el señor es pequeño, Él abraza la pequeñez

1
COLUMNA JOCHA Jocha Castro Videla [email protected] El mundo Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó. Dijo que había contemplado, desde arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear y, quien se acerca, se enciende. Eduardo Galeano, “El Libro de los Abrazos” En palabras de Martín Descalzo, podemos decir que es en Belén en donde comienza la gran locura, la gran locura de un Dios, que ama tanto al hombre que se hizo uno de ellos… un niño recién nacido, que sólo sabe reír, llorar, alimentarse y dormir… un niño que necesita de su madre para sobrevivir. Un Dios que decide nacer en la oscuridad y en el silencio de la noche en un pequeño pueblo como Belén, en un pesebre utilizado para albergar animales, rodeado de los pastores (trabajadores nocturnos de baja clase social). El Hijo de Dios, el Hijo de los hombres, nació entre los hombres y mujeres marginados, nació como un pobre más. No sólo eso, sino que también podemos decir que Dios eligió nacer entre la bosta de los animales. El Señor es pequeño, es un niño indefenso que llora y mama, y Él abraza la pequeñez, porque la elige. Es este Dios, el mismo que elige morir para vivir, el que elige ser pobre para ser rico, ser débil para ser fuerte, ser humano para ser Dios. ¡Escándalo para los judíos y locura para los paganos! 3 ¿Pero cuántas veces esto es escándalo y locura para nosotros los cristianos? ¿Por qué nos cuesta tanto, a veces, en nuestra vida, en nuestros templos, en nuestra pastoral, aceptar la humildad del Emanuel? ¿Qué relación tiene nuestra vida con el escándalo y la locura de la Navidad? ¿En qué aspectos de nuestra vida dejamos nacer al Dios-con-nosotros? ¿En cuáles no? ¿Reconocemos la presencia del Emanuel en nuestros silencios, oscuridades, pobrezas, pequeñeces? ¿Somos concientes de que, así como hace 2000 años Dios nació entre bosta, Él quiere nacer entre la bosta de nuestra vida? Si Dios crea Vida desde la muerte, ¿no deberíamos dejarlo nacer en nuestros pecados más que en nuestros méritos, en nuestras heridas más que en nuestras riquezas? Este Fuego nos enciende, ¡y cómo!, si nos dejamos encontrar con Él en el lugar donde Él quiere encontrarnos, no donde nosotros queremos, no donde es cómodo para nosotros. ¡La Navidad no es cómoda! La Navidad nos invita a dejar nacer a Jesús en aquellos aspectos oscuros de nuestra vida, en aquellos aspectos que nos avergüenzan, que nos hacen sufrir. Él no busca nacer en nuestros méritos pastorales, en nuestras grandes virtudes. El Emanuel quiere nacer en nuestro pesebre, en nuestro corazón herido, siempre y cuando nosotros lo dejemos entrar. El Fuego cicatriza, acerca; el Fuego es Misericordia y es Ternura. La mayoría de nosotros, aquellos que llevamos algunos años de vida ya recorridos, sean más, sean menos, hemos hecho experiencia del fuego. Porque, como cuenta aquí este escritor uruguayo, “el mundo es eso, un mar de fueguitos”, y he aquí nuestra experiencia: la de las relaciones personales. Nos hemos cruzado a lo largo de la vida con cientos o miles de fuegos; con algunos hemos tenido más relación que con otros, con algunos somos familia, amigo, compañero o pareja. Con otros nos peleamos e insultamos, con otros nos enamoramos. Y todos estos fuegos tienen algo en común. De alguna u otra manera, su paso por nuestra vida ha dejado una marca; a veces tan pero tan chiquita que no lo recordamos, otras veces tan pero tan grande que nos ha cambiado el rumbo de nuestra vida. Es que es esta una particularidad del fuego: que todo lo que toca cambia, y ya no puede volver a ser lo que era antes. Pero, sea el fuego que sea, creo que hay una clave que debemos seguir: acercarnos a cada fuego sabiendo que es sagrado, descalzándonos –representación del caminar despacio, con cuidado y respeto– como Moisés frente a la zarza que ardía sin consumirse. 1 Cada persona es sagrada, cada vida es sagrada, y en este mar de fueguitos que somos, debemos acercarnos a cada uno con profundo respeto, reconociendo que cada persona es misterio, creatura de Dios. Pero hay un Fuego, con mayúscula, un Fuego muy particular, que encierra dentro de sí muchas contradicciones. Es un Fuego muy grande, pero que a su vez puede ser muy pequeño; es un Fuego que quema lo que está a su paso, pero es abrigo cálido para el que lo necesita; es un Fuego que brilla como nadie, pero que puede pasar muy desapercibido; es un Fuego que respeta el tiempo y el espacio de cada uno, pero que a veces irrumpe en la vida de uno sin pedir permiso; un Fuego que es uno y que a la vez es trino. Y este Fuego es el Emanuel, este Fuego es la Navidad. La Navidad es una fiesta, es la fiesta del Evangelio, es la fiesta de la contradicción, es la fiesta del compromiso, es la fiesta de la pequeñez. ¿Qué clase de Dios tenemos? ¿Qué clase de Rey Todopoderoso? Tenemos un Dios que, siendo de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente; al contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres (y mujeres). 2 1 Éxodo 3, 2 2 Filipenses 2, 6-8 3 1 Corintios 1, 23 Cada persona es sagrada, cada vida es sagrada, y en este mar de fueguitos que somos, debemos acercarnos a cada uno con profundo respeto, reconociendo que cada persona es misterio, creatura de Dios.

Upload: jocha-castro-videla

Post on 24-Mar-2016

225 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Revista Bienaventurados - Diciembre 2011

TRANSCRIPT

Page 1: El Señor es pequeño, Él abraza la pequeñez

12 13BIENAVENTURADOS •• BIENAVENTURADOS

COLUMNA JOCHA

Jocha Castro Videla [email protected]

El mundoUn hombre del pueblo de Neguá, en la

costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta contó. Dijo que había

contemplado, desde arriba, la vida humana.

Y dijo que somos un mar de fueguitos.

-El mundo es eso -reveló- un montón de

gente, un mar de fueguitos. Cada persona

brilla con luz propia entre todas las demás.

No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos

grandes y fuegos chicos y fuegos de todos

los colores. Hay gente de fuego sereno, que

ni se entera del viento, y gente de fuego

loco que llena el aire de chispas. Algunos

fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni

queman; pero otros arden la vida con

tanta pasión que no se puede mirarlos sin

parpadear y, quien se acerca, se enciende.

Eduardo Galeano,“El Libro de los Abrazos”

En palabras de Martín Descalzo, podemos decir que es en Belén

en donde comienza la gran locura, la gran locura de un Dios, que

ama tanto al hombre que se hizo uno de ellos… un niño recién

nacido, que sólo sabe reír, llorar, alimentarse y dormir… un niño

que necesita de su madre para sobrevivir. Un Dios que decide

nacer en la oscuridad y en el silencio de la noche en un pequeño

pueblo como Belén, en un pesebre utilizado para albergar

animales, rodeado de los pastores (trabajadores nocturnos de

baja clase social). El Hijo de Dios, el Hijo de los hombres, nació entre los hombres y mujeres marginados, nació como un pobre más. No

sólo eso, sino que también podemos decir que Dios eligió nacer

entre la bosta de los animales.

El Señor es pequeño, es un niño indefenso que llora y

mama, y Él abraza la pequeñez, porque la elige. Es este Dios, el

mismo que elige morir para vivir, el que elige ser pobre para ser rico,

ser débil para ser fuerte, ser humano para ser Dios. ¡Escándalo

para los judíos y locura para los paganos!3 ¿Pero cuántas veces

esto es escándalo y locura para nosotros los cristianos? ¿Por

qué nos cuesta tanto, a veces, en nuestra vida, en nuestros

templos, en nuestra pastoral, aceptar la humildad del Emanuel?

¿Qué relación tiene nuestra vida con el escándalo y la locura de

la Navidad? ¿En qué aspectos de nuestra vida dejamos nacer

al Dios-con-nosotros? ¿En cuáles no? ¿Reconocemos la presencia del Emanuel en nuestros silencios, oscuridades, pobrezas, pequeñeces? ¿Somos concientes de que, así como hace 2000 años Dios nació entre bosta, Él quiere nacer entre la bosta de nuestra vida? Si Dios

crea Vida desde la muerte, ¿no deberíamos dejarlo nacer en

nuestros pecados más que en nuestros méritos, en nuestras

heridas más que en nuestras riquezas?

Este Fuego nos enciende, ¡y cómo!, si nos dejamos

encontrar con Él en el lugar donde Él quiere encontrarnos, no

donde nosotros queremos, no donde es cómodo para nosotros.

¡La Navidad no es cómoda! La Navidad nos invita a dejar nacer

a Jesús en aquellos aspectos oscuros de nuestra vida, en

aquellos aspectos que nos avergüenzan, que nos hacen sufrir.

Él no busca nacer en nuestros méritos pastorales, en nuestras

grandes virtudes. El Emanuel quiere nacer en nuestro pesebre, en nuestro corazón herido, siempre y cuando nosotros lo dejemos entrar. El Fuego cicatriza, acerca; el Fuego es Misericordia y es Ternura.

La mayoría de nosotros, aquellos que llevamos algunos

años de vida ya recorridos, sean más, sean menos, hemos

hecho experiencia del fuego. Porque, como cuenta aquí este

escritor uruguayo, “el mundo es eso, un mar de fueguitos”, y

he aquí nuestra experiencia: la de las relaciones personales.

Nos hemos cruzado a lo largo de la vida con cientos o miles de

fuegos; con algunos hemos tenido más relación que con otros,

con algunos somos familia, amigo, compañero o pareja. Con

otros nos peleamos e insultamos, con otros nos enamoramos.

Y todos estos fuegos tienen algo en común. De alguna u

otra manera, su paso por nuestra vida ha dejado una marca; a

veces tan pero tan chiquita que no lo recordamos, otras veces

tan pero tan grande que nos ha cambiado el rumbo de nuestra

vida. Es que es esta una particularidad del fuego: que todo lo

que toca cambia, y ya no puede volver a ser lo que era antes.

Pero, sea el fuego que sea, creo que hay una clave

que debemos seguir: acercarnos a cada fuego sabiendo que

es sagrado, descalzándonos –representación del caminar

despacio, con cuidado y respeto– como Moisés frente a la zarza

que ardía sin consumirse.1 Cada persona es sagrada, cada vida

es sagrada, y en este mar de fueguitos que somos, debemos

acercarnos a cada uno con profundo respeto, reconociendo que

cada persona es misterio, creatura de Dios.

Pero hay un Fuego, con mayúscula, un Fuego muy

particular, que encierra dentro de sí muchas contradicciones. Es un

Fuego muy grande, pero que a su vez puede ser muy pequeño; es

un Fuego que quema lo que está a su paso, pero es abrigo cálido

para el que lo necesita; es un Fuego que brilla como nadie, pero

que puede pasar muy desapercibido; es un Fuego que respeta el

tiempo y el espacio de cada uno, pero que a veces irrumpe en la

vida de uno sin pedir permiso; un Fuego que es uno y que a la vez

es trino. Y este Fuego es el Emanuel, este Fuego es la Navidad.

La Navidad es una fiesta, es la fiesta del Evangelio, es

la fiesta de la contradicción, es la fiesta del compromiso, es la

fiesta de la pequeñez.

¿Qué clase de Dios tenemos? ¿Qué clase de Rey

Todopoderoso? Tenemos un Dios que, siendo de condición

divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que

debía guardar celosamente; al contrario, se anonadó a sí mismo

tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los

hombres (y mujeres).2

1 Éxodo 3, 22 Filipenses 2, 6-8

3 1 Corintios 1, 23

Cada persona es sagrada, cada vida es sagrada, y en este mar de fueguitos

que somos, debemos acercarnos a cada uno con profundo respeto,

reconociendo que cada persona es misterio, creatura de Dios.