"esta noche no" jose luis gonzalez nueva york y otras desgracias

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128 1 I I Esta noche no mas cerca. Asom6 ligeramente la cabeza. Como a veinte metros pudo verla. Era una mujer de calla menuda- y venia, efectivameme, sola. Miraba hacia arras cada dos o tres pasos, como terniendo algo. Marcelino volvi6 a oculrar su cabeza. Transcurrieron unos segundos. EI apresurado taconeo resonaba ahora en sus oidos: toe, toe, toe, Ya estaria a unos cinco pasos. Marcelino adelan, t6 un pie hacia la acera, contrafdos instimivamente todos los rmisculos de su cuerpo. Toe, toe, toe, iAhora! Pero el impulso fue demasiado grande y el encontronazo los derrib6 a los dos. La mana del hombre se extendi6 hasta la de la mujer y los dedos aferraron la cartera. Uri tiron basta para arrebatarsela. Pero en ese instante, mientras el se incorporaba casi de un saito, la vfctirna, atenazada aun por el terror, grit6: -iAy Dies mlo, bendito! Y Marcelino, cori la cartera en la mano, de pie junto a su victima, se sintio subitarnente paralizado. EI grito, proferido en claro espafiol, Ie golpe6 el oldo y Ie lIego como una tempesrad hasra el cerebro. Y alli estall6 en una increible imagen relampagueante: la vision deuna anciana a la puerta de un ranchito naufrago en el oceano verde del canaveral -toda la angustia inmemorial veni- da asf de golpe a un solo hombre y en ese solo hombre re- sumida, en una fraccion de instanre imposible de medir. La carrera cay6 juntO al cuerpo de la mujer. Esta rniro al hombre desde el suelo, con ojos agrandados aun por el espanto. Marcelino rerrocedio dos pasos, se llevo las rnanos a la cara y dejo escapar un alarido como de bestia supliciada. Luego emprendi6 una carrera desesperada por la calle oscura, tropezando al perder un zapato, cho- cando con los postes y los tachos de basura, hasta desapa- recer en una esquina con aquel grito espeluznante que- brado al fin en un ronco sollozo de animal arormenrado, (1948) A RENE MARQUES La llama se vacio con un sonido de disparo y luego el aro de metal de la rueda golpe6 sobre el asfalro hasta que el aurornovil se detuvo a la orilla dela carretera, en medio de la llanura seca y parda como un cuero rostado por el sol. EI hombre que iba conduciendo abrio la portezuela y sali6 a examinar la averfa. Estaba de pie junto a la -Ilanra desinflada, los brazos en jarras y los labios reple- gados sobre la denradura en una mueca de conrrariedad, cuando la muchacha, que habia descendido del vehiculo por el otro lado, se acerco, Lo mir6 a el antes que a la llanta, como buscando medir por la expresi6n del hom- bre la gravedad de la averfa. -Mala suerre -dijo, en ingles=-. (Que podremos hacer ahora? El hombre se abstuvo de responder y aparro la mira- da de la llanta para dirigirla hacia uno y otro senrido de la carrerera recta y desierta. A conrinuacion escudrifio la llanura a traves de la atmosfera transparente y densa como crisral fundido que 10oblig6 a emornar casi en se- i.e;- '::;_' .. 129

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El cuento "esta noche no" de autor puertorriqueño Jose Luis Gonzalez. Este cuento fue digitalizado del libro "Nueva york y otras desgracias". Existe tambien dentro del linro titulado "cuentos completos"

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128 1II Esta noche no

mas cerca. Asom6 ligeramente la cabeza. Como a veintemetros pudo verla. Era una mujer de calla menuda- yvenia, efectivameme, sola. Miraba hacia arras cada doso tres pasos, como terniendo algo. Marcelino volvi6 aoculrar su cabeza. Transcurrieron unos segundos. EIapresurado taconeo resonaba ahora en sus oidos: toe,toe, toe, Ya estaria a unos cinco pasos. Marcelino adelan,t6 un pie hacia la acera, contrafdos instimivamente todoslos rmisculos de su cuerpo. Toe, toe, toe, iAhora! Pero elimpulso fue demasiado grande y el encontronazo losderrib6 a los dos. La mana del hombre se extendi6 hastala de la mujer y los dedos aferraron la cartera. Uri tironbasta para arrebatarsela. Pero en ese instante, mientrasel se incorporaba casi de un saito, la vfctirna, atenazadaaun por el terror, grit6:

-iAy Dies mlo, bendito!Y Marcelino, cori la cartera en la mano, de pie junto

a su victima, se sintio subitarnente paralizado. EI grito,proferido en claro espafiol, Ie golpe6 el oldo y Ie lIegocomo una tempesrad hasra el cerebro. Y alli estall6 enuna increible imagen relampagueante: la vision deunaanciana a la puerta de un ranchito naufrago en el oceanoverde del canaveral -toda la angustia inmemorial veni-da asf de golpe a un solo hombre y en ese solo hombre re-sumida, en una fraccion de instanre imposible de medir.

La carrera cay6 juntO al cuerpo de la mujer. Esta rniroal hombre desde el suelo, con ojos agrandados aun porel espanto. Marcelino rerrocedio dos pasos, se llevo lasrnanos a la cara y dejo escapar un alarido como de bestiasupliciada. Luego emprendi6 una carrera desesperadapor la calle oscura, tropezando al perder un zapato, cho-cando con los postes y los tachos de basura, hasta desapa-recer en una esquina con aquel grito espeluznante que-brado al fin en un ronco sollozo de animal arormenrado,( 1948)

A RENE MARQUES

La llama se vacio con un sonido de disparo y luego el arode metal de la rueda golpe6 sobre el asfalro hasta queel aurornovil se detuvo a la orilla dela carretera, en mediode la llanura seca y parda como un cuero rostado por elsol. EI hombre que iba conduciendo abrio la portezuelay sali6 a examinar la averfa. Estaba de pie junto a la-Ilanra desinflada, los brazos en jarras y los labios reple-gados sobre la denradura en una mueca de conrrariedad,cuando la muchacha, que habia descendido del vehiculopor el otro lado, se acerco, Lo mir6 a el antes que a lallanta, como buscando medir por la expresi6n del hom-bre la gravedad de la averfa.

-Mala suerre -dijo, en ingles=-. (Que podremoshacer ahora?El hombre se abstuvo de responder y aparro la mira-

da de la llanta para dirigirla hacia uno y otro senridode la carrerera recta y desierta. A conrinuacion escudrifiola llanura a traves de la atmosfera transparente y densacomo crisral fundido que 10oblig6 a emornar casi en se-

i.e;- '::;_' ..

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guida los ojos lasrimados. La visi6n de los cacros quealzaban sus brazos espinosos como inm6viles criaturassuplicames permanecia aun en sus retinas cuando sevolvi6 hacia la muchacha y la observ6 durante unossegundos antes de contesrar por fin a su pregunta:

-No se que podremos hacer, Ginny. Sencillameme no10 se.

La orra pareja, que ocupaba el reducido asienro traserodel cupe, descendio tarnbien. EI hombre, que era gordo,tuvo dificulrad para pasar entre los dos asientos. Tantoel como ella vestian pantalones, y la gordura redonda,feminoide, del hombre hacla dificil distinguirlos a dis-tancia por derras. S6lo el pelo largo de ella, cuando no 10llevaba recogido, ayudaba a veces. Se allegaron tam biena la llanta desinflada y, despues de conternplarla unosinstantes, el gordo Ie dijo al hombre que habia descen-dido primero y que se llamaba George:

-Sera cuesrion de unos minutos, cno?EI otro 10mir6 de traves y replic6, como conteniendoss

para no decir algo peor:-Sin duda ... si ni sacas otra llanta del aire.-iEsra bien, George, esra bien! -dijo la mujer de

pantalones-. Por eso no hay que ...-iOh, por amor de Crista! -casi grit6 George, cor-

tando la proresta de la mujer con un manotazo en elaire. Ella frunci6 los labios y se meti6 las manos en losbolsillos del pantal6n y se ca1l6.

-George -dijo entonces la muchacha, suavemente.-cQue?-cPodrfamos saber ...-iSf, claro que pueden saber! [Pueden saberlo todo!

Se nos acaba de reventar la ultima Ilanta de repuesro,son las cuatro de la tarde del quince de agos ...

-iGeorge!Despues permanecieron en silencio unos minutos,

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George volvi6 a mirar sobre ambos rumbos de la carre-tera, siempre desierta, .-iBah! -dijo el otro hombre-. Dentro de un mo-

menta pasara orro autornovil.-cEsras seguro, Clarence? -pregunt6 George sin

mirarlo-. Dime que estas seguro para saber que s610tenemos que sentarnos a esperar.EI gordo no contest6. A poco, dirigendose a la mujer

de pantalones, dijo:-Yo creo que es el calor. EI calor y la carretera. Sobre

rodo la carrerera. Estas llantas no esraban ...La mirada,' dura como un insulro, de George 10 inre-

rrumpi6. La muchacha empez6 a hablar de repente, conenfasis:

-Por favor, escuchenrne rodos un rnomenro. Estono excluye a nadie. Vamos aver si dejamos de compor-rarnos como chiquillos. Si el viaje no ha salido comoesperabarnos, hagamos por 10 menos un esfuerzo paradominar nuesrros nervios. George ...-cSf?~George, cque podemos hacer?-Acabo de decirlo, Ginny: en realidad 10 unico que

.podemos hacer es esperar. Adelante tiene que haber unaestaci6n de gasolina. Si pas a orro aurornovil que mequiera llevar con la llanta hasta la estaci6n, tal vez podriarepararla 0 telefonear 0 algo, y entonces esperar a quealguien me volviera a traer.

Y mirando al otro hombre:-Pero eso va a tardar. La ultima vez que nos cruz amos

con orro autornovil fue hace media hora.La mujer de pantaloaes pregunto entonces, con un

dejo de fasridio:-cPor que tuvimos que escoger esta carretera?=-Dlnoslo ni -Ie contesto Ia muchacha-. iNo anda-

bamos buscando paisajes interesantes para tus acua-

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relas?-iBah! •George se habia ido alejando, poco a poco, unos pasos

del grupo.

Una semana antes de su graduaci6n de bachiller al re-gresar a casa una tarde despues de la sesi6n de entrena_miento del equipo de futbol, encontr6 el aviso de reclu.tamiento militar. El padre recibio la noticia como tengolpe demoledor. En aquellos dias debia realizarse unode sus proyectos mas acariciados: el ingreso de este hija,el menor, en la universidad. El mayor estaba ya, hacia dosatios, en la escuela de medicina de Yale. A George acaba,.ban de aceptarlo en la facultad de derecho de Harvard.

-No hay raz6n -se quej6 amargamente el padre_.No hay raz6n: la guerra estd al terminer.

(De hecho, los americanos no llegaban attn a las Ar-denas.)

El padre trat6 de conseguir, recurriendo al amigo dela Camara de Comercio que presidia la junta local delservicio militar, un diferimiento para el hijo. Pidi6 seisrneses, segura de que en ese lapso las hostilidades toca-dan a su fin; pero la solicited fue recbazada. Pens6 en-tonces en la reput acion de rama del servicio menos peli-grosa que tenia la Marina. Pero alguien le senal6 queese no era el caso en la lucha del Pacifico, que continuaria

. des-pees de la derrota alemana; y que, ademds, el periodominima de seroicio en la Marina era de ires anos, termi-nara la guerra a no.

Un mes des-pees de la ceremonia de graduaci6n,George ingres6 a filas can mas de la mitad de sus compa-iieros de aulas. Para el, el reciutarniento no fue motivede ajliccion ni much a men as: la universidad no dejabade atraerle, pero la promesa de aventuras de la experien-

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cia belica 10 seducia much a mas.Concluidos los tres meses de adiestramiento' basico, 10

asignaron a un regimiento de infanteria. AlIi, como sar-gento al mando de su pelot6n, canoci6 a Manny Me-nendez.

La mujer de pantalones exclam6 de repente:-iAlli viene un autom6vil! -y corri6 a pararse en

medio de la carretera, los brazos en alto.. Los dernas permanecieron en la orilla. EI auto que seaproximaba redujo gradualmente la velocidad hasta de-renerse a unos cinco metros de la mujer que ahora dabapequefios saltos sin dejar de agitar los brazos. Era unconvertible deporrivo, con la capota retirada y placa delssrado de Nueva York. Dos hombres ocupaban los asien-ros delanteros, y la parte posterior venia atiborradade equipaje. Los dos hombres viajaban con los torsosdesnudos, bronceados de sol y sudorosos. Ambos usabangafas oscuras. EI que conduda era calvo, y mostrabaen la parte superior de la cabeza grandes manchas rosa-das alii donde la piel requernada se acababa de caer.La mujer de pantalones se acerc6 la primera.-Hello! -dijo con una sonrisa.-Hello -contest6 el que conduda, en un seco tono de

expectativa.-Se nos acaba de reventar la llanra de repuesro que

tralarnos. Usredes nos podrfan sacar del apuro. S610 serrara de lIevar a George ... este es George, aquL-Hello -dijo George.-Hello -dijo el calvo.-Pues se trata solamente -continu6 la mujer- de

llevar a George con la llanra hasta la estaci6n de gaso-lina mas cercana.EI conductor del convertible no alter6 la sequedad

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de su rono para decir:-Lo larnento mucho. Nosotros 'nos desviarnos de la-

carretera a un kilometro de aqui, para llegar al ranchode un amigo.

-jOh! -exclamola mujer de panralones=-. cUstedesno saben a que distancia esra la estaci6n de gasolina mascercana?

-No tengo idea, senora. S610 conozco la carreterahasta la desviaci6n. Sorry.

Y el convertible arranc6 casi de un salto, La mujerproresto:

-iMiserables! cQue les costaba pasarse un poco de la.desviaci6n y llevar a George hasta Ja...

-Olvidalo -la inrerrumpio George-. De todos rno-dos no habla lugar para rnl. Adernas, no creo que en esraparte de la carretera haya ninguna desviaci6n ni ningunrancho de ningun amigo de nadie.

Cuando el recluta George Mills lleg6 al pelot6n, MannyMenendez ya era sargento porque se habia alistado comovoluntario unos meses antes de Pearl Harbor. Cuandosu regimiento fue trasladado a un campamento en Pen- .nsylvania, Manny Menendez empez6 a conocer el restodel mundo. (El resto del mundo era 10que no es el barriomexicano de Los Angeles.)

Alllegar el nuevo contingente, Manny pens6: "Par.un lado estos son de los mejores, pero par otro lado sonde los peores". Eran de los mejores porque en su mayoriaeran graduados de escuela superior a de universidad yno iba a ser dificil trabajar can elias (no tan dificil, cuan-do menos, como trabajar can los "hillbillies" de Kentuckyo Tennessee); pero podrian: ser de los peores par lamisma raz6n: porque eran "angles" instruidos y ambi-ciosos y el hombre que los iba a mandar en adelante era

, ,

135..I:'~,.I.:~':;i'"\:.un "greaser" de Los Angeles que ni siquiera habia ter-

rninado su primaria. ' '.George Mills no sabia del barrio mexicano de Los

Angeles. De los mexicanos en general s610sabia que erala gente que Sam Houston ech6 de Texas como justa cas-tigo par la matanza de El Alamo. Sabia tam bien quehablaban espaiic] y habitaban un pais atrasado ysucioque empezaba al otro lado de algun rio en el sur de losEst-ados Unidos (d6nde acababa no 10 sabia). Y MannyMenendez, que sabia mucho mas que todo eso, nuncapudo contdrselo porque George Mills nunca se 10pre-gunt6. Despues empezaria a aprenderlo, pera par obra deotras circunstencias.

,•

George consult6 su reloj pulsera y vio que eran casi lasseis de la tarde. Sobre la lIanura, en la lenta agonia de latarde, el cielo parecia incendiarse. Entonces fue cuandoGeorge volvi6 a mirar sobre el rumbo de la carretera ycolumbr6 al hombre que se aproximaba sobre un burro.George no les dijo nada a los dernas, pero estos 10vieronmirar y entonces miraron a su vez y descubrieron alhombre que se acercaba sin prisa, pequefiocorno el asno,vestido con camisa y calzon de tela casi blanca y la cabezacubierra por un aludo sombrero de paja.

-iVaya! -dijo la mujer de pantalones-. Don Quijo-te al rescate, version nativa. Tal vez pueda ayudarnos .

-No yeo como -dudo el gordo.~Con 'probar no se pierde nada -contesto la mujer,

. y cuando el indio esruvo a unos pasos del grupo se dirigi6a el saludando con la mano:

-Hello, there!EI indio se quito el sombrero (su cabellera casi blanca

confirmaba la vejez que la lenritud del adernan habiasugerido en primer terrnino) y dijo:

I;:'

,,I,(!:

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- Buenas tar des, senores.La mujer tardo 'unos .instanres en escoger sus p.alabras:-Say ... Could you... A gas station? Is there a gas

station down the road?EI indio sonri6 y dijo:-cMande aste?La mujer repitio, muy despacio:-Gas station ... gas station. Understand?El indio movio la cabeza de un lado a orro, sin dejar

de sonreir.-No? No gas station?-No es eso -dijo entonces la muchacha-. Lo que

dice es que no entiende.-Oh, shit -se des animo la mujer-. I give up.-Let me try -dijo George, y se dirigio al indio sefia-

landole la lIanta desinflada-: Flat tire, see? Flat tire.EI indio asintio con la cabeza:-Sf, senor, se Ie rrono la llanta; ya me di cuenta.-What's that? Oh, never mind! Listen. No more

tires. Got to repair this one ... understand?-Si, senor -respondio el indio-. Si traen astedes

otra llanta, con todo gusto los ayudo.La mujer de pantalones produjo una risita sarcastica.

George apreto la mandibula y la mir6 de reojo. EI indiosegufa sonriendo, ajeno a la frustraci6n de sus inter-locutores,

-iOh, por amor de Cristo! -exclam6 el hombregordo-c. cHasta cuando vamos a seguir perdiendo eltiempo con esre infeliz esnipido? Si Ie preguntaramos alburro serfa mas ...

George, que estaba de espaldas al gordo, se dio vueltaen un movimienro rapido, casi violenro:

-iMejor te callas la boca!EI orro empez6 a protestar con vehemencia:-cAhora que te pasa a ti? A ml no me puedes hablar

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como ...". c....:-iTrara'·-dennpedirmelo!

21 gordo habia palidecido, y la qurjada calda en unamueca de perplejidad Ie daba al rostro rnoflerudo unaexpresi6n groresca. Las mujeres intervinieron, hablandoa la vez. El gordo dijo:

-cQue diablos Ie pasa a este?-A rnl no me pasa nada =-respondio George, con la

voz todavia alterada por la ira-. Pero tu podrfas apren-der a: respetar a orros seres humanos aunque no sepanhablar tu idioma ni se parezcan a ti.sr gordo tard6 unos insrantes en comprender; des-

pues levanro las cejas y agrando los ojos en una expresionde sorpresa: ' -

-iAh, conque eso est cY de d6nde demonios te hasalido a ti ese amor por estos ... por esta genre? iLa ver-dad es que esro es diffeil de creer!

-Pues empieza a cree rio ya, 'por tu propra conve-niencia.EI otro sacudla la cabeza y reperia:-Pero, cde d6nde demonios Ie ha salido a esre ... de

donde demonios ...? -h,asta que la mujer de pantalones10 tom6 por un brazo y 10 hizo alejarse unos pasos conella.

EI indio, que habla dejado de sonrefr, extrafiado deaquella violenta escena cuyos motivos no cornprendia,taloneo los ijares del burro y se despidi6 con un: -Queles vaya bien, senores. .Lamuchacha se acerc6 entonces a George y, rnirandolo

de frente, con una expresi6n mas de amorosa cornpren-sion que de rep roche, Ie dijo quedarnente:-cY cuando vas a a aprender ni a dejar de castigarte?

Porque esa no es la solucion y tu 10 sabes.

,; . J.

I, ,:'1

'II.:

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La primera licencia concedida al contingente de. recliaas jite de unas pocas horas,' suficientes "iipenas'para buscar diversi6n en la ciudad mas cercana alcampamento. Desde poco de sp ues del mediodia,tras el bano colectivo y el almuerzo apresurado, sedio lustre a docenas de pares de zapatos y se vis-tieron los uniformes recien sacados de la ia-uan,deria, almidonados y agresivos los filos de lospantalones.

Aquella ciudad vecina habra sido pros pera tresveces en su historia. La primera cuando la GuerraCivil, gracias a una [dbrica de zapatos que obtuvaun contrato para suplir de calzado al ejercito de laUni6n. (Despues se descubri6 que .las suelas de laszapatos eran de carton y una investigaci6n parla-mentaria acab6 can el cantrato, can la [dbrica ycan fa prosperidad a un tiempo.) La segunda uezfue 'des-pees de la primera guerra mundial, cuandola Probibicion hiza que la gente destilara y con-sumiera clandestinamente mas alcohol que nunca.La tercera fue al establecerse en sus cercanias elcampamento militar, a principios de 1942, cuandola ciudad se llen6 de dancings, tabernas y burdelesque reanimaron s abit« y espectacularmente laeconomia local.A quella tarde de la primera licencia, George

Mills abordo el primer autobus que salio hacia laciudad, repleto de soldados que se disputaban azancadillas y empellones los asientos. Al principiase sinti6 un poco diferente del resto de la manadabullanguera, pero a poco de iniciado el viaje se en-contr6 gritando junta a las demds:

-;Mas de prisa, chafer! ;Acelera, que no es en-tierra!

La excitaci6n era contagiosa: llegado a la ciudad,

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George sigui6 al grupo que entre en el primer barr pidio' una botella de cervezd: Mientraj- bebfJ,pens6 que otra cosa podia hacer. Fuera de meterseen un cine -y eso y jugar baseball eran las unicasdiversiones del campamento- la disyuntiva eraobligada: a aburrirse a emborracharse. Y e! nohabra ido alii a aburrirse. As! que orden6 una se-.gunda botella, y despues una tercera, y despues ...·

Cuando mir6 el reloj puIs era via que eran lasdiez de la noche. Le quedaba en la mente nubladapar el alcohol un vago recuerdo de la tarde. Enton-ces ech6 una ojeada a su alrededor y advirtio queno estaba en el bar donde habia empezado a beber,sino en un salon amplio, at estado de sold ados yunos cuantos marineros, y casi tantas mujeres comosoldados y marineros. Una orquesta tocaba unboogie estridente: Y el ya no estaba de pie [renteal bar, sino sentado a una mesa can otros soldadosy varias mujeres. Entonces. sintio la presi6n quealguien ejercia sabre su antebrazo y al volver lacabeza via a la muchacha que estaba sentada juntoa el. Era una rubia. desvaida y delgaducha, perojoven. Not6 que tenia demasiado maquillaje y laboca y los ojos pequenitos. Pero tan pronto la miraella sonri6 yael le agradaron sus dientes, blancosy parejos.

-;Vaya! -exclam6 la muchacha-. ;Al fin mehas descubierto!

-c-c'Eh?-Nada, vidita, nada. Est-i bien.Ella mir6 a los otros y se ri6 y los demds rieron

can ella. Pero ella reia can mas fuerza que todos ymiraba a George como si eso le produjera hilaridad.La risa la obligaba a echar la cabeza hacia atrdsy ahara George via el pedacito de goma de mas car,

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cubierto de burbujitas de saliva, entre una muela yla lengua, la lengua menuda.·y -ros ada DQ7hO "una'fruta, que la risa agitaba en un leve tremor. Georgeempez6 a sentirse mal. Le cost6 un esfuerzo levan_tars e de la silla.

Entonces, mientras se dirigia al cuarto sanitaria ,via a Manny Menendez entrar en el sal6n. Veniasolo, y George pens6 que acababa de llegar a la ciu-dad par el pulcro aspecto de su uniforme y porquesu rostra daba la impresi6n de que Ie habia afeita_do poco antes. Manny no via a George y se encamin6'hacia el bar en el otro extremo del sal6n. La orque«:ta habia iniciado un receso y la pista de baile seiba quedando desierta. Manny Menendez habiallegado al centro de la pista cuando la mujer sele alleg6 y 10 tom6 can ambas manos par un brazo.

-;Hola, buen mozo! c'No inuitas a un trago?La mujer estaba borracha. El pelo, rizado y seco

como paja, le caia en desorden sabre los ojos. Repi-tio, can la voz tartajosa:

-c'No le ofreces un trago a una amiguita?Manny Menendez trat6 de liberar su brazo can

un movimiento comedido, casi delicado, e inefec-tiuo.

-Mas tarde -dijo-. Ahara dejame.Pero la mujrjr no 10 soltaba, e insistia:=Un traguito nada mas, anda, no seas malo.-Mas tarde. Mas tarde te invito. Abora dejame.

. Suelta.Trat6 de alejarse pero ella no 10 dej6.-No seas malo, anda.Manny dio un paso y la mujer sigui6 aferrada a

su brazo.-No seas ...-;Sueltame!

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_;Esta bien! -casi grit6 ahara la mujer-. ;Perotienes que "insultarme!: "(Oiste bien? iN a tienesinsultarme!

Fue entonces cuando el soldado que estaba sen-a una mesa cercana se levant6 rapidamente de

silla y avanz6 hacia la pareja. Era un rasa decarpulenta y facciones angulosas, agresivas.

acerc6 a Manny Menendez par detrds y ponien-las man as en los hom bras 10 hizo dane vuelta

-Listen now, you lousy Mex, let that whitelwoman go!

-;Soldado, quiteme las manos de encima! -la1"'Duesta de Manny 'Menendez son6 como una

- You goddamn greaser! -el otro contrajo elen una mueca de colerico desprecio y levant6

puna sabre la cabeza del sargento. Este esquiv6golpe can un esquince rdpido y golpe6 a su vez al

en el est6maga. En unas instantes se en-Icontra luchando contra cuatro hombres.

Cuando el piquete de la policia militar irrumpi6el sal6n, la sangre que manaba del rostra de

Menendez enrojecia la parte superior de sulcamisa desgarrada.

-c'Que pas6 aqui? -demand6 el jefe de lasmilitares mientras sus hombres sujetaban

los contendientes. .-Este tipo atac6 a aquella muchacha -contest6rasa corpulento.- Y cuando nosotros tratamos de defenderla

apresur6 a anadir otro-, el sac6 una navaja.-iMentira! -grit6 Manny Menendez-. iTodamentira! Fueron ellos quienes ...-c-V6nde est i la navaja? -10 interrumpi6 el

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jefe de los policias militares.El segundo soldado 'rextrajo 'zrna' navaja' de «n

bolsillo:-Aquf est d. Yo se la quite en la pelea.-;Esa navaja no es mia! -exclam6 Manny Me-

nendez.George Mills no se habia movido del lugar dOnde

estaba cuando comenz6 la pelea. Ahara, venciendael malestar que le mantenfa la [rente cubierta desudor frio, camin6 hacia el grupo en el centro dela pista Y empez6 a decir:

- Yo 10 vi todo desde el principia y puedo decirque ...

El- primer soldado 10 inrer'rumpi6;' mi"randlJlofijamente a los ojos:

-IAsi es! Usted via todo 10 que pas6 y puede can-firmar 10 que acabamos de decir. Este hombreatac6 a aquella muchacha y cuando nosotros inten-tamos defenderla sac6 la navaja y se nos ech6 en-cima. (No es cierto, soldado?

George Mills mir6 a su alrededor. En todos aque-llos rostros blancos como el suyo, en todos aquellosojos puestos en el can inexorable fijeza, ley6 lamisma pregunta: "(No es cierto, soldado?"

George Mills sinti6 que el est6mago se le enco-gfa en un subito espasmo; trag6 saliva con dificul-tad; finalmente tartamude6:. -Yo que .. queria decir que .. en efecto, sf, esofue 10 que vi,

-Digame su nombre y el ntimero de su unidad-dijo el jefe de los policias militares-. Tendrdque ratificar esa declaraci6n ante un oficial supe-nor.

La bizo al dia siguiente, odidndose ya, pero laarden que despojaba de su rango y condenaba a un

143 'j,

mes de reclusi6n al sargento Menendez nunca lleg6a cumplirse. En la 'tdrde "de (lsi/ m'iJiil'iJ'dia .10 des-cubrieron colgando, can una toa!!a al cue!!o, deuna viga del techo de la caserna donde estabadet enido.

En todo el resro de la tarde no pas6 orro autornovil.Oscureci6 al fin, y la noche del desierto solto entrelos cactos que alzaban sus brazos como inrnovilescriaturas suplicantes un vientecillo fdo y corranrecomo el filo de un pufial, La pareja del hombregordo y la mujer de pantalones se guarecio en elinterior del autornovil. 'George ''1 'la 'inuchacha per- .manecieron a la intemperie, res guard ados del fdoen la zanja a la orilla de la carrerera, bajo el sarapemulticolor que habian comprado al cruzar la fron-tera el dia anterior.

Al cabo de un rato largo la muchacha busc6 lamano del hombre y la oprimi6 con ternura, Ellaescucho decir, musitando casi las palabras:~G{orge, todos comprendemos. Tus padres, tu

hermano, yo ... hasta esos dos en el aurornovil, sisupieran. Todos aceptamos las razones de tu viajea Los Angeles y de esta visita a Mexico. Pero todosera inutil si te sigues rorturando asf.

EI no contesro y ella no dijo mas. Su mano seguiasobre la de eI, y a poco el hombre volvi6 la cabezay sinrio en su mejilla el roce suave y perfumadodel pelo de la muchacha. Sintio aumentar la pre-si6n .de la otra mano sobre la suya y el orro cuerpoacercarse, anhelante, al suyo, y por un instanre subrazo se movi6 hacia el talle delicado. Pero luego,en seguida, el vienro se llevo sobre la lIanura deso-lada las palabras lastimosas y vencidas del hombre:

I',

;..,--,_.. '!"' .,'-~ >,.;-;,_"--+.:"-'... .~.

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144

-No, esta noche no... Por favor, esta noche no...•. .~.'.<. '; ''''- - ".

(1953)

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En este lado

...Oyo los pasos en trope! que se acercaban y enese instante record6 que habia alvidado cerrar lapuerta des-pees de entrar en el apartamiento. In-tent6 hacerlo ahara, pe(!J los pJsos que lleg6 a daren esa direcci6n solo atc-anzaron a ponerlo frenteal grupo que ya se agolpaba en el reducido espacioabierto. Eran cuatro, cuanda menos, los semblan-tes alterados par el odio asesino. "[Negro maldito,ahoras oerds!", grit» uno de los hombres, que sindarle tiempo a retroceder le asest6 un punetazo enplena rostra y en seguida trato de sujetarlo par elcuello de la camisa. El logr6 mantener el equilibrioy, can las dientes apretados y ambos brazos cruza-

• dos frente a su cabeza, acometi6 el centro de!grupo, derrib6 a dos, sintio otro golpe en la nucay hall6 las escaleras libres par delante. Baj6 a saltaslas p el daiio s inesperadamente convertidos enobst dculo s, recorrio de unas zancadas el zaguantambien desierto, gano la calle y continu6 su fuga