escuela de ingenierÍas industriales · 2014-03-07 · partir del 1 de octubre de ese mismo año,...

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ESCUELA DE INGENIERÍAS INDUSTRIALES 2013 Conferencia De las Artes a la Industria. Cien años de Ingeniería en Valladolid Prof. Dr. D. Nicolás García Tapia

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ESCUELA DE INGENIERÍAS INDUSTRIALES

2013

 

Conferencia De las Artes a la Industria. Cien años de Ingeniería en Valladolid Prof. Dr. D. Nicolás García Tapia

De las Artes a la Industria.

Cien años de Ingeniería en Valladolid

Profesor Doctor Don Nicolás García Tapia

Catedrático Jubilado de la Escuela de Ingenierías Industriales de Valladolid

Académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción

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l acontecimiento que conmemoramos hoy es el centenario del establecimiento en Valladolid de las enseñanzas industriales, por decreto de 4 de abril de 1913 del Ministerio de Instrucción Pública

y Bellas Artes, según el cual la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid se transforma en Escuela Industrial y de Artes y Oficios. Siguiendo el texto del decreto, la finalidad es “… extender el radio de acción de la Escuela de Artes y Oficios, que con éxito creciente funciona en la citada capital castellana, transformándola en Industrial y de Artes y Oficios.”

En el mismo decreto especifica los motivos de su creación en Valladolid: “El poderoso desarrollo que han conseguido en Valladolid las diferentes industrias, y muy especialmente aquellas que afectan a las necesidades creadas por el progreso moderno, es motivo que justifica sobradamente que el Estado, respondiendo a tal florecimiento de la industria particular, coadyuve a él por cuantos medios tiene a su alcance, ampliando las enseñanzas de carácter técnico, que son base obligada del adelanto y perfeccionamiento industrial.”

En consecuencia, y según se especifica en el mismo decreto, a partir del 1 de octubre de ese mismo año, además de las enseñanzas de carácter técnico-artístico que ya venían impartiéndose, se darán las correspondientes a los peritajes de electricistas y aparejadores.

Se deduce de ello que la causa principal de la ampliación de la Escuela hacia la rama industrial era el progreso que había experimentado Valladolid en esta rama, lo cual era ya evidente en la segunda mitad del siglo XIX. La puesta en marcha de la navegación en el Canal de Castilla, la industria harinera y la llegada después del ferrocarril, justifican la transformación de la ciudad, que se completa con la implantación de los Talleres de reparación de los Ferrocarriles del Norte, junto con un conjunto de industrias metalúrgicas y mecánicas, como la Fundición Gabilondo (1868) y los Talleres Miguel de Prado (1974), entre otras.

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in embargo, en contra de lo que parecía evidente, no se establecieron en este momento los estudios de peritaje mecánico (aunque fueron objeto de la inmediata petición de la Escuela) sino

de electricista, hecho que hay que explicar por la reciente creación en Valladolid (1906) de Electra Popular Vallisoletana, que extendió considerablemente el uso de la energía eléctrica procedente de los primeros saltos del Duero en Zamora, en un precursor transporte a distancia de electricidad por cables de alta tensión. Esta circunstancia revolucionó la industria en Valladolid, que demandó energía para la iluminación, para las fábricas y para el transporte urbano. Tres años antes del nacimiento de la Escuela Industrial, la compañía de Tranvías Eléctricos, auspiciada como la Electra Popular Vallisoletana por don Santiago Alba, funcionaba en Valladolid. Se da la circunstancia de que fue este político y emprendedor el que apoyó la ampliación de la Escuela Industrial y de Artes y Oficios, financiada inicialmente por aportaciones del Ayuntamiento y la Diputación de Valladolid.

Por cierto, es interesante señalar aquí que el autor del edificio de la Electra Popular Vallisoletana no fue un arquitecto, sino un ingeniero industrial, Isidro Rodríguez Zarracina, que proyectó la red de tranvías eléctricos vallisoletana e inventó el famoso carburador IRZ, que lleva las iniciales de su nombre.

La fascinación por la electricidad y el apoyo de estos influyentes personajes vallisoletanos, explican la implantación del peritaje eléctrico antes que el mecánico, que llegaría unos años después. La especialidad de aparejadores y la persistencia de las enseñanzas técnico-artísticas, se explican al contemplar las fachadas de ladrillo del edificio de la Electra Popular Vallisoletana, donde la artesanía y el oficio se conjugan admirablemente, para simbolizar un palacio industrial emblemático, lo mismo que ocurría en otras fábricas vallisoletanas. El arte iba ligado a la industria y este fue el carácter de la técnica en la época de la creación de la Escuela Industrial. Este espíritu estético tenía una amplitud internacional, plasmada en el movimiento artístico de las Artes y Manufacturas, que pretendía mejorar los productos industriales por medio del Arte.

No es de extrañar que la Escuela Industrial vallisoletana naciese en el seno de un ambiente artístico y que su germen se encontrase en la Real Academia de Bellas Artes, a la que me honro en pertenecer.

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n efecto, el 28 de octubre de 1779 se había fundado en Valladolid la “Academia de Matemáticas y Nobles Artes de la Purísima Concepción”, la tercera en antigüedad de España, después de la

de San Fernando de Madrid y la de San Carlos de Valencia. En los estatutos de 1783 se la clasifica como “Real Academia de 1ª clase” a instancias del rey Carlos III. Esta institución nació por la voluntad de algunos aficionados vallisoletanos a las matemáticas y a las artes, y su finalidad, aparte de la protección de los bienes artísticos, era el estudio y la enseñanza de las matemáticas, (como figura en su denominación inicial) así como de la perspectiva, geometría y dibujo aplicado a las Nobles Artes. Entre sus fundadores había cuatro artistas (un pintor y tres plateros) pero la mayor parte eran personas interesadas por las matemáticas y las ciencias.

Eso indica su vocación inicial de formar artesanos para promocionarlos, fomentando su base científica, confiriendo mediante examen, grados académicos de matemáticas, nobles artes y grabado, y habilitando a los arquitectos, agrimensores y aforadores.

Mientras esto ocurría en Valladolid, se había creado en la capital de España, en 1824, el “Real conservatoria de Artes”, a imitación del francés del mismo título, donde, aparte de otras funciones, se impartía docencia en Matemáticas, Geometría y Mecánica de las Artes y Oficios, destinada a artistas y maestros de talleres y fábricas. Después de varias vicisitudes, estudiadas por Pío Ramón Teijelo en su reciente tesis, dio lugar al “Real Instituto Industrial”, origen de las Escuelas Industriales en sus diferentes grados, lo que ha sido glosado en el año 2000 por las Escuelas de Ingeniería con motivo del 150 Centenario de la creación de las mismas.

En el decreto fundacional del Real Instituto Industrial, se especifica que se tratará “… de ofrecer a las artes el hombre científico que las eleva a mayor altura…”, fruto de “… un celo ilustrado y de los progresos de las artes”.

Precisamente la frase “A los progresos de las artes” forma parte del lema que figura en la medalla de la Real Academia de Bellas Artes que, en esa misma fecha de 1850 y a raíz de la reorganización de las enseñanzas antes aludidas, se hace cargo de la nueva “Escuela de Bellas Artes”, con estudios superiores y elementales, estos últimos impartidos por los propios académicos y los superiores con profesores nombrados por el ministerio. En 1852, esta Escuela se amplió con una de Maestros de Obras, Directores de caminos vecinales, agrimensores y aforadores, cumpliendo las demandas de la ciudad.

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n 1857, las Academias y sus Escuelas pasaron a depender de la Dirección General de Institución Pública y de Bellas Artes, entre ellas la Real Academia de Valladolid, y las clases continuaban

siendo impartidas por académicos.

En 1881 se denominó “Escuela de Bellas Artes y de Artes y Oficios” y su director era el académico D. José Martí y Monsó.

Una década después la sección de Enseñanzas de Bellas Artes pasó a depender de la Universidad, pero siguió en la Real Academia la de Artes y Oficios que tomó varios nombres: en 1907, “Escuela de Artes Industriales”, apareciendo la palabra “Industrial” asociada al “Arte”. En 1910, vuelve a denominarse de “Artes y Oficios”, siguiendo los vaivenes normativos, pero es en 1913 cuando se establece en Valladolid la “Escuela Industrial y de Artes y Oficios”, ampliando sus estudios artísticos con los relacionados con la industria.

Como hemos visto, el acontecimiento que estamos conmemorando es el fruto de unas enseñanzas iniciadas en el seno de la Real Academia Vallisoletana por un entusiasta grupo de personas preocupadas por elevar la cultura matemática y científica de los artesanos.

Pero no solo en la enseñanza existió proximidad de la Escuela Industrial con la Real Academia de Bellas Artes. Después de ocupar varias sedes, esta última se instaló en el edificio del Colegio de Santa Cruz, compartiendo espacio con la Biblioteca Universitaria y el Museo Provincial de Bellas Artes, en el año 1856.

La enseñanza se impartía en aulas situadas en dos crujías del claustro bajo de Santa Cruz, la Capilla y la Hospedería, actual Colegio Mayor de Santa Cruz. También había un Instituto de Segunda Enseñanza que, al trasladarse a un nuevo edificio (hoy instituto Zorrilla), dejó espacio en la Hospedería a la ampliada Escuela Industrial y de Artes y Oficios.

Este edificio databa de 1675, siendo su arquitecto Antonio del Solar y su ejecución corrió a cargo de Francisco de la Torre. El centro de enseñanza ocupaba unos 1.000 metros cuadrados en dos plantas, abajo los talleres y arriba las aulas y dependencias anexas, con 1.581 alumnos en total. En algunas fotografías pueden observarse las instalaciones de los talleres, incluso en el patio provisionalmente cubierto de la Hospedería, iluminado con luz cenital, donde se apiñaban profesores y alumnos trabajando en el taller de ajuste, muestra de una labor artesanal e industrial, realizadas con medios escasos y con pocas condiciones higiénicas.

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a a los pocos años, se solicitó el traslado a un nuevo edificio, lo que tardó en llegar, pues, hasta 1942 no pudo ocuparse el de la calle de la Merced, compartido, aunque con enseñanzas

separadas, con artes y Oficios y Maestría Industrial.

Sin embargo, en su primera década de existencia, la Escuela Industrial seguía estrechamente vinculada a la de Artes y Oficios. Su primer director, don Ramón Núñez Fernández, procedía de ésta última, y su primer paso, nada más conocer por telégrafo el Decreto de ampliación, con la de la Escuela Industrial, fue llevar la noticia al Diario Regional que, el 6 de abril de 1913, la publicó con entusiasmo por su importancia para la formación de la juventud y el interés para la industria vallisoletana. El 15 de noviembre de 1914, don Ramón Núñez pronunció un discurso en la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid, ponderando la importancia de los nuevos estudios industriales. Otra prueba de que la Escuela seguía vinculada a la Real Academia, es que varios de los primeros profesores eran académicos. Entre ellos estaba pablo Cilleruelo Zamora, que fue Presidente de la Academia de Bellas Artes, y Blas González García-Valladolid, destacado académico y profesor.

Otros como Mario Viani Provedo, habían sido alumnos de la Escuela de Bellas Artes. No es de extrañar que varias materias, tanto artísticas como técnicas, fueron compartidas por ambas secciones con los mismos profesores. Fue el caso del primer secretario de la Escuela, don Luis de la Fuente Almazán, profesor de Dibujo en Artes y Oficios, que impartía esta misma materia a los peritos electricistas y aparejadores. Igual ocurría con la Mecánica.

La vinculación proseguía en el año 1924 en el que, por un legado de doña Elvira Mendigutía López, viuda del académico y antiguo Director de la Academia de Bellas Artes, don José Martí y Monsó, se formaron unos premios con el nombre de éste que, en el primer año, recayeron en un alumno de la sección de Artes y Oficios y en otro de la Industrial.

Eran patronos de la Fundación Martí y Monsó, el Rector de la Universidad, el Presidente de la Diputación, el Alcalde, el Director de la Escuela y el Presidente de la Real Academia de Bellas Artes.

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ero en el curso siguiente, se produjo la separación de la Escuela de Artes y Oficios y la Fundación quedó vinculada a esta última. La Escuela Industrial, con otras denominaciones a lo largo del

tiempo, era ya un centro independiente, aunque todavía algunos la pudimos conocer en los antiguos locales de la calle de la Merced, compartiendo sus aulas de talleres con las de modelado artístico, cuyas estatuas de escayola, pertenecientes a Artes y Oficios, seguía allí, hasta 1961 en que se trasladó a la calle Leopoldo Cano.

Incluso cuando la Escuela, antes de Peritos Industriales y luego de Ingeniería Técnica, se trasladó en 1970 a su nuevo edificio de orillas del Pisuerga, nos tocó compartir el espacio con la Escuela de Arquitectura y de nuevo pude ver, al lado de mi despacho, otras esculturas de escayola, copiadas por los alumnos de Análisis de Formas, ocupando el espacio inicialmente proyectado para el laboratorio de Hidrodinámica y Motores Térmicos. Más tarde se crearía la especialidad de Diseño Industrial, cerrando el círculo que se empezó casi cien años antes, aunque en otro contexto, de las enseñanzas artístico-industriales.

Incluso cuando la Escuela, antes de Peritos Industriales y luego de Ingeniería Técnica, se trasladó en 1970 a su nuevo edificio de orillas del Pisuerga, nos tocó compartir el espacio con la Escuela de Arquitectura y de nuevo pude ver, al lado de mi despacho, otras esculturas de escayola, copiadas por los alumnos de Análisis de Formas, ocupando el espacio inicialmente proyectado para el laboratorio de Hidrodinámica y Motores Térmicos. Más tarde se crearía la especialidad de Diseño Industrial, cerrando el círculo que se empezó casi cien años antes, aunque en otro contexto, de las enseñanzas artístico-industriales.

No es mi intención, ni sería posible en el tiempo de esta conferencia, el hacer una historia de las Escuelas con sus diferentes denominaciones. Ya se ha hecho en otras conmemoraciones, como en el 75 Aniversario de la Escuela Universitaria Politécnica, los 150 años de la Ingeniería Industrial en España y las que recordaban la creación de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Valladolid. Pero sí querría resaltar aquí el resultado humano de las enseñanzas, plasmado en las varias promociones de peritos e ingenieros que surgieron de estas Escuelas. De los primeros peritos titulados por la Escuela Industrial y de Artes y Oficios, nos ha quedado el testimonio de don Ignacio Méndez Ríos que, en su intervención con motivo del cincuentenario de la Escuela, nos introdujo en sus vivencias como alumno y como profesional. Creo interesante reproducir algunas de sus palabras, que nos ilustran sobre el origen de estas enseñanzas:

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n aquella época … era frecuente entre los obreros, acudir después de su jornada, a las clases que ofrecía la Escuela de Artes y Oficios …

En septiembre de 1913, al ir a matricularnos a un nuevo curso … [nos enteramos que] se había creado una nueva Escuela Industrial y que las normas y horarios adoptados se habían establecido para que los obreros pudiéramos estudiar después del trabajo … pero ignorábamos el alcance de aquella profesión que, por entonces era casi desconocida …”

Añade que: “Hoy [en 1963] buscan [a los peritos] por muchos medios y la prensa con sus anuncios avalan mi información. De los peritos antiguos se hallan hoy cubiertas las plazas más diversas, como son servicios administrativos en empresas, cargos directivos en compañías, muchos militares, sobre todo en aviación, los hay en centros comerciales, en la enseñanza, etc.”

Es cierto que, durante las primeras décadas de la Escuela, la industria que debía de acoger a estos peritos había experimentado los vaivenes propios de la primera mitad del siglo XX.

La electrificación creciente de las fábricas, como hemos indicado, adsorbió las primeras promociones de peritos electricistas y, cuando se creó la especialidad mecánica, también por impulso de don Santiago Alba, afloró una nueva generación de profesionales que iban a nutrir nuevos talleres y fábricas, a veces impulsadas por los mismos peritos.

Por otra parte, de la antigua Escuela Industrial surgieron profesores que están en la mente de algunos de nosotros, porque fueron nuestros maestros. Muchos de estos compaginaban la enseñanza con la profesión industrial, creando incluso sus propias empresas. Entre el profesorado es digno de destacar la figura de Isidoro Rubio San Juan, de prestigio internacional, por sus difundidos libros de texto de Matemáticas, Mecánica, Resistencia de Materiales, Hidráulica y otras materias. Por su impulso a la industria y la enseñanza, a las que se debe en gran parte el desarrollo técnico vallisoletano de la postguerra, les rindo desde aquí un merecido homenaje.

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ste caldo de cultivo, formado por varias generaciones de profesionales, primero denominados “peritos” y luego “ingenieros” (aunque no importa su denominación sino su valía), son los que

con su capacidad de adaptación propiciaron la industrialización que condujo, después del periodo de autarquía de los años 40 y 50, y de la etapa de estabilización de finales de los 50, al desarrollo industrial de las siguientes décadas, notorio en Valladolid al ser “polo de desarrollo” y vivero de nuevas industrias castellanas.

De esta etapa proceden empresas tan emblemáticas como Nitratos Castilla (NICAS) en el ramo químico, especialidad que hacía tiempo se impartía en la Escuela. Textiles como Hemalosa, Textil Castellana, Textil Pisuerga, etc. Grandes empresas como la Nacional de Aluminio (ENDASA) o de tipo medio como FADA, INDAL, Metales Extruidos y otras muchas.

La construcción vallisoletana y las industrias auxiliares experimentaron un fuerte crecimiento. Tafisa, Viguetas Castilla, Viguetas Toquero, son algunos ejemplos.

Mención aparte presentó el nacimiento de la industria de automoción, hoy ampliamente desarrollada en Valladolid. La Empresa de Fabricación de Automóviles de España S.A. (FAESA), creada en 1951, dio lugar a FASA-Renault. Otras como SAVA, luego ENASA-Pegaso, Tecnauto, Ibérica de Ballestas y Resortes, etc., conformaron el desarrollo de Valladolid.

Es una etapa que hemos vivido muchos de los ingenieros de nuestra generación, por lo que se hace difícil acudir a la documentación histórica sin empañarla con el recuerdo personal.

Para la ingeniería era preciso abrirse al exterior y la Escuela de Ingeniería Técnica lo intentó en 1962 con el Instituto Politécnico de Grenoble, que creó una beca de estudios de la que tuve el privilegio de disfrutar. Aunque esta experiencia no tuvo continuidad por las circunstancias de la época, ahora es común el intercambio entre alumnos e investigadores con universidades extranjeras.

La industria vallisoletana, en particular FASA-RENAULT y Michelin, demandaba ingenieros adaptables a la tecnología francesa y, en general, abiertos a un mercado cada vez más internacional.

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a investigación y la relación con las empresas, fueron otros de los aspectos que los profesores e ingenieros, salidos de las Escuelas de Ingeniería vallisoletana, empezaron a fomentar. La

integración de éstas en la Universidad, con La aportación de la labor docente e investigadora de doctores de otras facultades universitarias, contribuyó a este auge de la investigación. La creación de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, aportó nuevas perspectivas a la colaboración con las industrias en el campo de la investigación tecnológica.

Hoy, fundidas en una sola Escuela de Ingenierías Industriales, celebramos este acto de conmemoración. Los frutos de la colaboración con empresas y la investigación tecnológica, se pueden contemplar en los departamentos y centros como el Parque Tecnológico de Valladolid.

Hubo dificultades, evidentemente, y el periodo actual no está precisamente exento de ellas, como todos sabemos, por lo que no voy a insistir en este aspecto. Pero si algo nos enseña la historia, es que pueden superarse si no nos dejamos abatir por el desánimo.

Nuestra profesión lleva aparejados unos valores de precisión, de racionalidad y de amor a las cosas bien hechas que no es sino “el arte de hacer las cosas” base de la técnica. Bien lo sabían los iniciadores de la Escuela Industrial y, de nuevo, acudo al testimonio de uno de sus primeros alumnos, al que he citado antes:

“De mí os diré que tuve que luchar bastante, pero siempre con gran optimismo y, aunque dos de las empresas en las que trabajé cambiaron de rumbo, y despidieron a su personal, a mí nunca me alcanzó el despido, pues me retuvieron inactivo hasta que encontré un nuevo empleo…”

Creo que estas palabras siguen estando de actualidad cien años después. Es el esfuerzo y la formación en valores que van más allá de los meramente técnicos, lo que puede hacernos superar los momentos difíciles. Hace cien años eran unos profesores, cuyo origen y formación se encontraba en las Artes, los que supieron inculcar a los alumnos de la nueva Escuela Industrial la idea de que “el progreso de las Artes“ conduce al desarrollo de la Industria.

Hoy celebramos que esto se haya cumplido.

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