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18/1/2014 Escribir ficción | Ideas prácticas para escribir más y mejor, con énfasis en literatura de entretenimiento
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Diseño de portada: Santiago
Restrepo. Imagen original:
©iStock.com/DC_Colombia.
Escribir ficciónIdeas prácticas para escribir más y mejor, con énfasis en literatura de entretenimiento
La sentencia y otros cuentos de suspenso, intrigay humor
Acabo de publicar “La sentencia y otros cuentos de suspenso,
intriga y humor”. A continuación encuentran la descripción
general de los relatos y, más adelante, el comienzo de cada
uno de ellos. El libro se puede comprar en cualquiera de las
tiendas de Amazon (México, Estados Unidos y Latinoamérica,
España) para leer en la aplicación Kindle.
***
En los cinco cuentos que componen esta colección, el suspenso, la
intriga y el humor se entrelazan para darle una experiencia de
entretenimiento y sorpresa al lector. Situaciones inesperadas y fuera
de lo común sirven de marco a estas historias:
La sentencia. Una adivina le pronostica a Fermín Guantiba, un hombre
crédulo y supersticioso, que va a morir en dos días. Atontado por el
vaticinio, Fermín se pregunta qué hacer con el tiempo que le queda
de vida, mientras otros intentan sacar provecho de su debilidad.
Momentos antes del fin del mundo. Un par de horas antes del impacto de un asteroide contra la Tierra, un
periodista lucha por escapar del caos y la violencia que se desatan en la ciudad.
Destino final. Cuando Juan Kiezlowski sale del estado de hibernación en un viaje de colonización espacial,
Atenea, el sistema de inteligencia artificial de la nave, le informa que su esposa murió. Juan cree que Atenea la
asesinó.
Un buen jefe. El gerente de una empresa está dispuesto a lidiar con todo tipo de problemas para que esta
progrese. Pero no espera que uno de ellos sea el hallazgo de un cuerpo sin vida frente a la puerta de suSeguir
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oficina.
El show. Durante la grabación de un programa de televisión, una mujer confiesa que le es infiel a su marido
con Alberto, un vecino del barrio. Desconcertado por la falsa acusación, Alberto trata de aclarar el
malentendido. Pero Marlon, el marido engañado, no quiere oír razones, quiere venganza.
A continuación el comienzo de cada uno de los cinco relatos:
La sentencia
–Ay, Fermín, le tengo malas noticias –dijo Yambé con voz carrasposa, mirando el humo amarillo que salía del
tabaco–. Los seres del más allá me anuncian que usted va a morir en dos días.
Una punzada helada atravesó el corazón de Fermín. Abrió la boca, pero las palabras no le salieron. ¿Había
escuchado bien? ¿Iba a morir en dos días? No lo podía creer. Escrutó el rostro arrugado de Yambé en busca
de alguna aclaración. La expresión dura y los ojos vidriosos de la adivina no le revelaron nada.
–No… no, no puede ser… –balbuceó Fermín.
–Dos días, Fermín, es todo lo que le queda. Es un mensaje muy claro –Yambé ojeó de nuevo las volutas de
humo en el aire.
Fermín siguió la mirada de la mujer, tratando de encontrar en la humareda las claves de la sentencia que
acababa de escuchar. Pero las formas grises y amarillas nunca le habían dicho nada y tampoco lo hicieron en
ese momento. No puede ser, se dijo Fermín, no puede ser cierto. Mi salud está bien. ¿Por qué morir ahora? ¿Por
qué a mí? No quiero irme todavía, debe haber algún error.
–A todos nos llega la hora –dijo Yambé como si leyera su pensamiento–. Usted bien lo sabe, Fermín. Le
quedan dos días de vida y tiene que aceptarlo. Es el ciclo natural. El tiempo que nos prestan los seres del más
allá siempre se agota. A mí me quedan exactamente dos mil quinientos trece días y lo asumo con
tranquilidad. No depende de nosotros y debemos honrar a los espíritus con aceptación y respeto por sus
designios.
El pecho de Fermín se movía con rapidez. Le faltaba el aire. Se aflojó el nudo de la corbata y miró alrededor
en busca de algún tipo de alivio. Pero el cuarto de consulta de Yambé, con poca luz y paredes repletas de
máscaras, pieles de animales, muñecos, mechones de pelo, ropas raídas, entre otros objetos extraños, que
siempre le había parecido curioso, ahora se le antojó opresivo, pesado e incluso macabro. Además, el humo
del tabaco invadía su nariz, sus pulmones, ahogándolo con su mensaje de muerte.
–A lo mejor, eeeeeh… –murmuró Fermín–, a lo mejor se puede hacer algo, una ofrenda, un entierro… algo.
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Pagaría más, claro está.
La expresión de Yambé no cambió. Se pasó una mano por su larga cabellera negriblanca de pelos gruesos y
grasientos.
–Fermín, las ofrendas y los entierros son para amarres y ataduras. La muerte es el designio más profundo y
no se puede cambiar. Los espíritus de ultramundo son los dueños del tiempo. Nos permiten saber la hora
final, como un gesto de cortesía, pero jamás cambiarla.
Yambé acercó el tabaco a sus labios y lo chupó con fuerza. Su rostro delgado se comprimió aún más. Los
ojos se le salieron con el esfuerzo. Expulsó una bocanada de humo hacia el techo.
Debe haber algún error, pensó Fermín con desespero. Se remontó al pasado para buscar fallos en las
predicciones de Yambé. Llevaba consultándola casi siete años, desde que llegara a Bogotá tras la muerte de
su esposa. Pero aún antes de comenzar, Fermín ya sabía que su esfuerzo sería en vano. Yambé no cometía
errores. Por eso acudía a ella. Los aciertos, en cambio, abundaban. Cuando visitó su consultorio por primera
vez, Yambé supo de inmediato que él acababa de enviudar. Que había vivido toda su vida en el campo. Que
estaba pasando por un momento difícil, por una gran tristeza. Que le costaba adaptarse a la ciudad. Un par
de años después, le advirtió sobre una enfermedad que los médicos detectaron sin falta. Varias veces lo
previno sobre malos negocios que debía evitar. Hace un par de meses le dijo que una mujer aparecería en su
vida y, mágicamente, le comenzó a gustar Rosita, la viuda de la tienda vecina a la pensión donde vivía.
–Debe haber algo que… que se pueda hacer, cualquier cosa –dijo Fermín aferrándose a lo que ya le parecía
un hilo de vida.
Yambé chupó de nuevo el tabaco y botó otra humarada. No dijo nada.
Fermín hizo fuerza para que ocurriera algo, para que Yambé cambiara su anuncio. La miró ansioso, en busca
si no de una palabra salvadora, al menos de una de consuelo.
Encontró una mirada fría en un rostro curtido e inmemorial, el de alguien que está vivo y muerto a la vez y
por eso tiene poder sobre personas y espíritus.
La adivina sonrió despacio.
La muerte le mostraba sus dientes con una burla. Fermín se levantó de la silla espantado.
(continúa…)
Momentos antes del fin del mundo
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No sé cuánto tiempo siga vivo. Venía de hacer un reportaje en el centro cuando escuché la noticia en el bus,
en el radio de un pasajero. Al comienzo pocos le pusieron atención. Luego otros prendieron sus teléfonos,
buscaron por internet y se vio que iba en serio. Yo llamé al periódico para averiguar más. Nadie contestó. Al
segundo intento las líneas ya se habían caído. El conductor detuvo el bus articulado en plena avenida
Caracas, abrió la puerta y salió corriendo.
Una mujer corre hacia el edificio en el que estoy. La veo desde la ventana del segundo piso. La sigue un
grupo de cuatro hombres. Uno de ellos lleva una varilla y golpea en la nuca al que va delante de él, que se
desploma de cara contra el suelo con los brazos abiertos
(continúa…)
Destino final
–…temperatura en el interior de la nave: 23 grados Celsius. Todos los sistemas funcionan con normalidad –
dijo una voz femenina, artificial, mientras Juan parpadeaba y volvía a la conciencia–. Ubicación actual: nos
encontramos a 30 millones de kilómetros del planeta Xirius 5, en el sistema planetario de Aurora…
–Xirius 5, sistema planetario de Aurora –repitió Juan Kietzlowski embotado y se restregó los ojos.
Retiró las manos y parpadeó de nuevo. Al otro lado de un cristal cercano a su rostro, relucían los paneles
metálicos del puente de mando de la nave. Terminó de recordar dónde se encontraba.
Atenea, el sistema de inteligencia artificial, seguía mencionando datos y dando información en el mismo tono
pausado.
¿Susan, su esposa, habría despertado ya? Juan empujó la puerta de la Hibercam y dio un paso al frente. Su
pierna derecha tambaleó al apoyarla en el suelo. Se sujetó de la pared para no caer y caminó con pasos
lentos y cuidadosos hasta la cámara de Susan, a un par de metros de la suya.
Tras el cristal protector, su rostro mostraba la placidez característica del estado de hibernación. Aún no había
despertado. El corazón de Juan se aceleró. Quería hablar con ella ya, abrazarla, besarla.
–Despiértala, Atenea –dijo Juan pegado al cristal.
–No puedo despertarla –respondió la inteligencia artificial.
–¿Cómo así que “no puedo despertarla”? Despiértala.
–Lo siento, Juan, está muerta.
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–¿Qué? ¿Cómo? –dijo Juan casi sin entender–. No… no puede ser. ¡Abre, abre!
Su mente y sus sentidos, antes adormecidos, entraron en alerta total.
–No puedo abrir, sería un riesgo para tu salud.
–Nooooo… ¡Abre, abre! –Juan golpeó el vidrio con sus puños–. ¡No puede ser! No puede estar muerta. ¡Susan!
¡Susan!
–Está muerta. No hay signos vitales, como lo indica la pantalla del costado derecho de la Hibercam.
Juan se lanzó hacia la pantalla de indicadores. La sujetó con ambas manos. El monitor mostraba un cero en
las pulsaciones del corazón. Los demás signos vitales confirmaban el estado.
–Noooo… noooooooo… –gritó Juan con el pecho en llamas–. ¿Cómo es posible? No puede ser.
¡Aaaaaahhhhhhh!
–Manejo tres hipótesis –dijo Atenea–. Una combinación entre la baja temperatura y una sobrerreacción del
organismo a los químicos. Esto puede ocurrir en un ser humano entre diez mil. En la segunda hipótesis, una
enfermedad causada por un virus u otro agente patógeno habría escapado a los controles médicos pre
abordaje y a mis sensores. La tercera consiste en que el hipersalto haya tenido consecuencias aún
inexploradas en su organismo.
–No puede ser, no puede ser… –Juan se llevó ambas manos al rostro–. Estas cámaras se probaron miles de
veces. Se promocionaron como 100% seguras. Lo mismo que el hipersalto. Noooooo… no es posible.
–Siempre hay fallos posibles, Juan. No lo sabemos todo. Y más ahora que todo esto es nuevo, que somos los
pioneros.
–No, no está muerta –dijo Juan y volvió a aferrarse a la cámara de Susan–. No está muerta. ¡Abre, abre!
–No puedo abrir –dijo Atenea–. Murió hace año y medio, casi al momento de salir del hipersalto. Sin saber
qué causó su muerte no puedo abrir la Hibercam.
–Nooo… –dijo Juan con un hilo de voz que se transformó en un sollozo lastimero–. Noooooo… esto no es
posible. ¿Cómo pudo pasar? No, no, nooooooo, Dios, noooooooo.
Juan abrazó la cámara de Susan, como si la sujetara a ella… como si de esa forma le pasara algo de su vida.
–No, Susan, noooooo –dijo en medio del llanto y movió su mano sobre el cristal, acariciando el rostro de su
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esposa.
Después de un minuto, Juan cerró el puño de su mano derecha y le dio un golpe con todas sus fuerzas al
costado de la cámara.
–¡Maldita tecnología! Maldito plan, maldita promesa de una nueva vida, maldita Federación. ¡Oh, no, no,
nooooooooo!
***
Juan lloró al pie de la cámara de Susan durante un largo tiempo, hasta que escuchó la voz de Atenea resonar
en su tono neutro:
–Juan, siento mucho tu pérdida, pero en medio de la tragedia hay una buena noticia. Como recordarás, si te
desperté es porque confirmé que todos los indicadores de Xirius 5 se encuentran dentro del rango de
habitabilidad. Según los protocolos, envié una sonda hacia la zona de hipersalto. Ya debió enviar el mensaje
a la Tierra. Según mis cálculos, la nave nodriza debe estar a punto de partir y llegará a Xirius 5 en
aproximadamente 7 años y 253 días terrestres. Tenemos mucho trabajo por delante.
Juan se alejó unos centímetros de la cámara y miró la pantalla principal del puente de mando.
–¿Qué estás diciendo? –dijo entre confundido y fastidiado–. ¿En qué estás pensando? ¿Crees que eso me
importa ahora? No seas ridícula, Atenea.
(continúa…)
Un buen jefe
Creo que fue mi inexperiencia en el manejo de la empresa lo que condujo, al menos en parte, al asesinato de
Argüello y a lo que eso implicó para mí.
Claro, ahora es fácil verlo así, cuando ya todo ocurrió. Pero antes de eso, en realidad, yo me consideraba un
excelente administrador. Durante sus tres primeros años de funcionamiento, la empresa no solo no quebró,
como ocurre con la mayoría de nuevos negocios, sino que prosperó en medio de las adversidades, llegando
incluso a tener más de cuarenta empleados.
Sin embargo, un par de meses antes del evento que cambiaría mi vida, la empresa entró en una situación
difícil que se agravó con rapidez. Sin una razón aparente las cosas comenzaron a ir mal. Los pedidos
sufrieron retrasos, algunos clientes devolvieron mercancía, hubo inspecciones demasiado rigurosas de
algunas entidades del Estado, un par de bancos demoraron giros por tecnicismos y se presentaron
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discrepancias en algunas de nuestras cuentas internas.
El estrés se apoderó de todo el personal. Nadie quería perder su trabajo. Un par de dificultades adicionales y
todos quedaríamos en la calle.
Dicen que la cadena se rompe en el eslabón más débil. Y en la empresa toda la tensión se descargaba en
Bartolomeo Guzmán, uno de mis mejores empleados en cuanto a rendimiento, pero alguien que sufría de
ciertos problemas de personalidad.
Debo admitir que desde el momento en que lo entrevisté para contratarlo me di cuenta de que tenía algo
raro. Tras apenas unos minutos de charla, observé que vivía obsesionado con el orden, los detalles. Cuidaba
en extremo su forma de vestir, con la camisa bien planchada metida con esmero en el pantalón, unos
zapatos duros y gruesos relucientes de betún y un peinado engominado en el que no se rebelaba un solo
pelo. Se movía como si pensara cada detalle de lo que su cuerpo expresaba y su voz nasal le salía débil,
incluso medrosa. No mostró emoción alguna en su rostro diferente a la tensión. Ni siquiera se le escapó una
leve sonrisa.
Pero los comportamientos realmente extraños los comenzó a mostrar unos días después de dar inicio a su
labor como contador. Una noche, ya debían ser más de las siete, yo revisaba unas cuentas en el computador
de mi escritorio. Agobiado por el exceso de cifras, despegué un instante la cara de la pantalla.
Me topé con el perfil de un rostro a mi lado.
Mi corazón estalló.
–¡Aaaahhh! –grité y pegué un salto que me puso de pie.
El rostro de Guzmán se giró hacía mí, sin alterarse por mi reacción. No sé cómo hizo, pero había entrado y le
había dado la vuelta al escritorio sin que yo me diera cuenta.
–¿Qué hace ahí Guzmán? –dije con los pulmones que se me salían del pecho–. ¿Por qué no golpeó? ¡Avíseme
cuando quiera entrar!
Guzmán retrocedió como un animal asustado.
Tan temeroso lo vi, que la ira que me inundaba se diluyó. Me senté, me pasé una mano por la cabeza y
respiré hondo. Dejé que Guzmán también se tranquilizara, hasta que habló desde el otro extremo de la
oficina.
–Golpeé la puerta, señor Rodríguez, pero usted estaba concentrado. Pensé que necesitaba ayuda para
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revisar.
Le expliqué que eso no se hacía, que me hubiera podido matar del susto, además de ser un acto descortés.
Me miró como si le hablara en un idioma incomprensible.
Ese tipo de comportamientos correspondían a la parte de la personalidad de Guzmán que buscaba pasar
desapercibida. Siempre rehuía las miradas ayudado por sus gafas gruesas y por los vestidos grises que lo
camuflaban sobre el fondo de las paredes oscuras de las oficinas.
Pero, y he aquí algo aún más extraño…
(continúa…)
El show
–Y… ¡Volvemos de comerciales! –gritó Anabel, la presentadora, y levantó la mano derecha con el dedo índice
arriba–. ¿Seguimos con entusiasmo en el show de Anabel? ¡Díganle sí!
–¡Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! –rugió el público.
Agobiado por una sensación de ridículo, sentado en uno de los asientos del escenario, me pregunté una vez
más qué hacía ahí metido. Pero, como cada vez que alguna duda aparecía en mi mente, giré mi cabeza hacia
la izquierda para ver a Juliana y recordar que todo tenía un propósito.
–Ya conocemos a nuestros invitados –siguió Anabel–. Pasemos ahora a lo que nos interesa. “Verdades que
duelen” en…
–¡El show de Anabel! –completó el gentío desde las gradas del estudio.
–Bien –Anabel cambió el tono de entusiasmo por uno grave y se dirigió a otra de mis vecinas de barrio–.
Maritza, usted tiene algo que confesarnos hoy, un secreto que pesa sobre sus hombros desde hace varias
semanas. Por favor, cuéntele a toda la teleaudiencia de qué se trata.
Maritza, por quien a diferencia de Juliana yo no sentía atracción o siquiera algo de estima, miró como ternero
asustado al público, a las cámaras y luego a la presentadora.
–Adelante, tranquila, díganos lo que tiene que decir –la animó Anabel.
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–Yo… yo… –dijo con voz temblorosa–, le estoy siendo infiel a mi esposo.
Un murmullo llenó el recinto.
Abrí los ojos de par en par. Eso no era lo que habíamos acordado que dijera.
Si yo estaba desconcertado, Wilson, el esposo de Maritza, lo parecía aún más. Se revolvió en el asiento y se
aferró a él con ambas manos. Giró el rostro hacia su mujer y arrugó las cejas.
–Infidelidad, querido público, el fuego de la pasión, los tormentos del corazón –dijo Anabel como si le picara
la lengua, mientras transportaba su cuerpo apretujado por la tela dorada sobre el escenario–. La emoción
que destruye los nervios y saca nuestras emociones más profundas. Y cuéntenos, Maritza, ¿con quién está
traicionando a su marido?
Maritza respiraba rápido.
–Con Alberto, un vecino del barrio –dijo con voz cortada y me señaló.
El público dejó escapar voces de incredulidad.
Me atraganté con mi propia saliva y tosí un par de veces. Me eché hacia atrás en el asiento. ¿Qué decía
Maritza? ¿Ella y yo en una relación? ¿Por qué iba a decir algo distinto a lo planeado…?
Entonces entendí. Los productores buscaban espontaneidad, espectáculo. No querían algo acartonado.
Seguramente Sigifredo le había dado instrucciones a Maritza para que cambiara el tema.
–Lo siento, papi –dijo Maritza mirando a su marido y se echó a llorar.
Wilson la examinó de arriba abajo y luego me clavó los ojos con una mezcla emociones que no logré
descifrar. También estaba confundido.
–Después de las delicias de la traición vienen los remordimientos y el dolor –sentenció Anabel y caminó
como una tigresa hacia mí–. ¿Qué tiene que decir el entrometido en esta bella relación de pareja?
Tardé un par de segundos en caer en cuenta de que se refería a mí. Ayudó el que una cámara se plantara a
centímetros de mi cara.
–Ah, yo… yo… –no sabía qué decir. Pero recordé que estaba en juego la bonificación que nos habían
prometido por dar un buen espectáculo. Además, quería impresionar a Juliana con mis dotes actorales–. Eh,
así es la vida… son las cosas del corazón. Todo comenzó porque me veía con Maritza casi todos los días en el
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gimnasio y, de charla en charla, terminamos por acercarnos. Ella es muy atractiva y una cosa llevó a la otra…
Wilson no dejaba de mover su cabeza para mirarnos a Maritza y a mí. Los ojos se le salían del rostro. Actuaba
bien.
–Así que mientras Wilson trabajaba en… también en el gimnasio, ¿no? –dijo Anabel.
Wilson asintió con la cabeza como si le pesara una tonelada.
–Mientras él se ganaba el sustento de su hogar –siguió Anabel–, usted aprovechaba para traicionar su
confianza y acostarse con su mujer.
Maritza seguía llorando. Wilson se puso rojo. Su zapato derecho golpeaba el suelo sin pausa.
–Pues si se presentaba la ocasión la aprovechaba –dije con algo de duda.
–¿Disfrutó su relación con Maritza?
–Claro que la disfruté –dije automáticamente, guiado por el ímpetu de Anabel.
–Ayyyy… –Maritza soltó un grito de dolor en medio de su llanto–. Lo siento, papi, lo siento, te traicioné…
Wilson se levantó tirando su asiento hacia atrás y arrancó a correr hacia mí con los puños cerrados.
Mi corazón se paralizó.
(continúa…)
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Santiago Restrepo en enero 18, 2014 [http://escribirficcion.wordpress.com/2014/01/18/la-sentencia-y-otros-
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El primer borrador de un cuento o novela
Como se dijo en una entrada anterior del
blog, es posible comenzar a escribir un
relato a partir de una idea básica o a partir
de un plan más elaborado (una lista o
esquema donde figuren los personajes, los
elementos y giros principales de la trama,
con menor o mayor detalle, desde el
comienzo hasta el final de la historia).
Ya sea que tengamos una idea o un plan, el
siguiente paso consiste en escribir el primer
borrador de nuestra narración. Que sea el primer
borrador quiere decir que no va a ser el escrito
definitivo, sino la primera versión de varias.
Tener esto presente al momento a escribir nos trae un gran beneficio: nos quita de encima la presión de
pensar que esa primera versión será lo que presentaremos, entregaremos, mostraremos, leeremos y/o
publicaremos. A su vez, esto nos permite darle rienda suelta a la imaginación, concentrarnos en la
creatividad, en el flujo de las ideas, sin preocuparnos por unos estándares de calidad públicos.
En la primera entrada de este blog se señaló que cuando uno quiere comenzar a escribir (como actividad
general), es importante aprender a dejar que fluya la creatividad. Para esto se recomendaba escribir sin parar
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sobre cualquier cosa durante un determinado número de minutos al día, todos los días. En el caso del primer
borrador de un escrito, de un cuento o una novela, aplica algo más o menos parecido. Debemos dejar que la
escritura fluya sin parar, pero en este caso desarrollando la idea que se nos ocurrió para nuestra historia o
siguiendo el plan que elaboramos previamente. Al limitar la creatividad la potenciamos, en este caso,
circunscribiéndola a nuestra idea o plan para la historia. Si queremos escribir una narración de la literatura de
entretenimiento o en todo caso una historia que no sea experimental, seguramente buscaremos una unidad
narrativa, un comienzo, un final, un desarrollo, unos personajes definidos. Estos elementos, tratados en
otras entradas de este blog, sirven de marco a nuestra creatividad y permiten presentarla en un orden
comprensible para otros.
Así pues, al escribir el primer borrador no debemos detenernos por cuestiones menores de puntuación, por
una duda ortográfica o algo así. Eso se revisará después. Tampoco es necesario que lo leamos para saber
“qué tal nos está quedando”, pues quizás nos desanimemos al ver que el texto no es tan bueno como
pensábamos y dejemos de escribirlo. Tampoco debemos frenarnos por pensamientos que nos sugieran que
lo que estamos escribiendo no está quedando bien o cualquier otra idea por el estilo. Muchos escritores
profesionales recomiendan terminar el primer borrador sin importar absolutamente nada de lo que se
piense. Y lo recomiendan porque incluso ellos dudan sobre la calidad de lo que escriben en ese primer
borrador. Pero como ya conocen el proceso de escritura, entonces hacen a un lado sus juicios y simplemente
terminan de escribirlo.
Ese primer borrador, con todos sus defectos,
errores y crudeza, es una base que se mejorará
posteriormente. Incluso, el primer borrador puede
considerarse como un plan detallado del cuento o
novela que queremos escribir. Probablemente en
algunos casos sea más que eso, pero, en general,
ese texto será un herramienta para a partir de allí
reescribir, una y otra vez, una versión mejorada de
la historia.
Por eso el objetivo principal al comenzar a escribir
un primer borrador no necesariamente será
escribir una muy buena historia. El objetivo
principal será terminarlo, para que luego sea
posible mejorarlo, ahí sí con el objetivo principal de
que sea la mejor historia posible con base en ese
material y en las ideas adicionales que se nos
ocurran.
Por todas estas razones, un primer borrador es mucho y a la vez es poco. Es mucho, porque sea lo que sea
es una obra, una narración que independientemente de su calidad hemos terminado y podemos corregir.
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Terminar un cuento, una novela, así sea en un primer borrador, es un gran logro. Y a la vez es poco, porque
es apenas una parte del trabajo que tendremos que realizar para tener algo que presentable, algo que se
pueda mostrar. El trabajo de reescritura y corrección posterior nos tomará incluso mucho más tiempo que el
de escritura original. En efecto, al leer el primer borrador quizás encontraremos que es necesario cambiar
muchas cosas: corregir comas y gazapos, quitar un personaje, cambiar la forma en la que el protagonista
logra sus objetivos, eliminar algunas escenas e introducir otras nuevas, escribirle un final o un comienzo
mejor, en fin. Es posible incluso que tengamos que reescribir casi la totalidad del texto, pero ya lo
haremos sobre una base y con una idea más clara de lo que queremos lograr.
Sin embargo, cuando leamos ese primer borrador después de terminarlo, las cosas que encontremos que
estén mal, que no nos gusten, ya no serán una razón para detenernos, para desanimarnos, sino más bien un
motivo para corregir, para mejorar nuestro escrito. También encontraremos cosas buenas, por supuesto,
que nos gustarán y que probablemente queramos ampliar o destacar. Incluso leeremos algunos de los
pasajes y diremos: “¿Yo escribí esto? Qué bien”.
Con la práctica, algunos escritores desarrollan otros métodos. Algunos, por ejemplo, prefieren escribir con
más pausa y hay incluso los que solamente comienzan la siguiente frase o página cuando han logrado una
versión definitiva de la anterior. Pero estos escritores ya han llegado al punto en el que acceden a su
creatividad fácilmente. Si estamos comenzando, es importante desarrollar o descubrir nuestra creatividad
permitiéndole que salga restringida únicamente por la trama, por la idea que se nos ocurrió, por el estilo de
historia que queremos contar, y no por las dudas, las preocupaciones ortográficas, la calidad del relato o
factores semejantes.
Así que, a escribir y terminar ese primer borrador.
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cuento, cómo comenzar un cuento, cómo desarrollar un cuento, cómo empezar a escribir un cuento, cómo
escribir, cómo escribir el primer borrador de un cuento, cómo escribir un cuento, desarrollar la idea para un
cuento, diferentes versiones de un cuento, diferentes versiones de una novela, el borrador de un cuento, el
borrador de una novela, el hábito de escribir, empezar a escribir un cuento, empezar a escribir una novela, la
primera versión de un cuento, la primera versión de una novela en diciembre 9, 2013
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“Buenos” y “malos” en la literaturade entretenimiento
En gran parte de la literatura de entretenimiento
seguimos a personajes que luchan en bandos
opuestos, uno que podríamos denominar “bueno”
y otro “malo”. Esta es una estructura básica de este
tipo de literatura y conviene tenerla presente a la
hora de crearla.
Encontramos policías que quieren impedir un
crimen o encontrar a un asesino, detectives que
pretenden recuperar algún elemento robado,
héroes que buscan evitar que alguien detone una
bomba, magos que se enfrentan a distintas fuerzas
del mal, ciudadanos del común acechados por
delincuentes, humanos del futuro que combaten a extraterrestres para que no destruyan la Tierra, heroínas
que hacen todo lo posible por conquistar el amor de su vida en contra de sus enemigos, en fin.
¿Qué es bueno y malo? ¿En qué se diferencia este enfoque literario de otros? ¿Por qué nos gusta leer y
contar historias con un bando bueno y otro malo? ¿Cómo contamos estas historias? ¿Cómo complejizar esta
estructura básica?
¿Qué es bueno y que es malo?
Responder esta pregunta va, por supuesto, más
allá de los alcances de este blog. Pero sí podemos
dar una definición que sirva para aplicar estas
nociones a lo que nos interesa: la escritura y la
lectura de literatura de entretenimiento.
Malo sería aquello que busca destruir o hacerle
daño por intereses egoístas a una persona o una
comunidad. Por ejemplo: un personaje en una
novela mata a alguien para robarle dinero y
comprar algo para uso personal. Su interés egoísta
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daña otra vida y también a la comunidad.
Bueno sería aquello que contribuye a mejorar o aumentar el bienestar de una persona o comunidad. En
este caso hay un interés en el bien común. Por ejemplo: el protagonista quiere encontrar al asesino. Su
acción beneficia a la comunidad al evitar daños futuros a personas y familias.
Aunque la oposición “mal”/“bien” es simple, esa una más de las oposiciones de conceptos básicos que nos
sirven a los humanos (o al menos a nuestra cultura) para guiar nuestra percepción, enmarcar nuestra
experiencia y luego complejizar nuestra visión del mundo.
Lo bueno y lo malo son partes de un continuo. Probablemente no haya nada totalmente bueno ni malo. Al
mismo tiempo, todas las personas tienen aspectos buenos y aspectos malos, en mayor o menor medida. Y
las acciones particulares que a unos (a nosotros mismos, por ejemplo) les parecen buenas o, al menos, no
malas, desde el punto de vista de otras personas pueden considerarse malas.
Pero nuestro mayor parte es “buena” y nos gusta tender al bien; tratamos de construir y contribuir, no de
destruir. Y esto es así para la mayoría y, en general, para nosotros como especie, porque para sobrevivir
como comunidad necesitamos construir, aportar, respaldarnos, mantener el orden social.
¿En qué se diferencia este enfoque literario de otros?
La oposición entre lo bueno y lo malo genera tensiones y se presta para una narración dinámica con un
enfrentamiento entre dos bandos.
Otros tipos de literaturas o narraciones ni siquiera consideran estas categorías o las relativizan
completamente. En ellas, el protagonista no lucha en contra de algo, sino que narra situaciones sin juzgar.
Como consecuencia de esto los personajes pueden ser más reflexivos, escépticos o críticos, dándole énfasis
más al razonamiento y no tanto a la acción con un determinado propósito.
Otro estilo de narraciones se va al otro extremo e intenta profundizar, aclarar, lo que es bueno y malo hasta
el último detalle. Los protagonistas cuestionan e indagan a profundidad cierta acción, un crimen, por
ejemplo, y entonces se asiste a una narración más enfocada en ponderar dilemas morales que en acciones
basadas en una oposición.
Por su parte, en los relatos de la literatura de entretenimiento que utilizan esta oposición es posible indagar
acerca del “bien” y el “mal”, pero no a profundidad, pues los personajes actúan en uno u otro sentido. El
centro de la narración son esas acciones. Por ejemplo, en una novela se puede argumentar que un asesino
en serie no es “malo en sí”, sino que cometió a esos crímenes por la violencia y el maltrato que sufrió durante
su infancia. Pero el protagonista de todas formas debe detenerlo con urgencia para evitar que siga
cometiendo estos crímenes, independientemente de los debates morales.
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¿Por qué nos gusta leer y contar historias con un bando bueno y otro malo?
No nos gusta que nos hagan daño y tampoco nos gusta que le hagan daño a otra persona que vive una vida
normal. Por eso nos identificamos con y admiramos a quienes evitan este tipo de acciones, capturan a los
responsables o luchan de cualquier manera por el bienestar de la comunidad (ciudad, país, mundo). Nos
gusta hacerles fuerza para que logren este objetivo.
Al identificarnos con el personaje, lo acompañamos en luchas que quizás no tengamos la oportunidad de
vivir, pero que nos llaman la atención o nos emocionan. Seguramente nosotros no tendremos la
oportunidad de saltar del piso 30 de un edificio hasta un helicóptero para desactivar una bomba que va a
destruir una ciudad. Pero nos gusta escuchar una historia así porque es emocionante, diferente, novedosa y
nos identificamos con el propósito del protagonista. Quizás no vivamos para enfrentar a una raza
extraterrestre que quiera destruir la tierra, pero nos identificamos con la idea de que nuestra especie
sobreviva.
Con este tipo de literatura reafirmamos nuestros valores morales, exteriorizamos el bien y el mal y pasamos
un buen rato al seguir las aventuras de sus protagonistas. A veces no queremos abrumarnos con dilemas
morales complicados o cuestionar todo, sino simplemente queremos una historia entretenida, que cree
resonancia con nuestra visión del mundo.
¿Cómo contamos estas historias?
Como se mencionó anteriormente en este blog, una de las estructuras básicas de la narración en la literatura
de entretenimiento consiste en colocar a los personajes ante obstáculos o problemas que deben superar
(Las historias que contamos, Desarrollo de un cuento, ¿Qué es la trama?). En el caso de los “malos”, ellos le
colocan o amenazan con colocarle un obstáculo o un problema a una comunidad o persona. Por ejemplo,
alguien que quiera detonar una bomba para obtener dinero a cambio está obstaculizando el propósito de la
comunidad de vivir en paz.
El protagonista, por su parte, intentará resolver este problema, superar este obstáculo, para beneficio de la
comunidad.
En esta tensión entre los objetivos opuestos de los dos bandos se desarrolla la historia, puntuada por
diferentes enfrentamientos o avances progresivos, que eventualmente se resuelven al final, cuando vence
uno de los bandos, en general el del protagonista.
Por supuesto, no es necesario escribir que tal personaje es “bueno” o “malo”. Los pensamientos, las
palabras, los planes y las acciones de los personajes son los que le indican al lector, de forma a veces directa y
a veces indirecta, que ellos hacen parte de determinado bando. Tampoco es necesario que el autor revele
inmediatamente a qué bando pertenece cierto personaje, lo que le permite aumentar el suspenso o generar
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Foto de Alex de Carvalho en Flickr.com
sorpresas más adelante.
¿Cómo complejizar esta estructura básica?
Es posible crear variantes en esta estructura básica
para que la narración sea más compleja e
interesante, sin necesidad de relativizar o
cuestionar todo.
Por ejemplo, es posible que los “buenos” realicen
acciones “malas” y viceversa. Veamos algunas
circunstancias en las que esto ocurriría:
- Los seres humanos cometemos errores. Una
acción, un error, puede tener consecuencias
negativas y puede interpretarse como una acción mala por parte de otros personajes. Además, esta acción le
puede crear dilemas morales a quien la realizó e incluso alterar el curso del relato. Por ejemplo: el
protagonista, un policía, le dispara por error al testigo de un crimen. Los demás policías pueden sospechar
de él y además se verá afectada la investigación del delito. El policía debe lidiar con el hecho de haber matado
a alguien inocente.
- Las acciones “malas” también pueden provenir de dificultades por las que atraviese el personaje. Por
ejemplo, la esposa de un detective lo abandona. Debido a esto, el detective atraviesa una depresión y deja
de capturar a delincuentes peligrosos. El detective se enfrenta así tanto a sus problemas como a los
delincuentes que debe capturar.
- A veces es necesaria una acción “mala” para lograr un bien mayor. Por ejemplo, el protagonista debe decidir
si tortura a alguien que escondió una bomba que va a matar a miles de personas. Este tipo de dilema, a otra
escala, lo vemos a diario en las noticias: ¿Hasta dónde pueden entrometerse las agencias de seguridad en la
vida privada de los ciudadanos para proteger a la comunidad? O, más en general, ¿hasta dónde pueden
afectarse los derechos individuales para proteger a la comunidad? Otro ejemplo: a veces el protagonista
debe tomar la ley en sus manos para resolver un crimen y limpiar su nombre porque la policía sospecha
erróneamente de él. En diferentes circunstancias los personajes pueden tener que enfrentarse a la situación
de usar algo de “mal” para vencer al “mal”.
- Alguien puede forzar, chantajear o extorsionar a un personaje para que realice una acción mala. En tal caso
el personaje deberá ponderar las consecuencias de realizarla o no.
Otras formas en las que se complejiza esa estructura:
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- Desde su punto de vista, el malo puede considerar que lo que hace es “bueno”, que beneficia a la
humanidad, cuando en realidad le hace mal. Por ejemplo: alguien quiere destruir un país o un grupo humano
porque cree erróneamente que beneficiará a toda la humanidad.
- Hay diferentes motivaciones para hacer el bien y el mal. En la novela se pueden explorar sin volverlas el
centro de la historia. También es posible explorar el costo de hacer el bien, pues el protagonista muchas
veces arriesga su vida en beneficio de la comunidad.
- Al interior de cada bando puede haber personajes con dudas sobre si lo que hace su bando (o el personaje
principal de su bando) es realmente bueno o malo. Esto le añade complejidad al relato y crea tensiones
adicionales.
-También es posible que un personaje de un determinado bando actúe por egoísmo o remordimiento en
beneficio del otro bando. Por ejemplo, un policía quiere poder y fama y termina dejando escapar a un
delincuente. El protagonista debe lidiar con ese policía y además capturar al criminal.
El mal en cualquiera de estas formas no se relativiza del todo ni tampoco paraliza al protagonista o lo hunde
definitivamente. En la literatura de entretenimiento, en general, el protagonista se redime de los aspectos
negativos propios o de su bando para vencer el mal. Y en esta lucha también nos vemos reflejados.
Una parte no tan abundante de la literatura de entretenimiento también narra historias desde el punto de
vista de los criminales, de los “malos”. Estas historias nos llevan a una exploración de ese mundo y nos
satisfacen de diferentes maneras.
- Por ejemplo, algunas narraciones retratan a ladrones o, mejor, a ladronzuelos a quienes las cosas no les
salen muy bien. Además, sus crímenes o planes de crímenes no son muy graves. Estas narraciones crean
situaciones cómicas y podemos burlarnos de los “malos”.
- Otros relatos no son tan humorísticos, pero retratan a criminales algo inexpertos o con remordimientos,
que pueden terminar enfrentándose a delincuentes más profesionales y peligrosos. El lector explora el lado
del mal, pero a la vez acompaña a delincuentes de poca monta, en su enfrentamiento con gente realmente
peligrosa.
***
La oposición del bien y el mal es simple en apariencia, pero genera innumerables posibilidades de historias
gracias a la tensión que produce tanto entre bandos contrarios, como al interior de cada uno de ellos y de
los mismos personajes. Es una oposición que puede generar acción, que identificamos fácilmente y que nos
afecta como personas.
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Novela corta “Secretos mortales” de
Santiago Restrepo
Como lectores, disfrutamos al ver la interacción de estas fuerzas y encontramos una resonancia con
nuestros valores, preocupaciones, miedos, a la vez que pasamos un buen rato.
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Esta entrada se publicó en Literaturas y está etiquetada con buenos y malos en literatura, características de
la literatura policiaca, características de la novela policíaca, cómo desarrollar un cuento, cómo escribir un
cuento, el bien y el mal en la literatura, historias de policías y ladrones, la trama de un cuento en octubre 24,
2013 [http://escribirficcion.wordpress.com/2013/10/24/buenos-y-malos-en-la-literatura-de-entretenimiento/]
.
Secretos mortales (novela corta de suspenso)
“Hay secretos que duelen, secretos que hieren y… secretos que
matan. Ana Milena y José Luis, una joven pareja de esposos, tienen
una buena relación y progresan como profesionales, ella como actriz
y él con planes de abrir su propia agencia de publicidad.
Aparentemente la vida les sonríe. Pero uno de ellos esconde un
secreto que arrastra un enorme peso del pasado, un secreto de
delincuencia, amenazas y dinero, que se revelará en una noche en la
que ambos pondrán a prueba la fortaleza de su relación y lucharán
por sus vidas.”
A continuación el comienzo de mi novela corta Secretos
Mortales (1/5) . Está disponible en cualquiera de las tiendas
online de Amazon (Amazon.com, Amazon.mx, Amazon.es)
Secretos mortales
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A punto de insertar una llave en la cerradura, el ruido de un golpe en
el interior del apartamento me frenó en seco.
Mi corazón se saltó un latido. ¿Quién estaría adentro? ¿Un ladrón? Imposible. El edificio era seguro. Un
vigilante cuidaba a toda hora la entrada principal. Además, no veía señales de que la puerta hubiera sido
forzada.
Quizás Ana Milena, mi esposa, había llegado antes de lo previsto para darme una sorpresa. Era viernes y me
había llamado a mediodía para avisarme que llegaría a las siete de Girardot, donde entresemana grababa
una telenovela. Yo me había volado de la oficina a las cuatro y media para comprar algunos ingredientes y
cocinarle comida italiana, su favorita.
Metí la llave, giré la chapa y empujé la puerta.
–¡Hola, amor, ya lleguee-eé! –llamé con entusiasmo.
Nadie respondió.
Me encogí de hombros. El ruido habría salido del apartamento vecino o de algún objeto mal acomodado.
Alcé las bolsas con las compras y caminé desprevenido por el corto corredor de entrada.
Giré a la izquierda para atravesar el comedor hacia la cocina.
Una sombra negra se me echó encima.
Mi respiración se cortó. ¿Qué era…?
Una mano agarró mi camisa y un puño se movió veloz hacia mi cara.
Levanté un brazo por reflejo, pero apenas desvié el puñetazo que aterrizó con fuerza en el costado izquierdo
de mi cabeza.
Todo se nubló, el dolor se expandió por mi cráneo y caí al suelo.
El tipo, vestido de negro y encapuchado, se me acercó.
Me cubrí la cara con los brazos a la espera de un golpe.
Pero el tipo siguió de largo.
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Apoyé las manos sobre el tapete y levanté el torso. La figura de negro salía al balcón por la puerta de vidrio
del comedor.
Me incorporé. Mi cuerpo se fue de costado. Me agarré de la mesa con ambas manos y esperé un segundo.
Miré hacia el balcón. Ya no había nadie.
Salí y me asomé por encima de la baranda. El hombre corría calle abajo a unos veinte metros. Desde donde
vivíamos, en el segundo piso del edificio, solo había necesitado un salto de un par de metros para escapar.
Lo observé desconcertado un momento, hasta que reaccioné y saqué el celular del bolsillo. Llamé a la policía.
–Línea de emergencias de Bogotá –me contestó una voz templada.
–Mire… eh, un tipo, un ladrón entró a mi apartamento… –dije agitado–, me atacó y acaba de escapar…
El operador tomó mis datos y me hizo algunas preguntas. A medida que pasaban los segundos me fui
calmando y me di cuenta de que sería inútil que la policía lo buscara. La carrera séptima quedaba a pocas
cuadras del edificio y para el intruso sería muy fácil desaparecer allí, si es que un cómplice no lo había
recogido ya.
De todas formas no interrumpí al operador, quien me informó que dos patrulleros acababan de salir en
busca de alguien con las características descritas y que luego pasarían por el edificio.
Le di las gracias y colgué.
En ese momento volví a notar el dolor que se expandía por mi cabeza, justo arriba de mi sien izquierda. Me
sobé con una mano y noté una inflamación. El maldito tipo me había dado duro. Tendría que ponerme hielo.
Entré al comedor y vi las bolsas de supermercado tiradas en el piso. La mantequilla y el paquete de pasta se
habían salido. Recogí todo y lo llevé a la mesa auxiliar de la cocina. Saqué unos hielos del congelador y los
envolví en un trapo. Hice presión con él sobre el lugar del golpe.
Una duda apareció en mi mente y regresé al balcón. Miré hacia abajo. No era difícil trepar el muro lateral del
antejardín del edificio. Desde ahí una persona ágil podría saltar hasta nuestro balcón. Al ser el barrio tan
tranquilo, nadie se había percatado de esa falla elemental de seguridad.
A continuación, examiné la puerta corrediza que conectaba el comedor con el balcón. No exhibía rastros de
violencia. Seguramente yo mismo la había dejado sin seguro. Solté un suspiro profundo.
Entré de nuevo al apartamento. Quería mirar qué había robado el hampón. No recordaba haberle visto algo
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en las manos o un morral en la espalda.
Inspeccioné el estudio. Los dos computadores seguían en su sitio. En el cuarto donde Ana Milena y yo
dormíamos no encontré desorden ni cajones abiertos. Al parecer no faltaba nada.
Quince minutos más tarde llegaron los patrulleros y bajé a hablar con ellos. No habían encontrado al intruso.
Arnulfo, el portero y vigilante de turno, no se había dado cuenta de nada y mostró una preocupación
exagerada. Les conté detalles de lo sucedido y miramos los videos de seguridad. En uno de ellos se veía al
tipo trepando por el muro lateral, como lo supuse. Cinco minutos después, según el tiempo registrado por
las cámaras, el intruso saltaba y escapaba. Me rasqué la cabeza. ¿Qué había hecho durante cinco minutos en
nuestro apartamento? Los ladrones por lo general no pierden un segundo. Este ni siquiera había
desenchufado los computadores o escarbado en los cajones. Muy extraño.
***
Decidí no contarle nada a Ana Milena ese día para no recibirla con una mala noticia.
Llegó poco antes de las siete, dichosa aunque cansada. Mientras se bañaba para refrescarse del viaje, le di los
últimos toques a la pasta, preparé una entrada de pan con mozzarella y jamón y serví dos copas de vino
tinto. Llevé la entrada y el vino a la sala en una bandeja, que coloqué sobre la mesa de centro, tras apartar un
pato de bronce y una matera.
Ana Milena volvió a la sala radiante y con ganas de hablar. Brindamos y me contó que, según algunas
encuestas, su personaje en la telenovela ganaba popularidad entre la audiencia y que por ello el canal le
daría más despliegue. Entusiasmada, me narró detalles de las grabaciones y otras cosas que ocurrieron en
Girardot durante la semana.
Al escucharla hablar con esa pasión me sentí muy contento por ella. Cuando Ana Milena y yo nos conocimos,
tres años atrás, ella había abandonado la actuación tras una ruptura dolorosa con su anterior pareja. Pero
yo la animé a que retomara su profesión con ímpetu y ahora, tras muchos castings, roles pequeños, cientos
de ensayos y días y días de incertidumbre, ese papel en la telenovela parecía ser el salto definitivo en su
carrera.
Tras unos minutos más de charla, pasamos al comedor y serví la pasta. Mientras comíamos, le conté algunas
cosas sobre la campaña de publicidad en la que trabajaba para una marca de chocolates.
Pero en la mitad de una frase me detuve y me quedé mirando al vacío con un poco de pasta enrollada en el
tenedor.
–¿Qué te pasa, amor? –me interpeló Ana Milena.
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–¿Ah? No, nada, ¿por qué? –dije apartando el recuerdo del puñetazo del intruso. Ingerí el rollo de pasta.
–Te noto distraído –dijo frunciendo el ceño–. Algo te pasó. ¿Es la oficina? ¿Tu jefe otra vez?
–No, no. No es nada, amor. Me distraje un segundo.
–Yo sé que algo te pasa, ¿qué es?
Ana Milena no se detendría hasta averiguar qué me ocurría. Tomé aire y decidí contarle de una vez.
–Esta tarde se metió un ladrón al apartamento –dejé el tenedor sobre la mesa.
–¿Cómo? –Ana Milena dio un respingo en el asiento.
–Sí, esta tarde, como a las cuatro y media.
Le conté todo lo sucedido, desde que llegué con las compras hasta que el tipo me golpeó y escapó.
–¿Seguro que estás bien? Déjame ver –dijo preocupada. Se levantó y se acercó a mí.
–No es nada, amor, solo fue un golpe. Pudo ser peor.
Me escarbó en el pelo y me sobó. Ya casi no me dolía.
–¿Por qué no me dijiste antes? –reclamó molesta.
–No quería recibirte con esa mala noticia. Te iba a contar mañana.
Esperé una protesta, pero no dijo nada. Se quedó mirando al techo y se mordió el labio inferior.
–¿Qué pasó, preciosa?
–No, nada… angustia. Te hubiera podido pasar algo peor… y, bueno, también me da miedo. ¿Me dices que el
tipo no se llevó nada? –Se sentó de nuevo.
–Eso es lo raro –dije un poco extrañado por la pregunta–, no se llevó nada y estuvo como cinco minutos
dentro del apartamento.
–¿En serio? –Ana Milena tomó la copa de vino y bebió un gran sorbo.
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–Sí, una de las cámaras lo grabó al subir y bajar del balcón. En todo ese tiempo ni siquiera hurgó en los
cajones o movió los computadores.
Ana Milena se llevó una mano a la mejilla. Sus ojos me miraban pero su mente se había ido a otra parte
–¿No te parece raro? –insistí.
–A lo mejor quería revisar primero para encontrar algo de más valor.
–Pero todo estaba en orden, como si no hubiera movido nada. Y hay otra cosa, cuando yo entré al
apartamento el tipo estaba en la cocina o en el comedor, porque me atacó ahí, junto a esa pared –Señalé el
lugar–. No estaba en el cuarto o en el estudio, donde cualquiera sabe que hay cosas más valiosas… ¿Estás
bien? Te veo pálida.
–No… sí. Es que… como que hasta ahora caigo en cuenta del peligro… una cosa es que me lo digas y otra
darse cuenta, sentirlo…
–Claro, te entiendo –dije, aunque en realidad estaba algo confundido por sus reacciones. Preferí callar
durante un tiempo para que asimilara mejor la noticia.
Comí algunos bocados de pasta con parsimonia, hasta que se me ocurrió que la situación daba pie para
plantear un tema delicado. Sabía que a Ana Milena no le gustaría. Pero lo del intruso tendría que hacerla
cambiar de opinión.
***
Bebí un trago de vino, respiré hondo y dije:
–Amor, el problema de este apartamento es que al estar en el segundo piso, con el balcón, no es muy
seguro. Yo sé que te encanta, pero con lo que pasó hoy y con lo bien que te está yendo en la telenovela
podríamos pensar en un cambio, en conseguir algo mejor en otra parte. Un sitio más seguro y hasta más
grande…
–¡No! –gritó Ana Milena.
La mano me tembló y casi tumbo la copa. No esperaba una respuesta afirmativa, pero tampoco un grito.
–Perdona, amor, estaba pensando en otra cosa –dijo Ana Milena al ver mi reacción–. Pero igual tú ya sabes lo
que pienso. Este barrio es bonito y el apartamento es ideal para nosotros, tiene justo el espacio que
necesitamos.
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Cuando la conocí, Ana Milena ya vivía allí. Durante los tres años que llevábamos casados nunca había
querido mudarse, a pesar de que buena parte de nuestros ingresos se iba en pagar el exorbitante arriendo,
acorde con los precios de una de las zonas más costosas de la ciudad, las faldas de los cerros orientales de
Bogotá.
–¿Te parece ideal pagar todo lo que pagamos para que además ahora se nos entren los ladrones? –dije entre
molesto y asombrado por su terquedad.
Ana Milena chasqueó su lengua.
–Tú ya sabes que este apartamento me gusta –dijo.
Exhalé con fuerza. Como siempre que discutíamos el tema, Ana Milena huía de los argumentos y se
atrincheraba en un gusto irrebatible, un capricho.
–¿Acaso cuánto tiempo quieres que sigamos acá? –dije con fastidio–. Ya son tres años de privarnos de otras
cosas por pagar este maldito arriendo. Ya es hora de cambiar, de variar, de encontrar algo mejor.
Ana Milena no respondió. Miró el plato y apoyó la punta del tenedor en él.
Pensé en decirle algo, en provocarla incluso. Pero me arrepentí. Suspiré hasta el fondo de mis pulmones y
me tragué mi frustración.
Volví a la pasta. Escarbé con el tenedor sin armar un bocado.
Pasaría un minuto cuando Ana Milena habló en tono sereno:
–¿Sabes qué, amor? Tienes razón. Puede ser que haya llegado el tiempo de un cambio. Pero te propongo
una cosa: déjame hacerme a la idea y hablemos del tema en un par de semanas con más calma. ¿Te parece?
No daba crédito a mis oídos. ¿Acababa Ana Milena de salir de su reducto? ¿Iba a cambiar de posición así no
más? ¿O simplemente me estaba dando largas? Opté por seguirle la corriente para luego cobrarle sus
palabras.
–Excelente, amor, me parece muy bien –dije con entusiasmo–. Dos semanas es un buen tiempo. Vas a ver
que encontraremos algo mejor. Mientras tanto, ya esta tarde llamé al presidente de la junta de
administración y me dijo que mañana mismo van a instalar una reja en el muro.
Ana Milena arrugó las cejas.
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–¿Mañana? Mañana no, José Luis. Mañana es sábado, es día de descanso. Quiero estar tranquila. Cancélalo,
que lo hagan la próxima semana.
–Pero… amor, no podemos dejar eso así.
–El tipo no va a volver en estos días, no te preocupes. No voy a gastarme el fin de semana aguantándome
una obra aquí al lado, el ruido, el polvo, en fin. No. Tengo dos días en Bogotá y los quiero disfrutar en paz.
Que lo hagan entresemana.
Ana Milena no cedería. Ya le conocía el tono. Al parecer había remplazado un capricho por otro.
Debió captar mi molestia, porque suavizó su voz:
–Amor, en vez de discutir, ¿por qué no nos tomamos unos vinos y nos concentramos en nosotros dos? ¿Te
parece?
Parpadeé varias veces.
–Claro que sí, maravilloso –dije relajándome un poco.
Terminamos la pasta despacio y pasamos al sofá de la sala.
Sin embargo, lo que debió ser una charla tranquila y romántica, terminó siendo algo muy diferente.
***
Nos tomamos la primera copa de vino despacio. Hablamos de nuestras familias, de amigos en común y de
una comida que estábamos planeando para el siguiente fin de semana en nuestro apartamento.
Ana Milena se tomó la segunda copa de vino como si fuera agua y la tercera le dio paso a una expresividad
extraña:
–¡Te amo, tienes que saber que te amo! –dijo abrazándome–. Puede que tengamos momentos de dificultad
pero yo, contigo… eres alguien que me ha entendido muy bien. Realmente. No olvides eso, amor.
–Yo también te amo, preciosa.
–¡Siempre te voy a amar! Te perdonaría muchas cosas, ¿sabes? Eso no quiere decir que hagas algo malo. No,
no, pero te perdonaría. Es cuestión de entenderse.
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–¿Cómo así? –dije arrugando las cejas.
–No, nada, amorcito… que perdonar es amar. Y yo te amo. Es bonito lo que hay entre los dos, nunca lo
olvides. Nos amamos. Hay que seguir construyendo y superar todos los retos. Eso es lo importante. Si pasan
cosas o han pasado, es otra cosa, ¿cierto, amor?
Respondí afirmativamente, aunque con la cabeza enredada. Le pregunté por qué me hablaba así, si acaso
quería contarme algo. Ignoró mi pregunta y continuó en la misma tónica.
Traté de que no tomara más, pero fue en vano. Me tocó apurar algunas copas de vino para que no
terminaran en su estómago.
En medio de unas palabras sobre la vida, Ana Milena me dijo que estaba cansada y se acostó en el sofá.
Murmuró algunas cosas entre dientes y quedó profunda.
Sin entender muy bien qué acababa de pasar, esperé unos minutos hasta que estuvo bien dormida, la alcé y
la acosté en nuestra cama. Le quité los zapatos, el saco y la arropé.
Fui hasta la cocina y me serví un vaso de agua. Pensé en acostarme también, pero ahora era yo el que se
sentía intranquilo.
***
Caminé un rato por el apartamento y luego me senté en uno de los sillones de la sala.
Me desconcertaba el comportamiento de Ana Milena. Lo pensativa que se había mostrado durante la
comida y la expresividad rara de la charla posterior. Además, había bebido demasiado rápido, algo poco
característico en ella. Y el reencuentro romántico, algo muy esperado por ambos todos los viernes, había
terminado en un sueño tempranero.
Quizás lo del ladrón la había afectado… Pero eso no explicaría sus extrañas frases sobre el perdón, sobre
nuestro amor, como si quisiera asegurarse de que la seguiría queriendo en caso de que algo ocurriera… o
hubiera ocurrido.
¿Acaso me estaría siendo infiel? Mi estómago se revolvió ante la posibilidad. Y no es que yo fuera celoso,
pero a veces era inevitable pensar en eso durante los días en que Ana Milena se ausentaba. No me resultaba
fácil pasar los días encerrado en el piso 30 de un edificio en la fría Bogotá, mientras ella filmaba escenas en
vestidos cortos bajo el ardiente sol de Girardot. Tampoco era agradable llegar al apartamento de noche,
prender el televisor y verla coqueteando o incluso besándose con los galanes de la telenovela.
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Pero, independientemente de lo duro del asunto, yo entendía plenamente su profesión, la respaldaba al cien
por ciento y viceversa. Nuestra relación era sólida y no existían motivos reales para celarnos. Además,
nuestra comunicación era excelente cuando ella viajaba a Girardot.
Si no era una infidelidad, ¿entonces qué ocurría?
Quizás lo del robo la había alterado en un nivel distinto. Una situación así puede impactar negativamente la
sensación general de seguridad. Es más, a lo mejor yo también me sentía inseguro por eso mismo y dudaba
de comportamientos o palabras de Ana Milena que, aunque raros, en otra circunstancia habría pasado por
alto.
Sonaba lógico, pero algo me decía que no se trataba de eso. Algo me inquietaba y lamentablemente era el
asunto de una posible infidelidad. Y es que en los raros momentos en los que irrumpía esa idea, siempre
resurgía un elemento del pasado de Ana Milena que terminaba proyectando su sombra sobre el presente.
Valga la pena aclarar, eso sí, que el pasado nunca importó en nuestra relación. Desde el comienzo acordamos
no hablar mucho de las uniones anteriores de cada cual y creo que eso fue positivo. Pero algo de lo poco que
ella me había contado alimentaba mis dudas.
Ambos estuvimos casados antes de conocernos. O mejor, ambos compartimos nuestras vidas con otras
personas. Ella vivió con alguien en unión libre y yo estuve casado por lo civil. Ana Milena conoció a su
expareja, Julián, un empresario, en un bar de la Zona Rosa, una noche en la que salió con sus compañeras de
universidad. En ese entonces, a ella le faltaban dos años para terminar su carrera de Actuación y Medios de
Comunicación y, tras unos meses de noviazgo, se fueron a vivir juntos. La relación fue buena al comienzo,
pero, según me contó Ana Milena, con el tiempo se fue deteriorando, al punto en que durante el último año
ella estuvo segura de que él le fue infiel en repetidas ocasiones. Sin embargo, eso no terminó la relación. El
final definitivo se produjo cuando él se trasladó a la costa norte por razones de trabajo y ella decidió no
acompañarlo. En total duraron casi cuatro años entre noviazgo y convivencia. Eso era prácticamente todo lo
que yo sabía.
Lo único que no me cuadraba de esa historia era que una mujer bonita, independiente y con carácter, como
Ana Milena, se aguantara un año de infidelidades. ¿Por qué no le terminó si sabía que él le era infiel? ¿O es
que acaso ella le correspondía con amoríos propios? ¿Por qué conmigo se mostró tan firme al advertirme
que no toleraría ese tipo de comportamiento cuando antes no le importó tanto? Nada de eso me cuadraba
y no lo entendía.
A cambio de dejar el pasado atrás y construir nuestro futuro, nunca le formulé esas preguntas a Ana Milena.
Para mí bastaba la confianza mutua. Pero cuando esa confianza se debilitaba, como ahora que la notaba tan
rara, las dudas reaparecían.
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Barajé teorías durante media hora, hasta que me cansé y decidí irme a dormir con la esperanza de que al día
siguiente el panorama se aclarara.
***
El sábado Ana Milena amaneció animada y me dijo que aprovecháramos el día soleado con un paseo por la
Sabana. Me sorprendió su cambio de actitud y lo acepté agradecido, sin preguntar a qué se debía.
Salimos en su carro y sin mucho planear paramos a comer pandeyucas por el camino, almorzamos en un
restaurante campestre de carnes a la parrilla y llegamos a Guatavita a media tarde, donde caminamos,
tomamos tinto y comimos merengón y brevas con arequipe. Al regreso, Ana Milena insistió en que
pasáramos por un centro comercial, donde miró vestidos en una tienda de ropa, pero finalmente no compró
nada. Llegamos al edificio a las siete y media de la noche, rendidos y con ganas de descansar.
Parqueamos en el sótano, nos bajamos y caminamos hacia el ascensor. Un sonido de pasos a la derecha
llamó mi atención. De entre otros carros parqueados salía un tipo vestido con chaqueta de cuero café y
camisa blanca de rayas. Hablaba por celular y en la otra mano llevaba una botella de vino.
Aparté la mirada y oprimí el botón del ascensor.
–Me acabo de bajar, Tatis –decía el tipo por el celular–. Ábreme que ya voy subiendo. Ya vienen Julio y
Manuela. Chao.
Las puertas se abrieron y entramos. Hundí el 2 y el tipo el 3.
El ascensor se detuvo en nuestro piso y bajamos.
–Estoy cansada –dijo Ana Milena con una sonrisa y puso una mano en mi hombro.
–Yo también. Pero la pasamos rico.
–Sí, amor.
Inserté la llave en la cerradura y abrí.
Prendí la luz, hice seguir a Ana Milena y cerré la puerta al entrar.
Pasamos el corredor de entrada. En la sala, Ana Milena dejó caer su cartera en el sofá. Yo me quité la
chaqueta y la puse sobre un sillón.
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Dos personas saltaron hacia nosotros desde la oscuridad del comedor apuntándonos con pistolas.
Mi corazón estalló. Di dos pasos a la derecha y me coloqué delante de Ana Milena.
–¡Quietos! ¡Quietos o disparamos! ¡Callados! –dijo duro uno de ellos.
Levanté el brazo izquierdo mostrándoles mi palma vacía.
–Tr…, tranquilos, tranquilos –dije nervioso–. No nos hagan nada, llévense lo que quieran.
–Callado, ¿no entendió? ¡Callado! –dijo el más alto de los dos, un calvo corpulento, de aspecto atlético.
Ambos se acercaron a menos de dos metros de nosotros.
Ana Milena y yo retrocedimos hasta que tocamos el sofá.
–Eso sí, calladitos –siguió el calvo, al parecer el líder–. No vayan a hacer ninguna estupidez si no se quieren
ganar un tiro. Siéntense.
Ana Milena soltó un sollozo. La ayudé a sentarse.
–Tranquila, amor –le dije con voz débil y temblorosa.
–Eso sí, muy bien –dijo el calvo–. Y usted tranquila, que ya sabe que esto no es con usted. Wílmer, la puerta.
¿Ya sabe que esto no es con usted? ¿Le hablaba a Ana Milena? Debí entender mal.
El otro tipo, de pelo negro crespo, nariz gruesa, cuerpo ancho con más grasa que músculos, dio unos pasos
hacia la puerta y la abrió.
El hombre de la chaqueta de cuero que había subido con nosotros en el ascensor entró con una actitud
determinada, muy distinta a la del visitante de reunión social que fingió ser antes. Ya no era un yuppie que
iba a una comida a tomarse unos vinos, sino un hampón con una ligera barba negra, quijada gruesa, pelo
corto engominado, alguien de buena familia metido en malos pasos desde hace tiempo. Al pasar por el
corredor dejó la botella de vino sobre una mesita alta y angosta.
–Bien, Roberto, muy bien –dijo el calvo y luego le habló al bajito corpulento–. Wílmer, requíselos. A la señorita
solo el bolso. Se ve que no esconde nada en eso que lleva puesto.
El vestido verde ajustado al cuerpo de Ana Milena dejaba sus hombros y parte de sus muslos al descubierto.
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Foto de Santiago Restrepo
Wílmer apretó los labios. Pasó su mirada por todo el cuerpo de Ana Milena. Pero no se le acercó. Levantó la
cartera de un tirón, sacó varias cosas de un manotazo y las examinó. Vació el resto de cosméticos y objetos
personales sobre el sofá. Botó la cartera y lo que tenía en la mano al piso.
–Nada, solo pendejadas –dijo Wílmer.
El calvo me indicó que me pusiera de pie. Así lo hice y Wílmer me palmeó la camisa, la cintura y los tobillos.
Al finalizar asintió con su cabeza de marrano en dirección al calvo. Wílmer no solamente era el de más bajo
rango entre los tres, sino también el más ordinario, tanto en su comportamiento grosero como en su forma
de vestir: pantalones de tela gris barata y una camisa marrón de cuadros medio cubierta por una chaqueta
de tela gastada y sucia.
(continúa…)
***
La novela se puede comprar en cualquiera de los sitios web de
Amazon: Amazon Estados Unidos, Amazon España, Amazon
México.
Los invito a leerla y espero que disfruten leyéndola tanto como
yo disfruté escribiéndola.
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Foto de .shock (photoxpress.com)
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Santiago Restrepo, escritos de suspenso, escritos de suspenso Colombia, historia de suspenso, novela
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novelas de suspenso Colombia, suspenso Colombia, thrillers Colombia en agosto 31, 2013
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Suspenso, misterio e intriga
Cuando comenzamos a escuchar o leer una historia, queremos
saber qué va a ocurrir más adelante, qué cosa diferente,
novedosa, divertida o interesante se va a narrar. Esta
curiosidad proviene, en primer lugar, del hecho mismo de que
el narrador considere que vale la pena contar la historia, pues
en general contamos historias extra-ordinarias. Esto se aprecia
con mayor claridad si alguien nos anuncia: “Vengan que tengo
algo que contarles”. De inmediato nos preguntamos qué será.
Un libro publicado también nos está diciendo: “Tengo algo que
contarles”. Esta curiosidad inicial del oyente o lector se refuerza
luego con unas buenas frases al principio del relato.
El trabajo del escritor es hacer que esa inquietud, esa
expectación inicial, se mantenga y se intensifique a medida que
avanza la historia, para entretener y darle una experiencia
agradable al lector. Dentro de las herramientas que el escritor
tiene para ello, hay tres bastante llamativas y muy usadas en
la literatura de entretenimiento: el suspenso, la intriga y el
misterio.
El suspenso
Además de la curiosidad normal acerca de lo que va a ocurrir más adelante en la historia, hay una
expectativa adicional que tiene un mayor contenido emocional. Veamos la definición del RAE de suspenso:
“Expectación impaciente o ansiosa por el desarrollo de una acción o suceso, especialmente en una película
cinematográfica, una obra teatral o un relato”[1]. Efectivamente, en una secuencia de suspenso nos
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Foto de Harry (Phineas H) en Flickr.com
preocupamos, angustiamos, emocionamos por el
desenlace. Y queremos seguir leyendo para saber
qué va a ocurrir.
¿Cuándo y cómo se genera el suspenso?
Como lectores nos identificamos con los
protagonistas de los libros. Los seguimos en sus
acciones y nos desagrada que les ocurra algo malo.
Cuando una acción o situación aún se está
desarrollando y su desenlace puede afectar el
bienestar del protagonista (o de otro personaje),
quedamos en suspenso y nos angustiamos al no
saber qué le va a ocurrir a esa persona.
Si el protagonista cuelga de un abismo y se le acaban las fuerzas, si alguien entra por la ventana de su cuarto
mientras duerme, si espera una respuesta en su última oportunidad de conseguir trabajo… todas estas
situaciones nos colocan en una situación de incertidumbre, ansiedad.
A mayor sea el peligro de determinada secuencia o acción para el bienestar del personaje (o personajes),
mayor será el suspenso generado. Si alguien le apunta con un arma al protagonista y le dice que lo va a
matar, se crea una tensión e incertidumbre mayor en el lector en comparación con una situación en la que
alguien amenaza con golpearlo con un periódico.
Para crear suspenso es necesario que transcurra cierto tiempo entre la aparición de la amenaza o peligro y
su resolución. Como lo dice la raíz de la palabra, es necesario que se “suspenda” el desenlace para que las
emociones alcancen a aparecer y se hagan sentir en la mente del lector.
Si alguien quiere entrar a la fuerza a la casa del protagonista y golpea la puerta para tumbarla, no habría casi
suspenso si este último desenfunda una pistola de inmediato y dispara a través de la puerta terminando con
el peligro. En cambio, si el protagonista no está armado, pide auxilio, trata de llamar por teléfono pero las
líneas están cortadas, tranca la puerta, los intrusos comienzan a tumbarla, logran entrar, el protagonista se
encierra en otro cuarto, en fin, si la amenaza se prolonga, entonces se genera suspenso.
Ahora bien, como se dijo en otra entrada de este blog, una historia de la literatura de entretenimiento se
compone de obstáculos que el protagonista debe superar para alcanzar su propósito, es decir, por conflictos
entre el protagonista y otros personajes o circunstancias (ver: desarrollo de un cuento o historia). Por esta
razón, el suspenso aparecerá, en cierto grado, cada vez que el protagonista se enfrente a esos obstáculos y el
lector quiera saber si logrará vencerlos o no. Por ello, se podría decir que casi en cualquier libro de la
literatura de entretenimiento hay suspenso (algo generalizable con más cautela a la literatura en general).
Por otra parte, cuando se dice que un libro pertenece al género “suspenso”, se debe a que este elemento es
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Foto de grahamc99 (Flickr.com)
predominante en él, por ejemplo, porque el protagonista está inmerso desde el comienzo en riesgos y
amenazas.
El misterio
Otra herramienta para que el lector siga leyendo es el
misterio. En el misterio ni el lector ni el protagonista (un
detective, una policía, una persona común) saben quién
es el responsable de un crimen, un asesinato, un robo,
quién es el traidor en un grupo, etcétera. El lector quiere
seguir leyendo para averiguar con el protagonista la
identidad de esa persona.
Alfred Hitchcock contrasta el misterio con el suspenso:
“El misterio es un proceso intelectual como en un ‘who
done it’[2], pero el suspenso es esencialmente un
proceso emocional”[3]. El misterio es un proceso
intelectual porque en él hay una pregunta sobre un
elemento del pasado que no representa una amenaza
directa o inmediata sobre el protagonista y por lo tanto
no genera una emoción tan clara como la del suspenso.
En el misterio la curiosidad intelectual del lector se alimenta, para que siga leyendo, con diferentes
sospechosos, pistas falsas, razonamientos sobre las pistas verdaderas que acercan al protagonista al
culpable, interrogatorios tensos, en fin.
Por supuesto, el misterio y el suspenso se pueden combinar. Por ejemplo, en las novelas en las que se trata
de capturar a un asesino en serie, si no se conoce su identidad, hay un misterio que resolver al respecto. Y
también hay suspenso sobre el siguiente asesinato que se cometerá y sobre las amenazas que pesen sobre
el protagonista en su investigación. Hay innumerables posibilidades para combinar estas dos herramientas o
géneros.
Finalmente, llevando la interpretación de ambas nociones al límite e ignorando la parte temporal de la
definición, se podría decir que en todo suspenso hay algo de misterio y viceversa. En el suspenso hay en
parte una curiosidad intelectual por saber lo que ocurrirá. Por su parte, en el misterio hay suspenso acerca
de si este se resolverá y con qué consecuencias para las partes.
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Foto de Nate Robert (Flickr.com)
La intriga
La intriga está a medio camino entre el misterio y el suspenso.
En la intriga, algunos personajes revelan partes de un plan (para
cometer un crimen, por ejemplo) o se muestran acciones sin revelar
del todo su significado. Específicamente, el escritor oculta el
propósito y/o las motivaciones de los planes o acciones o algunas
de sus partes. De este modo, el lector se preguntará qué están
planeando esos personajes, qué están haciendo realmente, con qué
propósito, por qué razón, y continuará su lectura para averiguarlo.
Así, se sabe que va a ocurrir algo (con incertidumbre por el
desenlace, como en el suspenso) pero no se sabe exactamente qué
o cuáles son las motivaciones que hay detrás, el elemento de
misterio. Lo que va a ocurrir puede ser algo negativo o positivo o
incluso puede que se nos oculte esa información.
Veamos un ejemplo,
–Jorge, tú vigilarás la puerta principal una vez neutralicemos al portero –dijo John Jairo–. No vayas a dejar subir a
nadie. De ser necesario los haces pasar al lobby y ahí les disparas. Los demás subimos de inmediato y entramos al
apartamento. Únicamente estarán la señora Roldán, su marido y sus dos hijos.
En este par de frases, el lector se pregunta de inmediato ¿cuál es el plan de esta gente?, ¿cuál es su
propósito? ¿Quieren robar, secuestrar, asesinar? ¿Qué motivación tienen para lo que están tramando?
Es posible combinar la intriga con el misterio y el suspenso. Por ejemplo, combinemos la intriga y el suspenso
en un par de frases.
Andrés Pérez atravesó la puerta principal del aeropuerto alerta a cualquier movimiento o presencia extraños. No lo
dejarían salir tan fácil del país, lo querían muerto.
En este caso hay intriga sobre las motivaciones y la identidad de la gente que busca a Andrés. Y hay
suspenso por saber si lo van a encontrar y le van a hacer daño.
***
Estas tres categorías, que como tales pueden cuestionarse en cuanto a sus fronteras y definiciones, nos
sirven sobre todo para entender mejor algunas de las formas de crear emociones y curiosidad en el lector
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para que siga leyendo. Como escritores, esforcémonos por reconocer y estudiar estas herramientas al
momento de leer y utilicémoslas en nuestros escritos para hacerlos más emocionantes y cautivantes.
[1] “Suspenso”, Diccionario de la Lengua Española, RAE, http://lema.rae.es/drae/?val=suspenso, consultado el
18 de julio de 2013.
[2] Who done it = “Quien lo hizo”, “quién cometió el crimen”. Género literario en el que el protagonista debe
averiguar quién cometió un crimen, también conocido como “misterio” en el mundo anglosajón. Así como el
estado mental del suspenso se ha ampliado para abarcar un género literario, de igual manera ha ocurrido
con el misterio. Algunos dirían que corresponde al género policíaco en español, pero este último es más
amplio.
[3] Alfred Hitchcock, “Alfred Hitchcock: The Difference Between Mystery & Suspense”, video en Youtube,
http://www.youtube.com/watch?v=-Xs111uH9ss, consultado el 18 de julio de 2013. Traducción libre.
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Esta entrada se publicó en Acción, conflicto, suspenso y está etiquetada con cómo crear suspenso, cómo
desarrollar un cuento, cómo escribir un cuento, como escribir cuentos policiacos, crear suspenso, cuentos
con intriga, cuentos con misterio, cuentos con suspenso, desarrollar un cuento, escribir cuentos policiacos,
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suspenso, qué es la intriga, suspenso, suspenso en cuentos, suspenso en novelas en julio 22, 2013
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Leer más: por placer y para escribir mejor
Como lectores, es posible que queramos leer más por gusto o curiosidad, para aprender, porque nos lo han
recomendado o por otras razones.
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Foto de takomabibelot (Flickr.com)
Como escritores, queremos leer más para
aprender de otros escritores asimilando sus obras,
su estilo, para saber qué se está escribiendo, para
entender mejor los libros de determinado género.
“Si quieres ser un escritor, debes concentrarte en
hacer dos cosas por encima de las demás: leer
mucho y escribir mucho” [1], dice Stephen King,
como también lo han dicho otros escritores.
Como lectores aficionados, como escritores,
seguramente todos nos hemos topado con
obstáculos que nos han dificultado el propósito de
leer más, incluso sin que nos hayamos dado
cuenta. Veamos algunos de esos obstáculos y algunas ideas para superarlos.
Leer consume tiempo y esfuerzo. Desarrollar el hábito de la lectura lo hace más fácil
Leer es decodificar signos para transformarlos en ideas, imágenes, sensaciones.
Es una labor que requiere cierto esfuerzo. Si hemos leído mucho o leemos con frecuencia, a lo mejor ni
siquiera nos damos cuenta de ese esfuerzo. Pero si hace mucho tiempo no leemos o nunca hemos leído
constantemente, puede ocurrir que nos cansemos al leer un alto número de páginas o nos intimidemos ante
libros voluminosos.
¿Cómo se hace más fácilmente algo que queremos hacer pero que implica esfuerzo?
Desarrollando un hábito. Si hacemos algo todos los días, con el paso del tiempo nos resultará más fácil y nos
costará menos esfuerzo, hasta el punto de volverse casi imperceptible. Lo indicado es comenzar con poco e
ir aumentando el tiempo de lectura o el número de páginas sin exagerar y según el interés o el objetivo de
cada cual. Desarrollar este hábito es semejante a otros (que se vuelven disciplinas), como, por ejemplo, el
ejercicio, la meditación, el aprendizaje de un instrumento musical y, claro, también la escritura (ver las
entradas sobre escribir todos los días y escribir sin parar).
Aún si leer es fácil para nosotros, para leer más es necesario abrirle un espacio diario a la lectura por medio
del hábito, para que sea algo constante e independiente de estados de ánimo o impulsos.
Un par de malas lecturas no significa que ya no nos guste leer
Es posible que nuestras últimas lecturas no hayan sido experiencias gratificantes, que hayan sido libros
difíciles, libros de temas que en realidad no nos interesaban, mal escritos, con una trama poco interesante,
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Foto de Luis de Bethencourt (Flickr.com)
etcétera.
Y es posible que, incluso sin darnos cuenta, hayamos dejado de leer por ese motivo, que inconscientemente
hayamos pensado que como los últimos libros no fueron buenos, entonces es porque leer ya no nos gusta o
algo así. O simplemente quedamos desanimados tras las lecturas y no buscamos otros libros para leer.
Entonces, debemos darnos cuenta de que lo malo no fue la lectura en sí, sino el o los libros que leímos. En
consecuencia habrá que buscar libros que sí nos gusten, lo que se relaciona con el siguiente punto.
Hay que saber encontrar los libros que son de
nuestro gusto
Si no tuvimos una experiencia agradable con uno o
más libros, seguramente fue porque no nos
gustaron. La insatisfacción con un libro es sobre
todo un asunto de gusto y no de si el libro es
“bueno” o “malo” en sí. Cualquier libro a unos les
gustará y a otros no, porque cada persona prefiere
ciertos géneros (autobiografía, ciencia ficción,
superación, policíacos, novelas del siglo XIX, libros
de historia, de divulgación científica, etcétera) y
dentro de cada género ciertos temas, énfasis,
tramas, ideologías, estilos, en fin, las posibilidades de la variación del gusto son ilimitadas.
Para leer libros que sean de nuestro gusto hay que resolver dos asuntos.
El primero es personal. Consiste en saber qué tipo de libros nos gustan. Para ello necesitamos explorar
diferentes géneros y ser sinceros con nosotros mismos cuando un libro nos guste o no nos guste,
independientemente de lo que diga el profesor, los críticos literarios o los premios que haya ganado. Si no
somos consecuentes con esto, podríamos concluir que leer no es para nosotros porque no nos gustó un
libro que otros alaban.
El segundo es saber buscar libros semejantes a los que nos han gustado. Para ello podemos pedir
recomendaciones a amigos o seguir las que se encuentran en periódicos y revistas. Aunque hoy en día, con
internet, es más fácil que antes, pues incluso basta buscar en Google “libros parecidos a” y colocar el título
del libro, o “los mejores libros de terror”, de “ciencia ficción”, etcétera, o entrar a páginas o blogs
especializados en reseñar libros.
En algunos países comprar libros es costoso, pero hay otras formas de acceder a ellos
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Foto de Bruno Sánchez Andrade Nuño (Flickr.com)
En Estados Unidos comprar un libro de bolsillo vale
una hora de salario mínimo. En Colombia un libro
parecido se consigue por seis u ocho horas de
salario mínimo.
Las razones de esto van más allá de esta entrada
de blog, pero tienen que ver con el nivel de
desarrollo de los países, el tamaño del mercado, la
producción de los libros, entre otras.
Sin embargo, hay varias soluciones a este
problema:
Las bibliotecas públicas tienen libros para casi
todos los gustos y en muchos casos los prestan para llevarlos a la casa.
Se consiguen muy buenos libros de segunda mano a precios más asequibles.
Hoy en día la tecnología permite acceder a libros digitales a un costo mucho menor que los libros de papel.
Los libros de dominio público no valen nada y el costo de los libros digitales tiende a disminuir.
Algunas editoriales sacan buenos libros en ediciones masivas que se consiguen no solo en librerías sino
también en supermercados o con los periódicos.
Intercambiar libros con amigos es una buena opción, incluso poniéndose de acuerdo antes de comprarlos
para no repetir.
Son algunas ideas, entre otras, pero siempre que se quiere hay una manera.
[1] King, Stephen, 2002. On Writing. Pocket Books, Nueva York, traducción libre, p. 139. Hay traducción al
español: Mientras escribo, sello Debolsillo, editorial Random House Mondadori.
[2] Lo mismo, p. 142.
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Foto de Jane M. Sawyer (morguefile.com)
Esta entrada se publicó en Lectura, escritura y sociedad y está etiquetada con cómo leer más, el hábito de la
lectura, lectura y escritura, leer más, leer para escribir, leer por placer en mayo 24, 2013
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La trama de un cuento o novela: planearla ono planearla
¿Qué es la trama?
Cuando decimos que un libro tiene una muy
buena trama, ¿a qué nos referimos?, ¿qué es la
trama de una historia?
La trama es el conjunto de eventos y acciones que
determinan y cambian el rumbo de una narración.
En otra entrada del blog dijimos que las historias
de la literatura de entretenimiento por lo general
se centran en lo que quiere lograr un personaje, el
protagonista. Por ello, en este tipo de literatura, la
trama está compuesta por ese objetivo y los
principales obstáculos, avances o giros que
ocurren en el recorrido del personaje. La trama, al concentrarse en los elementos más relevantes de la
historia, también es un resumen de ella.
La descripción de una trama puede ocupar una frase, varios párrafos o muchas páginas, según el nivel de
detalle que se requiera. Por ejemplo, para definir géneros literarios, es posible decir que los thrillers tienen
una trama en la que el protagonista debe detener una amenaza y los misterios policíacos una en la que el
protagonista debe descubrir al asesino. Cuando en una conversación se pregunta ¿cuál es la trama de esa
novela?, o en lenguaje coloquial, ¿de qué trata esa novela?, seguramente la respuesta ocupará unas pocas
frases. Para otros propósitos, que mencionaremos más adelante, es posible elaborar una descripción de una
trama que ocupe muchas páginas.
Veamos con más detalle los elementos de la trama de una historia perteneciente a la literatura de
entretenimiento:
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Objetivo. Como ya me he referido a este tema en otras entradas del blog (por ejemplo, en “Buenos finales
de cuentos y novelas“), pongamos un ejemplo. Juan Monsalve quiere evitar que un terrorista detone una
bomba en un edificio del centro de la ciudad. Un objetivo diferente hará que la trama cambie. Por ejemplo,
Juan Monsalve pretende evitar que un asesino mate al Presidente. Es posible que el personaje tenga otros
propósitos (uno sentimental, uno laboral, etc.); o también, que durante la historia el objetivo cambie o se
modifique: Juan Monsalve puede descubrir que el terrorista es subalterno de alguien más poderoso a quien
también deber capturar.
Obstáculos. Los obstáculos frenan el recorrido del personaje hacia su objetivo. Ver más en la entrada
“Desarrollo de un cuento o historia”. La trama de la historia de Juan Monsalve cambiará de acuerdo con el
tipo de obstáculos: si el terrorista lo quiere matar o no, si Juan conoce la identidad del terrorista o no, si su
superior en la Policía lo quiere despedir o no, etcétera.
Avances. Además del tipo de obstáculos, la decisión sobre cómo superarlos también determina la historia,
porque una misma dificultad se puede enfrentar de diferentes maneras. Si el terrorista está atrincherado con
el detonador, Juan Monsalve decidirá entre convencerlo con alguna oferta o atacarlo a bala, entre otras
opciones.
Giros. Un giro desvía el curso esperado de la historia. Por ejemplo, si se revela que un supuesto cómplice del
terrorista es en realidad un agente de inteligencia y le da información valiosa a Juan Monsalve, entonces el
rumbo de la trama cambiará. Algo similar ocurrirá si se descubre que el terrorista no quiere lograr un
impacto político con su bomba, sino que pretende un pago en efectivo.
Personajes. La trama es hasta cierto punto independiente de los personajes, porque la podrían
protagonizar otros con características diferentes. Por ejemplo, Juan Monsalve podría ser de buen o mal
genio, ser Catalina Monsalve o tener 20, 35 o 50 años. Sin embargo, a ciertas tramas les convendrán más
cierto tipo de personajes para darle más fuerza a la historia y otras requerirán incluso que estos posean
algunas características específicas. Por ejemplo, si Fernando Ramírez quiere convertirse en campeón mundial
de boxeo, pero uno de los obstáculos consiste en que debe dejar el alcohol y las drogas, entonces ese
personaje deberá tener ciertos rasgos de carácter e historia personal que se adecúen a esa narrativa. (Lo
contrario también ocurre cuando desarrollamos la historia a partir de un personaje: algunas tramas le
corresponderán mejor a un personaje determinado).
Tramas complejas y sencillas
Hay libros con tramas complejas y sencillas. La complejidad de una trama se define como la complejidad de
cualquier cosa, es decir, como el número de partes e interacciones entre ellas: el número de personajes, las
relaciones entre sí, el número y la dificultad de los obstáculos y sus relaciones, etcétera. Por ejemplo, Juan
Monsalve puede tener una aliado, el detective Pérez. Mientras Juan indaga sobre la identidad del terrorista,
el detective Pérez se encarga de buscar el artefacto explosivo por toda la ciudad. Cada uno encuentra
obstáculos para lograr su propósito, pero ambos se relacionan porque es una misma historia. Una trama
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Foto de hfng (photoxpress.com)
más compleja o más sencilla no hace mejor a un libro, ya que esto tiene que ver más con el gusto del
lector/escritor y el énfasis que se le quiera dar a la historia.
La trama en la literatura tradicional
En la literatura tradicional o clásica (En la entrada ya mencionada se describen sus diferencias con la
literatura de entretenimiento) las tramas carecen de elementos característicos tan definidos como los de la
literatura de entretenimiento, pues, por ejemplo, no se requiere que los personajes avancen hacia sus
objetivos o que encuentren obstáculos que deban superar. Veamos tres ejemplos (inventados o no) de
tramas de novelas de literatura general resumidas en una frase: primero, una novela en la que un personaje
camina por la ciudad pensando en desorden sobre su vida y la de su país (es posible que el personaje ni
siquiera quiera aclarar algo, solo reflexionar). Segundo, se retratan las relaciones de una familia de clase
media en una gran ciudad, con los dramas y dilemas de sus miembros (hay obstáculos pero no necesidad de
superarlos, puede haber propósitos pero a lo mejor no se lucha por ellos o se lucha un momento y luego se
abandonan). Tercero, en Esperando a Godot dos personajes esperan a un tercero, Godot, mientras hablan de
otros temas (no hay un propósito activo, simplemente esperan, no hay obstáculos o avance).
¿Para qué nos sirve como escritores saber qué
es la trama?
En primer lugar, al conocer los elementos de la
trama los escritores encontraremos con mayor
facilidad ideas para nuevas historias. A partir de
una idea sobre un objetivo, un obstáculo, un
avance o un giro, es posible desarrollar el resto de
un relato.
En segundo lugar, estaremos en capacidad de
dirigir la historia con más facilidad para que
avance, resulte entretenida y no se detenga en
elementos poco interesantes. Es posible hacer esto
de dos maneras generales. Los escritores por lo
común se identifican con una de ellas.
Por una parte, están los escritores que elaboran un
esquema, un plan de la trama de su cuento o novela antes de comenzar a escribir. Estos autores registran
algunos, muchos o todos los objetivos, obstáculos, avances, giros, interacciones entre personajes, etc., en un
esquema, lista, mapa o diagrama, según su gusto o costumbre, y una vez terminado lo utilizan de guía para
comenzar a escribir frase por frase la narración.
Por otra parte, están los escritores que escriben sin planear previamente. Dan inicio a su historia desde la
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Foto de Irum Shahid (www.sxc.hu)
primera oración, a partir de una situación interesante, y desarrollan la narración y la trama simultáneamente.
Planear la trama versus no planearla:
Veamos las opiniones contrastantes sobre este
tema de dos autores reconocidos en el campo de
la literatura de entretenimiento:
Jeffery Deaver
“Yo no me subiría a un avión si el diseñador o el
constructor hubieran dicho: ‘suminístrenme
aluminio, plástico, vidrio y voy a ensamblar un avión a ver qué tal funciona’… Mis historias tienen al menos
tres o cuatro tramas desarrollándose simultáneamente. Es necesario tener un esquema, una estructura que
permita libros así con historias de múltiples tramas. Todas las partes deben encajar. Hay algunos autores
muy brillantes que pueden ver la pantalla en blanco y comenzar desde ahí. Yo no puedo hacerlo. Y sospecho
que la mayoría de autores que escriben el tipo de libros que yo escribo, novelas comerciales populares,
deben hacer algún tipo de plan previo. Es posible que yo sea algo excesivo al respecto, pero también soy una
persona a la que no le gusta dejar nada al azar… planeo mis novelas muy, muy extensamente. Las planeo
durante ocho meses, de tiempo completo, entre ocho y diez horas al día. El plan para mi último libro, The
Broken Window, tenía una extensión de 190 páginas y contenía todos los elementos de la historia”[1].
Stephen King
“Desconfío de los planes por dos motivos: primero, porque en gran medida nuestras vidas carecen de plan,
incluso cuando se añaden todas nuestras precauciones razonables y planes cuidadosos; y segundo, porque
creo que planear y la espontaneidad de la creación verdadera no son compatibles (159). El plan es el último
recurso del buen escritor y el primero del lelo. Es probable que la historia que resulte de él parezca artificial y
forzada (160). Yo me baso más en la intuición y puedo hacerlo porque mis libros se basan más en situaciones
que en historias… Coloco a un grupo de personajes (quizás a un par; quizás incluso a uno solo) en una
especie de aprieto y luego los observo mientras tratan de salir de él (160-161). Como dije, he escrito novelas
basadas en planes… la única novela mía basada en una trama que realmente me gusta es The Dead Zone (y,
para ser francos, debo decir que me gusta mucho) (166)”[2].
Cada autor hace concesiones al método opuesto de trabajo: Jeffery Deaver elogia a quienes pueden escribir
sin planear y Stephen King admite que ha escrito una novela planeada que le gusta mucho y que sus
historias se basan más en situaciones.
Pero cada autor también critica con fuerza el sistema opuesto. Sin embargo, para cada argumento sería
posible encontrar contraargumentos. Por ejemplo:
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La vida es espontánea, carece de plan – Leemos libros en parte por eso, para hallar historias más ordenadas
que las de la vida real.
Improvisando se enredará la trama – Si se tiene claro cómo se desarrollará una situación no existe ese riesgo,
además la creatividad solucionará los problemas.
Al planear no hay espontaneidad – La espontaneidad de la trama también ocurre al momento de planearla.
Y así sucesivamente.
Por esta razón se ha notado, como lo dice Jeffery Deaver cuando afirma que él es una persona a la que no le
gusta dejar nada al azar, que a lo mejor la preferencia por uno u otro método de trabajo depende del
carácter de la persona. Si el escritor es ordenado y metódico para otras cosas, a lo mejor preferirá planear la
historia. Si no es tan metódico, quizás optará por escribirla directamente. Hay un paralelo de este dilema que
se menciona mucho: por una parte, hay quienes planean un viaje (el primer día haremos esto, esto y esto),
pues les parece que de otro modo no aprovecharían todo; y, por otra parte, hay quienes no lo planean,
porque consideran que en caso contrario se restringirían demasiado, no disfrutarían o perderían
oportunidades inesperadas.
Carácter o gusto personal, lo mejor es que cada uno utilice el método que mejor le sirva, con el que mejor se
sienta. Y para encontrarlo lo mejor es probar. Si se comienza un escrito y se ve que la historia se enreda sin
remedio, una opción es detenerse y elaborar un plan para clarificar su desarrollo. Si uno tiene una idea que
considera que va a fluir con facilidad, entonces puede comenzar a escribirla sin mayor dilación.
Posteriormente uno irá mejorando su forma de trabajo y le resultará más fácil escribir un relato.
[1]Jeffery Deaver discusses his new book, Broken Window, “CBS Video”, video en Youtube: http://bit.ly/Za07dh ,
consultado el 5 de abril de 2013, traducción libre.
[2] King, Stephen, 2002. On Writing. Pocket Books, Nueva York, traducción libre. Hay traducción al español:
Mientras escribo, sello Debolsillo, editorial Random House Mondadori.
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planearla-o-no-planearla/] .