el territorio de la derrota

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  • El territorio de la derrota.Los ltimos das del Gobierno

    de la II Repblica en el Vinalop

  • Jos Ramn Valero Escandell

    El territorio de la derrota.Los ltimos das del Gobierno

    de la II Repblica en el Vinalop

    Collecci lAlgoleja / 7

    Centre dEstudis Locals del Vinalop2004

  • Jos Ramn Valero EscandellCollecci lAlgoleja

    Edita: Centre dEstudis Locals del VinalopISBN: 84-609-3730-5Dipsit Legal: A-xxxxxx-2004

    VALERO ESCANDELL, JOS RAMNEl territorio de la derrota. Los ltimos das del Gobierno de la IIRepblica en el Vinalop / Jos Ramn Valero Escandell. [Petrer]:Centre dEstudis Locals del Vinalop, 2004.192 p.: il.; 21 cm (Algoleja; 7)ISBN: 84-609-3730-51. Vinalop (Comarca) Historia Guerra Civil, 1936-1939.I. Centre dEstudis Locals del Vinalop, ed.II. Ttulo

    94 (4600.315 Vinalop) 1936/1939

    Amb el suport de

    Mancomunitat Intermunicipal de la Vall del Vi n a l o p .

    C o l l a b o r a

    Regidoria de Cultura i PatrimoniAjuntament de Petrer

    Fotocomposici: Estudio DAC, s.l. - Dr. Maran, 9 - 03610 Petrer - 96 695 09 86Impresi: Quinta Impresin, s.l. - Hermanos Bernad, 10 - 03080 AlacantDisseny grfic de la collecci: Jess Jimnez

  • 7NDICE

    Introduccin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    I. El regreso de Negrn: un estorbo para el poder militar . . . . . . . . 13No todos regresan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16Negrn, una presencia incmoda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19Apndice 1. Los que no volvieron . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23Apndice 2. Los que volvieron . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

    II. La dificultad de organizar la resistencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31Las posibilidades de aprovisionamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35Buscar una paz negociada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42Adaptar el aparato estatal a una etapa de resistencia . . . . . . 48Apndice 3. La industria blica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52Apndice 4. Era sumiso Negrn a Moscu? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

    III. El intento de disponer de una mnima estructuragubernamental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

    Las instalaciones gubernamentales bsicas enel Valle de Elda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86

    Instalaciones militares en Elda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86Posicin Yuste (finca El Poblet) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94La Posicin Dakar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99El Fond de Monver . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106

    Apndice 5. Actividades econmicas en Elday Petrer: la industria blica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

    IV. Los das de Yuste: aires de rebelin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117

  • 8La dimisin de Azaa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121La reorganizacin del ejrcito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124La rebelin de Cartagena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133Los preparativos de Casado: dinamitar la resistencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136El final de la guerra: la culminacin de los despropsitos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

    Bibliografa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

  • 9INTRODUCCIN

    En la fotografa de la llegada del Sinaia al puerto mejicanode Veracruz se observa claramente que algunos exiliados espaoleshan colocado en la parte superior del buque una pancarta con unaleyenda significativa: Negrn tena razn. A una altura inferior, otrapancarta, de agradecimiento al pas de acogida (con vivas a Mxi-co y a su Presidente, Lzaro Crdenas) incluye tambin junto al Vi-va Espaa de quienes no renuncian a su identidad patria un Vi-va Negrn. De qu razn se habla, de donde proviene su apoyo altodava presidente de un gobierno sin territorio en el que asumir yacompetencias? Sin duda alguna, de la intencin de Negrn de con-tinuar la guerra, de resistir hasta el final mientras el enemigo no acep-tase unas condiciones mnimas para la capitulacin, de mantener-se firmes aunque slo fuese para permitir una evacuacin ordena-da de quienes deseasen abandonar el pas temerosos de unas re-presalias casi indiscriminadas que cualquier persona mnimamen-te inteligente poda suponer a un rgimen como el que estaba ins-taurando el general Franco. Cuando todo estaba ya perdido, cuan-do las peleas partidistas ya resultaban totalmente estriles, cuandola inconveniencia de otras alternativas haba quedado suficiente-mente demostrada, las pancartas no critican a nadie, no necesitanhacerlo, slo recuerdan a su pas y a su gobierno legtimo, a Espa-a y a Negrn.

    Negrn era ya para muchos la personificacin de una Re p b l i c asin territorio, sin presidente en ejercicio, con un parlamento erran-te y empequeecido, pero mitificada y valorada por millones deciudadanos progresistas de todo el mundo en unos momentos en quelos totalitarismos de signo fascista suponan el mayor peligro real pa-

  • 10

    ra las democracias. Don Juan Negrn, cientfico eminente, alejado dela imagen clsica del hombre de partido tal vez por ello cont conescaso apoyo del aparato del socialista, al que estaba afiliado sim-bolizaba la idea de la resistencia, numantina para muchos, ante unenemigo que no ofreca la mnima voluntad de dilogo.

    En parte forzado por las circunstancias, en parte tratando debuscar una posicin estable a partir de la que organizar la resis-tencia en el menguado territorio de lo que ya militarmente se de-nominaba la Zona Centro- S u r, Negrn trat de establecer en el mscntrico de los valles del Vinalop, el que Azorn denominaba Va-lle de Elda (es decir, Monver, Elda y Petrer), el centro neurlgico

    Figura 1. El Sinaia atraca en el puerto de Veracruz. En la parte superiordel buque una pancarta afirma que Negrn tena razn.

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    de una nueva estructura organizativa capaz de resistir durante eltiempo que fuese posible o, en su caso, til para permitir una sali-da organizada de todos aquellos ciudadanos que deseasen huir delEstado totalitario y cruel en que habra de convertirse Espaa en po-co tiempo. Como el cientfico y poltico canario no pudo cumplir nin-guno de estos objetivos, este pequeo valle acab convirtindose enel territorio que refleja como ningn otro lugar la derrota del Go-bierno republicano.

    Figura 2. Cartel propagandstico a favor de la poltica de resistencia delGobierno de Negrn (Archivo Histrico Nacional: SeccinGuerra Civil de Salamanca).

  • 12

  • 13

    I. EL REGRESO DE NEGRN: UN ESTORBO PARA EL PODER MILITAR

    Si el presidente Negrn fue prcticamente el ltimo en aban-donar Catalua el 9 de febrero, al da siguiente ya haba regresadoa territorio leal. Con orgullo pudo decir ante la Diputacin Perma-nente de las Cortes que llegu a Alicante cuando los peridicos pu-blicaban la noticia de que el Ejrcito haba evacuado totalmenteC a t a l u a1. El mismo da que sali de Espaa se traslad a To u-louse, por Perpignan. All, en el consulado espaol, celebr un Con-sejo donde se trat de la continuacin de la guerra. La mayora deministros no parecan entusiasmados con la idea, salvo Uribe, co-munista, y lvarez del Vayo. A la maana siguiente tom el avinde regreso, acompaado de su ministro de Asuntos Exteriores, ydel jefe del Servicio de Informacin Militar, Santiago Garcs. Llega Alicante sobre las trece horas, siendo recibidos por las autorida-des locales, con las que departi en el Gobierno Civil2. Poco despusllegaran la prctica totalidad de los ministros. Casado, interesadoen presentar al Gobierno Negrn y al PCE como si de idntica cosase tratase, afirma que ese mismo da tambin aterrizaron en la ca-pital alicantina todos los polticos y jefes comunistas ms destaca-dos3, pero no es cierto. Los propios comunistas reconocen que re-

    1 Informe de don Juan Negrn como Jefe de Gobierno en Diario de Sesiones ,extracto oficial de la sesin de la Diputacin Permanente de las Cortes,celebrada en Pars el 31 de marzo de 1939.

    2 M A RTNEZ BANDE, J.M.: El final de la Guerra Civil, Servicio HistricoMilitar Editorial San Martn, Madrid, 1985, p.114-119.

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    gresaron a Espaa algunos das ms tarde; Lster cuenta que volvia Albacete, junto con destacados mandos militares comunistas, elda 144 y Tagea, que afirma haber viajado con otros muchos di-rigentes, Lster entre ellos, habla de la noche del da 195. Otros tes-timonios hablan del regreso de varios dirigentes, comunistas o no,en fechas intermedias. Est claro, por tanto, que el Dr. Negrn no s-lo quiso regresar a Espaa con la mayor rapidez posible: quiso ha-cer de ello un ejemplo de la voluntad de resistencia que predicaba.

    Tras su llegada a Espaa, Negrn que compatibilizaba su car-go de presidente del Gobierno con el de ministro de Defensa se di-rige a Valencia para entrevistarse con la mxima autoridad militarde la zona, el general Miaja, cuyo poder se haba agrandado toda-va ms tras la declaracin del estado de guerra. Distintas fuentesafirman que Negrn y lvarez del Vayo almorzaron en Calpe, es de-cir, realizaron el viaje por la carretera de la costa, que requiere al-go ms de tiempo que el trayecto por el interior; en ese caso, nodebi aprovecharse la llegada para tratar de establecer ya un embrinde infraestructura gubernamental en torno a Elda-Petrer y sus alre-dedores, ni se visit la finca de El Poblet. Al atardecer, se entrevis-tan con Miaja en su residencia oficial. lvarez del Vayo recordardespus que el viejo general no pareca demasiado predispuesto acontinuar resistiendo y que slo buscaba el final de la contienda6.En realidad, segn Martnez Bande7, Miaja ya haba mandado aToulouse un enviado para que expusiera la situacin en que se en-

    3 CASADO, Segismundo: As cay Madrid. ltimo episodio de la Guerra Ci-vil Espaola, Guadiana de Publicaciones, Madrid, 1968, p.112. Tambin elcenetista Peirats afirma que Negrn y sus ministros haban llegado a lazona Centro-Sur acompaados del estado mayor comunista, dejando enFrancia al Estado Mayor Militar (PEIRATS, Jos: Los anarquistas en la cri-sis poltica espaola, Editorial Alfa, Buenos Aires, 1964, p. 382).

    4 LSTER, Enrique: Nuestra guerra, Ebro, Pars, 1966, p.249.5 TAGEA, Manuel: Testimonio de dos guerras, Oasis, Mxico, 1973, p.304.6 LVAREZ DEL VAYO, Julio: Freedoms Battle, Knopf, Nueva York, 1940,

    p.292.7 Op.cit., p.114.

  • 15

    contraba la zona Centro-Levante-Sur, afirmando que casi todos losjefes militares valoraban como nulas las posibilidades de resisten-cia y planteando la posibilidad de que l mismo gestionara la ren-dicin. Ello no obsta para que al da siguiente la prensa de la zonapublique un texto en el que el propio Miaja afirma, respecto a las me-didas a tomar, que es el Presidente del Consejo de Ministros o el Pr e-sidente de la Repblica quienes pueden hacerlo. Yo solamente soy unsoldado al servicio del Gobierno. El Gobierno ha ordenado resistir yresisto y resistir8. En el mismo diario, al da siguiente, se da cons-tancia de que el Gobierno en su totalidad se haba reunido el da 11en Consejo de Ministros en Valencia.

    Es evidente que la solucin propuesta por Miaja hubiese ex i-mido a Negrn de cualquier responsabilidad ulterior en la contien-da, si bien hubiese supuesto el reconocimiento del fracaso del hom-bre que presidiera en su da el llamado Gobierno de la Victoria,del hombre que supo ralentizar el hasta entonces avance imparabledel ejrcito franquista y sus aliados exteriores. Azaa recuerda ensus escritos posteriores que, en una reunin celebrada en los dasprevios a la prdida de Catalua, era notable el estado de abati-miento de Negrn durante la entrevista. Completamente derrumba-do como suele decirse. Le vea as por vez primera y me caus ma-yor impresin9. Por qu vuelve Negrn? Por qu se presenta de nue-vo a encabezar una poltica de resistencia que careca de esperan-za alguna de victoria? Para Antonio Cordn, tal vez la persona mscercana al presidente del Gobierno, Negrn no haba regresado aEspaa para encabezar nuevas alternativas blicas sino como elhombre decente que quiere tranquilizar su conciencia y acepta el sa-crificio, aunque est seguro de su posible inutilidad1 0. Opinin pa-recida sustenta Uribe, el ministro comunista, que piensa que la gue-rra la consideraba perdida y no se orientaba a continuar la lucha,

    8 Diario H u m a n i d a d. Portavoz del Frente Popular Antifranquista de Alcoi, 11-02-1939.

    9 AZAA, Manuel: Carta a ngel Osorio, en Memorias polticas y de gue-rra, vol. II, Crtica-Grijalbo, Barcelona, 1981, 4 ed., p.431.

    10 CORDN, Antonio: Trayectoria, Pars, Ebro, 1971, p.470.

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    sino que se situaba en condiciones de terminar l su gestin de jefede Gobierno de la mejor manera posible1 1. Negrn lo confirmaren alguna declaracin12.

    No todos regresan

    En realidad, salvo los ministros de Negrn y la gran mayora delos cuadros polticos y militares del Partido Comunista, pocos fue-ron quienes regresaron a la zona republicana tras la cada de Cata-lua. Mencin especial merecen entre quienes permanecieron enFrancia, personajes como el general Vicente Rojo, el poltico DiegoMartnez Barrio o la plana mayor de la CNT catalana, pero sin du-da ninguno result tan perjudicial para los planes de resistencia ne-grinista como el propio Presidente de la Repblica. Para no regresar,Azaa se basa en los informes ofrecidos por algunos jefes militares,entre ellos el general Rojo: Me hizo saber, delante del Pr e s i d e n t edel Consejo de Ministros que la guerra estaba perdida para la Rep-blica, sin remedio alguno (...) he cumplido el deber de recomendar yde proponer al Gobierno, en la persona de su Jefe, el inmediato ajus-te de una paz en condiciones humanitarias, para ahorrar a los de-fensores del rgimen y al pas entero nuevos y estriles sacrificios1 3.Es fruto, sin duda, del pesimismo vital azaista del que tanto se hahablado, pero tambin de la experiencia sufrida en el xodo catalnque acababa de vivir: si los facciosos se nos echaran encima (por

    11 URIBE, Vicente: M e m o r i a s (manuscrito), Archivo Histrico del PCE (Cita-do por Bolloten).

    12 ...ni poda tampoco dejar al descubierto al Jefe del Estado, y menos anabandonar mi puesto, porque ello hubiera sido una desercin. Diario deSesiones, extracto ofical de la sesin de la Diputacin Permanente de lasCortes, celebrada en Pars el 31 de marzo de 1939.

    13 Diario de Sesiones de la Diputacin Permanente de las Cortes. Pars, 3-3-1939. Hidalgo de Cisneros recordar cundo Azaa le pidi informe escritode la situacin militar en Espaa en Memorias, vol.II, Ebro, Pars, 1964,p.150.

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    ejemplo, si pasaban de Gerona), antes de que se resolviese nada so-bre mi residencia, yo no me crea obligado a dejarme coger prisionero,para que me paseasen por la calle de Alcal con una cuerda al cue-llo, que sera peor que la muerte1 4. Por ello, Azaa se niega tanto alas pretensiones de Negrn que le recuerda por carta (no contesta-da) sus deberes constitucionales y de lvarez del Vayo que le vi-sita expresamente en Francia como a maniobrar en contra suya,como le sugiere Miaja (a travs de Lpez Fernndez), que plantea ladimisin de Negrn y la autorizacin de rendicin a cargo de militaresp r o f e s i o n a l e s1 5. Como afirmar Stepnov en su informe a las auto-ridades soviticas, la negativa de Azaa a retornar a la zona Centro-Sur aceler tanto la descomposicin militar del ejrcito republicanocomo las posibilidades de sublevacin de algunos jefes militares1 6.Tambin, como veremos, facilitar el reconocimiento anglofrancs delrgimen franquista, precipitando la derrota republicana.

    Tampoco regresa, como se ha dicho, el general Rojo, que con-fiesa al comunista Castro Delgado una opinin ex t r e m a d a m e n t epesimista y desgraciadamente real al acabar la guerra sobre la si-tuacin en Espaa17. No obstante, Rojo, se mostrar despus extre-madamente crtico con la voluntad de resistencia de Negrn: si eraverdad que en la zona central iba a continuar la guerra en serio, porqu se liquidaban en Francia las existencias en vveres, materiasprimas y armamento de trnsito que se tenan acumuladas?1 8. Msan, presionara por carta a Negrn para que abandonase Espaa y

    14 AZAA, Manuel: Op.cit., p.434.15 MARTNEZ BANDE, J.M.: Op. Cit., p.117-118.16 MINEV, Stoyn (Stepnov): Las causas de la derrota de la Repblica Espa-

    a (Ed. y traduccin de ngel L. Encinas Moral), Miraguano, Madrid, 2003,p.163.

    17 CASTRO DELGA D O, Enrique: Hombres Made in Mosc, Luis de Caralt,Barcelona, 1963, p.643. Recoge frases como all no hay nada que hacer (...)aquello es la agona (...) la muerte de una etapa, la muerte de un rgimen,la muerte de la esperanza de millones de gentes.

    18 BOLLOTEN, Burnett: La guerra civil espaola. Revolucin y contrarrevo-lucin, Alianza Editorial, Madrid, 2004, p.1008.

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    dejase actuar a los militares profesionales y, en cartas ms explci-tas a Miaja y Matallana, les indicaba que si el doctor Negrn no fa-cilitaba la labor de los mandos militares del Centro para entablar con-versaciones con los nacionalistas, como le haba indicado en Fran-cia antes de partir para la zona republicana, que sin ningn escr-pulo de conciencia lo fusilasen19. No obstante, como seala Bollo-ten, ni Negrn ni los comunistas parecen reprochar excesivamentela actitud de un general considerado prximo a ellos a lo largo detoda la contienda. La reaccin de Rojo podra ser posible ante lanecesidad de autojustificar su propia conducta, de mantener unaimagen que, sin duda, resultaba daada por su permanencia enFrancia. Tampoco era un caso aislado; como afirma Cordn2 0, lamayora de altos mandos militares y funcionarios del Gobierno nolo haban hecho, alegando cualquier tipo de pretexto; Hidalgo de Cis-neros, entrevistado por Bolloten, reconoce tambin que los seis l-timos aviones que regresaron a Espaa volvieron casi vacos2 1. Otrosdos casos dignos de mencin sern, por distintos motivos, el deLargo Caballero y el de Martnez Barrio. El lider ugetista fue cen-surado desde las pginas de Mundo Obrero por haber hudo dosdas despus de la cada de Barcelona, lo que motiv la ruptura ennumerosas provincias entre el PCE y el resto de fuerzas del FrentePo p u l a r, que acusaban a los comunistas de antiunitarios, una prohi-bicin de distribuir el nmero22 y, como consecuencia, un encona-miento de las ya graves tensiones polticas internas en el seno de unaRepblica ms necesitada que nunca de unidad. Finalmente, lapermanencia en Francia de Martnez Barrio result especialmenteproblemtica cuando, tras la dimisin de Azaa, le corresponda al, como presidente de las Cortes, asumir la presidencia interina

    19 LPEZ FERNNDEZ, Antonio: El general Miaja, defensor de Madrid, G. DelToro, Madrid, 1975 (Citado por Martnez Bande, Op.Cit., p.165).

    20 Op.cit., p.468.21 Op.cit., p.1009.22 Desde distintas pticas, se refieren al tema el lder comunista Palmiro TO-

    GLIATTI (Escritos polticos, Era, Mxico, 1971, p.274-275) y el anarquistaJos PEIRATS (Op. Cit, p.283).

  • 19

    de la Repblica. La legitimidad del presidente de Gobierno podraser puesta en duda, y as se hizo, cuando buena parte de los restantespoderes del Estado haban desaparecido de facto.

    Negrn, una presencia incmoda

    Negrn afirm ser consciente, desde el primer momento desu regreso a Espaa, de que la llegada del Jefe de Gobierno produ-ca all un gran desconcierto y hasta un gran descontento, como si sig-nificara el estropear alguna cosa que haba convenida. Como digo,me llam mucho la atencin el tono fro y seco de la conversacin demis interlocutores2 3. Esta afirmacin tambin parece coincidir conlas maquinaciones anteriormente citadas del general Rojo o con losconcilibulos anarquistas en el Pars posterior a la prdida de Ca-talua24. Stepnov habla de las intrigas y campaas contra el doc-tor Negrn por parte de miembros de su propio partido dentro de laSegunda Internacional, gentes que no compartan su resistenciadecidida25. Por desgracia para las posibilidades de concluir la con-tienda de forma ms o menos organizada, aunque fuese del modoen que se haba abandonado Catalua, tambin algunos militares co-

    23 Informe de don Juan Negrn como Jefe de Gobierno en Diario de Sesiones ,extracto oficial de la sesin de la Diputacin Permanete de las Cortes, ce-lebrada en Pars el 31 de marzo de 1939.

    24 LOPEZ, Juan: Una misin sin importancia, Editora Nacional, Madrid, 1972,186-187. Habla de una reunin con asistencia del ex ministro Garca Oli-ver y del todava ministro Segundo Blanco: ...es preciso terminar con la ac-tual situacin poltica. Negrn no puede volver a la otra zona como Go-bierno.

    25 M I N E V, Stoyn: Op. cit., p.261: amenazaba con derrocar a los dolos his-tricos del Partido Socialista. No les gust su acercamiento y su colaboracincon el Partido Comunista. No les gust su actitud hacia la Unin Sovitica.Intentaron presentarle como agente de la Unin Sovitica e instrumento enmanos del Partido Comunista. No compartan su orientacin de resistenciadecisiva y les inquietaba su participacin en la campaa de desenmasca-ramiento de los capitulacionistas.

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    mo Casado por los motivos que luego expondremos compartan es-te malestar por la vuelta del presidente del Gobierno. Como bien con-cluye Martnez Bande, para llegar a una paz que garantice el perdny una mnima rendicin de cuentas para todos, estorba el presi-dente del Consejo de Ministros, el defensor de la resistencia, el ra-dical apoyado por los comunistas26.

    Adems, a Negrn iba a resultarle de todo punto imposibleimponer su autoridad en una zona que, como seala Tun de La-r a2 7, actuaba con absoluta autonoma desde la incomunicacin conlas estructuras de poder establecidas durante mucho tiempo enBarcelona, donde la proclamacin del estado de guerra el 19 deenero haba permitido concentrar todo el poder en el ejrcito y don-de la administracin central prcticamente haba dejado de ex i s t i r.

    Lo que no ofrece duda es que el Presidente intent restable-cer el poder gubernamental en los restos del territorio republicanodesde el momento de su llegada, aunque con escaso xito y poco en-tusiasmo. El mismo da 11, cuando llegue el resto de ministros,convocar el primer Consejo en la ciudad de Valencia. A los dos das28, el 13 de febrero, volver a convocarlo en Madrid, que habarecuperado su condicin de sede oficial del Gobierno por decisindel Consejo celebrado en Va l e n c i a2 9. Al poco, el 15 de febrero, lo ha-r de nuevo para informarles de la reunin que iba a mantener al dasiguiente con la jerarqua militar.

    El 16 de febrero Negrn se reuni en el aerdromo de Los Lla-nos, cercano a Albacete, con todos los altos cargos militares conmando efectivo. Aunque algunos autores han fijado la fecha de lareunin bastantes das despus, en torno al 26 y hasta el 27 de di-cho mes3 0, es mucho ms probable la fecha arriba sealada. El pro-

    26 Op.cit., p.125.27 TUN DE LA RA, Manuel: El final de la guerra, en MALEFAKIS, Edward:

    La Guerra de Espaa (1936-1939), Taurus, Madrid, 1996, p.616.28 Tun de Lara (O p . c i t ., 616) habla del da 12, pero la prensa por ejemplo,

    Humanidad de Alcoi afirma el da catorce que se haba reunido a las 5.30del da anterior.

    29 Gaceta de la Repblica, 12-2-1939.

  • 21

    Figura 3. La primera medida tomada por Negrn a su regreso a la zonaCentro-Sur el 10 de febrero de 1939 fue confirmar a Madridcomo sede del Gobierno de la Repblica; reafirmaba suvoluntad de resistir, al tiempo que homenajeaba a la ciudadque haba sabido soportar como ninguna otra los ataques delejrcito rebelde desde las primeras semanas de la guerra.(Fondos de la Universidad de California en San Diego).

  • 22

    pio Negrn parece confirmarlo cuando declara que, a su llegada,inmediatamente cit para una reunin en Albacete a todos los je-fes del Ejrcito31. A la reunin acudi la plana mayor militar, conel general Miaja (jefe supremo de las fuerzas de Tierra, Mar y Aire),los generales Matallana (jefe del Grupo de Ejrcito), Menndez (Ejr-cito de Levante), Escobar (Extremadura) y Bernal (Base de Cartagena),los coroneles Casado (Centro), Moriones (Andaluca), Camacho(Zona Area Centro-Sur), y el almirante Buiza (jefe de la Flota); to-dos, menos Jess Hernndez, el ex ministro comunista, en ese mo-mento comisario general de la zona Centro-Sur. La prctica totali-dad de los jefes militares expuso la necesidad de terminar la guerracuanto antes; Buiza lleg a afirmar que la Flota, cansada de losbombardeos areos a que era sometida, que ya haban daado al-gunas unidades, estaba dispuesta a adentrarse en aguas interna-cionales si no se pactaba pronto; Miaja, sorprendentemente, fue elnico partidario de resistir a toda costa. Como observa acertada-mente Martnez Bande32, Negrn slo poda continuar la lucha re-moviendo la jerarqua militar pero para ello pareca contar nica-mente con el apoyo decidido de los mandos comunistas.

    30 Por ejemplo, JACKSON, Gabriel: La Repblica espaola y la guerra civil, Cr-t i c a -Grijalbo, Barcelona, 1976, p.404; DE LA CIERVA, Ricardo: H i s t o r i aIlustrada de la Guerra Civil, II, Danae, Barcelona, 1971, 2 edicin, p.502;o yo mismo, en VALERO ESCANDELL, Jos Ramn: El final de la II Re-pblica: la Posicin Yuste, en Tiempo de Historia, n 83, 1981, p.49.

    31 Diario de Sesiones, extracto oficial de la sesin de la Diputacin Perma-nente de las Cortes, celebrada en Pars el 31 de marzo de 1939.

    32 Op.cit., p.142.

  • 23

    APNDICE 1LOS QUE NO VOLVIERON

    La prdida de Catalua supona de hecho la prd i d ade la guerra para los defensores de la Repblica. Por eso,muchos polticos renunciaron a regresar al territorio con-t rolado por el Gobierno, bien porque no esperaban nada desu poltica de resistencia a ultranza, bien porque habandejado de considerarlo representativo de sus ideas polti-cas o de su estrategia militar.

    Entre quienes no regresaron es, sin duda, el Presi-dente de la Repblica, don Manuel Azaa, la figura ms

    Figura 4. El Presidente Azaa retratado por Lpez Mezquita.

  • 24

    re p resentativa. Su carcter pesimista y su deseo de acabara toda costa con un conflicto al que no vea ninguna sali-da satisfactoria le hizo oponerse a re g resar al pas; conello, las posibilidades de mantener la imagen de normali-dad aparente quedaban reducidas a la mnima expresin.El problema se agravar todava ms cuando, tras su di-misin del cargo, la personalidad llamada a sucederle, el

    Figura 5. El general Rojo, mxima autoridad militar en la zona deCatalua, se neg a regresar a Espaa, totalmentedesilusionado ante la carencia de posibilidades de modificar elcariz que haba tomado la contienda.

  • 25

    presidente de las Cortes Diego Martnez Barrios, tambinse muestre reacio a re g resar a la llamada Zona Centro - S u r.

    Tampoco regresaron un alto nmero de polticos dedistintas tendencias, buena parte de los mandos militaresy numerosos miembros de la administracin estatal. Con sunegativa, el Gobierno Negrn quedaba convertido en unpoder residual, minoritario, al que buena parte de sus an-tiguos apoyos polticos y militares iban a retirarle la confianzae incluso, para justificar sus actuaciones, iban a negarlela legitimidad que le corresponda.

    Figura 6. Garca Oliver, miembro de la FAI, que haba sido ministro en elgabinete de Largo Caballero, ya no regres al pas tras su pasoa Francia a finales de enero de 1939, como la mayor parte delos anarquistas catalanes.

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    Figuras 7 y 8. Francisco Largo Caballero, lder del ala izquierdista delsocialismo, en otros tiempos considerado como el Leninespaol y presidente del Gobierno, haba ido perdiendoinfluencia con el desarrollo de la guerra. Su abandono deCatalua con antelacin a otros dirigentes fue criticado ydenunciado pblicamente por los comunistas, originando unserio conflicto en el seno del Frente Popular.Indalecio Prieto, lder del socialismo ms moderado, enmuchas ocasiones enfrentado al sector caballerista, haba sidoministro de Defensa hasta que el propio doctor Negrn acabasumiendo el cargo. Tambin haba abandonado el pas.(Servicio Histrico Militar).Con la ausencia de ambos referentes del socialismo, Negrn,pese al apoyo de la ejecutiva del PSOE, apareca ante buenaparte de la opinin pblica como un poltico sin partido; msan, ms cercano a los comunistas que a sus propioscorreligionarios.

    Largo Caballero Prieto

  • 27

    APNDICE 2LOS QUE VOLVIERON

    Entre quienes regresaron a Espaa tras la cada deCatalua (de forma inmediata en el caso de Negrn y lva-rez del Vayo, al da siguiente en el caso de casi todos losdems), destaca la prctica totalidad del Gobierno, tanto losrepresentantes republicanos y cenetistas como los socia-listas y comunistas. As, el Gobierno pudo celebrar en Va-lencia su primer Consejo slo dos das despus de atravesarla frontera francesa, dando una imagen de cohesin a fa-vor del mantenimiento de la resistencia.

    Figura 9. Julio lvarez del Vayo, ministro de Asuntos Exteriores,acompa al doctor Negrn en su vuelo de regreso a Espaa.

  • 28

    Tambin re g re s a ron, aunque algunos das despus dehacerlo el doctor Negrn, la prctica totalidad de los man-dos comunistas del ejrcito derrotado en Catalua y la pla-na mayor del Bur Poltico del PCE, buscando aproximar-se fsica y polticamente al Gobierno para presionar a favordel mantenimiento de la poltica de resistencia a ultranza.

    Figuras 10 y 11. El socialista Gonzlez Pea y el comunista Vicente Uribeformaban parte del gabinete republicano al final de la guerra.Aunque entre los ministros del Gobierno haba opinionescontrarias respecto a continuar la guerra, la prctica totalidadregres al territorio en poder de los republicanos de acuerdocon las instrucciones del Presidente.

    Gonzalez Pea. Vicente Uribe.

  • 29

    Figura 12. Dolores Ibrruri, Pasionaria, era a finales de la Guerra Civil lams conocida internacionalmente de los dirigentes comunistasespaoles. Frases como no pasarn o vale ms morir de pieque vivir de rodillas la convirtieron en mito internacional de lapoltica de resistencia al fascismo. (Servicio Histrico Militar)

  • 30

    Figuras 13 y 14. Francisco Galn, hermano de Fermn Galn, uno de losmticos Mrtires de Jaca protagonistas del fallidopronunciamiento republicano que, meses despus, acabaraechando a la Monarqua de Alfonso XIII tras unas eleccionesmunicipales. Juan Modesto fue uno de los responsables de la formacin delas milicias comunistas al inicio de la Guerra Civil, uno de loscomandantes del Quinto Regimiento. Dirigi las tropasrepublicanas en la batalla del Ebro.

    Francisco Galn.

    Juan Modesto.

    Figura 15. Palmiro Togliatti, secretariogeneral del Partido ComunistaItaliano, particip en la guerraespaola como comisariopoltico, adems derepresentante mximo delKomintern en Espaa, bajo elpseudnimo de rcoli. Fue delos ltimos polticos comunistasen abandonar Espaa en 1939.(Como algunas otras fotospersonales han sido extrada dediversas pginas en red, a travs de Google).

  • 31

    II. LA DIFICULTAD DE ORGANIZAR LA RESISTENCIA

    Para analizar la poltica de resistencia del doctor Negrn, en pri-mer lugar resulta imprescindible considerar el estado de las fuerzascon que contaba. Tambin en este punto la controversia entre los pro-tagonistas y los historiadores sigue siendo manifiesta, por supues-to en funcin de la ptica poltica de quien escribe. As, no es de ex-traar que, entre los autores que he consultado, sea Po Moa quienofrezca una cifra ms abultada, seguramente para magnificar lascircunstancias que acompaaron a la victoria franquista y remarcarla incompetencia de los republicanos, de acuerdo con el nuevo re-visionismo histrico posfranquista. Habla de una zona en el cen-t r o-sureste de la pennsula, todava extensa, con buenos puertos,una flota potente, a la que haban sacado poco rendimiento hasta en-tonces y un ejrcito cifrado en 800.000 soldados1. Algo menos op-timistas, algunos autores comunistas, como Stepnov tambin ofre-cen un anlisis esperanzador, considerando que la fuerza con quese contaba permita mantener la poltica de resistencia por un tiem-po suficiente. As, cifra en 600.000 soldados las fuerzas efectivas yconsidera que el estado de las fortificaciones no supona ningnmotivo de alarma: estaban bien fortificados el frente de Levante, elde Guadalajara y el de Madrid (tras la derrota los especialistas mi-litares fascistas reconocieron que las construcciones de fortificacinde los rojos haban sido hechas sorprendentemente bien y slida-

    1 MOA, Po: Los mitos de la guerra civil, La Esfera historia, Madrid, 2003,p.435.

  • 32

    mente y que pasar a travs de ellas hubiera requerido meses)2. Carr,al preguntarse por las posibilidades de resistir, reconoce que e lEjrcito del Centro estaba intacto y acababa de lanzar en Extrema-dura una ofensiva3, la de la batalla de Pearroya. En el polo opues-to, dentro del arco republicano, Peirats habla de que segn diver-sas fuentes los libertarios disponan de unos 150.000 o 300.000 so-bre un total de 400.000 o 640.0004. Martnez Bande reconoce quelas fuerzas de Miaja [entonces ya general en jefe de las fuerzas deTierra, Mar y Aire] eran, tericamente muy poderosas y se compo-nan del Cuerpo de Ejrcitos de la Regin Centro, o G.E.R.C., la Zo-na Area Central y la Flota, surta en la base naval de Cartagena. ElG.E.R.C., cuyo jefe era ahora el general don Manuel Matallana, con-taba con cuatro Ejrcitos, 16 Cuerpos de Ejrcito, 49 Divisiones, 138Brigadas mixtas, tres de Caballera, una de Defensa de Costas y dosde la DCA o Defensa Contra Aeronaves, ms una divisin de Blin-dados y tres de Asalto5. Paul Preston recuerda que el territorio es-paol bajo control republicano era de alrededor de un 30 por cien-to6. En resumen, sobre el papel, la situacin militar no era caticay la idea de resistir no pareca tan descabellada: cuarenta y nueveDivisiones, un cierto apoyo artillero, importantes fuerzas blindadasy algunas unidades de caballera7.

    La situacin material en que se encontraban estas fuerzaseran, sin embargo, bastante lamentable. Son numerosos los testi-monios que hablan de escasez extrema en aspectos bsicos, comola alimentacin de la tropa o la carencia de municin, hasta el pun-to de que los jefes de compaa deben dar, en el parte diario, cuen-

    2 MINEV, Stoyn: Op.cit., pp 179-180.3 CARR, Raymond: La tragedia espaola, Alianza, Madrid, 1986,p.261.4 PEIRATS, J.: Op.cit. p.350.5 MARTNEZ BANDE, J.M.: Op. Cit., p.112.6 PRESTON, Paul: La guerra civil Espaola, Plaza & Jans, Barcelona, 1986,

    p.221.7 A N D R S -GA L L E G O, Jos et alii : Espaa actual. La Guerra Civil (1936-

    1939), Vol. 13 de la Historia de Espaa, Gredos, Madrid, 1989, p.292.

  • 33

    ta de las bombas y de los proyectiles de fusil gastados8 porque erapreciso escatimar hasta en las balas. De cualquier manera, convie-ne recordar que los testimonios ms extremos proceden, en casitodos los casos, de gentes vinculadas al Consejo de Defensa Nacio-

    8 LERA, Angel Mara: Madrid, marzo de 1939. Lo que vi, Historia y Vida,citado por MARTNEZ BANDE, Op. Cit., p.121.

    Figura 16. El gobierno republicano todava conservaba en febrero de1939 casi un tercio del territorio peninsular, la llamada ZonaCentro-Sur, abierta al mar en la costa mediterrneacomprendida entre las provincias de Almera y Valencia.(Realizacin tcnica: Carlos Corts Samper)

  • 34

    nal, deseosas de justificar su propia actuacin personal (consideradatraicin por tantos otros combatientes leales a la Repblica). As, Gar-ca Pradas, citando a Matallana (ambos implicados en el golpe de es-tado casadista) presenta una situacin de completa decadencia:slo quedan 350.000 fusiles, una cincuentena de tanques, menosaviones, con una artillera antiarea con proyectiles para unos das,y con deserciones que iban aumentando9. Ser Casado quien ofrez-ca una visin ms apocalptica; sin cuestionar la gravedad de la si-tuacin, conviene recordar que Negrn denunciar amarg a m e n t eal final de la guerra la actitud premeditadamente derrotista del co-ronel, que tambin incrementaba sobremanera los recursos de quedispona en el frente el bando enemigo. Casado hablar de artille-ra escasa y de baja calidad, pocas armas automticas, de que lapotencia de fuego de un batalln enemigo triplica la de los suyos,que no hay morteros, que apenas cuenta con tanques, antitanquesy artillera area, poqusimos aviones, soldados a los que no se pro-porciona zapatos y prendas de abrigo, capotes convertidos en tm-panos de hielo en el frente de Guadalajara, soldados que pasan va-rias semanas sin cambiarse, de sarna y avitaminosis10.

    La situacin del ejrcito se agravaba por la absoluta falta de mo-ral y el pesimismo de que hacan gala la prctica totalidad de la je-rarqua militar, como ya hemos visto en la reunin del aerdromode Los Llanos. Un informe de un denominado Consejo Asesor fa-langistas y tradicionalistas que ejercan en Madrid las labores dequintacolumna afirmaba que la mayora de los militares profesio-nales eran partidarios decididos de la entrega inmediata y que s-lo el comisariado y los miembros del Partido Comunista deseabancontinuar la resistencia11. Este derrotismo es confirmado en los in-formes del dirigente comunista Palmiro Togliatti mxima autoridaddel Komintern en Espaa en aquellos momentos, que reconoce

    9 GARCA PRADAS, Jos: La traicin de Stalin, New York, 1939, p.32. (Re-cogido de la pgina anarquista ateneovirtual.alasbarricadas.org).

    10 CASADO,S.: Op.cit., p.113-114.11 Citado por MARTNEZ BANDE, J.M., Op.cit., que cita fuentes de Defensa

    Nacional, del Servicio Histrico Militar.

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    que la inferioridad militar y a todos los niveles hace que los oficia-les profesionales consideren imposible la resistencia, pero ademsincluye como copartcipes de esta opinin a los propios militares co-munistas y a los comandantes procedentes de milicias, por lo queel nico debate no era el de organizar la resistencia sino finalizar laguerra de forma ordenada1 2. La situacin ha sido correctamentedescrita como de desconcierto, mezcla de un derrotismo crecientey un belicismo menguante1 3, especialmente tras la cada de Catalua.No obstante, la posibilidad de resistencia estaba siendo facilitada enaquellos das finales del gobierno Negrn por la falta casi absolutade combate en los frentes, aunque, como veremos, ello fuese debi-do bsicamente al convencimiento que los franquistas tenan deque otros militares acabaran hacindoles el trabajo.

    Las posibilidades de aprovisionamiento

    Las carencias alimenticias y de todo tipo se hacan sentir confuerza en aquel invierno de 1939, especialmente en la capital, don-de segn Peirats se careca hasta de leche para los nios1 4. La co-misin internacional cuquera para la asistencia a nios refugiadosque actuaba en buena parte de las poblaciones del pas, entre ellas,como veremos ms adelante, Elda consideraba que la racin ali-menticia era muy baja y no estaba garantizada para ms all de doso tres meses, aunque se quejaba de las trabas de todo tipo que obli-gaban a que la harina americana tardase ms de tres meses en lle-gar desde el puerto francs de Le Havre hasta los lugares donde sen e c e s i t a b a1 5. Tun describe el Madrid que recibe a Negrn como unaciudad hambrienta, donde gran parte de la poblacin era abasteci-da por la intendencia militar, con largas colas para conseguir el ra-

    12 TOGLIATTI, Palmiro: Op.cit., pp.269-270.13 ANDRS-GALLEGO, Jos: Op.cit., p.294.14 PEIRATS, Jos: Op.cit. p.383.15 T H O M AS, Hugh: La guerra civil espaola, Ediciones Urbin, Madrid, 1979,

    tomo IV, p.332.

  • cionamiento, con ms de 8.000 edificios destruidos por los bom-bardeos, con tan poco que hacer que todos los espectculos colga-ban diariamente el cartel de completo1 6. Slo Negrn parece algoms predispuesto al optimismo: el aprovisionamiento en la zonaCentro-Sur haba mejorado. Existan ms reservas que unos mesesantes, salvo en trigo y harina, pero se iba proveyendo17

    Figuras 17 y 18. Desde 1936, Madrid se haba convertido en un referentemundial de la lucha contra el franquismo; pero a principios de1939, derrota tras derrota, sin expectativa alguna de mejora dela situacin, con gravsimas dificultades materiales de todotipo, la moral de resistencia era forzosamente muy baja en laciudad, pese a que sus defensas en modo alguno haca preveruna inminente entrada de las tropas enemigas.

    36

    16 TUN DE LARA, M.: Op. Cit., p.618.17 Diario de Sesiones, extracto oficial de la sesin de la Diputacin Perma-

    nente de las Cortes, celebrada en Pars el 31 de marzo de 1939.

  • 37

    Algunos estudios sobre la economa productiva de la provin-cia de Alicante una de las pocas alejadas del frente de guerraofrecen en los ltimos meses de la guerra una imagen menos ca-tastrfica de la que se perciba en los frentes de batalla. As, a finalesde 1938 el Comit Provincial de Enlace PSOEPCE habla de in-tensificacin de la produccin en las fbricas y en las fincas agr-c o l a s 1 8 tras la creacin de la Unin Provincial de CooperativasAgrcolas, aunque puede tratarse ms de un deseo que de una rea-lidad. Por su parte, Santacreu Soler afirma que la asignacin de re-cursos para el cultivo de los productos de la agricultura de exporta-cin experiment un descenso mientras que en el caso de los pro-ductos alimenticios vitales para la subsistencia o en el de algunasplantas industriales el camo con el que se pretenda sustituir elyute de importacin registr un aumento1 9. En ese estudio tambinse habla de transformaciones que haban permitido solicitar crdi-tos, adquirir abonos y vender la produccin sin alterar la propiedadde la tierra de los pequeos agricultores, que seguan explotndo-la en rgimen familiar2 0. Es cierto que la agricultura alicantina no secaracterizaba en aquellos aos por una excesiva productividad ensu conjunto, pero las huertas de otras provincias cercanas las deValencia y Murcia, todava en poder de los republicanos s; nece-sitaramos estudios ms pormenorizados sobre la evolucin de la pro-duccin agraria en diversas provincias al final de la Guerra Civil.

    Es cierto, adems, que la capacidad de produccin fabril se ha-ba reducido enormemente tras la prdida paulatina de la mayorade zonas industriales Pas Vasco, Asturias, Catalua y el castigoal que eran sometidas las factoras del rea madrilea. Adems, engran cantidad de empresas se haba necesitado sustituir la mano de

    18 QUILIS TAURIZ, Fernando: Revolucin y Guerra Civil. Las colectividadesobreras en la provincia de Alicante. 1936-1939, Instituto de Cultura Gil-Albert, Alicante, 1992, p.97.

    19 SA N TACREU SOLER, Jos Miguel: La produccin de guerra y las tesisde la posicin Yuste, en SNCHEZ RECIO et alii: Guerra Civil y fran-quismo en Alicante, Instituto de Cultura Gil-Albert, Alicante, 1990, p.93.

    20 Op.cit.,p.87.

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    obra masculina, menguada por las numerosas incorporaciones al ser-vicio militar, empleando a las mujeres en las tareas tradicional-mente desempeadas por los varones2 1. El problema se converta enespecialmente grave en lo que respecta a la produccin de arma-mento. En algunas provincias, como en Alicante, la transformacinproductiva haba sido radical e intensa, enfocndose estrictamen-te a conseguir ganar la guerra. De nuevo Santacreu Soler ofrece nu-merosos datos de una transformacin tal que durante la segundamitad de 1938 la fabricacin de armamentos se convirti en la prin-cipal actividad industrial, superando a las anteriores. Ocupaba a ca-si 10.000 trabajadores2 2. Numerosas fbricas textiles, de alparg a t a s ,de calzado, de papel y de juguete pasaron a suministrar productosal ejrcito; las fbricas de harina trabajaban el trigo importado porel puerto de Alicante y algunas almazaras prensaban parte de lasaceitunas andaluzas; adems, el gobierno republicano haba ins-talado fbricas de aviacin, blindajes y cartuchera procedentes deotras provincias amenazadas por la cercana de los frentes2 3. Elautor concluye su estudio afirmando que en 1939, cuando Negrnformulaba su tesis de resistencia desde la Posicin Yuste, las activi-dades productivas agrcolas e industriales de la retaguardia alican-tina parece que estaban preparadas para la guerra24. Algunos da-tos de la produccin blica alicantina al final de la guerra no pare-cen ser tan apocalpticos como pretenden dar a entender los mili-tares profesionales al entrevistarse con Negrn o al publicar sus li-bros exculpatorios tras la contienda. La capacidad productiva dela industria armamentstica alicantina a finales de 1938 segn da-tos de PCE y de CNT era de 1.824.000 balas Mauser diarias, 876.000cartuchos Mauser, o 250.000 cargas, adems de muchos proyectiles,como 5.000 granadas o 650 proyectiles antitanque diarios2 5. En el l-timo parte conservado de la Fbrica 27 de la Subsecretara de Ar-

    21 QUILIS TAURIZ, F.: Op.cit., p.98.22 Op.cit. p.53.23 Op.cit. p.52.24 Op.cit., p.93.25 Op.cit., p.54.

  • 39

    mamento, ubicada en Ibi en la antigua factora de juguetes de Pa-y Hermanos se habla de una produccin diaria de 115.000 balasde 7,62 mm y de 30.000 de 9mm, adems de unas existencias en al-macn superiores a los dos millones26, que nadie parece ya intere-sado en recibir; el parte est fechado el 27 de marzo de 1939, cuan-do las tropas franquistas se hallan casi a punto de ocupar el pueblo.Otros ejemplos de esa actividad pueden ser la fabricacin en Ali-cante, en Rabassa, de los aviones HispanoSuiza E34, que seguan pro-bndose en la pequea pista de tierra situada entre Onil y Castalla2 7;o el traslado de parte de la produccin de aviones de Unin Navalde Levante a Elda28. Tun escribe que en las zonas donde se pro-ducan los suministros blicos las provincias de Valencia, Albacete,Alicante y Murcia la moral de la poblacin era mejor que en los fren-tes, aunque la divisin poltica era total29.

    Pese a este ejemplo clarificador de que la resistencia era po-sible, al menos, durante algunos meses, la realidad es que la in-dustria blica autctona no era ya suficiente no lo haba sido nun-ca para mantener la guerra con garantas de xito, mxime cuan-do la reduccin de la zona leal iba menguando las posibilidadesde aprovisionamiento de las propias factoras3 0. Por eso resultaba ab-

    26 VALERO ESCANDELL, Jos Ramn: Pay. Historia social de una industriaj u g u e t e r a, Generalitat Valenciana. Consellera de Treball i Seguretat So-cial, Valencia, 1991, p.97.

    27 ARREZ CERD, Juan: Aviones recuperados en el sureste al final de la gue-rra civil, Revista Espaola de Historia Militar, , n1, Valladolid, 2000,p.56.

    28 PREZ, Carlos A.: Los medios blindados en la guerra civil (y II). En elejrcito republicano, El Miliciano, septiembre 1996 (en red)

    29 TUN DE LARA, Manuel: Op.cit,. p.620.3 0 Por ejemplo, el 10 de agosto de 1938, el Consejo Municipal de Elda reconoca

    en carta al gobernador civil que su industria de calzado, a falta de materiasprimas, se encontraba casi paralizada. En buena medida, estas materiasprimas procedan de Catalua, con la que se haba cortado la comunicacintras la llegada a la costa castellonense de las tropas de Franco. (Vid. VA L E-RO ESCANDELL, J.R. et alii.: Elda, 1832-1980. Industria del calzado y trans-formacin social, I.C. Gil-Albert y Aytmo. Elda, Elda, 1982, p.100.

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    solutamente imprescindible garantizar el abastecimiento externo, al-go muy complicado dada la situacin internacional tras la firma delPacto de Munich y las negras perspectivas que ofreca un gobier-no que acababa de perder el ms desarrollado de sus territorios,Catalua.

    En este punto resultaba clave e imprescindible la llegada delmaterial de guerra sovitico. La URSS, que en el verano de 1938 ha-ba comenzado a reducir sus envos a Espaa y a repatriar asesoresy brigadistas, cambi de actitud tras el Pacto de Munich y en di-ciembre de 1938 acept la demanda espaola de material blico,transmitida personalmente por Hidalgo de Cisneros a Stalin. El ma-terial haba llegado a Francia pero, ante la escasa colaboracin delgobierno vecino, no pudo ser entregado a los combatientes en Ca-talua31, precipitando la derrota. Ese material, como indica clara-mente Marichal, no slo colmaba el valor del denominado oro deMosc sino que supona un saldo favorable para los soviticos3 2. Elarmamento retenido en Francia, legalmente propiedad de la Rep-blica Espaola, era la mayor baza con la que contaba Negrn en supoltica de resistencia a ultranza. Pero, como indica Luis Romero,el Presidente alardea de cantidades de armas y de aviones, de ali-mentos y pertrechos de todo gnero que estn en Francia dispuestospara el embarque. No aclara cmo piensa transportarlos...3 3 El op-

    31 Vid. MORADIELLOS, Enrique: El reidero de Europa. Las dimensiones in-ternacionales de la guerra civil espaola, Pennsula, Barcelona, 2001, p. 238-241 y TUN DE LARA, M.: Op. Cit., p.605.

    32 MARICHAL, Juan: El legado patriota de Juan Negrn, El Pa s, 31-03-2002.En dicho artculo de opinin afirma adems que el oro de Mosc se habagastado en defender al pueblo espaol y alimentarlo, ya que una gran pro-porcin del oro se haba empleado en la compra de vveres y, como habasealado Vias, no poda reclamarse nada pues se haba gastado todo el lla-mado oro de Mosc. O, dicho en otros trminos, lo que haba en Mosc,que estaba antes en el Banco de Espaa, fue el costo de la guerra de 1936a 1939: no se poda acusar, desde luego, a Juan Negrn, Ministro de Haciendadurante toda la guerra, de gastos ilegales...

    33 R O M E R O, Luis: La cada de la Repblica. El final de una poca, en THO-M AS, Hugh: La guerra civil Espaola, Urbin, Madrid, 1979, vol. VI, p.329.

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    timismo de Negrn en conseguir traerlo a la zona Centro-Sur (fru-to de la fe en su poltica de resistencia) choca con el pesimismo yla desconfianza de buena parte del ejrcito, mucho ms proclive afinalizar la guerra. Una conversacin de Cipriano Mera jefe mili-tar anarquista con Negrn a finales de febrero de 1939 refleja ade-cuadamente las dos opiniones:

    Mera: Y todo ese enorme material, dnde est, seor Negrn?Negrn: Lo tengo en Francia.Mera: S, claro, en Francia. Pero nosotros estamos en Espaa.Cree usted sinceramente que podr hacerlo llegar a Madrid?Negrn: Creo que s.Mera: Creo, me responde usted. Lo cual quiere decir que no es-t muy seguro34.

    La conversacin es toda una muestra del carcter derrotista debuena parte del poder militar, aunque se arrope en un lenguajearrogante ante el que todava es el superior jerrquico, como ministrode Defensa y como Presidente. No ser el nico caso a lo largo de es-tos das finales de la guerra. Tambin otros militares que formarnparte del Consejo de Defensa, como Casado o Miaja, se comporta-rn de forma cuanto menos descorts con Negrn en estos das.

    Desgraciadamente para la causa republicana, pocos das des-pus de la conversacin arriba descrita, el reconocimiento anglo-francs del gobierno franquista, facilitado por la actitud adoptadapor Azaa, Presidente de la Repblica y por tanto representantemximo del Estado, har totalmente imposible recuperar el envo sovitico.

    34 M E RA, Cipriano: Guerra, exilio y crcel de un anarcosindicalista, Ruedo Ib-rico, Pars, 1976, p.200.

  • 42

    Buscar una paz negociada

    Algunos autores han pretendido ver en Negrn y sus segui-dores, a veces ms all de los propios comunistas, una voluntadde resistencia que retrasase al mximo la victoria del ejrcito fran-quista, incluso despus de que Gran Bretaa y Francia reconociesenal gobierno de Burg o s3 5. Sin embargo, las propuestas de paz de Ne-grn ya venan de antes de su regreso a Espaa tras la prdida de Ca-talua. Es cierto que los denominados trece puntos, una decla-racin de intenciones publicada el 1 de mayo de 1938, han sidoreconocidos como una jugada propagandstica, tanto hacia el ex t e-rior como haca la poblacin indecisa de la propia zona republica-n a3 6. Se apostaba por abandonar cualquier elemento revolucionariodel programa republicano, planteando la defensa de la indepen-dencia nacional y la integridad de Espaa como aspectos princi-pales37, por lo que se trataba ms de una justificacin de la accina desarrollar difcil de cumplir por un gobierno sustentado porquienes difcilmente renunciaran a la revolucin, aunque acepta-sen su aplazamiento vistas las circunstancias que como una au-tntica propuesta de paz con posibilidades de ser aceptada por el ban-do enemigo, que ya acababa de llegar al Mediterrneo por Vi n a r o z ,aislando las dos zonas en poder de los republicanos.

    Es cierto que el discurso pronunciado por Negrn en Fi g u e r a sen la ltima reunin de las Cortes en territorio espaol ha sido con-siderado por algunos autores como una nueva oferta de paz, pero nopareca el socialista canario tan dispuesto a reducir al mnimo losrequisitos indispensables para concluir la guerra como el Pr e s i-dente de la Repblica (que dimiti en buena medida porque no vea perspectivas a las tesis sostenidas por Negrn) o el de las Cor-tes, Martnez Barrio, que convoc a la Diputacin Permanente en un

    35 PAYNE, Stanley y TUSELL, Javier: La guerra civil, Temas de Hoy, Madrid,1996, p.411.

    36 ROMERO, Lus: Op.cit., p.319.37 CARR, Edward H.: La Komintern y la guerra civil espaola, Alianza Edito-

    rial, Madrid, 1986, p.97.

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    Figura 19. La ilustracin, conservada en el Archivo de la Guerra Civil deSalamanca, es parte de la campaa propagandstica que sehizo de los 13 puntos propuestos por Negrn el 1 de mayo de1938, en los que algunos han querido ver uno de sus primerosintentos reales de conseguir un acuerdo de paz; otros, sinembargo, slo los valoran como una jugada propagandstica.

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    restaurante de Pars donde les comunic que estaba dispuesto a su-ceder a Azaa si Negrn le otorgaba plenos poderes para poner fina la guerra, a lo que Negrn no contest38. Azaa, por su parte, ha-ba iniciado tiempo atrs gestiones en este sentido, a travs de Bes-teiro y como iniciativa personal sin respaldo oficial, que no consi-guieron su propsito. Sin embargo, el propio Casado acepta comocierto que Negrn le confes que desde mayo de 1937 haba inten-tado r e i t e r a d a m e n t e entrar en negociaciones con el enemigo sinconseguirlo39.

    El intento ms serio de paz emprendido por el doctor Negrnfue a travs de Pablo de Azcrate, embajador espaol en el Reino Uni-do. El asunto, todava poco aclarado, al menos en las intenciones deNegrn y la posible intervencin de Casado, ha sido ampliamente tra-tado por Luis Romero y otros autores. El 14 de febrero vuelto Ne-grn y celebrados ya Consejos de Ministros en Valencia y MadridAzcrate entreg en el Foreign Office un memorndum donde afir-ma la voluntad de resistencia del gobierno pero tambin planteala mediacin inglesa para conseguir una paz negociada. A los dosdas, lord Halifax avanza una posible propuesta britnica que sugierela rendicin si el gobierno de Franco acepta renunciar a represaliaspolticas, juzgar a los responsables de crmenes comunes por tri-bunales ordinarios y facilitar la salida del pas de los elementos di-rectivos. El acuerdo ser telegrafiado por Azcrate a Madrid du-rante tres das seguidos sin recibir respuesta. El da 21 los britni-cos exigen una respuesta inmediata o, en caso contrario, se consi-derarn libres de cualquier compromiso. La contestacin, afirmativa,lleg por fin, pero el da 25, cuando el reconocimiento del gobier-no rebelde ya estaba decidido4 0. Cul fue la causa del fracaso de es-ta mediacin, de esta brevsima diferencia de tiempo que precipi-t la tragedia? Tun recuerda que el mismo da que Azcrate en-treg el memorndum en Londres, el Gobierno francs estaba ya ne-

    38 CARR, R.: Op.cit., p. 262.39 CASADO, Segismundo: Op.cit., p.115.40 ROMERO, Luis: Op.cit., p.320-321.

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    gociando con el de Franco, lo que dara lugar a los acuerdos B-rard-Jordana, que entregaban a Franco el oro del Banco de Espaabloqueado en Mont de Marsan, las armas y el material del Ejrcitorepublicano, mientras miles de soldados permanecan en los cam-pos de concentracin del sur galo. Todo ello aumentaba las prisasbritnicas el Reino Unido tambin tena ya su representante oficiosoen Burg o s4 1 por solucionar rpidamente el asunto espaol4 2. lva-rez del Vayo, despus del conflicto, trata de buscar la respuesta enla posible intercepcin de los cables por parte del coronel Casado,que ya preparaba su sublevacin4 3. Por el contrario, Luis Romero su-giere la posibilidad de que Negrn se resistiese a ser el liquidador p-blico y oficial de una guerra que confiaba en alargar o de cuya di-reccin pensaba que poda ser pronto destituido44.

    En todo caso, Negrn es muy consciente de que su polticade resistencia se basa, junto con el sentido del deber ante unas cir-cunstancias histricas, en la ms absoluta necesidad: carece decualquier otra alternativa razonable. El propio Casado escribi des-pus que, en su conversacin con el presidente tras el regreso de s-te a Espaa, Negrn dio por bueno su anlisis de la situacin reco-nociendo que estoy de acuerdo con usted en que la situacin esverdaderamente grave; pero, por grave que sea la situacin, las cir-cunstancias nos exigen continuar con la lucha como nica solu-cin45. Carr explica con meridiana claridad la situacin en que seencontraba el doctor Negrn: Dada la evidente insistencia de Fr a n-co en la rendicin sin condiciones y su negativa a una mediacin deFrancia y Gran Bretaa, cundo y cmo podra rendirse Negrn detal manera que salvara las vidas de los que haban combatido conla otra Espaa? Lo nico que se poda hacer era resistir4 6. Ta m-bin Cipriano Mera, el hombre fuerte militar del golpe casadista, re-

    41 Sir Robert Hodgson, segn BOLLOTEN, Burmett: Op. cit., p.1.022.42 TUN DE LARA, Manuel: Op.cit., p.621-622.43 LVAREZ DEL VAYO, Julio: Op.cit., p.302.44 ROMERO, Luis: El final de la guerra, Ariel, Barcelona, 1976, p.132.45 CASADO, Segismundo: Op.cit., p.113.46 CARR, R.: Op.cit., p. 261-262.

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    cuerda que Negrn le coment su fracaso en el intento de estable-cer negociaciones apelando incluso al Gobierno britnico47 peroque, al no conseguir ningn fruto, no le quedaba ms remedio quela resistencia a ultranza4 8. El mismo Mera resume las tres nicas al-ternativas existentes en una retirada escalonada hacia Cartagena, unarendicin sin condiciones o el paso a una guerra de guerrillas. Ta m-bin Tun considera que, la que l denomina triple carta de apa-rentar resistencia4 9, iba enfocada a poder negociar, a esperar unaposible complicacin de la situacin internacional o a org a n i z a runa retirada escalonada hacia Levante que permitiese adems im-plantar estructuras guerrilleras y establecer una base clandestina conapoyo civil. Para ello, escribe Tun, Negrn contaba con el bene-plcito de una parte del Partido Socialista (ejecutiva incluida) y delos comunistas, aunque Payne piensa que en el mes de febrero ya s-lo contaba con el apoyo del PCE50.

    Las alternativas a la nica posibilidad prevista por Negrnresistir ante la falta de alternativas, con la nica esperanza de unposible cambio de la coyuntura internacional, planteadas por losrepublicanos no comunistas, tenan, segn Preston, muy poco sen-tido tras la aprobacin por Franco el 9 de febrero de 1939 de la Leyde Responsabilidades Polticas que afectaban de hecho a todos losseguidores de la Repblica51. La Ley culpabilizaba a quienes des-de el 1 de octubre de 1934 y antes del 18 de julio de 1936 contribu-yeron a crear o agravar la subversin de todo orden de que se hizovctima a Espaa y de aquellas otras que, a partir de la segunda dedichas fechas, se hayan opuesto o se opongan al Movimiento Nacional

    47 La entrevista con Mera se realiz, segn ste, el 23 de febrero de 1939, esd e c i r, dos das antes de que Azcrate comunicase su aprobacin al Fo r e i g nOffice. Si Negrn le afirma ya que ha apelado incluso al gobierno britni-co cabe la posibilidad de que se produjese algn tipo de retencin ajena dela respuesta para que no se produjese en el plazo convenido.

    48 MERA, Cipriano: Op. Cit., p.197.49 TUNN DE LARA, Manuel: Op.cit., p.626-627.50 PAYNE, Stanley Y TUSELL, Javier: Op.cit., p.411.51 PRESTON, Paul: Op.cit., p.221.

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    con actos concretos o pasividad grave5 2. La ley, con lgica propia decualquier terrorista, converta a los verdugos en vctimas y culpa-bilizaba a todo defensor de una sociedad democrtica. La relacinde sanciones a las personas y organizaciones polticas confina-miento, inhabilitacin, prdida de bienes... era extensa y detalla-da53. Resulta difcil imaginar que los protagonistas del golpe de es-tado del 5 de marzo albergaran cualquier expectativa optimista denegociacin desde la debilidad.

    La nica opcin posible era resistir en espera de que la si-tuacin internacional transformase la poltica de alianzas y aportasenuevos aliados a la causa republicana. Hasta Po Moa reconoce demala gana que tal posibilidad era posible: la guerra espaola en-lazara con la mundial, y entonces caba esperar una intervencinde Francia y Gran Bretaa a favor del Frente Po p u l a r, que volcase labalanza a su favor. La contienda resultara mucho ms larga y des-tructiva, pero entonces la victoria de las izquierdas quedara ase-gurada: Resistir es vencer54. Dejando aparte la curiosa manera deconvertir al Estado democrtico en culpable del alargamiento deuna contienda emprendida contra l por quienes ms obligados es-taban a acatar el ordenamiento legal, la verdad es que entramos delleno en el terreno de la futurologa. Un dirigente de la Komintern,M a n u i l s k l y, en conversacin con Jess Hernndez reconoca que unconflicto europeo a gran escala no podra surgir mientras no se de-cidiese totalmente la situacin espaola5 5. Tambin Hugt Thomas re-cuerda que si la Repblica hubiera permanecido intacta, con Ne-grn y Casado en el mismo lado, incluso por el breve periodo de dossemanas ms, su posicin internacional podra haber cambiado. El15 de marzo, Hitler march sobre Praga (...) A finales de ese mes, lasgarantas anglofrancesas a Polonia haban transformado la situacin

    52 Ley de Responsabilidades polticas, publicada en el B.O.E. del 13 de fe-brero de 1939.

    53 TUN DE LARA, M.: Op.cit, p.621.54 MOA, Po: Op.cit., p.431.55 Vid. HERNNDEZ, Jess: Yo fui un ministro de Stalin, G. Del Toro, Ma-

    drid, 1954, p. 255.

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    i n t e r n a c i o n a l 5 6. Tambin Stepnov, al poco de concluir la con-tienda lamenta que no se hubiera podido resistir por ms tiempo5 7.A modo de sentencia, Vidarte recordar mucho despus que l ahistoria trgica de la rendicin de Madrid ense al mundo que Ne-grn y la ejecutiva del partido tenamos razn: no exista, desgra-ciadamente, otra poltica que la de resistir58.

    Adaptar el aparato estatal a una etapa de resistencia

    Desde su llegada, Negrn mostr su voluntad de convertir a Ma-drid, de nuevo, en sede del Gobierno, como gesto de reconocimientoal herosmo de una ciudad tan castigada y como muestra de su vo-luntad de mantener una imprescindible mnima apariencia de nor-malidad. Por eso, el mismo da 10 de febrero se facilit una nota ofi-cial al respecto, adelantndose al decreto del da siguiente que la Ga-ceta de la Repblica public el da 12.

    El Presidente trat de mantener esta normalidad aparente y, co-mo hemos visto, convoc dos Consejos de Ministros en la ciudad losdas 13 y 15. Hasta el mismo da 24, vspera de la ltima reunin enMadrid de Negrn con Casado, se siguieron convocando las reu-niones ministeriales en la capital.

    Sin embargo, existan ya suficientes razones de todo tipo paraconsiderar a Madrid una ciudad no segura, adems de escasamente ope-rativa para determinados aspectos organizativos de un Estado que de-ba adaptarse a una etapa de resistencia lo ms eficaz posible. No esde ex t r a a r, por tanto, que la reunin del 16 de febrero con la plana ma-yor militar no fuese fijada en la capital sino en el aerdromo albace-teo de Los Llanos, sin duda porque la ciudad manchega representa-ba ya un punto mucho ms cntrico para reunir a jefes venidos des-de Andaluca Oriental, el levante peninsular y el sur castellano.

    56 En The Spanish Civil War, citado por BOLLOTEN, B.: Op.cit., p.1052.57 MINEV, Stoyn: Op.cit., p.169.58 V I DA RTE, Juan Simen: Todos fuimos culpables , Fondo de Cultura Eco-

    nmica, Mxico, 1973, p.843.

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    Figura 20. El calendario de guerra republicano para 1939 parece centradoen destacar la fusin de la idea republicana con la delpatriotismo espaol. Quiere ofrecer una imagen ntida de lavoluntad de victoria, con ese mapa de una Espaa totalmenteunificada en un solo territorio. La profeca se cumpli, pero noprecisamente bajo la imagen de una repblica poderosa.(Archivo Histrico Nacional Seccin Guerra Civil).

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    Al da siguiente, se difunde a la prensa una nota de la Presi-dencia del Consejo de Ministros en la que se informa que el Gobiernoha estimado conveniente instalar los servicios departamentales enla zona de Levante5 9, aunque se mantiene la residencia oficial en Ma-drid. La rapidez con la que se inicia el traslado es tanta que la no-ta ya confirma que se ha producido el desplazamiento a tal efectode los ministros de Justicia, Instruccin y Trabajo. Resulta ex p l i c a-ble que, si el aparato administrativo estatal deba reconstruirse ca-si desde sus races, una ciudad situada en el mismo frente de bata-lla, hasta el punto de que los stanos del antiguo Ministerio de Ha-cienda constitua el lugar ms seguro y mejor fortificado de la mis-ma, no era el enclave ideal para desempear tal funcin.

    La celeridad de algunos ministros fue notable. El da 19, enMurcia, los de Justicia e Instruccin afirmaban que el objeto desu viaje era establecer en la zona levantina los servicios de susrespectivos ministerios. El 21, con la misma misin, se han des-plazado a Alicante y Valencia otros varios ministros, como los deTrabajo y Obras Pblicas. El desplazamiento de Negrn y su Go-bierno por las distintas provincias leales sera posteriormente ob-jeto de crtica de quienes habran de sublevarse. Garca Pr a d a s ,por ejemplo, afirm que el gobierno no se atrevi a residir en Ma-drid, ni en Valencia ni en ninguna parte. Anduvo de un lado paraotro, reunindose en hoteles, comandancias militares o casas dec a m p o6 0. Al margen de esto, el desmantelamiento del aparato es-tatal tras la prdida de Catalua haba afectado especialmente a losservicios de informacin en el exterior; las fuentes al respecto pa-recen indicar que no pudieron reanudar su labor tras la prdida deB a r c e l o n a6 1.

    59 Vid. Humanidad. Portavoz del Frente Popular Antifranquista de Alcoy, 18-02-1939.

    60 GARCA PRA DAS, Jos: As termin la guerra de Espaa, Imn, Buenos Ai-res, 1945, p.52.

    6 1 Desconocemos dado que nada pudieron recoger los archivos, abandonadosen Barcelona si durante esos escasos das que siguieron a la ocupacin deCatalua por las tropas de Franco y hasta el final de la guerra los servicios con-

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    En otro orden de cosas, resulta evidente que Madrid se habaconvertido en una autntica ratonera para un Gobierno que carecaclaramente del apoyo y confianza de buena parte del espectro pol-tico y de la jerarqua militar. Sin referirse en ningn caso a la pro-ximidad del enemigo franquista, algunos dirigentes comunistas afir-man lo peligrosa que se haba vuelto la permanencia en la ciudad:Madrid era como una trampa que todos trataban de dejar, mien-tras la puerta estuviera entreabierta. Haba en el ambiente la suficientehostilidad no slo de los enemigos, sino tambin de los ex a l i a d o s 6 2;Madrid estaba tremendamente amenazado6 3. El doctor Negrn aca-b siendo consciente del peligro que corra cuando observ que e lseor Casado segua mis pasos no en el Centro como era su misin,sino en cualquier otro Ejrcito donde me moviera. Sospech que se mequera preparar una encerrona, y, naturalmente, gracias a ello pudeescapar con todo el Gobierno de las manos de Casado6 4.

    Seguramente fue la entrevista celebrada con Casado el da 25de febrero el momento en que Negrn adopt la decisin definitivade trasladar su residencia fuera de Madrid. La bella y discreta fin-ca rural de El Poblet, situada en el trmino municipal de Pe t r e r, ibaa vivir por unos das un protagonismo histrico acentuado con el so-brenombre estratgico de Posicin Yuste.

    sulares y, sobre todo, la Jefatura Central de Ginebra continuaron su labor deinformacin. Poco importaba ya. (LUEGO TEIXIDOR, Felix: Espas en laembajada. Los servicios de informacin secreta republicanos en Francia du-rante la Guerra Civil, Servicio Editorial Universidad del Pas Vasco, Bilbao,1996, 159 pp.). Otra informacin sobre los servicios establecidos en Ginebra,afirma que Jimnez de Asa se quejaba de la situacin de la delegacin y queel ltimo informe que envi desde Ginebra est fechado el 19 de enero de 1939,cuando las tropas franquistas estaban a punto de entrar en Barcelona. (CA-SA N OVA, Marina: La diplomacia espaola durante la Guerra Civil, B i b l i o-teca Diplomtica Espaola, Ministerio de Exteriores, 1996. p.99).

    62 TAGUEA, Manuel: Op.cit., p.306.63 Declaracin de Irene Falcn recogida en VALERO ESCANDELL, J.R.: Do-

    lores Ibrruri. El recuerdo del adis, Alborada, 33, 1986, p.53.64 Diario de Sesiones, extracto oficial de la sesin de la Diputacin Perma-

    nente de las Cortes, celebrada en Pars el 31 de marzo de 1939.

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    APNDICE 3LA INDUSTRIA BLICA

    La necesidad de contar con una infraestructura ma-terial suficiente para afrontar el reto blico siempre estuvop resente entre los partidarios de la Repblica, de cualquierideologa o condicin.

    Figura 21. El cartel anarquista muestra, sin duda, una imagen idlica de lainfraestructura con que contaba la Repblica para afrontar laguerra: transporte moderno y organizado, fbricas biendotadas, campesinos felices con el trabajo quedesempeaban... El curso de los acontecimientos, la prdidade las principales reas industriales, las necesidades deaprovisionamiento no siempre cubiertas acabarantransformando radicalmente aquella percepcin. (ServicioHistrico Militar).

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    Figura 22. El Partido Comunista desconfi desde el primer momento delos mpetus revolucionarios en los centros de trabajo, quepodan poner en peligro la necesaria organizacin paragarantizar la eficacia de los suministros al ejrcito y a lapoblacin civil. Por eso, desde el primer momento impuls laconsigna de que era necesario ganar la guerra para poderrealizar posteriormente la revolucin, frente a losplanteamientos anarquistas que afirmaban que slo seraposible la victoria si se produca simultneamente a unatransformacin revolucionaria de la sociedad.

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    Figuras 23 y 24. De acuerdo con la poltica de primar las necesidadesmilitares, los comunistas desarrollaron una activsimapropaganda a favor del desarrollo de la industria blica, dotadade una organizacin eficaz que implicaba una estrictadisciplina laboral a todos los niveles. (Servicio Histrico Militar).

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    Figuras 25 y 26. Los dos mapas de la industria alicantina, realizados porJos Miguel Santacreu Soler, muestran claramente latransformacin vivida por la economa de la provincia a lo largode la guerra civil: a finales de 1938 la industria blica se habaconvertido en la principal actividad de la zona cuando en 1936era inexistente en una provincia de una produccin fabril muydiversificada.

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    Figura 27. A su manera, hasta los nios, como el autor de este dibujo enla Colonia Escolar n 10, sita en Elda, se daban cuenta de lanecesidad de disponer del armamento suficiente paragarantizar las posibilidades de victoria. (Publicado por laSpanish Child Welfare Association of America for the AmericanFriends Service Committee)

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    Figura 28. ltimo parte de fabricacin de la Fbrica 27 de laSubsecretara de Armamento, ubicada en Ibi en las naves de lafbrica juguetera de Pay Hermanos, en el que se demuestraque pese a las innegables dificultades todava se seguaproduciendo en los ltimos momentos de la guerra. (Eldocumento se conservaba en el archivo de Pay HermanosS.A.)

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    APNDICE 4ERA SUMISO NEGRN A MOSC?

    Casi todos los enemigos polticos del doctor Negrny eran muchos al final de la Guerra Civil tratan de mos-trarle como un hombre consciente o inconscientemente alservicio de los intereses soviticos, dado que en 1939 s-lo contaba ya con el apoyo decidido del Partido Comunis-ta y a ste le achacaban ser un mero instrumento de la vo-luntad de Stalin, que haba puesto al frente de la poltica co-munista a hombres del Komintern como Palmiro Togliatti oStepnov.

    Por el contrario, el objetivo de Negrn y sus seguidore sal final de la guerra era retrasar la victoria de los naciona-les y que su dependencia con respecto al apoyo de loscomunistas se entendiera slo como un medio para al-canzar tal objetivo.

    De cualquier manera, como demuestran las siguien-tes ilustraciones, en la Espaa republicana de la GuerraCivil, al menos al principio, en busca de una actuacin uni-taria, fue corriente interrelacionar smbolos de ideologasbien diversas, a veces contradictorias. El apoyo a la ima-gen sovitica fue comn en partidos y sindicatos bien dis-tintos a los comunistas, como muestra de agradecimientoal pas que prestaba un apoyo ms decidido a la causa republicana.

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    Figura 29. El cartel no tiene desperdicio ideolgico alguno: presidido porel socialista Largo Caballero, bordeado por las siglasanarquistas de CNT-FAI, y sobre l un escudo y una banderade Espaa con los emblemas de PSOE y PCE, destaca aPasionaria autntico mito comunista de la contiendadirigindose a las masas anarquistas desde un medalln con elretrato de Durruti. Tambin aparecen las figuras derepublicanos como Azaa, nacionalistas como Companys,lderes soviticos como Lenin y Stalin, los mrtires de Jaca,jefes militares de la Guerra Civil y otros polticos de izquierdasy lderes sindicalistas. Es un ejemplo de cmo, al comienzo dela guerra, cualquier aporte ideolgico era bueno para salvar laRepblica Espaola de la insurreccin de gran parte delestamento militar. (Servicio Histrico Militar)

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    Figura 30. Cartel comunista en el que un ejrcito disciplinado y bienpertrechado avanza con la bandera de la Repblica Espaolaal frente, tal como predicaba la propaganda del PCE: unejrcito, una bandera. La ilustracin rinde culto a los lderescomunistas espaoles y a la idea proletaria que representabala Unin Sovitica. (Archivo Histrico Nacional Seccin GuerraCivil de Salamanca).

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    Figura 31. A finales de los aos treinta, para cuantos vean la guerra civilcomo una lucha por la independencia nacional y por larevolucin proletaria, la Unin Sovitica era una referenciaplanetaria. (Servicio Histrico Militar).

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    Figura 32. Hasta un partido tan poco sospechoso de aventurasrevolucionarias de carcter proletario como IzquierdaRepublicana, el del presidente Azaa, mostr su gratitud por laayuda sovitica a la Espaa agredida y lo hizo ademspersonificndola en la persona de Stalin. (Servicio HistricoMilitar).

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    Figura 33. Nuevo ejemplo de la mezcla de conceptos de todo tipo quesupuso el periodo inicial de la Guerra Civil: sello vasco, encataln, que homenajea a la Unin Sovitica, sin duda comomuestra de su solidaridad con los republicanos.

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    Figura 34. Las asociaciones de Amigos de la Unin Sovitica proliferaronpor todo el territorio espaol controlado por el gobiernolegtimo. Sin duda, en ellas se integraron muchsimossimpatizantes del Partido Comunista, pero tambin numerosaspersonas ajenas al mismo. (Servicio Histrico Militar).

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    Figura 35. Dibujo realizado por un chico refugiado de la Colonia n 10 delMinisterio de Instruccin Pblica, ubicada en Elda. Muestra laidentificacin que para amplias capas de la poblacin supusola bandera sovitica con la idea de la defensa de la Repblica.(Publicado por la Spanish Child Welfare Association of Americafor the American Friends Service Committee).

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    Los ejemplos arriba indicados fueron utilizados pos-teriormente por la propaganda franquista para mostrar quesu rebelin no haba sido tanto contra un gobierno demo-crtico sino para librar a Espaa de un control comunista(a todas luces imposible antes del inicio de la Guerra Civil)y de la sumisin a una potencia y a una ideologa consi-derada extranjera a nuestra cultura. Sin embargo, podra-mos inundar la publicacin de muestras que indican cla-ramente que tambin la Espaa de Franco mostraba sus u b o rdinacin y agradecimiento jams hubiera ganado laguerra sin su ayuda a unas potencias (las totalitarias) y auna ideologa, el fascismo.

    Figura 36. Ilustracin de un tebeo franquista en el que se adoctrina a unpblico infantil acerca de la participacin sovitica en la guerrade Espaa.

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    Figura 37. Cartel del banco franquista en el que se entrelazan la banderamonrquica de Espaa (sin escudo alguno) y la del partidonico con las de Alemania nazi, la Italia monrquica y Portugal,que ondean a una altura superior.

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    Figura 38. Anuncio de un cine madrileo en los primeros tiempos de laposguerra en el que se programa una serie de films deexaltacin nazi.

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    III. EL INTENTO DE DISPONER DE UNA MNIMA ESTRUCTURA

    GUBERNAMENTAL

    Ya hemos visto cmo Negrn, a las pocas horas de regresar aEspaa, restablece la sede del gobierno en la ciudad de Madrid. Po-cos das despus, sin embargo, se acaba informando de que las de-pendencias ministeriales seran diseminadas por distintas provin-cias del litoral mediterrneo. Finalmente, tras comprobar el am-biente enrarecido que en el estamento militar se respiraba hacia suGobierno, acaba trasladndose a la denominada Posicin Yuste, enel trmino municipal de Petrer.

    Sin embargo, el conjunto de instalaciones establecido en po-cos kilmetros a la redonda supera con mucho los estrictos lmitesde la finca que hasta su llegada y despus de su partida siempre seha conocido como El Poblet. Es cierto que el territorio que acogi losltimos das del Gobierno republicano se ha conocido comnmentecomo Gobierno de Elda (as lo denominan algunos autores) y a El-da se refieren la mayora de quienes abordan aquellos momentos his-tricos; ello se debe ms al desconocimiento real del territorio porparte de quienes acudieron en aquellas fechas a la zona no atra-vesaban, de hecho, el ncleo urbano de Petrer si siquiera para ac-ceder a las posiciones Yuste y Dakar que a su valoracin globalde la infraestructura gubernamental que aqu se estableci o in-tent establecerse. En realidad, fue en todo el Valle de Elda, en el sen-

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    tido que al trmino dan literatos de la talla de Azorn1 o Va l o r,2 el va-lle ms cntrico y poblado de todos cuantos conforman las comar-cas interiores del Vinalop, el lugar en el que se pens construir unintento fallido de centro coordinador de la infraestructura estatal quetodava permaneca en poder del Gobierno republicano.

    Muchos autores, tanto historiadores como polticos de todacondicin, han criticado a Negrn su traslado a una pequea po-blacin aislada totalmente del resto del territorio. Se dice que a c a-ba encastillndose en Elda, cerca del aerdromo de Monvar y delpuerto de Alicante3, aislado hasta de las plazas cercanas de Alicantey Albacete (...) replegarse a aquella reducida plaza fuerte4. En el ca-so de los comunistas, muchos de ellos afirmaron posteriormenteque el traslado all de la jerarqua del PCE haba sido otro error.Lster reprocha en varias publicaciones que se trataba de un lugarlejos de todo gran centro urbano5, lejos de los frentes, donde esta-ban las fuerzas militares, y de los grandes centros industriales, don-de estaban las masas obreras y, sobre todo, lejos de Madrid, que ha-ba sido nuestra fortaleza...6. Stepnov no crtica el aislamiento ens sino que la direccin se sinti encerrada en el ambiente ene-mistoso y airado de Elda7. Jess Hernndez, finalmente, piensa

    1 AZORN, en El enfermo, escribe que El valle de Elda reviste la forma delcasco de un buque; podr tener diez kilmetros de anchura por catorce delargo. El color que predomina es el gris suavemente azulado. A una bandase levanta una colina de yeso y en su cumbre aparece Monvar; al otro la-do, en las faldas de otro altozano se ve Petrel. Y abajo, tocando las aguas delro, est Elda.

    2 Va l o r, en Rondalles Va l e n c i a n e s, describe el pintoresc poble de Pe t r e r,aquell que es reclina graciosament en un enlairat tossal, entre les duesgrans muntanyes del Cavall i de la Cilla, i t a les seues envistes, como quidiu als seus peus, larredonida vall dElda, tan delitosa, i all mes lluny, capal migjorn, la senyorvola poblaci de Monver, amb les seues hortes, els seuspujols empolsegats, les seues amples rambles...

    3 ROMERO, Lus: La cada de la Repblica..., p.329.4 MARTNEZ BANDE, J.M.: Op. Cit., p.168.5 LISTER, Enrique: Nuestra guerra, p.254.6 LISTER, Enrique: Basta!, 1971, p. 117.7 MINEV, Stoyn: Op. cit., p.205.

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    que si razones de inseguridad han aconsejado la salida de la di-reccin del partido de Madrid, el traslado no ha debido hacerse nun-ca a Elda, sino a Valencia, ciudad que es el centro estratgico del te-rritorio republicano y que dispone de un excelente nudo de comu-nicaciones que garantizan la rapidez de cualquier accin.8 A l g u n o sse plantean que la razn principal deba ser la bsqueda de unafcil escapatoria: cabe preguntarse porqu fij la sede de gobiernoen la pequea poblacin industrial de Elda, situada a 30 kms deAlicante, hacia el interior, y por lo mismo alejado de Madrid, si de-seaba continuar la guerra. La situacin de esta ciudad, no lejos dela costa, haca sospechar que se prevea la posibilidad de escapato-ria9. Desde otra ptica, la anarquista, tambin se habla de huida,pero no tanto del peligro franquista sino de las posibilidades degolpe desde sus propias filas: Por el tono de la rplica [de los mi-litares] Negrn se dio cuenta de que la tierra se hunda bajos suspies. A partir de aquel momento crey necesario activar los prepa-rativos de un golpe de Estado1 0. Slo un estudioso local parece en-contrar normal la eleccin del Presidente del Gobierno: por loapartado del teatro de la guerra, es posible fuera escogido por el go-bierno Negrn para instalar su sede cuando, despus de perdida to-da Catalua y hudo a Francia, regres a la limitada zona republi-cana para organizar la resistencia a ultranza que preconizaba11.

    Se hace necesario establecer buen nmero de matizaciones atales anlisis. En primer lugar, se supone que la razn no deba serla bsqueda de una fcil escapatoria de los ataques franquistas por-que, en ese caso, no se entiende porqu regres al territorio repu-blicano cuando ni el presidente de la Repblica ni el de las Cortesni el jefe militar de Catalua lo haban hecho; tampoco se hubieseentendido que regresase al pas casi de inmediato, cuando hasta los

    8 HERNNDEZ, Jess: Op.cit., p.195.9 T H O M AS, Hugh: La Guerra Civil Espaola, Grijalbo, Barcelona, 1976,

    p.181-182.10 PEIRATS, Jos: Op. cit., p.384.11 NAVARRO PASTOR, Alberto: Elda, ltima capital de la Repblica Espa-

    ola, Valle de Elda, 6-9-1973.

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    dirigentes comunistas defensores de la resistencia ms numantina lohicieron despus que l; ni que se hubiese empeado en proclamardesde el primer momento a la ciudad de Madrid como sede del Go-bierno, ni que acudiese reiteradamente a la ciudad en su recorridopor toda la zona Centro-Sur para valorar la situacin en que se en-contraba. En cuanto a que tratase de evitar cualquier golpe de esta-do en su contra, mxime cuando comprende que est siendo vigilado

    Figura 39. El mapa del Valle de Elda y sus territorios cercanos muestra lasituacin de la infraestructura gubernamental en relacin conlos principales ejes viarios que atraviesan la comarca(Realizacin tcnica de Carlos Corts Samper, delDepartamento de Geografa Humana de la Universidad deAlicante).

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    por Casado (jefe militar de todas las fuerzas del Ejrcito del Centro,que haba llegado recientemente a censurar hasta un texto del Pr e-sidente) queda dentro de toda lgica. Sin embargo, se trataba de unaelemental medida de precaucin, no de esconderse: cmo podaexplicarse si no que militares tan sospechosos como Casado o Ma-tallana conociesen perfectamente el lugar en que se encontraba,puesto que fueron a entrevistarse all con el Pr e s i d e n t e ?

    En otro orden de cosas, no era la zona de Elda-Petrer tan ma-la eleccin a la hora de ubicar all no slo la residencia presidencial,sino un centro neurlgico de la nueva infraestructura guberna-mental espacialmente diseminada que pretenda establecer como par-te de su plan de resistencia. Ante todo no se trata de un territorio ais-lado: El Poblet petrerense (la Posicin Yuste, si se quiere denominaras) como residencia presidencial o Elda como sede de dependen-cias ministeriales bsicas no eran en aquellos momentos una zonacomparativamente mal comunicada. Es evidente que, pese a lo quediga Jess Hernndez, en el territorio sobre el que todava conser-vaba el control la Repblica, dispona de una centralidad infinita-mente mayor que Valencia, pues la capital del Turia se encontrabaen aquellos das en una posicin extrema, a escasos kilmetros malfortificados y de nulas dificultades orogrficas de las tropas fran-quistas de la costa castellonense. Por supuesto, por mucho que Ma-drid conservase buena parte de los centros de direccin del Estado,tampoco disfrutaba de una posicin ms cntrica respecto a ese30% de Espaa que era la zona Centro-Sur: la capital, perifricarespecto a los restos del Estado republicano, se enfrentaba al ene-migo en su mismsima Ciudad Universitaria.

    Elda era entonces una de las principales ciudades de paso dela carretera nacional de Madrid a Alicante, el eje vertebrador enaquellos momentos del territorio de la Repblica, muy cerca dedonde se establecen las principales conexiones viarias con Valen-cia y con Murcia. Slo Villena posea en esos das una conectividadcon la red urbana de la Zona Centro Sur comparable con la de El-da, es decir, en el centro de la conexin entre Albacete, Valencia, Al-coi, Alicante, Murcia y Cartagena. Se trataba, adems, de dos ciu-dades de poblacin bastante similar, casi idntica en aquellas fechas.

  • Si Villena estaba ms cerca de Madrid, de Albacete y de Valencia,Elda lo estaba de Alicante, Murcia y Cartagena, es decir, ms pr-xima a la costa en unos momentos en que el repliegue organizadohacia los principales puertos estaba siendo estudiado como una delas posibles alternativas ante el final de la guerra: no se trataba dela huda del gobierno, se trataba de la retirada organizada y plani-ficada de todo el grueso de la direccin del Estado (ministros, jefesmilitares, lderes polticos, gentes con responsabilidades de todotipo).

    Elda contaba adems, al igual que Villena, con una estacinde ferrocarril1 2 (la ya entonces denominada de Elda-Petrel) bien do-tada, con un edificio central recin construido. La va frrea, ade-ms, discurre extremadamente cerca de la finca de El Poblet, faci-litando todava ms la conexin de la sede gubernamental, en me-dio de una total discrecin. Por su parte, el paraje en el que se es-tableci la direccin comunista, algo alejado de la residencia del Go-bierno, no junto a la misma como en ocasiones parecen dar a en-tender ciertos escritos, tambin gozaba de algunas ventajas simila-res, como luego veremos al describir con detalle ambas posiciones.

    Poltica y socialmente, el entorno Elda-Petrer posea otra se-rie de caractersticas en las que merece la pena detenerse. En primerl u g a r, se trataba de una zona de amplia y antigua fidelidad a la cau-sa republicana, en buena medida gracias al arraigo de las ideas cas-telarianas (como el apoyo a una repblica unitaria de fuerte raz pa-tritica), dado que el famoso poltico vivi su infancia en Elda y man-tuvo siempre fuertes lazos con la comarca; el republicanismo sehaba ido consolidando a lo largo del siglo hasta el punto de que yaen los aos veinte haba arraigado en parte de las pequeas y me-dianas burguesas locales. Enric Va l o r, entonces residente en la ciu-dad, muestra cmo en Elda se lleg a proclamar la repblica tras el

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    12 De hecho, tanto Elda como Villena contaban en su trmino con ms esta-ciones ferroviarias; en el trmino de Elda radicaba adems la denominadade Monvar-Pinoso; en el de Villena, el enlace de La Encina y el apeade-ro de la Colonia d