espacios y sociedades - iberoamerica

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“ESPACIOS Y SOCIEDADES” – Mendez y Molinero - Ed. Ariel, 1991 CAPÍTULO IX IBEROAMÉRICA: LA CRISIS ESTRUCTURAL DE UN TERRITORIO Y UNA SOCIEDAD MARCADOS POR LA COLONIZACIÓN Los caracteres de a !de"t!dad !#eroa$er!ca"a Iberoméri! re"re#en$! %n on&%n$o de "%eblo# y $ierr!# '%e, en "rini"io, "!reen on$!r on %no# !r!$ere# om%ne# y %ni(i!dore#, #i bien e)i#$en !l*%no# r!#*o# de di(ereni!i+n '%e in$rod%en %n ier$o "l%r!li#mo. 1. IDAD C/0A Y DIE0SIDAD ESPACIA o# (!$ore# de unidad "!r$en "rimordi!lmen$e de %n (en+meno '%e lo# !(e$+ de %n! m!ner! *ener!l2 l! oloniz!i+n. A "e#!r de lo# "ro(%ndo# !mbio# e)"erimen$!do# ! ni3el eon+mio, #oi!l y e#"!i!l de#de "rini"io# del "re#en$e #i*lo, !%n'%e "rini"!lmen$e ! "!r$ir de l! ri#i# del 3ein$in%e3e y d%r!n$e l! e$!"! de#!rrolli#$! "o#$erior ! l! II 4%err! M%ndi!l, Ibero!méri! e#, !n$e $odo, %n e#"!io m!r!do "or l! oloniz!i+n. 5! #ido l! oloniz!i+n l! '%e le 6! "ro"orion!do #%# r!#*o# de 6omo*eneid!d y, en "rimer l%*!r, %n! %l$%r! lle3!d! de#de l! 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En %!n$o !l #%bde#!rrollo, lo# !(e$! de %n! m!ner! *ener!liz!d!, !%n'%e 6!y!n !"!reido (oo# de in$en#o din!mi#mo eon+mio, omo %eno# Aire#, So P!%lo, y, en *ener!l, $od!# l!# !"i$!le# n!ion!le#: y, !%n'%e, omo en el !#o de C%b! y de i!r!*%!, #e 6!y! #e*%ido %n modelo de de#!rrollo #oi!li#$!, en on$r!#$e on el del re#$o de Ibero!méri!. nid!d en el #%bde#!rrollo, '%e e# 3i#ible, !dem8# de en o$ro# !m"o#, en l! "ro(%nd! di#$or#i+n en$re el reimien$o eon+mio y el demo*r8(io, #i  bien !l*%no# "!7#e#, omo Ar*en$in! o C%b!, 6!n lo*r!do red%ir é#$e ! ni3ele# #imil!re# ! lo# de l!# #oied!de# de#!rroll!d!#, E#$o# r!#*o# de 6omo*eneid!d, #in emb!r*o, no en%bren $o$!lmen$e l!# diferencias e)i#$en$e#. n!# di(ereni!# '%e n!en, !n$e $odo, de lo# on$r!#$e# en el medio (7#io: on$r!#$e#, "or e&em"lo, en$re l! Améri! !ndino-me)i!n! y el 3!#$o e#"!io de l!# "l!$!(orm!# y ll!n%r!# #%d!meri!n!#, on %n!# 3!ri!ione# !l$i$%din!le# '%e 3!n de#de lo# F. ! B. m de l!# b!rrer!# !ndin!# 6!#$! lo# G.F ! H. m de lo# !l$i"l!no o lo# 1 ! G m de l!# "l!$!(orm!# en$r!le# de S%d!méri!. Con$r!#$e# i*%!l- men$e en$re %no# dominio# $em"l!do# o (r7o#, omo en l! P!$!*oni!-/ierr! de %e*o, (ren$e ! re*ione# #%b$ro"i!le# y de#ér$i!# o (ren$e ! lo# dominio# del  bo#'%e !m!z+nio, d!do '%e el #%bon$inen$e #e e)$iende de#de lo# G *r!do# de l!$i$%d 6!#$! m8# de FF de l!$i$%d F. Con$r!#$e# $!mbién en el de#i*%!l *r!do de o%"!i+n y !"ro3e6!mien$o del e#"!io. A#7, (ren$e ! l! den#i(i!i+n 6%m!n! de l!# $ierr!# de Améri! en$r!l y del C!ribe, #e e)$ienden 3!#$7#imo# $erri$orio# m7nim!men$e o%"!do# den#id!de# in(eriore# ! 1 6!bi$!n$e "or Jil+me$ro %!dr!do< y e)"lo$!do#, omo #%ede en l! %en! !m!z+ni!, '%e #e on$in;! 6!i! el #%r "or el M!$o 4ro##o, el P!n$!n!l y el C6!o en r!#il, P!r!*%!y y Ar*en$in!. 1

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CAPTULO IX

ESPACIOS Y SOCIEDADES Mendez y Molinero - Ed. Ariel, 1991

CAPTULO IX IBEROAMRICA: LA CRISIS ESTRUCTURAL DE UN TERRITORIO Y UNA SOCIEDAD MARCADOS POR LA COLONIZACIN

Los caracteres de la identidad iberoamericana

Iberomrica representa un conjunto de pueblos y tierras que, en principio, parecen contar con unos caracteres comunes y unificadores, si bien existen algunos rasgos de diferenciacin que introducen un cierto pluralismo.

1. UNIDAD CULTURAL Y DIVERSIDAD ESPACIAL Los factores de unidad parten primordialmente de un fenmeno que los afect de una manera general: la colonizacin. A pesar de los profundos cambios experimentados a nivel econmico, social y espacial desde principios del presente siglo, aunque principalmente a partir de la crisis del veintinueve y durante la etapa desarrollista posterior a la II Guerra Mundial, Iberoamrica es, ante todo, un espacio marcado por la colonizacin. Ha sido la colonizacin la que le ha proporcionado sus rasgos de homogeneidad y, en primer lugar, una cultura llevada desde la Pennsula Ibrica, que desplaza y sustituye las culturas precolombinas. As, aniquilando a una gran parte de los indgenas, trasladando a otros y arrinconando a grupos residuales en reas de difcil ocupacin (serranas andinas, en las que los quechuas y aymaras han conservado algunos caracteres culturales propios; reas amaznicas, donde un reducido nmero de tribus indgenas se han mantenido al margen de las corrientes modernizadoras), concentrando a los emigrantes europeos en las regiones ms apropiadas para la explotacin y el control de los nuevos territorios, los colonizadores consiguieron implantar unos nuevos asentamientos, unas nuevas infraestructuras; en definitiva, una nueva organizacin econmica, social, administrativa y poltica, que se mantuvo posteriormente. Es, por lo tanto, el bagaje cultural ibrico el que subyace en el conjunto de naciones englobadas bajo la denominacin de Amrica Latina, por ms que un escaso nmero de pases del Caribe o del resto de Latinoamrica se hayan visto sometidos al control colonial francs (como Hait, Guadalupe, Martinica...), ingls (Jamaica, Antigua, Malvinas...) u holands (Surinam...), pero con un peso territorial y demogrfico apenas significativo en el conjunto. Por lo cual, y dado que la denominacin de Latinoamrica, que nace por los aos 1860, cuando Napolen III pretenda establecer a Maximiliano de Austria en el trono de Mxico, bajo tutela francesa, tampoco es la ms adecuada, emplearemos el trmino de Iberoamrica para todos los pases que estn al sur del ro Bravo del Norte, incluidos los del Caribe de habla francesa o inglesa. Por que en definitiva, es el bagaje cultural ibrico el predominante, a pesar incluso de que un contingente importante de los inmigrantes europeos en la Amrica no anglosajona provengan de Francia, Alemania, Italia, Polonia... Y si la unidad cultural es un rasgo destacable de los pases iberoamericanos, no lo es menos el de sus estructuras socio-econmicas, tanto por lo que respecta al hecho particular de las llamativas disparidades en la propiedad agraria, como por lo que se refiere al hecho ms general de tratarse de sociedades sumidas en el subdesarrollo. Respecto al primer punto, no cabe duda que la colonizacin ha introducido en Iberoamrica una polarizacin extrema de la propiedad agraria, que se ha convertido en un factor unificador de primera magnitud, a pesar de las distintas reformas agrarias puestas en marcha. En cuanto al subdesarrollo, los afecta de una manera generalizada, aunque hayan aparecido focos de intenso dinamismo econmico, como Buenos Aires, So Paulo, y, en general, todas las capitales nacionales; y, aunque, como en el caso de Cuba y de Nicaragua, se haya seguido un modelo de desarrollo socialista, en contraste con el del resto de Iberoamrica. Unidad en el subdesarrollo, que es visible, adems de en otros campos, en la profunda distorsin entre el crecimiento econmico y el demogrfico, si bien algunos pases, como Argentina o Cuba, han logrado reducir ste a niveles similares a los de las sociedades desarrolladas, Estos rasgos de homogeneidad, sin embargo, no encubren totalmente las diferencias existentes. Unas diferencias que nacen, ante todo, de los contrastes en el medio fsico; contrastes, por ejemplo, entre la Amrica andino-mexicana y el vasto espacio de las plataformas y llanuras sudamericanas, con unas variaciones altitudinales que van desde los 5.000 a 6.000 m de las barreras andinas hasta los 2.500 a 4.000 m de los altiplano o los 100 a 200 m de las plataformas centrales de Sudamrica. Contrastes igual- mente entre unos dominios templados o fros, como en la Patagonia-Tierra de Fuego, frente a regiones subtropicales y desrticas o frente a los dominios del bosque amaznico, dado que el subcontinente se extiende desde los 32 grados de latitud N hasta ms de 55 de latitud 5. Contrastes tambin en el desigual grado de ocupacin y aprovechamiento del espacio. As, frente a la densificacin humana de las tierras de Amrica central y del Caribe, se extienden vastsimos territorios mnimamente ocupados (densidades inferiores a 1 habitante por kilmetro cuadrado) y explotados, como sucede en la cuenca amaznica, que se contina hacia el sur por el Mato Grosso, el Pantanal y el Chaco en Brasil, Paraguay y Argentina. Asimismo, como seala P. Cunill para la Amrica andina, las abruptas barreras de los Andes, las enormes distancias reforzadas por la densa vegetacin.., han contribuido a que las diversas regiones o pases de Sudamrica vivieran aislados y faltos de integracin, lo que ha conducido a una historia especfica y a una diferenciacin entre ellos, que slo hoy, merced a la apertura de nuevas vas de comunicacin (la va transandina longitudinal, la Panamericana, etc.) y de nuevos intercambios regionales, se est superando. Ahora bien, estos contrastes en el poblamiento y ocupacin constituyen ms un factor de homogeneidad que de diferenciacin, pues los focos de intenso poblamiento, ya sean de origen colonial o indgena, suelen acompaarse en toda Iberoamrica de reas semivacas, que slo en fechas recientes han comenzado a ser ocupadas ante la presin demogrfica creciente. Existen, sin embargo, otras diferencias nacidas de las mayores o menores disponibilidades de recursos, en gran medida relacionadas con las dimensiones territoriales y el potencial demogrfico de los distintos pases, y surgidas igualmente de la valoracin y explotacin realizada de esos recursos a travs de las coyunturas histricas, de modo que puede observarse un mayor grado evolutivo en la Amrica meridional templada, seguida de Mxico y Brasil, aunque hayan sido superados todos por Venezuela, al menos en lo que a indicadores econmicos se refiere.

2. UN CONJUNTO SOCIO-ESPACIAL EN CRISISEste conjunto de pueblos y territorios, que suma unos 429 millones de habitantes (a mediados de 1988), el 8,4 % de la poblacin mundial, sobre una extensin de 20,56 millones de km2, se halla inmerso en una crisis prolongada, aguda, estructural. Una es que, histricamente, ha tenido unas manifestaciones puntuales, muy diferentes de la actual, inicindose en los albores de la historia moderna, con la ruina de las sociedades precolombinas y con el establecimiento y desarrollo de una economa colonial, tendente a abastecer de materias primas agrarias y de metales preciosos a las metrpolis euro peas las cuales acudieron a la importacin de esclavos negros cuando la mano de obra indgena resultaba insuficiente. Una crisis que tuvo una nueva manifestacin en la etapa independentista, durante el primer tercio del siglo pasado, que condujo a la ruptura con la metrpoli y al cambio de las instancias polticas, pero que fue incapaz de llegar a la unificacin de los pueblos y tierras, tal como haba soado el libertador Simn Bolvar. Muy al contrario, su idea qued frustrada desde el momento en que la liberacin del control metropolitano no supuso la independencia real, sino el auge de la dependencia de Inglaterra y el inicio de la subordinacin a los intereses del poderoso vecino del norte, puesto que los criollos sucesores de los administradores metropolitanos continuaron manteniendo las mismas estructuras e intereses que sus predecesores, aumentando sus relaciones con Estados Unidos e Inglaterra.

Todas estas circunstancias crticas, sin embargo, fueron coyunturales y quedaron superadas por la crisis surgida en nuestro siglo, que ha tenido dimensiones anteriormente desconocidas, sobre todo desde los momentos posteriores a la II Guerra Mundial hasta nuestros das, perodo en el que adquiere caracteres de explosiva, afectando a todo el conjunto social, econmico y territorial de cada pas. Ante la convulsin experimentada en la etapa desarrollista de los aos cincuenta y sesenta, no sirvieron de mucho las proclamas voluntaristas de diversos gobernantes que defendan la necesidad de la inversin de dlares para el desarrollo, pues los dlares corrieron a menudo generosamente, pero el desarrollo no se consigui. En algunos pases, como Venezuela, con su gran riqueza petrolera, lleg a una situacin que pareca impensable: la de no poder hacer frente puntualmente a su deuda exterior, que en 1988 alcanzaba unos 35.000 millones de dlares de deuda total. No obstante, la situacin financiera venezolana no es tan crtica, merced a los ingresos petroleros, como la de sus vecinos. Globalmente, la deuda iberoamericana totalizaba en las fechas antedichas un montante excepcionalmente elevado: 334.800 millones de deuda exterior pblica, sobre un total de 911.500 millones para todos los pases en desarrollo, y sin contar la privada, que slo en Venezuela, Brasil, Mxico, Argentina y Chile llegaba a casi 28.000 millones $ (la de largo plazo); cantidades que en el caso de la deuda iberoamericana pblica equivala al PIB espaol de ese ao, ya que lo superaban ampliamente si tenemos en cuenta la deuda exterior total, la cual a finales de 1988 ascenda a 410.344 millones $ segn la CEPAL (CEPAL, 1989, 94).

Pero esta crisis financiera, y econmica en general, no es ms que una manifestacin, entre otras muchas, de la crisis total que afecta a las sociedades iberoamericanas. Una crisis derivada, en primer lugar, de su propio dinamismo demogrfico, que se ha mantenido a la cabeza mundial durante varias dcadas, alcanzando la cota de casi un 3 % de crecimiento anual durante los aos sesenta, reducindose hasta un 2,6 % en la primera mitad de los setenta, perodo en el que ya fue superado por frica (2,7 %) y hasta un 2,2 %, en 1988. Este crecimiento demogrfico tan fuerte y rpido exige un esfuerzo econmico gigantesco para atender a las necesidades alimenticias, sanitarias, educacionales, laborales y econmicas en general, de una creciente masa de poblacin. En este sentido, los economistas calculan que slo para mantener el nivel de vida de una sociedad se necesitara invertir un 4 % de la renta nacional por cada 1 % de crecimiento demogrfico; lo cual quiere decir que las inversiones demogrficas en Iberoamrica exigiran en torno a un 9 % de su renta anual, imposibilitando o, al menos frenando, las inversiones de desarrollo, aunque hoy no se ve claro que esos clculos sean precisos, sobre todo si se tiene en cuenta que el crecimiento de la poblacin tiene aspectos positivos sobre el crecimiento econmico, difciles de cuantificar, como apuntbamos en el captulo anterior. Otro aspecto no menos destacable, relacionado en parte con el crecimiento demogrfico, es el de la existencia e importancia del hambre entre las clases marginales. Si bien es cierto que la produccin de alimentos durante las dcadas pasadas ha aumentado a un ritmo superior que el de la poblacin para el conjunto de Iberoamrica, ha habido, sin embargo, varios pases donde ha sucedido lo contrario, pero, adems, las bolsas de subalimentacin existen en toda Iberoamrica, bien afecten a grupos de indgenas, a grupos o individuos marginales de las reas urbanas o a campesinos minifundistas, con el agravante de que el aumento de la produccin alimentaria corresponde en mayor medida a los cultivos de exportacin (caf, cacao, bananas, caa, soja...) que a los destinados al consumo nacional; por lo que, a la postre, persisten las deficiencias alimentarias entre las clases sociales desfavorecidas, de modo que si en los aos del desarrollismo a ultranza se pensaba acabar con el problema del hambre, hoy, paradjicamente, ese problema parece ms difcil de resolver.Junto al crecimiento demogrfico, otros aspectos relacionados con la poblacin revelan igualmente la crisis de las sociedades iberoamericanas: su desequilibrada distribucin espacial, por una parte, que se acompaa, por otra, de una polarizacin social en dos grupos contrapuestos las clases altas y las clases menesterosas frente a la escasez de las clases medias.

Respecto a la primera cuestin, puede llamar la atencin y hasta sorprender el hecho de que sobre un territorio tan vasto y con dbil densidad, se produzca una fuerte presin humana en numerosas regiones y comarcas; fenmeno debido en buena medida a la desequilibrada distribucin espacial de la poblacin, facilitada por un acaparamiento de nuevos espacios agrarios. A pesar de lo cual se ha establecido un amplsimo frente pionero en todos los mrgenes de la Amazonia y de la Orinoquia, tanto por parte de Brasil como de Venezuela, Colombia o Per..., que se ha acompaado de una marcha hacia las llanuras costeras del oeste de los Andes, con origen en las regiones andinas ms densamente pobladas. Al mismo tiempo, un contingente elevado de poblacin campesina, que no puede, no sabe o no quiere establecerse en los espacios de colonizacin, busca su destino en las reas urbanas, engrosando las filas de un xodo rural incesante, por ms que las densidades rurales permanezcan bajas. Los desequilibrios en la distribucin espacial corren parejos con los existentes en la organizacin social. En este sentido es obligado afirmar que un reducido grupo de poblacin acapara un elevado porcentaje de la renta, con la particularidad de que las clases ms poderosas gozan, respecto de las ms necesitadas, de un poder adquisitivo superior al de sus homlogos de los pases industriales. As, en Brasil, Colombia, Costa Rica, Venezuela, entre otros pases, el nmero de pobres ha aumentado, tanto en trminos absolutos como relativos, durante los aos ochenta, llegando a representar, en toda Iberoamrica, un 19 % del total de habitantes, equivalentes a 70 millones de pobres, 50 de los cuales correspondan al grupo de extremadamente pobres, es decir, con ingresos anuales inferiores a 275 $ per capita, segn las estimaciones del BIRD (Banco Mundial, 1990, 32 y 48). Y, a pesar de que en los aos sesenta y setenta parece que mejor la situacin social, todava existan diferencias abismales, con unos desequilibrios flagrantes, que en el caso de Brasil, segn estimaciones de las autoridades eclesisticas, supona la existencia de un 50 % de poblacin marginal, de un 40 % de clase media e inferior con salarios regulares, de un 9 % de ricos y de un 1 % de muy ricos (Dumont, R., 1981, 180). Esas desigualdades conducen a unas tensiones sociales imposibles de solucionar mientras perdure esa estructura. Desigualdades que se han mantenido durante los aos ochenta. La crisis de las sociedades iberoamericanas, nacida de los factores socio-demogrficos, como hemos visto, tiene tambin su origen en hechos socio-econmicos, que actan en un doble campo: por un lado, en el propio territorio nacional, donde se manifiestan en la inadecuada explotacin del potencial agrario, as como en la falta de equilibrio en los medios urbanos y, por otro, en las relaciones hacia el exterior, caracterizadas por una profunda y negativa dependencia.La inadecuada explotacin del potencial agrario aparece por doquier. En principio, la debilidad y escasez de la explotacin se revela como el rasgo ms destacable: de los 2.018 millones de Ha de tierras disponibles slo se cultivan 180 millones, o sea, un 8,9 %, en tanto que un 28,2 % se dedica a pastos permanentes y un 47,9 % a superficie forestal y de monte. Slo frica y Oceana tienen una proporcin tan baja de tierras cultivadas (un 6,3 % y un 6 %, respectivamente); en Espaa, por ejemplo, esa proporcin alcanza un 40,9 %. La consecuencia obvia es que el potencial agrario est poco aprovechado; y, a pesar de que la extensin de tierras cultivadas tiende a aumentar, se conserva todava una estructura disfuncional de la propiedad agraria, que impide una evolucin ms acelerada y racional, por ms que las reformas agrarias de los aos cincuenta y sesenta hayan su m puesto la correccin de los desequilibrios ms flagrantes, aunque han sido incapaces de aportar soluciones vlidas, como lo demuestran las frecuentes invasiones de fincas por parte de campesinos bolivianos, peruanos o venezolanos... (Cunill, P., 1981, 146).Lamentablemente, las reformas agrarias han sido incapaces de eliminar la polarizacin de las explotaciones en los dos extremos contrapuestos: latifundio y minifundio. E incluso se est gestando una contrarreforma agraria a base del acaparamiento de tierras por parte de financieros, comerciantes, contrabandistas..., que las compran en lotes a campesinos en dificultades hasta convertirlas en grandes fincas destinadas al pastoreo extensivo, con alta productividad por persona empleada, pero con una inversin mnima de mano de obra. La actuacin del Estado, acompaada a veces por la iniciativa privada, tendente a consolidar explotaciones familiares medias, ha introducido cierta complejidad en la estructura de las explotaciones agrarias, pero, en conjunto, persiste la polarizacin en dos extremos: los latifundios, que derrochan la tierra, y los minifundios, que derrochan mano de obra, por falta de medios tcnicos, insumos y tierra cultivable. Las reformas agrarias de las dcadas pasadas, por lo tanto, se han quedado muy cortas, sobre todo si se tiene en cuenta el incesante crecimiento demogrfico, que favorece la divisin de la propiedad entre los herederos, La presin humana en los medios rurales se deja sentir con mayor fuerza en los urbanos, sobre los que confluyen tanto los efectivos integrantes del xodo campesino como los excedentes demogrficos derivados del propio balance vegetativo de la ciudad. El crecimiento urbano se ha hecho explosivo, delirante. Refirindose al caso brasileo, R. Dumont indicaba que, contando en 1940 con un 60 % de poblacin rural, en 1980 era urbana en torno al 66 % (71 % en 1988), con lo que nada se presta a acoger dignamente ni a ocupar tilmente a tal maremoto (Dumont, R., 1981, 186). Uno de los casos ms espectaculares lo constituye, segn dicho autor, la ciudad de Mxico, que con 8,5 millones de habitantes en la aglomeracin de 1970 y unos 15 millones en 1980, podra alcanzar los 35 millones en el ao 2000 (poblacin casi equivalente a la de la Espaa actual), a un ritmo de crecimiento de 900.000 personas por ao (seis veces ms de lo que crece toda la poblacin espaola actual). Ya en 1988 se situaba a la cabeza de las aglomeraciones mundiales, con unos 19 millones de habitantes, si bien se est frenando su crecimiento, como sucede en otras muchas ciudades, de modo que las previsiones actuales rebajan su poblacin a una cifra de entre 26 y 30 millones de habitantes para el ao 2000. Y dentro de la aglomeracin destaca Netzahualcoyotl, la ciudad de chabolas ciudad perdida ms grande del mundo, con unos 3 millones de habitantes, asentados sobre las tierras salinas de una antigua laguna, sobre las que no crece ni un rbol ni vegetacin alguna, dando lugar a un paisaje totalmente desolado. A nivel global, la poblacin urbana de Iberoamrica ha crecido a un ritmo sensiblementesuperior al de la poblacin total, de modo que entre 1940 y 1970, consideran- do exclusivamente los ncleos de ms de 20.000 habitantes, se ha alcanzado una media anual cercana al 5 % de incremento. Si consideramos como poblacin urbana a toda aquella que vive en ncleos de 2.000 o ms habitantes, tal como hacen la mayora de las estadsticas oficiales iberoamericanas, la tasa de urbanizacin refleja igualmente un progreso espectacular, pasando de un 46 % en 1960 a un 66 % en 1980 y a un 68 % en 1988. Es este crecimiento tan brutal, unido a la escasez de medios econmicos y a la deficiente gestin de los mismos, el que provoca el caos urbanstico en las grandes ciudades de Iberoamrica, que son las que mayor crecimiento experimentan y las que prcticamente concentran el grueso de la avalancha humana que desde el campo se dirige a la ciudad, y en las que frecuentemente viven en bidonvilles entre un 20 % y un 40 % de la poblacin: segn R. Dumont, en la aglomeracin de Mxico se alcanzara un 50 en Bogot un 30 % habita en tugurios y en las casuchas degradadas del centro; en Ro ms de un 30 % y en So Paulo algo ms del 20 % vive en favelas... Y se estima que unos 20 millones de nios iberoamericanos viven en la calle (Cannat, N., en Cordellier, S., 1989, 22). Las viviendas chabolsticas, construidas por sus propios moradores, se han extendido por todas las ciudades de Iberoamrica, como una consecuencia lgica de la escasa capacidad econmica de quienes las habitan. Y ello, a pesar del aparente dinamismo econmico de dichas ciudades, que reciben cuantiosas inversiones tanto por parte de los organismos pblicos como de la iniciativa privada, destinados a infraestructura, a desarrollo industrial, etc., pero que son incapaces de ofrecer un trabajo estable a la creciente masa de poblacin inmigrante.Por lo cual, el dficit de viviendas se ha agravado en vez de corregirse. As, si a finales de la dcada de los sesenta la existencia de viviendas normales en Iberoamrica era de un 31 % del total, segn las Naciones Unidas, a finales de la dcada de los se haba disminuido a un 30 %, y en cuanto al porcentaje de hogares con acceso al suministro de agua potable se redujo de un 54 a un 53 % (ONU, 1982, 234 y 239), aun que se elev posteriormente hasta ndices que en todos los grandes pases superaron el 70 %. La destacable industrializacin y expansin econmica en general, y en particular de las grandes ciudades durante los ltimos decenios, no ha sido suficiente para dar empleo y disminuir las crecientes tensiones sociales, sobre todo en los aos ochenta, en los que, a raz de la crisis de 1982-1983, comenz un deterioro constante de la actividad econmica, de la renta y del poder adquisitivo, etc., cuyo final no est claro todava. Expansin econmica, por otro lado, que se realiz bajo una absoluta dependencia del exterior, como lo demuestra, en primer lugar, la fortsima y acelerada deuda exterior, que est hipotecando las economas nacionales. Una deuda que en 1980 sumaba 228.000 millones de dlares que a finales de 1988 superaba los 410.000, ya sealados, con algunos casos destacados, como Brasil (114.941 millones), Mxico (100.400), Argentina (57.000), Venezuela (33.823), Chile (18.971), Colombia y Per (casi 16.500 cada uno), Ecuador (11.034) y, en menores cantidades, el resto de pases, totalizando, conjunto, una deuda exterior cercana a los 1.000 dlares per capita, equivalentes a un 51 % del PNB iberoamericano por habitante. Las distintas estrategias planteadas parece haber empezado a dar algn resultado positivo, por mnimo que parezca, pues, por primera vez en la dcada de los ochenta, la deuda total se redujo entre 1987 y 1988, aunque tan slo en 4.500 millones de dlares. Estas cifras ponen de manifiesto la hipoteca a la que se ven sometidas las economas nacionales merced a los crditos contrados y a las compras realizadas en el exterior, que facilitaron la euforia expansiva de las dcadas pasadas, pero cuyas secuelas aparecen ahora con todo su peso negativo. En este contexto es de destacar cmo la deuda exterior, la hipoteca econmica, afecta lo mismo a los pases ms atrasados como a los que han mostrado un auge econmico considerable, bien se trate de Venezuela, de Mxico, de Brasil o de Argentina. Una hipoteca de la economa nacional, potenciada por la importancia que adquieren y el papel que juegan los factores de produccin extranjeros. En este sentido, los profesores Lambert y Martin sealaban cmo los capitales extranjeros, de origen britnico en el siglo pasado y principalmente estadounidense en el presente hasta fechas recientes, sin ser muy voluminosos, llegaron a deformar las estructuras industriales, al responder prioritariamente a la demanda de bienes de consumo durables de los grupos sociales privilegiados, y en algunos casos suscitando tal demanda cuando slo era potencial (Lambert, D. C., y Martin, J. M., 1976, 389). Pero es que, adems, continuaban estos autores, las inversiones de capital extranjero poco pueden beneficiar al pas receptor, desde el momento en que cada dlar invertido bajo la forma de inversin directa provoca una salida de 3 a 5 dlares durante los 10 aos que siguen al inicio de la produccin en la fbrica... (ibdem, 390). Este fenmeno se traduce en el cuello de botella externo o de la dependencia exterior, al que se refieren constantemente estos autores y que se manifiesta palpablemente en la enorme deuda acumulada por Iberoamrica en los ltimos aos y a la que difcilmente se ve solucin. Una deuda que, contemplada bajo la lgica de los pases desarrollados, que son los principales acreedores, deber conducir a una ms profunda dependencia, control, intromisin e hipoteca de las economas nacionales. A este respecto, P. Cunili afirma taxativamente que no se exagera al afirmar que el petrleo venezolano financi, en parte, la expansin de competidores petroleros en el Medio Oriente, con la transferencia de las utilidades de las multinacionales. Lo mismo que parte de los capi- tales recogidos por la exportacin del cobre chileno y peruano se invirtieron en la habilitacin de otras minas cuprferas en EE.UU. y Zambia (Cunili, P., 1981, 55). En los mismos trminos se expresa L. Martins, quien afirma que Amrica Latina, curiosamente, a partir de los aos sesenta ha ido tomando conciencia de que la entrada de capital extranjero no representa la nica va de industrializacin de un pas subdesarrollado. Y, como enfatiza el propio Martins, Amrica Latina, que ha sido considerada tradicionalmente como un receptor neto de capitales, se ha convertido de hecho en un exportador neto de capitales, como se ha demostrado para el perodo 1960- 1972, durante el cual el flujo neto de capital norteamericano, bajo la forma de inversin directa ascenda a 4.200 millones de dlares, en tanto que la renta neta (repatriaciones menos reinversiones) ingresada por EE.UU. se elevaba a 9.200 millones de dlares (Martins, L., 1981, 10). Por otro lado, se ha producido una diversificacin en cuanto al origen del capi- tal, de modo que en 1977 el montante acumulado de las inversiones directas europeas en Brasil superaba ya al de las americanas, y las japonesas alcanzaban en tomo a la mitad de stas. Por lo cual se han modificado las reglas del juego, haciendo partcipes a los gobiernos o a las lites locales de un cierto control de los capitales multinacionales, a pesar de que en diversos casos conservan stos el poder de veto respecto a las decisio- nes a tomar; un poder conseguido por medio de la firma de un acuerdo entre socios (partners agreement), que permite eliminar algunos riesgos de la explotacin conjunta (joint-venture); frmula que pareca consolidarse como una nueva tendencia del capital multinacional durante los aos sesenta y setenta, pero que ha sufrido una pausa, puesto que supone un obstculo para la estrategia de las firmas multinacionales, que no pueden fijar, as, libremente, unos precios de transferencia o llevar a cabo una integracin de la produccin internacional (Martins, L., 1981, 15). Pero no se puede olvidar, sin embargo, que la deuda est provocada por los prstamos tomados (de bancos privados o del FMI) y por las compras realizadas en el extranjero (bienes de consumo o bienes de equipo...) y que su monto total, tan cuantioso y espectacular, se debe a la incapacidad del aparato productivo e institucional de los pases iberoamericanos de generar los recursos suficientes para amortizarla, unido a la voracidad de los acreedores, con las tasas de inters tan altas de los ochenta. A todo ello se suma la desconfianza de los acreedores e incluso de los deudores; lo que ha provocado la huida masiva de capitales, la desinversin, el desempleo y la miseria. Lamentablemente, los capitales huidos de Iberoamrica, como apunta Pierre Salama, le son prestados despus a elevadsimas tasas de inters. La dependencia se manifiesta asimismo en el comercio exterior, pues todava hoy las tres cuartas partes de las exportaciones iberoamericanas corresponden a materias primas agrarias y minerales, aunque est disminuyendo la parte de esas mercancas en el comercio exterior total, que an en 1975 representaba ms de un 82 % y en 1986 un 76 %, frente a un 24 % de los productos manufacturados. Las formas de dependencia, en definitiva, son mltiples y, ante el auge de actividades econmicas cada vez ms complejas en el subcontinente iberoamericano, la dependencia se traduce no slo en un control tecnolgico desde el exterior, sino tambin en la permanencia en manos del capital extranjero de buena parte de las actividades de gestin, comercializacin, de las finanzas y de los seguros. Los diversos factores de la crisis estructural iberoamericana se acompaan de una manifiesta debilidad del Estado, de tal manera que el aparato poltico-administrativo constituye un elemento ms de la crisis, resultando difcil discernir si el comportamiento de las instituciones y de la Administracin es causa o consecuencia, o ambas cosas a la vez, del resto del entramado econmico y social. En todo caso, el Estado, que es quien debe impulsar una reestructuracin del espacio, de la economa y de la sociedad para superar la crisis analizada, se muestra incapaz de hacerlo, bien por defensa de los intereses de grupo, por dependencia exterior, por inercia, por adaptacin acomodaticia..., sirviendo fundamentalmente a los intereses de los privilegiados en perjuicio de los del conjunto social. En este contexto, los golpes militares se hicieron moneda corriente durante las dcadas pasadas, aunque est claro que los aos ochenta han conocido el triunfo de la democracia en casi todo el subcontinente. Un triunfo, sin embargo, que no ha sido capaz de enderezar el deterioro econmico general, como tampoco lo ha sido el rgimen comunista de Fidel Castro, que, con sus innegables y plausibles logros sociales, se enfrenta a una etapa crtica, econmica y polticamente. En conjunto, los Estados iberoamericanos se encuentran exanges desde el punto de vista econmico, pero, lo que es peor, sin una idea clara de cmo resolver los problemas. En efecto, hoy nadie duda de que ha fallado el modelo de desarrollo iberoamericano, basado en una industrializacin por sustitucin de importaciones. En nombre de esta causa, los gobiernos se dedicaron a favorecer la inversin industrial, a la compra de equipos en el exterior, a la creacin de empresas estatales, a la imposicin de elevados aranceles para evitar la competencia de los pases desarrollados..., pero todo se vino abajo cuando la enorme deuda acumulada, la obsolescencia del aparato productivo y la falta de competitividad oblig a un replanteamiento brutal de las estructuras econmicas, que ya no servan, y que, adems, tampoco exista un modelo alternativo: ni el autocrtico conservador ni el comunista, puesto que Cuba conoce los mismos problemas que el resto de los pases y la perestroika de Gorbachov ha vaciado de contenido el modelo. Por otro lado, el mantenimiento de los privilegios por parte de las oligarquas impide llevar a cabo una reforma fiscal satisfactoria, mientras las empresas estatales operan con prdidas inquietantes. Todo este panorama, como pone de manifiesto Clerc, ha llevado a los distintos gobiernos a abandonar las vas populistas-nacionalistas para orientarse hacia soluciones neoliberales, que incluyen privatizacin de empresas y apertura a los mercados exteriores, que en el caso mexicano, el ms llamativo, ha consistido en la reduccin de los aranceles desde un 100 % para algunos productos a una media del 7 %. Se trata de un proceso doloroso, que entraa, a corto y medio plazo, un ajuste duro, con graves estrecheces econmicas, pero que, a la larga, tal vez sea la nica va para corregir los graves desequilibrios macroeconmicos, paso necesario para reorientar todos los dems. Nuestro objetivo en el presente trabajo ser desarrollar los diversos aspectos comentados ver cmo se gesta esa crisis, cul ha sido el papel de la historia, de la herencia colonial, desentraar las posibilidades que el medio natural ofreca, los usos dados al espacio, tanto en las reas rurales como en las urbanas, tratando de discernir las estructuras que han cristalizado en ambas y de explicar los hechos que las han originado, para, en ltima instancia, definir cul es la dinmica socio-espacial de Iberoamrica, los factores en los que se apoya y las consecuencias y perspectivas que se ofrecen. II. La herencia del pasado: la formacin de un espacio dependiente Es evidente que no se puede comprender la situacin actual de Iberoamrica sin recurrir a su historia moderna y contempornea. Porque, ante todo, el espacio iberoamericano es heredero de un pasado colonial, que introdujo un cambio decisivo, tanto por sus caractersticas como por su duracin y sus resultados. En efecto, la colonizacin de Iberoamrica se llev a cabo mediante un proceso de conquista, que paulatinamente fue sustituyendo a los grupos humanos indgenas por otros alctonos, de modo que, a pesar del mestizaje, la cada de la poblacin autctona represent una verdadera hecatombe. Por otro lado, si el proceso colonial ha afectado a vastos territorios de cuatro continentes, en ninguno de ellos ha durado tanto como en Iberoamrica: desde su descubrimiento hasta el primer tercio del siglo XIX transcurrieron ms de 300 aos, durante los cuales los estados europeos organizaron el espacio iberoamericano como complementario y al servicio de las economas metropolitanas, En fin, las consecuencias del proceso colonizador, que en otros mbitos territoriales constituyeron la base de unas estructuras funcionales y modernas, como en Am- rica del Norte o en Australia, en Iberoamrica, por el contrario, representaron una herencia negativa, difcil de superar el espacio iberoamericano, debido al papel que se le ha asignado en la divisin internacional del trabajo, se ha configurado como un espacio dependiente, dominado, abocado al exterior y dirigido por intereses forneos. Las metrpolis ibricas lo concibieron ya as y, en su virtud, fueron ocupando exclusivamente aquellos territorios que podan aportar riquezas mineras o productos agrarios. Las franjas costeras, por lo tanto, y los enclaves mineros recibieron los mayores contingentes de poblacin; reas que an hoy conservan elevadas densidades demogrficas. Las infraestructuras creadas se localizaron en estos espacios fundamentalmente, relegando otras regiones que actualmente aparecen semivacas. Al final del proceso colonizador, en con- secuencia, slo haban sido ocupados y puestos en explotacin aquellos territorios que ofrecan productos agrarios o mineros fciles de exportar olvidando por completo la integracin regional de los espacios y sociedades del vasto subcontinente, aspecto que constituira el sueo de los independentistas ms conspicuos del siglo XIX. Pero este sueo no se realizara, pues la dependencia del exterior se mantuvo a pesar de la Independencia y del importante crecimiento econmico producido durante la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX hasta la fase desarrollista reciente.

1. ANIQUILACIN DEL SUSTRATO DEMOGRFICO: CAMBIO Y PROGRESO DE LA POBLACIN No vamos a entrar en la polmica sobre el monto de la poblacin precolombina, aunque es preciso, no obstante, establecer unas cifras que permitan comprender el significado del cambio demogrfico y las consecuencias que ste tuvo en el orden econmico. Hoy existe un cierto consenso sobre la cifra de 50 a 60 millones de habitantes en toda Amrica, antes del descubrimiento, si bien las hiptesis a la baja, como la de Rocasenblat (1954), estiman un reducido volumen poblacional, de unos 13,3 millones, que habran pasado a unos 10 millones hacia 1650. Sin embargo, las hiptesis alcistas, como la de Dobyns otro antroplogo norteamericano, elevan la poblacin indgena precolonial hasta unos 90 a 112 millones de personas, que habran quedado reducidas a unos 4,5 millones a mediados del siglo XVII. A pesar de las disparidades entre una y otra posicin, hoy se admiten como ms probables las hiptesis alcistas, sobre todo desde que la Escuela de Berkeley llegara a la conclusin, fundamentada, de que la regin del Mxico central superaba, por s sola, los 25 millones de habitantes a principios del siglo XVI, que habran sido reducidos a 1 milln un siglo ms tarde (Snchez-Albornoz, N., 1977, 6 1-62). Sobre la base de unos 50 millones de poblacin aborigen, reducidos a una dcima parte en el transcurso de un siglo, las mayores cadas se produjeron en el rea azteca de Mxico respecto a la incaica del Per y en ambas fueron menores que en el Caribe, donde prcticamente los indgenas quedaron aniquilados, como sucedi en La Espaola, isla que pasara de ms de 4 millones a varios cientos de indios. Las causas de esta drstica cada son diversas, si bien se pueden centrar en tres fundamentales. En primer lugar, las prdidas por las guerras de conquista, que no fueron muy numerosas. En segundo lugar, como seala Snchez-Albornoz, el desgano vital y la ruptura de las bases econmicas y de la organizacin social sobre las que se asentaban; fenmeno que habra provocado la incapacidad de satisfacer las necesidades alimentarias y una fuerte y voluntaria cada de la fecundidad. Y en tercer lugar, las epidemias que asolaron a la poblacin indgena, sin afectar apenas a la europea. Este aparece como el factor decisivo, pues tanto los negros como los europeos y asiticos, merced a los contactos mantenidos durante largos siglos por medio de intercambios comerciales, se encontraban con defensas frente a viejas enfermedades como la viruela o el sarampin, que, sin embargo, asolaron a los indgenas, carentes corno estaban de defensas frente a esas enfermedades nuevas en el continente americano. Esta fue la causa de la hecatombe sufrida en La Espaola o en el Mxico central. La conquista, en definitiva, redujo la poblacin autctona en proporciones escalofriantes, afectando primeramente a los sectores de ms pronta ocupacin: el Caribe y las reas costeras tropicales y posteriormente a las cordilleras y altiplanos, con muy poca incidencia sobre las regiones ms inaccesibles o que ofrecan menor inters a los conquistadores. Pero en los territorios sobre los que stos se asentaron la poblacin indgena mantuvo un ritmo decreciente, aun con posterioridad a la catstrofe inicial provocada por la conquista y las epidemias. En efecto, la nueva organizacin introducida por los colonizadores fue la causa del desmoronamiento de las sociedades indgenas. La encomienda, que en principio representaba un ncleo de poblacin indgena, cuya tutela y cristianizacin se confiaban al encomendero, se convirti en una gravosa institucin para la obtencin de excedentes agrarios o de mano de obra barata y superexplotada, que acababa quebrando el aguante de los indgenas, Sobre todo a partir de las nuevas leyes de mediados del siglo XVI (1542 y 1548). Estas establecan, asimismo, el repartimiento (tambin denominado mita en Bolivia y Per) para asegurarse la disponibilidad de la fuerza de trabajo de las comunidades indgenas; las cuales se vean obligadas a mandar a una parte de sus miembros hacia esa especie de trabajos forzados que se desarrollaron en las minas, en las haciendas o en la construccin de ciudades. La erosin humana producida por esta situacin indujo a los colonizadores a importar esclavos negros, sobre todo para las plantaciones de la regin caribea y del Nordeste costero del Brasil, pues en esta ltima regin, al igual que en todo Brasil, los pobladores autctonos eran muy escasos desde el principio. As, ya en 1650 Brasil haba recibido unos 275.000 esclavos negros y la Amrica espaola unos 225.000; cifras que, en conjunto, superaban a la inmigracin ibrica y que fueron progresando, pues a principios del siglo XIX sumaban ya 1,2 millones de esclavos negros, de los que 300.000 correspondan a Hispanoamrica y 932.000 a Brasil. Este contingente, sin embargo, no representaba ms que un 40 % del total de esclavos negros llevados a Amrica, segn Snchez-Albornoz. El flujo de esclavos africanos hacia Iberoamrica se mantuvo con gran vigor durante la primera mitad del siglo XIX, a pesar de que las repblicas que se fueron independizando proclamaron la abolicin de la esclavitud. Brasil, que no la decret hasta 1888, recibi sus mximos contingentes en el decenio de 1841-1850. Junto a la inmigracin forzada de los negros, la de europeos y asiticos, de carcter voluntario, adquiri un eco extraordinario a partir de los inicios y, sobre todo, desde mediados del siglo XIX. Como resultado de ambas corrientes inmigratorias y de los importantes mestizajes realizados, la poblacin iberoamericana creci a un ritmo elevado, superando lentamente la depresin demogrfica ocasionada por la conquista, de manera que entre 1750 y 1880 creci a un promedio anual de 0,8 %; entre 1800 y 1850 a un 0,9 %; entre 1850 y 1900 a un 1,3 % y, finalmente, entre 1900 y 1950 a un 1,6 %, ritmos en todo caso superiores a los de Europa. De este modo pas de los aproximadamente 30,5 millones de habitantes en 1850 a 126 en 1940; fecha a partir de la cual, y tras el breve estancamiento motivado por la crisis del veintinueve, la poblacin iberoamericana inici una nueva etapa de crecimiento desbordante, que representa una fase cualitativamente distinta. La explosin demogrfica, surgida ya durante los aos de la II Guerra Mundial, estuvo en la base del cambio no slo demogrfico, sino tambin econmico y social, que afect a toda Iberoamrica. Pero estos aspectos sern analizados en un captulo posterior. Previamente debemos hacer unas consideraciones sobre el significado de la inmigracin. De entrada, conviene resaltar la importancia de la inmigracin internacional, tanto africana como de otros continentes, por cuya causa Iberoamrica pudo conseguir hacia 1900 unos efectivos demogrficos similares a los de antes de la conquista. Pero la distribucin de la poblacin inmigrante vari con respecto a la precolombina. Los densos focos de poblamiento indgena de los altiplanos de Mxico, Centroamrica, el Caribe y los Andes septentrionales y centrales fueron perdiendo peso relativo en favor de otras regiones, como el Nordeste brasileo, que, junto con el Caribe, recibi el mayor contingente de esclavos negros destinados al trabajo en las plantaciones de caa.

Sin embargo, la inmigracin no africana favoreci al Sudeste brasileo, a Argentina y Uruguay principalmente, pases que, siguiendo la mxima de que gobernar es poblar, buscaron desde principios del siglo XIX atraer a colonos europeos con experiencia y tcnicas modernas, a fin de poner en explotacin nuevos territorios que aportaran excedentes agrarios al mercado internacional. As, Brasil, que en el primer censo nacional de 1872 contaba con las tres quintas partes de su poblacin formada por negros y mulatos, fue perdiendo posteriormente ese predominio racial negro, pues entre 1884 y 1954 recibi 4,6 millones de inmigrantes europeos, principalmente de Italia y de Portugal. Y Argentina y Uruguay recibieron nada menos que 3,4 y 0,64 millones de inmigrantes netos, sobre todo italianos y espaoles, entre 1881 y 1935; y ello a pesar de que la permanencia de los inmigrantes se fue reduciendo progresivamente, dado que las mejores tierras pasaron pronto, con el consentimento del Estado, a manos de uno poco latifundistas, con lo que se perdi el atractivo que ejerca el acceso a la propiedad de la tierra. En cualquier caso, la poblacin iberoamericana, al acabar esta primera etapa histrica, previa a la explosin demogrfica de la dcada del cuarenta, est integrada por conjuntos raciales heterogneos, dentro de los cuales los criollos ocupan los lugares cimeros de la pirmide social, correspondiendo la base a los negros, mestizos de todo tipo mulatos o zambos y a los indios. Unos y otros entrarn en la fase de transicin demogrfica, sobre la que ms tarde volveremos. La evolucin de la poblacin no se puede desligar de las coyunturas y de las bases econmicas, que la condicionan y, en todo caso, la explican.

En cualquier caso, la poblacin iberoamericana, al acabar esta primera etapa histrica, previa a la explosin demogrfica de la dcada del cuarenta, est integrada por conjuntos raciales heterogneos, dentro de los cuales los criollos ocupan los lugares cimeros de la pirmide social, correspondiendo la base a los negros, mestizos de todo tipo mulatos o zambos y a los indios. Unos y otros entrarn en la fase de transicin demogrfica, sobre la que ms tarde volveremos. La evolucin de la poblacin no se puede desligar de las coyunturas y de las bases econmicas, que la condicionan y, en todo caso, la explican.2. CRISTALIZACIN DE UNAS BASES ECONMICAS DEPENDIENTES Y AFIANZAMIENTO DE LOS DESEQUILIBRIOS SOCIALES

La evolucin de la poblacin que acabamos de presentar abarca un largo perodo: desde la conquista ibrica, a finales del siglo XV, hasta la explosin demogrfica, hacia 1940. En el transcurso de estos cuatro siglos y medio se pueden distinguir diversas etapas que, aunque no aparezcan muy claras en los hechos demogrficos, se revelan con nitidez en los econmicos. Evidentemente, la primera corresponde al perodo colonial, que dura hasta el primer tercio del siglo XIX, fase a partir de la cual, y tras la independencia, las diversas naciones surgidas se integran en un mercado mundial, al que exportan sus materias primas agrarias y minerales, que aumentan progresivamente en volumen hasta la crisis del veintinueve, a la cual sigue un breve estancamiento econmico, superado en las dcadas expansionistas posteriores a la II Guerra Mundial. Sin embargo, esta fase expansiva, cuyo anlisis abordaremos ms adelante, difiere cualitativamente de las precedentes, en las que no slo se produce una ntida dependencia del exterior, sino tambin una debilidad econmica generalizada. a) La colonizacin del espacio iberoamericano: una ocupacin territorial selectiva Consumada la catstrofe demogrfica que introdujo la conquista, comenz una nueva fase de crecimiento de la poblacin en funcin de las bases econmicas coloniales. Estas supusieron, en principio, la ocupacin exclusiva de los territorios que ofrecan) atraccin a los colonizadores, es decir, de aquellos que disponan de metales preciosos o de alguna riqueza agraria, con la que poder comerciar y Todo este proceso de ocupacin, valorizacin y densificacin del espacio iberoamericano, que tiene lugar durante la segunda mitad del siglo pasado, va a prolongarse durante el presente hasta la crisis del veintinueve. Y ello, en virtud de la exportacin al mercado internacional de productos bsicos, bien agropecuarios o mineros. A stos se incorpora el petrleo, que adquiere un auge creciente a partir de la segunda dcada de nuestro siglo, sobre todo en Venezuela, donde la Royal Dutch Shell, de capital anglo- holands, recibe una concesin de 2 millones de hectreas en el golfo de Maracaibo, pero ya antes de la 1 Guerra Mundial las inversiones realizadas por la norteamericana Standard Oil en la cuenca del Orinoco, al este del pas, superan a las de aqulla. Igualmente, el golfo de Mxico en torno a Tampico y otros sectores, crece en funcin de la riqueza petrolera. En sntesis, podemos sealar que Iberoamrica, a principios del siglo XX constitua el principal abastecedor mundial de productos primarios, con un ntido carcter neocolonial. Brasil, por ejemplo, aportaba al mercado mundial la mitad del caf consumido en el mismo y la casi totalidad del caucho, en tanto que Argentina contribua con un tercio de la carne y Chile con la totalidad del nitrato. Est claro que el papel otorgado a Iberoamrica en la divisin internacional del trabajo fue el de abastececor de materias primas mineras o agropecuarias. Para ello solamente se pusieron en explotacin los territorios que ofrecan mejores condiciones. Este proceso dur hasta la crisis del veintinueve, pues a partir de ese momento y, sobre todo con posterioridad a la II Guerra Mundial, se inici una etapa expansiva, que modific las bases del desarrollo econmico. Bases que, creadas por la colonizacin, se mantuvieron con la independencia, y abocaron a unas estructuras econmicas de tipo neocolonial, claramente dependientes del exterior. b) Unas bases econmicas dependientes del exterior La explotacin de los recursos naturales exigi la creacin de una infraestructura y de unos servicios imprescindibles para realizarla. Infraestructura y servicios representados por los puertos, las ciudades residenciales y administrativas y las vas de transporte bsicamente. As, la Amrica espaola, durante los 150 primeros aos, se organiz en funcin de la exportacin de metales preciosos. La exportacin del oro de aluvin, arrebatado a los indgenas o recogido en los lechos de los ros, constituy el principal objetivo de los conquistadores, que construyeron los primeros centros urbanos para el control territorial e importantes puertos para la expedicin de los metales. Veracruz en Mxico, Cartagena en Colombia y, sobre todo, La Habana, son tres de los ms destacados. Pero la fase del oro fue efmera, cediendo paso en seguida a la explotacin argentfera, que tuvo dos centros fundamentales: Zacatecas en Mxico y, principalmente, Potos en el Alto Per (actual Bolivia). Estos dos polos dieron lugar a unos intercambios comerciales que permitieron el establecimiento de una primera infraestructura. Anca se convirti en el ncleo exportador de la plata de Potos hacia Callao y Panam; Acapulco enviaba parte de la plata mexicana hacia Manila, donde era cambiada por seda china, reexpedida a su vez a Acapulco, la necesidad de productos alimentarios motiv la puesta en cultivo, tanto de las regiones ocupadas para la explotacin metalfera como de las aledaas. Esta valorizacin agrcola de las tierras hispanoamericanas adquiri un auge creciente al declinar la produccin argentfera del Potos a partir de la segunda mitad del siglo XVII, para progresar durante el resto de la etapa colonial y la independiente; al contrario de lo que haba sucedido en la Amrica portuguesa, donde la inicial organizacin del espacio se hizo en funcin de los aprovechamientos agrarios, principalmente de la caa de azcar, hasta que comenz la fase metalfera a principios del siglo XVIII, que cedi su hegemona, pasada esta centuria, a las producciones agropecuarias, especialmente a la explotacin cafetalera.

Las diversas coyunturas econmicas de la etapa colonial e inicios de la independiente dieron lugar al nacimiento de unos ncleos de poblamiento orientados a satisfacer las necesidades del grupo dominante. As, se crearon las grandes ciudades, sedes de organismos administrativos, como Tenochtitln-Mxico, Panam, Santa Fe de Bogot, Quito o Lima, todas ellas sedes de audiencias, en las que moraban altos funcionarios de la administracin o de la milicia, adems de terratenientes y comerciantes enriquecidos. Otras importantes ciudades se desarrollaron como sede de estos dos ltimos grupos sociales o de propietarios de minas, bien fuesen ciudades interiores o costeras, que en ambos casos solan celebrar importantes mercados y ferias para la comercializacin de los excedentes agrarios. En conjunto, resultaban ciudades armoniosas desde una perspectiva urbanstica, que contrastaban con la falta de equipamientos y la pobreza de las aldeas. Los centros urbanos, que servan de recogida y almacenamiento de materias exportables, al igual que las comarcas o regiones productoras de los mismos, fueron unidas a los puertos, ya en la segunda mitad del siglo XIX, por medios de transporte rpido, como el ferrocarril. Las compaas extranjeras, sobre todo inglesas, invirtieron enormes sumas en la construccin de vas frreas, pero tan slo en aquellas reas donde estaba asegurado el flete, para drenar las producciones del interior hacia los puertos. Ello dio como resultado un trazado de lneas ms o menos perpendiculares a la costa, o paralelas a la misma si el territorio explotado se ubicaba en una franja costera, a menudo con anchos de va diferentes, sin articulacin entre s y sin ninguna posibilidad de constituir una verdadera red frrea, capaz de integrar los territorios de los distintos Estados nacionales o los de estos estados entre s (Collin Delavaud, C., 1973, 124).Los caracteres de las infraestructuras creadas en la segunda mitad del siglo XIX se prolongaron, amplindose o densificndose, durante los tres primeros decenios del siglo XX, tanto ms fcilmente cuanto su construccin corri a cargo fundamentalmente de capitales extranjeros. As, la Manaus Harbour Company, de capital ingls, equip el puerto de Manaus con muelles flotantes sobre el Amazonas, a finales del siglo pasado, para la exportacin del caucho. Igualmente, el puerto de Buenos Aires pas a propiedad de una compaa inglesa, y el de Rosario fue explotado por una compaa francesa, siendo tambin capitales europeos los que instalaron las naves frigorficas para la conservacin y exportacin de la carne desde esos puertos. Los capitales extranjeros controlaron, asimismo, determinados servicios y equipamientos urbanos, como el abastecimiento y comercializacin de agua y gas, la instalacin del telgrafo y el telfono o la produccin de electricidad para las ciudades; cerca de Ro de Janeiro, por ejemplo, la anglocanadiense Light construy los primeros embalses hidroelctricos sobre los afluentes del Tiet. Los capitales forneos no slo invirtieron en infraestructuras, sino que tambin se preocuparon por controlar el ahorro a travs de una red de establecimientos bancarios instalados en los principales centros urbanos, de modo que entre cinco grandes ban1 cos, de capital ingls principalmente, controlaban un porcentaje elevado del ahorro iberoamericano, como suceda en Brasil, donde en 1900 los bancos britnicos reciban un tercio de los depsitos brasileos. Posteriormente, adquirieron mayor representacin los bancos norteamericanos, cuyos capitales, sin embargo, ya se haban invertido en Amrica central y Cuba en el sector del azcar y frutas tropicales (Collin Delevaud, C., 1973, 124-125). Todas estas infraestructuras y servicios fueron creados para exportar unas producciones obtenidas en las explotaciones agrarias o mineras. Estas indujeron a un escaso y dependiente desarrollo industrial. Aqullas se organizaron de una manera totalmente desequilibrada, siendo la base de unas desigualdades econmicas y sociales arrastradas hasta la actualidad. Es evidente que la extensin y consolidacin de este tipo de estructura agraria desequilibrada es fruto de un largo proceso histrico, pero que ha tenido unas bases comunes; bases que descansan en la apropiacin de grandes lotes de tierras por los colonizadores o por la clase econmica dominante frente a un elevado grupo de comunidades indgenas, esclavos negros y minifundistas, que se ven obligados a alquilar su fuerza de trabajo a los dueos de latifundios y plantaciones. El punto de partida fue similar en la Amrica portuguesa con respecto a la espaola. El territorio brasileo fue dividido en 12 capitanas, que medan entre 30 y 100 leguas de fachada costera, de modo que cada donatario tena en su capitana poderes soberanos, incluso el de distribuir las tierras, repartiendo as grandes dominios, cuyos lados se medan en leguas (una legua = 6 km), naciendo as una clase de grandes terratenientes, cuyo foco inicial estuvo en el Nordeste, pero que se extendi con el paso del tiempo por todo el pas (Monbeig, P., 1983, 39-40). En la Amrica espaola se produjo el mismo proceso: las necesidades alimentarias y de animales de carga indujeron a los gobernadores a conceder grandes lotes de tierra, que a menudo se entregaban como mercedes por xitos de conquista, para estimular las producciones agrarias. Ms tarde fue el propio Estado el que vendi las tierras en grandes lotes para obtener recursos fiscales. El latifundismo en Hispanoamrica corri parejo con el desarrollo de la encomienda y de los repartimientos, pues eran las comunidades indgenas las que aportaban la mano de obra necesaria para el funcionamiento del sistema. El latifundio, denominado generalmente hacienda, tuvo un mayor auge en el siglo XVII, al declinar las producciones mineras, tanto por ocupacin de nuevas tierras como por usurpacin de los ejidos y tierras de las comunidades indgenas. El proceso continu y se afirm desde la Independencia, al aumentar la demanda de productos agropecuarios en el mercado internacional, extendindose la gran explotacin ganadera la estancia o mixta por las pampas argentinas, Uruguay y sur de Brasil. En el sudeste de este pas, lo mismo que en Colombia, adquiri un desarrollo extraordinario durante el siglo pasado la gran explotacin cafetalera, al igual que en Amrica central, Ecuador o la propia Colombia lo adquieren las plantaciones bananeras durante el presente, mantenindose en el Caribe las de caa. Todo un panorama de afianzamiento de la gran explotacin, que contrasta vivamente con el aumento del nmero de minifundistas y obreros del campo o de los ejidatarios descendientes de las antiguas comunidades indgenas mexicanas. Los minifundistas provenientes de antiguos pequeos propietarios tuvieron poco arraigo en Amrica; nicamente los caboclos brasileos pueden ser considerados como un ejemplo; por el contrario, lo huasipungueros y arrimados ecuatorianos, los colonos y allegados peruanos, los tolerados bolivianos e inquilinos chilenos representan diversas modalidades de minifundistas, que explotan la tierra en precario por cesin de un latifundista a cambio de determinadas prestaciones. Estas figuras, surgidas en poca colonial, se mantuvieron hasta las recientes reformas agrarias, persistiendo en algunos casos. Otros minifundios surgieron al abolirse la esclavitud. En conjunto, la consolidacin de esta estructura dual ha permitido la consagracin de los desequilibrios sociales durante la etapa tradicional hasta que a partir de la fase expansiva iniciada en los aos 1940 se ampli sensiblemente el conjunto de las clases medias. Ahora bien, la expansin industrial del siglo XIX y primer tercio del XX tampoco fue capaz de crear un fuerte desarrollo econmico ni de corregir esta polarizacin social. En efecto, se trat de una industrializacin dependiente, poco desarrollada y de carcter tradicional; aspectos que slo parcialmente fueron superados durante la segunda fase, a partir principalmente de finales de la II Guerra Mundial, etapa en la que se instalaron las denominadas industrias de sustitucin de importaciones. Es evidente que durante la poca colonial las metrpolis no permitieron el desarrollo industrial de sus colonias. As, es probable que hacia 1850 ningn pas iberoamericano obtuviera ms de un 3 % de su PNB de las actividades industriales. Las nicas plantas industriales que operaron hasta esas fechas fueron las refineras de azcar (ms frecuentemente, simples molinos o engenhos), teneras, harineras, plantas textiles y po- co ms. Ahora bien con la Independencia se consagr la libertad de comercio, aumentando considerablemente las exportaciones y, en consecuencia, la demanda de productos manufacturados extranjeros. Al mismo tiempo, el incremento de la poblacin y la organizacin de una incipiente administracin en todo el territorio nacional favorecieron el crecimiento de las ciudades pequeas y medias por el asentamiento de funcionan nos con rentas fijas; todo lo cual provoc un aumento del mercado de consumidores, que atrajo a los capitales extranjeros, si bien stos se orientaron preferentemente hacia las industrias exportadoras, bien se tratase de plantas para la conservacin de la carne o para la concentracin de los minerales con bajo contenido. En algunos casos se dio incluso una desnacionalizacin de empresas, como sucedi con la que explotaba el nitrato chileno, que estando constituida en un 67 % por capital nacional antes de la guerra del Pacfico (1879) cay a un 36 % despus (1883). Algo similar sucedi con el estao boliviano, al tiempo que el gobierno mexicano daba todas las facilidades al capital extranjero para explotar directamente las minas de plomo, cinc y hierro (Collin Delavaud, C., 1973, 125). En conjunto, las inversiones extranjeras, en vsperas de la I Guerra Mundial, totalizaron unos 200 millones de libras esterlinas, correspondiendo al Reino Unido ms de la mitad, y el resto a Estados Unidos, Francia y Alemania, principalmente. Argentina fue el primer pas receptor, con unos 650 millones, seguido de Mxico, con unos 400 millones de libras esterlinas. Finalmente, l siglo XX fue testigo de la expansin de las inversiones extranjeras en una nueva riqueza mineral: el petrleo; as, en 1938 el capital norteamericano invertido en Venezuela sumaba 247 millones de dlares y el angloholands, 125 millones, aunque estas cifras incluyen las inversiones no petroleras.En suma, la industrializacin de esta primera etapa, que llega hasta la II Guerra Mundial, se caracteriza por ser escasa, concentrada en las ramas agrarias y mineras y dependiente de las inversiones exteriores, orientadas hacia los focos dinmicos, como Buenos Aires y So Paulo..., y muy secundariamente hacia ciudades dispersas, que albergaban pequeas industrias o instalaciones mineras. Slo en los pases con mejores condiciones, corno Argentina, Brasil, Mxico y Chile, tuvo una cierta fuerza el capital nacional, aplicado a las ramas alimentaria, textil, mecnica, cemento, cuero, etc. Un capital nacional que fue creciendo, aunque muy dbilmente, desde los aos de la Independencia. c) Independencia poltica y dependencia econmica La emancipacin iberoamericana, estimulada por la independencia estadounidense en 1776, se produjo entre 1808 y 1826 para una gran parte de los pases, favorecida por la invasin napolenica de las metrpolis. Los criollos vieron la posibilidad de conseguir libertad poltica y administrativa y de enriquecerse mediante la libertad comercial. A Brasil no le fue difcil conseguir su objetivo, pues la propia corona portuguesa asumi la demanda de su colonia, independizndose en 1822; en cambio, en la Amrica hispnica se dieron diversos enfrentamientos y guerras contra la administracin colonial; enfrentamientos que ms tarde se produjeron entre los nuevos Estados por el control de determinados territorios fronterizos, en virtud, sobre todo, de las ambiciones personales y del caudillismo, que impidi realizar el sueo bolivariano de la Unin Sudamericana. Los nuevos Estados se deban configurar, en principio, de acuerdo con la delimitacin administrativa que tenan precedentemente, pero la delimitacin fue difcil en las reas escasamente pobladas, lo mismo que donde se enfrentaron las ideas de quienes defendan la independencia unitaria de las distintas entidades administrativas, frente a quienes propugnaban amplias federaciones territoriales, como la de las Provincias Unidas de Centroamrica (Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica), que no llegara a cristalizar, o la de la Repblica de Colombia, que englobaba a las actuales Colombia, Panam, Venezuela y Ecuador, pero que, proclamada en 1819, no dur ms que hasta 1830, por disensiones de sus caudillos. Las consecuencias de la independencia fueron diferentes en cada pas, aunque con una base comn: el movimiento independentista no trajo cambios radicales ni en lo social ni en lo econmico; es ms, algunos caudillos, como Santa Anna en Mxico, Pez en Venezuela o Rosas en Argentina, gobernaron en sus respectivos Estados como si se tratara de inmensas haciendas. Pero las diferencias se plantearon en otro plano, favoreciendo a los grandes pases en perjuicio de los ms pequeos, pues, por disponer de abundantes recursos territoriales y demogrficos, atrajeron fcilmente la inversin; por el contrario, los pequeos pases continuaron como subsidiarios de la economa internacional, contando con el inconveniente de la dependencia econmica, que tambin afect a los grandes pases, pero sin hacerse acreedores, como stos, de ninguna de las ventajas derivadas de una cierta acumulacin capitalista. Esta, sin embargo, no fue importante, pues se continu considerando a la tierra y al comercio como base de la riqueza, invirtindose las plusvalas o los excedentes monetarios en la adquisicin de propiedades agrarias o de bienes de lujo, de modo que Iberoamrica, ya desde la poca de la Independencia, comenz a alejarse del movimiento de industrializacin que se estaba produciendo en los pases desarrollados, a pesar de disponer de grandes recursos mineros, que, junto con las producciones agrarias, constituyeron las bases de una mnima industrializacin. Ambos productos mineros y agrarios estn estrechamente relacionados con las condiciones naturales del territorio iberoamericano.

III. El significado de las condiciones naturales

Las condiciones naturales constituyen, ciertamente, el punto de partida o la base sobre la que se asienta la organizacin del espacio; pero esta organizacin es necesariamente una obra humana; es el hombre en sociedad el que aprovecha las mltiples posibilidades y recursos que el medio le ofrece, porque el espacio en s mismo es neutro y cada sociedad crea unas estructuras espaciales acordes con la imagen que el grupo dominante tiene de ese espacio. As, las civilizaciones precolombinas que se asentaron entre Mxico y Cuzco estructuraron un espacio ocupado intensivamente, desarrollando incluso el regado, y favoreciendo la existencia de unas fuertes densidades humanas. Frente a estas civilizaciones avanzadas, los colonizadores ibricos organizaron, po! el contrario, una ocupacin del espacio como rea complementaria de la economa metropolitana; y los criollos independientes lo hicieron como rea complementaria de la economa internacional. Hoy se arrastran, sin duda, parte de esos lastres del pasado, disfuncionales para las necesidades presentes y que tienen muy poco que ver con las mltiples posibilidades de explotacin y estructuracin que el medio ofrece. Esas posibilidades y aptitudes pretendemos analizarlas brevemente a travs del estudio de las estructuras morfolgicas, climticas y de los medios bioclimticos, que hablan claramente de las potencialidades mineras y agrarias del espacio regional.

1. UN RELIEVE CONTRASTADO SOBRE GRANDES UNIDADES MORFOESTRUCTURALES El territorio iberoamericano forma parte de una gran unidad continental, correspondiente, sin embargo, a varias placas de la corteza terrestre norteamericana, del Caribe y sudamericana, que en su desplazamiento desde el centro del Atlntico hacia el oeste ha originado las cordilleras del borde occidental de Amrica, al comprimirse los mrgenes continentales por la subduccin de las placas del Pacfico. Unas cordilleras que van desde Alaska a la Patagonia y que desde el norte de Mxico hasta la Tierra del Fuego representan un vastsimo sistema montaoso, de unos 11.000km de longitud, dividido en tres unidades, correspondiendo la primera a las sierras y altas mesetas mexicanas, a las sierras centroamericanas de escasa altitud la segunda, y a los Andes la tercera, con sus ejes orientados en sentido meridiano, como respuesta al desplazamiento de las placas a las que pertenecen. Frente a stas se desarrollan las vastas planicies, bien sean sedimentarias, localizadas sobre depresiones de tipo sineclise, como la del Amazonas o del Paran-Paraguay o sobre cubetas tectnicas, como la de los Llanos del Orinoco, o bien sean plataformas del zcalo, como la del escudo brasileo o la ms accidentada y elevada del escudo de las Guayanas; o bien, finalmente, se trate de mesetas o altiplanos, como la del centro de Mxico, en gran parte constituida por materiales volcnicos terciarios. A ellas hay que aadir los macizos antiguos, elaborados sobre un reborde fracturado del zcalo, como las sierras atlnticas a lo largo de la costa oriental brasilea. El escudo brasileo constituye una de las unidades de mayores dimensiones, pues se extiende sobre varios millones de km2 desde las sierras atlnticas hacia el interior. Estas, precedidas por una llanura costera, adoptan una estructura germnica en bloques levantados y hundidos paralelos a la costa o en bloques que se van levantando progresivamente en escalera de fallas hasta las mximas culminaciones entre 2.000 y 3.000 m. Entre los materiales paleozoicos de estas sierras, sobre todo en el estado de Minas Gerais, se han producido importantes metalizaciones de oro y diamantes, explotados en poca colonial, y, sobre todo, de hierro, actualmente en explotacin y con enormes reservas. Fuera de las sierras atlnticas, el resto del escudo brasileo aparece cubierto por bancos de sedimentos secundarios o terciarios de poco espesor, que han dado lugar a una vasta meseta de escasa altitud (800-1.000 m), formando las denominadas chapadas y tabuleiros (superficies planas), que slo en el sur desaparecen, sustituidos por una vasta regin volcnica en los estados de Santa Catarina, Paran y So Paulo, cuyas tierras han servido de excelente base, dada su fertilidad y ausencia de encostramiento, para la expansin del cafetal. El escudo brasileo se halla separado del de las Guayanas por la sineclise del Amazonas, depresin estructural de gran radio, rellena de materiales terciarios y cuaternarios, entre los que discurre el Amazonas, a una mnima altitud sobre el nivel del mar (200 m en la frontera con Per). La gran cuenca sedimentaria del Amazonas se prolonga hacia el nordeste por la del Orinoco, separada de sta por una nueva flexin del zcalo, que da lugar a numerosos rpidos en la cabecera de los afluentes amaznicos. El relieve de la cuenca sedimentaria del Orinoco es similar al que se desarrolla sobre la del Amazonas, aunque la cuenca se hace ms estrecha, convertida, desde un punto de vista tectnico, en una cubeta, entre los Andes al oeste y norte y el escudo de las Guayanas al este. El escudo de las Guayanas se localiza entre las propias Guayanas, Venezuela y Brasil; un escudo que ha sido transformado en un macizo antiguo por su fracturacin, elevacin y accidentacin. Est dividido en el centro por el ro Branco, que, al igual que el resto de los ros del macizo, salva los enormes escarpes que lo circundan, de hasta 1.000 m de desnivel, en impresionantes cadas. En Surinam y Guayana, el zcalo aparece recubierto por una serie sedimentaria, culminada por capas de bauxita, mineral del que ambos pases, junto con Jamaica y Brasil, son grandes productores mundiales.

Al oeste del escudo brasileo se pasa, a travs de una flexin del mismo, a la cuenca sedimentaria del Paran-Paraguay, rellena de materiales recientes; se trata de un llanura pantanosa, inundada durante la estacin de las lluvias, pero que hacia el sur, en latitudes superiores al paralelo de Asuncin, da paso a una vasta planicie de relleno aluvial, donde se localizan las frtiles pampas argentinas. Al sur de las mismas se abre la meseta patagnica, viejo zcalo precmbrico, recubierto de areniscas secundarias, adems de materiales volcnicos de edad secundaria y pliocuaternaria. Frente a todo el conjunto de abiertas llanuras, a veces interrumpidas por pequeos macizos antiguos o por alineaciones de cuestas sobre materiales sedimentarios resistentes, se levanta la imponente muralla de los Andes, con una longitud de ms de 8.500 km desde los Andes patagnicos hasta los venezolanos, que cambian ya su orientacin meridiana por la zonal. Con una lnea media de altitud superior a los 3.500 m y una anchura media de 300 km, aparecen como una gran cordillera, con importantes consecuencias climticas por su orientacin meridiana y por el escalonamiento climtico que se produce en altura. Aunque con oscilaciones acusadas del nivel de eje, centra sus mximas altitudes entre un sector que arranca al sur de Santiago y que va hasta el norte de Per, sector dividido en dos cordilleras, alejadas entre s, que encierran cuencas intramontanas, formando mesetas o altiplanos, como el de Per y Bolivia en torno a los lagos Titicaca y Poop o como el de la punta de Atacama en el noroeste argentino. Tras el descenso en el norte peruano y en Ecuador, vuelve a ascender en Colombia, dividindose, a partir del nudo de Pasto, en tres cordilleras, separadas por las profundas fosas del Cauca y del Magdalena, en cuyos valles se localiza un poblamiento denso y un intenso aprovechamiento agrario, con la salvedad de algunos valles de propiedad latifundista y explotacin extensiva.

Los Andes, cordillera muy joven, surgida a finales del Terciario, en el levantar miento ponto-plioceno, tiene una estructura tectnica y geomorfolgica compleja, pues a la aparente simplicidad de los bloques levantados y de las fosas, se suma la compleja integracin del zcalo precmbrico, del zcalo herciniano, de los materiales sedimentarios, secundarios y terciarios, en mltiples unidades plegadas y falladas, a travs de cuyas fallas, adems, se ha desarrollado un intenso vulcanismo desde los tiempos mesozoicos hasta la actualidad. Este tipo de estructura y materiales se presta a la existencia de metales preciosos y otros minerales industriales, como la plata en Per (produce alrededor del 14 % de la mundial), el hierro en Chile central y Per, zinc y plomo peruano en el cerro de Paseo, el cobre chileno o el estao boliviano en Orurozoni- Potos, entre los ms significativos. A ellos hay que aadir la plata (17,5 % de la mundial en 1987), cinc y plomo de la meseta central mexicana, aunque fuera de la unidad andina. El relieve de Mxico presenta tambin una gran complejidad. La Sierra Madre Oriental y la Occidental son continuacin, respectivamente, de las Rocosas y de la Sierra Nevada, que se van estrechando progresivamente hacia el sur hasta quedar interrumpidas por el neovolcnico transversal (el Paricutn surgi en 1941), que separa el conjunto de sierras y meseta central mexicana de las cuencas de escasa altitud que se encuentran al sur, en la denominada depresin del Balsas. Ms hacia el sur, ya en la frontera con Guatemala, las sierras se van estrechando y perdiendo energa hasta desaparecer bajo el mar.Al oeste, la Sierra Madre Occidental representa una barrera continua de entre 2.000 y 3.000 m de altitud, desarrollada a lo largo de 2.000 km, sobre horsts cristalinos, con enormes escarpes de falla hacia el lado del Pacfico. Al este, la Sierra Madre Oriental est integrada por un conjunto de cadenas calcreas plegadas que caen brusca e mente hacia el golfo de Mxico. Entre ambas se localiza el altiplano central, que constituye un plano inclinado desde el suroeste hacia el nordeste, con altitudes predominantes entre 2.500 y 1.500 m, labrado sobre materiales volcnicos de edad negena, entre los cuales afloran dovelas levantadas del zcalo, mientras que otras dovelas hundida o, en su caso, coladas de lava, han cerrado e individualizado pequeas cuencas, como la de ciudad de Mxico o la de Puebla, al pie de los imponente volcanes Popocatepetl (5.450 m) e Ixtacihualt (5.286 m). Los materiales volcnicos y del zcalo han posibilitado la concentracin de abundantes minerales explotables, como ya hemos sealado, lo mismo que las llanuras aluviales del golfo de Mxico han favorecido la formacin de grandes bolsas petroleras bajo sus sedimentos, como la de Reynosa en el norte, Tampico en el centro y las de Minatitlan y Crdenas en el sur. Este tipo de yacimientos petrolferos se ha formado bajo condiciones similares a las de los depsitos del golfo de Maracaibo o del sector septentrional del bajo Orinoco en Venezuela y a las que reinaron en el momento de formarse los yacimientos del Chaco argentino. El golfo de Mxico y el mar Caribe constituyen un mar cerrado por el conjunto insular de las Grandes y Pequeas Antillas, que corresponden a las reas emergidas de unas cordilleras submarinas, que separan e individualizan, bajo el mar, una serie de fosas y cuencas. En conjunto, se comportan como reas de debilidad entre los grandes escudos de Norte y de Sudamrica.

2. UNOS MEDIOS BIOCLIMTICOS MUY HETEROGNEOS

Si es cierto que la mayor parte de las tierras iberoamericanas se encuentra en latitudes clidas, no lo es menos que una buena parte de stas ve modificada por el relieve sus iniciales condiciones zonales: tanto las sierras mexicanas como los Andes adoptan una direccin meridiana y, por ello, perpendicular a los flujos de aire. Este fenmeno provoca una clara disimetra en las precipitaciones de los sectores que estn a barlovento los orientales en la zona clida y los occidentales en la zona templada y los que se encuentran a sotavento. Por otro lado, al tratarse de grandes relieves montaosos, origina un escalonamiento climtico en altura, que se traduce en una gran diversidad de regiones climticas. El factor climtico ms destacado es, sin embargo, la situacin latitudinal, entre los 32 N y los 55 S, pero correspondiendo la mayor extensin a la intertropical, con un clima de tipo ecuatorial en Panam, buena parte de Colombia y la Amazonia, con lluvias abundantes a lo largo de todo el ao y temperaturas medias mensuales superiores siempre a los 24 C. Una variante de ste es el clima litoral de alisio del Caribe o de la costa oriental brasilea, con menor integral trmica, pero acusada humedad. Desde el dominio ecuatorial se pasa progresivamente al de climas tropicales con estacin seca y hmeda alternante, motivadas por los anticiclones subtropicales y por la Convergencia Intertropical respectivamente, o a los semidesiertos del norte de Mxico o del Chaco argentino-paraguayo, donde la estacin seca se mantiene durante la mayor parte del ao. Otros desiertos o semidesiertos se relacionan con factores locales, como sucede con el nordeste brasileo o en la franja costera chileno-peruana, dado que se encuentran a sotavento de los alisios hmedos del sureste. Aqul, porque se interponen las sierras atlnticas brasileas; ste por la pantalla de los Andes, que, adems, favorece la penetracin de las masas de aire seco y subsidente del anticicln del Pacfico Sur hasta Guayaquil, ya cerca del Ecuador, imposibilitando de este modo las lluvias, tanto ms cuanto que la corriente fra de Humboldt estabiliza por la base las masas de aire. Tras un dominio subtropical de poca extensin, que va desde Rio Grande do Sul hasta la provincia de Buenos Aires en el este de Sudamrica y que en el rea occidental corresponde al clima mediterrneo chileno, en torno a Santiago, se abre paso la regin patagnica, de clima fro y seco, puesto que los Andes impiden el paso hacia el este de las borrascas del Frente Polar del Pacfico. No obstante, el sector ms occidental y meridional de los Andes del Sur, vindose afectado continuamente por dichas borrascas, como corresponde a su latitud y exposicin perpendicular a los westerlies, goza de un clima ocenico, suave y hmedo. Como hecho singular y factor perturbador del clima tropical del Caribe y golfo de Mxico, se debe destacar el papel de los huracanes, esos vrtices ciclnicos, que se forman a finales del verano por recalentamiento de las aguas de estos mares clidos, apoyados a menudo por coladas de aire fro en altura. En muy poco tiempo engullen enormes masas de aire clido y hmedo, que, al elevarse bruscamente, se enfra y provoca precipitaciones torrenciales, adems de unos fuertes vientos, generalmente catastrficos, hasta que el desplazamiento de la clula ciclnica hacia el interior continental la va disolviendo por falta de alimentacin en la base. Los climas de los dominios y regiones sealados representan el factor primordial del tipo de vegetacin predominante. Aunque las variaciones y matices son mltiples, en conjunto se puede distinguir una vegetacin de bosque denso ecuatorial, bien sobre

los lechos inundables de los ros amaznicos las varzeas e igapos, o bien sobre los interfluvios, con sus tres estratos vegetales, su potencia y densidad, localizado aproximadamente entre los 5 N y los 10 S, aunque se prolonga por Centroamrica y penetra en Mxico. Estos dominios biogeogrficos han representado tradicionalmente un obstculo para la ocupacin agraria, si bien hoy, con las tcnicas modernas no ofrecen ms condicionantes para su puesta en cultivo que los derivados de una racional explotacin de los mismos. A este conjunto sucede el de las sabanas tropicales, adaptadas al clima seco y hmedo alternante, que va desde los campos brasileos, con su mayor o menor densidad arbrea, que sobre suelos volcnicos se convierten en un bosque denso y que sobre el resto de los suelos van perdiendo densidad al disminuir las precipitaciones, hasta las sabanas degradadas de arbustos espinosos y de cactceas, como la caantiga del nordeste brasileo o como la del Chaco. Las sabanas en general ofrecen condiciones ambivalentes para la explotacin agraria: malas cuando estn provistas de costras laterticas, que, aunque no ocupen grandes extensiones, es preciso levantar para poner en cultivo, pero que se prestan a todo tipo de aprovechamientos durante la estacin hmeda o a lo largo del ao si se cuenta con regado. Las regiones ms difciles son las subridas, como el serto brasileo, donde a veces pasan ms de dos aos seguidos sin llover. Condiciones de subaridez dan lugar tambin en el norte de Mxico a la formacin de una estepa arbustiva de cactceas, extendida por cientos de miles de kilmetros cuadrados. Un caso singular est constituido por los Llanos colombo-venezolanos: una sabana herbcea de gran planitud y muy mal drenada, que permite un encharcamiento estacional, poco apto para el desarrollo arbreo o de otra formacin vegetal que no sea la pradera de gramneas. Pradera de gramneas que se extiende igualmente desde las pampas argentinas hasta el sur de Brasil, bajo la influencia del clima subtropical de fachada oriental, sobre un medio templado, en el que los europeos encontraron durante el siglo pasado unas excelentes condiciones para la explotacin agropecuaria, al contrario de lo que sucede en todo el tringulo meridional de Argentina, subrido y fro, al que invaden desde el sur coladas de viento meridional, incluso antrtico el pampero, que se desliza en invierno, siguiendo los Andes, por toda la Patagonia, dificultando el crecimiento de la vegetacin. Finalmente, sobre los Andes y sierras mexicanas se desarrolla una cobertera vegetal que participa, en principio, de los caracteres zonales de base, pero escalonndose en altitud y formando una cliserie vegetal compleja, segn la latitud, la altitud y la exposicin oriental u occidental. Por ejemplo, en Per meridional se pasa del desierto costero, en el que se aprovechan determinados oasis a partir de las aguas procedentes de la cordillera, a la estepa de altitud la puna, que se desarrolla a partir de los 3.500 m, compuesta de matorrales y hierbas, secos durante unos ocho meses al ao y que a partir de los 4.800 m cede paso al desierto de roca y hielo. All donde la humedad es mayor da una estepa ms densa de tipo pramo. Los valles y altiplanos andinos, no obstante, permiten una explotacin agrcola intensiva, a partir del agua que desciende de las sierras, y una ganadera extensiva a base de ovejas o llamas, que son capaces de aprovechar estos mediocres pastos. Salvo en el dominio ecuatorial y gran parte del templado, el regado resulta fundamental, por tanto, como lo ha demostrado Mxico en la ocupacin de las llanuras litorales de los estados de Sonora y Sinaloa. Por otro lado, la construccin de embalses en estas tierras con abundantes precipitaciones y ros caudalosos durante una parte del ao, dara a Iberoamrica un enorme potencial hidroelctrico, muy poco aprovechado an.

Las condiciones naturales analizadas ofrecen tantas facilidades como obstculos cara al desarrollo; incluso creemos que las ventajas superan a los inconvenientes; si el desarrollo no se ha producido, se ha debido a las especficas estructuras demogrficas, econmicas, sociales, polticas y territoriales creadas por las distintas coyunturas histricas. El desarrollismo incontrolado de los aos cuarenta a los setenta tampoco ha sido capaz de superarlas. IV. Explosin demogrfica y expansin econmica: la consolidacin del subdesarrollo Parece contradictorio que durante una fase econmica expansiva se produzca el subdesarrollo. No lo es, sin embargo, si se observa que las sociedades iberoamericanas se ven afectadas por un factor nuevo: la explosin demogrfica, que es, en parte, consecuencia de la expansin econmica, pues, como ha sealado Y. Lacoste, los intensos y rpidos intercambios establecidos entre los pases industriales y los subdesarrollados obligaban a aqullos, a fin de evitar los contagios, a introducir medidas sanitarias en s tos; medidas potenciadas, adems, por organismos internacionales, como la OMS, por las mismas lites iberoamericanas y por el propio progreso econmico general. Todo ello indujo un crecimiento inusitado de la poblacin. Ante esta situacin, los intentos de desarrollo mediante el cambio de las estructuras heredadas, a travs de una acelerada industrializacin y de unas reformas agrarias progresistas, no fueron suficientes. Falt algo ms, como por ejemplo una Administracin saneada y eficiente, que, libre de pre l siones externas e internas en el manejo de unos recursos escasos, buscara satisfacer las necesidades prioritarias de sus administrados; faltaron igualmente unos recursos huma nos ms cualificados, que deberan haber conseguido esa cualificacin precisamente a travs de la accin de la Administracin.

1. EXPLOSIN DEMOGRFICA Y SUBDESARROLLO

El crecimiento de la poblacin iberoamericana, motivado principalmente por la inmigracin hasta la crisis del veintinueve, se debi al propio balance vegetativo a partir de ese ao. Si ya a principios de siglo la diferencia entre nacimientos y muertes era considerable, el distanciamiento entre las curvas de natalidad y mortalidad a partir de 1940 se hizo tan grande que cre una situacin socio-econmica nueva.

a) Un crecimiento demogrfico desbordanteLos datos pueden ser reveladores: la poblacin iberoamericana, que en 1900 sumaba en torno a 61 millones, tard 40 aos en duplicarse, alcanzando los 126 en 1940, pero en los cuarenta aos siguientes, entre 1940 y 1980, se triplic, llegando en la actualidad a una cifra de 429 millones, que se situar en unos 537 a finales de siglo. Casos como el de Brasil, que en 1900 tena menos poblacin que Espaa, hoy tiene casi cuatro veces ms; Mxico, que no alcanzaba ms de los dos tercios de la poblacin espaola, hoy la duplica; Colombia, que en 1900 slo contaba con el equivalente de un 12 % de la poblacin de Espaa (= 2,2 millones), en la actualidad llega a un 80 % de la misma y la superar con toda probabilidad antes de que acabe el siglo. Estos tres casos, junto con Argentina, representan a los pases ms populosos de Iberoamrica, aunque este ltimo se mantiene en un crecimiento ms moderado. Esos cuatro pases disponen de grandes superficies territoriales, por lo que ninguno de ellos se distingue por una fuerte densidad global; ni stos ni ningn otro del conjunto regional, excepto los del Caribe ms El Salvador, superan la densidad de Espaa (77 habs./km2), resultando una densidad media muy baja, que, sin embargo, encubre una distribucin muy desigual de la poblacin. En cualquier caso, Iberoamrica est muy poco poblada y, disponiendo de vastsimos territorios sin apenas ocupar, parece lgico que se intente colonizarlos y explotarlos. Para cuyo fin no es de extraar que existan numerosos defensores de un crecimiento demogrfico incontrolado. No obstante, este crecimiento, que ha movido a muchos gobiernos a establecer programas de colonizacin, como ha hecho Brasil en la Amazonia, Per, Colombia y Venezuela en el sector occidental de la Amazonia y Orinoquia, o Mxico en el noroeste del pas, ha demostrado ser ms fuerte de lo deseable, fracasando a menudo estos programas por no poder dotar a todos con suficiente medios tcnicos y orientaciones culturales y comerciales. Un crecimiento demogrfico que, en consecuencia, en vez de estimular, ahoga el desarrollo.Este crecimiento desbordante se fundamenta, ante todo, en la cada drstica de la mortalidad, tanto de la general como de la infantil, de tal manera que las sociedades iberoamericanas tienen las ms bajas tasas de mortalidad de todo el planeta, siendo la mayora de ellas inferiores al 10 %o, umbral en el que se encuentran los pases ms populosos, como Brasil (8 %o), Mxico (6), Colombia (8) y Argentina (9), bajando algunos hasta el 5 %o, como Venezuela, Costa Rica y Panam.

Estos ndices quedan por debajo de los que son propios de los pases europeos, que normalmente oscilan entre el 10 y el 12 %o, si bien Espaa, con un 8 %o, debido a su estructura demogrfica joven, est ms cerca de los ndices de aqullos. Ciertamente, es tambin la juventud de la poblacin la que favorece la consecucin de esas tasas de mortalidad tan bajas entre las sociedades de Iberoamrica; pero el mantenimiento de esa estructura joven se debe a los aportes que se hacen por la base, es decir, a la natalidad desbordante. Una natalidad muy fuerte que, aunque baje lentamente, se mantiene en niveles tradicionales, en torno a un 30 %, con lo que la diferencia entre nacimientos y defunciones arroja un saldo de crecimiento demogrfico anual de un 2,2 %; un saldo capaz de duplicar la poblacin actual en un lapso de 32 aos; un saldo que se ha de mantener a medio plazo, puesto que las polticas de control de natalidad no han prendido an con fuerza. De hecho, la descendencia final por mujer, de 3,7 hijos, no es de tipo tradicional (= 6 a 8 hijos) ni moderno (= 2). Pero incluso cuando descienda el nmero de nacimientos, persistir el elevado crecimiento vegetativo, pues a pesar de que la mortalidad infantil ha cado enormemente hasta un 57 %o de media, an ha de llegar a niveles inferiores al 20 %o, manteniendo, en consecuencia, la distancia entre nacimientos y defunciones. Hasta ahora, slo Cuba, Costa Rica, Jamaica, Puerto Rico y Chile han conseguido esa reduccin; el resto permanece en los umbrales sealados o superiores.

Este cuadro general debe ser matizado, sin embargo, pues existen acusadas diferencias entre pases. El grupo ms llamativo es el de la Amrica te