el tesoro sin fondo

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cuento de las mil y una noches

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EL TESORO SIN FONDO

Y dijo Schehrazada: He llegado a saber, oh rey afortunado! oh dotado de buenas maneras! que el califa Harn Al-Raschid que era el prncipe ms generoso de su poca y el ms magnfico, a veces tena la debilidad (slo Alah no tiene debilidades!) de alardear, en la conversacin, de que ningn hombre entre los vivos competa con l en generosidad y en mano abierta. Y he aqu que un da, mientras l se alababa as de los dones que, en suma, no le haba concedido el Retribuidor ms que para que precisamente usase de ellos con generosidad, el gran visir Giafar alma delicada, no quiso que su seor continuara por ms tiempo faltando al deber de la humildad para con Alah. Y resolvi tomarse la libertad de abrirle los ojos. Se prostern, pues, entre sus manos, y despus de besar por tres veces la tierra, le dijo: "Oh Emir de los Creyentes! oh corona de nuestras cabezas! perdona a tu esclavo si se atreve a alzar la voz en tu presencia para advertirte que la principal virtud del creyente es la humildad ante Alah, nica cosa de que puede estar orgullosa la criatura. Porque todos los bienes de la tierra, y todos los dones del espritu, y todas las cualidades del alma no son para el hombre ms que un simple prstamo del Altsimo (exaltado sea!). Y el hombre no debe enorgullecerse de este prstamo ms que el rbol por estar cargado de frutos o el mar por recibir las aguas del cielo. En cuanto a las alabanzas que te merece tu munificencia, mejor es que dejes las hagan tus sbditos, que sin cesar dan gracias al cielo por haberles hecho nacer en tu imperio, y que no tienen otro gusto que pronunciar tu nombre con gratitud!" Luego aadi: "Por otra parte!, oh mi seor no creas que eres el nico a quien Alah ha cubierto con sus inestimables dones! Sabe, en efecto, que en la ciudad de Bassra hay un joven que, aunque es un simple particular vive con ms fasto y magnificencia que los reyes ms poderosos. Se llama Abulcassem, y ningn prncipe en el mundo, incluso el Emir de los Creyentes mismo, le iguala en mano abierta y en generosidad Cuando el califa hubo odo estas ltimas palabras de su visir, se sinti extremadamente despechado, y se puso muy colorado y se le inflamaron los ojos; y mirando a Giafar con altivez, le dijo: "Mal hayas!, oh perro entre los visires! cmo te atreves a mentir delante de tu seor, olvidando que semejante conducta acarrear tu muerte sin remedio?" Y contest Giafar: "Por vida de tu cabeza, oh Emir de los Creyentes! que las palabras que os pronunciar en tu presencia son palabras de verdad! Y si he perdido todo crdito en tu nimo, puedes comprobarlas y castigarme luego si te parece que son falsas. Por lo que a m respecta, oh mi seor! no temo afirmarte que en mi ltimo viaje a Bassra he sido el husped deslumbrado del joven Abulcassem. Y todava no han olvidado mis ojos lo que han visto, mis odos lo que han odo, y mi espritu lo que le ha encantado. Por eso, aun a riesgo de atraerme la desgracia de mi seor, no puedo menos de proclamar que Abulcassem es el hombre ms magnfico de su tiempo!" Y tras de hablar as, call Giafar. El califa, en el lmite de la indignacin, hizo sea al jefe de los guardias para que detuviese a Giafar. Y en el momento se ejecut la orden. Y despus de aquello, Al-Raschid sali de la sala, y sin saber cmo desahogar su clera, fu al aposento de su esposa Sett Zobeida, que palideci de espanto al verle con el rostro de los das negros. Y con las cejas contradas y los ojos dilatados, Al-Raschid fu a echarse en el divn, sin pronunciar una palabra. Y Sett Zobeida, que saba cmo abordarle en sus momentos de mal humor, se guard mucho de importunarle con preguntas ociosas; pero tomando un aire de extremada inquietud, le llev una copa llena de agua perfumada de rosa, y ofrecindosela, le dijo: "El nombre de Alah sobre ti, oh hijo del to! Que esta bebida te refresque y te calme! La vida est formada de dos colores: blanco y negro. Ojal marque tus largos das slo el blanco!" Y dijo Al-Raschid: "Por el mrito de nuestros antecesores, los gloriosos, que marcar mi vida el negro, oh hija del to! Mientras vea delante de mis ojos al hijo del Barmecida, a ese Giafar de maldicin, que se complace en criticar mis palabras, en comentar mis acciones y en dar preferencia sobre m a oscuros particulares de entre mis sbditos!" Y enter a su esposa de lo que acababa de pasar, y se quej a ella de su visir en trminos que le hicieron comprender que la cabeza de Giafar corra aquella vez el mayor peligro. As es que al principio no dej ella de abundar en el sentir de l, manifestando su indignacin por ver que el visir se permita tales libertades para con su soberano. Luego, muy hbilmente, le hizo ver que era preferible diferir el castigo slo el tiempo preciso para enviar a Bassra a cualquiera que diese fe de la cosa. Y aadi: "Entonces podrs asegurarte de la verdad o de la falsedad de lo que te ha contado Giafar y tratarle en consecuencia". Y Harn, a quien haba calmado a medias el lenguaje lleno de cordura de su esposa, contest: "Verdad dices, oh Zobeida! Ciertamente, debo esa justicia a un hombre cual el hijo de Yahia. Y como no puedo tener una confianza absoluta en la relacin que me haga quien enve a Bassra, quiero ir yo mismo a esa ciudad para comprobar la cosa. Y entablar conocimiento con ese Abulcassem. Y te juro que le costar la cabeza a Giafar si me ha exagerado la generosidad de ese joven o si me ha dicho mentira". Y sin ms tardanza en ejecutar su proyecto, se levant en aquella hora y en aquel instante, y sin querer escuchar lo que deca Sett Zobeida para decidirle a no hacer completamente solo ese viaje, se disfraz de mercader del Irak, recomend a su esposa que durante su ausencia velara por los asuntos del reino, y saliendo del palacio por una puerta secreta, abandon Bagdad. Y Alah le escribi la seguridad; y lleg sin contratiempo a Bassra, y par en el khan principal de los mercaderes. Y sin tomarse tiempo siquiera para descansar y probar un bocado, se apresur a interrogar al portero del khan acerca de lo que le interesaba, preguntndole, despus de las frmulas de la zalema: "Es cierto, oh jeique! que en esta ciudad hay un hombre llamado Abulcassem que supera a los reyes en generosidad, en mano abierta y en magnificencia?" Y contest el viejo portero, meneando la cabeza con aire suficiente: "Alah haga descender sobre l Sus bendiciones! Qu hombre no ha sentido los efectos de su generosidad? Por mi parte, ya sidi! aun cuando en mi cara tuviera cien bocas y en cada una cien lenguas y en cada lengua un tesoro de elocuencia, no podra hablarte como es debido de la admirable generosidad del seor Abulcassem!" Y luego, como llegaran de viaje con sus fardos otros mercaderes, el portero del khan no tuvo tiempo de ser ms explcito. Y Harn se vi obligado a alejarse, y subi a reponer sus fuerzas y a descansar algo aquella noche. Al da siguiente, muy de maana, sali del khan y fu a pasearse por los zocos. Y cuando los mercaderes hubieron abierto sus tiendas, se acerc a uno de ellos, al que le pareci el de ms importancia, y le rog que le indicara el camino que conduca a la morada de Abulcassem. Y el mercader, muy asombrado, le dijo: "De qu lejano pas llegas para ignorar la morada del seor Abulcassem? Aqu es ms conocido que lo que fu nunca un rey en su propio imperio!" Y Harn manifest que, en efecto, llegaba de muy lejos; pero que el objeto de su viaje era precisamente entablar conocimiento con el seor Abulcassem. Entonces el mercader orden a uno de sus criados que sirviera de gua al califa, dicindole: "Conduce a este honorable extranjero al palacio de nuestro magnfico seor!" Y he aqu que el tal palacio era un palacio admirable. Y estaba enteramente construido con piedras de talla en mrmol jaspeado, con puertas de jade verde. Y Harn qued maravillado de la armona de su construccin; y al entrar en el patio vi una multitud de pequeos esclavos blancos y negros, elegantemente vestidos, que se divertan jugando en espera de las rdenes de su amo. Y abord a uno de ellos y le dijo: "Oh joven! te ruego que vayas a decir al seor Abulcassem: "Oh mi seor! en el patio hay un extranjero que ha hecho el viaje de Bagdad a Bassra con el slo propsito de regocijarse los ojos con tu rostro bendito!" Y el joven esclavo al punto advirti en el lenguaje y el aspecto de quien se diriga a l que no era un hombre vulgar. Y corri a avisar a su amo, el cual fu hasta el patio para recibir al husped extranjero. Y despus de las zalemas y los deseos de bienvenida, le cogi de la mano y le condujo a una sala que era hermosa por s propia y por su perfecta arquitectura. Y en cuanto estuvieron sentados en el amplio divn de seda bordada de oro que daba vuelta a la sala, entraron doce esclavos blancos, jvenes y muy hermosos, cargados con vasos de gata y de cristal de roca. Y los vasos estaban enriquecidos de gemas y de rubes y llenos de licores exquisitos. Luego entraron doce jvenes como lunas, que llevaban fuentes de porcelana llenas de frutas y de flores las unas, y grandes copas de oro llenas de sorbetes de nieve de un sabor excelente las otras. Y aquellos jvenes esclavos y aquellas jvenes miraron si estaban en su punto los licores, los sorbetes y los dems refrescos antes de presentrselos al husped de su seor. Y prob Harn aquellas diversas bebidas, y aunque estaba acostumbrado a las cosas ms deliciosas de todo el Oriente, hubo de confesar que jams haba bebido nada comparable a ellas. Tras de lo cual, Abulcassem hizo pasar a su convidado a una segunda sala, donde estaba servida una mesa cubierta de platos de oro macizo con los manjares ms delicados. Y con sus propias manos le ofreci los bocados selectos. Y a Harn le pareci extraordinario el aderezo de los tales manjares. Luego, terminada la comida, el joven cogi de la mano a Harn y le llev a una tercera sala, amueblada con ms riqueza que las otras dos. Y unos esclavos, ms hermosos que los anteriores, llevaron una prodigiosa cantidad de vasos de oro incrustados de pedreras y llenos de toda clase de vinos, como tambin tazones de porcelana llenos de confituras secas y bandejas cubiertas de pasteles delicados. Y mientras Abulcassem serva a su convidado, entraron cantarinas y taedoras de instrumentos, dando principio a un concierto que habra conmovido al granito. Y se deca Harn en el lmite del entusiasmo: "En mi palacio tengo, ciertamente, cantarinas de voces admirables, y aun cantores como Ishak, que no ignoran ningn resorte del arte; pero ninguno de ellos podra compararse con stas! Por Alah! cmo ha podido arreglarse un simple particular, un habitante de Bassra, para reunir semejante ramillete de cosas perfectas?" Y en tanto que Harn estaba particularmente atento a la voz de una almea, cuya dulzura le encantaba, Abulcassem sali de la sala y volvi un momento despus llevando en una mano una varita de mbar y en la otra un arbolito con el tronco de plata, las ramas y las hojas de esmeraldas y las frutas de rubes. Y en la copa de aquel rbol estaba encaramado un pavo real de una hermosura que glorificaba a quien lo haba fabricado. Y dejando aquel rbol a los pies del califa, Abulcassem toc con su varita la cabeza del pavo real. Y al punto la hermosa ave abri sus alas y despleg el esplendor de su cola, y se puso a girar con rapidez sobre s misma. Y a medida que giraba esparca por todos lados emanaciones tenues de perfumes de mbar, de nadd, de loe y otros olores de que estaba lleno y que embalsamaban la sala. Pero estando Harn ocupado en contemplar el rbol y el pavo real, Abulcassem cogi con brusquedad uno y otro y se los llev. Y Harn se resinti mucho por aquel acto inesperado, y dijo para s: "Por Alah! qu cosa tan extraa! Y qu significa todo esto? Y es as como se portan los huspedes con sus invitados? Me parece que este joven no sabe hacer las cosas tan bien como Giafar me hizo presumir. Me quita el rbol y el pavo real cuando me ve ocupado precisamente en mirarlos. Sin duda alguna teme que yo le ruegue que me lo regale. Ah! no me pesa haber comprobado por m mismo esa famosa generosidad que, segn mi visir, no tiene igual en el mundo!" Mientras asaltaban el espritu del califa estos pensamientos, el joven Abulcassem volvi a la sala. Y le acompaaba un joven esclavo tan hermoso como el sol. Y aquel amable nio llevaba un traje de brocato de oro realzado con perlas y diamantes. Y tena en el mano una copa hecha de un solo rub y llena de un vino de prpura. Y se acerc a Harn, y despus de besar la tierra entre sus manos le present la copa. Y Harn la cogi y se la llev a los labios. Pero cual no sera su asombro cuando, tras de beberse el contenido, advirti, al devolvrsela al lindo esclavo, que todava estaba llena hasta el borde! As es que la cogi otra vez de manos del nio, y llevndosela a la boca la vaci hasta la ltima gota. Luego se la entreg al esclavito, observando que de nuevo se llenaba sin que nadie vertiese nada dentro. Al ver aquello, Harn lleg al lmite de la sorpresa, y no pudo por menos de preguntar a que obedeca. Y Abulcassem contest: "Seor, nada tiene de asombroso. Esta copa es obra de un antiguo sabio que posea todos los secretos de la tierra!" Y habiendo pronunciado estas palabras, cogi de la mano al nio y sali de la sala con precipitacin. Y el impetuoso Harn se indign ya. Y pens: "Por vida de mi cabeza! o este joven ha perdido la razn, o lo que todava es peor, no ha conocido nunca los miramientos que se deben al husped y las buenas maneras. Me trae todas esas curiosidades sin que yo se las pida, las ofrece a mis ojos, y cuando advierte que me gusta verlas se las lleva. Por Alah, que jams vi nadie tan mal educado y tan grosero! Maldito Giafar! Ya te ensear, si Alah quiere, a juzgar a los hombres y a revolver la lengua en la boca antes de hablar!" En tanto que Al-Raschid se haca estas reflexiones acerca del carcter de su husped, le vi entrar en la sala por tercera vez. Y a algunos pasos de l le segua una joven como no se encontrara ms que en los jardines del Edn. Y estaba toda cubierta de perlas y de pedreras y aun ms ataviada con su belleza que con sus galas. Y al verla, Harn se olvid del rbol, del pavo real y de la copa inagotable, y sinti que el encanto le penetraba el alma. Y despus de hacerle una profunda reverencia, la joven fu a sentarse entre sus manos, y en un lad hecho de madera de loe, de marfil, de sndalo y de bano, se puso a tocar de veinticuatro maneras diferentes, con un arte tan perfecto, que Al-Raschid no pudo contener su admiracin, y exclam: "Oh jovenzuela! cun digna de envidia es tu suerte!" Pero en cuanto Abulcassem not que su convidado estaba encantado de la joven, la cogi de la mano al punto y se la llev de la sala con presteza. Cuando el califa vi aquella conducta de su husped, qued extremadamente mortificado, y temiendo dejar estallar su resentimiento, no quiso permanecer ms tiempo en una morada donde se le reciba de manera tan extraa. As es que, en cuanto el joven volvi a la sala, le dijo, levantndose: "Oh generoso Abulcassem! estoy muy confundido, en verdad, de la manera como me has tratado, sin conocer mi rango y mi condicin. Permteme, pues, que me retire y te deje tranquilo, sin abusar por ms tiempo de tu munificencia". Y por temor a molestarle, no quiso el joven oponerse a su deseo, y hacindole una graciosa reverencia, le condujo hasta la puerta de su palacio, pidindole perdn por no haberle recibido tan magnficamente como se mereca. Y Harn emprendi de nuevo el camino de su khan, pensando con amargura: "Qu hombre tan lleno de ostentacin ese ese Abulcassem! Se complace en poner de manifiesto sus riquezas a los ojos de los extraos para satisfacer su orgullo y su vanidad. Si en eso estriba su largueza, ser yo un insensato y un ciego. Pero no! En el fondo, ese hombre no es ms que un avaro de la especie ms detestable. Y pronto sabr Giafar lo que cuesta engaar a su soberano con la ms vulgar mentira!"Y reflexionando de tal suerte, Al-Raschid lleg a la puerta del khan. Y vi en el patio de entrada un gran cortejo en forma de media luna, compuesto de un nmero considerable de jvenes esclavos blancos y negros, los blancos a un lado y los negros a otro. Y en el centro de la media luna se mantena la hermosa joven del lad que le haba encantado en el palacio de Abulcassem, teniendo a su derecha al amable nio cargado con la copa de rubes y a su izquierda a otro muchacho, no menos simptico y hermoso, cargado con el rbol de esmeraldas y el pavo real. No bien Al-Raschid franque la puerta del khan, todos los esclavos se prosternaron en el suelo, y la exquisita joven avanz entre sus manos y le present en un cojn de brocato un rollo de papel de seda. Y Al-Raschid, muy sorprendido de todo aquello, cogi la hoja, la desenroll, y vi que contena estas lneas: "La paz y la bendicin para el husped encantador cuya llegada honr nuestra morada y la perfum. Y ahora, oh padre de los convidados graciosos! dgnate posar tu vista en los escasos objetos sin valor que enva a tu seora nuestra mano de poco alcance, y admitirlos de parte nuestra como humilde homenaje de nuestra lealtad para con el que ha iluminado nuestro techo. Hemos notado, en efecto, que los diversos esclavos que forman el cortejo, los dos muchachos y la joven, as como el rbol, la copa y el pavo real, no han desagradado de particular manera a nuestro convidado; y por eso le suplicamos que los considere como si siempre le hubiesen pertenecido. Por lo dems, de Alah viene todo y a El retorna todo. Uassalam!"

Cuando Al-Raschid hubo acabado de leer esta carta y hubo comprendido todo su sentido y todo su alcance, qued extremadamente maravillado de semejante largueza, y exclam: "Por los mritos de mis antecesores (Alah honre sus rostros!), convengo en que he juzgado mal al joven Abulcassem! Qu eres t, liberalidad de Al-Raschid, al lado de semejante liberalidad? Caigan sobre tu cabeza las bendiciones de Alah, oh visir mo Giafar! que eres causa de que yo me haya curado de mi falso orgullo y de mi arrogancia! He aqu que, en efecto, sin la menor pena y sin que parezca molestarle lo ms mnimo, un simple particular acaba de exceder en generosidad y en munificencia al monarca ms rico de la tierra!" Luego, recapacitando de pronto, pens: "Bueno; pero, por Alah, cmo un simple particular puede ofrecer tales presentes, y dnde ha podido procurarse o encontrar tantas riquezas? Y cmo es posible que un hombre lleve en mis Estados una vida ms fastuosa que la de los reyes sin que sepa yo por qu medio ha llegado a semejante grado de riqueza? Es preciso, en verdad, que sin tardanza, y aun a riesgo de parecer inoportuno, vaya a comprometerle para que me descubra cmo ha podido reunir una fortuna tan prodigiosa!" Al punto, dominado por la impaciencia de satisfacer su curiosidad, dejando en el khan a sus nuevos esclavos y lo que le llevaban, Al-Raschid volvi al palacio de Abulcassem. Y cuando estuvo en presencia del joven, le dijo, despus de las zalemas: "Oh mi generoso seor! Alah aumente sobre ti Sus beneficios y haga durar los favores de que te ha colmado! Pero son tan considerables los presentes que me ha hecho tu mano bendita, que temo, al aceptarlos, abusar de mi calidad de convidado y de tu generosidad sin igual. Permite, pues, que, sin temor a ofenderte, me sea dable devolvrtelos, y que, encantado de tu hospitalidad, vaya a Bagdad, mi ciudad, a publicar tu magnificencia!" Pero Abulcassem contest con un aire muy afligido: "Al hablar as, seor, sin duda es porque tienes algn motivo de queja de mi recibimiento, o acaso porque mis presentes te han desagradado por su poca importancia. De no ser as no habras vuelto desde tu khan para hacerme sufrir esta afrenta". Y Harn, disfrazado siempre de mercader, contest: "Alah me libre de responder a tu hospitalidad con semejante proceder, oh ms que generoso Abulcassem! Mi venida obedece nicamente al escrpulo que me asalta al verte prodigar as objetos tan raros a extranjeros a quienes has visto por primera vez, y a mi temor de ver agotarse, sin que recojas de ello la satisfaccin que mereces, un tesoro que, por muy inagotable que sea, debe tener un fondo!" Al or estas palabras de Al-Raschid, Abulcassem no pudo por menos de sonrer, y contest: "Calma tus escrpulos, oh mi seor! si verdaderamente es se el motivo que me ha procurado el placer de tu visita. Has de saber, en efecto, que todos los das de Alah pago las deudas que tengo con el Creador (glorificado y exaltado sea!), haciendo a los que llaman a mi puerta uno o dos o tres regalos equivalentes a los que estn entre tus manos. Porque el tesoro que me concedi el Distribuidor de riquezas es un tesoro sin fondo". Y como viera reflejarse un asombro grande en las facciones de su husped, aadi: "Ya veo, oh mi seor! que es preciso que te haga confidente de ciertas aventuras de mi vida y que te cuente la historia de ese tesoro sin fondo, que es una historia tan asombrosa y tan prodigiosa, que si se escribiera con agujas en el ngulo interior del ojo servira de enseanza a quien la leyera con atencin!"Y tras de hablar as, el joven Abulcassem cogi de la mano a su husped y le condujo a una sala llena de frescura, donde perfumaban el aire varios pebeteros muy gratos y donde se vea un amplio trono de oro con ricos tapices para los pies. Y el joven hizo subir a Harn al trono, se sent a su lado y empez de la manera siguiente su historia: "Has de saber, oh mi seor! (Alah es seor de todos nosotros!) que soy hijo de un gran joyero, oriundo de El Cairo, que se llamaba Abdelaziz. Pero, aunque nacido en El Cairo, como su padre y su abuelo, mi padre no haba vivido toda su vida en su ciudad natal. Porque posea tantas riquezas, que, temiendo atraerse la envidia y la codicia del sultn de Egipto, que en aquel tiempo era un tirano sin remedio, se vi obligado a dejar su pas y a venir a establecerse en esta ciudad de Bassra, a la sombra tutelar de los Bani-Abbas. (Qu Alah extienda sobre ellos sus bendiciones!) Y mi padre no tard en casarse con la hija nica del mercader ms rico de la ciudad. Y yo nac de este matrimonio bendito. Y antes de m y despus de m no vino a aumentar la genealoga ningn otro fruto. De modo que, al incautarme de todos los bienes de mi padre y de mi madre despus de su muerte (Alah les conceda la salvacin y est satisfecho de ellos!), tuve que administrar, muy joven todava, una gran fortuna en bienes de todas clases y en riquezas. Pero como me gustaba el dispendio y la prodigalidad, me dediqu a vivir con tanta profusin, que en menos de dos aos se vi disipado todo mi patrimonio. Porque, oh mi seor! de Alah nos viene todo y a El vuelve todo! Entonces, vindome en un estado de completa penuria, me puse a reflexionar sobre mi conducta pasada. Y pensando en la vida y el papel que haba hecho en Bassra, resolv dejar mi ciudad natal para ir a pasar en otra parte das miserables: que la pobreza es ms soportable ante ojos extraos. Vend, pues, mi casa, nica hacienda que me quedaba, y me agregu a una caravana de mercaderes, con los cuales fui primero a Mossul y luego a Damasco. Tras de lo cual atraves el desierto para ir en peregrinacin a la Meca; y desde all volv al gran Cairo, cuna de nuestra raza y de nuestra familia. Y he aqu que, estando yo en aquella ciudad de hermosas casas y de mezquitas innumerables, rememor que all era donde haba nacido Abdelaziz, el rico joyero, y al recordarlo no pude por menos de lanzar profundos suspiros y de llorar. Y me figur el dolor de mi padre si hubiese visto la deplorable situacin de su hijo nico y heredero. Y preocupado con estos pensamientos que me enternecan, llegu, paseando, a orillas del Nilo, por detrs del palacio del sultn. Y he aqu que en una ventana apareci una cabeza arrebatadora, que me dej inmvil mirndola. Pero de repente se retir, y no vi nada ms. Y permanec all con beatitud hasta la noche, esperando en vano una nueva aparicin. Y acab por retirarme, aunque muy a mi pesar, e ir a pasar la noche en el khan donde paraba. Pero al da siguiente, como se ofrecieran a mi espritu sin cesar las facciones de la jovenzuela, no dej de apostarme debajo de la ventana consabida. Pero fueron vanas mi paciencia y mi esperanza, pues no se mostr el delicioso rostro, si bien se estremeci un poco la cortina de la ventana, y cre adivinar tras de la celosa un par de ojos babilnicos. Y aquella abstencin me afligi mucho, sin desanimarme, no obstante, porque no dej de volver al mismo sitio al da siguiente. Y cul no sera mi emocin cuando vi entreabrirse la celosa y descorrerse la cortina para dejar aparecer la luna llena de su rostro! Y me apresur a prosternarme con la faz contra la tierra, y levantndome despus, dije: "Oh dama soberana! soy un extranjero llegado hace poco a El Cairo y que ha inaugurado su entrada en esta ciudad con la contemplacin de tu belleza. Ojal que el Destino, que me ha conducido de la mano hasta aqu, acabe su obra con arreglo a los deseos de tu esclavo!" Y me call, esperando la respuesta. Y en vez de contestarme, la joven mostr una actitud tan asustadiza, que no supe si deba permanecer all o echar a correr. Y me decid a permanecer en mi puesto an, insensible a todos los peligros que pudiera correr. Hice bien, pues de pronto la joven se inclin sobre el alfizar de su ventana, y me dijo con voz temblorosa: "Vuelve a medianoche. Pero huye ahora cuanto antes!" Y tras estas palabras, desapareci con precipitacin y me dej en el lmite del asombro, del amor y del jbilo. Y al instante me olvid de mis desgracias y de mi penuria. Y me apresur a volver a mi khan para mandar llamar al barbero pblico, que se dedic a afeitarme la cabeza, los sobacos y las ingles, a arreglarme y a hermosearme. Luego fui al hammam de los pobres, en donde, por algunas monedas, tom un bao perfecto y me perfum y me refresqu para salir de all completamente aseado y con el cuerpo ligero como una pluma. As es que, cuando lleg la hora indicada, a favor de las tinieblas me puse debajo de la ventana del palacio. Y encontr una escala de seda que colgaba desde aquella ventana hasta el suelo. Y como a la sazn no tena nada que perder ms que una vida a la que no me ataba ya ningn lazo y que careca de sentido, trep por la escala y penetr por la ventana al aposento. Atraves rpidamente dos habitaciones y llegu a otra, en donde, sobre un lecho de plata, estaba tendida, sonriendo, la que yo esperaba. Ah, seor mercader, husped mo, qu encanto era aquella obra del Creador! Qu ojos y qu boca! A su vista sent que se me hua la razn, y no pude pronunciar ni una palabra. Pero se incorpor ella a medias, y con una voz ms dulce que el azcar cande me dijo que me acomodara a su lado en el lecho de plata. Luego me pregunt con inters quin era. Y le cont mi historia con toda sinceridad desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad en repetirla. Y he aqu que la joven, que me haba escuchado con mucha atencin, pareci realmente conmovida de la situacin a que hubo de reducirme el Destino. Y al ver yo aquello, exclam: "Oh mi seora! por muy desgraciado que yo sea, ceso de estar quejoso, ya que eres lo bastante buena para compadecerte de mis desgracias!" Y ella tuvo la respuesta oportuna, e insensiblemente nos enredamos en una charla que cada vez se hizo ms tierna e ntima. Y acab ella por declararme que, por su parte, haba sentido cierta inclinacin hacia m al verme. Y exclam: "Loores a Alah, que enternece los corazones y dulcifica los ojos de las gacelas!" A lo cual tuvo ella tambin la respuesta oportuna, y aadi: "Ya que me has enterado de quin eres, Abulcassem, no quiero que sigas ignorando quin soy yo!" Y tras de quedarse silenciosa un momento, dijo: "Sabe, oh Abulcassem! que soy la esposa favorita del sultn y que me llamo Sett Labiba. Pero a pesar de todo el lujo con que vivo aqu, no soy dichosa. Porque, adems de estar rodeada de rivales celosas y prontas a perderme, el sultn, que me ama, no puede llegar a satisfacerme, pues Alah, que distribuye la potencia a los gallos, se olvid de l al hacer la distribucin. Y por eso, al verte bajo mi ventana, lleno de valor y desdeando el peligro, me pareci que eras un hombre potente. Y te he llamado para hacer la experiencia. De ti, pues, depende ahora demostrarme que no me equivoqu en mi eleccin y que tu gallarda es igual a tu temeridad!" Entonces, oh mi seor! yo, que no necesitaba que me incitasen a obrar, puesto que no haba ido all ms que para eso, no quise perder un tiempo precioso cantando versos, como es costumbre en tales circunstancias, y me aprest al asalto. Pero en el mismo momento en que nuestros brazos se enlazaban, llamaron fuertemente a la puerta de la habitacin. Y la bella Labiba me dijo muy asustada: "Nadie tiene derecho para llamar as no siendo el sultn: Estamos vencidos y perdidos sin remedio!" Al punto pens en la escala de la ventana para escaparme por donde haba subido. Pero quiso la suerte que precisamente llegase el sultn por aquel lado; y no me quedaba ninguna probabilidad de fuga. As es que, tomando el nico partido que me quedaba, me escond debajo del lecho de plata, mientras la favorita del sultn se levantaba para abrir.Y en cuanto la puerta estuvo abierta, entr el sultn seguido de sus eunucos, y antes de que yo tuviese tiempo siquiera para darme cuenta de lo que iba a suceder, me sent cogido debajo del lecho por veinte manos terribles y negras, que me sacaron como a un fardo y me levantaron del suelo. Y aquellos eunucos corrieron cargados conmigo hasta la ventana, en tanto que otros eunucos negros, cargados con la favorita, ejecutaban la misma maniobra hacia otra ventana. Y todas las manos a la vez soltaron su carga, precipitndonos ambos desde lo alto del palacio al Nilo. Y he aqu que estaba escrito en mi destino que yo tena que escapar a la muerte por ahogo. Por eso, aunque aturdido por la cada, despus de ir a parar al fondo del ro logr salir a la superficie del agua y ganar, a favor de la oscuridad, la ribera opuesta al palacio. Y libre ya de un peligro tan grande, no quise irme sin haber intentado extraer a aquella cuya prdida fu debida a mi imprudencia, y entr en el ro con ms bros que haba salido, y me sumerg y me volv a sumergir diversas veces para ver si daba con ella. Pero fueron vanos mis propositos, y como me faltaban las fuerzas, me vi en la necesidad de ganar tierra otra vez para salvar mi alma. Y muy triste, me lament por la muerte de aquella encantadora favorita, dicindome que no deb acercarme a ella estando bajo la influencia de la mala suerte, ya que la mala suerte es contagiosa. As es que, penetrado de dolor y abrumado de remordimientos, me apresur a huir de El Cairo y de Egipto y a tomar el camino de Bagdad, la ciudad de paz. Y he aqu que Alah me escribi la seguridad, y llegu a Bagdad sin contratiempos, pero en una situacin muy triste, porque estaba sin dinero y de toda mi fortuna anterior me quedaba un dinar de oro justo en el fondo de mi cinturn. Y no bien fui al zoco de los cambistas, cambi mi dinar en monedas pequeas, y para ganarme la vida compr una bandeja de mimbre y confituras, manzanas de olor, blsamos, dulces secos y rosas. Y me puse a pregonar mi mercanca a la puerta de las tiendas, vendiendo todos los das y ganando para el sustento del da siguiente. Y he aqu que este pequeo comercio me daba buen resultado, porque yo tena una voz hermosa y no pregonaba mi mercanca como los mercaderes de Bagdad, sino cantando en vez de gritar. Y un da en que cantaba con una voz ms clara an que de costumbre, un venerable jeique, propietario de la tienda ms hermosa del zoco, me llam, escogi una manzana de olor de mi bandeja, y tras de aspirar su perfume repetidamente, mirndome con atencin, me invit a sentarme junto a l. Y me sent, y me hizo diversas preguntas, inquiriendo quin era y cmo me llamaba. Pero yo, muy apurado por sus preguntas, contest: "Oh mi seor! relvame de hablar de cosas de que no puedo acordarme sin avivar heridas que el tiempo empieza a cerrar. Porque el solo hecho de pronunciar mi propio nombre sera para m un sufrimiento!" Y deb pronunciar estas palabras suspirando y con un acento tan triste, que el anciano no quiso ni apremiarme a ello. Al punto cambi de conversacin, limitndose a preguntar sobre la venta y compra de mis confituras; luego, despidindose de m, sac de su bolsa diez dinares de oro, que me puso entre las manos con mucha delicadeza, y me abraz como un padre abrazara a su hijo.. Y he aqu que alab con toda mi alma a aquel venerable jeique, cuya liberalidad resultaba para m ms preciosa dada mi penuria, y pens en que los seores ms dignos de consideracin a quienes tena yo costumbre de presentar mi bandeja de mimbre jams me haban dado la centsima parte de lo que acababa de recibir de aquella mano, que no dej de besar con respeto y gratitud. Y al da siguiente, aunque no estaba muy seguro de las intenciones de mi bienhechor de la vspera, no dej tampoco de ir al zoco. Y en cuanto me advirti l, me hizo sea de que me acercara, y cogi un poco de incienso de mi bandeja. Luego me hizo sentar muy cerca de l, y tras de algunas preguntas y respuestas, me invit con tanto inters a contarle mi historia, que aquella vez no pude defenderme sin que se enfadara. Le enter, pues, de quin era y de todo lo que me haba ocurrido, sin ocultarle nada. Y cuando le hube hecho esta confidencia, me dijo, con una gran emocin en la voz: " Oh hijo mo! en m encontrars un padre ms rico que Abdelaziz (Alah est satisfecho de l!) y que no sentir por ti menos afecto. Como no tengo hijos ni esperanzas de tenerlos, te adopto. As, pues, oh hijo mo! calma tu alma y refresca tus ojos, porque, si Alah quiere, vas a olvidar junto a m tus pasados males!" Y habiendo hablado as, me bes y me estrech contra su corazn. Luego me oblig a tirar mi bandeja de mimbre con su contenido, cerr su tienda, y cogindome de la mano me condujo a su morada, donde me dijo: "Maana partiremos para la ciudad de Bassra, que tambin es mi ciudad, y donde quiero vivir contigo en adelante, oh hijo mo!" Y efectivamente, al otro da tomamos juntos el camino de Bassra, mi ciudad natal, adonde llegamos sin contratiempo, gracias a la seguridad de Alah. Y cuantos me encontraban y me reconocan se regocijaban de verme convertido en hijo adoptivo de un mercader tan rico. En cuanto a m, no tengo para qu decirte, seor, que puse toda mi inteligencia y todo mi saber en complacer al anciano. Y estaba l encantado de mis complacencias para con su persona, y me deca a menudo: "Abulcassem, qu da tan bendito fu el de nuestro encuentro en Bagdad! Cun hermoso es mi destino, que te puso en mi camino, oh hijo mo! Y cun digno eres de mi afecto, de mi confianza y de lo que he hecho por ti y pienso hacer para tu porvenir!" Y estaba yo tan conmovido por los sentimientos que me demostraba l, que, a pesar de la diferencia de edad, le quera verdaderamente y me adelantaba a todo lo que pudiera complacerle. As, por ejemplo, en vez de ir a divertirme con los jvenes de mi edad, le haca compaa, sabiendo que le hubiera dado celos la menor cosa o el menor gesto que no tuviese destinado para l. Y he aqu, que al cabo de un ao, mi protector se sinti aquejado, por orden de Alah, de una enfermedad gravsima, hasta el punto de que todos los mdicos desesperaron de curarle. As es que se apresur a llamarme a su lado, y me dijo: "Sea contigo la bendicin, oh hijo mo Abulcassem! Me has dado la felicidad en el transcurso de un ao entero, mientras que la mayora de los hombres apenas pueden contar con un da feliz en toda su vida. Hora es ya, pues, antes de que la Separadora venga a detenerse a mi cabecera, de que pague yo las muchas deudas que contraje contigo. Sabe, pues, hijo mo, que tengo que revelarte un secreto cuya posesin te har ms rico que todos los reyes de la tierra. Porque, si no tuviera yo por toda hacienda ms que esta casa con las riquezas que contiene, me parecera que slo te dejaba una fortuna exigua; pero todos los bienes que he amontonado en el curso de mi vida, aunque considerables para un mercader, no son nada en comparacin del tesoro que quiero descubrirte. No te dir desde cundo, por quin, ni de qu manera se encuentra en nuestra casa el tesoro, pues lo ignoro. Todo lo que s es que es muy antiguo. Mi abuelo, al morir, se lo descubri a mi padre, quien tambin me hizo la misma confidencia pocos das antes de su muerte!" Y tras de hablar as, el anciano se inclin a mi odo, mientras lloraba yo al ver que se le escapaba la vida, y me enter del sitio de la morada en que estaba el tesoro. Luego me asegur que por muy grande que fuese la idea que pudiera yo formarme de las riquezas que encerraba, me pareceran ms considerables todava de lo que me figuraba. Y aadi: "Y hete aqu, oh hijo mo! dueo absoluto de todo eso. Ten muy abierta la mano, sin temor a llegar nunca a agotar lo que no tiene fondo. S dichoso! Uassalam!" Y habiendo pronunciado estas ltimas palabras, falleci en la paz. (Que Alah le tenga en Su misericordia y extienda a l Sus bendiciones!). Y he aqu que, despus de haber cumplido con l los ltimos deberes, como nico heredero, tom posesin de todos sus bienes, y fui a ver al tesorero sin tardanza. Y deslumbrado, pude comprobar que mi difunto padre adoptivo no haba exagerado su importancia; y me dispuse a hacer de ello el mejor uso posible. En cuanto a todos los que me conocan y haban asistido a mi primera ruina, quedaron convencidos en seguida de que iba a arruinarme por segunda vez. Y se dijeron entre s: "Aun cuando el prdigo Abulcassem tuviera todos los tesoros del Emir de los Creyentes, los disipara sin vacilar". As es que cul no fu su asombro cuando, en lugar de ver en mis negocios el menor desorden, advirtieron que, por el contrario, eran ms florecientes cada da. Y no llegaban a concebir cmo poda aumentar mi hacienda prodigndola, mxime cuando vean que cada vez haca yo gastos ms extraordinarios, y que tena a mis expensas a todos los extranjeros de paso por Bassra, albergndolos como a reyes. As es que pronto corri por la ciudad el rumor de que yo haba encontrado un tesoro, y no fu preciso ms para atraer sobre m la codicia de las autoridades. En efecto, no tard el jefe de polica en venir un da a buscarme, y despus de recapacitar algn tiempo, me dijo "Seor Abulcassem, mis ojos ven y mis odos oyen! Pero como ejerzo mis funciones para vivir, mientras que tantos otros viven para ejercer funciones, no vengo a pedirte cuenta de la vida fastuosa que llevas y a interrogarte por un tesoro que tanto inters tienes en guardar. Vengo a decirte sencillamente que si soy un hombre avisado se lo debo a Alah y no me enorgullezco de ello. Pero el pan est caro y nuestra vaca ya no da leche". Y comprendiendo yo el motivo del paso que daba, le dije: "Oh padre de los hombres de ingenio! cunto te hace falta para comprar pan a tu familia y reemplazar la leche que ya no da tu vaca?" El contest: "Nada ms que diez dinares de oro al da, oh mi seor!" Yo dije: "Eso no es bastante, y quiero darte ciento al da. Y a tal fin no tendrs ms que venir aqu a primeros de cada mes, y mi tesorero te contar los tres mil dinares necesarios a tu subsistencia!" Al orlo, quiso l besarme la mano, pero me defend de ello, sin olvidar que todos los dones son un prstamo del Creador. Y se march, invocando sobre m las bendiciones. Y he aqu que, al otro da de la visita del jefe de polica, el kad me hizo llamar a su casa y me dijo: "Oh joven! Alah es el dueo de los tesoros y le corresponde por derecho la quinta parte de ellos. Paga, pues, la quinta parte de tu tesoro y sers el tranquilo poseedor de las otras cuatro partes!" Yo contest: "No s qu quiere significar nuestro amo el kad a su servidor. Pero me comprometo a darle todos los das, para los pobres de Alah, mil dinares de oro, a condicin de que me dejen en paz". Y el kad aprob mis palabras y acept mi proposicin. Pero, algunos das ms tarde, vino un guardia a buscarme de parte del wal de Bassra. Y cuando estuve en su presencia, el wal, que me haba acogido con una actitud benvola, me dijo: "Me crees lo bastante injusto para quitarte tu tesoro si me lo ensearas?" Y yo contest: "Alah prolongue mil aos los das de nuestro amo el wal! Pero, aunque me arranque la carne con tenazas al rojo, no descubrir el tesoro que est, efectivamente, en mi poder. Sin embargo, consiento en pagar cada da a nuestro amo el wal dos mil dinares de oro para los menesterosos que conozca". Y ante una oferta que le pareci tan considerable, el wal no vacil en aceptar mi proposicin, y me despidi despus de colmarme de atenciones. Y desde entonces pago fielmente a estos tres funcionarios el tributo diario que les he prometido. Y en cambio, me dejan ellos que lleve la vida de largueza y de generosidad para la cual he nacido. Y se es, oh mi seor! el origen de una fortuna que ya veo que te asombra y cuya cuanta no conoce nadie ms que t!" Cuando el joven Abulcassem hubo acabado de hablar, el califa, en el lmite del deseo de ver al maravilloso tesoro, dijo a su husped: "Oh generoso Abulcassem! es realmente posible que haya en el mundo un tesoro que tu generosidad no sea capaz de agotar pronto? No, por Alah, no puedo creerlo, y si no fuera exigir demasiado de ti, te rogara que me lo ensearas, jurndote por los derechos sagrados de la hospitalidad, sobre mi cabeza y por cuanto pueda hacer inviolable un juramento, que no abusar de tu confianza y que tarde o temprano sabr corresponder a este favor nico". Al or estas palabras del califa, a Abulcassem se le cambi el color y se le demud la fisonoma, y contest con triste acento: "Mucho me aflige, seor, que tengas esa curiosidad, que no puedo satisfacer ms que con condiciones muy desagradables, aunque tampoco puedo decidirme a dejarte partir de mi casa con un deseo reconcentrado y un anhelo sin satisfacer. As, pues, ser preciso que te vende los ojos y que te conduzca, t sin armas y con la cabeza descubierta, y yo con la cimitarra en la mano, pronto a descargarla sobre ti si intentas violar las leyes de la hospitalidad. No obstante, bien s que, aun obrando as, cometo una imprudencia grande y que no debera ceder a tu pretensin. En fin, sea como est escrito para nosotros en este da bendito! Ests dispuesto a aceptar mis condiciones?" El califa contest: "Estoy dispuesto a seguirte y acepto esas condiciones y otras mil semejantes. Y te juro por el Creador del cielo y de la tierra que no te arrepentirs de haber satisfecho mi curiosidad. Por lo dems, apruebo tus precauciones y ni por asomo me ofendo por ellas!" Inmediatamente Abulcassem le puso una venda en los ojos, y cogindole de la mano le hizo bajar por una escalera disimulada a un jardn de vasta extensin. Y all, despus de varias vueltas por las avenidas que se entrecruzaban, le hizo penetrar en un profundo y espacioso subterrneo cuya entrada tapaba una gran piedra a ras del suelo. Y pasaron a un largo corredor en cuesta, que se abra en una gran sala sonora. Y Abulcassem quit la venda al califa, que vi maravillado aquella sala iluminada slo con el resplandor de los carbunclos incrustados en todas las paredes, as como en el techo. Y en medio de aquella sala se vea un estanque de alabastro blanco de cien pies de circunferencia lleno de monedas de oro y de cuantas joyas pueda soar el cerebro ms exaltado. Y alrededor de aquel estanque brotaban, como flores que surgieran de un suelo milagroso, doce columnas de oro que sostenan otras tantas estatuas de gemas de doce colores. Y Abulcassem condujo al califa al borde del estanque, y le dijo: "Ya ves este montn de dinares de oro y de joyas de todas formas y de todos colores. Pues bien; todava no ha bajado ms que dos dedos, aunque la profundidad del estanque es insondable! Pero no hemos terminado!" Y le condujo a una segunda sala, semejante a la primera por la refulgencia de las paredes, pero ms vasta an, con un estanque en medio lleno de piedras talladas y de piedras en cabujones, y sombreado por dos hileras de rboles anlogos al que le haba regalado. Y por la bveda de aquella sala corra en letras brillantes esta inscripcin: "No tema el dueo de este tesoro agotarlo; no podra dar fin a l. Mejor es que lo utilice para llevar una vida agradable y para adquirir amigos, porque la vida es una y no vuelve, y vida sin amigos no es vida!" Tras de lo cual Abulcassem todava hizo visitar a su husped otras varias salas que en nada desmerecan de las anteriores; luego, al ver que ya estaba fatigado de contemplar tantas cosas deslumbradoras, le condujo fuera del subterrneo, tras de vendarle los ojos, empero. Una vez que regresaron al palacio, el califa dijo a su gua: "Oh mi seor! despus de lo que acabo de ver, y a juzgar por la joven esclava y los dos amables muchachos que me has dado, entiendo que no solamente debes ser el hombre ms rico de la tierra, sino indudablemente el hombre ms dichoso. Porque en tu palacio debes poseer las ms hermosas hijas de Oriente y las jvenes ms hermosas de las islas del mar!" Y contest tristemente el joven: "Cierto oh mi seor! que en mi morada tengo esclavas de una belleza notable; pero me es dado amarlas a m, cuya memoria llena la querida desaparecida, la dulce, la encantadora, la que por causa ma fu precipitada en las aguas del Nilo? Ah! mejor quisiera no tener por toda fortuna ms que la contenida en el cinturn de un mandadero de Bassra y poseer a Labiba, la sultana favorita, que vivir sin ella con todos mis tesoros y todo mi harn!" Y el califa admir la constancia de sentimientos del hijo de Abdelaziz; pero le exhort a esforzarse cuanto pudiera para sobreponerse a sus penas. Luego le di gracias por el magnfico recibimiento que le haba hecho, y se despidi de l para volverse a su khan, habindose asegurado de tal suerte por s mismo de la verdad de los asertos de su visir Giafar, a quien haba hecho arrojar a un calabozo. Y emprendi otra vez al da siguiente el camino de Bagdad con todos los servidores, la joven, los dos mozalbetes y todos los presentes que deba a la generosidad sin par de Abulcassem. Y he aqu que, no bien estuvo de regreso en palacio, Al-Raschid se apresur a poner de nuevo en libertad a su gran visir Giafar, y para demostrarle cunto senta el haberle castigado de manera preventiva, le di de regalo a los dos mozalbetes y le devolvi toda su confianza. Luego, tras de contarle el resultado de su viaje, le dijo: "Y ahora, oh Giafar! dime qu debo hacer para corresponder al buen comportamiento de Abulcassem ! Ya sabes que el agradecimiento de los reyes debe superar al bien que se les haga. Si me limitara a enviar al magnfico Abulcassem lo ms raro y ms precioso que tengo en mi tesoro, sera poca cosa para l. Cmo vencerle, pues, en generosidad?" Y Giafar contest: "Oh Emir de los Creyentes! el nico medio de que dispones para pagar tu deuda de agradecimiento es nombrar a Abulcassem rey de Bassra!" Y Al-Raschid contest: "Verdad, dices, oh visir mo! Ese es el nico medio de corresponder con Abulcassem. Y en seguida vas a partir para Bassra y a entregarle las patentes de su nombramiento, conducindole aqu luego para que podamos festejarle en nuestro palacio!" Y Giafar contest con el odo y la obediencia, y parti sin demora para Bassra. Y Al-Raschid fu a buscar a Sett Zobeida a su aposento, y le regal la joven, el rbol y el pavo real, sin guardar para s ms que la copa. Y la joven le pareci a Zobeida tan encantadora, que dijo a su esposo, sonriendo, que la aceptaba con ms gusto an que los otros presentes. Luego hizo que le narrara los detalles de aquel viaje asombroso. En cuanto a Giafar, no tard en volver de Bassra con Abulcassem, a quien haba tenido cuidado de poner al corriente de lo que haba sucedido y de la identidad del husped que haba alojado en su morada. Y cuando entr el joven en la sala del trono, el califa se levant en honor suyo, avanz hacia l, sonriendo, y le bes como a un hijo. Y quiso ir por s mismo con l hasta el hammam, honor que todava no haba otorgado a nadie desde su advenimiento al trono. Y despus del bao, mientras les servan sorbetes, helados de almendras y frutas, fu all a cantar una esclava llegada al palacio recientemente. Pero no bien hubo mirado Abulcassem el rostro de la joven esclava, lanz un gran grito y cay desvanecido. Y Al-Raschid, acudiendo solcito a socorrerle, le tom en sus brazos y le hizo recobrar el sentido poco a poco. Y he aqu que la joven cantarina no era otra que la antigua favorita del sultn de El Cairo, a quien un pescador haba sacado de las aguas del Nilo y se la haba vendido a un mercader de esclavos. Y aquel mercader, despus de tenerla escondida en su harn mucho tiempo, la haba conducido a Bagdad y se la haba vendido a la esposa del Emir de los Creyentes. As es como Abulcassem convertido en rey de Bassra, recuper a su bienamada y pudo en lo sucesivo vivir con ella entre delicias hasta la llegada de la Destructora de placeres, la Constructora inexorable de tumbas!

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