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Élites, elitismo, neoelitismo http://localhost/espaciocritico.com/articulos/rev02/n2_a02.htm (1 de 32)15/05/2010 06:13:24 p.m. Desde que Gaetano Mosca publicara a finales del siglo XIX la primera edición de los Elementi di scienza politica [1] , el interés por el estudio disciplinar en torno a los factores íntimos del poder y la búsqueda de variables propiamente “políticas” presentes en las estructuras sociales, reprodujo – con justicia – una imagen eminentemente “moderna” en la preocupación por el tópico de las denominadas “minorías selectas” ó simplemente élites. Junto al siciliano se exaltaron los nombres de Vilfredo Pareto y Robert Michels como los precursores de este nuevo tipo de análisis, considerando una época en la que la temática ya era tenida como “clásica”. De paso se inauguró una polémica incesante sobre las adecuaciones teóricas, las evidencias conceptuales y sus implicaciones ideológicas. Pese a ello, la denominada teoría de las élites, como generalmente se conoce a los estudios de la conflictiva tríada “Mosca-Pareto-Michels”, ha padecido menos penetración académica que suspicacia ó sub-entendimiento intelectual; la más de las veces, cruda sobre-interpretación doctrinal. Este hecho ha impedido valorar crítica y estratégicamente sus alcances para rescatar, en esta forma, sus aportes e indicaciones más provocativas. El objetivo de esta síntesis es precisamente rechazar parcialmente la simpleza de los prejuicios y lo crudo que pueden resultar algunos convencimientos [2] . Trazando una mirada amplia y relativamente sistemática – sin duda, aún no agotada – pretendemos dar cuenta de la trayectoria teórico-conceptual arraigada en el tema del elitismo político, tematizada a la manera de un estado de la discusión, a la vez histórico y actualizado, desde el inicio de sus investigaciones. En esta medida, la confección de este intento invita una periodización novedosa. Introduce los criterios que - a nuestro modo de ver - implicarían en adelante rescatar instrumentos metodológicos, versiones teoréticas y tácticas analíticas que permitan una comprensión de los fenómenos políticos, económicos y sociales vigentes. 2 José Francisco Puello-Socarrás [ * ] 1 Élites, elitismo, neoelitismo: Perspectivas desde una aproximación politológica en el debate actual

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Élites, elitismo, neoelitismo

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Desde que Gaetano Mosca publicara a finales del siglo XIX la primera edición de los Elementi di scienza politica [1] , el interés por el estudio disciplinar en torno a los factores íntimos del poder y la búsqueda de variables propiamente “políticas” presentes en las estructuras sociales, reprodujo – con justicia – una imagen eminentemente “moderna” en la preocupación por el tópico de las denominadas “minorías selectas” ó simplemente élites.

Junto al siciliano se exaltaron los nombres de Vilfredo Pareto y Robert Michels como los precursores de este nuevo tipo de análisis, considerando una época en la que la temática ya era tenida como “clásica”. De paso se inauguró una polémica incesante sobre las adecuaciones teóricas, las evidencias conceptuales y sus implicaciones ideológicas. Pese a ello, la denominada teoría de las élites, como generalmente se conoce a los estudios de la conflictiva tríada “Mosca-Pareto-Michels”, ha padecido menos penetración académica que suspicacia ó sub-entendimiento intelectual; la más de las veces, cruda sobre-interpretación doctrinal. Este hecho ha impedido valorar crítica y estratégicamente sus alcances para rescatar, en esta forma, sus aportes e indicaciones más provocativas.

El objetivo de esta síntesis es precisamente rechazar parcialmente la simpleza de los prejuicios y lo crudo que pueden resultar algunos convencimientos [2] . Trazando una mirada amplia y relativamente sistemática – sin duda, aún no agotada – pretendemos dar cuenta de la trayectoria teórico-conceptual arraigada en el tema del elitismo político, tematizada a la manera de un estado de la discusión, a la vez histórico y actualizado, desde el inicio de sus investigaciones. En esta medida, la confección de este intento invita una periodización novedosa. Introduce los criterios que - a nuestro modo de ver - implicarían en adelante rescatar instrumentos metodológicos, versiones teoréticas y tácticas analíticas que permitan una comprensión de los fenómenos políticos, económicos y sociales vigentes.

2

José Francisco Puello-Socarrás[*]

1

Élites, elitismo, neoelitismo:

Perspectivas desde una aproximación politológica en el debate actual

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Puede plantearse de forma general que los estudios y análisis sobre “élites” exhiben una problemática compleja. Lo decimos atendiendo no sólo a la localización temática de los autores, sino observando atentamente su ubicación analítica dentro de los paradigmas teóricos de las disciplinas sociales más recurridos del siglo XX, impensables sin dar por sentado la pretensión política de sus planteamientos y siempre referidos a un contexto particular. En todo caso, nuestra senda acabará por reafirmar la vocación de aquellos estudios que comparten como premisa básica y exclusiva de trabajo la existencia de cuerpos políticos especiales, ya sea en sus estructuras sociales o al interior del mismo proceso político que terminan siendo, a la postre, relevantes para la permanencia sociopolítica de cierta élite (entendida en singular o en plural) - cierta “minoría selecta”, como algunos prefieren llamar – pero, con mayor vigor aún, haciendo evidente el rol dinámico que ellas desempeñan. Nuestro interés se centra, por lo tanto, en las elaboraciones consideradas en el marco supuesto y problemático de una “teoría” de las élites.

Nuestro criterio de selección pretende reconsiderar, pues, las periodizaciones tradicionalmente adelantadas con el fin de ajustar los parámetros de estudio del fenómeno teórico elitista. Lejos de constituir un corpus orgánico, la ambigüedad e irregularidad del panorama es una realidad palpable. Sin embargo, es preciso proponer aquí una aclaración teniendo en cuenta que la tentativa no sólo aporta un desarrollo cronológico del tema. De manera fundamental, la documentación histórica, la indagación sociológica, el recorrido filológico y el valor filosófico-epistemológico guían la exposición, aunque – no sobra decirlo – es imposible ampliarla ó siquiera introducirla por el momento [3] .

Habría que meditar entonces alrededor de cuatro elementos básicos ó “criterios” para generar el nuevo marco que pretendemos: a) Un criterio epistemológico de homologación que pondera la convicción desde la cual se pretende aprobar el conjunto de las aproximaciones desde el punto de vista de la “cohesión argumentativa”; b) el criterio histórico de adscripción, como la manera según se relacionan las etapas teóricas de la temática, de acuerdo a cambios histórico-políticos puntuales; c) el criterio sociológico de consolidación: relaciona problematización de las teorías y los autores, vinculados a sus contextos, en lo general, socioeconómicos; y, d) el criterio cronológico de aceptación, que hace referencia a las tentativas de periodización que se ven re-elaboradas por la reintroducción de nuevos elementos de juzgamiento. Cada una de estas variables de selección configurarían, a la postre, el marco de generación de los referentes de periodización y, desde luego, la periodización misma. El predominio de unos sobre otros y dependiendo del sentido y del grado de orientación que cada uno de los autores instala sobre el conjunto de los estudios, las combinaciones así como los resultados pueden ser diversos.

Para nuestros fines, nos interesa examinar tres propuestas que, para nosotros, acaban siendo las más autorizadas, juiciosas y completas. El “balance” de los elementos anteriormente presentados permitirá introducir una versión más ajustada.

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En primer lugar, la tradición de los análisis sobre élites destaca un hecho fundamental. La delimitación heredada propone una línea bastante clara entre los primeros análisis, es decir: la tríada “Mosca-Pareto-Michels”, respecto a las elaboraciones posteriores. Más adelante, sin embargo, se problematizará esta conjunción.

Etzioni-Havely recientemente ha distinguido, por ejemplo, entre análisis clásicos y nuevos análisis para contrastar las contribuciones hechas por G. Mosca, V. Pareto, R. Michels, al igual que las de M. Ostrogorski, C.W. Mills, R. Aron y J. Schumpeter frente a los estudios más actuales. Estos últimos, aparecen fundamentalmente como consideraciones heterogéneas que hicieron presencia en las investigaciones durante las dos últimas décadas del siglo pasado [4] . Por su parte, Ettore Albertoni ha sugerido ubicar matices importantes que van más allá de esta dicotómica alternativa. Para Albertoni, se pueden recoger dos fases fundamentales: 1) Los “clásicos de la élite” (por supuesto, Mosca y Pareto, pero también Michels – junto con los trabajos de Ostrogorski -), quienes a pesar de sus marcadas diferencias mantienen, sin embargo, una metafísica, una actitud espiritual que desde lo teórico, los identifica; y, 2) Bajo la noción de “elitismo político” ilumina los diagnósticos novedosos de Schumpeter, Mills, Meisel, Bottomore, Bachrach, entre otros. Este conjunto de autores – para Albertoni – estiman, desde diversas ópticas y orientaciones ideológicas, los resultados de Mosca-Pareto y desde allí proyectan una preocupación cualitativamente diferente a la expuesta por los aquí referenciados como “clásicos” [5] .

Vale la pena anotar que eventualmente existiría sobre la postura de Albertoni una especie de “sub-apartado” del “elitismo político”. Esta derivación teorética gira en torno a un fenómeno especial y que, en todo caso, promueve cierto sentimiento de discontinuidad en el marco de los estudios elitistas mencionados anteriormente: 2.1) el “neoelitismo”. Para la época en que Albertoni confecciona su matriz, empiezan a revelarse progresivamente nuevos tipos de acercamientos analíticos que, desde luego, sólo pudieron ser juzgados a la manera de “ejemplificaciones” – como precisamente los reseña el autor -, sin concederles aún algún grado de consistencia o eficacia como fenómeno particular. De todos modos, Albertoni al calificar tales ejemplificaciones de “neoelitistas” reconoce de inmediato una “ruptura” notable y, en esta forma, advierte una salida hacia una posible caracterización posterior. Previniendo – casi de manera profética – la pertinencia e importancia que adquirirían en el futuro estas “re-elaboraciones” del elitismo político, llama entonces la atención sobre su sello particular. A pesar de ello, el estudio hecho por Albertoni queda restringido a la luz de las nuevas elaboraciones. Desde nuestra propia prueba cronológica de aceptación no resultaría todavía suficiente para avanzar sobre los propósitos trazados.

Precisamente, esta apreciación de Albertoni vendría a corregir una versión bastante atractiva de Norberto Bobbio. Para Bobbio “los clásicos” lo serían del elitismo y sus consecuentes prolongaciones, empezando por la de Schumpeter, consideradas como muestras neoelitistas. A favor de Bobbio habría que decir que tal caracterización

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resulta algo prematura – acaecida a finales de la década de los setenta, principio de los años ochenta del siglo XX -. Desde esta postura, el propio sesgo del criterio cronológico de aceptación, al que hacíamos antes referencia, no incorpora – en realidad, en esa época no podría hacerlo, excusando a Bobbio – “nuevos elementos” para juzgarlo de otra manera.

El acierto de Albertoni desembocaría, desde luego, en un señalamiento sobre la distinción analítica propuesta por Etzioni-Havely, vertida sobre la discontinuidad que existe entre los análisis propiamente clásicos y los del elitismo político. Ambos, en todo caso, tendrían que distinguirse.

A la luz de los criterios guía, Etzioni no sólo desconocería la adecuación epistemológica, histórica y sociológica. Atentaría fundamentalmente contra la cronología de aceptación. Paradójicamente, la virtud de la recopilación hecha por la autora ha sido mostrar, en forma actualizada, los resultados más recientes de los estudios preocupados de manera exclusiva – y por contraste, frente a las elaboraciones que combinan diferentes enfoques - sobre élites. Sin embargo, abiertamente desconoce las prolongaciones que se derivan de los primeros pensadores. Más allá de igualar los escritos Schumpeter ó Aron a los de los “clásicos”, con esto se desconoce indiscriminadamente toda la literatura posterior que, sin duda, resulta de un valor incalculable para la discusión. Así, la dicotomía de los análisis instalada por Etzioni, es decir, los análisis clásicos y los nuevos análisis, termina originando un “vacío”, gracias al “gran salto” que opera en esta clasificación. Desde luego, esta perspectiva no podría proporcionar ningún tipo de “continuidad” en los estudios desde ningún punto de vista. Mucho menos si se siguen los “criterios” anotados y ni qué decir si se reclaman la pretensión por darle alguna forma a la propia “mirada elitista”.

Todos estos inconvenientes derivan sobre todo en razón de su homologación epistemológica, pues alrededor de este criterio primordial se ubica la estructura determinante que define, desde el principio, el marco que moldea analíticamente las categorías.

Retomando el problema de las clasificaciones hechas por Etzioni-Havely, Albertoni y Bobbio, debe quedar en claro que cada una de ellas, más allá de surgir como una elección arbitraria, se basan en motivaciones distintas. Mientras Etzioni-Havely se interesa ante todo por recoger las alternativas elitistas en el marco de los análisis y tratar de fundamentar retrospectivamente el recorrido de las aproximaciones haciendo énfasis en su modelación teórica, Albertoni se concentra en avanzar la temática en torno a una doctrina de la clase política. Este término, original de Gaetano Mosca, será un referente observado, no sólo para la introducción de autores y obras, sino para sus valoraciones respectivas. En este aspecto, Etzioni-Havely estaría interesada más en dar cuenta del panorama de las contribuciones que pueden insinuarse desde los enfoques centrados en las élites dentro de las morfologías de los regímenes políticos democráticos y en vías de democratización, haciendo de la “teoría de las élites” explícitamente una escuela de pensamiento [6] .

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La versión bobbiana, por su parte, resulta una tentativa que apunta – como en la mayoría de sus estudios teóricos - a generar una continuidad teórico-conceptual, aunque restringida a las bases metodológicas de los clásicos de la élite.

Hasta aquí, es evidente que tras el fondo de simples confecciones, periodizaciones o clasificaciones, tomadas también de tres distintas posturas, todas se someten a evaluación a partir de diversos puntos de vista, explícitos e implícitos, que, bajo nuestro particular punto de vista, no logran reunirse en torno a una única matriz, la calidad del fenómeno. En el cuadro No. 1 se consignan los principales inconvenientes de las clasificaciones comentadas, poniendo a prueba los diversos criterios. Sin embargo, no se trata de “unificar” sin más las temáticas ni siquiera de “encuadrar” autores. Como hemos propuesto, el fenómeno de la perspectiva de las élites es diverso, irregular y genérico. Pero la adopción de un “sistema histórico de referencia” que plantee no sólo una periodización esquemática, sino también que implique los lineamientos básicos que han de tenerse en cuenta para su estudio, con seguridad aportará los instrumentos para profundizar con mayor detalle el todavía inexplorado tópico de los estudios sobre élites, histórica o actualmente.

Cuadro 1. Prueba de criterios.

Balanceando adecuadamente todos los criterios de periodización y dado que la aproximación que pretendemos generar está valorada alrededor de una perspectiva

Escuela de las élites

(cuerpo teórico y analítico)

Doctrina de la clase política

(estructura histórico-conceptual)

Análisis clásicos

Nuevos análisis

Clásicos de las élites

Elitismo político ejemplificaciones neoelitistas

Relega la diversidad de los análisis posterior a los clásicos (elitismo político)

CRITERIOS/AUTORES Etzioni-Havely Albertoni

Epistemológico

de homologación

Histórico de adscripción

Sociológico de consolidación

No responde a diferencias fundamentales entre los análisis y sus contextos particulares

Sí relaciona posturas y ubicación los contextos asociados

Cronológico de aceptación

No incorpora claramente el fenómeno del neo-elitismo en su versión actual

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politológica, el fenómeno de las élites encontraría tres etapas elementales: a) el paradigma clásico; b) el plural-elitismo; y, c) neoelitismo. Si bien sus perímetros teórico-conceptuales delimitan característicamente las diferencias, divergencias y contrastes, entre unos y otros, también suponen cierta continuidad que fundamenta el fenómeno de las élites y del elitismo político [7] .

3

En primer lugar, hay que señalar que el período estrictamente clásico de los estudios de élites debe ceñirse, desde el punto de vista teórico-conceptual, al llamado paradigma Mosca-Pareto. Teniendo presente los criterios anotados, solamente la convergencia teórica entre ambos autores, in stricto, posibilita una adopción firme.

Generalmente se tienen como los fundadores de la “teoría de las élites” a Gaetano Mosca, Vilfredo Pareto y Robert Michels. Ellos marcarían, a primera vista, el rumbo moderno de la cuestión de las élites. Por esta razón, la tradición ha querido acogerlos en torno a una “supuesta” escuela, conocida oficialmente como “la Escuela italiana de las élites”. Sin embargo, tal asociación, viéndola con la rigurosidad que se merece, resultaría paradójica y, en muchos casos, arbitraria. Más allá de aclarar un sentido reflejaría, por el contrario, un señalamiento relativamente simplista que puede dar pie para confusiones posteriores.

En primer lugar, no podría hablarse de una escuela – versión que, recordemos, está presente en la indicación de Etzioni -. Como bien lo ha señalado, entre otros Albertoni, no existe una unidad [8] ni tampoco una conciencia [9] de “escuela” entre Mosca, Pareto ó Michels. En segundo lugar, no procede ninguna asociación propiamente italiana. Mosca es el único italiano de la pretendida “escuela”. Pareto nace en París y Michels es alemán. Esta impresión parece estar relacionada con el sentido íntimo que invocan el conjunto de las reflexiones presente en las obras frente a la situación italiana de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Pero, ante todo, porque los estudios de la tríada “Mosca-Pareto-Michels” se relacionan entre sí mediante el “espíritu italiano” que conecta sus estudios, fruto de un marco espacio-temporal bien preciso [10] . Por último, in stricto sensu, el único autor que habla propiamente de “élite” sería Pareto. El concepto que guía la investigación en Mosca es el de clase política – en las re-ediciones posteriores de los Elementi, el siciliano perfeccionará su inspección bajo el concepto de clase dirigente -, mientras que Michels se ocupará de las formaciones oligárquicas de las cuales resulta su famosa ley férrea, propia de la dinámica en las democracias modernas.

Desde otro punto de vista, temáticamente entre los tres autores existen también puntos significativos en los que hay que detenerse. Por ejemplo, la matización y grados de cobertura de los análisis responden a circunstancias múltiples. Desde el punto de vista cuantitativo, Mosca, se interesa por la dinámica propia de los organismos políticos en una escala de los macroestudios respecto al estudio de

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Michels, al que le preocupa un problema micro, mucho más restringido y centrado en el funcionamiento de las estructuras de los partidos políticos. Ambos todavía acusan una mirada bastante “provincial” – formada privativamente de la situación italiana de su época - si se le compara con la amplitud de la apuesta paretiana, cautivada por el análisis global de la dinámica económica (¡). Por otra parte, si se asume ahora un diagnóstico cualitativo, mientras Michels recurre al fenómeno organizacional, Mosca y Pareto se refieren a elementos específicamente institucionales ó socioeconómicos, respectivamente. De igual manera, si nos en torno a lo disciplinar, podrían observarse los niveles “relevantes” que asume la problemática: politológica para Mosca – su afán es fundar una ciencia de la política -, económica para Pareto – ansioso por ampliar el marco bastante estrecho de la teoría económica de su tiempo - y propiamente sociológica en Michels. En fin, cada uno de ellos encuentra diferentes claves de motivación.

No sería exacto entonces – desde ningún punto de vista – caracterizar una supuesta escuela italiana de las élites más que para disponer de una mera referencia mental, sin poner de presente las diferencias e inconvenientes que justificarían esta proposición.

Encontramos que la referencia primordial a la cual acudir para llegar a una primera aproximación, que si bien consideramos “clásica”, estaría vinculada más exactamente en torno a un “paradigma” [11] constituido por las reflexiones de Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, como punto de partida [12] y referencia clásica dentro de los estudios sobre élites.

¿En qué consistiría, pues, la conjunción entre las elaboraciones de Mosca y Pareto, alrededor de un paradigma? A pesar de las distancias entre ambos autores, los acercamientos resultan ser bastante operativos a la hora de dictar una solución metodológica. Intentaremos plantear la textura teórica básica que los relaciona alrededor de algún tipo de paradigma. La utilidad de este ejercicio descansa en el potencial de simplificación en torno al cual es posible derivar dos tríadas de elementos conceptuales que se condensan con relativa solidez en la estructura original de los planteamientos, por un lado, de Gaetano Mosca y su plan doctrinario con base en el concepto de clase política-clase dirigente y sus tres elementos subsidiarios: fórmula política/protección jurídica/mecanismo político; por otra parte, el eje de la idea paretiana de élite en su modelo teórico se manifiesta con la estructura: circulación de élites/derivaciones/residuos [13] , considerada matricialmente en torno al concepto de élite.

La noción de Clase Política puede rastrearse en el contexto propio del autor durante las primeras indagaciones hechas en Teorica dei governi. Mosca eleva esta categoría desde una elaboración mucho más concreta en el capítulo segundo de la primera edición de los Elementos de ciencia política. Allí, postula la tesis esencial y ciertamente clásica para la temática elitista: en todas las sociedades “existen dos clases de personas: los gobernantes y los gobernados” [14] . Para Mosca el primer grupo es una minoría relativa y organizada frente al segundo que “desempeña todas

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las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de las ventajas que van unidas a él”; por su parte, la mayoría gobernada, es “dirigida y regulada” por la primera (la minoría organizada), de una manera “más o menos legal” o, como también asegura Mosca, de un modo “más o menos arbitrario y violento”.

La mayoría gobernada, a pesar de todo, – y en esto radicaría su importancia - suministra los medios de subsistencia para la vitalidad del organismo político. La minoría gobernante es la denominada clase política. Tan sólo, después del influjo paretiano y por la propia conciencia mosquiana de actualizar constantemente su teoría a la luz de los cambios históricos y con el progreso de su teoría, decide introducir, para la segunda edición de los Elementos (1.923), el concepto de clase dirigente [15] .

Sin embargo, la minoría gobernante no puede sustraerse de justificar y fundamentar la posesión y el ejercicio del poder político. Procede, entonces, con este fin a establecer los “valores supremos” que generalmente son aceptados socialmente ó los “principios” (abstractos) fuertemente arraigados en una sociedad, en una época determinada. En esta forma, la clase política respalda el ejercicio del poder sobre una base moral y jurídica estable [16] . Desde luego, allí reside su principio de legitimación.

A este hecho Mosca lo denominará fórmula jurídica. Hay que notar que, como en el caso de Max Weber y los tipos ideales de dominación, el valor de la fórmula política descansaría por completo en la creencia de estos valores ó principios. No interesa si esta creencia se apoya sobre contenidos “sobrenaturales” ó “racionales”, pues bastaría simplemente, añade Mosca, con la pretensión de racionalidad de las creencias para que una fórmula política pueda ser efectiva ó válida. Pero, a pesar de todo, hay que rechazar de plano la idea de que ello se trate sin más de una mistificación pura ó simple [17] . Mosca muestra que la diversidad de maneras que expresan las fórmulas políticas se corresponden con una necesidad universalmente experimentada por la compleja “naturaleza social del hombre”, que prefiere sustentar la obediencia en toda clase de preceptos abstractos antes que aceptar que el gobierno de una persona deriva de su capacidad para hacerlo. Así, esta necesidad descansaría exclusivamente sobre un principio moral con efectos prácticos y reales: “gobernar y sentirse gobernado” [18] . Los sentimientos más fuertes de una sociedad aparecen traducidos a la manera de “fuerzas sociales” que sirven como presupuesto para mantener la unidad y la organización políticas [19] .

Continuando en su examen profundo de la Historia, Mosca advertiría otro acontecimiento notable, un hecho igualmente constante y común para todas las épocas y que se manifestaría en la cotidianeidad de la vida social: la tensión presente, por un lado, entre la natural propensión humana por satisfacer todos los apetitos y las voluntades individuales, específicamente, “a comandar” y al disfrute material de la utilidad propia; y, de otra parte, la necesidad igualmente natural por limitar los instintos y las pasiones particulares [20] . Se trata de la relación permanentemente conflictiva entre “individuo y sociedad”: entre actos egoístas

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prohibidos y el control ó el freno recíproco de los individuos que la componen [21] . Esta lucha se manifiesta, dirá el jurista siciliano, no tanto en virtud del progreso en el aspecto material del hombre como en su avance del sentido moral. Es como si algún tipo de conciencia social de la multitud, como la denomina el mismo Mosca, motivara a todos los individuos a evaluar sus propios actos y advertir sus consecuencias sociales y, al mismo tiempo, las de los demás [22] .

En este “disciplinamiento” del sentido moral - en continuo perfeccionamiento conforme avanza el proceso civilizatorio -, se revela, según Mosca, de tres maneras fundamentales: la opinión pública, la religión y la ley [23] . Todos estos mecanismos sociales de regulación que aseguran el cumplimiento del deber moral e impiden su repetida trasgresión, constituyen en su obra el segundo principio de la trayectoria de sus planteamientos: la protección jurídica [24] .

Un concepto como este, central en el esquema general de Mosca, como su mismo nombre lo indica, protege y “resguarda” la legitimidad sobre la que reposa el ejercicio del poder de la clase política. En consecuencia, sostiene el equilibrio entre gobernantes y gobernados como una relación política inspirada en principios de moralidad y justicia. La protección ó - también denominada - defensa jurídica articula la dinámica de los presupuestos hasta ahora vistos de la teoría mosquiana, al hacer posible la emergencia de cierto código de comportamientos - a la vez, ético y político – que sirve como guía para la acción de gobernar [25] . La organización política misma – vista como un todo – es el factor determinante que contribuye a establecer “el grado de perfección” de esta protección jurídica de un pueblo, al instaurar la índole de las relaciones entre “gobernantes y gobernados” y las relaciones entre los diversos grados y diferentes fracciones al interior de la clase política a través de una base que Mosca traduce en términos de lo legal-moral [26] .

La capacidad de gobernar y dirigir una sociedad por parte de la clase política se relaciona entonces, desde un punto de vista político con la mayoría gobernada, concretamente, por medio de la manera como se logra un gobierno efectivo. No obstante, la conducción política no responde a criterios autónomos ó referencias aisladas, que se entregan a su propia lógica. Para Mosca, ella también se funda desde una perspectiva ética, pues no basta simplemente que el mandato sea reconocido. También es necesario que sea digno de ser reconocido [27] . Contrario a lo que pueda pensarse y tal y como se deduce de la obra de Mosca, éste se muestra siempre en desacuerdo a que “la” protección jurídica de la organización política moderna se apoye en principios únicos, absolutos ó exclusivos. Precisamente toda su argumentación se apoya en que una multiplicidad de “fuerzas sociales” puedan “controlarse y completarse recíprocamente” [28] . Sólo así podrá obtenerse un “balance” entre las tensiones sociales, mediante múltiples contrapesos que evitarán el uso abusivo del poder [29] .

Frente al concepto de fórmula política, la protección jurídica apuntaría a establecer un criterio exterior de evaluación del ejercicio del poder político mismo que

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posibilite, del mismo modo, el fortalecimiento o debilitamiento de su principio de legitimidad. Finalmente, con la noción de defensa jurídica Mosca avanzará en las razones del poder político hacia una pregunta expresa por sus fundamentos.

El tercer elemento de la trayectoria de Gaetano Mosca es el mecanismo político. Podríamos decir que puestos vis á vis los conceptos de fórmula política y protección jurídica, el mecanismo político será la pauta propia del quehacer del historiador. Induciendo ó deduciendo el principio abstracto ó el plan ético, objeto tanto del científico social como del filósofo político, Mosca encuentra en torno al mecanismo político el resultado “práctico-tangible”, históricamente evidente, en la relación entre gobernantes/gobernados y entre ésta y la “fórmula política”, como vimos, síntesis de los valores morales y culturales [30] .

En pocas palabras, el mecanismo vendrá a ser la traducción práctica y real de la fórmula política. El organismo político en general y, en este caso, el Estado burocrático moderno, en tanto forma social tangible y concreta, constituye un punto de llegada “verificable” de la relación social compleja; si se quiere, un locus localizable en el cual se estructuran las relaciones de poder (y el deber de su obediencia) y sobre el que se clausuran, de forma definitiva, las interrelaciones de los diversos grupos (ó fuerzas) sociales. Recordemos que para Mosca, tanto la fórmula política como la protección jurídica derivaban de una “base moral”. Ahora bien, con el nuevo concepto, la base legal que acompañaba a la primera y el soporte jurídico que seguía la segunda, encuentran su formalización, su manifestación realizada, en tanto materialidad concreta, sobre un plan constitucional [31] . No por otra razón Mosca centra su interés en un estudio “constitucional”, a la vez jurídico e institucional que es el objeto de interés – así lo considera - de la ciencia de “lo político” que pretende fundar.

Esto nos indica a las claras que el mecanismo político se identifica plenamente con la fórmula política, al aparecer como su expresión “equivalente” pero asimismo con la protección jurídica proyectándose como el presupuesto formal de su “estabilidad” [32] . Este componente de la trayectoria teórica en Mosca, aporta la prueba “suficiente y necesaria” que se realiza “en” la Historia. Del resultado de las correspondencias entre los conceptos iniciales, depende en qué medida se determinan las relaciones entre clase política y masas como interrelación dinámica, estable, durable y segura y no como “un mecanismo diabólico” de dominación.

En resumen, podríamos decir que, a lo largo de la teorética mosqueana, encontramos los principios generales - y ciertamente paradigmáticos - de la organización del poder político que han sido históricamente desarrollados por las diversas tradiciones intelectuales en teoría política. Por un lado, la fórmula política propone los modos, maneras y procedimientos que la clase política emplea para mantener “la cohesión y el dominio”, desde un punto de vista autoritario (ó top-down): la legitimación ex parte principi; mientras tanto y por otro lado, el concepto de protección jurídica encarna – si se quiere – la otra cara de la moneda. Alude a la legitimación ex parte populi, prueba de la fase liberal del pensamiento de Mosca y

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que vendría a repasar el proceso “de abajo hacia arriba” (Bottom-up). Baste decir que aquí ambas categorías antes que contraponerse, se complementan. Siempre aparecen mediadas por la confrontación histórica propia del mecanismo político. Con esto queda, al menos, sugerida la visión holística que, desde el terreno teórico-conceptual y metodológico, exhibe Gaetano Mosca como pensador político.

Llevando un poco “más allá” la propia disposición teórica de Mosca, veremos con atención que la fórmula política es, ante todo, un concepto de orden gnoseológico; la protección jurídica de orden axiológico y el mecanismo político apunta a resolverse en lo meramente empírico. El primero nos aporta una clave significativa que permite profundizar en un nivel de la realidad y conocerla; el segundo induce a su evaluación valorativa y el tercero nos permite adelantar alguna especie de comprobación empírica [33] .

Análogamente con lo visto en la obra de Gaetano Mosca, el plan teórico paretiano se resolverá relativamente de la misma manera. Inclusive, no debe sorprender las frecuentes analogías y correlaciones que en este y en otros sentidos exhiben las reflexiones de uno y otro pensador. Sabemos que el concepto paretiano de élite se interpreta a la luz de tres componentes distintivos: circulación de élites/residuos/derivaciones.

La definición tradicional de élite paretiana – en el sentido político del término – propuesta por primera vez en los Sistemas socialistas en 1.902, aparece bastante refinada para la publicación del Tratado de sociología general en 1.916 [34] . Antes que todo, recordemos que la intención de Pareto está en elaborar este concepto en términos específicamente sociológicos [35] . Sin embargo, al igual que en Mosca, la existencia temporalmente constante de grupos dirigentes, “protagonistas de la Historia”, es tan sólo muestra de la convicción maquiavelista presente en Pareto y de una concepción que liga la totalidad social a una relación verificable entre gobernantes y gobernados [36] .

Pareto discute que a pesar de la evidencia de una sociedad humana profundamente heterogénea se pueden distinguir, en todo caso, dos estratos fundamentales de la población: por un lado, un estrato inferior, ó “clase no-selecta” y, por otro lado, un estrato superior, “clase selecta” ó élite. Una y otra también pueden identificarse, desde el punto de vista sociológico, con los gobernantes (la élite) y con los gobernados (la no-élite) [37] . Esta disposición resulta del análisis de lo que denomina, competencia política ó “mérito de clase”, respecto del “índice más elevado” en este ramo de actividad [38] . Pareto quiere indicar con esto que las personas que componen la élite, en el marco de la política entendida como dirección política de la sociedad, obtienen su posición ya que de hecho son las personas más aptas para ello. El criterio de definición estricto “las capacidades” de hecho.

Sin embargo, a diferencia de las primeras observaciones de Mosca, Pareto penetra aún más en esta taxonomía. Vendrá a proponer así una observación sumamente significativa para el análisis de la dinámica social y, en general, para la aproximación

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al concepto de élite. Al interior de esta “clase selecta”, insiste Pareto en su Tratado, pueden sugerirse todavía dos grupos ó fracciones: de una parte, aquellos que tienen participación directa o indirecta en el gobierno, la “clase selecta gobernante” y, de otra parte, aquellas personas que, por el contrario, aún siendo élite, carecen de esta influencia; es decir: postula una “clase selecta” que no es gobernante” [39] . Como observa, la analogía con la reelaboración posterior de Mosca entre clase política y clase dirigente resulta más que evidente frente a esta diferenciación entre élites gobernantes y élites no gobernantes como los elementos que constituyen un concepto de “élite” en tanto élite global [40] .

Este particular avance de la observación paretiana profundiza aún más la investigación de la totalidad social vista a partir de sus relaciones “simples” entre “gobernantes y gobernados” y, al mismo tiempo, en torno a una red de relaciones mucho más compleja que aquella introducida en los primeros trabajos de Mosca. Aquí el concepto de élite interviene de forma espectacular, teniendo en cuenta su morfología política esencial. Lo que significa, desde múltiples perspectivas, inspirar hacia el futuro algún tipo de noción de sub-élites ó contra-élites. En todo caso, a primera vista el valor de la distinción no se agotará en esta clasificación sumaria. Sin duda, la indicación encontrará alrededor de lo que en Pareto se conoce como la circulación de élites su versión más provocativa.

Pareto afirma que, al interior del funcionamiento de la sociedad, entre la élite global y la no-élite se presenta una interrelación vital: élite y masas no son dos “clases extrañas” [41] . Para explicar esta operación debemos tener en cuenta, como primera medida, la definición previa de los residuos.

Pareto entiende que entre los grupos sociales existe una diferencia de “distribución” de los residuos. Por un lado, cierta clase de residuos (denominados de “primer grado”) se caracterizan por el predominio de una disposición social dirigida hacia “el progreso económico y social”, ó si se prefiere, reviste una clara tendencia hacia “el cambio”. Mientras tanto, otro tipo de residuos (definidos como de “segundo grado”) manifiestan, por el contrario, una inclinación insistente hacia “la estabilidad, inmovilidad y cristalización” del stato quo. La determinación del “equilibrio inestable” se conseguirá, a la luz de la teoría paretiana, cuando estas relaciones establezcan un balance “adecuado” entre ambos tipos de “residuos” dentro y fuera de la élite; es decir: un relación estable de interdependencia mutua [42] .

Pareto deja en claro que la dinámica social necesita que las “clases selectas” sean, a la vez, élites nominales y de mérito (o, por lo menos, si no convergen que, por lo menos, no exista una distancia considerable). En otras palabras: que todos aquellos “elementos” que constituyen “la élite” sean efectivamente los mejores y más aptos de la sociedad, en cada ramo de su actividad. De lo contrario, aquellas personas (ó elementos) que pertenecen a la élite “sin merecerlo” deberán ser sustituidas por aquellos elementos que hagan “mérito”, ya provengan de la élite no gobernante ó, de manera mucho más rigurosa – propone Pareto -, de la no-élite. Surge, por lo tanto, un “movimiento perpetuo e incesante” – pero, ante todo, necesario - de

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sustitución y apoyo, en donde los estratos superiores requieren de los elementos más dinámicos de los estratos inferiores, los cuales les proporcionen vitalidad a su existencia. La circulación de élites, precisamente, da cuenta de este fenómeno.

El mantenimiento de la élite “en el poder” – y de igual manera, el cambio social -, pues, se asegura mediante una “perfecta” circulación de las élites: es decir, si se promueve una “apertura” adecuada de “la clase selecta” que permita, por un lado, el acceso y “ascenso de los elementos valiosos de la masas”; y, por otro lado, admita el descenso de otros. A esto se refiere Pareto cuando insiste que, mantener el “equilibrio” entre los residuos de primera y segunda clase significa el satisfactorio balance entre ellos. En esta forma, la élite no se convierte ni en una aristocracia “cristalizada” (impedida a la incorporación de individuos con rasgos innovadores) ni tampoco hacia la apertura excesiva de las minorías selectas tal que no puedan “contrarrestarse” las fuerzas innovadoras que amenacen su propia existencia [43] .

Hasta aquí se ha intentado una reconstrucción conceptual de las trayectorias básicas que articulan el contenido del denominado paradigma Mosca-Pareto, estructura fundamental que proporciona los presupuestos mínimos del pensamiento clásico sobre las élites. La argumentación se dispuso de tal modo, con el fin de aportar un reconocimiento sistemático de cierta “guía general” y que, en adelante, oriente la aproximación a las diferentes proyecciones analíticas del tema de las élites. La mirada aquí propuesta ha invocado permanentemente el sentido propiamente politológico derivado alrededor de los distintos enfoques.

Precisamente, las miradas elitarias posteriormente intentarán “reelaborar” la temática instalada de manera sistemática y, diríamos, bajo una consideración disciplinar, teniendo como referencia permanente el paradigma clásico. Sin embargo, en el afán de actualización, adoptándolo y adaptándolo de una manera particular. Este tránsito lo definimos como elitismo político. La nueva perspectiva no sólo adhiere al pensamiento clásico de Mosca y Pareto sobre las élites. También transforma en lo fundamental el núcleo natural alrededor del cual gravitaba su problemática, desarrollando, a la par, una diversificación de las posturas y los planteamientos. Principios y conceptos, a la manera como fueron establecidos por los clásicos, encontrarán a la postre una traducción novedosa, dictada por la transformación de los diferentes contextos y escenarios que, definitivamente, “desarraigan” - por decirlo de alguna manera - el paradigma original, pero que, en todo caso, siguen mostrando una continuidad formal, en su morfología conceptual y en su esencia teorética.

En seguida, daremos una panorámica de las tendencias más comunes que, como hemos insistido, tienen como referencia fundamental y fundadora – más allá si le rinden o no lealtad -, el momento clásico de la aproximación clásica de los estudios elitarios.

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Bajo el nombre de plural-elitismo designamos aquí el conjunto de elaboraciones apoyadas en diferentes interpretaciones del paradigma Mosca-Pareto y que en forma distintiva se inscriben dentro de la temática proveniente de la tradición clásica. Recurrimos a este neologismo, básicamente, al rechazar las calificaciones tradicionales que, como veíamos en el caso de los estudios clásicos, tienden a ser confusos y, a la postre, resultan poco precisos para nuestros propósitos teórico-conceptuales.

Tanto los alcances concretos como los resultados generales de este período, no invocan un contacto estricto ni tampoco un apego fundamental frente a los principios originales clásicos de la preocupación elitista. En adelante, este hecho desvirtuaría cualquier pretensión por establecer alrededor de la supuesta escuela italiana de las élites una matriz de inspiración única desde la cual se hiciera posible algún tipo de progresión temática ó, por lo menos, se lograra una identificación unitaria entre las corrientes denominadas ahora elitistas. La nueva perspectiva, sin embargo, en su conjunto profundizará una versión más o menos genérica y particularmente desarticulada, si se examina al interior de sus contenidos. Así, las diversas variantes que se exponen aparecen como reelaboraciones continuas del paradigma clásico, pero con la característica de ser profundamente diversificadas y muchas veces problemáticas. Teniendo en cuenta lo anterior, no se podrá todavía lograr una consolidación epistemológica que posibilite el anhelo de conformar una teoría general sobre “las élites”, desde ningún punto de vista, en sentido estricto.

Nos limitaremos aquí a reseñar la morfología teorética de este tránsito, exclusivamente desde un punto de vista temático y teniendo en cuenta los criterios mencionados en la segunda parte de este ensayo. La exposición apuntará a reconstruir la dimensión propuesta mediante un comentario analítico-conceptual que dé cuenta del panorama general del debate

Los rasgos característicos del elitismo político pueden agruparse alrededor de tres elementos centrales. En primer lugar, contrario a lo que pueda suponerse, la forma en que se efectúa la “recuperación” de los clásicos, determina en buena parte el matiz característico de la reelaboración misma de la teoría y el significado que toma el mismo término élite. Desde luego, este concepto se populariza sobre todo a partir de la aproximación al paradigma Mosca-Pareto, pero solamente a través de una lectura de la obra paretiana. Media, entonces, una lectura sociológica del problema de las élites, minimizando, en parte, la aproximación de Mosca. El reencuentro con la obra mosqueana y su concepto de clase política, siempre bajo un influjo paretiano, genera, desde luego, múltiples controversias y no menos confusiones interpretativas. En todo caso, estas polémicas - sentidas cada vez con mayor fuerza – junto a los vicios hermenéuticos que de allí emergen, consolidan a la postre cierta prevención intelectual frente a las aproximaciones posteriores. Este hecho muestra un número de elaboraciones más dinámicas y - aquí sí – novedosas (si se supone la novedad en función del paradigma clásico) pero paralelamente menos estructuradas.

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La diversidad de enfoques, entonces, siempre está motivada, cualquiera que fuera la “excusa”, para animar una recuperación fidedigna de los clásicos, en la reconstrucción de una verdadera prolongación “neo-elitista”.

En segundo lugar, se introduce con firmeza un fenómeno de carácter eminentemente “político” y de suprema importancia para el marco en que se sitúa esta discusión. Desde luego, esta circunstancia afectará el dominio analítico y la misma perspectiva conceptual que determinará en el futuro la trayectoria teórica del tema: la discusión sobre las Democracias Políticas.

Sin lugar a dudas, la denominada cuestión democrática marcará en profundidad el desenvolvimiento de los temas elitistas. Aunque nunca ausente, el problema político de la democracia prestó algún interés y tuvo en algún grado una importancia relativa dentro del espectro de las investigaciones clásicas. Sin embargo, no se consideraba, ni mucho menos, un elemento absolutamente necesario ó central para los desarrollos ó las preocupaciones. Es más, contrario a los hiper-entendimientos históricos sobre los que han versado algunos señalamientos negativos frente a la teoría clásica de las élites, Mosca - aún en su fase liberal - se define a-democráta – cosa muy diferente, por supuesto, de anti-demócrata - y un juicio similar puede ser deducido de la convicción paretiana. Élites y democracia no han sido completamente antagónicos, pero, sin embargo, han permanecido bastante alejados. En esta fase, plural-elitista, las distancias se descontarán.

Además de la permanencia de algún tipo de sociologización de la teoría clásica y la introducción expresa de la reflexión política sobre la democracia, existe otro rasgo íntimamente vinculado a las observaciones hechas.

El tema de las élites, por diversos factores, en su mayoría asociados al ambiente europeo del período de entreguerras, el inicio de la II Guerra Mundial y, por supuesto, el contexto sociopolítico y económico italianos, termina trasladando sus referentes contextuales hacia los Estados Unidos. A primera vista, éste sería un cambio que impone implicaciones políticas y filosóficas importantes al desarrollo de la teoría. Pero en profundidad – más si recordamos la complejidad del contexto americano - las perspectivas y enfoques que derivan particularmente de la influencia – positiva y/ó negativa - de la naciente political science americana, señalarán un camino espinoso definido por la anfibología de su diversidad. Obviamente, entre la scienza que soñaba Mosca y la science de tipo eastoniano que ahora se pretende, saltan a la vista, menos afinidades que inconmensurables divergencias. Aunque, para ser justos con la discusión, podrían establecerse entre una y otra también inspiraciones y apuestas.

Así las cosas el rumbo etimológico, hermenéutico y epistemológico mostrarán complejas y variadas transformaciones.

Desde el punto de vista de las nuevas perspectivas teóricas, tres orientaciones concentran nuestra atención: la versión liberal, el enfoque marxista y la visión

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republicana. Ninguna de ellas – recordemos que la generalidad característica del estudio de las élites a través de su desarrollo histórico - se propone con la pretensión de constituir una escuela o derivar de sus reflexiones, por lo menos, un paradigma. Todavía existe un carácter teórico, genérico y no-articulado que desde sus orígenes clásicos, no logra resolverse en torno a una consistencia sistemática ó, si se quiere, disciplinar.

A pesar de lo anterior y antes de proceder al análisis de las variantes del tema plural-elitista, quisiéramos dejar muy en claro el sentido de esta nueva designación.

Por lo general, se califica al conjunto de los estudios posteriores a la obra clásica bajo el nombre de elitismo político. Sin embargo, esta nominación resulta ser un tanto ambigua y provoca los mismos inconvenientes teórico-conceptuales que la declaración de una supuesta escuela italiana de las élites. Particularmente, queremos hacer relevantes tres puntos que en el desarrollo de la presente discusión son pertinentes agregar. Primero, ¿por qué plural-elitismo y no elitismo político? Se trata de una observación en torno a la pertinencia, a la vez, analítica, teórica y terminológica. Por un lado, consideramos que nuestra designación hace caso a todos los factores que hacen parte de los criterios de estudio del fenómeno de las élites y, particularmente, distingue las aproximaciones estrictamente “elitistas” de aquellas que no lo son.

Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, esta denominación revela el ajuste, si se puede decir así, sociopolitológico que relaciona, a la vez, la sugestión teórica de la élite – por excelencia un criterio sociológico – y la versión esencialmente política que se deriva de esta problemática.

Verbi gratia, el pluralismo político – aunque trate el tema de las élites tangencialmente - es ante todo una teoría que combina la teoría de las clases y de las élites pero, en todo caso, privilegia la primera. Una teoría democrática de las élites no relaciona: i) el tema de las élites y sí el de las democracias, escenario desde el cual se pretende establecer un marco de distinción al interior de las discusiones; ii) Atento a (i) no plantea un “continuo” transparente, pues, como veremos la aproximación neoelitista supone un énfasis analítico en las élites y toma la Democracia política como textura contextual, no al contrario.

Plural-elitismo es una designación que no sólo cumple con estos parámetros sino que respeta, desde una perspectiva eminentemente politológica, la indagación teorética de las élites como forma analítica arquitectónica. Este criterio toma mucho más fuerza cuando se incorpora a los temas derivados de la problemática, especialmente, al retornar hacia alguna clase de instrumentalidad metodológica y acercar temas como el de las élites intelectuales ó, como también sucede, frente al estudio de élites “políticas”, “partidistas”, “legislativas”, etc. De otro lado, la adopción de elitismo político, designación impropia de las perspectivas emergentes, se puede considerar como toda una paradoja. C.W. Mills, por ejemplo, observa en ello una ambigüedad teórica.

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Para esa época, los “nuevos enfoques” inician la reconstrucción de la democracia elitista ó convenida como demo-élite. No sobra insistir de nuevo que democracia y élite, para ese momento – inclusive, ante el desconocimiento del tema, todavía hoy -, son considerados como dos términos contradictorios, mutuamente excluyentes. Pues, ¿puede reconocerse la democracia - kratos del demos, poder de la mayoría - dispuesto en y por una élite, por definición una minoría? Entre otras cosas y por diversas razones que no es el caso discutir aquí, el uso generalizado del término elite política y demo-élite domina el escenario de las principales aproximaciones elitistas pero, a nuestro juicio y en virtud del marco teórico que determinamos con los criterios de análisis, un elitismo con carácter político no corresponde a una sistematización adecuada en torno a una teoría democrática de las élites – recordemos las mismas observaciones frente a la escuela clásica -. Por el contrario, se refiere a un sentido cercano al plural-elitismo, designación ésta que sí contiene, con mayor transparencia, ambos conceptos, es decir, elite política y demo-élite [44] . Finalmente, valoramos, de esta forma, el significado que se instala progresivamente en la conciencia de las elaboraciones, aceptando la existencia de élites – estrictamente en plural: políticas, económicas, culturales – y reconsiderando las posturas clásicas que, de una manera u otra, parecen sugerir más bien una y no varias.

De las tres orientaciones vertebrales plural-elitistas, la perspectiva liberal inaugura las nuevas elaboraciones post-clásicas [45] . En Joseph Schumpeter tendrá su punto de referencia.

Precisamente, Schumpeter, seguidor y amigo de Pareto, introducirá y trasladará las conclusiones más reveladoras de la obra paretiana hacia una nueva fase de interpretación. Sin embargo, las consecuencias más sentidas, tendrán como origen la creación schumpeteriana de otra teoría de la democracia. Allí destaca el autor que la idea de la democracia – desde un punto realista – sería producir un gobierno; esto no significa otra cosa – en sus palabras - que decidir quién será el “principal dirigente” [46] .

Sin embargo, Schumpeter, hablando ya en términos estrictamente políticos, en su discusión sobre el método y la esencia democráticos, termina avalando una concepción análoga a los principios clásicos, ahora al interior del contexto propia de la democracia política. Más exactamente, reconstruye una democracia de élites ó demo-élite como el destino de las estructuras políticas de la Democracia contemporánea [47] .

“El éxito democrático” consistirá, por lo tanto, en que se garantice la existencia de una esfera social, de calidad adecuada y de prestigio, “producto de un proceso severamente selectivo” dedicado a la Política, como ocupación natural; es decir, de una élite política. Tal esfera no debe ser demasiado restringida ni demasiado accesible para el que se encuentra fuera de ella y capaz de asimilar nuevos elementos [48] . El valor de esta novedosa noción es que Schumpeter matiza aún

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más el significado de la competencia y el status dominante de la figura del intelectual/especialista – no basta anotarlo, el sueño mosqueano -, alrededor de la dinámica de la política, aún más que desde las fuentes clásicas.

Todas y cada una de estas cuestiones giran en torno a la calidad humana y personal que se debe distinguir en la Democracia y en la Política como cuestión de élite, en los términos en que se insistía en la preocupación anterior.

De hecho, la noción de demo-élite tendrá una importancia fundamental. En particular, debe recordarse el éxito que obtiene su difusión teórica, explícita ó implícita en el nacimiento de la political science norteamericana, especialmente bajo el auspicio de Harold Lasswell y Abraham Kaplan [49] . Si se quiere, la aproximación plural-elitista liberal refuerza de manera fundacional la convicción de compatibilidad entre élite y democracia – hasta el momento enrarecida, por ejemplo, si se tiene en cuenta in extenso las diversas etapas del pensamiento de Mosca -, además de sostener una pluralidad de élites (distintos tipos de élites y diferentes élites) que, mediada por la competencia entre ellas (el electorado elige entre élites rivales), reproducen la dinámica de lo político. Las élites se traducen en tanto condición suficiente para la Democracia.

Esta singular postura puede atenderse, igualmente, como una “re-evolución”, no sólo de la propia morfología de las sociedades contemporáneas en el seno de los cambios sociales en ese momento del siglo XX, sino también como un reflejo teorético directo, impensable si se relajan todas las condiciones presupuestadas que motivaron el acontecimiento plural-elitista, en particular, el trasfondo americano. Al parecer, este signo revela la tendencia por superar un elitismo a la sombra de una mirada liberal, tal y como precisamente ocurrió en Mosca durante la transición del concepto de clase política y clase dirigente. En esta perspectiva, la pretensión sería ajustar progresivamente un rechazo a limine en la concepción de una élite monolítica, para considerar, en cambio, una forma más amplia este fenómeno, matizándolo, por supuesto, desde lo plural [50] .

Una de las críticas más audaces frente a las posturas liberales fue iniciada por la posición republicana del plural-elitismo, por parte de Peter Bachrach. En buena parte, Bachrach arremete en contra de las diferentes versiones del enfoque liberal, aunque admite la importancia que cumplen las élites en la realidad política contemporánea. El señalamiento de Bachrach apunta, más bien, al matiz decididamente delegativo que soportan las premisas elitistas, no tanto al elitismo en sí [51] . En ese sentido, – encarando los términos de Mosca que permanecen en las ideas liberales del plural-elitismo – la supuesta inferioridad moral y política de las masas y su hipotética pasividad e incompetencia política, deben ser despejadas según el autor, para reivindicar, en contraste, el valor político de la “participación ciudadana” como el medio esencial para el desarrollo de las aptitudes humanas y apelar así al apoyo activo del pueblo – del hombre corriente – en la actividad política como el instrumento más idóneo para asegurar y preservar la democracia [52] .

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En suma, el aporte de Bachrach tiene un significado abiertamente analítico y estratégicamente político. Su crítica histórica, al mismo tiempo, empírica y normativa, sin embargo, incorpora una importante renovación, desde el punto de vista teórico, a la trayectoria intelectual que, en esta fase del desarrollo de los estudios sobre élites, encuentra alrededor en su obra testimonios reveladores de los alcances que, hasta ese momento, ha realizado la temática. Los aspectos centrales de su orientación se verán, al mismo tiempo, complementados dentro de la misma intuición republicana. En algunos casos, sin someter los contenidos específicamente al tema de las élites pero sin llegar a corromperlos [53] ; en otros casos, intentarán continuar profundizando esta apuesta [54] .

La tercera aproximación en la línea del plural-elitismo la conforman los estudios que, de una manera u otra, introdujeron diversos criterios desde opciones marxistas. C.W. Mills, T.B. Bottomore y Aleksandar Sekulovic conforman esta línea de análisis teórico sobre las élites. Sin embargo, la particularidad de estas elaboraciones debe prevenir sobre una inclusión preliminar en la fase plural-elitista.

Como podrá advertirse después de un examen incauto de la obra de Mills, Bottomore y – aunque, en menor grado – Sekulovic, la mayoría de elementos teórico-conceptuales que hemos considerado, a lo largo de esta evaluación de la temática de élites, se ajustan en gran medida a las exigencias que hemos convenido alrededor de los diferentes criterios. Sin embargo, existe algún tipo de problematización relativa, si se considera aquel que relaciona el epistemológico de homologación. Hemos dicho que los análisis plural-elitistas admiten, precisamente, frente a la evidencia de las elaboraciones clásicas, ciertos señalamientos – aunque, de ninguna manera, rotundos – respecto al juicio de la élite en forma unitaria ó, si se quiere, monolítica. Por lo menos, Mills y Bottomore, debido a sus mismas influencias teóricas, revelan una creencia, más bien, contraria a la aceptación de un pluralismo en el fenómeno. En ese caso, in stricto sensu, se debería considerarse – como en otra parte se ha propuesto – una aproximación paralela, en el caso de las posturas marxistas de élite ó tal y como hemos denominado a esta tipología de estudios, marxismos elitistas [55] .

Sin querer retrasar el debate, y con apoyo en los demás criterios propuestos al iniciar este recorrido, sería posible, de todos modos, ubicar esta clase de enfoques dentro del plural-elitismo. Eso sí, siendo cuidadosos al entrar a estimar la distancia que entre ellos media frente a las posturas liberal y republicana. A la postre, todos se identificarían, desde los otros puntos de vista, igualmente significativos a la hora de establecer una evaluación amplia y, de paso, terminan por respetar los demás criterios. Baste decir que, si bien Mills y Bottomore negocian con alguna clase de élite unitaria y, digamos, hasta cierto punto, relativamente monolítica es gracias a la identificación y los acercamientos que ponderan estos autores alrededor de un pretendido paradigma, de hecho, la misma virtud que alcanza este tópico marxista: la aproximación teórica entre los fundamentos conceptuales de Marx y Mosca, específicamente, los conceptos de clase dominante y clase política y sus correspondientes corolarios [56] . Por eso, habría que tener en presente la

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singularidad de los desarrollos y la influencia teórica de estas tentativas para considerarlas entonces en su más amplia dimensión.

A pesar de esto, por ejemplo, Bottomore, parece estar más inclinado en aceptar (y en darle más peso) una pluralidad de fuerzas sociales (en el sentido marxista del término que según la reconstrucción hecha por Bottomore está presente en la misma concepción de Mosca) que una situación análoga respecto a las élites; en este sentido, se puede considerar alguna especie de pluralismo.

Rápidamente exploraremos las versiones propiamente marxistas que se reúnen en torno a estos tres autores: Charles Wright Mills, Thomas Bottomore y Aleksandar Sekulovic.

Lo de Wright Mills es ciertamente significativo. Este autor confrontará la imagen idílica de la Democracia americana con su concepto de élite en el poder – en una obra que lleva este mismo nombre –, partiendo de la contraposición del hombre común americano, para él, “limitado por el mundo cotidiano en que vive” y que “parece con frecuencia estar movido por fuerzas que no comprende ni puede controlar”. En esta forma, llega a cifrar la democracia americana como una demo-élite compuesta por hombres que se encuentran en posiciones privilegiadas que trascienden el ambiente del hombre común y que en su ocupación de posiciones estratégicas de la estructura social concentran los instrumentos del poder, la riqueza y la celebridad.

Esta élite la define como una unidad homogénea y monolítica alrededor de una base político-económica-militar. La famosa retorsión de las tres “c”: convicción, cohesividad y conspiración. Mills no acude al concepto de clase gobernante, por considerarlo ambiguo. Precisamente la crítica compartida que le asiste, entre otros, por parte de Tom Bottomore y Paul Sweezy, enfatiza – en el caso del primero – en la existencia de una élite política. Para Sweezy, en contraste, lo que existe propiamente es una clase dominante, en el sentido marxista del término (para comprenderla, entonces, se hace necesario estudiar todo el sistema capitalista en su conjunto y no – como lo hace Mills – los dominios separados de la vida social americana) [57] . En todo caso, Mills, al identificar estas tres minorías principales – personificados por los presidentes de las empresas, los dirigentes políticos y los jefes militares – propone la élite en tanto unidad homogénea ligada a partir de orígenes sociales comunes.

Las críticas a esta postura no se hicieron esperar, inclusive, – como ya lo vimos - desde los mismos círculos marxistas. Bottomore señala lo problemático en la versión de Mills, al considerar que los hombres que ejercen el poder constituyan efectivamente un grupo coherente y que pueda derivarse una solidaridad inmanente de esta minoría.

Sin embargo, la verdadera contribución de Mills hace parte de la conclusión – obviamente, para la época – al señalar que, si bien es dudoso que exista una única

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minoría en el poder, tal y como lo propone – un pequeño y reducido grupo de personas son las que toman las decisiones importantes en el sentido de la conducción social y poseen una autonomía bastante firme. El tema sobre quién responde, ante la existencia de un público organizado y el valor preponderante de la adquisición de la riqueza son dos caras de la tentativa del americano. Mills, en todo caso, no explica en qué consiste esa unidad como grupo único y tampoco responde por qué – por ejemplo – considerar que existe una sola minoría y no tres. De otra parte, para Mills, de un modo u otro, las élites son las protagonistas de la Historia. Los intelectuales serán el grupo ideal que componiendo la élite sean los responsables que garanticen el mayor bienestar social. Esto revela, en buena parte, el influjo mosqueano frente a su propia perspectiva marxista.

Tal vez la recuperación más fidedigna del trabajo de Mosca y de los temas que aquí nos ocupan la propone Tom Bottomore. Este autor realiza – seguramente - la adecuación más vivaz entre los conceptos de clase dominante y clase política. A partir de un examen bien logrado en relación con los alcances y los límites de uno y otro, Bottomore termina reconciliando la supuesta confrontación entre el término élite política como un tipo ideal – en el sentido weberiano – para proponerlo como un instrumento capaz de evaluar las sociedades en que existe efectivamente una clase dominante y, al mismo tiempo, aquellas donde hacen presencia algún tipo de minorías selectas - ó élites – y que representan aspectos particulares de sus intereses; en las sociedades en que no existe una clase dominante sino una élite política que funda su poder en la influencia sobre la administración, o sobre la fuerza militar más que en la propiedad y herencia de bienes y en sociedades en las que existe una multiplicidad de élites en las que “no pueda hallarse un grupo coherente y duradero” de individuos o familias poderosas. Para Bottomore el desarrollo de las sociedades industriales trata de un movimiento de un “sistema de clases” y un “sistema de élites” que se apoya tanto en una jerarquía social basada en la herencia de bienes y la propiedad, así como en el mérito y la eficacia. En últimas, lo que postula Bottomore es la “complementariedad” del alcance de ambas teorías: la de las clases y la de las élites.

Por último, otro ejercicio, bastante atractivo y novedoso, a partir de la apropiación de la relación entre marxismos y elitismos es la tentativa de Aleksandar Sekulovic. A partir del concepto de fórmula política de Mosca intenta dar cuenta de cierto elitismo ético, obviamente de corte marxista. Sekulovic considera que el mismo momento realista de Marx y Mosca hace posible conducir una teoría general de la clase política que, en vez de contraponer ambas lecturas, más bien, las refuerce. Avanza, sin embargo, en este propósito, mediante una lectura marxista de Mosca.

Al lado de Milovan Gilas – quien desarrolla el concepto de nueva clase: la tecno-burocracia comunista de origen proletario – Sekulovic muestra en qué medida la clase política constituida en su poder social puede llegar a ser el promotor y el garante de una virtud política de responsabilidad ante los gobernados, pues el tema de las élites es un tópico inherente a la conformación de los regímenes socialistas y ante esa fatalidad – un elitismo burocrático e ideológico – la vía – más prescriptiva que descriptiva – es desarrollar el argumento clave de Mosca, la fórmula política,

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como solución intrínseca a la dinámica del poder. Sus propuestas, por lo tanto, lo acercan más de lo que se cree, al debate abierto por las tendencias republicanas, en gran sintonía con la problemática que ha sido tratada por Bachrach.

5

Por último, el surgimiento de una etapa propiamente neoelitista en los estudios de élites, solamente puede ser palpable desde la década de los ochenta y, desde ese momento, proyectarse así, inclusive, hasta la actualidad, después de un largo camino en la formulación de una identidad, a la vez, característica con la tradición y diferenciada frente a la fase anterior. Con la publicación de Elitismo en 1.980, por parte de John Higley y Lowell Field se puede decir que se inicia una serie de eventos teóricos que responden a una etapa propiamente neoelitista.

No sería absolutamente prudente, quizás, realizar un examen definitivo de este tipo de aproximaciones. De todos modos, resulta un hecho que, en especial desde la década de los noventa, los estudios sobre élites hayan retomado la atención que, seguramente en el pasado, se había traducido en un decidido abandono.

En todo caso, el llamado neoelitismo, lejos de ser una teoría unitaria, o una doctrina firme, sigue consolidando la característica general de los estudios sobre élites. Aparece como una práctica analítica que – con excepción de Higley y Field, tal vez – se reelabora a partir de autores de orientaciones diversas – a veces hasta contradictorias – y bajo apartados conceptuales que están todavía por amalgamarse. De manera general, podría verse como una segunda manifestación de la “ecléctica” elitista, después del plural-elitismo, ahora siguiendo un enfoque más “empírico, metódico y elaborado”, que hereda la base de “datos científicos” y el énfasis en su fuerza explicativa sobre dinámica “íntima” (y muy concreta, particularmente, frente a los desarrollos, en términos de estudios en política comparada) del poder del plural-elitismo pero, esta vez, desde elaboraciones mucho más distantes, respecto a sus orientaciones y tradiciones ideológicas.

El propio contexto en que se desarrolla esta postura esta signado por varios hechos de suprema significación: la caída regímenes dictatoriales en Europa Occidental en los 70’s en Grecia, Portugal, España; la experiencia de las dictaduras militares en América Latina y en Asia oriental (Filipinas, Corea del Sur y Taiwán); el colapso comunista en Europa Oriental desde la década de los 80’s y el fenómeno de “apartheid” en Sudáfrica (1.994); las denominadas “aperturas democráticas” y la aparición de movimientos sociales; el descrédito de la “nueva izquierda y derecha” como “nuevas ideas” y la consolidación de los regímenes Reagan-Tatcher (“nueva derecha” en Estados Unidos e Inglaterra). Todos ellos signos de nuevas evoluciones de la democracia que provocan resultados disímiles e inesperados. Tampoco podrá olvidarse el influjo que, seguramente, se deriva de las tesis del “Fin de la historia” y de los metarrelatos.

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Es así como, en todo caso, toda una herencia y muchos elementos desarrollados por el plural-elitismo, llegan hasta aquí haciendo un énfasis espectacular en el hecho de que las “élites” se hayan convertido en el centro del análisis político. John Higley y Lowell Field [58] ; Thomas Dye y Harmon Ziegler [59] ; Nelson Polsby y Giovanni Sartori [60] ; Guillermo O’Donnell, Terry Lynn Karl Phillipe Schmitter [61] , puede decirse, son los más modernos recuperadores de la corriente clásica de las élites [62] .

Para el neoelitismo existen, por lo menos, dos premisas que acogen el espíritu de las elaboraciones y refuerzan un sentimiento de identificación intelectual. La primera consiste en despejar una especie de acusación. Tanto al nivel de la teoría clásica como al de las nuevas teorías de élite, se ha señalado que la teoría no es únicamente teoría de élite sino teoría elitista que, para algunos, aplauden un gobierno de las élites. La respuesta ha sido sostener que el análisis de élites es crucial no sólo en tanto “compromiso”, sino fundamentalmente como “escrutinio” del poder de las élites, sin el cual podría ser aún más pernicioso. Todavía – para lo neoelitistas - las élites son enemigas de la democracia. De hecho, desde que las élites son inevitables, todo depende de su interrelación. Lo que hace a la democracia distintiva es el esfuerzo por constituirlas como “perros de vigilancia” para unos y otros, mediante su autonomía relativa, particularmente para las élites no-gobernantes del gobierno.

La segunda premisa, enarbola la conocida paradoja anti-elitista [63] . Desde allí se pretende la concientización del papel que juegan las élites en la dinámica sociopolítica y la convicción suprema de que sólo su estudio puede ayudar a comprender y mejorar la actual situación de las democracias.

En suma para el tema neo-elitista: los análisis de élites ofrecen una textura rica de perspectivas y contra-perspectivas, esquemas teóricos y descripciones de la realidad democrática y sus transiciones. La proliferación de estos análisis evidencia a primera vista su utilidad, máxime cuando transversalmente incorpora una colección de primera actualidad en la dinámica de la política contemporánea (la crisis de la representación política, de participación en procesos de decisión y el tema de coexistencia de sociedades industriales – subdesarrolladas - y post-industriales).

Una aproximación como la que hemos desarrollado, llevaría a considerar una opción investigativa bastante fértil. Sobre todo si se tiene en cuenta: a) su consistencia temática; b) su facticidad conceptual; y, c) su grado de influencia histórica. La sistematización presentada procede, desde luego, como “la matriz” por antonomasia que dentro de la evolución de las diferentes variantes del tema de las élites,

Conclusión

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posibilitaría una periodización actualizable y, por ese mismo hecho, renovada e, inclusive, novedosa.

Las diversas fases ó periodos de análisis toman (plural-elitismo) y retoman (neoelitismo) características y significaciones que reflejan profundamente distinciones culturales e ideológicas provenientes de diversos contextos. El plural-elitismo es la primera manifestación de esta “ecléctica” de ellas. Después el la perspectiva de nuevos estudios sobre élites ó neoelitista trata de ser una reelaboración, a partir de una novedosa interpretación que todavía guarda una relación frente a las primeras formulaciones de Mosca-Pareto. Precisamente, a pesar de sus encuentros y diferencias, en torno a ella se quiso establecer una guía para que el tema del elitismo, en su máxima expresión, pueda ser reconsiderado dentro de un itinerario intelectual. En buena parte, intentamos reconstruir la amplitud y la riqueza del fenómeno.

A manera de epílogo, presentamos, desde nuestro particular punto de vista, una cartografía de los estudios de élites, con lo cual, ponemos a consideración, una nueva caracterización.

Cuadro 2. Estudios sobre Élites.

Fases Perspectivas

Clásicos

(1.887-1.942) Gaetano Mosca, Vilfredo Pareto, Robert Michels, Moisej Ostrogorski

Plural-elitismo

(1.942-1.980) Joseph Schumpeter, James Burham, Otto Stamer, Harold Lasswell, Abraham Kaplan

Peter Bachrach, Steven Lukes, G. Ducan, E. Davis, Hannah Arendt

Wright Mills, Tom Bottomore, Aleksandar Sekulovic

Paradigma Mosca-Pareto

Liberal

Republicana

Marxista

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NOTAS:

Neoelitismo

(1.980- )

John Higley, Lowell Field; Thomas Dye, Harmon Ziegler, Nelson Polsby, Giovanni Sartori, Guillermo O’Donnell, Terry Lynn Karl, Phillipe Schmitter, Elisa Reis, Zairo Cheibub, Wlodzimierz Welolowski.

[ * ] Grupo interdisciplinario de estudios políticos y sociales Departamento de Ciencia Política Universidad Nacional de Colombia

[1] Gaetano Mosca. Elementos de ciencia política. Primera edición. Turín, 1.987.

[2] Decimos “parcialmente”, en la medida del objetivo del ensayo. Al lado de esta contribución y en el marco del problema seguirán dos materiales de trabajo que analicen de manera estrecha el fenómeno teórico-conceptual “élite” en los autores, desde el punto de vista de generación de instrumentos metodológicos para el análisis de casos concretos. El otro, atendiendo a la construcción – con base en la teoría de élites, en sus distintos matices – de una noción-conceptual de “élite-intelectual”. Lastimosamente, aun cuando se intenta proceder de una lectura con fines prácticos, todavía queda mucho por hacer en este terreno.

[3] Estos temas serían desarrollados en otro ensayo. Nos ocuparemos, para esa oportunidad, de los instrumentos metodológicos y elementos teórico-conceptuales para reconstruir una noción sobre “élites intelectuales” útil para los fines investigativos.

[4] Eva Etzioni-Havely (1.997). Classes and elites in democracy and democratization. New York: Garland publishing.

[5] Ettore Albertoni (1.985). Doctrine de la classe politique et théorie des élites. Paris: Libraire des Méridiens.

[6] Eva Etzioni-Havely. Op. cit.. pág. xv.

[7] Dentro de esta propuesta hay que tener en cuenta una subsección que responde a los antecedentes y paralelismos del fenómeno y que recogería las diversas perspectivas que aunque no responden a las caracterizaciones hechas, sí exhiben una relación significativa respecto a la temática de las élites. Por ejemplo, las tesis de Platón en la antigüedad griega, la provocación de Maquiavelo ó las indicaciones de Saint-Simon, figuran como los antecedentes de los cuales se derivan las influencias más notables en la convicción de los estudios sobre élites. Las conclusiones de la aproximación weberiana, por ejemplo, aparecen como paralelismos relevantes en la elaboración y re-elaboración de esta perspectiva.

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[8] Ettore Albertoni (1.985). Op. Cit. (1.985), p. 162.

[9] María Luz Morán (1.987). “Prefacio” en: Vilfredo Pareto. Escritos sociológicos. Madrid: Alianza.

[10] Este lugar “intrínsecamente común” es la historia política italiana contemporánea a las biografías de los pensadores, contexto al que se vieron íntimamente involucrados. Cfr. Ettore Albertoni (1.986): “La escuela italiana de las élites: entre mito y realidad” en: Gaetano Mosca y la formación del elitismo político contemporáneo. México: FCE. 1.992, p. 223-241.

[11] Acogemos aquí la conceptualización de Michael Barzelay. Se entiende “paradigma”, muy próximo a los términos de Kuhn, como “esquemas mentales” y, más exactamente, como “familia de ideas”, concepto que permite flexibilizar la mirada analítica, como se ha dejado en claro. De manera general, se propone como una “manera fundamental de percibir, pensar, evaluar y hacer vinculante una particular visión de la realidad”. Willis Harmon admite, por ejemplo, que “un paradigma dominante rara vez, de serlo, se plantea explícitamente; existe como entendido indiscutible y tácito que se transmite por medio de la cultura y a generaciones sucesivas y, más que enseñarse, se transmite por la experiencia directa.” (Willis Harmon (1.970): An incomplete guide to the future). Citado por Michael Barzelay (1.992): Atravesando la burocracia: una nueva perspectiva de la administración pública. México: Fondo de Cultura Económica. 1.998, p. 21 y 41.

[12] Esta es también la opinión de dos de los autores representativos del “neoelitismo político”, John Higley y Lowell Field. Para ambos, “paradigma” convoca una “organización conceptual menos rigurosa que favorece una hipótesis investigativa”.

[13] Ettore Albertoni (1.985). Op. Cit.

[14] Gaetano Mosca (1.897). Op. Cit., p. 106.

[15] A la postre, haría parte del entramado general en la sociedad de las minorías selectas “de todo tipo” (políticas, económicas, religiosas, culturales, etc.), mientras que la clase política, el grupo minoritario y selecto que ejerce el poder político.

[16] Gaetano Mosca (1.897). Op. Cit., p. 132.

[17] Las diversas fórmulas políticas. Mosca advierte que no se da un principio único sino que se combinan hay que recordar la frase de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad.

[18] Gaetano Mosca (1.897). Op. Cit., p. 133.

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[19] Albertoni ha notado un hecho fundamental de la postulación mosquiana, en relación con su concepto de “fórmula política”: La clase política es quien “determina” la fórmula política y no al contrario. La minoría gobernante, por supuesto, establece la fórmula más conveniente para mantener su legitimidad política. Ettore Albertoni (1.985). Op. Cit., p. 58. El argumento parecería sugerir que la clase política construye sus apoyos sociales.

[20] Gaetano Mosca (1.897). Op. Cit., p. 173 y ss.

[21] Gaetano Mosca (1.897). Op. Cit., p. 180.

[22] Nótese la gran similitud con la noción smithiana con la que empieza el capítulo I de la Teoría de los sentimientos morales (1.759): “(…) Por más egoísta que se pueda suponer el hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que lo mueven a interesarse por la suerte de otros, y a hacer que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla”. Adam Smith (1.759): Teoría de los sentimientos morales. ¿?. Aunque, hasta donde podemos observar, este concepto que arriba en la “fase liberal” de Mosca, no hace referencia explícita al “espectador neutral” desarrollada siglos atrás por Adam Smith. La referencia al “padre del liberalismo” está presente en la obra de Mosca, desde otros argumentos.

[23] La disciplina del sentido moral ha sido confiada históricamente a la religión y a la organización legislativa. Los mecanismos de regulación del sentido moral, por lo general – según Mosca - “se confunden, se acompañan o van unidos”. Gaetano Mosca (1.897). Op. Cit., p. 182.

[24] Gaetano Mosca (1.897). Op. Cit., p. 180.

[25] Albertoni (1.985). Op. Cit., p. 94.

[26] La protección jurídica varía sus grados de perfección y eficacia dependiendo de las sociedades y épocas. Por ejemplo, comenta Mosca, la ley civil y el precepto religioso antaño muchas veces indistinguibles una de la otra, adquirieron una eficacia mayor en la medida en que la fe ó, para otro caso la ley, se vincularan lo más estrechamente posible a las tendencias psicológicas predominantes, consolidando así su observancia. Gaetano Mosca (1.897). Op. Cit., p. 182 y 186.

[27] Es el mismo problema entre “razón y fundamento” que discute Michelangelo Bovero, aunque el autor no hace alusión alguna de Gaetano Mosca. Michelangelo Bovero:”Lugares clásico y perspectivas contemporáneas sobre política y poder” en: Norberto Bobbio y Bovero, Michelangelo (1.994): Origen y fundamentos del poder político. Madrid: Grijalbo. p. 37-64.

[28] Gaetano Mosca (1.897). Op. Cit., p. 212.

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[29] Meisel en El mito de la clase gobernante lo llama “el balance de las fuerzas sociales”.

[30] Ettore Albertoni (1.985). Op. Cit., p. 61.

[31] Hay que advertir que esta la conclusión de Mosca está dispuesta de cara al Estado Moderno, pero en forma amplia se refiere fundamentalmente en la realidad de la condensación de las instituciones informales en concreciones formales. Lo constitucional infiere a “constitución” de la relación política y no restringidamente relaciona lo jurídico-legal como se entiende en los términos modernos. El caso de la religión y sus códigos es ilustrativa. No hay que olvidar tampoco que el marco del análisis de Mosca plantea “leyes generales”, válidas históricamente en su universalidad que proceden “más allá” de los límites del Estado moderno.

[32] Entre los diversos y bien detallados ejemplos de Mosca, vale la pena hacer referencia al de la Revolución Francesa que, bajo la “fórmula política”: igualdad, libertad, fraternidad, supo hacerlos valer dentro del plan constitucional revolucionario. Sin embargo, tan sólo pudieron tener “aplicación práctica” cuando se había modificado la mentalidad general como “nueva visión de la vida política”, no sólo en la conciencia de las clases intelectuales sino en la de todo el pueblo. En ese caso, reconoce, se explica entonces el por qué palideció la Revolución y sólo pudo establecerse un régimen demo-representativo, mucho tiempo después. Mosca (1.897), p. 293 y ss.

[33] Obsérvense las asombrosas similitudes entre la “fórmula política” de Mosca y los tipos ideales de dominación weberianos; éstos en un nivel sociológico, aquéllos referidos a uno de tipo institucional y político. Aunque hay que reconocer que en la trayectoria conceptual de la “clase política”, llevada a un examen profundo e implacable de la conceptualización mosqueana, la ambigüedad sería bastante probable. De todos modos, en términos relativos, el aporte del siciliano superaría al enfoque weberiano en el sentido “integrativo”, pues combinaría una perspectiva, a la vez, positiva y normativa, históricamente accesible, unitariamente. En efecto, enfrentar este desafío hace de la investigación de la clase política en Mosca una elaboración mucho menos estructurada frente a la potencia con que aparece la rigurosidad exhibida en el trabajo weberiano.

[34] Pareto en los Sistemas socialistas propone el concepto de “élite” en singular (élites de gobierno y no-gobernante), pero entendida en plural mediante el concepto de circulación. Con el Manual de Economía Política estudiaría el fenómeno de las utopías e ideologías que terminan siendo “la premisa” de reunión, coagulación y agrupación de las élites y “acciones lógicas”. Allí asegurará que a partir del enfrentamiento entre ideologías nacería la oposición entre élites dominantes y antagónicas (contra-élite). En el Tratado de sociología general terminaría de perfeccionar el concepto en términos propiamente sociológicos con el estudio de “acciones no-lógicas” (residuos y derivaciones) y el concepto de “interés”. Giorgio Braga (1.959): “Introducción”

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en: Vilfredo Pareto. Tratado de sociología general. Alianza Editorial, México, 1.959.

[35] No debe confundirse esto con lo indicado anteriormente frente a una presunta motivación económica de la teoría de Pareto. Nos referimos, básicamente, a la preocupación de Pareto por desarrollar una teoría económica complementaria que tuviera en cuenta menos un sesgo racionalista y se concentrará más en la explicación de la acción humana, desde el punto de vista “no-lógico”, predominantes dentro de un equilibrio social que tiene su origen en una determinación “psico-social”.

[36] Ettore Albertoni (1.985). Op. Cit., p. 153.

[37] Vilfredo Pareto (1.916): Forma y equilibrio sociales (Extracto del Tratado de sociología general). México: Alianza Editorial. 1.959, p. 63.

[38] Ibidem, p. 66.

[39] Idem.

[40] Giorgio Braga (1.959), p. 26. Aunque hay que tener en cuenta, como lo expresa este mismo autor, que las diferencias entre élites “gobernante” y “no-gobernante” es “más formal” que real: el concepto de élites es en cierto sentido “de gobierno” ya que toda ella – a través de influencias culturales y en los hombres – influye, de un modo u otro, al gobierno. La “élite gobernante” es la que “sola” influye directamente al gobierno, de lo contrario no fuera “gobernante”. La élite subalterna, por su parte, expresa una propia función potencial de gobierno. Este hecho no deja de lado situaciones históricas concretas en que se presenta una coligación entre élites “subalterna y extranjera”, por ejemplo. Giorgio Braga (1.959), p. 33.

[41] María Luz Morán (1.987). Op. Cit, p. 49.

[42] Vilfredo Pareto (1.916). Op. Cit., p. 73.

[43] María Luz Morán (1.987). Op. Cit., p. 48.

[44] Ferrero habla para esa época de aristodemocracias.

[45] No queremos, ni mucho menos reducir el espectro teórico a estas tres orientaciones, ni excluir sin ninguna razón válida un sinnúmero de autores de temas sobre élites. Se trata de una manera de sistematizar la discusión con el fin de allanar los referentes más significativos en un tipo de estudios que todavía espera mucho terreno por descubrir.

[46] Joseph A. Schumpeter (1.946). Capitalismo, socialismo y democracia. Buenos Aires: Claridad, p. 317.

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[47] “(…) Los partidos y los políticos profesionales son simplemente la respuesta al hecho de que la masa electoral es incapaz de una acción fuera de una desbandada, y constituyen un intento de regulación de la competencia política, exactamente similar a las prácticas correspondientes de un sindicato obrero. La psicotécnica de la dirección y la propaganda partidaria, los lemas y marchas, no son accesorios. Son la esencia de la política, lo mismo que el caudillo político”. Joseph A. Schumpeter (1.946). Capitalismo, socialismo y democracia. Buenos Aires: Claridad, p. 327.

[48] Joseph A. Schumpeter (1.946). Capitalismo, socialismo y democracia. Buenos Aires: Claridad, p. 336-339.

[49] La ciencia política como disciplina empírica, según Lasswell y Kaplan en Power and society [“Poder y sociedad”] (1.950) es “el estudio del modo como se conforma y comparte el poder”. De allí, Bachrach dirá: “En este aserto… Lasswell vuelve explícita la premisa central, aunque inarticulada, de Pareto y Mosca”. Peter Bachrach (1.967). Crítica de la teoría elitista de la democracia. Buenos Aires: Amorrortu. 1.973, p. 108.

[50] Debe entenderse que el plural-elitismo que aquí consideramos no es lo mismo que pluralismo político. En cierto sentido, Robert Dahl, por ejemplo, niega cualquier aproximación de la teoría de las élites, por considerarla un enfoque que carece de todo fundamento científico. Cfr. Robert Dahl (1.958). Una crítica del modelo de la clase gobernante. Sin embargo, posteriores opiniones de este autor no dejan totalmente en claro su posición. En todo caso, para Dahl, la democracia es sustancialmente una poliarquía. Específicamente, los autores plural-elitistas, muchos de ellos, de raigambre pluralista, consienten la existencia de élites, como condición de la realidad democrática, es decir, una demo-élite, pero negando el monolitismo; no el elitismo. Cfr. Norberto Bobbio y Nicola Matteucci (1.981). Diccionario de política. México: Siglo XXI. p., 591-601 y Giovanni Sartori (1.993). ¿Qué es la democracia? Bogotá: Altamir. 1.994.

[51] “El teórico debe… preocuparse de que al intentar “alcanzar lo imposible”, al esforzarse por transformar la sociedad… lo haga firmemente arraigado en lo que es (…) debe admitir plenamente la división entre la élite y la masa en la moderna sociedad industrial, y las consecuencias de este hecho para la teoría democrática”. Peter Bachrach (1.967). Crítica de la teoría elitista de la democracia. Buenos Aires: Amorrortu. 1.973, p. 27.

[52] Peter Bachrach (1.967). Crítica de la teoría elitista de la democracia. Buenos Aires: Amorrortu. 1.973, p. 165.

[53] Hannah Arendt despliega un cuerpo de conclusiones bastante diciente en este sentido, desde una dimensión filosófico-política. Cfr. Hannah Arendt (1.966): La condición humana. Barcelona: Paidós, 1.996. Sin ser determinantes, los estudios críticos de la obra arendtiana sugieren convicciones análogas que exaltarían sus conclusiones plural-elitistas, de corte republicano, tal y como se han desarrollado sus sentidos (v. gr. el papel de los partidos

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políticos en las democracias modernas). Cfr. Jean Cohen y Andrew Arato (2.000): “La crítica normativa: Hannah Arendt” en: Sociedad civil y teoría política. México: Fondo de Cultura Económica.

[54] Cfr. Steven Lukes, G. Ducan (1.963). New democracy en: Political studies, Junio de 1.963 y E. Davis. Cost of realism: contemporary restatement of democracy. Western Political Quarterly, Marzo de 1.964.

[55] Cfr. José Francisco Puello Socarrás (2.004). Marxismos y elitismos: De Karl Marx a Gaetano Mosca (y más allá…). Los conceptos de clase dominante y clase política. Ponencia presentada en el IV Seminario Internacional Marx Vive.

[56] Aunque no desde el mismo aspecto, Bobbio considera que, en torno al tema de élites, así lo escribían en 1.981, al hacer un balance sobre las teorías de élites, tal vez los criterios marxistas fueron los que más vitalidad le dieron a las posturas de los autores clásicos y particularmente a la convicción mosqueana. Norberto Bobbio y Nicola Matteucci (1.981). Diccionario de política. México: Siglo XXI. p., 591-601.

[57] Sweezy también considera que el análisis de élites lo que termina consolidando es una distracción inevitable hacia los factores estructurales de los procesos lo cual, lo cual llevaría hacia la búsqueda de “causas ajenas a los fenómenos sociales”.

[58] Lowell Field, John Higley Y Michael Burton: Elitismo (1.980) y la nueva constitución de la élite para la sociología política. (1.990).

[59] Thomas Dye y Harmon Ziegler: La ironía de la democracia (1.996) y Thomas Dye: Understanding public (1.996).

[60] Nelson Polsby (1.985). Prospectos para el pluralismo y Giovanni Sartori (1.993). ¿Qué es la democracia?

[61] Terry Lynn Karl y Phillipe Schmitter: Modos de transición en Latinoamérica y Europa del Este. (1.991) y Guillermo O’Donnell: ¿Democracia delegativa? (1.994).

[62] Otros estudios importantes de considerar: Elisa Reis y Zairo Cheibub: Valores políticos de la élite y consolidación democrática en Brasil. (1.995) y Wlodzimierz Welolowski: El Rol de las Elites políticas en la Transición Del Comunismo a la Democracia. (1.992).

[63] John Higley y Jan Pakulski (2.003). “Us and them: anti-elitism in Australia – Anti-elitism and the elitist paradox”. Working paper.

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Élites, elitismo, neoelitismo

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Revista Espacio Crítico Nº2, Enero - Junio de 2005