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Esperando a Lozada Jean Meyer EL C®LEGIO DE MICHOACAN CONACYT„■

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Esperando a Lozada

Jean Meyer

EL C®LEGIO DE MICHOACAN CONACYT„■

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Esperando a Lozada

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Esperando a Lozada

Jean Meyer

©EL C®LEGIO DE MICHOACAN

CONACYT

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Diseño portada: Jabaz.Cuidado de la edición:Armida de la Vara y Alvaro Ochoa.

c El Colegio de Michoacán, 1984 Madero 310 Sur 59600 Zamora, Mich.Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología Circuito Cultural Centro Cultural Universitario México. D.F.

ISBN 968-7230-04-5

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INDICE

Prólogo 9

Absolución (al interrogatorio en lo que pertenece al pueblo y jurisdicción) de Jalisco, 1814 17

Los movimientos campesinos en el occidente de México en el s iglo X IX 23

El pueblo de San Luis y sus pleitos 49

La rebelión “indígena” de Jalisco 1855-1857 61

La desamortización de las comunidades en Jalisco 111

La desamortización de 1856 en Tepic 141

Ixtlán de Buenos Aires, 1858 171

La Casa Barrón y Forbes 197

La cuestión de Tepic 219

El Tigre de A lica 227

El reino de Lozada en Tepic (1856-1873) 235

El origen del mariachi 257

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PROLOGO

El título algo literario Esperando a Lozada se debe en­tender como un compromiso adquirido por el autor ha­cia sus eventuales lectores, hacia sí mismo y hacia Ma­nuel Lozada. Cuando mis investigaciones sobre La Cristiada me llevaron a viajar por el occidente de la Re­pública y a remontar en el tiempo, para buscar eventua­les raíces de inconformidad o de protesta populares, me encontré casualmente con el personaje de Manuel Lo­zada. Digo casualmente porque mi ignorancia era gran­de. Y fue entonces cuando leí, a fines de 1967 si mal no recuerdo, que:

hay allá, muy en el interior de la República Mexicana, al ex­tremo occidental del Estado de Jalisco, una extensa comarca, sobre cuya faz y cuya historia han impreso un profundo sello de originalidad las lozanías y excrescencias de una naturale­za agreste y volcánica, y las terribles resistencias indígenas operadas primero contra la civilización, española y después contra el progreso liberal. Esa región se llam a Nayarit y tam ­bién Alica, nombres que toma de las m ontañas que erizan su seno, y déla mesa que le forma, con sus bosques de árboles fru­tales, una corona deetem ofollaiey verdura. A l pie de la sierra corre el río tan bronco éste que el nadador audaz, como ruda aquélla para la planta del viajero... Se diría un castillo de ro­cas bordeado por un puente de siempre alzado rastrillo. Se ne­cesita todo el arte práctico de los indios de aquel rumbo para pasar el rio á caballo, obligando el animal, por medio de pal­m adas en la boca y en el cuello [operación que se llama cache­te o ! a avanzar en línea oblicua, sin dejarse arrastrar por la corriente impetuosa.

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según palabras escritas por Salvador Quevedo y Zubie- ta en 1883.

En 1968 Jean Marie LeClezio me llevó a la sierra, entramos por Valparaíso, Huejuquilla y Tenzompan, cruzamos el río a caballo y pasamos la Semana Santa en Santa Catarina. Regresé deslumbrado por el paisaje y por la gente que se identifica con ese paisaje.

“El alica era, pues, una especie de Vendée indiana, tanto más terrible que la de los chouanes, cuanto más áspero es aquel riñón de la sierra que las colinas y espe­suras de la Bretaña” , escribía don Salvador y, llegando a Manuel Lozada no dudaba en apuntar:

pero no bien había concluido la primera mitad del presente si­glo (XIX). cuando las tierras del Nayarit empezaron a experi­mentar un sacudimiento más desastroso que el que les produ­ce la explosión de sus volcanes: el dram a sangriento se hizo allí donde sólo reinaba la bucólica de ún pueblo sencillo dado a las faenas del campo, se vió al indio laborioso trocar la este­va de su arado por el arma déla rapiña y de la m atanza, y se vió al indómito montañés de los tiempos de la conquista con­vertir aquellos sus antiguos baluartes de la Sierra Madre en sacrificaderos inmensos, donde sirviendo a la invasión y al poder reaccionario, hicieron morir a más de 50 000 mexicanos, soldados todos ellos de la libertad y de la independencia de su patria f...l leyenda muy nueva, pero de colores antiguos, con algo de la guerra de Yughurta y de los movimientos asolado­res de G engis Khan, en la cual el fogozazodela fusilería, la luminaria del campamento al borde de la cañada, y el resplan­dor de las cabañas y los trigales incendiados proyectan su luz sobre una figura de terror reclamada mucho tiempo y ganada al fin por el patíbulo, y en que los gritos del soldado republica­no. los alaridos del indio rebelde y los ayes de un pueblo consu­mido por una guerra de veinte años, resuenan a porfía como para formar las sílabas de un hombre temido: L O ZA D A .

Desde aquel entonces la figura de Manuel Lozada no ha dejado de acompañarme. En 1969publiquéun ar­tículo en Historia Mexicana, “El ocaso de Lozada” ; en dos años había juntado bastante material para publi­car un libro, como se pudo ver en un capítulo de mi anto-

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logia Problemas agrarios y movimientos campesinos 1821-1910 (México SEP70, 1974).

Pero la historia, historia personal de uno, historia colectiva de las naciones, puede divertirse y hacerle trampa a uno. Después de trabajar cuatro años muy a gusto en El Colegio de México, tuve que regresara Eu­ropa y, a la hora de sentarme a redactar “Manuel Loza- da” , en 1972, en seguida después de haber terminado La Cristiada, se me atravesaron los señores Barrón y Forbes, muchos años después de su muerte, claro, pues fueron contemporáneos y coterráneos de Lozada. Quie­ro decir que me metí a los archivos franceses e ingleses para aprender algo sobre la famosa casa comercial, fi­nanciera, industrial, sin anuencia de la cual no se mo­vía —dicen— una hoja en Tepic.

Cuando me encontré con Lozada empecé de ma­nera romántica —sigo de manera romántica, pero más lúcida— o sea siguiendo el esquema del bandido social, del indígena, de la guerra campesina de comunidades que se levantan contra las haciendas para recuperar los terrenos perdidos. Todo lo cual es cierto, pero no es sino una parte de la historia completa. Soñaba con una república campesina y su jefe cora, huichol o mestizo de todos los pueblos serranos; Manuel Lozada capaz de imponer su voluntad a gobiernos tan diferentes como los de la Reforma, del Imperio y de la República Restau­rada, durante cerca de 20 años... Rob Roy, Robin Hood, Emiliano Zapata, Mandrin, Stenka Razin, Emiliano Pugachev, ¿cuál niño no ha soñado con ustedes?

Además me encontré radicalizado por los adversa­rios postumos de un personaje que me gustaba. Hasta la fecha sigue poderoso, en Guadalajara, más que en Tepic, pero en Tepic también, el grupo de los que no ven en Lozada más que a un bandido, un forajido, un crimi­nal. Contra esa leyenda negra, quise creer que Lozada y los lozadeños eran nobles, inteligentes, idealistas; di­

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cho de manera más pedante, que se trataba de un movi­miento popular autónomo.

Después de varios años de investigación, investi­gación entrecortada por largas pausas —estancias en Europa, compromisos docentes y editoriales en Méxi­co— acepté que Lozada pudo existir solamente dentro de la historia nacional e internacional, o sea que no era un ángel, que no era un mito, sino que deveras había existido. Existido dentro de la vida política nacional que le ofreció la oportunidad —su genio consiste en aga­rrar la fortuna por su único cabello— de luchar por sus intereses y conquistar posiciones políticas. Ni Lozada, ni sus jefes, ni los pueblos, ni los indios serranos, ni los trabajadores del plan y de la costa se encontraban so­los. Ahí estaba la ciudad de Tepic, con sus clases, con sus extranjeros, con el puerto de San Blas; ahí estaba la ciudad de Guadalajara, y esa historia se desarrollaba en los años de Ayutla, la Reforma, la guerra de Tres Años, las guerras de la Intervención y del Imperio... Pa­rece evidente y, sin embargo, tardé en entender las im­plicaciones de tal evidencia. Cuando las entendí, enten­dí también que no tenía derecho a escribir el libro que estaba ya ideado en mi cabeza, con los documentos ne­cesarios a la mano. Guardé mi lápiz, mi plumafuente y mi máquina de escribir. Volvía a los archivos de París, Londres y México, me metí más y más a los de Guadala­jara y Tepic, públicos y particulares; escuché, platiqué, leí. Y el libro, en mi cabeza, estuvo creciendo, creciendo, hasta tomar proporciones inmensas. Una investiga­ción bien puede no terminar nunca, por flojera, por de­sidia o, como lo entiendo ahora, pórque uno le ha toma­do demasiado cariño. Acabar, sería acabar con el tema, hace morir a Lozada otra vez, acercarse a su propia muerte. Por eso sigo “Esperando a Lozada” .

El presente libro es una mera compilación de artícu­los y de documentos que no son iguales entre sí. El pro­pio Lozada está siempre presente, pero no aparece per­sonalmente, o más bien aparece una sola vez, y tan bre­

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vemente que se puede decir que no: “ El Tigre de Alica” evocación publicada en la Revista déla UNAM, en 1973, con motivo del primer centenario de su muerte violenta.

“Absolución” es un documento inédito, encontra­do en los archivos de Catedral en Guadalajara, igual que el último sobre “El origen del mariachi” , publicado una vez en la revista Vuelta (No. 59,1981). Aprovecho la oportunidad para darle las gracias al P. José de Je­sús Jiménez.

“Los movimientos campesinos en el Occidente de México en el siglo XIX” nacieron como ponencia, sobre pedido, para el primer Coloquio de Antropología e His­toria Regionales, cuando se fundó El Colegio de Mi- choacán en Zamora; se publicó en el Boletín del Archi­vo Histórico de Jalisco, tomo III-2.

Los tres trabajos que siguen son inéditos: “ El pue­blo de San Luis y sus pleitos” o sea las buenas razones que tenía Lozada, natal de San Luis, para ser guerroso con las haciendas vecinas; “La rebelión ‘indígena’ de Jalisco en 1855-1857” no tiene nada que ver directa­mente con Tepic y Náyarit, pero el lector no tardará en entender que es un capítulo de esa historia del occiden­te, así como “ La desamortización de las comunidades en Jalisco” . Ese último trabajo es la versión revisada y ampliada de una ponencia que se presentó en julio de 1983, en el seminario organizado por don Pedro Carras­co, en El Colegio de Michoacán sobre el tema de la co­munidad indígena.

“ Ixtlán de Buenos Aires 1858, trilogía documen­tal” se redactó en 1979, en homenaje a Jorge Gurría La­croix, pero no se ha publicado sino en francés, en Etudes Mexieaines (Perpignan, 1981, n. 4).

“La Casa Barrón y Forbes” se publicó sin notas y en forma ligeramente abreviada, en la revista Nexos, en abril de 1981. Es el resultado del redescubrimiento de los archivos notariales de Tepic, gracia que se me hi­zo en 1979, y de dichas acumuladas diez años antes en Inglaterra.

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“La cuestión de Tepic” fue una ponencia presenta­da en el Primer Encuentro de Investigación Jalisciense (1982) y seguía inédita cuando ese manuscrito entró a imprenta.

Para terminar quiero darle la palabra a la persona que me acompañó y ayudó sobremanera en tantos años de lozadismo, hasta el mes de agosto de 1983: don José Ramírez Flores, a quien dedico este libro.

“El siglo pasado ofrece para la Historia de México una labor intensiva de investigación, para rectificar o ratificar puntos que han pasado como interpretaciones por completo parciales, debido a que fueron los vence­dores los encargados de narrar la epopeya de su victo­ria, denigrando tremendamente a sus enemigos que tal vez, con un sentido completamente de sinceridad, pre­tendieron resolver a su modo los problemas de México, en una lucha consecuencia de ideologías gestadas en años anteriores.

El movimiento militar de Tepic, en que don Ma­nuel Lozada fuera el alma y centro de sus actividades bélicas —1856-1873— vaya si cabe el estudio de su ac­tuación para emitir un juicio sano y desinteresado, ex­hibiendo documentos en su defensa, ya que hemos oído sólo acusaciones que ennegrecen el cuadro de su vida militar y política, haciéndolo aparecer con el mote de ‘El Tigre de Alica’.

Debo advertir que mis apreciaciones se inspiran en una completa justicia, ya que desde pequeño oí en mi casa comentarios sobre el amo y señor de Nayarit, na­rrados con terror, por haber sido la causa de la emigra­ción de mis familiares. Con las armas en la mano, y a las órdenes de Corona, lo combatieron mi abuelo el co­ronel graduado don Marco Ramírez González, el her­mano de éste, don José Trinidad, en cuyo honor, des­pués de su muerte, su tropa recibió la nominación de “ Lanceros de Ramírez” , y el sobrino carnal de estos, don José María Ramírez, muerto en Tepic el 30 de mar­

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zo de 1861, defendiendo la ciudad, cuando era coman­dante de la Guardia Nacional ‘Libres de Ixtlán’.

Termino dándoles las gracias a Armida déla Vara y a Alvaro Ochoa quienes revisaron, la primera, mi cas­tellano titubeante y las galeras, el segundo el traba jo de la imprenta también, rectificando y aclarando algunos puntos, como la existencia de un pueblo misterioso que no podía yo situar por encontrarse citado en algún li­bro como “Tamani” , cuando en realidad se trata de Ja- may...

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ABSOLUCION

Al ynterrogatorio, en lo que pertenece al pueblo, y jurisdicción de Jalisco*

Al 1Q Esta población se divide en españoles america­nos, yndios, mestisos, y negros; pero es de adver­tir que los yndios no lo son realmente sino mesti­sos y negros dados a pueblo, pues aunque en los primitivos tiempos se hayavan yndios puros, en los presentes, solo se conocen por las retasas que se formavan cada cinco años y en esta ocasiones se aumentava el numero de ellos por introducir el jues comisionado a los de otras castas.

Al 2e Todas estas cástas ignoran su origen y de donde han provenido pues algunos de los ancianos que al presente viven solo dan noticia de que sus ascen­dientes, eran de otros pueblos, lo cual concuerda con que este y otros pueblos inmediatos, desde el tiem­po de la gentilidad servían para pasar el rigoroso tiempo de las aguas las quales finalisadas, se vol- vian a los veranos de la tierra mas baja.

Al 3Q El Ydioma que hablan generalmente en este pue­blo y su jurisdicción, es el español y si acaso en al­gunos residen reliquias del mexicano, se mira co­mo particularidad en la persona.

Al 4Q Bien se conoce el amor a sus mugeres y a sus hi­jos, y la educación que dan a estos es escasa, apli-

* [Este documento lo paleografíó tal cual mi amigo Cayetano Reyesl Archi­vo de la Mitra de Guadalajara. Cajón de Parroquia.

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candólos a la agricultura, del maiz y frijol, que es su mayor saver.

Al 5Q La ynclinación a los europeos y americanos, no es general pues en algunos se conoce su mal afec­to aunque no demuestran sus motivos pues si los tienen, solo entre ellos mismos y con bastante pre­caución los declaran.

Al 6Q Los medios proporcionados para atraerlos a la reconciliación y amor parece no serán otros, que los que el presente govierno ha adoptado en nues­tra augusta constitución y sigue confirmando.

Al 7Q Se les conoce aplicación a leer y escribir y esto en el idioma español pues entre ellos hay muchos que lo saben aunque estos compondrán la vigésima parte de los demas.

Al 8̂Al 9Q Las virtudes que dominan mas al sexo femenino

es la caridad y compacion y cierta devoción exte­rior y en todos los mas hombres la ultima y algu­na duresa e insensibilidad.

Al 10Q No se les advierte superstición alguna aunque de esto se hablara en el numero 13.

Al 11Q Supuesto que los que se nombran yndios en esta jurisdicción y las demas castas no tienen otro ydio- ma que el español, los catecismos de doctrina Chris­tiana que usan son los aprobados por los ylustri- simos señores obispos.

Al 12Q No hay inclinación a la ydolatria pues aun q uan- do usan de algunas acciones que parecen idolátri­cas defectos que aun en la gente de razón se come­te (por los principios en que desde su niñes se les imbuye) reprendidos que son se corrigen y no los vuelven a cometer.

Al 13Q Se ha expresado que los yndios de este pueblo y su jurisdicción, no lo son realmente sino negros libres, o descendientes de españoles y españolas, mesclados con las demas castas a los que nombran mestisos o revueltos pero ya dados a pueblo se repu­

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tan por yndios, y por lo mismo viven sujetos a sus mis[mas] costumbres, no obstante se advierte una gran ventaja tanto en el estado moral como en el político, pues libres de aquellas supersticio­nes groseras, que según los historiadores demues­tran se hayavan en los principios de la pacifica­ción, en algunos se observa que el cumplimiento a los deveres de christianos lo hacen por su propia voluntad, y por el peso de las razones que se les per­suade, en el modo de explicar sus conceptos lo ha­cen con alguna claridad aunque no es esto lo mas común; se advierte también que los pueblos dis­tantes y remotos, de las cabeceras o bien de sus pá­rrocos o bien de sus jueces reales, se hayan poseí­dos de algunas ceremonias ridiculas, y extrava­gantes, cuyo origen parece no ser otro sino la po­ca versación con el trato de gentes, el sufrimien­to o ningún castigo, de algunos defectos leves, la ninguna instrucción con que en esos desiertos se cria la juventud, la suma tenacidad compar[ajda de la soledad con que guardan ciertas exteriorida­des, teniéndolas por tradiciones de sus antepasa­dos, que todo consiste en la hipocrecia y en la pere- sa y abandono con que viven en sus retirados pue­blos.

Al 14Q Los pactos y condiciones que celevran para sus tratados matrimoniales son los mismos que los de los españoles pues obtenido el consentimien­to de los padres y novia pasan a celevrarlo a pre­sencia de su propio párroco, sin prestar antes ni después servicio alguno forsoso.

Al 15- No teniendo como realmente no tienen médicos en sus pueblos.en las enfermedades comunes como son fiebres etc. usan de ojas de arboles las que se comen como antidoto de sus enfermedades, como es la oja del saus, margarita y guisisile todo en be­bidas, y cuando son de mejor concideracion ocu­rren al facultativo, y se dirigen por su dictamen,

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aunque los pueblos retirados la naturalesa ayuda­da con algunas yerbas hace su operación; advir- tiendose en todos los años que si mueren quaren- ta, nacen otros tantos poco mas o menos.

Al 16Q Las estaciones las conocen por los kalendarios de los españoles, y los que no los tienen preguntan a los que puedan darles noticia.

Al 17Q Dos comidas hacen al dia, y aun muchos tres, los manjares que regularmente acostumbran, son el maiz, el frijol, carne de res y de cerdos, con el con­dimento de ambas grosuras, sin poderse decir con verdad el costo que pueda hacer cada persona, por el aumento de precio que de dia en dia tienen los viveres aunque no puede pasar de cuatro reales de plata.

Al 18Q Las bebidas fermentadas que regularmente acostumbran es el resacado de una mata que se nombra mescal, esta con exceso es nocivo.

Al 19Q No se les observa haya quedado alguna inclina­ción, a las adoraciones que antes se davan al sol y a la luna.

Al 2QQ En el numero 13 se ve que en algunos pueblos quedan exterioridades y ceremonias ridiculas, y en el 2e se dice ignorar de donde provinieron.

Al 21Q En sus entierros, no acostumbran ceremonial ridiculo, pues se sujetan a el de la yglesia romana, solo que despues del funeral, y entre ellos mismos, usen de algunas, principalmente en los pueblos re­motos, las que por su distancia no han llegado a noticia de sus superiores.

Al 22Q Se advierte bastante infidelidad en sus tratos y falta en sus palabras y promesas, y por lo mismo.

Al 23Q Son inclinados a la mentira, sin advertírseles que mantengan acerca de esto algunas erróneas opiniones.

Al 24Q Los vicios que mas dominan a esta gente son la fornicación, la embriagues, el hurto, y el fraude, y en el sexo femenino el primero y como anexo a

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los últimos en los hombres la peresa, aunque todo esto no es general.

Al 25Q En sus necesidades se facilitan unos a otros di­neros y semillas con la condición de volver lo mis­mo mutuado.

Al 26Q Los contratos que celebran, en sus cementeras son el arrendarlas a los españoles, o de otras castas, a siete u ocho pesos fanega de sembradura, y la yunta que ellos arrendan, sin arado etc. por no ser costumbre en este lugar, tienen que exibir dies y doce pesos de mais y por el dinero con que se les havilita para sus cementeras lo devuelven en mais y a seis o quatro reales fanega.

Al 21- El castigo que usan entre ellos, es el látigo y es el mas poderoso, mas no se les advierte mayor cruel­dad sino es en uno u otro.

Al 28QAl 29QAl 30Q No hay en esta jurisdicción hombres acomoda­

dos, sino algunos que tienen que comer con algún descanso y esta lo han adquirido por la agricultu­ra acompañada con su buen modo de proceder.

Al 31Q Los indios principales se nombran aqui los que han obtenido la vara de alcaldes, y estos son bas­tante infelices y solo mantienen cierta superiori­dad en lo que hace a sus juntas y decisiones.

Al 32Q El servicio personal que antes del soberano de­creto davan los yndios era el de alcaldes, regido­res, mayordomos, y otros inferiores ministros pa­ra el cuidado de sus pueblos, y esto todavía en al­gunos se observa a los curas parrochos un sirvien­te y a los jueces reales dos ministriles.

Al 33e Los instrumentos que usan en sus diversiones son los de cuerda, no porque deja de conocer algu­nos de viento, inclinándose a la música melodiosa sin poder expresar sus tonos.

Al 34Q No han conocido en sus ascendientes hombres insignes, ni en armas, ni en letras.

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Al 35Q Las ydeas que forman de la eternidad, del pre­mio y del castigo del juicio final, gloria, purgato­rio e infierno, son con alguna tosquedad, aunque por la solicitud de la preparación en la ultima ho­ra se conocen ser ciertas.

Al 36Q Finalmente el vestido que usan los yndios de este pueblo, es el de camisa, calsones y un calsoncillo blanco, abajo, en algunos el calsado de pie, y las muheres, no aparecen desnudas, aunque en los pueblos retirados se observa bastante desnudes, pues todo su vestuario consiste en el calsoncillo y muchos apenas cubren lo que la misma natura­leza horrorisa se manifieste cuyo origen parece no ser otro que la ociosidad pues concluidas que son sus sementeras de mais pasan el año sin otro destino y el poco dinero que adquieren solo era pa­ra las contribuciones a que antes se hayavan redu­cidos.Es quanto puedo decir en lo que corresponde a esta

jurisdicción que es de mi cargo. Jalisco enero 20 de 1814.Manuel de Loera (rúbrica).

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LOS MOVIMIENTOS CAMPESINOS EN EL OCCIDENTE DE MEXICO

EN EL SIGLO XIX*

Introducción

Siendo bastante impreciso el tema que se me atribuyó (muchas gracias, la imprecisión de los linderos tiene también sus ventajas), empiezo con algunas pregun­tas: ¿movimiento? ¿campesino? ¿Occidente? ¿siglo XIX? ¿Cómo entender esas palabras?

Movimiento se puede tomar en el sentido de emo­ción, tumulto, agitación, violencia, rebelión; y es así como suena cuando viene acompañado del calificati­vo de campesino (palabra que no existía en el siglo XIX). Tal movimiento pertenece a la historia política. Pero movimiento campesino, ¿habrá de veras tal co­sa? Si aceptamos que el calificativo utilizado limita el movimiento a una clase social, o a unas clases ya que el campesinado es de por sí una sociedad que abraza muchas clases, para oponerlas y unirlas y complica todavía el sistema de relaciones socioeconómicas con las diferencias étnicas, las variedades geográficas y las riquezas culturales... ¿podrá ser campesino el tu­multo, la agitación, la violencia? Desde luego que sí, desde luego que nunca exclusivamente.

No podemos limitarnos a la historia política (y de todos modos los archivos, las fuentes no nos lo permi­ten ya que hablan poco de tales movimientos cuando no llegan a la rebelión imponente, al levantamiento en masa); tampoco encerrarnos en lo campesino, en una sola clase, en una etnia.*<Ponencia presentada en el I Coloquio de Antropología e Historia Regiona­les. en el Colegio de Michoacán. en Zamora. 1979V

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Por eso, movimiento se debe a la vez entender en el sentido temporal de siglo, de dos siglos, de tres siglos en su paulatina y a veces brusca mutación que provoca los movimientos breves y violentos de los habitantes del campo y de los pueblos. Ese movimiento de larga duración lleva a la sociedad global, ciudades y campi­ñas, pueblo, región, nación y naciones hacia una in­terrelación a veces decisiva, a veces blanda.

Pero ¿cuál es el movimiento, si es que existe, que lleva al Occidente mexicano en el siglo XIX? Los pro­blemas de corte cronológico y geográfico no son siem­pre bizantinos y tomo como hipótesis de trabajo la exis­tencia de una región occidental que corresponde más o menos a la Nueva Galicia, entidad administrativa re­cién desaparecida cuando se abre nuestro siglo (enton­ces ¿cuándo se abre nuestro siglo? No sé, 1910 es una mojonera impresionante y la usaré, pero sin prohibir­me la utilización de pórticos más antiguos, ya que el siglo XIX neogallego prolonga en muchos aspectos el siglo XVIII occidental. Más difícil todavía, clausurar el siglo porque la modernización entra de plano a pro­fundizar los contrastes existentes y a engendrar otros nuevos, a dibujar una nueva geografía humana y a cambiar la organización social; todo eso a un paso va­riable, de tal modo que en 1900 coexisten 1900 y 1700, mientras que en 1800 no existían tales abismos crono- sociológicos).

Jalisco, con su séptimo cantón, Colima, el occiden­te de Michoacán y del Bajío, Aguascalientes y el sur de Zacatecas viven su historia sobre una base geográ­fica y demográfica. La población, hija de la historia en primer lugar, se distingue indudablemente tanto del Anáhuac y del Sur, como del golfo húmedo, del sureste, y del gran norte. Nuestra zona se caracteriza por la coexistencia de la hacienda de cereales, del rancho, del arrendamiento y de la aparcería que vienen formando, desde lejos, un sistema que organiza de manera origi­nal las relaciones entre las clases, entre las razas, en­

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tre los grupos sociales, clases, razas y grupos que se dis­tinguen de sus homólogos de las otras regiones tanto por su importancia relativa como por su evolución. Inú­til recordar aquí la situación anterior a la conquista, las modalidades de la conquista y la evolución de la Nueva Galicia.

¿Cómo definir entonces la problemática del occi­dente en el siglo XIX, esa problemática que carga los movimientos dizque campesinos? Nuestra ecuación se puede escribir así:1) El número de hombres no deja de aumentar, con to­das las consecuencias que puede tener un hecho pri­mordial sobre la tierra y sobre el trabajo, sóbrela na­turaleza y sobre la sociedad; hecho indudablemente po­sitivo, no siempre claramente percibido por los contem­poráneos, tanto en su existencia como en sus conse­cuencias.2) El siglo empieza bajo el signo de la crisis económi­ca, ligada primero a las exigencias financieras de la guerra en Europa, luego a la Insurgencia que arruina la minería y arrastra la hacienda si no siempre a la rui­na, por lo menos a grandes dificultades. Tal crisis, si afecta al elemento clave de la organización socioeco­nómica, fomenta el desarrollo de la aparcería, del arren­damiento y permite al grupo de los rancheros tomar su desquite, después de un siglo XVIII que les había si­do duro. Rancheros y haciendas prosiguen su ofensiva contra las tierras de los pueblos minados generalmen­te por divisiones internas y víctimas de la nueva polí­tica del Estado.3) El Estado, en su expresión local primero —leyes de los congresos, decretos de los gobiernos—, federal des­pués (las leyes de desamortización y el artículo 27 de la Constitución de 1857) desarrolla la política de los borbones favorable, desde Jovellanos, a la privatiza­ción y a la des vinculación de la propiedad de la tierra. Legalmente los pueblos pierden sus defensas políticas: desaparecen las repúblicas de Indios, el abogado de

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indios, el juzgado de Indios, tanto en Guadalajara co­mo en México.

Tales son los tres niveles del momento histórico, siendo el tercero el nivel de la historia política local, regional, nacional e internacional; la escala cronoló­gica que nos permite medir la altura de las aguas que corren, furiosas, arrastrando todo, o se apaciguan y parecen estancarse, sería la siguiente:

1766-1767 Tumultos e inquietudes del Bajío mi­nero.1

1810.... Levantamiento de Hidalgo, cuyo epi­centro es el Bajío antes de desplazar­se hacia el Occidente.

Sin fecha Brotes de bandolerismo difícilmente (1810-1876) clasificables; Lozada empieza a sonar

como bandido por el rumbo de Tepic en 1853-1854.

1855-7 Numerosos levantamientos del lla­mado elemento indígena: Mazamitla, cantón de la Barca, de Mascota, de Autlán, riberas de la laguna de Cha- pala, cantón de Tepic.

1857 Sigue lo mismo, agravado por los tu­multos y sediciones suscitados por el juramento de la Constitución. Brotes numerosos en Jalisco y Michoacán, siendo los más sonados los de Zamora y Lagos. En represalia el gobierno fe­deral suspende sine die la feria de San Juan de los Lagos. Los levanta­mientos de 1857 ilustran de maravilla lo difícil que es fijar la frontera entre lo que es y lo que no es campesino.

1857-1867 La guerra de Diez Años (local, nacio­nal, extranjera). La importancia de las operaciones militares con la de- 1

1. Eric Wolf El Bajío en el siglo XVIII, Tulane University 1955.

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vastación consiguiente no debe ofus­car lo más importante: los grupos en presencia tratan de aprovechar las circunstancias para llevar la ofensi­va a su final o bien para pasar a la contraofensiva. Rojas y sus “ hache­ros” por un lado. Lozada y los pueblos por el otro.

1867-1872 Crisis política al nivel superior que no corresponde a nuestros actores. A su nivel, tregua tensa y armada en la cuestión agraria.

1873 Ofensiva final de Lozada; su derrota y muerte.

1874-1876 Levantamientos por motivación reli­giosa contra la política anticlerical de Lerdo; hay “ relingos” (religione- ros) en toda nuestra región.

Ese calendario no toma en cuenta los numerosos acontecimientos locales porque su historia está toda­vía por escribirse, pero puedo decir, por experiencia, que su lista sería bastante larga. De todos modos, ellos también dependen de los hechos globales arriba apun­tados. Es notable que nuestros actores sean más bien reactores: se defienden, responden. Molina Enriquez nota con razón (y Luis González insiste en lo mismo) que la mayor parte de la gente “era indiferente a todo, siendo por una parte, como era, incapaz de acción so­cial en conjunto por la falta de unión de sus grupos y por la falta de cohesión en cada grupo de las unidades que lo componían, y estando por la otra ocupado prefe­rentemente en atender a su subsistencia” .2

Eso, hasta el plan de Ayutla, pero las leyes de de-

2. Andrés Molina Enriquez Los grandes problemas nacionales ed. 1964. Injuve p. 68.

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Asalto a una diligencia. Oleo del pintor Manuel Serrano. Exhibido en la Sa­la de Artes Menores. M.N.H. (2a. mitad del S. XIX)

samortización vinieron a cambiar las cosas, provocan­do la reacción violenta de muchos pueblos. Hay que decir que estas leyes de Reforma no eran nada nuevo en Occidente en donde la ofensiva contra las comuni­dades tenía medio siglo (sin hablar de los siglos ante­riores), pero como medida general cristalizó la resisten­cia de los pueblos, hasta ahora aislados en sus peleas particulares, contra adversarios locales. De aquí nace la coalición casual de muchos campesinos, indígenas o no con los conservadores (de manera muy relativa), con el Imperio (de manera mucho más obvia) y con la Iglesia que pertenece al mismo tiempo a la alta socie­dad, al gobierno y al pueblo rural. Las leyes de desa-

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mortización, al confundir a las corporaciones civiles con las religiosas, conducían lógicamente a tal alian­za. A eso se debe que los diez años que corren de 1856 a 1866 sean los de la movilización máxima de los cam­pesinos y los del movimiento lozadeño, este último muy complicado en sus implicaciones sociales y políticas, presentes y ulteriores.

Pero tenemos ahora que volvernos hacia atrás pa­ra asegurar nuestra marcha.

Primera Parte

Existe una problemática propia del Occidente

1. Un comportamiento demográfico notable

Se admite que la Nueva España conoce un fuerte cre­cimiento demográfico entre 1660 y 1730, un crecimien­to más lento en los treinta años ulteriores, seguido por un periodo de estancamiento;3 si eso vale globalmen­te, y más aún para el Anáhuac y el Sur, la Nueva Gali­cia y el Bajío siguen una trayectoria diferente, a partir de una composición étnica diferente. David Brading4 nos enseña que León, con todo y las tragedias de las epidemias, del hambre de la guerra, duplica su pobla­ción entre 1793 y 1828: Luis González lo señalaba con mucha intuición en 1959 y lo confirma en 1968 para San José de Gracia y en 1978 para Zamora: de 1742 con 1 025 familias y 4 000 almas pasa en 1792 a 5 766 fami­lias y 23 000 almas; las monografías de Francisco Mi­randa, sobre Yurécuaro, y de Alvaro Ochoa, sobre Ji- quilpan lo vuelven a repetir con crecimientos semejan­

3. Ver los trabajos de Cook y Borah, Claude Morin, Tomás. Calvo y Ceci­lia Rabell, sobre la Mixteca Alta, Zacatelco, Acatzingo y San Luis déla Paz.

4. David Brading Haciendas and ranchos in the mexican Bajío: León 1700-1850 Cambridge University press 1978.

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tes: Yurécuaro en 1792 tiene 1 031 almas y tiene 3 000 en 1822 (en este caso sirve también de refugio). Queda claro después de estos trabajos, del último libro de Bra- ding y de las investigaciones de Cook y Borah que el crecimiento demográfico fue más rápido en las provin­cias de Michoacán y de Nueva Galicia que en el resto de la Nueva España; es más, que se mantuvo cuando perdía su ímpetu en otras partes.

Por eso el siglo XIX en nuestro Occidente empie­za con un “drástico aumento de la población” ,5 carac­terística heredada del siglo XVIII, así como la presión consecuente sobre la naturaleza y la sociedad: expan­sión de la superficie cultivada, presión sobre las propie­dades jurídicamente débiles, amenaza contra las tie­rras comunales, progreso de la aparcería y del arren­damiento. Todos los elementos de los conflictos ulte­riores ya están en su lugar.

2. Una estructura agraria socio-económica original

A finales del siglo XVIII, la prosperidad minera y el crecimiento demográfico que aumenta el número de la mano de obra, permiten a los propietarios ejercer una presión mayor sobre los trabajadores; el viejo sistema, que había nacido de la escasa mano de obra, atraía hombres, ofreciéndoles parte de la producción a cam­bio de su trabajo; la tendencia ahora era a subir las ren­tas, a reemplazar los antiguos privilegios y obligacio­nes por pago en efectivo; fenómeno paralelo al que ocu­rría en la minería.6 La guerra de Independencia inte­rrumpió el movimiento por varias décadas, pero de to­dos modos el Bajío, los Altos de Jalisco y de Michoa­cán y otras zonas del Occidente todavía en espera de su historiador, ya tenían su estructura bien particular.

5. Brading (1978) pp. 178-179.6. Brading (1978) pp. 128-129.

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El siglo XVIII había visto el desarrollo de tres gru­pos sociales dinámicos: los empresarios en grande (ha­cendados, comerciantes y mineros), los rancheros, los arrendatarios. La tierra que el propietario no usaba, se arrendaba a otros agricultores y no quedaba ocio­sa, dada la demanda de cereales por una población en aumento. La disminuida presencia de pueblos indíge­nas (Nayarit es una excepción más importante que la del sur de Jalisco) explica la integración bastante ade­lantada de los indígenas a la sociedad global, y la au­sencia de la dicotomía clásica en el centro y en el sur de la Nueva España: peones endrogados y pueblos des­pojados obligados al trabajo temporal sobre las hacien­das. Aquí la estructura es complicada y contradictoria: unos pocos gañanes en las haciendas tienen una situa­ción bastante buena; muchos arrendatarios; la mano de obra temporal (arrimados y jornaleros, los más po­bres).

Le conviene a la hacienda aumentar el número de arrendatarios para no invertir más capital, para eli­minar riesgos y para aprovechar la mayor demanda de cereales y el mayor número de trabajadores.

Al lado de la hacienda, pero girando alrededor de ella, los rancheros forman una clase media muy inte­resante: conjunto de pequeños propietarios acomoda­dos y de arrendatarios principales, de minifundistas miserables y de habitantes de rancherías. Con los ran­cheros aumenta la diferencia entre el Centro y el Occi­dente, ya que tal grupo, que tiene su historiador en la persona de Luis González, ocupa una posición social es­tratégica entre los hacendados y la masa de los traba­jadores.7 McCutchen, McBride, Paul Taylor, Frangois Chevalier y Luis González los encontraron en las tie­rras altas, a la periferia, lejos de los mercados urbanos, en zonas poco atractivas para las haciendas empren­

7. Brading (1978) p. 75.

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dedoras, dispuestos a aprovechar las dificultades de la hacienda para crecer y multiplicarse.8 David Brading los encuentra —¡qué interesante!— también en las bue­nas tierras del Bajío: “ On the plains of the Bajío, how­ever, the story was quite diferent” .9 El rancho nace al principio, cuando los cabildos otorgan vecindades, de tal manera que en 1700, en la comarca de León, encuen­tra el historiador una numerosa y vivaz pequeña pro­piedad; es cierto que a finales del siglo XVIII, el ranche­ro tiene problemas para resistir a la embestida de las haciendas que compran todo lo que pueden, pero no tarda en tomar su revancha cuando las haciendas tie­nen serias dificultades y algunas se derrumben des­pués de 1810.10 11

La insurgencia arruina la economía global y las haciendas que se desarrollaban en este marco. En los Altos, “al romperse la vinculación entre la economíaminera en decadencia y la alteña subsidiaria que se vuelca sobre sí misma produce despido de mano de obra asalariada y concentración de la producción en base a la familia y a las relaciones de medianería [...] esta vuel­ta hacia el interior fue posible por el sistema de organi­zación interna de la hacienda, basado en una subdivi­sión de su territorio en ranchos ocupados por familias extensas. En este proceso los ranchos se diversifican y crecen [...] todas estas transformaciones producen un crecimiento demográfico interno” .11

No voy a repetir lo que nos dice Luis González de su región en la misma época; semejante fenómeno, Chevalier, Bazant, Paul Taylor y Brading lo encuen­tran también en la desintegración de ciertas hacien­

8. Luis González. Pueblo en vilo: microhisioria de San José de Gracia. Colegio de México.

9. Brading 1978 p. 150.10. Brading 1978 pp. 150, 151,157, 168, 173.11. Jaime Espin y Patricia de Leonardo. Economía y Sociedad en los Al­

tos de Jalisco. 1978, Cisinal pp. 126-127.

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das bajo el peso acumulado de la guerra, de las deudas con las instituciones clericales (habrá que esperar has­ta 1856 y 1859 para poder cancelar a buen precio estas tremendas hipotecas que alcanzan 40% del valor de las fincas, según cálculos de Brading): Santa Ana pacue- co (de Pénjamo a los Altos), Cojumatlán, Cuerámaro, Cuitzeo de los Naranjos, etc..,1-

Parcelar y vender es una solución; dar en aparce­ría es la otra y asistimos a un desarrollo impresionan­te de esta práctica que espera a su historiador y contri­buye a fortalecer los ranchos. Rancheros y aparceros producen casi todo el maíz, mientras que la hacienda cultiva trigo de riego en la parte que se ha reservad.: (los medieros cosechan como jornaleros, ya que el ca­lendario del trigo difiere del calendario del maíz). Bra­ding, Espin y de Leonardo analizan la lógica de este cambio de la renta en dinero (arrendamiento) al media- je, cuando las relaciones entre el trabajo, la tierra y los precios modifican la división del trabajo.

Lo fascinante es la rapidez con que se derrumban las grandes fortunas del siglo XVIII y como los ranche­ros saben, pueden aprovechar este ciclo para crecer a expensas de las haciendas y de las tierras de los indios; hay que notar, según Brading, la presencia numerosa de indios entre los rancheros, esos indios prácticamen­te integrados y conocidos en los informes del siglo XVIII como “ indios ladinos” ; la sociedad de los ranche­ros, fuertemente arraigada en la familia extensa que se moviliza tanto para el trabajo como para la política y la guerra, es la que triunfa en el campo en el siglo XIX (y también en el siglo XX cuando se beneficiará indirec­tamente de una reforma agraria que elimina la hacien­da); manifiesta su dinamismo tanto en la política, co­mo en la guerra (Antonio Rojas, e] hachero, tremendo 12

12. Brading 1978 p. 92, 140, 144, 202, 203.Heriberto Moreno ed. Después de los latifundios, III Coloquio de Antro­pología e Historia Regionales, Colegio de Michoacán, 1982.

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guerrillero liberal y bandido), como en el comercio (la arriería es de los rancheros). Compran terreno sobre terreno y buenas casas en los pueblos y en Guadalaja­ra, como el ejemplar don Nicolás Ramírez, antepasado directo de nuestro maestro don José Ramírez Flores. Don Nicolás, nacido a fines del siglo 18 en Ixtlán (Ys- tlán), empieza como labrador y arriero (¡va hasta Cam­peche!) y termina como gran propietario, en relaciones con la hacienda de Tetitlán (que en un tiempo fue de la familia López Portillo), dueño de prácticamente toda la zona que va de Ixtlán a Plan de Barrancas, y del cen­tro del pueblo, dueño de una buena casa en Guadalaja­ra, a donde se refugia para escapar de Lozada. Hay que decir que la familia Ramírez (don Nicolás tuvo veintitan­tos hijos) pudo organizar un levantamiento y tomar Ix- tlán y Ahuacatlán con puros parientes... Y su hijo Tri­nidad fue de los mejores oficiales de Ramón Corona hasta que cayó bajo las balas lozadeñas: rancheros criollos en expansión contra comunidades indígenas. Tengo una documentación que aclara muchos aspectos del levantamiento de Lozada y manifiesta que no hay como la investigación local llevada a fondo para acla­rar la historia general.13

Segunda Parte

Haciendas y ranchos contra los pueblos

1. La Reforma viene muy al final...

Ya se sabe desde hace mucho: Wistano Luis Orozco y Andrés Molina Enriquez fueron los precursores que nos aclararon el asunto; luego don José Ramírez Flo­res, blandiendo los seis tomos de la Colección de acuer­dos, órdenes y decretos sobre tierras, casas y solares

13. Ixtlán de Buenos Aires, 1958: trilogía documental. En este libro.

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de los indígenas, bienes de sus comunidades y fundos legales de los pueblos del estado de Jalisco: Moisés González Navarro, en numerosos y estimulantes escri­tos; Luis González y Andrés Lira en tertulias más fe­cundas que muchas horas de investigación o de lectu­ra. Para no volver sobre un punto ya aclarado y quizá aceptado, recordaré unas fechas:

12 de febrero de 1825: decreto 2 del Congreso de Ja­lisco.29 de septiembre de 1828: decreto 151 del mismo.17 de abril de 1849: decreto 121

Hay una multitud de otras disposiciones pero todas tienen una sola meta: lograr el repartimiento de las tie­rras de los pueblos y la privatización de la propiedad rústica. No trabajé la colección Coromina de Michoa- cán, pero no me sorprendería encontrar semejante tra­yectoria. ¿Para qué sorprendernos si la Nueva España de los Borbones conocía la embestida contra las tierras comunales? ¿Qué dice Abad y Queipo que no haya di­cho Jovellanos y qué no dirá Lerdo?

Es una prueba más de lo diferente que era el Occi­dente del Centro; cuando el congreso de Jalisco expi­de su decreto número 2, hacía un año que la comisión de gobernación de primer congreso constituyente del estado de México (o sea todo el centro, lo que es hoy Mé­xico, D.F., Hidalgo, Tlaxcala, Morelos y Guerrero) ha­bía decidido que no convenía aplicar en propiedad a los vecinos de los pueblos las tierras de fundo legal o de repartimiento, las comunes y las llamadas de co­fradías, para evitar la enajenación de las dichas tie­rras.14 Jalisco escogió el camino contrario sin tener miedo a los “pleitos y contiendas demasiado ruinosas y perjudiciales” , ni a la ruina de los pueblos. Y pasó en Jalisco, entre 1825 y 1856, lo que Molina Enriquez vio

M. Texto citado por Molina Kmíquez, p. 79.

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personalmente cincuenta años después, en el estado de México:

los mestizos han gestionado la repartición de los pueblos indí­genas, han comprado casi todos los terrenos, han hecho ex­pedir los títulos correspondientes y han recogido esos títulos pagando, naturalmente, los impuestos a nombre de los adju­dicatarios. Muchos indígenas de los adjudicatarios no fueron un solo día propietarios de las fracciones que les dieron en ad­judicación, y si se hiciera una investigación acerca de los pre­cios de venta, se encontraría que un terreno había costado al comprador unas piezas de pan, otro algunos cuartillos de maíz, y los m ás algunas jarras de pulque o algunos cuartillos de aguardiente.15

¿Manipuló un texto que habla de los años 80 y 90, unos 500 kilómetros al este de nuestra región? No; Mo­lina Enriquez sintetiza en unas líneas lo que pasó en el Occidente, y que se encuentra en los seis tomos ya ci­tados; solamente conozco en detalles lo que pasó en el séptimo cantón;! el reparto empieza en Ixtlán tan tem­prano como el año de 1826, y antes de la Reforma hay pleito mortal entre don Nicolás Ramírez, sus hijos, sus hermanos, sus primos, todos criollos del pueblo de Ix- tlán y de los ranchos de San José de Gracia, y los indios de Cacalután, ya despojados de sus cofradías, los de la sierra de Jala, Jora, Jomulco, los del pueblo vecino de Ahuacatlán. Pleitos judiciales, peticiones, viajes, in­vasiones, robos de ganado, incendios criminales, en breve, la guerrilla rural de todos los tiempos y de todos los lugares^ Lo interesante es que Ahuacatlán será con­servador y lozadeño de 1856 en adelante, mientras que Ixtlán será liberal activamente y activamente castiga­do por Lozada, quien confiscará los bienes de los Ra­mírez, para repartirlos entre los indios partidarios su­yos.

15. Molina Enriquez p. 80.

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Eso va como botón de muestra, pero tengo la mis­ma demostración hecha para pueblos vecinos de Tepic, como Atonalisco y San Luis, o vecinos de Compostela y de Santiago Ixcuintla; el fenómeno es general tanto en el plan como en la sierra o en la costa. Y lo que va­le para un cantón, vale para los otros, según lo vi en el Archivo General de la Nación y en los archivos de Ja­lisco.16

Los trabajos citados de Luis González, Francisco Miranda y Alvaro Ochoa nos dicen lo mismo para Mi- choacán; Elionore M. Barret y Donald Brand lo mis­mo para la zona sureña de la cuenca de Tepalcatepec y de los Motines. Nos dicen que las comunidades litiga­ron mu :ho entre 1837 y 1856,17 * * * según consta en el Ar­chivo dv? Notarías de Morelia. Por todos lados los ata­ques contra las cofradías empezaron en el siglo XVIII. De tal modo que la Reforma vino a dar el remate. Al mismr tiempo, por sus ataques contra el clero propor­cionó a los pueblos la primera ocasión de levantarse y de f irticipar en una guerra civil en la cual esperaban desqu? arse. La guerra lozadeña, la “politización” re­lativa le Lozada quien hasta 1856 no pasaba de ser un “band do social” con bastante arrastre local, es el epi­sodio nás vistoso de este fenómeno en nuestro occiden­te.

2. La tes amortización de 1856

1855, 'ey de desamortización en España; 1856, en Méxi­co. A problemática semejante, solución semejante; los

16. AGN Gobernación y Segundo Imperio; Guadalajara, Archivo Histó­rico del Estado, Archivo del Congreso, Archivo del Supremo Tribunal en la Biblioteca del Estado.

17. Santa Anna derogó el reparto de tierras de comunidades en Michoa-cán y autorizó a los gobernadores a recobrar las tierras usurpadas a pue­blos, villas y ciudades; dos medidas que los constituyentes anulan el 12de abril de 1856.

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problemas de México son los de todo el mundo occiden­tal, del imperio ruso al Pacífico. La lectura que dio Mo­lina Enriquez18 de las leyes de Reforma sigue siendo iluminadora: la gente se echó a desamortizar la propie­dad comunal de los pueblos indígenas (no de las ran­cherías, otras comunidades comprendidas dentro de la ley de 25 de junio, por ser de duración perpetua e inde­finida; de las rancherías salen muchos adjudicatarios) “ con tanto más empeño que era mucho más fácil de ser desamortizada que la de la Iglesia, porque de seguro la defenderían menos los indígenas en su estado habi­tual de ignorancia y de miseria. Algunos pueblos co­menzaron a ser desamortizados ya, y los demás amena­zados de igual despojo se levantaron en armas, pro­moviendo los disturbios de Michoacán, Jalisco, Que- rétaro, Veracruz y Puebla, que dieron motivo a una cir­cular lírica del Gobierno (de Lafragua) que nada reme­dió” .19 Seamos breves: “ el resultado de la repartición fue que los indígenas perdieron dichos terrenos. No po­día ser de otro modo” .20

“Fácil es comprender la confusión que siempre la división ha producido y que ha llegado a establecer la regla general, de que toda división de pueblos produce el levantamiento de sus pobladores” .21

En 1857 el artículo 27 constitucional incluye la ley de 1856 y la completa incluyendo los ejidos en las tie­rras sujetas a venta forzosa, medida esta última mu­cho más dañina, si se puede, que la ley Lerdo de junio y la circular del 9 de octubre de 1856. “ La maldita ley de desamortización” 22 permitía tratar de acabar con

22. T. Powell p. 82 E l liberalismo y el cam pesinado en el centro de M éxico 1850-1876 Sep. 70, 1974.

18. José Miranda “La propiedad comunal de la tierra, y la cohesión social de los pueblos indígenas mexicanos” . Cuadernos Am ericanos, 1966.

19. Molina Enriquez p. 76.20. Molina Enriquez p. 79.21. Molina Enriquez p. 132.

3 9

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“ esas reuniones extrañas que con el nombre de comuni­dades no sirven más que para mantener a los indivi­duos que las componen en la ignorancia, miseria, fa­natismo y degradación” .2:í

Tercera Parte

í4La regla general de que toda división de pueblos produce el levantam iento de sus pob ladores”

Inmediatamente se multiplicaron las reuniones, alar­mantes para las autoridades que descubrían la “ cues­tión agraria” y la “ cuestión indígena” al mismo tiem­po y evocaban la amenaza de la guerra de castas; las re­sistencias inquietantes, la disimulación de los títulos de propiedad, las argucias legales y por fin los levan­tamientos. No habrá que decir “por fin” porque el le­vantamiento es instantáneo, pero como no viene prepa­rado re apaga y no vuelve a prender sino hasta 1857, dentro de la guerra ya generalizada. Los levantamien­tos de 1856 van de Mazamitla a Cocula, pasando por La Barca y toda la orilla del lago de Chapala. En el archi­vo judicial de Guadalajara se ve que los naturales de Mazamitla tenían un litigio con Barragán desde 1854; en 1856 litigan los de Teocuitatlán, de Tepic, deZoqui- pan, de Poncitlán, de Santa Cruz, de Cajititlán, de Jo­co tepec.

i Migarán hasta fines del siglo y, en el siglo XX, sus descendientes seguirán litigando en el marco de la re­forma agraria; algunos pueblos litigaban sin descan­sar desde el siglo XVII.23 24 Las leyes de Reforma vinie­ron a multiplicar las entradas de los abogados y de los

23. M em oria del Estado de M iehoacán 1869 pp. 57-8 citado por E. M. Bar-reti.

2-í . Chimaltitán. San Pedro Lagunillas. Acaponeta, Tequila, Hostotipa- quiiio, Jala. Jomulco, para mencionar algunos de la zona de Lozada.

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tribunales porque engendraron una confusión tremen­da; en todas partes, pero especialmente en occidente donde la mezcla racial había sido muy grande, se tro­pezó con el peliagudo problema de saber quiénes eran indios; “ así ocurrió en el Estado de Jalisco, pues allí no había casi pueblos considerados como indígenas cuyos habitantes no fueran en gran parte mestizos de diversas clases” .25

De la confusión sale la guerra, hecho bien conoci­do. Me limitaré a presentar brevemente la guerra en el séptimo cantón, aclarando de antemano que esta re­gión, si tiene representatividad, tiene también una ori­ginalidad que impide toda generalización abusiva.

Proseguí de manera muy insuficiente las investi­gaciones de Cook y Borah sobre los partidos de Tepic y Ahuacatlán, pero con todo y lo incompleto de mis da­tos actuales, puedo afirmar que las dos características del Occidente existen al norte del río de las Cañas:

—crecimiento demográfico sostenido entre 1756 y 1850 hasta la fecha.

—multiplicación y crecimiento de ranchos nume­rosos, principalmente en la región de Ixtlán y la de Te­pic.

Pero, al mismo tiempo, la zona ofrece dos peculia­ridades, ligadas a la modernidad y al arcaísmo, o me­jor dicho a la coexistencia de grupos sociales que viven separados por siglos de distancia socio-cultural.

Por lo menos desde el siglo XVIII (mis conocimien­tos no remontan más allá) caminan al compás del creci­miento demográfico, expansión de las haciendas y de los ranchos y actividad comercial (la arriería y luego el gran comercio marítimo internacional). A principios del siglo XIX, el nacimiento y desarrollo del puerto de San Blas, la actividad del camino Tepic-Guadalajara son factores decisivos que atraen y fijan en Tepic nu­

25 José Miranda op. cit. p. 178.

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merosos empresarios europeos, españoles, ingleses, alemanes y franceses: los más famosos serán los Cas­taño y los Barrón. Tepic / San Blas debe su arranque inicial a la toma de Acapulco por los insurgentes y al desvío consecuente del comercio filipino y chino ha­cia San Blas.26 Así se desarrolla y consolida un grupo local emprendedor, ligado originalmente a Guadalaja­ra, pero pronto deseoso de independizarse; ese deseo no contribuyó poco a la fuerza de Manuel Lozada, quien, en parte, funcionó como brazo armado de este grupo. (Ver en este libro “La Casa Barrón y Forbes” ).

Al mismo tiempo y al lado de este sector moderno de haciendas, plantaciones, ranchos, fábricas y comer­cios, existe un sector famoso, pero no muy bien conoci­do, el de los indios serranos, de las naciones recién pa­cificadas y reducidas, a principios del siglo XVIII: co­ras, huicholes, tecuales, mexicaneros y tepecanes. Si tienen mucho en común, no forman una sino varias so­ciedades, nunca homogéneas (hay muchos huicholes y no se puede hablar en general de su cultura; pasa lo mismo con los coras. ¿Cómo meterlos todos, pues, en un mismo cajón y hablar de ellos como “ los indios” ? Es notable el poco conocimiento que se tiene de ellos en el siglo XIX, quitando a algunos sacerdotes (francis­canos en general) y a algunos co*nerciantes o ranche­ros que tratan con ellos. Pero eso es otro asunto (que tiene su importancia en la derrota final de Lozada, ya que las divisiones entre esos “ indios” tuvieron mucha importancia).

Esas sociedades nacidas en los tres siglos anterio­res siguen como “ composite response societies dedica­ted to resisting incorporation into the colonial sys-

26. José Ramirez Flores, E l real consulado de Guadalajara. N otas histó­ricas. 2a. ed. 1976, IMCE.

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tem” .27 Han elaborado una síntesis de las culturas lo­cales ciánicas con las de sus vecinos mestizos y criollos, síntesis en acción desde que, muy temprano, su zona sirvió de refugio a los prófugos mulatos, mestizos y criollos de la Nueva Galicia. En esta síntesis la influen­cia de los jesuitas fue determinante, social, cultural y económicamente.

En el siglo XIX, indirectamente a través de los pue­blos parientes, ya integrados, los de las bocas de sie­rra (Atonalisco, San Luis y Pochotitán al poniente, Huejuquilla, Tenzompan al norte y al oriente), o direc­tamente, conocen la presión de la sociedad moderna en expansión territorial y política. Las comunidades se­rranas se lanzan entonces a la guerra de 1856 en ade­lante, bajo la autoridad más nominal que efectiva de Lozada; ellas reanudan así la lucha larga, la resisten­cia armada y terca opuesta a los españoles hasta 1722. Se trata otra vez de los Nayaritas, los indios fleche­ros, pero esta vez se encuentran aliados con sus anti­guos enemigos, los indispensables aliados de los espa­ñoles, los llamados indios fronterizos, estudiados por María del Carmen Velázquez en su Colotlán de la Fron­tera y que encontramos en todos los pueblos anterior­mente citados. Los fronterizos heredan de su pasado una tradición de orgullosa milicia (tenían privilegios, no pagaban tributo, dependían directamente de su ca­pitán general) que hace de ellos un contingente bron­co, nada dispuesto a tolerar las invasiones de los ha­cendados y de los rancheros. La mecha lozadeña pren­de precisamente en estos pueblos: Atonalisco, San Luis y Pochotitán; luego la Reforma abona el terreno, y, lan­zados a la guerra los “ flecheros” producen un esplén­dido efecto de demostración: la guerra tiene sentido, la

27. Phil C. Wigand E th n o archeology int the high lands o f W estern M exico paper given at the Society for American Archeology 42d annual mee­ting, New Orleans, april 29, 1977.

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victoria es posible; por eso Lozada puede levantar con­tingente en todos los pueblos y no limitar su feudo a la serranía abrupta.' La serranía le proporciona dos ven­tajas mayores: la posibilidad de la retirada, del escon­dite, de la paciencia; una tropa de choque de combatien­tes que encuentran en la guerra un estilo de vida, a di­ferencia de los pueblos agricultores de las lomas y de los valles, más tímidos por razones obvias.

Así, sobre un argumento universal (el reparto de los terrenos comunales) y una temática local (la exis­tencia de pueblos combatientes) complicada por el jue­go político entre las élites de Tepic y Guadalajara por un lado, entre el estado de Jalisco y el gobierno central por el otro, construye Lozada un poderío respetable y respetado hasta 1873.

Final

La insurgencia nayarita duró casi veinte años y tuvo efectos importantes locales y occidentales; las autori­dades de Jalisco vivieron con la pesadilla de una posi­ble guerra de castas y tomaron muy en serio el proble­ma. Entre las consecuencias directas e indirectas del lo- zadismo hay que contar la existencia de una Junta Pro­tectora de las Clases Menesterosas en Guadalajara, co­rresponsalía de la Junta de México presidida, durante el Imperio por el extraordinario Faustino Galicia Chi- malpopoca (Galicia C. o Galicia a secas cuando los li­berales? Chimalpopoca Galicia cuando soplaba un ai­re indigenista); y su continuación en la república res­taurada bajo la forma de Junta Filantrópica Defenso­ra de la Clase Indígena, la misma que promueve la pu­blicación de la Colección tantas veces citada.

Más importante todavía, la resistencia legal o ile­gal de los pueblos fue alentada por la existencia del fo­co nayarita; precisamente fue cuando el incendio loza- deño amenazó con propagarse a los cantones de Mas­cota, Autlán, Colotlán, Bolaños y el Rosario, que la Fe­

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deración decidió ̂acabar con él. Pero mientras, se ha­bía descubierto, mejor dicho, vuelto a descubrir, el li­tigio: el Imperio abre el camino, dando muchas espe­ranzas, y la república no lo cierra (es cuando el Archi­vo General de la Nación abre la sección de Buscas, pa­ra contestar a las solicitudes de títulos primordiales). No cabe duda que la vía esa ofreció un desahogo bas­tante útil, por lo menos para el orden público. Los ra­mos de Gobernación, Junta Protectora de las Clases Menesterosas y Buscas proporcionan rico material de este tipo:

Hace mucho tiempo que las cuestiones de tierras ocupan los indígenas, creyéndose despojados por los propietarios parti­culares y aun por los puebos, y ocurriendo sin cesar a las ofi­cinas del Gobierno en demanda de una disposición que los rein­tegre en sus derechos. Quizás sus pretensiones no siempre ca­recen de justicia, pues muchos casos había en que realmente haya habido una verdadera usurpación; pero en lo general de­be creerse que son exageradas, atendiendo al carácter de los indígenas, a su ignorancia y a que de ordinario obran bajo la in­fluencia de personas que especulan con sus desavenencias y li­tigios. M as de todos modos, lo cierto es que la m ism a inquietud en que viven por ese motivo, la alarma en que tienen a los pro­pietarios sus vecinos y los frecuentes ocursos que hacen a las autoridades, pidiendo la restitución de sus tierras, todo esto está indicando la necesidad de dictar una medida general que ponga término a semejantes estado de cosas.

El texto es de 1866 y lo firma el prefecto político de Guadalajara... a veces uno tiene la impresión que pasa el tiempo pero sin contenido histórico, y uno confunde 1979 con 1866 y 1779...

A veces el litigio cansa la paciencia y “ en el mes de junio del año de 1869, el Supremo Gobierno tuvo no­ticia por contados particulares de que en algunos pue­blos del distrito de Tepic se trataba, por medio de la fuerza, de despojar de sus terrenos a algunos hacenda­dos sopretexto de que esos pueblos tenían derechos que

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deducir a la posesión de los mismos terrenos que trata­ban de adquirir [...] que la resolución tomada por los pueblos para apoderarse de los terrenos a que creían tener derecho, había sido a consecuencia de que can­sados de esperar un fallo justo de los tribunales, acor­daron por sí mismos recobrar sus derechos, dejando a salvo los terceros” .

En este caso se trataba de una medida tomada por las autoridades lozadeñas (Domingo Nava) y con ca­rácter general;28 otras veces la justicia era más expe­ditiva y no dependía de la secretaría de Gobernación ni de la alta política, sino de la policía y del fuero común. Decía:

“ los expresados indígenas han observado una con­ducta depravada, cometiendo multitud de abigeatos, robos y asesinatos en las personas de los transeúntes por las inmediaciones del pueblo y principalmente en la persona de Felipe Hernández [...] los animales que aparecían como de la propiedad de los indígenas eran de diversos fierros, algunos de los animales estaban lo que llaman vulgarmente trashenados y ninguno de ellos tenía la marca que indica la venta...” anota la Sec­ción 3a. de la Secretaría de Gobernación, a propósito del pueblo de San Francisco del Caimán, partido de Acaponeta, en diciembre de 1868.

Esta forma de acción social, por ser menos espec­tacular que la batalla de la Mojonera, no deja de tener su importancia y nos invita a hacer seriamente la his­toria social de la violencia.

28. Más adelante, en este libro “el Reino de Lozada en Tepic” .

(Ponencia presentada en el I Coloquio de Antropolo­gía e Historia Regionales, en el Colegio de Michoacán, en Zamora, 1979).

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EL PUEBLO DE SAN LUIS Y SUS PLEITOS

( 1822-1852)

La pequeña comunidad indígena de San Luis de Cua- golotán, destinada a llamarse algún día San Luis de Lozada, perteneció un tiempo al municipio de Tepic y después al de Jalisco, aunque su sueño hubiera sido in­dependizarse tanto en lo civil como en lo eclesiástico. Estuvo a punto de ver su ilusión realizada cuando uno de sus hijos, Manuel Lozada, llegó a ser el hombre fuer­te de toda la región, buscado por tirios y troyanos.

Congregación de indios serranos más o menos convertidos, más o menos convencidos por los frailes, a mediados del siglo XVII San Luis, como todo pueblo, había recibido su dotación en terrenos. En 1675 encon­tramos a los naturales de San Luis oponiéndose a las pretensiones del Lie. Andrés de Mora y de la Cueva, presbítero, minero, dueño de ingenio y criador de gana­do mayor, propietario de la hacienda de Mojarras. Es­te pleito sobre un sitio de ganado mayor denunciado por el licenciado fue ganado por el pueblo, quien reci­bió título en forma el 26 de noviembre de 1675, en Gua­dalajara. Pero San Luis iba a tener pleitos con la ha­cienda de Mojarras hasta el reparto agrario del siglo XX, y pleitos también con las otras haciendas vecinas: San Cayetano, Mora, Puga y con las Cofradías de la parroquia de Tepic.

Si la defensa jurídica fue victoriosa a lo largo del siglo XVIII (en 1755 se admitió el pueblo a composi­ción ). el siglo XIX empezó mal con los desastres de la re­

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volución insurgente. “ En el año de la insurrección ca­yeron los soldados, se llevaron nuestros títulos, Real provisión y los ornamentos de la Iglesia de nuestro pue­blo” . Pueblo insurgente, San Luis sufrió bastante en­tre 1811 y 1818. Al regreso de la paz se encontró de nue­vo con la hacienda de Mojarras.

Tenemos un pedazo de tierra gozándolo nosotros y los del pue­blo de Pochotitán que se compone de más de un sitio de ganado mayor y está en la orilla del Río Grande desde el paraje que lla­man De los Dos Pasos del pueblo de Guaynam ota el Viejo, y para arriba Aguapan, Vereda del Río para arriba, Alica, Cua- golotlán,* al cerro bermejo de la Magdalena quellam an, que es la cabecera del sitio por el lado de arriba y en esta cabecera del paraje de Cuagolotán, tenemos de colindante la hacienda de San José de Mojarras y esta dicha tierra es comprada por nues­tros antiguos y difuntos padres que fueron dueños y poseedores con títulos de la Real Audiencia y desde dicha posesión no ha­bíamos tenido ninguna inquietud hasta el tiempo que estuvo el finado Dr. Don Blas de Lerma, el que quiso quitam os nues­tras citadas tierras, esto es en el paraje de Cuagolotán donde están unas caleras que hemos poseado siempre por donde nos fue preciso el ocurrir a la Real Audiencia y se nos concedió una real provisión para que junta con el título anterior siguiremos poseando nuestras tierras y caleras.

Entró poseando Don Joaquín Pérez la referida hacienda y quiso hacer lo mismo, le mostramos los títulos y Real Provi­sión, se contuvo. Entró el dueño Don Manuel Herrera, instó a lo propio, le mostramos los dichos títulos.

Se levantan los insurgentes, se pierden los títulos. “En la presente ocasión el dueño de la hacienda que es aho­ra don Juan Antonio Andrade pretende impedirnos el uso de nuestras tierras y caleras sin atender a nin­guna de las contestaciones y derechos que tenemos y sin darnos aviso mandó a su administrador que que­

* Cuagolotán era el lugar en el cual se levantó el primer pueblo de San Luisque tuvo que ser abandonado por las invasiones de los indios serranos.

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mara las viviendas de nuestras caleras de poder abso­luto, sin vernos con ninguna caridad, sin atender que por su infame incaritativa soberbia de quemar nues­tras chozas nos ha impedido el acabar nuestra Iglesia, pues ya estábamos cerrando una bóveda y cerrados dos arcos, lo que con nuestras pobrezas y afanes esta­mos comprometidos a hacer la Iglesia pues para el re­verente culto de Dios, y de las tierras tenemos el prove­cho de sembrar en la orilla del río, melón, sandía y al­godón” . Pidieron copia de sus escrituras en Guadala­jara, lo que se les concedió el 27 de agosto de 1822.1

El alcalde Domingo Gerónimo y los principales Dionicio de la Encarnación, Diego Gerónimo y Pedro José Aguallo lograron así parar un golpe que había sido duro. Pero en 1828 el pleito seguía y las autorida­des de Guadalajara dejaron de dar toda la razón a los naturales de San Luis. El ayuntamiento de Tepic les había consultado para saber si “ será de adoptarse la medida de que el sitio nombrado Naguapan, en virtud de pertenecer a los pueblos de San Luis, Pochotitán y hacienda de Mojarras se divida en tres fracciones igua­les” .1 2

Guadalajara convocó las partes a presentarse an­te el tribunal para que “ con citación del poseedor de Mojarras, y teniendo a la vista los títulos, se separe, previas las formalidades de estilo, la parte que le co­rresponde, poniéndose en los términos divisorios mo- honeras de cal y canto, en cuyo caso la municipalidad de Tepic queda con la libertad que desea respecto de las de San Luis y Pochotitlán, como pertenecientes a sus fondos” .

Las leyes del joven estado de Jalisco habían pro-

1. Secretaría de la Reforma Agraria en Tepic (SRAT), comisión agraria mixta, expediente 3, f. 14-15, SRA en México (SRAM) E: 23: 15400 (723.2). Local: Ejid-Dot, San Luis de Lozada.

2. Colección de acuerdos... de los indígenas... de Jalisco. 1849-1882. Gua­dalajara, tomo I, p. 115.

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clamado que los ayuntamientos constitucionales he­redaban las extinguidas comunidades de indígenas...3

A los pocos años Juan Antonio Andrade, dueño de Mojarras, demandó al pueblo una vez más a propó­sito del sitio de Cuagolotán. Acusó a los comuneros de haber pasado su mojonera, de haberse levantado en armas y de haberle despojado del dicho terreno. El juez de Tepic declaró que el sitio pertenecía a la hacienda y recogió los documentos en poder de los principales

3. Idem . Ver más adelante La desam ortización de las com unidades enJalisco.

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de San Luis. El 25 de noviembre de 1838, los represen­tantes del pueblo interpusieron apelación contra el juez de primera instancia de Tepic. En 1839-1840 el “ común del pueblo siguimos un juicio contra el acendado de Mojarras, el finado Juan Andrade” .4

Para esta fecha no había más litigio con el pue­blo vecino de Pochotitán (se usaba indiferentemente las dos ortografías Pochotitán y Pochotitlán), pero sí con las tres haciendas de Mora y de San Cayetano, al poniente, hacia Tepic y Jalisco, y al sur y oriente con Mojarras, que “se tomó la mayor y mejor parte de los terrenos sin más títulos que la fuerza” .

En 1840 presentaron un “ cuaderno de pruebas ren­didas en el juicio seguido por los indígenas del pueblo de San Luis contra Don Juan Antonio Andrade” , en el juzgado de primera instancia de Tepic, sobre el asun­to de Cuagolotán. Para la misma fecha el juez les dio copia certificada de las diligencias de composición de 1755.5

En 1841 se hizo una información ad perpetuam de 14 testigos probando que el cerro de la Calera y te­rrenos de Cuagolotán eran propiedad de los indígenas de San Luis; pero el documento no fue autorizado, así que en el año de 1843 el juez de paz de San Luis promo­vió una información para acreditar la propiedad del pueblo.

En 1846 San Luis hizo la paz con la hacienda de Mora, quizá por tener en Mojarras su enemigo princi­pal. Había tenido pleito con don José María García, dueño de Mora, y lo perdió cuando el juez de Tepic puso al señor García en “posesión de las tierras de que se le había despojado” San Luis, con sentencia del 18 de junio de 1846. Se reconoció que el lindero oriente de Mo­

4. SRA México, San Luis 23:15400 (723.2) p. 13-14,1 de junio de 1849. En 1849 el pleito seguía con el coronel Joaquín de la Vega, nuevo propieta­rio.

5. SRA México, San Luis, etc... ff. 110-129.

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ra baja en línea recta del picacho del Sanguangüey hasta la esquina sur de una cerca de piedra que está en el rancho Portézuelo de lo de Bueno. Para el pueblo de San Luis quedaron el cerro de los Cuamiles y las tie­rras al oriente de la línea aceptada.6

En 1850 la hacienda de Mojarras, quizá por el he­cho de que había muerto el dueño, mandó reconocer sus linderos con el alcalde de Santa María del Oro y los pue­blos vecinos se molestaron. Victoriano Madrigal, comi­sario de Pochotitán y los vocales e indígenas antiguos matriculados de su pueblo, en número de siete, denun­ciaron que la hacienda se había introducido a terrenos del pueblo estableciendo mojoneras. Dieron poder a Procopio Roldán, comerciante de Tepic, para litigar en su nombre.7

A San Luis le fue peor en esta ocasión: el 8 de di­ciembre de 1850 el administrador de Mojarras cayó al rancho de Mojarritas “ en hunion de otros varios ba- queros de la misma hacienda y les quemaron sus ca­sas con todo lo que en ellas tenian y también el corral en donde se enserraba el mueble de la cofradia” .

En 1851 el cura de la parroquia de Jalisco, de la cual dependía San Luis, redactó ocho fojas “ Sobre el violento despojo que ha sufrido la Cofradía del pueblo de San Luis en su finca rústica llamada Mojarritas” , y pidió al Juez de Tepic instruir una información de tes­tigos para justificar la Cofradía Nuestra Señora del Rosario en su queja contra la hacienda de Mojarras. El cura Andrés González no tenía muchas ilusiones: “ Hace once años que están en controbercia, creo ser difícil conseguir el quitar esos terrenos, i mas cuando la cuestión es con un hombre poderoso que es D. Gui­llermo Forbes, como albasea de D. Joaquin de la Ve­

6. Archivo Notarías Tepic; Tomás Andrade, 16 de marzo de 1887, pp. 58 y 58 v.

7. A. Notarlas Tepic; Jesús Véjar, 14 de octubre de 1850.

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ga, húltimo dueño a la vez de la hacienda de Mojarras” .8 “El cura provocó un interrogatorio de siete testigos acreditando la antigua y nunca interrumpida posesión “que tienen los indios en esos terrenos. Esta muy pro­bada lo mismo que el despojo que les han echo, pero to­do enbalde pues nada ha balido y como en el archivo de esta parroquia no hai ningunos titulos, ni los indios tienen [...]. Más después del despojo, les hacen otro pre­juicio o quiero decir, les han amagado al que saquen el ganado que hai de Cofradia i que si no lo berifican tendrán que pasarlo del otro lado del rio grande, i que nada les importa que peresca” .9

Esta cofradía contaba con unas 200 reses y la ma­nejaba el pueblo, sin intervención del cura quien no­taba con mucho tino, en otra ocasión, que no se trata­ba de cofradía “ si no mas bien de un fundo de comuni­dad de los que acostumbran los pueblos para cubrir a sus necesidades comunes” .10 11

La Mitra de Guadalajara se dio por enterada y pi­dió al cura quejarse de despojo y pedir al juez de la ins­tancia la restitución de la posesión, después de enviar un oficio a don Guillermo Forbes “reclamándole razo­nada y enérgicamente el atentado” cometido y pidién­dole indemnización y restitución.11

El 2 de septiembre de 1851 el cura Andrés Gonzá­lez se armó de valor y escribió a don Guillermo Forbes, quien le contestó el 4 de septiembre que “ las cuestiones sobre tierras entre los indígenas de San Luis y la finca expresada comensaron desde mucho antes que fallecie­se Don Joaquín Vega” . Y se amparó detrás de su cali­dad de albacea para decir que no podía despojar a los

8. Ver en este libro La casa Barron y Forbes.9. Archivo Mitra Guadalajara, mismo documento, 19 de julio 1851.10. A.M.G., cura Margarito Cuéllar, 28 de septiembre de 1849, a propósito

de una cofradía en Pochotitán.11. A.M.G., Jalisco 13 de agosto.

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hijos menores del difunto. Terminó su carta escribien­do:

Permítame Sr Cura le diga que cavilosidades de personas muy allegadas a V y que no ignora quienes sean, son las que fomen­tan las cuestiones suscitadas por los indígenas de San Luis de cuya ignorancia se prevalen para ver lo que medran y sacar to­do el provecho posible en perjuicio de tercero.

El 4 de octubre de 1851 “ con fuerza armada de Te­pic y vaquerada de la hacienda recogieron” 60 anima­les de la cofradía e hirieron a dos indios. A la cabeza “hiba el comisionado de acordada Don Simón Man­íes y como 40 hombres de la hacienda armados de es­pada y lanza y algunos de estos con arma de fuego” .12

El asunto se pasó a los tribunales; el juez de Ahua­catlán falló a favor de la hacienda, el representante de la Cofradía y los indios de San Luis entablaron recur­so de “denegada apelación” , a consejo de la Mitra de Guadalajara. Se ganó el recurso y el licenciado Villase- ñor siguió el asunto en el Tribunal Superior para con­seguir completa restitución de Mojarritas.13 No se co­noce el resultado final, pero San Luis había perdido ya dos terrenos: las Caleras de Cuagolotán y Mojarri­tas. En ambos casos, el adversario había sido la ha­cienda de Mojarras.

A fines de 1851, Simón Mariles, jefe de la Acorda­da de Tepic, había encabezado la expedición última de los de Mojarras contra la cofradía de San Luis. La tra­dición oral quiere que por sus amores contrariados el joven Manuel Lozada, nacido en 1828 en el pueblo de San Luis y bautizado a los ocho días en la iglesia de Jalisco, haya tenido que remontarse a la sierra. La mis­

12. A.M.G., cura Andrés González a la Mitra, 18 de octubre de 1851 y SRAT exp.: 3 Comisión Agraria Mixta.

13. A.M.G., Jalisco, Guadalajara a 4 de diciembre de 1851, Juan Camare- na. promotor fiscal de la Mitra.

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ma tradición cuenta que Simón Mariles, cansado de no encontrarlo en el monte, exigió de la madre de Manuel, Cecilia González, que revelara el escondite de su hijo. El silencio de la señora sacó a don Simón de juicio a tal grado que la golpeó y le dio latigazos.

Cierto o no, pero a fines de 1852, o a principios de 1853, Manuel Lozada asesinó a Simón Mariles, des­pués de atormentarlo de manera cruel. Ya era el bandi­do Lozada, “personaje de funestos antecedentes” se­gún los historiadores liberales. Los “ antecedentes” de su pueblo no eran mejores si son de confiar las auto­ridades de Tepic. En 1848, fieles en su apoyo a la ha­cienda de Mojarras, calificaban a San Luis de “ pueblo afamado por la abundancia de malhechores y conti­nuos robos que allí abrigan” .14

¿Pero qué esperar de los indios de San Luis de Cua­golotán? ¿Que se resignaran a perder tranquilamente sus tierras, a dejarlas al enemigo de siempre, a la ha­cienda de Mojarras? Otros podían resignarse como los del pueblo de Jalisco, despojados en los años veinte por la hacienda de Costilla. Pero los de Jalisco no tenían ya nada que ver con indios y comunidad, mientras que los de San Luis eran los hijos de los indios fronterizos, de estos flecheros privilegiados por servicios milita­res prestados a la Corona, fuertes de sus victorias en litis del siglo XVIII, orgullosos de su participación en la revolución de 1811. Tenían que terminar como “ ban­didos” a! volver al antiguo camino de la violencia.

Manuel Lozada tenía diez años cuando San Luis perdió el sitio cargado de recuerdos, el sitio de los an­tepasados, Cuagolotán, donde se levantó alguna vez el Pueblo Viejo de San Luis. Manuel Lozada tenía 22 años cuando la cofradía de San Luis perdió Moj arri­tas. En ambos casos la fuerza bruta había vencido, ha­bía despojado, golpeado, quemado. En ambos casos

14. El Republicano Jalisciense, tomo II, n. 73, 18 de abril de 1848, p. l.

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las autoridades civiles, a diferencia de las autoridades del siglo pasado, habían apoyado a la hacienda. Mien­tras que la Iglesia; en la persona del cura de la parro­quia de Jalisco y del promotor ñscal de la Mitra de Gua- dalajara, había defendido tercamente al pueblo con­tra el poderoso Guillermo Forbes.

Estas lecciones políticas no quedaron perdidas para Manuel Lozada. Tales fueron sus “ funestos ante­cedentes” . Pertenecer a un pueblo bronco, fuerte, nu­meroso, con sus 700 habitantes, representaba la cuar­ta parte de la población de la parroquia de Jalisco, te­nía más habitantes que, juntos, San Andrés y Pocho- titán, los otros pueblos inconformes. Presenciar agre­siones perpetradas impunemente por la hacienda; dar­se cuenta de qué lado estaba el cura y de qué lado el jefe de acordada, el juez, el jefe político.

Así se formó Lozada el bandido, Lozada el cleri­cal, Manuel Lozada, “ personaje de funestos anteceden­tes, y que por una de esas complicaciones tan frecuen­tes en las guerras civiles, se había transformado de sal­teador de caminos en general de la reacción, a cuyo ser­vicio había puesto el prestigio adquirido por una serie de crímenes que hacen estremecer de horror e indigna­ción” .15

El primer crimen del bandido fue ajustar cuentas con Simón Mariles, el hombre del asalto a Moj arritas y, quizás, el hombre de los latigazos; el primer golpe del general de la reacción fue caer sobre la hacienda de Mojarras. El 21 de septiembre de 1857 se levantó al gri­to de “ Religión y Fueros” , que le había enseñado don Carlos Rivas, pero fue para caer como rayo sobre Moja­rras. Desde la hacienda mandó un correo al jefe polí­tico de Tepic para advertirle que pelearía hasta resti­tuir a los pueblos las tierras usurpadas por las hacien­

15. Híjar y Haro, José María Vigil. E n sa yo Histórico del Ejército de Occi­dente , reed. 1970, Guadalajara, p. 3.

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das. Antes de proseguir su camino advirtió al conster­nado administrador que levantara con mucho cuidado un inventario de los bienes en existencia. Sus últimas palabras fueron: “ ¡Mucho ojo! ¡No vaya a faltar nada! No tardamos en regresar. Todo esto es nuestro” .

Antes de diez años, én 1866, impondría a las ha­ciendas de Mojarras, Puga, Mora y San Cayetano un deslinde favorable a los tres pueblos de San Andrés, Pochotitán y San Luis. No cabe duda que el hombre era terco.

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LA REBELION “INDIGENA” DE JALISCO

1855-1857

¿Por qué poner “ indígena” entre comillas? Porque no estoy seguro de la naturaleza (índole) indígena de este movimiento netamente agrario. Para empezar de ma­nera abrupta citaré el hermoso documento descubier­to por Leticia Reina (1980: 148-150).

IProclam a de los pueblos de San C ristóbal y Zacoalco de Torres

Reunidos en las casas consistoriales todos los ciudada­nos indígenas y principales vecinos convocados por el gobernador de los indígenas de la villa de Zacoalco de Torres, ciudadano Lugardo Onofre, en unión del señor comandante de las fuerzas que trae a su mando, con el único y exclusivo objeto de llevar al cabo los fines tan sagrados del pueblo de indígenas, sobre la restitución de sus tierras usurpadas por las haciendas; y abierta que fue la sesión se manifestó un plan otorgado por los indígenas de Zacoalco: con fecha diez de mayo del pró­ximo pasado, y habiéndole hecho algunas observacio­nes, manifestó el ciudadano comandante, como presi­dente de aquella junta que en atención a que los veci­nos blancos y los antes llamados indios forman ya una misma familia, porque es conocidísimo que existe una mezcla de ambas razas y por lo mismo se apoyan en el presente plan; considerando hasta la evidencia y cono­ciendo las muy justas razones en que se apoyan aqué-

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líos, desean pues cooperar en cuanto les sea posible a su sostén, pues que de él depende el establecimiento de to­dos los derechos y privilegios concedidos a los pueblos que participan por la raza indígena injustamente aho­gados por tantos años, en cuya virtud, considerando que, desde que felizmente se consumó la obra del inmor­tal héroe de Dolores, todos los pueblos indígenas, no se haya conseguido el goce de sus oros, sino antes bien se les han usurpado en las épocas que por desgracia de todo el país han regido formas despóticas, no obstan tes todas las mejoras que ha proporcionado el sistema federativo, bajo cuyos auspicios se ha permitido el uso de representación. Considerando que, si más dilatan en moverse los indígenas, se enseñorearán más y más de las propiedades pertenecientes a los pueblos como lo demuestran los títulos de propiedad de los señores hacendados, quienes por ningún medio se han persua­dido para devolverlos a sus primitivos dueños, a los que tan injustamente les han usurpado convirtiéndo­se además en tiranos nuestros, sin otra razón que la de conocer que tarde o temprano descargará sobre ellos el brazo fuerte de la justicia por la indignación del pue­blo. Considerando que las medidas territoriales de to­dos los pueblos en cuestión con las haciendas jamás han querido presentarse para que tengan su verifica­tivo, no obstante las repetidas instancias de las comu­nidades indígenas; y si bien por la vía judicial una y otra vez han conseguido el darle curso a seis reclamos, más bien se han perjudicado por los enormes gastos que han erogado sin otro resultado que el de frustrar sus intenciones por la maligna intriga, como es noto­rio. Consideramos que el actual gobierno supremo se ha convencido de la justicia que asiste a los pueblos sobre la restitución de las tierras que indebidamente poseen las haciendas, en cuya virtud, cuanto han pre­sentado pidiendo la restitución íntegra no hace tiem­po se les señalaron plazos dentro de los cuales termi­naría definitivamente tan añeja cuestión, lo que con

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tal motivo consiguieron las más halagüeñas esperan­zas, que han producido un entusiasmo también en los sirvientes de dichas haciendas, por la tiranía con que los tratan. Considerando que el supremo gobierno se­gún las promesas del Plan de Ayutla señaló plazos, y no obstante habían terminado todas las diferencias, no han tenido su cumplimiento, antes se les han dado facultades y armas a los hacendados por lo que han apurado el mucho sufrimiento de los pueblos; tampo­co se proporcionó medida alguna de avenimiento de haciendas y pueblos, sino que, antes bien, se han re­mitido a los interesados a los generales judiciales, cu­yos pasos son demasiado gravosos, tanto por la calma­da rutina de éstos como por sus exorbitantes gastos que no se pueden compensar por carecer los indígenas de recursos y la paciencia que será indispensable de otros cien y doscientos años, como ha sucedido. Consi­derando que los antecesores de los indígenas tomaron las armas en mil ochocientos diez, militando bajo las órdenes del ilustre caudillo de la Independencia, don Miguel Hidalgo y Costilla, en la firme creencia de que derrocado el gobierno español recobrarían las vastas posesiones que éste les tenía usurpadas con perjuicio de todos los demás vecinos haciendo correr la sangre, cuya escena presenciaron con placer los hacendados, quienes más que ningún otro son culpables de la mi­seria y atraso en que se encuentra nuestra desgraciada patria, y principalmente de las familias indígenas y de toda la sociedad, de la abundancia de salteadores, de todos los vicios de que adolecen los pueblos. Con­sideramos que el descontento es general contra los ri­cos propietarios, por la codicia que acostumbran con la clase menesterosa contra quien se hace justicia por sí y ante sí, como que no reconocen otro centro de unión que su dinero, con el que sólo se ocupa de engañar a los incautos para proporcionarse gobiernos a su con­tento, aunque se derrame sangre mexicana; y por lo mismo, considerando por otra parte que los distintos

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cambios de gobierno acontecidos desde la Independen­cia hasta la época presente han sido impasibles para la raza indígena y proporcionando la vida y trabajo al pueblo, por cuyo motivo la sociedad se resiente más cada día viéndose que ninguno se haya ocupado de cuestión tan vital, formando exclusivamente un tri­bunal especial para que se dedicara en el arreglo y me­dida de la propiedad territorial, por cuya falta se ha originado a toda la Nación males demasiado trascen­dentales por cuyos fundamentos la junta y la guarni­ción aprobó por aclamación los artículos siguientes:

Primero: los indígenas del pueblo de San Cristó­bal en unión de los de Zacoalco y los vecinos blancos, quienes y con los demás pueblos confidentes de común acuerdo no reconocen otra forma de gobierno que el re­presentativo, popular, federal sin restitución alguna, sosteniéndola con las armas en la mano hasta derra­mar la última gota de sangre, protestando de la mane­ra más solemne contra otra cualquiera forma que pug­ne con aquélla como contraria a la voluntad de la ma­yoría de la Nación;

Segundo: se desconocen en su totalidad el supues­to derecho que presumen tener los hacendados con res­pecto a la propiedad territorial que ilegalmente han disfrutado hasta el año de mil ochocientos veinte y cinco, pues sólo respetan las enajenaciones legales que se han hecho en virtud del decreto número dos de la pri­mera época de la Federación;

Tercero: por medio de la presente, el supremo go­bierno actual, a quien se le suplica con el más profun­do respeto para que se ocupe, de preferencia, en man­dar reconocer los linderos de los pueblos con observa­ción de sus títulos ponerlos en quieta y pacífica pose­sión, y en seguida como único y universal dueño man­de repartir los terrenos sobrantes como propiedad na­cional, como que con esta medida se podrán afianzar definitivamente los principios liberales amagados y desconocidos por los grandes ricos propietarios terri­

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toriales como se ve que lo previenen varias cédulas im­periales que con tal objeto fueron expedidas y que se de­jaron al olvido; advirtiendo que si el supremo gobierno no fuere conforme con este artículo se repartirán los sobrantes en favor de los individuos que tomen las ar­mas en defensa del derecho de los indígenas y pueblos como miembros unidos;

Cuarto: si el supremo gobierno actual tuviere a bien aprobar este acta como lo esperamos, inmediata­mente nuestras fuerzas procederán a suspender todas las hostilidades que con este fin se hayan movido o es­tuvieran para verificarlo y pacificados los pueblos y en posesión de sus tierras se proceden al arreglo por una ley agraria que fije la igualdad, para que la Nación camine por la senda del progreso y civilización;

Quinto: se invitará, por medio de comunicados, a todos los señores jete^, oficiales y tropa que coopera­ron a derrocar la tiranía del genera! S.-mta Anna, para que tomen las armas por ser así necesario para qurt los pueblos se unan con fuertes vínculos y se den por sí mis­mos una resistencia política entrando por este medio al goce de la herencia que Dios señaló a todos los hom­bres, cuyos servicios serán compensados con partes iguales de terrenos como miembros de la facción fede­ralista;

Sexto: se considerará como enemigo a todo aquel que se opusiere a los anteriores artículos, porque la mi­sión del pueblo no es otra que afianzar para siempre los principios democráticos y sostener a su gobierno para que obre libremente sin trabas haciéndose duradero, castigándose ejemplarmente a los enemigos como trai­dores a los principios que proclaman la mayoría de la Nación;

Séptimo y último: compúlsese testimonio de la pre­sente acta y remítase al superior gobierno suplicándo­le de nuevo se sirva examinar la presente y darle den­tro de breve término la superior resolución sobre la ma­teria, para evitar que los pueblos reconquisten con las

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armas sus propiedades usurpadas como propiedad de los indios, haciendo lo mismo que los que las conquis­taron quienes actualmente las poseen y defienden.

Con lo que quedó aprobada sacándose copia de és­ta para que se reparta a todos los pueblos y den cuenta a vuelta de correo. Con lo que se concluyó firmándola para constancia los individuos de la junta, jefes, oficia­les y tropas. Encargándose ya de su ejecución al ciuda­dano comandante, la que se firmó para constancia. San Cristóbal, 30 de septiembre de 1856.Fuente: ADN, exp. XI/481.3/5483.

Textos como éste son muy escasos y debemos agra­decer a Leticia Reina por rescatarlo del Archivo Histó­rico de la Defensa Nacional y por haberlo dado a cono­cer. Dejemos a un lado el problema de saber quién es­cribe, quién tiene la pluma, si el ciudadano Lugardo Onofre, gobernador de los indígenas de la villa de Za­coalco de Torres, si algún “ huizachero” , tratado como vago y consignado por la circular del 31 de marzo de 1856 (Pérez Lete, XIV: 35-37). Lo que importa es que se haya promulgado cerca de Zacoalco —veremos en se­guida por qué— y que tenga un tono netamente agra­rio con todo y la fraseología indigenista.

“ Los vecinos blancos y los antes llamados indios forman ya una sola familia, porque es conocidísimo que existe una mezcla de ambas razas” ; descartando así, de entrada, la posible acusación de fomentar la guerra de castas. Luego se pide la “restitución de sus tierras usurpadas por las haciendas” y “una ley agra­ria” para la nación. Esta doble exigencia viene presi­dida por algunos considerandos y acompañada por amenazas que después se pusieron a ejecución. Vale la pena anotar la conciencia histórica clara y correc­ta del escribano. Nos consta que Zacoalco participó con heroísmo en la guerra insurgente, al responder al lla­mado del Amo Torres; nos consta que Zacoalco, antes

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de la independencia, ha litigado a más no poder (“ seis reclamos por la vía judicial” ). Un año más tarde, en septiembre de 1857, en el cantón de Tepic, así hablaría Manuel Lozada.

II

Los antecedentes

Luis Pérez Verdía (1876) nos contó cómo la flor de la juventud de Guadalajara murió en la batalla de Zacoal­co, el 4 de noviembre de 1810 y cómo los hombres de Za­coalco participaron en el combate, bajo las órdenes de José Antonio Torres, el Amo, en compañía de indíge­nas de Sayula, Colima, Zamora y otros pueblos. Wil­liam Taylor (1981) y Eric van Young (1981), nos explican por qué Zacoalco tuvo esta vocación insurgente, al de­cir que no hay que interpretar estos conflictos en térmi­nos étnicos, sino en términos de enfrentamiento entre campesinos de los pueblos y hacendados.

Durante el siglo XVIII, el crecimiento demográfi­co y el desarrollo de una cerealicultura comercial au­mentaron la presión sobre la tierra, especialmente en la región de Guadalajara. Los pueblos indígenas que en 1800 formaban la mitad de la población en esta re­gión central, al sur de Guadalajara y alrededor de la laguna de Chapala, hasta Zamora, habían visto su po­blación multiplicarse por dos, tres, cuatro. Mestizos y españoles los habían invadido a tal grado que los in­dígenas llegaban a formar una minoría en su propio pueblo. En estas condiciones, el progreso de la cereali­cultura significó la presión de las haciendas contra los pueblos, la ofensiva contra los usos tradicionales, la usurpación de las tierras realengas o mal tituladas, el pleito de todos contra todos: entre haciendas y pue­blos, entre pueblos, adentro de cada pueblo. No hay pueblo que no tenga pleito. El conflicto se generaliza a partir de 1760, como lo han aclarado Ramón Serre-

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ra (1977: 335-6), Eric van Young y William Taylor. En el Archivo Histórico de Jalisco, en el ramo judicial del Archivo de la Real Audiencia de Guadalajara, en el Archivo de Indias en Sevilla, están las impresionan­tes listas de “ querellas de indígenas en problemas por la posesión de tierras” (AHJ J-2-793 JAL/10).

Zacoalco tiene una historia especialmente agitada en este fin de siglo; entre 1754 y 1806 pierde seis pleitos contra las haciendas vecinas y se entrega al motín en varias ocasiones (1756, 1795). Estos inconformes no son pobres diablos; Zacoalco es un pueblo grande, ri­co, complejo, mestizo, según nos lo ha contado don Jo­sé Ramírez Flores. Por eso mismo, Zacoalco es bronco. Lo que vale para Zacoalco vale para la región central del futuro estado de Jalisco, granero de Guadalajara, afectado por el crecimiento demográfico, por la mone- tarización, por la proletarización. Es la zona del ban­dolerismo de este fin de siglo, y va a ser la zona insur­gente.

Según William Taylor (1981: 36) en Zacoalco la privatización de la tierra se encuentra bien adelanta­da; la lucha de clases no está ofuscada por la solidari­dad de la comunidad. Agricultura comercial, desarro­llo de las artesanías, migraciones, tales son las carac­terísticas de la modernidad regional. Eso debilita las estructuras tradicionales de tal manera que en 1800 Zacoalco se encuentra “nepantli” , entre dos mundos. Ha conservado tradiciones que muchos otros pueblos indígenas ya perdieron, pero es al mismo tiempo un pueblo grande, una ciudad en la cual son numerosos los no indígenas. La lengua indígena, la propiedad co­munal están en decadencia, mientras que la economía monetaria progresa con sus asalariados, sus talleres, sus industrias.

En una sociedad tan dividida, tan conflictiva, fun­ciona un poderoso factor de unificación: el pleitismo contra el enemigo común, a saber, las haciendas cir­cunvecinas. En 1856, el pleito tiene un siglo ya. En el

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pleito el barrio indígena de Zacoalco (el barrio de las cebollas), y los pueblos de la región que van de Zacoal­co a Santa Anna Acatlán y que sigue toda la ribera de la laguna de Chapala, han adquirido una extraña cons­ciencia “indígena” . (Taylor: 36)

Según Taylor, esta gente que se toma como indíge­na lo es mucho menos que la gente de Oaxaca, que no sabe que para los otros es indígena. La idea del “ indio” es europea, criolla, mestiza. El “ indio” es quien al con­tacto de los otros ha perdido su idioma, su fuerte comu­nidad y, en cambio, ha adquirido su “ indianidad” . Po­dríamos decir que tal etnicidad es una forma de con­ciencia de clase, o mejor dicho, de conciencia política. En Jalisco, el indio es una clase inferior.

A fines del siglo XVIII la crisis política se suma a la crisis económica, demográfica y social. Las refor­mas de los Borbones, la secularización de las parro­quias franciscanas debilitan los lazos de fidelidad ha­cia la Corona. La situación madura en tal forma que, al desaparecer el Rey, esta gente está dispuesta a seguir a quien se presenta para hablarle en voz alta: el amo Torres, en nombre del cura Hidalgo y de la Virgen de Guadalupe. La hora de ajustar cuentas ha llegado y los insurgentes de Zamora a Zacoalco, de Zacoalco a Joco- tepec y Ocotlán se lanzan sobre las haciendas.

Entre los insurgentes que aceptan la amnistía de febrero de 1811 contamos gente de Zacoalco, desde lue­go, y de Santa Anna, Ajijic, San Juan Jocotepec, Cha- pala, Mezcala, Atemajac, San Pedro Tesistán. Esto no quiere decir que dichos pueblos hayan sido unánimes en levantarse en armas, ni que los criollos no hayan participado en el movimiento.

La guerra chapálica (1811-1816)

En este episodio singular de la guerra de Independen­cia se distinguieron los pueblos de Mezcala y de San Pedro Itzicán (Ixicán o Xicán; pronunciar Chicán). El

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incendio de San Pedro Xicán por los realistas provocó el levantamiento de toda la ribera de la laguna de Cha- pala. Se distinguieron los siete pueblos de la ribera nor­te: Xicán, Santa Cruz, Santa María, San Sebastián, San Miguel, Jamay y Mezcala; también Poncitlán y Santiago, Jocotepec, Tizapán y Tlachichilco. Los pue­blos de la ribera sur, de San Martín (cerca de Zacoal­co) a La Palma ayudaron a los combatientes que se for­talecieron en la isla de Mezcala bajo las órdenes del valiente cura Marcos Castellanos, de José Santa Anna y de D. Encarnación Rosas. Luis Pérez Verdía nos con­tó la guerra de cinco años que los pueblos de la Lagu­na sostuvieron tercamente contra los realistas, las hazañas increíbles de los insurgentes, el sitio de la is­la que se parece a los grandes sitios de la historia uni­versal; nos contó también los sufrimientos de los pue­blos, como Tizapán, quemado “ sólo porque de ahí se ha­bían provisto los insurgentes, de tal manera que el za­cate cubrió las calles, las plazas y las casas por mucho tiempo” . (Pérez Verdía, 1876).

Esta guerra de Troya no tuvo su Ulises, felizmen­te para los sitiados, y la capitulación que se firmó el 25 de noviembre de 1816 resultó ventajosa y honrosa para ambas partes (mucho más que la que tendrán que aceptar los vencidos de 1857, según se verá más adelan­te). El general Cruz se comprometió a entregarles todos sus pueblos reedificados, a exceptuarlos del tributo, a entregarles tierras, bueyes y semillas para que tuvie­ran modo de subsistir sin necesidades, a tratar todos los comprendidos en aquella capitulación o sea 800 sol­dados con toda clase de consideración. Cruz cumplió y trató con honores al P. Marcos Castellanos y a José Santa Anna; por cierto con más justicia que el Méxi­co independiente, que se olvidó de sus héroes. Santa Anna murió pobre en 1852; el cura Castellanos había muerto años antes en su curato de Ajijic, pero en 1855 el recuerdo de sus hazañas seguía vivo en la región cha- pálica.

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El gobernador de Michoacán, José Salgado, escri­bía el 5 de marzo de 1833 a su colega el gobernador de Jalisco que los héroes de Mezcala “ siguen viviendo en la más deplorable miseria, sólo uno de tantos infelices consiguió una pensión, pero tan corta... Los enuncia­dos naturales reputarían por gran merced, v.g. eximir­les de contribuciones, ampliarles los terrenos que dis­frutan” . (Pérez Verdía: 1876) Salgado sabía de quiénes hablaba ya que, como Comandante General del Sur, le había tocado la zona de Mezcala entre 1813 y 1817.

Antes de 1833 había vuelto a manifestarse el pro­blema de los terrenos de las comunidades de la región. En 1825 Atemajac, Juanacatlán, Zapotlán el Grande y Mazamitla habían protestado (Colección, 1:433) y el año anterior, en 1824, Zacoalco se había amotinado contra los nuevos impuestos y contra la obligación de la milicia cívica (Taylor, 1981:26). Nada más que en esta ocasión los testarudos habitantes de Zacoalco ha­bían dejado de ser considerados patriotas y se habían ganado la fama de reaccionarios.

El pleito es constante, por eso brincamos al año de 1849, cuando “ en la solicitud que hicieron los indí­genas de San Pedro Ixicán, San Miguel, Poncitlán y Mezcala, pidiendo que se les completen los fundos le­gales de sus pueblos, recayó el siguiente decreto:

Guadalajara, abril 16 de 1849. Devuélvase a los interesados es­ta solicitud para que ocurran a deducir sus derechos ante el juez respectivo, a quien el Gobierno recomienda muy particular­mente que los atiende en justicia: líbrese al Sr. Jefe Político de La Barca para que informe si hay algunos terrenos baldíos que puedan aplicarse a los mismos interesados, en caso de que no obtengan de los tribunales sentencia a su.favor, a fin de que no carezcan por más tiempo de los terrenos que reclaman. “Lo traslado a US para que dé el informe que se pide y cuide de que no con ocasión de esta clase de negocios se altere la tranquili­dad pública” . (Colección, 1:639-641).

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Tepic

Asi entramos a los turbulentos años cincuentas, pero es necesario antes decir dos palabras sobre la región de Tepic que va a llamar la atención de los contemporá­neos antes de llamar la del historiador. Para ser breve, esta región casi fronteriza, aislada y despoblada has­ta fines del siglo XVIII, conoció un prodigioso desper­tar con la apertura del puerto de San Blas. Tal afirma­ción no descansa aún sobre un estudio profundo, pero puedo afirmar, según mi primera impresión y a par­tir de datos aislados recogidos en el Archivo de la Real Audiencia de Nueva Galicia, en el ramo fiscal especial­mente, que el desarrollo del comercio, de la agricultura y de la población, es algo impresionante. No faltan los numerosos pleitos judiciales en los cuales están meti­das las comunidades. La región de Tepic abrazó la cau­sa insurgente y la serranía fue un baluarte tan inex­pugnable como la isla de Chapala. En fin, los pleitos sobre terrenos siguen desde 1820 hasta 1850.

III

Bandidos en la sierra

En otra ocasión contaré la historia de los pleitos que entre 1820 y 1850 oponen haciendas y pueblos en la co­marca de Tepic. En 1853 el pueblo de Jesús María, can­sado de tanto esperar, se levantó en armas. Aplastado, se acogió a la gracia de indulto concedida el 29 de abril por el general y gobernador interino José María Yáñez. En este mismo año de 1853 apareció por la primera vez en un documento oficial el nombre de Manuel Lozada. Tenía entonces 25 años y “ la gavilla capitaneada por Manuel Lozada seguía cometiendo toda clase de exce­sos en los pueblos y rancherías del partido de Tepic, pues contaba con una absoluta impunidad desde que asesinaron en la sierra a Simión Morales (se trata de

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Simón Mariles, jefe de la policía de Tepic, NdA) que lo perseguía” . (AHDN 3 de julio 1854).

En octubre de 1854 reportaron los militares que la “ cuadrilla de salteadores asolaba el distrito. Que­maron la hacienda de Mojarras a 8 leguas de Tepic” . El pueblo de Lozada, San Luis, tenía un viejo pleito con tal hacienda. Preocupado, el general Pavón escribió, desde Zacatecas, a la Defensa: “ Las grandes gavillas que bajo la denominación de ladrones se están reunien­do en algunos puntos de Jalisco [...] no son sino revolu­cionarios que aguardan utn momento propicio para pro­clamar la Federación y trastornar el actual orden de cosas. Esta sospecha se confirma al tener noticias de que esas gavillas son capitaneadas por un Licenciado Lozada” . ¡Licenciado Lozada! Cuánta imaginación pue­den tener los militares para explicar sus descalabros. Lo cierto es que la revolución de Ayutla debilitaba al gobierno y alentaba a las famosas gavillas, revolucio­narias o no.

El 2 de noviembre de 1854 la Comandancia gene­ral de Zacatecas informó sobre “ el importante núme­ro de ladrones que se encuentran extendidos entre la sierra de Huajimi, Bolaños y Morones [...] En todo el grueso que forman las diversas gavillas no se encuen­tra un hombre de influencia ni de representación que las mueva, pero esto no persuade de que no lo haya ocul­tamente y que sus miras sean las de promover un tras­torno público. Las sierras de Alica y Tenzompan están ocupadas por los bandidos” .

A partir de Tepic se intentó una ofensiva contra la sierra de Alica, mientras “por la influencia de los reli­giosos misioneros del Colegio de Guadalupe que sirven las misiones del Nayarit he logrado contar con la coo­peración de los huicholes para la persecución de los bandidos de Alica (sic)” . (AHDN. 26 de octubre, 2 de noviembre, 24 y 28 de noviembre de 1854).

Otra campaña anunciada en abril de 1855 contra los gavilleros de Tepic fracasó. El 1 de mayo, el subpre­

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fecto de Ahuacatlán, Ignacio López Ramírez pudo es­cribir al gobernador de Jalisco: “ Los anarquistas han interrumpido el orden [...j frecuentes invasiones de la­drones que casi no han dejado población que no han asaltado o intentado asaltar. Hace más de dos años que se hayan establecidas en la sierra de Alica varias gavillas de facinerosos que infestan este distrito man­dadas por el infame Manuel Lozada Se han fomen­tado muy considerablemente. Amenazan Ahuacatlán, Istlán, Jala” . (AHJ). El pobre subprefecto terminaba pidiendo auxilio, como todos los funcionarios que le ha­bían de suceder entre 1855 y 1860. Tenía toda la razón. Manuel Lozada atacó y tomó Jala el 22 de mayo, derro­tando a los dragones de Ixtlán. Entre los pueblos de esta subprefectura, el de Cacalutan aprovechaba la cir­cunstancia para mover su pleito con los criollos de Ix- tlán. (Meyer, 1981 b)

La Comandancia general de Zacatecas denunció en junio los “ espantosos crímenes que se cometen dia riamente por aquella horda de bandoleros losadistas” que tomaba El Teúl, Tlaltenango, Mezquital del Oro, La Yesca. El 30 de julio Rufino Mejía fue ejecutado en Guadalajara, condenado por el Consejo de Guerra. Na­tivo de Tequepespan, 45 años, casado, operario, era “ uno de los principales ladrones que forman la gavi­lla de Manuel Lozada. Se le probó 24 robos con asalto, 3 asesinatos, porción de estupros y violencias en muje­res de todas clases y aún en niñas pequeñas, incendio de la cárcel de Tequepespan, del archivo del juzgado...” . (El Soldado de la Patria, 31 de julio de 1855)

Unos días después, la revolución de Ayutla triun­fó y las autoridades de Tepic se pronunciaron a su fa­vor el 25 de agosto. En septiembre se presentó una peti­ción de indulto a favor de Lozada, mientras que la Ba­rron and Forbes Ce compraba la hacienda de Mojarras, cuyo casco había sido quemado por los lozadistas, o lozadeños.

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Los chicanes, los pronunciados de Tepic y la guerra de castas

Mientras se tramitaba el indulto de Lozada y los loza- distas trataban de hacerse olvidar, la agitación crecía en el cantón de La Barca; en noviembre, gente de Ponci- tlán y de Santiago Totolimixpa se lanzaron contra la hacienda de Gachos (San Pedro Mártir) y el tumulto llegó a tal punto que el gobernador Santos Degollado tuvo que sermonear “ a mis amigos los indígenas de Ja- may” : “ He sabido con mucho sentimiento que ustedes, de propia autoridad, se echaron sobre el rancho del Fuerte, rompieron las puertas de mano \...} intimando a los vecinos que desocuparan las casas” . C incluyó su arenga, invitando a los hacheros: “preséntense a los jueces pacíficamente” . (El Nacional, 24 de noviembre de 1855, p. 3) Degollado tuvo que aprender rápidamen­te a hacer uso del poder porque a los quince días ocu­rrió el pronunciamiento de Tepic (13 de diciembre) y San Blas, que llevaría al gobernador de Jalisco a cho­car con la poderosa Casa Barrón and Forbes (Meyer, 1981 a) y México a chocar con Inglaterra. No nos inte­resa directamente este capítulo, sino en la medida en que Santos Degollado, agobiado por mil amenazas rea­les, acabó viendo moros con tranchete y, ligando los acontecimientos de Tepic con los de La Barca, escribió al Presidente de la República, el 30 de diciembre: “ los sublevados abandonaron Tepic con el ánimo de acer­carse a Chapala a unirse a los indígenas que por allí se han rebelado” . (El País, 26 de enero de 1856) El fan­tasma de la guerra de castas se perfilaba una vez más. En 1873, a la hora del enfrentamiento final contra Lo­zada, las autoridades de Jalisco temerían otra vez la unión militar de los indígenas de Tepic y de Chapala. (Meyer, 1969)

El 18 de diciembre, el coronel Félix Vega había in­formado a Degollado sobre los desórdenes del cantón de La Barca. Dicho oficial había participado en la re­

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volución de Ayutla, entrado a Zapotlán el Grande en compañía de Degollado y llegado hasta Tepic que aca­baba de dejar, porque el gobernador lo había comisio­nado para pacificar el cantón de La Barca.

La sublevación de los indígenas de La Barca

Cuando llegué a La Barca, ya los referidos indígenas, de dis­tintos pueblos reunidos en número de más de 500, habían reco­rrido varias poblaciones en protección délos reconocimientos de linderos que en ellos se hacían, por parte de los individuos de la misma clase. Cuando ya concluyeron aquellas operacio­nes comenzó a disminuir la reunión; así es que, en Jamay, sólo encontré cosa de 150 que no tuve trabajo en convencerlos de lo ilegal y atentatorio de sus procedimientos.

Se quejan, prosigue, que el gobierno dio permiso a los hacendados para armarse y que han invadido los pueblos, los cuales no hacen más que defenderse.

Logrando de esta manera la disolución de aquellas reuniones, tuve que emprender otra clase de trabajos. En multitud de poblaciones, los indígenas se habían apropiado de varios te­rrenos en que creen tener el derecho de propiedad, pero cuya posesión están actualmente por los hacendados: cometieron la arbitrariedad de lanzar de ellos toda clase de semovientes, y hubo puntos donde cosechasen las milpas, dando a los propie­tarios la mitad de la cosecha apoderándose de ella en su tota­lidad: llegaron también a fijar término a las familias [... ] para que las desocupasen, amagándolos con la destrucción o in­cendio.

Vega consiguió que esperasen la decisión de Dego­llado y apunta: “ Según las mediciones que he prac­ticado en varios pueblos de Jalisco, he advertido que las haciendas acasó por la desidia de los indígenas, han viciado sus posesiones usurpando así algo de los terrenos que pertenecen a los pueblos” en tiempos de la Colonia. El decreto 2 del Congreso de Jalisco los hizo

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“dueños absolutos” , pero “ su ignorancia los obligó a hacer un mal uso de esas leyes y celebraron ventas rui­nosas con la mayor celeridad de los pocos terrenos cu­ya posesión, quieta y pacífica tenían, quedándose so­lo con lo litigioso” . Ahora “ pretenden la devolución. De esta manera, esa clase ha quedado hoy en la mise­ria; y en medio de su agitación, no solo desea recobrar aquellos que justamente deben pertenecerles, sino que desarrollan pretensiones muy exageradas y manifies­tan un odio implacable contra los propietarios, fundan­do la audacia y la osadía, con que lo hace ostensible a nuestra sociedad en la liga que han podido formar más de 40 pueblos de Jalisco, relacionado con otros de los Estados circunvecinos” . (El Nacional, 22 de diciembre de 1855)

Al infeliz de Vega no tardaron en acusarlo, por sus buenas gestiones, de fomentar la agitación entre los in­dígenas de La Barca y de relacionarlos con los nayari- tas. Tuvo que publicar en Guadalajara una airada Vindicación que hace el C. Félix Vega de su honor ho­rriblemente ultrajado con pretesto de la insurrección de indígenas y pronunciamiento de Tepic. (1855) Seguiría de Jefe Político en La Barca, hasta 1858.

México se preocupó por el asunto y se le contestó el 8 de enero de 1856 “que se informará sobre el estado que guarda la sublevación de los indígenas de La Bar­ca, para cuya pacificación se han tomado todas las me­didas posibles” . (Pedro Ogazón a Gobernación, AGN / Gobernación) Como la agitación no cedía, el gobierno del estado de Jalisco pasó el 27 de Febrero de 1856 la circular nQ 8 que era algo como una confesión de impo­tencia: “Secretaría del gobierno del Estado de Jalisco. —Circular.- Deseando el Excmo. señor gobernador evi­tar las violencias que se cometen, ya de parte de los in­dígenas que tumultuariamente se suelen apoderar de terrenos que han estado en el dominio de las hacien­das, ya de los hacendados que, á mano armada y sin considerar las consecuencias de su imprudente conduc­

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ta, invaden y acosan á los referidos indígenas, ha teni­do á bien declarar:

1Q Que á los que se hallen en posesión de los terre­nos conforme á las leyes, es decir, por un tiempo que no baje de un año y un día, los conservarán en su poder hasta que los tribunales competentes declaren á quien pertenezca la propiedad.

2- Que los indígenas ó los hacendados que sean arbitrariamente interrumpidos de su posesión, pueden usar de sus propios recursos para repeler con la fuer­za las agresiones injustas que se les hagan.

3Q Que las autoridades políticas no procederán contra los usurpadores de terrenos ó despojadores de su posesión, si no auxiliando á la autoridad judicial competente, cuando haya fallado en el interdicto de despojo interpuesto; y

4- Que se emplearán las armas del gobierno con­tra los perturbadores del orden público y de la tranqui­lidad de los pueblos, sean indígenas, hacendados ú otra clase de vecinos, que á prétesto de recobrar sus propie­dades quebrantan las leyes establecidas. (3) (Colec­ción, III: 18-19)”

Una formal conflagración entre algunos pueblos de indígenas.

En marzo, el periódico oficial reportó nuevos movi­mientos de los indígenas en el cantón de La Barca y co­mentó: “ Es un hecho que existe un malestar que ame­naza por ahora inmediatamente el orden social, si con tiempo no se previene y se deja que, seduciendo algu­nos, por otra parte, a los descontentos, nos conduzca a una catástrofe” . {El País 8 de marzo 1856, p. 3)

¿Cómo prevenir la amenaza, si se la veía venir cla­ramente? Ignacio Aguirre proponía, en el País, buscar “ el modo que creyeren más a propósito para hacer pro­pietarios a los que no lo son, sin perjudicar a los legí­timos dueños de los bienes que tienen adquiridos” , re­

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partiendo terrenos baldíos, terrenos municipales so­brantes, fundando nuevas poblaciones. (Colección, III: 420-423)

En su Memoria correspondiente al año de 1857, el Gobierno declararía, después de los acontecimien­tos: “ La mano del ejecutivo pudo por entonces obtener la represión de mayores delitos de los que tuvieron lu­gar, castigando estos y reconquistando la tranquili­dad de las poblaciones; pero entendiendo siempre que el remedio radical debería buscarse en la aplicación de la justicia acordada a la cuestión por medio de pro­videncias pacíficas” (Colección III: 423). El gobierno tomó así medidas contra los “huizacheros” (Pérez Le- te, XIV: 35-37, 31 de marzo 1856) y, el 19 de junio, des­tinó un abogado especial para la defensa de los dere­chos de “ los llamados indígenas” . Pero los pueblos no quisieron esperar más. Habían perdido toda confian­za en la vía judicial. El 10 de mayo se manifestó “un plan otorgado por los indígenas de Zacoalco” . Para es­tas fechas el Consejo de Gobierno del Estado se encon­traba desbordado por los asuntos de terrenos de los in­dígenas. Unos pueblos pedían el reparto de sus tierras, otros se oponían a dicho reparto; éstos reclamaban la “restitución” de sus terrenos “ usurpados” ; aquéllos se encontraban bajo la acusación de conspiración; se denunciaban “ conatos de rebeljón de Tizapán con otros pueblos” . Toda la primavera está llena de estos asuntos (Borrador de Actas del Emo. Consejo de Go­bierno, AHJ minutas G-1844-Guad/33 1844-1890). La Secretaría del Consejo llenó sus cuadernos de minu­tas con el negocio. (ACJ 9 de abril de 1856 a 2 de enero de 58)

Entonces sí se pudo hablar de “ síntomas de una formal conflagración entre algunos pueblos de indíge­nas” . (AHJ-Gob-9-858 2 de enero de 1858 Secretaría del Supremo Gobierno) Para desgracia del gobierno, esto ocurría precisamente cuando la lucha de facciones des­garraba a los liberales y conducía a la renuncia de De­

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gollado, (junio) y a la lucha entre Angulo, Herrera y Cairo y Parrodi. Vacío de poder cuando se necesitaba un poder fuerte, lúcido y decidido.

En julio, mientras se peleaban los liberales, Ma­nuel Lozada encabezaba a los “revoltosos de San Luis, Jomulco, Tequepexpan, Santa María del Oro” . El Ti­gre de Alica andaba suelto otra vez. En agosto el go­bernador Anastasio Parrodi señaló “ la inseguridad en que se encuentra la mayor parte de los caminos y po­blaciones del Estado” . (Pérez Lete, XIV:106)

El 30 de septiembre en el pueblo de San Cristóbal se lanzaba la proclama que encabeza este trabajo. A tantos síntomas, el gobierno contestó con otra proposi­ción judicial: la creación de un tribunal “ que exclusi­vamente se encargue de conocer los asuntos de los indí­genas, donde se les faciliten recursos de defensa para hacer valer sus derechos y se les administre justicia sin estipendio alguno. “Tal séptimo juzgado de letras, es­tablecido en Guadalajara, resucitaba de manera anti­constitucional una venerable institución colonial, el juzgado de indios, pero más allá de todo formalismo, estaba condenado al fracaso. (Pérez LeteXIV:147-151)

Este decreto se firmó el 22 de octubre de 1856. En el mismo mes los conservadores estaban en Puebla y Tomás Mejía andaba levantado en Querétaro. Unas semanas después, “en fin de noviembre comenzó a es­tallar (la sublevación) en algunas poblaciones del de­partamento de Chapala y cantón de La Barca, deján­dose percibir inmediatamente de cuántas ramificacio­nes podía ser susceptible” . (Parrodi, 1857:33) Para es­ta fecha Lugardo Onofre había sido “ fusilado tiráni­ca y arbitrariamente” en Cocula por Rodrigo Acosta, comandante militar del partido de Cocula.

Lugardo Onofre murió fusilado en Cocula el 29 de septiembre. La proclama de los pueblos de San Cristó­bal y Zacoalco “ convocados” por Onofre tiene fecha del 30 de septiembre. Según la prensa, la conspiración tenía ramificaciones en Cocula, San Marcos y Santa

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Anna Acatlán, con “ pretesto de religión y fueros pa­ra apoderarse de las tierras que tiempo há cuestionan a las haciendas limítrofes” . (El País, 18 octubre 1856, p. 4)

Llama la atención la presencia de Onofre en Co­cula, otro pueblo levantisco en el camino que lleva de Zacoalco a Tepic, vía Etzatlán y la Magdalena. Con él, fue arrestado Gil Pintor, que se titulaba gobernador de Cocula y varios pueblos indígenas y que volvemos a en­contrar en documentos de 1858 y de 1861, tanto en el Archivo Histórico de Jalisco como en el AGN.

La ejecución sumaria de Lugardo Onofre provocó varias protestas y agravó los pleitos entre los libera­les: enemigos de Joaquín Angulo trataron de acusarlo de ser responsable de esta medida ilegal. El director del departamento de Cocula, Ignacio López Araiso, contó que se oían “ rumores de alguna combinación re­volucionaria de indígenas” y que se observaban “en­tradas y salidas de indígenas desconocidos” . Entonces llegó Rodrigo Acosta en compañía de varios indígenas. Al director del departamento se le hizo sospechoso el tal Acosta y lo imaginó “huyendo por los acontecimien­tos de Tepic” . Cuando pensaba arrestarlo, se le presen­tó como Comandante Militar del departamento, de in­cógnito, por ser encargado de descubrir una conspira­ción. Explicó haber ganado la confianza de los sedicio­sos, los indígenas sus compañeros de viaje. Eso pasó el día 28 de septiembre y el levantamiento era previs­to para el día siguiente. Acosta tenía nombramientos firmados por el gobernador Parrodi. Los dos hombres decidieron arrestar a los sediciosos al día siguiente y para asegurar la sorpresa, Acosta fue arrestado tam­bién. Onofre fue agarrado con los documentos de la conspiración y Acosta tomó el mando militar. Advir­tió luego que “estábamos muy mal” y que muchos pue­blos se iban a levantar, por lo cual “pudiera ser conve­niente quitar la vida a Lugardo Onofre para que se des­concertasen los planes de los indígenas cuando se vie-

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ran sin su cabecilla” . Contra la voluntad del director, Acosta fusiló sin más a Lugardo Onofre. Ulteriormen­te fue arrestado, juzgado por el tribunal militar y da­do de baja. (El País 25 de octubre, p. 1 y 3 de diciembre, p. 1)

Después de lo de Cocula el gobierno se dejó sor­prender. Los informes semanales de octubre y noviem­bre caían en forma rutinaria: “ inalterable la tranqui­lidad pública” . Quizá se habían acostumbrado las au­toridades a los rumores; además no tenían tiempo de ver lo que pasaba abajo. Arriba todo era tumulto: ten­tativas de golpe militar; problemas con Santiago Vi- daurri; salida de Degollado por el enredo internacio­nal Barrón and Forbes; lucha de facciones entre He­rrera y Cairo, Angulo, Parrodi; bandolerismo en pleno auge (saqueaban los bandidos Yahualica, Tapalpa, Ti­zapán, durante el verano). Hubo que esperar hasta el 2 de diciembre, es decir hasta la última hora, para que Tomás Cisneros, director de Zacoalco, reportara “ru­mores alarmantes sobre bandidos; para evitar reunio­nes estoy saliendo frecuentemente; el 29 de noviembre eché mano del piquete de infantería de Sayula” . (El País 10 de diciembre de 1856)

Las cosas se pusieron serias si vemos que el levan­tamiento movilizó Poncitlán, Santiago T., Zula, Atz- catlán, Jamay, Mezcala, San Pedro Ichican, Santia­go, o sea los pueblos alrededor de Poncitlán, en la ribe­ra norte de la laguna de Chapala. Don José Ramírez Flores recuerda que “ a los de San Pedro, les llamaban los chicanes, rompían puertas con hachas. En Zacoal co el 7 de diciembre mataron al niño Prisciliano Flores Valencia en su propia casa; saquearon la población” . (Nota manuscrita dada al autor en 1974) Parece que en Cocula hubo también algún tumulto.

El mismo 7 de diciembre en el pueblo de Santa Cruz unos 500 insurgentes derrotaron y mataron al coronel Felipe Montenegro, veterano federalista y li­beral, quien era para esta fecha, jefe del presidio de

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Mezcala. Su hermano José Guadalupe (1800-1885) era comandante militar del Estado, después de haber sido en varias ocasiones gobernador interino y vicegober­nador. (Munguía, 1980:31)

El 18 de diciembre el gobernador Parrodi tuvo que salir del Estado con sus mejores tropas para reducir la defección de San Luis Potosí. “Alentados los enemi­gos del orden por la salida de la guarnición de la capi­tal, que por este motivo llegaron a suponer indefensa,

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azuzaron el desorden iniciado entre los pueblos indí­genas, haciéndolo tomar grandes y alarmantes propor­ciones, pues se extendieron a diferentes lugares del 4Q y 9Q cantón [...] Poncitlán, Santa Cruz, Ocotlán, To- totlán, Zacoalco, Mazamitla y otra multitud de pueblos que fueron víctimas de la saña cruel de famosos ban­doleros, que sobreponiéndose a la tenacidad fatal de los indios, encabezaron sus tribus, los sometieron, y todos unidos sacrificaron las poblaciones al incendio, al asesinato y a todo género de licencia: el campo y las haciendas sucumbieron a la devastación” . (Parrodi, 1857:33-34)

Derrotados el 13 de febrero de 1857 en Atoyac, cer­ca de Sayula, (El País, 18 de febrero de 1857) los 2 000 rebeldes se repusieron de una segunda dispersión (AHJ -G-15-1857/GUA 252). El gobierno seguía paralizado: la asonada de la facción liberal en Tepic, el 28 de di­ciembre de 1856, calificada de “ escandaloso motín” por el gobernador, había acorralado la facción conser­vadora, quien llamó a Manuel Lozada. La sola noticia de que se acercaba el Tigre bastó para dispersar a los levantados (AHDN). En el mismo momento ocurrió “ la invasión del general Blancarte sobre el territorio del Estado, a la que el escándalo de Tepic sirvió de ves­tíbulo, para facilitar el acceso a mayores y más adelan­tadas pretensiones” . (Parrodi, 1857:34) Este singular personaje había bajado desde la California con su tro­pa, aumentada en Tepic, para acampar en Zapopan y mantener en jaque al gobierno, sitiado en Guadalaja­ra.

Hubo que esperar hasta el fin de la campaña de San Luis y el regreso de Parrodi, el 2 de marzo, para que se disipara la amenaza golpista de Blancarte y que se pasara a la contraofensiva. Mientras tanto, los re­beldes habían cobrado energía: el 3 de febrero de 1857 asaltaron Zacoalco y mataron a Julio Michel, director del Departamento. (Pérez Lete XIV:254) Atacaron tam­bién Jocotepec, Ocotlán, Tototlán, Mazamitla,Tuxcue-

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ca,Tizapán y muchas haciendas (Reina 1980: 145). A tal grado que Jesús Camarena, presidente del Emo. Consejo, lanzó una proclama a los habitantes, desde Guadalajara en estado de sitio:

“ El Estado sufre la guerra devastadora de los in­dígenas. De algunos meses a esta parte, muchos de nuestros campos están talados, las propiedades y las vidas de los habitantes del campo y de los pueblos de algunas de nuestras comarcas, sufren los horrores de esa sublevación que desde sus principios se ha presen­tado con un carácter salvaje y feroz [... ]. Los estragos que está causando la guerra de los indígenas y cuando muchos abandonan sus hogares dejando desiertos puntos que habían sido centros considerables de pobla­ción [ ... ].

Mucho conoce el Gobierno la enormidad y lo pro­fundo del mal, y nadie siente un dolor más grande que los que en esta época infortunada han tenido la des­gracia de estar escuchando continuas quejas y los gri­tos de tantas víctimas que piden socorro, sin contar con los medios para libertarlas de los males que su­fren” . (Pérez Lete XIV: 214-227)

El gobierno no sacó de Guadalajara las tropas de las cuales disponía porque Blancarte estaba a las puer­tas. ¿Le importaba más Blancarte que los indígenas sublevados? Vale la pena plantear la pregunta.

No todos los pueblos de la comarca andaban en armas, ni tcdos los hombres en los pueblos rebeldes.

Las poblaciones importantes, como Zacoalco, La Barca y Ocotlán resistieron al levantamiento. Así “ los indígenas han sufrido varios descalabros de las pobla­ciones a que han caído. Tototlán les dio una dura lec­ción” , (El País, 31 de enero de 1857) tan dura que el año siguiente el alcalde y los vecinos de Tototlán pidieron ayuda contra los indígenas de las inmediaciones que “nos tienen odio mortal porque estuvimos contra ellos en 1856” . (AHJ Gob-9-858/Toto) Zacoalco no participa en el movimiento y sus habitantes resisten dos asal­

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tos, si bien algunos hombres del barrio indígena pu­dieron haberse unido a los levantados.

Es difícil juzgar de lo que valen las “ actas de obe­diencia y sumisión” en épocas de guerra civil. Existen las de los pueblos de Santa Cruz el Grande, de Techis- titán, los dos del municipio de Poncitlán; las de San Pedro Poncitlán y de San Pedro Itzicán (el epicentro de la rebelión), dicen más o menos así: “ el común de indígenas, bajo la presidencia del director político del departamento de Chapala fuimos requeridos a levan­tar acta de obediencia al presidente Comonfort” . (El País 24 y 27 diciembre 1856) Si se duda del valor de ta­les protestas, el documento siguiente es más interesan­te. Una comisión de Tizapán el Alto va a Guadalajara en enero de 1857, o sea cuando el Gobierno está en su peor momento; su alcalde la recomienda en estos térmi­nos: la gente de Tizapán el Alto es trabajadora, muy po­bre, nada supersticiosa y además se ha negado a unirse a los levantados, ha seguido fiel a las autoridades. Aho­ra viene a quejarse de las haciendas San Francisco Javier y Santa Anna. El alcalde suplica que el Gobier­no conteste cuanto antes, a favor de la restitución so­licitada o en contra (en este caso sus administrados le han prometido desistir). Pero sin dilación ninguna, “de ese modo nos evitará ese Supremo Gobierno ser em- bueltos en una guerra de castas que circunda y nos pa­rece imposible de resistir” . (AHJ Gobemación-9-857/ Tiza. Alto) No todos son rebeldes, pues, pero todos po­drían llegar a serlo.

La victoria del gobierno

El general Juan N. Rocha, tremendo soldado, al regre­so de San Luis acabó en unos días con la rebelión. Puso su cuartel general en Zacoalco y persiguió sistemáti­camente a los levantados y, al mismo tiempo, consi­guió de México la posibilidad de indultarlos “ siempre y cuando haya una protesta de sumisión [... ] entrega

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de armas y caballos y quedar responsables con sus per­sonas a los juicios que les sean demandados por la mis­ma justicia” . (Reina, 1980:146) El 6 de marzo el coro­nel José Calderón acordó el indulto a los rebeldes de Atotonilquillo, entre ellos el cabecilla Prudencio López. El poder civil protestó contra estos indultos que con­sideró una invasión a su gobierno por parte de los mili­tares. (El País, 25 de marzo de 1857, pp. 2, 3, 4)

El 9 de marzo, Juan N. Rocha dispersó a 200 in­dígenas en Ciruelos, luego entró a Zacoalco que encon­tró en un estado lamentable1 y acéfalo. Luego se pa­só a Jocotepec, mientras José Calderón marchaba des­de Poncitlán sobre San Pedro Itzicán. No encontró a nadie, pero recuperó ganado, caballos, maíz y frijol. Unos 300 rebeldes habían huido hacia el sur.

Para controlar sus movimientos Juan N. Rocha marchó hacia Mazamitla, haciendo un movimiento envolvente desde Tamazula. El 14 había recibido una carta de los indígenas de Mazamitla denunciando la llegada de Mateo Díaz, el líder de los chicanes, con 500 de diversos pueblos, todos a su mando. Díaz los había invitado a salir con él hacia Tuxpan, pero se habían negado por lo cual tenían miedo y escribían a Rocha: “Esperamos con ansia su llegada” .

Rocha alcanzó a unos rebeldes cerca de Teocuita- tlán, devolvió la caballada a sus dueños legítimos y de­jó destacamento en este lugar estratégico para cubrir Zacoalco, Tizapán y la Sierra.

El 20 de marzo Rocha, se presentó en Mazamitla y después de una breve escaramuza los rebeldes se dis­persaron. Tuvieron 13 muertos, 49 presos y perdieron sus archivos en lo que resultó ser más que una campa­ña, un paseo militar sin grande batalla. Rocha apun- 1

1. El gobierno cedió a Zacoalco, para un año. “ el producto délas alcabalasy contribuciones directas para que se inviertan en beneficiencia públi­ca” .

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tó en su informe que los fugitivos querían refugiarse en Guerrero para pedir la intervención a su favor de Juan Alvarez. Rocha señaló la valiosa ayuda de los 200 voluntarios “ patriotas” , vecinos de Zapotiltic, Tamazula y de las rancherías del Tigre, Manzanilla, etc.

Como resultado del alcance de Mazamitla, el 26 de marzo Rocha había dado ya 170 indultos y se le seguía presentando una multitud de arrepentidos {El País 1- de abril de 1857, p. 3). A los cabecillas se decidió depor­tarlos a la Baja California, “ aplicándoles la gracia de indulto sin perjuicio de tercero conforme a la ley” . (Pa­rrodi, 1857:36) No sé si fueron efectivamente remitidos a la California. Antes de un mes había quedado total­mente pacificado el cantón de La Barca y el temible pueblos de los chicanes, aunque el problema social se­guía entero.

El teniente coronel D. Luis Tenorio, jefe de la se­gunda sección de operaciones sobre los indígenas insu­rrectos, en oficio sin fecha dice al Excmo. Sr. Coman­dante general desde Poncitlán:

Excmo. Sr.- Al recomendarme V. E. acabara de restablecer la paz en este Cantón, removiendo todos los medios posibles para conseguirlo, después de atraer á los indígenas que aún hace poco todavía causaban temores con las reuniones que formaban en los cerros y ahora se hallan tranquilos en sus casas, entregados con afan á su trabajo, he tropezado con la gran dificultad que quizá V. E. podrá allanar, y es la falta de vecindario, el cual al empezar la revolución abandonaron sus intereses y los dejaron en manos de los insurrectos, los que crearon recursos con ellos, que de otra manera no hubieran podido conseguir.

En aquel tiempo las circunstancias demasiado graves, casi hicieron necesaria la emigración, mas ya ese tiempo ha cambiado con la venida de las tropas á sojuzgar á los insurrec­tos, y con su permanencia en este Cantón para consolidar la paz. Esta garantía, Excmo. Sr. no ha sido suficiente para deter­minar al vecindario a que regrese. Su presencia se hace indis-

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pensable porque aumentaría la m asa de los hombres que deben form ar la fuerza física y m oral, única m uralla donde pueden estrellarse los esfuerzos de aquellos perpetuos bandidos, que con el título de un movimiento revolucionario s&echan sobre los intereses, talan los campos, y en su saña propia de su depra­vado espíritu cometen crímenes atroces.

Si cabe alguna esperanza de que á la fuerza armada le sea dable hasta sa lvar los inconvenientes que se palpan con su falta en las poblaciones, creo es algo remoto, pues la ambición de esta ha terminado al desbaratar las m asas de insurrectos, aprehendiendo á aquellos cabecillas principales y remitiéndo­los al Gobierno Superior del Estado para su castigo. Ahora debía empezar á consolidarse el propietario, formando una liga con los demás para precaverse de otro golpe, para sofocaren su cuna cu alesqu iera otro m otín ; y por últim o, para contener ínterin eran auxiliados, cualquiera otra invasión como la pasa­da. Si no se hace el ánimo, si los intereses quedan para fomen­tar las insurrecciones, es probable que el Supremo Gobierno que ha hecho un grande esfuerzo para sofocar la insurrección, pierda su trabajo y vea con'dolor un gran pedazo de tierra todo cultivado y favorecido por un río caudaloso y una laguna entre­gado al pillage. Quizá parezca exageración, Excmo. Sr., pero no cabe duda que al encontrarse en el preciso caso de reponer las autoridades, se tiene que echar mano de los m ismos indivi­duos que tom aron alguna parte en la pasada insurrección, careciendo de los precisos conocimientos para desempeñar su encargado. Demasiado delicado es por cierto, para que presten garantías.

Todavía aún se puede hacer valer la falta de consumo, y la miseria de la clase menesterosa que está ligada con las perso­nas acom odadas, pues de ellas reciben el lucro de su trabajo. Estas gentes verdaderam ente habituadas a ganar su jornal para mantenerse, en el instante que vean que no tienen ocupa­ción y que sus fam ilias perecen, salen de la población á buscar amparo en otras partes, y si por desgracia son chasqueados en su propósito, entonces indudablemente se entregan al robo.

A l fijar la atención en todos esos pormenores, me he encon­trado que uno que otro de aquellos insurrectos que aun perma­necen vagando por los cerros, no se vienen a su pueblo temien­do que ya radicados, vuelvan los vecinos y entonces tengan que sufrir una doble persecución. Tales temores serían evitados y

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aun rem ediados, existiendo lo contrario. Todos estos puntos débilmente dem ostrados, tengo el honor de som eterlos á la ilustración de V . E. para que bien desarrollados se puedan poner en conocimiento de los interesados, haber si influyen en su ánim o y los decida á volver. (El País, 6 de m ayo 857. p. 2)

Llama la atención la facilidad con la cual el gene­ral Juan N. Rocha realizó su paseo militar; llama tam­bién la atención su indulgencia y su misericordia. En otra región, en otras circunstancias también, en una campaña que no tuvo ciertamente nada parecido a un paseo, en la campaña de la Sierra de Alica, propondría medidas implacables. El 6 de octubre de 1857 llegó a Tepic.

Una rebelión puede esconder otra

El 4 de abril el gobierno de Jalisco dio por terminada la rebelión indígena; el 3 de abril, el jefe político de Te­pic, el coronel Echegaray manifestó sus temores:

Las frecuentes quejas de los indígenas de este cantón sobre re­clamo de tierras y el deseo de que desaparezcan los síntomas alarmantes que ya se han presentado, según se tiene dada cuenta a esa Superioridad, me estimulan a pedir la facultad de pasar personalmente a hacer los repartos de algunos terrenos y arreglar de la manera m ás adecuada al orden y a la tranquili­dad pública las diferencias que con tal motivo se han suscitado entre los referidos indígenas y los vecinos de algunos pueblos como San Pedro Lagunillas, Jala y otros que se encuentran en un verdadero estado de alarma.

El gobierno accedió a su petición “ suspendiendo todo acto en que se interese la jurisdicción de los tribu­nales” . (AHJ/Gobernación-9-857, documento comu­nicado por Lina Rendón) Pero los acontecimientos siguieron su curso y en septiembre de 1857, Manuel Lo- zada cayó sobre las haciendas de Puga y Mojarras al grito de “ ¡Viva la religión!” ¿Qué significaba tal grito? ¿La identificación al partido conservador? ¿Una alian­

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za con él? ¿La manipulación de Lozada por los conser­vadores? Diez años más tarde, Lozada dio una contes­tación para el historiador del siglo XX:

Es verdad que para dar este paso se me consultó mi parecer pe­ro como entonces no tenía yo ningún conocimiento de los nego­cios públicos, sólo pude considerar la cuestión política que se ventilaba bajo el aspecto religioso y en consecuencia no vaci­lé ni un momento en inclinar el ánimo de los pueblos a favor de los principios conservadores que, desde luego, adopté como m i credo político; quedando al m ismo tiempo, nombrado y reco­nocido Jefe de estas fuerzas, con el carácter de “ Auxiliares del Ejército” . (I de septiembre de 1867)

El Tigre de Alica dejaba de figurar como bandi­do y cobraba importancia política. Es de notar que aquel mismo día, 21 de septiembre de 1857, mandó es­cribir a las autoridades de Tepic que se levantaba pa­ra que los pueblos recobrasen la propiedad de los terre­nos que se les había usurpado.

Aprovecha la coyuntura nacional para escapar a la suerte de Lugardo Onofre y encabezar “ las tribus” en una lucha durante quince años victoriosa, para lo­grar la tan soñada “restitución” .

IVLo que creen los gobernantes

Desde fines del año de 855, comenzaron a descubrirse síntomas de una form al conflagración entre algunos pueblos de indí­genas. Pudo creerse al principio que el concierto que se adver­tía tenía por objeto hacer uso de sus derechos por la vía legal; pero quizá no pudo preverse, sino bien tarde, que esta clase de desgraciados, desconociendo los medios de proponer sus dere­chos, vendrían aún a ser uno de los instrum entos de que se aprovecharían los enemigos del orden. (AH J Gob-9-858)

En estas pocas frases Anastasio Parrodi resume la postura de los gobernantes de Jalisco: actitud filan­trópica hacia los indígenas que son unos pobres des­graciados, incultos, irresponsables; aferramiento a

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la vía legal para resolver las cuestiones de terrenos; tesis del complot: los enemigos del orden mangonean a los “ desgraciados” .

Parrodi presenta así la cuestión agraria: antes de que los conservadores o los clericales hayan podido utilizar a los indígenas como carne de cañón, los tinte­rillos, huizacheros y otros especuladores al estilo délos abogados espléndidamente retratados por Manuel Payno en Los Bandidos del Río Frío, habían logrado “ crear en el ánimo de los naturales la convicción de que bajo todos los aspectos se hallan amparados por la justicia. Su ignorancia ha bastado para llegarse a per­suadir de que los privilegios que las leyes les han acor­dado, alcanzan hasta poder recobrar los terrenos que han enagenado por su propia voluntad: la malicia de una multitud de miserables especuladores que se han ejercitado sobre esta fácil disposición de la clase indí­gena para admitir los más graves absurdos, ha sido el estímulo que les ha hecho entender que todo se les de­be; y aún no dudan que las legítimas posesiones de los propietarios les pertenecen, porque hasta ese extremo ha llegado la osadía de aquellos que sin calcular las consecuencias se han propuesto especular a expensas de tan craso error.

Triste es decirlo, pero forzoso al mismo tiempo, y no menos cier­to que la legislación expedida en esta materia, ha servido de pretexto para orillar los acontecimientos hasta el punto que he­mos visto r...l la colección relativa a este asunto, publicada en 849 f...l contiene un crecido número de muy variadas disposi­ciones, pero todas dirigidas a dar término a las exigencias de la raza indígena, revela con evidencia lo mucho que ha agitado este asunto en todos los tiempos a la autoridad pública.

Explica el fracaso legislativo por la complicación de las repetidas leyes y decretos, por las dudas que ofre­cían los intereses de las municipalidades, por la oposi­ción de los propietarios que hacían frente “ a la ignoran­

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cia de los indígenas o a la malicia de sus directores” . (Colección III: 423-424 y AHJ-Gob.-9-858, borrador del 2 de enero 1858)

Otra vez se manifiesta la actitud filantrópica ha­cia los ignorantes y la denuncia contra los manipulado­res. Si reconoce Parrodi que han podido presentarse “ abusos cometidos por algunos de los propietarios” , no admite las “ exageraciones con que genios díscolos e interesados han exaltado la imaginación de esa cla­se, de cuya ignorancia han abusado sin piedad” y de nuncia su “ deseo de posesionarse de los terrenos que suponen usurpados por los propietarios” (Parrodi, 1857, 33). Confiesa que los sabios legisladores que des­de el decreto número 2 de 1825 han buscado la felicidad de los indígenas “ erraron su intento [...] teniendo así lugar la razón contraria de la protección que se ha que­rido dispensar a la clase indígena...” . (Parrodi, 1857: 33)

El gobernador Parrodi, el general Juan N. Rocha, encargado de todas las campañas contra los indíge­nas, el periodista Epitacio de los Ríos coinciden en esa actitud de disculpar a los indígenas diciendo que son irresponsables como niños y de acusar a los enemigos del orden, entes misteriosos nunca designados de ma­nera explícita. El general argumenta; “ Estoy conven­cido hasta la evidencia de que sus errores no dimanan de ellos mismos, sino de algunos infames que los diri­gen y los han seducido abusando de su ignorancia y credulidad y mucho más cuando la opresión en que vi­ven los indígenas los han hecho dejarse engañar, pues jamás se les ministra justicia ni se les atiende a esta clase infeliz y menesterosa” . (Reina, 1980: 146)

Epitacio J. de los Ríos, editor del periódico oficial de Jalisco, publicó “ la Cuestión de los Indígenas” :

Hace algún tiempo que nuestra clase indígena oprimida de una manera cruel e injusta por algunos propietarios, se quejó, con razón, al Gobierno, a fin de que les fuesen devueltas sus tierras, actualmente ocupadas por aquéllos. El gobierno acogió con

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benignidad dichos reclamos y dictó algunas providencias que, si no produjeron todos los resultados que se esperaban de ellas, sirvieron al menos para contener en los límites de la pruden­cia y del orden aquellas quejas que presentaban ya algunos síntomas alarmantes.

Pero como desgraciadamente, entre nosotros los m ás sen­cillos asuntos son llevados hasta los extremos, exagerándolos de una manera escandalosa, y los eternos enemigos del progre­so no desperdician ninguna oportunidad para lograr sus infa­mes proyectos, sugirieron a algunos de sus adeptos aprovechar­se del descontento de la clase indígena, para dar un carácter de legalidad a sus mezquinas pretensiones. Sus esperanzas se realizaron en parte: algunos pueblos se levantaron contra el Gobierno, y al grito de Religión y Tierras (risible parodia de Re­ligión y Fueros) cometieron mil atentados. (E lP aís, 27 de di­ciembre de 1856, p.3)

Ahí están los “ eternos enemigos del progreso” por un lado, los indígenas oprimidos por el otro, de cuyo descontento se supo aprovechar la reacción. El perio­dista no estaba preparado para formular la autocríti­ca que el gobernador Parrodi haría el año siguiente y simplificaba mucho al definir la “ cuestión de los indí­genas” como uno de “ los más sencillos asuntos” . No importa. Es demasiado fácil ironizar 125 años después y corre uno el peligro de perder de vista que la buena conciencia de los que integraban la sociedad nacional era esencial a su fe voluntarista de minoría conscien­te de hacer la historia, de, forjar la nacionalidad.

La dimensión filantrópica que inspira el llamado de don Santos Degollado a “ mis amigos los indígenas de Jamay” no es menos importante y no se debe ridicu­lizar. Es una versión modernizada de la compasión que tuvieron los juristas y los frailes españoles para los miserables y desamparados: viudas, huérfanos, desva­lidos, indios... Por eso encuentro conmovedor, hasta en sus ilusiones, al jefe político del I cantón, Miguel Con­treras Medellin, quien aconsejó a los directores de los departamentos del cantón de La Barca visitar frecuen-

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teniente los pueblos para vigilar a los indígenas y “ ad- monestarlos a que vivan sujetos a las leyes, conducién­dose en dichos pueblos con la mayor dulzura y pruden­cia a fin de que estos vengan a conocer que tienen un gobierno verdaderamente paternal” . (AHJ-G-15-857, GUA/118 febrero de 1857)

De la misma manera que los padres se desilusio­nan de los hijos, el gobierno se molestó con estos hiji- tos tercos, ignorantes y rebeldes: los héroes de 1810- 1816, los patriotas insurgentes de Zacoalco y San Pe­dro Xicán se transforman en “ reaccionarios” , en “ ban­didos” y, en el mejor de los casos, en irresponsables ma­nipulados. Se está descubriendo que, como dice Luis González, el indio bueno es el indio histórico sobre el cual se puede cimentar la patria; Cuauhtémoc y el Pi­pila; de ninguna manera el “ indio” contemporáneo en el cual no puede confiar la sociedad moderna.

Lo que pretenden “los pueblos’n

No es tan evidente como lo pudiera pensar uno, que la “cuestión agraria” es inseparable de la “cuestión de los indígenas” ¿qué duda cabe? Pero ya se dijo lo que

1. Pueblos de la guerra chapálica (1811-1816): San Pedro Chican. Santa Cruz. Poncitlán. Santa María la Joya. San Sebastián délos Granados. San Miguel. Tlachichilco. Mezcala. Santiago. Jocotepec. Tizapán. Rebelión de 1855-1857:Pueblos que dieron eontingente insurgente: San Pedro Chican. Santia­go. Poncitlán. Santa Cruz. San Sebastián. Mezcala (?). Atscatlán, Ahuatlán. Zula. AtotonilquiTlo. Jamay. Mazamitla. Pueblos asalta­dos: Chapala. Mezcala. A.ii.iic. Poncitlán. Santa Cruz. Ocotlán. La Bar­ca. Tototlán. Jamay. Zula. Otatlán. Jocotepec. Tuxcueca. Tizapán. Za­coalco. Mazamitla. y las haciendas de Gachos. San Andrés. San Fran cisco. Buena Vista. Milpilla. Huejotitlán. San Josédel Valle, Ataquiza. La Labor. Pueblos litigantes en 1865: Atotonilco. Ayo el Chico. Ajijic. Cojumatlán. Chapala. Poncitlán. Santa Cruz de la Soledad. Santa Cruz el Grande. Santa María y San Pedro Izicán. Santiago y San Juan de Ocotán. San Sebastián de los Granados. Zapotlán.Casi todos los pueblos citados figuran en el mapa.

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había que pensar del uso de la palabra “indígenas” . Además no se puede aceptar la ilusión de la unanimi­dad ¿todos los pueblos unidos, todos los habitantes uni­dos en cada pueblo, para pelear la “ restitución” de los terrenos usurpados? “Restitución” tal es la palabra clave, prometida a un gran futuro en el siglo XX con el empeño de los zapatistas. Dejamos el tema de la resti- tución/devolución para insistir sobre las divisiones entre los dizque indígenas. Se tocó el tema al dudar de la validez de las protestas de sumisión y lealtad para con el presidente Comonfort (interesante personali­zación del poder: Comonfort como el Rey de antaño). En un documento, el pueblo de Mezcala recuerda que está peleado con el de San Pedro (Itzicán, Chicán). ¿Qué pasó? ¿Cuándo se acabó la fraternidad de los compañeros de la guerra chapálica? El mismo docu­mento da la lista nominal de los que no tomaron par­te en la rebelión, gente de Mezcala, de Tecualtitán, de San Miguel y de los ranchos. (AHJ-g-9-860) Recuerdo haber encontrado listas semejantes para Mazamitla.

La victoria puede ser una derrota cuando lanza a los pueblos unos contra otros. Tan pronto como vencie­ron a la hacienda de Gachos (San Pedro Mártir), destru­yeron su casco, arrasaron sus cercas y consumieron sus frutos los de Santiago Totolimixpa, Poncitlán y Santa Cruz el Grande. Acusaban al hacendado de nun­ca haberles pagado terrenos que les había comprado después de 1825. Luego, al día siguiente, todos esos pue­blos empezaron a disputarse entre sí esos terrenos por medio de las armas, como límite de sus comunidades. (Reina, 1980:152)

Pueblos enemistados, pueblos divididos, pueblos en vías de una modernización que no deja lugar a las solidaridades tradicionales. Los más adelantados en este proceso ya no se mueven: vean el caso de Zacoal- co. De gente de Zacoalco es el único manifiesto que te­nemos hasta la fecha de la rebelión de 1855-1857; sin embargo Zacoalco no dio contingente de guerra. Nés-

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tor Rojas, indio principal del cual no permite el docu­mento decir si es de Zacoalco o de Tecolotlán, rechazó la “ invitación que me hace Ud. para levantar a todos los indígenas de este lugar y sostener con ellos la revo­lución de los enemigos del pueblo, no me parece ni jus­ta ni conveniente” . (El País 28 de enero de 1857) La carta de Néstor Rojas es del 10 de enero. Néstor Rojas siguió durante años bajo la vigilancia délas autorida­des que lo molestaron en varias ocasiones; en 1869 fue acusado de complot con los lozadistas.

Cuando el gobierno anunció una amnistía en la circular del 24 de enero de 1857, comunidades y parti­culares presentaron actas de subordinación; así los indígenas de Jamay manifiestan que “han venido to­dos los comuneros luego de haber terminado la revo­lución y concesión de armisticia y peticiones de los in­dios al aceptar la amnistía” . Ciertamente no se pre­sentan cabizbajos; piden, exigen que la amnistía sea para todos, que la comunidad no pague indemnización, que no se le presente ninguna demanda de ningún ha­cendado por daños sufridos durante la revolución y que se les de posesión de sus terrenos. El mismo día, en los mismos términos, se presenta la comunidad de Zu­la. (AHJ-Gob-9-857) Esas comunidades no renuncian a su lucha ni rebajan sus pretensiones, pero no se pue­de hablar de una liga, de un frente unido. Cada quién busca su camino.

Si es cierto que para las fuerzas del orden se tra­tó de “ una guerra más difícil (que la guerra contra los ejércitos conservadores) en virtud de que los indios no presentan acción alguna: es necesario una guerra de astucias” . (El País, 21 de enero de 1857, p.3) Las divi­siones entre las comunidades y su egoísmo parroquial permitió batirlas por separado.

Los pueblos combatientes son los más chicos, los más tradicionales. Por eso San Pedro Itzicán sigue tan enardecido; para los chicanes, 1856 no está lejos de

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1811, mientras que para la gente de Zacoalco hay un abismo entre las dos fechas.

Imposible ser más preciso, más afirmativo, mien­tras no tengamos estudios concretos; no se sabe con seguridad cuántos se levantaron. Se menciona que 1 000 atacaron Zacoalco en febrero de 1857, que 2 000 merodeaban sus alrededores en diciembre. Pero se ig­nora cuánta gente salió de cuántos pueblos y de cuá­les pueblos. Una liga de 40 pueblos “de Jalisco y de los estados circunvecinos (Guanajuato y Michoacán, creo yo), escribe el coronel Félix Vega. Pero ¿cuáles a cien­cia cierta? Estos 2 000 combatientes ¿eran homogé­neos? ¿todos campesinos? ¿todos comuneros? ¿de los pueblos? ¿de las rancherías? Tenemos pocas cifras. ¿Cómo creer que de San Pedro Itzicán hayan saltado 500 combatientes, o 300 según otra fuente, si en 1843 el pueblo no pasaba de 182 moradores?*

*Siguiendo la orden de las Noticias geográficas y estadísticas del departa m entó de Jalisco... Junta de Seguridad Pública. Guadalajara. 184.'}. las poblaciones mención adas tienen:La Barca 2 900 habitantesOcotlán 1 600 ”Ahuatlán 652 ”San Luis 293 ”Santa María 300 ”S. P. Itzicán 182Santa Cruz 132Tototlán 1 341 ”Teocuitatlán 2 122 ”Zacoalco 3 818 ”Jam ay 1 666 77

Otatlán 376 ”Zula 479 77

Poncitlán 755 ”Santiago 330 ”Mezcala 418 ”San Sebastián 79 ”Atoyac 2 363 ”Tizapán el Alta 1 061 ”Mazamitla •1 100 ”

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Lo único seguro es que formaron una minoría deci­dida y violenta que, en ese tiempo, tuvo oportunidad de escribir la historia. Aprovechar la oportunidad implica algo de oportunismo. Llama la atención la protesta repetida de Lugardo Onofre o de su escribano a favor de la causa liberal, del sistema federativo, del plan de Ayutla. ¿Era sincero o trataba de congraciarse a las autoridades, lavándose tanto de las acusaciones de fomentar la guerra de castas como de las de trabajar para los enemigos del gobierno?

Según el periódico oficial, el general aventurero Blancarte había invitado a los indios levantados a reu­nirse con él, quien desde Zapopan, sitiaba Guadalaja­ra. Dichos indios habían mandado su carta al gobier­no y prometido no unirse con “ese general cuyo nom­bre les es odioso” . {El País, 25 de febrero de 1857) Si el periódico dice la verdad se puede interpretar la conduc­ta de los rebeldes de diversas maneras. Acaban de su­frir dos descalabros bastante serios en el llano del Ta- camo, cerca de Atoyac y luego por el rumbo de Teocui- tatlán; sabían que el general Parrodi había derrotado a Osollo el 7 de enero en San Luis Potosí y que no tarda­ría en llegar a Guadalajara con mucha tropa. No tenía sentido aliarse con Blancarte; era demasiado tarde.

Lozada manifestaría el mismo oportunismo. Fal­ta el documento decisivo, pero se rumora mucho que trabajó con los revolucionarios en 1854-1855 y, más adelante, son famosos sus cambios de bando.

Lo que se puede sacar de las fechas

El gobierno le echa la culpa a un enemigo omnipresen­te y algo misterioso; la acusación no se precisará sino hasta el golpe de Zuloaga, a fines de 1857. Pero olvida en su azoro que los “ indígenas” se están moviendo en serio desde 1855 (para no mencionar todos los antece­dentes que vienen desde 1820). En su alarma cree en­contrar una explicación en el grito de “Religión y Tie­

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rras” . Grito muy bonito. Por cierto, ¿qué seguridad te­nemos de que se haya gritado alguna vez? No importa, lo oyó el gobierno y encontró así la clave: la Iglesia de­samortizada lanza a las comunidades desamortizadas contra el gobierno, para gusto de los conservadores. Suena lógico, pero es hacer poco caso del calendario y olvidar que la desamortización de los pueblos en Jalis­co se está dando en serio desde fines del siglo XVIII, sin que se note ninguna operación importante afectando a las comunidades en 1856. El plan de Zacoalco es del 30 de septiembre y no dice una palabra sobre la ley Ler­do de 25 de junio...

El enfrentamiento con la Iglesia no hace más que atizar una lumbre prendida en 1855. Manuel Lozada lo explica muy bien en su texto de 1867. Elementos exter­nos a este enfrentamiento, y elementos decisivos son el peso de la historia y el vacío de poder del momento. La memoria de los agravios y la memoria del heroísmo de los antepasados, doble memoria manifestada en el plan de Zacoalco y San Cristóbal, justifica la lucha, alienta la esperanza del recurso a las armas. Es inútil alargarse sobre el vacío de poder. En 1854-1855 la pro­pagación de la revolución de Ayutla significa el de­rrumbe del Estado; los pueblos pueden movilizarse, las sierras se pueblan de guerrillas y de gavillas. Antonio Rojas y Manuel Lozada son bandidos y guerrilleros. Antonio Rojas ayudó a Degollado en la región de Sa- yula. En el verano de 1856, a la crisis política nacional se añade la crisis política de Jalisco.

Mientras disputan los liberales —y falta poco pa­ra el enfrentamiento en batalla campal— los pueblos, ciertamente mal impresionados por el conflicto entre el obispo Pedro Espinosa y el gobierno, conflicto sobre el cual sus curas los mantienen informados, los pueblos llegan a formalizar el levantamiento.

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No es justo hablar de guerra de castas; esta palabra se utilizó en aquel entonces como un argumento ideo­lógico para combatir al adversario; se usó sin ningún maquiavelismo, con miedo sincero. En realidad “ gue­rra de castas” significaba “ anarquismo” , levanta­miento de la plebe. Prueba negativa de que no se trata­ba de una verdadera guerra de castas es que no cundió el pánico, no se buscó la “ unión sagrada” contra los “ indígenas” . En un manifiesto a los habitantes de Ja­lisco, Jesús Camarena explicó claramente que era más importante para el gobierno derrotar al general Blan­carte que combatir a los rebeldes indígenas. La misma valoración política explica quizá el silencio notable de Luis Pérez Verdía en su Historia de Jalisco, sobre la rebelión indígena del cantón de La Barca; silencio tanto más notable si se sabe que este ilustre historia­dor había cantado las hazañas de los mismos indíge­nas, los levantados de 1811-1816, no rebeldes entonces, sino patriotas.

¿Por qué juntar a Lugardo Onofre con Manuel Lozada ?

Preguntarlo es como preguntar en qué se justifica unir la rebelión del cantón de La Barca y la guerra nayari­ta. El historiador tiene un glorioso padrino: don San­tos Degollado, quien sospechó la existencia de una se­mejanza entre las dos rebeliones: indígenas por ambos lados, exigencia de “restitución de terrenos usurpa­dos” , enemigos del progreso moviendo los hilos de los títeres indígenas, por ambos lados también.

Las diferencias son muchas, es cierto, y por eso es la última vez que los dos cantones se mueven juntos; insurgentes en 1810, rebeldes en 1855-1857, sus desti­nos se separan después. Para los de La Barca el desen­lace en marzo de 1857, es brutal como un relámpago. Los pueblos de la Laguna no volverán a moverse. Que-

¿Y la guerra de castas?

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da, eso sí, el recuerdo de sus levantamientos pasados, como una pesadilla para las autoridades. En 1869 se ordena investigar las supuestas ramificaciones de una conspiración urdida desde Tepic por Lozada. No se en­cuentra nada, desde luego. (G-9-869 JAL/55) En 1873, cuando Lozada llega a las puertas de Guadalajara, se manifiesta el temor de que, al caer la ciudad, se reu­niría enseguida con los indígenas de la laguna de Cha- pala, para luego levantar a los de Zapotlán el Grande y marchar sobre México con un ejército de más de 100 000 indígenas... (Meyer, 1969)

Si no volvieron a la rebelión general, tardaron mu­cho en tranquilizarse definitivamente. El teniente coro­nel Luis Tenorio, comandante militar de La Barca, qui­so pedir a los hacendados que no extorsionaran “por los intereses que perdieron en la pasada sublevación” . La comandancia general de Jalisco consultó con la Se­cretaría de Guerra. El 18 de junio de 1857, el ministro Terán contestó que “el Supremo Gobierno no puede evi­tar las reclamaciones, con perjuicio de tercero, a con­secuencia de los males que por la guerra de los indios sufrieron los propietarios. Esperándose tanto de la in­fluencia de V. E. como de la prudencia délos mismos propietarios que éstos no den lugar con sus exigencias a nuevos conflictos” . (AHJ-G-9-857 LAB/3568)

El día primero de septiembre de 1857, el jefe polí­tico de La Barca, Félix Vega, pidió instrucciones sobre los terrenos que pertenecían a la hacienda San Andrés, de Pedro Castellanos, invadidos por los indígenas. El gobierno le contestó que no le mandaría los 100 hom­bres de infantería que pedía para desalojar a los inva­sores; que se había tenido una larga conferencia con todos y que se les pudo convencer de seguir el camino legal. El pobre jefe político tuvo que “ dar posesión (al hacendado) sin aparato de fuerza” . (AHJ Gob-9-857/ Jamay)

En agosto y septiembre de 1857 se informó sobre reuniones de hombres armados de Santiago; los mis­

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mos indígenas de Santiago, Santa Cruz y Poncitlán se quejaron en diciembre de “persecuciones, perjuicios y vejaciones que les causan varios vecinos de dichos pueblos” . (AHJ Gob-857 borradores)

En febrero y marzo de 1858, indígenas de Zacoal­co, Poncitlán, San Juan de Ocotán y Santiago de Jo- cotán pidieron comisión de apeo según el decreto del 4 de febrero y “ la devolución de terrenos usurpados por colindantes” . Félix Vega, jefe político de La Barca, in­sistió que “ sería muy conveniente tener su atención ocupada con los asuntos que tienen pendientes ya rela­cionados, amortiguando con ésto sus sentimientos se­diciosos que si se desarrollaran podrían traer graves trascendencias al Estado que tanto necesita hoy de la paz” . (AHJ Gob-9-858, 6 de marzo) El gobierno con­testó que, por falta de dinero, no podía nombrar una comisión de apeo y deslinde para cada pueblo. En ene­ro y febrero de 1858 se alarmaron las autoridades lo­cales con la noticia de que Mateo Díaz se encontraba con 300 indios de San Pedro Itzicán, que Jamay, Zu­la, Aguatán, Santiaguito y Otatán se levantaban. Na­da se verificó (AHJ G-9-858) pero se sorprendió a unos 20 hombres de San Miguel, San Sebastián, Santiago y Ascatlán en una reunión nocturna (AHJ-G-9-858). Para esta fecha pululaban las gavillas de ladrones y era muy difícil saber quién era quién. Rumores, rumo­res: “Aunque no se han quitado la máscara completa­mente, los pueblos de indígenas se traman muy formal­mente y de un día a otro deberá estallar, pues en mi concepto sólo aguardan tener el apoyo necesario en alguna de las gavillas de los constitucionalistas” es­cribirá el 19 de mayo de 1858 Ignacio Rosas, en La Bar­ca. (AHJ G-858)

Cambian los partidos en el poder, no cambia la si­tuación.

Si los pueblos renuncian a la lucha armada, su de­sintegración da auge al bandolerismo o a la guerrilla concebida como modo de ganarse la vida. Antonio Ro­

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jas “ el hachero” , tremendo bandolero y gran chinaco, asegura que no se trata de dos etapas de su vida; sí es cierto que fue bandolero primero que chinaco, nunca renunció al saqueo y a las atrocidades. Ni modo, decía el bueno de Santos Degollado, no podemos prescindir de su fuerza guerrillera. Antonio Rojas, pues, nació en el rancho del Buey (Tepatitlán), según nos cuenta don José Ramírez Flores y, como muchos alteños, se volvió abajeño y propietario por el rumbo de Techalu- ta. Se dice que compró bienes desamortizados (el ran­cho la haciendita de San Diego, de un cura de Colima) y que esto estimuló su vocación de matacuras. Lo que nos importa es que en sus hazañas bandoleras y china­cas arrastró mucha de la gente que quedó flotando des­pués de la rebelión indígena; hombres jóvenes, sin ho­gar y sin posibilidad de fundarlo, de Atotonilco a Sa- yula y de Zacoalco a La Palma engrosaron la tropa de los hacheros, pintados por Mariano Azuela en Los pre­cursores. Esta tradición oral, recogida por don José Ramírez Flores y por Luis González, se confirma con un documento de 1858. Los vecinos de Tototlán piden a Santos Degollado que “ las fuerzas de los indígenas de las inmediaciones incorporadas al ejército federal no toquen esta población” . (AHJ Gob. 9-858/Toto) Como lo anotó Andrés Molina Enriquez:

los indios, como soldados, por el sueldo que ganaban, o por el pillaje que se les permitía mejoraban de condición, y esto f ... 1 dio siempre a todos los elementos directores, a todos los revo­lucionarios y a todos los jefes de motín, muchedumbres que los siguieran sin conocer ni discutir las ideas por que comba­tían. (1906:85)

A los “indígenas” de La Barca les quedó como úni­co recurso la lucha legal. Con el imperio de Maximilia­no volvieron a tomar el camino de los tribunales y de las oficinas. Faustino Chimalpopoca G. (G por Galicia), presidente de la Junta Protectora de las Clases Menes­

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terosas que supo despertar la confianza de los misera­bles y mendigos, mencionó el 11 d*e agosto de 1866 la lista de los pueblos que tenían negocios de terrenos pendientes: San Juan Jocumatlán, Chapala, Santa Cruz de la Soledad, San Miguel y San Pedro Itzicán, Santa Cruz la Grande, Jamay, Santiago, Zula, Santia­go de Ocotán, San Juan de Ocotán, San Sebastián de los Granados, Ajijic, Poncitlán, Zapotlán del Rey, Ayo, Atotonilco,...

Para La Barca la guerra había terminado; para Tepic apenas ésta empezaba e iba para largo. A los de La Barca se les concedió la amnistía que se les había negado a los de la Sierra de Alica. Se entiende al go­bierno; los de Alica eran mucho más peligrosos. El go­bierno ha de haber sopesado, comparado la debilidad de los “ indígenas y campesinos” de La Barca y la fuer­za de los “ indios serranos” del Nayar. Hay una diferen­cia de ritmo histórico. Los primeros son modernizados, los segundos siguen bárbaros; después de todo, la pa­cificación del Gran Nayar es de 1722, nada más. En 1857 se separan los destinos de estas dos “razas” , pa­ra hablar como sus contemporáneos.

Es difícil recordar ciertas épocas de la vida, comparables a ji­rones de sueño en los que un detalle emerge de las profundida­des indecisas. Esto significa que aún no hemos dominado los materiales del pasado para descifrar su sentido, en la medida en que el pasado no es nunca descifrable. (Czeslaw Milosz Otra Europa Tusquets, Barcelona, 1981, p. 217)

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Bibliografía

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V A N YOUNG, Eric. Moving towards revolt: agrarian origins of the Hidalgo rebellion in the Guadalajara region, ms. abril 1982 ponencia a la SSCR conference on peasant rebellions, New York 41 p.

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LA DESAMORTIZACION DE LAS COMUNIDADES EN JALISCO

Es difícil reconstruir la historia económica de la des­amortización en general y más todavía cuando se tra­ta de las comunidades indígenas. Hay que trabajar región a región, pueblo por pueblo para saber cuántos bienes se vendieron o se adjudicaron, quiénes compra­ron, cómo pagaron, quiénes vendieron. No estamos actualmente capacitados para escribir esta historia para el estado de Jalisco; la información de la cual dis­ponemos es demasiado fragmentaria y dispersa sobre casi 70 años (1822-1890). Lo que sabemos del séptimo cantón, el cantón de Tepic, no justifica una generali­zación para todo el Estado.

Ya que el tema que trataremos aquí versa precisa­mente sobre el impaíto de la Ley Lerdo, ley desamor- tizadora del 25 de junio de 1856, tengo que hacer algu­nas aclaraciones. Según Knowlton (1978:33), la ley Ler­do y el artículo 27 de la Constitución de 1857 “no pa­recen haber constituido el punto de partida fundamen­tal para llevar a cabo esas medidas en Jalisco, ni pare­cen haber marcado un cauce o alcanzado una impor­tancia especial” . En el caso de Tepic me atrevería a con­firmar el diagnóstico. (Meyer. 1983:25) Y tenemos para amparamos al gran Wistano Luis Orozco quien nos anticipó 70 años en la vía del revisionismo:

El Estado de Jalisco comenzó a promulgar una serie de dispo­siciones m ás o menos meditadas, para poner en ejecución las

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leyes de desamortización dictadas por las Cortes Extraordina­rias, desde el día 7 de diciembre de 1822 hasta fechas recientes. Es el más importante de sus actos el decreto 121 de su Congre­so, promulgado el día 17 de abril de 1849.

De este hecho poco estudiado, resultó para Jalisco que el despojo de las tierras comunales y de indígenas comenzó en aquella entidad desde hace un siglo (escrito en 1914); por lo que la proletarización de los campos y de los pueblos se verificó en aquella región desde una generación antes de la presente...” . (W.L. Orozco 1975: 181-182)

Breve retrospectiva novohispana

El gran error económico de fraccionar y desamortizar los bie­nes comunes de los pueblos no surgió con las Leyes de Reforma, como se ha creído y se ha dicho con frecuencia en folletos y ar­tículos de periódicos; ese error se abrió paso por primera vez para nosotros en las Cortes Generales y Extraordinarias de España que decretaron la Constitución Política de 1812, auro­ra de los nuevos tiempos para los pueblos hispano-americanos. (W.L. Orozco, 1975:175)

Es cierto, pero conviene remontar tinos 50 años más atrás, hasta 1760, cuando se fundó en Madrid la Contaduría de Propios y Arbitrios, antecedente de la Contaduría que fundó en México José de Gálvez en 1766-1768.. (Fonseca, V, 243 y 257)

Desde siempre la Corona había limitado las facul­tades dominicales de los indios, prohibiéndoles que enajenaran sus tierras sin el consentimiento de las au­toridades; eso fue con carácter tutelar y con ánimo de protegerlos como- menores, como miserables, como de­samparados. Además la lógica de una seriedad esta­mental confortaba esta política con razones económi­cas y fiscales. Al Estado le interesaba desde siempre, especialmente en la segunda mitad del siglo XVIII, que el cultivo se intensificase y que el indio tuviera ca­pacidad económica para pagar el tributo, para llenar las arcas de la comunidad: la comunidad era sujeto fis­

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cal, responsable colectivamente, como cualquier co­munidad campesina de España, Francia o Rusia. En el siglo XVIII, el crecimiento demográfico, la presión más fuerte sobre la tierra dio como resultado un alza de su valor y de la renta y la multiplicación de los plei­tos también. La comunidad indígena tuvo que litigar sin descanso, como lo muestra para la Nueva Galicia, Ramón Serrera en su hermosa Guadalajara Ganadera. (1977)

La comunidad se cuarteó por presiones externas e internas cuando la fisiocracia infiltraba el Estado borbónico. El absolutismo patrimonial, herencia de los Habsburgo, iba ya en retirada frente al despotismo ilustrado de los Borbón.

Los fisiócratas abogaban a favor de la desamorti­zación general de todas las manos muertas; mayoraz­gos, bienes de la Iglesia, de los ayuntamientos, de los pueblos y otras comunidades, indígenas o no. Recono­cían en la desamortización de los bienes de la Iglesia una dimensión política y diplomática, pero señalaban que para las otras corporaciones no había obstáculo en el camino de la legislación real. La fisiocracia ins­piraba a un Olavide o a un Jovellanos; inspiraba tam­bién a Revillagigedo, Abad y Queipo, Fray Antonio de San Miguel o Ruiz de Cabañas. En 1790 el virrey deplo­ró: “ la agricultura es un ramo estancado en manos muertas y en pocas manos” . (Hamnett, 1970:58) Abad y Queipo, en 1799, propuso la división gratuita de las tierras de comunidades de indígenas y su reparto entre los de cada pueblo. (Mora, 1963:175-213) Su superior. Fray Antonio de San Miguel, recomendó en 1804 “una ley para dividir las tierras de las comunidades de indí­genas en dominio y propiedad entre ellos mismos, de­jando sólo en común los ejidos y montes que los pue­blos necesitan, a juicio de los intendentes” . (Lemoine, 1964 p: 33-55) En la Nueva Galicia, que nos interesa por ser matriz del estado de Jalisco, el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas escribía en 1805:

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... los indios en unos pueblos apenas tienen el terreno corres­pondiente a su fundo legal y en otros gozan grandes posesio­nes en común, y acaso sería un estímulo el más eficaz para que las tierras de uno y otro fuesen útiles a la población y agricul­tura el que cada indio reconociese su propio terreno con facul­tad de arrendarlo y enagenarlo, con la de adquirir otros distin­tos y con la de transmitirlos a sus herederos sin desfalco de las mejoras y productos que con sus fatigas y sudores le hubiesen agregado [... ] estos naturales ni cultivan las tierras que gozan en comunidad ni dan lugar a que otros las fertilicen por el raro empeño que tienen de no arrendarlas y que es tan difícil desva­necer como llano y fácil el repartírselas. (Estado material y formal de la diócesis de Guadalajara en el año 1805, reproduci­do por Serrera 1977: 419-20)

Cabañas planteó en estas líneas el gran debate que no es propio al imperio español, sino que atraviesa toda la historia agraria de occidente, la Revolución francesa como el siglo XIX ruso. ¿Qué se va a hacer con la comunidad campesina señalada como uno de los fac­tores del atraso de la tan fundamental agricultura? Re­partir sus tierras. Lo que resultó nada llano, nada fá­cil.

La práctica se adelantó a la teoría. Antes de pa­sar a la desamortización, la Corona empezó a echar mano de los bienes de las comunidades. El derecho se lo permitía quizá, ya que “ los indios de los pueblos en particular ni en común pueden vender ni enajenar el todo ni parte de las tierras de su fundo sin los requisi­tos de la ley, porque no gozan el dominio y propiedad, y sí el usufructo” . (Serrera 1977:333) Ese texto es de 1791 y lo firma el eficaz intendente de Guadalajara, Jacobo Ugarte y Loyola, organizador de las propiedades de los pueblos de indígenas.

El primer “ sablazo” a las cajas de comunidades ocurrió en 1782 con la fundación del Banco de San Car­los, verdadera nacionalización, o expropiación vía la suscripción forzada de acciones. Las comunidades no podían negarse y las de Nueva España dieron 100 000

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pesos (Calderón Quijano, 1963). En 1786, pasó lo mis­mo con la Compañía de Filipinas y en 1793-1794 con el primer empréstito ligado a la guerra con Francia. Men­cionamos todavía la real orden del 19 de julio de 1798 “ que se remitiera a España todos los caudales que se pudieran tomar a Comunidades y particulares” . “En­tre 1810 y 1816 se dieron los llamados “ préstamos pa­trióticos” en forma de confiscaciones a título de prés­tamos, sin interés, ni garantía, ni promesa de puntual devolución, que afectaron a particulares y corporacio­nes; por lo menos me consta en la región de Tepic.

Esta fiscalización y extracción de metálico de las arcas de comunidades era de hecho una forma de desa­mortización. Les tocaba a las Cortes de Cádiz dar el salto teórico y político. En sus tres años las Cortes re­dactaron numerosos textos sobre los indios y sus tie­rras comunales y se enfrentaron los puntos de vista en pro y en contra de manera inteligente. La resistencia a la desamortización liberal utilizó argumentos válidos, manifestando así que se sabía a dónde se iba. El dipu­tado Sr. Huerta, al notar que estos bienes fundaban “el gobierno económico y la policía rural de los pueblos” denunciaba en el remedio el recurso del “salvaje que cortaba el árbol por el pie para coger el fruto con más descanso” . Anticipaba la corrupción, el despilfarro, el aprovechamiento por unos pocos y la resistencia de los pueblos, fundándose en la experiencia de las reales cé­dulas de 1766, 1767, 1768 y 1770. (Tomás y Valiente 1971:55) Así se llegó al decreto final del 4 de enero de 1813 proclamando que los bienes de comunidades se re­ducirían a propiedad particular.

La legislación en Jalisco hasta 1856

La Ley Lerdo (1856) llega hasta el final del proceso. Basta consultar los 6 tomos de la Colección de acuer­dos, órdenes y decretos sobre tierras, casas y solares de los indígenas, bienes de sus comunidades y fundos

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legales de los pueblos del Estado de Jalisco (Guadala­jara, 1849-1882, imprenta del Gobierno citada en ade­lante: Colección...), para entender que la propiedad corporativa de las repúblicas pueblerinas había sufri­do condena definitiva mucho antes de que la Reforma procediera a su famosa desamortización. Desde luego, el fenómeno no es jalisciense, ya que según nos lo en­señó Moisés González Navarro hace cosa de 30 años, para 1829, se encuentra igualmente en Chiapas, Chi­huahua, Coahuila, Texas, Michoacán, Nuevo León, Puebla, Sonora, Sinaloa, Veracruz y Zacatecas; y, en un grado menor, en Guanajuato y Oaxaca. En la mayo­ría de estos Estados se afectaron los terrenos de pro­pios y los de repartimiento, pero en Puebla, Sonora, Si­naloa y Zacatecas se afectó todo, hasta el fundo legal. (Frazer, 1972:623)

Una cronología de los principales decretos, leyes y reglamentos promulgados por el estado de Jalisco antes de 1856 da una idea de la abundancia de textos producidos, así como de su confusión.

Sin volver al siglo XVIII, vemos cómo el Consu­lado de Guadalajara pidió en 1806 la división de las tie­rras de comunidades. Las autoridades aplicaron luego las disposiciones de las Cortes de Cádiz tratando de la división y privatización de dichas tierras. Francisco Severo Maldonado y Tadeo Ortiz recomendaban estas medidas; Maldonado de manera radical, hasta repar­tir el fundo legal, en nombre de la filantropía y de la prosperidad pública. (Maldonado, 1821. Ortiz, 1822: 77-81)

La falta de claridad del artículo 5 del decreto de las Cortes del 9 de noviembre de 1812 y del artículo I del decreto del 4 de enero de 1813, y la mala voluntad de los interesados, llevaron a las autoridades locales a mul­tiplicar las consultas, lo que retrasó la aplicación de las leyes. Por eso se publicó el 27 de febrero de 1821 una Ins­trucción para la División de las Tierras en forma de propiedad privada; el 8 de marzo de 1822 se retomó el

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reglamento de 1794 y elartículo de las Cortes de 9 de no­viembre de 1812, pero como el asunto seguía embrolla­do, la diputación provincial de Guadalajara promul­gó el 5 de diciembre de 1822 una Instrucción para el arreglo de los ayuntamientos de su distrito, en el uso de los terrenos comunes en el fundo legal de cada pue­blo (Colección... 1:55-57). Nueve de los doce artículos trataban de la atribución en dominio pleno de las par­celas ocupadas dentro de la zona fincada (solares); el artículo I rezaba: “Ningún indio será perturbado en la posesión en que esté de sus tierras sean muchas o pocas, grandes o pequeñas, adquiridas por compra, re­partimiento, cambio, donación, herencia o otro justo título, sea que las cultive por sí mismo, las tenga ocio­sas, ó las haya dado en arrendamiento” . Pero, el artícu­lo II añadía: “Todas las demás tierras del común se arrendarán en hasta pública, rematándose en el mejor postor” . El legislador distinguía, pues, entre lo que el in­dio tenía ya en propiedad particular y que conserva­ría con todo el peso de la ley, y lo que pertenecía a la co­munidad y que se arrendaría para bien de las finanzas públicas. La ley no aclaró lo que había que entender, ya que al decir que los “productos se entregarán en el fon­do de propios” no definió si se trataba de la municipa­lidad o del pueblo, del ayuntamiento de la cabecera o de la extinguida comunidad de indios.

En la práctica, la ley se aplicó a favor del ayunta­miento y así se entiende una crítica de 1849 que respon­sabilizó la instrucción de 1822 de haber “arrancado de las manos de los indígenas y agregado a los ayunta­mientos los terrenos que poseían en comunidad” . (El Conservador Federal, 3 de mayo 1849)

El primer Congreso Constitucional del Estado de Jalisco votó el 12 de febrero de 1825 el decreto No. 2 que estaba destinado a servir siempre de referencia y no fue nunca abrogado. En su artículo 1Q decía: “A los an­tes llamados indios se declaran propietarios de las tie­rras, casas y solares que poseen actualmente en lo par­

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ticular sin contradicción en los fundos legales de los pueblos ó fuera de ellos” . (Pérez Lete, 1877: tomo 1,460- 2) La instrucción reglamentaria, sin embargo, men­cionó solamente los bienes dentro del fundo legal, y el modelo de certificado de propiedad observó la mis­ma limitación. ¿Olvido? No es la única ambigüedad (Pérez Lete, tomo I: 463-465) de un texto que evita cui­dadosamente mencionar las extinguidas comunida­des. ¿Quiénes son los antes llamados indios? ¿Todos los habitantes del pueblo a la hora del decreto? ¿Cómo saber quién es indio (antes llamado)? ¿Cuál es la pro­porción de bienes ya privatizados, únicos amparados por la ley, y cuál la de bienes en uso común? Estas tres incógnitas eran muy graves y la ambigüedad de la ley se prestaba a toda clase de malversaciones.

Teóricamente no había problema para las propie­dades privadas dentro del fundo legal. Todo lo demás era problema. ¿Qué pasaría con los bienes administra­dos por la dizque inexistente comunidad? Fuera del fundo legal, los pueblos tenían tierras adquiridas por mercedes o composiciones o habían comprado pocos o muchos terrenos; sin hablar de la difícil distinción en­tre bienes de comunidades y cofradías. Estos bienes que podían ser de consideración y que eran de una im­portancia vital para los pueblerinos caían bajo el peso del decreto, por lo cual se debían arrendar, en provecho de quién sabe quién (de los ayuntamientos, principal­mente).

Así pasó en el pueblo de Jalisco, en 1825, al apli­carse enseguida el decreto no. 2. El cura escribió al obis­po para señalar los graves inconvenientes de la medida tomada por el ayuntamiento de rentar por cinco años un terreno llamado Cofradías y otro el Monte: “ Entien­do ese desagrado general del pueblo por que el cerro es el único pan con que se sustentan estos mis feligreses, trabajando sus maderas, de las que seguramente serán privados por los arrendatarios” . (28 de octubre de 1825, Mitra de Guadalajara) El documento presenta doble

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interés, ya que señala, al mismo tiempo, cómo pudo desarrollarse el conflicto entre la Iglesia y el Estado, sobre esta base local de pleitos agrarios en los cuales los curas intervienen como portavoces y promotores de la causa de los pueblos.

Entre 1828 y 1832 una serie de decretos completó esta ley fundamental. El decreto 151 del 29 de septiem­bre de 1828 ordenó la creación de comisiones encarga­das del reparto; el decreto 189 del 16 de marzo de 1829 contestó mal que bien a la duda sobre quiénes eran los indios: los que ñguraban sobre la última matrícula del tributo, y sus hijos. Había que apoyarse en la burocra­cia imperial española, pues que el México independien­te había abandonado las referencias étnicas. Para eso faltaba dar con las matrículas.

Los decretos 280, 381 y 420 de 27 de febrero 1830, 21 de marzo 1831 y 22 de febrero 1832 extendieron el re­parto, afectando progresivamente todas las categorías de bienes. Tratando de reparar, algo tarde, el daño cau­sado por la instrucción de 1822, el legislador señaló que los fondos producidos por el arrendamiento de los bie­nes de las ex-comunidades debían repartirse entre las familias de los antes llamados indios.

La revolución nacional de 1833 llevó al poder a los liberales radicales tanto en México como en la provin­cia. En Jalisco, el decreto 481 del 26 de marzo de 1833 proclamó que “ los ayuntamientos constitucionales desde el día de su instalación sucedieron a las extingui­das comunidades de indígenas en todas las propieda­des que a estas pertenecían por cualquier título, menos en aquellas que se redujeron a dominio particular por las leyes 2,151, 288, 381 y 420” . (Colección... V:459) El radicalismo tenía prisa: todo terminaría antes del 31 de diciembre de 1834; los propietarios recibirían sus títulos y los ayuntamientos incorporarían a sus fondos las tierras y fincas que les tocaban.

En 1834 los radicales perdieron la partida y, en Ja­lisco, el decreto 564 suspendió sine die, la aplicación

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de todas las leyes de reparto. Quien solicitó tal medi­da fue el hombre fuerte del sur del Estado, Gordiano Guzmán, preocupado por la agitación de su clientela; en este caso concreto, tomaba la defensa de los indios de Mazamitla. (Colección... I:VIII)

Así terminó la primera etapa de esta historia le­gislativa. De 1812 a 1832, la privatización se extendió en forma paulatina a todas las propiedades de las co­munidades; en 1833 el legislador quiso acabar de una vez; en 1834 el realismo impetró una suspensión del reparto para evitar graves problemas. Luego se estan­có el asunto hasta 1847, fecha en la cual se restauró la Federación. El Congreso de Jalisco declaró entonces, el 31 de mayo, la vigencia de todas las leyes sobre el te­ma. (Colección, I:XI)

Tal suspensión de 13 años no arregló las cosas y la situación se volvió muy embrollada según lo mani­festaba esta contestación de las autoridades superio­res:

(julio 18, 1840) por las leyes mencionadas no pudo dicho Señor Prefecto disponer que se repartiesen a los indígenas de los cita­dos pueblos (Ayutla y Cuautla) los terrenos que poseían en co­mún, pues que el decreto 564 previno se suspendiese la ejecu­ción de las leyes anteriores sobre repartimiento a los indíge­nas; tampoco es de autorizarse que estando extinguidas las co­munidades sigan los que se titulaban principales haciendo re­partos de solares y terrenos como les parezca, o que los mismos indígenas se los tomen puesto que mientras no se dicte la medi­da legislativa que corresponda, deben reconocer á los fondos de propios respectivos como diseminados a beneficio del co­mún. | ... ] el ramo de tierras entre indígenas siempre ha dado materia entre ellos para consumar disenciones y desórdenes y por consiguiente es muy peligroso disponer nuevos reparti­mientos entre ellos \ ... 1 pues que ellos quieren continuar y gobernarse en comunidad y legalmente están extinguidas las comunidades y matrículas... (Pérez Lete, VIII:47-48)

Una segunda etapa empezó el 3 de mayo de 1847

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con el decreto 39, seguido del 51 y del 69. Dichos textos ordenaban reanudar el reparto entre los indígenas de todas las tierras y de todos los montes. Enseguida se propagó la inquietud: en noviembre de 1847, en el Can­tón de Autlán, se levantaron los indígenas de El Tuito (El Republicano Jalisciense tomo I, 12, 16, 19 de no­viembre 1847).

Ha llegado a noticia del Emo. Sr. Gobernador que en varias poblaciones del Estado se ha turbado la buena inteligencia y harmonía de los vecinos con los indígenas y que unos como otros molestan a los ayuntamientos [ ... ] que el motivo es, por parte de los indígenas la pretensión de que se les entregue pa­ra repartirse, aquellos terrenos que antes habían sido legal­mente arrendados por los ayuntamientos; y como los arrenda­tarios se oponen, resulta que reclaman a diches ayuntamien­tos el cumplimiento de su contrato [... ] el Sr. Gobernador reco­mienda mucho a VS la exacta observancia de las leyes de re­parto, para que no se convierta en daño de los interesados, lo que debe ser en su beneficio, ni sirva de pretesto para que se turbe la atranquilidad pública. Sobre este punto quiere SE que siempre que las reuniones que acostumbran hacer los indíge­nas, con el objeto de tratar sus negocios, sean pacíficas, no se les impide, pues que deben ser considerados, en lo posible, aten­didos su estado miserable y los hábitos propios de su educación más si tomaren un carácter alarmante, las autoridades cuida­rán de estorbar que alteren el orden público. Esa gefatura, con su acreditada prudencia, sabrá conciliar los extremos. (El Re­publicano Jalisciense tomo II, no. 75, p. I, 25 de abril de 1848)

La movilización de los indígenas, “ las pretensio­nes exageradas de algunos indígenas ignorantes” , la fuerte oposición de todos los que se sintieron amenaza­dos por estas, llevaron a una nueva suspensión de las operaciones, (decreto 90 del 25 de abril de 1848) hasta los decretos decisivos de 1849: el 114 y el 121.

La Comisión permanente sobre terrenos de indí­genas decidió terminar rápidamente y de una vez con tan enojoso asunto y publicó su dictamen en el perió­dico oficial (Armonía Social del 2 de febrero de 1849,

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tomo I no. 10) El Congreso la siguió y publicó el decreto 121 del 17 de abril de 1849 que refundía todas las leyes anteriores. :

El artículo 1Q decía: “Las fincas rústicas y urbanas compradas por los indígenas, y las adquiridas por cual­quier justo y legítimo título, que hasta el día se conoz­can con el nombre de comunidades, son propiedad de ellos desde el 29 de septiembre de 1828 que se publicó el decreto 151 y demás concordan tes” . (Pérez Lete, XI: 299 a 311) El artículo 3 estipulaba que “ los indígenas son, en consecuencia, partes legítimas para reclamar­las a fin de que se les apliquen y dividan respectiva­mente en los términos que dispone la presente ley” . Tal decreto, en 36 artículos, con su reglamentación en 20 artículos pretendió resolver todos los problemas para que todo terminara ¡antes que pasara el año!

Más claro que los textos anteriores, netamente favorables a los indígenas, conservaba cierta ambigüe­dad. Preveía la repartición de todos los terrenos de co­munidad, menos las calles, plazas, cementerios, las tie­rras de particulares, iglesias, hospitales y cofradías, menos los fundos legales de los pueblos (art. 26). Pare­ce sencillo. Ahora bien, el artículo 29 afirmó que “ los ayuntamientos [... ] sucedieron a las extinguidas comu­nidades de indígenas en todas las propiedades que a és­tas pertenecen por cualquier título, menos en aquellas que se redujeron á dominio particular por los decretos 2 y demás relativos; y en las que se mandan distribuir por el presente” . Y el artículo 30 de proseguir: “ los ayuntamientos solicitarán que á la mayor posible bre­vedad entren á sus fondos las tierras y fincas que has­ta ahora estuvieron fuera de ellos y que les correspon­den en consecuencia del artículo anterior” . Se retoma­ba así las disposiciones de 1833.

Las oscuridades del decreto 121 y de su reglamen­tación no podían facilitar su aplicación. El lenguaje utilizado pecaba por falta de precisión, puesto que se utilizaba indiferentemente las palabras “división” ,

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“repartimiento” , “partición” , “distribución” . La de­finición de los beneficiarios se debía hacer a partir de la última matrícula de tributos, como siempre, pero me­dio siglo después de dicho censo. Levantar la lista de los beneficiarios le tocaba a una comisión de cinco per­sonas, electas por la comunidad. Tal comisión se for­maría con gente de la comunidad o fuera de la comuni­dad. Cobraría 10 reales por fanega de sembradura (3.56 hectáreas), o sea a destajo. Los interesados tendrían que pagar también a los agrimensores, los escribanos, el papel, el papel sellado, lo que representaba gastos fuertes. Y todo terminaría ¡antes del 31 de diciembre de 1849! Olvidemos los problemas jurídicos, sociales o políticos; ¿dónde encontrar tantos agrimensores pa­ra los cientos de pueblos y los millares de parcelas? ¡Cuántos conflictos en perspectiva! Distinguir entre los terrenos de las extinguidas comunidades, los de los ayuntamientos, de los particulares; encontrar los lími­tes conflictivos entre comunidades, entre comunidades y particulares; eso antes de medir y repartir los bienes de comunidad en tantas suertc3 cuantas sean las fami­lias que resulten del padrón... Se soñaba con “estable­cer la confianza entre los propietarios para que puedan mejorar sus tierras, quitar las confusiones de linderos que ahora existan, así como impedir los pleitos en lo fu­turo” . (artículo tercero del decreto 122 del 17 de abril de 1849) (Pérez Lete XI: 310) ¡Benditas ilusiones!

La realidad resultó más fuerte que la voluntad po­lítica: el 22 de noviembre se prorrogó el plazo para cum­plir, y otra vez el 4 de abril de 1850, el 23 de septiembre del mismo año y el 2 de diciembre. Al gobierno le urgía acabar “para que cese esa pugna que se advierte en al­gunos pueblos entre los indígenas y los ayuntamientos y entre aquellos y otros individuos” . (Pérez Lete, X: 165, 23 de septiembre de 1850) Se multiplicaron las inva­siones de terrenos a tal grado que los hacendados reci­bieron el derecho de armarse por decreto del 26 del no­viembre de 1850. (Pérez Lete, XL421) El desarrollo pa-

t C. ->

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ralelo al bandolerismo pudo estar ligado a esta inquie­tud.

El 10 de junio de 1851 no le quedó al gobernador Joaquín Angulo más que conceder un nuevo plazo de 6 meses, que se prorrogaría el 6 de mayo de 1852. Mien­tras tanto crecía el alud de textos legislativos y regla­mentarios. En 1853 se volvió al centralismo. ¿Qué ha­cer? Las autoridades locales consultaron a las de Mé­xico para saber qué tan válida seguía la legislación ja­lisciense sobre repartimiento. El Consejo del Estado contestó el 3 de diciembre a la consulta del 20 de octu­bre de 1853: “Cuando se proyectó en el departamento de Jalisco repartir a los indígenas las tierras de comu­nidad se trató de hacerles un beneficio libertándoles de cierta especie de tutela a que estaban sujetos. Pero la experiencia ha enseñado que esta medida ha produ­cido resultados enteramente contrarios y que los indí­genas ni gozaban los provechos de los bienes de comu­nidad ni lograban la propiedad particular de los mis­mos bienes que han ido desapareciendo pasando a ma­nos codiciosas y rapaces.

Sería imposible hacer una variación respecto de las enajenaciones que se hayan hecho hasta el día y esto es cosa que ya no tiene remedio, pues por el con­trario, sería peor el mal que se hiciera queriendo des­truir lo practicado. Mas por el contrario, si se dejara correr las cosas por el camino que señala el Departa­mento de Jalisco, no se haría más que continuar el de­sorden que tan claramente demuestra aquel Gobierno. Puede adoptarse un medio prudente y es el que la sec­ción propone a continuación.1 Se deroga el decreto dado en Jalisco en 17 de abril de

849.2 Los actos practicados y consumados legalmente

hasta la fecha en vista del referido decreto quedarán subsistentes.

Sala de Sesiones del Consejo de Estado” . (AGN- G-leg. 1283).

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El gobierno central no tomó en cuenta la proposi­ción del Consejo, puesto que el 30 de enero de 854 dio la orden al Departamento de Jalisco de que “ se siga el reparto sin abuso” . Luego, en los últimos meses de su último gobierno, Santa Anna cambió radicalmente de política y ordenó restituir a los pueblos, villas y ciu­dades las tierras “ usurpadas” (31 de julio 854), a la vez que suspender el repartimiento (30 de agosto). Desde el mes de marzo tronaba la revolución de Ayutla y antes de que pasara un año Santa Anna se habría despedido de la Nación.

El vacío de poder que acompañó la guerra civil y una transición de 6 meses confusos, hasta fines de 1855, explican el desarrollo de la inquietud, después de fre­cuentes motines y de verdaderos levantamientos en el Occidente, todos ligados al repartimiento de los bie­nes de comunidades, entonces posibles por la situa­ción política nacional.

De 1822 hasta 1853, la legislación jalisciense no volvió a poner en duda un punto definitivamente afir­mado, a saber: que las comunidades de los antes llama­dos indios habían sido extinguidas. La teoría que pre­valeció fue que no hay más castas sino ciudadanos con derechos cívicos y con derecho a la propiedad particu­lar. Los problemas empezaron cuando se trató de defi­nir los bienes de las ex-comunidades y las personas que se beneficiarían de su privatización. ¿Qué recibirían? ¿Todo? No, puesto que desde un principio se proclamó que los ayuntamientos heredaban de las comunidades. ¿Todo? No, puesto que los arrendatarios que habían pasado contrato con los dichos ayuntamientos mere­cían el respeto a sus derechos. Los indígenas o los que se hacían pasar por tales entraron forzosamente en competencia con los ayuntamientos, con los arrenda­tarios, con los indígenas de las comunidades vecinas, o de la misma comunidad dividida en facciones.

“A río revuelto, ganancia de pescadores” . Los lla­mados por Andrés Lira “picapleitos” tuvieron mucho

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trabajo. Cuando el Estado manifestaba su fuerza, abo­gados, notarios y jueces vieron formarse las colas, con la ayuda de “ coyotes” y “huizacheros” ; cuando el Es­tado aflojó su control, se volvió a la práctica tradicio­nal de la invasión, del tumulto, de la guerrilla. En am­bos casos, los indígenas trabajaban para mayor pro­vecho de los leguleyos y de los políticos.

La Reforma, al final

La revolución liberal triunfante vino a terminar con las dudas. La ley Lerdo decidió en contra de las extin­guidas y bien vivas comunidades. Amalgama realiza­da entre corporaciones civiles y eclesiásticas, la coin­cidencia temporal entre el problema agrario indígena y el conflicto entre el Estado y la Iglesia engendraron en Jalisco levantamientos al grito de ¡“Religión y Tie­rras” ! En un trabajo de reciente publicación, titulado “La rebelión indígena de 1855-1857 en Jalisco” se es­tudian los movimientos de los cantones de Tepic, La Barca y Zacoalco. Es inútil repetirlo. Le convenía a los conservadores, quienes por otro lado no estaban descontentos por la desamortización de los bienes de la Iglesia y no se interesaban en la defensa de las co­munidades indígenas.

La legislación federal confirmó así lo que el Esta­do de Jalisco hacía, como otros muchos, desde la Inde­pendencia. El artículo 27 de la Constitución de 1857 incorporó la ley de 1856 y la completó al afectar igual­mente los “ ejidos” . España desamortizó en forma gene­ral en 1855, México en 1856. Jovellanos y Abad y Quei­po triunfaban.

Jalisco nunca conoció las dudas de los padres fun­dadores del estado de México quienes, en 1824, pospu­sieron la distribución en propiedad de las tierras de munidades. (Molina Enriquez 1979:125) Jalisco vivía una situación diferente; su población no era indígena en forma mayoritaria y la aculturación de las comuni­

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dades indígenas, para no decir su desintegración, es­taba adelantada. Por eso se pudo plantear el principio del repartimiento. El usufructo sin división, cuando se concedió en forma transitoria, se denunciaba como una barbaridad social, contraria a la propiedad pri­vada, garantía de la integración al cuerpo social: to­dos ciudadanos, ergo todos propietarios. El indio se define como miembro de la comunidad, la comunidad no existe sin la tierra. Haremos propietarios a los in­dios y se volverán ciudadanos.

En Francia, la Convención montañesa no se atre­vió a ir tan lejos. El 10 de junio de 1793, si bien decidió el repartimiento de los bienes comunales como princi­pio deseable, lo dejó como algo facultativo (y no obli­gatorio como en Jalisco); las comunas podían escoger entre varias posibilidades: arrendar, vender o usufruc­tuar en común. No hay posibilidad de escoger en Ja­lisco en 1822 y en todo México en 1856. Parece que en Francia se llegó a un compromiso entre las dos concep­ciones de la propiedad, mientras que en México, pre­cisamente en Jalisco, las comunidades no pudieron ha­cerse escuchar. La diferencia entre los dos países está en el elemento étnico.

En la agricultura tradicional había que mantener el marco comunitario para garantizar la producción, la autonomía de los cofrades, la única posibilidad de in­versión colectiva por parte de los pueblos. No era des­preciable: piensen nomás en el estado de los caminos o en el carácter primordial de las obras de irrigación, por pequeñas que fuesen. Bosques y pastos no podían resistir un repartimiento y, de hecho, el reparto lle­vó a este fatal resultado, la destrucción rapidísima de los montes comunales. El bosque dividido en parcelas no podía producir sino después de su aniquilamiento. (Molina Enriquez, 1979:129)

Sobre el tema de la deforestación como consecuen­cia de la división de los bienes de comunidades, tengo datos para Jalisco; además es un tema hermoso de his­

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toria comparativa. El reparto tuvo los mismos efectos sobre el bosque eñ Francia, en Rusia y en México, para no hablar de Argelia, Marruecos y Túnez.*

Realidad de la desamortización en Jalisco

Este punto es más difícil de tratar. Hay pocos estudios sobre la aplicación de la ley de 1856, y menos sobre la de las leyes anteriores. Sondeos manifiestan que hay grandes diferencias regionales en el país y en el mismo estado de Jalisco. Acá terminaron el reparto en 1828 (por lo menos, eso dijeron); allá no lo terminaron pa­ra... 1983. La desamortización de los bienes eclesiás­ticos en 1856, su nacionalización en 1859, la de los bie­nes municipales en 1856 lanzaron al mercado grandes cantidades de bienes, de tal manera que las comunida­des, menos ricas, marginadas, cayeron en el olvido des­pués del impacto inicial del verano de 1856. Luego su rebelión, su participación en la guerra de diez años (1857-1867) llevaron a la suspensión del reparto. El in­digenismo agrarista de Maximiliano puso las bases de una lucha jurídica y burocrática, canalización de la violencia que volvía a unir la cadena de los tiempos. Por un lado estaba en la continuidad colonial de las Le­yes de Indias; por el otro anunciaba la burocracia re­volucionaria de la Reforma Agraria del siglo XX. El ge­neral Díaz supo tranquilizar las comunidades, escu­char sus quejas, ayudarlas en sus pleitos. No es ningu­na casualidad si desde los años 860s existe en el Archi­vo General de la Nación un fondo de Buscas, dedicado a la búsqueda de los títulos de propiedad solicitados por comunidades sin existencia legal...

En cuanto a la desamortización antes de 1856, no

* Para la Revolución francesa, ver Rougier de la Bergerie M ém oires et obser­vations sur les abus des d éfrieh em en ts Auxerre, an XI. Para Rusia, Mi­chael Confino S ystem es agraires et progres agricole; l ’assolem ent triennal en Russie aux X V III et X IX siecles Mouton, la Haye 1969.

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me atrevo a presentar ninguna afirmación. Dispongo de datos aislados que me llegaron y me siguen llegan­do en forma dispersa, por ser de fuentes muy diversas. El enriquecimiento permanente del Archivo Histórico del Estado de Jalisco prohibe dar por terminada la in­vestigación, aunque se haya prolongado demasiado. Presentaré algunos casos y nada más.

Los informes más ricos y sistemáticos son los de los años 1848-1849, lo que suena lógico.

Para esta fecha la situación en el cantón de Tepic es la siguiente: la desamortización empezó en los pri­meros años del siglo XIX y el decreto número 2 se aplicó en seguida, si bien no de manera uniforme. Consta que en diciembre de 1825, el ayuntamiento de Tepic expe­día títulos de propiedad a los indígenas de la ciudad y del pueblo de San Andrés.

En 1842 los indígenas de Cuyapan y de Huajimic solicitaron se les extendieran títulos de los terrenos que “ les fueron repartidos en virtud de los decretos rela­tivos de la legislatura de Jalisco” . (Pérez lete, VIII:330) El 7 de octubre de 1842 el ayuntamiento de Tepic infor­mó al Prefecto de la situación del reparto en el Distrito (cantón) de Tepic. (Colección... 1:329-343) “ Por lo que respecta al mismo distrito de la municipalidad tam­poco hubo inconveniente en el reparto de tierras y so­lares de propiedad particular [... ] y sólo quedaron sin expedirse una gran porción de títulos en los pueblos de San Luis y Pochotitán, que entonces pertenecían a esta municipalidad, por falta de tiempo o porque los inte­resados no ocurrieron oportunamente a reclamarlos [...]. En los pueblos de San Luis Pochotitán, que dejaron a esta municipalidad desde el año de 36 o 37, existen terrenos adquiridos en comunidad y que, en concepto de esta corporación, no se redujeron a dominio parti­cular, como lo prevenía el decreto 151, sin que pueda dar razón de los motivos [...].

En el pueblo de Jalisco se cumplió el reparto, con

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excepción de algunos terrenos que estaban en litigio con las haciendas circunvecinas.

En la villa de Ahuacatlán y pueblos de Soyatlán y Camotlán los terrenos de los fundos fueron reparti­dos con anterioridad a la publicación del decreto 2. Sin embargo cierto número de títulos quedaban pendientes en fin del año de 1834 (unos 60 seguían pendientes en 1842).

En Ixtlán sólo se han conocido los terrenos afec­tados por el decreto 2 y se han dado los títulos de pro­piedad, y si algunos no los han logrado, es por omisión suya” .

En San Pedro Lagunillas “no existe a la vez te­rreno alguno de los conocidos por de comunidad, pues todos los terrenos y solares estaban ya repartidos en poder de los indígenas a cuyo favor se expidieron los títulos de legítima propiedad” . Santa María del Oro estaba en la misma situación, mientras que en Jala “ al­gunos tienen los títulos y otros no tienen nada por mo­tivo a la morosidad que dichos indígenas tuvieron en aquel tiempo, por la insolvencia en que se hallaban que ni para papel tenía, por falta de cumplimiento de las comisiones nombradas [... ] otros por que andaban ausentes, otros porque no se ha hecho el reparto gene­ral de que habla la circular de 1822 y por último porque el mismo gobierno suspendió el que se diesen títulos el año de 1834, con que hasta la fecha está suspenso...” .

En 1848 el Gobierno del cantón dio “Noticia sobre lo practicado en el reparto de terrenos ordenado por el decreto 39 del H. Congreso” . Confirmó que en San­ta María del Oro no había más tierras repartibles; pre­cisó que en Ahuacatlán 144 individuos habían recibido sus títulos entre 1826 y 1847; que en Ixtlán habían si­do 327 entre 1826 y 1831 y en Jala, 1 200 entre 1826 y 1847. En Amatlán de Jora y en Garabatos no había te­rrenos repartibles, mientras que en el departamento de Acaponeta no se había repartido nada “por pedir los indígenas agraciados no se haga reparto de terre­

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nos y estar pendiente este pedido en el supremo gobier­no” . (.El Republicano Jalisciense tomo II, n. 66,24 mar­zo 1848, p. 1)

Sin duda las cosas no eran tan sencillas. “ Me cons­ta, —escribe el jefe político, Ignacio Gil Robles, el 24 de enero de 1848—, me consta que he presentado en todos los pueblos de indígenas tantas dificultades, dudas y cuestiones, que hasta ahora no sé que se haya cumpli­do en ninguna con las leyes de reparto de tierras. En unos pueblos, como en el de Jalisco, desde las fechas de los decretos 2 y 151 se repartieron las tierras de comu­nidad y se dieron los respectivos títulos, tanto por es­tas, como por las que poseían los indios en particular: los agraciados enajenaron sus propiedades y han pa­sado por 3 o más poseedores con la confusión que es de presumirse; y ahora los indígenas vuelven a pretender tierras, suscitando diferentes cuestiones a los actuales poseedores.

En otros pueblos, como el de Huainamota, se hi­cieron los repartos, hubo enajenaciones, y con la estin- ción de su ayuntamiento se estraviaron los protocolos y los libros de los títulos, y esta circunstancia, apro­vechada por algunos de siniestras intenciones, ha sus­citado también diferentes altercados.

En otros, como Zapotanito, ni entonces ni ahora hay tierras de comunidad que repartir, pero los indí­genas aspiran a que se les den las del fundo legal, o las de los hacendados colindantes, quejándose de despo­jados. En otros en fin, como en los pueblos de Jesús Ma­ría y otros circunvecinos, creen que el reparto les es muy perjudicial y asi lo han representado ante este Sup. Gobierno. De tantas pretenciones, obscurecida la legalidad de ellas en su mayor parte por la malicia y por el tiempo transcurrido, resulta una confusión, que con razón ha dado tanto quehacer a este S. Gobierno y dará todavía en lo sucesivo” . (El Republicano Jalis­ciense, II n. 67, 28 marzo 1848, p. I)

En Jesús María y en San Luis la situación era bas­

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tante tensa. En Jesús María los muñí cipes nombrados en 1847 “ entraron luego en diferencias con algunos indios de espíritu inquieto, y se formó una oposición entre unos y otros” . Se mandó al director de Sentispac a tratar el problema y se pudo reportar en 1849: “desa­parecen en su totalidad todas las desavenencias que hasta hoy haya habidos” . (El Republicano Jaliscien­se, n. 73 del 18 de abril de 1848 y la Armonía Social, to­mo I, n. 6, del 19 de enero de 1849) Sin embargo Jesús María se levantaría en 1853-1854 y durante muchos años sería baluarte lozadeño.

En el pueblo de San Luis, inmediato a esta ciudad (de Tepic) y afamado por la abundancia de malhechores y continuos ro­bos que allí abrigan, se han tomado serias disposiciones. Una de ellas ha sido calificar a varios de los indígenas de indicia­dos de ladrones, contando para su aprehensión con la ayuda del comisario y de otros 4 6 5 que solo se conocen allí como hom ­bres de bien: esto les ha atraido la animadversión de 20 o 30 indios los más extraviados, llegando hasta el caso de reunir­se y am agar al comisario y a esos pocos hombres de bien... (El Republicano... II, n. 73 del 18 de abril de 1848, p. 10. (Manuel Lozada era de San Luis)

En 1850-1851, en Huaynamota se dio por termi­nado el reparto entre los 38 individuos de que se com­ponía la comunidad. (Archivo Ayuntamiento de Tepic. libro que contiene los títulos de las tierras repartidas a los 38... 1951) En Acaponeta la comisión repartidora no sabía qué hacer, ya que “no hay indígenas que ten­gan constancia de estar inscritos en la matrícula” . (Co­lección... 11:214)

En el vecino cantón de Colotlán el reparto estaba muy adelantado. “ Desde antes de la independencia fueron repartidos los egidos de Colotlán entre los indí­genas, y a tiempo de expedirse el decreto 2 (1825) eran poseedores en lo particular de tales terrenos” . (Colec­ción... 1:131-133) El reparto provocó un tumulto en la

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noche del primero de noviembre de 1825, cuando 30 na­turales del pueblo de San Andrés del Teúl acometieron tumultuosamente al alcalde y a otros munícipes, echán­dose sobre los 500 pesos de las arcas municipales, pro­ducidos de arriendo de tierras del fundo legal, “que ellos han deseado poseer por una repartición igual a la que en otro pueblo se hizo por orden de la extingui­da diputación provincial y en este se omitió” . Así lo cuenta Prisciliano Sánchez en su memoria de Gobier­no de 1825. (pp. 5-6)

Sin embargo, el 6 de marzo de 1847, unos 18 indí­genas de Colotlán afirmaron que “no pudimos conse­guir, no solo que se hiciese el reparto, pero ni aun siquie­ra que se llegase a pensar en ello [... 1 El ayuntamiento de esta ciudad retiene nuestras tierras compradas en 1713” . (Colección... 11:353-355) Esta petición inspiró al gobierno el decreto 39 y la aceleración del reparto que se dio por concluido en 1851. (Colección... 11:227) En 1848, el jefe político rindió informe de los terrenos de comunidad repartidos y proindivisos. Sólo Mezqui- tic había terminado el reparto entre 560 personas (de 1828 a 1835). En otros lugares se había avanzado muy poco, por la confusión de los linderos y la falta de dine­ro para pagar reconocimiento, medida y partición. El informe cubre Mezquitic, San Andrés, Huejuquilla (otro pueblo levantisco), Colotlán (con 262 títulos ex­pedidos entre 1825 y 1836), Nueva Tlaxcala, San Mar­tín de Bolaños, Chimaltitán, Bolaños, Totatiche, San­ta María, Huejúcar, Tlalcosahua, y Mamatla. Dio ade­más noticias de los terrenos que faltaban por repartir y de los que estaban en litigios, el pleito más fuerte sien­do el que oponía desde años Huejuquilla a la hacienda de San Antonio de Padua. Huejuquilla llegaría a levan­tarse en 1849 y, más adelante, de 1853 a 1873, bajo ban­deras lozadeñas, o lozadistas. Sería tema de otro artícu­lo sacarle su jugo a tan rico documento (AHJ-G-9-848. CON/3573) que permite entender las bases sociales del

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apoyo que encontró Manuel Lozada en esta región sep­tentrional de Jalisco.

A principios de 1849 se publicó en el periódico ofi­cial un resumen de los informes remitidos por los ayun­tamientos sobre los terrenos de comunidad: repartidos, conforme a los decretos 39 y 69 sin repartirse, litigiosos, arrendados y sobre los terrenos mercedados y los fun­dos legales. Los títulos refrendados eran 1 607 y los matriculados 15 660. En los cantones de Tepic y Colo­tlán había litigios. Entre el ayuntamiento y los indí­genas de Jalisco y entre estos y algunos particulares (la hacienda de Costilla y Cofradía). Los terrenos de Coagolotlán, en San Luis, se litigaban entre los indí­genas y la hacienda de Mojarras; otro pleito oponía los de San Andrés a la hacienda de Puga, los de Ahuaca­tlán a la hacienda de Ciénega, los de Cacalután a unos particulares de Ixtlán (don Nicolás Ramírez; Santiago Ixcuintla, Acaponeta, Rosamorada, Santa María del Oro conocían litis semejantes, (la Armonía Social to­mo I, n. 14, 16 febrero 1849)

Sobre la laguna de Chapala, la región de Zapotlán el Grande, Autlán, Cocula, Sayula y Zacoalco ya son bastante numerosos los documentos que confirman que la desamortización estaba bien adelantada antes de 1856. Tampoco había terminado, ni terminaría nun­ca. La Memoria de Gobierno de 1887 menciona desór­denes en Mascota y Colotlán y una asonada en Zacoal­co (p. 15)...

Será poco científico, pero estoy convencido de lo bien fundado de mi intuición. Creo que un documento de 1866, al hablarnos de la Ciénega de Chapala en su parte michoacana, nos informa de la situación de la parte jalisciense:

... están rodeadas de haciendas con las cuales los comuneros viven litigando continuamente; porque se quejan de usurpacio­nes, que disen les han hecho [ . . . ] Los indígenas venden sus terrenos, los empeñan o arriendan, sin observar las formalida­

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des legales prescritas para sus contratos, a no ser que sus Con­tratantes alguna vez lo exijan. Se inquietan a veces demasia­do contra los hacendados sus colindantes, hasta querer en al­gunas ocasiones hacerse justicia por su mano [ ... ] Las comu­nidades de los pueblos situados en l as riberas del Río de Toluca (Lerm a) pretendiendo pertenecerles éstas, tengan para ello títulos o no, tienen cuestiones continuadas con los ayunta­mientos que les impiden su ocupación, o que las vendan como suyas. (AG N -JPCM , III, exp. 16 f. 277 v.)

Asediadas por afuera, las comunidades se desmo­ronaban desde adentro como lo nota con amargura el anciano Francisco Mora y Mendoza del barrio de San Francisco de Pátzcuaro:

desde el año de 14 sirvo al barrio desempeñando todos los car­gos y contribuyendo en todos sus gastos: soy el indígena de­cano: soy por tanto el que por la costumbre debía oponerse más que nadie al reparto de tierras, pero como las disenciones de la comunidad no tienen otra causa que las enemistades veni­das del interés y del mando, lejos de oponerme a tal reparto, lo juzgo la única medida de conveniencia en nuestra situación actual. Que una comunidad de indígenas subsista por su armo­nía, en buena hora, pero cuando sp rompen todos los lazos de fraternidad, cuando el capricho y el interés personal es el m ó­vil de los que mandan, cuando los demás se hayan bajo una opresión tiránica, cuando por fin la ambición, la venganza, el odio, la falsedad son la bandera de dichos mandatarios, la co­munidad es preciso que deje de subsistir. (AGN-JPCM , III, exp. 16, f. 270 y 270 v.)

Final

En Jalisco, la desamortización fue muy anterior a la ley Lerdo, sin que eso signifique que se haya terminado antes de 1856. Faltaba mucho todavía y se puede decir que la desamortización no llegaba al final cuando, des­pués de 1915, la reforma agraria introduciría una nue­va forma de manos muertas en los pueblos.

Sin embargo hacen falta estudios concretos (y lar­

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gos) para poder cifrar los resultados de la primera (1822- 1856) y de la segunda (1856-1910) desamortización.

La ley Lerdo, por eso mismo, no pudo haber sido la causa directa del levantamiento de los pueblos indíge­nas de la región chapálica, tampoco de la insurrección de Manuel Lozada. Me atreví (Meyer, 1983) a negar la relación directa en el caso de Nayarit porque los pue­blos que de veras se pueden decir lozadeños, los prime­ros y los últimos, de 1853 a 1873 y más adelante, no fue­ron afectados por la ley del 25 de junio de 1856. Sus agravios eran más antiguos y remontaban la época de la colonia. Se multiplicaron entre 1810 y 1850 y, con la caída de Santa Anna y la guerra de diez años se pre­sentó a “ los pueblos unidos” —así los llamó Lozada— una oportunidad para recuperar lo perdido.

La ley Lerdo contribuyó indirectamente a su le­vantamiento, al precipitar el enfrentamiento con la Iglesia y la alianza entre los conservadores y los pue­blos. La desamortización de 1856 no fue causa inmedia­ta del levantamiento de Lozada (en armas desde 1853) pero lo colocó en una situación estratégica. En un mar­co nacional que lo rebasaba por completo, Lozada pudo llevar su propia guerra, la de las comunidades serra­nas.

¿Por qué entonces se acepta la versión según la cual la ley Lerdo arruinó a las comunidades? Es que los años 1856-1857 forman un parteaguas en la historia nacional, determinan el choque decisivo entre el Es­tado y la Iglesia y el enfrentamiento entre liberales y conservadores que lleva a la guerra civil y a la inter­vención extranjera. Eso es tan importante que disimu­la todo lo demás. La ley Lerdo, aunque fuese una ley moderada, tuvo el papel de precipitante político. Por eso se le atribuye hasta lo que no hizo.

Al hablar de parteaguas, uno puede caer en la ten­tación de olvidar que no hay ruptura capaz de cortar toda continuidad. El problema de las tierras de comu­

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nidades en el siglo XIX anuncia en algo el problema del reparto agrario en el siglo XX: misma confusión en el derecho, misma base documental no sólo floja, sino apócrifa, mismo recurso a la historia. Es notable ver cómo se utilizan a partir de 1915 expedientes elabora­dos en el siglo XIX, en el pleito que nos interesa hoy. Mismo papel de los “huizacheros” y otros “ coyotes” o agitadores profesionales que de eso viven; misma pre­cariedad de la propiedad y del derecho que manifies­ta el estado inestable y precario de la sociedad. Como escribía el prefecto de Morelia el 20 de diciembre de 1866:

Como se verá, se trata de tierras de comunidad de indígenas, semillero perpetuo en este Departamento, de pleitos y de abu­sos cometidos por los que prevaliéndose de la ignorancia de aquellos y del estado de revolución permanente en que nos he­mos encontrado, han hecho de esos bienes y de las diferencias a que han dado lugar, un medio perverso de subsistir. (AGN- JPCM , III. exp. 16. f. 281)

El reparto era el cuento de nunca acabar, como lo notó el 6 de mayo de 1850 el Exmo. Consejo del Estado:

Los indígenas han estado distrayendo la atención del gobier­no con diversas solicitudes sobre tierras, unas veces pidiendo ya una cosa, ya otra, y cuando no han quedado contentos en ninguna de las otras, hacen una que fíe la que debieron inten­tar primero, si se declararen nulos los actos de la comisión re­partidora por el decreto 1511 f...l Aun mandado practicar todo de nuevo, a poco volverían con iguales retensiones porque han fingido no comprender el decreto cuando no les tiene cuenta. (Colección... 11:116)

El presidente del ayuntamiento de Juchitlán, Pe­dro Flores, después de resumir la historia agraria del lugar, demostró cómo se les tituló y repartió a los indí­genas todos sus terrenos. Sin embargo el pleito seguía:

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los ofuscó y deslumbró la libertad, vendieron muy pronto sus terrenos y siguieron solicitando los que arrendaba la mayor- domía de propios f ... ] el ayuntamiento por consideración hacia ellos y por el deseo de terminar una cuestión que mantenía en bastante agitación a la población, les hizo en el año de 1850 entrega de algunos terrenos [ . . . ] a pocos años empezaron a remover sus cuestiones y estoy seguro de que si hoy se les en­trega todo lo que piden m añana les ocurrirá otra nueva exigen­cia, porque son invencibles en cuanto a promover cuestiones de terreno. (Colección... IV:32-35, 3 de marzo de 1869)

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LA DESAMORTIZACION DE 1856 EN TEPIC

El estudio del movimiento agrario encabezado por un líder político y militar, Manuel Lozada (1873), en el en­tonces 7Q cantón del estado de Jalisco (hoy estado de Nayarit), lleva al investigador al estudio de las estruc­turas de la propiedad territorial, ya que éstas cumplie­ron un papel importante en un conflicto que tuvo tam­bién dimensiones étnicas y políticas, para no mencio­nar las demás.1 Un estudio de la propiedad no puede ser estático, mucho menos cuando fee trata de una épo­ca de cambios acelerados, como la de los años de la Re­forma. Eso nos llevó al presente trabajo sobre la desa­mortización de 1856 en Tepic.1. Jean Meyer: 1969 El ocaso de Lozada, Historia M exicana XVIII: 4.

1973. El tigre de Alica Revista de la U N A M XXVIII-8, abril.1973. Problemas campesinos y revueltas agrarias. SEP 7.1974. El movimiento lozadista. Congreso Internacional de los A m eri­

canistas, México.1976. El reino de Lozada en Tepic (1856-1873) XLII Congres Internatio­

nal des Am ericanistes. Paris, tomo III de las Actas.1978. Lozada y el Agrarismo, Sociedad de Historia, Genealogía y E sta­

dística, Guadalajara.1979. Gemeinschaft und Gesellschaft: el caso de los pueblos de Naya­

rit bajo el reino de Lozada, Instituto Francés de Am érica Latina. Los movimientos campesinos en el occidente de México, siglo XIX. ler. Coloquio de Antropología e Historia Regional, Zamora.

1981. a) Barrón y Forbes y Cía: el cielo y sus primeros favoritos N exos abril.

1981. b) Ixtlán de Buenos Aires en 1856: trilogie documentaire, Etudes M exicaines, No. 4.

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Desde luego, no hay investigación desinteresada. Al hurgar en los archivos de Tepic, Guadalajara y Mé­xico para reconstruir el proceso de redistribución de la propiedad territorial, no sólo quise verificar o mati­zar el bien fundado diagnóstico de Jan Bazant (1971), sino que, acercándome a la realidad de una pequeña región, traté de contestar a la pregunta siguiente: ¿Qué tan afectados resultaron los pueblos indígenas por es­te proceso? En la medida en que se le pueda dar contes­tación a la pregunta, se averiguará, en el caso de Te­pic por lo menos, la validez de la afirmación según la cual, las leyes de Reforma provocaron o aceleraron el despojo de los pueblos. De manera más precisa, se acla­rará la relación entre la ley de desamortización y el le­vantamiento de Manuel Lozada.

No se trata de estudiar la ley de junio de 1856 des­de un punto de vista jurídico; tampoco de ponderar sus implicaciones en el plan de la teoría política, ni su sig­nificación en el conflicto que opuso el Estado a la Igle­sia, ni aún las finalidades por legisladores federales y gobernantes de Jalisco. Se pretende hacer un estudio concreto del caso, como lo hizo para el valle de Oaxaca, Charles R. Berry en 1970.

Las fuentes

Las fuentes utilizadas limitan ciertamente el valor de la argumentación. En efecto, la investigación no ha si­do exhaustiva, y las cifras presentadas no alcanzan toda la realidad. Esa limitación se debe por un lado al estado de la documentación, por el otro a la imposibili­dad de consagrar más tiempo (ya se le dedicó bastante) a la invención de más documentación.

Se ha trabajado en el Archivo General de la Na­ción, en una decena de ramos;2 en el Archivo Histórico

2. AG N, ramos gobernación, Segundo Imperio, Hacienda, Ayuntamien­tos, junta para el Mejoramiento de las clases menesterosas, guerra.

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del Estado de Jalisco, en el Archivo del Congreso del Estado de Jalisco, en los Archivos de ja Mitra y del Ayuntamiento de Guadalajara; en Tepic, en el Archivo Histórico del Ayuntamiento, en el Archivo Parroquial, en el Archivo de Notarías,3 en el Registro Público de la Propiedad.

Hace falta revisar los archivos parroquiales de Ahuacatlán, Compostela, Ixtlán, Jalisco, Santiago Ix- cuintla (algo se vio en la Mitra de Guadalajara) y los archivos municipales de los mismos lugares, si es que existen.

Los archivos de Guadalajara y Tepic proporciona­ron la información más importante, en cuanto a datos estadísticos. En el Archivo Histórico de Jalisco, son tres los documentos básicos, por orden de importancia:

—AHJ-H 857. Parte de los escribanos por fincas desamortizadas 1856-1857. Tepic, 15 de diciembre de 1857 escribano Vicente González.

—AHJ-H 850-56. Desamortización. Tepic Escriba­no Vicente González.

—AHJ-H 861. Cuentas de los Cantones. Desamor­tización, redención de capital, cancelación y otorga­miento de escrituras, capellanías.

El documento fundamental en esta serie es el AH J- H857 que relata 199 actas para el 7Q cantón.

Se presenta en forma de cuadro de la manera si-guiente:

M eses años fech a N om bres de los que otorgan

a favor valores determ inación del ins­trum ento

E nero 57 8 S in d ico de S an tiago

D. Trin idad Cruz

400 potrero en S an tiago

3. No había archivo de Notarías en Tepic. Por fortuna me tocó rescatar algunos libros de protocolos en 1978-1979 y después de levantar un in­ventario. confiarlos al archivo del Poder Judicial, en el Palacio de Go­bierno de Tepic.

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No especifica a quién se refiere el “ instrumento” (cor­poración eclesiástica, ayuntamiento, cofradía, comu­nidad, hospital, escuela), ni su nombre cuando se tra­ta de un rancho o de un potrero, ni su situación geográ­fica precisa.

En Tepic, los protocolos de los notarios y el Regis­tro Público de la Propiedad resultaron sumamente im­portantes, por dos razones: en los libros notariales se encuentran las escrituras que permitieron la elabora­ción del documento AHJ-H 857 por D. Vicente Gonzá­lez. Sus colegas Ignacio Cruz, Eusebio Fernández, Francisco Pesquera y Francisco Fernández mandaron seguramente a Guadalajara sus “Noticias” respecti­vas, para cumplir con la circular del 21 de noviembre de 1857, pero no las encontré. Por cierto, la notaría de Vicente González era la más importante y registró más del 66% de las fincas rústicas y urbanas desamortiza­das. Los protocolos dan siempre el nombre de las fin­cas rústicas, la situación de las casas y de los solares y permiten, muchas veces, conocer la historia de las fincas importantes.

El Registro Público de la Propiedad de los linde­ros de las fincas rústicas y sus antecedentes. Sería la fuente perfecta si mencionara todos los terrenos desa­mortizados, pero no es el caso. Es comprensible, su fi­nalidad era otra.

Protocolos y Registro precisan el origen de las fin­cas (corporación eclesiástica o civil) y esa aportación resulta decisiva. Los protocolos de 1856-1857 tienen al margen anotaciones de 1858 y 1861 que permiten conocer la historia ulterior de las fincas: restitución al clero, luego cancelación, redención de capital, denun­cia, confirmación o nueva adjudicación.

Todas estas fuentes privilegian sobremanera a lo ocurrido en el municipio de Tepic. Fuera de Ixtlán, no puede decir lo que ha pasado exactamente en los otros

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municipios.4 Es una de las limitaciones del estudio, aunque para la problemática lozadeña sea esto secun­dario, ya que los pueblos de Lozada (San Luis, San An­drés Pochotitán, San Juan Bautista Atonalisco) per­tenecían al municipio de Tepic.

La ley y su aplicación.

La ley de desamortización de corporaciones civiles y religiosas, o ley Lerdo, del 25 de junio de 1856, incapa­citó a las corporaciones civiles y eclesiásticas para ad­quirir o administrar propiedades raíces, y “consideran­do que uno de los mayores obstáculos para la prosperi­dad y engrandecimiento de la nación es la falta de mo­vimiento o libre circulación de una gran parte de la pro­piedad raíz” , el presidente Comonfort decretó la ven­ta de todas las fincas urbanas y rústicas de las corpo­raciones; debían adjudicarse a los arrendatarios, o, si los arrendatarios no las adquirían, o si no estaban rentadas, debían adjudicarse al mejor postor. (Labas- tida: 3-13)

Las corporaciones afectadas por la ley fueron prin­cipalmente los ayuntamientos, la Iglesia y las que se consideraron dependientes de estas corporaciones, tu­vieran o no existencia legal. Aquí advertimos la com­plejidad del asunto, pues se incluyeron hospitales y es­cuelas dependientes tanto de la Iglesia como de los ayuntamientos o de las comunidades indígenas que habían sido disueltas una y otra vez desde 1821 pero que, aún careciendo de existencia legal, no dejaran de existir. Los bienes de estas “inexistentes” comunida­des los administraban en Jalisco los ayuntamientos;

4. Tengo datos dispersos, encontrados casualmente en otras fuentes: car­tas personales, solicitudes, quejas, correspondencia de políticos, Re­forma Agraria... Para Ahuacatlán e Ixtlán tengo bastantes datos. Para Compostela y Jalisco, no debería ser difícil la investigación para don Salvador Gutiérrez Contreras y para el Lie. Pedro López.

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por lo cual habían caído en la tentación general de con­siderarlos como suyos, lo que resulta jurídicamente in­correcto.5 Otra institución no nos interesa aquí por no aparecer en la desamortización en Tepic: las capella­nías. Además, si bien se trataba de un negocio pingüe, no afectó a los pueblos. Las cofradías pertenecen a la misma diversidad, ya que pese a su ropaje eclesiásti­co o religioso pueden ser eclesiásticas de hecho, civi­les de hecho, o mixtas. Civiles de hecho cuando eran fundadas por particulares, gremios o comunidades pa­ra mantener un hospital o una escuela. En este caso las administraba un mayordomo que no tenía el reco­nocimiento oficial de la Iglesia, aunque la cofradía afectara ciertos aspectos del culto religioso. Las cofra­días se convirtieron en eclesiásticas cuando el clero triunfó en su empuje permanente para controlar su di­rección y el uso de sus fondos. Este fue el caso de las cofradías de la parroquia de Tepic, y apeuas vale la pena señalar que fueron rápidamente sometidas a una legislación específica que afectó a otras cofradías que no eran estrictamente eclesiásticas.6

En Tepic, no solamente las cofradías eran indis­cutiblemente eclesiásticas (casi no tenían cofrades y el mayordomo único presentaba las cuentas al cura de la parroquia), sino que eran casi los únicos bienes de Iglesia: el convento franciscano de la Santa Cruz no tenía fincas y vivía modestamente de legados y limos­nas. (Pedro López González, 1981-11) 7 Por eso las co­fradías fueron desamortizadas en seguida, en 1856.

Sin embargo, los gobernantes encontraron algu­nos obstáculos. Así, el gobierno de Jalisco pidió en sep­tiembre una suspensión de seis meses de los efectos de

5. Estoy trabajando el tema.6. Leyes sobre cofradías 20 de diciembre 1856; 5 septiembre 1859; gobier­

no de Jalisco circular 29 del 17 de mayo de 1861; decreto del 25 de sep­tiembre de 1861 y reglamento del 12 de noviembre de 1861.

7. BEJ-Manuscritos 45-2 sin pág. Testamento Agustín Acevedo 1799.

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la ley de junio para la enajenación de las fincas rústi­cas de los municipios.8 Las autoridades municipales se toparon con problemas muy concretos. José Parra González, alcalde de Ixtlán escribe el 19 de agosto de 1856 que, primero, los síndicos trabajan y no pueden pasar “ a autorizar las ventas que se hagan en la cabe­cera del partido” , segundo, los pobres que tienen un “pedazo de solar por el que pagan dos reales anuales ¿tendrán también que hacer el viaje y pagar la escritu­ra?” Concluye que no vale la pena.9

La actitud de las autoridades eclesiásticas, si bien fue un problema, no llegó a ser un obstáculo mayor, tanto menos que tardó en definirse negativamente. Parece que hasta fines de septiembre no hubo oposi­ción de la Mitra de Guadalajara. Así, unas escrituras del 17 de octubre de 1856 certifican que la señora Dolo­res Ornelas de Padrón está debidamente autorizada por el obispo Pedro Espinosa, el 23 de septiembre de 1856, a comprar el medio potrero Tecuitasco (78 hec­táreas) que arrendaba a las cofradías Unidas de la pa­rroquia de Tepic. Félix y Gregorio Patrón tienen la misma autorización para comprar la otra mitad.10 11

Pascual García, Rafael García, Miguel García Vargas, Tomás Dix, Antonia Hernández de Hernán­dez, Carlos Rivas... gozan de las mismas facilidades.11 Según el acta, “el Sr. Cura Castro, como representan­te de las cofradías de la parroquia, adjudicó 4 ranchos en favor de J. Antonio Aguirre con autorización del Sr. Obispo en fecha del 22 de septiembre” .12 Vale señalar

8. AHJ-H850-56 circular del 29 de septiembre de 1856.9. El gobierno federal le da la razón, publicando la circular del 9 de octu­

bre de 1856, sobre los bienes de menos de 200 pesos.10. AIPT, Vicente González 1856-3 f 724; AAG libro de registrados y de go­

bierno de Pedro Espinosa No. 1 LI 82-88.11. AIPT, Vicente González 1856-3 ff 938-41; 944-51; 999-1003; 1027-1033-

1038; 1048-1054.12. AIPT, Ignacio Cruz y Francisco Pintado 1856-59, n 6, ff 167-180 (9 000

pesos); n 7 ff 190-98, Casimira Flores de P. (4 000 pesos)

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por lo cual habían caído en la tentación general de con­siderarlos como suyos, lo que resulta juridicjamente in­correcto.5 Otra institución no nos interesa aquí por no aparecer en la desamortización en Tepic: las capella­nías. Además, si bien se trataba de un negocio pingüe, no afectó a los pueblos. Las cofradías pertenecen a la misma diversidad, ya que pese a su ropage eclesiásti­co o religioso pueden ser eclesiásticas de hecho, civi­les de hecho, o mixtas. Civiles de hecho cuando eran fundadas por particulares, gremios o comunidades pa­ra mantener un hospital o una escuela. En este caso las administraba un mayordomo que no tenía el reco­nocimiento oficial de la Iglesia, aunque la cofradía afectara ciertos aspectos del culto religioso. Las cofra­días se convirtieron en eclesiásticas cuando el clero triunfó en su empuje permanente para controlar su di­rección y el uso de sus fondos. Este fue el caso de las cofradías de la parroquia de Tepic, y apegas vale la pena señalar que fueron rápidamente sometidas a una legislación específica que afectó a otras cofradías que no eran estrictamente eclesiásticas.6

En Tepic, no solamente las cofradías eran indis­cutiblemente eclesiásticas (casi no tenían cofrades y el mayordomo único presentaba las cuentas al cura de la parroquia), sino que eran casi los únicos bienes de Iglesia: el convento franciscano de la Santa Cruz no tenía fincas y vivía modestamente de legados y limos­nas. (Pedro López González, 1981-11)7 Por eso las co­fradías fueron desamortizadas en seguida, en 1856.

Sin embargo, los gobernantes encontraron algu­nos obstáculos. Así, el gobierno de Jalisco pidió en sep­tiembre una suspensión de seis meses de los efectos de

5. Estoy trabajando el tema.6. Leyes sobre cofradías 20 de diciembre 1856; 5 septiembre 1859; gobier­

no de Jalisco circular 29 del 17 de mayo de 1861; decreto del 25 de sep­tiembre de 1861 y reglamento del 12 de noviembre de 1861.

7. BEJ-Manuscritos 45-2 sin pág. Testamento Agustín Acevedo 1799.

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la ley de junio para la enajenación de las fincas rústi­cas de los municipios.8 Las autoridades municipales se toparon con problemas muy concretos. José Parra González, alcalde de Ixtlán escribe el 19 de agosto de 1856 que, primero, los síndicos trabajan y no pueden pasar “a autorizar las ventas que se hagan en la cabe­cera del partido” , segundo, los pobres que tienen un “pedazo de solar por el que pagan dos reales anuales ¿tendrán también que hacer el viaje y pagar la escritu­ra?” Concluye que no vale la pena.9

La actitud de las autoridades eclesiásticas, si bien fue un problema, no llegó a ser un obstáculo mayor, tanto menos que tardó en definirse negativamente. Parece que hasta fines de septiembre no hubo oposi­ción de la Mitra de Guadalajara. Así, unas escrituras del 17 de octubre de 1856 certifican que la señora Dolo­res Ornelas de Padrón está debidamente autorizada por el obispo Pedro Espinosa, el 23 de septiembre de 1856, a comprar el medio potrero Tecuitasco (78 hec­táreas) que arrendaba a las cofradías Unidas de la pa­rroquia de Tepic. Félix y Gregorio Patrón tienen la misma autorización para comprar la otra mitad.10 11

Pascual García, Rafael García, Miguel García Vargas, Tomás Dix, Antonia Hernández de Hernán­dez, Carlos Rivas... gozan de las mismas facilidades.11 Según el acta, “el Sr. Cura Castro, como representan­te de las cofradías de la parroquia, adjudicó 4 ranchos en favor de J. Antonio Aguirre con autorización del Sr. Obispo en fecha del 22 de septiembre” .12 Vale señalar

8. AHJ-H850-56 circular del 29 de septiembre de 1856.9. El gobierno federal le da la razón, publicando la circular del 9 de octu­

bre de 1856, sobre los bienes de menos de 200 pesos.10. AIPT, Vicente González 1856-3 f 724; AAG libro de registrados y de go­

bierno de Pedro Espinosa No. 1 LI 82-88.11. AIPT, Vicente González 1856-3 ff 938-41; 944-51; 999-1003; 1027-1033-

1038; 1048-1054.12. AIPT, Ignacio Cruz y Francisco Pintado 1856-59, n 6, ff 167-180 (9 000

pesos); n 7 ff 190-98, Casimira Flores de P. (4 000 pesos)

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que el obispo Espinosa conocía personalmente a todas las familias de Tepic.

El cambio ocurre en Tepic entre el 17 y el 25 de oc­tubre de 1856. El 25 la señora Gabriela Lascano de Cas­taños denuncia 11 ranchos de las cofradías, arrenda­das en 197 pesos 75 catunes (o sea un capital de 3 295 pesos). Pero el cura Ignacio Castro afirma no tener la autorización del obispo y repite la protesta del prelado en fecha del 21 de julio. Notemos que dicha protesta se dio menos de un mes después de las autorizaciones da­das por el obispo. El protocolo nos precisa que para es­ta fecha el cura había retirado los libros de las cofra­días al administrador José Acebo.13

¿Qué significa eso? ¿Una hostilidad de la Iglesia contra la familia Castaños, por ser los “juniors” libe­rales militantes, amigos del gobernador don Santos Degollado, o un cambio de línea que no tiene nada que ver con la situación local en Tepic? Obviamente, el obispo de Guadalajara tardó en tomar una posición de­finitiva y negativa. Los precedentes de la consolida­ción de vales reales en 1805-1809, (Hamnett, 1969; La- vrín, 1973) y de la desamortización de 1833 habían pre­parado a los clérigos para este tipo de leyes. El obispo de Michoacán Clemente Munguía, tomando en cuenta esos antecedentes y los sucesos europeos, había ela­borado, años antes de la Reforma, un proyecto para la desamortización voluntaria de los bienes del clero y soñado con invertir este capital en la construcción de ferrocarriles y de vías navegables.

El obispo Espinosa había manifestado al Supre­mo Magistrado de la Nación antes de que se publica­ra la ley: “jamás consentiré ni reconoceré las ventas que se hicieron por cualquiera autoridad que no sea la eclesiástica” . Por eso en Guadalajara, la Iglesia dio permiso de vender a los arrendatarios e inquilinos “ que sufrirían gravísimos perjuicios en sús intereses al ver­13. AIPT, Vicente González 1856-53, ff 876-887.

1 4 8

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se lanzados de las fincas que ocupan f...] Esto ha de ser sin considerar para nada las novísimas disposiciones civiles contra las cuales he protestado y que ni reco­nozco, ni reconoceré” . “ Se venderá únicamente a los arrendatarios” , ya que para vender a los demás “nece­sitaría sujetarme al reglamento de 30 de julio que exi­ge se pida autorización al gobierno civil, y esa autori­zación jamás la he de pedir ni consentir que otro la pi­da, eso importaría un reconocimiento de leyes contra las que he protestado y he de protestar en todo tiem­po” 14

Asi se entiende porque, caso único en el país, las operaciones de desamortización, en 1856, en la dióce­sis de Guadalajara, fueron ventas convencionales o vo­luntarias de las corporaciones eclesiásticas. (Bazant 1977:142)

Los colegas del obispo Espinosa no entendieron tal conducta y le llamaron la atención sobre el hecho de que parecía haber atendido a la ley de desamortización. A la carta del 17 de septiembre de Pedro Barajas, obispo de San Luis Potosí, y a la contestación del Delegado Apostólico a quien parecía “peligrosa la venta de fin­cas piadosas en la presente ocasión” , el obispo Espino­sa contestó tomando “medidas una después de otra con el objeto de disminuir las enagenaciones” . Luego sus­pendió toda venta, y exclamó: “Líbrame Dios N. S. de ser el Judas del Apostolado. No quiero ser el escándalo de los demás ni que el C. S. Presidente ande diciendo a nadie que yo observo una ley anticatólica [...] Hoy a las 7 de la mañana escribí la circular “ suspendiendo las ventas” .15

14. AAG Libro de Borradores. Pedro Espinosa. Y HEJ Manuscritos 67-3 Pedro Espinosa al cura de Zacatecas, 8 de septiembre de 1856.

15 BEJ Manuscritos 67-3 Carta de P. Espinosa a P. Barajas, 23 de septiem­bre de 1856. Texto de la Circular en AAG Libro de Borradores, Pedro Espinosa. Hoja sin fecha, borrador de la circular a los Curas. En los tomos 67 y 166 de los Manuscritos de la BEJ está la correspondencia

1 49

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La decisión se tomó el 23 de septiembre. Por eso la señora Gabriela Lascano de Castaños recibió una contestación negativa el 25 de septiembre.

Quizá la oposición de los prelados se deba más a los acontecimientos de Puebla, a la confiscación de bienes eclesiásticos para castigar la supuesta simpa­tía del clero poblano con los rebeldes conservadores y a la supresión del convento de San Francisco en la ciu­dad de México el 16 de septiembre de 1856. Eso ya no era desamortización sino nacionalización y los obispos temieron un doble juego de parte del gobierno.

El hecho es que el cura de Tepic dejó de aparecer en las actas y que lo sustituyó el jefe político Camilo Gó­mez, quien actúa a nombre de las cofradías, según lo preveía la ley.

La desamortización en cifras

El documento oficial elaborado por el notario Vicente González sintetiza 199 casos de desamortización en el cantón de Tepic, 146 en el municipio. Sumándole la información transmitida el 22 de septiembre de 1856 por el juzgado de 1- instancia de Ahuacatlán, al mis­mo Vicente González16 se llega a 242 actas y a un total de 117 264 pesos.

Aunque en nuestros datos el 80% del valor de las desamortizaciones se dan en Tepic, no podemos afir­mar el predominio absoluto de esta ciudad, por ser

del obispo Espinosa con el residente Comonfort, con las autoridades de Jalisco, con los otros obispos. Hay copias de documentos españoles o italianos de la misma época que manifiestan la atención con la cual

obispo seguía el conflicto entre la Iglesia y el Estado en el mundo.16. AHJ-H850-56 Desamortización Tepic. Noticia al periódico. Falta la in­

formación para la temporada del 22 de septiembre en adelante. No he encontrando en los protocolos de Tepic mención de las ventas del par­tido de Ahuacatlán. No he tenido tiempo de buscar si había notario en Ahuacatlán o si la gente del lugar iba a Guadalajara.

15 0

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CUADRO 1

Tepic Jalisco C om postela SantiagoIxcuintla

Ixtlán

Ahuacatlán

Total

No. de Actas 146 42 2 22 30 242'

Valor 93 654 6 3001 2 3 9 310 4 0002 4 0002 117 264 pesos

Solares y casas1 114=10 561$ 35=1 562$ 0 19=900$ 32=1 130$

Terrenos1 44=83 093$ 7=4 738$ 3 9=3 100$ 7=2 870$

De cofradías 40 terrenos y 5 casas

7 terrenos y 1 casa 3 ? ? 3

De ayuntamiento 4 terrenos 109 solares

y casas

34 solares y casitas 0 ?

32 solares y casitas

1 No coinciden el total de actas (242) y el total de fincas urbanas y rústicas ya que una acta puede reunir una sola escritura: 11 ranchos, ó 3 potreros y 3 solares.

2 Aproximadamente ya que falta el valor para algunas fincas. El caso más notable es el de la hacienda la Cofradía para el partido de Ahuacatlán. Recuérdese que para este partido los datos van hasta el 22 de septiembre nada más.

3 No parecen haber existido cofradías en Santiago Ixcuintla y podemos suponer que todas las fincas dependían del ayuntamiento. En Ah acatlán Ixtlán había cofradías. Tanto para Santiago como para Ahuacatlán no se puede aclarar si los terrenos pertenecían o no a comunidades indígenas. Hay muchos índices que permiten pensar que los dos ayuntamientos manejaban terrenos que pertenecían a las “extinguidas repúblicas de Indios”.

Page 146: Esperando a Lozada

sumamente incompletos los testimonios de Compos­tela y faltar los de San Blas.

Llama la atención el gran número de fincas urba­nas y su poco valor; 200 suman 14153 pesos, o sea 13.2% del valor total, mientras que 70 terrenos (concentrados en 42 “actas” ) suman 103 110 pesos, o sea el 86,8% del total.

Lo incompleto de los datos de otros municipios limita la elaboración estadística de la desamortiza­ción en Tepic. Los 104 solares y casas suman 10 561 pe­sos y los 44 terrenos 83 093 pesos, o sea 88.70% del va­lor total.

Solares y casas valen de 2 a 2 000 pesos, pero 5 re­presentan 5 000 pesos, o sea la mitad del valor de las fincas urbanas. Los 99 restantes suman 5 561 pesos, o sea un valor medio de 56.17 pesos (fuera de Tepic son muchas las fincas urbanas que valen 2, 3 y 4 pesos).

Los terrenos valen de 100 a 9000 pesos.

Valor p o r unidad n ú m ero Valor total %

+ 1 000 pesos 21 terrenos 71,842 86.40

-1 000 pesos 23 terrenos 12,251 13.60

Total 44 » 83,093 100

Las compras superiores a 1 000 pesos se desglosan así:

1001 a 2 000 pesos 112001 a 5 000 pesos 85001 a 9 000 pesos 2

Eso confirma un punto de vocabulario: un rancho es algo sumamente elástico: vale de 250 a 6 000 pesos.

En cuanto a la cronología de las actas, casi todo se hizo entre septiembre y octubre, y para el municipio de Tepic entre el 15 de septiembre y el l e de noviembre,

152

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o sea en 45 días. Limitándonos a las 199 actas notifica­das por Vicente González en el documento de diciem­bre de 1857, encontramos:

Entre el 11 de septiembre y el 15 de octubre de 1856 casi todas las fincas pertenecientes a las cofradías se desamortizaron. En 1859 y luego en 1861 quedaba muy poco por denunciar.17

Sumando la información de las diversas fuentes se puede presentar el cuadro de los compradores de fin­cas de un valor casi siempre superior a 500 pesos. Los otros no se tomaron la molestia de recurrir al notario.

Nominalmente se trata de 51 personas, pero los 3 Castaño, los 5 García, y los 6 Rivas forman familias muy unidas que se pueden considerar como personas colectivas, de tal manera que son 40 los desamortiza- dores. La desamortización alcanza, según esta elabo­ración, 152 980 pesos (excluyendo a los “bienes” de me­nos de 500 pesos que no pueden representar más del 10% del total). Esa cifra le daría al 7e Cantón un lugar bastante importante en la desamortización. Según el propio ministro, de julio de 1856 a enero de 1857 se desa­mortizó por un valor total de 23 millones de pesos, de los cuales 13 en el distrito de México 2,6 en Puebla, 1,7 en Veracruz, 1,3 en Guanajuato, 936 000 en Michoacán y 820 000 en Jalisco. Según estos datos, resulta que en el 1- cantón se desamortizó cerca del 19% del valor to­tal de jalisco, lo que representa una proporción bastan­te alta. No me atreveré a mantener tal porcentaje por­

17. AHJ-H 861.

SeptiembreOctubre 100

2704

199

68 actas

NoviembreDiciembreEnero de 1857 Total

153

Page 148: Esperando a Lozada

que parece evidente que la Memoria de Lerdo de 1857 está plagada de errores y peca por omisiones. En las páginas 314-324, dedicadas a Jalisco, aparece apenas la décima parte de lo desamortizado en el 1- cantón: 16 000 pesos nada más. Lo de Ixtlán viene completo, pero en Tepic se reporta solamente dos operaciones. En estas condiciones hay que desconfiar y decir a los historiadores que deben dejar de concederle gran vali­dez a la citada Memoria. Las cifras de Jalisco se limi­tan prácticamente a las de Guadalajara y para los can­tones sería necesario una investigación.

CUADRO 2LA DESAMORTIZACION EN EL SEPTIMO CANTON

(fincas de más de 500 pesos)

Nombre valor "instrumento ** origen

José Acebo 675 1 rancho Cofradías Tepic (C.T.)

J. A. Aguirre 10300 7 ranchos C.T.

Miguel Audelo 866 1 rancho C.T.

Barron y Forbes 5 000 l solares, 1 casa 1 terreno, 4 potreros C.T.

Dolores Bisarron 500

Josefa Bonilla 1 166 1 rancho C.T.

Castaños (3 personas) 8 250 13 ranchos, 8 terrenos 1 casa C.T.

Teodoro Ceceña 2 583 2 potreros C.T.

J. L. Corona 8 150 6 solares y ejidos 2 potreros 2 haciendas solares

Ayunt. Tepic C. Tepic C. Compostela Ayunt. Jalisco

Ramón Corona 6 750 rancho E) Armadillo C.T. (1861)

Pioquinto Cruz 1 200 terreno En Jalisco

Juan de) Cueto 8 804* terreno C.T.

(*) 9.466 pesos “por unos terrenos”, p. 316, Memoria Lerdo.

154

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(Cuadro 2, continuación)

Sombre valor "instrumento ” origen

Feliciano Custodio 666 rancho C.T.

Nep. Espinosa 4 800 C.T.

Antonio Flores 433

Paulino Flores 1 330 rancho C.T.

Cas. Flores de Pauquinot 4 650 ranchos y 6 solares C.T. y

Ayunt. Tepic

Garcías (6 personas) 20 394 3 potreros, 3 ranchos. C.T.terrenos, casa C.T.casa solares Ay. T.terrenos Jaliscoejidos Ay. T.

Fr. Hernández 1 000 potrero Santiago Ix.

3 ranchos C.T.Ma. Ata Hdz. de Hdz. 10 670 solares Ay. Tepic

solares Ay. Jalisco

Jasero. Hnos. 500 terreno C.T.

López, Juan 3 600 2 haciendas a mitadcon J.L. Corona C. Compostela

Cay. Madrigal 1 583 6 ranchos C.T.600 6 solares Ay. t.

Ing. Madrigal 416

Mastiarena, Joaq. 1 666 terreno

Basilio Méndez 433 rancho C.T.

H. Mira montes 5 982 rancho, potreros C.T.solar Ay. T.

M. Partida 1 166 potrero En el partido de Ahuacatlán.

Patrón (3 personas) 4400 rancho C.T.

N. Pisón 584 potrero C.T.

N. Ramirez 1 216 4 terrenos. en el partido de3 solares Ahuacatlán.

J. Reza 1 108 potrero C.T.

Rivas (3 personas) 10 185 5 ranchos, una Finca C.T. ysolares C. Compostela

155

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Continuarión del Cuadro No. 2.

Nombre valor “instrumento” orí pen

S. Santoyo 366

J. Santoyo 500

C. Solis 850 solar Ay. T.

D. Trasloceros 4 200 terrenoA. Urbina 838 potrero en Jalisco

1. Vejar 850 terreno C.T.

E. Weber 8 666 5 ranchos C.T.

NOTA(compras de 1861, después de la cancelación de las adjudicaciones de 1856 a favor de los Rivas) (sin contar las operaciones de 1861) T o t a l : 152,980 pesos

La segunda lista, nominal también, presenta las operacio­nes superiores a 2,500 pesos (Ver Cuadro 3).

CUADRO 3

Valor en p eso s N o m b r e % T o t a l

1. 20,394 los Garcías (CV) + 13,332. 10,670 Ma. Aa. Hdz. de Hdz. 6,97

3. 10,300 J.A. Aguirre (español) 6.804. 10,185 los Rivas (6) (CV) 6,65

5. 8,804 Juan del Cueto (español) 5,75

6. 8,250 los Castaños (3) (CN) 5,45

7. 8,150 J.L. Corona (criollo) 5,398. 5,982 Hilario Miramontes 3,90

9. 5,000 Barrón y Forbes (anglo-americano)

3,30

10. 4,800 Nep. Espinosa (CV) 3,13

11. 4,650 Ca Flores de Pauquinot 3,10

12. 4,400 Patrón (3) (CV) 2,90

13. 3,600 Juan López (CV) 2,35

14. 2,583 Teodoro Ceceña 1,65

Total 104,168(+) CV- criollo viejo. CN- criollo nuevo, según la nomenclatura de Andrés

Molina Enriquez.

Page 151: Esperando a Lozada

14 personas (el 32%) adquieren fincas por un valor de 104 168 pesos (el 68%). Pero la concentración es mayor todavía, ya que los 7 primeros, los de más de 8 000 pesos suman 76 653 pesos (el 50%). (18).Los 4 primeros (+ 10 000 $) Los 3 siguientes 2Los 6 siguientes 3Los 27 siguientes 4

= 51 549 $ = 25 204 $ = 28 432 $

33,70%!16,30%218%332%4

Eso confirma que en el 1- cantón, como en toda la república, la desamortización no logró fomentar la pe­queña propiedad rústica. Los terratenientes confirman su posición y los comerciantes siguen in virtiendo en tierras.

¿Quiénes son estos “ gordos” ? Terratenientes o comerciantes, comerciantes y terratenientes, son fre­cuentemente funcionarios y políticos, con excepción de los extranjeros Aguirre, Barrón y Forbes. Forman la élite local, recientemente dividida por la rivalidad 18

18. Todos los porcentajes son aproximados.

157

Page 152: Esperando a Lozada

que opuso el difunto don José María Castaños, comer­ciante e industrial español a don Eustaquio Barrón. La gran mayoría pertenece a la categoría de los “ crio­llos viejos” , muy viejos como las gloriosas familias Es­pinosa, García y Patrón, familias novogalaicas que sueñan en la época virreinal en el occidente. Los Espi­nosa son “españoles, nobles y cristianos viejos” según la información de limpieza de sangre del 5 de enero de 1803; emparentados con los condes de Miravalle, con los Dávalos, con los Espinosa de los Monteros. El li­naje se liga al del conquistador Juan Hernández de Hí- jar, a los Acevedo, a los Puga, todos vecinos principa­les de Tepic. (Dávila Garibi, 1966:799-809). El obispo de Guadalajara en la época que nos interesa, Pedro Es­pinosa, pertenece a esta vieja familia, los García Es­pinosa pertenecen al mismo grupo del coronel Eduardo García, fusilado en la asonada de Tepic (1824), era so­brino de Iturbide.

Sin gozar de tan glorioso pasado, la familia Rivas tiene una buena posición socio económica y un papel político en Tepic desde la segunda mitad del siglo XVIII. Dan varios subdelegados y jefes políticos. Los encon­traremos al lado de Manuel Lozada de 1858 en adelan­te; conservadores, luego imperialistas, serán capaces de conservar su posición sin problemas.

Juan del Cueto es alcalde a la caída de Santa Anna.Los hijos Castaños abrazan la causa liberal con

entusiasmo y las victorias de Lozada los exiliarán. Jo­sé Loreto Corona, tío del gran adversario de Lozada, Ramón Corona, futuro general, futuro gobernador de Jalisco, es oriundo de Zacoalco. Comerciante y terra­teniente, es un liberal moderado, capaz en un momen­to dado de ser reconocido como jefe político por los dos bandos.

Toda esta gente está emparentada. Don José Ma­ría Castaños es Castaños Aguirre. Los Rivas se casan con los Fletes, los Retes, los Vargas, los Jiménez, los García,, los Mercado, los Peña y las mujeres atraviesan

1 5 8

Page 153: Esperando a Lozada

las fronteras políticas. Lina Rivas es esposa de Boni­facio Peña, jefe político liberal en 1856 que perderá la vida luchando contra Lozada y sus cuñados Rivas. Esos clanes son muy extensos: cuando Espiridión Ri­vas muere en 1860 deja a su viuda Isabel García con once hijos.19

Es notable el hecho de que todos, o casi todos es­tos desamortizadores de las fincas rústicas de las cofra­días, fueran arrendatarios de dichos terrenos en 1856 y, generalmente, desde muchos años: Ildefonso Rivas aparece como arrendatario en 1820.

Este hecho desdice, en Tepic por lo menos, dos afir­maciones de la historiografía clásica de la Reforma: Ia) que los arrendatarios eran “en su mayoría mestizos e indígenas de escasos recursos” , 2a) que fueron los “criollos nuevos” los beneficiarios exclusivos de la de­samortización. (Molina Enriquez, 1953:36)

Una última observación sobre estos personajes: la casa Barrón y Forbes está prácticamente ausente en las operaciones de desamortización en Tepic. Gasta 5 000 pesos, la mitad en fincas urbanas. Cantidad sor­prendentemente baja, si se piensa en el poder econó­mico20 de la compañía, pero su ausencia en Tepic se explica fácilmente. Por un lado en este momento pre­ciso tiene un pleito con el gobierno de Jalisco y el poder político en Tepic está en manos de sus adversarios; por el otro, don Eustaquio tiene negocios mucho más im­portantes en México donde está en contacto con gen­te como el Lie. Lafragua o Manuel Payno. Tiene una gran responsabilidad en la ruptura de relaciones di­plomáticas por parte de Inglaterra y en el consiguien­te bloqueo naval. Socio en sus negocios con los Escan- dón, va a ser de los grandes desamortizadores en la ciu­

19. Banco de datos biográficos elaborado a partir de todos mis ficheros.20. Meyer (1981) a) La colección se encuentra en la espléndida mapoteca

del Observatorio Nacional.

159

Page 154: Esperando a Lozada

dad de México. Allá se trabaja a otra escala: 500 en lu­gar de 5 000 pesos.: (Bazant 157-160).

¿ Cuáles son los “bienes” desamortizados ?

Por incompleta que sea la información, se puede esti­mar que las ñncas eclesiásticas representan cerca del 90% del valor de las operaciones (en el cuadro I, para Tepic, 83 000 pesos de un total de 93 654). Las fincas de los ayuntamientos, o administradas por los ayunta­mientos alcanzan el 10%. No hay evidencia documen­tal de que alguna comunidad indígena haya sido afec­tada por la desamortización en el 1- cantón.

Después de apuntar todos los toponímicos men­cionados en los archivos, se hizo el intento de situar­los sobre los mapas elaborados después de 1880 y antes de 1910.21 Esa tarea se facilitó gracias a la existencia de un documento muy valioso, la visita que hizo el obis­po de Guadalajara, Pedro Espinosa, a su patria chica en 1854.22 En este libro de visita se encuentra la histo­ria de las cofradías de Tepic, la descripción de sus po­sesiones y de los linderos, los contratos de arrenda­miento (con la familia Rivas por ejemplo) y de venta (con José María Castaños, para su fábrica textil en Be- llavista), los conflictos con los pueblos indígenas, y con las haciendas, también.

La cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, fun­dada en 1744, no era muy rica. El documento sitúa sus ranchos en la jurisdicción de San Blas, pero no preci­sa su superficie. Contaba en 1854 con 370 reses, 23 ye­guas, 17 caballos, 8 bueyes de arado. En Tepic tenía dos casas. En 1833 el mayordomo Agustín García apro­

21. Investigación hecha en 1973 gracias a Alicia Hernández, Enrique Flo- rescano y José Antonio Rojas.

22. AAG 1853 libro 3® Visitas-Aranda.AIPG Tierras 1-4 ff 186-330 Testimonio Integro de los títulos [... 1 de las cofradías del pueblo de Tepic. 1765.

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vechó el decreto de desamortización para_denuneiarla como mano muerta. En 1834 el decreto fue derogado y tuvo que devolver todo, lo que hizo (pero se quedó ron 76 cabezas de ganado).

Las cofradías unidas del Smo. Sacramento, de la Purísima Concepción y de las Animas Benditas, fun­dadas entre 1611 y 1667, eran mucho más ricas, por su antigüedad misma, y por ser de la parroquia de Tepic. Sus 12 fincas rústicas rebasaban los 8 sitios de gana­do mayor, o sea las 14 200 hectáreas. Como se puede ver en el mapa, se encontraba en el valle de Tepic, cer­ca de la ciudad situada al centro de las mejores tierras del Valle de Matlatipac, ricas dos veces, por la excelen­cia de sus suelos y por la abundancia de aguas, ríos y manantiales que aún hoy permiten el riego permanen­te.

En efecto, en la parte media del entonces 7Q Can­tón se encuentran varios valles intermontañosos de gran fertilidad. Entre los más importantes está el de Tepic, circundado por sierra y cerros. Sus 400 km- se benefician del río Tepic, o Mololca, o del Pueblo que nace cerca; y de muchos arroyos y manantiales: los ranchos de las cofradías y los arroyos llevan los mis­mos nombres, la Labor, Camichín, Armadillo, el Salto, Santa Rosa...

Contiguo al valle de Tepic, el valle de Compostela, o de Miravalles, alcanza 150 km2; los valles estrechos y encajonados de Ixtlán, Ahuacatlán y Jala cubren 150 km2. En esos tres valles se concentraba en 1856 más del 80% de la población y de la riqueza; resulta compren­sible que la desamortización se localizara en los di­chos valles. Los bienes de la Iglesia se concentraban en la parte “útil” del cantón, donde las mejores tierras y las aguas arraigaron a los hombres. En el valle de Te- pic las cofradías (14 200 has) ocupaban la tercera par­te de la superficie a lo largo de los ríos, arroyos y cami­nos. Tal riqueza tenía que tentar a los hacendados y a los comerciantes, ya que —según se sabía— “sus terre-

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nos son de los más feraces y hermosos del departamen­to. Cualquiera porción de ellos es bastante para propor­cionar al hombre trabajador é industrioso una cómo­da subsistencia, y para deleitar su vida con la varie­dad de sus aspectos, en que aparecen graciosa y senci­llamente combinados los montes y valles, los bosques y las dehesas, los lagos, los ríos caudalosos y los riachue­los” . (López Cotilla, 1843: 132-133'

< 1.1 or. c o n :

u terrenos adjudicados(localiZACio'n aproximada)

curvA da nivalIW.

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Por eso el viajero inglés, Basil Hall, pudo escribir en 1822: “Tepic, a beatiful town, in the midst of a culti­vated plainlies near the centre of a basin or valley formed by an irregular chain of volcanic mountains. The appearance of the ton is rendered very lively by rows of trees, gardens and terraced walks, among the houses, all kept green and fresh by the ivaters of a river which enbraces the town on three of its sides” . (B. Hall, 1822: II, 189-190).

Las cofradías tenían varios pleitos de linderos con los pueblos de San Juan B. Atonalisco, San Andrés Po­chotitán y San Luis, algunos desde 1650, otros desde 1750,23 porque algunas posesiones se habían formado de supuestos “ baldíos” . Las medidas que se hicieron en varias ocasiones en el siglo XVII y en el siglo XVIII no solucionaron los conflictos. En otros casos los in­dios habían venido a las cofradías (por lo menos eso afirmaban las cofradías) pero sus descendientes no se acordaban del hecho. Después de 1857 Manuel Lozada, jefe de los pueblos mencionados, daría nueva vida al asunto y los herederos de las difuntas cofradías tar­darían más de 15 años en recuperar lo que considera­rían como suyo.

Las cofradías tenían también problemas de me­nos consecuencia con arrendatarios y vecinos, princi­palmente con doña Francisca García de Vargas, arren­dataria del Guayabo, y con Carlos Rivas, dueño de la hacienda de San Cayetano (un asunto de servidumbre de agua). Rivas arrendaba muchos terrenos de cofradía y no era difícil que surgieran desavenencias, pues se­gún un testimonio de la época: “Todos los terrenos es­tán divididos en muchas porciones y arrendadas estas

23. Los hemos encontrado en AIPG, Libros de Gobierno 2, 9, 10, 37, 44 y en Tierras y A gu a s; en el Archivo Judicial de la Audiencia de Nueva Galicia, catalogado por Eric Van Young y, para San Juan B. Atonalis­co, una parte en el archivo de don José Ramírez Flores, otra parte en AIPG, Tierras 82 exp. 30 (1755).

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a diferentes personas... lo módico de la cantidad que por algunos de ellos se pagan anualmente, comparados sus productos” , se debe a “ la antigüedad de muchos de estos arrendamientos” .21

Desde 1849 las cofradías tenían dos buenas casas en Tepic cedidas por los propietarios que debían 6 425 pesos (3 000 de capital + réditos vencidos).

El obispo anota que estas cofradías, prácticamen­te, habían dejado de tener cofrades.

Conclusiones

Aunque la política nacional se agitó después de la de­samortización de 1856 con la ley del gobierno de Zuloa- ga y Miramón, que declaró sin efectos las adjudicacio­nes (1858)'y el nuevo embate liberal (la nacionaliza­ción de 1859), lo que ocurrió en Tepic fue poca cosa, pues aunque el 1~ cantón escapó al control de los liberales, el breve interludio conservador sólo favoreció la divi­sión en el seno de la élite local. Algunos liberales apro­vecharon la efímera victoria para denunciar bienes ad­judicados en 1856 y devueltos en 1858 a la Iglesia: así José Loreto Corona quitó a Miguel García Vargas dos potreros que valían 4 000 pesos, y a Tomás Dix uno que valía 550 pesos. El general Ramón Corona heredó el rancho del Armadillo (6 750 pesos), previamente adju­dicado a los García. Eduardo Weber, comerciante ale­mán aliado a la familia López Portillo denunció 3 ran­chos (5 666 pesos), adjudicado a los Rivas en 1856. Los Castaños también se beneficiaron de la victoria liberal.

Ahora bien: todos los adjudicatarios de 1856 eran arrendatarios. No hubo más que dos arrendatarios que no ejercieron su derecho de preferencia: Pedro Pérez, en el rancho del Borbollón (666 pesos) y el arrendata­rio del Sabino (1 330 pesos). En 1858 los ex-arrendata- 24

24. AAG 1853 libro 3- Visitas-Aranda.

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ríos, nuevos propietarios devolvieron al clero las fin­cas que habían pertenecido a las cofradías. No hay más excepción que la de los Castaños, ausentes de Te­pic en esta época. Hasta José Loreto Corona se some­tió a las circunstancias adversas. Por eso, en 1861 se producen casos curiosos cuando generales chicanes, como Antonio Rojas, pretenden despojar a liberales que tuvieron que pasar por la prueba de 1858. J. J. Ló­pez y José Loreto Corona remataron las haciendas Em­bocadero y Chila de lás cofradías de Compostela, en 1856. Las devolvieron en 1858. En 1861 Antonio Ro­jas alegó que habían perdido todos sus derechos e hizo la denuncia; ofreció pagar 2/5 al contado si se le hacía una rebaja de 30%, pero no prosperó su tentativa por­que Loreto Corona era el tío de Ramón y llegó en ese momento a ser jefe político. Es más, no solamente con­servó las haciendas, sino que se apoderó de algunas fincas de los García. Con excepción de sus operaciones y de las de Eugenio Weber, (ver cuadro II) en perjuicio de los García y de los Rivas, no hubo modificación de las operaciones de 1856. Se consideró, en la práctica, que los que habían devuelto en 1858, habrían sufrido violencia, por lo cual tenían derecho a redimir según la ley de nacionalización del 12 de julio de 1859.25

Además, en 1862 Manuel Lozada volvía a levan­tarse en armas y rápidamente desalojaba los libera­les del 7Q cantón, para beneficio de los Rivas, García, etc., hasta 1873. Se puede pensar que los Corona, Cas­taños, Weber no gozaron mucho de estos adelantos. Pero la victoria no fue puro gozo para sus rivales; con

25. AHJ-H 861 Bienes del Estado, febrero 1861 Tepic Luis Rondón. Anto­nio Rojas 5 de febrero 1861.11 de abril 1861 Administración Rentas Tepic. Redenciones.14 de abril 1861 Trinidad Ramírez, comandante del escuadrón. Ramírez denuncia la hacienda de Cofradía, adjudicada al arrendata­rio Encarnación Jiménez, devuelta en 1858 al clero.En margen al ocurso contra la negativa del receptor de rentas, el Gober­nador Ogazón escribe: “Se le concede” .

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excepción de los Rivas que tenían toda la confianza de Lozada, pronto los desamortizadores se dieron cuenta de que habían heredado los pleitos que las cofradías tenían con los pueblos indígenas. Así, los beneficiarios de la desamortización tuvieron que enfrentar por una parte, a la oposición contra las adjudicaciones de bie­nes eclesiásticos y por otra viejos pleitos con los mis­mos pueblos indígenas, cuando las autoridades depen­dían de Manuel Lozada, esperanza de “ los pueblos” y encarnación de su fuerza militar.

Al final resurge la pregunta inicial: ¿Existe una relación directa entre la desamortización y el levanta­miento de Manuel Lozada?26 Directa, parece que no. Los pueblos que de veras se pueden decir lozadeños, San Andrés, San Juan Bautista Atonalisco, no habían sido agraviados por la ley del 25 de junio de 1856. Sus agravios eran más antiguos, remontan a la Colonia.

Con la independencia y los cambios jurídicos, con la desaparición de las repúblicas de indios y de su au­togobierno, con la imposibilidad nueva de seguir liti­gando con esperanza fundada de tener éxito,27 con la tutela de los ayuntamientos, con el reparto nunca ter­

26. Molina Enriquez (1953: 36, 37) escribe: “De pronto la circunstancia de que la forma natural de la desamortización era la conversión de los de­rechos de los arrendatarios y denunciantes en derechos de propietarios, no les permitió (a los mestizos) ver que la propiedad comunal de los pue­blos indígenas era también desamortizable; pero tan luego que se die ron cuenta de ello, trataron de desamortizarla, con tanto más empeño que era mucho más fácil de ser desamortizada que la de la Iglesia, por­que de seguro la defenderían menos los indígenas en su estado habi­tual de ignorancia y de miseria. Algunos pueblos comenzaron a ser des­pojados ya, y los demás amenazados de igual despojo, se levantaron en armas promoviendo los disturbios de Michoacán, Querétaro, Veracruz y Puebla, que dieron motivo a una circular lírica del Gobierno, que na­da remedió. Pero como de todos modos esos disturbios detuvieron a los mestizos en su espíritu desamortizador...” .

27. AIPG, libros de Gobierno y Tierras y Aguas. Eric Van Young lo afirma de manera categórica (1978:680) William Taylor dice lo mismo en su clásico “Landlord and Peasant in colonial México

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minado de los bienes de comunidad, los agravios se multiplicaron entré 1810 y 1850. Si las leyes de Refor­ma, en Tepic por lo menos, no afectaron a los pueblos indígenas, la guerra entre liberales y conservadores, la desaparición de los poderes, la creación de un pro­fundo vacío político proporcionó a “ los pueblos” 28 una oportunidad para recuperar lo perdido. Tanto más que de repente encuentran aliados después de larga tempo­rada de soledad absoluta.

La desamortización no es causa inmediata del le­vantamiento de Lozada, pero coloca a este último en una situación estratégica. La desamortización lleva al enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia, lo que proporciona a los conservadores una oportunidad ines­perada de regresar al poder, aunque fuese al costo de la guerra civil. En este marco nacional que lo rebasa totalmente, Manuel Lozada encuentra también su oportunidad; los conservadores en Tepic van a hacer de él su brazo militar, mientras que él utilizará ese po­der para ajustar las cuentas que “ los pueblos” tienen, desde cuándo, pendientes.

Simbólicamente, Lozada deja de ser un bandolero el 21 de septiembre de 1857 cuando se levanta al grito de “Religión y fueros” . Pero, fijémonos bien: grita “Re­ligión y fueros” , como se lo han dicho sus patrocinado­res, pero ¿dónde da el primer golpe? Ataca y saquea las

28. “Los pueblos”: ¿qué cubre ese colectivo? Hasta la fecha no lo puedo de­cir a ciencia cierta. Desde luego, no son todos los pueblos, o sea las ex­tinguidas repúblicas de indios, las llamadas comunidades indígenas. Nunca tuvieron tal unión. Tampoco se trata de todos los habitantes de estos pueblos. Cuando Lozada habla en nombre de “los Pueblos Uni­dos” , habla de unos pocos pueblos casi unánimes, más otros pueblos controlados por un grupo, mayoritario o no, más otros pueblos subyu­gados por la fuerza política o militar. Tal coalición es precaria y no puede sobrevivir a la derrota. La dificultad para elucidar el concepto de “ los pueblos” es uno de los puntos más inquietantes para el historia­dor.

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haciendas de Puga y Mojarras con las cuales su propia comunidad tenía pleito ancestral.

El “ hombre cruel y sanguinario que no pertenecía a comunión política alguna” 29 “ha insurreccionado a los pueblos ofreciéndoles tierras, pues en Mojarras dijo al administrador que continuaran los trabajos y que tan luego como viniera una expedición, se fijarían los linderos a que debían sujetarse. Validp de este me­dio que halaga tanto las inclinaciones de los indígenas, dentro de pocos días contará con una fuerza de 2 ó 3 000 hombres” y algún día bien podría llegar a tomar la ciu­dad de Tepic.30 El comandante de la plaza de Tepic pro­fetizó bien, pero eso es otra historia.

Abreviaciones y Bibliografía

AAG Archivo del Arzobispado de Guadalajara.AGN Archivo General de la Nación, México.AHJ Archivo Histórico del Estado de Jalisco.AIPG Archivo de Instrumentos Públicos de Guadalajara. AIPT Archivo de Instrumentos Públicos, Tepic.BEJ Biblioteca Pública del Estado de Jalisco.RPP Registro Público de la Propiedad (Tepic).B A Z A N T , Jan. Los bienes de la Iglesia en México- 1856-

1875. 1971 El Colegio de México (se cita la 2a ed. 1977 de El Colegio de México).

B A ZA N T , M ílada. La desamortización de los bienes de la Igle­sia en Toluca durante la reforma 1856-1875. Estado de México 1979.

29. Zamacois XV-646.30. Archivo Histórico de la Defensa Nacional, 5439 carta del comandan­

te de la plaza de Tepic 24 de septiembre de 1857.

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BERRY, Charles R. The fiction and fact of the Reform: The case of the central district of Oaxaca' 1856-1867. The Americas 25 (1970) 227-290.

BERRY. Charles R. The Reform in Oaxaca 1856-1876; a micro history of the liberal revolution. Nebraska University Press 1981. (el capítulo 6 pp. 138-191).

Colección de los decretos, circulares y órdenes de los pode­res legislativos y ejecutivos del Estado de Jalisco. Gua­dalajara. 1884, tipografía del gobierno, 1884, 14 vol.

DAVILA G a r i b i , Ignacio. Apuntes para la historia de la Igle­sia en Guadalajara, tomo IV - 2, México 1966 ed. Cultu­ra.

Gutierrez Suarez A latorre. José Blas. Código de la Re­forma, o sea colección de las leyes que afectan especial­mente a los católicos y al clero. México 1903, 6 vol.

HALL, Basil. Extracts from a Journal written on the coasts of Chile, Perú and México in the years 1820,1821,1822. Edinburgh 1824.

H A M N E T. Brian R. The apropriation of mexican churchwealth by the Spanish Bourbon government. The con solida ­tion de Vales Reales 1805-1809. Journal of Latino Ame­rican Studies 1:2 (1969) 85-113.

KNOWLTON, Robert J. La individualización de la propiedad corporativa civil en el siglo XIX. Notas sobre Jalisco Historia. Mexicana 1978: 109, 25-50.

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LAVRIN. Asunción. The execution of the law of consolida­tion in New Spain; economic aims and results. Hispanic American Historical Review 53:1 (1973) 27-49.

LERDO de Tejada, Miguel. Memoria, presentada alExmo Sr. Presidente sustituto de la República por el C. Miguel Lerdo de Tejada dando cuenta de la marcha que han se­guido los negocios de la Hacienda Pública... 1857.

LOPEZ, Pedro. Las cofradías en Nayarit. Capitán Juan Ló­pez Portillo pionero del desarrollo socioeconómico en Tepic en el siglo XVII, Tepic, 1980.

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haciendas de Puga y Mojarras con las cuales su propia comunidad tenía, pleito ancestral.

El “ hombre cruel y sanguinario que no pertenecía a comunión política alguna”29 “ha insurreccionado a los pueblos ofreciéndoles tierras, pues en Mojarras dijo al administrador que continuaran los trabajos y que tan luego como viniera una expedición, se fijarían los linderos a que debían sujetarse. Valido de este me­dio que halaga tanto las inclinaciones de los indígenas, dentro de pocos días contará con una fuerza de 2 ó 3 000 hombres” y algún día bien podría llegar a tomar la ciu­dad de Tepic.30 El comandante de la plaza de Tepic pro­fetizó bien, pero eso es otra historia.

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1875. 1971 El Colegio de M éxico (se cita la 2a ed. 1977 de El Colegio de México).

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29. Zamacois XV-646.30. Archivo Histórico de la Defensa Nacional, 5439 carta del com andan­

te de la plaza de Tepic 24 de septiembre de 1857.

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MOLINA Enriquez, Andrés. Los grandes problemas nacio­nales, edición de 1953 Problemas Agrícolas e Industria­les de México.

POWELL, Taylor. El liberalismo y el campesinado en el cen­tro de México. (1850-1876) SEP. 70, México, 1974.

YOUNG, Eric Van. Hacienda and market in 18th Century México: The rural economy of the Guadalajara región 1675-1820. University of California Press, 1981.

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IXTLAN DE BUENOS AIRES, 1958: TRILOGIA DOCUMENTAL*

In memoriam: Don José

I Unos documentos

Todo empezó casualmente en el Archivo General de la Nación cuando revisaba de manera sistemática los legajos de Gobernación, en búsqueda algo desesperada de noticias sobre Manuel Lozada y el cantón de Tepic en los años 1853-1873. Un buen día me llamó la aten­ción el apellido Ramírez que encabezaba un expedien­te, por ser el apellido de don José Ramírez Flores, cono­cido historiador jalisciense y maestro mío. Así rezaba: “ D. Nicolás Ramírez se queja de que han sido confisca­dos sus bienes de orden del Sr. Geni. Lozada” .1 En el expediente se encuentra la carta que Nicolás Ramírez puso al Emperador Maximiliano, el 13 de junio de 1864, en Guadalajara.

Nicolás Ramírez vecino de Istlán, ante Vuestra Magestad con el más profundo respeto comparezco y digo: que después de las pérdidas incalculables que sufrí en mis propiedades estas en

* En este trabajo quiero manifestar cómo, a veces, los problemas se plan­tean y se revelan en el proceso de investigación. Para guardar cierta dis­tancia con el documento preferí, en la transcripción, respetar la ortogra­fía original.

1. AGN, Gob. leg. 1126 Tranquilidad Pública no. 8 junio 25, 1864 exp. 98fojas 12.

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el territorio de Tepic, jurisdicción de Jala, Jomulco, Cacalu- ta e Istlan, durante la revolución pasada, he recibido del gene­ral Lozada el último golpe que acaba con la escasa fortuna que me ha quedado. Un decreto dado por él, contra los enemigos de su causa, declara confiscados sus bienes, y se ha hecho esten- sivo a los míos, como si yo hubiese alguna vez tenido ingeren­cia en la cosa pública.

A la alta rectitud de V.M. Imperial no se ocultan la injusti­cia, y la sinrazón de medida tan atentatoria, pues además de no ser la confiscación una pena aplicable en una sociedad civi­lizada, se ma ha hecho aplicación de ella, bajo el falso supues­to, de que tomé parte en negocios politicos. Yo he vivido en Gua­dalajara durante cinco años, por alejarme del teatro de las dis­cordias que por desgracia han desolado el territorio de Tepic: nunca hé, ni manifestado mi opinión en lo relativo a esas cues­tiones, y llegado a una edad en que el hombre necesita el repo­so, he preferido perderlo todo á vivir en medio del repugnan­te espectáculo de una sociedad que se despedaza.

Hoy elevo mi queja hasta Vuestra Augusta Magestad, confiado en Su benevolencia y en que no permitirá que uno so­lo de sus subditos, sufra bajo el peso de medidas atentatorias; Os suplico pues deis las órdenes para que cese el daño que tan injustamente se me causa!

Acostumbrados por tanto tiempo a vivir en medio de la anarquía, sin encontrar una mano protectora en nuestras des­gracias, acudimos hoy con una ciega confianza a Vuestra Ma­gestad Imperial, como a nuestro regenerador, como al Augus­to y Noble custodio de nuestros intereses u de nuestras liberta­des. Esa creencia que es hoy dia la de todo Mejicano, es la que me anima al llamar la atención de Vuestra Magestad sobre los actos ilegales consentidos por el General Lozada en perjuicio de mis intereses.

Señor. Guadalajara junio trece de milochocientos sesen­ta y cuatro. Nicolás Ramírez.

El 27 de junio Gobernación pide al prefecto político de Guadalajara que mande los informes convenientes sobre el asunto; el 9 de agosto el prefecto Díaz de la Ve­ga manda un oficio del general Lozada quien manifies­ta el día 4;

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Page 169: Esperando a Lozada

la confiscación fué decretada por el cuartel general de mi m an­do el 16 de marzo de 1863 f ... 1 Al Sr. Ramíres se le consideró comprendido en el decreto referido por que no cave la menor duda que ha sido enemigo acérrimo de la causa del orden, asi como de la Intervención y del Imperio, pudiendo calificarlo como el hombre mas pernicioso que ha causado mayores males a este Territorio, de lo que podrá convencerse V. E. por los he­chos que paso a referir. En 1858, se pronunció D. Nicolás Ramí­res por orden deRam ires. Después de este acontecim iento se constituyó un espía de los enemigos éhizo llamamiento a las fuerzas de Rojas que en distintas ocaciones invadieron este Territorio a las que les proporcionó toda clase de recursos y noticias. Además el propio Ramíres acompañó a Rojas en los saqueos generales que este hizo a la Villa de Ahuacatlán ha­biéndose ocupado de comprar la mayor parte de la plata en pasta y labrada así como los demás afectos de valor que fueron robados por Rojas en Ahuacatlán y Santo Tomás; cuya compra la hizo a razón de un 12% sobre el legítimo precio de la plata y afectos sitados. También informaré a VE que Ramíres en todo el tiempo que duró la revolución fué un constante propagador de noticias fa lsas y alarm antes y el que m ás fomentó la gue­rra civil en este Territorio, valido del dinero y de la influen­cia que tenía con R ojas, Corona y O gazón y dem as gefes del bando liberal.

En anexo Lozada mandó la “ Relación de los terre­nos confiscados a D. Nicolás Ramírez, el 4 de abril de 1863, en virtud del decreto suyo del 16 de marzo, los cuales han sido repartidos entre los indígenas de este pueblo de Jala, y el 15 de octubre de 1863, los plantíos de caña que había en la comprensión de Istlán “ para aten­der a los gastos de la campaña sobre las tropas enemi­gas q fomentaba D Nicolás Ramírez a las órdenes de su hijo D. Trinidad Ramírez” .

El emperador dictaminó:

que se devuelvan a Don N icolás Ramírez los bienes que le confiscó el General Lozada, si no hay para ello algún incon­veniente legal. Prevéngase al mismo Prefecto proceda a averi­guar si son ciertos los hechos de que el General Lozada acusa

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Page 170: Esperando a Lozada

a Ramírez y si resultan justificados, ponga a este a disposi­ción de la Corte ¡Marcial para que proceda a lo que haya lugar conforme a las leyes. Dado en Toluca a 27 de octubre de 1864.

El nuevo prefecto del departamento de Jalisco, Domingo Llamas contestó el 14 de noviembre:

La órden de SM será como corresponde obedecida, mas para cumplirla se me presenta un inconveniente legal y es el de que Tepic como V.S. sabe no está comprendido en el círculo dentro del que mando sino que es un territorio independiente.

Por eso mismo Nicolás Ramírez volvía a escribir al emperador el 31 de diciembre de 1864 para denunciar el no cumplimiento de la decisión imperial. El asunto iba para largo ya que el prefecto de Nayarit, Manuel Rivas, contestaba el 30 de mayo de 1865: “ por haber sido este negocio manejado militarmente en todas sus partes” no podemos hacer nada.2

Don Nicolás no se encontraba solo en semejante, situación y hacendados importantes se quejaban en vano; así de Manuel Cortés, despojado de su hacienda de Tetitlán, así de Juan José Amat, rico comerciante, y de su esposa Dolores Navarrete, dueña de haciendas:

El año de 58, escribe Jesús López Portillo, prefecto de Jalis­co, se declaró la revolución en Tepic y desde luego los indíge­nas de los pueblos de aquel territorio ocuparon una gran parte de los terrenos de las haciendas limítrofes. A Tetitlán quizá más que a ninguna otra le alcanzó esta desgracia pues los indios de Tequepespan y otros se apoderaron de ella [... ] Esta­blecido el nuevo órden de cosas, uno de los gefes de las fuerzas del general Lozada ocupa con el carácter de arrendatario una parte pequeña de las tierras, pero el resto aún se encuentra en poder de los indígenas. La hacienda es extensa y el capital que se introdujo para girarla fue considerable (.) la justicia exige se restituya a los propietarios lo que se les ha arrebatado, o

2. AG N, Gob, leg. 1161 Tranquilidad Pública, Jalisco no. 6.

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que se les indemnice si por motivos de política o de con venien- cia pública el Gobierno juzga conveniente dejar las cosas en el estado que guardan.3

Frente a tantas quejas, el emperador reaccionó y revocó el 22 de abril de 1865 la providencia de Lozada del 16 de marzo de 1863 que decía:

en atención a las repetidas solicitudes que los indígenas del pueblo de Jala han hecho a esta Superioridad, pidiendo se decrete el reparto de terrenos de fondos, los mal vendidos y los que pertenecen a los enemigos del Spro Gobierno, deseando este Cuartel General atender a la raza indígena en todo aqué­llo que sea justo y que se da en veneficio de la humanidad, en uso de las facultades con que me hallo imbestido he tenido abien decretar lo siguiente: Art. 1Q: Todos los terrenos que existan en la comprensión de Jala, perteneciente a los enemi­gos declarados del Supremo Gobierno que a la publicación de este decreto no hallan obtenido indulto, se declaran confisca­dos y serán repartidos con la devida proporción entre los in­dígenas de Jala, prefiriendo a los indigentes [...] Dado en el Ctel. Gral., Cofradía, marzo 16 de 1863 Manuel Lozada.4

El decreto imperial5 no resolvía nada: el 8 de mayo el prefecto de Tepic, Manuel Rivas, gira órdenes al sub­prefecto de Ahuacatlán para que sean puestos en pose­sión los dueños de las tierras que se habían repartido a los indígenas o que los indígenas habían invadido, pero en agosto y septiembre siguen las quejas,6 de tal

3. AGN, Gob. leg. 1144 18 de septiembre de 1865 y AGN Segundo Imperio caja 7 del general J. Ma. Yáñez al Secretario del Gabinete de SME, 9 de octubre de 1864.

4. AGN Gob. leg. 1126, copia certificada por Lozada, en San Luis el 3 de agosto de 1864 y leg. 1161, copia certificada por el prefecto Manuel Ri­vas el 27 de marzo de 1865.

5. AGN, Gob. leg. 583 y 1161.6. AGN, Gob. leg. 583 8 de mayo de 1865; leg. 1144 J. López Portillo 18 de

septiembre de 1865; y J.J. Amat 2 de agosto de 1865.

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modo que la Secretaria de Fomento dictamina el 11 de noviembre de 1865:

Para terminar las cuestiones que se han suscitado entre va­rios pueblos del departamento de Tepic y los propietarios de algunas haciendas del mismo Departamento, tiene acordado Su Magestad que se hiciera un deslinde general de la propie­dad particular, con presencia de los títulos correspondien­tes, para poner en posesión tranquila a los que resultaron legitimos propietarios, pero que entretanto se hace esta ope­ración, se mantuviesen los indigenos (sic) y los hacendados en las posesiones que actualmente tuvieran sin que ni unos ni otros pudieran estenderse fuera de ellos.7

II. Un testim onio postum o

Como trabajo al mismo tiempo los archivos de Guada­lajara, aproveché mi estancia en esta ciudad para pre­guntarle a don José Ramírez Flores si tenía algún pa­rentesco con don Nicolás. No esperaba que tuviera, ya que don José tiene raíces en Zacoalco y Techaluta, bien lejos del Nayarit, pero resultó que don José dio un brin­co y exclamó: “ Es mi papá Nicolás, un bisabuelo de Ixtlán que tuvo que huir de Lozada y por eso mis ante­pasados fueron a dar a Techaluta” . Y se fue a hurgar entre los montones de libros y de papeles viejos hasta encontrar una libreta de apuntes suyos del año... ¡1918! Transcribo textualmente lo que entonces me leyó:

Según me contó D. Lino Martínez, en 1918, y vecino de Ixtlán de Buenos Aires, ahora del Río, y testigo de los hechos (de más de 90 años) que el choque con los lozadeños que tuvo mi bisa­buelo D. Nicolás Ramírez vecino y propietario en la comarca, se debió a lo siguiente:Uno de los hijos de Ramírez, Gregorio Ramírez Sánchez, ca­sado con Francisca Parra, estando de comandante en Ixtlán, el indio Prudencio Ochoa, especialista en robos, saqueos y

7. AG N Gob. leg. 1144 Terrenos, Jalisco no. 10.

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robavacas, al ir Ramírez a la casa de un señor Martínez a llevar un bote de manteca, al llegar frente al ruarte], pasó sin fijarse que abajo de la banqueta estaba haciendo guardia el indio lozadeño Claro Medina, el cual por haberse atravesado, con su carabina ledió un culatazo en el hombro, hiriéndolo. Gregorio, como iba cargado, dejó su bote y se regresó, con su pistola haciendo un disparo sobre el guardia, sin acertarle. Como en la puerta estaba el retén déla guardia lo atraparon y lo condujeron a la cárcel, trasladándolo al día siguiente a la de Ahuacatlán, que entonces era la cabecera de la región.

D. N icolás acudió luego a un huizachero jorobado. 1). Pedro M artínez Guevara, queseencontraba en Ixtlán vera compadre del general liberal D. Santos Degollado. El litigan te le aconsejó a Ramírez, que debido a la intransigencia de los indios, lo único que podía hacerse para salvar a Gregorio, era un levantam iento, siendo desde luego oportuno hacerlo en razón de que su compadre D. Santos había ocupado G uada­lajara.

Con el pretexto de un día de campo, los hijos de I). Nicolás con sus amigos, se reunieron en el rancho de Los Tizates, pro­piedad de éste, y el anochecer, siguiendo las instrucciones del semi litigante, tomaron el rumbo de Jala, dando un albarazo sobre Ahuacatlán, dejando en libertad a Gregorio y tomando la población. Los herm anos Ramírez que tomaron parte en ésta acción fueron: Carlos, Marcos, Julián, Antonio, Trinidad y el sobrino de estos José María Macías, hijo de Simón y Feli­ciana Ramírez, con otros parientes y amigos. Esto sucedió co­mo en 1858, en el tiempo de aguas.8

En 1 9 1 8 , en Ixtlán, el joven José Ramírez Plores y a practicaba la historia oral... con la suerte de encontrar un testigo dotado de una prodigiosa memoria, ya que puedo ahora confirmar todos sus decires, basándome

8. Apuntes a lápiz en una libreta de 1918, con el árbol genealógico de los Ramírez. Don José Ramírez Flores, Guadalajara (enero de 1979)J.M. Vigil apunta a la p. 325 de “La Reforma” (México a través de los Siglos) que el 19 de octubre de 1858 se pronunció en Ixtlán don Pedro Martínez (nuestro huizachero). Manuel Cambre precisa que era co­mandante y que ('1 25 de octubre los lo/adeños. después de derrotarlo saquearon a Ixtlán. (la Guerra de 3 A ños, la ed. p 133)

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en documentos encontrados en el Archivo General de la Nación, después de esta extraña experiencia.

III. In form ación de testigos practicada en Ystlan sobre la conducta de don N icolás Ram írez9

El emperador Maximiliano, al ordenar la devolución de sus propiedades a don Nicolás, pidió se investigara qué tan fundadas eran las acusaciones de Lozada con­tra el quejoso. La información aparece en otro legajo del archivo de Gobernación sin que se sepa de las conse­cuencias.

La información se levantó en Ahuacatlán, el pue­blo vecino de Ixtlán, asaltado en 1858 por los Ramírez y sus amigos; los testigos fueron siete pacíficos, de los más principales de esta villa” 10 * y Prudencio Ochoa, mencionado por el informante de don José como co­mandante en Ixtlán, indio especialista en robos etc...” y por el encargado de la información de 1864 como “ al­calde en 1858 por cuyo motivo tuvo necesidad de con­centrarse y de huir a partes donde estuvieron seguro de la fuerte persecusion que asian de su persona” .11 Pru­dencio Ochoa quien fue el primero en contestar al inte­rrogatorio llevado a cabo por Flaminio Ulloa, otro ve­cino de Ahuacatlán, no podía ser muy favorable a don Nicolás; había arrestado a su hijo Gregorio, luego tuvo que andar huyendo y

en una vez se im puso un préstam o por Trinidad Ram írez a instancia de Don Nicolás, en el que fue gravado D. Pablo Ochoa, por ser de opinión contraria a la de él, en el que le sacó una sum a considerable de m arquetas de plata, las que que­daron en poder de D. Nicolás Ramírez.12

9 AGN. Gob. leg 1161 Jalisco no. 6. doc. 2 1864.10. .José María González Espinosa. Ysabel González. Bartolomé Marque-

cho. Asención Guevara, Melitón y Nicanor Espinosa, Severo Parra.11. AGN Gob. leg. 1161 Jalisco 6 doc. 2 pp. 23-24.12 . Idem p . 3 .

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Prudencio Ochoa de 46 años, casado, comerciante de Ahuacatlán, contestó a las diez preguntas:

que por ser constante y bien conocida su opinión declarada federal, por esta razón es que no es afecto al actual gobierno y como el que declara hase algún tiempo que no ha tenido vista con el Sr. Ramírez no sabe su opinión con respecto al Gobierno Constituido.

Los otros testigos confirmaron que “es muy públi­co y notorio y bien conosido la opinión del Sr. Ramírez al partido federal” .

Todos estuvieron de acuerdo en señalar que don Nicolás tenía un “capital de consideración y el primero de esta villa” y que “impartió barios recursos a las fuer- sas del partido liberal” ; Ysabel González, 37 años, ca­sado, comerciante, precisó que “ lo asia voluntariamen­te sin ser forsado de nadie fomentando con esto la revo­lución y solamente le quedo sus terrenos y casas por que no pudo disponer de hella” .13

De la misma manera explicaron que

este Sr desde antes que estallara el pronunciamiento de esta villa se declaro enemigo del Gob Conservador y fue el princi­pal autor del pronunciamiento que hicieron por el partido fe­deral; y que aunque no andaba diario con el faccioso (Anto­nio) Rojas pero sí cuando estubo en esta V illa en la hacienda de S an to T om ás y E tza tlán esta seguro que lo acom paño, tiempo en que se insendiaron dichos puntos.

y, confirmaron ampliamente la excelencia de la memo­ria del informante de 1918, al declarar que si

13. Todas las informaciones de este párrafo están sacados del Archivo del Congreso de Jalisco, Rama Gobernación 1857, legajo 43, ocurso del 24 /X II/1857 con 6 documentos anexos 58 p.

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ese pronunciamiento tuvo lugar no fue debido a otra persona que a la de Ramírez quien tomó una tenaz empeño para ello, y solo por miras particulares para f...l el delito que su hijo D. Gregorio Ramírez cometió con el balazo que le dio a C LAR O M E D IN A (!!!) ya finado quedase impune, como en efecto asi fue por que después de él fueron las fuerzas de su hijo D. Trini­dad y se trajeron el archivo de A h uacatlén , el que fue insen- diado, en el cual se encontraba la causa de su otro hijo y la fianza que había otorgado para que el pudiera salir de la pri­sión que era por valor de mil pesos.1'

No cargaron al viejo don Nicolás al declarar que

lo que se sabe con sertesa es que su hijo D. Trinidad fue el prin­cipal autor de los males que se causaron en esta población en unión de barios individuos y que no se sabe si Don N icolás tom aba parte con el hijo y los demás; que los males que en lo general sufrió esta población son inrreparables por que quedó en una completa ruina.

Prudencio Ochoa declaró que

olio decir que fue muy notorio las compras que el Sr. Ramírez hacia al m encionado Rojas, no constándole del vista porque tenía que huir de esta población cuando ellos benian.

Que fue muy publico y efectivo el préstamo que se cita y en los m ism os térm inos, no solo al Sr. D. Pablo (Ochoa) si no a todos los del partido conservador.

Melitón Espinosa contestó

que una ves olio decir que compro al Sr. Ramírez una poca de plata de la que le impusieron un préstamo a Don Pablo Ochoa, no supo a que presio. Que supo que el sr. Rojas impuso un pres- 14

14. De hecho, en 1793 Cacalutan pertenecía a la jurisdicción de Hostotipa- quillo (N oticias varias de N u eva Galicia 1791-179,3 y José Menendez Valdes Descripción y Censo General de la Intendencia de Guadalajara 1789-1793 Unidad Editorial del Gobierno de Jalisco 1980, p. 87).

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tam o de considerasion no solo al señor don Pablo si no a ba n o s particulares, pero no sabe si Don N icolas influiría la signacion de ese préstamo.

Bartolomé Marquecho dijo que “ las marquetas de plata en efecto quedaron en poder de Don Nicolás Ra­mírez y según se supo fueron compradas” .

Y José María González Espinoza, 45 años, viudo, comerciante concluyó atribuyendo los préstamos y saqueo a Antonio Rojas y Trinidad Ramírez, recordan­do que en la ocasión del famoso préstamo, a él nomás le tocó pagar 1 000 pesos.15 16

Esta información confirma y completa el testimo­nio oral que manifiesta el antagonismo existente entre los pueblos de Ixtlán y de Ahuacatlán; el papel predo­minante de la familia Ramírez a favor de la causa libe­ral; su actividad militar y la riqueza de don Nicolás, menciona también el conflicto que opone Ixtlán (y los Ramírez) a otros pueblos de la región. Y es cuando re­cordé un expediente de índole muy diferente, encontra­do tiempo atrás en el archivo del Congreso del Estado de Jalisco.

IV. Don N icolás y los indígenas de Cacalutan.,fi

Cuando uno viaja de Ixtlán a Guadalajara, ya entran­do a las tremendas barrancas, puede agarrar una mala brecha que lo lleva durante leguas sierra adentro y sierra arriba al pueblo de Cacalutan (Cacaluta, Caca- lutlan). Según nuestro expediente por lo menos desde 1849 los indios de Cacalutan (así se llaman ellos) pe­

15. Documento citado, 23 p.16. Toda la información de este párrafo IV viene del archivo del Congreso

de Jalisco, Gobernación 1857, legajo 43,58 p. ocurso del 24 de septiem­bre de 1857 + 6 documentos.Según Longinos Banda (p. 90) Cacalutan tiene 60 9 h. en 1858, Cacalu­tan perteneció efectivamente a la jurisdicción de Hostotipaquillo (N o­ticias varias de Nueva Galicia 1791-1793 p. 24).

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lean para escapar al control administrativo de Ixtlán y denuncian la tiranía de don Nicolás Ramírez.

Desde siglos de años y épocas muy remotas perteneció nues­tro pueblo a la cavesera de Hostotipaquillo según consta de la inform ación que devidam ente acom paño. Desde el año de diesiseis por circunstancias infundadas que m otivarían a nuestros antecesores, huvimos de reconocer al pueblo de Ys- tlan hasta la fecha. Y no conviniéndonos pues perteneser a aquel municipio si no al que antes reconocia nuestro pueblo, y sin perjuicio de que se nos resarian los m enoscavos y pérdi­das de terrenos que hemos tenido y que esto se hara por cuerda separada. Y de consiguiente haciendo uso de tan innumera­bles decretos que S A S el Presidente de la República se a digna­do espedir relativos al asunto de que se trata por que muchos pueblos o lugares pueden elejir el lugar a que queran pertene­ser, el pueblo de Hostotipaquillo por su cabesera como antes lo estava y que a la vez esta demarcada con el titulo de 3er. par­tido 5Q distrito del departamento de Jalisco.

Muchos son Exm o Sor, los perjuicios que hemos resebido por las autoridades de Y stan y el estinguido ayuntam iento que no cumplió con el decreto numero 2(17) de la estinguida legislatura de este Estado y que por casualidad huvieron de repartir una pequeña parte de terrenos según consta del do­cumento 1Q que consiguió Encam ación Rodríguez, estedá una idea de que nuestro pueblo tiene infinidad de terrenos de que disfrutar y que por falta de los títulos no logramos.

f ... ] patentisaremos el uso de nuestro derecho para que si esponemos en justicia se nos restituya lo nuestro.

A tal ocurso del 13 de septiembre de 1854, contestó el Gobierno que no estaba en sus facultades alterar la división territorial existente. De 1854 a 1857 siguieron las peticiones de los vecinos de Cacalutan y del ayunta­miento de Hostotipaquillo para confirmar la solicitud y decir que Hostotipaquillo estaba de acuerdo para reci­bir a Cacalutan.

El 13 de mayo de 1857, en el ambiente tenso17 de los

17. Decreto no. 2 del Congreso de Jalisco sobre el repartimiento de los bie-

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conflictos creados por la desamortización y por el jura­mento de la Constitución (para no mencionar los con­flictos propios al cantón de Tepic), volvían a la carga los de Cacalutan.

Florencio M em brila por si y en representación de Andrea, Victo, Sebastian, Lino, Teodoro y Regino Carrillo, Julian, Luis, Tiburcio y Felis Macarenas, Lucas, Juan y Jesus Mar- m olejos, Deciderio Rodriguez, Gregorio, Felipe y Ruperto Flores, Claro del mismo apellido, Esteban Carrillo, José M a­ría González, Epitasio Zuñiga, Domingo García, Merced Pi­neda, Cruz Castillo, Manuel Santos, Agustín Gonzalez, Patri­cio Robles, Francisco Lopez, Crisanto A guiar, A gapito E s­parza, Victor M Roque, Victoriano Pineda, Anastacio C am a­cho y demas común del pueblo de Cacalutlan, prebia matricu­la formada por nuestros antesesores desde el año de 1817 que en tres fojas se escribe, ante V E sumisamente esponemos que siendo intolerables los perjuicios que hemos recibido estamos recibiendo y se recibirán por la m ala edicencia de hombres que acaso han nacido a la m anera de los antropófagos para mortificar a los mismos de su espesie, asi se ha caracterisado el vecindario de Y stlan a que desgraciadam ente se nos han hecho pertenecer sin embargo de nuestras repetidas reclama­ciones. Y a es tiempo Em o Sr de prebenir tan contagioso mal aplicando el remedio de agregarnos a H ostotipaquillo en donde consideramos garantisado el bien estar, la seguridad de nuestros intereses y la reputación de nuestras fam ilias y en su consecuencia respetadas nuestras propiedades con el sello de la Libertad y puesto el ataque que de dia en dia sufren las pro­piedades m ism as por las autoridades y el vesindario del pro­pio Ystlan, señalándose entre otros varios con el m ayor des­caro (hablamos con el debido respeto) el poderosísimo D. Nico­lás Ramires, que no consolándose con la detentación que ha practicado de nuestros terrenos que por razón de pueblo nos

nes de comunidad, 12 de febrero de 1825, declarando los indios “ pro­pietarios de las tierras, casas y solares que poseen actualmente en lo particular, sin contradicción, en los fundos legales de los pueblos o fue­ra de ellos” . Podían disponer libremente de la propiedad.

17 b.Marzo de 1857, levantamientos indígenas en Santa Ana, Acatlán, Jo- cotepec, Zacoalco. S. Pedro Isacán (s/c), Mazamitla, Tuxpa. Tizapán.

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pertenesen, hoy se nos quiere lanzar con la mayor infam ia del casco sentrico, formándosenos una terrible persecusion con arm as de fuego en mano para dispersarnos [ ...1 las vejaciones que hemos sufrido aun por la autoridad subalterna puesta en nuestro Pueblo que nada menos biene hacer D Trinidad Ramí­rez, hijo de nuestro enemigo acérrimo D. Nicolas y que m ala­mente se haya constituido fungiendo de autoridad, supuesto que es uno de tantos que no han querido jurar la C onstitu­ción1” (...] Para asesorar a la comunidad aprendieron cuatro indígenas que calificados sus motivos en el jusgado de Letras de Ahuacatlán fueron puestos en libertad (...1 El representan­te del pueblo no sabe firmar pero lo hase a su ruego uno de los interesados. Regino Carrillo.

Ni tardos ni perezosos, los Ramírez contestaron en forma de petición al ayuntamiento de Ystlan, petición supuestamente redactada por los mismos indígenas de Cacalutan:

Los indigenas del pueblo de Cacalutan y los vecinos del m is­mo pueblo q suscribimos ante Ud con el respeto debido pare­cemos y decimos que sabedores a algunos indígenas del refe­rido pueblo han solicitado del ES Gobor del Estado la segre­gación del mencionado pueblo de la jurisdicción de esta villa y del dpto. de A huacatlán \ ... | esponiendo para ella razones falsas e infundadas q en ningún tiempo podran probar y q con ellas denigran de una m anera atros la conducta y honrades del vecindario y autoridades de esta V illa y que d éla segre­gación y agregación q se solicita nos resultarían graves per­juicios en razón de q la distancia q media entre el ref pueblo de Cacalutan y el de H ostotipaqllo es m as larga y de m as malo camino q la q hay a esta villa y el q nuestras relaciones tanto de comercio como de amistad en donde las tenemos muy estre­chas es en esta villa 1 ...1 deseando elevar nuestras deviles vo­ces por el conducto de Us ante el Sr Gobr.18 19

18. Tal acusación no se pudo averiguar pero parece muy dudosa, ya que desde un principio la familia Ramírez se dio a conocer por su militancia liberal. Pero todos los trucos valen a la hora de la hora.

19. Mismo documento, Ystlan 15 de julio de 1857.

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Firmaron 97 personas, de las cuales 6 figuraban en las peticiones contrarias de mayo de 1857: Crisanto Aguiar, Epitacio Zúñiga, Juan Marmolejo, Merced Pineda, Tedoro Carrillo y uno de sus hermanos; Trini­dad Ramírez firmó por estos dos últimos, don Trini­dad, miembro de la acordada de Ixtlán y autoridad en Cacalutan... Don Trinidad figuraba entre los “ indíge­nas vecinos del pueblo” y se puede suponer que ideó la petición. El 27 de julio, el presidente municipal de Ix- tlán, Julián Ramírez, hijo de don Nicolás, hermano de Trinidad, escribió al jefe político del departamento de Ahuacatlán que

Florencio M em brila o ha querido sorprender a la Superiori­dad con una representación llena de falsedades o que él, por no saber leer ha sido engañado por los autores de ella.

La asamblea municipal aprobó en sesión ordina­ria del mismo día dicho dictamen y el jefe político apo­yó totalmente la proposición de desechar la petición de segregación:

La distancia que media de Cacalutan a Istlan dista cuatro leguas escasas y no de mal camino, mientras de Cacalutan a Hostotipaquillo hay ocho y cam ino casi inaccesible pues se tiene que atravesar la barranca de Carrillo |. .1 La esperiencia y la razón natural muestra que cuanto mas distante están las poblaciones pequeñas y m as si son de indígenas, délas pobla­ciones grandes, es mayor la obscuridad de sus luces, mas su inmoralidad y menos su enseñanza primaria, menos su urba­nidad y m enos tam bién la subordinación a las leyes y a las autoridades [...] El ayuntamiento de Ystlan. no menos que los vecinos, se resienten de que se invente tal division por aque­llos indígenas, cuyo resentimiento lo atribuye esta Directoría a una medida política no menos que las relaciones de familia y de intereses. Desde la prom ulgación del decreto no. 2 los vecinos de Istlan compraron a los indígenas de Cacalutan los terrenos que la Ley, justamente les concedió: de aqui siguió la union de diferentes fam ilias que fácilm ente se m esclaron y

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con ellas la mancomunidad de sus bienes. Hoy pretendiendo los indígenas tal segregación es incuestionable la division de esa pequeña sociedad por que las personas e intereses están m esclados; esto es de indígenas con los vecinos de Y stlan teniendo iguales havitos, costum bres, genealogía y todo lo cuanto les puede animar en la vida civil.

Pero los indígenas en su presunción de independencia de Istlan llevan dos miras principales: una no cumplir sus com­promisos comerciales y otra coludirse con los bandidos, cuyas relaciones no están lejos de entablar [...] Si se concediese su separación a los indígenas de Cacalutan esto sería abrir las puertas, poner un ejemplo a las demás poblaciones de indíge­nas propensas, por desgracia, al bandalismo, para proponer­se planes de separación y de independencia, y hé aquí, en apogeo la insubordinación, la anarquía, el desorden y las re­petidas molestias al Spmo Gobr con diarias solicitudes la m a­yor parte ridiculas, infundadas e injustas.20

Los bandidos a los cuales alude Miguel Oceguera, director del departamento de Ahuacatlán, son los mis­mos que los de Manuel Lozada y su gente, que andaban a salto de mata desde el año de '1853. Ironía de la histo­ria, Miguel Oceguera no tardaría en llegar a ser secreta­rio particular y hombre de confianza del ya no bandido, sino general Manuel Lozada...

El día 21 de septiembre de 1857 Lozada deja oficial­mente de ser un bandido sencillo y se pronuncia a favor de la religión, atacando la hacienda de Puga, con la cual tenía viejo pleito, de Mojarras también, y aniqui­lando el día 23 los 40 hombres del capitán Murillo. El jefe político de Tepic el coronel Echagaray, tiene que salir contra él con 125 hombres y un cañón, pero escribe al gobernador Parrodi que:

20. Mismo documento, firmado por Miguel Oceguera, director del deto de Ahuacatlán, 4 de agosto de 1857. Aprobado y firmado en Tepic el 18 de agosto, por el Jefe Político Echagaray.

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Lozada ha insurreccionado los pueblos ofreciéndoles tierras pues en Mojarras dijo al administrador que continuaran los trabajos y tan luego como viniera de una expedición se nota­ría los linderos a que debían sugetarse. Valido de este medio que alhaga tanto las inclinaciones de los indígenas dentro de pocos días contará con una fuerza de dos a tres cientos hom ­bres. Term ina su carta notando que algún día bien podría Lozada tomar Tepic.21

Aprovechando estas circunstancias, Florencio Membrila y sus amigos de Cacalutan volvieron a pre­sentar su petición y sus denuncias, el mero día 24 de septiembre:

Los indios creídos de que su anterior representación era reci­bida jam ás bam bolearon ni bam bolean, pero el astuto Don Nicolás Ramírez haciéndoles creer en un castillo que el quiso formar en el aire adornado de clérigos que disque quería poner en beneficio del Pueblo terjibersó, porque contrarió, pues los indios si se listaron voluntariamente en el mamarracho que ignoraban, inepensablemente se presentaron al engaño y a la perfidia acaso creyendo otra cosa agena de las miras sinies­tras del Señor Ramírez. Les hicieron pues creer que todos los que se listaran en aquel papei disfrutaban de la garantía de tener un clérigo a su lado, pero una vez concertada la estrate­gia mandaron la lista par hacer creer a SE el Sr Gobr que los suscritos pretendían por cabesera al desgraciado pueblo de Ystlan [...] Desgraciada situación que la que guardan los indios de C acalutan , pero una vez segregados de Y stlan ya haran uso de sus derechos, ya recojerán sus tierras perdidas, ya muchos que hoy huyen por la persecusion volverán al ho­gar de sus fam ilias, pues se les persigue de una m anera tan infame que ya se les cercan sus casas con esvirros con carabi­na en m ano y cartucho al cañón para destruirles o auyentar- los para que dejen sus intereses libres ala boluntad de otro.22

21. Oficio del 27 de septiembre de 1857. Parrodi trasmite a México. Colec­ción personal.

22. Archivo del Congreso de Jalisco, Gobernación, 1857 no. 43. El Congre­so decretó: “ Resérvese esta solicitud, como esta acordado, hasta que se haga nueva division territorial del Estado” 5 de octubre de 1857.

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Efectivamente la guerra había comenzado y tanto el ejército como la acordada de Ixtlán andaba en cam­paña contra los pueblos de San Luis, Pochotitán, Te- quepexpan, Santa María del Oro, Jala. Luego, tan se­ria era la situación, que se mandó al general Juan N. Rocha en campaña contra Lozada de octubre a diciem­bre de 1857. Dicha campaña no se pudo terminar por los acontecimientos nacionales: golpe de Tacubaya, derrota de Parrodi en el Bajío en marzo de 1858 y toma de Guadalajara y Tepic por los conservadores. En Ix- tlán, los Ramírez esperaban que pasara la tormenta basta que la cárcel y posible fusilamiento de Gregorio Ramírez los impulsó al levantamiento del 19 de octubre de 1858, que coincidía con el sitio de Guadalajara por Degollado (28 de septiembre-27 de octubre de 1858). La guerra ofrecía a sus adversarios una ocasión larga­mente esperada de ajustar cuentas.

V. Pero, ¿quiénes eran ios enem igos enfrenta­dos, Ixtlán y Ahuacatlán, y quiénes eran los R a­m írez?

La Descripción geográfica del partido de Aguacatlán (1793) nos ayuda a entender la situación21 de los cuatro pueblos de Ahuacatlán, Ixtlán, Mexpan y Jala que, en un valle fértil que produce en abundancia maíz, frijol y caña, viven de la agricultura, de la arriería y trabajan algunas pequeñas minas de plata en la montaña. En el partido, según el padrón militar de 1793 hay 1409 espa­ñoles, 21 castizos, 61 mestizos y 2 511 mulatos, osea un total de 4 012 “ sin comprender los indios que son po­cos” , y mayoritarios en Mexpan, Jomulco, Cacalutan.* Es posible que hayan contado como mulatos a muchos

* AG N Tributos vol. 43 f 274 sq Provincia de Guadalajara 1805 Partido de Aguacatl6n: 3 790 indios de pueblo. 23

23. AG N, Padrones, vol. 14.

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mestizos para aumentar el número de tributarios; ade­más las fuentes son contradictorias, pero el hecho fun­damental es que Ahuacatlán aparezca como mucho menos criollo que Ixtlán, lo que confirma la voz popular que opone los “ indios de Ahuacatlán” a los criollos de Ixtlán -—lo que nunca impidió los matrimonios entre las familias principales de las dos villas. Según el pa­drón citado. Ahuacatlán tiene en 1793 377 españoles (66 familias), mas 340 casas de pardos y 40 de indios—. Ixtlán tiene 407 españoles (84 familias) en la cabecera y 459 españoles (80 familias) en los ranchos de Arriba (San José de Gracia). Aquí está la diferencia, en la pre­sencia masiva de los rancheros criollos. Además, hay 91 casas de pardos, 3 de indios y 2 de mestizos, conoce­mos el total de los pardos en el partido: 2 511 y 450 el total de casas que ocupan; o sea, mas o menos 5,8 por casa; lo que daría aproximadamente 2 000 mulatos (y mestizos) para Ahuacatlán y 530 para Ixtlán más, con­servando el mismo coeficiente, 240 indios para Ahua­catlán y 30 para Ixtlán:

Españ. Pardos Indios Total 1838(.)

Ahuacatlán 377 2000 240 2600 3300

Ixtlán 860 530 30 1420 2330

En los ranchos de Ixtlán el clan de los Ramírez es muy numeroso; son labradores, arrieros, comerciantes y milicianos. Don José Esteban Ramírez, nativo de Ixtlán, español de 30 años, arriero dueño de 7 muías, tiene un hijo de 3 años, llamado Nicolás. Se trata de nuestro Don Nicolás, como lo confirma el libro de bau­tismos: Nicolás Julián Ramírez Valdés, nacido en los ranchos de San José el 28 de enero de 1789.24

24. Archivo parroquial Ixtlán — Libro 5, bautismos 1788-1798 p. 24 vuelta y p. 25.

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Estamos en presencia de una situación conflictiva que opone un pueblo criollo en fuerte expansión demo­gráfica (según nuestra hipótesis Ixtlán pasa, entre 1793 y 1838 de 1 420 a 2 330 almas, mientras que Ahua­catlán pasa de 2 600 a 3 330) a un pueblo mestizo toda­vía dueño del poder político, si bien amenazado econó­mica y demográficamente por su rival.* Esa oposición se traduce en el lenguaje que oponen los “hueveros” de Ahuacatlán a los “ ombligos dulces” de Ixtlán, zona de cañaverales. Los pueblos indígenas de Mexpan, en el valle de Cacalutan, Jomulco, Tequepexpan, en las montaña resienten mucho la expansión de los “ ombli­gos dulces” y, entre ellos, de los dinámicos y numerosos rancheros, ejemplificados por el clan Ramírez.

En el siglo xix desaparecen de las fuentes estadís­ticas las connotaciones raciales, pero podemos afirmar que indios, mestizos y criollos vivían juntos en muchas comunidades rurales, aunque el porcentaje de no indios pudo haber sido muy pequeño; hasta en un pueblo con­siderado indígena, como Cacalutan, al lado de los in­dios encontramos (en la petición de julio de 1857) “ve­cinos como don Trinidad Ramírez, criollo que ejerce la autoridad política y militar además de la profesión de minero, arriero y labrador. Cacalutan depende de una cabecera criolla, Ixtlán, centro económico y comercial de la región, en vía de quitar a la villa mestiza de Ahua­catlán la función política. La rivalidad entre las dos villas se manifiesta en forma violenta cuando empieza la guerra de Tres Años; el primer golpe lo dan los Ra­mírez de Ixtlán, el 19 de octubre de 1858; el 25 viene Ma­nuel Lozada a tumbarlos; con las armas en la mano y a las órdenes deRamón Corona, lo combatieron Trini­

* Todo el partido alcanza fuerte crecimiento demográfico (21.888h. en 1838) y la relación de la natalidad con la mortalidad es de 188 a 100 según López Cotilla, pero no aparecen las diferencias locales.En 1861 el gobernador Ogazón castiga la conservadora Ahuacatlán y traslada la dirección del partido a Ixtlán.

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dad Ramírez, (después de su muerte su tropa recibió la de nominación de Batallón Lanceros de Ramírez, y participó en la sonada victoria de la Coronilla, contra los franceses, el 18 de diciembre de 1866;* su hermano el coronel Marcos Ramírez, fue muerto en Tepic en marzo de 1861, defendiendo la ciudad, cuando era comandan­te de la Guardia Nacional “Libres de Ixtlán” . Después de la muerte de sus campeones no les quedaba a los Ra­mírez y otros liberales de Ixtlán más camino que some­terse o exiliarse para salvar la vida después de haber perdido los bienes. Así encontramos al viejo don Nico­lás, a los 76 años, escribiendo desde Guadalajara al emperador Maximiliano.

VI. D on N icolás, ranchero y em presario liberal (1789-1871)

Nicolás Ramírez Valdés nació en los ranchos de Arriba (después llamados San José de Gracia) de padres espa­ñoles; la tradición familiar menciona la llegada de un capitán Ramírez de los Santos, oriundo de Castilla la Vieja, cuando la pacificación y reducción del gran Na- yar. Se casó Nicolás en 1809 con Juana María Sánchez (de 16 años),25 de ella tuvo varios hijos, enviudó, se vol­vió a casar con Macedonia Parra y en total tuvo 18 hi­jos legítimos y uno natural, Juan, que fue después te­niente del ejército liberal.

Parece que su padre tenía algo de bienes pero que desde muy joven, Nicolás manifestó un dinamismo muy notable para los negocios, dentro del marco local,

* Informe del cor. Eulogio Parra en El País VII-1 del 25 /X II/1866 .

25. Quien los casó fue el P. José Tomás Verdad y Ramos hermano del li­cenciado Verdad. Archivos parroquialesd’ Ixtlán, libro5 bautismos 1788-1789 y matrimonios 9 de febrero de 1809 - Juana María pertenecía a la familia Sánchez de Ahuacatlán que dio a Jalisco su primer gober­nador Prisciliano Sánchez.

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siendo las dos actividades de Ixtlán la agricultura y la arriería. Le fue bien en sus correrías: iba a la feria de San Marcos en Aguascalientes, a la feria de San Juan de los Lagos, iba hasta Tabasco para comprar canela y cacao, vendía chile ancho de Jalisco; tuvo mina en Ca­calutan y sus muías transportaban la plata fundida en jabones a la Casa de Moneda de Guadalajara; pasaron los años y fue sumando casa sobre casa, terreno sobre terreno: dueño de varias manzanas en el mero corazón de Ixtlán, posee también las tierras de riego en las ori­llas donde crece la caña, terrenos en Ahuacatlán y Jo- mulco, parte de la hacienda de Santo Tomás; arrienda parte de la hacienda de Tetitlán; se posesiona de prác­ticamente toda la barranca (Plan de Barrancas será fundado por su hija Tula, esposa de Juan Hernández), de la Cofradía, de terrenos de riego en Jala. Ya mencio­namos la mina de plata de Cacalutan, la buena casa en el centro de Guadalajara; remata en 1856, comprando en Ixtlán terrenos del ayuntamiento: 3 solares y 4 po­treros en 1 216 pesos.26

Lamentablemente no tenemos ni un retrato de don Nicolás, mas se dice que existió uno de cuando fue fu­silado por los indios lozadeños cuando tomaron Ixtlán y saquearon las casas de los Ramírez, en búsqueda del viejo patriarca. Se dice que, en esta pintura, lo figu­raban como “ medias como pastor” y “ sombrero con plumas” como danzante; el informante, Nicolás Ramí­rez Parra, tío de don José Ramírez Flores, concluía que tal retrato no podía ser de su papá Nicolás, ya que este nunca vestía de pastor y mucho menos de indio emplu­mado; no había conocido los trajes de la Colonia, nada más.

Tal es el campeón de la causa liberal en Ixtlán y el representante del dinámico grupo ranchero estudiado por Luis González y David Brading, después de haber

26. Documentos citados. Información de don José Ramírez Flores, M. Ler­do de Tejada. Memoria de 1857, p. 316.

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sido señalado por McCutchen McBride, Frangois Che­valier y Eric Wolf. Don Nicolás representa a esos miles de empresarios pequeños y medianos, más ricos de va­lor que de capitales, quienes recorren el campo, com­prando todo lo que se puede comprar y transportar a lomo de muía: cueros, quesos, cera, chile, jabón, ropa, peinetas, etc., visitando los pueblos con su recua de muías, controlando un pequeño ejército de “rabatteurs” . Invierte los capitales juntados en el comercio, en la mina, en la tierra y en la ciudad también. El personaje es pintoresco, ya que el comerciante-arriero es un aven­turero en el sentido etimológico de la palabra; hombre dinámico, de pronta decisión, con una energía física y moral excepcional, un atrevimiento y una resolución sin par, como lo prueba el levantamiento de 1858 con sus hijos y parientes para salvar a su hijo Gregorio.

No es un comerciante como lo imaginamos hoy, no es un intermediario pasivo y sedentario; don Nicolás descubre mercancías, inventa tráficos (¡va hasta Ta­basco con sus muías!), antes que todo es un especulador y un prestamista también.

Como dice Brading: “ needles to say, in the civil wars which followed the attainment of Independance it was these rancheros who were the most successful in utilising their family network for military or political purpose” .27 ¿La prueba? Los Ramirez son oficiales de la Guardia Nacional, jueces de acordada, munícipes en Ixtlán y los pueblos vecinos, mucho antes de 185728 y en 1857 forman, con sus parientes políticos, la acordada de Ixtlán: Ramírez, Parra, Rodríguez, Manjarrez, etc., los 40 soldados son cuarenta parientes.29 Desde 1853 la

27. Haciendas and ranchos in the Mexican Bajío: Leon 1700-1850 Cam ­bridge University press 1978, p. 163.

28. Archivo Ayuntamiento Tepic: listas Guardia Nacional 1846; archivo municipal Ixtlán.

2v. Archivo Histórico de Jalisco G-15-857 JAL/122 Acordadas 1857, lista acordada Ixtlán.

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acordada de los Ramírez pelea contra los “ bandidos” de Manuel Lozada; después, los Libres de.Ixtlán, luego el batallón de Lanceros de Ramírez del glorioso Ejér­cito de Occidente de Ramón Corona. Todos los hijos de don Nicolás, sin excepción, sirvieron como militares liberales y la mayoría pasó del grado de teniente. El coronel Marcos Ramírez, abuelo de José Ramírez Flo­res, nacido en Techaluta, Jal., participó en la batalla de La Coronilla y ganó la medalla de ord del sitio de Queré- taro. Inocencia Ramírez, hija de don Nicolás, se casó con el doctor José María Parra, hermano del general Eulogio Parra, y los Ramírez llevaban relaciones con Santos Degollado, Ramón Corona, Antonio Rojas...

Esa fuerza político-militar les sirvió en sus empre­sas económicas, inseparables de las luchas de clanes, de castas y de clases del departamento de Ahuacatlán; en 1863 parece que habían perdido todo, pero la restau­ración de la república en 1867 y la caída de Lozada en 1873 fue victoria suya. Don Nicolás no vivió para ver el triunfo final, pero este no lo hubiera sorprendido.

Lo que me fascina en esta historia tan particular es cómo se viene a confirmar el dicho: “ quien agarra el hilo, saca el ovillo” ; o sea, cómo la microhistoria viene a contestar a las preguntas que suscita la Historia sin poder contestarlas a su nivel general. La historia oral y testimonial de la familia Ramírez en la persona de don Nicolás junta en un haz la problemática política de la Reforma y del Imperio, aclarando muchos aspectos de la vida social y económica: tierras, pueblos, razas, cla­ses, nación y estado.

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LA CASA BARRON, FORBES Y COMPAÑIA: FORMACION Y

DESARROLLO DE UNA EMPRESA EN MEXICO EN EL SIGLO XIX

El presente trabajo no es más que una posición de tesis, una cooperación al interesante debate sobre los empre­sarios en México y en América Latina en el siglo pasa­do. Su estudio está en pleno auge después de la publica­ción por Ciro Cardoso, Margarita Urías, Ma. Teresa Huerta, Shanty Oyarzábal, Guillermo Beato, Rosa Ma. Meyer, María Dolores Morales de Formación y Desa­rrollo de la burguesía en México, siglo XIX (1978 Siglo XXI). Dayid Walker está trabajando sobre la familia Martínez del Río; Guillermo de la Peña ha terminado su investigación sobre los empresarios del sur de Jalisco; en Guadalajara un grupo de investigadores relaciona­dos con Guillermo Beato se interesa en los tapatíos; Monterrey y San Luis también han llamado la aten­ción de los historiadores.

La Casa Barrón Forbes y compañía no es mi prin­cipal tema de investigación, pero desde 1968, desde que trabajo sobre el tema de Manuel Lozada y Nayarit,1 me he topado constantemente con don Eustaquio Barrón el Grande, con su amigo, socio y pariente político Gui­llermo Forbes, y con sus descendientes. Eso se debe a la hegemonía económica de la Casa en la región de Tepic

1. El ocaso de lazada Historia Mexicana 1969.

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y a las inevitables relaciones entre el cacique Manuel Lozada y la élite local. Se ha escrito muchas veces que Lozada fue hechura de la Casa y que trabajó para ella como jefe de una verdadera guardia blanca. No es mi tema hoy rectificar versión tan simplificadora de una realidad compleja, pero basta con señalar que de la misma manera existe una leyenda anti-zapatista que se agarra de las relaciones efectivamente existentes entre Zapata y los principales hacendados de Morelos, para pintar a Zapata como instrumento de los García Pimentel y compañía...

El hecho es que tuve que interesarme en Eustaquio Barrón en función de Manuel Lozada. Por eso no pre­sento hoy, ni presentaré después, un estudio exhaus­tivo de la Casa BF and CO; para alimentar la discusión sobre los empresarios en México en el siglo XIX, pro­porciono algunos elementos de comparación, doy algu­nos puntos de referencia, esbozo la trayectoria de una fortuna que se construye para gozarse a lo largo de un siglo. Dejaré generalmente mis citas en el tintero pero casi toda la documentación es de primera mano: archi­vos nacionales (Archivo General de la Nación, muchos ramos; Notarías del D.F. (1830-1895); Archivos de Gua­dalajara; Archivos de Tepic) y extranjeros (Londres, Paris, Washington); archivos privados de don Ricardo Lancaster Jones, don José Ramírez Flores, don Salva­dor Gutiérrez Contreras. Don Ricardo, por estar empa­rentado con la familia Barrón a través de su bisabuela Añorga, resultó un informante de primera. A él y a to­dos los que me ayudaron, en particular a Claude Ge- neste, quien me ayudó en Londres en 1972, a Alicia Her­nández y Margarita Urías quienes me guiaron en el archivo de Notarías del D.F., muchas gracias.

San Blas y Tepic: un lugar estratégico

Alejandra Moreno señaló a su tiempo que la apertura del puerto de San Blas a fines del siglo XVIII y su auge

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provocado durante la guerra de Independencia por la decadencia de Acapulco, estimuló notablemente la economía del Occidente a lo largo del eje Guadalajara- Tepic. De la misma manera la apertura del puerto de Tampico benefició a San Luis y la de Progreso y Sisal a Yucatán. Fortalece la economía provincial, está ligado al desarrollo del Consulado de Guadalajara como lo demostró don José Ramírez Flores2 y plantea el proble­ma del control de las aduanas. Parte de sus entradas iban al gobierno federal, pero los estados se atribuye­ron la facultad de gravar la introducción de mercan­cías y su exportación. El contrabando y la especulación fueron inseparables de las aduanas y su control fue un asunto político, de importancia regional tanto como nacional.

La exportación principal de México durante los primeros cincuenta años de su vida independiente fue la moneda acuñada. Numerosos empresarios coloca­ban sus capitales en el exterior, por falta de bancos nacionales, y exportaban numerario para pagar sus importaciones de mercancía. Además la Ley prohibía la exportación de oro y plata en pasta y de piedra mine­ral sin beneficiar (el beneficio era más barato en Ingla­terra o en Alemania). Como las casas de moneda cobra­ban 12% del valor del producto beneficiado, como se pagaba 10% para exportar, más derechos de ensaye, fundición, marca, etc., tanta presión fiscal invitaba al contrabando y conviene saber que no hubo negociante que no fuese algo contrabandista, por lo menos en la costa del Pacífico, de California a Acapulco.

Tanto la importación como la exportación estaba controlada por unas cuantas casas extranjeras que disponían de los capitales, del crédito y de las relacio­nes internacionales, lo que les daba el monopolio del comercio en el interior. Además, estas casas tenían

2. José Ramírez Flores, E l real consulado de Guadalajara, Guadalajara, 1952. (reed. 1976 IMCE)

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funciones bancarias de cambio y de préstamo, tanto para los particulares como para el Estado. Así junta­ban todos los beneficios, como unas décadas antes los peninsulares del Consulado.

A la actividad del puerto de San Blas se debió en­tonces la presencia en Tepic de numerosos extranjeros venidos de todos los países de Europa y América. Espa­ñoles, alemanes y británicos eran los más importantes, pero no faltaban los americanos, franceses, belgas, italianos. Tan pronto como estos extranjeros amasa­ban alguna fortuna, se transformaban en vicecónsules o cónsules de su país, o de cualquier otro. Así el español José María Castaños funciona en un momento dado como vicecónsul norteamericano; el alemán Riecke representa a Francia cuando es necesario y el inglés Barrón, nacido en Cádiz de padre irlandés, pretende acumular las representaciones inglesa y francesa. La función consular proporciona una protección compro­bada a los negocios. Todos son cónsules, todos son cos­mopolitas, todos hacen de todo, incluido el contraban­do.

Un informe francés nos dice que en 1832 los tres primeros negociantes de Tepic son, en orden de impor­tancia, Barrón, Castaños y Cubillas y que Forbes es el primero en San Blas. Cubillas había sido el número uno hasta 1831, cuando la pérdida de 200 000 pesos en un negocio aventurado lo llevó a la quiebra decente. Cubillas era cuñado de un Iñigo poderoso en Guaymas, pariente del naviero Iñigo en Burdeos.

De Castaños volveremos a hablar, pero ya es tiem­po de presentar a don Eustaquio Barrón.“Suerte Irlandesa”Así tituló don Ricardo Lancaster Jones3 los apuntes biográficos que publicó sobre Barrón. En 1833, cuando3. Lancaster Jones a Jean Meyer, 1969 y 1979, Archivos Ayuntamiento

de Tepic.

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es ya el primer negociante de la plaza de Tepic, tiene unos 43 años, está casado con Cándida Añorga, joven viuda de un capitán gallego, José Antonio Pintó. Tie­nen varios hijos, tendrán pronto nueve. El informante francés nos dice que Barrón es partidario de Busta­mante, quiere mucho a don Lucas Alamán, a los padres misioneros y a los jesuítas, desprecia profundamente a Santa Anna. El gobernador de Jalisco se queja de que “tiene opiniones españolas, es entrometido, insolente, contrabandista” . Nació en Cádiz en 1790 de Eustace Barron, irlandés del condado de Waterford. Su padre vino a la Nueva España (con él o sin él, no lo sabemos) y lo encontramos en las rentas del tabaco, de la pólvora y de los naipes, en Acapulco, según lo sabe Alfonso Cam­pos.4 Eustace chico estudia en un buen colegio inglés y sale para el Perú a luchar contra los insurgentes. Poco antes de la independencia de este país, se va a Califor­nia y, casualmente, en la escala de San Blas, se topa con su compañero de colegio el escocés William Forbes, negociante en Guaymas. Forbes lo convence de abrir una agencia de comisiones en Tepic y así empieza lo que iba a ser la Casa Barrón, Forbes y Compañía. La cronología es imprecisa, pero Catalina Barrón nace de Eustaquio Barrón y de Cándida Añorga, en Tepic, el 24 de diciembre de 1824. En 1827 Barrón representa ya a Gran Bretaña en Tepic y San Blas. Junta rápidamente gran capital comercial que reinvierte en una multitud de negocios a lo largo de la costa, desde California has­ta Guayaquil. Se lanza en la industria textil (en los 30s), compra haciendas y terrenos urbanos en toda la región, presta a todo el mundo. En 1846 se siente lo sufi­cientemente rico como para descansar. Sale de viaje por dos años a Europa, con toda la familia. Deja el con­sulado y los negocios en manos de su amigo Forbes, quien se casó con la hija del primer matrimonio de Cán­

4. Alfonso Campos a Meyer, 1979.

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dida Añorga, la hijastra de Barrón. Parece que no pen­saba regresar a México. El lujo fastuoso de Barrón en las capitales europeas hace de él un personaje digno de los más espléndidos gastadores de la Comedie Humai- ne de Balzac. A donde llega, compra casa, sirvientes, coches y caballos. Europa lo decepciona, se aburre y dedice regresar a México. Pero no vuelve a Tepic, se queda en la capital y manda llamar a su socio William Forbes; las dos familias viven en México, en un lujo increíble, derrochando fastuosamente en sus residen­cias del centro (el actual pasaje América en el no. 9 de San Francisco) y de Tacubaya (hoy Parque Lira). Es cuando don Eustaquio se hace retratar, con toda su familia, por un desgraciado pintor francés a quien mal­trata mucho, se niega a pagarle y por fin lo manda al bote porque se atreve a pedirle el salario convenido.5

Deja los negocios de Tepic a su empleado Juan All- sopp, el nuevo cónsul inglés y trabaja a escala nacio­nal; el gran negocio es el Estado, sus finanzas, las opor­tunidades que ofrece: la desamortización de los bienes del clero, los ferrocarriles, la deuda externa, los emprés­titos.

Como parte de su estrategia matrimonial, don Eus­taquio casa a su hija Catalina con Antonio Escandón (1855), hermano de Manuel, quizá uno de los hombres más ricos del país en aquel entonces. Antonia se casa con un banquero ecutoriano quien vive en Paris, el conde Luzárraga: la casa Luzárraga de Guayaquil abas­tecía la fábrica textil de Tepic. Los Barrón de la segun­da y de la tercera generación se casan con gente del Gotha nacional e internacional: Rincón Gallardo, Ro­mero de Terreros, duques españoles, franceses, ingle­ses y la pasan bien en Europa. De los hijos, Eustaquio es el único en interesarse en los negocios; después de su

5. Ese cuadro, propiedad de un descendiente, se enseñó en 1979 en el Ins­tituto Anglo-Mexicano de Cultura, para las desgracias del pobre pintor Pingres; ver los archivos franceses e ingleses.

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muerte, Guillermo es el último empresario. Los otros pueden decir como el marqués de Villavieja. Manuel Escandón y Barrón, “Life has been good” 6

Don Eustaquio muere en 1859, feliz de haber mani­festado su poder en 1856-1857, al provocar la ruptura de relaciones entre México y Gran Bretaña, hasta ganar la partida en el conflicto que lo opone a través de su hijo, cónsul en Tepic, a Santos Degollado y a la familia Gómez Farías. La catedral de Tepic, recuerda que en 1848 Eustaquio Barrón consiguió del Papa el privilegio de consagrar un altar a la Virgen María en un arran­que de devoción irlando-mexicana.

L os n e g o c io s de la C asa B arrón F orbes y C om ­pañía

La base local

Históricamente la fortuna de la Casa tiene una base geográfica y comercial. Se levanta sobre el comercio del pacífico, internacional y regional. La función comer­cial es inseparable de la financiera y las dosllevan a inversiones industriales y adquisiciones inmobiliarias (deseadas o no estas últimas: muchas veces son conse­cuencias de préstamos). El resultado es un crecimiento en todas direcciones durante 20 años, luego un creci­miento local continuado pero acompañado por un cam­bio de horizonte: La Casa Barrón and Forbes se intere­sa cada día más en negocios nacionales e internaciona­les y se desliga de su base local.

El comercio

Don Ricardo Lancaster Jones explica que el primer negocio jugoso fue encontrar compradores de bienes de

6. Life has been good, Londres 1938.

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los Agustinos (los cuales van a invertir en las misiones ñlipinas): las haciendas de Mascota, las casas en el centro de Guadalajara. Eso fue la base del gran capital de la Casa que era al mismo tiempo apoderada del co­mercio de Manila y de California. Compraba todas las perlas de California y las armaba en collares en San Blas para venderlos en Europa. Años después Catalina Barrón de Escandón deslumbró a la Corte francesa con un collar de estas perlas. Lo compró la emperatriz Eu­genia y se dice que con este dinero los Barrón hicieron su aportación de capital al Ferrocarril mexicano.

La importancia de los negocios califomianos, anun­ciada desde 1843 por los Barrón y los Forbes, cónsules británicos en California, Tepic y San Blas (cubren to­da la costa), confirmada con el descubrimiento del oro, los lleva a fundar una Bolton and Barron Company en San Francisco, y una Forbes, Oceguera y Compañía en Sonora. En los asuntos califomianos la Casa juega y gana contra la Compañía Restauradora de Jecker-To- rre, los franceses de Raousset-Boulbon y otros filibus­teros.7

Funda la Sociedad Exploradora de Metales de So­nora con el apoyo de las autoridades de Sonora y Méxi­co. Al mismo tiempo contribuye al fracaso délas em­presas francesas, por otro lado cobra $ 20 000.00 a la legación francesa en México para transportar a los presos franceses de la expedición Raousset-Boulbon. En 1853 Eustaquio Barrón solicitó órdenes para quelas autoridades de Sonora y Baja California lo auxilien y protejan a fin de poblar y explotar los terrenos de la isla del Angel de la Guarda en el Golfo de Cortés.

Hacia el sur, la Casa Barron extiende sus negocios hasta Guayaquil, donde compra algodón desde los años 30. Este comercio está bgado a su fábrica en Jauja.

7. Wyllys, Rufus K., L os franceses en Sonora (,1932)Ed. Porrúa 1971, Jean Meyer, Los franceses en México durante el siglo X IX , en R elaciones, Yol. I, n. 2. 1979.

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Pero el gran comercio se hace con Europa, comer­cio de importación de los bienes más variados: azogue, maquinaria, libros, vinos, ropa, tejidos, vituallas finas, cristal, vajillas. Las listas que nos proporcionaron los libros de aduanas no tienen fin y el valor del cargamen­to es bien alto. El comercio de exportación, aunque es muy importante, no es variado: alimentos hacia Guay- mas y la California, palo tinto de la Bahía dé Matan- chen, cueros, tabaco, y, last but not least, pesos acuña­dos y plata. Tan temprano como 1830, la Casa Barrón Forbes y Ce se lleva la tajada de las importaciones (pa­ga $ 116 670 pesos de un total de $ 263 663 de derechos). En 1831 importa el 90% del total, principalmente lien­zos y tejidos de algodón de Inglaterra y Ecuador. 1832: 32 000 de 118 000; 1834-1835: La Casa Barrón y la Casa Castaños se dividen las importaciones; en 1841 Casta­ños paga 83 000 pesos y Barrón $ 40 000 de un total de $ 208 000. En 1843 pagan respectivamente $ 35 000 y $ 110 000 de los $ 380 000 recaudados.8 Y de aquí en ade­lante es un puro decrecer para Castaños y crecer para Barrón. Las dificultades del competidor Castaños no son comerciales, tienen orígenes industriales. La quie­bra de la Casa Castaños a fines de los años 40 se debe a la fábrica textil de Bellavista y lleva consigo el ingenio modelo de Puga, así como los otros negocios.

La función bancaria

La Casa Barrón, Forbes y* Compañía, como las otras casas de comercio funciona como banco. No es nada nuevo, ya que vemos en los libros de cuentas del Real Consulado de Guadalajara que las tiendas importan­tes funcionan como prestamistas y también reciben dinero que ponen a trabajar. No tenemos la contabili­dad de la Casa Barrón pero en los libros de Aduanas de

8. Libros de Aduanas de San Blas, AGN.

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- San Blas y Tepic eso se ve claramente. En 18301a Casa aparece como apoderado de varios negocios y como prestamista: presta a particulares para que puedan pagar los derechos de aduanas; adelanta también al Estado los sueldos de los empleados y del resguardo militar de las aduanas de San Blas. En el libro de 1841, tanto la Casa Castaños como la Barrón Forbes y C- aparecen en el ramo “ enteros y pagos por supremos órdenes” . En 1843 Barrón endosa libranzas conside­rables; en 1849 recibe 45 000 pesos por “ suprema orden de la Tesorería General de la Federación, como pago adeuda a José Yves Limantour” de quien Barrón y For­bes son los apoderados.

En 1852 los documentos los señalan como tenedo­res de los bonos ingleses y como apoderados de la deuda inglesa; de la deuda interna, también.9

Están definitivamente fuera del marco regional y juegan papel bancario al nivel nacional por muchos años. En 1858 trabajan la deuda de Londres, la conven­ción inglesa y española. En 1865 la Regencia les paga­rá 746 837 pesos.

El observador francés, quien no quiere para nada de este banquero ligado a Inglaterra, la gran rival de Francia en la carrera imperialista, escribe en 1853: “ El tesoro está vacío en esta espantosa situación ¿qué puede hacer Santa Anna? Los agiotistas ven y com­prenden sus dificultades y tratan de aprovecharlas en su beneficio. Lo rodean, lo acosan y lo van aprisionan­do en sus redes. Una compañía a cuyo frente están Es- candón, de la Torre, Barrón y otros intrigantes enri­quecidos como ellos por el contrabando y el agio, aca­ba de presentar un proyecto: mediante una renta de nueve millones de pesos pagados al tesoro, se le entre­garía la administración de las aduanas y de todos los

9. A G N “enterado a los Sres. Barron y Forbes los fondos pertenecientes a la deuda de Londres y el 20% de la deuda interior”

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otros ingresos del Estado” . Basta. Ya van varias veces que se habla de contrabando.

El contrabando

El contrabando en el siglo XIX, como en el siglo XVIII, es inseparable del gran negocio. Sin él no se puede ha­cer fortuna y las mejores fortunas se deshacen. Por eso todos los negociantes, sin excepción, aparecen como contrabandistas bajo la pluma de las autoridades (Lu­cas Alamán, el gobernador de Jalisco, el jefe político de Tepic) y de los diplomáticos extranjeros. Ya vimos que la Casa Barron Forbes y CQ tiene esa fama. De Casta­ños dice el gobernador de Jalisco, en 1833, que “ es de los más perniciosos contrabandistas de Tepic y San Blas, promovedor de discordias entre los vecinos” . Y no hay quien se escape de todos los negociantes de Tepic y Gua- dalajara.

“ De 40 años a esta parte las importaciones de Eu­ropa a la costa del Pacífico han sido el monopolio de unas 20 casas de comercio, casi todas extranjeras. Es­tas casas forman en cada puerto una asociación com­pacta y solidaria constituida con la mayor regularidad con el objeto de aprovecharse de las crisis y vicisitudes mercantiles y preparar situaciones favorables a sus miras; su única industria es el agio ejercido en las ren­tas públicas y el contrabando. Disminuyen los ingresos de las aduanas marítimas en cuanto a la importación de 40% y se exporta anualmente por medio del contra­bando por valor de más de 7 millones de pesos, en di­nero acuñado, barras de plata, etc. Esas operaciones no son practicables, sino para casas ricas; es necesario, en efecto, ser dueño único, sin participación ni interven­ción ajena de la cosa que se importa, es decir del buque y de su carga, para poder entregarse a este género de especulación. El vendedor al pormenor es tributario del importador y pertenece en cuerpo y alma al vampiro que le abre una cuenta corriente.

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De cuarenta años acá esas corporaciones lo tienen todo en su dependencia en la costa. Dan órdenes a los empleados, nombran y destituyen autoridades, tratan de señor a vasallo con las administraciones locales, antiguamente trataban de potencia a potencia con el Supremo Gobierno. Todo se anonadaba o se inclinaba ante su omnipotencia. Jueces, magistrados, gobernan­tes y militares, la clase media, el pueblo bajo, la ma­rinería costera y todas las clases de la sociedad. Su­primían al momento todo cuanto amenazaba contra­rrestar sus amaños y no retrocedían ante los gastos de un pronunciamiento para deshacerse de un gobierno indómito o de un administrador de aduanas testaru­do” .10

El agio versaba sobre los pesos mexicanos, cuyo título era superior a su valor nominal. Ese negocio era muy activo en los mercados de Londres y Paris quienes mandaban a su vez, con beneficio, los pesos mexicanos a China y Japón.

La Casa Barrón, Forbes y CQ supo tempranamen­te utilizar los buques de guerra de su Majestad Británi­ca para facilitar estas prácticas. Desde luego que sus funciones consulares de algo sirvieron. En 1846 Eus­taquio Grande escribe al Foreign Office que sería de gran importancia para el comercio británico en el Pa­cífico, utilizar los buques de guerra para el transporte de los metales preciosos. “ Se ha hablado mucho del contrabando de tesoros a bordo de los barcos de Su Ma­jestad y se ha implicado no solamente a los negociantes sino también a los comandantes de los navios” . Es de todos conocido que se grava la exportación de monedas acuñadas en todos los puertos de la República Mexica­na de un impuesto exorbitante que resulta casi prohi­bitivo; con la excepción de unos pocos puertos, la expor­tación de oro y de plata no acuñada está totalmente pro­hibida. El impuesto es de 10%.

10. AGN mayo 1866 A. Salar.

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En cuanto a los bienes, es un asunto muy diferente y la exacción es como diez veces esta cantidad sobre muchos artículos británicos11 pero el negociante se puede recuperar en el mercado, mientras que las mone­das tienen un precio fijo, se queja don Eustaquio. Ade­más los que venden a México, no encuentran nada que llevar a Inglaterra, sino los pesos de plata. Prosigue:

Debe el comandante del buque de guerra [que viene regular­mente a recibir los tesoros], cuando un barco se presenta con su carga de monedas, sea de día, sea de noche, negarse a reci­birla si no presenta los documentos aduanales atestiguando que el enorme impuesto prohibitivo de 10% ha sido pagado ¿Se le puede pedir al comandante británico de un buque de guerra volverse al asistente de unas aduanas m exicanas? ¿E s con­secuente con el deber de un oficial británico meterse en cues­tiones fiscales con mercaderes británicos, o es justo que la propiedad de sujetos británicos sea destruida y, debajo de los cañones de un buque de guerra británico, aventada en las garras de un oficial rapaz de las aduanas mexicanas?

Después de explicar que ningún barco es tan segu­ro y tan barato para transportar dinero en efectivo co­mo un barco de guerra de S.M.B., vuelve a su tema:

Entiendo bien todo lo feo que lleva la palabra contrabando en Inglaterra, pero pretendo que la práctica de evadir el pago del im puesto exorbitante y prohibitivo sobre esta costa no m e­rece a los comerciantes la aplicación desta palabra en su sen­tido ordinario: esas evasiones y reducciones de impuestos son el hecho de los Mexicanos mismos, practicado por los emplea­dos con el conocimiento del Gobierno Federal quien los nom ­bra y protege. Toda la conducta de los gobiernos revoluciona rios de este país ha sido y sigue siendo, no de legislar sobre principios sanos y para bien del país, sino para los beneficios individuales de sus em pleados. Las leyes se hacen y los im ­puestos se im ponen, no para la ejecución bona fide de la pri 11

11. Foreign Office, 19 p., 1846.

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mera, o la colecta de los segundos, sino para los sueldos de los que hacen las leyes y de los recaudadores. Altos derechos son decretados no para beneficio del Gobierno sino para el recau­dador y sus colaboradores. Como el negociante m anda su di­nero a través de las aduanas, aunque aparentemente en for­m a clandestina, no se le puede tachar de contrabandista ya que el jefe de las aduanas debe considerarse como el m ism o Gobierno [...].

Y termina invitando de la manera más urgente el gobierno británico que se ordene a sus buques de guerra recibir las remesas de dinero “without enquiring whet­her or not the fiscal or prohibitory regulations had been complied with by the marchants on shore” . Sin comen­tario. O mejor dicho, un breve comentario: este era el punto de vista de todos los comerciantes. Somos con­trabandistas sin serlo y el contrabandista en jefe es el gobierno. En su libro Los bandidos de Río Frío, Ma­nuel Payno, especialista de las aduanas, relacionado con los Escandón y con los Barrón, pinta muy bien la cita entre el buque de guerra inglés y los comerciantes del Occidente.

La industria textil

En 1838 a lo más tarde, Barrón había puesto a andar una fábrica con 80 telares, en Jauja,* sobare el río de Tepic, muy cerca de la ciudad. En 1843 trabajaba 97 quintales de algodón a la semana, mientras que la fá­brica Castaños, en Bellavista, a 7 Kms. de Tepic (1841), con instalaciones más importantes consumía 65 quinta­les a la semana. Bellavista se equipó con máquinas belgas, mientras que Jauja compró su maquinaria en Estados Unidos.12 En 1844 Castaños tenía ya graves

* Hay un dicho, “hacer su Jauja” que significa “hacer su agosto” .

12. Estado general de las fábricas de hilados y tejidos de algodón, 1843.

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problemas financieros que trató de resolver con un au­mento de capital: Castaños, Fletes y CQ.

Después de “ las inumerables adversidades por las que había pasado la fábrica” , Castaños perdió la parti­da y murió arruinado. Parece que además de la mala ju­gada inicial de comprar equipo en Bélgica, sufrió una gestión menos hábil que la de Jauja. Jauja, con menos capital invertido, con menos instalaciones, produce más y a mejor precio y emplea más gente. En 1851 Jau­ja tenía 10 técnicos norteamericanos y más de 200 obre­ros; sus talleres mecánicos y la presidencia de técnicos bien pagados le evitaron las fallas que seguido parali­zaron a Bellavista.13

Después de la quiebra y de la muerte de Castaños se formó una Compañía Tepiqueña con Barrón Forbes y CQ, los alemanes Blume y Augspurg y el español J. A. Aguirre. En 1857 la Compañía Castaños no tenía capi­tal para continuar el giro de la hacienda azucarera de Puga, único ramo que quedaba después de pagar las deudas de la empresa industrial en Bellavista y Puga. Las deudas de la fábrica eran 136 000 pesos a favor de la casa Luzárraga de Guayaquil quien la abastecía de algodón, y a Jauja también. (Eustaquio grande casa una de sus hijas con un hijo Luzárraga, banquero y conde en Europa).

La industria textil de Tepic era más importante que la de Guadalajara porque gozaba de la proximidad del puerto de San Blas: tanto el algodón ecuatoriano como las máquinas importadas le resultaban más ba­

13. Archivos Tepic, Ingeniero J. F. Parkinson., R. Lancaster Jones. Encon­tré casualmente, en 1979, el archivo de Notarías, mejor dicho lo que queda de él, en un basurero. Lo rescaté, lo inventarié y ahora gracias al licenciado Pedro Ponce de León, presidente del tribunal, está a salvo, en el archivo del Poder Judicial. Páralos años 1833-1900 están los li­bros de F. de Santa, Jesús Béjar, Fermín Castro, Vicente González, Sa­lazar, Francisco Pintado, Fr. Pesquera, Ignacio Cruz, Tomás Tostado, el Lie. Ruiz, Tomás Andrade, Morán, más los de Santiago Ixcuintla y de Ixtlán. En total 136 volúmenes.

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ratos y, después, el cultivo del algodón se desarrolló en Santiago Ixcuintla y Acaponeta. Así la manta de algo­dón de Jauja y la “tepiqueña” fueron famosas en todo el país.

Durante muchos años resultó conveniente impor­tar algodón de Guayaquil, pero en 1842 ya “ se va pro­pagando el algodón arbóreo habiendo ya cerca de 40 000 árboles” . En Manchester, una asociación para el fo­mento del cultivo del algodón se interesó en 1857 en el algodón de Tepic; a su cuestionario en 15 puntos se le contestó que la región se prestaba a maravilla al culti­vo del algodón; que las dos fábricas de Tepic y las tres de Guadalajara consumían al año 320 000 arrobas de semillas; que por falta de capital, los productos no po­dían tener máquinas para desgranar (cotton gin) y por eso vendían el algodón bruto con semilla. Otro obstácu­lo al desarrollo del cultivo era la escasez de mano de obra. La Casa Barrón Forbes y CQ no parece haberse interesado mucho en la producción local del algodón.14

Tierras, minas, casas, barcos...

La Casa Barron compró sistemáticamente todo lo que se le paró enfrente: Bellavista y Puga, las haciendas de Miravalle y San José, el Borbollón, San Lorenzo, Moja­rras y muchas otras. Compró casas y fincas urbanas en Tepic, San Blas, Jalisco, Santiago, Acaponeta;15 tuvo minas en Alta Caifornia, Sonora, en la región de Tepic, buques que vendió a otros socios. Muchas veces com­pró porque era la única manera de recuperar dinero prestado. En un caso compra de un golpe 10 ranchos y fincas, 250 000 pesos al contado, porque había un cré­dito refaccionario a su favor. Almacenes, potreros, salinas, acciones de todo tipo de empresas, ¿en dónde

14. Consulado de Francia, 1857.15. Notaría de Jesús Béjar en Tepic.

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no está metida la Casa? Controla prácticamente la vida económica de la región que, de hecho, le queda chica.

La Casa Barrón, Forbes y el Estado

Cuando en 1848 don Eustaquio regresa de Europa, se instala en la ciudad de México. Deja a sus hijos y a sus apoderados Allsopp o Lonergan seguir el juego clásico que lo aburre en Tepic. Ahora trabaja con los presiden­tes de la República y los gobiernos ingleses. Como nun­ca había querido a Santa Anna, no se preocupa por su caída y presta dinero a Comonfort para acabar con Carrera.16 No viene al caso contar aquí la tremenda bronca que se armó, primero en Tepic entre los Casta­ños juniors apoyados por los juniors Gómez Farías y Santos Degollado, y los Barrón and Forbes chicos; lue­go en la ciudad de México y por fin entre México e In­glaterra. Basta recordar que don Eustaquio consiguió el bloqueo inglés, el desacato de Degollado, recuperó el control de las aduanas de San Blas y ganó una indem­nización de 150 000 dólares.17 Cuando triunfa en 1857 se le acredita una fortuna de 10 millones de dólares, influencias decisivas sobre la embajada inglesa y un humor “altivo, exigente, intratable” .

En 1855 casa su hija Catalina con Antonio Escan- dón y en 1857 es, con Manuel Escandón, el socio más importante de la Compañía del Ferrocarril. Manuel Escandón representa la conexión liberal y las buenas relaciones con Gómez Farías, Comonfort, Payno, Juá­rez.

Jan Bazant18 cuenta cómo Barrón presta al go­bierno de Zuloaga con garantía de bienes eclesiásticos

16. Quai D’Orsay.17. Quai D’Orsay, Foreign Office, State Department, 1856-1857.18. Los bienes de la Iglesia en M éxico, 2da. Ed., 1977, El Colegio de México.

157 p., 201-206.

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y se queda en la ciudad de México con 22casas, entre las cuales está la Merced, con valor de 310 000 pesos. Figura entre los;segundos compradores extranjeros más importantes de bienes desamortizados y naciona­lizados.

Imperturbable, financia la Casa Barrón los go­biernos de la Reforma, de la reacción conservadora y del Imperio. Eustaquio grande ha muerto en 1859, si­gue Eustaquio chico. En 1861-1862, le va muy bien, ya que su socio Escandón es, con Zarco, el alma del nuevo gabinete. “Payno, de acuerdo con su amigo Escandón, está dirigiendo las operaciones financieras del gobier­no actual” .19 Manuel Escandón muere en 1862 y su her­mano Antonio es el del viaje a Miramar para ofrecer a Maximiliano el imperio mexicano. Escandón y Barrón son los primeros acreedores del ferrocarril y controlan el consejo de la Compañía que hábilmente tiene razón social inglesa. Eso permite a Juárez, después de la vic­toria, hacerse de la vista gorda. El decreto presiden­cial del 27 de noviembre de 1867 mantiene a Escandón y Barrón en su posición, con ventajas aún superiores. En 1873 Barrón firma el convenio celebrado entre el ministerio de Fomento y la CQ Limitada del Ferrocarril Mexicano, llamada vulgarmente de los 14.20

La Casa Barrón no había olvidado sacar partido de las dificultades financieras del Imperio: cuando se negoció el nuevo empréstito con Hottinguer y CQ, el emperador mandó a París a Barrón y Bourdillon con plenos poderes para negociar definitivamente la con­cesión del Banco. Payno explica en sus Cuentas cómo la Casa Barron había hipotecado el palacio de Bazaine en México por 60 000 pesos a 6% y se hizo pagar en fe­brero de 1866, sobre las aduanas de San Blas. Al final,

19. Quai D’Orsay, 9 de Agosto de 1861.20. Historia M oderna, República Restaurada, Vida Económ ica, pp. 21-22

y 617 sg., Vicente Riva Palacio. Historia de la Adm inistración de Lerdo de Tejada, 1875, pp. 189-197.

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las relaciones son malas, ya que los financieros se dis­tancian de un régimen que saben condenado. Hasta hay orden de prisión contra Antonio Escandón...

Parece que Eustaquio Barrón chico prometió a Santiago Smith 300 000 pesos si obtenía de sus amigos liberales que no se tomaran sanciones contra la Casa. Ni hubo amenzas de sanciones, por lo cual Eustaquio, y después de su muerte Guillermo Barrón se negó a pa­gar...21

En 1867, de las instituciones financieras impor­tantes en la capital no quedaba más que la Casa Ba­rrón, Forbes y CQ, quien prestó enseguida a Juárez y después a Lerdo.

En 1874, Guillermo Barrón aprovecha un viaje a Europa para buscar un arreglo entre el gobierno mexi­cano y el Mexican Bondholders Committee. Actúa se­gún instrucciones del Presidente Lerdo de Tejada y está encargado de hacer “una apertura no oficial hacia la reanudación de relaciones” entre México e Inglate­rra.22

Fin de la Casa Barron Forbes y C-

Eustaquio grande fundó y levantó a una altura extre­ma el negocio; después de él no hubo más que dos Ba­rrón para seguir en los negocios, Eustaquio chico, muer­to menos de diez años después del fundador, y Guiller­mo, nacido en 1829. Los numerosos hermanos y sus descendientes viven espléndidamente de sus rentas y nada más. En Tepic, los que administran la fortuna son ahora los miembros de la Casa española Aguirre, quien se prepara para la sucesión. En 1885 la Casa Ba­rrón otorga poderes y en 1895 se registra la disolución

21. Documento proporcionado por don Rafael Porrúa, en 1974.22. Foreign Office, diciembre de 1874.

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de la compañía y adjudicación de bienes de Francisco y Eustaquio Barrón.23

En el acta se lee que en 1885 formaron una socie­dad de negocios agrícolas, industriales y comerciales en el D.F., Tepic y Morelos, después de la liquidación de la antigua sociedad. Sigue con la misma razón social hasta 1892. Guillermo Barrón tiene el 60% del capital social (diversos créditos, acciones de gas, terrenos déla colonia Nápoles en el D.F., hacienda de Miacatlán, almacén en San Blas, fincas urbanas, fábrica de Jauja, haciendas de Trapichillo, San Lorenzo, San José, Pu­ga, etc..., los mejores terrenos del valle de Tepic). Fran­cisco y Eustaquio aportan el 40%. En 1893 se efectuó la liquidación: 672 000 pesos a Eustaquio y Francisco, en la forma siguiente:

Las dos haciendas de Puga y Mora con sus ran­chos anexos, o sea 425 000 pesos, más terrenos en Te­pic, 325 acciones mineras en Ixtlán, 1 000 acciones de the Mexican Gas and Electric Light C Ltd.

Tan pronto como se liquida la Barron Forbes y CQ, Domingo Aguirre, el viejo español solterón, hermano de aquel José Antonio quien había fundado la Casa Aguirre en 1826 y que había trabajado 40 años en Te- pie antes de irse a morir a Bilbao, Domingo empieza a comprar como loco fincas rústicas a todos los Barrón. La Sociedad J.A. de Aguirre y Ca, fundada en 1876 por J. Víctor de Aguirre y Domingo Aguirre, refundada en 1885 como sociedad mercantil, se adjudica en 1895 a favor de Domingo.24 Tiene, pues, la fábrica de Bella­vista, la hacienda La Escondida, ranchos numerosos, potreros, El Salto, el uso de las aguas para sus fábricas, parte de la costa, la hacienda de Lamego, terrenos in­mensos en las marismas del noroeste de Nayarit (Chi-

23. Notarías Tepic y D.F., en el D .F., R. de la Cueva, A . Roldán, Mariano Cabeza de Vaca. Alberto Ferreira. Fr. Madariapa. Arturo Ruiz. etc.... de 1830 a 1895.

24. Notarías Tepic.

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lapa, Rosamorada), fincas urbanas, haciendas en Aca­poneta, minas, goletas, valores y dinero en metálico...

Mientras los Barrón de la segunda y de la tercera generación seguían gozando de la buena vida que apre­ciaba don Eustaquio grande, los Aguirre trabajaban con la tenacidad legendaria del abarrotero español y después de 1876 empezaban a crecer y crecer. Así nace, sin hacer ruido, la Casa Aguirre de la cual se dice que fue dueña de Nayarit de 1900 a 1933. Los administra­dores de los negocios de los Barrón se vuelven primero socios y luego herederos.

Ahora podemos ver que don Eustaquio representa un tipo bien especial de capitalista. Gana su capital inicial de la manera más tradicional, más novohispá- nica que sea y luego lo multiplica invirtiéndolo en to­das las direcciones: gran y pequeño comercio, indus­tria, préstamo, hipoteca, agio, mina, tierra, ferrocarril. Eso no permite decir que fuese un capitalista como lo eran sus compatriotas de Manchester, en la misma época, ya que su actividad decisiva, estratégica, la que condiciona y explica todas las demás, es la de presta­mista. Gran prestamista, por su grandeza misma, tie­ne que salir de la región que hizo su fortuna para ir a México a trabajar con el Estado, apoyándose sobre la embajada de Inglaterra y sus relaciones políticas (La- fragua, Payno, Escandón). Don Eustaquio analiza perfectamente la primacía de lo político sobre lo eco­nómico cuando en 1846 explica a Londres el problema del contrabando. Quien controla políticamente las aduanas de San Blas, hace los grandes negocios.25

Como dice David Walker, “cada empresario trató de poner al Estado a su propio servicio, en detrimento del interés de clase, del crecimiento económ ico y de la estabilidad política” .26 Participar en los negocios de

25 Ver el Capítulo clásico de Karl Polanyi sobre “la Haute Finance” en L a g r a n tr a n s fo r m a c ió n . México 1975, pp. 24-30.

26. Las ubérrimas ubres del Estado en N e x o s n. 15, Marzo de 1979 p. 17.

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la deuda externa e interna resultaba mucho más jugoso que los mejores negocios industriales que eran difícil­mente viables, según lo ilustra el caso de Bellavista. Así los particulares se hacen ricos, pero no sus empre­sas.

El gran empresario, don Eustaquio, no tenía men­talidad weberiana y la ascética moral capitalista le era totalmente ajena. Después de su viaje fastuoso a Euro­pa (¡2 años!), vuelve a los negocios, pero parece más un jugador bienaventurado y orgulloso, un aristócrata del dinero, que un capitalista moderno. De sus descendien­tes, ni hablar; la pasaron bien, “ life has been good” . No juegan ningún papel en el desarrollo económico de la etapa posterior. Como decía hace mucho Lucien Feb- vre: “Parece ser una ley general que, una vez logrado el éxito, los hijos de los que, peleando, tomando riesgos, luchando a brazo partido y generalmente sin escrúpu­los, son los aprovechadores y los vencedores de una época, se retiran de la lucha, sea ellos mismos, sea sus herederos. Después de una o dos generaciones (depende de las circunstancias) se transforman en aristócratas alejados de los negocios o no participan en ellos más que como prestamistas” .

Barrón no es un empresario capitalista de tipo eu­ropeo clásico. Y sus colegas Escandón, de la Torre, Mier y Terán, Martínez del Río “ los 11” , “ los 14” , tampoco son los líderes de un desarrollo económico de carácter capitalista. Amasan capital, juntan capital a su mane­ra, que es la de su país y de su época. “ Cada época tiene los capitalistas que merece, hechos a su medida y se­mejanza” .27 Llama la atención que los hombres de ne­gocio del México de hoy se parezcan mucho a los em­presarios del siglo pasado.

27. Lucien Fébvre-Melanges-Capitalismo et Capitalistes, pp. 332-333.Se trata de un ensayo a propósito de Henri Pirenne, Paris. A Colin,1965.

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LA CUESTION DE TEPIC1 EL SENTIDO DE LA SEPARACION DE

FACTO DEL 72 CANTON EN 1867

El poderoso estado de Jalisco, si bien planteó la cues­tión regional en más de una ocasión al gobierno fede­ral, sea en forma política, sea en forma militar, tam­poco pudo evitar las consecuencias de tan explosiva cuestión. Desde luego, los agitados años 1857-1867 fueron los que vieron manifestarse más claramente los aspectos centrífugos de la cuestión regional. Regiona- lista frente a México (fuese centralista o federalista el gobierno en turno), Guadalajara tenia que ser centra­lista dentro de Jalisco: no había recuperado los terri­torios perdidos por la Nueva Galicia cuando la refor­ma de las intendencias, había aceptado la segregación de Colima, pero no podía aceptar que Autlán soñara con unirse a Colima, Lagos con Guanajuato o Aguas- calientes, Colotlán con Zacatecas. Mucho menos que se independizara el 1- cantón, el de Tepic, importante por su puerto de San Blas, cuya apertura se debía en gran parte a la actividad del Consulado de Guadalajara.

1. Título de un folleto de Silverio García, político y periodista jalisciense publicado en 1878, Guadalajara, Tip. Banda XLV + 210 p.

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En este delicado asunto, el centralismo tenía más coherencia ideológica, mientras que el federalismo temía siempre verse enfrentado con argumentos suyos.Escuchemos la prédica federalista en Jalisco en 1823:

El Ayuntam iento de Tequila a sus habitantes. Ciudadanos: Vuestro Ayuntam iento faltaría á sus deberes, si al interrogaros las preguntas á que se contrae el m anifiesto del Exm o. sr. capitán general de Nueva Galicia no os hiciera patentes lo que debeis esperar de una República Federada, y de otra central: ésta como distante no vería vuestra miseria no percibiría vuestro mérito, desoiría vuestros clam ores: para alia irían continuamente vuestras riquezas: de alia vendrían los empleados á ocupar los mejores puestos: vuestros brazos y vuestras vidas seria el sostén de su autoridad: los Mexicanos solamente serian libres y ricos, y á vosotros os tocaría (como en los aciagos tiempos pasados) la exclavitud y la m iseria. M éxico seria un teatro de continua feria, en donde no so la ­mente se gastarían con profusion los caudales que las provin­cias mandarían para mantener á sus Cónsules, sino también el de todos los traficantes en destinos. Los m inistros y los miembros de esa asam blea, seria los devoradores de las rique­zas y productos de este hermoso septentrión. Por último, ten­drían m uy buen cuidado los m exicanos de poner trabas á la industria, al comercio, y á la ilustración, como en todas las (cuestiones) ocaciones lo ha hecho, oponiéndose á la casa de Moneda de Guadalajara, puerto de S. Blas, Universidad &c. para constituirse ellos señores árbitros de nuestra suerte y destino.

No es fácil reducir á una secilla manifestación cuantos daños podáis esperar de una república central, como por el contra­rio, ni cuantos bienes emanarán de la federada. Por tanto so­lamente os dice vuestro Ayuntamiento que volteis la medalla al reverso y vereis las felicidades que os preparan vuestros com patriotas en su legislatura: ellos conocen el clim a y las producciones de la provincia: están penetrados de vuestros sentim ientos: individuos de vuestro seno han de prem iare! mérito y la virtud del ciudadano. Vuestro dinero no emigrará de la provincia para mantener el orgullo de los déspotas que

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maquinan vuestra opresión: vuestros brazos se emplearán en mantener vuestros hogares patrios: las pensiones como que son para el único gastos del sueldo, serán muy moderadas: se­réis libres y felices en realidad y no en el nombre, como dicen los Mexicanos, cuyo prurito de gobernar les ha hecho cometer el más grave absurdo, cual es negarse a la nueva convocatoria del Congreso y querer que valgan , contra la voluntad de los comitentes, los ilegitimos y nulos poderes de los antiguos re presentantes: sereis por último, con vuestra República Fede­rada la propia sem ejanza de un árbol, que crece frondoso y fructifica abundante, cuando está plantado muy cerca de la fuente. Dios.y libertad. Sala consitorial de Tequila m ayo de 1823. 3 .Q 2.e= José Antonio C hacón .= Francisco Zam udio.= Carlos Dieguez.= Juan Rueda Secretario.2

Estos iban a ser los mismos argumentos de todos los separatistas de Tepic a partir de 1830. A partir de esta fecha, efectivamente, los intereses délos empre­sarios de Tepic dejan de ser los de sus colegas de Gua­dalajara y empieza a manifestarse el deseo cada día más fuerte de autonomía.

San Blas y Tepic: nace una región

La lucha entre las élites económicas de las dos ciu­dades del Occidente, Guadalajara y Tepic, lucha de cierta manera, entre madre e hija, por la emancipación económica, pasa por la emancipación política. Y es cuando interviene Lozada y los lozadeños. Para inde­pendizarse de Guadalajara, Tepic se aprovecha de la existencia de Lozada. No lo inventa, desde luego. Se puede decir que estos comerciantes tienen el genio po­lítico e histórico de utilizar a Lozada. Lo mismo se pue­de decir de Lozada y de su gente; hubo una especie de

2. Tomado de la Gaceta del Gobierno de Guadalajara. Martes 3 de Juniode 1823 = 3Q.= 2S.

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pacto, de convenio entre dos partes que tenían interés en luchar contra Guadalajara.

El Gobierno Central de México no vio con disgusto la oportunidad de debilitar al orgulloso estado de Jalisco

Al día siguiente de proclamarse la Constitución de 1824, los Estados, reconocida su soberanía, tendían a ser señores y se desprestigiaba la soberanía nacional. Por eso el conflicto político entre centralismo y federalis­mo se prolonga, cuando triunfa el federalismo.

Fortalecer al Ejecutivo fue la obsesión de Comon­fort, Juárez, Lerdo de Tejada y Díaz. Los Estados se encontraban en su camino, especialmente los más fuer­tes, no por ser los más poblados, sino los más grandes.Lógicamente trabajaron para debilitarlos, aprove­chando todas las oportunidades, mas se toparon con la contradicción mayor de la república: la clientela liberal reclutada en el federalismo, en el regionalismo y en el caudillismo. Después de la victoria de 1867 hubo que vencer las regiones y los caudillos. En esta lucha triun­fó el ejecutivo federal pero el federalismo perdió su al­ma y, de hecho, ganó el centralismo. ¿Puede triunfar el nacionalismo sin centralismo? Creo que no. Juárez, Lerdo y Díaz contestaron que no. Juárez ejerció el poder 14 años y Díaz 36. ¡Qué contraste con los cuarenta pre­sidentes anteriores!

Dividir para reinar: es lo que hace el gobierno li­beral cuando en 1861-1862 aprueba la creación del es­tado de Campeche. El golpe es decisivo contra el regio­nalismo, para no decir más, yucateco. Durante la gue­rra de intervención e imperio, Juárez divide el estado de México en distritos militares, dos de los cuales no tar­dan en independizarse, recibiendo los nombres de Hi­dalgo y de Morelos (1868-1869). Es de notar que en esta

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ocasión, Jalisco aprobó el hecho y no se solidarizó con el estado de México.3

De hecho, el Cantón de Tepic era autónomo desde 1858-1859. El 22 de julio de 1867, Lozada, quien había solicitado se le perdonara la vida a Maximiliano, reco­noce el gobierno de Juárez. El 7 de agosto, Juárez de­creta que Tepic, como distrito militar, pasa a depender directamenteo del Centro:“ 2/a.- El distrito de Tepic quedará por ahora como un Distrito Militar, que dependerá directamente del Go­bierno Supremo de la República, para que por él se dic­ten todas las providencias convenientes, a fin de ase­gurar la paz en dicho distrito y para examinar, atender y proteger los intereses de esos pueblos” . Esto signifi­caba que, según México, Jalisco no lo podía hacer.

Lozada continuó de jefe en Tepic, reuniendo en sí los tres poderes, hasta enero de 1873.

La irritación de Jalisco es tanto más grande cuan­do en septiembre de 1868 los ayuntamientos de Tepic piden la erección de su cantón en estado, retomando precisamente los argumentos federalistas del ayunta­miento de Tequila, en 1823. Estaba en marcha el mis­mo proceso que afectaba al estado de México. En mar­zo de 1868 el estado de Aguascalientes había presen­tado un proyecto para desmembrar a Jalisco del can­tón de Lagos.4 Jalisco sentía la amenaza cernirse so­bre él y no le faltaron argumentos para protestar5 con­tra la violación completa del pacto fundamental y con­tra la invasión de su soberanía.

La derrota y muerte de Lozada en 1873 vino a ha­cer de la cuestión de Tepic uno de los casos más claros

3. Archivo del Congreso de Jalisco septiembre de 1868, carpeta 30 AGN Gobernación legajo 1349 - 1869.

4. Archivo Congreso Jalisco 2® paquete 1868, leg. 27.5. Un resumen ameno se puede encontrar en Vicente Riva palacio “H is­

toria de la A dm in istra ción de D on Sebastián Lerdo de Tejada” 1875, México, Imp. del Padre Cobos pp. 115 a 120.

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de las tendencias centralistas del gobierno federal en relación con los estados. Jalisco exigió la inmediata reincorporación de la región y Lerdo ignoró la petición. Avanzada del poder federal en una distante región que era un vivero de localismo, Tepic siguió siendo distrito militar, luego pasó a ser territorio federal en 1884 y finalmente estado en 1917.

Esto ya sale de nuestro propósito que era señalar cómo el regionalismo, amenaza para el centro, puede ser derrotado por la alianza del centro con estos regio­nalismos dentro de la región que llaman “ localismos” . El federalismo desarrollado lógicamente hasta sus extremos se autoderrota y permite al Centro (federal) derrotar a los grandes Estados. En el Congreso Consti­tuyente de 1857, se habían manifestado estas fuerzas antagonistas:

Al provincialismo de estado se opuso el provincialismo de dis­trito, que encuentra resistencias, según la expresión del Sr. García Granados, de parte de los que quieren que las capitales conserven el monopolio electoral f...l tienen la ventaja de pro­porcionar representación verdadera a todas las localidades. Esta ventaja se tendrá en México donde hay estados como los de México, Jalisco, etc..., cuyos distritos no tienen los mismos intereses.6

El general Ramón Corona, después de derrotar a Lozada, podía escribir a Mariano Escobedo, el 25 de mayo de 1873:

juzgo que el gobierno de Jalisco no podría conservar su 7e Cantón, sin estar pidiendo de continuo el auxilio de la fuerza federal L -l pero como el trastorno interior que aquí existe no es transitorio, sino que está ya radicado en el espíritu de estos habitantes f.. l También hay que tomar en cuenta que el deseo

6. Francisco Zarco. Historia del Congreso Constituyente, 1956, Colegiode México, p. 1189.

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unánime y general de estos pueblos, es independerse del Es­tado” .

En toda lucidez concluía:

Yo creo que la única manera posible de salvar estas dificul­tades, y de que Jalisco pudiera conservar su 7 /Q cantón, sería la de que el gobierno del Estado obrara en la más perfecta ar­monía con el de la república, y que la capital del propio Estado se trasladase a esta ciudad por algunos años...

Lo primero no se pudo: ¿hubieran aceptado los ja- liscienses el segundo punto?

Y Corona se da a profetizar:

si no es posible armonizar, como llevo dicho, los elementos de la Federación y del Estado (...] ejerciendo su acción, no desde Guadalajara, sino aquí mismo; entonces no queda más recur­so que la independencia.

El ilustre militar manifestaba así sus dotes de es­tadista, señalando las dos dimensiones de la cuestión regional, la localista y la nacional.

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EL TIGRE DE ALICA

A cien años de su muerte, el personaje Manuel Lozada sigue siendo objeto de polémica, tema de actualidad y asunto difícil de entender y estudiar. El domingo de Ramos de 1973 un gran diario de Guadalajara denun­ciaba con palabras vehementes al traidor Lozada, cul­pable de venderse al imperio impuesto a punta de bayo­netas galas, después de haber prestado servicios mer­cenarios a negociantes contrabandistas, siempre adic­to a la causa clerical de la reacción.

En ciertos círculos, Manuel Lozada es casi un des­conocido, pero eso no importa. ¿No tenemos acaso vi­siones fulgurantes, románticas, que desentierran las sombras de los bandidos de Schiller, de personajes de la antigüedad romana tales como Espartaco, que se fun­den con escenas nacionales y con campeones como Ca- jeme y Zapata?

Hay una leyenda de Manuel Lozada; una leyenda que habla del amor imposible entre el joven peón y la niña decente; de inútiles castigos impuestos por mal­vados; el trovador evoca a la madre anciana golpeada, flagelada por el capataz endemoniado. La fatalidad está en camino; Manuel no puede hacer más que ven­gar el agravio y remontarse a la sierra, bandido y jus­ticiero. Robin Hood, el Zorro, Mateo Falcone, Salvato­re Giulano y otros han pasado por semejante trance, donde el héroe se forja y consolida.

El enviado del emperador Maximiliano se arriesga y entra al territorio del Tigre de Alica (quince años han

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pasado y ? lanuel Lozada impera sobre un amplio terri­torio del occidente de México, desde Mascota a Acapo­neta y desde San-Blas a Colotlán) para entregar a Lo­zada una espada y otras condecoraciones. El enviado dejó un relato que habrá perdido seguramente mucho sabor para las generaciones que no han sido criadas en el culto de la República romana y de sus virtudes, por desgracia inseparables de la lengua latina. Después de larga caminata llega el enviado cerca del pueblo de San Luis y, limpiándose el sudor, detiene su caballo para preguntar a un campesino vestido de manta blanca que en esos momentos batalla detrás de su yunta para abrir el surco en una tierra difícil:—Ave María Purísima... Buen hombre, ¿podría indi­carme el camino para llegar a la casa del general Ma­nuel Lozada?

El labrador contesta: “ Dios lo tenga a usted bajo su santa guardia... Aquí tiene a su servidor Manuel Lo­zada. ¿En qué puedo servirle?” Admirado se quedó el mensajero, pero más admirado aún quedó el Habsbur- go romántico y soñador, quien seguramente tuvo en­vidia del Tigre de Alica, del Cincinnato de Nayarit. Y es tiempo de evocar al arzobispo de Guadalajara huyendo de la pesada, de la onerosa protección del joven maca- beo Miramón, para refugiarse a la sombra del “ fanáti­co Lozada” ; al prófugo e infortunado conspirador Por­firio Díaz buscando vanamente el apoyo del poderoso Lozada. Pero más que estas escenas gloriosas nos com­place el espectáculo del jefe de los pueblos de Tepic pes­cando con dinamita en los ríos de la sierra. No escapó de la suerte que les toca a los coheteros: un accidente lo dejó tuerto y tullido de un brazo.

“ Hoy estoy inservible —decía— sin ver lejos, sin distinguir de cerca, sin ser dueño de montar a caballo con libertad. Si estuviera bueno de la vista y de la cabe­za, nada se necesitaría, pero te digo que la vista y la cabeza me hacen mucha falta” . La mano no importa­ba.

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Todo terminó, como en la leyenda, por una trai­ción. Lozada fue vendido por uno de sus hombres, des­pués de haber sido abandonado por sus compañeros de hazañas; fue sorprendido desarmado, mientras se ba­ñaba en un río con sus últimos soldados.

¡Ay, Lozada! te vendieron a los hombres de Jalisco.¡Ay, Práxedis! ¡Ay, Domingo! la traición está en su frente.¡Los entierran hoy en vida con su fama de valientes!

Lo trajeron a Tepic montado en mal caballo, un pie calzado con un botín y el otro con huarache. Todo el pueblo, silencioso, aglomerado en las calles, lo veía con asombro. Fue juzgado, si es que se puede hablar de jui­cio, y condenado a muerte. Pidió un sacerdote y pasó devotamente la noche en oración después de haber he­cho su testamento. A las seis de la mañana fue fusilado en las Lomas de Los Metates. Murió tranquilamente, después de decir a sus soldados: “ Mi muerte ha sido mandada por el gobierno porque así lo quiere Dios. Ten­go la conciencia tranquila; jamás hice mal a nadie; no me arrepiento de lo que he hecho; mi intención era pro­curar el bien del pueblo. Si la desgracia en adelante se apodera de estos pueblos, la culpa es de muchos, no mía” . Unas mujeres lo vistieron de franciscano y lo velaron. Así termina la película que se nos ha rodado sobre la vida y muerte de Manuel Lozada.

Manuel Lozada pertenece a la literatura (y ha sido resucitado en forma estupenda por Mariano Azuela en Los precursores, obra histórica que no se reconoce co­mo tal solamente por la elegancia del autor, quien dejó las notas de pie de página en el tintero) y a la leyenda; pero no es solamente una figura espectacular y mitoló­gica; Lozada es el hombre de un problema, de una situa­ción, de un momento: el problema de la tierra y del des­

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pojo de los pueblos en la primera mitad del siglo XIX. “ Mi parecer es que los pueblos entren en posesión de los terrenos que.justamente les pertenecen con arreglo a sus títulos para que, en todo tiempo, se ventile esta cuestión, se convenzan el gobierno y los demás pueblos del país de que, si se dio un paso violento no fue para usurpar lo ajeno, sino para recobrar la propiedad usur­pada, de manera que el fin justifica los medios” —decía—.

La tragedia del momento son las guerras de inter­vención, de Reforma, es el Imperio y la República Res­taurada (1854-1873) y de la situación nace la oportuni­dad, aprovechada por un hombre quien pasa así del bandolerismo y del mercenarismo a la historia. Su fa­buloso oportunismo no es más que expresión del interés bien entendido de los pueblos —la causa de la nación (¿qué es la nación mexicana en esas fechas para los hombres que no pertenecen a los 20 000 que forman la clase política? Lozada tiene razón cuando habla de “ el gobierno y los demás pueblos del país” )— no es la de los pueblos. Más bien son causas contrarias cuando tanto la nación liberal como la conservadora vive la necesi­dad de destruir a los pueblos.

Lozada será entonces liberal, conservador, neu­tral, imperialista, neutral otra vez cuando ve próxima la caída del imperio; se arregla con Juárez, y si no pue­de hacer otro tanto con Lerdo, es que los tiempos han cambiado y los oráculos han decidido la muerte de Lo­zada y de su reino; última trinchera de los pueblos de Nayarit.

Su estrategia se funda en las oposiciones entre Te­pic y Guadalajara, Guadalajara y México, entre los liberales y los conservadores, entre Plácido Vega, cau­dillo del Noroeste y Ramón Corona, caudillo del Occi­dente. Su fuerza es doble: la militar se debe a la movili­zación de los pueblos guerreros de la sierra que pone al servicio de los pueblos trabajadores abajeños; la fuer­za política existe mientras el dominio de Lozada sirve a los intereses de las principales familias de Tepic. La

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base política no puede ser tan firme como la militar y la Casa Barrón and Forbes terminará por participar en la coalisión de las fuerzas locales, regionales y naciona­les contra Lozada. Esa Compañía nos lleva muy lejos de Tepic, hasta México (la heredera única se casa con un Escandón, a la otra generación los descendientes contraen matrimonio con un Limantour) hasta Sonora y San Francisco, y hasta Londres, donde especulan con la plata mexicana que se saca ilegalmente por San Blas. El tráfico basado en los diferentes precios de la plata en los diversos mercados hubiera podido ser con­trolada por el gobierno, que trataba de lograrlo desde tiempos de Santa Anna. ¿Qué mejor manera de lograr la evasión que la propiedad privada de un puerto? San Blas era ese puerto. Al principio, los señores Barrón y Forbes usaban su cualidad de agentes consulares an­glosajones y utilizaban los buques de guerra ingleses; luego apoyaron a Lozada, viendo que la autonomía del cantón podía significar la libertad de usar San Blas para sus negociaciones. Pero cuando Lozada empezó a quitarles las tierras que sus haciendas habían quitado a los pueblos, cambiaron de parecer. Así que, tomando el hilo de Lozada, llegamos al ovillo de toda la historia nacional e internacional.

De los rasgos particulares de su fuerza militar na­ce la imputación, vigente hasta la fecha, de racismo. Se acusa a Lozada de fomentar la guerra de castas, del exterminio de blancos y mestizos por los indios. José María Vigil denunciaba al “ bárbaro rencoroso, igno­rante y fanático” atacando por su base el derecho de propiedad y provocando una guerra de castas. Lozada “ pretendía tener de aliada a la clase indígena, y para obtener su alianza la halagaba abogando, ya fuese por convicción o cálculo, en favor de los principios religio­sos y prometiendo repartir los terrenos entre los miem­bros de la misma clase, quitándoles a sus actuales pro­pietarios” .

Lozada supo utilizar a los serranos guerreros para

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movilizar a los campesinos abajeños ya mestizados o aculturados. Las tribus guerreras no habían perdido sus tierras, pero tenían presente la independencia, recientemente obtenida, y un modo de vivir antiguo; por otra parte, los pueblos agricultores sí deseaban reco­brar sus tierras, pero no sabían ni podían pelearlas. El genio de Lozada se manifestó al sellar la alianza entre nómadas combatientes y campesinos despojados, de hacer coexistir en la misma lucha el Nayar y la defen­sa de la tierra.

La sierra no había reconocido ninguna autoridad hasta 1722, cuando se firmaron las capitulaciones ante el virrey marqués de Valero y el hueytlacatl de Nayarit. Fue entonces cuando por primera vez los españoles entraron al corazón del Nayar, donde tuvieron que sos­tener sangrientas luchas con numerosos coras y hui- choles, inconformes con el Tratado.

La sierra había sido refugio seguro para todos los perseguidos por la autoridad española, y de ella baja­ban las tribus nayaritas a hostilizar las haciendas, ranchos y minas de los españoles, y poblados indíge­nas pacíficos; vedaban la entrada a todo forastero que no les fuera grato, pero comerciaban libremente con las poblaciones abajeñas. Ocupada la mesa de Nayar, me­trópoli sagrada, y quemados los adoratorios, los jesuí­tas comenzaron su labor, alabada por el padre Ortega, en sus Apostólicos afanes de la Compañía de Jesús en la América Septentrional. La expulsión de la Compa­ñía de Jesús no agradó a los serranos tepehuanes, co­ras y huicholes, quienes rechazaron a los sacerdotes seglares que se les quiso mandar. Volvieron así a su autonomía y escaparon a todo control durante un siglo, llegando a conseguir, hasta ahora, una originalidad cultural incontestable. Nómadas y guerreros eran muy diferentes de los indios que vivían en los pueblos fun­dados y sometidos entre 1530 y 1630, formaron la punta de lanza del ejército de Lozada y le dieron sus victorias, aunque también su participación explica su fracaso

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final. Los serranos formaban pueblos divididos entre sí, y excepcionalmente unidos por Lozada; incluso den­tro de los linajes no había cohesión, y la falta de con­fianza entre los diversos grupos era muy grande. Con todo, coras y huicholes fueron los últimos fieles a Lo­zada. Es que Lozada los gobernaba como a nación se­parada y no reconocía sino por fórmula a las adminis­traciones generales cuando le convenía. Cuando era atacado “ se oía resonar entonces de uno a otro extremo del Distrito el grito de alarma y el indio empuñaba el fusil, se posesionaba de una roca para defender a su territorio con arrojo, con la decisión, con el fanatismo del que ve profanado su suelo por planta extranjera. Los pueblos se reunían en asambleas y allí acordaban los puntos principales de su política, teniendo al mis­mo tiempo una organización militar que reconocía co­mo centro el llamado Cuartel General de San Luis” .

Trabajando así, Lozada fue capaz de devolver a los pueblos de Acaponeta, Mezcaltitán, Tuxpan, Sentis- pac, Santiago Ixcuintla, Atonalisco, San Andrés, Po- chotitán, Guajimic, Mecatlán, Tepic, San Luis, Jalisco, Zoquiapan, Ixtapa, Compostela, Tequepespan, Hosto- tipaquillo, Jomulco y otros al sur del río Santiago, las tierras que habían litigado en el siglo XVIII y perdido entre 1800 a 1860 “ejecutando (dice el gobernador Va­llaría en 1873) la más escandalosa y arbitraria expro­piación territorial” .

El reino de Lozada duró quince años y no pudo evi­tar la derrota final cuando se disociaron los elementos diversos que lo formaban. Un buen día la gente decen­te de Tepic, asegurada de escapar a la dominación de Jalisco, ya que así le convenía al gobierno federal, sin­tió que era innecesario y peligroso el dominio del “ fora­jido comunista” . La Casa Barrón and Forbes y el caudi­llo Ramón Corona tenían cuentas personales que arre­glar con Lozada. y el presidente Lerdo de Tejada deci­dió dar el golpe para terminar con el cacique sin dejar la gloria a Corona, posible rival. Confesaba que “ la paz y

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el orden reinaban en Tepic, que podía servir de modelo a varios Estados, pero que no por eso se podía conside­rar legal el orden de cosas allí establecido, por su origen intruso e inconstitucional” . Lozada debía morir y las comunidades perder sus cofradías, ejidos, tierras de pan llevar y hasta el fundo legal.

¿Habrá Lozada, como Zapata o Giuliano en otros tiempos, logrado sacar las castañas del fuego para los enemigos de los pueblos? ¿Quién se benefició con su sa­crificio? La burguesía comerciante de Tepic. que vio al 7Q cantón de Jalisco transformarse en Estado Libre y Soberano de Nayarit.

Lozada nos legó una imagen inservible, inutiliza- ble, inasimilable que impide el festejo oficial y espec­tacular en el centenario de su muerte. Lozada sigue siendo un cacique fanático, vendido al extranjero; de su defensa de los pueblos vale más no hablar. Cuando se abren zanjas en las calles de Tepic para poner tubería, los buscones de tesoros creen encontrar los de Lozada por todos lados. Los descendientes del general Ramón Corona han heredado las tierras del pueblo de Lozada, San Luis, hoy San Luis Lozada, pero no se arriesgan a visitarlas, ya que “ los indios de San Luis” siguen el pleito.(Escrito a los 100 años de la muerte de Manuel Lozada)

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EL REINO DE LOZADA EN TEPIC (1856-1873)

Bandido, liberal, conservador, imperialista, neutral, republicano, todo eso fue Manuel Lozada, “ cacique” de Tepic, 7Q cantón de Jalisco, entre 1856 y 1873. Seña­lemos que el 22 de julio de 1867 Lozada había reconoci­do al gobierno de la Unión y que el gobierno de Juárez “ aceptó esta protesta, atendiendo a que ella había sido hecha de una manera espontánea; acordó que el citado Tepic quedara como un distrito militar... dependiente del Gobierno Supremo de la República... y quedó por lo pronto afianzada la tranquilidad en aquella parte de la República” . Acto seguido este documento explica cómo las cosas no tardaron en estropearse porque Lozada, convencido de que el Gobierno federal no habría de intervenir, se puso a hacer “ el reparto de los terrenos; ese robo escandaloso hecho a los propietarios de sus más fértiles terrenos, es una ligera muestra de la hon­da división y del enconado odio que produce la guerra de castas” . Aunque resultara escandaloso, no se trata­ba de algo nuevo, puesto que aquel a quien Payno llamó “ forajido comunista” , había empezado en 1857 a devol­ver a los indígenas las tierras que les habían perteneci­do. En 1868 empezó una nueva etapa de su actividad agraria que se fue intensificando y acelerando. ¿Por qué? Al leer sus cartas se advierte que el hombre ya estaba cansado —como lo veremos más adelante, esta­ba gravemente enfermo— y deseaba terminar su obra lo más rápidamente posible. Lo que se podría llamar la

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Reforma Agraria empezó en San Andrés cuando le dio a Carlos Rivas un poder general ante el escribano pú­blico y nacional Vicente González. Acerca del conflicto entre las haciendas y los pueblos de Pochotitán, Atona- lisco y San Andrés, el 28 de diciembre de 1868, le escri­bía: “ Por difícil y complicada que parezca a primera vista tal cuestión, en realidad no es sino muy sencilla y la facilidad de llevarla a buen término consiste preci­samente en no desviarse ni un ápice del propósito que V. se ha formado cual es de “ dar a cada uno lo que es suyo” ... sea quien fuere y fuerza es que los pueblos y haciendas se sometan a lo mismo. Veamos cómo ac­tuaban las comisiones nombradas por Lozada: “ ...la misma comisión... luego que se presentan los títulos, ios califica nulos y de ningún valor, porque no recono­ce colindante de propiedades de particulares de ran­chos o haciendas, sino de pueblo a pueblo fueran escla­vizados por la tiranía de los gobiernos y de los ricos. Están resueltos a que haya una expropiación general en favor de los pueblos y la están realizando ya a toda prisa” .

Lozada no había tomado estas decisiones sin pon­derar previamente los inconvenientes de tales procedi­mientos y los riesgos que corría, pero el tiempo apremia­ba y contaba con la hostilidad del Gobierno central hacia los gobiernos de los Estados, y finalmente, había llegado a la conclusión de que el recurso ala justicia, “ ese recurso tan gastado como efímero no haría más que exasperar a los pueblos” . Y añadía:

M e he abstenido de ordenarles que se sujeten a él por estar persuadido de que se ha ensayado inútilmente varias veces, no obstante la robusta justicia que asiste a los pueblos, según sus títulos... que se deciden a hacerse justicia ... aunque es esencialmente justo ha de ser considerado y calificado como un hecho arbitrario y atentatorio... y no sería remoto que esta vez (el gobierno) quiera contrariarlos pueblos por medio de las armas; mi parecer es que los pueblos entren en posesión de los terrenos que justamente les pertenecen con arreglo a sus títu­

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los para que... se convenzan los gobiernos y demás pueblos del país de que si se dio paso violento, no fue para usurpar lo aje­no, sino para recobrar la propiedad usurpada; de manera que el fin justifica los medios.

Se dio el paso violento puesto que a fines de 1870 los estados de Zacatecas y Jalisco se quejaban de que “ los indígenas de Tepic con el pretexto de deslindar los terrenos, invadían armados los distritos colindantes” .

El movimiento ya no había de detenerse y los dipu­tados de Jalisco propusieron al Congreso de la Unión que solicitara al secretario de gobernación la cantidad de expropiaciones llevadas a cabo por Nava “ ejecutor de las órdenes de Lozada” .

El ministro de la Guerra declara ante el Congreso, el 7 de abril de 1873, que: “ ... el gobierno general había manifestado a los señores diputados del Estado de Ja­lisco que la campaña estaba próxima a hacerse, que no movieran nada en el Congreso, porque era lo mismo co­mo decirle al enemigo “ prepárate, ponte en guardia, que te van a atacar” ... es más ventajoso atacar cuando no se espera el ataque; se calmaron y dieron lugar a las operaciones militares; éstas no dependieron del ataque de Lozada en el momento en que amagaba a Guadala­jara, Sinaloa, Zacatecas, Colotlán, sino de los prepara­tivos que de antemano tenía el gobierno... si el gobier­no no hubiera estado preparado se hubiera perdido el Estado de Jalisco” . Mientras la guarnición de Colima se encaminaba hacia Guadalajara (la orden se dio a fines de octubre: la premeditación es, pues, clara) Loza- da envió a México una comisión para tranquilizar al presidente Lerdo de Tejada y explicarle la verdad, en caso de haber sido engañado por Corona, el hombre fuerte de Jalisco.

La comisión llevaba instrucciones: “ Si accidental­mente fueren interrogados por el Señor Presidente so­bre la cuestión de terrenos, emitirán todos los informes que se les pidan, procurando obtener una solución que

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concilie los grandes intereses que se ventilan, haciendo valer el buen derecho que asiste a los pueblos para re­clamar las propiedades que les han sido usurpadas” .

El problema estaba claramente planteado. Se le buscaba pleito a Lozada y éste trataba de sortear el peligro, tanto en México, donde Corona movía sus in­fluencias, como en su territorio, donde se señalaba un “ nuevo movimiento de los pueblos, la casa Barrón y Forbes invadida por fuerzas de Lozada, preso y remi­tido a San Luis por el encargado Fernamlo Menchaca” . Señalemos de paso que este episodio es una de las tan­tas pruebas en contra de la leyenda que quiere ver en Lozada un instrumento de los capitalistas, comercian­tes y contrabandistas Barrón y Forbes. Les sirvió en un principio, pero, tan pronto como contó con fuerzas pro­pias, les volteó la espalda, empezando su reforma agra­ria por la restitución a los pueblos de haciendas que pertenecían a los dichos Barrón y Forbes. El asunto Menchaca le daba al gobierno un nuevo motivo de in­tervención, pues se inquietaba al ver a Lozada impar­tir justicia, —lo que hacía desde quince años— y ver al jefe político y al comandante militar “ reconocer una autoridad interna” .

En el informe del jefe político se decía: “ El cuartel general de San Luis, establecido desde 1869, formando los pueblos un pacto de alianza en el que se compro­metían a cuidar y vigilar por la seguridad de todos, nombrando un jefe que residiera en San Luis, y un con­sejo de guerra formado por varios jefes de los pueblos para reconocer y juzgar los asuntos generales de los mismos. Esta manera de regirse había subsistido por espacio de cinco años. Tratar de sujetar a los pueblos a que sus cuestiones se terminaran por autoridades ex­trañas a su manera de manejar asuntos de interés para ellos mismos sería excitar los ánimos y casi obligarlos a una rebelión de fatales consecuencias” . El comenta­rio del informador era una lúcida advertencia: “ ... el Ejecutivo, como era natural, no podía estar conforme

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con la subsistencia de la llamada autoridad de San Luis” .

Para diciembre de 1872 en México se había decidi­do acabar con Lozada, si fuera necesaria una prueba más se puede acudir a la comisión enviada por Lozada después de los acontecimientos del 26 de octubre —le­vantamiento de Núñez— que debería esperar, en Méxi­co, la respuesta a su memorandum hasta el 10 de di­ciembre de 1872. El presidente Lerdo le contestó por escrito que “es indispensable que los pueblos se some­tan a los tribunales comunes para el deslinde de la cues­tión de terrenos sin que tenga lugar lo practicado por la Comisión (de lozadistas)” . Y el 2 de diciembre de 1872 Gobernación informó a Sanromán que el gobierno de Tepic ya no tenía el carácter excepcional que le confería el decreto de Juárez, que el gobierno federal iba a enviar tropas para la elección de las autoridades civiles y que dejaba de reconocer la validez del Comité de Estudio y Deslindes organizado por Lozada. En ese mismo mo­mento el Gobierno comprendió “ que es indispensable recurrir a las armas” y preparó la campaña.

Tan pronto como Lozada se enteró por sus comisa­rios de lo fundado de sus temores, mandó desarmar al batallón federal de Tepic y llamó a sus hombres, a los que reunió en un plazo brevísimo, lo que le llevó a escri­bir a Victoriano Salado Alvarez, con un desprecio ra­cista en el que, sin embargo, se advierte cierta admira­ción:

este indio, este pobre que ve, con su costalito al hom bro y su cara de idiota, luego que recibe la orden de Lozada sale m ás que de prisa: con armas si tiene armas, desarmado si no tiene machete ni fusil, siempre con su guaje para el agua y su saco de pinole... y cómo se transmite la noticia es cosa que sólo ellos saben; es el caso que ya quisieran nuestro gobierno o el de M éxico contar con los m edios de com unicación que aquel bandido cuenta... Todo aquello no servía más que para el muy bribón se creciera y para que los indios pensaran: pues tanto

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nos lo persiguen, debe de valer m ucho. Todos los indios se creían obligados a morir por él.

A Lozada ya no le quedaba sino jugarse el todo por el todo: consciente de la situación, convocó a todos los pueblos de Nayarit. Nunca, en efecto, había tenido que enfrentarse a una movilización de las tropas federales y a las de los estados de Jalisco, Zacatecas, Colima y Sinaloa. Que se quería acabar con él no podía ser puesto en tela de juicio, y de ahí la veloz reunión de sus tropas, la proclamación del Plan Libertador del 17 de enero de 1873 y la marcha sobre Guadalajara, a la que acompa­ñaron movimientos de diversión sobre Sinaloa y Zaca­tecas. No podía esperar a que el enemigo agrupara sus fuerzas.

El Plan Libertador, que se encuentra anexo al ex­pediente 9 204 del archivo de la Defensa, está firmado por 237 representantes de todos los pueblos de la sierra de Nayarit, o sea, de todo el territorio sometido a la in­fluencia de Lozada, que desbordaba los límites del ac­tual estado de Nayarit; se extendía por una parte im­portante de Zacatecas, Sinaloa y Jalisco. La firma de Lozada no aparece en el documento. Este plan, que lle­va al margen la mención “extravagante” , proclama:

Los pueblos... nos hem os reunido con el exclusivo objeto de deliberar, animados de las más sanas intenciones, de evitar la guerra injusta que el Gobierno nos declara y seguir como hace años ocupados en nuestros honrosos trabajos... Después de diferentes argum entos y perfectamente ilustrada nuestra discusión, no nos ha quedado otro recurso, a nuestro pesar, que la injusta cuanto infame guerra que se nos declara, tomando los pueblos hermanos del Nayarit la iniciativa, siendo exclusi­vo responsable ante Dios y ante el mundo entero de su incalcu­lable consecuencia, el mal patriota e irreflexivo personal del citado gobierno... Por lo expuesto, los pueblos despertando del letargo en que estamos, nos levantamos en masa con las armas en la m ano, para que del fuerte sacudim iento que la nación

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tiene que experimentar, resulte éxito feliz del grandioso princi- cipio de regeneración. Que los pueblos de N ayarit tienen el orgullo de aceptar la guerra en circunstancias que al Gobierno no le llam a la atención ninguna fuerza armada. No debiendo olvidar que las varias y generosas invitaciones que los princi­pales caudillos de las diferentes revoluciones nos hicieron, que no aceptamos como amantes de la paz pública... los pueblos en general están en su derecho de repeler la fuerza cuando un gobierno como el actual se conduce en términos tan indignos de una nación tan civilizada; por lo pronto procedimos en los términos arriba expresados, procurando el gran principio de que “ el pueblo se gobierno por el pueblo” .

Fronteras actuales de los estados

■BHBaaea Dominio efeetlvo de Lozada

0 40 80 km1 __ I_____I

El dominio de Lozada

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El artículo 6 llama a la Nación para que ésta deci­da la forma que deba tener un gobierno verdaderamen­te “ representativo popular ya sea con carácter de Re­pública, Imperio o Reino” ; el artículo 7 prevé que la nación será gobernada “ por municipios que el pueblo libremente nombrará por elección directa, gozando los citados pueblos o cuerpos municipales del derecho de absoluta independencia y soberanía en los ramos de gobernación y hacienda” ; el artículo 10 suprime las aduanas interiores.

El gobernador Vallaría, el 12 de febrero de 1873, decía que el plan era: “una monstruosidad que... en el fondo se encamina a concluir con el orden social y polí­tico, establecidos... premeditado en lo principal desde muchos años, ha sido inspirado en la funesta resolu­ción de promover la guerra de castas, ejecutando tanto al prepararla como al realizarla, la más escandalosa y arbitraria expropiación territorial, de lo cual se tiene ya una prueba de hecho en el cantón de Tepic” . Por mucho que Lerdo de Tejada invocara la inconstitucionalidad de la situación de Tepic y Vallaría agitara el espantajo de la guerra racial, no podían esconder la verdad, o sea, que lo insoportable era la política agraria de Lozada.

Para romper el cerco que le amenazaba, Lozada trató lo que nunca había intentado: salir de su territo­rio y tomar Guadalajara, cosa arriesgada dada la for­mación de sus tropas, compuestas por contingentes voluntarios de todos los pueblos, acostumbrados a es­perar al enemigo en su territorio y destruirlo a la segu­ra en la guerra de guerrilla.

Esta ofensiva era una defensiva audaz que estuvo a punto de tener éxito, al menos a corto plazo, porque fue una sorpresa absoluta. Nunca se creyó que aquel bárbaro se atrevería a salir de su madriguera, donde se escondía desde hacía veinte años.

El día 28 de enero se dio la batalla de la Mojonera, donde se detuvo a Lozada de manera efectiva y se salvó la capital de Jalisco, sin ser la deslumbrante victoria

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reivindicada por Corona en su informe a la Secretaría de Guerra. En marzo se tomaba Tepic y Lozada se re­montaba a la sierra.

Poco a poco Lozada recobraba el ánimo: la gente de los pueblos acudía, incluso cuando los jefes no se presentaban (generalmente ya lo estaban traicionan­do) y dio muestras de su lucidez cuando el 10 de marzo le contestó a Nava:

Me dices que sería bueno que la gente saliera a atacar Tepic... pero en el desorden en que nos encontramos, no hay que espe­rar nada bueno... de la misma manera se encuentran los de­más pueblos por falta de sus jefes: soldados de todas partes se encuentran aquí: los jefes sólo don Ramón (Galván) llegó ayer... Se han hecho unos fortines en este camino, el de San Luis, el de las Huácimas.

Era claro que ya Nava andaba enredado en la ma­deja de la traición. No obedecía y Lozada se inquietaba: “ te repito que muevan la artillería y los fusiles que por aquí van a hacer falta” , le escribía el 13 de marzo.

El 16 del mismo mes empieza a prever la catástro­fe: “ se acaba de saber que el señor Jacobo (jefe de Santa María) se encuentra con ustedes... si es cierto que ahí está y piensan entrar en arreglos... anticipo a decirte... lo que se necesita hacer en estas cosas” . No quería ad­mitir la traición y le daba consejos a Nava como si se tratara de una última tentativa para llegar a la paz. Insistía en su obsesión fundamental: “ que al tocar el punto de los terrenos no se te pase que los terrenos... están bien legalizados y reconocidos por dos agrimen­sores y un licenciado que puso el gobierno, el mismo que está actualmente, cuando se dio la posesión a San Luis por los cuatro vientos” . Le recordaba que no debía adoptarse ninguna decisión sin la aceptación de todos los pueblos y le pedía que fuese a verle: “ mucho nece­sitaría que tuvieras una entrevista conmigo antes que

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comenzaran las conferencias de arreglos... este interés me llevó al rio a verte, pero no viniste../’.

Ese mismo día, el 19 de marzo, Lozada conña en Nava por última vez. Los representantes de los pueblos se reunieron y decidieron autorizar a Nava “ para que ya que has comenzado los arreglos los sigas desempe­ñando de una manera limpia y honrosa, sin dejar de tocar ninguno de los puntos que a su derecho corres­ponden... primero, no hacer rendimiento de armas, segundo, defender en todos sus puntos los derechos de posesión que hoy tienen todos los pueblos... que si no hay convenios honrosos, el señor Nava tiene que correr la suerte de los pueblos” .

La decisión de llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias está confirmada en su última carta de 23 de marzo: “ También he dicho que mientras haya sin­vergüenzas que sólo quieren vivir de los trabajos de otros, los pueblos no pueden, por más que quieran, estar en paz... el Gobierno de cualesquiera manera tenia que hacernos la guerra, aunque de aquí no se le provocara” .

Desgraciadamente el 2 de marzo Domingo Nava había recibido una carta del nuevo jefe político de Te­pic, Fernando de los Ríos, donde se insistía en que de­bía abandonar a Lozada, para defender la causa por la que siempre había luchado: “ ... para salvar a los pue­blos... no me salgas ahora... que te juzgarán como un traidor si desertas de ellos... esto sería un honor mal entendido...” . Y el 29 Nava se decidid a decirle la ver­dad a Lozada: “Los arreglos para la paz están conclui­dos con el general Ceballos y son un hecho para todos los que me acompañan... creo que no podía alcanzar más... yo mismo tendré que prestar mis servicios al Go­bierno para concluir cuanto antes la guerra...” . El 1Q de abril, con el título de jefe de las fuerzas del Valle de Te­pic, lanzó una proclama llamando a los pueblos. En ella denunciaba “ las insaciables aspiraciones del C. Manuel Lozada... un cerebro enfermizo, exaltado por las pasiones...” . Señalaba a los pueblos que las condi-

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dones por ellos exigidas para rendirse (asamblea del 19 de marzo) eran inadmisibles y absurdas, dada la supe­rioridad militar del gobierno. Terminaba aconseján­doles la sumisión sin condiciones, recordándoles que los tribunales estaban para impartir justicia, y si bien había sufrido las usurpaciones de las haciendas, “ se hicieron tales despropósitos que de usurpados se con­virtieron en usurpadores” , y les amenazaba con “vues­tra absoluta disolución” .

Si los jefes en su mayoría abandonaron a Lozada en ese momento, éste no quiso admitir su derrota y el 1Q de abril le escribió a Nicolás Hernández: los pueblos que han entrado a la sierra unidos con los del Nayarit, han hecho una junta solemne y han acordado sostener la guerra por un término de años; esto aún no se sabe, se sabrá mañana el término que se ponga para poder en­trar en tratos o hacer sucumbir a las fuerzas enemi­gas... (les ofrecía la posibilidad de permanecer con él o hacerle caso a Nava y retirarse)... tomen el camino que les parezca... él (Nava) piensa que todas las familias bajen a sus pueblos para después hacer lo que hicieron en Yucatán y otros puntos del norte, que después que se rindieron las fuerzas de soldado viejo arriba, hicieron una degollación...” (pp. 51-52). Lozada cayó preso a fi­nes de junio y fue fusilado en Tepic.

Muerto Lozada, los lozadistas seguían en vida y el cantón de Tepic habría de vivir durante mucho tiempo en la inseguridad, el bandidismo social y las revueltas endémicas. Juan Panadero indicaba en diciembre de 1873 la ola de asesinatos que se había desatado, y el 5 de marzo de 1874, escribía: “ La situación del antiguo reino lozadeño empieza a ponerse medio pardo obscuro. Los indios continúan cometiendo robos... la clase proleta­ria se queja de la carestía del maíz” . La clase proletaria se quejaba sobre todo de la actitud de las autoridades y de los propietarios, ya señalada por el general Fuero. El general Ceballos escribía el 21 de junio: “ Ha llegado la noticia de este cuartel general que algunos de los prole­

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tarios expropiados durante la abominable dominación de Manuel Lozada... están tomando posesión de los terrenos que a su juicio les corresponden y tomando por arrendamiento cantidades fabulosas” .

La reacción no había de tardar; los propietarios no habían olvidado nada, ni la lección tampoco les había servido: la revancha esperada hacía 17 años aparecía ante ellos. Sin embargo, fueron demasiado rápido: des­pués de la muerte de Lozada, las tropas se habían que­dado sin jefes secundarios y fieles; los supervivientes de las campañas de 1873, los que se salvaron de Ceba- llos y Carbó, estaban divididos y carecían de prestigio. Domingo Nava tenía sus partidarios y deseaba contro­lar a los grupos armados que aún quedaban, tolerados de hecho por el Gobierno. Ello es prueba de la necesidad que tenía el Gobierno de contemporizar con los lozadis- tas; la política era irlos destruyendo poco a poco, para evitar un nuevo levantamiento general; la consigna era dividir para reinar, enfrentar a Nava con Lerma, asesinar a los jefes; pero esta política perdía tiempo y, en la espera, Lerma se sublevó en mayo de 1874, y “ la situación de este desdichado cantón empeora de día a día. Grandes gavillas de bandidos se pasean en los caminos y rancherías... se asegura que esas gavillas las forman los mismos lozadeños” . {Juan Panadero, 16 de junio de 1874).

A fines de noviembre de 1878 la revuelta vuelve a surgir: Juan Lerma, Nieves Covarrubias, Marcelino Renterías (jefe de Guaynamota cuando Lozada) y va­rios más trataron-de vengar a Lozada y ajustarle las cuentas a Nava, quien seguía trabajando para el go­bierno y eliminando a sus antiguos compañeros. La sierra de Nayarit, el cerro de San Juan, la costa de Chi- la, eran la escena de esta nueva guerra. El Diario Ofi­cial de la Jefatura Política y Comandancia del Distrito de Tepic, resumía así la situación, en el NQ 13, del 28 de septiembre de 1879: “Tepic es víctima hace largos años de un bandolerismo muy distinto del que suele aparecer

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en otras partes de la República. La prolongada domi­nación de Lozada, señor absoluto del Distrito durante el crecimiento y desarrollo de la presente generación produjo en las masas, faltas de toda ilustración, cier­tas ideas, ciertas tendencias que sólo pueden desapare­cer con los individuos en quienes están incrustadas... Todos... sabían que existía un Gobierno en México, pero se consideraban tan independientes de él como de una nación extraña... Lozada los gobernaba cual a nación separada, no reconocía sino por fórmula a las administraciones generales cuando le convenía; y fo­mentando ciertas tendencias de consumismo, creó in­tereses muy especiales en contraposición de los comu­nes... (cuando era atacado) se oía resonar entonces de uno a otro extremo del Distrito el grito de alarma y el indio empuñaba el fusil y se posesionaba de una roca para defender su territorio con arrojo, con la decisión, con el fanatismo del que ve profanado su suelo por plan­ta extranjera... los pueblos se reunían en asambleas y allí acordaban los puntos principales de su política, teniendo al mismo tiempo una organización militar que reconocía como centro el llamado Cuartel General de San Luis” . Es un análisis perfecto.

No nos queda sino tratar de exponer, todavía de manera hipotética, las causas de la caída de Lozada. De las causas exteriores al movimiento propiamente dicho, la esencial era la decisión tomada por el gobier­no de Lerdo de acabar con la secesión lozadista: las intrigas de los enemigos personales de Lozada, los gran­des propietarios, la Barrón & Forbes, Corona, los es­fuerzos del estado de Jalisco para recuperar finalmen­te el 1- cantón, no habrían llevado a nada sin la deci­sión del Gobierno central: era el único que disponía de los medios suficientes para acabar con el “ Tigre de Alica” .

Toda la historia del siglo XIX mexicano es la lucha entre el Gobierno Central y las fuerzas centrífugas, tanto o más que la lucha entre liberales y conservado­

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res, ya sea bajo la forma de caciquismo o de independen­cia de los Estados. Desde este punto de vista, los con­servadores y los liberales llevaron la misma política; de Bustamente a Lerdo de Tejada se encuentra una conti­nuidad que pasa por Santa Anna, Miramón y Juárez. Don Porfirio tendrá éxito, pero su política no fue dife­rente de la de sus predecesores. En el caso de Lozada, la política centralizada y unificadora de México sirvió en un principio a la causa de Nayarit: dejar a Jalisco en la impotencia era servir a la causa, era probar a los otros Estados que sólo el poder federal tenía la capacidad suficiente para resolver los problemas graves; era ade­más una manera de debilitar al orgulloso Estado de Oc­cidente, cuyas intenciones regionalistas e imperialis­tas eran conocidas de sobra. Después, una vez termi­nada la guerra extranjera, aplastados los distintos gol­pes de Estado, aparentemente vencido don Porfirio, el poder central se decidió a acabar con un Lozada ya más peligroso que útil. Peligroso por el ejemplo dado a los otros pueblos indios y a los yaquis y mayos en particu­lar, pues era de temerse que se unieran en una gran con­federación occidental, más peligrosos aún por su polí­tica agraria, que aparecía en el momento en que las Leyes de Reforma engendraban una gran inquietud en toda la República. Acabar, pues, con Lozada, pero sin devolverle Nayarit a Jalisco. De 1868 a 1878 Jalisco pidió en vano la reincorporación del 7e cantón. Esto nunca se hará y el diputado Silva dirá con una amarga clarividencia: “ Según los procedimientos que el Go­bierno general ha observado en Tepic, se puede afir­mar que al hacer arreglos con los elementos lozadeños de aquel cantón lo ha verificado en beneficio propio, y perjuicio del Estado de Jalisco” .

El gobierno tomó la iniciativa de la guerra para acabar con Lozada. Basta leerla carta que uno de los comisarios enviados a México en noviembre del 72, mandó a su jefe el 16 de diciembre:

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Dije al señor presidente que comprendía muy bien las dificul­tades que se podrían presentar para que fuesen aceptadas todas las condiciones anteriores, supuesto que si usted se resolvía a proponerlas a los pueblos, se exponía a perder el influjo que puede tener sobre ellos... ésta es la única manera posible con que el gobierno puede mantener buenas relacio­nes con el distrito de Tepic, porque, de lo contrario, su deberes hacerse obedecer y los hará mandando sus fuerzas... no sólo la mayoría del Congreso sino toda la opinión pública... opinan y piden que desde luego se haga la campaña sin esperar el re­sultado de las negociaciones entabladas por la comisión... confiesan que la paz y el orden que reinaban en Tepic podían servir de modelo a varios Estados, pero que no por eso se podía considerar como legal el orden de cosas allí establecido... por su origen intruso e inconstitucional.

A Lozada se le buscaba pleito a como diera lugar, pues el mismo comisario recuerda que Lozada le habla dicho: “no habrá guerra; si el gobierno quiere hacerla, nos arreglaremos a plomazos” .

Los diferentes grupos que presionaron (el estado de Jalisco, Corona y sus amigos, etc.) son conocidos; lo que se ignoraba es que la famosa casa Barron & For­bes, convertidos en el deus ex machina de los años 1855- 1873 por los enemigos de Lozada, pertenecían a lo que se podría llamar el “ lobby” anti Lozada. Víctima de la política de quien creían haber hecho un testaferro, ha­cía mucho que intrigaban en su contra. Un tal Victoria­no Aldaz, fusilado el 19 de junio de 1873 en La Yesca, escnbió, antes de ser ejecutado, a José María Castaños: “ ...la casa Barrón no le convenía la decoración de 15 años o más, cambiándola por otra nueva, para cuyo objeto metió la cizaña y logró quedarse otra vez con la nueva situación para rehacer su señorío... mientras exista esta casa en Tepic, las desgracias serán para Tepic y para todo el país” .

Las debilidades internas también causaron la caí­da de Lozada, tanto por razones accidentales como estructurales.

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Este movimiento fue, sobre todo, una confedera­ción de pueblos divididos entre sí y cuyo único denomi­nador común era’el jefe que había sabido unirlos. En esta multitud debe distinguirse a lós pueblos de la cul­tura étnica. Algunas comunidades fueron la punta de lanza de la rebelión; otras sólo enviaron su contingen­te después de la batalla y, al comprobar la derrota, se apresuraron a volver grupas. En abril de 1968 Juan de la Rosa y Antonio Carrillo, respectivamente juez y go­bernador de Santa Catarina, nos informaron que los ancianos les habían contado cómo habían sido convo­cados en una ocasión por Lozada para ir a tomar Gua­dalajara y que ya en camino un mensajero le había di­cho que se regresaran, pues ya no se les necesitaba por haber sido tomada la ciudad. Fue una manera como otra cualquiera de salvar las apariencias: no se podía aceptar el haber traicionado y, por ello, se inventó una victoria capaz de justificar el rto haber participado.

Dentro incluso de los linajes ílo había cohesión, los testigos ya citados nos informa?on de la falta de con­fianza entre los distintos grupos huicholes, cosa que venía de muy lejos. Quizá esto explique por qué los de Santa Catarina se perdieron por el camino, mientras los jinetes huicholes de Tenzompan llegaron hasta las puertas de Guadalajara y anduvieron peleando, hasta el fin del verano, a las órdenes del padre Aguilar. To dos estos grupos étnicos son diferentes; el huichil es un buen jinete mientras los demás pueblos sólo proporcio­nan infantería. Lozada tuvo bajo su dirección (siempre directiva, jamás imperativa) a lós tepehuanes de Santa María Ocotán, San Francisco y Qúiviquinta, a los de Santiago Teneraca y a los de Tasquaringa, a los hui­choles que se distribuyen entre los cuatro pueblos si­tuados a lo largo del río Chapalagana (San Andrés y Santa Catarina andan peleados por un problema de límites), a los coras de Santa Teresa, Huazamota, Je­sús María, Mesa del Nayar y San Juan Peyotán. Bajo su jefe Dionisio Gerónimo, e incluso sin él, fueron los

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principales sostenedores de Lozada. En torno a uno de sus pueblos, Guaynamota, se dieron los últimos comba­tes. Lozada, sin embargo, no era de su raza; era un mes­tizo y nadie puede decir a ciencia cierta de qué y qué era mestizo. Fuera de estos tres linajes, desde luego no soli­darios, tras Lozada fueron pueblos mezclados como Pueblo Viejo, Durango, donde hay aztecas y tepehua- nes, Nostic, formado por aztecas que desde hace mucho olvidaron su lengua, Milpillas Chico, San Francisco y otros más donde los coras, los huicholes y los tepehua- nes coexisten tranquilamente. Todo sin hablar de los “ poblanos” , indios venidos no se sabe de dónde y así llamados en las comunidades que los acogieron. Algu­nos viven en verdaderos pueblos, otros en núcleos fami­liares patriarcales de 70 o 100 miembros. Finalmente en los contrafuertes de la sierra y en el valle de Tepic, en la costa de Nayarit y en lo que hoy pertenece a Jalisco, (cantón de Mascota, cantón de Colotlún, etc.) se hallan auténticos pueblos imposible de clasificar. La gente de las ciudades los llamados indios de la misma manera que hoy puede decirse campesinos.

Todos estos pueblos dependen finalmente, les gus­te o no, de sus jefes; sin ellos nada es posible y la asam­blea de estos jefes toma las decisiones. En el hundi­miento de la confederación, la responsabilidad, en pri­mera instancia, recae sobre los jefes. Su actitud, ade­más, fue contraria a la de los pueblos. Dejaron de lu­char para defender los intereses de sus pueblos y se hicieron caciques en el sentido moderno de la palabra* es decir, se pusieron del lado de la administración para explotar a sus hermanos.

La multitud estaba ahí pero no sus jefes, y nadie podía mandar sino a través de ellos. Su determinación para llevar la lucha adelante no servía para gran cosa, dejando de lado a los once pueblos que habían conser­vado a sus dirigentes y de los que Lozada decía:

“ Tú sabes que se necesita que todo lo que se haga

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sea con la aprobación de todos los jefes” . Por eso Lo­zada dirá a los soldados del pelotón de fusilamiento:

... tengo la conciencia de que jamás hice mal a nadie; no me arrepiento de mis hechos, pues si alguna vez los que me rodea­ron no cumplieron con sus obligaciones para con los pueblos, la culpa no fue mía. Si la desgracia en adelante se apodera de estos pueblos, culpa es de varios y muy particular de Domingo Nava. No me culpéis a mí... .

Las profundas debilidades del movimiento fueron las que lo llevaron a la ruina, puesto que “ existía ya entre los indios desde antes de la venida de las fuerzas una división profunda que más tarde había de facilitar mucho las operaciones militares. Con el auxilio de los caciques... que traicionaron a Lozada se pudo capturar a éste. El Gobierno guardaba entonces mil considera­ciones a los caciques...” .

Está permitido preguntarse qué hubiera hecho Lozada si no hubiera sido vencido en la Mojonera, si este fracaso, el primero tras una larga serie de éxitos no hubiera desmoralizado a los jefes... El Siglo XIX, con fecha de 15 de febrero de 1873, publicaba:

Lozada tenia razón cuando aseguraba que al tomarla capital de Jalisco se le unirían cien mil hombres, porque antes de em­prender aquella campaña había mandado comisionados secretos a varios pueblos de aquel estado, convocando a la raza indígena a que se le uniera para efectuar un levanta­miento, tomando por enseña la religión y los intereses géne- rales del linaje indio.

Juan Panadero ya había dicho el 16 de enero que “ los pueblos de la orilla de la laguna de Chapala tam­bién han mandado sus comisionados para que formen en la junta de jefes lozadeños. Como se ve el negocio se pone medio oscuro y se debe tomar las precauciones convenientes a fin de que las terribles tendencias de los indios no tomen incremento” .

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¿Cuál habría sido el destino de este movimiento de “ Religión y Tierras” ? ¿Levantó a los pueblos en contra de sus vecinos y enemigos inmediatos? ¿Invocó el mito del Reino de Nayarit? No hemos logrado saberlo. Loza- da tenía personalmente conciencia del peligro que en­trañaba este localismo, y lanzó un llamado a todos los oprimidos y a las clases proletarias de México. Pero al mismo tiempo cuidaba el no meterse con los intereses extranjeros y quiso darse a conocer fuera del país, a pesar del odio que sentía por los yanquis. Mas la prime­ra vez que quiso sacar a sus tropas de su tierra, fueron vencidas como el gigante Anteo. No podía hacer nada a escala nacional, con todo y sus proyectos de reformas constitucionales. Soñaba con una confederación de democracias pueblerinas y no contaba con ningún alia­do fuera del campesinado. Nadie le apoyaba en las ciu­dades tan pronto como dejaba de ser un aliado intere­sante. ¿Quién se benefició en última instancia con su sacrificio y el de los pueblos? La burguesía comercian­te de Tepic, a quien le sacó las castañas del fuego y que gracias a él vio al 7e cantón de Jálisco transformarse en el Estado Soberano de Nayarit. Este Nayarit es más pequeño que el territorio levantado por Lozada, pero, por si esto fuera poco, se constituyó para provecho de los enemigos de los pueblos.

El problema de las relaciones entre un movimiento social y la historia nacional

Empecé a trabajar sobre Lozada de manera romántica, o sea siguiendo el esquema del bandido social, del indí­gena, de la guerra campesina de comunidades indíge­nas que se levantan para recuperar los terrenos usur­pados por las haciendas; comunidades capaces de libe­rar un territorio bastante amplio; de organizar una república campesina, al estilo colombiano de la Mar- quetalia de los años 50 del siglo XX. La aparente auto­nomía de la zona lozadista, la fuerza circunstancial de

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Lozada (y la circunstancia dura 20 años), aparente­mente capaz de imponerse a gobiernos, a primera vista tan diferentes como los de la Reforma, los conserva­dores, el imperio de Maximiliano, la república restaura­da de Juárez, todo eso me impresionó, ofuscó, deslum­bró.

Además el movimiento lozadista sigue siendo, hasta la fecha, igual que la guerra de castas en Yuca­tán, o semejantes movimientos chiapanecos, objeto de controversia y pasiones locales. Hay un grupo todavía muy poderoso en 1976, en Tepic, que dice que Lozada es un bandido, un forajido, un asesino y que niega todo chiste al movimiento: Lozada fue el jefe de la “ guardia blanca” de la casta capitalista, conservadora, traido­ra, contrabandista Barron and Forbes. Punto.

Frente a la leyenda negra el historiador revisionis­ta cayó alegremente en la seducción de un Lozada au­tónomo, trabajando por sí mismo y para los campesi­nos (indios o no ¿quién sabe?). Punto. Otra vez la le­yenda zapatista.

Ahora pienso, sin tener más información de archi­vos, pero con más conocimiento de la historia global, que Lozada existió debido a la política nacional de la época, que ofreció la oportunidad a Lozada, a ciertos grupos campesinos y a ciertas tribus serranas, de lu­char por sus intereses y adueñarse de posiciones polí­ticas, durante el tiempo déla crisis nacional. Pero ni Lozada, ni los campesinos, ni las comunidades indíge­nas se encontraban solos. Lozada está rodeado de un estado mayor impresionante de secretarios reclutados entre las mejores familias de Tepic: lo acompaña el general Carlos Rivas, más tarde senador en tiempos de Don Porfirio, y personaje muy importante del occiden­te; su pariente Manuel Rivas que funciona como jefe político del territorio de Tepic; Miguel Oseguera, etc... Uno se entera con sorpresa que Lozada y sus huarachu- dos son la parte visible del iceberg (anacronismo: como Pancho Villa y sus jinetes, fenómeno guerrero que ocul­

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ta la élite de Chihuahua y del norte que está con y de­tras de Villa).

Lo que da cierto fundamento a la versión que me presentó, en 1973, un señor político del estado de Naya­rit, al explicarme por qué no se festejaba el centenario del fusilamiento de Lozada.

El es un bribón, es un asesino, nunca existió como fuerza polí­tica; estaba manejado por los reaccionarios, por los clericales de Tepic, y hasta la fecha, detrás de cada lozadeño Ud. va a encontrar un seminarista o un jesuíta.

Con esto quiero decir que los movimientos surgen dentro de la historia ¿global. Lozada no se entiende sin Tepic, no se entiende afuera de la lucha entre dos ciuda­des del occidente, Guadalajara y Tepic. Tepic quiere conquistar su autonomía y se aprovecha de la existen­cia de Lozada; se puede decir que esa burguesía mer­cantil, comerciantey hasta industrial (textil) tiene el genio político e histórico de utilizar a Lozada. Lo mis­mo se puede decir de Lozada y de su gente; hubo una especie de pacto, de convenio entre dos partes que te­nían interés en luchar contra Guadalajara. Y el gobier­no central de México no vio con disgusto la oportuni­dad de desmembrar el poderoso estado de Jalisco.

Aprovechando la coyuntura, Lozada y los pueblos son capaces de hacer lo que no se ha hecho en otra par­te de la república, es decir, nulificar todo el proceso agrario que viene desde finales del siglo XVIII, culmi­na con las leyes de Reforma y significa la destrucción de la propiedad comunal. En Tepic ese proceso no triun­fó antes de los últimos quince años del siglo XIX, cuan­do en el estado de Morelos la destrucción se había he­cho antes de 1860.

En Tepic las leyes de Reforma no se aplicaron sino hasta 1880-1900, precisamente porque existió el loza- dismo, movimiento que no es un capítulo de historia campesina o indígena, sino de la historia del oeste de

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México y del Estado central. Frente a todas las faccio­nes, los lozadistas manifestaron gran capacidad polí­tica, gran oportunismo capaz de obtener el reconoci­miento de Comonfort, Mora, Maximiliano y Juárez. Así vemos funcionar un fenómeno que es bien obvio en el siglo XX: existen nexos estrechos entre los m ovi­mientos en el campo y la historia nacional.

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EL ORIGEN DEL MARIACHI

Ilustrísimo Señor,

Con fecha 26 de abril próximo se sirve V.S.I. pedir­me informe circunstanciado sobre los hechos que han ocurrido en este lugar y que han ocasionado diferencias mías para con las autoridades de este mi feligresía y de que han instruido queja al Su­premo Gobierno del Estado. Las ocurrencias son las siguientes.

Al acabarse los divinos oficios en mi Parro­quia en el sábado de gloria encuentro que en la pla­za y frente de la misma Iglesia se hallan dos fan­dangos, una mesa de juego y hombres que a pie y a caballo andan gritando como furiosos en conse­cuencia del vino que beben y que aquello es ya un desorden muy lamentable, sé que esto es en todos los años en los días solemnísimos de la resurrec­ción del Señor y sólo que ya sabemos cuántos crí­menes y ecsesos se cometen en estas diversiones, que generalmente se llaman por estos puntos Ma­riachis,1 sólo nosotros porque lo vemos, lo pode­mos creer y nos horrorizamos al ver que no hay autoridades que repriman desórdenes reprobados por la moral y las leyes que nos rigen.

Yo fui luego a la Autoridad local y le supliqué

1. El subrayado es mío. J.M.

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se sirviera impedir estos males, principios de otros muchos mayores y no logré mi deseo pues se me alegó la costumbre y perjuicios que seguirían a los comerciantes interesados en la venta de licores y otras razones de esta clase.

El desorden crecía por momentos yo deseaba en cada instante evitarlo. No accedía la Autoridad y entonces me dirigí al lugar en donde se hallaban los fandangos, pedí los instrumentos y me los die­ron, supliqué a los que jugaban naipes que dejaran de hacerlo y se abstubieron y luego también rogué que se levantara del suelo a un infeliz que se halla­ba tirado ahogado del vino, y lo levantaron. Todo esto lo hice, Illmo Sor, no con estrépito ni mucho menos abofeteando a alguno como se indica en el informe, pues habría sido temeridad hacer esto un hombre solo en medio de una multitud y poseída del vino en muchas partes.

Después de todo esto el Alcalde me puso el ofi­cio que original acompaño a V.S.I. el cual me pare­ció prudente no contéstar. Luego el mismo Sor reu­nió una contribución pecuniaria para traer nuevos músicos que vinieron y formaron un fandango que duró desde el sábado hasta el lunes.

Cuando me vi así burlado por la Autoridad que debía sostenerme en un caso en que solo se tra­taba de evitar desórdenes y escándalos públicos, toqué las campanas y reunidos que fueron mis fe­ligreses les anuncié que me retiraba al Pueblo de San Juan Bautista que dista de la cabecera de cua­tro a cinco leguas, y que ahí auxiliaría a los que lo necesitaran, y así lo verifiqué mientras estube en dicho Pueblo, pues auxilié a la Esposa del Alcalde mismo, a una cuñada suya del referido Alcalde porque su muerte fue violenta y no me avisaron y otro de un rancho a quien no alcanzé vivo.

Mientras estube en San Juan, vine a este un Domingo y por la tarde hice la instrucción doctri-

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nal a que estamos obligados los Curas y entre la semana dije misa, resistiéndome solo a hacerlo en día festivo para que entendiesen que el desorden que en tales días introduce la reunión debe traer algún castigo.

Hacen méritos los quejosos de que me retiré a la feligresía de Santiago Ixcuintla. Esto, Illmo Sor, es falso. La feligresía de Santiago y la mía está separadas de una manera muy natural y co­nocida pues la línea divisoria es el río de San Pedro y el Pueblo de San Juan está al Norte de dicho río y Santiago a la frente del sist. San Juan así como San Diego y Santa Fe fueron pertenecientes a las misiones de Nayarit, y desde que estos pueblos han quedado abandonados pasada que fue la revo­lución del año de diez, buscan el áuxilio en el pue­blo más cercano y lo es Rosamorada, pues San Juan solo dista de cuatro o cinco leguas, como lle­vo dicho, y los otros puntos un poco más y así de hecho y por necesidad son de esta feligresía, pues desde mucho tiempo a esta parte los matrimonios y demás auxilios los reciben de aquí y por lo mis­mo yo quedé en mi feligresía, y si me retiré de la cabecera no fue para negarles los socorros, pues se los ministré, sino por dos razones, la una para que experimentaran algún castigo y la otra para evi­tar la ocación de nuevos insultos a mi persona. Cuando las cosas se han calmado cuando el Sor Director de Acaponeta ha hablado conmigo y he tenido alguna garantía para conservar el decoro del Párroco, yo he vuelto a la cabecera y me encuen­tro en ella.

Esto es, Illmo Sor, lo que con toda verdad ha pasado: bien podrá suceder que me haya ecsedido en algo, pero mi fin en todo no ha sido otro que el deseo de conservar la dignidad del Párroco.

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Dios Ntro Señor guarde a V.S.I. muchos años. Curato de Rosamorada, mayo 7 de 1852.

Cosme Santa Anna

Sr. Cura de Rosa Morada. Quedo informado de la comunicación de U fha (sic) del pasado a que acom­paña el oficio que le dirigió el alcalde de ese lugar en cuya comunicación trata de vindicarse de los car­gos que las autoridades de ese mismo lugar hicie­ron a U ante este gobierno por sus procedimientos tenidos apenas llegando a su beneficio y que justa­mente llamaron la atención de este mismo gobier­no.

Aunque sus comportamientos hayan proce­dido de su zelo por la integridad de las costumbres y veneración al lugar sagrado: tal espíritu no es honesto ni excusa su modo de obrar en el exterior pues U se arrojó verdaderamente facultades que no tenía como le dijo justamente el Alcalde: a Uno correspondía suspender con autoridad las diver­siones que fueron ocasión del escándalo que dio al pueblo: sino representar a la autoridad civil la in­moralidad e inconvenientes de ellas, y en caso de no ser oido elevar su queja al S Gbño (sic) para que el desorden se corrigiera por las vías legítimas y ordi­narias: orando entre tanto como Pastor para que Dios remediera los males que no estaba en su órbi­ta quitar, pues todo ese influjo en las cosas que no son de su fuero: debe consistir en la palabra, en protestas con constancia y energía contra los abu­sos, y la experiencia ha probado que exceder estos límites que señala la misma naturaleza del minis­terio parroquial acarrea funestas consecuencias dividiendo las autoridades e inquietando al pue­blo; más lo que ha ocurrido ahora servirá a U de experiencia para que en lo subsesivo se porte con

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más prudencia y moderación discerniendo lo que esta en sus atribuciones y facultades de lo que toca a la autoridad civil y atendiendo sobre todo el ca­rácter de suavidad con que debe regirse el pueblo a quien se pone en ocasión de cometer faltas en la persona del Cura. Dios. Guad. Junio 18 de 52.

Me encontré casualmente este documento, cuando an­daba detrás de Manuel Lozada, en una investigación que se acabará quién sabe cuándo. Es de mucho interés en varios aspectos: ilustra los conflictos cotidianos que podían llevar autoridades civiles y eclesiásticas al enfrentamiento, en el siglo pasado y cómo hoy tam­bién; explica cómo la confusión entre los dos reinos y el autoritarismo expansionista de los curas puede engen­drar el anticlericalismo de los funcionarios y de la élite local, vejada en su poder y en sus intereses materiales. Es también un testimonio precioso sobre el conflicto permanente, tan viejo como la religión, entre la depura­ción de la fe que quieren llevar a cabo ciertos hombres, sacerdotes o laicos, y la resistencia de tradiciones casi imposibles de desarraigar. El conflicto entre Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, y ciertas parroquias de su diócesis que corrieron a los sacerdotes “ desfanati- zadores” no es diferente del lío que se armó en Rosamo­rada en 1852. Cincuenta años después de las cosas se­guían igual, ya que Julio Pérez González lamentaba en sus Datos Estadísticos del Territorio de Tepic (1895) que, alejada Rosamorada de las poblaciones de más consideración del Territorio, “ aquellos campesinos habitantes están ávidos de diversiones, y con el fin de procurarse alguna distracción forman bailes públicos, que llaman “ Mariaches” , con una música rústica, al aire libre; y se entregan con frenético entusiasmo a ese género de entretenimiento, en el que se usaba de las bebidas alcohólicas, y regularmente, el baile se prolon­ga por dos o tres días consecutivos; y de allí, además de los que quedan heridos o maltratados por riñas que

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siempre se suscitan en aquellas reuniones, resultan muchos enfermos de fiebre, neumonía o disentería, que son allí las enfermedades reinantes. Por desgracia esas costumbres son generales en todas las poblaciones pequeñas y rancherías de la costa relacionada; y el recurso más eficaz que hay para la morigeración de las costumbres, es la emulación, por medio de la inmigra­ción de gente moralizadora que se mezcle con los habi­tantes de aquella comarca” .

Por fin, nuestro documento permite hacer caminar la discusión sobre el vocablo ‘ ‘mariachi” . La versión turística más difundida según la cual procede de la pa­labra francesa “mariage” (boda), en tiempo déla Inter­vención, es buena broma, y nada más. De don Nacho Dávila Garibi (1888-1981) hasta Pedro Castillo (1973. Santiago Ixcuintla, cuna del mariachi), no faltan los defensores del carácter americano de la palabra. Los patriotismos locales han vuelto apasionada la discu­sión ¿será de Tecalitlán, de Cocula o de Santiago Ix­cuintla el mariachi? Se pelea el vocablo, desde luego, no el conjunto musical promovido tan exitosamente por Jalisco. Dávila Garibi, quiere a toda fuerza que el vocablo mariachi sea “ coca” y que esa “música típica, bulliciosa y alegre” haya tenido su cuna “ en Cocula, Zacoalco y otras poblaciones que en lo antiguo forma­ron parte de la nación coca” .

El maestro Pedro Castillo Romero parece tener razón, según don José Ramírez Flores, al escribir: “ la palabra mariache o mariachi se deriva de la lengua pinutl, lengua hermana del cora, que significa tarima, entablado, estrado o suelo movible” . Tiene su origen en un árbol del noroeste, de la familia de las acacias de donde se hacían las tarimas para los bailes.1

Don José siempre se ha manifestado incrédulo

1. Pedro Castillo p. 182.

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sobre la autenticidad de los vocablos que se nos daban de la lengua llamada coca; pero puede reconciliar el sur de Jalisco con Nayarit: relaciones de manera convincente en sus estudios2 a pueblos coras de Nayarit con la re­gión de los excantones de Sayula y Autlán, y encuentra una posible presencia del cora en Jalisco, “hablado con el nombre de ‘pinome’, o ‘pinul’ , o ‘pinonuquía’ y esta mesma dicen que es la de los coras y coanos y vaincini- tecas” , citando al P. Ponce.

De todos modos, ya tenemos un testimonio ante­rior a3 los años de la Intervención francesa. Tiene peso científico, aunque no le pueda quitar fuerza a la leyen­da. Terminaremos dándole la palabra a Enrique Ba rrios de los Ríos, en su hermosa obra Paisajes de Occi­dente (1908); ya verán que los fandangos que horrori­zaban al pobre P. Santa Anna no aflojaban, y que la famosa “tarima” (mariachi) era el centro de la fiesta. Don Enrique nos habla de Santiago Ixcuintla (como Pedro Castillo) y nuestro documento es de Rosamora­da. Eso no tiene la menor importancia, se trata de dos pueblos vecinos y hermanos.

Anímase varios días con el rebullicio de la feria y la fiesta patriótica anuales que atraen a la población de los lugares comarcanos y en la primera la invade, venida de tierras leja­nas, una bandada de buhoneros, tahúres, mujeres de la vida, que van a halconear, mendigos y garduños que meten en cui­dado por relojes, mascadas y portamonedas.

Pasa el pueblo la mañana de los días de feria, en las lides de gallos, en las que hay orquestas, cantadoras de valses, polkas, danzas, y bailarines de can-can y jarabe, desfigura­dos por el enjalbiego de blanquete en cara, cuello y brazos, con

2. Lenguas indígenas de Jalisco, Guadalajara 1980, (Cocas pp. 21-33, pi- mone 61-65).

3. Jerónimo del Terruño “La palabra mariachi” . Diorama de la Cultura (Excélsior) 5 de julio 1981, p. 12 pedía se buscara un documento anterior a 1860-1970, para fundamentar la tesis autóctona. Dicho, hecho.

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mayos en el tocado, nagüilla corta de gasa, medias hasta el muslo y botines blancos; y hacen piruetas bajo el tinglado de palmeras, sobre la-arena del reñidero, donde corrió la sangre, se esparcieron las plumas de valientes y encorajinados gla­diadores y cayeron exámines los vencidos.

Antes del espectáculo, recorre las calles céntricas la música, al son de la cual van las cantarínas entonando val­ses, polkas, danzas. Síguenlas dos portadores cada uno de un gallo que llevan mostrándole al público, y entre ambos porta­estandartes, un portafuegos arroja al aire atronadores cohe­tes.

La tarde es consumida en el ancho coso, año por año le­vantando de estípites de palmera, sombrados los palcos de hojosas ramas. Es la función clásica, la que anima la feria. Allí se entusiasma y se enfurece el pueblo; grita, silba, aplau­de, abandonado el supremo goce de aquella lidia obstinada y cruenta.

Los toros son anunciados desde la víspera, por la tarde, y todo el día de la corrida desde la madrugada, con un tambor y una chirimía a dúo por las calles. A l ronco redoblar del uno, silba ladinamente la otra, con son triste y monótono, que me hace recordar las antiguas procesiones de Semana Santa, que había en la parroquia de Jesús, en Zacatecas.

La noche está consagrada al juego, al vino y al amor.En torno al jardín de la plaza principal se levantan tien­

das de campaña, y dentro de éstas se suspenden lampiones; se arman poyatas, anaquelerías y mostradores; se colocan me­sas y sillas. En una calle cubren el pavimento de guijarros las frutas y hortalizas; en otro, las pescaderías, en una tercera se alinean, en doble fila, numerosos tabancos, abastecidos de fiambres y fritangas, y entre una y otra tienda hay un maria­chi. Es éste una tarima de pie y medio de alto, dos varas de longitud y una de anchura, donde toda la noche y aún de día, se bailan alegres jarabes al son de arpa, o de violín y vihuela, o de violín, redoblante, platillos y tambora, en cuarteto atur­didor. Bailan hasta cuatro personas a la vez en cada tarima, y resuena por plaza y calles circunvecinas el estruendoso table­teado del atronador jarabe. Acompáñanle a veces de cancio­nes, y con tanta destreza le bailan algunos campesinos, que colocan sobre su cabeza un vaso colmado de aguardiente o una botella destapada y llena de licor, y no se caen, ni se derra-

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ma una sola gota, en las vueltas vertiginosos y otros movi­mientos rapidísimos del baile. Rodeados están los mariachis de una multitud agradablemente entretenida y absorta en aquel baile regocijado y ruidoso.

Hombres y mujeres de los pueblos, de las cortijadas, pa­sean por el jardín desde el obscurecer; se aglomeran, se opri­men, se empujan fuertemente, y en los ángulos del andén for­man masas compactas, difíciles de contener y atravesar. Con la muchedumbre aumenta el calor en medio de la humedad de la noche; todos transpiran en abundancia; se siente cálido el aire, y una tufarada picante y hedentina.

Aquellas oleadas de pueblo, aquel ruido de feria, aquella alegría de fiesta van creciendo al paso que la noche avanza.

Bajo las iluminadas tiendas de las timbirimbas se agru­pa una multitud ávida de las emociones de la apuesta, y más ávida del dinero apostado, y en silencio ve correr el albur, hasta contiene la respiración. Levantándose en las puntas de los pies los concurrentes que se han quedado atrás, meten la cara entre las cabezas de los de adelante, y cuando el silencio es más profundo y la espectación más viva, un murmullo si­gue a la aparición de la carta deseada por unos, temida por otros. Se distribuyen montones de pesos entre los ganancio­sos, por la fortuna socorridos, y be recogen las apuestas per­didas. Vense entonces semblantes alegres, y otros melancóli­cos; gente preocupada y pensativa; caras de alucinados, de desengañados y de arruinados.

Los beodos y los moceros están en las cantinas, reque­brando a las escanciadoras, a las cantatrices, alas bailarinas de jarabe; rasgueando las vihuelas; cantando en coros discor­dantes; bailando en las tablas; bebiendo, bebiendo, pasando la noche en pública orgía.

A los sones de las murgas y de los organillos, al estruendo de los bailes se unen las voces de los que cantan, de los que venden, de los que juegan, el rumor de la multitud que pasea, y confundida tanta variedad de sonidos, se oye en las obscuras y solitarias calles distantes, como un solo grito lejano de loca alegría.

En la calle de los tabancos hay en el centro una hilera de numerosidad de mujeres sentadas en frente de sus braseros, donde sobre el comal hierven los lardos y se aderezan las en­chiladas. Atrás, junto al soportal, se pone otra hilera de me-

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sas con tazas, pan, lechugas, butifarras, aves desplumadas, piernas de venado; y sentado a las mesas o en torno de los braseros, el púeblo bebe leche, café, atole, o en voraces den­telladas y afanoso mandibuleo engulle ciervos, pavos, galli­nas, tocino, malcocinado y enormes trozos de teñera. Chillan las fritadas, y se difunde en toda esa calle, y el soportal inme­diato aquel olor de embutidos y botagueñas.

Toda la noche se come, todo el pueblo cena, se ahita y se da fuerzas para una embriaguez hasta la amanecida.

La víspera de la Ascención del Señor principal día de la feria, afluye mayor número de visitantes; se despueblan los lugares circunvecinos, y la gente no cabe en la villa. Los meso­nes, atestados de forasteros, no dan lugar a nuevos huéspe­des; las fondas no tienen para alimentarlos; presto quedan desmantelados los tabancos, sin satisfacer a su parroquia. En los pórticos y soportales no hay dónde poner un pie, sino sobre otro de persona sentada o que pasa; en el jardín apenas si puede moverse aquella masa de seres humanos que pasea; las calles adyacentes son estrechas para la irrupción del gentío que empuja y arrolla a los tomajones, jugadores y curiosos de que están rodeadas las mesas de ruletas, licores y refrescos; el ancho atrio del templo cubierto está de seres humanos, senta­dos o acostados.

Inmensa muchedumbre se agita toda la noche en la plaza y en t^mo del templo.

En el atrio se eleva altísim o castillo de pólvora, cuyo incendio mantiene a la multitud en expectación hasta la mi­tad de la noche. Los corredores de fuego se suceden de la torre a la casa municipal, las cámaras dejan oír a largos intervalos su ronco trueno como de cañón, y los cohetes hienden el espa­cio y traquean en las alturas, o se deshacen en estrellas titi­lantes de colores, en el fondo del espacio obscurecido, y caen a manera de bólidos.

En mitad de la noche se incendia el castillo: se llena de resplandores; formados por las girándulas en sus rápidas vueltas, se cubre de estrellones blancos, dorados, azules, rojos, violáceos; se deshace en áureo polvo; chirría al despedir el aire comprimido entre sus bombas, y se corona de rayos, despidiendo cohetes que centellean entre las altas sombras y atruenan las alturas en el silencio de la noche. La torre del templo se recorta en las tinieblas del espacio, iluminada de

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brillantes colores por las luces polícromas del castillo. En torno a éste se difunden sus vividas claridades, sus radiantes fulgores, dejándose ver las mil caras que le contemplan, roji­zas, azuladas, verdosas, y distinguimos entre la multitud a personas conocidas, embelesándose en aquella quemazón lúcida, preñada de colores, de llamas, de chispas, de truenos y de nubes luminosas.

Parte del pueblo duerme en el atrio, en el jardín, en los pórticos, en las calles inmediatas; sobre las mantas donde se tiende el pescado, al pie de los sacos donde se le guarda; sobre las mesas desnudas los chicuelos, y debajo de éstas los adul­tos. Familias completas están apiñadas hechas racimos, mientras otra parte del pueblo, la más numerosa, prosigue en los juegos, se pasea en el jardín, bebe y baila hasta el nuevo día.

Las comparsas de indios, venidas de las cercanías, a la puerta de la iglesia empiezan desde el amanecer del día de la Ascención, su acompasado y simétrico danzar, al son de violi- nes gemebundos.

Entarascados los matachines con su gaitería, llevan en la cabeza un plumero reluciente de espejillos, almilla morada, nagüilla corta con lentejuela, cuentas, cascabeles y otros pelitriques, media rosada o blanca y cendales nuevos. Al hombro, gran mascada de vivos colores y negra y larga cabe­llera; a la espalda la aljaba, y en las manos sonaja, arco y flecha.

Dispuestos en dos filas para danzar, suenan los violines con notas lastimeras, como llanto, como súplica llorosa, y empiezan los ordenados movimientos, las acompasadas evo­luciones, con las que trazan mil figuras, acompañando el son triste e igual de los instrumentos con el de los pies y las sona­jas. En mitad de la danza despiden alaridos, se hincan de rodillas, se tiran de bruces, levantan las manos al cielo en­vueltas y saltos: apuntan con las flechas y hacen ademán de dispararlas; se cruzan, y, se rodea de ellos el viejo enmascara­do con una carantamaula de cretino, el monarca de luenga cabellera cana, director de aquella comparsa emplumada, crinada y vestida de todos colores.

Pasadas las misas, se estaciona el baile en el interior del templo, en donde las comparsas penetran danzando.

Ese día el furor de la feria llega a su último límite, el en­

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tusiasmo a su más alto grado: la bacanal del día es igual a la de la noche, no cesan el baile, el juego, la embriaguez, el paseo de tumultuoso concurso en los pórticos y la plaza.

Después de la Ascención va decayendo la feria; empieza a dispersarse la muchedumbre y el domingo siguiente concluye todo; el lunes vuelve a su antigua soledad y quietud la villa”, (p. 42-48).

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Esperando a Lozada Se termino de imprimir

el 9 de Septiembre de 1984.Se imprimieron 2,000 ejemplares.

Tipografía, diseño e impresión estuvieron a cargo de Gráfica Nueva Pipila 638 / Tel: 13-29-74 Guadalajara, Jalisco, México

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Con el título de Esperando a Lozada , título de rem iniscencias lite­rarias, el autor tom a conciencia de que el tiempo pasa. Empezó a trabajar el tem a de M anuel Lozada en 1968 y publicó su primer ar­tículo sobre “ El Tigre de A lica ” en 1969. Desde entonces no ha po­dido olvidar a este personaje, pero, aunque con apremio de tiempo, ha am pliado su investigación eñ el espacio, en el tiempo, en la te­m ática . A h o ra sabe que tardará m u chos años aún antes de Sen­tarse a escribir el libro que podrá lla m a rse “ M anuel L o z a d a ” y que será la historia de Com postela y Tepic, San Blas y la sierra del N ayar, G uadalajara y el Séptimo Cantón de Jalisco, hoy Estado de N ayarit.

Esperando a Lozada debe entenderse entonces como una pro- m esa-com prom iso con Lozada y con los lectores y como una pri­mera entrega, a guisa de buena fé. M ientras tanto, el autor no ha olvidado a Lozada; sigue persiguiéndolo, acosándolo. Por eso de­cidió publicar este m an ojo de artículos, a lgu n os p ublicados ya , otros inéditos, junto con varios documentos originales que abren y cierran el libro. Lozada sólo aparece directamente en unas cuan­tas páginas, pero su som bra está siempre presente. A sí lo a d v e r t i ­

rá el lector, quien podrá entonces tener paciencia y seguir un tiem ­po m ás, “ esperando a L ozada” . J.M .

ISBN 968-7230-04-5