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El Quijote para jóvenes Versión de Felipe Garrido

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El Quijotepara jóvenes

Versión de Felipe Garrido

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para llegar al Quijote

Fue mi padre, con la cabeza envuelta en el humo del ci-garro, sentado en la orilla de mi cama, quien me dio la primera noticia de don Quijote y de su empeño en aco-meter empresas imposibles; de Dulcinea y sancho panza, del Caballero de la Media luna y de los temibles enemi-gos, transformados por artes de hechicería en molinos de viento o en odres de vino. Fue mi padre quien primero me contó del palacio encantado en la cueva de Montesi-nos, del león acobardado, de los galeotes liberados, de la quema de los libros, de la velación de las armas en el pa-tio de la venta. Y lo contaba todo como si lo fuera inven-tando, como si en ese mismo momento en que hablaba una musa oportuna le inspirara aquellas historias que yo escuchaba absorto desde la inocencia de mis muy pocos años —¿cuatro, cinco?

un día mi padre, cuando yo comenzaba a leer por mi cuenta, confesó sus candorosos plagios al poner en mis manos una versión infantil del Quijote. allí estaban, con otras palabras, que eran y no eran las suyas, encarnados en sencillas ilustraciones, remedo lejano de las que trazó Doré, aquellos personajes que ya me eran familiares: el cura y el barbero, teresa panza, el bachiller y el vizcaíno;

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el riguroso médico de la ínsula Barataria y la tentadora altisidora con su laúd y sus terrenales encantos, suficien-tes para turbarme.

algún otro día, años después, leyendo al azar en el Quijote, brotó de sus páginas el desafío de una profesión de fe, un ideal tanto más convincente cuanto más irrea-lizable:

Y has de saber más: que el buen caballero andante, aun-

que vea diez gigantes que con las cabezas no sólo tocan,

sino pasan las nubes, y que a cada uno le sirven de piernas

dos grandísimas torres, y que los brazos semejan árboles

(mástiles) de gruesos y poderosos navíos, y cada ojo como

una gran rueda de molino y más ardiendo que un horno

de vidrio, no le han de espantar en manera alguna; antes

con gentil continente y con intrépido corazón los ha de

acometer y embestir, y, si fuere posible, vencerlos y desba-

ratarlos en un pequeño instante. (ii, vi)

Y al mismo tiempo, la hazaña no menos heroica de una forma de rendido y constante amor que transfigu- ra a la persona amada. así, según la ve don Quijote, en Dulcinea:

[…] se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles

y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a

sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elí-

seos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas

rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su

cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura

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nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la ho-

nestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la

discreta consideración puede encarecerlas (alabarlas) y no

compararlas. (i, xiii)

amor capaz de dar un sentido cabal a la vida: “Ella pelea en mí y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser” (i, xxx), dice don Quijote. amor capaz de ven-cer todas las pruebas y ser siempre fiel:

Mirad, caterva (gentuza) enamorada, que para sola Dul-

cinea soy de masa y alfeñique (de dulce), y para todas las

demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para voso-

tras acíbar; para mí sola Dulcinea es la hermosa, la dis-

creta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás,

las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje; para

ser suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al

mundo. (ii, xliv)

¿Cómo no enamorarse de las fabulaciones, tan dramá-ticamente reales, de ese otro ingenioso hidalgo, inven-tor de don Quijote, don Miguel de Cervantes? una vez que se llega al Quijote, hay que volver, por gozosa ne-cesidad, una y otra vez, a sus páginas, a sus enredos, a sus amoríos, a su avasallador sentido del humor. le-yendo el Quijote se aprende a vivir. nadie debería pa-sar por el mundo sin gozar la lectura de esta novela colosal.

En 1991, otro hombre ejemplar, don Eulalio Ferrer, me invitó a preparar una versión del Quijote que pudiera

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acercar a los jóvenes a la mayor de las obras de Cervantes. acepté encantado. aquella primera edición, aparecida en junio de ese año, fue publicada por el gobierno del estado de Guanajuato, que la reeditó en 2001. ahora aparece en una nueva edición, totalmente revisada y en muchos lu-gares ampliada.

Espero que cumpla su propósito. Que sea una manera de llevar a las y los jóvenes de este siglo xxi a una de las más altas y más divertidas cumbres de nuestra cultura. Espero que sirva para presentarles a la multitud de per-sonajes que puebla sus páginas, para entretener sus ocios y promover los valores que el Quijote defiende: la honesti-dad, la lealtad, la fidelidad, el aprecio por la virtud; sobre todo, la necesidad de la justicia.

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha ha goza-do del favor de los lectores desde el momento de su apa-rición. tanto, que una vez aparecida su primera parte, hubo una continuación apócrifa (falsa, de otro autor), de alonso Fernández de avellaneda, que apareció en ta-rragona, en 1614. la primera parte de El ingenioso hi-dalgo don Quijote de la Mancha fue publicada por juan de la Cuesta, en Madrid, en 1605; la segunda en 1615, por el mismo impresor. Desde entonces esta novela ha ido ensanchando su fama por el mundo; se ha publicado en multitud de lenguas, incontables veces; ha servido de enseñanza, consuelo y entretenimiento a los lectores que se acercan a ella en cada generación.

Con el paso del tiempo el gusto por la novela y por don Quijote ha crecido y se ha manifestado en una infi-nidad de otras obras de arte: dibujos, grabados, pinturas,

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esculturas, ballet, óperas, canciones, poesías, obras de teatro, cuentos, películas, comedias musicales… Y aunque los cervantistas llevan ya cuatro siglos profun-dizando sus investigaciones y sus reflexiones sobre cada palabra y cada episodio del Quijote, la novela continuará ofreciendo material de estudio y de comentarios en todo el tiempo por venir.

Don Quijote y sancho panza, Dulcinea y altisidora se han convertido en prototipos de la humanidad. Quien lea sus aventuras jamás podrá olvidarlos. Más bien los con-vertirá en compañeros inseparables de su vida. El Quijo-te, sin embargo, es una novela larga, escrita hace mucho tiempo —el lenguaje puede ser, al principio, un tanto extraño— y, a veces, los lectores no se animan fácilmen-te a recorrerla. pero si, primero, como hizo conmigo mi padre, alguien se la cuenta; si les da algunas claves para entender mejor su lenguaje; si los ayuda a reconocer el in-genio, las emociones y la sabiduría del texto, muchos más podrán leerla. la disfrutarán. Ésa, como dije, es la inten-ción de este libro: contarle al lector joven —o curioso— la maravillosa historia de don Quijote, para animarlo a la lectura directa y completa de la novela.

además de compendiar la acción de la obra, los re-súmenes, capítulo por capítulo —los títulos están com-pletos—, que componen esta guía procuran destacar los rasgos más notables de los personajes, e incluyen nume-rosos ejemplos de la escritura de Cervantes (entre parén-tesis aparecen, después de algunas palabras que pueden presentar alguna dificultad, sinónimos que las aclaran). De esa manera, no se tiene sólo una versión abreviada

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de la obra, sino una guía para comprenderla y disfrutarla mejor. Con esa misma intención se añaden, sobre todo en los primeros capítulos, ciertos comentarios que subrayan los sentidos del texto o llaman la atención sobre algunas características de la novela.

por necesidad, esta guía puede dar sólo una idea aproximada de la ironía, la sabiduría, la profundidad, el suspenso y el humor de la obra de Cervantes. para disfru-tar en toda su grandeza las situaciones cómicas, trágicas o solemnes; los chispeantes o conmovedores diálogos; la pasmosa verdad de los personajes; la minuciosa trabazón de la trama, los matices del lenguaje, la riqueza de las ideas, habrá que leer, completo, el texto del Quijote. sea esta guía una invitación para hacerlo.

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la vida y el tiempo de Cervantes

En 1479, los monarcas de Castilla y de aragón, isabel y Fernando, casados desde diez años antes, decidieron unir sus reinos. los reyes Católicos, como fueron llamados por el papa alejandro vi, lograron unificar a España, ex-pulsaron de su territorio a los moros e iniciaron, del otro lado del océano, la ocupación de américa, las tierras a las que, con su apoyo, había llegado Colón. uno de sus nietos llegó a ser rey de España en 1517, y emperador de ale-mania dos años después. lo conocemos como Carlos i de España y, más comúnmente, como Carlos v de alemania.

Bajo su gobierno, el imperio español se extendió tan-to que pudo decirse que en sus dominios no se ponía el sol: llegó a comprender España, los países Bajos, austria, el reino de nápoles, gran parte de américa y las Filipinas. la plata y el oro de las minas de México y del perú finan-ciaron la expansión del imperio y sus constantes guerras, lo mismo contra los turcos que contra Francia, inglaterra y los luteranos de Flandes y de alemania.

Dos grandes batallas navales marcaron el momento de mayor esplendor y el principio de la decadencia del imperio. El 7 de octubre de 1571, en lepanto, frente a

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las costas de Grecia, la armada española, bajo el mando de don juan de austria, medio hermano del rey Felipe ii —hijo de Carlos v—, desbarató a la armada turca. tres décadas después, en 1602, la llamada armada invenci- ble, que Felipe ii había enviado contra la inglaterra de isabel i, sucumbió ante los navíos ingleses, en medio de una gran tormenta.

Ése fue el tiempo en que vivió Cervantes: la gloria del imperio y el principio de su declinación.

Miguel de Cervantes, el autor del Quijote, nació en 1547 y murió en 1616. En su vida abundan las hazañas y los contratiempos. puede decirse que es típica de aquellos días y de aquel imperio que había convertido la expan-sión de la fe católica en su razón de ser. Eso justificaba lo mismo combatir contra los países europeos protestantes y contra el imperio otomano, que buscar, del otro lado del mar, nuevas tierras que colonizar y nuevos pueblos que someter y convertir.

Miguel fue el cuarto de los siete hijos de rodrigo de Cervantes, un modesto cirujano que trabajó en la univer-sidad de alcalá de Henares, ciudad donde nació el futu-ro escritor, y después en valladolid, sevilla y Madrid, en busca de una fortuna que nunca llegó. poco se sabe de la infancia de Cervantes. se dice que asistió a la escuela poco tiempo, pero fue mucho lo que aprendió en sus via-jes, en su vida aventurera y, sobre todo, en sus lecturas, pues Cervantes fue un insaciable lector.

Cuando tenía veinte años, viajó por italia, formando parte del séquito del cardenal acquaviva. Deslumbrado, visitó Florencia, Milán, palermo, venecia, parma, Ferrara

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y roma. luego fue soldado: junto con su hermano rodri-go, combatió en lepanto. a bordo de La Marquesa, en-fermo y con fiebre, peleó valerosamente. sufrió varias heridas y perdió el movimiento de la mano izquierda: “herida —escribió en el prólogo de sus Novelas ejempla-res— que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros”. su audacia le valió una carta de recomendación del mismo almirante de la armada, don juan de austria.

tras una larga convalecencia en sicilia, el año si-guiente Cervantes peleó en navarino, túnez y la Goleta. Cuando regresaban de nápoles a España, a bordo de la galera Sol, Miguel y rodrigo fueron capturados por cor-sarios turcos y vendidos como esclavos en argel. Cinco años pasó Cervantes en cautiverio y, como él lo escribió, “aprendió a tener paciencia en las adversidades”. Muchas veces intentó en vano escapar, con sus compañeros, pese a las terribles penas con que se castigaban los intentos de fuga. pero Hasán, el rey de argel, admiró la obstinación de aquel español manco y jamás lo castigó. Finalmente se pagó el rescate y Miguel salió para España el 24 de octu-bre de 1580 —rodrigo había sido liberado antes.

a las aventuras y la gloria siguió una etapa de po-breza y oficios miserables. Dos veces más Cervantes fue encarcelado. una de ellas, en 1602, acusado de malos manejos cuando estaba encargado de comprar trigo para la armada invencible. En prisión, tal vez en sevilla, co-menzó a escribir el Quijote. su vida familiar era difícil. Con él vivían una hija natural, su esposa, su madre, dos

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hermanas y la suegra, que había enviudado. un día, su mujer regresó a Esquivias, donde había nacido y donde tenía propiedades. El ex soldado y el resto de la familia prefi rieron quedarse en valladolid.

Cuando Cervantes retornó del cautiverio en argel, comenzó a escribir poesía y teatro, con poca fortuna, y en 1585 publicó la primera y única parte de su primera novela, La Galatea, que tampoco logró gran reconoci-miento. sus últimos años fueron muy productivos. En 1605, cuando tenía 58, publicó la primera parte del Qui-jote; en 1613, las Novelas ejemplares; el año siguiente, el Viaje del Parnaso; en 1615, las Ocho comedias y ocho entre-meses nuevos, más la segunda parte del Quijote; en abril de 1616 —mes de su muerte— terminó Los trabajos de Persiles y Sigismunda, “puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte”, como dice en la Dedicatoria al conde de lemos.

El Quijote es el fruto más alto del genio de Cervantes. la sátira contra los libros de caballerías, que contaban las aventuras de los caballeros andantes, que iban solos por el mundo para defender a los débiles e imponer la justicia es el supuesto pretexto para escribir el libro. pero éste es sólo un punto de partida. Más allá de ese propósito hay un homenaje a dichos libros y, sobre todo, al ideal caba-lleresco. Convencido de que la caballería es una misión vital, don Quijote asciende a las más puras fuentes de lo heroico y sufre como un mártir los mayores dolores. su propósito de restaurar la vieja orden de la caballería y es-tablecer un reinado de justicia universal, revela su gran-deza y lo convierte en un reformador del mundo.

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Dedicatoria

Es muy breve, al duque de Béjar, en el tono retórico y servil que solían llevar en esa época las dedicatorias. Cervantes confía en que al abrigo del clarísimo nombre de vuestra excelencia su libro quede protegido de quienes no conteniéndose en los límites de su ignorancia, suelen conde- nar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos.

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prólogo

revestido por una deliciosa falsa modestia, Cervantes comienza por lamentar la pobreza de su obra: ¿qué po-dría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado (flaco y arrugado), antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca ima-ginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?

Cervantes se llama padrastro de don Quijote pues fin-ge que el verdadero autor de la obra, que según él trata de un personaje real, es un historiador árabe, mientras él simplemente la hizo traducir.

se queja de que aunque me costó algún trabajo compo-nerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación (pró-logo) que vas leyendo. le gustaría ofrecer al lector la obra monda y desnuda, sin el ornamento de prólogo, ni de la in-numerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epi-gramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Dice que un día, estando suspenso con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete (en el escritorio) y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío gracioso y bien entendido que en cuanto supo del problema se echó a reír. la mayor parte del prólogo

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cuenta los consejos del amigo: los sonetos, epigramas y elogios debe escribirlos el propio Cervantes y atribuirlos a quien se le dé la gana; para citar libros y autores, no tiene más que aprovechar los que conozca de memoria, o tomarlos de cualquier libro donde aparezcan todos, de la a a la Z. al final de cuentas, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquéllas que vos decís que le faltan, porque todo él es una inventiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón… sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y periodo sonoro y festivo, dando a en-tender vuestros conceptos sin intrincarlos y oscurecerlos. (un buen consejo para cualquiera que escriba.)

Hasta dónde Cervantes estaba consciente del valor de su obra y orgulloso de su personaje puede apreciarse por la intensidad con que aparentemente los menosprecia. lo que queda de manifiesto es su habilidad de cuentista, el sentido del humor, la facilidad para pasar del tono fes-tivo al solemne, el fondo realista del libro, la capacidad narrativa, la seguridad en el propio valer.

siguen varias poesías burlescas de elogio, de urganda la Desconocida a Cervantes; de amadís de Gaula, don Be-lianís de Grecia, orlando Furioso, el Caballero del Febo y solisdán a don Quijote de la Mancha; de Gandalín, el es-cudero de amadís de Gaula, a sancho panza; de la señora oriana, la dama de amadís, a Dulcinea del toboso; del donoso poeta entreverado (enrevesado) a sancho panza y rocinante, y un diálogo en verso entre rocinante y Ba-bieca, el caballo del Cid.

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Capítulo iQue trata de la condición y ejercicio del famoso

y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha

todo el mundo recuerda las palabras con que comienza la historia de don Quijote: En un lugar la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero (una percha para guardar armas), adarga (escudo) antigua, rocín (caballo) fl aco y galgo corredor. El caballero vive con una ama (criada) que pasa-ba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte; tiene casi cincuenta años y era de complexión recia, seco de carnes, enjuto (muy delgado) de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Este hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballe-rías con tanta afi ción y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda (de sus propiedades); y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas fanegas (parcelas) de tierra de sem-bradura para comprar libros de caballerías… se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los

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libros hasta que rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república (de su tierra, de su país), hacerse caballero andante e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban.

limpia don Quijote unas armas que habían sido de sus bisabuelos, completa la armadura con una celada (casco) de cartón, pasa cuatro días pensando cómo lla-mar a su caballo hasta que le pone “rocinante”, y ocho más pensando en su propio nombre, hasta que se decide por don Quijote de la Mancha. por último, se dio a enten-der que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma… Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer (muy hermosa), de quien él un tiempo anduvo enamorado aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni se dio cata (se dio cuenta) de ello. Llamábase Aldon-za Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos, y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso.

al través del enfrentamiento de don Quijote, deci-dido a ser caballero andante, con la realidad, Cervantes logra un profundo y conmovedor análisis de la naturale-za humana, nunca desprovisto de humor. las relaciones entre los dos planos y el que don Quijote no se extravía

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totalmente en su desvarío quedan de manifiesto desde el primer capítulo: para probar su celada de cartón, el caba-llero le da un golpe con la espada y la desbarata; vuelve a hacerla, poniéndole por dentro unas barras de hierro, pero esta segunda vez no se anima ya a golpearla con la espada: él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia (nueva prueba) de ella, la diputó (consi-deró) y tuvo por celada finísima de encaje.

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Capítulo iiQue trata de la primera salida que

de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

apremiado (urgido) por la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensa-ba deshacer, sin dar aviso a nadie, don Quijote viste sus armas, monta en rocinante y sale al campo en busca de aventuras, un viernes de los calurosos del mes de julio. En seguida recuerda que no ha sido armado (nombrado) ca-ballero: decide que se hará armar caballero del primero que encuentre, y así sigue adelante con el pensamiento puesto en su gloria futura y en Dulcinea.

al anochecer llega a una venta (posada). En su locura todo está transfi gurado: la venta le parece un castillo; dos prostitutas que están a la entrada son dos hermosas doncellas; el sonido de un cuerno que toca un porque-ro para reunir a sus cerdos es la llamada de un enano que anuncia la llegada del caballero; el ventero (posa-dero) es el alcalde de la fortaleza; el mal remojado y peor cocido bacalao y un pan tan negro y mugriento como sus ar-mas que le sirven son a su vista truchas y pan blanco; el silbato de un castrador de puercos es música tocada en su honor.

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Don Quijote impone sus fi guraciones y el ventero y las mujeres se comportan como si fuesen un castellano (gobernador de un castillo) y dos damiselas que atendie-ran a un caballero andante. las rameras le quitan la ar-madura, excepto la celada de cartón que está sujeta con unas cintas que no pueden desatar y él no consiente que corten, de manera que una de las mujeres le da de comer en la boca y el ventero le da de beber con una caña. la escena, como tantas otras de la novela, es intensamente realista y cómica, pero está teñida por la fantasía del ca-ballero. parte del humor, en los primeros capítulos, reside en que don Quijote usa el lenguaje de los libros de caba-llerías, donde abundan las palabras antiguas y a veces in-comprensibles para los demás personajes. así, cuando las mujeres se asustan de verlo llegar armado, les dice: Non fuyan (no huyan) las vuestras mercedes ni teman desagui-sado alguno; ca (porque) a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle (hacerle) a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran.

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Capítulo iiiDonde se cuenta la graciosa manera que tuvo

don Quijote en armarse caballero

acabada la cena, don Quijote se arrodilla ante el ventero y amenaza con no levantarse fasta (hasta) que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero… que mañana en aquel día me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla de este vuestro castillo velaré las armas. El ventero decide seguirle la corriente; le informa que en su castillo no hay capilla, pero que puede velar las armas en el patio. Cuando don Quijote le dice que no trae dinero porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído, el ventero le dice que eso no se escribe por haberles parecido a los autores de ellas que no era menester escribir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dineros y camisas limpias… y una arqueta (un arcón) pequeña llena de ungüentos para curar las heri-das que recibían.

Don Quijote acomoda sus armas al lado de un pozo. Embraza el escudo, toma la lanza y comienza a pasear por el corral a la luz de la luna, sometido a la curiosidad de todos, pues el ventero ya hizo pública su locura. llega un arriero para dar de beber a sus animales y quita las

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armas; don Quijote se encomienda a Dulcinea y lo golpea en la cabeza con la lanza. lo mismo sucede con un se-gundo arriero. los compañeros de los heridos apedrean a don Quijote; el ventero lo protege y lo convence de que ya ha velado las armas tiempo suficiente. lo arma caballero allí, auxiliado por las rameras, según el ceremonial des-crito en los libros de caballerías.

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