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14 de octubre de 2007 En domingo Imagen espectacular de los ojos del Pont de la Trinitat de la ciu- dad de Valencia, con el museo Sant Pius V al fondo. Esta fotogra- fía anónima la conserva en su álbum familiar Julián Pérez Huerta, que vive en la calle Alboraia de Valencia y que en aquel octubre del 57 tenía 23 años. La imagen la ha enviado al foro de Levante-EMV su hijo, Julià Pérez Serrano. El foro abierto por Levante-EMV en su edición digital con el fin de recuperar la memoria histórica de la riada de 1957 ha recibido hasta ahora más de 160 fotografías, la mayoría de ellas procedentes de álbumes familiares que nunca han sido publicadas, y 84 testimonios que permiten reconstruir una catástrofe de la que justamente hoy se cumple medio siglo. Este mosaico armado en la red con retazos de las vidas de cientos de lectores lo mostramos en este especial de 12 páginas con una selección de las imágenes y vivencias enviadas a Levante-emv.com. Un documento que, por primera vez en la historia, nos descubre una «riuà» contada en primera persona. http://riadas.levante-emv.com

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Page 1: En domingo - levante-emv.com · 2/3 En domingo ESPECIAL RIADA 14 de octubre de 2007 Amparo y Anna Martín Pascual eran en aquel octubre de 1957 dos niñas de 9 y 14 años del barrio

14 de octubre de 2007

En domingo

Imagen espectacular de los ojos del Pont de la Trinitat de la ciu-dad de Valencia, con el museo Sant Pius V al fondo. Esta fotogra-

fía anónima la conserva en su álbum familiar Julián Pérez Huerta,que vive en la calle Alboraia de Valencia y que en aquel octubre

del 57 tenía 23 años. La imagen la ha enviado al foro de Levante-EMV su hijo, Julià Pérez Serrano.

El foro abierto por Levante-EMV en su edicióndigital con el fin de recuperar la memoria históricade la riada de 1957 ha recibido hasta ahora más de160 fotografías, la mayoría de ellas procedentes deálbumes familiares que nunca han sido publicadas,

y 84 testimonios que permiten reconstruir una catástrofe de la quejustamente hoy se cumple medio siglo. Este mosaico armado en la red con

retazos de las vidas de cientos de lectores lo mostramos en este especial de12 páginas con una selección de las imágenes y vivencias enviadas a

Levante-emv.com. Un documento que, por primera vez en la historia, nosdescubre una «riuà» contada en primera persona.

http://riadas.levante-emv.com

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Rafel Montaner

■ ALDAIA

Yo tenía 9 años en 1957.

Entonces vivía en el

barrio de la Brillanti-

na de Aldaia, enfrente

de la estación del ferrocarril y

junto al cauce seco de la rambla

del Poyo. Sobre el mediodía del

14 de octubre llegó la avenida

más fuerte de agua a Aldaia.

Nuestro barrio se edificó en te-

rreno inundable...» Así comien-za Amparo Martín Pascual el re-lato que bajo el título Confieso

que he vivido envió al foro de lasriadas que Levante-EMVha cre-ado en su edición digital(http://www.levante-emv.com)

para invitar a los lectores a quecuenten la riada de 1957 y la pan-tanada de Tous de 1982 en pri-mera persona.

Amparo y su hermana Annason dos de aquellas niñas de lariuà que vieron de cerca la muer-te tal día como hoy de hace 50años. «Lo que nos pasó te marca

para toda la vida, yo lo tengo cla-

vado ahí —dice Amparo mien-tras se toca la cabeza—, y aun-

que con el paso de los años vas

amortiguando el recuerdo, cada

vez que llueve tengo miedo». Aquella mañana en la que un

metro y medio de agua inundó su

casa eran dos niñas de 9 y 14 añosque observaban aterradas cómo«el agua se iba filtrando por las

paredes y a cada momento más

y más, mientras mi padre ama-

saba tierra y cemento e intenta-

ba que no entrase en la vivien-

da», revive Amparo.Anna vive en la misma casa de

aquel barrio de viviendas prote-gidas de enfrente de la estación,que cuando llegó la riuà estabaformado por 44 viviendas en lasque vivían más de 200 personas.Su hermana explica que, tras lariada de la noche en la que el ba-rrio se inundó pero el agua no lle-gó a entrar en las casas, fueronavisados por las autoridades deque se fueran de allí, «pero mi pa-

dre cometió el error de conside-

rar, al igual que muchos vecinos,

de que no sería para tanto; pues

otras riadas se habían sucedido

en años anteriores sin que pa-

sara nada». «Aquí, cada vez que

llovía, había riadas», apuntaAnna al tiempo que añade que«menos mal que la crecida vino

de día, porque si hubiera llega-

do de noche nos hubiéramos aho-

gado todos»

Cuando su vivienda se convir-tió en un barco a punto de nau-fragar, los acogieron en la casa deal lado. Amparo evoca que el aguale llegaba «por el cuello» y su pa-dre la tuvo que cargar a la espal-da para salir de la casa.

Agarrándose a las verjas de lasventanas llegaron al domicilio desus vecinos. «Allí mi padre con

el hijo varón de la casa, Rafael

Mariner, entonces un joven de 18

años, estuvieron luchando por

permanecer allí a salvo, mien-

tras yo me encontraba en una

salita con el tío Pepe, el padre de

aquella familia, que era un se-

ñor mayor que había perdido la

vista», relata Amparo.

CON EL AGUA AL CUELLO.Eldrama que vivió aquella niña fueaterrador: «Yo me tapaba los oí-

dos pues el agua caía a lo salva-

je y el ruido era aterrador. En

esos momentos mi cuerpo tem-

blaba de miedo. La fortuna qui-

so que en ese instante saliera a

donde yo estaba el hijo, pues vio

caerse la pared entre su casa y

la mía. Le dio tiempo a gritar a

mi padre para que me cogiese,

él hizo lo mismo con su padre

ciego, el cual no cesaba de decir

que lo dejásemos allí y que nos

salvásemos nosotros». A JoséMaría Mariner, al que ellas llama-ban el tío Pepe, lo enrollaron enunas mantas y lo sacaron por laventana conforme pudieron.

La única tabla de salvación queencontraron aquellas familiasfueron los árboles de la calle «Nos

subimos a las acacias que esta-

ban enfrente de las viviendas;

era una manera de sobrevivir»,

añade Amparo mientras Anna re-cuerda que también buscaron re-fugio en un carro que estaba ata-do a uno de aquellos árboles«pero el carro aquel parecía una

barquita».

CUATRO EN UN ÁRBOL. Estamujer, que ahora es auxiliar deEnfermería de la residencia pú-blica de personas mayores de Al-daia, explica que su padre la su-bió al árbol mientras el tío Pepese agarró al tronco como pudo.«Estábamos rodeados de agua

por todas partes, aquello parecía

un mar, y encima llovía como si

fuera el Diluvio Universal. Yo es-

taba espantada, y aún lo estoy»,

dice. En las ramas de aquella acacia

se refugiaron las dos hermanitas,su madre, y una vecina que esta-ba a punto de dar a luz. Amparopensaba que se iban a ahogar to-dos: «Allí, en el árbol, pasé tanto

miedo que decía, de aquí poqui-

to, cerraré los ojos, tragaré agua

y pronto estaré con la ‘Mare de

Déu’». «Había tomado la comu-

nión un año antes y era lo que

me habían enseñado», rememo-ra no sin cierta ternura.

Amparo recuerda que al mari-do de la vecina embarazada le ha-bía tocado la lotería y guardaba eldinero dentro de casa, por lo quese empeñó en volver a entrar a lavivienda inundada. «Cuando es-

taba dentro, le cayó un trozo de

pared encima, y lo rescataron

otros vecinos medio conmocio-

nado». Aquella mujer rompióaguas dos días después y tuvo unniño al que llamaron Napoleón.«Nosotros le decíamos, ‘¡Chica,

haberle puesto Moisés’!», recuer-da con humor.

Encima de las acacias, terciaAnna, no estuvieron más de unahora «porque el agua iba su-

biendo cada vez más». «Mi pa-

dre—continúa su hermana— co-

giéndose a las rejas de la venta-

na llegó hasta la casa de los avia-

dores García Julià. El más pe-

queño se encontraba esos mo-

mentos con su madre anciana,

al abrirnos la puerta el agua en-

tró en su casa, pero ello no im-

pidió que desde allí pusiéramos

una escalera y subiésemos al te-

jado hasta que las aguas comen-

zaron a amainar ya de noche». Las horas que estuvieron en el

tejado de los García Julià, hastaque bajaron las aguas ya de no-che, se le hicieron eternas a Am-paro. De hecho, para aquellaaquel episodio todavía es sinóni-mo de un frío terrible: «El agua

me quitó toda la ropa y me que-

dé en bragas, por lo que cogí una

pulmonía». «Hacía mucho frío,

y encima cayó granizo y todo»,

añade mientras señala que paraprotegerse de las piedras sólo te-nían unos cartones mojados que

2/3 En domingo ESPECIAL RIADA 14 de octubre de 2007

Amparo y Anna Martín Pascual eran en aqueloctubre de 1957 dos niñas de 9 y 14 años delbarrio de la Brillantina de Aldaia, una zona hu-milde de viviendas protegidas pegada a la ram-bla del Poyo que durante la mañana de un díacomo hoy de hace medio siglo se convirtió enun mar. Su lucha desesperada por escapar delas aguas forma parte ya de la memoria colecti-va de los valencianos gracias al foro abierto eninternet por Levante-EMV.

Amparo y Anna Martín, frente a la casa del barrio de laBrillantina de Aldaia en la que casi se ahogan hace 50

años. Abajo Anna, con una bicicleta unos años despuésde la riada, frente a los árboles a los que se subieron

para escapar de las aguas. FOTO: JOSÉ ALEIXANDRE

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habían sacado de unas jaulas paraconejos donde todos los animaleshabían muerto ahogados.

LA CAMPANA DE MARIETA.El recuerdo de aquella larga tardepara Amparo también es el de unacampanilla que no paraba de tin-tinear en la casa de la tía Marieta,una mujer mayor que para ella erael alma mater de aquel barrio dela Brillantina. Luego, días des-pués, la tía Marieta, que pasó todala riada subida sobre la cómoda desu cuarto con el agua por encimade las rodillas, le dijo que no pa-raba de tocar la campanilla «para

que la oyeran por si venía al-

guien en barca a rescatarnos». La inundación también llegó a

las calles más importantes de Al-daia, como la de la Iglesia, «don-

de el nivel subió a los dos metros

de altura o un poco más, algunas

personas tuvieron que ser resca-

tadas con cuerdas», evoca Am-paro al tiempo que recuerda quedesde la terraza podía ver cómoun chico joven que vivía a la otraparte del barranco, que se llama-ba Cayetano Cánoves y que murióhace unos años, «se ató una cuer-

da alrededor y ayudó a la gente a

ponerse a salvo, exponiendo su

vida».Cuando bajaron las aguas y pu-

dieron cruzar a la parte del pue-blo, encontraron refugio en la casade Alberto y Angelita Asunción.«Ellos cedieron su casa y todo lo

que pudieron por ayudar a todo

el mundo. Allí en el suelo pusie-

ron unas mantas y acostaron a

los niños que se habían quedado

sin casa», recuerda Amparo. Unode los niños de la riuà en la Bri-llantina que durmió aquella nochea su lado era Jaume Ortí, el ex pre-sidente del Valencia Club de Fút-bol.

La riada dejó un panorama de-solador en aquel barrio. Amparorecuerda que al llegar a su casadestrozada, su padre se encontrócon un caballo de los vecinos den-tro de la cocina. El animal se ha-bía salvado subiendo sus patas de-lanteras al fregadero y estirandoel cuello para no ahogarse. El aguase lo arrebató todo «muebles, va-

jilla, ropa... todo estaba podrido

por el barro», dice. Hasta semanasdespués no pudieron volver a sucasa, donde a pesar de que se ha-bían quedado sin nada su padretenía que montar guardia «porque

había gente que venía a robar lo

poquito que nos quedaba».

La familia García Julià, cuyohijo menor salvó de morir

ahogadas a Amparo, Anna ysus vecinos, tuvo un destinotrágico puesto que los dos vás-tagos de la entonces viuda delque había sido jefe de Estaciónde Aldaia fallecieron años des-pués en sendos accidentes aé-reos en los Rodeos y Londres. El mayor de los hermanos,Vicente García Julià (en laimagen), comandante de Ibe-ria, falleció el 5 de mayo de1965 a los mandos de un «su-perconstellation», un cuatri-motor que fue aparato másavanzado hasta la apariciónde los reactores.Aquel vuelo Madrid-Tenerife,en el que viajaban 70 pasaje-ros y seis tripulantes, terminobrutalmente cuando al tomartierra choco con una excava-dora que estaba trabajandoen la ampliación de las pis-tas. Además del comandante,que tenía una experiencia decasi 13.000 horas de vuelo,fallecieron otras 30 personas,entre ellas el abogado valen-ciano de 28 años FranciscoRamón Prats, hijo de unadestacada familia de la bur-guesía del «Cap i casal».Dos años después, su herma-no pequeño, Hermenegildo

García Julià, «Gildo», perde-ría la vida en otro accidentede un avión de Iberia. El 4 denoviembre de 1967, un «cara-velle» de la aerolínea españo-la que volaba entre Málaga yLondres se estrelló por causasque todavía se desconocencuando a 80 kilómetros de lacapital británica iniciaba eldescenso. Ninguna de las 37personas que llevaba a bordosalió con vida. Gildo, que es-taba preparándose para pilo-to, formaba parte de la tripula-ción como auxiliar de vuelo. Sin embargo, 10 años antes deseguir el trágico destino delmayor de los García Julià,aquel joven Gildo fue quiensalvó a aquellos náufragos delas acacias de una muerte se-gura. ■ R. MUNTANER

La tragedia de los García Julià

Rafel Montaner

■ VALENCIA

Manuel Pérez Sala-vert, un estudiantede Derecho de 22años, envió hace

unos días al foro de las riadasde levante-emv.com la historiade sus abuelos maternos, Pas-cual Salavert y Carmen Martín.Pascual, que falleció en 1994,fue el héroe de la riuà del 49 yaque logró salvar de morir aho-gadas a cinco personas, entrelas que había un niño, al abrirun boquete con la mano en el te-cho de su casa.

Días después, el domingo 2de octubre de 1949, una foto deaquel joven de 21 años con lamano rota señalando el agujeropor donde sacó de las aguas a sumadre, su hermana, una tía suyay a una vecina con una criaturapequeña, aparece en la primerapágina de Levante. Su alegríano fue completa pues no pudoevitar que su padre fuera una delas seis víctimas que dejó la ria-da en Bétera.

Carmen relata que cuando lle-gó la segunda riada que iba a mar-car sus vidas se acababan de ca-sar y estaban de viaje de noviosen Barcelona. Él tenía 29 años yella 22, y no pudieron ni estrenarla cama de matrimonio pues elagua arrambló con todo y casi selos lleva a ellos por delante.

DE VIAJE DE NOVIOS. «En

Barcelona llovía mucho y mi

marido, que después de lo del 49,

cada vez que había una tor-

menta se ponía enfermo, pensó

que lo mejor era volver a Béte-

ra», explica. Llegaron a Valenciael viernes 11 de octubre y el lu-nes, allá sobre las tres de la tar-de la muerte llamó a la puerta desu casa, en la plaza Luis Reig.

Esta vivienda, la misma don-de casi se ahoga Pascual en 1949al llegar el agua a una altura decuatro metros, todavía perviveen plena Alameda de Bétera.«Habían pasado 8 años y pen-

sábamos que aquello no volvería

a ocurrir», apunta la mujer.No solo pasó, sino que fue

peor porque al agua que evacuaeste cauce seco que cruza el cas-

co urbano de este a oeste para-lelo al Carraixet, se sumó la deeste último barranco, que tam-bién se salió de madre. La mujerrevive aterrorizada cómo vio lle-gar hacia su casa «una montaña

de agua roja de más de cuatro

metros de altura coronada por

pajares con ratas y todo». Su casa, donde el agua llegó a

los seis metros e invadió el pri-mer piso, era la escollera contrala que rompieron las aguas des-cabalgadas del Carraixet. Aquelmaremoto tumbó el tabique de laescalera, cayéndole encima aPascual, que se partió una ceja,mientras que a ella y a su cuña-da, Vicenta Llistó, las sacó de lavivienda y las arrastró unos me-tros hasta que unos vecinos lasrescataron. «El agua nos dejó

desnudas, en bragas», evoca conespanto.

Tras las dos riadas, acabarontan hartos de aquella casa que lavendieron y se fueron a vivir a laparte más alta de Bétera. Desdeentonces, Carmen dice que nopuede ni siquiera meterse en labañera, «no lo puedo resistir, y

cuando llueve mucho me pongo

a llorar y todo».

Los pequeños dela Brillantina deAldaia que sehabían quedadosin casadurmieron aquel14 de octubretodos juntos en elsuelo. Al lado deAmparo estabaJaume Ortí, el niñode la «riuà» quellegó a presidentedel Valencia CF

Otro de los testimonios que ha llegado al forode las riadas de Levante-EMV es la historiade una familia de Bétera que sobrevivió a dostrágicas avenidas, la de la víspera de Sant Mi-quel de 1949 y la del 14 de octubre 1957.

Carmen Martín señala laplaca de «Hasta aquí llegó lariada» del 28 de septiembre

de 1949, situada a cuatrometros de altura en la plaza

Luis Reig de Bétera. Abajo sumarido, Pascual Salavert, en

la foto de la portada de«Levante» del domingo 2 de

octubre de aquel año.FOTO: FERRAN MONTENEGRO

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ANTONIO ORTIZ.Valencia

«Al volver a casa encontramos pecesde colores»

«Mis abuelos eran los porteros deledificio, entonces de viviendas,que actualmente es el Centro Cul-tural de Bancaja. Allí vivíamostambién mis dos hermanos y yo,junto a mis padres. Apenas teníanueve años pero recuerdo que ha-cia la medianoche mi madre, queestaba oyendo la radio mientrascosía, nos levantó a los tres de lacama para llevarnos a ver el río,que según había escuchado veníacrecido. Salimos en dirección a lapasarela, pero tuvimos que darmedia vuelta antes de llegar. Allílas trapas del alcantarillado salí-an despedidas con fuerza. Devuelta a casa, y pese a que cerra-mos aquellas enormes puertas deledificio, el agua empezó a entrar.No pudimos salvar nada, ni si-quiera el periquito que teníamos yque convivía con nosotros suelto

por la casa. El agua alcanzó casilos tres metros de altura. Nos sal-vamos porque pudimos subir a lospisos superiores. Otros no tuvie-ron tanta suerte. Los porteros deun edificio cercano de la plaza deAlfonso el Magnánimo, a los querecuerdo paseando a un peculiarperrito, perecieron ahogados jun-to con su mascota. Frente a nues-tra casa, varias personas pasaronla noche subidas a un montículoque aún existe en la calle GeneralTovar. Sobrevivieron gracias a quea la mañana siguiente de la pri-mera riada los vecinos de las plan-tas superiores de mi edificio lla-maron por teléfono a CapitaníaGeneral y, antes de que se produ-jera la segunda tromba de agua,acudieron con un carro tirado decaballos a socorrerles. Lo perdi-mos todo. Cuando el agua bajó ypudimos entrar en nuestra casacomprobamos con sorpresa lapresencia de peces de colores queprobablemente habían llegadohasta allí desde algún estanquecercano».

VICENT SOLER I ALBA.Valencia

«Sant Marcel·lí era tot un llac»

«El meu pare per a anar a treba-llar als Tallers Generals de Ren-fe, situats on ara està el carrerClarià, pel barri de Sant Josep, esdesplaçava amb bicicleta. Eixedia, al estar plovent, va matinarmés del compte. Va eixir de casai es va dirigir a la Creu Coberta,pel carrer Sant Vicent Màrtir, i enarribar cap a la mitat de l’avin-guda Peris i Valero va observarque quelcom anormal succeïa.Va tornar a casa i llavors tots ensdespertàrem alarmats. El meupare va ser el qui ens va dir: “Havingut la riuada!” Desconeixiemencara la seua magnitud. Des-graciadament, al voltant de lestres de la vesprada les notícieses confirmaven i el carrer Reve-rend Josep Noguera, on jo vivia,es va convertir en un autèntic riu.Nosaltres vivíem en planta bai-xa, i per això estàvem molt pre-

ocupats no fora cas que ens en-trara aigua en la casa. A la mati-nada següent tot havia acabat.Els carrers mostràven els efec-tes del pas de les aigües per elles.Entre Sant Marcel·lí i la Creu Co-berta tot era un autèntic llac. Elcarrer Arquebisbe Oalechea, desdel carrer Pius IX en direccióSant Vicent Màrtir, havia actuatcom un autèntic riu, i en este en-creuament es podien observarles restes i els senyals inequívocsde la riuada: animals morts,troncs, branques, canyes...»

PERE SANTOLARIALÓPEZ. Valencia

Cinquanta anys, és necessari el record

«Recorde tota la pena i el sofri-ment de la gent. La meua famíliala va patir en primera persona.Feia tres anys des que havíemtraslladat el domicili familiar aun baix prop del curs del riu apoca distància de l’inici de l’a-vinguda de Burjassot. Per a unxiquet de set anys aquestos re-cords són inesborrables. Que elsteus pares et traguen del llit co-rrent, i donant gràcies a que vi-víem en un bloc de pisos, te pu-jen a casa d’uns veïns, els Talens,no s’oblida. Després sabéremque en la casa d’enfront un homeperdé la vida. Els enormestroncs d’una serradora pròximatopetaven contra l’edifici pro-duint fortes sotragades. Desprésens assabentarem que les seuesescomeses havien unit tots elsbaixos: les parets mitgeres i elsbarandats no resistiren. Quanarribà mig dia, i abans de la se-gona riuà, els meus cosins Ma-nolo i Julio, amb l’aigua fins lacintura, vingueren a per mi i emtragueren al be. Carrers més en-llà esperava la meua cosina Pa-quita que plorant m’abraçà. Em

dugueren a la seua casa, a la Pa-rreta, on poc després s’ajunta-rem tots, els meus pares i lameua germana».

ESTEBAN GILHERNÁNDEZ. Valencia

Aislados en el Sanatorio de la Malva-rosa

«En mayo de 1957, cuando tenía24 años, fui ingresado en el Sa-natorio de la Malva-rosa para so-meterme a una arriesgada ope-ración de espondilolistesis, con-sistente en injertar una parte dela tibia en la columna vertebral,que tenía muy dañada por un ac-cidente. Tras la operación me or-denaron reposo absoluto. Cuan-do estaba inmovilizado en lacama se produjo la riada y a to-dos los enfermos que se encon-traban en la parte baja hubo quetrasladarlos al primer piso por elriesgo que corrían sus vidas, yaque el nivel del agua alcanzó los2,30 metros de altura. Desdedonde yo estaba, que era el pri-

mer piso, se divisaba parte delmar, que prácticamente se uníaa toda la zona inundada de la par-te del Cabañal. Las noticias quellegaban por la radio anunciabanel temor de que las aguas arra-saran el sanatorio. Al cabo de

4/5 En domingo ESPECIAL RIADA 14 de octubre de 2007

«A todos losenfermos de la planta bajahubo quetrasladarlos,ya que el niveldel agua llegóa los 2,30metros»

MEMORIA GRÁFICA IMÁGENES SELECCIONADAS DE ENTRE LAS ENVIADAS POR LOS LECTORES AL FORO DE IMÁGENES http://

1.- La Alameda y parte de la zona de laExposición. Foto: José PalancaBurgos.

2.- Soldados ayudando en la tareas delimpieza en Natzaret. Foto: A VV deNatzaret.

3.- La riada en Natzaret. Foto: A VV deNatzaret.

5.- Tareas de limpieza en Paterna. Foto:Juan Bordás Vila, cedidas por JuanBordás Catalá.

6.- La calle Valle de Laguar, en Tendetes,antes de la segunda embestida de lasaguas. Foto: Anónima.

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Las riadas marcan la memoria de las familias que lassufren, son como una especie de hitos que delimitanlos caminos de sus recuerdos. Aquellas vivenciasque los que pasaron la riuà han contado a hijos ynietos en las tardes de lluvia han cobrado vida en elforo de Levante-EMV, para reconstruir la memoriahistórica de la tragedia en 33 testimonios enviadospor los lectores.

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seis días empezó a bajar el nivelde las aguas y recibimos en untrozo de playa que había queda-do al descubierto los servicios delprimer helicóptero que nos pres-tó auxilio. Durante todo ese tiem-po estuvimos incomunicados, sinluz, sin agua y sin alimentos».

JOSEFA MARTÍ CODOÑERValencia

A punto de morir enel puente de Madera

«Yo tenía 23 años. Mi padre eraelectricista y trabajaba como ca-pataz para Hidroeléctrica Espa-ñola. El 14 de octubre fue reque-rido para prestar un servicio enel transformador del edificio delos Hermanitos de los Pobres, en-tre la calle de Sagunto y la plazade Santa Mónica. Iba junto consus compañeros en un Land Ro-ver de Hidroeléctrica y desde elcentro cruzaron el puente de laTrinidad, que ya estaba casi in-undado. Una vez reparado eltransformador, al volver hacia elcentro, se encontraron el puentede la Trinidad ya impracticable.Decidieron tomar el camino delPuente de Madera, pero cuandoestaban en mitad del puente lessorprendió una tromba del río yse partió por la mitad, cayendo alagua la parte más cercana a la Es-tación de trenets. El coche que-dó balanceándose en la parte delpuente que aún estaba en pie, yjusto en el borde de la que habíadesaparecido. Mi padre dijo quehabía que acelerar y seguir ade-lante. Aceleraron y consiguieronllegar a la otra orilla, junto a lasTorres de Serranos. Entoncesotra enorme tromba de agua, quellevaba árboles, maleza y todotipo de materiales, se llevó pordelante el resto del puente de Ma-dera. Mi padre estuvo ocho díassin poder comunicarse con la fa-milia, dado el trabajo que tenían».

MARÍA TERESA VIDALBENAVENT. Valencia

Al médico don Lorenzo de La Flor

«Mi familia, compuesta por mispadres, Rafael y Ángeles, y misdos hermanas, Ángeles y Mari,vivíamos en un bajo que nos ser-vía también como negocio fa-miliar —una carbonería—, parael cual poseíamos un carro y uncaballo. Serían alrededor de launa y media de la madrugadacuando unos vecinos, y amigos,nos avisaron de la tragedia.Debo agradecer encarecida-mente el cobijo que nos brinda-ron los vecinos del piso superiora nuestro bajo. Recordar al tíoVisantico, la tía Elvireta, el tíoJaime o la tía Coloretes es comovolver a aquel fatídico día. Elcaos que provocó fue brutal. Lacorriente eléctrica, el teléfono eirónicamente, el agua corriente,dejaron de llegar hasta nuestrosdomicilios. La comida era real-mente escasa, teniendo en cuen-ta que en total nos juntamos diezniños y ocho adultos. Mi padre,pese a la brutal subida del niveldel agua —en mi casa llegó has-ta 170 cm. de altura— consiguiósacar al caballo hasta el rellanode la escalera e hizo que subie-se unos pocos escalones, vién-dose obligados, tanto él comomi madre, a pasar veinticuatrohoras junto a nuestro único me-dio de vida, con el agua hasta lacintura. Pasada la marea vinie-ron unos señores del ayunta-mientos para valorar daños.Nosotros lo habíamos perdidotodo. Aseguraron que nos darí-an tres mil de las antiguas pese-tas para tratar de paliar en modoalguno las pérdidas. Dinero quetras cincuenta años aún espera-mos pacientemente. Por último,quería dar también las gracias

por la ayuda desinteresada queprestó a todo el barrio el médi-co, don Lorenzo La Flor, que conbarro hasta las rodillas, se pasócasa por casa dando medica-mentos a todos los que los ne-cesitaban. Ciertamente estába-mos todos enfermos. Mil graciasa todos los que nos ayudaron, ya los que se quedaron el dineroque nos prometieron y nuncallegó».

PEPE P. VILLORA.Valencia

Aviso a tiempo«Aquel fatídico día yo estaba enla calle Salvador Giner, en ple-no barrio del Carmen. Cuandoempezó a entrar el agua desdeel puente de San José me man-daron a la calle del Museo, aunos cien metros de donde yovivía, para que avisase a una pri-ma que habitaba en una plantabaja frente al museo. Al aporre-ar la puerta los desperté. El aguaentraba ya en la casa. Me dierona su hija, que tendría unos tresaños, para que la pusiera a sal-vo en el piso alto y sus padres,mis primos, se quedaron en casapara ver si podían salvar algo.Sólo les dio tiempo de recogerlas joyas —él era joyero de pro-fesión— y el poco dinero quepudieran tener. Subieron a los

pisos altos y, cuando bajaron lasaguas, no pudieron recogernada. Ellos, recién casados, fue-ron a parar a la Fuensanta, a ungrupo de viviendas que se cons-truyó para los damnificados.Fuensanta por Murcia. Y quierohacer mencion aquí de aquelAdolfo Fernández, locutor deRadio Murcia, que tanto hizopor Valencia, y también CarmenSevilla, que fue el motor de mu-chas iniciativas que se hicieronen favor de los damnificados».

NICASIO RUÀ CUBELLS.Picanya

La riuà a Picanya

«Yo vivía en la calle Almassere-ta, del barrio de Vistabella. Elbarranco divide el pueblo endos: Picanya y Vistabella. Justomi calle es la parte alta del lechodel barranco de Chiva. Amane-ció y me asomé al barranco, elagua ya cubría el ojo del puenteviejo. Le dije a mi hermana quefuéramos al almacén de Raga ySimó, en la parte alta del barrio.A las 13 horas el agua empezó adiscurrir por la calle Almasse-reta y colindantes. Los vecinosdel número 5 se encantaron ycuando salieron de casa el aguallegaba a medio metro de nivel.Llamé a 4 personas y encadena-dos los sacamos y los llevamosal almacén que estaba lleno degente. El agua rebasaba el me-tro, bajando a tanta velocidadque se llevó mi casa como si fue-ra un pajar. La noche del 14 al 15de octubre más de 100 personasestuvimos en el almacén deRaga y Simó porque se anuncia-ba la apertura de las compuer-tas del pantano que desembo-caba en el barranco. A partir deentonces la familia Casaban nosacogió en su casa».

AMPARO COMECHELLORENS. Valencia

Tenía trece meses

«Tenía 13 meses, siempre me lohan contado mis padres. Vivía-mos y vivimos en la calle Dr.Olo-riz. Quedamos aisladas. Mi padrese tuvo que incorporar al servi-cio, ya que era bombero. Estuvotres días sin saber de nosotras, yaque una vez que nos pudieron sa-car de casa en barcas nos lleva-ron a la calle Trinitarios, dondehabía un seminario o algo así. Yno nos encontraban. A los bom-beros les concedieron la medallacolectiva al salvamento. Mi pa-dre, ahora fallecido, siempre es-tuvo orgulloso de ello, y nosotrostambién».

J. VIÑALS. Valencia

Un premio de lotería y la muerte

«Mi amigo Santiago Fernández,testigo presencial de tan trágicosuceso, recuerda que, posible-mente en la casita-chabola nº 3, seconsumó una de las tantas desdi-chas que acontecieron por Ten-detes. En este caso fallecieron susdos moradores: un matrimoniobastante mayor. Se comentabaque posiblemente estaban cele-brando el acierto de un premio delas quinielas. Seguramente se tra-taba de un buen pellizco de dine-ro, de aquellos tiempos. A las diezde la noche la policía avisaba coninsistencia al vecindario sobre elinminente peligro que se avecina-ba, pero por causas que hoy no tie-nen explicación, a este matrimo-nio mayor no se les vio salir de sucasa. En la primera avalancha debarro y agua desgraciadamenteperecieron ahogados».

«Aceleraron y consiguieronllegar a laorilla. Unatromba de aguase llevó pordelante el restodel puente de Madera»

/riadas.levante-emv.com

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4.- Antiguo cuartel de la PolicíaNacional. Foto: José PalancaBurgos.

5.- Calle de las Barcas. Foto enviada por CurroAbellán.

7.- Riada en Almàssera. Fotoenviada por Ana Gadea Pérez.

8.- Descenso del coche arrastra-do por el río. Foto enviada porCruz Soriano Alejo.

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6/7 En domingo ESPECIAL RIADA 14 de octubre de 2007

AMPARO MIQUEL MIQUEL.Valencia

En honor a mis padres«En honor a mis padres reciente-mente fallecidos adjunto un aparta-do de Las Memorias que mi padreescribióen vida. Yo fui uno de los cin-co hijos que vivió la tragedia (la máspequeña, tenía tan sólo 6 años) y re-cuerdo todos y cada uno de los de-talles como si fuera hoy. Este frag-mento forma parte de la trascripciónde los hechos de su puño y letra: “Eldía 12 de octubre se levantó la vedade la caza. Yo había conseguido quemis hermanos Sandalio y Paco se hi-cieran cazadores. Este día salimos endirección a Albacete. A menos de lamitad del camino nos dimos cuentaque el tiempo se ponía muy mal nosvolvimos a casa lloviendo. Era fiestay tenía varios bidones de aceite paravaciar a los depósitos. Como no po-díamos ir a ningún sitio decidimostrasegarlos y llenar todos los depó-sitos, unos 12.000 Kg. de aceite. Noparaba de llover y al día siguiente 13,por la noche sobre las 11,30h. me lla-ma por teléfono mi tía Brígida, quevivía junto con mis primos y el mari-do de mi tía María, en el primer piso,encima de mi casa. Me dice que la se-ñora que vive en el piso de arriba (elsegundo) venía del cine, llegó muyasustada porque el río Turia se habíadesbordado. Mi tía me llamó por sipodía salvar algo de lo que se pudie-ra mojar, pensando que sería pocacosa. Cuando dejé el teléfono ya ha-bía un palmo de agua en casa. Me

acerqué a la puerta y por los inters-ticios entraba agua fuertemente, a laaltura de un metro o sea que la callede Sagunto ya llevaba un fuerte cau-dal. Yo me puse a llamar a todos loschicos y a Rosario. La luz se apagó yla tragedia era tremenda. Salimos enpijama todos al patio para trepar poruna reja, subir al techo de un váterque había junto a la ventana de la co-cina. Cuando estábamos allí, llo-viendo y sin luz, y por un relámpago,nos dimos cuenta que faltaba Salva-dor y yo me bajé al agua que para en-tonces ya tenía una altura de un me-tro Y Rosario se vino detrás de mí.Ella se quedó sujetando la puertapara que la fuerza del agua no la ce-rrara. Salvador estaba encima de lacama llamándome y lo pude sacar ysubirlo donde estaban los otros. Conuna manta, el tío Ramón y su yernoGuillermo, el marido de mi prima MªCruz, desde la ventana de su cocinalos iban subiendo. Rosario y yo losúltimos. Nos salvamos de una formaprovidencial. Todos en pijama hastaque nos fueron dejando algo de ropa.Al día siguiente pasaba una gran can-tidad de agua y objetos y animalesmuertos a la altura del balcón del pri-mer piso. El agua llegó a sobrepasarlos tres metros y medio. No se salvónada. Ni la maquinilla de afeitar. Qui-simos reparar la mesa y después latuvimos que tirar porque el agua dela riada lo pudre todo. El 15 de octu-bre vino mi hermano Sandalio conpan, carne y otras cosas pasando porel barro hasta las rodillas. Luego dis-tribuimos los hijos mayores para quepudieran seguir estudiando. Paco sellevó a Pepe y Sandalio hermano aSandalio hijo. Salvador y los demásnos fuimos a Torrent hasta que selimpió la casa y se volvió a montar denuevo. «Vinos aceites y licores» envez de «Aceites y jabones». Sólo nosdio el gobierno 7.000 pts. Para ropanada más con un talón bancario. Ha-ciendo un cálculo por encima, pen-saba que habíamos perdido cerca delmillón de pesetas entre aceite y ja-bón, muebles y limpieza y reparación

de la casa. La suerte fue grande al noperder nadie la vida dentro de una si-tuación tan desesperada. Durante eltiempo que estuvo cerrada la tiendacompré madera de roble y encarguea Folgado de la calle Sto. Tomás deTorrente que me hiciera tres conos yseis barriles, que dieron muy buen re-sultado por la calidad que daban alvino estos recipientes. Cuando seabrió la nueva tienda poco a poco seaumentaba la clientela, con aceitesde calidad extrema y vinos y licorestambién de buena clase. José MiguelAndreu”».

VICENTE ALOSPALOMARES. Valencia

Recuerdos de infancia

«Tenía siete años pero nunca se meolvidarán las imágenes del agua queví ese día fatídico del 14 de octubredesde el balcón de mi casa en la ca-lle Guillém de Castro. Recuerdo uncoche fúnebre de caballos que iba ha-cia las torres de Quart y cuando elagua venía con fuerza se volvió ensentido contrario al galope. Recuer-do a mi padre y los vecinos de la fin-ca cerrar la puerta del patio y suje-tarla con tablas de madera clavadasy, lo peor, los gritos de una familiaque vivía en un bajo a uno de cuyosmiembros arrastró el agua. Despuesde pasar todo , tuvimos que ir a lacasa de Socorro del puente de SanJosé a que nos vacunaran contra el

tifus, creo. Luego de tantos añosguardo una estampa embarrada queme encontré en la calle y aún huelea aquel olor que nos dejó la riada».

M.ª TERESA MOLINA DELA FLOR. Valencia

Gracias Sereno

«Nací el 3 de octubre de 1953 y sien-do tan pequeña (no tenía ni 4 años)todavía no he podido olvidar comofué esa terrible noche y los días si-guientes. El motivo de contarlo es ha-cer un merecido homenaje al Serenoque teníamos en el Barrio Llamosí. Nopuedo recordar su nombre, pero desu cara nunca me olvidaré, pues fue-ron muchos años los que estuvo allí.Gracias a él muchos que vivíamos enplantas bajas salvamos nuestras vidascasi a costa de perder él la suya. Esanoche fue él quien, casa por casa, nosdespertó para que pudiéramos subira pisos de algún vecino, que eran po-cos y se volcaron con todos. Yo soynieta de Inés, mujer de «Virgilio el Fa-rolero» y ella era «la Sombrerera».Nosotros estábamos en casa de mi tíaVisantica que vivía arriba de «la Lli-riana», y allí pasamos los días viendodesde el balcón cómo la fuerza delagua sacaba los muebles por la calle.Luego se dijo que se recibirían ayu-das, y seguro que debió de ser así paraalgunos, pero no para todos, porquea nosotros solo nos dieron un par demantas marrones. Desde estas líneas,mi más emocionado y sincero agra-decimiento a ese hombre anónimoque salvó tantas vidas, y no recuerdoque nadie le rindiera ningún home-naje. ¡Gracias Sereno!»

ALICIA GARCÍAENCUENTRA. Valencia

Una experiencia parano olvidar

«Tenía 11 años, vivía en Benimaclet,en una planta baja de una finca detres pisos. A mediodía llegaba el agua

por la calle Enrique Navarro, todasin asfaltar, mi casa hacía esqucon Sant Esperit. Empezó a entagua y mis hermanos y yo subimal 2º piso domicilio de un bombcon el que nos unía una gran amtad: Manolo Jabaloyas y su espJosefina. Gracias a ellos, comimdormimos y sobrellevamos la péda de nuestros enseres».

MARJALER. Valencia

La riada en Marxalenes

«El sábado 12 de octubre de 19día de la Virgen del Pilar, estuvo viendo sobre la ciudad. En muccasas había un buen númeroafectados de una dolencia coquialmente llamada “la asiáticuna fiebre que producía malestatemperatura muy alta. Llovió ctanta intensidad por la tarde que suspendida la Corrida de la PrenAl día siguiente, 13 de octubre, amneció desapacible aunque llopoco y sin intensidad. Por la tarpuesto que no llovía, mucha gefue al cine. Ese mismo domingo la noche mi mujer y yo teníamosterés en ver El Ultimo Cuplé, el éto de Sara Montiel, pero debidlas largas colas que se formabancidimos ir al cercano cine Princedonde se programaba, Un tran

llamado deseo. De regreso a caal llegar al puente de San José, coprobamos que el río experimenba un ligerísimo aumento en su nmal escaso caudal. La tragediacernía sobre Marxalenes».

M.ª DOLORES SARRIÓNCAMPOS. Valencia

Tras la riada, un premio de la lotería

«Tenía 17 años. Sobre las 2 de la mdrugada oí gritos, me asomé al bcón —vivía en la calle Garcilaso

«Por unrelámpago nosdimos cuentade que faltabaSalvador. Mebajé al agua queya alcanzabaun metro»

MEMORIA GRÁFICA IMÁGENES SELECCIONADAS DE ENTRE LAS ENVIADAS POR LOS LECTORES AL FORO DE IMÁGENES http://r

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1.- El puente de Aragon a puntode desbordarse. Foto enviadapor Trinidad Abril Sendra.

2.- Postal ilustrada por TomásGorría Rubio, de los pobladosmarítimos, enviada a su fami-lia de Madrid.

3.- Riada en la Glorieta. Fotoenviada por Amparo Climent.

6.- El puente de la exposición,tras el paso de las aguas. Fotoenviada por Curro Abellán.

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avíauinatrarmosberomis-osa

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y el agua comenzó a inundar todoslos bajos. Reventaban las puertas yen cuestión de segundos todas laspersonas intentaron todo por sal-varse de la corriente. A media calle,un joven llamado Manolo logró sa-car a varias personas. Sólo un chi-co no lo pudo lograr y se ahogó. Vi-víamos en el segundo piso, allí nosjuntamos mucha gente que íbamosatendiendo con ropas y algo ca-liente. Sobre las 12 de la mañanavino una segunda riada. Ante el pe-ligro mi padre hizo un agujero en lapared de un dormitorio que coinci-día con una finca de Blanquerías ypasamos toda la familia. Allí cogi-mos la gripe asiática. Yo trabajabaen la calle Burriana y en diciembrede ese año nos tocó la lotería, el nº22.513. Con ese premio mis padrescompraron una casa en Torefiel.Memorable, ¿no?».

JOSE MARÍA REIGALAMÁN. Valencia.

Un piano flotando porla calle de Colón

«Nunca podré olvidar la trágica ria-da del 57 que viví intensamente enValencia cuando estuve a punto deperder a mi primer hijo. Por la callede Colón, donde vivían mis padres,venía flotando desde el río un piano.Me quedé sin zapatos al atravesar laPlaza del Ayuntamiento y me saltópor los aires una tapa del alcantari-llado a la altura de la calle Russafa.Sólo espero y deseo con todas misfuerzas que jamás se vuelva a repe-tir una tragedia igual».

JOAQUIM VÍLLORAESCORIHUELA. Valencia.

Los sellos del Pla Sud«Por la calle Pintor Ferrandis la co-rriente era de tal virulencia que a supaso arrastraba muebles y animalesmuertos. Para cruzar la calle recuer-do que se ató una maroma de lado alado para poder cruzar sin ser arras-

trado. Lo peor fue cuando las lluviascesaron y un inmenso y peligroso ba-rrizal cubría las calles y las plantasbajas. El ejército colaboró entreotros trabajos en la retirada del ba-rro. No recuerdo que se produjeranindemnizaciones, lo que sí tengo re-gistrado son los sellos de 25 cénti-mos que había que poner en las car-tas para el financiamiento del «PlaSud». ¿Demasiados años estuvimospagándolo?».

NÉSTOR RAMÍREZ. Valencia

La batalla contra el barro

«Yo vivía en la calle de las Come-dias y el agua llegó allí a los dos me-tros, del mismo modo que llegó alos cuatro en la calle Sagunto. Cier-to que en las zonas altas de la ciu-dad —Fernando el Católico, porejemplo— no hubo inundacionesen superficie, pero en los sótanosel agua salía por los váteres. Se in-undó una mitad de la ciudad o talvez más y, por supuesto, estuvimossin agua —bonita paradoja—, sinluz y sin teléfono algunos días. Cor-tes y apagones que se extendierona toda la ciudad, no solo a las zonasdirectamente afectadas. Al retirar-se el agua quedó una capa de barrode considerable grosor que ocasio-nó, por resbalones, la fractura demuchos huesos. Al no haber alum-brado las noches eran inhóspitas,con robos en establecimientos y laconsiguiente reacción de las fuer-zas del orden. Encima la riada fueen lunes, tras dos días de fiesta, conlo que muchas despensas se halla-ban desaprovisionadas. En princi-pio se enviaron desde otras ciuda-des —no de los pueblos limítrofes,que también tuvieron su riada, nohemos de olvidarlo— camionescuba con agua y otros con pan. Enlas primeras horas fuimos los pro-pios valencianos quienes intenta-

riadas.levante-emv.com

S abemos lo que recor-damos. Sólo eso. Loque olvidamos es

como si no hubiera existido.Sé que llovía a cántaros enGestalgar aquellos dos díasdel mes de octubre de milnovecientos cincuenta ysiete. Sé que era muy niño yque la abuela Beatriz, bajo lacuriosa mirada del abueloAlfonso, me enseñó a leer lahora en un despertador enor-me con números romanos.Bueno, no sé si eran númerosromanos o de los otros perosiempre lo recordé así: unenorme reloj con númerosromanos en una de las alace-nas del comedor. Han pasadocincuenta años y la casa de lacalle Larga sigue igual quecuando la levantaron a fina-les del siglo diecinueve. Lasalacenas y los azulejos ape-nas desgastados retienen labelleza antigua y consistentede las cosas bien hechas, per-durables. El cielo se derrum-bó de repente y empezó a llo-ver como en los cuentos deGarcía Márquez. Dicen queen mis novelas también llue-ve mucho y estoy seguro deque esa lluvia viene de aque-llos días de obscena torrente-ra grabados cabezonamenteen la memoria. Mis otrosabuelos vivían en la orilla delrío, justo en las últimas casasdel pueblo. Entre el cauce y

la calle había un desnivel deescasos metros que las aguasencabritadas alcanzarían deun momento a otro. Sé quemis padres y mis tíos bajaronpara que los abuelos sesubieran con ellos a la partealta del pueblo. La noche eranegra, eso recuerdan otros,yo apenas recuerdo nada delas noches. La abuela Adela

no decía nada pero el abueloClaudio dijo que él no semovía de allí. Y lo mismo afir-maba su hermano Félix, quevivía con la tía Concepción

al lado mismo de su casa. Siha de morir, hay gente quequiere morirse en su sitio desiempre. Finalmente -me con-taban mi madre y la tíaAmparo la otra noche- acep-taron dejar la casa a regaña-dientes. Mientras tanto, lacorriente amenazaba con lle-várselo todo por delante. Y selo llevó. La rabia del Turia,como aquel río Duero quecantaba Claudio Rodríguez,sonaba en todas partesmenos en su propio lecho. Elestruendo. La espumamarrón en la cresta infamede las aguas encenegadas porel barro. El puente se hizopedazos y en Pedralba, unpoco más abajo en el salvajeitinerario del desastre, des-aparecieron trece personasque habitaban las orillas deltumulto. La memoria se cons-truye a medias con luces ycon sombras y hay en elrecuento de aquellos días tan

lejanos una mezcla de alegríainfantil porque no habíaescuela y la evocación de undolor y un daño radicalmenteinsoportables. Cuando cesa-ron las lluvias el río habíacambiado de camino. Se ale-jaba de las casas y era comouna cinta roja que discurríaentre esqueletos de madera ycabras y puercos hinchadoscomo si fueran de cartón. Lashuertas que había frente a loque hoy es el cuartel se llena-ron de troncos desnudos ytodo era como un desierto dearena húmeda y charcosdonde bailaban los cuerposindecentes de algunos perrosmuertos. Desde entonces hapasado mucho tiempo. El ríocambió de lecho y ahora hayjardines y columpios dondeantes pescábamos barbos yesperábamos ver aparecersoldados moros por el túnelque la imaginación hacíadescender desde las almenasdel castillo hasta el lavadero.De aquellos dos días de llu-vias torrenciales recuerdosobre todo unos árboles hun-didos en la arena como sifueran cuerpos inmóvilescon los huesos dislocados yque aprendí a leer la hora enun reloj de números roma-nos. Pasaron muchas máscosas esos días, claro que sí.Pero no podemos recordarlotodo y uno se queda sólo conuna parte muy pequeña detodos los recuerdos. Losabuelos ya murieron hacemucho tiempo. En su sitiode siempre. Y me gusta pen-sar que eso les llenaba deorgullo aquella noche de llu-via interminable, una nocheya lejana del mes de octubrede mil novecientos cincuentay siete.

La Riada

Alfons Cervera

DESDE LA FRONTERA

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4.- Talleres Gotz Auto archivo ubicados en la Alameda.Foto enviada por Franz Josef Gotz.

5.- Viandantes en la plaza de Tetuán. Foto enviada por C. Abellán.8.- Estadi del Llevant i Torres de Serrans al fons. L’autoria de la

fotografia és d’un monjo que residia a l’antic convent deCarmelites que estava al carrer Alboraia de la ciutat deValència. Fou regalada a la família de mon pare, Julián PérezHuerta, el qual comptava amb 23 anys i vivia, així mateix alcarrer Alboraia. Foto enviada per Julià Pérez Serrano.

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8/9 En domingo ESPECIAL RIADA 14 de octubre de 2007

mos devolver la normalidad anuestras calles. Íbamos —yoera estudiante— al ayunta-miento donde había camionesen los que nos embarcábamos.Nos dotaban de botas de poce-ro y de palas y nos llevaban aquitar barro. El fango lo cargá-bamos en la caja de los camio-nes para llevarlo lejos. Todo ibaun poco manga por hombro yestaba bastante desorganizado.Los vecinos nos llamaban paraque les limpiáramos la calzadade frente de su casa y nos da-ban tabaco. Íbamos y veníamosde aquí para allá y, de cuandoen cuando, nos llegaban noti-cias de que los voluntarios quetrabajaban en los poblados ma-rítimos habían encontrado otrocadáver. La normalidad volviómuy poco a poco. A los 10 díasmás o menos llegó el ejército yse puso a limpiar las calles. Encuanto a las autoridades, hubomalestar porque Franco tardóen venir. Yo lo vi en la Univer-sidad —calle de la Nave— queestaba enlodada por todos la-dos y oí —estaba muy cerca—su brillante comentario. Miró asu alrededor y luego dijo: “Esbarro ¿verdad?”. No meses,sino años después, todavía ha-bía barro por la calles cada vezque llovía y muchas casas delbarrio del Carmen fueron ca-yendo, sin intervención de gen-tes de la construcción, por eldaño que la riada les había pro-ducido. Un desastre.»

PILAR LABARI SOTO.Valencia

Muñeca para unaniña de la riuà

«Mi tío volvía del trabajo en unhotel del centro y al abrir la puer-ta del patio (calle Burriana, 43)se encontró con el dueño de unaimprenta que estaba en el bajo.Él avisó a mi tío de lo que en esemomento estaba viendo: el aguasaltaba por encima del puenteAragón. Mi padre y mi tío se mo-vilizaron avisando a toda la ca-lle. Subimos al primer piso, don-de teníamos más familia y re-cuerdo que le faltó un pelo paraentrar el agua en casa. Lo perdi-mos todo. Yo tenía 6 años y re-cuerdo que pasadas unas sema-nas paró un coche en la puerta ybajó una amiga con una muñecaestupenda que me puso en lasmanos: “!Toma para ti!”. Esta fa-milia tuvo mejor suerte y com-partió sus pertenencias con nos-otros. !Siempre les estaré agra-decida!»

VICENTE JORGE LÓPEZ.Valencia.

Las sombras de nuestros cuerpos

«Durante las primeras horas dela tarde del mismo día 14 de oc-tubre tuvo lugar la segunda ria-da: el Turia volvió a desbordarsey la ciudad de Valencia quedó denuevo a merced del agua. Mi pa-dre no había llegado a casa y laangustia se adueñó de nosotros.No funcionaba la radio ni los te-léfonos, y tampoco había luz.Después de una angustiosa no-che llegó el amanecer y una Va-lencia desconocida y desoladase abrió ante mis ojos. Mi madreque no se alejaba de la ventanani un solo momento, lloraba. Laabuela Vicenta pasaba las cuen-

tas de un viejo rosario ennegre-cido mientras musitaba avema-rías y padrenuestros, la tía Pazme abrazaba en su regazo. Maríadormía. De pronto divisamosjunto a la fachada de la Audien-cia a alguien que agitaba sobresu cabeza una chaqueta. Era mipadre que trataba de llamarnuestra atención y que con esaseñal nos comunicaba que esta-ba sano y salvo. ¡Estaba seguroque volvería, era un tipo estu-pendo, mi héroe! Gracias a suarrojo María siguió mal toman-do sus biberones y nosotros noscomimos unas latas de sardinasbuenísimas».

MIGUEL LLABATA.Valencia

La muerte en directo

«Vivía con mi familia en la par-te más alta de Valencia, lugarque eligieron los romanos parasu primer asentamiento: plazade Moncada con la calle Pesode la Harina. Me pilló la nochedel 13 de octubre y el día 14 en-camado con fuerte gripe. Mi pa-dre, Miguel Llabata García, sa-lió a la calle para ayudar. Al vol-ver nos contó lo que había pre-senciado, desgraciadamente

sin poder hacer nada para evi-tarlo. Pudo llegar, cuando lasaguas iban creciendo, hasta mi-tad del puente del Salvador(Trinitat), sin poder cruzarlo,pues la bajada hacia la calle Al-boraia estaba inundada, arras-trando todo cuanto encontrabaa su paso. Desde allí pudo ver,impotente, como un hombre seagarraba con desesperación auna reja de la calle Volta delRossinyol, viéndose arrastradopor la fuerza de la corriente, apesar de sus esfuerzos».

JOSEP HONORATO.Valencia

Helicópteros en la Malva-rosa

«Tenía 13 años y estaba inter-nado en el Sanatorio MarítimoNacional de la Malva-rosa acausa de mi enfermedad. Era laSala 5, la de Sor Carmen. El Sa-natorio estaba en alerta sanita-ria. Hacía estragos la gripe asiá-tica. Era el 12 de octubre, llovíamucho, pero nosotros a lonuestro, el fútbol. Hubo alarmapor las lluvias y vino mi padre.Habló con don Álvaro por si mellevaban a casa porque se anun-ciaba una gran riada. El médi-co lo tranquilizó: «en el Sana-

torio estábamos seguros», dijo.Llegó la gran avalancha. El Sa-natorio resistió, sus muros eranfuertes y trajeron a las enfer-mas del Carmen —justo allado— que no resistía. Hubomomentos de tensión porquelos familiares querían llevarsea los enfermos. Don Álvaro fuenuestro gran capitán. Allí estu-vo con nosotros junto con lasmonjas y todos los empleados.Recuerdo los helicópteros delos americanos para traer pan.Y los sellos de la vacuna para lagripe asiática».

JUAN MIGUEL GARCÍA.Valencia

El drama del barriode Tendetes

«Tengo 40 años y no viví la terri-ble experiencia de la riada delaño 1957, pero mi familia si quela pasó y siempre se comentóaquella terrible catástrofe. Mimadre, en paz descanse, recor-daba muy a menudo lo ocurridoy su vida a partir de entonces fueun antes y un después de la‘riuà’. Ellos vivían al lado delcauce en Tendetes, en un bajo vi-vienda... Imagínense. Entraronmás de 3 metros de agua y de losenseres no quedó nada útil. Se-gún parece estaban en el cinecuando avisaron de lo que se ve-nía encima y saltaron de la buta-ca en dirección a casa. Les dió eltiempo justo para pasar el puen-te de San José y llegar a casa don-de cogieron a mi hermano quedormía casi de un tirón, para su-bir al primer piso».

R. J. C. A. Valencia

Recuerdos de unniño de 8 años

«Recuerdo que tenía 8 años yque, como era habitual, estabaen la cama con anginas. Recuer-do que mi casa se fue llenandode gente que vivía en los bajos delas inmediaciones —algunosbajo el nivel de la calle— ante eltemor y las noticias de la “riuà”.Recuerdo que con otros niñosmirábamos por la ventana haciala Plaza (del Pilar), donde habíaquedado aparcado un taxi y que,poco a poco se fue cubriendo deagua hasta el techo. Aquí re-cuerdo el paso de un cerdo muer-to. Recuerdo el puente de ma-dera destrozado (mejor, desapa-recido) y cualquier banco del

MEMORIA GRÁFICA

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«Si me quieresescribir, yasabes miparadero,quitando barroen Valencia,sin tabaco ysin dinero»,cantaban lossoldados

IMÁGENES SELECCIONADAS DE ENTRE LAS ENVIADAS POR LOS LECTORES AL FORO DE IMÁGENES http:/

«Mi bisuabuela fue res-catada por su hijo yunos amigos de la casa,porque temían que lacasa no aguantara». Foto: Eva María AlgasCalaforra.

Carrer Alboraia i rodalies. Foto enviada per Julià Pérez Serrano.

Imagen del río Turia, en la tarde del 14 de octubre. Foto enviada por Manuel Recio.

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Parterre, la Glorieta o la Benefi-cencia casi cubierto de tierra. Re-cuerdo las fotos de cadáveres,junto al Palacio Episcopal... Perolo que me mueve a estas líneas esrecordar que al poco tiempo meenteré de que mi madre RosalíaCarrasco Almazán —comadrona,profesora en partos— y el DoctorD. Ramón Marco Aliaga —gine-cólogo—, ambos ya fallecidos,acababan de regresar de asistir aun parto en un domicilio de lospoblados marítimos, donde seprodujeron los mayores dañospersonales y materiales. Valgaeste recuerdo como homenaje asu memoria y a la de tantos pro-fesionales de la medicina queafrontaron aquellos tiempos contotal dedicación y entereza».

EMILIO FERNÁNDEZ.Madrid

Historia de un «niñode la suerte»

«Recuerdo la riada porque eseaño el segundo premio del Gordode Navidad —el número 22.513—salió aquí en Valencia y fue de15.000.000 pesetas. Yo era alum-no del colegio de San Ildefonsode Madrid y fuimos invitados porel Ayuntamiento de Valencia a vi-sitar la ciudad y entregamos el“donativo” que la ciudad nos ha-bía regalado al Hospital de la Ave-nida del Cid».

PILAR REVERT. Valencia

Me bautizaron enplena riada

«Nací el 4 de octubre, y me bau-tizaron el día 14, nada más y nadamenos que en la Parroquia de laSantísima Cruz, del Barrio delCarmen. Ni que decir tiene que enlas pocas fotos que tengo estátodo el mundo con botas de agua

y paraguas. Cuando fui a pedir mipartida de bautismo para casar-me, el párroco, Don Vicente, mecontó una anécdota de mi bauti-zo, y es que cuando acabó el mis-mo, se quedó el libro de las ins-cripciones abierto encima de lamesa de secretaria, y cuando elagua entró en la iglesia, que al-canzó un nivel muy alto como po-déis imaginar, la mesa flotó conel agua, y fue el único libro que nose mojó».

VICENTE SERRAT. Alfafar

Éramos dos niños yarriesgaron sus vidas por salvar lasnuestras

«El día 14 de octubre del año1957, mi hermano Paco cumplíalos 14 años. Ese día de hace yamedio siglo, mi hermano y yo es-tábamos trabajando en Alfafar, enuna carpintería. Yo tenía 12 añosy nuestro padre nos vino a reco-ger para llevarnos a casa. Cuan-do llegamos al barranco de Mas-sanassa-Catarroja, éste se habíadesbordado y no podíamos pasar.Entonces un grupo de hombresformó una cadena humana en-trelazándose los brazos, incluidonuestro padre, y nos iban pasan-do a los niños de una parte a otradel barranco y así pudimos llegara casa. Desde estas líneas quieroagradecer a esos hombres quearriesgaron su vida por salvar lasnuestras. »

MARISOL CANOVICENTE. Valencia

El esfuerzo de una madre

«Yo tenía 15 años. Recuerdo queen la calle Carles una planta bajase inundó y la gente de esa callepasó de una finca a la mía por unaventana en la que apenas cabíauna persona delgada. Pusieronuna escalera de madera de ven-tana a la galería de mi finca —si-tuada en la avenida del puerto nú-mero 14— y pasaron a mi casa 63personas. Dos días estuvieronallí, acabaron con todo lo que te-níamos en casa, incluida la ropa.Jamás nadie vino a mi casa a de-cirle a mi madre: “muchas graciaspor su ayuda”, y creo que se lomerecía.»

JUAN MARTÍNEZFERRERO. Valencia

Una gran ola en Benimaclet

«Eran las dos y media de la tardedel día 14 de octubre. Estaba conmi padre y mi hermano junto a lasvías del trenet, en la estación deBenimaclet, cuando a lo lejos, ycon un gran estruendo, vimoscomo aparecía y se acercaba agran velocidad una gran ola queocupaba todo el horizonte visible.Cuando llegamos a casa, a no másde 150 metros de distancia, elagua empezó a llegar. Salimos jus-to con el agua por arriba de la cin-tura y cogidos a las verjas de lascasas».

PARA bien o para mal, lamemoria se ha puestode moda. La histórica,

digo. Ahora queda como bienacordarse de todo lo que ya hapasado; unos para reivindicarlay otros para abominar de lacapacidad de recordar en nom-bre de la transición. Yo, quepor naturaleza tiendo a alma-cenar en la cabeza cualquiercosa que pase, en esto estoycon los desmemoriados. Espreferible olvidar. O, mejortodavía, recordar de formaselectiva, esto es, sólo lo quete venga bien. Se vive mástranquilo. Pero mucho más,diferencia va. Que se lo pre-gunten a Rajoy, con eseimpresionante video que haprotagonizado esta semanacon el objetivo altruista depedirnos a todos que disfrutá-semos del día de la Hispanidadcon una estética digna de unrey, con su banderita y susfotografías detrás. Mariano,que debe pensar lo mismo queyo sobre los recuerdos, ha pre-ferido olvidarse de que laúnica corona que ha visto decerca habrá sido en alguno desus viajes a Dinamarca o aNoruega, si es que los hahecho que ni lo sé ni meimporta, porque él, que yosepa, no es el rey. De hecho,hay quien piensa que suplantar

su parafernalia y su estéticaaudiovisual también deberíaser delito. Serlo, rey, digo, tam-poco es una bicoca porque a lamínima ponen tu foto boca abajo y le prenden fuego, y esoa Rajoy le gustaría inclusomenos que saber que a muchagente el día de la Hispanidadlo mismo le da, bien porquepiense que no hay nada quecelebrar en el hecho de exter-minar una o varias culturas(las de los indios que descu-brió Colón, quiero decir), bienporque el concepto de naciónno entra entre sus preocupa-ciones diarias, o bien porqueno tiene el más mínimo interésen hacer política electoralistay demagógica con todo lo quese menea. Claro, que lo mismotambién eso lo ha olvidado.

La memoria es lo que tiene,que es inestable y caprichosa.Te hace trampas y te permitecambiar la realidad según teconvenga. Pero no sólo le pasaa Rajoy. Nos pasa a todos, con-tinuamente. Con el aniversariode la riada del 57, por ejemplo,ocurre lo mismo. Ahora nosacordamos de lo que nos da la

gana. Unos, del miedo. Otros,de la solidaridad. Los más, delas fotografías que casi todoshemos visto alguna vez, o delas historias que nos han con-tado y que se resumen endatos fríos: 81 personas muer-tas, 800 casas destruidas, másde 4.000 millones de pérdidas.En fin. No seré yo quién lequite importancia a la tragedia,ni mucho menos, pero sí megustaría recordar algo: las 81personas que oficialmentemurieron no fueron las únicas.Algunos hablan de más de tres-cientas muertes en aquellosdos días. Los doscientos quefaltan eran inmigrantes quemalvivían en chabolas en elcauce del Turia. No eran deningún otro país. De habervisto el video de Rajoy, igualhasta celebrarían contentos eldía de la Hispanidad porquehabían llegado a Valenciadesde el interior para buscarun futuro mejor, al estilo de“Arroz y tartana” de Blasco

Ibáñez. Gente que esperaba suoportunidad hacinada en ellecho del río. ¿Les suena la his-toria? Sí. Se parece bastante alo que ocurre ahora en elmismo lugar, sólo que en elsiglo XXI quienes se resguar-dan del frío en lo que ahora esun jardín vienen de muchomás lejos y de vez en cuando,los echan de allí a manguera-zos mientras los políticoshacen como que miran haciaotro lado e ignoran que, dentrodel Turia, hay todavía muchosdramas. El del 57 no se pudoevitar, pero el de medio siglodespués podría ser diferente.Claro, que, ahora que meacuerdo, para eso hace faltatener voluntad. Y memoria. Y,si me apuran, un poquito devergüenza.

Ahora queme acuerdo

Carmen [email protected]

PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS

//riadas.levante-emv.com

Un home creuant el pont al matídel 14 d’octubre a Massanassa Foto enviada per: Antoni Josep

Morellá Galán

Creuament dels carrersJosé Benlliure i PintorFerrandis del Cabanyal. Enla part superior dreta laCaja de Ahorros. En lapart superior esquerra elForn d’Escorihuela on l’ai-gua trencava amb forçaen el cantó i deixà senyalde la seua alçada. Des delbalcó Julia Pinto mira lacatàstrofe. Foto enviadaper Joaquim VílloraEscorihuela

La memoria es loque tiene, que es

inestable ycaprichosa. Te hacetrampas y te permitecambiar la realidadsegún te convenga.

«El bar de mi abuela, en laavenida Burjasot, se encon-

traba en su sitio privilegiadopara observar el desastre».Foto enviada por Eva María

Algas Calaforra

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Rafel Montaner

■ VALENCIA

LEVANTE, la histórica ca-becera sobre la que elgrupo editorial PrensaIbérica ha construido el

actual Levante-EMV, fue el úni-co diario valenciano de la maña-na que logró salir a la calle al díasiguiente de la riada a pesar deque la crecida anegó su sede de lacalle Pintor Sorolla 8 con más dedos metros de agua, inutilizandolas dos rotativas en la que se im-primían Levante y el desapare-cido vespertino Jornada.

Este periódico no interrumpiósu contacto con los lectores du-rante los 27 días que tardó en re-cuperar sus servicios técnicos. Yel 6 de diciembre de 1957, un mesy tres semanas después de la ca-tástrofe, público el mayor suple-mento de sus, entonces, 85 añosde historia: un documento histó-rico dedicado a la riuà con 96 pá-ginas en huecograbado que conuna tirada de 200.000 ejemplaresse agotó en cinco días. El núme-ro extraordinario, cuyo precio de10 pesetas era para las víctimasde la inundación, se distribuyó entoda España y también se envia-ron ejemplares a Argentina.

Cincuenta años después, Le-

vante-EMV revive la epopeya deaquel periodismo bajo las aguascon la ayuda de testimonios detrabajadores de la casa ya jubila-dos y profesionales de aquel ro-tativo que estaban orgullosos de«haber corrido junto al pueblo

valenciano la trágica aventura

de la catástrofe», como se lee enla información del sábado 9 denoviembre en la que el periódicoanuncia que ha puesto de nuevoen marcha su máquinas.

El periodista de Levante, Je-sús Morante Borras, cuyo nom-bre rotula ahora una de las callesde la Punta más afectadas por lariuà, recuerda en el suplementoextraordinario que el redactorjefe y un taquígrafo de La Hoja

del Lunes salvaron la vida de mi-lagro. Esa noche del domingosolo trabajaban los empleadosdel semanario.

Morante siguió toda la nochela evolución de la primera riaday a las tres y media de la madru-gada intentó llamar por teléfono

a Levante, que entonces estabaen la actual sede de Bancaixa,pero nadie respondía al otro ladodel 14811. Los teléfonos hacía ho-ras que no funcionaban.

El paso siguiente fue intentaralcanzar la redacción. A las 3 dela madrugada las calles de lasBarcas y Pintor Sorolla eran unbrazo revivido del Turia. A lasocho de la mañana del 14 volvióa intentarlo y solo pudo llegar ala entonces Plaza del Caudillo. Apartir de la calle del Mar «una la-

guna de barro nos impedía

avanzar». Dio marcha atrás y,tras alcanzar la Plaza de la Virgenpor San Vicente pudo llegar has-ta la Plaza del Ayuntamiento

«Las calles de las Barcas y

Pintor Sorolla eran un río de

agua, sobre el que flotaban au-

tomóviles cómo boyas ingrávi-

das sobre un mar agitado», re-lata el periodista, poco antes deencontrarse con el administra-dor de La Hoja, Salvador Pont,quien le narró que no había podi-do imprimirse el semanario.

La planta baja de la sede deLevante estaba ocupada por lasdos rotativas donde se editabandos diarios del Movimiento enValencia, Levante y el vesper-tino Jornada, junto a La Hoja.«El agua, de golpe, al filo de las

tres de la madrugada, cubrió

la altura de casi dos metros de

las plantas bajas de Pintor So-

rolla» cuenta Morante Borrás,quien añade que el personal detalleres tuvo que ser evacuado«a través de un hueco en un ta-

bique de una casa contigua».

UNA MUERTE CIERTA. LaAsociación de la Prensa, que aco-gía la redacción de La Hoja, enla esquina de Pintor Sorolla conBarcas y Don Juan de Austria,también fue anegada por lasaguas. En este momento el re-dactor de Levante transcribe li-teralmente las palabras del ad-ministrador del semanario: «Tu-

vimos que salir de la redacción

rápidamente para librarnos de

una muerte cierta. El redactor

jefe, señor Useros, y el taquí-

grafo, Señor Meseguer, que se re-

zagaron unos instantes, salie-

ron de la redacción luchando

contra el agua cuando ya les al-

canzaba la altura del pecho».

Luis Bardal Alarcón, tieneahora 73 años ha trabajado eneste periódico durante más de 50años. Se jubiló en 1998 cuandoera jefe de Publicidad de Levan-

te-EMV. Aquel 14 de octubre te-nía 23 años y era oficial de pri-mera del departamento de Pu-blicidad de los dos periódicos delMovimiento. Vivía entonces en lacalle Cádiz, en Russafa, donderecuerda que no llegó el agua. Aligual que Morante Borrás, aque-lla mañana de lunes intentó ac-ceder al periódico. «Llegue a las

7.45 horas de la mañana, pero

no pude pasar de la esquina del

Banco de Valencia porque todo

estaba inundado».

10/11 En domingo ESPECIAL RIADA 14 de octubre de 2007

Si el periodismo es una tareaardua, más es ejercerlo enmedio de una catástrofe.Hace cincuenta años las dosavenidas sucesivas del Turiaque sufrió Valencia en 1957anegaron los talleres deledificio donde se imprimía

Levante y el diario vespertino «Jornada».Pero el empeño de los trabajadores permitió ala histórica cabecera ser el único diario de lamañana en salir a la calle con una edición de 8páginas para informar sobre «la inundaciónmás catastrófica de su historia».

Arriba: Imagen de una página delespecial del 6 de diciembre de 1957del periódico Levante, que publicó unespecial sobre la riada del que imprimió 200.000 ejemplares y que seagotó en apenas cinco días. A laizquierda, portada de la edición deLevante del 15 de octubre.

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José Chirlaque Gayá

■ VALENCIA

HACE ahora cincuentaaños Valencia y variasde sus comarcas fue-ron escenario de lo

que se llegó a llamar la gran ria-

da. ¿Y qué tengo que ver? Senci-llamente que estaba integrado enla redacción del periódico Le-

vante, entonces en la calle Pin-tor Sorolla, 8, de Valencia.

El 14 de octubre se grabó yacon letras de luto en los hogaresvalencianos.

El río que pasa por la ciudadde Valencia se desbordó por lagran cantidad de agua que lleva-ba, tanto del Turia como de susafluentes y barrancos. El agua lle-gó a tal nivel de altura que en al-gunos parajes eran más de cincometros. El barro hizo intransita-ble la mayor parte de la ciudad.Nosotros no pudimos entrar aledificio de Pintor Sorolla. SabinoAlonso Fueyo, director del pe-riódico trasladó la redacción aldespacho de un prestigioso abo-gado de la calle Colón, y el perió-dico salió impreso en Castelló,para más tarde imprimirlo enGráficas Puente, de la calle Pa-lleter de Valencia, hasta que pa-sado un tiempo y seminormali-zada la situación volvimos al nú-mero 8 de Pintor Sorolla. Y vuel-vo a escribir: ¿Qué pintaba yo eneste gravísimo acontecimiento?

Digamos que la redaccióncomo talleres y administraciónno tuvimos horas de tranquilidadsino lo contrario. Casi sin mediossalía el periódico. Pasados unosdías de la tragedia nos llamarona dirección a tres compañeros ya mí. Se trataba de Manuel San-chiz Finezas, fotógrafo del diarioJornada; Justo de Ávila, Luis Vi-dal y un servidor. Había que ir alaeropuerto donde ya estaba dis-puesto un helicóptero para tras-ladarnos a la población de Mari-nes. El director nos dijo que estapoblación había quedado aislada

al desprenderse una montaña yno podían salir. Tenían comidapero no disponían de ninguna no-ticia, que les lleváramos un granpaquete de periódicos de Levan-

te. Y así lo hicimos. Llegamos alaeropuerto y en efecto, allí esta-ba el helicóptero preparado, unaparato perteneciente a las fuer-zas americanas y que, casualidaddel destino, llevaba impreso elnombre de Marines.

Subimos los cuatro al heli-cóptero y al momento de poner-se en marcha se paró. Desde eldepartamento del piloto se nosdijo que había demasiado peso ytenían que bajar dos personas.

Cuando Luisito Vidal y yo nosdimos cuenta las dos personasmayores estaban en tierra. Tantoél como yo sin hablar nos pre-guntamos si es que nuestra mi-sión era peligrosa o es que el pesode las dos personas mayores agi-lizaba el problema. Yo tenía 20años y luis 19. Bien, por fin llega-mos al pueblo de Marines y el he-licóptero aterrizó en una era cer-cana a las viviendas. Nos recibióel párroco todo emocionado e in-dicándonos que sólo necesitabannoticias ya que comida y agua te-nían. Al entregarle el paquete deperiódicos de Levante nos diolas más expresivas gracias.

Estuvimos un rato viendo la si-tuación de los vecinos de Mari-nes, y volvimos a Valencia con elcorazón henchido de amor porhecho algo extraordinario.

El piloto quiso llevarnos porencima del cauce del río Turia,donde vimos desolación, agua ybarro por doquier. Y ya en el marMediterráneo vimos cadáveres yobjetos que nos conmocionó. Yesta ha sido la efemérides queahora a los 50 años, 77 de mi vida,viene a mi memoria.

Finezas y Justo de Ávila no lopodrán constatar, se marcharonya. Luisito Vidal fue mi testigopresencial de nuestra visita a Ma-rines donde viajamos con un Ma-

rines de las fuerzas americanas.

Bardal explica, que por la calledon Juan de Austria pudieron ac-ceder al periódico junto a otroscompañeros a través de Radio Va-lencia, saltando por un patio tra-sero y entrando a los talleres a tra-vés de ventanas. «Caminando por

encima de las rotativas pudimos

ver que el agua, que ya había co-

menzado a descender, había al-

canzado unos dos metros y que

no se podía hacer nada, por lo que

volvimos para atrás», apunta.Al salir otra vez a Don Juan de

Austria, Bardal recuerda que ob-servaron atónitos como «un hom-

bre salía de la Asociación de la

Prensa con una máquina de es-

cribir en el portamaletas de la

bici». Aún no se había anunciadola segunda riada y ya habían co-menzado los saqueos en Valencia.Salieron corriendo detrás del la-drón pero no lo pudieron coger.

Poco después, se marchó deallí al anunciar que venía una nue-va avenida. Lo único que se le ocu-rrió fue intentar llegar al Caban-yal, donde vivía su novia, pero lapolicía ya no le dejó cruzar elpuente de Aragón. Entonces pudocomprobar espantado como lasgrandes bobinas de papel del pe-riódico, que se guardaban en unbajo del carrer de Blanqueries, ba-jaban flotando en la corrientecomo si fueran barquitos por la ca-lle Navarro Reverter.

El agua volvió a anegar los ba-jos del periódico, alcanzando unaaltura máxima de 2,25 metros dealtura, inutilizando por completoambas rotativas. Sin embargo, elperiódico no faltó a la cita con suslectores ningún día gracias a quelos talleres estaban en el primerpiso y ni las linotipias ni las má-quinas de los grabadores —en-tonces las planchas se hacían conplomo— se mojaron, así comotampoco la redacción, que estabaen el segundo piso.

ROTATIVAS INUTILIZADAS.Así fue como, a través de una im-prenta particular de la calle Palle-ter, el martes 15 Levante fue elúnico diario de la mañana que sa-lió a la calle. Eran ocho páginasencabezadas por el titular Valen-

cia sufre la inundación más ca-

tastrófica de su historia.

Tras la riada, llegó la batalla delbarro. Toda la plantilla se volcó enla limpieza del fango que impedíaacceder al edificio y había inutili-zado las rotativas, que se tuvieronque desmontar pieza a pieza. Lasala de máquinas de Levante

arrancó antes que la de Las Pro-

vincias. Bardal recuerda que di-cho periódico «estuvo impri-

miéndose por lo menos dos o tres

semanas en nuestras rotativas». El trabajo más delicado llegó

cuando a los dos o tres días resca-taron del barro la caja fuerte deldiario, que guardaba toda la re-caudación del fin de semana. «Allí

habían varios miles de pesetas —

un dineral para la época— en bi-

lletes empapados de 100, 50 y de

peseta, que tuvimos que extender

sobre una mesa y secarlos uno a

uno con un secador de pelo», re-memora Bardal. Aunque el barrono entró en la caja de caudales, elpapel moneda había quedado te-ñido de marrón por la tierra queviajaba disuelta en el agua.

Rafael Claramunt, que se ju-biló hace casi tres años

como adjunto a la dirección ge-neral de Prensa Ibérica habíaentrado a trabajar de botonesen Levante hacía solo 14 días.Tenía 15 años y medio, y re-cuerda que en los días siguien-tes el periódico se imprimió enlos talleres del diario Medite-rráneo de Castelló, entoncestambién de la prensa del Movi-miento.Claramunt destaca que el diariosalio adelante gracias a dostrabajadores que ya han des-aparecido, Lorenzo Galiana, elpadre del actual subdirector degestión de Levante-EMV con elmismo nombre, y Rafael Baya-rri, «que cargaban cada nocheen sus motos los cartones deestereotipia, unas planchasdonde estaba en relieve todala impresión, y salían co-rriendo hacia Castelló»La Montesa Brio 81Galiana y la vespa deBayarri fue la colum-na vertebral de Le-vante durante casicuatro semanaspues ambos

motoristas, que entonces traba-jaban en los departamentos decontabilidad y distribución «seesperaban en Castelló a queestuviera impreso el periódicoy volvían a Valencia cargadoscon los paquetes», remarcaClaramunt. «Los dos se jugaronla vida por el periódico —aña-de Bardal— durante aquellosdías en que los coches no podí-an circular por la carretera deBarcelona, que había quedadomaltrecha a consecuencia de lariada».

Edición motorizada

Lorenzo Galiana posa con suhijo Lorenzo (en una imagen de1958) en la Montesa Brio con la

que transportaba las planchasde estereotipia de Valencia a

Castelló.

Varias instantáneas de los distintos niveles del agua en Pintor Sorolla, delespecial sobre la riada que Levante editó el 6 de diciembre.

Fotografía de Luis Vidal cedida por el Ayuntamiento de Marines.

Dos jovencísimos José Chirlaque y Luis Vidal,redactor y fotógrafo de Levante en 1957, viaja-ron a Marines en helicóptero para transportarejemplares del periódico a la aislada población.

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Última En domingoESPECIAL RIADA 14 de octubre de 2007

Amenos que haya cor-tes (o heridas, si uste-des lo prefieren), la

infancia acaba siendo un todoindiferenciado, una especiede masa en la que resultaimposible situar cronológica-mente los acontecimientosque la jalonan. Hay en la míauno de esos cortes (o heri-das) que me permite situarperfectamente lo que sucedióantes de los seis años y lo quesucedió después. Ocurrió quea esa edad mis padres, mishermanos y yo abandonamosValencia, de donde éramos,para instalarnos en Madrid. Elcambio fue brutal, como sihasta entonces hubieras vivi-do en una fotografía luminosay de repente te obligaran avivir en su negativo. Lo prime-ro que recuerdo fue la pérdi-da del mar. Cuando el domin-go preguntaba a mi madre porqué no íbamos a la playa,según nuestra costumbre, merespondía que en Madrid nohabía mar. A mí no me cabíaen la cabeza que existieranlugares sin mar, por lo que

imaginé que ocurría, en rela-ción a ese asunto, algo atroz,que los mayores no me querí-an confesar. Una ciudad sinmar era como una mano sindedos, un rostro sin ojos, unaboca sin lengua. Un día memostraron un mapa, para queviera dónde caía Madrid y meconvenciera de que no meengañaban. No sé si a esaedad se encuentra uno encondiciones de comprenderlo que es un mapa; en todocaso, a mí no me sirvió denada, excepto para coger a laasignatura de Geografía unodio del que aún no me hecurado. También el clima y la luz deMadrid eran distintos.Padecíamos en la capital deEspaña un frío de una cruel-dad inconcebible, un frío quenos hacía llorar. Quiso la for-tuna que cayéramos en unbarrio triste, rodeado de des-campados llenos de ratas ymondas de naranjas. El corte(o la herida) entre el lugar delque veníamos y al que acabá-bamos de llegar era tan pro-

fundo que mi vida a partir deese momentos estuvo repre-sentada por dos territorios: elde antes y el de después deviajar a Madrid. Seguramente,todavía lo está. Aquella fron-tera, marcada al rojo vivo, nose ha difuminado en absoluto.Antes y después, eso es todo.Lo de antes era maravilloso;lo de después, gris. Descubríel blanco y negro cuando elcine empezaba a hacer susprimeros ensayos en color.Íbamos al revés el cine y yo.Pues bien, al poco de instalar-nos en Madrid, sucedió lariada del 14 de octubre 1957.El río Turia se desbordó einundó la ciudad provocandocentenares de muertos. Dadoque gran parte de nuestrafamilia continuaba enValencia, la catástrofe se vivióen nuestra casa con granintensidad. Yo tendría 10 u 11años, de manera que la noti-cia me golpeó del modo con-fuso con el que las desgraciasde los adultos alcanzan a losniños. No teníamos teléfono yno existía la televisión, por loque las noticias llegaban concuentagotas y siempre a tra-vés de terceras personas que

con frecuencia afirmabancosas contradictorias.Recuerdo el gesto preocupa-do de mi padre, la solicitud demi madre, la voz de la radio,que llegó a ser la única fuentede información, ignoro si fia-ble o no. Los locutores, paradescribir la intensidad de laslluvias que provocaron lainundación, se referían confrecuencia al DiluvioUniversal.El Diluvio Universal me losabía de memoria. Nos lohabían contado mil veces,pues la Biblia era en aquellaépoca una fuente inagotablede relatos. Si un niño oye quese está produciendo elDiluvio Universal, cree a piesjuntillas que se está produ-ciendo el Diluvio Universalque, lógicamente, no tardaríaen llegar a Madrid. Me metíaen la cama imaginando for-mas de escapar cuando lasaguas empaparan mi colchóny me preguntaba cómo, sien-do mi padre una buena perso-

na, no había sido advertidocon tiempo para que fabricaraun Arca como la de Noé en laque librarnos de aquella mal-dición. Un golpe de terror semejantemarca una infancia, y quizáuna vida. Marcó desde luegomi infancia, no me atrevería adecir que mi vida para noresultar demasiado dramáti-co. Con todo, lo peor estabapor llegar, pues cuando lariada pasó sin que ninguno denuestros parientes hubieraperecido bajo sus aguas, apa-reció el barro: el lodo, paraser exactos. Durante variosdías, la palabra más escucha-da en casa era lodo. El lodo,disuelto en el agua, habíapenetrado en la vida de losvalencianos como las limadu-ras en la mesa de un taller.Había lodo en los zapatos,lodo en los cepillos de dien-tes, lodo en los pucheros,lodo en los bolsillos de laschaquetas y en los cajones dela ropa interior. También laimagen ideal que yo tenía deValencia se cubrió de lodo.Tuve que convivir con esaimagen durante el resto de miinfancia, de mi adolescencia yparte de mi juventud, puestardé mucho tiempo en regre-sar. Cuando lo hice, cumpli-dos ya los 20, volví a encon-trar la ciudad luminosa demis primeros años y recuperéuna postal de la que no hevuelto a desprenderme.

Postales con lodo

Juan José Millás

TIERRA DE NADIE

YA escribimos alguna vezque padecimos la riadade 1957. Vivíamos en

Grabador Esteve 5, y el aguaalcanzó 1,75 metros de altura.La calle era un salvaje caucepor donde pasaban, a toda velo-cidad –la corriente era intensa-,decenas de objetos: cajones,árboles, mesas, animales muer-tos, estanterías, ropa, cañas,bidones, enseres domésticos,postes de la luz y los objetosmás diversos. Asistimos al terrorífico espectá-culo desde el balcón del entre-suelo. Con la luz del día 14 aúnse podía soportar (el temor era:¿hasta dónde subirá el agua?),pero la noche del 13 al 14, cuan-do la primera avenida, el pánicofue general. Imagen ustedes queestán durmiendo y a las 24,35horas oyen unas voces horrori-zadas, al mismo tiempo quealguien golpea la puerta de sucasa gritando que “¡se ha salidoel río, se ha salido el río!”.Intentan encender la luz y nohay luz. Se levantan de la cama

como pueden, abren a sus veci-nos y comienzan a escuchar unrumor ensordecedor e inquie-tante, el del río desbordado. Seiluminan con una vela y ven queel agua asciende por las escale-ras.Aquello fue algo horrible eimpensable, y pasar del sueño ala pesadilla en menos de quincesegundos, ni les cuento. Poresto –breve digresión- alucina-mos cuando algún ecologistaprogre (y algún docto ingenieroafín ) aboga ahora por “recupe-rar” el río, esto es, que las aguasvuelvan a su cauce, suponemosque para respetar el bárbaro“orden natural” de la Naturalezay gocemos de otra riada, cuantomás grande, mejor, y más ecolo-gista. Previamente habrá quequitar todo lo que está en elcauce seco, incluido el Palau dela Música y el Gulliver.Hay abundante documentaciónsobre los históricos y cíclicosdesbordamientos del Turia,siglos antes del llamado cambioclimático. Desde 1321 hasta

1731, verbigracia, hubo veinti-cuatro riadas de mucha consi-deración, y otras siete de lamisma y grave importanciaentre 1731 y 1957, como recogióFrancisco Almela y Vives ensu trabajo “Observaciones al

margen del Turia”. Sin ir máslejos, o yendo, en 1897 Valenciasufrió una inundación brutal.En la del 17 de agosto de 1358perecieron más de cuatrocien-tas personas, fueron arrastra-dos todos los puentes y lasmurallas fueron dañadas muyseriamente. La amenaza de desbordamientoplaneó siempre sobre los habi-tantes e inclusive sobre lasautoridades, encargadas teóri-camente de poner remedio. Yaen 1392, en la sesión delConsejo de la Ciudad deValencia del 9 de agosto, se dis-cutió la posibilidad de desviarel cauce, “teniendo en cuentaque las grandes lluvias, con elconsiguiente aumento del cau-dal del río, podían perjudicar alos edificios del Grao, y se con-sidera bueno y provechosomodificar el curso delGuadalaviar para alejarlo del

indicado lugar del Grao”.Pasaron los siglos, y el Turia, ala vez que era sangrado, víaacequias, para regar la ferazhuerta de Valencia, continuabasiendo una pesadilla, latente yreal, una amenaza tan próximay segura como la “gota fría”, ala que siempre se le espera enValencia por estas fechas. El ingeniero Joaquín Llorens

y Fernández de Córdova pre-sentó otro proyecto de desvia-ción del río. Fue el 1 de mayode 1890, ante el Ministerio deFomento. Consistía en cambiarsu curso desde Mislata, por unnuevo cauce, hasta Chirivella,para buscar el barranco deCatarroja. Desde aquí, el Turiadesembocaría en La Albufera. La ocurrencia era totalmentedescabellada. Nicolau

Primitiu o Nicolás-Primitivo

Gómez Serrano, que de lasdos maneras firmaba, escribióen LEVANTE (24 de noviembrede 1957) un artículo titulado “ElTuria, ¿es desviable?”, en el queafirmaba, con toda la razón,que, refiriéndose al proyectocitado, “considérese bien la

catástrofe apoteósica que se

produciría, y de la cual,

Valencia, capital, no se libra-

ría, seguramente, sin en las

circunstancias antedichas el

cauce total ni parcialmente del

Turia estuviese desviado a La

Albufera”.

Es decir, que el plan de

Llorens y Fernández deCórdova era una ensoñación,pero expresaba la atávica pre-ocupación de los habitantes deValencia por las periódicasinundaciones. Algo había quehacer. Y se hizo. El Plan Sur.No es de nuestra incumbenciadefenderlo, ni lo contrario.Nos gusta, porque es lógico,que un río lleve agua, comonos satisface que un cocinerosepa cocinar o que CharlieParker sea un genio. Pero nonos apetece nada que Valenciasufra otra catástrofe como lade 1957 (¿80, 90 muertos?, y laruina económica para miles depersonas) para complacer atanto utópico desnortado y enbicicleta.Para todos ellos (y ellas) heaquí la altura que alcanzó laecológica riada del 57 en algu-nas calles de Valencia (¿sabenel barro que dejó?: se tardó másde dos meses en retirarlo): ave-nida de José Antonio, 0,40 m.;calle Reina, en el Grao, 0,70 m.;Jardines del Real, 0,80 m.; calleConde Trénor, 1,20 m.; Casa dela Beneficencia, 1,60 m.; calleGrabador Esteve, 1,75 m.; plazade Tetuán, 2,25 m.; barrio deNazaret, 2,50 m.; calle PintorSorolla, 2,70 m.; calle de Moret,2,80 m.; calle Baja, 3 m.;Jardines del Parterre, 3,20 m.;calle de Las Rocas, 4 m.; calleDoctor Olóriz, 5 m.Es más que suficiente.

Un golpe de terrorsemejante marca unainfancia, y quizá unavida. Marcó desde

luego mi infancia, nome atrevería a decirque mi vida para noresultar demasiado

dramático

Una riada ecologista

Antonio Vergara

SALVE, Y USTED LO PASE BIEN