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c 1 c Vicente Pecharromán, cmf. En Sigüenza, Fernán Caballero y Tarragona MISIONEROS CLARETIANOS

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Vicente Pecharromán, cmf.

En Sigüenza,Fernán Caballero y Tarragona

MISIONEROS CLARETIANOS

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en Sigüenza, Fernán Caballero y Tarragona

José María Ruiz Cano, Tomás Cordero Cordero, Jesús Aníbal Gómez Gómez, Primitivo Berrocoso Maillo, Vicente Robles Gómez,

Gabriel Barriopedro Tejedor, Claudio López Martínez, Ángel López Martínez, Antonio Lasa Vidaurreta, Melecio Pardo Llorente, Antonio Orrego Fuentes, Otilio del Amo Palomino, Cándido Catalán Lasala,

Ángel Pérez Murillo, Abelardo García Palacios,Felipe González de Heredia,

Antoni Capdevilla Balcells, Jaume Mir Vime, Sebastià Balcells Tonijuan, Pau Castellà Barberà,

Andreu Feliu Bartomeu, Antoni Vilamassana Carulla, Frederic Vila Bartrolí.

MISIONEROS CLARETIANOS

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Los 23 Mártires Claretianos, cuyas semblanzas se recogen en estas páginas, pertenecen al grupo de Mártires del siglo XX que el día 13 de octubre de 2013 serán beatificados en Tarragona. Todos ellos, según reza el lema de la fiesta de beatificación fueron “firmes y valientes testigos de la fe”. Celebrando su memoria y acogiéndose a su intercesión, la Iglesia desea ser sembradora de humanidad y reconciliación. Como modelos de fe y, por tanto, de amor y de perdón, ellos nos ayudarán a profesar con integridad y valor la fe de Cristo.

(Cf. CI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Los mártires del siglo XX en España, firmes y valientes testigos de la fe,

19 de Abril de 2013)

Lugares del testimonio de los Mártiresde Sigüenza, Fernán Caballero y Tarragona

Madrid

Ciudad RealZafra

Barcelona

SigüenzaLa Selva del Camp

Fernán Caballero

Tarragona

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l P. José María Ruiz Cano, de

29 años, es el pro-tagonista de una emotiva historia martirial en la ciu-dad de Sigüenza. Su causa de cano-nización se unió con la de los Márt-ires de Fernán Ca-ballero, un grupo compuesto por ca-torce jóvenes estu-diantes de Teología de 20 a 26 años, próximos a ser ordenados sacerdotes, y por el Hno. Felipe González, de 47 años.

No es la distancia geográfica la que cuenta aquí, sino la coincidencia en las mismas ilusiones juveniles llenas de fe y de generosidad, truncadas en ambos lugares con la misma violen-

cia. El Santo Padre Benedicto XVI, con fecha 1 julio 2010, reconoció a estos dieciséis Misio-neros Claretianos como mártires de la Iglesia por haber testimoniado su fe con la entrega de su vida.Como todas las causas de mar-tirio, la Causa de los Mártires de Si-

güenza y Fernán Caballero es una hi-storia de muerte y de gestos de perdón y amor de las víctimas hacia quienes les arrancan la vida. Son hechos mar-tiriales que recogen 16 historias per-sonales ajustadas a la no fácil lógica del Evangelio: Si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto (Jn 12,24); el que pierda su vida por mí, la ganará para la vida eterna (Mt 16,25).

Mártires de Fernán Caballero. Cuadro del pintor sevillano Diego Coca Morales

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l P. José Mª Ruiz es el único sa-cerdote del grupo de Mártires de

Sigüenza y Fernán Caballero. Nació en Jerez de los Caballeros (Badajoz) el 3 de septiembre de 1906. Cuatro días an-tes de cumplir los catorce años ingresó en el Seminario Menor Claretiano de Don Benito, para regresar a su pueblo de Jerez en 1923 a hacer el año de Novi-ciado y cursar tres de filosofía.

Generoso de espíritu y amable en el trato, sentía hacia la Virgen Madre una fervorosa devoción. Así lo dejó refleja-do en la siguiente frase escrita durante el Noviciado al cumplirse los diez años de su Primera Comunión: “¡7 de junio de 1914 - 7 de junio de 1924! ¡Qué días tan felices para mí! El mismo día en que se cum-ple el décimo aniversario de mi Primera

Comunión me he consagrado a Vos en-teramente, Madre. ¡Qué felicidad ‘Totus tuus sum ego’! (Soy todo tuyo)”

Los estudios de teologia los hizo en Zafra, y fue ordenado sacerdote en Ba-dajoz el 29 de junio de 1932.

Recién ordenado inició en Aranda de Duero (Burgos) el año de prepara-ción para el ministerio sacerdotal y mi-sionero. Al año siguiente fue destinado a Sigüenza (Guadalajara) como auxiliar del Prefecto del Postulantado que fun-cionaba en el Palacio de Infantes, pa-sando en 1934 a desempeñar el cargo de responsable formador del grupo de 60 seminaristas, cuyas edades oscila-ban entre los 12 y los 16 años. En Si-güenza sorprendieron al P. José María los trágicos días de persecución religio-sa de 1936.

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La vida corta y sencilla del P. José Mª Ruiz albergaba una vitalidad vigo-rosa que giraba en torno a una identi-ficación plena con su vocación de sa-cerdote Misionero Hijo del Corazón de María y que conformaban sus grandes amores: Cristo, el Corazón de María y los seminaristas que le fueron enco-mendados como formador.

La vida en la Ciudad del Doncel fue llevadera hasta el día 25 de julio en que la situación se hizo extremadamente difícil. El Obispo y cuatro claretianos colaboradores en el Seminario dioce-sano fueron detenidos y condenados a muerte. Ante estos acontecimientos, el P. José Mª reunió a sus seminaristas en la capilla; “sería la una de la tarde”, dice el cronista testigo de los hechos. -“Qui-so animarnos, pero no pudo contener las lágrimas”. -“No pasa nada, pero para prevenir lo que pudiera pasar, he de co-municarles con profunda pena que el Colegio queda disuelto por algunos días. No lloren. Por ahora no pasa nada. Los Superiores han acordado esto por pre-caución… Irán saliendo en grupos hacia los pueblos inmediatos, puesto que todos se han ofrecido a darnos hospedaje…”

Presidiendo esta escena de tan difí-cil descripción se hallaba una hermosa imagen del Corazón de María con el Niño en brazos. Hacia ella dirigió el Pa-dre su plegaria: “¡Oh Señora mía! ¡Oh Madre mía! Acordaos que soy todo vues-tro, conservadme y defendedme como

cosa y posesión vuestra”. Y luego, de ro-dillas y con los brazos en cruz tendidos hacia la Virgen, exclamó: “Si queréis, Madre, una víctima, aquí me tenéis; es-cogedme a mí, pero no permitáis que su-ceda nada a estos inocentes que no han hecho mal a nadie”.

Comenzó el éxodo del Seminario. El Siervo de Dios se puso al frente del gru-po de los más pequeños. -¡Adiós, Padre, hasta pronto!, le dijo al despedirse el Hno. Víctor. -¡Hasta el cielo!, contestó el Siervo de Dios, y emprendió el camino de Guijosa, a unos 7 Kms de Sigüenza.

Entraron en Guijosa al anochecer y fueron recibidos con los brazos abier-tos por el párroco y todo el vecindario.

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Alguien advirtió al Padre que los niños estaban a salvo y que para él era mejor huir y salvar la vida. La respues-ta, repetida varias veces, fue siempre la misma: -“Aunque me descubran y me maten, no dejo a los niños”.

A Guijosa fueron a buscar al “Padre de los niños que habían huido de Sigüen-za”. El día 27, “un poco antes de comer se presentaron en el pueblo siete coches de las milicias revolucionarias. Un milicia-no de Sigüenza dijo: -Ése es el Padre; y el Padre exclamó: -“Virgen del Carmen, salvad a España; muero contento”.

Durante una hora lo tuvieron re-tenido en un coche flanqueado por dos milicianas. Los seminaristas iban reuniéndose alrededor,... -“No temáis, no pasa nada. Muero contento”, decía a sus muchachos.

Entonces, unos milicianos que ve-nían de profanar la iglesia, traían de

mala manera una imagen del Niño Jesús. Con desfachatez se la arrojaron al P. José Mª, diciéndole: -“Toma, para que mueras bailando con él”. El Padre la apretó amorosamente sobre su co-razón. Pero el miliciano se la arrebató bruscamente y la arrojó contra el suelo.

El coche echó a andar… y el Pa-dre se despidió diciendo: -¡Adiós, hijos míos!, y los bendijo. Pronto se detuvo la caravana en el término del Monte del Otero, a medio camino entre Guijosa y Sigüenza. Una voz ordenó al siervo de Dios que bajara. El Padre entendió la orden, perdonó a sus enemigos y em-prendió, peregrino del cielo, la subida al Otero.

Sonó una descarga de fusiles y nuestro mártir se desplomó de bruces con los brazos en cruz. Era la una de la tarde del 27 de julio de 1936. Uno de los milicianos comentaría más tarde: “Como aquel fraile que estaba con estos chicos, que aún decía que nos perdonaba cuando le íba-mos a matar”.

En la falda del Otero, en el lugar del martirio, está clavada una cruz para perpetua memoria.

Iglesia de Guijosa

Cruz en el Monte del Otero

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a atmósfera de violencia contra los moradores del Teologado Cla-

retiano de Zafra comenzó apenas aca-badas las elecciones de fe brero de 1936. A finales de abril el Padre Provincial ordenó abandonar la casa y marchar a Ciudad Real, pensando hallar en la capital manchega una situación más favorable. Se alojaron en una Casa de ejercicios cedida a los Misioneros Claretianos por el Obispo D. Narciso Esténaga, que no reunía condiciones suficientes para recibir a un grupo de jóvenes estudiantes de Teología. Su si-tuación en medio de la ciudad añadía nuevas dificultades a sus moradores.

Jesús Aníbal Gómez, colombiano, escribía así a los suyos: “No tenemos

huerta, y para el baño nos las arre-glamos de cualquier modo... De paseo no hemos salido ni una sola vez des-de que llegamos: de hecho, guardamos clausura estrictamente papal; así nos lo exigen las circunstancias. Por lo dicho pueden ver que no estamos en Jauja y que algo tenemos que ofrecer al Señor”.

Se respiraba un ambiente de mar-tirio y pronto se vieron sorprendidos por el asalto a la casa. El P. Superior escribirá más tarde: “Cuatro fueron los días de prisión para las catorce vícti-mas propiciatorias que fueron sacrifi-cadas el día 28 y seis para los restantes. Decir lo que en estos días tuvimos que sufrir es cosa de todo punto imposi-ble.” Las cosas fueron empeorando

Teologado de Zafra y Casa de Ejercicios de Ciudad Real

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en aquella cárcel en que se había convertido la propia casa, hasta el punto de que “trajeron mujerzuelas y las veíamos con los bonetes y los ornamentos paseando y asomándose provocativamente a nuestras habita-ciones... Todos estábamos preparados para la muerte, que la veíamos muy cerca... Se sufrían las vejaciones y las privaciones con resignación y manse-dumbre y conmiseración para con los perseguidores.”

Intentando salir de aquel lugar de suplicio, el P. Superior pudo conseguir del Gobernador Civil salvoconductos para ir todos a Madrid o adonde les conviniera. La primera expedición se preparó para el día 28 de julio. En ella iban nuestros mártires. Se despidie-ron de los que quedaban: ¡Que tengáis feliz viaje!, les dijeron.

Fueron a la estación de Ciudad Real en varios coches y acompañados por milicianos. Al llegar se armó un gran alboroto y se oyeron voces de: ¡A matarlos. Que son frailes. No les dejéis subir. Matadlos! El tren partió para Madrid y las amenazas se cumplieron a 20 km. de la capital, en la Estación de Fernán Caballero.

Un viajero del mismo tren cuenta así lo que vio:

“Ordenaron a los frailes que baja-sen, que habían llegado a su sitio. Unos bajaron voluntariamente diciendo: Sea lo que Dios quiera, moriremos por Cris-to y por España. Otros se resistían, pero con las culatas de los fusiles les obliga-ron a bajar. Los milicianos se pusieron junto al tren y los frailes frente a ellos de cara. Algunos de los frailes exten-dieron los brazos gritando ¡Viva Cristo Rey y Viva España! Otros se tapaban la cara. Otros agacharon la cabeza. Uno que era muy bajito daba ánimos a todos. Empezaron las descargas y todos los frailes cayeron al suelo… Al incorporarse, algunos con las manos extendidas gritaban ¡Viva Cristo Rey!; volvieron a dispararles y cayeron.”

Entre el montón sangrante de ca-dáveres, Cándido Catalán quedó gra-vísimamente herido y moriría horas más tarde: “Presentaba aspecto de una resignación asombrosa, no profería queja alguna…”, dijo de él el médico que lo atendió en la Estación.

Memorial en el solar de la antigua Estación de Ferrocarril de Fernán Caballero

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Es obligado notar que en medio de tanto dolor no faltaron ángeles de consuelo. El P. Federico Gutiérrez, en su librito Mártires Claretianos de Sigüenza y Fernancaballero, re-coge el testimonio de Carmen He-rrera, hija del Jefe de Estación: “Yo

y la mujer del Factor, Maximiliana Santos, ayudamos a los médicos a cu-rar al herido. Yo puse agua caliente para lavarle las heridas y la mujer del Factor facilitó una sábana para hacer vendas. En la Estación yo le di de be-ber...”

omás Cordero nació el 8 de junio de 1910 en Robledino

de la Valduerna, provincia de León, diócesis de Astorga. Sus padres se lla-maban Vicente y Tomasa, labradores de vida sencilla y honda religiosidad. Tomás era el mayor de seis hermanos, como también será el mayor del gru-po de compañeros mártires en Fernán Caballero.

Como si el Señor le inspirara, nuestro siervo de Dios entendió pron-to que ese privilegio conllevaba una responsabilidad. Eso es lo que reflejó muy bien el párroco en su informe:

«En la escuela es el primero; en la igle-sia el más ejemplar».

Emotivo sobremanera es el si-guiente escrito de su padre: «Dios sembró en él todas las delicias de un niño y la pureza de un ángel: me pi-dió que le dejase ser misionero, y en aquellos momentos, los más penosos para mí por haber perdido a mi es-posa, me opuse a sus deseos, ya que Tomás era el único sostén de la fami-lia, pero me dio tales razones que yo mismo le acompañé al Seminario de los Misioneros en Plasencia el día 10 de octubre de 1924».

Tomás Cordero Cordero

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Dos años estuvo allí, pasando lue-go a Don Benito y más tarde al No-viciado de Jerez de los Caballeros, en donde profesó el 15 de agosto de 1929. En la misma ciudad dio comienzo a los estudios de Filosofía.

Tomás era de espiritu generoso y gozaba con que sus compañeros dis-frutaran de todo lo suyo. El informe que sobre él dio su formador durante los años de Filosofía fue éste: «El Sr. Tomás Cordero es un sujeto muy re-comendable, piadoso, sencillo, obe-diente, aplicado, dado de veras a la virtud».

En diciembre de 1932 recibió las Órdenes Menores, ya en el Teologa-do de Zafra. El siervo de Dios crecía en sabiduría al tiempo que iba culti-vando sus sentimientos espirituales y crecía su devoción a la Virgen. Las siguientes palabras son un firme tes-timonio de su amor al Corazón de María: «Esclavitud de amor. El esclavo se inclina ante la Reina, pero el hijo se reclina sobre el pecho de la Madre para disfrutar allí de las ternuras de su Co-razón». El más tierno abrazo maternal de la Virgen lo recibió en Fernán Ca-ballero, a la edad de 26 años.

Jesús Aníbal Gómez Gómez

ació Jesús Aníbal el 13 de junio de 1914 en la ciudad colombiana de

Tarso (Antioquia), diócesis de Jericó. Sus padres, Ismael y Julia, eran cris-

tianos de vida espiritual intensa y de posición social distinguida. En casa se

rezaba todas las noches el Rosario, y en el colegio decían que era un chico pia-doso de veras.

A los 11 años, Jesús Aníbal ingre-só en el Seminario Claretiano de Bosa. Durante el noviciado fue tan ejemplar

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su comportamiento que el Padre Maes-tro creía que había pasado el año sin haber cometido una sola falta cons-cientemente. El día de su Profesión per-petua escribió: «Soy ya vuestro apóstol, Corazón de mi Madre. No quiero la vida si no es para amarte». Y como máxima suya eligió la siguiente: «Apasionarme por Jesús». Procediendo de una familia rica y distinguida, Jesús Aníbal prefirió siempre la más estricta pobreza, la sen-cillez y la humildad.

A los 21 años fue enviado a España para finalizar sus estudios de teología y recibir la ordenación sacerdotal. En no-viembre de 1935 llegó al Teologado de Zafra, en Extremadura. Corta fue aquí la estancia de Jesús Aníbal, pues el 1 de mayo de 1936, ante las violentas ame-nazas revolucionarias que se sufrían

diariamente, fue disuelta la Comuni-dad y hubieron de trasladarse a la capi-tal manchega, a Ciudad Real, pudiendo terminar allí el accidentado curso de Teología. Los sinsabores continuaron hasta que el 24 de julio fue asaltada la residencia claretiana y quedó prisionro en su misma casa junto con sus supe-riores compañeros.

Un episodio durante la prisión re-fleja la valentía de Jesús Aníbal. Un miliciano, al enterarse de que era co-lombiano, le reprochó: “¿Y de tan lejos has venido para hacerte fraile?”. Y Jesús Aníbal respondió: “Sí, y a mucha hon-ra”. El miliciano le golpeó con el fusil y él calló prudentemente.

Fue fusilado en Fernán Caballero a la edad de 22 años.

Primitivo Berrocoso Maíllo

ació Primitivo el 19 de febre-ro de 1913 en Jerte, provincia

de Cáceres, diócesis de Plasencia. Ingresó en el Postulantado de los

misioneros claretianos en Plasencia a los trece años. A los diecisiete emi-tió sus votos religiosos, y en junio de 1935 recibió la Tonsura y las Órde-

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nes menores del Ostiariado y Lecto-rado.

La niñez de nuestro Siervo de Dios tuvo pocas alegrías. Antes de nacer él sus padres se vieron obligados a emi-grar a Argentina para ganarse la vida. En el viaje murió su padre, Primitivo, y la madre, Antolina, volvió a Espa-ña, a casa de los abuelos, más pobre aún que al salir. Y en Jerte nació su hijo Primitivo al mes de su regreso de Argentina. Antolina contrajo nueva-mente matrimonio y el hijo quedó a cargo de los abuelos.

Contaba don Ramón, párroco del pueblo, que: “un día pregunté por un chiquillo que pudiera servirme de monaguillo y me presentaron a «Tivo», como familiarmente le lla-maban. Algún tiempo después adi-viné fácilmente que poco a poco iba brotando en él la vocación sacerdo-tal. Le hice convivir conmigo y en ocho meses se impuso en la Analogía y la Sintaxis latinas. Su carácter se iba formando. Y cuando apenas contaba

trece años, lo puse en manos del Su-perior de los Hijos del Inmaculado Corazón de María de Plasencia, con estas palabras: «Aquí le entrego un futuro General de la Orden»; tal era mi afecto hacia aquel chiquillo...”

Primitivo -según informes- era ejemplar en todo; su piedad sólida y grande su devoción a la Virgen. Aseguran que tuvo vivos deseos del martirio ya desde la más tierna edad. Su Maestro de novicios escribió el si-guiente informe: «Es uno de los Estu-diantes más completos que he cono-cido; salud robusta, hermosa voz, de grandes ideales misioneros, dotado especialmente para la composición li-teraria, algunos de sus trabajos fueron premiados en Certámenes Marianos».

El 2 de julio de 1936 solicitó reci-bir las dos últimas Órdenes Menores en la próxima Ordenación del día 25 del mismo mes. No pudo ser. En vez de las Órdenes Sagradas recibió la palma del martirio con sus compañe-ros. Tenía 23 años de edad.

En vez de las Órdenes Sagradas recibió la palma del martirio con sus compañeros

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Vicente Robles Gómez

icente Robles nació en Villanue-va del Conde (Salamanca), el 25

de abril de 1914. Ingresó en el Postu-lantado de los misioneros claretianos en Plasencia a los 11 años, y a los 17 hizo su profesión religiosa en Salvatie-rra (Álava). Sus padres, Pedro Ignacio y Fernanda, formaban una familia de labradores de fe arraigada: «El ambien-te familiar era muy cristiano; mi madre pedía por la vocación de sus hijos».

El informe del Maestro de novi-cios fue altamente elogioso sobre las cualidades del siervo de Dios: «El Sr. Vicente Robles es una verdadera alha-ja: de talento superior, muy aplicado, laborioso, constante, formal. Es piado-sísimo y ha trabajado en la virtud con un ardor y una constancia insupera-bles. Es de buen carácter y ha gozado de buena salud».

Los tristes acontecimientos de mayo de 1931, quema de conventos y descarada persecución religiosa, obli-garon a los superiores a dispersar el Noviciado. Junto con su hermano Aga-

pito, Estudiante ya de Teología, tuvo que ir a su pueblo en espera de tiempos mejores. “En el pueblo -dice su herma-no- teníamos los actos de piedad como si estuviéramos en la Congregación: meditación, santa misa, comunión, lectura espiritual y examen, y el mes de mayo por el libro La verdadera de-voción a la Santísima Virgen, de Grig-nion de Monfort.”

El P. Augusto Andrés Ortega, su Director espiritual durante los años de Filosofía en Plasencia, no ahorra elogios hacia Vicente Robles en su declaración procesal de la Causa de canonización, abundando en lo dicho por el Maestro de novicios: «Debo destacar a Vicente Robles y a Otilio del Amo, sobre todo a Vicente Robles al que creo que no se le podía exigir más sobre el perfeccionamiento de su vida espiritual... De Vicente Robles y de Otilio del Amo pienso que no in-currían en falta venial deliberada... Creo que vivían habitualmente la pre-sencia de Dios: eran dos almas muy

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Gabriel Barriopedro Tejedor

selectas y excepcionales, y entre los dos, Robles».

Vicente vivió en admirable pro-fundidad su consagración al Corazón de María, hasta el punto de firmar siempre Vicente del Corazón de Ma-ría Robles porque quería que todos

se enterasen de que ya no se perte-necía a sí mismo sino al Corazón de la Virgen; y en el encabezamiento de sus cartas y escritos figuraba el grito jubiloso: ¡Viva mi Madre! En la fecha de su martirio Vicente Robles tenía 22 años de edad.

ació Gabriel el 18 de marzo de 1915 en Barahona, provincia

de Soria y entonces diócesis de Si-güenza. Fueron sus padres Mariano y Asunción, buenos cristianos. El niño Gabriel «a los seis años sabía perfec-tamente responder y ayudar a la misa y rezar el rosario en la parroquia». A los diez años ingresó como alumno interno en el Seminario Conciliar de Sigüenza, dirigido por los Misione-ros Hijos del Inmaculado Corazón de María.

Varios años después sintió la vo-cación a la vida religiosa sacerdotal

y misionera, y decidió ingresar en la Congregación Claretiana. Pocas vo-caciones habrán sido tan duramen-te probadas como la suya. Tuvo que luchar durante tres años contra la oposición de sus padres, pero cuando ya había terminado el primer año de Teología y había recibido la Tonsura, -milagrosamente, dice él- sus padres cedieron y le dieron su consentimien-to. Rebosante de alegría pidió su in-greso en el Noviciado y fue recibido en Salvatierra (Álava). El Maestro de novicios informaba: «El Novicio Sr. Barriopedro tiene 17 años cumplidos.

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Lleva tres meses y medio entre noso-tros. Tiene salud excelente, es tratable, dócil, grave, apacible: se distingue por sus sentimientos sociales, es amable, condescendiente, benévolo, compasi-vo, amante de la paz, devoto y piado-so: su conducta es ejemplar».

Profesó el 29 de junio de 1933 en Jerez de los Caballeros. Pasó al Teo-logado de Zafra a continuar su carre-ra, hasta que, víctimas de la persecu-ción, todos los Estudiantes tuvieron

que ir a buscar refugio en Ciudad Real.

Nota característica de su espiritua-lidad era su devoción al Corazón de María. Escribía en vísperas de su Pro-fesión: «La Virgen para mí lo es todo... Ya no me asustan las dificultades, ni son capaces de entristecerme las penas; tampoco me pesan los trabajos porque basta una mirada suya para serenar y alegrar mi espíritu». Cuando murió, Gabriel tenía 21 años.

Claudio y Ángel López Martínez

laudio López y su hermano Ángel ingresaron a un mismo tiempo

en el seminario claretiano, profesaron en el mismo día, cursaron los mismos años de carrera sacerdotal y juntos fueron martirizados en Fernán Caba-llero.

Nacieron los dos hermanos en Mundilla de Valdelucio (Burgos); Claudio el 18 de diciembre de 1910

y Ángel el 2 de octubre de 1912, en una familia de labradores honrados y buenos cristianos. Su padre se llama-ba Eusebio López Arroyo, y su madre, Joaquina Martínez Val.

Los dos niños fueron monaguillos y «de por sí eran muy humildes y co-mulgaban con frecuencia». Llegaron al Postulantado de Plasencia el 22 de septiembre de 1924. Cumplieron el

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Noviciado y los tres años de Filosofía en Jerez de los Caballeros,.

Claudio, según los informes de los superiores, era magnífico compañe-ro, robusto, bueno, formal, piadoso y de toda confianza, y se distinguía por cierta entereza y virilidad que, sin pretenderlo, se imponía a los demás. Ángel era piadoso, bastante ejemplar, formal, aplicado y de confianza, de buena salud, de talento sobresaliente y de carácter bueno. Ángel y Claudio -dijo su compañero de curso el P. José Riguera- eran realmente piadosos y ejemplares. Continuamente en horas de silencio los veíamos con el rosario en la mano, y todos los días, sin de-jar uno, hacían el viacrucis. Tenían un gran celo misionero, sobre todo Án-gel, y su ideal era formarse para ser buenos misioneros.

Cuando en 1931 fueron expulsa-dos del seminario de Jerez al procla-marse la II República, Ángel y Clau-dio volvieron a su pueblo. Allí siguie-ron con toda edificación sus prácticas piadosas y, recordando sus visitas de niños, bajaron numerosas veces al cercano Santuario de la Virgen de la Vega. A pesar de que los familiares y

los amigos les desaconsejaban volver al Seminario, Ángel y Claudio regre-saron al seminario. Comenzaron la Teolología en Zafra, pero en mayo de 1936, la persecución les obligó a dejar Zafra y buscar cobijo en Ciudad Real.

Fue en esta ciudad en donde so-portaron los días más duros de la per-secución religiosa. Prisioneros en la propia casa y distribuidos de dos en dos por las celdas, Ángel López tuvo por compañero al P. José María Már-quez, más tarde obispo de Humahua-ca (Argentina), quien en el proceso de beatificación haría la siguiente decla-ración: «Estábamos preparados para la muerte. De mi compañero Ángel puedo decir que me exhortaba a rogar por los perseguidores, por España, y que perdonáramos a nuestros ene-migos, alentando mi ánimo». En otra celda con Claudio estuvo el H. Grego-rio Barriuso: «Me animaba y nos pa-sábamos el día y la noche rezando». En la tarde del 28 de julio de 1936, los dos hermanos, siempre juntos, alcan-zaron la gloria del martirio en Fernán Caballero. Claudio tenía 26 años y Ángel 24.

Los dos niños fueron monaguillos y «de por sí eran muy humildes y comulgaban con fre-cuencia».

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Antonio Lasa Vidaurreta

l 28 de junio de 1913 nació An-tonio Lasa en el pequeño pueblo

de Loizu (Navarra). En lo municipal varios pueblos formaban un conce-jo, y en lo religioso tan pronto había párroco como no, pero cuando no lo había, iba toda la familia al pue-blo vecino a oír misa, aunque nevase. Fueron sus padres Miguel Lasa y Jo-sefa Vidaurreta, «cristianos a macha-martillo».

Cada cuatro años venían a Erro, cabeza del valle al que pertenece Loi-zu, unos Padres Misioneros. Antonio quiso ser como ellos, y al cumplir los once años ingresó en el Postulantado de Santo Domingo de la Calzada.

Poseía Antonio un conjunto envi-diable de cualidades: inteligencia rá-pida y poderosa, felicísima memoria, tesón para el estudio y su piedad era serena y racional, hija de una suave armonía de cabeza y corazón. El in-

forme de su Maestro en el Noviciado de Salvatierra fue más escueto, pero no menos elogioso: «Antonio Lasa en talento es meritissimus [sobresaliente] y en la conducta uno de los mejores Novicios».

Cursados los tres años de Filosofía en Beire y el primero de Teología en Santo Domingo de la Calzada, An-tonio experimentó una fuerte crisis en los años 1933-1934. Parece que no se entendió con el formador de teólogos, y se volvió un tanto crítico y contestatario. Al terminar el tercer año obtuvo permiso de los superiores para pasar a la Provincia claretiana de Bética, cuyo Teologado estaba en Zafra, adonde llegó en 1935. Desde el primer momento se encontró feliz en-tre sus nuevos compañeros, pero las circunstancias sociales hicieron que pronto el teologado se trasladara a Ciudad Real. Aquí le visitó su herma-

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Melencio Pardo Llorente

no médico Félix Lasa, quien resumía así el encuentro: «Le visité poco tiem-po antes de ser fusilado. Yo, después de haber visto los acontecimientos del 1 de mayo en Madrid,... vine a Ciudad

Real con el ánimo de que se marchase conmigo». Se quedó en Ciudad Real. El 28 de julio de 1936 Antonio Lasa moría mártir en Fernán Caballero a los 23 años de edad.

elecio Pardo nació el 3 de agosto de 1913 en Bustillo de

Chaves, provincia de Valladolid. Fue-ron sus padres Benigno Pardo e Isidra Llorente, que formaban una familia profundamente cristiana.

Melecio ingresó en el Postulantado de Plasencia el 13 de octubre de 1926. De sus años de Humanidades afirma el Prefecto que destacaba por su espí-ritu misionero y su afición a la decla-mación para habilitarse en la predica-ción de la divina palabra... Aunque no sobresalía en cualidades intelectuales, sí lo hacía en las espirituales por una entrega grande a la piedad, a la voca-ción, a la Virgen y a sus ideales de mi-sionero en países de infieles.

El P. Joaquín Alonso, compañero de Melecio hasta horas antes del mar-tirio, recordaba la noche triste del 12 de mayo de 1931 en que tuvieron que abandonar precipitadamente el Novi-ciado de Jerez... Después de pasar unos días en Los Santos de Maimona acogi-dos en casa de la hermana de Antonio Orrego, tuvo que volver a Bustillo de Chaves, su pueblo, junto con Otilio del Amo, su paisano y amigo desde la in-fancia. Ambos regresaron a la Congre-gación a fines de julio y Melecio se pre-paró para hacer la profesión el 15 de septiembre. Estaba loco de alegría. «La Oratoria era la debilidad del Sr. Mele-cio Pardo. El púlpito hubiera sido su lugar propio». Al dispersarse el Teo-

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Antonio Orrego Fuentes

logado de Zafra, en 1936, a Melecio y Otilio del Amo les tocó refugiarse unos días en la casa de los misioneros claretianos en Córdoba, hasta que pu-dieron ir a Ciudad Real a reunirse con sus compañeros.

Su espíritu jovial les ayudaría a soportar lo que en Ciudad Real les esperaba. Terminaron el curso y arre-

ció más intensamente la persecución. En la tarde del 28 de julio, mientras soñaba con alcanzar la libertad, ca-mino hacia Madrid, Melecio Pardo, con 23 años, recibió la corona de los triunfadores. Su voz, preparada para proclamar la verdadera libertad, no se apagará jamás.

liva de la Frontera (Badajoz) fue la cuna del mártir Antonio Orre-

go. Nació el 15 de enero de 1915 y era hijo de Pedro e Isabel, humildes arte-sanos, de espíritu cristiano firmemente arraigado. El padre murió cuando An-tonio era muy niño.

No había cumplido todavía los once años cuando ingresó en el Pos-tulantado de Plasencia. Sin sobresalir notablemente, poseía una medianía suficiente que le hacía muy apto para la virtud y la vida misionera. Inició el Noviciado en 1931, en Jerez de los Caballeros. Las revueltas sociales

obligaron a cerrar el seminario y An-tonio Orrego, con otros cuatro com-pañeros, fue a refugiarse al pueblo de Los Santos de Maimona (Badajoz) en casa de su hermana Amelia. De allí pasó a Salvatierra (Álava) para ter-minar el Noviciado y regresar des-pués a Plasencia a estudiar Filosofía. De Antonio se decía que era piadoso, obediente, caritativo con sus compa-ñeros, amantísimo de la Virgen y de conducta intachable.

Los estudios de Teología los cursó en Zafra hasta la fecha en que nue-vamente se vió obligado a recurrir al

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Otilio del Amo Palomino

amparo de su hermana en Los Santos de Maimona. De lo sucedido en este tiempo declara su hermano Octavio: “Mi madre le instó a que fuese con ella a su casa de Oliva, diciéndole que corría peligro su vida y que sería una gran pena para la familia si lo mata-ban, a lo que él respondió: ¡Qué más gloria quisieras tú que tener un hijo mártir!”. A primeros de mayo de 1936 se reunió con sus compañeros en Ciu-dad Real. Terminó el segundo curso de Teología y se preparó para la Profe-

sión Perpetua, que hizo el 29 de junio, festividad de San Pedro y San Pablo, un mes antes de su martirio. El 5 de julio, teniendo previsto recibir las Or-denes Menores para el día 25 del mis-mo mes, escribió a su madre: «Nues-tros sueños se van convirtiendo en hermosas realidades. Hijo del Corazón de María, y dentro de poco Tonsurado y con Órdenes... y después Ministro del Altísimo». Antonio Orrego murió mártir de Cristo a los 21 años de edad.

aisano y compañero de Me-lecio Pardo, Otilio del Amo

nació en Bustillo de Chaves el 2 de abril de 1913. Sus padres, Eustasio y Basilisa, eran «cristianísimos con-sortes». “Mis padres -declaraba su hermano Eustasio, sacerdote- eran de costumbres muy cristianas. Mi padre era un obrero. No querían que Otilio fuera religioso, sino más bien

sacerdote secular. Mi hermano era naturalmente piadoso.”

Ingresó Otilio en el Seminario Claretiano de Plasencia el 28 de sep-tiembre de 1927. Al terminar las Hu-manidades, en 1931, tuvo que volver a su casa y permanecer dos meses en el pueblo. De esta permanencia en el pueblo comenta su hermano: Me in-culcó la vocación religiosa, que no

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Cándido Catalán Lasala

acepté por oposición de mis padres, y me decía: «No importa que tenga que dar la vida: si la doy a Dios por el mar-tirio, mejor».

La opinión que Otilio del Amo merecía a su Director espiritual, P. Augusto Andrés Ortega, ha queda-do recogida al trazar la semblanza del mártir Vicente Robles; baste por ahora incluir aquí el significativo testimonio del P. Eladio Riol: «El Sr. Otilio era un caso especial. Reunía un conjunto de cualidades humanas, in-telectuales y morales tan armónico y tan logrado que le daba autoridad evi-dente aun entre sus compañeros. Era el Estudiante ejemplar e indiscutible en todo. Podía con toda garantía, ser

nombrado Superior al terminar sus estudios». Los tristes acontecimientos de abril y mayo de 1936 en Zafra no le permitieron terminar en paz su pri-mer curso de Teología. Al dispersarse el teologado pudo encontrar refugio en la casa de los misioneros claretia-nos de Córdoba junto a su paisano Melecio. A los pocos días recibieron orden de juntarses con sus compañe-ros en Ciudad Real. En el tren Oti-lio escribió una carta a su hermano: «Andamos como extranjeros en tierra propia; en todas partes se nos odia; no podemos parar en ningún sitio; en este momento voy en el tren hacia Ciudad Real, desde allí quizá al martirio; pero Dios sea servido». Fue martirizado a la edad de 23 años.

ándido Catalán nació en Core-lla, provincia de Navarra y dió-

cesis de Tarazona, el 16 de febrero de

1916. Sus padres, Feliciano y Jacinta, formaron una familia acomodada de cristianas costumbres. A los 11 años

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se decidió a seguir las huellas de su tío paterno, el P. Cándido Catalán Mon-real, por entonces Superior Provincial de los Misioneros Claretianos de Bé-tica, ingresando en el Postulantado de Plasencia.

Hizo el Noviciado en Salvatierra (Álava) y profesó el 24 de octubre de 1932. De Cándido Catalán dicen cuantos le trataron que fue «un niño muy niño» con marcado infantilismo hasta los 17 años: fe, candor, rutina. Sin embargo, en el año 1934, cursan-do ya estudios de Filosofía, el informe del Prefecto es de tono muy distinto: «En Cándido Catalán se ha notado un cambio muy favorable tanto en la ciencia, que se ha puesto a la cabeza del curso, como en la virtud». Y ya en 1935, al comenzar su primer año de Teología, la transformación es total: «Estudiante religiosamente completo, piadoso, caritativo, obediente, humil-de, aplicado, optimista».

Cuando ya se sentía tan feliz lle-garon los trágicos acontecimientos de Zafra, y Cándido con sus compañeros

tuvo que ir a refugiarse en Ciudad Real. Allí terminó el curso, pero los problemas sociales se incrementaron. El 28 de julio de 1936 Cándido, con otros 13 compañeros salió de Ciudad Real con la esperanza de llegar a Ma-drid. Llevaban un salvoconducto del Gobernador Civil que resultó poco fiable. Subieron al tren, pero a pocos kilómetors, en la Estación ferroviaria de Fernán Caballero, fueron obliga-dos a apearse y en presencia de los otros viajeros fueron fusilados mien-tras gritaban ¡Viva Cristo Rey!¡Viva el Corazón de María!

Cándido Catalán quedó gravísi-mamente herido rodeado de los cadá-veres destrozados de sus compañeros. Moriría seis horas más tarde cuando era trasladado al hospital de Ciudad Real: “Presentaba aspecto de una resig-nación asombrosa, no profería queja alguna…”, dijo de él el médico que lo atendió en la Estación.

Cándido Catalán era el más joven de todos los mártires de Fernán Caba-llero. Sólo tenía 20 años.

Cándido Catalán era el más joven de todos los mártires de Fernán Caballero. Sólo tenía 20 años.

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ació Ángel el 6 de junio de 1915 en la villa de Montánchez (Cá-

ceres). Sus padres fueron José Pérez Sánchez y Josefa Murillo Cortijo.

Cuenta su hermana Matilde que Án-gel aprendió las primeras letras en la es-cuela del pueblo y luego pasó al Colegio de los Misioneros del Corazón de María en Montánchez. De las primeras incli-naciones de su hermano nos dice: “Des-de pequeñito mostraba inclinación al es-tado sacerdotal, imitaba las cosas de los sacerdotes, decía misa, tenía confesona-rio... Mi padre se oponía con tenacidad a que fuera religioso, pero mi hermano respondía que sería el más desgraciado del mundo si no le dejaban serlo”.

Ingresó Ángel en el Postulantado de Plasencia en octubre de 1928, a los trece años de edad. Cuando en 1931, por los disturbios y la quema de conventos, tuvo que regresar al pueblo, volvió de nuevo al seminario animoso y alegre, a pesar de tener que vencer, una vez más, la re-sistencia de su padre. Hizo el Noviciado

en Jerez de los Caballeros y pasó a Pla-sencia a cursar los tres años de Filosofía.

En los informes de sus formadores es difícil acumular mayor número de elogiosos calificativos: «Es amable, be-névolo, atento, condescendiente, pací-fico, tratable, alegre, dócil y obediente, devoto y piadoso, tranquilo, compues-to, armónico, vivo, sosegado... Talento sobresaliente, buena memoria, una gran voluntad, sentimientos de simpa-tía, nobleza, dignidad, alegría, ciencia y prudencia, caridad en su doble movi-miento hacia Dios y hacia el prójimo».

En agosto de 1935 comenzó el pri-mer curso de Teología en Zafra, y en mayo de 1936, después de unos días refugiado en su pueblo, fue a Ciudad Real a reunirse con sus compañeros. Ángel, consciente del peligro que les amenazaba, exclamó con voz firme: «Vamos a la muerte». El 16 de julio de 1936, doce días antes de su martirio, hizo su Profesión Perpetua. Contaba entonces 21 años.

Ángel Pérez Murillo

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l pequeño pueblo de Villandie-go, provincia y diócesis de Bur-

gos, fue la cuna de Abelardo García el 15 de octubre de 1913. Sus padres, Ángel y Estéfana, eran labradores. La madre murió cuando Abelardo conta-ba tan sólo dos años.

A los once años ingresó en el semi-nario claretiano de Plasencia estimula-do seguramente por su tío, el P. Ignacio Abad Palacios, que también moriría mártir en Don Benito. Sus formadores durante los primeros años califican a Abelardo de dócil y sufrido. Comenzó el Noviciado lleno de ilusión y de alegría, pero no fue admitido a la Profesión.

Comenzó una nueva etapa de su vida en los Agustinos; primero en Uclés y luego en La Vid. Desde aquí, en 1934, cursando estudios de Filosofía, escribió pidiendo de nue-vo el ingreso en la Congregación de Misioneros Claretianos: «No puede imaginarse el gran cariño, llevado casi hasta el delirio, que yo profeso a la Congregación; día tras día y con

ansias cada vez mayores he suspirado por volver a ella».

Suplicaba una respuesta urgente pues se acercaba el día de su profesión en los Agustinos. El Superior le aconsejó que no profesara, a pesar de estar apro-bado, y Abelardo se fue a su pueblo sin que hubiera llegado la respuesta de los Misioneros Claretianos. Al fin le llegó la admisión en circunstancias de no tener siquiera recursos para hacer el viaje a Jerez de los Caba lleros. La Providencia le ayudó inesperadamente y pudo partir para Jerez. Inició un nuevo Noviciado y profesó el 3 de enero de 1936: había con-seguido lo que tanto anhelaba. Pasó al Teologado de Zafra y de aquí a Ciudad Real con sus compañeros perseguidos. Ante los temores de algún compañero, Abelardo replicó: «Bien, y ¿qué puede acontecernos en último resultado?, ¿ma-tarnos?, ¡Oh, qué dicha, si un día se leyese en los Anales CMF: Han sido fusilados por Dios y por la Congregación los Sres. Abelardo García, etc». Éste sueño lo vió cumplido cuanto contaba 22 años.

Abelardo García Palacios

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Dos meses más tarde:

Hno. Felipe González de Arahona

l Hno. Felipe fue martirizado también en Fernán Caballero,

no en la Estación de ferrocarril sino a las puertas del cementerio, el día 2 de octubre del mismo año 1936. Su causa de canonización estuvo unida desde un principio a la de los 14 Estudiantes claretianos de la primera expedición a Madrid.

Nació Felipe González el 24 de mayo de 1889 en la villa de San Asen-sio (La Rioja). Sus padres José y Ezequiela se distinguieron en el pue-blo por su bondad, honradez y reli-giosidad, por la caridad con que so-corrían a los necesitados y por lo bien que educaron a sus dos hijos, Felipe y Salvador.

Su familia probó duramente la vocación de Felipe, como se deduce del siguiente escrito: «Los que aba-

jo suscriben, padres del joven Felipe González de Heredia declaran que habiéndole sometido a cuantas prue-bas les ha sugerido su imaginación por ver si su verdadera vocación era consagrar su vida en una Orden Reli-giosa y encontrándole resuelto siem-pre y con muchos deseos de ello, sea como padre, sea como hermano, le concedemos la más amplia y absoluta libertad para que pueda hacer su Pro-fesión religiosa, siendo nuestros más vivos deseos sea para mayor gloria de Dios y utilidad de tan santa y venera-da Orden».

Hizo el noviciado en Jerez de los Caballeros y profesó el 25 de marzo de 1909 para Hermano coadjutor. Había llegado a la meta, ya era Misio-nero Hijo del Inmaculado Corazón de María. Los testimonios de cuantos le trataron coinciden: era un alma

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privilegiada, humilde, sencillo, ser-vicial, paciente, amable y caritativo, sumamente sacrificado, amantísimo del Corazón de María y de la Con-gregación. Valga por todos el testi-monio del cardenal Arturo Tabera en el Proceso de Canonización: «El Her-mano Felipe, amable figura de Her-mano coadjutor, sencillo, piadoso, culto, dedicado siempre a las faenas más humildes de la casa, apartado de todas las cosas del mundo: le conocí personalmente durante tres o cuatro años en el Teologado de Zafra».

Llegó el Hno Felipe a Ciudad Real procedente de Zafra. Cuando salió para Madrid la segunda expedición

de la Comunidad el 30 de julio, él se quedó en Ciudad Real, refugiado en casa de su hermano Salvador. Descu-bierto, fue llevado a la checa del Semi-nario en donde permaneció hasta que el día 2 de octubre le sacaron para lle-varle en un coche hasta Fernán Caba-llero. Al parar el coche en la puerta del cementerio, el Hno Felipe se subió al escalón de la puerta, se puso en cruz y gritó ¡Viva Cristo Rey y el Corazón de María! Una descarga de fusil acalló su voz. Un testigo, que casualmente viajó en el mismo coche, dijo después: Yo noté que el Hermano iba muy sereno en el coche y el grito de ¡Viva Cristo Rey y el Corazón de María! lo dijo con energía.

Falta un pequeño texto

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os siete Mártires Claretianos de Tarragona procedían de dos comunidades cercanas entre sí: Tarragona y la Selva del Camp. Su martirio sucedió en

días y lugares diversos.La Comunidad Claretiana de Tarra-

gona, instalada en una casa muy mo-desta, tenía el privilegio de contar entre sus moradores un grupo de claretianos dedicados a la cátedra en el Seminario y en la Universidad Pontificia, en don-de siempre gozaron de gran aprecio como profesores.

La casa de la Selva del Camp era Casa Misión y lugar de reposo para ancianos y enfermos, que allí se sen-tían tan a gusto. Era muy querida en la Congregación porque en ella derramó su sangre en 1868 el pro-tomártir claretiano Padre Francisco Crusats, que hizo exclamar con en-vidia a San Anto nio María Claret, cuando supo la no ticia de su muer-te glo riosa: -¡Ah, ya sabía yo que ése se me adelan ta ría!...

Mártires claretianos de Tarragona (Ed. Claret Barcelona)

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Antoni Capdevilla Balsells

a primera víctima del grupo fue el Hermano Antoni Capdevila, que,

en la plenitud de sus cuarenta años, moriría con una serenidad admira ble.

Nació en l’Espluga Calba (Lleida) el 27 de febrero de 1894. Sus padres se llamaban Antoni y Filomena. El Hno Antoni era un verdadero tesoro dentro de la vida de las comunidades, especialmente por sus servicios en el oficio de sastre. Ejerció también de profesor de los primeros cursos, dis-tinguiéndose por su seriedad y efica-cia. Mereció siempre la confianza de todos y era considerado como un mo-delo por su espíritu sobrenatural.

Cuando estalló la revolución de ju-lio de 1936, el Hermano pertenecía a la comunidad de La Selva del Camp. Su primera preocupación fue llevar al an-ciano y enfermo Hno Ramón Gar cés al Asilo de las Hermanitas en Reus. De allí, el día 24 de Julio, se trasladaba en tren hasta Borges Blanques para recorrer a pie los 14 kilómetros que lo separaban

de Mollerusa, próxima a Lleida, donde vivía su familia. El tren se detuvo más de lo debido en Vimbodí para hacer el cambio de má quina, y Antoni se bajó del vagón para pasearse por el andén... Algún malicioso sospechó algo raro y allí mismo lo detuvieron. Lo pasearon por las calles hasta llegar al Comité, le robaron el dinero que llevaba y, a eso del mediodía, lo condujeron, carretera adelante, hasta el lugar llamado el Pun-tarró, distante de la población unos 500 metros. Ante los fusiles, Antoni pidió con toda serenidad a sus asesinos:

- ¿Me permitís prepararme por unos momentos?

Concedida la petición se descubrió con toda calma la cabeza, se puso a re-zar tranquilamente y, acabada su ora-ción fervorosa, invitó a los asesinos a que hiciran lo que quisieran. Antes de morir, sacando fuerzas desde el fondo de su alma misionera, gritó:

- ¡Viva Cristo Rey!

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Jaume Mir Vime

Una ráfaga de disparos lo abatió por tierra. Las gentes sencillas del pueblo lo consideraron santo desde el primer momento y se afanaron por hacerse con piedrecillas salpicadas

con la sangre del mártir... Empezaba la glorificación de Dios. Sus restos re-posan en la iglesia de San Agustín de Tarragona junto con los del P. Frede-ric Vila.

l P. Jaume Mir Vime era hijo de Ciutadilla, provincia de Lleida

y comarca de Urgell. Nació el día 22 de diciembre de 1889. Sus padres, Jau-me y Filomena, eran unos ejemplares cristianos. Tuvieron dos hijos y cua-tro hijas. La más pequeña fue religiosa Carmelita de la Caridad.

Pocos días después de la muer-te del Hno Antoni Capdevilla, el 29 de julio concretamente, le seguía el P. Jaume Mir. Alto, escuálido, se-rio, inclinado siempre so bre el texto de Filosofía, era la encarnación de la Metafísica que enseñaba con singular competencia. Sus excelentes dotes in-telectuales y una afición destacada al estudio le habían dado una madurez

de ingenio tal que podía considerárse-le como autoridad en las cuestiones fi-losóficas más intrincadas. Desde 1932 regentaba en la Universidad Pontificia de Tarragona la cátedra de cuestiones di fíciles o Tesis del Doctorado.

Por su vida de asceta, siempre si-lencioso y reflexivo, era la conjuga-ción per fecta de “oración, estudio y docencia”, una trilogía que lo definía a la perfección.

La revolu ción le sor prendió diri-giendo los Ejercicios Espirituales a las Hermanas Carmelitas de la Caridad en Esplugues de Francolí. Sin saber por qué tocó varias veces con fervor inusitado el tema de los márti res, que

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Sebastià Balsells Tonijuan

llenaban de gloria a la Iglesia. Disuel-ta la Comunidad de las Religiosas el 21 de Julio, se re fugió con ellas en la casa del Capellán, y allí continuaron sus Ejercicios Espirituales.

El martirio del P. Jaume parece que lleva la impronta de una vil traición. Queriendo trasladarse a Tarragona solicitó del Comité el pase correspon-diente. Se lo dieron, pero los mismos que se lo entregaron lo reclamaron al día siguiente. Pidió otro, y le dijeron que no lo necesitaría, pues ellos mis-mos le iban a acompañar al Comité de

Montblanc. Su despedida de las reli-giosas fue cordial y serena: - ¡Adiós! No hay nada que hacer. Si no nos ve-mos en la vida, ¡hasta el Cielo!

- ¡Padre, bendíganos! Así tendre-mos el consuelo de haber recibido la bendición de un mártir.

Los milicianos se lo llevaron en coche hacia Montblanc para dejarlo en la estación de ferrocarril. El caso es que ese mismo día 29 por la tarde en-traba su cadáver en el cementerio de Tarragona...

ació el Hno Sebastià el día 3 de diciembre de 1885 en La

Fuliola, provincia de Lleida, comar-ca de Urgell. Heredó de sus buenos padres, Baltasar y Buenaventura, muchas cualidades naturales, pero, muy especialmente, una educación cristiana que ya desde pequeño le ayudó a crecer en la fe. De los seis

hijos del matrimonio, una chica se hizo religiosa y dos varones siguie-ron la vocación claretiana.

La vida de piedad del Hermano Sebastià se manifestaba en el servicio a los miembros de su comunidad, en la alegría espiritual que hacía sensible con su buen humor y en las prácticas

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de devoción muy cordiales con Jesu-cristo y con la Madre de Dios, como la eucaristía, el vía crucis y el santo rosario cada día.

Tenía unas cualidades muy nota-bles para profesor de párvulos, y a esa tarea se dedicó en los colegios de Cer-vera, La Selva del Camp y Játiva. En 1932 el Colegio de Játiva fue asaltado, y en marzo de 1936 la comunidad fue obligada a abandonar definitivamente la ciudad. La revolución del mes de julio sorprendió al Hermano Sebastià en la Selva del Camp.

Decidió ir a refugiarse en su casa natal del pue blecito de Fullola. Aquí encontró también refugiada a su her-mana religiosa Sil veria, quien con es-píritu curioso le preguntó un día:

- ¿Cuántos rosarios llevas rezados hoy a la Virgen?

- Ya van diecinueve, respondió el siervo de Dios. Y no era más que el mediodía... Y es que, efectivamente, el rosario y el Oficio Parvo de la Virgen no se le caían de las manos al bendito Hermano, humilde, inocente, fervo-roso.

El día 15 de agosto, fiesta de la Asunción, los dos hermanos religio-sos, Sebastià y Silveria, desarrollaron una escena so brenaturalmente idíli-ca y que parece arrancada de los re-cuerdos de Benito y Escolástica. Era ya de noche, y después de la cena se

entretuvieron las dos almas gemelas hablando de Dios, del cielo, de la di-cha de morir mártires por Jesucristo. Hablando, hablando, así se les pasó el tiempo...

A las tres horas de haberse extin-guido ese coloquio espiritual, ocho gritos de odio se oyeron a la puerta reclamando a Se bastià, al que cargan en un auto para llevarlo al Comité de Tárrega; como ¡para creérselo, a aque-llas horas de la noche!. El coche si-guió carretera adelante. En medio del silencio, el Hermano inició un breve diá logo:

- Vosotros me lleváis a matar, ¿ver-dad?

- ¡Sí!

Ante semejante claridad por am-bas partes, la víctima sacó del bolsillo con tranquilidad el rosario, y empezó a musitar una y otra vez: Ruega por no sotros... en la hora de nuestra muer-te.

El coche se paró, los milicianos ataron al Hermano a un tronco y le dispararon ocho tiros. Desde muy cer-ca, un guardabosques contemplaba la escena. Los dedos del cadáver seguían apretando el rosario, hasta que poco tiempo después el fuego alimentado con brazadas de hierba seca convirtió en cenizas los restos del mártir.

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os Hermanos Andreu Feliu y Pau Castellà son todo un caso

de fraternidad humana, religio-sa, misionera y martirial. Aquellos dos vene rables ancianos eran un verdadero tesoro. Nacidos los dos en el mismo pueblo, los dos com-partieron la misma vida religiosa en la Congregación claretiana; los dos gastaron sus mejores años en la dura Misión de Guinea Ecuatorial; juntos pasaban en paz su vejez en la misma Comunidad con edificación de todos; y la Providencia de Dios, que había unido maravillosamente sus vi das, no quiso separarlos en la muerte y juntos irían al encuentro del Señor que les brindaba la palma y la corona...

Hijos de Selva del Camp, al disol-ver los revolucionarios la Comuni-dad, ambos se dirigieron a sus pro-pias familias, con las que permane-cieron tres meses hasta que los del Comité de Reus quisieron amargar la vida a los moradores de la pací-

fica ciudad vecina e hicieron la lista de los que debían ser fusilados. Uno más sensato, y vecino de Selva del Camp, intervino para hacerles cam-biar de propósito:

- ¿Por qué no os contentáis con los Religiosos?

Y los dos únicos Religiosos que quedaban eran los Hermanos Feliu y Castellà. Apresados sin más difi-cultad el 26 de octubre, fueron lle-vados a La Riera de la Cuadra, tér-mino municipal de Reus, para ser fusilados. Como el Hermano Pau Castellà, con dificultades para mo-ver las piernas, tardaba en salir del coche, le sacaron de un empujón y cayó de bruces en tierra.

- ¡Aquí mismo!...Así, tendido en el suelo, le desce-

rraja ron varios tiros por la espalda.Los dos meritísimos Misioneros

morían por la misma causa: ¡por ser religiosos!

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Pau Castellá Barberá

au Castellà Barberà nació en el 3 de mayo de 1862 en La

Selva del Camp (Tarragona). De sus padres, Pau y Francesca, heredó un gran tesoro de cualidades humanas y virtudes cristianas, entre ellas, una voz dulce y privilegiada. Y con la voz, un gran interés por la música.

Pau hizo el Noviciado en Barbastro y en esa misma Comunidad se inició en el oficio de zapatero. De Barbastro pasó a Lleida, y más tarde, a petición suya, en 1892, los Superiores le concedieron un nuevo campo de trabajo mucho más difícil: las misiones de Fernando Poo. Como misionero sirvió en lugares y oficios muy sacrificados: Corisco, Santa Isabel, San Carlos y, finalmente, María

Cristina. En todos los destinos demos-tró sus extraordinarias cualidades de trato con personas no acostumbradas a obedecer. Ciertamente la naturaleza le había dotado de muchas cualidades de modo que cualquier oficio doméstico le era fácil. En todas las comunidades era muy bien recibido, pero que se hi-ciera querer también por los braceros de las fincas encomendadas, no lo ha-bían visto nunca. El Hermano Pau era un modelo de táctica para prevenir las dificultades.

Después de gastar su salud, se vio obligado a regresar a Cataluña por unas fiebres persistentes... Y en la Sel-va le sorprendieron la persecución re-ligiosa del 1936 y el martirio.

Los Hermanos Andreu Feliu y Pau Castellà son todo un caso de fraternidad humana, religiosa, misionera y martirial.

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ndreu Feliu nació el 15 de septiembre de 1870 en La

Selva del Camp (Tarragona). Sus pa-dres se llamaban Josep y Francesca.

Desde muy pequeño estuvo en contacto con los Misioneros Claretia-nos, que tenían casa en La Selva desde 1868. Servía de monaguillo, ayudaba al Hermano sacristán y cantaba con voz privilegiada en el coro de la iglesia de San Agustín, confiada a los Misio-neros. A los diecisiete años solicitó ser Misionero Claretiano como Hermano Coadjutor. Lo que más le interesaba era ser misionero, y mejor en tierras de misión.

El Noviciado lo hizo en Cervera, y ese fue su primer destino como encar-gado de la sastrería. Siempre se distin-guió por su laboriosidad y buen trato, siendo muy querido por su vida entre-gada y piadosa. En 1903, hallándose en Zafra, recibió el destino tan deseado de ir a las misiones de Fernando Poo.

El Hermano Andreu Feliu, experto en varios oficios, ejerció de sastre, sa-cristán, enfermero –era muy caritativo con los enfermos-, agricultor y encarga-do de la limpieza y del orden domésti-co. Era el servidor seguro de todos en cualquier necesidad. En 1934 tuvo que volver a Cataluña por motivos de salud.

Andreu Felui Bartomeu

Apresados sin más dificultad el 26 de octubre, fueron llevados a La Riera de la Cuadra, término municipal de Reus, para ser fusilados

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n toda Cataluña se hizo famosa la cárcel flotante instalada en el

barco de carga Cabo Cullera, traslada-da muy pronto a otro barco más ca-paz, el Río Segre, también carguero de 5.000 toneladas.

No se necesita mucha imagina-ción para suponer lo que era la vida en aquel lugar. Ais lamiento total de parientes y amigos, calor a veces in-soportable en un verano tan caluroso, monotonía inaguan table... Pero, por otra parte, también distracciones que en otras cárceles hubieran sido un lujo insospechado. Había entre los presos muchos sacerdotes y religiosos, y los seglares eran católicos distinguidos que se entretenían a su modo sobre cubierta, a pesar de la vigilancia estre-

cha de los mi licianos, que no aguanta-ban ver un ro sario (¡hecho con nudos en una cuerda!) ni unos labios que se abrieran para rezar... La orden era se-vera: - ¡Ni labios, ni dedos, ni nudos!...

Los presos se reunían a veces en pequeños grupos para relajarse un poco cantando, y los más serios, como nuestro Padre Frederic Vila, aprove-chaban el tiempo para tener confe-rencias de Moral o de otras materias cristianas.

Serán diez los Claretianos que se irán sucediendo en esta cárcel tan poco apetecible, aunque sola mente dos de ellos saldrán para la muerte: el Hermano Antoni Vilamassana y el Padre Frederic Vila.

Carguero Río Segre

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ació Antoni Vilamassana en Massoteres, provincia de Llei-

da, comarca de la Segarra, el 29 de enero de 1860. Sus padres se llama-ban Antoni y Josepa. A los 23 años ingresó en la Congregación de Mi-sioneros Hijos del Corazón de María, y cuatro años más tarde fue destina-do a las difíciles Misiones de Fernan-do Poo.

El H. Antoni se distinguió por su formalidad, su amor al trabajo y su espíritu religioso. Durante dos años fue el encargado de la finca de Ba-napà (1915-1916). Este bienio acabó con su salud: la vida tropical, con tantas inclemencias (sol ecuatorial, lluvias y cansancio), castigaron mu-cho su organismo y le obligaron a regresar a Cataluña. Fue destinado a la comunidad de Tarragona. Allí siguió trabajando como un joven, atendiendo en todo lo que podía a la comunidad formada principalmente por los claretianos catedráticos de la

Pontificia Universidad de Tarragona. Cuando la persecución religiosa dis-persó la comunidad, se ofreció con gran espíritu de caridad, en aquellos difíciles días, para acompañar al P. Frederic Vila, y ambos fueron apre-sados y conducidos a la cárcel flotan-te del vapor “Río Segre”, anclado en el puerto de Tarragona.

El Hermano Antoni era toda una estampa de misionero. Sus se-tenta y seis años no habían logrado mermar ni su constitución vigo-rosa ni sus energías para el traba-jo. En el barco-cárcel siguió tandevoto y servicial como siempre. Cuando el día 25 de Agosto fue «lla-mado», se confesó, recogió algunas prendas personales y de aseo, por si era verdad que los trasladaban al bar-co Uruguay en Barcelona, se despidió afectuosamente y salió tranquilo con la expedición, que no fue al Uruguay, sino hacia el cementerio de Valls.

Antoni Vilamassana Carulla

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Frederic Vila Bartolí

l P. Frederic nació en el muni-cipio de El Brull, provincia de

Barcelona, comarca de Osona, el día 3 de marzo de 1884. Sus padres, Antoni y Dolors, educaron a los hijos en la fe cristiana. Fruto de esa educación fue la vocación claretiana de Frederic y de su hermano Modest, y la de tres herma-nas que optaron por tomar el hábito de las Dominicas del P. Coll.

Frederic pasó su infancia en Tona antes de ingresar en el Seminario de Vic. Más tarde solicitó ser admitido en la Congregación de Misioneros Clare-tianos. Fue ordenado en 1907. Dota-do de una gran voluntad y memoria,

brillaba por su inteligencia rebosante de conocimientos de todo tipo, por su labor como religioso e investigador, y por la gran actividad cultural que lle-gó a desarrollar. Fue catedrático en los Seminarios Claretianos de Solsona y Cervera y en la Universidad Pontificia de Tarragona. Aquí le sorprendió la persecución religiosa de 1936.

Refugiado en el piso de las buenas hermanas Muntés, el día 24 de Julio sufrieron un registro sin especiales consecuencias. Sólo que al salir los milicianos, el P. Vila, que bien podía pasar por el dueño de la casa, se ol-vidó del consabido ¡Salud!, como exi-

Veinticuatro eran las víc timas llevadas en el camión. Al llegar a Valls cantaron por la carretera que la atra-viesa el Crec en un Déu, el inigualable Credo catalán, y otros himnos religio-

sos, que arrancaron a una viejecita este comentario que vale por el más brillante panegírico: - ¡Qué cánticos más bonitos aquellos! No eran de esos de juerga, sino muy bonitos, y daba gusto escucharlos.

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gían las circunstancias, y les lanzó el normal ¡Adiós!... En este detalle estu-vo todo. Lo detuvieron, se lo llevaron a la Comisaría, y de allí, convicto de ser sa cerdote y religioso, lo encerra-ron en el Cabo Cullera, y dos días más tarde lo pasaron al Río Segre. En sus apuntes personales, el P. Vila dejaba traslucir tanto el dolor y la angustia que se apoderaba de él a veces, como también la paz de su alma y el consue-lo que le proporcionaba el trato de sus hermanos de Congregación.

Aconsejado por el Comandante, el Padre hizo una solicitud de liber-tad, y la consiguió, bien agenciada por Durán, el Archivero de Catalu-ña. Solamente que cuando el día 11 de noviembre le trajeron la soñada orden de liberación, ya era tarde... Los milicianos de la F.A.I. se habían adelantado por la noche. A gritos y puntapiés fueron levantando a los

presos de sus camastros y haciendo la lista de la próxima expedición: 24 en total. En el puente del barco empe zaron a rezar todos juntos un salmo que, según dice un testigo, le pareció ser el Misesere.

Llevados en camión hasta el pue-blo de Torredembarra, y ya en fila de-lante de la tapia del cementerio, todos exhalaron su último aliento con un triunfal ¡Viva Cristo Rey!...

El Padre Frederic Vila fue una figura señera entre los claretianos de Cataluña. Notable profesor, escritor, paciente investigador y recopilador de los recuerdos claretianos y con-gregacionales... Pero, sobre todo, era una persona de sensibilidad exquisita y de una bondad cautivadora. El 21 de junio de 1959 sus restos mortales fueron trasladados a una capilla de la iglesia de San Agustí de Tarragona.

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DE LOS MISIONEROS HIJOS DEL IMMACULADO CORAZÓN

DE MARÍA (MISIONEROS CLARETIANOS)

ANTONIO MARÍA CLARET, Sallent (Barcelona), 1807. Misionero Apostóli-co incansable. Recorrió Cataluña y Canarias en misiones populares. Fundador de los Misioneros Claretianos, Arzobispo de Cuba y Confesor de la reina Isabel II, a quien acompañó en el destierro. Un sangriento atentado sufrido en Hol-guín (Cuba) le permitió, ante los Padres del Concilio Vaticano I, decir con san Pablo: “Traigo las cicatrices de Nuestro Señor Jesucristo en mi cuerpo”. Murió en Fontfroide (Francia) el 24 de octubre de 1870.

Pio XII proclamó santo a Claret el 7 de mayo de 1950 y dijo de él:“Alma grande, nacida como para ensamblar contrastes... fuerte de carácter

pero con la suave dulzura de quien conoce la austeridad y la penitencia; siempre en la presencia de Dios, incluso en medio de una prodigiosa actividad exterior; calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y entre tantas maravillas, como luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios”.

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L a Congregación de Misioneros Claretianos fue el Instituto religioso más probado de los que e sufrieron la persecución de 1936. Perdió 271 miem-

bros. Pocos años antes, en México, ya había pagado un tributo martirial en la persona del Beato Andrés Solá. Presentamos a continuación los distintos grupos de mártires claretianos que tienen introducida la causa de canonización o ya han sido beatificados.

Beatos Mártires Claretianos de BarbastroLos Mártires Claretianos de Barbastro, 51 en total, escribieron una pá-

gina gloriosa de heroísmo cristiano. Durante 20 días en el verano de 1936, en un salón semisótano con ventanas a ras de tierra, soportaron indecibles sufrimientos. La fuerza de la eucaristía y la devoción a la Virgen les permitie-ron mantener la alegría en el rostro y la paz en el corazón, rezando por todos y perdonando a quienes les iban a matar: “Morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, por el reinado definitivo de la Iglesia Católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias”.

Seminario Mártir, dijo de ellos Juan Pablo II el día en que proclamó Beatos a Felipe de Jesús Munárriz y 50 compañeros Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (25-10-1992).

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Beato Andrés Solá, mártir en MéxicoAndrés Solá nació en Taradell (Barcelona), en la Plana de Vic, en 1895.

Fue destinado a México como misionero en los difíciles años en que, bajo la presidencia del General Calles, no se permitía a los sacerdotes extranje-ros ejercer el ministerio sacerdotal. El P. Andrés, haciendo caso omiso de tal prohibición, “Llevaba muchas comuniones, hacía muchas Horas Santas, se sacrificaba mucho poniendo en peligro su vida”. Acusado injustamente, jun-to con el sacerdote Trinidad Rangel y el laico Leonardo Pérez, de participar en el descarrilamiento del tren que iba de México a Ciudad Juárez, los tres fueron ejecutados en el Rancho de San Joaquín, Lagos de Moreno (Jalisco). Durante su agonía el P. Solá no cesaba de repetir: ¡Jesús, misericordia! ¡Señor, muero por tu causa! Y Decid a mi madre que tiene un hijo mártir. Los tres “Mártires de San Joaquín” fueron beatificados en Guadalajara (México) el 20 de noviembre de 2005.

Beatos Mártires de Sigüenza – Fernán Caballero y de Tarragona

Junto a un numeroso grupo de Mártires del Siglo XX en España, los Már-tirres de Sigüenza-Fernán Caballero y de Tarragona serán glorificados por la Iglesia en Tarragona el 13 de octubre de 2013.

Siervos de Dios Mateo Casal y 108 compañerosEste grupo lo forman claretianos pertenecientes a diversas comunidades:

Barcelona, Lleida, Solsona, Vich, Santander y Valencia. Todos murieron he-roicamente a causa de su fe, por ser religiosos, y están incluidos en la mis-ma Causa de canonización. Entre ellos hay que destacar a los Estudiantes de Filosofía del Seminario claretiano de Cervera, otro Seminario mártir. A la comunidad de Cervera pertenecía también el Hno Fernando Saperas, co-nocido como “el mártir de la castidad”, quien durante quince eternas horas sufrió las humillaciones más inimaginables en los prostíbulos de Cervera y Tárrega. Fusilado a las puertas del cementerio de ésta útima ciudad, sus res-tos reposan en la iglesia parroquial de Santa María de l’Alba, en donde todos los 13 de agosto se le tributa un emocionado “recuerdo” y se ruega por su pronta glorificación.

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