empresas solitarias

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Empresas solitarias [1] Empresas solitarias (El presente ensayo forma parte de mi antología “Apuntes alrededor de la soledad” en preparación.) DE UN TIEMPO A ESTA PARTE se ha —podemos decir— instalado en la mentalidad empresarial y de algunos partidos políticos y gobiernos, la idea de que lo políticamente correcto es ostentar a la firma como una socialmente responsable. Este discurso que comenzó a mediados de los noventa como una estrategia de comunicación organizacional e institucional y de relaciones públicas, buscaba anclarse en un principio filosófico maniqueo por el cual la empresa, en tanto factor social, debía establecer nexos armónicos con los públicos clientes de su ámbito: el vecindario, los proveedores, los consumidores y los empleados. Así, empezaron a desarrollarse políticas más preocupadas por la imagen de marca con base en la percepción y se comprendió la responsabilidad como una forma de resarcir cierto probable daño o inconveniente derivado de la ubicación, los modos fabriles, la convivencia, las formas de distribución o explotación de bienes y servicios respecto de las expectativas humanas de quienes dentro o fuera de la empresa, el partido o el gobierno definen su dinámica económica.

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Ensayo sobre algún modo como la opinioncracia incide en la incomunicación

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Page 1: Empresas solitarias

Empresas solitarias

[1]

Empresas solitarias

(El presente ensayo forma parte de mi antología

“Apuntes alrededor de la soledad” en

preparación.)

DE UN TIEMPO A ESTA PARTE se ha —podemos decir—

instalado en la mentalidad empresarial y de algunos partidos

políticos y gobiernos, la idea de que lo políticamente correcto es

ostentar a la firma como una socialmente responsable.

Este discurso que comenzó a mediados de los noventa como una

estrategia de comunicación organizacional e institucional y de

relaciones públicas, buscaba anclarse en un principio filosófico

maniqueo por el cual la empresa, en tanto factor social, debía

establecer nexos armónicos con los públicos clientes de su ámbito:

el vecindario, los proveedores, los consumidores y los empleados.

Así, empezaron a desarrollarse políticas más preocupadas por la

imagen de marca con base en la percepción y se comprendió la

responsabilidad como una forma de resarcir cierto probable daño o

inconveniente derivado de la ubicación, los modos fabriles, la

convivencia, las formas de distribución o explotación de bienes y

servicios respecto de las expectativas humanas de quienes dentro o

fuera de la empresa, el partido o el gobierno definen su dinámica

económica.

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José Antonio de la Vega Torres

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Las empresas, partidos y gobiernos entonces entraron en el juego

de mostrarse solidarios, filantrópicos, didácticos, pedagógicos,

estableciendo líneas de acción (a veces más bien de coacción sutil)

para generar en los clientes y proveedores, en simpatizantes o

gobernados un sentido de identificación y pertenencia mutua. De

ahí surgen las marcas asociadas con lo familiar, lo divertido: el

refresco familiar, el yogurt divertido, el cemento de todos, el

representante que abraza un compromiso con cierta causa capaz de

volverle familiar a los ojos de los otros.

Tras las evidencias del cambio climático, dicha perspectiva sumó

la visión ecológica para hacer de las empresas y su hipotética

responsabilidad social una no nada más preocupada y ocupada en

convertir los productos y servicios en algo familiar y divertido, sino

además encontrar la forma para justificar la obsolescencia con

argumentos que incluyen ideas como el reciclaje o lo renovable en

tiempos cuando los recursos no renovables, como el petróleo,

comienzan a escasear. Entonces, ya no importa tanto si el producto

o servicio tiene una vida útil corta o prolongada, sino que sea

sustituible mejor que desechable, biodegradable mejor que

reparable.

En ese tenor y con variantes comprensibles de cultura a cultura,

de país a país, tarde o temprano tal o cual empresa, gobierno o

partido, incluso las organizaciones sociales de todo tinte, entran en

el juego de designarse como entes dotados de una consciencia social

suficiente y asaz responsable respecto de los efectos de sus actos,

aun cuando no siempre de sus omisiones.

Lipovetsky, el filósofo y sociólogo francés, señalaba críticamente

ya en 1992:

[…] por todas partes se esgrime la revitalización de los valores y

el espíritu de responsabilidad como el imperativo número uno de la

época: la esfera ética se ha convertido en el espejo privilegiado

donde se descifra el nuevo espíritu de la época […] mientras que la

ética recupera sus títulos de nobleza, se consolida una nueva cultura

que únicamente mantiene el culto a la eficacia y a las regulaciones

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Empresas solitarias

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sensatas, al éxito y la protección moral, no hay más utopía que la

moral, «el siglo XXI será ético o no será» (LIPOVETZKY, 1994, pág. 9).

Pues bien, ya estamos acercándonos al primer cuarto del siglo XXI

y, en efecto, la preocupación moral en torno a diversos temas

campea, a veces destilando más inquina que propiciando equilibrio

y comprensión.

Los nuevos medios electrónicos, entre los que las redes sociales

—en tanto extensiones de la sociedad— juegan ya un papel

fundamental traducen y enfatizan este afán por hacer del discurso

uno a como dé lugar responsable.

Lipovetzky advertía un poco en la línea que seguiría tiempo

después Giovanni Sartori (SARTORI, 1998):

En unos cuarenta años, los medios han adquirido, en particular a

través de la hegemonía cultural de la televisión, un papel y un poder

excepcionales, tienden a imponerse como poder autónomo capaz de

modificar notablemente tanto la vida política como económica,

cultural como moral […] Esta omnipresencia mediática unida a una

poderosa influencia sin precedentes es el origen del destacado

regreso de la preocupación ética: cuando el poder se incrementa, el

interrogante sobre los justos límites de ese poder se vuelve

inevitable; cuando los media se erigen en «cuarto poder», el tema

central ya no es el de los derechos de la información sino el de los

deberes que resultan del papel creciente de la «mediocracia» […]

La demanda social de una información responsable acompaña al

quiebré de todas las «religiones seculares»: cuanta menos fe en el

futuro, más se intensifica la importancia de la fidelidad a los

acontecimientos del presente; cuanta menos ideología mesiánica

dando una visión de conjunto del mundo, más aumenta la

preocupación por la recogida, selección y presentación de hechos

puntuales; cuanto menos se detentan las claves de la historia, más se

impone el valor mínimo de la honestidad en la presentación cotidiana

de la información (LIPOVETZKY, 1994, págs. 234-235).

Algunas empresas, algunos partidos políticos y gobiernos,

algunas organizaciones sociales han llegado, sin embargo, algo tarde

a esta idea, a veces por causa de miopía comunicativa o por necedad

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José Antonio de la Vega Torres

[4]

administrativa. Es el caso, parece, de empresas como OHL y Mossak

& Fonseca que, a raíz de verse envueltas en escándalos financieros,

legales y políticos en varios de los países donde se encuentran, han

caído en cuenta de que un discurso semejante podría ser su tabla de

salvación.

Tras la publicación de los Documentos Panamá, Mossak &

Fonseca dedicó tiempo y esfuerzo a realizar entrevistas aclaratorias

mediante las cuales justificaba sus procedimientos y objetivos

empresariales, en un ejercicio fallido de transparencia efectuado en

un tiempo cuando, más que la mediocracia, la oponioncracia —que

es más vasta, vaga y extendida, anclada en las redes sociales—

impone sospechas y tacha sin mediar explicación. Entre el enojo

contenido y la desesperación, el grupo consultor optó por hacer a un

lado el discurso de la responsabilidad social para amenazar

legalmente y por medio de comunicados a todo aquel que osara

poner en entredicho su calidad moral, descalificando las evidencias

y supuestas pruebas que, en su contra, son esgrimidas como

información reveladora de su contradicción esencial [cf. (VEGA

Torres, 2016), (MOSSAK & FONSECA, 2016)].

En un caso semejante está OHL, expuesta en México y acusada de

probables actos de corrupción y malas prácticas financieras que

involucran a funcionarios y gobiernos; solo que ella lo hizo al revés,

primero amenazó con demandar a diestra y siniestra por el

desprestigio de que venía siendo objeto en su imagen, y luego optó

por justificarse como una corporación socialmente responsable

(OHL, 2016).

En lo que no ha caído en cuenta ninguna de las empresas que,

como las mencionadas, han abrazado tardíamente este discurso es,

como apuntaba Sartori:

[…] que actualmente nos encontramos ante un demos

debilitado no sólo en su capacidad de entender y de tener una

opinión autónoma, sino también en clave de «pérdida de

comunidad» […] La televisión crea una «multitud solitaria» incluso

entre paredes domésticas. Lo que nos espera es una soledad

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electrónica: el televisor que reduce al mínimo las interacciones

domésticas, y luego Internet que las transfiere y transforma en

interacciones entre personas lejanas por medio de la máquina

(SARTORI, 1998, págs. 128-129).

Es decir, la manera como hoy se dispersa y difumina la

información en los medios propios de la opinioncracia —y aquí la

telefonía móvil es clave—, en los dimes y diretes, con razón y

fundamento o sin ellos, se contrapone contra todo afán legítimo u

oportunista de los actores políticos, económicos y sociales por

transparentar sus motivaciones originales, sus procederes, sus

resultados.

El grado de suspicacia en que nos hallamos los unos respecto de

los otros acaso encuentra un ligero sentido en la burda y superficial

evidencia que la dinámica de la movilidad nos provee. Lo dicho hoy

se hace la contradicción de mañana y la contradicción de ayer puede

cobrar valor de paradigma ahora mismo al momento de solo

intentar que las cosas tengan un significado, un sentido, una razón

de ser comprensible. Pero detrás de todo adivinamos o suponemos

o aseguramos algún tipo de contubernio conspiratorio con la fuerza

capaz de sostener una nueva forma de creencia.

La necesidad de estar comunicados hoy se yuxtapone con la

necesidad de mantenernos aislados en nuestra individualidad

egotista. Nos sabemos conectados, inmersos en un mundo dinámico

donde la información fluye incesantemente; sin embargo, nos

preferimos apartados, distantes de quienes, en ese mundo, pueden

implicar alguna forma de amenaza a nuestra intimidad. Lo íntimo, lo

privado y lo público han tomado una nueva dimensión, más

compleja y a la vez más precisa en su significado.

En ninguna parte la operatividad utilitarista de la moral es tan

explícita como en las nuevas estrategias de comunicación de las

empresas. Códigos de conducta, auditorías y comités de ética,

comunicación institucional, mecenazgo, en todas partes el objetivo

al que se tiende es principalmente beneficiar la imagen institucional

en una época en que la empresa debe administrar su capital simpatía

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[6]

como parte integrante de su capital marca. Aunque la libre empresa

se haya convertido en el horizonte insuperable de la economía, se ve

obligada a definirse, a crear ella misma sus criterios de legitimidad;

ya no estamos en la época en la que la gran empresa podía

considerarse como un agente económico puro; ya no vende sólo sus

productos, debe administrar su relación con el público, conquistar y

promover su propia legitimidad institucional. La corriente ética va a

la par con el advenimiento de la empresa comunicante, institución

«total» que en adelante tiene un interés estratégico en escenificar su

sentido de las responsabilidades sociales y morales. El sistema clásico

basado en el derecho natural a la propiedad y la «mano invisible» del

mercado ha sido sustituido por un sistema de legitimización abierto,

producido, problemático y comunicacional. En la actualidad, la

legitimidad de la empresa ya no está dada ni cuestionada, se

construye y se vende […]

La ética funciona en primer lugar como lifting y línea ofensiva-

defensiva de la empresa: de imperativo categórico que era, la ética

se ha convertido en vector estratégico de la comunicación de

empresa, en coacción de las relaciones públicas, instrumento de la

gestión de marca (LIPOVETZKY, 1994, págs. 260-261).

Decía yo que, por vicio de la opinioncracia, hoy descreemos de

todo y creemos solo en aquello que satisface nuestro leal saber y

entender personal y/o grupal. Las explicaciones entonces que

conllevan “tufo” institucional, oficialista, las rechazamos de entrada

aun cuando puedan estar sustentadas en una verdad e implicar

pruebas, si no fehacientes, por lo menos corroborables. La “verdad

histórica” sobre la desaparición de “los 43 de Ayotzinapa” jamás

acabará de satisfacernos mientras no se acomode a las expectativas

individuales así de los padres de los desaparecidos como de los

grupos interesados en utilizar esa información para beneficio de sus

propios fines políticos o sociales. Así, no hay verdad que aguante.

Así, no nada más tú o yo, amigo lector, experimentamos una soledad

radical frente a las posibilidades que nos ofrecen los medios de

comunicación a nuestro alcance, sino que estos mismos, en tanto

empresas, ya comienzan a experimentar el peso de saberse solas en

un ecosistema informativo donde la opinión aún más que la verdad

es lo que cuenta.

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La verificación de todo hecho o dicho ha de pasar, por fuerza, por

la relación que hace el pensamiento a través de la duda entre lo real

y lo ficticio, es decir lo que la realidad impone como palpable e

indiscutible y lo que la imaginación humana recrea como creíble,

como posible.

OHL pretende, por ejemplo, en su más reciente video corporativo,

mostrarse como una empresa cuya obra anclada en la realidad es

muestra indubitable de su responsabilidad social. Pero lo que no

mide es que, en la opinioncracia, ya no basta con exhibir el qué, sino

lo que determina el valor de ese qué se hace es el modo como se

hace. A ojos de la opinioncracia, el fin dejó de justificar los medios

en aquellos casos y circunstancias de su conveniencia, pues también

es cierto que prohija de manera perniciosa la visión paradójica y

complementaria como cuando, por ejemplo, justifica la odiosa

práctica del linchamiento mediático a través de las redes sociales en

las que va fincando un tribunal mediático sin más contrapeso que la

conciencia de cada quien.

¿Es posible que la plutocracia haya construido una telaraña como

la que parecen develar los Documentos Panamá en detrimento del

valor que vamos dando a lo que creemos ser como sociedad?

En el centro de todo está la comunicación. “Si es verdad que

nuestra época ve renacer la temática de los valores, es aún más

verdad que es testigo del triunfo de la comunicación, la que ha

logrado anexar a su orden el propio referente ético” (LIPOVETZKY,

1994, pág. 261), pero también la que ha logrado desprender de su

desorden las referencias hilética y noética de lo que se quiere ser.

La búsqueda de una actitud estética aplicada a la misión

empresarial de un partido, una industria o un gobierno, si bien pasa

por esa referencia hilética, es decir superficial de lo que compone a

una imagen de marca, corporativa en el campo de lo material, ha de

enraizarse en la referencia noética, es decir intuitiva, profunda por

medio de la cual dicha organización empresarial de cualquier índole

económica o política consigue comprenderse, en el flujo de la vida

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cotidiana, en sus distintas dimensiones y responsabilidades, como

parte de un sistema autorreferencial; y más, cuando este

conocimiento consigue trasvasarlo a las personas individuales,

físicas o morales, que la constituyen o con quienes tiene

comunicación.

Que OHL o Coca-Cola se definan por autodecreto como empresas

socialmente responsables, ajustando sobre esta base el discurso con

que explican su misión, no redunda sino en el vacío de sentido del

cual pretenden apartarse. El Yo empresarial, tanto como el de cada

cual de nosotros, se ve diluido en esta mar de información que

enfatiza el sentimiento de un narcisismo posmoderno.

Simultáneamente a la revolución informática, las sociedades

posmodernas conocen una «revolución interior», un inmenso

«movimiento de conciencia» […], un entusiasmo sin precedentes por

el conocimiento y la realización personal […]

De este modo la autoconciencia ha sustituido a la conciencia de

clase, la conciencia narcisista substituye la conciencia política,

sustitución que no debe ni mucho menos interpretarse como el

eterno debate sobre la desviación de la lucha de clases. Lo esencial

no está aquí. Ante todo instrumento de socialización, el narcisismo,

por su autoabsorción, permite una radicalización del abandono de la

esfera pública y por ello una adaptación funcional al aislamiento

social, reproduciendo al mismo tiempo su estrategia (LIPOVETSKY,

1998, págs. 53-55).

Las organizaciones empresariales de hoy son entes solitarios,

conformadas por grupos e individuos en igual condición.

La soledad está siendo el ominoso indicio por el que nos

comprendemos infelizmente libres, felizmente esclavos de nuestros

deseos y no nada más de nuestras naturales necesidades. Todo

intento por mostrarnos codependientes para contrastar esa

sensación incómoda que acompaña a la libertad raya en la parodia

de nosotros mismos tras reconocernos vulnerables en nuestra

fortaleza y, cuando alguien o algo nos acomete y hiere, entonces

recurrimos al extrañamiento, nos miramos víctimas de los otros que

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no quieren ver en cada uno de nuestros actos y decisiones un fin

superior a nosotros. Así, construir una autopista o crear empresas

que se presten para la elusión fiscal, no son actos malos en sí porque

su fin ulterior es proveer una serie de bienes sociales. La

responsabilidad social se lee entonces como el compromiso con el

propio ego más que como la entrega desinteresada de lo que se es y

se tiene. La responsabilidad social, creen empresas como OHL,

radica en la cosa, el puente digamos, y no en lo que la hace ser esa

cosa que es. Bajo esa óptica, da igual que el puente esté bien o mal

hecho, bien o mal financiado recurriendo a estratagemas y transas

y componendas, al fin solo es un puente y, como en el lugar donde

se monta es socialmente necesario el solo levantarlo ya vuelve a la

empresa socialmente responsable.

Cuanto más arrasa la competencia de las marcas, más se impone

la gestión ética de la imagen; cuando más remodela nuestro mundo

la civilización materialista de lo efímero, más se afirma la necesidad

de promover los valores y de respetar las reglas; cuanto más

omnipotente es la cultura del presente, más deben buscar las

empresas los medios para delimitar su futuro sin llegar por eso a

dominarlo; cuanto más vigor adquieren los derechos individualistas,

más se ven llevadas las empresas a mostrar su preocupación por los

deberes. Otras tantas paradojas que revelan que la moral de los

negocios será una moda sin mañana […]

De ahí el carácter parcialmente «manipulador» de la gestión por

los valores: en principio, primero son las ideas, en realidad la apuesta

es la eficacia de la empresa vía la motivación y la adhesión del

personal [o del público]. Aunque jugando la carta de la transparencia,

el proyecto de empresa no puede elaborarse sin disimulo y cálculo

estratégico. Paradoja: hay más ambigüedad ética en los proyectos de

empresa que en el mecenazgo o en la publicidad porque si estos

últimos no ocultan totalmente sus intenciones, los primeros solo

pueden ocultar su objetivo último (LIPOVETZKY, 1994, págs. 270-

274).

A veces me dan pena, tristeza, los denodados esfuerzos de ciertas

empresas, partidos políticos, grupos, personas —yo mismo— por

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desafanarse de la soledad a que lleva la construcción de una imagen

propia.

El individuo que vive pegado a su adminículo de comunicación

móvil, sea un celular o una tableta, en vez de hacer notoria su

capacidad de comunicación lo que revela es todo lo contrario, su

capacidad para mantenerse incomunicado, vaciado de sentido

esencial. La innovación, la sostenibilidad y el talento justifican lo que

se tiene, lo que se quiere, nunca lo que se es.

En medio de esta indiscutible aldea blogal, voy descubriendo que

mis palabras son apenas huellas de marea roja, rielando en la

proximidad de una costa tan cercana como lejana; y los signos que

la componen, restos de ideas que flotan en plena descomposición

del discurso.

REFERENCIAS

LIPOVETSKY, G. (1998). Era del Vacío, La (Undécima edición ed.). Barcelona: Anagrama. LIPOVETZKY, G. (1994). Crepúsculo del Deber, El. Barcelona: Anagrama. MOSSAK & FONSECA. (3 de febrero de 2016). "Aclaración sobre noticias difundidas en

medios de comunicación". Recuperado el 20 de junio de 2016, de Mossak & Fonseca: http://www.mossfon.com/es/news/es-aclaracion-sobre-noticias-divulgadas-en-medios-de-comunicacion/

OHL. (20 de junio de 2016). "Video corporativo OHL: Innovación, sostenibilidad y talento al servicio de la sociedad". Recuperado el 20 de junio de 2016, de OHL (Canal YouTube): https://youtu.be/tLWCQ5wFr9w

SARTORI, G. (1998). Homo videns. La sociedad teledirigida. Madrid: Taurus. VEGA Torres, J. (8 de mayo de 2016). "Arremete Mossak & Fonseca contra medios".

Recuperado el 20 de junio de 2016, de Indicios Metropolitanos: https://indiciosmetropolitanos.blogspot.mx/2016/05/arremete-mossak-fonseca-contra-medios.html