el tiempo domesticado

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El tiempo domesticadoc h i l e 1 9 0 0 - 1 9 5 0

Trabajo, cultura y tiempo libre en la configuración de las identidades laborales

Juan Carlos Yáñez Andrade

Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen.

Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas mi vida resultará como iluminada…

¿Qué son los ritos? –preguntó el Principito.

Es algo también demasiado olvidado –contestó el zorro–. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días,

una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito. El jueves bailan con las jóvenes del pueblo.

Entonces el jueves es un día maravilloso, ya que paseo hasta la viña. Si los cazadores bailaran en cualquier momento,

todos los días serían iguales y yo no tendría vacaciones.

El Principito, cap. XXI

CONTENIDOS

INTRODUCCIÓN | Página 11

CaPíTUlo I | Página 27TRABAJO, LEGISLACIÓN Y TIEMPO

CaPíTUlo II | Página 39EL “SAN LUNES” Y EL CONTROL DE LA MANO DE OBRA

CaPíTUlo III | Página 55JORNADA DE TRABAJO Y DESCANSO DOMINICAL

CaPíTUlo Iv | Página 75TRABAJO, PATERNALISMO ESTATAL Y TIEMPO LIBRE

CaPíTUlo v | Página 105EL USO DEL TIEMPO LIBRE EN LA INDUSTRIA CHILENA: EL CASO DE LOS JARDINES Y HUERTOS OBREROS

CaPíTUlo vI | Página 125EL ESTABLECIMIENTO DE LA JORNADA CONTINUA EN 1942

CaPíTUlo vII | Página 143OCIO, TIEMPO LIBRE Y TURISMO EN EL MUNDO DEL TRABAJO, 1930-1950

BIBLIOGRAFÍA | Página 159

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INTRODUCCIÓN

Los ProCEsos DE raCIoNalIzaCIóN ProDUCTIva EN El CoNTExTo DEl DEsarrollo industrial de comienzos del siglo xx, y las propuestas de estandarización de la producción por parte de Frederick Taylor (1856-1915), marcaron en muchos as-pectos la discusión de comienzos del siglo xx.1 Los principales aportes del inge-niero norteamericano radicaron en la sustitución del control de los trabajadores sobre su propio esfuerzo productivo, por mecanismos de regulación del tiempo impuestos por una organización científica del trabajo. Desde entonces la fabri-cación en serie y la obtención de mercancías estandarizadas devino en la regla del capitalismo industrial.2 Fue Henry Ford quien supo leer de mejor forma los cambios operados en el mundo moderno. Es conocida su política de aumento de la eficiencia del trabajador a través del mejoramiento de los niveles de salario y reducción progresiva de la semana de trabajo como forma de aumentar la pro-ductividad. El programa de cinco dólares diarios no solo ayudaría al compromiso de los trabajadores con el proceso industrial, sino que además serviría de motor en el aumento del consumo de bienes y servicios, entre ellos los automóviles.3

Durante los años 1920 y 1930, los aportes de Elton Mayo desplazaron la discusión desde la productividad y los incentivos económicos a los niveles de satisfacción y de reconocimiento que los trabajadores tenían en el proceso pro-ductivo. Sus estudios sobre las razones por las cuales los trabajadores limita-ban o frenaban la producción, que regularmente era imputado a los sindicatos,

1. Taylor, Frederick, Principios de la administración científica, Herrero Hermanos, México, 1966.

2. Coriat, Benjamín, El taller y el cronómetro. Ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en masa, Siglo xxI Editores, México, 1982. Para un estudio sobre la aplicación del taylorismo en la industria chilena, Winn, Peter, “El taylorismo y la gran huelga Yarur de 1962” en Proposiciones, N° 19, julio 1990, pp. 202-222.

3. Meyer, Stephen, The Five-Dollar Day: Labor Management and Social Control in the Ford Motor Company, 1908-1921, State University of New York Press, Albany-Nueva York, 1981.

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demostraron que en muchos casos se debía a determinadas reglas que operaban a nivel de la organización informal que se daban los propios operarios. La tarea para la dirección de la empresa consistiría, de acuerdo a Mayo, en asegurar un clima organizacional que tuviera en cuenta estos factores humanos.4

En este contexto, uno de los estudios pioneros sobre la limitación volunta-ria de la producción, los tiempos muertos y, en general, el uso del tiempo en la industria es aquel del sociólogo norteamericano Donal Roy. Sus investigaciones, apoyadas por observaciones participantes en las propias fábricas durante 1944 y 1945, a través de una aproximación de tipo etnográfica, no solo vinieron a reno-var los métodos de la sociología clásica, acostumbrada a trabajar con encuestas y estadísticas, sino que ofrecieron una mirada desprejuiciada del comportamiento laboral.5 Roy demostró que los operarios de la industria siderúrgica limitaban su esfuerzo para no superar el máximo convenido en el trabajo a pieza o a destajo, característico en la época, con lo cual se determinaba de forma precisa la cuota de dinero que cada operario debía obtener por hora.6

Claramente había una pérdida para los operarios y la empresa. Si los trabajadores tenían ese comportamiento, no era por el desconocimiento de los planes de la gerencia por aumentar la producción o el desinterés en mejorar sus ingresos, sino para evitar que disminuyera el precio pagado por cada pieza.

4. El “movimiento de las relaciones humanas” obtuvo pleno reconocimiento en los años 1940, debido al interés de los Estados Unidos por aumentar la producción, en particular durante la Segunda Guerra Mundial, y por las dificultades que tuvo el gobierno de F. D. Roosevelt en limitar las huelgas. Sobre los aspectos laborales y sin-dicales bajo la administración Roosevelt, véase Green, James, The World of the Wor-ker: Labor in Twentieth-Century America, University of Illinois Press, Illinois, 1998; Vittoz, Stanley, New Deal Labor Policy and the American Industrial Economy, University of North Carolina Press, Chapel Hill, NC, 1987; Dallek, Robert, Franklin D. Roosevelt and American Foreign Policy, 1932-1945, Oxford University Press, New York, 1995.

5. Hemos utilizado una selección de textos de una edición francesa, en el entendido de que las investigaciones de Roy no han sido traducidas al español, Roy, Donal, Un so-ciologue à la usine. Textes essentiels pour la sociologie du travail, La Découverte, Paris, 2006.

6. “Con una cuota de 1,25 dólares la hora, o sea 10 dólares por día de trabajo de ocho ho-ras, y una tarea que entrega en general 1,25 dólares sin esfuerzo notable, el operador deberá trabajar ocho horas completas en su jornada para alcanzar la cuota. Pero si el trabajo le entrega 2,50 dólares, no tendrá necesidad que de cuatro horas para ganar sus 10 dólares. Una tarea a 2,50 dólares es entonces hecha para durar cuatro horas y se pueden considerar las cuatro horas que quedan como tiempo perdido”, Roy, Donal, “Deux formes de freinage dans un atelier d’usinage”, en op. cit., p. 50.

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Los trabajadores sospechaban que al aumentar su cuota de producción, la empre-sa, deseosa de equilibrar costos, tendería a disminuir la tarifa de cada pieza pro-ducida, lo que significaría una reducción de las ganancias por la misma cantidad de trabajo o su aumento con el fin de mantener un cierto nivel de salario. Frente a esta incertidumbre, los trabajadores preferían mantener las cosas como estaban.7

En esta breve presentación de algunos principios concernientes a la ges-tión del tiempo de trabajo, no se puede dejar de mencionar la obra de los histo-riadores británicos. E. P. Thompson hizo aportes importantes en la comprensión de la formación de la clase obrera inglesa, en particular de la relevancia de los instrumentos modernos de medición y control del tiempo en la consolidación del capitalismo.8 Por su parte, Eric Hobsbawm estudió aspectos de la cultura obrera inglesa, especialmente las prácticas en torno al fútbol, la radio y el teatro.9 A mediados de la década de 1950 Richard Hoggart analizó la evolución cultural de la clase obrera en el curso de la primera mitad del siglo xx, por efecto de la expansión del consumo, desmitificando tanto las capacidades de “resistencia” de la clase obrera como su supuesta aniquilación por el desarrollo de la sociedad de masas.10 La competencia entre la dirigencia obrera y los fetiches del consumo por ganarse el tiempo libre de los trabajadores, es un aspecto no menor de los cambios culturales del siglo xx que Hoggart analiza.

Durante los años 1970 y 1980, surgieron en Alemania las primeras investi-gaciones históricas enmarcadas en la corriente de estudios sobre la vida cotidiana, heredera a su vez de los aportes de Agnes Heller y la Escuela de Budapest.11 Sus culto-res, parten de un supuesto simple, por el cual sin las prácticas concretas y rutinarias que moldean la cultura y permiten su transformación, las grandes estructuras no se

7. Esta limitación de la producción suponía, complementariamente, una estrategia en el uso del tiempo, apelando a pasatiempos lúdicos que rompían con la monoto-nía y evitaban los principales peligros de la producción en cadena: los trastornos mentales. Roy, Donal, “L’heure de la banane”, en op. cit., pp. 155-187.

8. Thompson, Edward, “Tiempo, disciplina del trabajo y capitalismo industrial”, en Costumbres en común, Crítica Barcelona, 1995, pp. 395-452.

9. Hobsbawm, Eric, El mundo del trabajo, Crítica, Barcelona, 1987.

10. Hoggart, Richard, La cultura obrera en la sociedad de masas, Editorial Grijalbo, México, 1990.

11. Entre las obras de Agnes Heller podemos citar, Historia y vida cotidiana: aportación a la sociología socialista, Editorial Grijalbo, México, 1972; Teoría de las necesidades en Marx, Ediciones Península, Barcelona, 1978; La revolución de la vida cotidiana, Ediciones Península, Barcelona, 1982.

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reproducirían.12 Es en la rutina, como sucesión de momentos repetitivos, donde des-cansa la estabilidad social, donde se concreta la sumisión a un orden. Es por ello que los representantes de esta corriente se interesan en los grupos o ámbitos de acción olvidados por la historiografía clásica, grupos que por su naturaleza han dejado po-cas fuentes que permitan seguir sus huellas.13 El interés que muchos historiadores de la vida cotidiana han mostrado por el mundo obrero e industrial, dice relación con las posibilidades que ofrecen esas realidades para poner en tensión aspectos claves de la cultura: por ejemplo, la identidad, los rituales, las prácticas de grupos, las for-mas de resistencia, las acciones colectivas, entre otros muchos aspectos.

En particular, la historia cotidiana hizo importantes aportes en la compren-sión de los comportamientos de los trabajadores al interior y fuera de la industria. Los trabajadores, sometidos a una ética del trabajo impuesta por los grupos domi-nantes, reforzaron las cualidades productivas (tanto físicas, como de resistencia, fuerza y sacrificio) que se esperaba de ellos, a fin de exigir, como contrapartida, las condiciones para su reproducción. El comportamiento físico devino en un elemento clave de la cultura y del reconocimiento social del obrero. Sus acciones políticas de crítica social estarían marcadas por el lenguaje corporal, por la ac-ción física, por la ocupación de los espacios, por la destrucción de maquinarias, por los juegos rudos y, como complemento, por el uso de la palabra.14

Para el historiador alemán Alf Ludtke, son esos espacios cotidianos que permiten la posibilidad de obtener “autonomía” (eigensinn), “sentido de sí” o, mejor dicho, cierto “distanciamiento” del entorno inmediato y de las exigencias impuestas desde el exterior.15 Es ahí, donde los juegos, las luchas, las escapatorias

12. Ludtke, Alf (dir.), Histoire du quotidien, Éditions Maison des Sciences de l’Homme, Paris, 1994.

13. Wierling, Dorothee, “Histoire du quotidien et l’histoire des relations entre les se-xes”, en Ludtke, Alf “Histoire du quotidien…”, op. cit. pp. 156-157.

14. Interesantes estudios sobre la formación de la masculinidad en ámbitos laborales predominantemente masculinos (ferrocarriles y metalúrgicos), se encuentra en los textos editados por Matus, Mario, Hombres del Metal. Trabajadores ferroviarios y metalúrgicos chilenos en el Ciclo Salitrero, 1880-1930, Ediciones Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, Santiago de Chile, 2009. Para el caso ar-gentino, véase el estudio sobre los frigoríficos de Lobato, Mirta Zaida, La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso (1904-1970), Prometeo Libros/Entrepasados, Buenos Aires 2001.

15. Ludtke, Alf, “Ouvriers, eigensinn et politique dans l’Allemagne du xx siècle”, en Actes de la recherche en sciences sociales, vol. 113, junio 1996, pp. 91-101.

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y los tiempos muertos, expresan formas de descompromiso de las demandas empresariales y de los compañeros de labores. Sin embargo, la autonomía no formaría parte de un repertorio de resistencia, de un cuadro calculado de luchas en contra del capital, sino de una “tercera vía” entre la “resistencia abierta” y la

“aceptación callada”.16

Los sectores patronales fueron protagonistas en la promoción de mecanis-mos de control de la mano de obra. La historiografía ha apelado a la noción de paternalismo para dar cuenta de las primeras modalidades de gestión del trabajo en el proceso de formación capitalista y de tránsito entre el taller y la gran indus-tria. El paternalismo de origen europeo se remonta al siglo xIx, cuando los pa-trones mantenían lazos cercanos y hasta personales con sus empleados. Si bien para algunos historiadores es necesario hacer una diferencia entre paternalismo y patronato, en el entendido que el primero está cargado de connotaciones peyo-rativas, ambos conceptos han devenido en sinónimos.17 El patrón fue visto como un señor, padre responsable de la buena marcha de la industria e interesado en el bienestar de sus trabajadores. Preocupado por alejarse de la imagen de ex-plotador, aceptó algunos valores religiosos y a ciertos ideólogos que proponían trasplantar a la empresa los ideales de la familia católica.18

Como señala Judy Lown, “un rasgo especial del paternalismo es apostar fuertemente por los lazos personales de dependencia, los cuales son interpretados en términos familiares”, justificando, con ello, un orden jerarquizado marcado por fuertes desigualdades.19 El paternalismo, con ciertas reminiscencias patriarcales, valida la autoridad patronal sobre el conjunto de miembros que dependen familiar

16. Ludtke, Alf, “Le domaine réservé. Affirmation de l’autonomie ouvrière et politique chez les ouvriers de l’usine en Allemagne à la fin du xIx siècle”, en Le Mouvement Social, N° 126, enero-marzo, 1984, pp. 29-52.

17. Para una distinción entre paternalismo y patronato, Noiriel, Gérard, “Du ‘pa-tronage’ au ‘paternalisme’: la restructuration des formes de domination de la main-d’œuvre ouvrière dans l’industrie métallurgique française”, en Le mouvement social, N° 144, julio-septiembre, 1988, pp. 17-35.

18. El máximo ideólogo del paternalismo industrial es Frederick La Play. Al respecto véa-se, por ejemplo, Arnault, Françoise, Fréderic Le Play. De la métallurgie à la science sociale, Presse Universitaire, Nancy 1993. Sobre los valores asociados al catolicismo social en la industria, véase Gueslin, André, L’invention de l’économie sociale, Economica, París 1987).

19. Lown, Judy, “‘Père plutôt que maître...’: le paternalisme à l’usine dans l’industrie de la soie à Halstead au xIxe siècle”, en Le mouvement social, N° 144, julio-septiembre, 1988, pp. 51-70.

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y económicamente de él, fundándose en una jerarquía que remite al sexo y la edad. No niega las obligaciones de los industriales para con sus trabajadores, pero las entiende dentro de un modelo racional de gestión donde se espera reducir la con-flictividad social, sin el reconocimiento de derechos. El patrón es libre de entregar, reducir o eliminar los beneficios, sin explicación de causa.20

En otro aspecto, el paternalismo concibe la empresa no solo en su función económica, sino también civilizadora. Junto a la superioridad moral de los patrones, la empresa debe ser la encargada de salvaguardar la moralidad de los empleados y de sus condiciones de vida. De manera complementaria, es al interior de la indus-tria que puede realizarse la unidad de la familia, cooperando en la producción pa-dres e hijos, de acuerdo con un plan articulado por la dirección y con pleno respeto a las capacidades de sus miembros. Tal como señala Gérard Noiriel, a propósito de las perspectivas excesivamente economicistas y disciplinarias que han abordado la problemática, el paternalismo “más que una estrategia propia de la sociedad indus-trial, es la aplicación al mundo de la empresa de una concepción de las relaciones sociales heredera de la sociedad agraria tradicional, que se explica, en el caso de la industria del hierro, al menos por los lazos que ésta última mantiene con el mundo rural”.21 Es por ello que los estudios sobre el paternalismo se han interesado en el proceso de modernización de los procesos productivos, y en la necesidad que tenían las empresas de educar a la población rural en los valores capitalistas. En el caso de América Latina, se ha destacado la importancia del paternalismo en la cons-titución de una mano de obra disciplinada y adaptada a las exigencias de la produc-ción masiva.22 Como ha señalado la historiadora Ángela Vergara, a propósito de los campamentos mineros y los company-towns, a través “de la implementación de un complejo sistema paternalista se buscaba crear sistemas más eficientes de recluta-miento laboral, disminuir el ausentismo, reforzar vínculos de lealtad, capacitar a los trabajadores y, en última instancia, aumentar la productividad”.23

20. Sobre las relaciones tradicionales y “naturales” en las cuales se inscribe el pater-nalismo del siglo xIx, véase Perrot, Michel, “The Three Ages of Industrial Disci-pline in Nineteenth-Century France”, en Merriman, John (ed.), Consciousness and Class Experience in Nineteenth-Century Europe, Holmes and Meier, New York, 1979.

21. Noiriel, Gérard, “Du ‘patronage’…” op. cit., p. 19.

22. Dinius, Oliver, “Paternalismo estatal, bienestar y control social en la construcción de Volta Redonda”, en Avances del Cesor, N° 10, 2013, p. 151-172.

23. Vergara, Ángela, “Paternalismo industrial, empresa extranjera y campamentos mineros en América Latina: un esfuerzo de historia laboral y transnacional”, en Avances del Cesor, N° 10, 2013, p. 114.

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En el caso de los campamentos mineros y ciudades empresas, éstos han sido estudiados como ejemplos paradigmáticos del objetivo patronal de promover el bienestar social de sus trabajadores, pero sin descuidar los mecanismos de control y de disciplinamiento de la mano de obra.24 Su diseño, cuando existió, respondió al objetivo de trazar un espacio fácil de controlar por los industriales, donde se ofre-cieran servicios estandarizados y rigieran las disposiciones reglamentarias de la empresa.25 Si bien las industrias urbanas no han recibido la atención necesaria, cuando han sido estudiadas el modelo paternalista sigue los mismos patrones de la industria minera y siderúrgica, como lo muestran dos casos chilenos.26

El paternalismo industrial moderno surgió cuando la presencia del pa-trón se hizo difícil en la marcha cotidiana de la empresa, frente a un sistema de producción cada vez más complejo que necesitaba de un mayor número de trabajadores y de la intermediación de un personal técnico (ingenieros). La pre-gunta que rodea el debate iniciado por Frederick Taylor y continuado por Henri Fayol es, cómo mantener el liderazgo patronal sin que su presencia física sea necesaria.27 De esta forma, las políticas de bienestar al interior de la empresa jugarían el rol de presencia simbólica del patrón, justo en un periodo donde se

24. Para una síntesis historiográfica sobre la materia, véase Borges, Marcelo y Torres, Susana, “Company Towns: Concepts, Historiography, and Approaches” en Borges, Marcelo y Torres, Susana, Company Towns. Labor, Space, and Power Relations across Time and Continents, Palgrave Macmillan, New York, 2012, pp. 1-36.

25. Al respecto se puede ver el estudio ya clásico de Gaudemar, Jean-Paul de, L’ordre et la production: Naissance et formes de la discipline d’usine, Dunod, Paris, 1982. En el caso chileno algunos trabajos incluyen el análisis de los campamentos mineros y ciudades empresas: Klubock, Thomas, Contested Communities. Class, Gender and Politics in Chile’s. El Teniente Cooper Mine, 1904-1951, Duke University Press, Durham and London, 1998; Vergara, Ángela, Legitimating Workers’ Rights: Chilean Copper Workers in the Mines of Potrerillos and El Salvador, 1917-1973, UMI Dissertation Services, Ann Arbor, Mi, 2002; Figueroa, Consuelo, Revelación del subsole. Las muje-res en la sociedad minera del carbón, 1900-1930, Dibam, Santiago de Chile, 2009.

26. Nos referimos a la industria textil y de refinería de azúcar. Winn, Peter, Tejedores de la Revolución. Los trabajadores de Yarur y la vía chilena al socialismo, Lom Ediciones, Santiago de Chile, 2004; Lira, Robinson, “Modelo de relaciones industriales y orientación sindical. El caso de la refinería de Azúcar de Viña del Mar, 1930-1973”, en Proposiciones, N° 27, 1996, pp. 186-201.

27. Un estudio interesante sobre la figura del jefe, aplicable a distintos ámbitos, incluido el industrial, es el de Cohen, Yves, Le siècle des chefs. Une histoire transna-tionale du commandement et de l’autorité, Éditions Amsterdam, Paris, 2013.

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implementa una naciente legislación social y los mecanismos de conciliación y arbitraje, como instancias mediadoras entre el capital y el trabajo, se consolidan en el universo laboral de muchos países.28

En este contexto, la legislación social vino a tensionar el poder patronal, y por consiguiente el paternalismo industrial, en un doble aspecto: primero, desplazando la potestad de dictar la ley desde el patrón hacia un organismo ex-terno a la industria (el Estado); y segundo, la legislación, al limitar o incluso pro-hibir el ingreso de menores y mujeres a determinadas actividades productivas, redujo los fundamentos que daban forma al paternalismo. La figura del indus-trial protector de mujeres y niños no tenía sentido en un contexto de creciente restricción al mercado laboral. El empresariado tuvo que adaptarse a esta nueva realidad, integrando como propias algunas de las políticas sociales discutidas en la época: seguridad social, ahorro, deporte y cultura. De esta forma nacieron los Departamentos de Bienestar Social al interior de las empresas, con el fin de otorgar una serie de servicios que el Estado no estaba en condiciones de ofrecer, en especial en aquellas zonas más alejadas de los centros urbanos.29

En un sentido más amplio, algunos investigadores han visto en estas políti-cas de bienestar social el antecedente inmediato de un sistema de relaciones in-dustriales que permeó durante todo el siglo xx a muchas empresas y significó la formación de un sindicalismo proclive al discurso de integración entre el capital y el trabajo, con un marcado acento gremialista y distante de la representación política de los partidos de clase y de las confederaciones de trabajadores.30

En cuanto al Estado, la burocracia sociocultural de los años 1930 y 1940 es-tuvo formada por un personal técnico con inclinaciones sociales y que sirvió de

28. Para el caso chileno, véase Yáñez, Juan Carlos, Estado, consenso y crisis social. El es-pacio público en Chile, 1900-1920, Dibam, Santiago de Chile, 2003.

29. Esta línea de investigación ha marcado los recientes estudios que se han hecho en Chile sobre el paternalismo industrial, los cuales han analizado el funcionamiento de los Departamentos de Bienestar y su estrategia de “control extensivo” de la pobla-ción trabajadora, ofreciendo un entorno favorable al trabajador y su familia. Videla, Enzo, Venegas, Hernán y Godoy, Milton (edit.), El orden fabril. Paternalismo industrial en la minería chilena. 1900-1950, América en Movimiento, Valparaíso, 2016.

30. Lira, Robinson, “Modelo de relaciones…” op. cit., p. 186-187; Hernando La Rosa Hernández, Los trabajadores del papel y su rechazo a la estatización de la Industria Pa-pelera durante la Unidad Popular: Testimonios sobre identidad, el sindicalismo y la socia-bilidad obrera. Puente Alto (1920-1973), Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago de Chile 2010.

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puente entre los sectores obreros y la dirigencia empresarial y política. Ese gru-po fue proveído por abogados, visitadoras sociales, profesores, periodistas y escritores, imbuidos del espíritu de desarrollo nacional, integración social y ele-vación de la condición moral del pueblo. Este período de 1930 y 1940 fueron años donde emergió una industria del consumo masivo bajo estándares modernos, especialmente por la influencia de los Estados Unidos.31 Publicidad, deseo de adquirir bienes, modelos extranjeros de vida, la posibilidad de estandarizar y, por lo tanto, hacer accesible muchos bienes para personas que no habían parti-cipado anteriormente del consumo, parecen ser la tónica de la época.32

Parte de los debates sobre el tiempo libre estuvieron cruzados por los in-tereses de empresarios y comerciantes en diversificar su oferta de bienes y ser-vicios, destinada a un público más amplio, compuesto por los trabajadores y sus familias, plenamente integrados al mercado laboral, con niveles crecientes de ingreso y con tiempo disponible para disfrutar las ofertas del mercado. Al res-pecto, estudios sobre el turismo en los años 1930 y 1940, dan cuenta de las mo-dificaciones en el proceso de acumulación capitalista. Así, para algunos autores, la distinción entre trabajo y tiempo libre, el pago de vacaciones y las mejoras en los sistemas de transporte público, fueron fundamentales en el desarrollo del turismo bajo los gobiernos populistas.33

Como se señala en distintos pasajes del libro, son pocos los estudios his-tóricos que se han ocupado de analizar la relación existente entre reducción de la jornada laboral, la disponibilidad de un mayor tiempo libre y las políticas

31. Para el proceso de “americanización” de la sociedad chilena en el contexto de los cambios culturales y la sociedad de masas, ver el reciente estudio de Rinke, Stefan, Encuentros con el Yanqui: Norteamericanización y cambio sociocultural en Chile, 1898-1990, Dibam, Santiago de Chile, 2013.

32. Rinke, Stefan “Las torres de Babel del siglo xx: cambio urbano, cultura de masas y Norteamericanización en Chile, 1918-1931”, en Purcell, Fernando y Riquelme, Alfredo (Editores), Ampliando miradas. Chile y su historia en un tiempo global, Ril Edi-tores, Instituto de Historia PUC, Santiago de Chile, 2009, p.61.

33. Urry, John, O olhar do turista: lazer e viagens nas sociedades contemporâneas, sEsC/ Nobel, São Paulo, 1996); Comparato, Gabriel, “Matices populistas: La políti-ca turística de Getúlio Vargas (1937-1954) y de Juan Domingo Perón (1946-1952)”, en Trashumante, Revista Americana de Historial Social, N° 3, 2014, pp. 116-133; Both, Rodrigo,“Turismo, panamericanismo e ingeniería civil. La construcción del camino escénico entre Viña del Mar y Concón (1917-1931), en Historia, N° 47, julio-diciembre 2014, pp. 277-311.

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socioculturales implementadas por el Estado, con el fin de ofrecer actividades de esparcimiento sanas y acordes con un modelo socialmente aceptable.

Los estudios clásicos sobre el movimiento obrero privilegiaron los proce-sos de constitución del proletariado en el marco de las transformaciones sociales y económicas del país, sus formas de organización y de resistencia, y una lenta pero consistente conciencia de clase que lo llevó a protagonizar momentos heroi-cos de lucha en contra del Estado y el capital. Cuando se analizó el movimiento sindical y la formación de las primeras organizaciones obreras, tampoco se puso mucha atención en los aspectos socioculturales, a excepción de aquellos que te-nían relación con la educación y formación política.34 El enfoque excesivamente clasista y economicista privilegió el ámbito de preocupaciones relacionado con lo que ocurría al interior de la industria, en tanto espacio de explotación y de reproducción de la mano de obra, mientras que lo que ocurría fuera del espacio de trabajo fue visto como algo anexo al proceso de formación de la cultura obre-ra y como secundario en la comprensión de la identidad de clase. De esta forma, se sabía muy poco sobre los gustos de los obreros, sus formas de recreación, sus actividades sociales o tipos de consumo.

Las interesantes investigaciones sobre la cultura obrera ilustrada, principalmente en torno al mutualismo, se redujeron, por su marco histó-rico, a analizar las experiencias de la segunda mitad del siglo xIx y los prime-ros años del siglo xx, y no se extendieron más allá de esa fecha.35 La figura de Recabarren, en algunos casos, vino a llenar ese vacío, estudiando su labor como formador político, difusor de la prensa obrera y, en algunos casos, gestor cultu-ral.36 Las investigaciones de los historiadores Jaime Massardo, Sergio Grez y Julio

34. Por ejemplo, Barría Serón, Jorge, Los movimientos sociales de Chile desde 1910 hasta 1926, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1960; Ortiz, Fernando, El movi-miento obrero en Chile (1891- 1919), Ediciones Michay, Madrid, 1985.

35. Sobre el mutualismo, véase Illanes, María Angélica, La revolución solidaria: historia de las sociedades de Socorros Mutuos: Chile, 1840-1920, Prisma Chile, Santiago de Chile, 1990; Grez, Sergio, De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile 1810-1890, Dibam, Santiago de Chile, 1997). Sobre educación popular ver el trabajo de Salazar, Gabriel, “Los di-lemas históricos de la educación popular”, en Proposiciones, N° 15, 1988, pp. 84-129; Devés, Eduardo, “La cultura obrera ilustrada chilena y algunas ideas en torno al sentido de nuestro quehacer historiográfico”, en Mapocho, N° 30, 1991, pp. 127-136

36. Como señala Jaime Massardo a propósito de la obra cultural de Recabarren: “Desde la convicción de que la rudeza de la vida cotidiana del mundo del trabajo

introducción

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Pinto, por nombrar las más recientes, han abordado, con matices y énfasis distin-tos, su acción e ideario político.37 Sin embargo, esos esfuerzos no han logrado con-trarrestar el énfasis excesivamente político y social que se le ha dado a su figura.

En cuanto a las corrientes políticas, los estudios sobre el anarquismo han ofrecido algunos elementos de cómo los ácratas chilenos apreciaron el fenómeno de la cultura y la inscribieron en sus luchas políticas.38 Si bien en algunos casos se hace referencia a las ideas libertarias sobre el pacifismo, internacionalismo, antimilitarismo y emancipación de la mujer, se limitan a citar los planteamientos de la prensa obrera. Aunque en otros se ha avanzado en indagar las luchas en contra del alcoholismo, a través de un modelo educativo autónomo a la cultura dominante y formas de vida sanas al aire libre,39 junto al rol de la literatura y la dramaturgia en la promoción de los valores libertarios.40

difícilmente podía generar por sí sola una expresión cultural portadora de los valores de una sociedad alternativa […] Recabarren contribuye a la formación de instancias culturales que muestran las contradicciones de la sociedad presente y que, a través de las formas simbólicas que emergen de estas mismas contradic-ciones, preconfiguren los rasgos de la sociedad alternativa”, La formación del ima-ginario político de Luis Emilio Recabarren. Contribución al estudio crítico de la cultura política de las clases subalternas de la sociedad chilena, Lom Ediciones, Santiago de Chile, 2008, p. 249.

37. Massardo, Jaime, “La formación…” op. cit.; Grez, Sergio, Historia del Comunismo en Chile. La era de Recabarren, Lom Ediciones, Santiago de Chile, 2011; Pinto, Julio, Luis Emilio Recabarren. Una biografía histórica, Lom Ediciones, Santiago de Chile, 2013.

38. Grez, Sergio, Los anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de “la Idea” en Chile, 1893-1915, Lom Edciones, Santiago de Chile, 2007.

39. Godoy, Eduardo, “El discurso moral de los anarquistas chilenos en torno al alcohol a comienzos del siglo xx”, en Yáñez, Juan Carlos (Editor), Alcohol y trabajo. El alco-hol y la formación de las identidades laborales en Chile. Siglo XIX y XX, Universidad de Los Lagos, Osorno, 2008, pp. 121-144; Martínez, Ricardo, “La taberna o la bibliote-ca. Los socialistas argentinos y el problema del papel del alcohol en la vida obrera”, en Herrera, Patricio y Yáñez, Juan Carlos (comp.), Alcohol y trabajo en América Latina, siglos XVII-XX. Experiencias económicas, políticas y culturales, América en Mo-vimiento, Valparaíso, 2019, pp. 111-138.

40. Bravo Elizondo, Pedro, Cultura y teatro obreros en Chile, 1900-1930, Ediciones Mi-chay, Madrid, 1986; Pereira, Sergio, Antología crítica de la dramaturgia anarquista en Chile, Editorial de la Universidad de Santiago, Santiago de Chile, 2005; Grez, Sergio, “¿Teatro ácrata o teatro obrero? Chile, 1895-1927”, en Estudios Avanzados, N° 15, junio 2011, pp. 9-29.

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Una de las claves para seguir avanzando en el conocimiento de la cultura obrera, es ampliar el marco de análisis de los fenómenos que contribuyen a su proceso de formación, dejando de pensar las actividades culturales solo como formas de resistencia. Si a veces se insiste en señalar que la cultura de los secto-res subalternos le debe mucho a la cultura de los grupos dominantes, también se puede caer en el otro extremo de pensar que los sectores populares están en una permanente resistencia y lucha en contra el Estado y los grupos que los dominan. Con ello se olvida de historiar los momentos de encuentro, de distención y de desprendimiento (en el sentido que Lutdke le da a este último término), en donde, precisamente, se recrea la cultura obrera. Como dice Denys Couché, siguiendo a Michel De Certeau:

“En efecto, el olvido de la dominación y no la resistencia a la dominación es lo que hace posible que las clases populares tengan actividades cul-turales autónomas. Los lugares y los momentos que no participan de la confrontación desigual son múltiples y variados: el paréntesis del domingo, la casa que se arregla a la manera de cada uno, los lugares y los momentos de sociabilidad entre pares (cafés, juegos), etc.”.41

Por ello resulta necesario abrirse al estudio de actividades culturales en-marcadas en el tiempo libre, el ocio y el consumo de masas. Esto no implica olvidarse de los aspectos que dan cuenta de lo que podríamos llamar la cultura oficial (línea programáticas de partidos, fiestas sindicales, eventos académicos, charlas políticas, entre otros), considerando que muchas de las políticas socio-culturales llevadas a la cabo por las autoridades se promovieron en un marco de financiamiento público, pero donde se discutían aspectos muy poco regulados y que no dejaban de ser considerados como autónomos: el tiempo luego de la jornada de trabajo. En el fondo, este libro trata un poco de esto. Qué tan “libre” podía ser considerado el tiempo libre, esas horas que los obreros habían ganado para sí luego de muchas batallas.

La corriente de estudios transnacionales, o lo que algunos llaman la his-toria transnacional del trabajo,42 ofrece perspectivas interesantes para abordar los procesos que se han venido analizando en esta introducción. Parte de la

41. Couché, Denys, La noción de cultura en las ciencias sociales, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1999, p. 93 (las cursivas son nuestras).

42. van der Linden, Marcel, Historia transnacional del trabajo, ned-Instituto de Historia Social, Valencia, 2006.

introducción

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discusión sobre el tiempo libre, la reducción de la jornada laboral, el esparci-miento o el consumo, entre otros temas, se dieron en instancias internacionales y que son difundidas por intelectuales con vocación internacional.

Los debates sobre la reducción de la jornada laboral se apoyaron en las legislaciones de otros países, y en la difusión de principios por parte de los orga-nismos internacionales y las burocracias nacionales. La jornada de ocho horas se impuso porque se avenía bien con una división tripartita del día, en considera-ción de que las personas podían destinar ocho horas a la recreación y ocho horas al descanso, pero, además –aspecto que no siempre es destacado–, porque se adaptaba bien a múltiples realidades sociales, económicas y culturales. Así se ex-plica la ola de reformas sociales que se impuso en muchos países de forma simul-tánea entre los años 1910 y 1920. De igual manera, el debate sobre las 40 horas de trabajo a la semana, que en Francia se resolvió positivamente en 1936 con el Frente Popular,43 en Chile se manifestó tibiamente y las organizaciones obre-ras optaron por otros beneficios. ¿El por qué un mismo problema –la jornada semanal de trabajo– se resolvió de manera distinta? La historia transnacional y comparativa puede ayudar a encontrar algunas respuestas. De igual forma, los debates sobre el tiempo libre se enriquecieron por las discusiones ofrecidas en congresos especializados sobre la materia y recomendaciones emanadas de la Organización Internacional del Trabajo (oIT).

La recepción de estas ideas y debates del exterior, no consistió en su simple reproducción en el plano local. Los procesos de adaptación y de traducción que hicieron los intelectuales y técnicos chilenos a la cultura nacional, junto a una serie de otras estrategias, ayudan a entender cómo el influjo de ideas del exterior y las políticas socioculturales sobre el trabajo y el tiempo libre discutidas en el plano local dieron origen a una realidad nueva.

En síntesis, una nueva historia del trabajo no puede reducir lo social a lo popular o que conciba lo laboral restringido a las prácticas productivas y luchas sindicales. Los aspectos socioculturales, asociados a las luchas en torno al tiem-po de trabajo y dimensiones afines, son un buen ejemplo de las opciones que se abren para una historia renovadora.

El objetivo central de este libro es ofrecer un conjunto de análisis sobre el trabajo y los conflictos suscitados en torno al uso que los trabajadores le dieron al tiempo –dentro y fuera de la fábrica– en la primera mitad del siglo xx.44 Si bien

43. Delperrié de Bayac, Jacques, Histoire du Front Populaire, Fayard, Paris, 1972.

44. Para una introducción a la problemática del tiempo y trabajo, proveniente de tres áreas culturales diferentes, ver Stedman Jones, Gareth, “¿Expresión de clase o

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Chile aprobó el año 2005 la semana laboral de 45 horas, los debates sobre el tiem-po de trabajo se han reactivado en los últimos años debido a las diferentes pro-puestas para reducir la jornada de trabajo, lo cual obliga a la disciplina histórica a preguntarse cómo fueron resueltos los dilemas que se plantearon en la primera mitad del siglo xx, a propósito de la reducción de la jornada laboral, los tiempos muertos, el “San Lunes”, la jornada continua y el tiempo libre, entre otros temas.

El marco temporal (1900-1950) corresponde, por una parte, al inicio de las luchas y debates por el descanso dominical y la reducción de la jornada laboral y, por otra, a la post Segunda Guerra Mundial –e inicio de la Guerra Fría– la cual cierra un ciclo de debates, conflictos y construcción de consensos en torno a las políticas socioculturales sobre el uso del tiempo libre de los trabajadores. Gran parte de estas reflexiones han sido presentadas en los últimos años en distintas revistas y encuentros académicos, aunque dos de los siete artículos que comprenden el presente libro son inéditos.

El primer capítulo –Trabajo, legislación y tiempo– introduce en la discusión de las categorías que atraviesan la conformación de la sociedad salarial, y or-ganizan lo que se podría llamar la cultura obrera. El trabajo, como actividad inserta en un proceso productivo, devino en el elemento estructurador de la so-ciedad moderna y elemento clave de la identidad de clase. El tiempo –registrado y cuantificado– en tanto indicador de la productividad y de la regeneración de la fuerza laboral, se transformó en ámbito de disputa. La legislación, entonces, no solamente reguló los aspectos referidos a las condiciones laborales, sino, indirectamente, tuvo efectos concretos en la forma de percibir y relacionarse con el tiempo, junto a la definición y normalización de las diferentes etapas de la vida.

El segundo capítulo –Jornada de trabajo y descanso dominical45– aborda las luchas de los sectores obreros organizados por la reducción de la jornada laboral y el derecho al descanso dominical. Muchas de las demandas dieron cuenta más de las preocupaciones de la dirigencia obrera que de los propios trabajadores,

control social? Crítica de las últimas tendencias de la historia social del ocio”, en Lenguajes de clase: estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa, Siglo xxI Edi-tores, Madrid, 1989, pp. 72-85; Rosenzweig, Roy, Eight Hours for What We Will: Workers and Leisure in an Industrial City, 1870-1920, Cambridge University Press, New York, 1985; Jáuregui, Ramón, Egea, Francisco y de la Puerta, Javier, El tiempo que vivimos y el reparto del trabajo, Editorial Paidós, Barcelona, 1998.

45. Publicado originalmente en la Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, N° 26, 2004 con el título “Legislación laboral y organización productiva. Jornada de trabajo y descanso dominical en Chile: 1901-1925”.

quienes organizaban su tiempo de acuerdo con sus propias necesidades. Se des-tacan, en particular, las posiciones del líder obrero Luis Emilio Recabarren y las contradicciones presentes en cuanto a apoyar o no la naciente legislación social.

El tercer capítulo –El “San lunes” y el control de la mano de obra46– aborda el “San Lunes” como una estrategia de los trabajadores por lograr parte del control de su propio tiempo. Lo extendido de esta práctica es algo que no puede ser de-terminado, aunque al parecer los discursos de la clase dirigente decían relación más bien con una disposición crítica en contra de lo extendido que estaba el alco-holismo y la falta de productividad de la mano de obra chilena. Parte de las nego-ciaciones en torno a la reducción de la jornada laboral incluyeron la posibilidad de garantizar un tiempo continuo de trabajo a cambio de que se abandonasen prácticas tradicionales como el “San Lunes”.

El capítulo cuatro –Trabajo, paternalismo estatal y tiempo libre47– introduce en la discusión que se dio en los años 1930 y 1940 sobre el tiempo libre. El es-tablecimiento de una jornada de 48 horas semanales, junto a dos semanas de vacaciones pagadas que estableció el Código Laboral de 1931, colocaron en el centro del debate el mejor uso que los trabajadores debían darle a su tiempo libre. Para ello se recurre a los estudios sobre el paternalismo para comprender los intereses del Estado, junto a higienistas, dirigentes sindicales y empresarios, en ofrecer actividades de esparcimiento favorables al desarrollo sociocultural de la población. Un lugar central ocupa el Departamento de Extensión Cultural del Ministerio del Trabajo (1932) y la Institución Nacional de Defensa de la Raza y de Aprovechamiento de las Horas Libres (1938).

El capítulo cinco –El uso del tiempo libre en la industria chilena: el caso de los jardines y huertos obreros48– es un análisis concreto de cómo algunas empre-sas destacadas en el área industrial promovieron iniciativas para que los tra-bajadores, junto a sus familias, ocuparan su tiempo libre en actividades sanas y recreativas. Si bien los jardines y huertos obreros habían nacido como una respuesta urbana al problema de la vivienda y como vía para el desarrollo de

46. Publicado originalmente en la Revista de Historia y Geografía, N° 18, 2004, con el título “Entre el derecho y el deber. El “San Lunes” en el ideario laboral chileno (1900-1920)”.

47. Publicado originalmente en la revista Historia, N° 49, 2016, con el título “Trabajo y políticas culturales sobre el tiempo libre: Santiago de Chile, década de 1930”.

48. Publicado originalmente junto con Claudia Deichler en la Revista Mundo Agrario N° 42, 2018, con el titulo “Los huertos obreros y la agricultura familiar. Santiago de Chile: 1930-1945”.

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una incipiente economía familiar, su adaptación a las poblaciones industriales da cuenta de otros usos que tuvieron en el discurso empresarial.

El capítulo seis –El establecimiento de la jornada continua en 194249– analiza el contexto y las propuestas que permitieron aprobar la jornada continua de trabajo, en el marco de la crisis económica generada por la Segunda Guerra Mundial. En especial, se presenta el debate generado en su aplicación y las posi-ciones que asumieron empresarios y trabajadores para postergar su aprobación.

El capítulo siete –Ocio, tiempo libre y turismo en el mundo del trabajo, 1930-1950– ofrece un recuento historiográfico sobre los distintos enfoques que han abordado el desarrollo del tiempo libre y turismo en Chile y en algunos paí-ses latinoamericanos, dando cuenta del poco interés que ha tenido la temática en Chile y la oportunidad de ofrecer una nueva historia del trabajo.

Una publicación como ésta es fruto de años de reflexiones, lecturas e inves-tigaciones que unas líneas no pueden dar cuenta, así como de los agradecimien-tos a muchas personas que me han permitido avanzar en mis estudios sobre la historia del trabajo en Chile. En especial agradezco las facilidades para inves-tigar que me ha ofrecido la Universidad de Valparaíso, su Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas, y su Escuela de Administración Hotelera y Gastronómica. También agradecer el esfuerzo que está llevando a cabo el Centro de Investigación en Innovación, Desarrollo Económico y Políticas Sociales de la Universidad de Valparaíso (CIDEP) y su director, Patricio Herrera, en promover una línea de publicaciones. Espero, por último, que este libro ayude a alimentar el debate contingente que se ha instalado en nuestro país sobre el tiempo de trabajo y la reducción de la jornada laboral.

49. Publicado originalmente en la Revista de Derecho, N° 45, 2015, con el título “El con-trol del tiempo de trabajo: El establecimiento de la jornada laboral continua en Chile en 1942”.