en los 80 años de alfredo maneiro

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EN LOS 80 AÑOS DE ALFREDO MANEIRO Hoy se cumplen 80 años del nacimiento de Alfredo Maneiro, político e intelectual venezolano cuya temprana muerte truncó un prometedor curso histórico, dejando más preguntas que respuestas sobre el devenir de esta maltratada patria si su vida hubiese perdurado. Tuve la fortuna de acompañar, junto a otros, 11 años del tránsito vital de este hombre de excepcional inteligencia y valentía, desde aquella tarde en Valencia de 1971, cuando nos deslumbró a unos cinco o seis jóvenes con su razonamiento brillante y la fortaleza de sus convicciones. Aquello fue un viernes, quizá de agosto. Alfredo iba de paso a Puerto Cabello, a hacer otra parada en la suerte de gira que hacía por el país para recoger lo que él llamaba los residuos del torbellino vivido por todos nosotros en los 11 años previos. Solitario, apenas escoltado por un grupúsculo de fieles soñadores, aquel hombre nos proponía desafiar lo que la lógica política y una conveniente práctica de vida aconsejaba: desechar el canto de sirena que habían abrazado con entusiasmo casi todos nuestros compañeros de esos años –la fundación del MAS, con todos los pronósticos, auspicios y el viento mundial a su favor- para emprender la quimera de fraguar una organización revolucionaria desde cero, sin recursos ni apoyo, sin soportes conceptuales sacralizados, a partir de ideas (casi meras intuiciones) carentes de tradición validada y limitando deliberadamente su tamaño a unos pocos cuadros… A ciegas, en fin, sólo con la fe de ir encontrando a cada paso, en cada recodo de aquel penumbroso túnel, las luminarias que permitieran entrever el siguiente tramo del recorrido. La confianza de Maneiro, y su manera desbordante de exponerla, nos atrapó de inmediato a dos de sus oyentes de aquella tarde, y en un plazo más largo a casi todo el resto. El domingo por la tarde me encontraba ya en la redoma de San Blas, en la Valencia adonde había ido a probar suerte con una familia y dos niñas pequeñas, esperando una “cola” para viajar a Caracas. Y quiso un milagro de la vida que allí se detuviera Alfredo a poner gasolina a su vetusto Volkswagen color crema, creo recordar (el mismo que dio pie al sarcasmo de nuestros amigos- competidores, cuando decían -con toda razón- que allí cabía Maneiro con toda su militancia). Me le acerqué, le mencioné que era yo uno de sus oyentes en la reunión del viernes y le pedí llevarme hasta Caracas. Al subir me preguntó: “¿y qué vas a hacer tú para Caracas…? A incorporarme a ese proyecto que tú nos dibujaste”, le respondí. Literalmente, me acababa de subir al Volkswagen donde cabríamos todos. Discúlpenme esta digresión personal, cuando celebramos tanta historia colectiva; lo hago para sumar mi nombre a las decenas, miles, ¿acaso millones?, a quienes el breve paso de Alfredo Maneiro por esta tierra nos cambió la vida, en uno u otro modo. En los 11 años transcurridos entre su discurso en el Club de Solaz de los Ciegos, en enero de 1971 - en el que fundamentó su negativa a formar parte del promisorio proyecto que allí nacía bajo el

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Page 1: En los 80 años de Alfredo Maneiro

EN LOS 80 AÑOS DE ALFREDO MANEIRO

Hoy se cumplen 80 años del nacimiento de Alfredo Maneiro, político e intelectual venezolano cuya

temprana muerte truncó un prometedor curso histórico, dejando más preguntas que respuestas

sobre el devenir de esta maltratada patria si su vida hubiese perdurado. Tuve la fortuna de

acompañar, junto a otros, 11 años del tránsito vital de este hombre de excepcional inteligencia y

valentía, desde aquella tarde en Valencia de 1971, cuando nos deslumbró a unos cinco o seis

jóvenes con su razonamiento brillante y la fortaleza de sus convicciones.

Aquello fue un viernes, quizá de agosto. Alfredo iba de paso a Puerto Cabello, a hacer otra parada

en la suerte de gira que hacía por el país para recoger lo que él llamaba los residuos del torbellino

vivido por todos nosotros en los 11 años previos. Solitario, apenas escoltado por un grupúsculo de

fieles soñadores, aquel hombre nos proponía desafiar lo que la lógica política y una conveniente

práctica de vida aconsejaba: desechar el canto de sirena que habían abrazado con entusiasmo casi

todos nuestros compañeros de esos años –la fundación del MAS, con todos los pronósticos,

auspicios y el viento mundial a su favor- para emprender la quimera de fraguar una organización

revolucionaria desde cero, sin recursos ni apoyo, sin soportes conceptuales sacralizados, a partir

de ideas (casi meras intuiciones) carentes de tradición validada y limitando deliberadamente su

tamaño a unos pocos cuadros… A ciegas, en fin, sólo con la fe de ir encontrando a cada paso, en

cada recodo de aquel penumbroso túnel, las luminarias que permitieran entrever el siguiente

tramo del recorrido. La confianza de Maneiro, y su manera desbordante de exponerla, nos atrapó

de inmediato a dos de sus oyentes de aquella tarde, y en un plazo más largo a casi todo el resto.

El domingo por la tarde me encontraba ya en la redoma de San Blas, en la Valencia adonde había

ido a probar suerte con una familia y dos niñas pequeñas, esperando una “cola” para viajar a

Caracas. Y quiso un milagro de la vida que allí se detuviera Alfredo a poner gasolina a su vetusto

Volkswagen color crema, creo recordar (el mismo que dio pie al sarcasmo de nuestros amigos-

competidores, cuando decían -con toda razón- que allí cabía Maneiro con toda su militancia). Me

le acerqué, le mencioné que era yo uno de sus oyentes en la reunión del viernes y le pedí llevarme

hasta Caracas. Al subir me preguntó: “¿y qué vas a hacer tú para Caracas…? A incorporarme a ese

proyecto que tú nos dibujaste”, le respondí. Literalmente, me acababa de subir al Volkswagen

donde cabríamos todos.

Discúlpenme esta digresión personal, cuando celebramos tanta historia colectiva; lo hago para

sumar mi nombre a las decenas, miles, ¿acaso millones?, a quienes el breve paso de Alfredo

Maneiro por esta tierra nos cambió la vida, en uno u otro modo.

En los 11 años transcurridos entre su discurso en el Club de Solaz de los Ciegos, en enero de 1971 -

en el que fundamentó su negativa a formar parte del promisorio proyecto que allí nacía bajo el

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nombre de MAS, Fuerza Comunista Venezolana- y su prematura muerte a los 45 años, Maneiro

plantó una semilla que se reprodujo incesante en los años venideros, en unas y otras direcciones.

Tanto, que hoy se deforma miserablemente, desde el poder, su contribución al atroz presente que

vivimos. Una semilla que no tuvo Alfredo la posibilidad de regar, de cuidarla personalmente, para

que arrojara los frutos que él iba imaginando cada día, en una procelosa marcha por senderos

intransitados, inventando a diario la ruta.

Apoyado, eso sí, por abundante lectura, incesante investigación, apertura al ensayo, conciencia del

error… Porque la construcción, como un lego conceptual y operativo, de aquel proyecto cuasi

delirante que terminó llamándose La Causa R, y el dibujo mental de la Venezuela que con ella se

aspiraba a alcanzar, no obedeció nunca a un plan de hierro, inmutable y completo desde el vamos,

sino a una temeraria empresa intelectual y política, sin duda la más imaginativa que conozca

nuestra historia, para ejecutar un propósito de transformación social y política, un proyecto de

partido y de país, a partir de un estricto y no muy amplio núcleo de principios filosóficos y del

caudaloso acopio de datos que provee la experiencia.

Para llevar adelante aquel carruaje cuyo destino no tenía del todo claro -en mi modesta opinión,

para sacarlo del barranco que era la izquierda toda, sus ideas, modos y taras- Alfredo sostenía con

firmeza las riendas de dos filas muy distintas de caballos: una con los pies en las tradiciones de la

izquierda, sus certezas y atavismos, en algunos casos rozando el estalinismo; y la otra con vista en

lo desconocido, lanzada a la invención y los descubrimientos. A ambas las alimentaba, promovía y

sostenía en momentos de minusvalía. Y cuando unos y otros le reclamábamos aquella supuesta

incoherencia, nos tranquilizaba con una ambigua sonrisa: “hay que llegar a la meta con los

caballos completos”, me dijo un día. Para mí, mantenía a los dos grupos para defenderse de sus

propias incertidumbres, para que su tránsito a territorios desconocidos, lejos de las aguas que

abrevó desde niño, no lo condujera a un destino indeseado, como tantas veces ocurrió en el siglo

20. Para sintetizarlo con una de las inteligentes observaciones de Jorge Olavarría: “Maneiro quiere

abandonar la izquierda sin convertirse en otro Eudocio Ravines”.

Pero ocurrió lo impensado, y perdimos a Alfredo cuando ejecutaba la más compleja de sus

maniobras de cochero: cuando se disponía a conducirnos bastante más lejos de los orígenes

ideológicos. Quienes allí quedamos estábamos lejos de calzar sus botas; por juventud, por lagunas

intelectuales, y porque las dos filas de caballos no iban de improviso a armonizar sus trotes. Cada

fila intentó seguir el rumbo que por inercia le correspondía, a su ritmo, y en aquel momento

privaron las certezas que ofrece la tradición, dejando la minusvalía en quienes no quisimos

desandar lo recorrido. En fin, unos y otros fuimos tomando otros porvenires; y los hemos vivido

con tropiezos, torpezas, y alguno que otro acierto.

No los voy a importunar con análisis profundos de aquello, algo en lo que unos y otros estamos

aún en deuda. Sólo reconocer que el aliento acumulado por Alfredo Maneiro en once breves años

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de construcción política, fue suficiente para impulsar aquella idea y a sus cultores para llevarla, en

un tiempo similar (casualmente, otros 11 años, en 1993), a la antesala del poder, en lo que algunos

creemos que fue un brutal escamoteo del voto popular. Y se equivocan, o mienten a conciencia,

quienes afirman que aquel zarpazo pudo ser enfrentado con éxito.

La impronta de Alfredo Maneiro se mantiene vigente en la Venezuela que hoy sufre la peor de sus

desgracias, que no han sido pocas. Entre nosotros son inevitables las preguntas acerca del destino

que hubiese tenido Venezuela de no haber perdido tempranamente a este gran ciudadano. Nunca

se puede adivinar lo que pudo pasar si… Pero estoy convencido de que jamás Venezuela hubiese

llegado a esta catástrofe si Alfredo Maneiro no la hubiese dejado el 23 de octubre de 1982. Todo

lo contrario.

En lo personal, y creo que en ello me acompañan todos los que le conocieron, no logro imaginar

qué clase de persona hubiese podido yo ser de no haber rozado aquellos breves años la vida de

Alfredo Maneiro.

Me queda condenar con todas mis fuerzas el uso miserable que de su nombre hace la satrapía que

hoy destruye a Venezuela, con la complicidad y el usufructo personal de muy pocos de los que con

él transitamos aquellos años inolvidables; son muy pocos quienes aún chapotean esos lodos,

porque la enorme mayoría de quienes batimos aquellos polvos le hemos tomado distancia, unos

antes que otros. De todas las afrentas a su memoria, ninguna peor que haber dado su nombre a la

perversa entidad que cierra periódicos al negarles el papel que requieren para imprimir; el nombre

de quien fue un incansable fundador de periódicos, promotor del debate libre y descarnado,

buscados de papel para imprimir sus ideas.

Saludemos hoy con un afectuoso aplauso a quien fue nuestro entrañable amigo, conductor y

maestro; un nombre que perdurará, justamente reivindicado, en la historia de Venezuela. Es tarea

de todos lo que hoy estamos aquí, presentes o en mi caso por escrito. Amigo y compañero,

Thaelman Urgelles

@TUrgelle