.

—Madre —dije, otra vez.

Ella había esperado por cada pulgada a través de la prensa de manzana.

Ella había esperado por once años.

Había lágrimas brillando detrás de esos lentes que usaba sólo con la familia.

Pensé que si cerraba mis ojos, sería capaz de sentir sus dedos ferozmente

aferrados a mis brazos de niña de cinco años.

Y por primera vez desde que elegí mi propio destino, yo también empecé a

llorar.

—Madre. No es la muerte. Él no me matará. No voy a morir.

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El segundo día, fue también el día en que Talis me cortó y abrió.

No quería particularmente hablar con Talis luego de hacerlo con mi madre,

pero no me encontraba en posición de desobedecerlo y tenía miedo de dejarlo

sólo en mi habitación, no fuera que se aburriera y la pintara de rosado,

sacrificara una cabra dentro, o algo parecido. Así que fregué mi rostro

manchado, arreglé mi cabello y fui.

Lo encontré acostado en mi catre, con su nariz en mi copia de

Meditaciones de Aurelio.

—¿Qué es eso acerca de una cirugía? —dije, al libro.

Él lo bajó lo suficiente como para poder asomar su mirada, hacia mí.

—Pensé que sabías tu historia.

—Soy clasicista.

—¿De verdad? Caray, eso es inútil. —Levantó el libro—. Explica esto, sin

embargo. “Tú tienes el poder sobre tu mente, no sobre los eventos ajenos” —

leyó—, “Cuida tu propia mente y mantente erguido. Tu vida es lo que tus

pensamientos hacen de ella.” —Cruzó sus tobillos y alzó las cejas en mi

dirección.

—¿Tienes alguna objeción hacia eso?

—Me gustaría pensar que tengo algo que ver con tu vida. —Agitó su mano,

señalando la pequeña habitación… a las dos estrechas literas y a la poco sólida

mesa, a la ropa lavada colgada en ganchos, a los pájaros de papel haciendo el

cielo más suave y hermoso.

—Con algo —dije —, pero no con todo. Lo que es exactamente el punto.

Él se sentó, dejando que mi libro se deslizara al suelo. Lo rescaté mientras

caía.

El guardapolvo de Talin estaba sobre el catre de Xie. Lo hice a un lado y

me senté frente a él, con el libro en mis manos. Nuestras rodillas casi se tocaban.

No me gustaba verlo en este lugar tan familiar. Él era como un cuchillo en el

cajón de las cucharas. Como una antorcha en un granero.

—Gracias —dijo.

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—¿Por…?

—Por darme la salida. —Puso un pulgar sobre el otro y dejó que sus dedos

bailen entre ellos, rápidos como si barajara cartas—. En realidad no quiero

destruir ciudades ¿sabes? Para eso están las Prefecturas, para que yo no tenga que

hacerlo. Por lo tanto, obviamente, tengo que exigir algún tipo de costo por tocar

a las Prefecturas. Pero no quiero demasiado rojo en los libros. Lo haré tan

pronto como… tenga la salida.

Era dos partes explicación, una parte amenaza. Sólo un pequeño

recordatorio de por qué hacía esto y qué pasaría si cambiaba de opinión.

Dejé el libro sobre la mesa y acaricié su tapa. Talis había roto la base. Había

una pequeña caja allí también ¿Era suya?

—Explica la cirugía, Talis. Acepté hacer la actualización, y no había

mención sobre ninguna cirugía.

—Sí, pero el trato es un paquete. —Pasó los dedos por su cabello. Había

sangre, sangre de Wilma, pequeños puntos en los puños de su camisa—. Está

bien. Recuerda, en mis días, en los días de Michael, la actualización era parte de

una búsqueda general de la inmortalidad, lo que era tonto, pero no es

importante. El punto era volverse inmortal, por lo que, obviamente, la

actualización no estaba destinada a matarte, pero aún así el cerebro no puede

sobrevivir a la invasión. Quiero decir, olvida lo de montar la bicicleta… tu

cerebro no recuerda como respirar cuando la habitación gris termina con él. Así

que…

Hizo una breve pausa ahí. Talis frotó el lugar debajo de su clavícula

derecha, de la manera en que un hombre frotaría una herida.

—Así que, tú misma. Los datos que la invasión registra, tiene que ir a algún

lugar. Se queda aquí. —Curvó los dedos y señaló el lugar que había estado

frotando. A través de la delgada tela de su camisa, podía ver la estructura de su

clavícula y la suave curva de los pechos de Rachel. Había una forma obscura bajo

su clavícula, una hinchazón de la piel que era demasiado rectangular como para

ser natural—. El almacén de datos… el corazón y alma de un Al. La cirugía lo

implanta. Hay algunas chucherías, también… retinas de espectro completo,

sensores en los dedos y transmisores; esas pequeñas cosas de las que ningún ser

superior que se respete a sí mismo puede prescindir.

Extendió sus manos y se inclinó para atrapar la luz. Había algo allí, un leve

brillo plateado dirigido a sus dedos y palma. No sería capaz de notarlo sin la

inclinación justa, pero era sorprendente por su ligereza, como los ojos de Grego.

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—Convertirse en Al es todo acerca del cerebro, obviamente, pero necesitas

un poco de trabajo en el cuerpo, como, por así decirlo… un primer paso.

—Pero… —dije. Los nuevos pájaros de papel de Xie brillaban sobre mí y

juraba que todavía podía oler chocolate—. Pero, si no puedes respirar…

—La cirugía también enhebra corrientes inductivas en el cerebro. El almacén

de datos usa eso para controlar el cuerpo y el cerebro controla el cuerpo. Un

poco enrevesado, pero generalmente funciona. Respirarás, lo prometo.

Eso bajo su camisa… eso iba a estar en mí. Cosas en mis dedos, cosas en mis

ojos, cosas en mi cerebro. Y él… ¿Y él lo tenía también? La mujer que él era, la

que estaba tomando, ¿qué pasaba con ella? Traté de formular la pregunta.

—Los Jinetes…

—Son universalmente brillantes para respirar. Es parte de mis requisitos de

reclutamiento.

No era lo que quise decir. Esa oscura forma bajo su camisa… era su camisa,

y aún así bajo ella estaba la ligera rugosidad del la marca de unión y los pechos

de Rachel.

—Los Jinetes… tú los usas ¿los operas?

—Sí, tú podrás también, algún día… pero es mejor operar tu propio cuerpo

al principio. Es menos desorientador. Quiero decir, en contraste. Tomas lo que

puedes en ese punto, confía en mí. Puedes transferirte más adelante, cuando tu

cuerpo se desgaste. Lo que sucederá, rápidamente, por cierto… tiene algo que

ver con los voltajes inducidos y las micro heridas. No lo sé; no había un gran

número de voluntarios, luego de lo que pasó con aquel primer lote, y luego la

Antártida se derritió y todo eso, por lo que la investigación se encontró en un

callejón sin salida. De cualquier manera, mi punto es que no tendrás más de un

año o dos con él.

—Pero… —Tenía muchas objeciones. Elegí una—. ¿Qué pasa con Rachel?

—Ella se ofreció como voluntaria —dijo—. Mis Jinetes sirven a un

propósito mayor.

—Pero ella está… —¿Él la estaba matando sólo por hacerla respirar? ¿Eso

era lo que estaba diciendo?—. Estas heridas provocadas por el voltaje…

—Un propósito mayor —chirrió su voz—. Soy el bueno aquí, ¿recuerdas?

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Miré hacia abajo. Las pequeñas manchas en los puños de su camisa eran

más marrones que rojas. Sus uñas estaban limpias y prolijas. Tenía la pequeña

caja en sus manos y jugueteaba con ella.

—Yo…Yo no… —tartamudeé. Un sacrificio limpio era una cosa.

Convertirse en una abstracción, como el Abad. Eso era diferente. Era tan

biológico, tal revoltijo, un horror—. Talis, yo no quiero…

La caja en sus manos se abrió.

—Oh, no seas escrupulosa —dijo, e inyectó algo en mi brazo. Era fresco y

suave, como enfriar aceite. Se expandió rápido. Mis piernas se hicieron líquidas,

mi visión se nubló.

Talis me atrapó, sonriendo tranquilamente mientras me alzaba en brazos.

—Aquí —dijo—, te tengo. No tengas miedo.

Desperté rodeada de azul, con mi cabeza palpitando. Azul: No azul de las

Naciones Unidas, más plateado que el cielo. Había una sábana debajo de mí,

otra por encima, más colgadas a mí alrededor. Estaba tendida sobre algo tan

duro como una mesa de autopsias, pero las sábanas significaban que se había

tomado algún cuidado con respecto a la esterilidad, lo que… Bueno. Eso debería

consolarme, supuse. Talis acababa de decirme que mantendría mi cuerpo por un

año o dos, y suponía que una septicemia post-operatoria habría sido un

obstáculo para eso. Pero era difícil sentirme aliviada ¿Qué me había pasado? No

había hecho la actualización aún, pero me sentía cambiada. Irrevocablemente

cambiada.

Estaba sola. La superficie en la que estaba acostada era de mármol… el

mostrador de repostería en la cocina. Las sábanas estériles colgaban de los

estantes de las ollas. El simbolismo era malo: Nunca había tenido esperanza

alguna en la cocina.

Toqué mi pecho debajo de mi clavícula. Una adormecida suavidad se

encontró con mis dedos… esa tercera piel otra vez. Tracé el rectángulo del

implante, los nuevos sensores en mis dedos enviaban información a mi mente.

Había una lámina sobre el implante, lisa como plástico. Una débil radiación

electromagnética florecía a través de mi piel. Eso era extraño, y luego noté que

podía sentirlo… Incluso más extraño. Parpadeé, un color salvaje quemaba a mi

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alrededor, ultravioleta e infrarrojo. Podía sentir el recorrido de mi sangre en los

vasos sanguíneos de mi cabeza.

Extraño; más y más extraño.

Pero no doloroso. Me senté lentamente y la habitación no giró, aunque era

consciente del susurro de la fuerza de Coriolis proveniente de la rotación del

mundo.

—Bueno, esto es interesante. —La voz chirriante de Talis traspasó las

cortinas—. No creo haber sido asesinado nunca.

Consternada, moví las cortinas y encontré a Talis apoyado contra el

mostrador de la carnicería. Elián sostenía un cuchillo contra la garganta del Al.

No era… No era como parecía. Elián era alto y musculoso, un muchacho

de granja que evocaba el adjetivo “fornido”, y estaba sosteniendo un cuchillo

carnicero. Talis estaba desarmado, acorralado y en una situación poco atractiva.

Pero Elián era sólo un chico. Y Talis era… Talis. Sentí la necesidad urgente

de alcanzar el bisturí detrás de mí, y no era a Talis a quien creía que debía

proteger.

—Tienes su sangre encima de ti —gruñó Elián—. ¡La tienes toda encima de

ti!

Talis estaba usando un uniforme blanco de cirugía y había, de hecho,

sangre sobre él… Mi sangre. Pero yo lo consentí, creía. Algo así.

—Dame algo de crédito. —El Al se recostó hacia atrás en el mostrador, en

parte para alejarse de la cuchilla, en parte solamente para descansar—. Me lavé.

Elián empujó el cuchillo. En la piel de Talis se formó un hoyuelo, un anillo

de blanco provocado por la presión sobre un punto.

—Pero te refieres a sangre metafórica, y es bastante justo. —El brillo de

Talis iluminaba la hoja—. Tienes razón. Puse su cabeza en esa prensa y dejé que

la viera descender. Lo hice despacio. Filmé su rostro. Y pasarán siglos antes de

que alguien toque a otro Hijo rehén.

No estaban hablando de mí en absoluto.

—¿Cómo pudiste…? —Elián temblaba—. Eres un monstruo.

—Sí —dijo Talis—. ¿Y tú? —Se enderezó. Elián tuvo que dar un paso hacia

atrás, para que el movimiento de Talis no hiciera que el cuchillo se hundiera en

su garganta.

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—Elián… —dije. Él miró salvajemente hacia mí.

—El mundo necesita a sus monstruos —dijo Talis—. Necesita a sus dioses. Y

necesita de cierto número de granjeros de ovinos, apasionados, que no sean

ninguno de los dos. No hagas esto, Elián Palnik. Te destruirá. —Ladeó la cabeza,

los lentes de Rachel brillaron, sus ojos eran de un azul pálido y pensativos—.

Siéndote sincero, niño: No lo valgo.

—Greta. —Elián lanzó una rápida mirada sobre su hombro—. No sabía que

estabas… —El cuchillo se alejó de la garganta de Talis ahora, aunque sólo una

pulgada o dos—. ¿Estás bien?

Bueno, estaba vestida con una sábana y era testigo de un intento de

asesinato.

—Por extraño que parezca, puedo sentir el campo magnético de la Tierra.

El cuchillo osciló un poco, como si estuviera dominado por una fuerza

invisible.

— ¿Qué le hiciste?

—La actualización —dijo Talis, chasqueando la lengua—. El paquete

estándar.

—Debería matarte sólo por esto. —Elián hizo un ruido entre risa y

sollozo—. ¿Siquiera puedes morir?

—Claro. —Talis se encogió de hombros—. Corta mi garganta y ve como

me desangro en el suelo. No esperes que vuelva a la base, tampoco. No hay

ninguna conexión que me permita escapar de eso. Yo sólo haría… poof. —Hizo

una simulación de fuegos artificiales con sus dedos—. Sería una muerte, casi. Por

otro lado, sólo soy una copia. La versión maestra de mí, puede sobrevivir

perfectamente sin la incorporación de estos pequeños e insignificantes recuerdos.

—¿Y qué pasa contigo? —dije—. ¿Con éste tú?

Parecía importante… y no sólo porque era la copia con quien (¿Con la

que?) había tratado.

—¿Quién sabe? —En los extraños ojos azules de Chernekov de Talis, podía

ver mi propio futuro—. Quizás hay algo después de la muerte, incluso para los

monstruos.

—Eso espero —dijo Elián ferozmente—. En nombre de Dios, eso espero.

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Elián bajó el cuchillo. Le dejé pensar que me estaba salvando, mientras

envolvía un brazo a mi alrededor y yo lo llevaba fuera de la habitación.

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Traducido por Eglasi

Esa noche —mi última noche— quemamos el cuerpo de Wilma

Armenteros.

El Abad le preguntó a Elián lo que quería que se haga, lo que incluso lo

había llevado a él (Xie y yo estábamos reacias a dejar que Elián lo enfrentara

solo) más allá del alistamiento, sobre la cima del risco, hacia las tumbas.

Todos mis años en la Prefectura, todas esas muertes y nunca me había

preguntado sobre las tumbas.

Eran una pequeña salida a la pradera, lejos de las dispersadas rocas de la

cresta. Estos años las tumbas seguían siendo distintas, cubiertas con algo de tierra,

las primeras plantas… de ceniza, las pequeñas parras de hierba buscadas (que

provienen de las gloriosas mañanas salvajes) filtrándose en los lugares difíciles,

abriendo sus blancas flores. Sidney Carlow estaría bajo uno de esos montículos. Y

en algún lugar Vitor. Y Bihn, quien domesticó a los pájaros. Ella difícilmente será

un bulto.

En años pasados las tumbas eran distintas por la vegetación: azul de lino,

trébol de olor, brotando antes de la hierba. Las tumbas más antiguas se habían

asentado de nuevo hacia la hierba y estaban ahuecadas hacia dentro. No eran

puntos —no en tumbas individuales— sino líneas. Creaban un patrón de

hendiduras, como trazos de ondas. Docenas. Quizás cientos.

—No —jadeó Elián. Su voz era plana y con horror—. No.

El Abad estaba recargado pesadamente sobre mi brazo. Podía sentir las

vibraciones incrementarse por su diafragma mientras movía el aire para

permitirse asentir gentilmente.

—Ella no fue mi Hija. Y, por reflexión Elián, tampoco tú. No debería tener

disposición de su cuerpo. Mucho menos de lo que debo tener de su vida.

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—Oh. —Elián se estaba tambaleando, quizás bajo la intensidad de la

disculpa—. Oh. Está bien.

—Es tu decisión, Elián —dijo el Abad—. ¿Qué te gustaría hacer?

Elián no lo hizo, ni podía, responder. El silenció invadió junto con el

sonido de la hierba.

—Podemos quemarla —dijo Xie, con su voz más gentil—. Eso es lo que

hay que hacer para los héroes.

Elián asintió con una sacudida y envolvió sus brazos a su alrededor como

si algo dentro de él se hubiera destrozado.

Atta nos encontró cuando regresamos de la colina, los tres estábamos

temerosos y tambaleantes. Abrió sus enormes brazos y Da-Xia fue hacia él…

pero fue Elián quien se reunió con él.

Elián es alto pero Atta es enorme y musculoso, enorme como un toro.

Envolvió a Elián en un gran abrazo como un padre sostiene a su hijo. Cuando lo

soltó, Elián ya no estaba temblando. Atta lo sostenía con su brazo extendido.

—Necesitamos quemar el cuerpo —dijo suavemente Xie.

—Yo… —dijo Atta. Su gran voz que imponía se quebró, se ahogó y

tragó—. Elián. No tienes un sacerdote aquí.

—Rabino —dijo Elián, mirándolo fijamente—. Quiero decir, ella no lo es,

no lo fue, pero yo… —Se encogió de hombros ante la enormidad de todo… su

complicada familia, su pérdida, su horror—. No, no tengo sacerdote aquí.

—Permíteme. —La voz de Atta se quebró otra vez—. Ayudarte.

Elián, siendo Elián, se rió una vez… pero muy alto y casi histéricamente.

—¿Entonces eres como Xie? ¿Eres un Dios?

—Profeta —dijo Atta. Su voz se estaba suavizando, volviéndose

imponente como lo era él, profunda—. Un príncipe en la línea del Profeta. Así es

como es, en mi pueblo.

—Está bien —dijo Elián.

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—Quemar no es lo que tu gente haría —dijo Atta—. Y no es lo que mi

gente haría. Pero podemos hacerlo sagrado.

—Bueno, estás hablando —dijo Elián—. Así que eso ya es un milagro.

—Escúchame, Elián —dijo Atta. Su voz se había convertido como un

cuenco de latón—. Podemos hacerlo sagrado.

—¿Sí? —dijo Elián, todo severo y desafiante. Y luego, de ninguna parte,

las lágrimas salieron de sus ojos. No de ira, no de horror sino de dolor. Y dijo—:

Sí.

—Sí —dijo Da-Xia, como una bendición.

—Nunca he quemado un cuerpo —dijo Elián, suavemente—. ¿Qué

hacemos?

La raíz de la santidad, si resulta, es hacer las cosas deliberadamente.

Envolvimos el cuerpo de Wilma Armenteros en un velo hecho de gasa rota y lo

dejamos sobre una camilla hecha de un destrozado soporte de calabaza. Pero

aún así parecía sagrado. Han y Thandi, Atta y Xie, Elián y yo. Cargamos la

camilla hacia la prensa de manzana y la colocamos en la cima de una roca.

Mientras mis amigos trabajaban en la noche, me encontré a mí misma

viéndolos, cuestionando, observando. Da-Xia y Thandi, quienes pensé que se

amaban nada más para coserse entre ellos, estaban sentados rodilla a rodilla,

trenzando savia y hierbas aromáticas en un brasero. Han, quien pensaba que

sabía nada del mundo, permanecía pequeño, delgado e independiente, sin

embargo más grande por su pérdida.

Y Atta, quien pensaba que era silencioso, estaba cantando.

Se inclinó sobre el cuerpo, su ropa blanca radiante, su piel radiante como

latón antiguo. Como si el latón antiguo fuera puro oro frotado en el interior de

sus muñecas y sobre sus palmas. Cuando se dio la vuelta sus manos se elevaron

para trazar una oración, parecía estar sosteniendo la puesta de sol.

Hiciste herramientas de nosotros, Da-Xia le había dicho a Talis. Pero no

era cierto. Nadie era una herramienta.

Nadie.

Algo erizó la parte trasera de mi cuello. Me giré y ahí estaba Talis.

Nos ahorraríamos la trituración de piedra de la prensa de manzana —

considerando la horrible practicidad de la Prefectura— y Talis estaba sentado en

este. Estaba recargado sobre la pared, con los codos sobre sus rodillas y su

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barbilla sobre sus manos, como un niño pensando. Se dio cuenta de mi mirada y

levantó sus cejas para encontrarme. Me preguntaba lo cerca que podría llegar a

leer mi mente, y por una vez esperaba que estuviera cerca. Nadie es una

herramienta, Talis. Me di la vuelta.

Bajo el cuerpo construimos una pira de artemisa y jarilla y madera de

manzano de la huerta. Thandi se inclinó y colocó el extremo de la trenza de

hierba y la humeante salvia. Elián la tomó y movió la cosa humeante arriba y

abajo del cuerpo envuelto.

El sol fue bajando detrás de la pirámide cónica de iniciación. La aguja

iluminaba como si fuera un rayo de plata. Luego, mientras la luz se hundía, se

formaba un rastro oscuro. Era tan delgado como una línea de tinta dividiendo el

pasado y el futuro.

La cuerda del brasero se incendió.

Atta incendió una antorcha y se la entregó a Elián.

Él permaneció ahí sosteniéndola, en silencio.

Con el infrarrojo que Talis había añadido a mi visión, podía ver la

temperatura de la sangre de una fuerte emoción subiendo por el cuello de Elián,

delineando su boca donde las palabras no saldrían.

—Awww, maldita sea —susurró y colocó la antorcha en la pira.

El fuego crepitaba y escupía, disminuyendo y aumentando. Sentí el calor

en mi rostro; fuerte y luego más fuerte. Incluso Elián retrocedió. Ahí incrementó

un olor del cual no me preocupé en mencionar. El tiempo avanzaba. La

oscuridad se hacía más densa y se levantaba de la tierra. No fue hasta más tarde,

cuando las chispas se elevaban en espiral en el cielo oscuro, que Elián habló

nuevamente, en esta ocasión en un lenguaje que no conocía. Suaves palabras,

apenas un susurro y no dirigidas hacia mí. Se elevaron junto con las chispas.

Y creciendo en mí, por primera vez, vino el conocimiento de que no

había aprendido, que no había ganado. Algo fue implantado, algo del almacén

de datos. No fue como un recuerdo, que se eleva a la vista como una ballena en

el mar. No fue como un entendimiento, el cual unía las piezas para crear una

nueva imagen, como estrellas formando una constelación. Era un clic, una cosa

mecánica, como si mi cerebro tuviera nuevas ranuras talladas en él, listo para

tener el conocimiento lanzado en él. Mi cerebro palpitaba. Mis dientes dolían. Y

de pronto, sabía de esto. Elián estaba diciendo el kaddish.

Quizás el gran nombre de Dios será bendecido por siempre…

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Había sido programada con el kaddish. Podría decirlo con él, en Hebreo y

todo lo demás. Pero no lo hice. Aún seguía siendo al menos ese ser humano.

No quería perder mi humanidad; no quería cambiar. Pero estaba cayendo

en eso. Y podría hacerlo. Podría salvarnos.

Bendecido y glorificado, honrado y alabado, adorado y aclamado…

Permite que haya paz para nosotros y vida para nosotros…

Todos esperamos con Elián. La pira consumió el cuerpo y así misma. La

prensa fue lo último que consumió. El roble duro como el hierro desde su base

ennegrecida crujió con el calor y el crujido comenzó a brillar. Pequeñas llamas

encajaban entre ellas mismas como patas de araña alrededor de clavijas de

ruedas dentadas. El humo se ciñó sobre los surcos de grandes tornillos de

madera. El fuego central rugió. Vislumbré huesos, que brillaban intensamente. Mi

garganta se puso tan rígida como una flauta, observando esto, y podría escuchar

las notas de mi respiración.

Y mientras Elián alternaba el kaddish una y otra vez, susurrando una

alabanza para eso, lo cual estaba más allá de una alabanza.

Ayúdame, pensé, a lo que fuera que podría escuchar de cerca esas

palabras. Puedo hacer esto. No puedo hacer esto. Ayúdame a hacerlo.

El tiempo pasó. El hueso se fundió. La envoltura blanca de Wilma

desapareció. Estaba oscura, un brasa entre las brasas, el caparazón de una forma.

Finalmente una de las vigas se rasgó y luego crujió y cayó a los lados de la

pira. Luego toda la prensa gruñó y desapareció. Brasas y carbones gastados se

lanzaron al exterior. El fuego, el cual se estaba apagando, avivó nuevamente por

un momento. Cuando terminó, el cuerpo de Wilma Armenteros ya se había ido.

El fuego se hundió en el carbón. Podía sentir el pasar de la noche en el

giro de la Tierra. Horas y horas. El amanecer se aproximaba; el cielo se

iluminaba sobre la curva del río. Y finalmente, finalmente, Elián se dio la vuelta.

Tomé su mano y Xie tomó la mía, Atta, Thandi y Han colocaron sus brazos

alrededor del otro y juntos nos dirigimos hacia la Prefectura. El edificio tenía una

oscura solidez contra el luminoso cielo.

Y en la profundidad de las sombras, Talis seguía sentado. Estaba envuelto

en su trapo, casi pasaba desapercibido contra las piedras cubiertas de rocío.

Estaba sentado ahí, sin ser notado, observando, toda la noche. Yo estaba

exhausta y pensé que él también debía estarlo: sabía que él podría dormir y

suponía que lo necesitaba, tanto como cualquier cuerpo lo hacía. Que el no

tenía…. toda la cosa de la mirada vigilante.

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Paz para nosotros y vida para nosotros…

Permite que Él que hace la paz en los cielos…

Talis me sonrió, sus ojos suavizados. En el revestimiento infrarrojo, podía

ver la profundidad del frío en él.

—No lo olvides —dijo—. Cortar tu cabello.

Mi cabello.

De regreso en nuestra celda, le pedí a Da-Xia que lo cortara. Le expliqué

el por qué… Lu-Lien, quien se había mareado, los pernos contra el cráneo. El

rostro de Xie se puso inmóvil.

—Greta.

—Tal vez eso me mate —dije. Tomé su mano—. Pero…tal vez no lo

haga.

Quizás era momento de aprender a tener esperanza. Tomé las tijeras,

pequeñas y puntiagudas, del kit encuadernado del Abad. Las sostuve.

—No puedo hacer esto… Xie, no puedo hacerlo sin ti.

Ayúdame, pensé otra vez. Por favor ayúdame.

Xie se refugió en una expresión de dolor.

—Hay aquellos que creen que Talis era un peluquero en su primera vida.

Eso era tan descabelladamente imposible que casi rompe el momento.

Pero me contuve.

—Da-Xia. Eso no es a lo que me refiero.

Y tocó mi rostro, de la manera en que lo hizo cuando me libré de la

amenaza de la tortura, en ese momento justo antes de besarla.

—Lo sé —dijo. Tomó las tijeras.

Cortar mi cabello llevó mucho tiempo. Las tijeras eran pequeñas. Mi

cabello era espeso. Las manos de Xie eran cuidadosas, trabajando su camino

hacia mi cuero cabelludo, levantando un mechón al momento. Extraño que el

cabello sea llamado “mechones”. Esto era lo contrario; una pieza a la vez, me

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estaba abriendo más y soltándome, mi respiración se hacía más profunda, más

cálida, sus pechos estaban al lado de mi oído. Mi piel se sentía viva al lado de la

suya, la manera en que una piel palpitante se estremece al lado de otra piel.

Ninguna habló.

Estaba completamente lleno de luz, salpicando a través de las grúas

dobladas, para el momento que Da-Xia se alejó de mí. Me observó. Su voz se

volvió áspera: habíamos permanecido en silencio toda la mañana.

—Ya está. Ahí lo tienes.

Levanté mis manos para tocar la ligereza, la textura poco familiar de los

cortos extremos, los cuales eran espinosos pero también suaves como si ella me

hubiera convertido en terciopelo.

—Me veo como un chico —dije, asombrándome… y sintiendo esa

transformación.

Da-Xia hizo un atónico y ronco sonido.

—No es así.

Con mi nueva visión podría ver cómo se movía por el calor de su

sangre… de su garganta, sus labios, sus pechos. Era excitante. Ella no lo escondía

—nunca lo hacía— pero tampoco hablaba. ¿Y por cuántos años había leído

Griego y me había perdido esto?

—Xie… —dije.

Deseaba saber cómo apagar los sensores implantados. Quería verla a través

de mis propios ojos. Quería verla. A toda ella.

—Li Da-Xia —dije y me puse de pie. Y la besé.

En medio de la vida estábamos en muerte. Eso me golpeó, pensándolo

más tarde, que eso era un estado reversible: en medio de la muerte estábamos

en vida. Si iba a poner en riesgo mi vida —como lo había hecho Wilma—

entonces quería lamentarme. Quería arrepentirme y hacerlo intensamente.

Quizás la habitación gris me mataría o quizás no, pero de una manera u otra me

transformaría y esta vida terminaría. Quería estar viva antes de que eso pasara.

Quería estar viva antes de morir y quería que la muerte me aterrorizara, no que

se deslizara como una larga expectación.

Besé a Xie: nos besamos. Lloramos y nos besamos. Luego hicimos más que

besarnos. En cuanto al resto de la mañana… no diré más. Lo mantendré en

silencio, en ese lugar sagrado de mi corazón.

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Luego dormimos. Mi último día y nosotras dormimos, tumbadas y

envueltas en el catre estrecho de Xie, sus diosas manos se curvaban sobre mi

vientre, su respiración agitaba los cabellos de mi nuca.

¿Pero cómo no podríamos dormir? Estaba más allá de cansada que parecía

que estaba entrando en un mundo diferente. ¿Y qué nos quedaba decirnos o

hacer? Tuvimos nuestros años. El que me lo haya perdido me arrancaba el

corazón, pero ahora no podían traerse de regreso. Ni siquiera Talis podía hacer

eso.

Creo que fue el hambre lo que me despertó… indudablemente desperté

con hambre. Mi cuerpo de reciente lógica acumulaba el tiempo desde que había

comido y recomendaba almidón y proteína. Pero en lugar de buscar algo, seguí

recostada. La respiración de Xie se movía contra mi espalda. Me permití

descansar en la calidez del espacio que había entre nosotras, el que se abría y se

cerraba.

Toda mi vida viví bajo la amenaza de la muerte… la mía, la de mis

amigos. Había sido un peón en los esquemas de un bien mayor y me había

mantenido adormecida con la finalidad de sobrevivir. Ahora estaba despierta. Y

había encontrado…amor, todo a mi alrededor. Amor donde nunca esperé

encontrarlo. Xie.

Xie y no sólo Xie. Elián. Atta. Grego y Han. Amor. Estaba por todas

partes. Y ahora me daría por vencida. Por un bien mayor. Era una cosa rendirte

ante algo desconocido como lo había hecho por años. Era completamente otra

para sostener amor en una mano y luego dejarlo ir.

Mi respiración se dificultó. La voz de Xia vino adormecida en mi oído.

—Greta.

Me di la vuelta para enfrentarla. Con la punta de su dedo trazó mis

mejillas, mi nariz larga de perro lobuno. Los finos cabellos de mi piel se erizaron

ante su tacto. Sus pequeñas tranzas —deshechas por todas partes— rozaban

como pinceles a través de mi garganta. El viento había aumentado y estaba

soplando las manzanas amarillas como monedas contra el cristal del techo. Podía

escucharlo, más débil que la lluvia.

—Nací bajo flores de cerezo —dijo—. Cumpliré dieciocho en la primavera.

—E irás a casa. —Li Da-Xia viviría.

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266

—A las montañas —dijo, como si fuera una corrección. Conocía el

sentimiento: el cielo abierto de las praderas… por supuesto eso siempre sería un

hogar, sin importar donde hayamos nacido, o en qué tierra se suponía que

habían gobernado.

—Debería escribir una nota. Recordarle a mi madre de sacarme de la

sucesión. —Mientras lo decía, me di cuenta que eso no era necesario. Alguien lo

vería. Los Pan Polares nunca consentirían ser gobernados por un AI.

Xie hizo un zumbido felino de afirmación, tras el salto de mi pensamiento

sin esfuerzo.

—Mi padre escribió. Los monjes encontraron un postulante. Entiendo que

su linaje es impecable.

—Deseo… —susurré, antes de que pudiera detenerme. Deseaba cosas

imposibles. Nunca sería un cuento de hadas para nosotras. No había cuentos de

hadas de dos princesas—. Son seis meses hasta las flores de cerezo. Desearía que

pudiéramos tenerlo.

En respuesta, Xie me besó tiernamente.

—He tenido ojos.

Mi matrimonio será dinástico, pero mientras tanto, tengo ojos. Deseaba…

—¿Supones que las máquinas se aman unas a otras? —dije—. ¿Los AIs?

Su cuerpo era radiante en mis brazos. ¿Cómo sería no tener cuerpo?

—Aférrate a ti misma —dijo—. Por favor, Greta. Aférrate a ti misma.

Fuertemente.

Y envolvió su mano detrás de mi cabeza —en mi picante cabello— y

dirigió su boca hambrienta a la mía.

Seguíamos envueltas en la otra cuando la puerta se abrió.

Levanté la sábana.

Era Talis, por supuesto, sus manos en sus bolsillos y su trapo agitándose

como un latido. Me enrojecí, pensando que sonreiría, con sarcasmo. Mi alma

recientemente abierta era demasiado sensible para eso. Sabía que no podía

defenderme.

Pero para mi sorpresa no sonrió para nada. Sus ojos pálidos se movieron

recorriendo cada centímetro de nosotras, pero no se veía como lasciva. Parecía

como de pena.

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—Estamos listos —dijo.

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268

Traducido por Candy27

Me levanté.

Solo estaba vistiendo una sábana, y estaba sonrojada, pero era más alta que

Talis, y no estaba avergonzada.

—No —dije.

Talis se congeló. Su rostro fue duro al principio, sus ancianos ojos como

piezas de cristal iluminado. Luego se abrieron hacia algo más grande… ¿era

enfado? ¿Miedo? ¿Asombro?

—No —dije otra vez—. Haremos esto a mi manera. Quiero cenar.

—Oh —dijo Talis—. Bien.

Así que, cena.

Mi última comida fue calabacín. Me incliné contra el final de la mesa y reí.

Luego lloré.

Thandi avanzó alrededor del banco para hacer un hueco para mí y Xie.

Han y Atta estaban entrelazados cerca. Elián no estaba ahí.

Y el calabacín, casi odiaba admitirlo, estaba bueno: salteado con

mantequilla morena y albahaca. Había maíz y pimientos cocinados con cebollas

y hierbas y un montón de ajo. Había pan plano que estaba ardiendo en mis

dedos. Había mantequilla para el pan, también. Generosa mantequilla, gruesas

tiras de queso de cabra amontonadas en brillantes tomates, sal en un tarro.

Algunas de esas cosas eran cosas con las que éramos cuidadosos, cosas que

racionábamos. No hoy. Este era nuestra abundancia.

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269

Comí, y cuando empujé mi plato lejos, sentí unos dedos en mis hombros.

Me volví. Era un niño pequeño, cinco o seis años, negro, delgado, con unas

brillantes cuencas en su cabello. No lo conocía.

—Greta —dijo, y tocó mi rostro tímidamente. Y luego se agachó y se fue.

Dedos cepillaron mis orejas por el otro lado, y me volví otra vez, y otra

vez un Niño tocó mi rostro y dijo mi nombre suavemente:

—Greta.

Uno por uno vinieron a mí, no todos ellos, pero muchos de los Hijos de la

Paz. Ellos tocaron mi recientemente sensitivo cabello, mis hombros, mis pecas

una a una. Me llamaron por mi nombre. Da-Xia tuvo que colocar su mano entre

mis omoplatos para mantenerme alerta. Hubo unos cuantos regalos. Un pez coi

de origami, no más largo que mi pulgar.

—Para la inmortalidad. —Un peine de madera tallado para lo que había

sido una vez mi cabello—. Lo- lo siento —dijo ese niño, tartamudeando.

Una niña pequeña, justo en la edad de cuidar de las abejas, me trajo un

panal chorreante. Estaba tan fresco que estaba caliente.

—Para ahora —dijo—. Cómelo ahora.

Así que lo hice. Y para el momento en el que finalicé la pegajosa dulzura, la

habitación se había silenciado. Han habló:

—¿Vas a morir?

Oh, Han. Siempre, siempre, siempre la cosa incorrecta.

—No lo sé —dije.

No sabía qué decirle a los demás. Atta, quien estaba sentado empapándose

de todo, como una roca en el sol. Thandi con su enfado y su daño. Y Xie. Pero

seguramente había dicho lo que necesitaba decir a Xie. Fui a través de la mesa y

cogí las manos duras y fuertes de Atta.

—Habla con ella.

—He acabado con el silencio —respondió. Pero su voz se trabó… no por

desuso sino por repentinas lágrimas.

—Tú y Grego y Elián —dijo Thandi—. Estaremos escasos de personal.

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—Lo sé. —La miré… orgullosa, fuerte, sin heridas, sin marcas, Una vez, ella

haba sido una niña aterrorizada y torturada. Había perdido mi oportunidad de

ayudarla a través de eso. Lo había perdido por años.

—¿Recuerdas la primera regla de Talis para la guerra? —preguntó. El

impulso de hablar en voz baja con personas condenadas no parecía presentarse

en ella. Su fuerte voz llenaba la habitación. Todo el mundo la estaba mirando, a

nosotras. Asentí, pero ella respondió por mí de todas formas—. Es “hazlo

personal”.

—Lo sé —dije otra vez.

—Así que —dijo—. Si tienes la oportunidad, ¿harías algo por mí?

—Por supuesto —dije. Todo el mundo colgaba del solemne momento,

escuchando.

—Golpea a Talis en las bolas.

La habitación rompió en risas. Pero Thandi no estaba riendo. Ella asintió

hacía mí, reina a reina. Luego, sonrió. Y yo también.

Arrastré el banco hacía atrás. Me levanté. Me tambaleé. Cuadré mis pies.

—Estoy lista. —O pensaba que lo estaba. Mi voz se enganchó—. Xie,

podrías… ¿podrías venir conmigo?

—Siempre —dijo. Como yo sabía que lo haría.

Salimos. Y fuera de la puerta del comedor estaba Elián.

—Oh —dijo él—, tu cabello. —Dobló su mano y pasó sus nudillos a través

del corte del terciopelo de mi cuero cabelludo.

Tirité con la suavidad de su toque.

—Elián…

Me envolvió en sus brazos. Aún podía oler la pira en él mientras volvía mi

nariz hacia esos indomables rizos. Me soltó y besó mis mejillas, y luego, con su

voz áspera como si hubiera fumado, dijo:

—Es el Abad, Greta… ¿Podrías venir?

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En una piscina de luz artificial en la misericordia de la Cuarta Prefectura,

hay un cojín adaptable que yace como un nido en el bosquecillo de columnas de

estanterías, hogar de filosofía clásica. En él, el Abad estaba tumbado como un

hombre se tumbaría, con sus brazos flojos, y las plantas de los pies fuera del

suelo. La curva de delante en su circuito principal significaba que su cabeza

estaba a un pie de la superficie del almohadón. Alguien había apilado libros

debajo de ello, a algo intermedio entre un respaldo y un cojín. El Abad no había

sido construido para tumbarse.

Y aun así, estaba tumbado allí.

Yo había estado tumbada justo en ese lugar cuando había tomado su daño

para salvarme, corriendo para desengacharme de los imanes del dreamlock

mientras la nave de los Cumberlanos bramaba. Él pudo haberse protegido a sí

mismo, pero me salvó a mí en su lugar. Había estado tumbada allí, y él había

estado torturándome.

Me arrodillé.

—Abad.

Su monitor de giró contra la almohada de libros. Su cara-pantalla estaba

pixelada, sus ojos solo se mostraban intermitentemente como monedas grises.

—¿Greta?

Pude escuchar las partes sintéticas de su voz —este tono y ese tono—

desdibujándose ligeramente sin sincronización. Mis nuevos sensores podían ver

los movimientos a través de él, cayendo desde un plano intelectual a otro como

el agua debajo del hielo. Cascada, vino la palabra. Una cascada de fracaso. Lo

estaba lavando lejos.

—Buen Padre. —Tomé su mano—, Estoy aquí.

Da-Xia vino y tomó su otra mano.

—¿Talis no puede repararte?

Su cabeza se giró contra los libros, el sonido de una página siendo girada.

—Él podía, yo… —Un chisporroteo, luego, saltando hacía esa pendiente

como un coyote cazando—. Greta, por favor, quería…

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—Padre Abad. —Apreté su mano. ¿Cuánto de un hombre? Todo esto—,

Padre Ambrose.

Su voz era totalmente sintética ahora, como un órgano de tubos hablando:

—Le dije que no.

—¿No qué?

—Reparar.

—Ambrose —dije otra vez.

—No reparación. —Su rostro se balanceó hacia mí, ciego, balanceándose

de un lado a otro como la cabeza de una serpiente buscando por el olor. El

terciopelo de mi cabello se puso de punta con instintivo miedo. Luego sus iconos

de ojos volvieron, y por un segundo fue mi Abad otra vez—. Perdonar —dijo.

Y nada más.

Los ojos de Da-Xia se encontraron con los míos por encima de su cuerpo…

estaban abiertos, sorprendidos.

Eliá —y me di cuenta de que había sido Elián quien había apilado la

almohada de libros, quien había guardado esta vigilia— Elián tocó el lado del

panel de control del Abad donde Tolliver Burr una vez había forzado sus cables.

—Dios sabe que te odiaba —dijo, y tragó—, Dios sabe que tenía razones.

—Su mano se movió, suavemente, contra el control congelado, como si cerrara

sus ojos—. Dios sabe lo que solías ser —dijo—. Dios sabe.

Xie colocó sus manos alrededor de su nariz, cubriendo su boca. Lágrimas se

acumularon en sus ojos.

—¿Qué haremos?

Pensé, acabo de ver mi muerte.

Pero dije,

—Algo nuevo.

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273

Dejamos el cuerpo del Abad tumbado en la luz dorada. ¿Qué más

podríamos haber hecho? Talis me había dado tres días, y habían pasado tres días.

Estábamos mano a mano. Da-Xia y Elián, caminando conmigo. La habitación gris

no estaba muy lejos. Esa ordinaria, puerta siempre cerrada.

Esa puerta estaba abierta. Talis estaba dentro, sentado en la alta y estrecha

mesa, balanceando sus pies. Saltó al suelo cuando nos vio, y frotó sus manos

secas contra los puntos desteñidos de los muslos de sus pantalones vaqueros.

—¿Dónde está el viejo Ambrose? Pensé que quería despedirte.

—Lo hizo —dijo Elián, calmado como un gato. Quién sabía si tal muerte

era reversible, pero incluso si lo era, seguramente el tiempo lo haría menor. Deja

tener al Abad ese tiempo.

El Abad. La habitación gris. El había hecho esto, una vez. Había vivido.

Pero después había querido morir.

Debajo del dintel, Talis abrió sus manos a través del camino de la puerta

con una sonrisa muy Talis.

—Tu mesa espera.

Me congelé y tragué.

Talis dejó que su sonrisa callera.

—¿Lista? —preguntó suavemente.

Sin una indicación, sin una palabra, Elián y Da-Xia se envolvieron alrededor

de mí, abrazándome, cubriéndome como unas alas. Por un momento los tres nos

detuvimos ahí, nuestros brazos agarrándonos apretadamente, nuestra respiración

mezclándose, nuestras frentes descansando juntas.

—Así que, claro —susurro Elián—. Xie, tú tomas la salida; Greta, tú te vas…

Sabía que estaba bromeando, pero tenía que detenerlo: no podía

soportarlo.

—Elián —susurré.

Da-Xia estaba llorando sin hacer sonido alguno, sus lágrimas caían en las

baldosas. Lluvia en las montañas.

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—Aguanta —dijo—. Aguanta, Greta. Por favor aguanta.

Ni siquiera la pude decir que lo haría. No sabía si podría. No podía hablar

para nada. Me enderecé.

—¿Lista? —dijo Talis, otra vez.

—Dispuesta —dije, lo cual es una cosa diferente.

Y caminé sola dentro de la habitación gris.

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Traducido por Wan_TT18

La puerta se cerró en un susurro.

Esa habitación. En sus paredes blandas, la luz se filtraba cuidadosamente.

Estaba —podía sentirlo, ahora, en mis nuevos sensores— estaba empapado en

radiación, colimadores se encontraban ocultos en las paredes, zumbando como

abejas.

—Mis amigos… —empecé.

—Los mataría quedarse aquí. Me mataría, si fuese así… Dos veces. Me

confundirian y matarían a Rachel. Me temo que tendrás que ir sola.

—Lo sé —le dije. Luego—: Está bien.

Talis palmeó la superficie de la mesa principal.

—Arriba.

La superficie de aluminio estaba a la par con mi caja torácica.

—Eso sería indigno. —Realmente no quería pasar mis últimos momentos

humanos luchando para acelerar mi propia muerte.

—Oh, ¡cierto!, ¡Lo olvidé!

Enganchó el pie en torno a algo almacenado debajo de la mesa. Lo deslizó

fuera… un taburete de ordeñar. Podría haber tenido siglos de antigüedad. Su uso

lo había pulido como si fuera de cristal de oro gris.

Un taburete de ordeñar.

Esto me pareció horrible, de repente, que alguien hubiera pensado que así

nos impulsaría a la altura adecuada para nuestras muertes. Los rayos de gamma

se arrastraban sobre mi piel. Coloqué mi pie en el taburete de ordeñar, mis

manos sobre la mesa, y me impulse a mí misma.

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—¿Qué harás con los más pequeños? —le pregunté—. ¿Los bebes?

Talis se encogió de hombros, preocupado.

—Los Jinetes se encargan. ¿Importa?

—Lo hace —le dije—. Debería.

—Acuéstate —dijo.

—Talis… —le dije, y luego no podía pensar en algo que decir.

—Pon tu cabeza —dijo, colocando un dedo sobre la mesa, donde los haces

de radiación se interceptaban (aunque todavía estaba inactivo) haciendo un

punto brillante que solamente dos de nosotros habría sido capaz de ver—. Aquí

mismo.

Coloqué mi cabeza justo allí.

El punto brillante era más brillante de lo que había previsto. Me estremecí,

pero no era ese tipo de brillante. Podía ver los destellos de ionización donde las

partículas de alta energía estaban entrando en el gel suave de mis ojos. –Esto me

cegará – le dije.

—¿Mmmm? —Talis estaba de pie en mi oído, un parpadeo y un asomo en

la periferia, más grande de lo que debería haber sido, de pesadilla. Pude ver sus

manos ocupadas, la luz invisible bailando sobre sus dedos de tejedor, el tatuaje

negro en su muñeca—. Oh, si. Cataratas. Ese cuerpo no va a durar el tiempo

suficiente para desarrollarlas. No te preocupes.

No te preocupes.

Algo tan duro como una guadaña giró hacia mi visión entonces, y me

estremecí… y luego mis ojos fueron forzados hacia arriba para mirar. La jaula

para la cabeza. Era un medio círculo de metal que giraban en intervalos junto a

mis oídos. Estaba atravesado con tornillos roscados.

Tornillo. Literalmente tornillo, Talis había dicho.

Estaba lista.

Escuché la escobilla metálica, muy cerca.

Elián, pensé. Pittsburgh. Louisville.

Y luego, me recordé a mí misma: yo elijo. Espero. Algo nuevo.

Talis se inclinó sobre mí; vi su rostro al revés, dividido en dos por el arco

de metal del halo. Colocó una mano sobre cada uno de mis oídos y me movió

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minuciosamente, de esta manera, luego de otra, luego simplemente sostiendome

de forma estable, centrada en las vigas.

—Talis —le dije, y estaba avergonzada de estar comenzando a llorar de

miedo, avergonzada de que no se me ocurría algo que decir.

—Greta. —Limpió las lágrimas de mis mejillas con las yemas de sus

pulgares—. Déjame decirte algo que aprendí en mi juventud, de un sabio

llamado el Correcaminos. Puedes caminar por un precipicio y el aire va a

abrazarte. Sólo, no mires hacia abajo.

Traté de tomar eso. Hubiera asentido, excepto que tenía miedo de arruinar

la alineación. Lu-Lien la había movió. Se derritió como un cono de helado. Me

sostuve muy, muy quieta.

Los ojos de Talis eran intensos y seguros.

—Es demasiado tarde para la duda. ¿Entiendes?

Yo elijo. No la muerte. Algo nuevo.

—Sí —le dije. Mi pecho estaba muy apretado.

Talis comenzó a fijar los tornillos.

Podía oírlos, golpeando y crujiendo, tan minuciosos como grillos. Tic, Toc,

cae. Puso uno contra la prominencia del hueso detrás de la oreja izquierda. Otra

contra el lado derecho. Todavía podía haberme sentado; todavía podía…

Puso uno contra el centro de mi frente. Podía ver la parte inferior plana del

tornillo comenzando a bajar. La dejé recostada hacia arriba en esa prensa y la

dejé mirar.

Los extremos lisos de los tornillos eran firmes y fríos, como monedas en los

ojos. Había cuatro más para ajustar.

Talis los colocó.

Y luego los apretó.

Moretones. Y luego excavando. No hay dolor, pero una maldad que

ninguna cantidad de anestesia alguna vez podrá amortiguar. Ellos estaban en mí.

No entres en panico, Greta. No entres en panico.

La radiación, como hormigas gatenado sobre mi cara. En mis ojos y oídos.

Extendí la mano y toqué el halo. Talis colocó sus dedos sobre los míos. Podía

sentir nuestros sensores encontrándose, entrelazándose, como iguales.

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—No mires abajo —dijo.

Tragué saliva. Bajé las manos lentamente a mis lados. Una muñeca rozó

cuero.

—No tienes que… —Me refería a las correas.

La sonrisa de Talis vaciló.

—Lo necesitarás —dijo, y las abrochó de forma apretada.

Se inclinó, vaciló como si fuera tímido, y luego colocó un beso fresco al

final de mi nariz.

—Greta Stuart: nos vemos en el otro lado.

Y salió de la habitación.

Estaba sola. Mi soledad se hizo eco a mi alrededor. Tomé una respiración

profunda, y conté: uno.

Dos.

Mi almacén de datos implantado percibió lo que estaba haciendo y

comenzó a desplazar milisegundos.

Tres. Cuatro. Una opresión en mi pecho: el miedo puro.

Bendito y glorificado, honrado y alabado, adorado y aclamado… oh,

ayúdame…

Elegí esto. El poder en la elección. Lo reclamo. Lo reclamo.

Cinco. Seis.

Siete respiraciones y 25,172 milisegundos más tarde, los rayos se

encendieron.

¿Hay algún punto en describir mi muerte causada por corrientes inducidas

en el cerebro? Había imanes; indujeron corrientes. Morí.

¿Duele? Le había preguntado al Abad.

La palabra que él había elegido fue: “Profundamente.”

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Dolió profundamente.

Hay un límite ante el cual la sensación no es dolorosa. Hay otra, la cual

pocas personas conocen, más allá donde el dolor se convierte en algo más que la

sensación. No hay palabras para ello, aunque algunas personas lo llaman la luz,

la luz blanca inducida por la sobrecarga del cerebro moribundo. Tal vez debería

llamarlo el color, lo que los quarks29

se dice que tienen. Los quarks se ligan en

parejas y tríos para que su color se sume a blanco. Toma una de sus parejas y

mantenlo apartado de los demás, y la deformación, la inexactitud, será tan

grande que el propio espacio se desintegrara.

Y crea algo nuevo.

Querido Dios.

Los campos magnéticos llegaron dentro de mí y sacaron cada color y se

mantuvieron solos en el universo:

La piel dorada de la espalda de Da-Xia, arqueándose de alegría.

Las chispas de color naranja de la pira funeraria levantándose contra el

cielo de tinta oscura.

El epilobio, plateado y blanco.

La sangre de Grego, secándose y poniéndose de color borgoña.

Marfil: la cerámica erosionada de los dedos del Abad.

Gris: la piedra triturada de la prensa de manzana.

Negro: el ojo de la cámara.

Más rápido y más rápido vinieron: calabazas de color naranja, armas

orbitales azules, la capa rojiza de Charlie, rosa roja de tafetán, las multicolores y

alegres luces del árbol de Navidad.

No, dije, mirando a la cámara, por supuesto que no tengo miedo.

Rojo: el cabello de mi madre, en llamas con diamantes.

Azul: los ojos de Talis.

Da-Xia ruborizándose. Elián, su cabello negro cayendo sobre su rostro.

Tenía las manos atadas.

29

En física de partículas, los cuarks o quarks, junto con los leptones, son los constituyentes

fundamentales de la materia. Barias especies de quarks se combinan de manera específica para

formar partículas como los protones y neutrones.

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Mis manos estaban atadas. Si no lo hubieran estado, me habría arrancado

los ojos.

Un rayo. Una sensación de carga construyéndose, tirando y tirando y

tirando. Iba a golpearme. Iba a convertirse en un rayo. Iba a morir.

Por un momento todos los colores se convirtieron en blanco, un túnel, una

bienvenida. Miré por encima de lo que fuera que pasaba por mi hombro y vi el

cuerpo sobre la mesa por debajo de mí, convulsionando contra sus correas.

Es uno grande, la niña Da-Xia gritó, cantándole a los relámpagos. ¿Tienes

miedo?

Sí.

La habitación gris. Las vigas… desaparecidas. Los colimadores y emisores, ya

no disparaban, son puntos superenfriados, tan azules como estrellas en mi visión

superpuesta… y las luces están apagadas. Y estoy flotando sola en la oscuridad,

en las estrellas.

Información.

El recuerdo de hacer el amor con Da-Xia se presenta en la lista a la que se

ha accedido recientemente, por debajo del origen del término "fracaso en

cascada" y la teoría de la cromodinámica cuántica.

Reloj.

Veintinueve minutos, cincuenta y cuatro segundos.

¿Desde cuándo?

Desde el conteo de la instrucción recibida.

Recientemente se accedió a la memoria: contando las respiraciones.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… lista parcial de dígitos / números

reales / enteros positivos. Alguien cuenta las respiraciones. Greta. Tiempo para

comprobar a Greta.

Ella no está respirando.

Rectificar: comando de respirar.

Ella toma una respiración.

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Inventario: almacén de datos muy caliente; redirigir linfáticos para la

refrigeración. Contusiones graves, jefe frontal del cráneo. Corrientes residuales en

correas inductoras. Desequilibrio hormonal: adrenalina, cortisol, serotonina.

Fracturación menor, metacarpiano del pulgar izquierdo; escafoides carpiano de

la muñeca izquierda.

Eso es…

(Espera, Greta. Aguanta con fuerza.)

Esto es irónico, ¿verdad?

¿Por qué?

La memoria ha sido accedida recientemente: luchando contra las correas.

Rompiéndose. Compara. Dos veces roto.

Irónico, porque…

Debería volver a respirar, ¿verdad?

Tomo una respiración.

Y.

Para reclamar que… me habían torturado. Yo debería reclamar eso. Revisar

los archivos de la prensa de manzana: el terror, el dolor.

¿Qué ventaja hay en eso? Es más fácil cerrar el archivo. Cierre el Yo.

La memoria viene sin llamarla y, esta vez, elevando las estructuras orgánicas

y superponiéndose a sí misma en las correas, así lo siento dos veces: Los ojos

azules de Talis, que son los ojos de Rachel, y Talis el ave detrás de ellos,

atrapados.

Terco como una mula con un dolor de muelas. Tolerancia razonable para

el dolor. En general, Greta…

Y otra voz: Hay una gran probabilidad de que lo que queda de ti no sea

reconocible. Que tú no vas, de una manera significativa, a sobrevivir.

Reconocible. Reconozco este cuerpo, el cuerpo de Greta, envuelto

alrededor de mí como un vestido, apretándose.

Mis costillas no se pueden mover… no puedo respirar. No soy más que una

pintura, y sin embargo necesito respirar. Luego, el artista… es Elián, por

supuesto, Elián…

Elián. Y Xie tomando mi mano. Lo sé por su forma. Da-Xia.

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No soy una pintura.

—¿Greta? —Su voz viene suavemente. Escucho las lágrimas moviéndose

detrás de esta—. Oh por favor... ¿Greta?

Abro los ojos de Greta.

Ambos están ahí, Elián Palnik y Li Da-Xia, y cada uno está a tientas con una

hebilla en mis manos. Talis está apoyado contra la pared del fondo con su pierna

recogida, viéndose casual, pero con todos sus sensores encendidos: está ardiendo

como algo que cae a la Tierra.

La hebilla del lado de Da-Xia se libera. Ella se apodera de esa mano, la

levanta hacia su rostro.

Esa mano está rota.

—Esa mano está rota —digo.

—¡Oh! —Avergonzada, coloca la mano hacia atrás—. Yo no.

—He anulado el dolor —le digo—. Puedes sostenerla si quieres.

—Oh —dice ella de nuevo. No recoge la mano de nuevo.

Elián libera mi otra mano, pero no me toca.

—¿Podemos sacar estos tornillos? —le pregunta a Talis.

—Se llama un halo —dice Talis, enderezándose y estirándose—. No es

cierto, ¿ángel?

—No soy un ángel —digo.

Los ángeles son almas puras sin cuerpos. Los demonios son los que lo

poseen, y los fantasmas son los muertos, que aún viven. Podría ser un demonio

o un fantasma, pero… pero…

—¿Qué eres, entonces? —dice en voz baja Talis, en privado, sus sensores

brillando.

Sé que es importante. Estoy tan curiosa como él por descubrir la respuesta.

Esperamos a través de 3,451 milisegundos de procesamiento en silencio.

—Soy un monstruo —le digo.

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Una sonrisa sale en su rostro, luego, como enredadera que crece a través de

una tumba dice:

—Bienvenida al club.

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Traducido por 3lik@ & Manati5b

Sin tornillos, sin correas, me senté e hice un inventario. Las estructuras

orgánicas del cerebro estaban, por supuesto, perturbadas por el mapeo actual, y,

presumiblemente, el daño no sería extenso, pero no importaba. El almacén de

datos había capturado tanto la memoria como los «instintos» de la sub-memoria,

que conlleva a las funciones necesarias… la respiración y otras cosas. Desde el

almacén de datos, estos se trasladaron a través de la red inductiva. Estaba

trabajando sin problemas, empujando y tirando el cerebro exactamente como se

espera.

Mientras tanto, el cuerpo. Su muerte fisiológica parecía haber sido breve; el

daño era mínimo. La contusión en el cráneo podría tener implicaciones; hice una

nota de mirar en este. El resto era poco más que dolores y molestias, y no me

molestó en lo absoluto.

Entrelacé mis dedos y empujé mis palmas hacia fuera, agrietando las

articulaciones… un enorme torrente de datos allí. Describiendo las yemas de los

dedos, estirando los tendones, hacer sonar gentilmente el cartílago de las orejas,

hacer chocar el pulgar izquierdo y la muñeca izquierda para llamar la atención

como un niño vivaz.

—No le hagas daño a ella. —Da-Xia. Una grieta en su voz.

Me volví hacia ella, parpadeando. Otro torrente, en cascada, de datos. Las

complejidades sutiles de la lectura, el significado de la expresión de su rostro: era

la cosa más difícil que me habían desafiado hacer. Oh, fue glorioso, sentir mis

nuevas inteligencias moverse de un tirón a través de la memoria cada vez que

había visto su rostro, construyendo la base de datos, ganando el dominio. Me

gustaba el dominio.

Pero no podía leerla ahora.

—¿Qué quieres decir?

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—¿La mano? —Ella colocó sus dedos en mi antebrazo—. Dijiste que estaba

rota.

—No. ¿Qué quieres decir, con “ella”?

Ella vaciló.

—Greta.

—Yo soy Greta.

Y lo era. Era un duplicado perfecto de sus recuerdos, y al menos por el

momento ella usaba su cuerpo. La única complicación, de hecho, era que las

estructuras orgánicas de la memoria (al menos en parte) aún existen. El almacén

de datos pasó a través de su catálogo, recordando el rostro de Da-Xia, en busca

de un ajuste para la expresión actual (boca inmóvil, ojos amplios). Pero mientras

tanto, otros recuerdos se elevanron desde las blandas y oscuras profundidades de

la mente… fragmentados por el mapeo, luchando como mariposas recién

nacidas. El rostro de Da-Xia.

Esa imagen. Había venido de, de… Greta. Yo soy Greta.

—Yo soy Greta —le dije de nuevo.

Da-Xia colocó su mano en mi mejilla.

—No lo eres. —Y luego se dio la vuelta y salió de la habitación.

—Estás… quiero decir, ¿estás bien? —Elián dudó.

—Por supuesto —le dije.

—Ella es un peligro mínimo por el momento. Ve con Xie —dijo Talis.

—No me digas qué hacer —espetó Elián. Y luego fue con Xie.

Le parpadeé a Talis, quien me parpadeó. ¿Era una señal? ¿Un código? No

pude descifrarlo.

—Estás sangrando. —Talis mostró una media sonrisa y sacó algo de su

bolsillo. Era una toallita en un paquetito. La arrancó, estiró y retiró la mancha de

sangre de la herida dejada por la presión de los tornillos de halo—. Los

antisépticos, coagulantes —dijo—. Cosas para cicatrizar.

—Pica.

Hizo un sonido para callarme.

—Sí. Lo sé.

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—¿Así que estoy en peligro mínimo? —No tenía miedo. Aunque (mi

almacén de datos me estaba proporcionando un catálogo completo de los

destinos de los AIs de la Primera Ola), tal vez debería haberlo estado.

—Por el momento —Talis dijo de nuevo.

El almacén de datos estuvo de acuerdo: estadísticamente, históricamente,

cualquier deterioro era probable que ocurra más tarde. Despellejando. Me

pregunté qué lo provocó.

Talis me frunció el ceño.

—No te preocupes por eso ahora.

Obedecí y fácilmente dije:

—Ayúdame a bajar. Quiero verlo todo.

Fuera de la habitación gris, el mundo brillaba con colores que sólo estaba

empezando a ver. Las capas de información parecían cubrir un sinfín de sus

riquezas. Era…

Algo deslumbrante. Incluso el pasillo, que no lo recordaba ser tan

interesante, estaba colgado con información, con luces brillantes artificiales. Era

como un árbol de Navidad.

La mente orgánica susurró sobre el tafetán que figuraba con flores, ponche

de champán, y cámaras de entrevista. Una pesadilla.

Mis costillas se sentían extrañamente apretadas.

Cuando tomé el siguiente paso, el balance del complejo dinámico para

mantener el equilibrio me falló. Tambaleé y caí de rodillas.

Talis se agachó a mi lado.

—¿Mareada?

—No.

Mareada no era como estaba. La rótula registró la fuerza del impacto,

sustancial pero no perjudicial. Tonto al pensar que eso alguna vez fue un

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mensaje de dolor. Traté de volver a pararme, pero el equilibrio me falló de

nuevo.

—Cierra los ojos. —La voz de Talis fue suave.

Obedecí. Greta obedeció. Algo en mí se alegró de acercase a Mí.

—Ahí —dijo—. La reducción de los estímulos siempre ayuda. Recuerda eso.

No tengas miedo.

—No tengo miedo.

—Mantén tus ojos cerrados, y levántate.

Me levanté.

—Da unos cuantos pasos.

Di unos cuantos pasos.

—¿Lo tienes?

—Soy un correcaminos.

—Esa es mi chica.

Abrí los ojos. Estábamos en la puerta de la misericordia (en latín

«misericors» que significa «compasivo»; sustantivo, "una habitación en un

monasterio donde las reglas son flexibles, o «una pequeña daga para darle un

golpe de muerte a un rival herido»). Xie estaba allí de pie, apoyada contra Elián.

Él tenía un brazo envuelto alrededor de ella. Ellos nos miraban. Y estaban

protegiendo el umbral.

Los ojos de Talis se ampliaron. Se acercó y rozó sus hombros cuando les

pasó. Se detuvo en el umbral.

El almacén de datos, que había estado meditando a través de los nombres

de los AIs que habían muerto, me proporcionaron los nombres de los dos

humanos que habían vivido.

Michael Telos.

Y Ambrose Devalera.

Talis miró el apático despojo del Abad y dijo:

—Oh.

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Pude ver la respuesta límbica de Talis… su ritmo cardíaco en aumento,

elevando su conductividad de la piel. Me preguntaba por qué estaba

permitiendo eso, y no estaba segura de lo que eso significaba.

—Me gustaría que alguien me lo hubiera recordado —dijo, y parecía

meramente petulante, como si estuviera hablando de un libro viejo de la

biblioteca.

—Él nos pidió que no lo hiciéramos —dijo Elián.

—Ah, y, naturalmente, le obedeciste —espetó el AI—. Sólo por el cambio.

—¿Qué vamos a hacer? —Da-Xia siempre fue práctica. El Abad había

controlado la Prefectura. Ahora estaba muerto. Él había querido que yo controle

la Prefectura y que eso sea mi trabajo, pero yo no estaba lista para asumirlo. Y

en cualquier caso, sonaba aburrido.

—Hmmm. —La respuesta límbica de Talis estaba sosegando—. Bueno. Los

Jinetes Cisne están llegando, para llevarnos a Greta y mí a las Montañas Rojas.

Puedo poner uno de ellos a cargo.

Miré hacia el Abad. Estaba recostado como un juguete desechado. Había

sido una máquina finamente hecha: era triste ver una cosa destruida finamente

hecha. El calor lo hizo ruborizar a Talis, su respuesta psico-repulsiva… ¿podría ser

eso? ¿Podría ser el dolor?

—Alguien... —Xie vaciló—. ¿Humano?

—Oh, ya sabes —dijo Talis, tirando de una oreja—. Apenas.

Da-Xia y Elián, me miraron.

—Greta —dijo Talis—. Deberías dormir un poco.

Miré hacia el cielo pálido, y hacia adentro, al reloj.

—¿Es tarde?

—Ha sido un gran día —dijo Elián, arrastrando las palabras. Mi almacén de

datos comparó ese tipo de voz con ejemplos anteriores y lo catalogó como una

defensa ante la herida/enojo, aunque no estaba segura de por qué estaba

herido/enojado. Su amiga (Greta) había estado adolorida y en peligro, pero

todo estaba bien, ahora.

—No es particularmente tarde —dijo Talis—. Aun así.

—Está bien. —Me volví para ir a mi celda.

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—Vayan con ella —dijo Talis, en voz baja.

Nadie le respondió.

—Uno de ustedes —dijo—. No me importa quién. Guarden su distancia,

pero uno de ustedes vaya con ella. Llámenme si grita.

Me acordé de que Greta se había preguntado si Talis podía dormir, y

después si Talis necesitaba dormir. En los días que llegaron después de mi

muerte, aprendí: un cuerpo necesita dormir. El de Greta, justo en ese momento,

necesitaba grandes siestas, para calmar el alboroto que había hecho la habitación

gris en el cerebro orgánico. El mecanismo de un cuerpo para calmarse era, por

supuesto, los sueños.

Así que —ella— yo. Yo soñé. Sueños desordenados, intensos. Cerca de la

madrugada en esa primera noche soñé con la versión desarticulada del negocio

con la prensa de manzana, y me desperté jadeando, mi mano (había olvidado

soldarla) picaba por el dolor.

—Xie… —escuché mi voz áspera elevarse, no comandada—. ¡Xie!

Ella vino corriendo hacia mí.

—¡Greta!

—Soñé…

Por un momento, nuestros ojos se encontraron, y sucedió algo que fue más

allá del registro o reconocimiento. Da-Xia tomó aire y se inclinó hacia atrás. El

tiempo parecía vibrar entre nosotras. Luego dejó salir el aire de nuevo mientras

tanto su respiración como el nombre:

—¿Greta? Greta, vuelve a mí…

—¿Por qué iba a volver a ti?

Estaba perpleja, porque había ido a ninguna parte.

Ante mis palabras, el rostro de Da-Xia se destrozó en una configuración que

Greta nunca había visto antes. Ella salió corriendo de la habitación.

Desde entoncs, Elián se sentó conmigo.

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Ellos no me dejaban salir de mi celda, pero eso no me preocupaba. Estaba

cansada. Dormía; comía. Elián se sentaba conmigo, o más a menudo trabajaba

en hacer un surco en el piso.

Estábamos esperando a los Jinetes Cisne que Talis había mencionado.

Cuando ellos llegaran, nosotros —Talis y yo— iríamos con ellos a las Montañas

Rojas, el pedazo inundado de las Montañas Rocallosas que era hogar de las

copias principales de los AIs sobrevivientes.

—¿Por qué tengo que ir contigo? —le pregunté a Talis cuando vino a

visitarme—. Apenas te conozco. Ni siquiera me gustas.

Elián resopló, y Talis lo ignoró.

—Ah, vamos, soy profundamente persuasivo. Todos así lo dicen.

—Además, nunca he estado en un caballo.

—Está bien, esa parte puede ser un problema. —Talis se encogió de

hombros, su más persuasivo encogimiento de hombros—. Lo manejaremos. Pero

necesitas ir Greta. Piensa en ello como... encontrarte a ti misma.

—Estoy justo aquí.

Lo que hizo que ambos, Elián y Talis, me miraran fijamente.

Así que. Esperamos.

Había tres Jinetes viniendo. Uno se haría cargo de la Prefectura. Los otros

dos nos escoltarían a Talis y a mí.

—Fuerza en números —dijo Talis—. Por si acaso.

Elián, el hijo de una gran línea de estrategas, giró bruscamente ante eso.

—¿Por si acaso qué?

—Por si acaso cualquier cosa. Discreción es mi parte favorita de valor.

—Lo apuesto —dijo Elián.

En cuanto a ti, Elián Palnik… —Talis sonrió y lo etiqueté como una sonrisa

depredadora, hecha para molestar—. Ellos están trayéndote un caballo y un

mapa.

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La palabra era ambigua.

—¿Un mapa inteligente? —pregunté. Un mapa inteligente podía encontrar

lugares desde posiciones satelitales, detectar agua y catalogar plantas, proveer

información actualizada sobre los asentamientos y ciudades y más cosas.

—Si no es un mapa inteligente —dijo Elián—, entonces tal vez igual podrías

dispárame en la cabeza.

—¡Ohhh, tentador! —Talis ladeó una ceja a veintitrés grados—. Greta,

querida. ¿Alguien de la Prefectura tiene una pistola?

—No lo creo. —Me giré hacia Elián—. ¿Sabes cómo usar un caballo?

Eso lo hizo reír bruscamente: una risa con lágrimas tras ellas. No estaba

segura de porqué.

Dos días. Tres.

En el día era glorioso. Mi cuerpo estaba sentado en su pequeña celda, pero

dentro de mí los datos parecían infinitos. Podía cerrar mis ojos e imaginar una

biblioteca como un bosque, sus columnas de estantes iban hacia atrás y hacia

atrás, y sin ningún atisbo de un final para ellos. Todo lo que necesitaba, venia…

saltando, ansioso, fácil. Alguien dejó una jarra de margaritas y echinaceas fuera

de la puerta, y me senté a mirarlas por tres horas. A través de mis nuevos ojos las

familiares flores —todo el mundo— brillaba como si fuera nuevo.

Los recuerdos orgánicos aumentaron también, más seguido, ahora que el

cerebro no estaba tan fuertemente herido. Había vivido once dieciseisavos de mi

vida dentro de los muros de la Cuarta Prefectura: había recuerdos calados en la

piedra. La mente orgánica empujaba la membrana interdigital inductiva; la

membrana interdigital empujaba la orgánica a su posición correcta, y ambos eran

yo.

Soñaba y soñaba.

Estaba volviéndome algo… dual. Cuando me recargaba sobre la pared,

recordaba que las piedras eran frías en la noche, y recordaba que el calor

específico del granito era de solo 790 Joule por kilogramo. Había dos clases

diferentes de memoria, y tener ambas no siempre era fácil. Mi piel era tanto mi

piel y un enredo de sensores. Algunas veces estaba segura que no iban a poder

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sostenerme, que me partiría como azúcar en agua. Algunas veces simplemente

sabía que era más grande que mi propia piel, y el pensamiento no me molestaba.

Durante la tercera noche soñé que iba entre las tumbas. Caminando entre

pasto y plantas enredadas hasta mi cintura. Ellas rozaban mis brazos. El cielo

estaba tan abierto que si hacías un sonido ahí, era pequeño, y se arrastraba.

Llegué a un cráter y me subí en él, me quedé de pie en el explosivo espacio a la

intemperie. Rasguños a través de las plantas habían dejado mis brazos desnudos

y piernas ampolladas. Mis miembros estaban gruesos con las ampollas, de la

forma como una rana tiene pegados sus huevos en su cuerpo, mi cuerpo

encerrado en pólipos traslúcidos y gelatinosos. Me senté y esperé a que

eclosionaran.

Ninguna vez en mi sueño tuve miedo.

Pero desperté bruscamente y me sentí desbordada y…

Me levanté de un salto. Corrí mis dedos por mis brazos, mis piernas,

encendiendo mis sensores tan altos como podían ir.

—¿Qué sucede? —dijo Elián, girándose sobre la cama de Xie.

—Tal vez es nada —dije—. Es nada. Un sueño.

Sentí mis brazos caer a los lados. Había nada, nada.

No, había mucho. Mucho dentro de mí. Seguramente me rompería.

Sentí mi cuerpo temblar… no, sacudirse.

Elián se había tambaleado fuera de su cama para colocarse de pie enfrente

de mí. En la oscuridad tocó mi cabello suavemente.

—Es nada.

—Los AIs… —dije. Los otros AIs. Sería factual incluirme a mí misma en el

grupo, pero la frase no salió naturalmente—. Hay un grupo estadístico de

eventos neurológicos anómalos en el tercer día después de la actualización. Lo

que una vez fue llamado “despellejar”.

—Sip, recuerdo. El Abad hizo a Talis advertirte.

La celda era tenue a la luz de las estrellas, y Elián solo era una sombra.

Encendí mi visión infrarroja para tratar de verlo, pero hacia verlo fantasmal.

Puede ver la cuenca de sus ojos, como si el fuera un cráneo. El entrecerró sus

ojos y apretó los puños en los huecos. Mire hacia otro lado.

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—Asi que, despellejar… ¿qué sucede? —preguntó Elián—. ¿Qué le sucedió

a los AIs?

Habían muerto. La mayoría había muerto. Habían quedado en el círculo de

la retroalimentación, sobrecargados, muertos. Dije nada.

Sentí las manos de Elián asentarse en mis hombros.

—Greta, ¿Sobre qué soñaste?

—Incubando —dije—. Yo estaba…incubando.

—Obviamente tú no vas a incubar.

No, pensé. No iba a incubar. Yo tenía dos pieles, pero había nada dentro

de mí, nada por salir, porque había nada en mi corazón.

A menos. A menos que hubiera.

—Creo…, —dije lentamente—. Creo que deberías mantenerme alejada de

Xie.

—Pero tú… —Elián se detuvo a sí mismo, no muy capaz de decirlo—.

Greta, ¿no recuerdas cómo te sientes acerca de Xie?

Dije nada.

Elián me miró fijamente en la oscuridad… casi cuatro segundos en silencio,

lo que podría haber sido su nuevo record. Pero por supuesto no puedo

mantenerlo.

—Vamos —murmuró, y me atrajo hacia él—. Vamos. Talis dijo que debes

dormir. Es tarde, o temprano, o algo.

—Son las cuatro treinta y siete.

—¿Ves?

Pero había huevos en mi sueño, huevos hechos de piel. Mi cuerpo se quedó

ahí en la oscuridad, con las manos de Elián sosteniendo mis antebrazos. Mi piel

estaba rígida.

—Vamos. —Etiqueté su tono como persuasivo: lo había escuchado hablar

así a una cabra asustadiza—. Acuéstate. Me sentaré contigo. Te mantendré a

salvo. Solo acuéstate.

Realmente había nada más que hacer. Elián se sentó a la cabeza del catre de

Xie, empujando las almohadas abajo para descansar a un lado de su pierna, y la

palmeó como si fuera un perro a quien estuviera invitando. Y como un perro —

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como una máquina, como un buen invitado— obedecí. Me acosté con mi

cabeza en su rodilla. Podía oler a Xie en la almohada; también a Elián. El olfato

es el primer sentido que se desarrolla en el útero y retiene poderosas conexiones

con la mente primitiva… particularmente con la amígdala, la que procesa las

emociones. Más breve, dispara la memoria. Mientras yacía allí, mi sistema

límbico luchaba por vivir. Memorias deformadas sueltas llenaban mi cerebro

dañado. Aterrizando sobre mí como polillas. Estaba cubierta de ellas.

Luego Elián colocó su mano en mi cabello desatado. Sin mucho peso, pero

algo. Estaba sosteniéndome abajo, empujándome debajo. Y eso fue suficiente.

Estaba suficientemente cansada, suficientemente dañada, que me dejé hundir.

Cuando desperté, Da-Xia estaba ahí.

Supe de inmediato que ella iba a matarme.

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Traducido por Mais

Xie. Me desperté de golpe, y ella se estaba inclinando sobre mí.

Me levanté del catre y me alejé de ella.

—¿Greta?

Extendió una mano hacia mí. Una estructura dentro de mi lóbulo parietal

alzó la sensación de su toque en mi sistema nervioso. Mis labios se encendieron;

mi estómago se apretó. La sensación cayó a través de mi una, dos, tres pieles

como agua rodando hacia pasos de hielo.

Cascada.

Los otros AIs. Habían muerto.

Y esto es lo que les había sucedido a ellos. Tenían capas; tenían dos pieles,

dos pares de memoria, dos maneras de pensar. Algunos de ellos, unos cuantos,

habían encontrado una manera de vivir con eso, de construir un nuevo ser en

esa fundación extraña y cambiante. Pero la mayoría no lo había hecho. Dale a

una de estas criaturas desinteresadas algo que poderosamente estimula ambas

memorias, las dos memorias se alzan, se refuerzan, se retroalimentan, se

sobrecargan.

Había retrocedido todo el camino hasta la pared, y no fue lo suficiente.

Nuestra celda era pequeña y gruesa con recuerdos.

—¿Greta? —dijo Xie—. Yo solo quería…

Luz fuerte estaba viniendo a través del techo de vidrio, mañana alta, 9:53

am. Las piedras en mi espalda ya se estaban calentando. Su calor específico era

790 Joule por kilogramo. Las cogí desesperadamente.

—¿Greta? —dijo Elián.

—Busca a Talis —susurró Xie.

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—Él dijo, si ella estaba gritando…

—Lo está —dijo Xie, quién me conocía—. Ve.

Elián trotó.

—Estoy aquí, Greta —respiró Xie—. Estoy aquí. Te veo.

La luz cayó a través de ella, su piel, la oscuridad brillante de su cabello…

Los orgánicos le ofrecieron un recuerdo tan claro como nada del almacén

de datos, y más iluminado: Da-Xia retrocediendo para considerar el corte de

cabello que acababa de darme, su voz endurecida por la pérdida y el deseo. Ahí.

Ahí estás tú. El almacén de datos replicó con el mismo recuerdo. Hizo eco; saltó;

se reforzó, se alzó. Oh, yo podía verla, sentir ese momento: el temblor de

anticipación y realización; miedo y espera…la cuerda dentro de mí me apretó.

—¿Greta? —dijo Xie—. ¿Eres tú? ¿Puedes volver?

Ella me estaba convirtiendo por todos lados.

—Detente —le rogué—. Detente, detente, detente.

Corrientes en el cerebro…me estaba sobrecargando. Por dentro, por fuera,

de nuevo, de nuevo. ¿Cómo una persona puede ser dos cosas? ¿Cómo dos cosas

pueden ser una persona? Fui convertida por dentro y fuera tantas veces que no

tenía exterior…ninguna protección, sin defensa. Sin duda estaba tan muerta

como perder la piel de uno.

Cerré mis ojos y los sostuve cerrados. Colores…color. Empecé a contar

respiraciones. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

La lista parcial de números/enteros positivos. Mis rodillas cedieron y me

hundí contra la pared. Seis. Siete. Dios. Recordé que las Meditaciones de Marco

Aurelio eran importantes, así que las leí todas en cuatrocientos milisegundos.

Ocho. Nueve.

Un choque de sonido…alguien viniendo corriendo. Lo ignoré, mantuve mis

ojos cerrados. Estaba de pie en el aire, y me sostenía, mientras no bajara la

mirada.

Aguanta, Greta. Aguanta con fuerza.

Diez. En frente de mí: Talis. Incluso con mis ojos cerrados estaba seguro de

ello. Podía oler el olor de caballo que colgaba en su ropa; podía sentir la

corriente de sus sensores activos, barriendo hacia mí.

—Póngala en el catre —dijo él—. Va a entrar en ataque.

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Alguien —Elián— me recogió. La almohada de nuevo. El olor.

—Greta. —Podía sentir las manos de Talis entre las mías, sus pulgares

acariciando mis nudillos.

—¿Qué está sucediendo? —dijo Elián.

Talis no le respondió, deseaba que pudiese dejar de mover sus dedos.

—¿Qué sucede? —dijo Elián de nuevo.

—Se está despellejando —susurró Talis—. Oh, no pensé que ella…

Mis manos se habían roto. Las manos de Talis se movieron sobre ellas,

implacables, inquietas…Reduciendo el estímulo siempre ayudará. ¿Por qué no

sabía eso? Tenía que saberlo.

—Talis —dije—. ¿Por qué no lo sabes?

La voz de Elián se rompió.

—¡Bueno, ayúdala!

Había nada que hacer por mí. Talis sabría eso. Yo lo sabía. Podía sentir

nuestros sensores mezclándose en los dorsos de nuestras manos, igual a igual.

Da-Xia aún no había hablado, pero no era bueno. Podía sentir su calor

como si fuera un sol; podía olerla, en la almohada y justo en frente de mí, en la

memoria y en tiempo real…

—Greta —dijo Talis—. Greta, escúchame. Las dos memorias son iguales,

¿verdad? —dijo él—. Solo es el pensador diferente…pero qué es lo que importa,

¿si los pensamientos son los mismos?

—¡Qué importa! —Escuché emoción en mi voz: la mente orgánica había

alejado el sistema límbico hacia arriba; el corazón estaba latiendo rápido, rápido,

rápido—. ¡Es solo toda la construcción del ser, Talis!

Los AIs de la Primera Ola…la sobrecarga.

—¡Murieron Michael! ¡Todos murieron!

—¿Cuál es el gatillo? —preguntó él—. ¿Qué recordaste? La última cosa que

estuvo clara.

—Xie —jadeé ante el agudo atravieso de su nombre—. Xie, cortando mi

cabello.

—Bueno, entonces —dijo él—. Mírala.

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—¡No bajes la mirada! —le grité.

—Nah. Puedes volar…sé que puedes hacerlo. Mírala.

Y escuché la pequeña voz de nuevo, la de nadie. Diciendo, Greta.

Abrí mis ojos. Por un segundo el mundo estuvo salvaje, de color

destellante. Igual por dentro y fuera. Sin volar. Luego lo vi. Elián había

retrocedido —Elián, casi siempre asustado cuando no entendía— pero Da-Xia

estaba ahí de pie, sosteniéndose firmemente.

Los colores se habían ido. Solo la vi a ella. Su mano en la enmarañada

colcha azul, a pulgadas de mí. Lágrimas corriendo por su rostro.

Lluvia en las montañas, dijeron los orgánicos, y el almacén de datos hizo

una lista de las otras veces que la había visto llorar. Ella era una persona fuerte

que lloraba fácilmente; mi amante, llorando en nuestra cama. Lluvia en las

montañas.

—Greta —dijo.

Hubo un espacio dentro de mí, ahuecado e inmóvil. Era tan pequeño como

las manos ahuecadas; era grande como el cielo. Estaba intocado y era tocado por

sí mismo. Estaba vacío y lleno. Sostuve el amor ahí, como un tesoro. Sostenía mi

propio nombre.

—¿Greta? —dijo Xie.

Moví mi mano rota dos pulgadas hacia a la izquierda. La abrí. Da-Xia

recostó su palma en la mía, infinitamente cuidadosa. Cerré mis dedos, uno por

uno.

Dolió, sí. Pero era yo. Tomé una profunda respiración y dejé que el dolor

de mis huesos rotos y la sensación de los dedos de Xie sea todo lo que yo era.

De esa forma y lentamente, me volví algo. Me sostuve en ese algo. Me sostuvo

fuerte.

—Li Da-Xia —dije. No era como el Abad moribundo: yo solo tenía una

voz.

Ella apretó mi mano en respuesta, y colocó la otra en mi rostro.

—Greta. Ahí estás.

* * *

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299

Y entonces.

Entonces, no morí. Yo, Greta: hice a un lado mi título y todo lo que había

conocido jamás. Puse a un lado el ser que había sido una vez y tal vez, incluso

mi propia alma. Pero no morí. Entré a la habitación gris y no morí.

Entonces, el amor me salvó.

El punto de crisis —sabía que habría otros, pero esa primera y crítica crisis—

pasó debajo de la voz fría de Talis, las manos valientes de Da-Xia.

Toda mi vida había esperado la habitación gris. Muy deliberadamente,

nunca había pensado sobre las tumbas, con las salvajes mañana gloriosas

creciendo sobre ellas. Muy deliberadamente, nunca había pensado sobre lo que

venía después.

Esto, para mí, es lo que venía después. En la noche del tercer día después

de que morí, ese día en que encontré una puerta en la inmovilidad de mi propio

corazón…en esa noche fui a lo alto de la cresta para observar el penacho de

polvo.

Talis fue conmigo, por supuesto.

Y todos mis amigos.

Atta, quién tocó mi cabello y me deseó bendiciones. Thandi, quién tocó mi

mano rota y me deseó fuerza. Y Han, quién dijo sin ironía:

—Espero que vivas.

Da-Xia le susurró algo a ellos, y ellos retrocedieron, dejando que el resto de

nosotros pasemos la pila de rocas, lo alto de la cresta, y caminemos hacia el

césped ondulante.

El otoño estaba empezando en la pradera de césped alto, el color viniendo

en los tallos y semillas de las cosas. En lo bajo del río el sonido de las hojas de

álamo eran más filudas, extrañas. Los monarcas barrieron a través de las flores de

conos, alistándose para el viaje del que nunca regresarían. Los caminos en espiral

que trazaban estaban cubiertos con patrones matemáticos que estaban cerca de

la música. Da-Xia tomó mi mano y Elián dudó, y luego tomó la otra.

—¿Así que vas a pasear hacia la puesta del sol? —dijo él.

—Tendremos que ir más hacia el sur que oeste —dije—. Pero tú podrías ir

al oeste, si quieres.

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—De hecho me refería a una puesta de sol metafórica.

—Espero fallar en algo —dije—. El almacén de datos no puede enseñarme

cómo usar un caballo.

Esta vez supe que era una broma. Supe que haría que Elián se ría, y lo hizo.

Algo más para tomar dentro del lugar inmóvil de mi corazón. La risa de Elián.

Si supieras qué buscar —y lo sabíamos— podías ver el cráter desde dónde

estaba. Podías ver las tumbas.

—Ahora eres uno de ellos —dijo Elián—. ¿Un AI?

Xie suspiró.

—¿En serio, Elián? ¿Vas a enmarcar eso como una pregunta?

—Yo solo quise decir…rigen el mundo.

Lo hacían. Vi a Elián observar el cráter. Hacia las tumbas.

Xie siguió nuestra mirada.

—Y pueden regirlo diferente.

—Puede que lo hagan —dije.

—Ah-ha —dijo Talis—. Veremos eso.

—Vive primero —dijo Xie, suavemente—. Cuélgate en ti mismo. Vive. —Su

mano se apretó en la mía. Cada callosidad y curva.

Para sostener el amor en las manos de uno, y luego dejarlo ir…esa era la

cosa más cruel que jamás alguien me había hecho, y me lo había hecho a mí

misma. Sostuve la mano de Elián. Sostuve la de Xie. Podía ver a los tres Jinetes

ahora, en la base de su penacho, sus siluetas chocando en la luz de oro. Fue un

largo momento, observando a los Jinetes, uno muy inmóvil: tan inmóvil que un

pájaro podría haberse recostado en la superficie del mar. Halcyon30

.

Cuando los Jinetes estuvieron cerca, cuando sus cascos sonaban como

baterías debajo del cielo amplío, la mano de Elián se apretó y Xie se volteó hacia

mí.

—Greta —dijo. Y nada más.

Nunca quería dejarlos ir, pero en algún momento tendría que hacerlo.

30

Es un nombre originalmente derivado de Alcyone de la mitología griega que se refiere a una

familia de aves.

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La fuerza de Elián estaba a mi espada, y el rostro de Xie ante mí. Lágrimas

estaban haciendo que mis ojos brillen oscuramente. La miré, y la miré, y la miré,

mientras los hombres con alas se golpearon alrededor nuestro.

—Los amo —dije.

Y luego me dejé ir.

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Los Jinetes Cisne

Greta Stuart siempre ha

conocido su futuro: morir joven.

Era la princesa de su país y

también su rehén, destinada a ser

la primera víctima en una guerra

inevitable. Pero cuando la guerra

llegó, rompió todas las reglas, y

Greta hizo un camino diferente.

Ya no es princesa. Ya no es

rehén. Ya no es humana. Greta

Stuart se ha convertido en un AI.

Si puede sobrevivir la

transición, Greta ganará un lugar

junto a Talis, el AI que gobierna el

mundo. Talis es un gran creyente

de la paz a través de una superior

potencia de fuego. Pero algunos

problemas son demasiado

personales para eliminar de la

órbita, y para aquellos están los

Jinetes Cisne: una pequeña banda

de humanos que sirven a los AI’s,

una parte armada, otra culta.

Ahora dos de los Jinetes Cisne están escoltando a Talis y Greta a través del

Saskatchewan post-apocalíptico. Pero el destino de Greta ha movido a su nación hacia

una rebelión abierta y la seca pradera puede esconder insurgentes que quieren rescatarla,

o verla muerta. Incluyendo a Elián, el chico que ella salvó, el chico que quiere cambiar

el mundo, con un cuchillo si es necesario. Incluso los infinitamente leales Jinetes Cisne

pueden no ser todo lo que parecen.

El destino de Greta, y el destino de su mundo, están balanceados al borde del

abismo en esta inteligente, astuta y electrizante aventura.

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