escarlatina. la cocinera cadáver

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Índice

Magdalenas caseras para chuparse los dedosCapítulo 1Fabulosas galletas francesas rellenas de pralinéCapítulo 2BrownieCapítulo 3Bollitos de pan blanco con mezcla de yogurCapítulo 4Pizza romana al estilo de RománCapítulo 5Cookies de chocolate tamaño XXLCapítulo 6RatatouilleCapítulo 7Flan de chocolateCapítulo 8Piruletas de chocolateCapítulo 9Muffins de arándanos rellenos de yogurCapítulo 10Caracoles de chocolateCapítulo 11Empanada de mejillonesCapítulo 12Epílogo o de lo que pasó cuando regresé al Más AcáCréditos

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Para mi hermana Bego, que inspiró el libro de recetas de Román.

La mejor compañera de viaje en la cocina de la vida.

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Magdalenas caseras para chuparse los dedos

Ingredientes: conservar a temperatura ambiente, es decir, no los debemos tener en un lugar demasiado frío ni en unlugar demasiado caliente.

• 2 huevos• 175 gr de azúcar• 60 ml de leche• 190 ml de aceite de oliva suave• 210 gr de harina de trigo• 75 gr de levadura química• Ralladura de limón• 1 pizca de sal

Utensilios:• Una batidora mecánica• Un batidor manual• Un bol• Moldes con forma de sombrerito

¡Manos a la obra!

Cogemos el bol, y con la batidora mecánica batimos los huevos y el azúcar a un ritmo medio (ni muy rápido ni muydespacio). Bajamos la velocidad para no pringarlo todo (y en especial para no pringarnos nosotros mismos),incorporamos la leche y después el aceite poco a poco.

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Añadimos los ingredientes secos (harina, levadura, sal y ralladura de limón) batiendo el tiempo justo para que la masaquede homogénea («homogénea» significa que sea una masa toda igual, con los ingredientes bien mezclados y que tengaun apetitoso color amarillo suave, como el que tiene el relleno de la tarta de galletas de la abuela o las hojas de los castañosen los primeros días de octubre).

Tapar la masa con un paño y dejar reposar en la nevera toda la noche. Pasado el tiempo de reposo, ponemos el horno a250º. Batir la masa con la batidora manual (es una forma de decirle a la masa: «¡¡¡Eh, que ya estás lista y dentro de nadate vas a transformar en magdalenas!!!») y repartir en los moldes con forma de sombrerito. ¡Ojo! No los llenes del todo(como máximo tres cuartas partes de cada molde), ya que la masa aumentará de tamaño con el calor del horno y puederebosar. Decorar con azúcar o chocolate. Bajar la temperatura del horno a 210º y meter las magdalenas 15 minutos.Dejamos enfriar y… ¡listas para zampar!

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Capítulo 1

SER COCINERO, cuando tienes diez años y mucha hambre el 85% del tiempo, no es nada fácil. Yotrato de seguir las instrucciones del libro de cocina con todas mis fuerzas, pero las cosas nuncason tan sencillas cuando te pones manos a la obra. Me volvió a pasar con las magdalenas.Después de batir, añadir los ingredientes y llenar los sombreritos, acabé con las gafas, la camisetay el pelo todo embadurnado de crema amarilla. ¡Una auténtica asquerosidad! En esta ocasiónnadie me iba a librar de que mamá me metiese directamente en la lavadora. Llevaba semanasadvirtiéndomelo:

—Román, ¡cualquier día te meto en la lavadora con ropa y todo!Mamá es guay, pero a veces se enfada. A mí, eso de estar dando vueltas en el tambor de la

lavadora durante setenta y cinco minutos, que es lo que dura el ciclo para manchas difíciles, no mehace mucha gracia. Un día metí a Dodoto, mi gato, para ver cómo reaccionaba. No dejaba demaullar con cara de susto y de golpear con las patitas delanteras contra la tapa transparente. Tratéde explicarle que el experimento era por el bien de los dos y tal vez de toda la humanidad, y quepor mucho que protestase no tenía pensado sacarlo de allí dentro. Eché detergente y suavizantecon olor a fresa, pensando en que sería fantástico que Dodoto oliese a fresa, y le di al botón deencendido. Justo cuando la lavadora empezó a hacer el ruido de estar cogiendo agua, apareciómamá como por arte de magia. A veces pienso que lleva un radar incorporado dentro de la cabeza,¡siempre aparece cuando no debe! Se enfadó muchísimo. Se le puso la cara de color rojo tomatefrito, sacó inmediatamente a Dodoto de la lavadora y me llamó cosas muy feas.

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—¡¡¡Eres un delincuente, un inconsciente, un imprudente, un descerebradoooo!!!Que me llamase todas esas cosas que acaban en -ente no me importó porque estoy

acostumbrado. Pero que me dijese que soy un descerebrado me puso triste. Porque undescerebrado es alguien que no tiene cerebro, y si no tienes cerebro no puedes pensar, niacordarte de las cosas felices. Como le pasa a la vecina Manola, que se ha olvidado hasta de losnombres de sus nietos. Eso es una tragedia realmente trágica. Por eso prometí no volver a usar aDodoto en mis experimentos, para no perder mi cerebro y conservar la memoria, los recuerdosfelices y no olvidar los nombres de las personas que quiero.

El resultado de la receta de las magdalenas fue regular. Me pasé al echar la masa en losmoldes, y la mitad de ellas, cuando empezaron a crecer en el horno, salieron por fuera y seconvirtieron en monstruos de varias cabezas. Hubo otras con mejor pinta, pero quedaron algocrudas por dentro, y las tres que se salvaron me las zampé antes de que se enfriasen y ni mamá nipapá pudieron probar lo ricas que estaban. Ya os dije que ser cocinero, cuando tienes diez años,

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no es nada fácil.A pesar de estas dificultades, yo quiero ser cocinero. O chef, que es más profesional todavía.

Por eso les he pedido a mis padres un curso de cocina como regalo de cumpleaños, que es el 2 denoviembre, el Día de los Difuntos, la fiesta de los muertos. Si os digo la verdad, temía que mamáy papá no pudiesen regalarme el curso. Últimamente las cosas no van muy bien en casa. Ellostratan de disimular, que es hacer que parezca que todo va de maravilla cuando no es cierto, peroyo soy muy listo y me doy cuenta de lo que sucede en realidad. Y lo que sucede es que papá notiene trabajo y mamá tampoco, y así es difícil llegar a fin de mes. A ver, que llegar física ymentalmente nosotros llegamos, como seres humanos que somos; el que no llega es el dinero, quese acaba antes de tiempo y todo se complica. Cuando yo era pequeño no había estos problemas.Me compraban mis cereales favoritos en el supermercado, iba a varias actividades extraescolarescomo fútbol, inglés, flauta y taekwondo, y mamá me traía libros nuevos todas las semanas. Perodesde que soy mayor, todo eso se acabó. Ahora papá y mamá compran en el súper unos cerealesque se parecen a mis favoritos pero que no lo son. Ellos tratan de convencerme de que son todavíamejores y yo les digo que sí para que no se pongan serios y se les llene la cara de arrugas, pero larealidad es que no saben igual. Ya no voy a taekwondo ni a flauta y, en lugar de comprarme libros,mamá me ha traído un carné de la biblioteca. La vida es dura. Esa era una frase típica que siempredecía mi abuelo. Murió el año pasado y lo echo mucho de menos. Solía ponerse muy serio antesde decirme:

—La vida es dura, Román. Es mejor que lo sepas desde pequeño.Imagino que cuando el abuelo decía eso se refería a todos estos asuntos que os estoy contando.

Y por eso yo tenía miedo de que, en lugar del curso de cocina, me regalasen una revista derecetas, o algo así. Pero nada de eso. Esta vez me había equivocado. Papá y mamá no meregalaron un curso de cocina, me regalaron el mejor curso de cocina del mundo y del Inframundo.Y tengo que decir que, a pesar del megasusto que me llevé en un primer momento, ese Día de losDifuntos fui el niño más feliz de la galaxia. Pero eso merece un capítulo entero, así que voy adespedirme por hoy y dejaros con las ganas de saber qué pasó en el que fue el mejor día de mivida existencial.

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Fabulosas galletas francesas rellenas de praliné

Ingredientes para la masa:• 200 gr de mantequilla a temperatura ambiente• 100 gr de azúcar• 1 huevo• 350 gr de harina• 1 cucharada de pasta de vainilla (o 3 gotas de esencia de

vainilla)

Ingredientes para el relleno y la decoración:• 200 gr de praliné• 50 gr de cobertura de chocolate• 50 gr de crocante de avellanas

Utensilios:• Una batidora de varillas• Un bol• Papel film• Una manga pastelera

¡Manos a la obra!

Con la batidora mecánica batimos la mantequilla y el azúcar en el bol hasta que blanquee, añadimos el huevo y la vainilla

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y continuamos batiendo con cuidado de no ponernos perdidos (a no ser que queramos acabar dentro de la lavadora). Hallegado el momento de empezar a amasar. Incorporamos la mitad de la harina, amasamos hasta que esté integrada en lamezcla, incorporamos el resto de la harina y seguimos amasando hasta que la pasta que estamos trabajando seahomogénea (añadir más harina si es necesario). Envolvemos la masa en film transparente y la metemos en la nevera.

Pasadas unas horas, cuando la masa esté durita (estad atentos, «durita» no quiere decir «como una piedra»), la sacamosde la nevera. Ponemos el praliné en una manga pastelera y reservamos. A continuación, cogemos una porción de masa yle damos forma de medallón, la dejamos en una superficie llena de harina para que no se pegue, y así hasta acabar contoda la masa. Una vez hecho esto, ¡es el momento de coger la manga pastelera! Esta es una de las partes más divertidas dela receta. Tenemos que echar una pequeña cantidad de praliné en el centro de cada medallón, luego cerramos cada uno delos medallones y les damos forma de croqueta. Horneamos alrededor de 25 minutos a 180º.

Una vez frías, decoramos con el chocolate derretido (yo suelo usar una manga pastelera con la boquilla pequeña y voyhaciendo rayas sobre las galletas) y finalmente añadimos el crocante. Voilà! O lo que es lo mismo: ¡listas para zampar!

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Capítulo 2

LO QUE MENOS me gusta de cumplir años es que, como coincide con el Día de los Difuntos, hayque ir al cementerio. Cuando era pequeño y no había forma de escabullirme de la visita a losmuertos, me entretenía corriendo de aquí para allá, buscando nombres raros en las lápidas. Loshabía muy divertidos; por ejemplo, Policarpo, Eufrasia, Humberto James (los nombrescompuestos son los mejores), Nicanora o Macedonio, que es como una macedonia de frutasfrescas pero en masculino. Otra ocupación que me gustaba bastante era visitar las tumbas de losniños. Eran las únicas que estaban directamente excavadas en la tierra, en lugar de en nichos enlas paredes. Os confieso que me daba algo de miedo ver aquel recinto lleno de sepulcrospequeños de mármol y granito, decorados con figuras blancas de angelitos. ¡En algunos sepulcroshabía incluso un marco ovalado con la fotografía del niño muerto! ¡Qué repelús me entraba alobservar las caras de los niños fallecidos! Pero era un repelús raro, porque no podía dejar demirarlos. Es un misterio de la mente humana. Lo que los mayores llaman una contradicción, queconsiste en pensar una cosa y hacer otra distinta.

Lo mejor de cumplir diez años fue que mamá y papá no me obligaron a ir al cementerio avisitar la tumba del abuelo. No penséis que no me gusta ir junto a él, es solo que prefierorecordarlo dentro de mi cabeza, en lugar de tener que ir a ese sitio donde seguro que hay espíritusde toda esa gente que está enterrada vagando por el aire. Por primera vez en toda mi existencia medejaron quedarme en casa. Pero sospecho que no fue solo porque ese día me hiciese mayor. Unmensajero iba a traer mi regalo de cumpleaños, y era necesario que hubiese alguien en casa pararecogerlo. Antes de irse, mamá me miró con cara de preocupación y me dijo:

—Román, prométeme que no vas a hacer de las tuyas.Yo me concentré mucho tratando de poner cara de responsable. A veces la practico delante del

espejo para que luego me quede perfecta cuando necesito utilizarla, como en aquella ocasión.—Tranquila, mamá. Ya soy mayor. Me portaré de maravilla.—¡Más te vale! —me contestó a modo de advertencia, revolviéndome el pelo como solo ella

sabe hacer.Pero lo cierto era que mi cerebro incansable ya estaba discurriendo una ocupación genial con

la que entretenerme. Cuando arrancaron el coche y se marcharon, fui corriendo a la cocina y cogíel libro de recetas, dispuesto a hacer galletas francesas de praliné. Son mis favoritas. ¡Podríacomerme una docena yo solo! No vayáis a pensar que mis padres son unos irresponsables que metienen asilvestrado. Tengo totalmente prohibido trastear con el horno y con los aparatoselectrodomésticos cuando no hay nadie en casa. ¡Pero es que no me pude resistir! No sé cómoexplicarlo. Hay cosas que sé que no puedo hacer, pero a veces siento en mi interior más profundouna necesidad grandísima de saltarme las normas, aun a sabiendas de que si me pillan me caerá

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una buena. Y aquella fue una de esas ocasiones. Llamé a Dodoto para que me hiciese compañía,cogí mi delantal de monstruos y saqué los ingredientes de la despensa. En el momento justo en elque iba a mezclar la mantequilla con el azúcar, llamaron al timbre. ¡Seguro que era el mensajeroque traía mi regalo! Me puse nerviosísimo. La verdad es que llevaba todo el día emocionado, conuna sensación rara dándome vueltas y más vueltas en la barriga. No hubo ni tres minutos en losque aguantase sin pensar en el curso de cocina. Pero el momento de escuchar el timbre fue lomáximo. Corrí a abrir la puerta y… ¡sorpresa! Encontré una caja algo más pequeña que yo,envuelta en papel de regalo violeta decorado con gusanos, murciélagos, cucarachas y otros bichosde muchos colores. Eso sí: del mensajero, ni rastro. Giré la cabeza a izquierda y derecha, arriba yabajo. Pero allí no había nadie. Solo yo, la misteriosa caja con papel de bichos y Dodoto, queaprovechó aquel instante para refregarse contra mis piernas, una de sus ocupaciones favoritas.

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—¿Hola? ¡Hola, hola, holaaaaa! —grité en voz alta, por si el mensajero andaba cerca ycontestaba. Pero no hubo respuesta. Solo el silencio típico del Día de los Difuntos, que es unsilencio normal pero elevado al cubo; un silencio multiplicado tres veces por sí mismo, comodiría doña Matracas, mi profe de Mates.

«¡En una caja tan grande tiene que haber un curso genial!», pensaba yo, con el corazónhaciéndome pun-pun, pun-pun a toda máquina.

Creí que pesaría mucho y opté por arrastrarla hasta la cocina empujando con todas mis fuerzas,pero enseguida comprobé que resbalaba muy ligera sobre el suelo. Lo que fuese que hubiera en suinterior pesaba pocos kilos, por eso me animé a arrastrarla hasta mi cuarto, para tener másintimidad. ¡Un momento tan especial como ese bien lo merecía! Por un momento de esos que durantan poquito que no tienen importancia ninguna, pensé esperar a mamá y papá antes de abrirla, perotenéis que comprenderme: ¿cómo iba a aguantar? Los niños de diez años no estamos preparadospara soportar tantos nervios. Por eso, nada más llegar a mi cuarto, cerré la puerta sin acordarme nide Dodoto, al que casi le pillo el rabo, y fui directo al regalo. Arranqué el papel de bichos todoemocionado y me llevé un susto monumental. La caja no era una caja normal. Era una caja demuertos, un ataúd, un féretro y todos los sinónimos que se os ocurran para referiros a algo conpalabras distintas pero que significan la misma cosa.

—¿Una caja de muertos? —le dije a Dodoto, que miraba para mí con cara de sorpresa—.Seguro que el regalo viene en este tipo de paquete porque hoy es el Día de los Difuntos. Unaespecie de detalle de la tienda en donde mamá y papá encargaron el regalo —razoné—. ¡Sí, tieneque ser eso!

En estas, caí en la cuenta de que en medio del papel de bichos que acababa de arrancar habíaun sobre negro. Con la emoción del momento ni me había dado cuenta.

—¡Tiene mi nombre escrito! Es una carta para mí, Dodoto. Mira, aquí lo pone bien clarito: A laatención del chef Román.

Me senté en el suelo, al pie del ataúd, abrí el sobre y empecé a leer.

Estimado futuro chef:Nos complace profundamente hacerle llegar su pedido. Siga las instrucciones de uso de modo riguroso para

activar el curso de cocina personalizado, que tiene una duración de tres horas, y recuerde que no se admitencambios ni devoluciones.

Esperamos que Escarlatina sea de su agrado. Aprovechamos la ocasión para enviarle un cordial saludo y paraexpresarle nuestras más sinceras felicitaciones.

Atentamente,El Servicio de Paquetería del Inframundo

—¿Y quién es Escarlatina? ¿Será el nombre del curso? Igual es un módulo de cocina. Verduras,cremas, aves y escarlatinas. No suena mal, ¿verdad, Dodoto?

Pero Dodoto seguía con la misma cara de sorpresa y no se mostraba demasiado colaborador.Detrás de la carta de presentación venían las instrucciones de uso. Las leí en voz alta porque,aunque Dodoto pasara de mí, no le iba a hacer un feo manteniéndolo al margen de todo lo queestaba pasando.

INSTRUCCIONES DE USO

Antes de empezar a usar a Escarlatina

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Escarlatina está destinada para uso doméstico, quedando prohibida su comercialización. Cumple con las normasde seguridad más avanzadas. Para su propia seguridad, lea cuidadosamente este manual de instrucciones antes deusar a Escarlatina por primera vez y asegúrese de tomar nota de lo que sigue a continuación.

Escarlatina debe ser activada únicamente por el futuro chef Román Casas, nacido el Día de los Difuntos.Custodiar a Escarlatina para que la madre, el padre y las personas adultas, en general, no lleguen jamás a conocersu existencia.

Escarlatina cumple asimismo con todos los estándares de seguridad del Inframundo. En el caso de que se utiliceen un lugar distinto del Inframundo, no podemos garantizar que siga los estándares de seguridad correspondientes.Por este motivo, no asumimos ninguna responsabilidad por los daños causados.

Cómo se activa a EscarlatinaEscarlatina viene separada por piezas que usted deberá enroscar. Cada una de las piezas tiene asignado un

número. Siga el plano con el dibujo para unirlas en su orden correcto.

—¿Pero qué quiere decir todo esto? Vaya lío, ¡no entiendo nada! —dije tirando los papeles alsuelo.

—¡Miau! —contestó Dodoto.—¿Sabes qué te digo? Que paso de las instrucciones. Voy a abrir la caja y punto.Dodoto no parecía muy conforme con mi decisión, pero poco me importó. Ya no aguantaba más

con la intriga de saber qué era eso de Escarlatina, de las piezas que había que unir y todas esascosas absurdas que contaba el manual. No os puedo negar que en el momento de abrir el ataúd metemblaron un poquito las piernas. Sentí algo de miedo. Porque en el fondo, aunque fuese el Día delos Difuntos, no era muy normal que un mensajero misterioso le mandase un féretro a un niño dediez años. Traté de alejar esos pensamientos de mi cabeza y me puse manos a la obra. Abrir elataúd no fue cosa fácil. Estaba cerrado a conciencia. Tuve que ir al garaje, coger un martillo y uncincel de la caja de herramientas y darle unos cuantos golpes hasta que lo conseguí.

—¿Preparado? —le pregunté a Dodoto.—¡Miauuu!—Suponía que dirías eso. Venga, ¡vamos allá!Y sin más rodeos, abrí la tapa de la caja y me quedé mirando para aquello que reposaba en su

interior y que apestaba a cuadra, letrina, cerdo, estiércol, cloaca, culo de jabalí… Una mezcla delos olores más nauseabundos que podáis imaginar.

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Brownie(¡Hummmm!)

Ingredientes:• 160 gr de mantequilla a temperatura ambiente• 160 gr de azúcar blanco• 140 gr de azúcar moreno• 120 gr de harina• 250 gr de chocolate negro cortado en trocitos• 3 huevos• 1 cucharada de extracto de vainilla• 100 gr de chips de chocolate• Un puñado de nueces• ½ cucharada de café descafeinado de sobre• Una pizca de sal

Utensilios:• Un molde• Un bol• Una batidora• Un cazo• Una cuchara• Un tamizador

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¡Manos a la obra!

Precalentamos el horno a 180º. Untamos el molde con mantequilla, para que no se pegue el bizcocho, y reservamos.

Cogemos el cazo y derretimos a fuego lento la mantequilla junto con los trocitos de chocolate (también puedes derretirloen el microondas). Dejamos que enfríe un poco (sí, ya sé que dan ganas de meterle el dedo para probarla, pero hay queaguantar hasta el final y no comerse los ingredientes al tiempo que los cocinamos). Mientras la mantequilla enfría,cogemos el bol y batimos el azúcar moreno y blanco, los huevos y la vainilla hasta que nuestra mezcla sea homogénea (aestas alturas ya deberías saber lo que significa «homogénea»). Tamizamos la harina junto con el café y la sal (tamizar esmuy sencillo: coges el tamizador, echas dentro los ingredientes y los mueves de un lado a otro para que vayan cayendosobre la mezcla que tienes en el bol). Añadimos los chips de chocolate y el puñado de nueces.

Vertemos la masa en el molde y horneamos durante 40 minutos aproximadamente. Una pista para saber que está listo esque el brownie tenga por encima una especie de costra. También podemos pincharlo con un palillo. Si sale limpio es queestá preparado para sacar del horno, dejar enfriar y… ¡listo para zampar!

Nota de Román: ¡Si acompañas el brownie con unas bolas de helado de vainilla, conquistarás a cualquier comensal!

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Capítulo 3

DESPUÉS DE quedar alucinado con lo que había dentro del féretro, volví a coger lasinstrucciones. Me costó un poco entender que Escarlatina era nada más y nada menos que unacocinera que estaba muerta desde hacía un mogollón de años. Y por si eso no fuese bastante, veníaseparada en piezas que se enroscaban unas a otras. Entre ellas, encontré un vestido muy viejo,todo roído. ¡Eso era lo que olía tan mal! Es probable que en el pasado fuese azul, como el mar,pero los colores de la tela estaban completamente apagados. Tenía las mangas de farol, como sellevaban en los tiempos de las tatarabuelas, y un cuello de encaje. Al principio me pareció quenunca conseguiría armar a Escarlatina. Entre aquel olor a rayos fritos y que las piernas, losbrazos, la nariz, los dedos y todas las partes del cuerpo venían al tuntún, mezcladas unas con lasotras, no había manera. Además, algunas piezas no tenían sentido, como una llave grande ymetálica y una especie de mecanismo. Por más vueltas que les daba a aquellos objetos, no lesencontraba explicación. Estaba siendo más difícil de lo que parecía. Tuve que concentrarme másque en los exámenes de doña Matracas. Una concentración exagerada. Con mucha paciencia fuicogiendo del interior del ataúd un brazo por aquí, una oreja por acá, un pie de más allá, y seguí elplano, que tenía unas indicaciones bastante buenas. Cada parte del cuerpo llevaba escrito unnúmero. Con ver el plano, donde estaba todo explicado en un dibujo a pequeña escala de lacocinera, ya sabía dónde tenía que enroscar cada parte. Estuve más de una hora monta que temonta. El problema fue que, cuando creí que estaba a punto de terminar, me di cuenta de que mesobraban piezas. Venían dedos de más, sobraba una oreja y aún no sabía cómo colocar elmecanismo ni tampoco cómo usar aquella misteriosa llave metálica.

—¡Esto no es serio! —grité un poco enfadado.Pero el cabreo se me pasó rápido. En el fondo, aunque me pareciese una tomadura de pelo

recibir de regalo de cumpleaños una cocinera muerta, aquella aventura estaba siendo bastanteemocionante. ¡Y aún quedaba lo mejor! Las instrucciones explicaban que, para poder recibir misclases de cocina, debía devolverle la vida a Escarlatina.

—¿Devolverle la vida? ¿¿Devolverle la vida?? ¡¡¡¡Devolverle la vida!!!! —chillé tirando lasinstrucciones por el aire, horrorizado con lo que acababa de leer.

No sabía si empezar a correr hasta llegar al cementerio junto a mamá y papá, si coger la cajacon Escarlatina incluida, lanzarla por la ventana y encerrarme dentro de mi cuarto, o siabalanzarme sobre el teléfono y llamar a la policía y a los bomberos. No tengo la más remota ideade si a los niños les dan infartos, pero a mí casi me da uno. Pero el miedo se fue y, de pronto, casisin darme cuenta, empezó a convertirse en emoción. Devolverle la vida a Escarlatina podíaresultar muy divertido. En un principio pensé que la cocinera era una muñeca vieja, una especiede robot antiguo. Pero nada de eso. ¡Escarlatina era una cocinera auténtica! Y yo era el encargado

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de ponerla en marcha de nuevo. ¡Qué fuerte!Aquello hizo que me concentrase aún más. Cuando por fin acabé de enroscar las partes del

cuerpo, me quedé pasmado. Parecía imposible que aquel ser extraño pudiese darle clases de nadaa nadie. Era realmente fea. Tenía el pelo todo tieso, como alambres liados unos con otros. Losojos eran demasiado grandes para su cara, tenía una cicatriz en la mejilla derecha, los labiosmorados como uvas tintas y le faltaban varios dientes. Pero a pesar de su palidez mortuoria, deaquella piel irregular y de la apariencia de muñeca rota, había en Escarlatina algo hermoso. Algoque no sé cómo explicaros con palabras pero que siento en la barriga. Como cuando me entraronganas de abrazar a Dodoto al sacarlo de la lavadora y ver su cara de espanto, o como cuandomamá me da un beso antes de dormir, después de leerme mi cuento nocturno. Algo maravillosoque no se ve, pero se siente.

—¡Miau! —maulló entonces Dodoto, mientras olisqueaba algo que había dentro del féretro y letomaba la medida con sus garras.

—¿Qué tienes ahí, felino?Lo que tenía era un arañón negro, peludo y rígido. No se movía, parecía que estuviese muerto.—¡Menuda araña! ¿Vendrá de regalo con Escarlatina? Por si acaso la dejamos ahí, no vaya a

ser que la reclame cuando la devolvamos a la vida y tengamos un problema.Volví a concentrarme en las instrucciones y conseguí encontrarle una explicación al mecanismo

y a la llave. Por lo que leí, el mecanismo era un temporizador. Lo único que tenía que hacer eraintroducirlo con mucho cuidado en un hueco que la difunta tenía en la espalda, entre losomóplatos, y luego meter la llave metálica y darle cuerda girándola en el sentido de las agujas delreloj. A partir de ese momento, Escarlatina se activaría y dispondría de unas horas para impartirel deseado curso de cocina. Coloqué el mecanismo en el huequito de la espalda con muchísimocuidado. Aunque fuese una muerta, temía hacerle daño. ¡Si de pronto despertaba pegando un grito,me daría un ataque al corazón! Me sentía como un cirujano que está operando a un paciente.

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—¡Listo! —dije contentísimo cuando acabé de colocarle el mecanismo. Luego le puse suvestido maloliente y contemplé mi creación—. ¿Qué te parece, Dodoto? Necesitaría un viaje a lalavadora, con doble de detergente y triple de suavizante de fresa, pero no hay tiempo para eso.Mamá y papá van a llegar enseguida y seguro que me cogen con las manos en la masa.

Dodoto seguía jugando con el arañón, indiferente a todo lo que yo le decía. Mi gato es un

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animal muy raro. Pasa de su amo, que soy yo, y eso no me gusta. Por ese motivo, de vez en cuandole hago alguna travesura, para ver si aprende y también para que sepa quién manda en realidad.Porque todo el mundo sabe que las personas mandan más que sus mascotas, pero Dodoto a vecesparece olvidar ese pequeño detalle. También hay ocasiones en las que sucede al revés, y son losdueños los que pasan de sus mascotas. Eso es muy feo. Si pienso en Dodoto abandonado en elmedio del monte y muerto de hambre, me pica la garganta y me entran ganas de llorar. No me gustatener ese tipo de pensamientos. Pero sigamos con Escarlatina, que empiezo a hablar de otras cosasy me embarullo conmigo mismo. La cocinera cadáver estaba preparada. Lo único que faltaba eraesperar a las doce en punto de la noche, colocarle la llave metálica en el mecanismo y girarlamientras pronunciaba unas palabras que imagino serían mágicas. Porque devolverle la vida aalguien que está muerto, aunque sea por unas horas, es una cosa bastante mágica. Yo, por lomenos, no conozco a nadie que después de muerto haya vuelto a vivir. Tampoco conozco ademasiadas personas que hayan muerto, porque soy un niño. Aunque confieso que muchas vecespienso en cómo sería todo si mi abuelo siguiese vivo. Eso sería algo realmente genial.

—Ahora, según las instrucciones, hay que esperar a las doce de la noche. Venga, Dodoto, salde enmedio —le dije mientras lo apartaba del ataúd, donde él seguía enredado con la araña—.Hay que esconder todos estos trastos, no vaya a ser que mamá nos pille. Las instrucciones son muyclaritas: las personas mayores no deben conocer la existencia de Escarlatina.

Mamá y papá llegaron justo cuando terminé de meter a la cocinera, el ataúd y el manual deinstrucciones debajo de mi cama. Es cierto que allí guardo un montón de cosas: algunos calcetinescon tomates en el dedo gordo, unos libros de miedo que leo a veces por las noches, un jersey quepica y que no quiero ponerme nunca más, un par de bolas de Navidad para decorar el árbol, unasmondas de naranja, alguna pieza de mi Scalextric… pero aún había sitio para más.

—¡Román! —dijeron antes de abrir la puerta de mi cuarto—. ¿Qué haces?—Estaba aquí, de cháchara con Dodoto.En ese momento, nada más posar la mirada sobre mi gato, mamá abrió tanto los ojos que casi

se le salen para fuera. Puso una cara feísima, de puro asco, y pegó un grito de muchos decibelios,que son como los kilovatios, pero para medir el ruido.

—¿¿¿QUÉ ES ESA COSA???Cuando vi el arañón me dieron ganas de coger a Dodoto y arrojarlo por la ventana, aunque ya

sé que eso no estaría nada bien. En el fondo no sería capaz de hacerlo.—Yo… eh… —Quise decir algo, pero no me salió ninguna explicación convincente.—¡Vaya tarántula! —comentó papá mientras se acercaba al bicho para verlo más de cerca.—Es la cena de Dodoto —inventé sobre la marcha—. A veces caza arañas para

merendárselas. Le gustan bastante. Es un gato muy limpio, y también muy listo.—Sácame esa cosa de delante, lávate las manos y luego ven a cenar —protestó mamá—. Qué

asco. A saber dónde estaba metido semejante bicharraco.Papá me revolvió el pelo, me guiñó un ojo y se fue con mamá a preparar la cena. En cuanto

salieron por la puerta, le eché la bronca a Dodoto.—¿Ya estás otra vez yendo por libre? Somos un equipo, tío. En un equipo hay que hablar las

cosas. Si cada uno hace lo que le viene en gana, esto va a ser un desastre, ¿entiendes?Pero, si lo entendía, el felino no se manifestó. Continuó como si nada, jugando con el arañón

muerto. Decidí ignorarlo, pasar de él e ir yo también a mi aire. Ya me vengaría en cuanto tuviese

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ocasión.Las doce de la noche tardaron mucho en llegar. Tanto, tanto, que pensé que ya no llegaban. Lo

que pasó durante las horas anteriores fue bastante aburrido. Excepto porque, con la emoción derecibir el regalo, olvidé que había dejado a medio hacer las galletas francesas de praliné y mellevé una reprimenda de las buenas (por cierto, tenéis que probar a hacerlas, ¡son una cosadeliciosa! Están casi más ricas que el brownie, que ya es decir). ¡Ah! Y también sucedió que papáme preguntó si había llegado mi regalo y yo solté una pequeña trola para no desvelar nada sobreEscarlatina. Las instrucciones lo decían muy clarito: «Custodiar a Escarlatina para que la madre,el padre y las personas adultas, en general, no lleguen jamás a conocer su existencia».

—El regalo todavía no está aquí, pero un hombre llamó por teléfono para avisar de que teníanel pedido en marcha. Dijo que se va a retrasar unos días debido a cuestiones técnicas.

—Eso pasa por comprar cosas por internet —protestó papá algo enfadado—. El día de sucumpleaños y el niño sin regalo.

—El problema no fue haberlo comprado por internet —replicó mamá muy seria—. Elproblema fue buscar el curso más barato de la red en páginas web que no conocemos de nada.¿www.inframuertos.com? ¿Pero cómo no sospechamos que detrás de ese nombre tenía que haberalgo raro? Así nos va…

Para que no empezasen a discutir tuve que hacer una de mis intervenciones gloriosas:—No os preocupéis, ¡si yo estoy encantado! El señor con el que hablé por teléfono fue

superamable y me dijo que el curso era de lo más completo.Mamá y papá suspiraron y me mandaron para la cama. Eran las diez y media, mi hora de ir a

dormir. A los pocos minutos, mamá subió para darme un beso.—Que duermas bien, hijo —dijo en voz bajita, que es la voz que pone siempre por la noche

cuando me viene a arropar.En ese momento supe que mamá estaba triste. Puse a funcionar mi cerebro y supuse que sería

por la visita al cementerio. Ir a la tumba del abuelo no es algo demasiado divertido, porque haceque te acuerdes de él y entonces te pones triste al pensar cuánto le echas de menos. Le di unabrazo muy fuerte, hasta que me dolieron los brazos, y le dije que la quería.

Cuando mamá se fue de mi cuarto, cogí mi reloj-despertador en forma de hamburguesa y pusela alarma para las 23:45. Así me daría tiempo a sacar a Escarlatina de debajo de la cama, darlecuerda y leer las palabras mágicas que estaban en el manual de instrucciones. Imagino que osmorís por saber si finalmente Escarlatina resucitó, o si por lo contrario todo era una historieta, unamentira, una bola, una trola. Pues lo único que puedo adelantaros es que, a las 00:00 de aquel Díade los Difuntos, empezó la aventura más emocionante y macabra de toda mi vida.

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Bollitos de pan blanco con mezcla de yogur(Receta para hacer en equipo)

Nota: Por el tiempo de fermentación, lo ideal es hacer esta receta en dos días, un día haces la mezcla de yogur y el otrolos bollitos.

Ingredientes:• 500 gr de harina de panadería• 200 gr de mezcla de yogur• 5 gr de levadura fresca• 10 gr de sal• 225 ml de agua

Ingredientes para la mezcla de yogur:• 100 gr de harina de fuerza• 100 gr de yogur natural• 5 gr de levadura• Alrededor de 60 ml de agua (a veces es suficiente con 50 ml y otras veces es necesario añadir un poco más)

Utensilios:• Un bol• Una bandeja para el horno• Paños de cocina

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¡Manos a la obra!

Primero tienes que preparar la mezcla de yogur. Es muysencillo: debes mezclar el agua con la levadura y disolverla porcompleto. Luego añade el yogur y revuelve. A continuacióntienes que incorporar la harina y remover y remover yremover hasta que la mezcla no tenga grumos. Tapa el bol conun paño húmedo y deja que la masa repose 3 horas atemperatura ambiente, o bien mételo en la nevera hasta eldía siguiente.

Ahora debes preparar la masa para los bollitos de pan juntandotodos los ingredientes (también la mezcla de yogur, ¡no teolvides!). Eso sí: añade la levadura al final de todo. Una vez queesté todo mezclado, debes dejar reposar la masa durante 15minutos tapándola con un paño de cocina.

Pasado el tiempo de reposo, tienes que cortar trocitos de unos30 gr aproximadamente (la masa debería darte, comomínimo, para 25 bollitos) e ir haciendo bolitas redondas.Esmérate, ¡tienen que quedar perfectamente lisas! Ve colocándolas sobre una bandeja de horno. Ojo: ¡no las peguesmucho, que en el horno crecen y pueden acabar unas a caballo de las otras!

Tapa todas las bolitas con un paño húmedo y deja que fermenten en un lugar caliente durante 90 minutos. Tienes queprecalentar el horno a 250º. Truco de maestros: si colocas en el horno una cacerola con paños mojados, conseguirásproducir vapor y eso les viene de maravilla a los bollitos de pan.

Antes de meter los bollos en el horno, humedécelos para que queden blanditos por fuera y hazles un pequeño corte. Yaestán listos para hornear. Debes cocerlos alrededor de 12 minutos o hasta que se pongan dorados. Deja que enfríen unpelín para no quemarte la lengua y… ¡a zampar!

Nota de Román:A mí me gusta mucho untar los bollitos con Nutella o acompañarlos con jamón y queso.

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Capítulo 4

A LAS 23:45 EN PUNTO, mi hamburguesa reloj-despertador empezó a sonar como una loca. Yo,con los nervios de la resurrección de Escarlatina no había conseguido pegar ojo, así que la apaguérapidísimo para que mis padres no se diesen cuenta de nada. Dodoto, que jamás dormía conmigo,estaba tumbado a los pies de la cama, esperando la hora señalada.

—¡Para esto sí que andas espabilado! —le dije—. A partir de ahora más te vale hacerme caso,si no quieres que te deje fuera de la operación Escarlatina.

Para variar, el gato pasó de mí olímpicamente, que no sé muy bien lo que quiere decir. Noacabo de entender qué tienen que ver las olimpiadas con pasar de alguien, pero como mi madreme lo dice muchas veces: «Román, pasas olímpicamente de todo», pues yo uso la expresión y asíparezco más listo, más deportista y más adulto.

Bajé la cama de un salto y saqué el ataúd, a Escarlatina y el manual de instrucciones de suescondite. Había llegado el momento de la verdad. Desabotoné un poquito la parte trasera delvestido maloliente de la cocinera, cogí la llave metálica y la introduje en la ranura que había en elmecanismo. A continuación, agarré las instrucciones y busqué las palabras que tenía que decir. Noeran muy difíciles y lo cierto es que tampoco parecían demasiado mágicas. Memoricé la fraserepitiéndola mentalmente un par de veces, clavé la mirada en las agujas del reloj hamburguesa yesperé a que fuesen las 00:00 en punto.

—Qué nervios tengo, Dodoto —le comenté así, como quien no quiere la cosa, a las 23:58.Él no me contestó. Se limitó a mover el rabo con desinterés.—¡Pero mira que eres pasota, tío!Cuando dieron las 00:00, cogí aire para llenarme de fuerza y empecé a girar la llave metálica a

la vez que recitaba las palabras mágicas.—Yo, Román Casas, nacido en las postrimerías del Samaín y habitante del Más Acá, invoco

a Escarlatina, habitante muerta del Más Allá, para que su cuerpo difunto regrese a la vidaahora, ahora, ahoraaaaa —repetí con una emoción emocionantísima.

Le di cuerda a la llave a tope y luego senté a Escarlatina en el suelo, con la espalda apoyada enuna de las patas de mi cama.

—¿Hola? —susurré con precaución, para no asustarla, mientras le daba toquecitos con mi dedoíndice en un hombro.

Pero la cocinera continuaba igual de muerta que cuando terminé de enroscarle todas las partesdel cuerpo.

—¡Hola, hola, holaaaa! —repetí con más energía, al ver que el cadáver no reaccionaba,agitándolo ligeramente.

Silencio. Esa fue la respuesta que recibí. Empecé a darme cuenta de que todo había sido un

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engaño y eso me hizo sentir fatal.—¡Vaya estafa de regalo! Era todo mentira. ¡Y para eso estuve media tarde montando piezas

fétidas como un tonto!Estaba muy enfadado. Yo me había creído que toda la historieta de Escarlatina era auténtica y

que iba a volver a la vida si seguía todos los pasos que venían en el manual. Me sentídecepcionado y triste al ver que la cocinera no despertaba.

—Dodoto, me voy a dormir. Mañana tiraré esta cosa asquerosa que huele a cuadra alcontenedor de basura, y esperaré a que venga el camión para observar cómo la tritura.

Ya sé que esas palabras fueron muy feas, pero no podéis imaginar toda la rabia que sentía. Ledi una patada al ataúd y volví de nuevo para la cama. No se lo digáis a nadie, pero os confiesoque me entraron muchas ganas de llorar. Tantas, tantas, que no pude aguantar. Me tapé la cabezacon el edredón y me hice una bola allí debajo. Me cayó una lágrima, luego otra y después otramás. Me sorbí los mocos e intenté pensar en momentos felices, pero no era capaz. Entonces,Dodoto, que ya sabéis que es un pasota y va por libre, me dio unos toquecitos con una de suspatitas. Yo me revolví debajo de las mantas.

—¡Pasa de mí, animal peludo! —le solté—. Ahora soy yo el que no quiere saber nada de ti.—¿Señor Román? —me contestó entonces una voz desconocida—. ¿Por qué llora?De pronto, todo cambió. ¡Qué nervios! ¿Sería ella? ¿Sería Escarlatina la que acababa de

hablar? En el cuarto no había nadie más que yo, y Dodoto, claro. Y a Dodoto, hasta aquelmomento, nunca le había dado por hablar. Me froté los ojos para secar las lágrimas y saqué lacabeza de debajo del edredón, despacio, con cierto temor.

—¡Ostras! —grité sin querer.Desde sus ojos enormes, abiertos y encendidos como dos planetas, Escarlatina me observaba

con aire de cierta preocupación. ¡Acababa de volver a la vida! No había sido Dodoto quien mehabía dado los golpecitos al sentirme llorar, sino ella, la cocinera cadáver que ya no era uncadáver. Por lo menos, durante tres horas estaría viva, ¡y eso era mucho más que genial! Vale,tengo que reconocer que seguía teniendo una pinta terrible. Entre la cicatriz de la mejilla, loslabios violetas y su piel morada parecía una muñeca tétrica. Pero hablaba, y ese era muy buensíntoma.

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—Hola, Escarlatina —le dije ya algo más tranquilo, tendiéndole la mano igual que hacen losmayores cuando ven a alguien por primera vez.

Ella estiró su manita huesuda de piel grisácea. Estaba friísima, como un yogur natural de lanevera de los que tomo para merendar, y daba la impresión de que, si apretaba con demasiadafuerza, se desharía quedando reducida a polvo.

—Encantada de conocerlo, Román —me contestó la niña difunta agarrando la falda de suvestido y haciendo una anticuada reverencia—. Es un verdadero placer. Estoy a su enteradisposición. Juntos cocinaremos las recetas más sabrosas del Más Acá. Y si usted quiere, tambiéndel Más Allá.

Tenía la voz muy dulce, no se correspondía para nada con su apariencia. Pero hablaba raro,como una vieja.

—¿Por qué hablas así, como si yo fuese un señor? Soy un niño. Los niños no son usted, son tú.

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Ella pestañeó varias veces antes de contestar.—Tiene que disculparme. Es el saludo que me enseñaron en el Inframundo.—No, no. Así no —dije moviendo mis dedos índices de izquierda a derecha—. Se dice

«Tienes que disculparme» —la corregí—. No «Tiene que disculparme», ¿entiendes?—Creo que sí —susurró con cierta timidez.—Es increíble que estés viva. ¡Estoy contentísimo! —le dije dando saltos de alegría, tratando

de que entendiese lo que suponía para mí su presencia.—Técnicamente, no estoy viva —me explicó—. Tengo tan solo tres horas en el Más Acá.

Pasado ese tiempo, se me agotará la cuerda y volveré a ser un cadáver.—¿Y no hay manera de que estés viva durante más tiempo? —le pregunté con algo de

esperanza en mi interior—. Me encantaría que pudiésemos ser amigos. Tres horas es muy pocotiempo. ¡No dan para nada! Como mucho para hacer un brownie y unas galletas.

Ella bajó la mirada y su expresión se volvió triste.—¿Qué pasa? ¿He dicho algo malo? ¡No quería molestarte!—No me molestas, Román. Estoy feliz de poder venir al Más Acá. ¡Hace tantos años que me

morí, que el mundo ha debido de cambiar muchísimo! Hay muchas cosas que me gustaría ver.Estoy al tanto por las novedades que me traen los difuntos que van para el mismo sector delInframundo en el que yo habito. Pero, por desgracia, mi tiempo es limitado. Como sabes, solotengo tres horas.

—¡Eso no es vegggrdad! ¡Deja de decigggr tgggrolas! —protestó entonces una voz que salióde dentro de la cocinera cadáver.

—¿Quién ha dicho eso? —pregunté algo asustado. Estaba seguro de que Escarlatina no habíasido. No había movido los labios. Además, aquella otra voz era distinta, mucho más aguda.

De pronto, antes de que a Escarlatina le diese tiempo a explicarse, de uno de los agujeros de sunariz resbaló una araña negra. ¡Era el arañón con el que había estado jugando Dodoto! Colgadopor un hilo de seda que le salía del culo, bajó tan campante hasta ponerse a la altura de la barbillade la cocinera.

—Soy lady Hogggrreugggr, y pagggrece mentigggra que la que se supone que es mimejogggr amiga, obvie mi pgggresencia.

La araña tenía un marcado acento francés. Era feísima, con dos colmillos negros muy grandesque se movían cada vez que hablaba. Los ojos eran dos puntos rojos, brillantes y fríos, y tenía elcuerpo gordito y peludo. Un arañón de los de toda la vida, de los que dan escalofríos y songrandes como nécoras.

—Román, te presento a lady Horreur, la araña francesa que vive dentro de mi nariz. Es miamiga, mi consejera y también la voz de mi conciencia.

—¿Y cómo haces para meterte dentro de esos agujeritos con lo grande que eres? —le preguntéa lady Horreur.

—Pogggrque tengo la facultad de encogegggr hasta la cuagggrta pagggrte de mi tamaño.—¡Guau! ¡Qué pasada! Sois mejores que los dibujos animados que veo por las tardes

comiendo el bocadillo. ¿Y por qué me dices que Escarlatina dice trolas?—Pogggrque ha dicho que solo tiene tgggres hogggras de vida. Y eso no es del todo

ciegggrto. Tiene tgggres hogggras a no segggr…—¿A no ser qué? —la interrumpí con una chispa de esperanza en la voz.

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—A no ser que me resucites por completo —contestó en un susurro la propia Escarlatina, comosi temiese que alguien pudiese escucharla.

¡Resucitarla por completo! Lo sabía, estaba seguro de que había una forma de tenerla conmigopara siempre.

—¿Y eso cómo se hace?—No es fácil, Román —confesó con su voz frágil—. Tendrías que arriesgarte mucho. Tu vida

aquí, en este lado, correría peligro.¿Mi vida corriendo peligro? ¡Si yo no soy más que un niño!—Si se lo pintas tan mal no va a quegggregggr implicagggrse —farfulló la araña francesa.—Román tiene que saber la verdad y conocer los peligros que hay detrás de todo esto. No

quiero engañarlo. Román, voy a contarte toda la historia desde el principio.Nos pusimos cómodos en cama. Los cuatro: Escarlatina, lady Horreur, Dodoto y yo. Me fijé en

mi hamburguesa despertador. Marcaba las 00:45. ¡Casi habíamos consumido la primera hora! Eltiempo se estaba agotando. Había que darse prisa.

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Pizza romana al estilo de Román

Ingredientes para la masa:• Entre 270 y 290 ml de agua templada• 500 gr de harina de fuerza• 24 gr de levadura fresca• 3 cucharaditas de azúcar• 2 cucharadas de aceite de oliva

Ingredientes para añadir a la masa:• Tomate frito• Queso de untar• Lonchas de jamón cocido cortadas en trozos• Queso mozzarella• Orégano• Aceitunas (puedes comprarlas sin hueso y laminarlas tú)• 2 huevos cocidos cortados en aros

Utensilios:• Un bol• Un cazo• Un rodillo para estirar la masa• Una bandeja de horno

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¡Manos a la obra!

El primer paso es hacer la masa. Para ello disolvemos la levadura en un poco de agua, mezclamos con todos los demásingredientes y amasamos aproximadamente 10 minutos, hasta que la masa sea elástica. Luego hacemos una bola, laponemos en el bol, la tapamos con un paño de cocina y la dejamos crecer durante una hora. Mientras tanto podemosaprovechar para cocer los huevos.

Pasado ese tiempo, estiramos la bola de masa con el rodillo y le damos la forma adecuada para cubrir la bandeja del horno.Cuando esté lista, ponemos la masa sobre la bandeja, con cuidado de no romperla, le añadimos los ingredientes de nuestrareceta: primero el queso de untar; cogemos una espátula o una cuchara y cubrimos la masa con una capa fina. Acontinuación añadimos el tomate frito y luego los trocitos de jamón, las aceitunas, el huevo cocido, el queso tipomozzarella y el orégano. La metemos en el horno alrededor de 30 minutos a 180º (vigilando de vez en cuando que no seesté cociendo de más por abajo). La sacamos del horno y… ¡a zampar!

Nota de Román: La pizza admite todo tipo de ingredientes, así que puedes escoger otros más a tu gusto. ¡Buenprovecho!

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Capítulo 5

CON MI ESPALDA apoyada sobre la almohada, escuché con mucha atención el relato deEscarlatina. Resulta que la cocinera había muerto en el siglo XIX de una enfermedad llamadaexactamente igual que ella: escarlatina. La cocinera cadáver procedía de una familia de chefs defama mundial. Había aprendido el oficio entre fogones, ayudando a su abuela y a sus padres. Laverdad es que me dio mucha pena saber que se había muerto con la misma edad que yo. Diez añosson muy pocos para morirse. ¡Otra cosa serían ochenta, o noventa! Además, seguro que antes deser un cadáver había sido una niña fantástica. Solo había que verla. Escarlatina era especial.

—En la época en la que nací yo, se morían muchos niños —me explicó ella—. Ahora ya casino llegan niños al Inframundo.

—¡Pero entonces debes de aburrirte un montón! ¿Con quién juegas?—Ya ni siquiera recuerdo la última vez que jugué —me confesó con un hilo de voz. De

repente, se había puesto triste.—Pero, si no juegas, ¿qué es lo que haces allí abajo? —insistí, muerto de curiosidad.—Tgggrabajagggr. Escagggrlatina es la cocinegggra oficial del Infgggramundo. ¡Está todo

el día en la cocina dale que te pego!—No sabía que el mundo de los muertos era así —reconocí. Aunque la verdad es que casi

nunca pienso en ese lugar—. ¿Y lo de resucitar? —le pregunté a continuación—. ¿Qué habría quehacer para que volvieses a la vida?

—Tendría que cocinar junto a un humano nacido el Día de los Difuntos un manjar que gustase avivos y a muertos.

—¿En serio? ¡Cómo mola! ¡Pero eso es facilísimo! —le dije la mar de contento.Escarlatina y lady Horreur, que continuaba colgada por un hilito a la altura de su barbilla, me

observaban muy serias, como si no comprendiesen a qué venía tanta alegría.—No es fácil en absoluto, Román. Los gustos de los muertos no tienen nada que ver con los de

los vivos. Te aseguro que en el Más Allá comemos cosas que te parecerían macabras y realmenteasquerosas. Además, para poder cocinar ese plato perfecto tendrías que venirte conmigo alInframundo, de ruta gastronómica. Mi tiempo aquí se está agotando.

¡Ir de ruta gastronómica al Inframundo! ¡Al Más Allá, el mundo de los muertos! Eso sí quepodría ser emocionante… aunque si pensaba en esqueletos, calaveras y espíritus, aquelloempezaba a darme algo de miedo.

—¿Y cómo se llega hasta allí? —pregunté.—El pgggroblema no es igggr, el pgggroblema es volvegggr.—Tus padres solicitaron el curso de cocina en la web Inframuertos, y luego tú me invocaste

—me explicó. Mientras la cocinera cadáver hablaba, pensé en que si mis padres llegan a saber lo

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que realmente estaban contratando en aquella extraña web, se caerían de culo—. Ahora yodispongo de tres horas en tu mundo y tú de tres días en el mío —continuó ella—. Tres horas eneste mundo equivalen a tres días en el Más Allá. Tendríamos que lograr cocinar ese manjar paravivos y muertos antes de la madrugada del tercer día. Y si no lo conseguimos, tendremos quepagar un precio.

—¿Un precio? ¿Qué precio? Yo no tengo dinero. Me gasté casi todo lo que tenía ahorrado ymis padres no andan muy bien últimamente… ¡hasta tuvieron que pedirle dinero prestado a mi tía!Ellos creen que no lo sé. A veces los mayores piensan que los niños somos tontos.

—No, Román. Te estás equivocando. No se trata de dinero. ¡El precio sería tu propia vida! Sino conseguimos cocinar ese manjar antes de la medianoche del tercer día, te quedarás en el MásAllá para siempre. Jamás podrás regresar al mundo de los vivos.

Entonces fui yo el que se puso triste. Me encantaría poder ayudar a Escarlatina y a ladyHorreur, pero quedarme atrapado en el Inframundo para siempre no me hacía ni pizca de gracia.No podría ver nunca más a mamá, ni a papá, ni a mis colegas del cole. Seguro que allí no habíatele, así que también tendría que despedirme de los dibujos animados a la hora de la merienda.Además, no había más que verlas para saber que allí abajo las cosas no les iban demasiado bien.De otro modo, no querrían resucitar. ¡Qué difícil decisión!

—Yo… no sé qué decir —confesé. Cosa rarísima, porque siempre tengo respuesta para todo.Excepto cuando doña Matracas me hace preguntas de números, que entonces me quedo en blanco.Como la pared del salón.

—Y eso no es todo —continuó Escarlatina—. Hay muertos que no quieren que vuelva a lavida. Pretenden tenerme atrapada en el Inframundo para toda la eternidad. ¡Estoy segura de queharán todo lo posible para que no consigamos elaborar nuestra receta! La decisión es tuya, Román.De nadie más.

Aquello era muy serio. Claro que quería ayudar a Escarlatina y lady Horreur a abandonar elmundo de los muertos. Pero era muy arriesgado y me daba tanto miedo... No sabía qué hacer.

—No todo es tan malo como pagggrece. En el Más Allá también hay cosas que megggrecen lapena. Allí encontgggragggrás algunas pegggrsonas buenas. Como tu abuelo, que nos diogggrecuegggrdos pagggra ti.

Nada más escuchar la palabra «abuelo», algo muy fuerte vibró dentro de mí. Una especie decorriente eléctrica que sacudió mi cuerpo y me erizó el pelo de la nuca y los brazos.

—¿Qué es lo que acabas de decir? ¿¿¿Habéis estado con el abuelo???—¡Lady! —la riñó Escarlatina—. Este no era el trato. Acordamos que no íbamos a

presionarlo. Tiene que decidir por sí mismo.—¡Pegggro es ciegggrto! El abuelo nos dio gggrecuegggrdos y él tiene que sabegggrlo. No

tenemos degggrecho a ocultagggrle esa infogggrmación.—¿El abuelo vive con vosotras? —pregunté muy nervioso.—Así es. Tu abuelo es nuestro amigo. ¡Un gran amigo! Vive en el mismo sector del Inframundo

que nosotras. Pasamos mucho tiempo juntos.Aquello cambiaba las cosas. Escarlatina me había descrito el Inframundo como un lugar

terrible. ¡Pero estaba el abuelo! Y yo tenía tantísimas ganas de verlo…—No puede ser tan difícil resucitarte —dije por fin, después de varios minutos dándole

vueltas a todo aquello en el interior de mi cabeza, es decir, en el cerebro, en el cerebelo y en

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todas esas partes que forman la masa gris—. Tiene que haber algún plato que les guste a los vivosy a los muertos. ¡Y tres días dan para mucho! ¿Cuándo nos vamos?

Escarlatina abrió mucho los ojos y su boca se torció en una gran sonrisa sin dientes. LadyHorreur empezó a aplaudir sin parar con sus cuatro patitas delanteras. En ese momento mehicieron sentir el niño más importante del mundo. ¡Estaba a punto de emprender un viaje al mundode los muertos! ¡Qué pasada! Entonces, la cocinera cadáver me envolvió en un abrazo frío ypunzante. Un abrazo con su cuerpo huesudo, pestilente y delicado. Me sacudió un extrañoescalofrío.

—No sé cómo te lo voy a agradecer, Román. Nadie había hecho por mí algo así.Lady Horreur trepó por el hilo de tela que le colgaba del culo, hasta posarse sobre los labios

de Escarlatina.—Egggres un niño muy listo. ¡No te agggrrepentigggrás!Entonces, ascendió por el resto de la tela usando sus ocho patas, se encogió haciéndose una

bolita y desapareció en el interior de uno de los agujeros de la nariz de la cocinera. La verdad esque me dio algo de asco. No mucho, solo un poquito. Pero pensé que debía empezar aacostumbrarme. Seguro que en el Más Allá aquello era algo habitual. Allí habría de todo: muertoscon cucarachas dentro de las orejas, gusanos en las cuencas de los ojos y a saber qué otra clase deporquerías.

Abrí el armario, cogí un jersey y mi plumífero y me los puse por encima del pijama. Sabiendolo fría que estaba Escarlatina, la temperatura en el mundo de los muertos no tenía pinta de ser muyagradable. Después me puse mis zapatillas favoritas y pensé en Dodoto. ¿Debía llevarlo conmigoo era mejor dejarlo en casa? Lo observé atentamente. Allí seguía, tumbado a los pies de mi cama,tan tranquilo. No parecía demasiado interesado en aquella aventura.

—¿Dodoto, tú qué? ¿Quieres venir?El felino movió el rabo de izquierda a derecha y continuó allí acostado, como si la pregunta no

fuese con él.—¡Este animal no tiene remedio! —protesté—. Allá tú, haz lo que te dé la gana. Yo me voy con

mis amigas.Salimos de mi cuarto con sigilo. Mamá y papá dormían, y toda la casa estaba a oscuras.

Silenciosos como fantasmas caminamos hasta la puerta principal y salimos cerrándola con todo elcuidado. ¡Y menos mal que la cerré con cuidado! Por poco le pillo el rabo a Dodoto.

—¡Así que al final te vienes, eh! No hay quien te entienda, gato.—Tenemos que ir a la parada de autobus más próxima —comentó Escarlatina—. ¿Está muy

lejos?—Qué va, está aquí al lado. Pero son las dos de la madrugada. A estas horas no hay autobuses.La cocinera me dedicó otra de sus sonrisas desdentadas.—No habrá autobuses, pero hay mortibuses.Así fue como Escarlatina, lady Horreur, Dodoto y yo caminamos hasta la parada más próxima,

dispuestos a coger el mortibús.

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Cookies de chocolate tamaño XXL

Ingredientes para 2 cookies:• 50 gr de mantequilla a temperatura ambiente• 450 gr de chocolate negro picado (también sirven pepitas de chocolate)• 2 huevos• 170 gr de azúcar moreno• ¼ cucharadita de extracto de vainilla• 85 gr de harina• ½ cucharadita de sal• ½ cucharadita de levadura en polvo

Utensilios:• Un molde de 20 cm de diámetro• Dos cuencos• Una batidora• El recipiente de la batidora• Un tamizador• Una espátula

¡Manos a la obra!

Ponemos el horno a 170º. Echamos la mantequilla y la mitad del chocolate en un cuenco, los derretimos en elmicroondas o al baño maría y reservamos. A continuación, echamos los huevos, el azúcar y el extracto de vainilla en el

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recipiente de la batidora y batimos hasta que todos los ingredientes estén perfectamente mezclados. Añadimos la mezclade la mantequilla y el chocolate que reservamos antes y seguimos batiendo lentamente hasta conseguir una pastahomogénea.

Cogemos el otro cuenco y tamizamos sobre él la harina, la sal y la levadura. Ahora hay que añadir el chocolate picado queaún no hemos utilizado. Pero ojo: debes hacerlo en tres veces. Añades una parte del chocolate y revuelves bien (sinolvidarte de lo que se queda en las paredes del cuenco, que debes ir incorporándolo con la espátula). Cuando esté bienmezclado, añades otro poco de chocolate. Revuelves, revuelves y revuelves hasta que consideres que la pasta es homogéneay añades el resto de chocolate. Revuelves una vez más hasta que esté todo bien mezclado. ¡Ya falta menos!

Ha llegado el momento de echar una parte de la masa en el molde y hornear durante 10 o 15 minutos a 170º (con la masaque te sobre hornearás luego otra cookie XXL). Una pista para saber que las cookies están listas es que la parte de arribaempezará a cuartearse. Sacamos del horno, dejamos enfriar y… ¡listas para zampar!

Nota de Román: La cookie XXL está riquísima acompañada de unas bolas de helado. ¡Invita a tus colegas a unamerendola y verás como los sorprendes!

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Capítulo 6

EL MORTIBÚS provocaba escalofríos. Me subí por no quedar de cagueta delante de Escarlatina ylady Horreur. Para empezar, la conductora era una esqueleta con el pelo largo y rizado que llevabauna corbata roja y fumaba en pipa. No penséis mal, yo no tengo nada en contra de las esqueletas,pero es que esta era una fitipaldi: cuando llegó a la parada, dio semejante frenazo que variostripulantes salieron despedidos a propulsión de sus asientos. Eso por no hablar del asunto delpropio mortibús. No penséis que se trata de un autobús normal, como el que os lleva al cole. ¡Deeso nada! Era un vehículo viejo, medio destartalado. Y por si eso fuera poco, estaba decorado ajuego con la conductora: como un esqueleto. La parte delantera era una calavera gigantesca. Medio la impresión de que me guiñaba un ojo justo cuando se detuvo para recogernos, pero no puedoasegurarlo. Por dentro, el mortibús estaba todavía más escacharrado que por fuera. El timbre paraindicar las paradas eran unas cuerdas sucias que colgaban del techo. Había que darle un par debuenos tirones para que hiciese ruido y la conductora frenase. Los asientos eran de madera y allídentro apestaba a muerto. Normal, por otra parte, teniendo en cuenta que había varios difuntosviajando a bordo del vehículo: un tal Trombosio, que era un señor que había muerto de una cosaque se llama trombosis y que se dedicaba a tocar el trombón en el Inframundo y también en elmortibús. Nos dio bastante la chapa con su instrumento. Desafinaba que daba gusto. Otra de losviajeros era Parálisis, una muerta de avanzada edad, que permanecía quieta como una estatua. ¡Erala única que no se inmutaba con los tremendos frenazos que daba la mortibusera! Y luego habíaotros viajeros con pinta de haber fallecido hace mogollón de años. Escarlatina y yo nos sentamosen la parte de atrás. Ninguno de los pasajeros se sorprendió al encontrarse allí dentro con un niñovivo. Solo la conductora, que al verme entrar dijo toda convencida:

—Vaya, vaya. Mirad lo que tenemos aquí, ¡carne fresca!

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Agarré con fuerza a Dodoto, al que llevaba en mis brazos, y empecé a correr por el pasillo delmortibús para alejarme de la esqueleta todo lo posible.

El viaje fue breve. Aquel vehículo escacharrado se movía muchísimo más rápido de lo quehabía imaginado a simple vista. ¡Era como si volase! Hizo un par de paradas para recoger aCatapún, un señor que acababa de morirse atropellado, y a algún difunto más. El viaje al Más Alláse me hizo muy corto. Supe que habíamos llegado porque atravesamos un portal de hierroimponente. Había un letrero clavado en la tierra que anunciaba en letras grandes: INFRAMUNDO.Si os digo la verdad, no noté nada especial al pasar de un mundo a otro. Pero lo que sí puedoafirmar es que, nada más bajar del mortibús y poner un pie en el Más Allá, me quedé alucinado,flipado, con la boca abierta.

—Bienvenido al Inframundo, Román —me dijo Escarlatina con cierta solemnidad.Nos encontrábamos en un cementerio grandísimo, que estaba sumido en las tinieblas y envuelto

en una niebla espesa que creaba extrañas formas en el aire, como si estuviese viva y jugase ahacer equilibrios. Era imposible distinguir los límites de aquel lugar; parecía infinito, comoinfinita era su oscuridad. Había muertos por todas partes, pero no todos eran como Escarlatina.Con apariencia humana, quiero decir. Algunos tenían una pinta muy rara. En un primer vistazodescubrí a dos gemelos con el cuerpo completamente redondo. Eran como bolas de sebo, y suscabezas tenían forma de corazón. Más tarde pude saber que en vida fueron dos obesos que habíanmuerto de un infarto y se quedaron con esa apariencia para toda su existencia. También habíavarios esqueletos. Todas las personas que fumaban mucho durante sus vidas, se convertían enesqueletos en el Más Allá. Igual que la mortibusera. Eran sacos de huesos sin expresión, ¡ymuchos de aquellos cadáveres llevaban cigarrillos en la boca! Me daban escalofríos sin parar.Pero lo que más me llamó la atención fue un perro con chistera roja que estaba marcandoterritorio. Para entendernos: se dedicaba a mear en todas las tumbas que se encontraba a su paso.Qué queréis que os diga, me pareció una auténtica cochinada. Eso de orinar por todas partes esuna cosa muy fea. Yo tengo un compañero de clase que por no ir al baño se pone a mear en lasparedes y todo el mundo le hace burla. Le llamamos Pedrolo-méalo-todo, pero a él no pareceimportarle demasiado, porque sigue mea por aquí y mea por allá en todos los muros queencuentra. ¡Ni que fuese alérgico a los retretes!

Lady Horreur me explicó que el perro de la chistera había sido un tipo que llevó vida de perro,y por eso tenía esa apariencia tan canina en el Más Allá. No entendí muy bien lo que me quisodecir, pero tampoco profundicé en el asunto. Os cuento todo esto para que os hagáis una idea delos muertos que había allí abajo. Era como una ensalada de estas modernas, que llevan de todo:esqueletos, perros con sombrero, fantasmas que vuelan por el aire alegremente… ¡Una cosa muyloca! Eso sí, se lo estaban pasando pipa. Me imaginé que aquella sería la hora más marchosa,porque los muertos tenían montada una juerga tremenda. Algunos bailaban sobre las tumbas, habíamuchos que pedían de beber en los bares que estaban instalados en los mausoleos y otros dabanpalmas siguiéndole el ritmo a un grupo que tocaba habaneras con guitarras, maracas y otrosinstrumentos. La verdad es que eran unas canciones muy bonitas, con ritmos cubanos a tope dealegres.

—¿Qué están celebrando? —le pregunté a mi amiga.Entonces, lady Horreur salió de su habitual escondite en el interior de la nariz de Escarlatina y

descendió a toda velocidad. ¡No perdía ocasión!

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—Aquí casi todos los días son fiesta. Hoy celebgggran que acaban de ganagggr un niño vivopagggra el Infgggramundo. Los muegggrtos somos muuuuy macabgggros.

Tragué saliva. No había que ser muy listo para comprender que lady Horreur se refería a mí.¡Los muertos estaban convencidos de que yo jamás me iría del Inframundo! Y por eso habíanmontado semejante fiestón. De hecho, cuando se dieron cuenta de que yo andaba por allí,empezaron a hablar en voz baja unos con otros. Yo fingí que no me daba cuenta de nada.

—Me gustaría mucho ver a mi abuelo —le dije a Escarlatina—. ¿Dónde está? ¿Podemos ir abuscarlo?

—Hoy es día de competición. Tu abuelo no anda por aquí.—¿Competición? —pregunté extrañado.No fue necesario decir nada más. Lady Horreur se encargó de explicármelo todo.—Tu abuelo compite en las cagggregggras de coches.—¿Cómo que en las carreras de coches? Pero si le retiraron el carné hace un montón porque

tenía problemas de vista.La araña se mondó de risa con mi argumento.—Eso segggría en tu mundo, Gggromán. Estamos en el Más Allá. Aquí no hay nogggrmas. Tu

abuelo es piloto de cagggregggras. ¡Y de los buenos! Muchos muegggrtos apuestan pogggr él.¿Pero de qué me estaba hablando? ¿El abuelo… piloto de carreras? Cuando estaba vivo, mamá

no paró hasta conseguir que le retirasen el carné. Siempre le llamaba temerario. La verdad es queconducía como un loco. No le importaba ir dando golpes a otros automóviles con los espejosretrovisores o aparcar ocupando dos plazas. El abuelo, en el tema de conducir, iba por libre. ¡Lade veces que mamá se le puso como una hidra! No quería que yo me subiese con él, pero una delas cosas que más nos gustaba a los dos era ir juntos de paseo en coche y tocarles la bocina a lasvecinas que nos caían mal, acelerar en los charcos para salpicarlas y otras travesuras por el estiloque poníamos en práctica a diario. ¡Qué contento tenía que estar ahora que era piloto de carreras!

—Román, creo que lo mejor que podemos hacer ahora es ir a descansar. Mañana nos espera undía muy largo. Tengo que mostrarte los platos que triunfan en el Inframundo y tú no puedes estarsin dormir —me dijo Escarlatina—. Además, si Amanito se entera de que estamos aquí, va ahacer lo imposible por separarnos. Cuanto más tarde lo sepa, mejor.

—¿Y ese quién es? —le pregunté—. Tiene nombre de mexicano.—El cacique —contestó lady Horreur—. Y segugggro que el gggrumogggr de que estás aquí,

con nosotgggras, no tagggrda en llegagggr a sus oídos.—Lo mejor es que no perdamos el tiempo. Venga, tenemos que ir a mi tumba.Cogí a Dodoto en brazos y seguí a Escarlatina y lady Horreur. La tumba de la cocinera era muy

similar a las de los niños que yo solía visitar en el cementerio para entretenerme. Era unasepultura de mármol blanco colocada sobre la tierra, decorada con cruces y con un retrato decuando estaba viva. Era guapísima. Tenía la cara blanca, pero nada que ver con esa piel mortuoriaque lucía ahora, y una sonrisa preciosa. Su melena oscura le caía sobre los hombros en caracolesmuy graciosos y tenía los ojos grandes y claros. Me quedé fascinado con su retrato. Escarlatina,ajena a mis pensamientos, empujó la sepultura deslizándola hacia un lado.

—Adelante —me dijo invitándome a bajar por las escaleras que conducían al interior de aquelmisterioso y siniestro hogar. Era como una boca negra y oscura abierta en la tierra.

Yo no lo dudé. Confiaba en Escarlatina. Apreté muy fuerte a Dodoto contra mi pecho para

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sentirme más seguro, y me precipité al interior de la tierra. Ni en mis mejores sueños imaginabaque iba a vivir una experiencia como aquella.

El hogar de Escarlatina era una cocina habilitada bajo tierra. La cocinera encendió dos ciriospara iluminar un poco aquella estancia, los colocó en dos candelabros y me ofreció uno. Con laescasa luz de las velas pude ver que había una despensa muy grande, repleta de tarritos de cristalcon etiquetas que informaban de su contenido, y también unos fogones donde ella preparaba susplatos. Todo estaba lleno de cazuelas, sartenes, cazos, espumaderas y decenas de utensilios poraquí y por allá. Los humos salían por un tubo grueso que se elevaba hasta el exterior; era unaespecie de chimenea vieja muy oxidada con parches por todas partes. Tenía pinta de que iba aexplotar de un momento a otro. Como podréis imaginar, la cama de Escarlatina no era otra cosaque un ataúd. Estaba separada de la cocina por una cortina toda raída y sucia. No eraprecisamente un cuarto acogedor.

Dodoto saltó de mis brazos y fue a inspeccionar la despensa con bastante interés. Era laprimera vez desde que llegáramos al Inframundo que tomaba la iniciativa.

—¿Y cuándo pensáis darme más detalles del cacique? —les pregunté con cierta impaciencia.Sabía que detrás de aquel muerto con nombre mexicano existía alguna historia interesante queEscarlatina y lady Horreur se estaban reservando.

La cocinera suspiró.—Imaginaba que no tardarías en preguntar por él —me confesó—. Él es el que manda aquí.

Todos lo temen.—¿Y tú? —le pregunté—. ¿Tú también lo temes?Ella me miró desde sus ojos extragrandes y pude percibir una tristeza inmensa flotando en su

interior. Cogí sus huesudas manos con las mías y traté de darle calor. Pero eso no era posible. Elfrío de Escarlatina no era de este mundo.

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Ratatouille(¡Para hacer con la ayuda de un adulto, que hay mucho que cortar!)

Ingredientes:• 2 berenjenas• 1 calabacín• 1 tomate grande• 1 diente de ajo• 1 cebolla• 1 pimiento verde• 1 pimiento rojo• Aceite de oliva• Sal, pimienta y orégano

Utensilios:• Un cuchillo• Una bandeja de horno

¡Manos a la obra!

Cortamos en rebanadas las berenjenas, el calabacín, los pimientos y el tomate. Pelamos la cebolla y la picamos. Picamostambién el ajo (cuanto más fino, mejor). Cogemos la bandeja de horno y la engrasamos ligeramente con aceite de oliva.Colocamos las verduras en capas. Añadimos la sal, el orégano y la pimienta y metemos la bandeja en el horno a 180ºdurante 25 minutos. ¡Listo para zampar!

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Nota de Román: La ratatouille se puede acompañar de pasta y está aún más rica.

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Capítulo 7

LA HISTORIA que se escondía detrás de Amanito me ayudó a comprender la tristeza que envolvíaa Escarlatina. Como ya sabéis, mi amiga cadáver era hija de unos cocineros de fama mundial.Trabajaban en un importante hotel propiedad de ese señor con nombre mexicano. Por lo que mecontó Escarlatina, se trataba de un lugar muy especial en el que se hospedaba gente importante,procedente de diversos países. Lo único negativo en el día a día del hotel era su dueño. Parece serque era un señor bastante malo al que muchos detestaban y también temían. Un auténtico tirano.

—¡Egggra un hombgggre tegggrible! Yo sé histogggrias que te pondgggrían los pelos depunta. Y no vayas a pensagggr que ahogggra que está muegggrto es mejogggr. Se volvió más ymás malo con el paso de los años.

—¿Y no hay forma de echarlo o de que los difuntos os unáis en su contra? —pregunté pensandoen que aquello sería lo más lógico.

—Amanito tiene una serie de privilegios que le concedió el antiguo jefe de este sector —meexplicó Escarlatina—. Lo que has visto ahí arriba solo es una pequeña parte del Inframundo. ElMás Allá es infinito y tiene diferentes áreas. Esta es una zona de paso.

—¿Como una porción de una caja llena de quesitos?—Sí, algo así. Amanito decide quién cambia de sector, quién pasa al siguiente y quién no.

Durante toda mi existencia de muerta no he querido otra cosa que ascender al sector donde estánmis padres. ¡Pero él no me deja! Me tiene aquí prisionera y jamás permitirá que me vaya.

Por fin empecé a comprender a qué se debía la tristeza de Escarlatina. Era como si estuvieseencerrada en una especie de prisión oscura.

—¿Pero qué tiene ese señor mexicano en tu contra?Lady Horreur empezó a frotar sus patas delanteras y tejió una fina tela con una habilidad

asombrosa.—¡No es mexicano! —protestó—. Amanito piensa que los padgggres de Escagggrlatina lo

asesinagggron. Cgggree que es culpa suya que él esté aquí, que haya muegggrto antes de tiempo.Pogggr eso tiene pgggrisionegggra a Escagggrlatina, como venganza.

—Sucedió hace mucho, muchísimo tiempo. Aunque en aquel momento yo ya estaba muerta,recuerdo lo que pasó con toda claridad porque estaba allí presente.

—¡Y yo también! —protestó lady Horreur—. Escagggrlatina se empeñó en que teníamos queviajagggr al Más Acá pogggrque echaba de menos a sus padgggres y quegggría vegggrlos.Tuvimos que pedigggrle a Nicotina que nos llevase hasta allí y convencegggr al muegggrto quemandaba en este sectogggr del Infgggramundo en aquel momento pagggra que nos pegggrmitiesesaligggr. ¡No te imaginas lo insistentes que podemos llegagggr a segggr!

—Era una mañana de otoño. Las hojas de los árboles ya habían empezado a amarillear. Me

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encantaban aquellos colores que adornaban el paisaje. —Escarlatina hablaba con nostalgia ytambién con mucha precisión. Era como si de pronto acabase de viajar en el tiempo, hasta casi dossiglos atrás. Yo la escuchaba fascinado, entre las sombras siniestras que los cirios proyectaban enlas paredes—. Ese día las cocinas estaban trabajando a pleno rendimiento. En el hotel secelebraba un importante banquete, con multitud de personas que habían venido de muchos paísesdistintos. Mamá y la abuela prepararon un menú con tres platos y postre. El entrante era unvariado de setas salvajes, el primero un pescado al limón y el segundo oca rellena. Estaba tododelicioso, los comensales no dejaban de alabar el trabajo de cocina. Todo iba de maravilla.

—¡Hasta que pasó algo malo! —la interrumpí, deseando saber cómo continuaba la historia.—Hasta que el pgggropietagggrio del hotel empezó a encontgggragggrse mal. Se le puso la

cagggra de cologggr azul y luego pegggrdió la consciencia y ya nunca más despegggrtó.—¿Qué fue lo que le pasó? —les pregunté.—Un importante doctor que estaba en el hotel dijo que la muerte había sido provocada por una

seta muy venenosa. Una Amanita phalloides.—¡Aaaaah! ¡Ahora entiendo por qué se llama Amanito!—Amanito culpó del asesinato a los padgggres de Escagggrlatina —explicó Lady Horreur—.

Y pogggr eso se venga de su hija en el Infgggramundo.Por un momento me dio la impresión de que las sombras que los cirios proyectaban en la pared

eran formas monstruosas, con largos dedos puntiagudos. Me dio tanto miedo que tuve que haceresfuerzos para centrarme en Escarlatina y lady Horreur.

—¡Mis padres no lo asesinaron! Jamás harían algo así. Amanito tenía muchos enemigos. Perocomo mamá y la abuela eran las cocineras y papá el maître, él está convencido de que son losresponsables.

—¿Y no puede ser que le hubiesen dado las setas por equivocación? —le pregunté intentandobuscar una explicación lógica, tal y como doña Matracas nos decía siempre en clase.

—Imposible. Solo murió Amanito. Además, mis padres eran expertos en setas. Jamáscometerían un error como ese.

—Pues tenemos que convencerlo de que no fueron ellos los asesinos para que te deje tranquilay puedas salir de este cementerio. No puede ser tan difícil —quise animarla. Pero no era tansencillo.

—Llevo cerca de dos siglos tratando de convencerlo, Román.—No te pongas triste —le pedí—. Vamos a conseguir cocinar ese plato que conquiste a vivos y

muertos y podrás volver a la vida y salir de aquí para siempre.—¡¡¡Eso segggría magggravilloso!!! —exclamó lady Horreur muy contenta. Cogió impulso y

empezó a girar en círculos, aplaudiendo con sus ocho patas.Una luz acababa de iluminar el rostro sin vida de Escarlatina. Era el brillo de la esperanza.

También ella empezó a aplaudir. Me pareció divertidísimo ver a mis dos amigas tan contentas eilusionadas. Una prendida de la nariz de la otra, dando vueltas como si fuese montada en unaatracción de feria. Yo estaba convencido de que íbamos a lograrlo. No podía ser tan difícilcocinar un mismo plato para los muertos y para los vivos... ¿o sí lo era?

Aquella noche Escarlatina me cedió su ataúd para dormir. No tenía camas, así que no me quedóotro remedio que meterme allí dentro. Era el objeto más nuevo que había en el interior de aquellatumba. Estaba forrado de tela blanca y suave y era bastante blando; mucho más cómodo de lo que

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había imaginado. Aun así, tengo que reconocer que me dio bastante repelús meterme dentro. Eramuy tétrico. Me sentí como un vampiro de los que salen en las pelis. Un pequeño vampiro decolmillos afilados que chupa sangre por las noches y vuela por los aires con su capa negra.

—¿Y tú dónde vas a dormir? —le pregunté.—En ninguna parte. Voy a hacer guardia. Temo que Amanito mande a alguno de sus esbirros a

buscarte para separarnos. Estoy segura de que hará todo lo posible para que yo no resucite. Voy acerrar mi féretro a cal y canto y permaneceré atenta toda la noche.

—Pero tú también necesitas dormir.—Gggromán, los muegggrtos no dogggrmimos —me explicó lady Horreur—. Eso que dicen

los vivos de que «ya descansagggrá cuando se muegggra» es una tontería.—Uf, ¡cuánto me queda por aprender!Dodoto estuvo dando vueltas por la vivienda de Escarlatina, olisqueando en cuanto rincón

había, hasta que por fin decidió acostarse a mi lado. Agradecí el calorcito de su pelo negro y desu cuerpo rechoncho.

—¡Por fin me haces caso! —le dije.—¡Miau! —contestó él muy serio.No tengo ni idea de lo que me quiso decir, pero sonó convincente.Acurrucado en el ataúd pensé en mamá. Seguro que a ella también le gustaría volver a ver al

abuelo, aunque solo fuese una vez más. ¡Qué ganas tenía de estar por fin con él! Lo echabamuchísimo de menos. Con estos pensamientos dándome vueltas en la cabeza y con Dodotoronroneando a mis pies, me quedé profundamente dormido.

Me despertó mi gato dándome golpecitos en la cara con una de sus patas. Tan pronto abrí losojos, percibí un extraño olor que no supe identificar. Escarlatina estaba en la cocina preparando eldesayuno. Me estiré y salí del ataúd. Allí estaba mi amiga la mar de atareada, entre tarros decristal y cazuelas hirviendo a toda máquina.

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—¡Buenos días! —dije bastante animado.—¿Qué tal has dormido, Román?—Bastante bien. Tu ataúd no es tan terrible como parece. ¿Qué es eso que estás cocinando?—Ratatouille a mi manera.Me acerqué a la cazuela en donde la cocinera cadáver tenía todo mezclado y observé su

contenido inspirando profundamente por la nariz. Aquello apestaba y tenía pinta de todo menos deratatouille.

—¡Puaj! ¿Pero a qué demonios huele esto, Escarlatina?Su respuesta fue coger un bote grande de cristal rotulado con una etiqueta donde ponía: RATA.

Me lo puso delante de los ojos y tuve que aguantarme para no escupirle de puro asco. Dentro delrecipiente había rabos, patas y hocicos de rata.

—¿Pero qué es esto? ¡Esto no es ratatouille, esto es rata!Ella sonrió, divertida.—Así es como yo hago la ratatouille. Con rata cocinada a fuego lento en su propia salsa.—¡Pero si la ratatouille son verduras!—Román, ya te explicamos que los muertos comemos de forma distinta a los vivos. Además,

mi receta también lleva vegetales. Es ratatouille con carne de rata.Puse cara de no creer ni una sola palabra. ¿Vegetales? ¿Acababa de decir que aquello llevaba

vegetales? En el fondo de aquella cazuela yo solo distinguía un repugnante líquido gris, que hervíaintensamente escupiendo grandes burbujas. Y en el medio de ese líquido, lo único que sediferenciaban eran rabos y patas de largas uñas puntiagudas. Antes de que me diese tiempo areplicar, Escarlatina sacó de otro tarro de vidrio unas verduras podridas llenas de moho verde yazul y algún que otro gusano. Las echó en la cazuela y revolvió con una gran cuchara de madera.Me entraron ganas de vomitar solo de pensar que alguien pudiese zamparse un plato de aquellaasquerosidad.

A medida que avanzaron las horas en el interior de la cocina, entendí en qué consistía la dietade los difuntos. Observé con mucha atención cómo Escarlatina preparaba los platos másnauseabundos que os podáis imaginar. Concentraos por unos minutos. Tratad de pensar en cosasque jamás seríais capaces de meteros en la boca. Pues esas cochinadas repugnantes son las que secomen los muertos. A lo largo de los años, Escarlatina había escrito un libro de recetas querecogía un montón de menús elaborados por ella. Por ejemplo:

• Pastel de hojas de col con babosas maceradas.• Albóndigas de cerebro de murciélago con jarabe de bilis.• Tartar de hígado de mandril salteado con moscas verdes.• Piruleta de lombriz enroscada en espiral con sangre caramelizada.• Consomé de ojos bizcos con crías de víbora.• Filete de culo de mono empanado con crocante de cucaracha y regado con pis de burra.Aunque los comensales estuviesen muertos, no me entraba en la cabeza cómo podían comer

aquellas guarradas. Eran platos tan asquerosamente repugnantes que empecé a temer por mi propiavida. Si no lográbamos cocinar un manjar que fuese la delicia de vivos y muertos, me quedaríapara siempre atrapado en el Inframundo, y no era precisamente un lugar apetecible para instalarsea vivir. Tal vez había arriesgado demasiado al aceptar participar en la misión de Escarlatina. A

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cada minuto que pasaba me parecía más y más difícil encontrar la receta que necesitábamos. Noquise decirle nada a Escarlatina para no preocuparla, pero nuestro futuro era negro. Además, aúnno había visto al abuelo y eso empezaba a preocuparme. ¿Y si todo era mentira y él no estaba allí?¿Y si todo había sido un truco de Escarlatina y lady Horreur para conseguir llevarme hasta el MásAllá? Sí, ya sé que no está bien ir por ahí desconfiando de las personas vivas (o de las muertas),pero no pude evitarlo.

Con aquellas ideas tan feas dándome vueltas en la cabeza con la rapidez de un centrifugadopara manchas difíciles, me fui entristeciendo más y más hasta que me entraron ganas de llorar.

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Flan de chocolate(El postre favorito de Román)

Ingredientes:• 1 paquete de Flan Royal para 8• 250 gr de chocolate especial para postres (escoge el que más te guste, blanco o negro)• 1 litro de nata para montar• 1 puñado de nueces

Utensilios:• Un cazo• Una cuchara• Un molde

¡Manos a la obra!

Aquí un postre de lo más sencillo, pero tan rico que te dejará con la boca abierta. Primero cortamos el chocolate entrozos. Ponemos la nata al fuego e incorporamos el chocolate y el flan. Revolvemos bien hasta que el chocolate estécompletamente deshecho y dejamos que hierva (a fuego medio, o de lo contrario se quemará). En cuanto rompa a hervirlo retiramos del fuego. Vertemos la mezcla en el molde y añadimos las nueces. Metemos en la nevera como mínimocuatro horas. Desmoldamos y… ¡listo para zampar!

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Capítulo 8

EL DÍA avanzó entre bicharracos, cazuelas e ingredientes podridos. Yo soy un niño muy alegre yabierto (eso es algo que suele decirle mi madre a las vecinas y a sus amigas), así que intenté quelos malos pensamientos, gordos como nubarrones oscuros, se disipasen de mi cabeza. Había otrascosas importantes de las que preocuparse. Por ejemplo, del maldito plato con el que teníamos queconseguir resucitar a Escarlatina. En lugar de lamentarnos, era más inteligente ponerse manos a laobra. Además, la verdad es que la cocinera cadáver y lady Horreur eran muy simpáticas. Eradifícil aburrirse con ellas. Estuvimos charlando sobre posibles recetas, pero ninguna nosconvencía. A una hora que no puedo precisar, ya que en el Inframundo es normal perder la nocióndel tiempo, alguien hizo toc-toc en el mármol de la tumba de Escarlatina. Por un momentopensamos que serían los esbirros de Amanito, que venían a por mí. Lady Horreur empezó a gritarcon su particular acento francés y a decir cosas como: «¡Socogggro, ya están aquí los amanitos!»o «¡Llegó la hogggra, vienen a pogggr Gggromán!». Pero nada más lejos de la realidad. Encuanto mi amiga la cocinera cadáver abrió la puerta de su singular casa, sentí que todo se llenabade luz; como por arte de magia.

—¿Dónde está mi nieto?Sería un difunto, pero yo sabría reconocer la voz de mi abuelo aunque llevase muerto una

década entera más un lustro, que son diez años más otros cinco.—¡¡¡Abueloooo!!! ¡¡¡Estoy aquí abajo!!! —contesté más contento que nunca antes en mi vida.

Sentía una felicidad tan grande que tenía ganas de saltar, de tirarme al suelo y hacer la croqueta,de empezar a dar volteretas laterales, una tras otra, hasta quedarme sin fuerzas. En aquel momentofui el niño más feliz del mundo de los vivos y de los muertos.

El abuelo bajó las escaleras con una agilidad sorprendente. Allí estaba él todo chulo, con unacamiseta de cantante de grupo heavy, unos pantalones de pana y su bigote blanco de puntasreviradas. ¡Con aquella ropa parecía un chaval! Nunca lo había visto vestido así, tan moderno.Pero su indumentaria no era lo único que había cambiado en el abuelo. Él, que siempre habíatenido una saludable panza, ahora era un saco de huesos, estaba tan delgado que parecía que encualquier momento pudiese romperse en mil trocitos. Tenía la cara completamente azul, los labiosdel color del vino tinto y sus ojos parecían dos bolas de billar a punto de salir despedidos deaquella cara delgadísima. Tan solo tenía un par de dientes que bailaban la conga en su boca y semovían de adelante para atrás cada vez que hablaba. Antes de que me diese tiempo a darle unabrazo gigante, Dodoto salió del escondite en el que llevaba horas y se lanzó volando a su cuello.Me dio un poco de rabia que se me adelantase.

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—¡Hola, Dodoto! ¡Cuánto tiempo sin verte, minino! —lo saludó el abuelo.—¡Fuera, animal! —lo reñí yo algo enfadado, mientras le daba un trompazo en el culo para que

bajase al suelo—. Yo soy humano, y los humanos tienen preferencia.El abuelo se echó a reír y yo, entre sus brazos esmirriados y esqueléticos, fui realmente feliz.

De pronto, acababa de llenarse ese hueco que se había vaciado en mi interior el día de su muerte.—Qué ganas tenía de verte —le confesé con los ojos llenos de lágrimas—, aunque estás frío

como el hielo del congelador. Qué pena no tener aquí la manta que siempre está a los pies de micama para echártela por encima. Con eso entrarías en calor sí o sí. ¿Sabes? En casa te echamosmucho de menos. Mamá a veces llora por las noches y yo sé que es porque se acuerda de ti y sepone tristísima. —Las palabras me salían a toda velocidad, no podía parar de hablar, como sialguien me hubiese dado cuerda—. La vecina Manola perdió la chaveta y ya no se acuerda ni desus nietos, papá y mamá no tienen trabajo y yo ya no voy a clases de flauta.

—Tranquilo, Román —me dijo con ternura, pasándome sus deditos de cadáver por el pelo—.Yo también os echo muchísimo de menos. Pero aquí me tratan bien y soy feliz en lascompeticiones de bólidos. Tú sabes que yo siempre quise ser piloto de carreras. Mientras elmalvado Amanito decide mi siguiente destino, trato de disfrutar al máximo en este cementerio.Creo que me va a tener aquí mucho tiempo… No le caigo demasiado bien. Siempre le gano lascarreras a sus esbirros. Solo me falta ganar la Gran Carrera. Cuando eso suceda, seré un auténticocampeón.

Al escuchar el nombre del cacique, lady Horreur salió como una chispa del interior de la narizde Escarlatina y empezó a refunfuñar. O, como diría ella, a gggrefunfuñagggr:

—¡Malditos sean Amanito y sus esbigggros! ¡Así se los coman los gusanos pogggr dentgggroy pogggr fuegggra!

Mientras el abuelo y yo nos poníamos al día, Escarlatina preparó una mesa y puso algo depicar. Unos canapés de hígado de tritón y cerebelos de batracio y unos sorbetes de babas decaracol con sangre de mandril viejo. En una palabra, guarrerías.

—¿No tienes algo que yo me pueda comer? —le pregunté—. Mis tripas están haciendo unruido infernal.

—En el Inframundo solo hay alimentos de este tipo —me explicó algo preocupada—. ¡No medi cuenta de avisarte de que trajeses víveres! ¡Pobre, debes de estar hambriento!

Entonces recordé que antes de salir de casa había cogido mi plumífero. Siempre guardaba algoen los bolsillos. Fui registrando todos, uno a uno, y reuní un pequeño botín consistente en unachocolatina derretida y posteriormente solidificada, dos piruletas, tres bombones y un trozo debocadillo de chorizo. Me zampé lo que quedaba de bocata en un abrir y cerrar de ojos y despuéspasé directo a la chocolatina. Sabía que debía racionar las provisiones, ¡pero es que estabarealmente muerto de hambre!

—¿Y por qué no le pedimos a Nicotina que le traiga algo del Más Acá? En alguna de sussalidas seguro que puede coger alguna provisión para el niño —sugirió el abuelo.

—¿Y quién es esa tal Nicotina que mencionáis cada dos por tres? —pregunté yo.—¡La conductogggra del mogggrtibús!Me dieron escalofríos solo de pensar en aquella esqueleta con corbata. Pero si me traía de

comer, mejor que mejor.Con la compañía del abuelo, el tiempo voló. Escarlatina y yo deberíamos estar sorbiéndonos el

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cerebro en la búsqueda de la receta que la resucitaría a ella, y a mí me liberaría del Inframundo.Pero las ganas de estar con él eran tan fuertes que solo quería hablar y hablar, contarle mis cosas,recordar a su lado los momentos tan bonitos que habíamos compartido en el mundo de los vivos.Charlamos de muchas cosas. De nuestros paseos en coche por las calles del barrio, de la ruta delos vinos de los domingos. Me encantaba acompañarlo. Él tomaba albariños y yo refrescos decola y de naranja y cacahuetes. También recordamos aquella ocasión en que nos quisieron echardel cine por meter palomitas dentro del peinado de la señora Ramona. No pudimos resistirnos a latentación. Era como un nido de pájaro gigante. Y claro, le faltaban los huevos, que eran laspalomitas. Se puso como una loca cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando. El acomodadortuvo que alumbrarle la cabeza con su linterna e ir sacándole las palomitas, una por una. Ynosotros, mientras, mondándonos de risa en nuestras butacas. Fue una travesura gloriosa.

Escarlatina y lady Horreur se lo pasaron pipa escuchando nuestras historias. Y yo me sentíarealmente feliz de volver a estar con él. El abuelo era una persona muy especial en mi vida.

—¡Qué divegggrtido! —repetía el arañón una y otra vez mientras aplaudía con sus cuatro patasdelanteras.

—Siento estropear este momento, pero deberíamos ponernos a trabajar —nos interrumpióEscarlatina—. Tenemos que encontrar cuanto antes esa receta que conquiste a vivos y muertos.

—Me imagino que el jurado que valorará si el plato es adecuado serán los Mediomortis —dijoel abuelo, que estaba al tanto de todo—. ¿Están avisados?

—Sí. Antes de la medianoche del tercer día aparecerán para degustar el plato —explicóEscarlatina.

Me sentí algo fuera de lugar. Nadie me había hablado de aquellos Mediomortis.—¿Y puede saberse quiénes son esos? —protesté.—Los Mediomogggrtis son fantasmas. Viven en las casas de los vivos, conviven con ellos y se

dedican a asustagggrlos —dijo lady Horreur tratando de imitarlos, retorciendo su cara en unaexpresión feísima—. Están muegggrtos pegggro, como conviven con los vivos, aquí no sonconsidegggrados muegggrtos completos.

—¿Son espíritus? —pregunté.—Sí, puedes llamarlos así —me confirmó el abuelo—. Algún Mediomortis me ofreció volver

al mundo de los vivos e instalarme en casa de tus padres como fantasma.—¿De verdad? ¿Y por qué no aceptaste? ¡Sería genial convivir contigo de fantasma!—No quería asustaros. Sabía que a ti te haría ilusión, ¿pero imaginas a tu madre conviviendo

con mi fantasma?—¡Se volvería loca! —exclamé después de imaginar a mamá abriendo el armario y al abuelo

saliendo de dentro.Estábamos tan a gusto hablando los cuatro, que cuando llegaron los esbirros de Amanito nos

costó reaccionar. Sabíamos que podía pasar en cualquier momento, Escarlatina y lady Horreurhabían expresado varias veces su temor a que eso sucediese, pero yo no quería pensar cosasmalas. ¡Y menos ahora que había vuelto a reunirme con el abuelo! Lo único que quería era estarcon él hablando de las cosas de antes. Dar juntos un paseo por el Inframundo, parlotear durantehoras, inventar alguna nueva trastada para hacer en el cementerio… Pero las cosas a veces nosalen como nosotros deseamos. De repente todo se tuerce y no hay manera de volver a ponerlo delderecho. Los esbirros irrumpieron en la tumba-casa de Escarlatina sin ni siquiera llamar. Eran

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cinco. Llevaban trajes de rayas blancas y negras y sombreros en forma de setas. Sus ojos eran doscírculos negros sin expresión, y tenían las bocas cosidas con un zurcido bastante chapucero. Nodijeron ni mu. Eran como muñecos que se movían activados por un mecanismo que llevabanescondido en alguna parte. Plantaron encima de la mesa una orden de detención firmada porAmanito y me agarraron por los brazos dispuestos a llevarme con ellos y arrancarme del lado delabuelo y mis amigas.

—¡Quitadle las manos de encima a mi nieto! —les ordenó él, encolerizado, plantándoles carapese a la diferencia numérica.

—¡Esbigggros de pacotilla! ¡Setáceos! ¡Cobagggrdes! —gritaba lady Horreur colgada de lanariz de la cocinera.

—¡No tenéis vergüenza! —les espetó Escarlatina.Pero no hubo nada que pudiesen hacer para disuadirlos. Eran un difunto viejo, una difunta niña

y un arañón contra cinco esbirros. O como los llamaba lady Horreur: cinco setáceos. No necesitéque nadie me explicase de dónde venía aquel apodo, solo había que ver la forma de sussombreros.

De muy malas maneras, me obligaron a subir las escaleras y salir de la tumba de Escarlatina.—¡Iremos a buscarte, Román! —me aseguró el abuelo con la voz rebosante de emoción. Y yo

sabía que lo decía de verdad—. ¡Y de vosotros ya me encargaré! Esto no va a quedar así —lesadvirtió a los esbirros.

—¡Estaré esperándoos! —contesté yo haciéndome el valiente. No quería llorar delante deaquellos setáceos de boca cosida y cuerpos achaparrados.

Me guiaron en silencio por el cementerio. Siniestros harapos de niebla colgaban de todaspartes. Como en la noche de mi llegada, todo estaba sumido en una espesa y escalofrianteoscuridad. Había varios difuntos tomando algo en los mausoleos. Cuando me vieron custodiadopor los cinco setáceos, empezaron a hablar en voz baja. Yo notaba las miradas de los muertossobre mí. Aquel silencio me resultaba muy incómodo. A mí, que soy un chaval bastante hablador,que me encanta estar siempre de palique, una de las cosas que menos me gusta es el silencio. Mepone triste y la tristeza es muy mala. Por eso traté de entablar conversación con ellos, para ver silograba sonsacarles alguna información.

—¿Hacia dónde vamos? —les pregunté. Pero ninguno de ellos contestó—. ¿Adónde melleváis? —insistí. Pero no hubo respuesta—. ¿Estamos yendo junto a Amanito? —pero esta veztampoco contestaron—. ¡Hola! ¿¿Hola?? ¡¡Holaaaaa!!

En vista de que aquellos esbirros se negaban a dirigirme una sola palabra, hice lo que mejor seme da en el mundo: sacarlos de sus casillas.

—¡A ver, amanitos! Que parecéis muñecos. ¿No tenéis lengua? ¿O es que Amanito os hazurcido la boca para no escuchar vuestras tonterías? ¡Eoooooooo!

Como continuaban callados como estatuas y me empujaban hacia lo más profundo de aquelcementerio, sin ni siquiera dedicarme una mirada, yo seguí con mi cháchara.

—Los esbirros de Amanito tienen cara de frijoles, unos muertos aburridos que no muestranemociones —improvisé sobre la marcha, poniéndole ritmo de rap—. ¡Amaniiiito! Yeah, yeah.Yeah, yeah. ¡Amaniiiito! Yeah, yeah. Yeah, yeah. Estos hongos de Inframundo, me horrorizanmogollón, van vestidos como presos, ¡son difuntos del montón!

Imagino que a los setáceos no les hizo ninguna gracia que yo hablase y hablase sin parar. Y

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menos aún que me pusiera a rapear a toda mecha, en medio de aquel cementerio, riéndome deellos. Y quizás por eso, uno de los esbirros hizo algo que me dejó asombrado y sin poder hacerotra cosa que pestañear mirando para él con cara de papanatas. De repente, tiró del zurcido de suboca con dos dedos liberando sus labios cosidos, y se manifestó:

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—¡Cállate de una vez, badulaque! Como vuelvas a abrir a boca, te la coso con este cordel —me advirtió poniéndome delante de los ojos el cordón que acababa de sacar de su propia boca.

A continuación, sacó del bolsillo una aguja, la enhebró y volvió a coserse los labios delante demí. No os imagináis la grima que da ver a alguien (aunque sea un difunto) hacerse un zurcido en laboca. Me dio mucho miedo. Tanto, que no volví a hablar. Me limité a caminar por donde ellos meordenaban, sintiendo que todo se volvía cada vez más y más oscuro y que la niebla crecía pormomentos. También mi interior se llenó de sombra, como si mi propia luz se estuvieseextinguiendo.

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Piruletas de chocolate

Ingredientes:• 250 gr de chocolate negro especial para postres• Decoración: fideos de colores, bolitas de chocolate, Lacasitos machacados… Lo que más os guste

Utensilios:• Un cazo• Una cuchara• Dos hojas secas de papel vegetal• Palitos para brochetas

¡Manos a la obra!

Lo primero que tienes que hacer es fundir el chocolate. Cuando lo tengaslisto, estira una hoja de papel vegetal sobre la mesa de la cocina u otrasuperficie plana sobre la que te resulte fácil trabajar. Coloca varios puñados de fideos de colores, bolitas o cualquier otrotipo de decoración que hayas escogido (ojo: hay que dejar espacio suficiente entre puñado y puñado, no vayas a montarunas a caballo de las otras). Coloca una cucharada de chocolate sobre cada uno de los puñados y añade más decoración porencima. Clava los palitos para brochetas aprovechando que el chocolate aún no está frío. Ahora solo queda darle forma depiruletas. Para eso debes colocar la otra hoja de papel vegetal por encima y hacer presión ligeramente. Dejas que enfríende todo y… ¡a zampar!

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Capítulo 9

EL LUGAR donde vivía Amanito, y también su centro de operaciones, era un enorme mausoleotétrico y frío como la mismísima muerte. Yo no quería entrar. Tenía la sensación de que si ponía unsolo pie en aquel lugar, todo se torcería. De hecho, frené la marcha negándome a avanzar un pasomás. Pero los cinco setáceos se encargaron de empujarme con sus huesudas manos al interior deaquel sitio tan aterrador.

En el interior me sacudieron varios escalofríos. De pie, en medio de una estancia lóbrega,había varios féretros muy antiguos. De las paredes colgaban telarañas grandes como sábanas,repletas de polvo y suciedad. Por el suelo correteaban ratas, cucarachas y otros bichos. Y en elcentro estaba Amanito, un ser deforme. Era gigante, me pareció que medía bastante más de dosmetros. Tenía una chepa exagerada que se inflaba en su espalda como el fuelle de una gaita,haciéndolo parecer más grande de lo que ya era. Su cara era de color violeta, con una narizprominente y ganchuda y una enorme papada de apariencia blanda, toda arrugada y llena de setas yhongos que brotaban con total libertad. Parecía como si la piel del cacique fuese un bosquehúmedo y bravo donde aquellos hongos crecían por todas partes. Sus brazos largos y delgadoscomo serpientes terminaban en dos manos también infestadas de hongos y setas de distintostamaños. ¡Daba asquito verlo! Seguro que también tenía setas entre los dedos de los pies y detrásde las rodillas. Pero su cuerpo no fue lo que más me asustó. Lo que verdaderamente me hizotemblar como una vara fue la sombra que proyectaba en la pared. Tenía vida propia. Eramonstruosa, con dedos picudos y una enorme boca con dientes también terminados en punta. Eracomo estar viendo una peli de terror en blanco y negro.

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Amanito soltó una carcajada que le salió de lo más profundo, rebotando contra las paredes delmausoleo. Era mucho peor de lo que yo me había imaginado.

—Bienvenido, humano —me dijo acercándose con parsimonia.Llevaba una túnica azul con ribetes dorados de mangas exageradamente anchas. Vestía como un

marajá de la India. Solo le faltaba el turbante. No penséis que tengo algo en contra de los marajás,pero a Amanito aquella ropa le sentaba fatal. Estaba bastante ridículo.

—Ahora eres mi prisionero —me dijo en tono amenazador.Entonces me di cuenta de que Amanito era el único difunto gordo. Todos los demás habitantes

del Inframundo eran delgadísimos, estaban consumidos. Pero Amanito no. Amanito estaba infladocomo una morcilla, una butifarra o un chorizo de cebolla de los que mamá le echa al cocido losdomingos de invierno.

No os vayáis a pensar que me quedé callado ante las palabras del cacique con nombre demexicano. Aunque me diese un miedo terrorífico, yo le contesté todo acelerado, como siempre.Vale, confieso que me tembló un pelín la voz y que me salió en un tono bastante más bajo de lohabitual. Pero le respondí, y eso es lo que de verdad importa.

—¿Se puede saber qué he hecho yo para que me secuestres?—¡Entrar en mis dominios sin permiso! —rugió soltando espumarajos en todas las direcciones.

Menos mal que no me salpicó la cara. Eso no podría tolerarlo de ninguna manera. Doña Matracasa veces también escupe cuando habla y tenemos que esquivar sus proyectiles—. Yo soy el amo deeste sector del Inframundo —continuó Amanito—. Nadie entra o sale sin que yo lo controle, y túvas a quedarte aquí hasta que sea la medianoche del tercer día. Entonces serás un difunto más, yyo, tu rey.

¿Rey? Casi me desparramo de la risa. ¿Aquella seta inflada y con chepa de verdad seconsideraba un rey?

—Lo que pasa es que eres un cobarde —le solté sin pensarlo dos veces. Sabía que aquelcomentario podía salirme carísimo, pero tenía que plantarle cara.

—¡Cómo te atreves! ¡Yo no le temo a nada!Al percibir que Amanito subía el tono de voz, los cinco setáceos me rodearon con sus

expresiones vacías y las bocas cosidas, esperando las instrucciones de su jefe.—¿Entonces por qué no me liberas para que intente cocinar el plato que podría devolverle la

vida a Escarlatina?—¡Escarlatina está pagando una deuda de sus padres! —me gritó—. Y es muy probable que

ella también haya tenido algo que ver en aquel asunto. —Me llamo la atención que se refiriese asu propia muerte como «asunto»—. Además, jamás lograríais superar esa prueba.

—Si estás tan seguro, déjanos intentarlo —repliqué pensando que tal vez tenía una oportunidadde hacerlo entrar en razón.

—¡SILENCIO! ¡Se acabó el parloteo! Amanitos, llevad a este mocoso al féretro de losprisioneros. Te quedarás ahí hasta que seas un cadáver. Luego ya decidiré qué demonios hagocontigo.

Me metieron dentro de una tumba donde hacía mucho frío y casi sin luz. ¡Menos mal que teníami plumífero! Así podría ponérmelo por encima y usarlo como si fuese una manta. Además,siempre llevaba guardada una pequeña linterna dentro de uno de mis bolsillos secretos. En aquelmomento me vendría de maravilla para pasar menos miedo.

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Los minutos avanzaron muy lentos en la soledad del féretro. Yo quería pensar que el abuelo yEscarlatina buscarían la forma de rescatarme, que no iban a consentir que Amanito me tuvieseprisionero hasta la hora de mi muerte. Que en el momento menos pensado aparecerían yvolveríamos a estar todos juntos. Podría cocinarles mis postres favoritos: un flan de chocolate ynueces, unas piruletas, una cookie gigante... ¡Lo que ellos quisieran! Y en el caso de que no lesgustasen al estilo humano, me podría atrever a añadir a mis recetas algún complemento delInframundo. Gusanitos, patitas de murciélago o algo así. Lo que fuese, con tal de salir de aquellugar y volver con Escarlatina, el abuelo y lady Horreur.

Pero el tiempo pasaba y el silencio de la tumba me fue contagiando una extraña sensación devacío. Para evitar ponerme todavía más triste, empecé a hablar solo. Conversé conmigo mismosobre la dieta de los difuntos. Hay quien dice que hablar solo es de locos y de viejos. Yo lo hago aveces, cuando me aburro, y no estoy loco.

—Escarlatina es muy buena en la cocina, tiene mucha mano. Se maneja con rapidez y está muysegura de lo que hace. ¡Pero esos platos que prepara son horribobundos! ¿Piruletas de lombrizenroscada en espiral? ¿Sopa de ojos bizcos? ¡Puaj, puaj y tres veces puaj! Ningún humano seríacapaz de meterse esas guarrerías en la boca. Solo de pensarlo se me revuelven las tripas. Y no dehambre, precisamente. Ella y lady Horreur tenían razón. No es tan fácil encontrar un plato quepuedan comerse los vivos y los muertos. ¡Los difuntos son unos cochinos!

Estuve así mogollón de tiempo, yo solo. Seguí con mi cháchara para entretenerme y que eltiempo pasase más rápido.

—Los humanos también comemos platos que dan algo de asco —reflexioné—. Por ejemplo, elbacalao cocido. ¡Agggg! No hay quien se lo coma. Pero es un pescado blanquito y limpio. Losmuertos jamás accederían a probar el bacalao. Ese plato no sirve para la resurrección de miamiga Escarlatina, tiene que ser otra cosa. ¡Las ostras! —dije mientras continuaba devanándomelos sesos—. Son blandas y viscosas y saben fatal. Pero tampoco me parecen lo bastanterepugnantes como para que los difuntos osen meterles el diente. ¡El brócoli! Huele que apesta ysabe a huevos podridos. Pero no creo que los muertos piensen como yo. Como mucho, secomerían los gusanos del brócoli.

Empecé a venirme un poco abajo. Por más que me esforzaba, no encontraba un plato quegustase a vivos y muertos. Era mejor que me fuese haciendo a la idea de que me iba a quedar enaquel cementerio para siempre. Por lo menos estaban el abuelo, Escarlatina y lady Horreur. Conellos no me sentiría solo. Sería un muerto, pero un muerto acompañado. Aunque no podría ver amamá y a papá nunca jamás. Ni siquiera para despedirme. Pensé en momentos bonitos junto aellos y no pude evitarlo: empecé a llorar. Primero despacio, con cierta vergüenza. Pero después,como nadie podía escucharme y cada vez estaba más y más triste, a toda pastilla. Yo lo único quequería era un curso de cocina para cumplir mi sueño de ser chef. ¿Cómo es que de repente estabametido en semejante lío? Yo era solo un niño, y los niños no estamos preparados para morir, nipara ir de visita al Inframundo, ni para resucitar a nadie. Ni siquiera a una cocinera tan especialcomo Escarlatina.

Me enredé en mi propia tristeza. Me sentía el niño más desgraciado del mundo. Mientras mesorbía los mocos y me secaba las lágrimas con la manga del jersey, recordé algo que solíadecirme mamá cuando yo me negaba a probar un alimento nuevo:

—No te fíes del aspecto. ¡Pruébalo! Hay muchas cosas que son feas y están ricas.

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Mamá tenía toda la razón. Es verdad. Existen mogollón de alimentos que, aunque sean muyfeos, están realmente buenos. Como el pulpo, con esos tentáculos rojos repletos de ventosas. Esuna criatura espantosa, parece sacada de una peli futurista, pero está riquísimo. Lo mismo pasacon los centollos: aparentemente terribles, hasta se parecen un poco a lady Horreur, con aquellaspatas peludas, pero están buenísimos una vez que los comes. O los mejillones… ¡los mejillones!De pronto, en un ataque de inteligencia, una idea prendió la luz en el interior de aquel féretro.

—¡Ya lo tengo! —grité muy emocionado—. ¡¡¡¡Sí, sí, sí!!!! ¡Ya lo tengo! Hay que engañar a losmuertos. ¿Pero cómo no se me ocurrió antes? Mira que soy papanatas.

Me entraron ganas de darme con la cabeza contra la pared. La solución estaba ahí desde elprincipio, al alcance de la mano, y yo no había conseguido encontrarla... hasta ahora. Me puse depie de un salto y me concentré a máxima potencia en aquella idea. El plan era sencillo, pero podíafuncionar. Se trataba simplemente de darles de comer a los muertos una cosa y hacerles creer queestaban comiendo otra. Los difuntos jamás accederían a probar un plato de humanos. Pero ¿y sifuese un plato de humanos que parece un plato de difuntos?

—¡Los mejillones! —repetía yo sin parar—. ¡Ese es el plato más repugnante de la Tierra!Efectivamente, yo odiaba los mejillones desde que una vez, cuando era pequeño, me había

dado por diseccionar uno. ¿Lo habéis hecho alguna vez? No os lo recomiendo, pero si tenéismucha curiosidad podéis probar. Yo, después de abrir uno de adelante atrás con un cuchillo depunta, estuve sin poder comerlos durante muchos meses. Son realmente repugnantes. Tienen unamata de pelos incrustada en un lateral, unas cosas que son como los volantes de un vestido desevillana y se llaman branquias, una especie de gusano negro brillante que parece una cría debabosa, y una parte verde y abultada que parece un trozo podrido y lleno de moho.

El plan consistía en cambiarles el nombre, eso era fundamental para que funcionase, ydisfrazarlos de otra cosa. Los muertos jamás querrían comer mejillones.

—¡Pero qué fácil! Abrimos los mejillones, les quitamos los pelos, los gusanos, los volantes desevillana y el bulto verde. Trituramos la vianda naranja, la mezclamos con el resto y con todo esohacemos una empanada. Solo hay que buscarle un nombre feo, de comida de muerto —pensaba yoen alto, hecho un manojo de nervios.

Probé varios nombres. Los repetí en voz alta para ver qué tal sonaban, pero no me acababan deconvencer. Hasta que me salió uno que solté de carrerilla. Aquel nombre era perfecto:

—¡Empanada de pelos con crías de babosa, espuma de moho y salsa de páncreas!Ya lo tenía. Estaba seguro de que cualquier muerto, sin saber lo que se estaba metiendo en la

boca, estaría encantado con aquel plato. Era tan repugnante como cualquiera de los que ellosestaban acostumbrados a comer. ¡Y riquísimo! No tenía nada que envidiarle a la sopa de ojosbizcos o a las piruletas de lombriz enroscada.

—Ahora solo falta que alguien me saque de este agujero —suspiré.Sentado en el suelo, me rodeé las piernas con los brazos, apoyé la cabeza sobre las rodillas y

me quedé dormido pensando en mamá y papá. Soñé que estaba en la cocina de mi casa, junto aEscarlatina. Los dos estábamos emocionados haciendo piruletas de chocolate. MientrasEscarlatina derretía unas onzas en un cazo, yo echaba puñados de fideos de colores sobre el papelvegetal. El aroma del chocolate fundido se me metió por la nariz. Cerré los ojos e inspiré muyprofundo. Ya no estábamos en la cocina. Las imágenes cambiaban a toda velocidad, como solocambian en los sueños. Escarlatina y yo viajábamos en barca, navegábamos sobre un caudaloso

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río de chocolate con leche. El patrón de la barca era un Umpa Lumpa. ¿Un Umpa Lumpa?¡Guaaaaau! Aquello no era posible… ¿o sí? ¡Nos encontrábamos en el interior de la fábrica dechocolate de Willy Wonka! ¡Y allí estaban los pigmeos de Lumpalandia! Empezaron a cantar unade sus divertidas canciones. Escarlatina y yo empezamos a dar palmas para acompañarlos. Quéfelices éramos los dos juntos, a bordo de aquella barca. Lady Horreur salió lanzada de la nariz dela cocinera para exigirle al Umpa Lumpa que nos llevase junto a Willy Wonka. Se moría porprobar una de sus famosas golosinas de chocolate. Él le dijo que sí con su habitual saludo,cruzando los brazos por delante de la cara. Lady Horreur se tomó aquel gesto como una ofensa yempezó a chillarle con su acento francés, pegando gritos estridentes. Le llamó faltón, tritón yatolondrado. Escarlatina y yo nos mondamos de risa. Hasta que lady Horreur se abalanzó sobre lacara del Umpa Lumpa y empezó a tejer alrededor de su cabeza una tela de araña. La cocinera lepidió a gritos que parase, pero lady Horreur seguía moviendo sus patas a toda velocidad, tejiendosin parar. En ese momento empecé a escuchar unas voces a lo lejos. Me llamaban con insistencia.Repetían mi nombre sin parar. Y, por fin, me desperté. Me pareció distinguir la voz del abuelo y lade Escarlatina. Me puse de pie y empecé a vociferar:

—¡Estoy aquííííí! ¡¡¡Aquí abajo, abuelo!!! ¡¡¡Escarlatina!!! ¡¡¡Lady Horreur!!! ¡Venid a por mí!Pero por más que gritaba, no había respuesta. Supuse que no podían escucharme y cambié de

táctica: afiné el oído para intentar coger algo de la conversación, pero solo conseguía entenderpalabras sueltas como nieto, cocinar, carrera, malvado o cochinada. Yo estaba seguro de queconseguirían sacarme de allí abajo. El abuelo era un hombre listísimo y Escarlatina mi mejoramiga. No iban a permitir que pasase en el interior de aquella prisión ni un segundo más. Y asífue: minutos después, se abrió el féretro donde me habían metido y Amanito me mandó salir demuy malas maneras. Subí las escaleras rápido como una centella. Allí arriba estaban el abuelo,Escarlatina, lady Horreur, Amanito y los cinco setáceos de bocas cosidas.

—De momento, eres libre —me informó Amanito—. Puedes marcharte. Pero no te hagasilusiones —me advirtió con una sonrisa malévola—. Tu alegría durará poco.

Yo corrí junto al abuelo y me eché en sus brazos. Me rodeó con frialdad cadavérica, perotambién con ternura.

—Ya pasó todo, Román —quiso tranquilizarme—. Larguémonos de aquí, que huele a setapodrida.

—¡Más te vale ser puntual! —le soltó Amanito—. Esta medianoche, en el punto de salida.—¡Vais a mogggrdegggr el polvo! —les gritó lady Horreur colgada de la nariz de Escarlatina.Salimos del mausoleo de Amanito. Como no entendía nada, empecé a preguntar qué era lo que

estaba pasando.—Tu abuelo es un genio —afirmó Escarlatina.Eso no era nada nuevo. Yo ya lo sabía.—Acaba de gggretagggr al mismísimo Amanito! —comentó lady Horreur emocionadísima.—¿Retarlo a qué? ¿Abuelo, qué está pasando?—¡Tu abuelo va a competir contra Amanito en una carrera de bólidos! —me explicó

Escarlatina—. Pero no pienses que se trata de una carrera cualquiera. Es la Gran Carrera, lacarrera de carreras. Un acontecimiento en el Inframundo de dimensiones estratosféricas. Siganamos, seremos libres para cocinar el plato que nos liberará del Inframundo. Y tu abuelo por finconseguirá ser un auténtico campeón. Solo le falta ganarle a Amanito para coronarse campeón de

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campeones.La pregunta que hice a continuación tuve que pensarla bien. Le tenía mucho miedo a la

respuesta, pero necesitaba saber.—¿Y si perdemos? —pregunté con cierto temor.—¡No vamos a perder! —me riñó el abuelo—. Yo no pierdo jamás.—Pero ¿y si pasa, abuelo? ¿Y si por el motivo que sea perdemos? Imagínate que se te pincha

una rueda. ¡O que se escacharra el motor de tu coche!El abuelo se agachó delante de mí, me cogió las manos y me miró fijamente con sus ojos

tamaño XL.—Si perdemos, tendré que zurcirme la boca y unirme a los esbirros de Amanito. Pasaré a ser

un setáceo —me explicó hablando muy serio—. Pero eso no va a pasar. Voy a ganar esa carrera, ytú y Escarlatina podréis cocinar por fin ese maldito plato. Vosotros seréis libres y yo conseguiré eltítulo de campeón absoluto del Inframundo.

Solo de pensar en que el abuelo tuviese que zurcirse la boca y ponerse al servicio de aquellaseta chepuda me ponía enfermo. Sería terrible que tuviese que pasar toda su existencia en elInframundo junto a aquel ser malvado y deforme. El abuelo arriesgaba demasiado en aquellacarrera.

—Lo que tenemos que hacer ahora es centrarnos en cocinar —intervino mi amiga Escarlatina—. Estoy muy preocupada. No quiero ser pesimista, pero falta muy poco tiempo y todavía notenemos ni idea del plato que puede salvarnos del Inframundo.

—Ahí te equivocas —le dije todo contento—. Yo ya tengo el plato.El abuelo, Escarlatina y lady Horreur me observaron con nerviosismo. En un abrir y cerrar de

ojos les expliqué mi idea de la empanada de mejillones con todo detalle y se pusieroncontentísimos. ¡Les pareció fantástica!

—¡Eres un pequeño genio! —exclamó el abuelo con sus enormes ojos encendidos de alegría—. Tienes a quien salir. Venga, no perdamos tempo. Hay que encargarle a Nicotina que traiga delmundo de los vivos los ingredientes para hacer la empanada.

—¡Amasagggr, amasagggr, amasagggr! —repetía lady Horreur moviendo sus ocho patascomo si estuviese trabajando la masa de la empanada.

—Abuelo, tengo que pedirte algo —le dije mientras le tiraba de una manga de su cazadora decuero—. Quiero participar en la carrera. Ir contigo de copiloto. Sé que me vas a decir que espeligroso, pero tal vez esta sea la última vez que estemos juntos. Quiero ir contigo.

Si no fuese porque los muertos no lloran, juraría que al abuelo se le escaparon un par delágrimas de sus ojos XL.

—En efecto, es muy peligroso. ¡Y si tu madre llegase a enterarse, me echaría el rapapolvos delmilenio! Pero, si te soy sincero, no hay nada que me apetezca más que volver a subirme a un cochecontigo, hijo.

Y con esas palabras enredándose entre los harapos de niebla que infestaban el cementerio, elabuelo, nuestras amigas y yo emprendimos la marcha, convencidos de que todo saldría bien.

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Muffins de arándanos rellenos de yogur

Ingredientes:• 1 huevo• 250 gr de harina de trigo• 125 gr de yogur griego• 125 gr de queso cremoso, tipo Philadelphia• 100 gr de azúcar• 100 ml de aceite de girasol• 85 gr de arándanos deshidratados• 1 sobre de levadura

Utensilios:• Dos cuencos• Moldes para muffins• Una espátula

¡Manos a la obra!

Ponemos el horno a 180º para que vaya cogiendo temperatura. Con la espátula mezclamos en un cuenco el yogur, elqueso, el azúcar, el aceite y el huevo. En otro cuenco mezclamos la harina con la levadura y los arándanos. Incorporamosla mezcla líquida a la seca y removemos hasta que todos los ingredientes están bien mezclados (truco de chef: en este casono debemos darle demasiadas vueltas a la mezcla. Cuantas menos vueltas, más esponjosos quedarán).

Vertemos la masa en los moldes y los metemos en el horno a 180º, hasta que estén ligeramente dorados por encima.

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Dejamos enfriar y... ¡listos para zampar!

Nota de Román: Los muffins admiten relleno. Yo mezclo un yogur griego con dos cucharadas de azúcar glas. Cuando losmuffins ya llevan un tiempo fuera del horno y están fríos, con el rabo de una cuchara hago dos agujeritos en cada uno.Echo la mezcla del relleno en una manga pastelera, introduzco la punta de la manga en los agujeros que acabo de hacer ylos relleno con la mezcla. Prueba a hacerlo tú, verás qué ricos.

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Capítulo 10

MIENTRAS Nicotina viajaba en su mortibús hacia el Más Acá en busca de los ingredientes quenecesitábamos para hacer la empanada de mejillones, nosotros hicimos una visita al garaje en elque el abuelo guardaba su bólido. Le hacía falta una pequeña puesta a punto antes de la carrera yno teníamos mucho tiempo. Yo me moría de ganas de ver el coche. Cuando estaba vivo, si habíaalgo que de verdad le gustaba, eran los coches. Le encantaba ir a las exposiciones de automóviles.Yo lo había acompañado más de una vez. Y, también más de una vez, los dos juntos habíamossoñado con poder conducir un deportivo de aquellos que brillaban como estrellas, y pasear porlas calles del barrio tocando la bocina a todo trapo.

El garaje donde guardaba el bólido era un mausoleo a medio derruir. Solo tenía techo y cuatrocolumnas que lo sujetaban. Y allí, cubierto con una sábana, descansaba su vehículo de tres ruedas.

—¡Román, te presento a F85! —anunció mientras lo destapaba con energía.Me quedé asombrado. Yo me esperaba un coche de los de toda la vida. No sé, un escarabajo,

un deportivo, un cuatro por cuatro, un convertible... ¡lo que fuese! Todo menos aquello que teníadelante.

—Pero... abuelo. Esto no es un coche. ¡Esto es una avioneta!—¡Incorrecto! Nada de avioneta. Es un caza F85 de la Segunda Guerra Mundial. Se

construyeron tan solo dos prototipos. ¡Y aquí tienes uno de ellos, adaptado para correr sobre lascarreteras del Inframundo!

No había que ser muy listo para darse cuenta de que estaba orgulloso de aquel coche-avión.Era plateado, y tenía forma de huevo, con una cabina de cristal con espacio para piloto y copiloto,asientos de cuero, dos alas de forma rectangular y un símbolo con una estrella dibujada a cadalado del casco. ¡Molaba muchísimo!

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—¡Qué pasada! ¿Y esto corre mucho?—¡Pogggr supuesto que cogggrre! —exclamó lady Horreur—. Tu abuelo ha ganado un montón

de cagggrregggras. Muchos muegggrtos apuestan pogggr él en las cagggrregggras ilegales. Coneste apagggrato es casi invencible.

—Solo le falta vencer a un corredor —añadió Escarlatina. Y supe con certeza que se estabarefiriendo a Amanito.

—¿Y qué coche tiene él? ¿Nunca habéis competido uno contra el otro? ¿Cuánto da tu F85?¿Qué normas hay en la carrera? —empecé a preguntar como una metralleta, a medida que lasdudas nacían en el interior de mi cabeza.

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—Tranquilo, Román. ¡Poco a poco! Amanito es un gran piloto y tiene un vehículo de lo mejor:un Hummer que se pone a dos ruedas en las curvas cerradas. Es una máquina fabulosa. Jamáshemos competido uno contra otro porque Amanito solo participa en carreras de exhibición. Hacemás de sesenta años que no se organiza la Gran Carrera. Por fin ha llegado mi oportunidad.

—¡Amanito tiene un Hummer! ¡Guau! ¡Flipo!Siempre me había fascinado aquel coche. Es como un tanque gigante. En mi álbum de cromos

de automóviles, lo más difícil de conseguir era el Hummer. Yo lo tenía, pero a base de gastar granparte de los ahorros de mi hucha comprando sobres en el quiosco de la señora Flora.

—No te creas que mi F85 tiene nada que envidiarle. ¡Espera a verlo en acción!El abuelo estuvo un par de horas trabajando en el motor de su coche-avión. Revisó niveles de

aceite, apretó unos tornillos, aflojó otros... Era un auténtico profesional de la mecánica. A medidaque pasaba el tiempo yo iba poniéndome más nervioso. Teníamos que ganar la carrera o de locontrario el abuelo pasaría a ser un setáceo de boca zurcida. Antes de la competiciónnecesitábamos descansar. O por lo menos yo, que ya empezaba a notar los efectos del cansancio.Y después había que esperar a que Nicotina trajese los ingredientes que le habíamos encargado,diseccionar docenas y docenas de mejillones y preparar la empanada. Nos jugábamos mucho enaquella receta. Nada más y nada menos que nuestras vidas.

Mientras el abuelo se peleaba con la llave inglesa, los destornilladores planos, los de estrellay los alicates, Escarlatina y yo estuvimos hablando un montón de tiempo sobre cosas de chefs. Meconfesó que lo que más le gustaba de la cocina era la repostería. Como a mí, que soy un goloso decampeonato.

—Casi todas mis recetas de postres tienen como base insectos y otros bichos —me explicó—.Piruletas de lombriz enroscada, caramelos de vísceras de artrópodos, pica-pica con chupa chupde caracol... Este es mi favorito. Es muy fácil. Trinchas el caracol con el palo de una brocheta y lopasas por la sartén untado en miel.

—¿Y el pica-pica? ¿Cómo lo haces?—Es una mezcla a base de ortigas y de hígado de lagarto.De tanto hablar de bichejos y de cosas pútridas, cada vez me daban menos asco. Ya me estaba

acostumbrando a la dieta de los difuntos.—Pues los postres que hago yo tienen como base el chocolate —le conté—. Brownie, flan de

chocolate, piruletas de chocolate, cookies XL con chips de chocolate... Me encanta. Me podríaalimentar solo de chocolate. Aún no he elaborado mi propio libro de recetas, pero tan prontoregrese al mundo de los vivos va a ser lo primero que haga. Escribiré un libro como el que tienestú, con mis recetas preferidas. Y casi todas serán de chocolate.

—Eso es fundamental. Todos los grandes chefs tienen un libro.Me quedé con aquella frase dándome vueltas en la cabeza hasta que llegó la hora de

marcharnos.La carrera generó mucha expectación en el cementerio. Se juntaron alrededor del punto de

salida más de doscientos difuntos que animaban a Amanito con todas sus fuerzas. Llevabanbufandas con el nombre del cacique, pancartas y cornetas. Las únicas que repetían el nombre delabuelo y el mío eran Escarlatina y lady Horreur. Pero era imposible escucharlas. Sus voces eranengullidas por la masa que gritaba y silbaba fervorosamente. Le pedí al abuelo que me diese unosminutos y fui a su lado. Estaba seguro de que les haría ilusión.

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—¡Deseadme suerte, amigas! —les dije.—Que tengáis mucha suegggrte —comentó lady Horreur mientras giraba sobre sí misma

aplaudiendo con sus ocho patas.Escarlatina le dio una colleja y la obligó a meterse dentro de su nariz. Quería estar a solas

conmigo.—¡Con que me pidiegggras que me magggrchagggra egggra suficiente, que no soy tonta! —

protestó lady Horreur desde el interior de la nariz de la cocinera difunta. Su voz sonó como un ecolejano.

—Román, esta carrera es mucho más peligrosa de lo que crees. Amanito no tendrá piedad —me explicó Escarlatina con un brillo de preocupación en sus enormes ojos—. Tu abuelo no letiene miedo a nada y eso puede ser un problema. Tu vida está en juego.

Le sonreí para quitarle importancia y que se tranquilizase.—Todo va a ir de maravilla. Ganaremos la carrera, haremos una empanada que hará que los

muertos se chupen los dedos y tú podrás volver a la vida. Convenceré a mis padres para que teadopten y después montaremos un restaurante en el centro de la ciudad. ¡El primer restaurantedirigido por niños! «La cocina de Escarlatina». ¿A que suena de miedo?

—¡Suena mejogggr «La cocina de Escagggrlatina y lady Hogggrreugggr»! —gritó lady desdesu escondrijo.

La cocinera puso los ojos en blanco como queriendo decirme «Qué paciencia hay que tener conesta araña» y después me cogió de las manos.

—Id con mucho cuidado. Tenéis que ganar la carrera más importante del Inframundo, y paraeso necesitáis un amuleto. Todos los pilotos y copilotos llevan un amuleto en las carreras. —Escarlatina parecía saber muchas cosas de la vida.

—Pues yo no tengo ningún amuleto —me lamenté—. ¿Qué puedo llevar?La cocinera sonrió.—Pues ya que estás en el Inframundo, tendrá que ser un amuleto propio de aquí.Y sin más, echó mano a uno de sus ojos y empezó a desenroscárselo. Mientras le daba vueltas

chirriaba igual que una puerta cuando le falta aceite en las bisagras: ñi-ñi-ñi-ñi... Y de repentehizo ¡ploc! El mismo ruido que una botella cuando le sacamos el corcho. Me lo tendió condulzura.

—Aquí tienes tu amuleto. Te dará suerte, estoy segura —dijo al tiempo que colocaba el ojo enla palma de mi mano.

Estaba congelado. Lo guardé en el bolsillo de mi pantalón y miré el agujero negro que habíaquedado donde antes estaba su ojo.

—Hay que ponerte un parche. Así serás una cocinera pirata, la niña muerta más molona de todoel Inframundo.

Nada más decir esto me plantó un beso en una mejilla. Fue un beso frío, de difunta. Un beso deflores de nicho, de cruces, de mármol y paños de encaje. Pero yo me sonrojé igualmente. Meimaginé a mí mismo con la cara de color rojo tomate frito y sentí que me ponía aún más colorado.

Regresé con el abuelo, que estaba pisando gas a fondo para calentar motores. En el punto desalida el ruido era terrible. Los difuntos coreaban como descosidos el nombre de Amanito. Habíaofrecido privilegios a aquellos que apostasen por él, por eso tenía tantos fans. Cuando vi suHummer me quedé anonadado: era un vehículo imponente de ruedas gigantescas y llantas

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brillantes. Toda la parte delantera y los laterales de la carrocería negra estaban decorados conhongos y setas que echaban fuego, un auténtico incendio de llamas amarillas y naranjas. Teníacuatro tubos de escape, dos a cada lado, de los que salían potentes nubes de humo blanco. Alescucharnos llegar, Amanito hizo rugir el motor con furia. El ruido impresionaba. Hasta aquelmomento yo ni siquiera me había fijado en el trazado de la carretera. Estaba asombrado con elambiente que se respiraba, con el Hummer y con el vehículo del abuelo, y eso ocupaba toda miatención. Imaginé que la carrera transcurriría en un circuito con sus curvas y sus rectas, nada fuerade lo normal. ¡Qué equivocado estaba! El abuelo hizo avanzar el F85 y lo puso justo al lado delvehículo de Amanito, y entonces me di cuenta del peligro al que nos enfrentábamos. La carreterano tenía más de tres metros de ancho y estaba trazada sobre un inmenso bloque de roca compacta.A ambos lados solo se divisaba el abismo, un precipicio con una altura difícil de precisar.

—Abuelo —le dije por lo bajo, desde el asiento del copiloto—. ¿Qué altura tiene esto? Ahíabajo no veo más que niebla.

—No quieras saberlo —me contestó él—. Este es el Abismo del Quemado.—¿Y quién es ese tal Quemado? Tiene nombre de cantante de grupo heavy.—Quemado no es ningún cantante, es el fabricante de la niebla del Inframundo. La elabora a

partir de los muertos. Si por desgracia caemos ahí abajo, acabaremos convertidos en niebla.Tragué saliva. Aquello no me gustaba nada. Por poco que se fuese el coche-avión en una curva

podíamos salir despedidos directos al abismo. Y yo no tenía la intención de pasar lo que merestaba de vida o de muerte paseando por el Inframundo transformado en niebla. ¡Era lo que mefaltaba!

El abuelo se puso a revolver debajo de su asiento y sacó dos cascos con gafas incorporadas,de esos que usaban los antiguos aviadores, de cuero marrón.

—¡Cómo molan! Qué pena no tener una cámara de fotos para poder fotografiarnos juntos.—Román, los muertos no salimos en las fotografías —me explicó mientras se ajustaba su

casco. Le quedaba de maravilla—. Venga, que esto está a punto de empezar. Abróchate elcinturón, ponte el casco y prepárate, que vienen curvas.

Mientras seguía las instrucciones del abuelo, un par de esqueletos que llevaban chalecos decuero con flecos y pistola se pusieron delante de nosotros, justo debajo del letrero de salida. Eranlos encargados de dar la señal. Miré hacia la izquierda con cierto temor. Allí estaba Amanito, alvolante de su imponente Hummer. Parecía muy concentrado. Entonces, a través de los cristalesoscuros, descubrí a los setáceos con sus caras y sus bocas cosidas pegadas al cristal. ¿Qué hacíanallí detrás los amanitos? Seguro que nada bueno. Aquello no me gustó nada. La cosa olía muy mal.

Lo último que vi antes de que el abuelo arrancase el F85 fue la cara de Escarlatina. Adivinépreocupación en su rostro desvaído, pero enseguida recordé el beso que me había dado minutosantes y esa idea se fue de mi cabeza. Lady Horreur gritaba como una descosida mi nombre y elnombre del abuelo a ritmo de «Hugggrra, hugggrra» y «Gggra, gggra, gggra» y Dodoto, que sehabía ido de paseo para inspeccionar, había regresado al regazo de la cocinera, donde permanecíacon el lomo arqueado y los pelos de punta.

—Preparados, listos... ¡YAAA! —cantaron los esqueletos, al tiempo que disparaban sus pistolasal aire.

Iba todo tan rápido que parecía una peli de acción. De repente, el abuelo pulsó un botón azul yel F85 salió disparado como un cohete. Yo cerré los ojos. La salida era lo más peligroso en las

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carreras de coches. Cuando las veía en la tele los domingos por la mañana, casi siempre habíaaccidentes, coches que salían dando vueltas y otras cosas que en aquel momento no me atrevía arecordar. A poco que nuestro automóvil fuese a un lado o a otro de la calzada, nos caeríamos porel precipicio. Y eso significaba ¡adiós, adeus, bye bye, au revoir, ciao, sayonara, aufWiedersehen, arrivederci!

—¡Abre los ojos, Román! —me dijo el abuelo, que estaba simpatiquísimo con su casco deaviador—. Esto es adrenalina pura.

Íbamos a la par de Amanito, a doscientos por hora, tan pegados que los espejos retrovisores delos vehículos casi se rozaban.

—¿Quieres ver cómo dejamos atrás a esa seta pútrida? —me preguntó.Y sin esperar mi respuesta, con la misma cara que ponía cuando estaba maquinando una de

nuestras famosas travesuras, bajó la palanca que regulaba la velocidad. Yo me sentía como sivolásemos. Igual que cuando monté por primera vez en la montaña rusa, tenía una marea subiendoy bajando por mi estómago a cada poco. Volví la vista atrás. El Hummer de Amanito nos seguía aun par de metros de distancia. El F85 era mucho más veloz de lo que había imaginado.

—¡Cómo corre este coche! —grité con emoción dándome en el pecho a ritmo de tambor.—¿Qué te creías? ¿Que era una carraca cualquiera? Parece mentira, Román.Y aceleró un poco más, para presumir delante de mí. ¡Qué bien lo estábamos pasando! En

aquel momento era como si no estuviésemos en el Inframundo, como si el abuelo siguiese vivo ynunca hubiese sucedido la tragedia de su muerte. Yo tenía ganas de gritar, de dar saltos en el aire,de sacar la cabeza por la ventanilla y sentir el aire que ascendía desde el Abismo del Quemado enmi cara. ¡Qué felicidad tan grande! Hasta que de repente, percibí un extraño movimiento por elespejo retrovisor.

—¡Abuelo, cuidado! Algo está pasando. ¡Creo que son los amanitos!El abuelo arrugó todos los músculos de su cara difunta y después empezó a murmurar:—Estos setáceos están tramando algo.Los amanitos tenían medio cuerpo por fuera de las ventanillas del Hummer. Se estaban

preparando para hacer de las suyas, no cabía duda. Entonces vi cómo uno de ellos lanzaba unproyectil que no pegó en el casco del F85 de puro milagro.

—¡Están lanzando bombas, abuelo! ¡Son setas explosivas!—Ya veo. Bah, qué decepción. Setas explosivas. Hay que ser bobos.Ni se inmutó. Conducía a toda velocidad por las rectas y curvas de aquella peligrosa carretera

sin hacer caso de la lluvia de setas explosivas que empezó a caer sobre nosotros.—¡Abuelo, estás loco! ¡Vamos a volar por los aires!—Tranquiiiiilo. El F85 es un caza de guerra. Tiene la coraza a prueba de bombas. Déjalos que

lancen los explosivos que quieran. Ya se aburrirán.Lo miré con los ojos abiertos a más no poder.—¡Alucino! —Eso fue todo lo que conseguí decir.El abuelo continuó concentradísimo en la conducción. Las setas caían sobre la carrocería y la

cabina de nuestro vehículo, pero daba igual. Nos hacían cosquillas. Avanzamos a toda mechadejando atrás el Hummer de Amanito.

—El Hummer tiene un defecto —me explicó en el medio de una curva cerrada—. Pesa mucho.Y eso hace que se resienta su velocidad, cosa que no pasa con mi querido F85, una máquina

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rápida y ligera como un pájaro.Pero Amanito no iba a ponernos las cosas tan fáciles. Aprovechando una recta, de repente, no

sabría decir cómo, nos pasó por delante.—¡Maldito cacique! —protestó el abuelo agarrando el volante hasta que se le pusieron blancos

los nudillos—. Ha utilizado óxido de nitrógeno para adelantarnos. Con eso gana muchísimavelocidad durante unos segundos.

—¡Pero el óxido de nitrógeno está prohibido!—Román, ¿ya te has olvidado otra vez de dónde estamos? Esto es el Inframundo. Aquí no hay

normas. ¡Vale todo! Tranquilo que esto no va a quedar así.Pero tan pronto como terminó la frase, de los cuatro tubos de escape del Hummer empezó a

salir una niebla densa que nos impedía percibir el trazado de la carretera. Nos vimos obligados adisminuir la velocidad. Ya no estábamos compitiendo. ¡Ahora íbamos de paseo! La nube de nieblaque nos envolvía era como un parásito. Parecía no querer disiparse. En lugar de permanecerestática, avanzaba con nosotros, pegada al F85.

—¡Trucos de mercachifle! Este Amanito me las va a pagar —soltó el abuelo mientras le dabaun golpe al cuadro de instrumentos.

Cuando la niebla empezó a desaparecer, el Hummer ni siquiera se divisaba en el horizonte.Nos había ganado demasiado terreno. No quería tener pensamientos negativos ni desmoralizarme,pero fue inevitable, que es algo que aunque tú quieras no puedes evitar por más esfuerzo quehagas. Íbamos a perder la carrera y eso significaba que el abuelo tendría que zurcirse la boca,ponerse un traje de rayas blancas y negras, sombrero de hongo y trabajar a las órdenes de Amanitopara siempre.

—Abuelo, estamos perdidos —me quejé.—¿Perdidos? ¡Eso nunca!Entonces, le dio a un botón negro que ponía en letras blancas: MODO VUELO.—¿Pero funcionan las alas del F85?—No tengo ni la menor idea —me confesó—. Vamos a comprobarlo.¡Vaya si funcionaban! Después de dar un par de sacudidas y hacer un ruido infernal, como una

cafetera que está a punto de estallar, el F85 se levantó varios metros sobre el suelo. El abuelo lopuso a la máxima potencia. Estábamos en la barriga de un pájaro metálico, sobrevolando la zonamás abrupta y misteriosa del Inframundo. El Abismo del Quemado escupía flecos de niebla que seenredaban en nuestras alas. Pero no nos importaba, de repente éramos grandes. Dos gigantesdentro de aquel maravilloso avión.

—¡Ahí va el Hummer! —grité tan pronto lo vi a lo lejos.Pasamos por encima de él como si aquel vehículo inmenso fuese insignificante. Una hormiga al

lado de un elefante.—¡Hasta nunca, Amanito! —dijimos los dos a un tiempo.El abuelo no quería atravesar la meta volando, así que desactivó las alas y continuamos la

competición en modo coche. Y eso fue un grave error. Subestimamos el poder de Amanito. Lellevábamos ventaja, no mucha, pero sí la suficiente para vernos campeones. ¡La meta estaba a muypocos metros! Pero en una curva muy cerrada, la última, el abuelo tuvo que disminuir lavelocidad, o de lo contrario corríamos el riesgo de acabar directamente en el estómago delAbismo del Quemado. Amanito aprovechó para poner su Hummer a dos ruedas y salió a todo gas.

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Nos ganó terreno y logró alcanzarnos. Justo cuando dejábamos atrás la curva se puso a nuestraaltura y pasó algo con lo que no contábamos. En el tramo final, los últimos doscientos metros, lacarretera se estrechaba y entramos en un barrizal a través del cual era imposible avanzar. Lasruedas del F85 empezaron a patinar y no había forma de salir. Para Amanito eso no fue unproblema. Sus neumáticos se transformaban en cadenas giratorias, como las de los tanques. Se riode nosotros, avanzando a ritmo de caracol, y nos dijo adiós con la mano. Los setáceos lo imitarondesde los asientos de atrás.

—¡Así cualquiera! Ahora sí que estamos perdidos, hijo.Era la primera vez que veía al abuelo derrotado.—¿Cómo que estamos perdidos? ¡Activa las alas de nuevo y listo! —dije todo convencido—.

Mira la meta, ¡está ahí delante! ¡No nos queda nada para llegar!—Román, para volar hay que tener velocidad, y nosotros estamos aquí atascados.Las ruedas resbalaban y resbalaban sobre el barro y no éramos capaces de avanzar ni un

centímetro. Mientras, el Hummer se iba alejando, lento, pero seguro.—Algo tiene que haber que podamos hacer. Piensa, abuelo. ¡Piensa! —insistí para ver si

reaccionaba.Pero él lo único que hacía era acelerar el F85 como un loco, sin comprender que así solo

conseguía hundirnos más y más en el barro. Quise gritar, pero esta vez de rabia. No podía ser quela carrera terminase de esa forma.

Entonces sucedió algo para lo que yo no estaba preparado y que no comprendí. El abuelo sacódel bolsillo de su pantalón de pana su silbato, lo metió en la boca y empezó a pitar. Aquel sonidoagudo se me metió por las orejas para adentro. Tuve que tapármelas con las palmas de las manosporque era tan fuerte que hasta dolía. No entendía qué estaba pasando. ¿El abuelo había perdido lacabeza? En lugar de buscar una solución para sacar la avioneta del barro, se ponía a tocar elsilbato.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté algo irritado. Pero él, en lugar de contestarme, pitó másy más fuerte.

Lo zarandeé para que me hiciese caso, tirándole de su cazadora de cuero de competir, pero niasí. Continuó pita que pita, como si de repente ya no le importase nada. Ni la carrera, niEscarlatina, ni su propio nieto. Se me escapó una lágrima que no fui capaz de contener por másque lo intenté.

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Caracoles de chocolate(Receta con cierta dificultad, para chefs experimentados)

Ingredientes:

Para el bizcocho:• 50 ml de leche• 50 ml de aceite• 4 yemas de huevo• 4 claras de huevo• 70 gr de azúcar• 80 gr de harina• Una pizca de sal

Para la crema de leche:• 100 ml de nata montada• 80 ml de leche condensada• 1 cucharadita de miel

Para la cobertura de chocolate:• 200 gr de chocolate para fundir• 50 ml de agua• 50 gr de mantequilla a temperatura ambiente

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Utensilios:• 3 cuencos• Batidora de varillas• Bandeja de horno• Papel vegetal• Espátula

¡Manos a la obra!

Lo primero que debemos hacer es una plancha de bizcocho.Echamos en un cuenco la leche, el aceite, la harina, las yemasde huevo, 20 gr de azúcar y la sal (para separar las claras de loshuevos es mejor que avises a una persona adulta. ¡Las abuelas saben muy bien cómo hacer esta operación!).

Mezclamos estos ingredientes con la batidora de varillas y reservamos. Cogemos otro cuenco y batimos las claras a puntode nieve (es decir, hasta que queden con la misma apariencia de espuma que la que se forma en la bañera cuando echamosmucho gel). A medida que se van montando las claras añadimos los 50 gr de azúcar que nos quedan en tres veces (no lohagas de golpe, es muy importante incorporarlo en tres tiempos). Dejamos de batir las claras cuando empiecen aformarse unos suaves picos.

Ahora debemos juntar la mezcla que reservamos antes con la de las claras a punto de nieve y el azúcar. Mezclamos todocon la espátula, con movimientos circulares y, cuando tengamos una masa homogénea, vertemos la crema en la bandejadel horno cubierta con papel vegetal. Metemos en el horno a 160º durante 15 minutos. Pasado este tiempo, quitamos laplancha de bizcocho y la ponemos sobre un nuevo trozo de papel vegetal. Ahora viene una parte muy delicada. Tienesque hacer un rollito de bizcocho envolviéndolo sobre sí mismo, como si fuese la concha de un caracol, y luego lo dejamosenfriar.

Mientras nuestro bizcocho-caracol se enfría, preparamos la crema de leche. Para eso, mezclamos los ingredientes delrelleno: la nata, la leche condensada y la cucharada de miel.

Una vez que el bizcocho-caracol está frío, deshacemos el rollo estirándolo con cuidado de no romperlo, lo cubrimos conuna capa de crema de leche y volvemos a hacer el rollo. Debemos meterlo en la nevera durante una hora. Pasado estetiempo, tenemos que cortarlo en rebanadas del grosor que queramos.

Ponemos las porciones sobre una reja (colocando debajo un plato para recoger el chocolate que se va a caer) y las bañamospor las dos caras con la cobertura de chocolate. Y os estaréis preguntando cómo se hace esa cobertura. Muy fácil: hay quefundir en el microondas los 200 gr de chocolate, los 50 ml de agua y los 50 gr de mantequilla. Le damos unas vueltas conla espátula para que quede todo bien mezclado y lo echamos sobre las porciones del bizcocho-caracol (por las dos caras,

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¡no vayas a dejar una sin cubrir!). Dejamos enfriar hasta que el chocolate esté bien duro y... ¡listo para zampar!

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Capítulo 11

LA DECEPCIÓN es una cosa muy fea. Ocurre cuando esperas una cosa pero sucede otra distinta.Eso fue lo que me pasó a mí con el abuelo en el momento en el que empezó a tocar el silbato yabandonó la carrera dándose por vencido. Pensé que yo no le importaba, que se había vuelto undifunto egoísta. Pero las cosas no siempre son lo que parecen y de nuevo la sorpresa se presentódelante de mis ojos. Y la sorpresa, esta vez, no era una cosa cualquiera. La sorpresa era undinosaurio.

—¡Abuelo! ¡Deja de tocar el silbato y atiende a tu nieto! ¿Qué es esa cosa? —le pregunté algoasustado, señalando aquel bicho enorme que se acercaba volando hacia nosotros y chillando a rasdel suelo.

Se trataba de un enorme pterodáctilo que traía cara de pocos amigos. Tenía alas de murciélagogigante, la cabeza terminada en pico y una cresta que le salía de la frente y le daba un cierto airepunky. Pero no penséis que hablo de un pterodáctilo como los de los libros, o como los de laspelis. Este era un dinosaurio difunto de color gris ajado, como un día de lluvia y viento. Todo sucuerpo estaba medio deshecho, lleno de jirones de piel y carne que le colgaban. De hecho, su colaera una larga osamenta sin nada que la recubriese.

—¡Sauro! —gritó el abuelo.El bicho paró delante de nosotros y meneó la osamenta de su cola a modo de saludo. Yo lo

observé alucinado. Si un difunto normal y corriente impresiona, no os quiero contar un dinosauriode aquellas dimensiones y con aquellas pieles y carnes muertas colgándole de todas partes.

—¿Ya estás metido en problemas? —le preguntó el pterodáctilo con voz de ultratumba.—Tenemos que llegar a la meta antes que el Hummer de Amanito —le explicó el abuelo—. Si

no lo conseguimos, tendré que zurcirme la boca y convertirme en uno de sus esbirros. ¡Y no estoydispuesto!

—¡Pues venga, arriba! —contestó Sauro sin perder tiempo, mientras se echaba en el suelo paraque pudiésemos subir por su cola—. Abuelo, eres un caso. Siempre metido en líos.

Me hizo gracia que el bicho le llamase abuelo al abuelo. Igual aquel pterodáctilo era su nietoen el Inframundo. Menos mal que su rabo era todo huesos. Así podría apoyar los pies sobre ellosy usarlos a modo de escalera. Volar a bordo de aquel monstruo no parecía muy seguro, pero estabaclaro que él y el abuelo eran colegas. Además, lo principal era ganar la carrera. Así que toqué elojo de Escarlatina en el interior de mi bolsillo para que me diese fuerza y suerte, y subí osamentaarriba, hasta encaramarme a lomos de Sauro.

—Encantado, señor Sauro. Yo soy Román, el nieto de mi abuelo —le dije desde allá arriba.—Me ha hablado muchas veces de ti —contestó el bicho. Y aquello me encantó.—¡Agárrate, Román! —intervino el abuelo.

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Le hice caso. Me agarré lo más fuerte que pude al lomo del dinosaurio difunto. Ni en mismejores sueños había imaginado algo tan guay: ¡viajar a lomos de un pterodáctilo!

—¡Vamos allá! —gritó el bicho al tiempo que batía sus alas y se elevaba varios metros sobreel suelo. Segundos después estábamos volando por el aire del Inframundo sobre aquella bestia delJurásico. Éramos invencibles. Amanito estaba tan solo a cien metros de la meta. Seguro que enaquel momento ya se consideraba campeón de la carrera. No contaba con que el abuelo jamás serendía. El pterodáctilo descendió hasta ponerse justo sobre el Hummer. Quería hacer rabiar unpoco al cacique.

—¿Qué tal te va, Amanito? Veo que te mueves con mucha calma. ¡Vaya parsimonia! —le soltóel abuelo riéndose de la poca velocidad a la que el Hummer avanzaba por el barrizal.

Amanito sonrió de una manera que me pareció bastante sospechosa. No parecía darle ningúnmiedo el pterodáctilo. En cuanto tuviese ocasión le preguntaría al abuelo por aquella bestia.Nadie parecía sorprendido por el dinosaurio. ¡A saber de dónde había salido! Mientras cavilabaen esos asuntos, los setáceos empezaron a lanzarnos bombas. Sauro se enfadó mucho porque unade ellas lo alcanzó, haciéndole un agujero considerable.

—¡Tranquilo, Sauro! —le ordenó el abuelo dándole cachetes cariñosos en el lomo.Pero el pterodáctilo estaba realmente molesto. ¡Y no me extraña nada! Si unos amanitos de

boca zurcida me hiciesen un agujero como aquel, yo también me enfadaría. Entonces, Sauro estiróuna de sus garras, agarró el Hummer bien agarrado y lo elevó en el aire. Amanito gritaba pidiendoque lo soltase o se las pagaría todas juntas. Aquello no hizo más que alentar el enfado del bicho,que desplazó su trayectoria de la carretera hasta colocarse justo sobre el Abismo del Quemado.

—¿Qué haces, Sauro? —le preguntó el abuelo temiéndose lo que iba a pasar a continuación—.Suéltalos, anda. Creo que han aprendido la lección.

Sauro tenía un brillo extraño en los ojos. Algo estaba tramando. El abuelo empezó a ponersenervioso.

—¡Sauro, suéltalos! Ya han cogido el mensaje, puedes dejarlos en el suelo.Los setáceos estaban asustados. Como tenían la boca cosida y no podían gritar, no paraban de

gesticular con los brazos señalando hacia el abismo. Tenían el miedo dibujado en la cara.

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—¡Sauro, amigo...! —insistió el abuelo.Pero no pudo continuar la frase. De repente, el pterodáctilo abrió sus garras y soltó el Hummer,

con Amanito y los setáceos directos al Abismo del Quemado, donde se perdieron acompañados delos gritos de Amanito suplicando compasión. Los setáceos, con sus bocas zurcidas, no podíandecir nada. Eran simples títeres.

—¿Pero qué has hecho? —El abuelo estaba tan alucinado como yo.—Deberíais estar contentos —replicó Sauro muy seguro de sí mismo—. Acabo de libraros de

Amanito y de los setáceos. En pocos minutos no serán más que niebla.Y sin más, nos trasladó hasta la meta, donde nos esperaban docenas y docenas de difuntos

coreando nuestros nombres. Escarlatina, lady Horreur y Dodoto no se lo podían creer. Corrieronhacia nosotros y nos llenaron de besos y abrazos. Hasta el gato saltó a mi regazo para lamerme lacara con su lengua de papel de lija. Habíamos ganado. Éramos los campeones y habíamos logradolibrar al Inframundo de aquel cacique que llevaba casi dos siglos dominándolos. Unos auténticoshéroes. Varios muertos vinieron a por el abuelo. Lo cogieron por los brazos y por las piernas y lomantearon. Lo lanzaban al aire con energía, para luego recogerlo entre todos y volver a lanzarlo.Era el campeón de campeones.

En el medio de la fiesta decidí devolverle a Escarlatina su ojo. No es que no me gustase comoamuleto, pero dejarla tuerta para siempre me parecía muy egoísta. Se lo volvió a colocar en suagujero, lo enroscó y después pestañeó varias veces para comprobar que todo estaba donde teníaque estar.

—Mucho mejor así —le dije—. Una cocinera debe tener dos ojos.Ella sonrió más desdentada que nunca, había perdido por lo menos dos dientes durante la

carrera, imagino que por los nervios.—¡Saugggro se marcha! —nos advirtió lady Horreur.El abuelo y el pterodáctilo estaban despidiéndose debajo de la línea de meta. Corrí hacia

ellos. No podía permitir que aquel bicho se marchase sin despedirme de él.—Gracias por todo —le dije de corazón—. Ha sido un placer volar sobre tu lomo.Estiré la mano para tocarlo. Le acaricié el pico y noté que el trozo por el que había pasado la

mano se deshacía en polvo. Era como una estatua de arena que se descomponía.—Debo regresar cuanto antes a mi cementerio o acabaré completamente deshecho —me

explicó—. La carrera me ha dejado exhausto y debo recomponerme y recobrar fuerzas.—En la frontera con el siguiente sector del Inframundo hay un cementerio de dinosaurios —

apuntó el abuelo—. Sauro vive allí. Nos hicimos amigos nada más llegar yo al mundo de losmuertos.

—Pero no le ocultes información al niño —lo riñó Sauro—. Tu abuelo, a los dos días de llegaral Inframundo, decidió que no quería estar muerto y se echó a andar buscando la salida del MásAllá.

—Caminé y caminé hasta que llegué al cementerio de los dinosaurios. Allí encontré a Sauro.Al principio me llevé un susto de campeonato, como podrás imaginar. Pero después nos hicimosamigos. Muchas veces nos vamos a dar un garbeo juntos. Nos llevamos muy bien.

—Lástima que mi tiempo sea siempre limitado —dijo Sauro—. No puedo estar muchas horaslejos del cementerio. Ya ves, ¡me deshago! Y será mejor que me marche, si no quiero desaparecer

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de este mundo para siempre, como Amanito.Sauro emprendió el vuelo agitando sus gigantescas alas de murciélago.—¡Hasta siempre, amigo Román, nieto de tu abuelo!—¡Hasta siempre, Sauro! —grité con fuerza.Observamos cómo se marchaba hasta que lo perdimos de vista y, llenos de alegría,

emprendimos la marcha hacia la tumba de Escarlatina. Nos quedaba aún una importante misiónpor cumplir.

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Empanada de mejillones

Ingredientes:

Para la masa:• 200 ml de agua templada• 600 gr de harina de trigo• 1 chorro de aceite• 1 chorro de vinagre• 50 gr de levadura de panadería (o si no tienes en casa, 2 sobres de levadura química en polvo)• 1 pizca de sal• 1 huevo batido

Para el relleno:• 2 kilos de mejillones• 2 cebollas grandes picadas• Pimiento rojo

Utensilios:• Bandeja de horno• Sartén• Rodillo de madera• Olla

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¡Manos a la obra!

Primero hacemos la masa. Lo que más mola es echar primero la harina y ponerla en forma de volcán. Después echas losingredientes secos en la boca del volcán (la levadura debes disolverla previamente en un poco de agua) y después vasañadiendo los 200 ml de agua poco a poco. Amasas y amasas con cariño hasta que la masa ya no te quede pegada en losdedos como si fuese la piel de un muerto viviente (cuando la masa se pega mucho quiere decir que hay que añadir unpoco más de harina). Una vez lista, haces una bola y la dejas crecer bajo un paño cerca de una hora.

Para el relleno primero hay que abrir los mejillones al vapor. Solo tenemos que echarlos en una olla y ponerlos al fuego.A los pocos minutos verás que empiezan a abrirse. Cuando estén casi todos abiertos, retiras la olla y dejas que enfríen unpoco para no quemarte. Ahora hay que sacarle los pelos (a los muertos les gustan, pero a los vivos no…). Cuando esténtodos limpios, sofríes la cebolla con el pimiento picado a fuego lento. Una vez que esté casi hecho, incorporas losmejillones y los dejas unos minutos al fuego para que vayan cogiendo el sabor del sofrito. Ahora tienes que estirar la masacon el rodillo de madera y darle la forma para adaptarla a la bandeja del horno. Divides la bola de masa en dos partes máso menos iguales y estiras las dos partes. Pones una de ellas sobre la bandeja e incorporas todo el sofrito. Luego lo tapas conla otra parte de la masa y arrugas todo el borde de la empanada para hacer el famoso currusco. Solo falta pintarla con elpincel mojado en el huevo batido y pincharla con un tenedor, para que coja aire. Metes en el horno a 150º cerca de 35minutos o hasta que esté dorada por arriba y… ¡lista para zampar!

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Capítulo 12

HACER EMPANADA es una de las cosas más divertidas que existen. Sobre todo el momento deamasar. Meter los dedos en la mezcla de agua y harina, pringarse las manos enteras, jugar a que lamasa que te queda pegada a medida que la trabajas son en realidad pedazos de piel mutante enestado de descomposición. ¡La de cosas a las que se puede jugar! También es cierto que esa es laparte más complicada, que si eso sale mal, se estropea toda la empanada. ¡Pero así es la cocina!Divertida y arriesgada. No penséis que a mí siempre me sale todo bien. Ya os he contado lo queme pasó con las magdalenas de varias cabezas. Y no fue la única vez. En una ocasión quise hacerun bizcocho y quedó tan duro que parecía un arma arrojadiza. Tuve ocasión de probarla en eljardín del vecino, lanzándosela a su dóberman. Es un perro que se llama Narciso y me cae fatal.El experimento fue un fracaso porque fallé el golpe. En lugar de darle al perro, el bizcocho seestampó contra el tejado de su caseta.

Esta vez no estaba permitido fallar. Un pequeño error podía suponer mi condena al Inframundo.Y claro, también la de Escarlatina. Por eso estábamos tan nerviosos. Si pensáis que los difuntosno tienen nervios, no sabéis lo equivocados que estáis. Con el estrés, a Escarlatina le dio porestornudar. Y a cada poco, lady Horreur salía despedida de la nariz en contra de su voluntad.

—Como no te tgggranquilices, tejo una tela de agggraña ¡y te envuelvo la cabeza entegggracon ella!

Al abuelo y a mí nos dio la risa. ¡Lady Horreur tenía mucho genio!Esperamos a que Nicotina nos trajese los ingredientes a la cocina de Escarlatina. Y no puedo

negar que la espera se hizo interminable. Yo tenía dudas de que cumpliese la misión con éxito. ¿Ysi en lugar de mejillones traía berberechos? O almejas, zamburiñas, vieiras… ¡Cualquier errortendría consecuencias fatales! Sin embargo, cuando la mortibusera apareció con el paquete ycomprobé que todo estaba correcto, tuve que tragarme mi desconfianza y darle las gracias decorazón. ¡Y eso a pesar del miedo que me daba aquella esqueleta!

—Nicotina, te debo un favor —le dije—. Te estaré agradecido para siempre.Ella me guiñó un ojo, le chocó los cinco al abuelo con sus falanges, falanginas y falangetas y se

fue por donde había venido. Al final resultó ser una buena tipa.—¿Qué hora es? —pregunté. Organizar bien el tiempo que teníamos era importantísimo.—Las diez menos tres minutos —contestó el abuelo.—¡Es tardísimo! ¡Hay que ponerse con la masa ya! Abuelo, necesitamos tu ayuda. Vamos a

abrir los mejillones al vapor y tú te vas a encargar de su disección. Tienes que quitarles los pelos,esa parte que parece una cría de babosa, los volantes y el bulto verde. Todo eso tiene que estarintacto, porque va a ser la clave del engaño. El resto de la vianda la picaremos muy menuda paraque no se distinga entre el resto.

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—¡A sus órdenes, capitán Román! —dijo él haciendo como si estuviésemos en el ejército.Entre Escarlatina y yo fuimos preparando la masa. Había que ser muy exactos con las

cantidades. Demasiada harina o demasiada agua podían estropearlo todo. Trabajamos muy a gustojuntos. Estábamos concentradísimos, como auténticos profesionales. Fue la primera vez en la vidaque amasé sin hacer el tonto. Era necesario estar serios, nos jugábamos demasiado en aquellareceta. La verdad es que yo me sentía superseguro. Había hecho empanada más de una vez, con laayuda de mamá. Mis favoritas son la de cocido y la de zamburiñas con pan de maíz. ¡Mmmm,riquísimas!

El abuelo también hizo muy bien su trabajo. Yo le vigilaba de reojo, muy atento a susmovimientos. Cogía los mejillones con cariño, uno a uno, y les iba sacando las partes asquerosasy colocándolas en una fuente. Era un trabajo de detalle. A pesar de los nervios que todos teníamos,estábamos muy contentos. Sobre todo Escarlatina, lady Horreur y el abuelo. Amanito ya no existía.Habíamos conseguido acabar con el cacique que se había dedicado a amargar a la cocineracadáver durante tantos y tantos años. Las cosas iban a cambiar a mejor. La vida en el Inframundosería más llevadera a partir de ese momento. ¡Y todo era mérito nuestro!

Una vez que la masa estuvo preparada y con la textura perfecta, la dejamos crecer. Es una cosacasi mágica. Pones una bola de masa debajo de un paño, y una hora después casi triplica sutamaño inicial. Mientras nuestra mezcla crecía, sofreímos la cebolla y el pimiento rojo a fuegolento. Mis tripas rugían como si tuviesen vida propia. ¡Qué ganas de que la empanada estuvieselista para poder zamparme un pedazo!

Yo me sabía la receta de memoria, así que el abuelo y lady Horreur trabajaron bajo midirección sin decir nada. Eran muy disciplinados. Y yo me sentía importante. Como si ya fuese unverdadero chef. El tiempo volaba entre pucheros. Cuando la masa estuvo lista, la estiramos sobrela mesa. Que, por cierto, estaba bastante sucia y tuvimos que limpiarla a toda velocidad. Loprimero que echamos sobre la masa fue la mezcla de la cebolla picadita y el pimiento junto conlas viandas de mejillón trituradas. Luego añadimos todos los pelos, volantes y demás partesasquerosas, que era lo que conquistaría el paladar y la vista de los difuntos.

—¡Listo! —dije cuando tuvimos todo preparado—. Ahora solo queda meterla en el horno. Entreinta y cinco minutos estará preparada.

La pintamos con huevo batido, la pinchamos por encima con un tenedor y cruzamos los dedosesperando que el plan funcionase. Lo cierto es que el aroma que salía del horno era gloria pura.Me parecía imposible que oliendo así no estuviese buena. El problema era que les gustase a losdifuntos.

Mientras la empanada terminaba de cocerse, en el exterior los difuntos habían preparado unabuena. Habían montado una mesa larguísima delante de los mausoleo-bares y se dedicaban aesperar nuestra receta mientras tocaban, cantaban y bailaban. No se puede negar que teníanmarcha. ¡Todas las noches eran de parranda!

—Gggromán, ya está dogggrada —informó lady Horreur, que observaba nuestra receta através del cristal del horno.

Me acerqué, y en ese momento, pensé que el corazón iba a salirme despedido del pecho. ¡Quénervios! Abrí la tapa y levanté la empanada para observar el color de la masa por debajo. LadyHorreur tenía razón. Ya estaba lista. Había llegado la hora de la verdad. Eran las 23:45. ¡Habíaque darse mucha prisa! Como los muertos no pueden quemarse, el abuelo agarró la bandeja tal y

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como salió del horno y subió con ella las escaleras de la tumba de Escarlatina.—Román —me dijo ella al oído—, no sé si esto saldrá bien. Pero sea como sea, quiero que

sepas que aquí tienes una amiga para siempre.Me emocionaron las palabras de la cocinera. Por su forma de hablar, por el modo en que se

frotaba las manos y la manera en que movía sus ojos extragrandes, supe que sentía de verdad loque estaba diciendo. Y eso me hizo feliz.

En el exterior, los muertos me contagiaron su alegría. Yo estaba seguro de que iban a alucinarcon la empanada. La pusimos sobre la mesa y seguí con el plan que habíamos trazado sindesviarme nada de nada:

—Aquí tenéis nuestra creación, una empanada de pelos, con crías de babosa, espuma de mohoy salsa de páncreas —dije todo serio, como un auténtico chef. Los difuntos me mirabanmaravillados.

El que más y el que menos empezó a reír y a decir cosas del estilo: «¡Esto es comida demuertos! ¡A ver cómo haces para zamparte la empanada sin vomitar!» o «¿Tú has comido algunavez babosas, humano? ¡Van a criar en tu estómago!». Decían todo aquello para meterse conmigo.En el fondo estaban agradecidos de que los librásemos de Amanito y de sus esbirros. Y no erapara menos.

—Quedan ocho minutos para las doce —anunció el abuelo—. Los Mediomortis tienen queestar a punto de llegar.

Tan pronto como dijo eso, los Mediomortis, un hombre y una mujer con pinta de llevar muertosuna barbaridad de tiempo, aparecieron. Se materializaron (creo que se dice así) delante denosotros. Eran como el resto de los difuntos, solo que estos andaban por el aire y los rodeaba unamisteriosa luz azul. Pero, igual que los demás, tenían cicatrices por la cara, les faltaban dientes yestaban muy delgados. Ella llevaba un camisón blanco como los de las abuelas y él iba de traje.

—Bienvenidos, Mediomortis —los recibió Escarlatina haciéndoles una reverencia.Ellos se inclinaron a modo de saludo. Parecían muy educados.—¿Dónde está el plato que debemos degustar? —preguntó la Mediomortis.Corté dos cuadrados de empanada, los puse encima de un plato y se los acerqué. Todos los

difuntos estaban en silencio. Se notaba la tensión flotando a nuestro alrededor, mezclándose con laniebla.

—Empanada de pelos, con crías de babosa, espuma de moho y salsa de páncreas —repetí igualque había hecho minutos antes, dándomelas de profesional—. Espero que sea de su agrado.

Creí que me daba un ataque cuando se pusieron a olisquearla. Temía que se diesen cuenta deque se trataba de simples mejillones. Probaron un pedazo cada uno. Escarlatina y yo nos cogimosde la mano, para darnos confianza el uno al otro. Tardaron demasiados segundos en decir algo.Volvieron a comer otro pedazo, y otro y otro más… hasta devorar todo el cuadradito.

—¿De dónde son las babosas? —preguntó la Mediomortis, que tenía una colgando de lacomisura de los labios—. Su sabor no me resulta nada familiar. No identifico su procedencia.

—De mi casa —contestó Escarlatina rápidamente, apretando mi mano con fuerza—. Empecé acriarlas el mismo día en que los padres de Román hicieron el pedido del curso en la webwww.inframuertos.com. ¡Hay que ser precavida!

Suspiré aliviado. Mi amiga había estado muy espabilada con su respuesta.—¿Y los pelos? —preguntó el Mediomortis.

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—Los pelos son de tarántula melenuda —inventé sobre la marcha—. Una especie muy difícilde encontrar.

—Felicidades, humano —dijo entonces el Mediomortis—. Esta empanada es digna decualquier muerto, pero también de cualquier vivo.

Todos los difuntos que asistían a la degustación clavaron sus miradas en mí. Imaginé queestaban esperando a que confirmase las palabras del fantasma. Así que agarré un trozo y me lometí en la boca con decisión. Estaba deliciosa. Calentita y con la masa crujiente, justo como a míme gustaba. ¡Y con el hambre que tenía! Acabé y repetí, ante las caras de incredulidad de losmuertos.

—¡Yupiiiiiii! —gritó el abuelo a la vez que un grupo de difuntos empezaba a tocar y cantar—.¡Mi nieto es un pequeño genio! ¡Un auténtico chef del Inframundo! —dijo a la vez que me pasabaun brazo por encima de los hombros.

Lo habíamos conseguido. Tanto esfuerzo había valido la pena. La empanada fue un éxito entrelos difuntos. ¡Hasta Dodoto se comió un pedazo! El pobre llevaba sin comer nada desde hacía tresdías. Por eso estaba tan apocado, aunque hay que reconocer que no es precisamente un animal muyexpresivo. Yo estaba contento. Por mí, por Escarlatina, por el reencuentro con el abuelo. Ella seme acercó para darme un abrazo inmenso. Estaba feliz.

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—Formamos un equipo perfecto, Román —me dijo—. Estoy segura de que si montásemosjuntos un restaurante, seríamos muy respetados.

Aquello me sonó raro. Como a despedida. No pude evitar sentirme algo triste. Se acercaba elmomento de decirle adiós al abuelo, y eso era algo en lo que no quería pensar hasta ese instante.No quería volver a separarme de él. Le quería tanto que hasta me dolía la barriga. Él, listo comoera, debió de leer lo que estaba pasando en el interior de mi cabeza. Y tal vez por eso me llevó aun rincón alejado.

—Román, no estés triste. Ahora sabes que estoy bien y que algún día, cuando tú seas muyviejito y llegue tu hora, nos volveremos a encontrar aquí, en el Inframundo.

Me hablaba con dulzura, en voz baja, mientras me pasaba por las mejillas sus dedos largos ydelgados. Quise aguantar las lágrimas, pero brotaron de mis ojos sin que pudiese evitarlo. Me dioun abrazo infinito, que consiguió calmarme durante unos instantes.

—Te quiero mucho —le confesé entre sollozos. Aunque él ya lo sabía.—Y yo a ti, pequeño. Y para que siempre te acuerdes de mí, quiero que te lleves esto contigo,

de vuelta al Más Acá.Me tendió su casco de aviador. Era el mejor regalo que me podía hacer.—Cuando estés triste, o todo vaya del revés, piensa en mí. Yo te protegeré desde el

Inframundo, te mandaré mi energía.La despedida fue dolorosa. Sabía que tenía que irme del Inframundo, no me quedaba otro

remedio. ¡Pero era tan duro separarme de él otra vez! Ya había pasado por eso en una ocasión yhabía sido terrible. Escarlatina era la única de nosotros que tenía la felicidad dibujada en elrostro. ¡Claro, estaba a punto de resucitar! ¿O no?

A las doce y doce minutos, aparecieron unas difuntas que nunca había visto antes. Luego supeque eran las que habían desmontado a Escarlatina por piezas y la habían metido en el féretro. ¡Ytambién las que me habían escrito la carta! Eran dos muertas. Iban vestidas con traje negro yllevaban el pelo peinado hacia atrás. Tenían tornillos en las sienes y los labios muy oscuros, casinegros. En cuanto aparecieron se hizo un silencio total. Cesó la música, las canciones y laspalmas.

—Abuelo, ¿quiénes son estas muertas? —le pregunté al oído.—Son las encargadas de que se cumplan las profecías —me explicó—. Y vienen para

devolverle la vida a Escarlatina.Se acercaron a mi amiga la cocinera. Lady Horreur permanecía oculta en el escondrijo de su

nariz, haciéndose la discreta.—Escarlatina, llegó tu hora —anunciaron.Ella sonrió enormemente dejando a la vista los huecos vacíos de todos los dientes que le

faltaban.—Quiero hacer una petición —anunció muy seria, para sorpresa de todos nosotros. Había algo

en lo que Escarlatina llevaba muchas horas pensando—. ¿Podría cambiar la posibilidad deresucitar por la de ir adonde están mis padres y quedarme con ellos para toda la eternidad? Yo memorí hace más de cien años. No sabría vivir en los tiempos de ahora, estaría perdida. Lo sientomucho, Román —añadió a continuación dirigiéndose a mí—. Sé que te hacía mucha ilusión quemontásemos juntos «La cocina de Escarlatina y lady Horreur», pero yo soy una muerta de las de

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antes. No sé cómo funciona el mundo actual y creo que no lograría adaptarme.Las dos encargadas de que se cumpliesen las profecías empezaron a hablar en susurros y,

finalmente, después de varios minutos de discusión, accedieron a la petición de Escarlatina. Loque pasó entonces fue lo más increíble que viví jamás. Lady Horreur salió de su escondrijo y lasdos, araña y cocinera, vinieron corriendo hacia el abuelo, hacia Dodoto y hacia mí, una colgadade la otra. Nos fundimos en un abrazo inmenso que sabía a empanada de mejillones y empezamosa saltar y a dar vueltas a la rueda, agarrados de las manos, mientras cantábamos con todas nuestrasfuerzas. Los difuntos, que bien sabéis que si hay algo a lo que no se pueden resistir es a la juerga,empezaron a cantar como nosotros y a batir palmas. Me pareció ver a los Mediomortis moviendoun pie al ritmo de nuestra canción, pero ya no sé si fue producto de mi imaginación o si sucedió deverdad. Hasta las encargadas de que se cumpliesen las profecías nos acompañaron aplaudiendo alcompás. Eran mis últimos momentos en el Inframundo y había que aprovecharlos al máximo.

Supe que había llegado la hora para Escarlatina porque ellas, las encargadas de que secumpliesen las profecías, dejaron de tocar palmas y fueron a su lado con discreción.

—Román —me dijo Escarlatina justo antes de partir—, estoy segura de que vas a cumplir tusueño de ser chef. ¡Haces la mejor empanada que he probado jamás! Espero que nos volvamos aencontrar algún día.

—Ojalá, Escarlatina. Sois las difuntas más divertidas y marchosas que he conocido. Os llevarésiempre en el corazón.

—Voy a volver con mis padres, y todo eso es gracias a ti. Te debo mucho.—Hasta siempgggre, Gggromán —se despidió también lady Horreur, diciéndome adiós con

sus ocho patitas—. Egggres un cgggrío excelente.Escarlatina me dio uno de sus besos helados en la mejilla y os juro que vi cómo se ponía

colorada. Luego empezó a caminar detrás de las encargadas de que se cumplan las profecías, hastadesaparecer en la espesura de la noche difunta. Me sentí algo vacío por dentro. Como si merobasen una parte de mi interior.

—Ya está, abuelo. Se han ido para siempre —comenté con tristeza.—¡Miau! —maulló Dodoto.—Allá donde van encontrarán la felicidad. Y ahora llegó el momento de que tú hagas lo

mismo, hijo —me dijo a la vez que señalaba con la cabeza el lugar donde me esperaba lamortibusera.

Nos dimos un último abrazo. Llené de besos su cara fría y azulada y le hice prometer quepensaría en mí todos los días de su vida difunta.

—Estas horas que he pasado contigo me han hecho muy feliz —me confesó—. Eres el nieto quecualquier abuelo desearía tener. ¡Y ahora corre al mortibús! ¡Vamos!

Cuando me subí con Dodoto al mortibús, le dije adiós a través del cristal sabiendo que esa erala despedida definitiva. Nunca más vería al abuelo. A partir de ese momento tan solo lo llevaríaen mis recuerdos.

—Tranquilo, nene. Yo te llevaré noticias suyas al mundo de los vivos —me prometió Nicotinamientras ponía en marcha el mortibús. Y aquello me tranquilizó. La mortibusera había demostradoque era una esqueleta de palabra.

Una niebla espesísima rodeó el mortibús y sentí dentro de mí que, de alguna manera, Amanito ylos setáceos también estaban allí en aquel instante. De camino a casa, entre acelerones y frenazos,

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supe que aquella había sido la aventura más emocionante que viviría jamás. Siempre llevaría aEscarlatina y a lady Horreur en el corazón. ¡Y al abuelo, claro! Todos ellos eran algo más quedifuntos. Eran un pedazo de mí.

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Epílogoo de lo que pasó cuando regresé al Más Acá

COMO TRES DÍAS en el Inframundo equivalían a tres horas en el Más Acá, llegué a casa demadrugada. Ni mamá ni papá supieron nada sobre mi salida nocturna. Lo primero que hice nadamás llegar fue abrir la despensa y coger un paquete de galletas de chocolate. Estaba hambriento.Luego subí a mi cuarto con Dodoto, y buscamos un escondite para el casco de aviador. Me pusemorado a galletas.

No penséis que al día siguiente les conté a mis padres algo de lo que había pasado aquellamadrugada. Imaginad la situación:

—Esta noche estuve con el abuelo en el Inframundo y con otras dos amigas: una cocinera quelleva muerta más de ciento cincuenta años y se llama Escarlatina, y lady Horreur, una arañafrancesa que vive dentro de su nariz.

¡Pensarían que estoy loco! Seguro que les daba por mandarme a un psicólogo infantil. Encambio, lo que hice fue perseguir mi sueño de chef. Y en eso sigo. Acabo de cumplir once años yya soy capaz de hacer magdalenas sin que parezcan monstruos de varias cabezas. Los brownies mesalen de maravilla y ¡hago una ratatouille que es para chuparse los dedos! Pero lo mejor de todoes que conseguí elaborar mi propio libro de recetas, igual que Escarlatina. Me siento orgulloso demí mismo.

Por cierto: el día que cumplí once años me llegaron a casa dos regalos misteriosos: unamedalla de aviador metida en un sobre y un ojo envuelto en una tela de araña. Sí, habéis leídobien, ¡un ojo! ¿Imagináis quién me pudo enviar esos regalos? Yo sí. De hecho, no hay día en queno me acuerde del abuelo, de Escarlatina y de lady Horreur. De su mano aprendí que hay queperseguir los sueños, pelear por aquello en lo que uno cree y no rendirse jamás frente a lasadversidades. ¿Veis? ¡Estoy hecho un filósofo! Yo filosofo, vosotros filosofáis, ellos filosofan. Esque estoy viendo los verbos en clase de Lengua y mamá dice que tengo que practicar. Yo lecontesto siempre lo mismo:

—¡Mamá, yo de lengua voy sobrado!Y a ella le hace gracia. Y a mí también. En eso consiste la felicidad. En la hermosura de las

cosas pequeñas, del día a día. Y ya os dejo, que me enredo a hablar y no hay manera dedespedirme. Cómo me cuesta decir adiós. ¡Casi tanto como hacer galletas sin zamparme ninguna!Ser cocinero, cuando tienes once años y mucha hambre el 85% del tiempo, no es nada fácil. No,no lo es. Como tampoco es fácil aguantar mucho tiempo sin respirar debajo del agua, dar vueltassin marearse, que Dodoto dé muestras de cariño, correr tres kilómetros sin sudar, que doñaMatracas hable sin escupir, comer una sola galleta francesa rellena de praliné, acertar en lacabeza del dóberman del vecino con un bizcocho volador, correr en un F85 sobre el Abismo del

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Quemado sin pasar miedo…

Bon appétit!

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La edición original de este libro, Escarlatina, a cociñeira defunta, publicada por EdiciónsXerais, recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil el 5 de octubre de 2015. Ese

mismo día, pero en 1864, nació en Besançon (Francia) Louis Jean Lumière, que junto con suhermano Auguste inventó en 1895 el cinematógrafo, el primer aparato capaz de grabar y

proyectar películas de cine.

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Título original: Escarlatina, a cociñeira defunta

Edición en formato digital: 2015

© Del texto: Ledicia Costas, 2014© De las ilustraciones: Víctor Rivas, 2014© De la traducción: Ledicia Costas, 2015© Edicións Xerais de Galicia, S.A., 2014

© De esta edición: Grupo Anaya, S.A., 2015Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15

28027 [email protected]

ISBN ebook: 978-84-698-0997-6

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