el problema presidencial

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CARLOS VICU~A EL PROBLEMA PRESIDENCIAL -721 CRUZ DEL SUR 1 9 5 %

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El problema presidencial. Carlos Vicuña. 1952.

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CARLOS V I C U ~ A

EL PROBLEMA PRESIDENCIAL

-721 CRUZ DEL SUR 1 9 5 %

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Copyright by Editorial Cruz del Sur Casilla, 373 - Santiago de Chile

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E L P R O B L E M A P R E S I D E N C I A L

El jefe del estado se llama en Chile presidente de la República, designa- ción de moda en América a la caída de O'Higgins, que se ha seguido usan- do desde entonces con escasas velei- dades.

El cargo tiene fu~ciones políticas y administrativas, y la designaci6n del sucesor del que lo ejerza, presen- ta, además, problemas especiales.

La función política mira hacia el futuro: trata de prever las contingen- cias jurídicas, sociales, económicas, y aún las intelectuales y morales del estado; las perturbaciones internas o externas que puedan ponerlo en peli- gro, y de arbitrar con tiempo las me- didas que hayan de facilitar la solu- ción de esos problemas de futuro.

El verdadero político se plantea co- mo problema fundamental la felici- dad de la nación, Su bienestar econó- mico, su progreso, su paz interna o externa, y su engrandecimiento mo-

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ral e iiitelectual, y aUn el meramente. económico o geográfico.

Por eso, todo político debe tener un programa político; sin programa, no hay verdadera política.

Ordinariameiite, estos programas son de dos tipos: estáticos o conser- vadores y dinámicos o progresistas.

Los primeros siguen inconsciente- mente i?na ley sociológica fundamen- tal, que es sólo la aplicación de una ley de filosofía primera: todo sistema estático o dinimico t'iende a conser- var su individualidad propia, resis- tiendo a las perturbaciones interiores o exteriores.

E1 estático o coiiservador, es el más lógico y natural de los progra- mas políticos, pues tiende a mantener intacta la estructura esencial del es- tado. . Desgraciadamente, su principio fun-

damental, esencialmeiite relativo den- t ro de la fisonomía cambiante del universo, tiende, como todo principio, a transformarse en prejuicio, esto e s en una afirmación irracional y teme- raria, que resiste ella misma, dentro

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de la mente, aúii a la experiencia y a la demostración.

E l prejuicio conservador absoluto desconoce la naturaleza misma, cam- biante y evolutiva, del universo; des- conoce la mutación biológica y la evolución social, y hasta se alarma por los cambios" procundos que las concepciones cientificas, filosóficas, sociales y morales, experimentan ca- da día en la mente de los hombres.

Por eso, los prejuicios y programas conservadores no merecen hoy dia la consideración y el respeto de que an- tes gozaron, a pesar de que muchos de sus sostenedores sean hombres de gran valía.

Por ello también esos programas conservadores tienden a subdividirse y a determinar entre sus sectas di- versas, no pocas insalvables antino- mias.

Los programas progresistas o di- námicos parten del postulado de la evolución, que es cada día más un principio de experiencia universal. Nada parece estático cn el universo: ni los astros, ni la Tierra, ni los seres

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menores, vivos o muertos, que la pue- blan, ni sus ideas, sentimientos o cos- tumbres. El universo entero es un cambio indefinido: nada permanece, y un hecho o un ser han dejado. de ser un hecho o un ser, para presen- tarse únicamente como una aparien- cia fugitiva, como un d e v e n i r, como un momento arbitrario y abs- tracto dentro de una silcesión inddi- nida de fenómenos.

En lo social esta mutación puedei aumentar la paz, el bienestar, la fe- licidad, desarrollar el orden, la justi- cia, la convivencia benigna, o, por el contrario, provocar ia guerra, la mi- seria, la inquietud, el desorden, la de- predación, la anarquía zoológica. Al primer tipo de mutación, llamamos progreso ; al segundo, regresión.

Los programas políticos progresis- tas se proponen provocar, favorecer, estimular cambios que procuren la paz, el orden, la justicia, el bienestar, y combatir, a la vez, el prejuicio con- servador y la regresih criminal, que son cosas distintas, aunque m& de

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una vez tengan sus puntos de con- tacto.

Desgraciadamente, si los conserva- dores mismos se subdividen en sectas hostiles, los progresistas se subdivi- den mucho más y tal vez más enco- nadamente. Pronto sus programas son tantos y tan disímiles que se ha- cen ineficaces y contradictorios.

Siempre que un programa político cualquiera pierde toda probabilidad de realizarse, se transforma, prime- ramente, en una perturbación social, y luego, en una pantalla o pretexto para medrar en contra de los intere- ses generales del estado.

Convencidos los hombres de valía de la ineficacia política de su propio partido, de su necesaria desmoraliza- ción consecuencia1 y de su irrefrena- ble corrupción, abandonan su directi- va, que pasa a ser mecáriicamente ocupada por piratas de alto bordo y por merodeadores de retaguardia.

Producido este fenómeno, desapa- recen de la vida pública los progra- mas verdaderamente políticos y con ellos, los políticos mismos.

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No por ello se disgrega, necesaria- mente de inmediato el estado. Como todo sistema estático o dinámico cum- ple con la ley de filosofía primera ya citada, y conserva su individualidad propia, resistiendo a las pe~kirbacio- nes interiores y exteriores. Tiene así una apariencia de lozanía y de vida que oculta a los ojos trasnochados del vulgo, los síntomas mortales de su decadencia y de su disgregación inevitable.

En un estado así, gobernado por predadores y aniquilado por los par& sitos, no hay ya, por falta de sujeto, problemas políticos, o de futuro, y quedan sólo los problemas aclminis- trativos, de conservación de la carco- mida estructura presente, de repara- ción provisoria de la catástrofe coti- diana, de estimulo artificial a la co- media política.

Evidentemente, toda mejora racio- nal y seria en la administración de esta bancarrota pública es un bien inapreciable, y constituye una saluda- ble esperanza.

Raras veces los estados mueren de-

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finitivamente. Los seres colectivos tienen una vitalidad indefinida y re- sistente, porque se reintegran de un modo más perfecto. Por ello la espe- ranza social puede alimentarse más allá de la muerte. Sólo a la vida so- cial y moral es aplicable el grito de San Pablo, i n s p e c o n t r a S p e m, y por ello, aún perdida to- da razonable esperanza de realizar un ideal político, siempre es posible tra- bajar por un mejoramiento adminis- trativo, y aún este progreso en la ra- cionalidad y en la moralidad adminis- trativas deben transtormarse en un deber cívico de imperativo categórico.

Así se explica que la designación del presidente de la Repiiblica conser-

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ve una importancia trascendental aún en medio de la anarquía contempo- ránea.

Desgraciadamente, en las repúbli- cas democráticas de tipo caótico, co- mo la nuestra, no es éste un proble- ma de razón, de lógica o de concicn- cia, sino un villano problema electo- ral, entregado a la urna aleatoria de los intereses, apetitos y pasicncs, al

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cohecho y al fraude, a los prejuicios y a los engaños, a las influencias cri- minales de los poderosos, y a la eter- na necedad de las muchedumbres enloquecidas por su propia tragedia.

Todo ello va a pesar en la cuenta, de modo tan confuso y desconocido, que a penas si es posible prever las líneas generales del resultado posible.

Por eso los candidatos mismos y SUS estados mayores deben meditar antes de lanzarse a la aventura sin remedio.

En nuestra América hispana, en que ya no quedan dinastías, ni hay colegios políticos permanentes que designen a los jefes dc estado, ni se usa para ello la herencia testamen- taria, de que di6 ejemplo Julio César, la designación depende de unos pocos grupos organizados y audaces, y de la tolerancia voluntaria o forzada de los pueblos.

Aquellos iiúcleos organizados ope- raii de dos maneras, una que se es- tima normal y legitima, aunque sus vicios son notorios, y otra que los tratadistss cle dcrccho público apelli-

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dan anormal o de facto, porque el go- bierno anterior es desposeído violen- tamente y el nuevo se impone al pue- blo, o a una parte considerable de él, por la fuerza, la amenaza, la repre- sión o la matanza.

La primera manera es la elección popular ; la segunda, 81 cuartelazo mi- litar o el alzamiento de las masas.

Ambos sistemas son democráticos, porque en uno y otro caso los cori- feos asumen de hecho la representa- ción del pueblo, generaImente mudo, indiferente o ciego.

Como la dcsignacidn del gobierno nuevo es un hecho inmitable, hay ne- cesidad de aceptarlo como tal y tra- bajar porque él dé los mejores frutos para la República.

Desde luego, es preferible la elec- ción popular al motín militar o al tu- multo público, porque éste es más cie- go y v'iolento y entrega siempre los poderes del estado a Iiombres más vi- llanos. Ademis, no permite discusión, ni meditación, ili estudio alguno pre- vios, y pone a la ~ e ~ ú b l i c a ante he- chos consumados, a menudo gravisi-

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mos y de ordinario irreparables. La elección es siquiera una comedia ciivi- ca en la que muchos nobles propósi- tos y no pocas ensebnzas il~minrtn los espíritus.

Si antes de la elección los candida- tos mismos y sus estados mayores, analizan, fría y generosamente, la si- tuación de la República, es posible que lleguen a soluciones salvadoras.

Esto es particularn~ente claro en el caso nuestro. Tenemos eii liza cuatro candidatos, cuatro grupos de apetitos administrativos ya organizados para distribuirse los bienes del estado; ge- ro esos cuatro candidatos representan sólo dos tendencias de gobierno: una energbtica, ciega, brutal, que quiere mandar a gritos, con una escoba en la mano para barrer la mugre, -co- mo si la República fuera una caballe- riza,- y otra razonac?a, que pretende ver, respetar, compensar los daños, que cree en la ley, en el decreto y tn el fallo judicial, como formas de go- bierno.

La tendencia energética de la esco- ba iracunda tiene iin solo cendidato,

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el coronel Ibáfiez, cuya historia de ayer es garantía de su gobierno de mañana: contrato eléctrico, Founda- tion, . .empréstitos, telbfonos, presu- puestos extraordinarios, compras de armamentos, militares y funcionarios en Europa, Cosach, desastre financie- ro, miseria harapienta, prisiones y procesos políticos, M i s Afuera, Pas- cua, Huafo, Punta-Arenas, el Alto de San Antonio, trabajo forzado, avión rojo, fondeamientos, torturas, desti- tuciones, deportaciones, espionaje, reformas educacionales delirantes, matonaje militar, todo ello sin contar su interminable fila de personajes de comedia pantagruélica, ni la inepti- tud enciclopédica de sus mandarines, ni su alucinante caída final de 1931. '

La otra tendencia, la ciudadana, tiene, en cambio, ires candidatos; ninguno de ellos en lo militar de gra- do superior al de teniente de reserva, pero todos dispuestos a manejar la cosa pública con razonable prudencia y estudio meditado.

Personalmente ninguno tiene una larga historia política, pero si, los

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tres, antecedentes honorables de con- 1 ducta privada, de estudios profesio- nales serios y uno de ellos ha sobre- salido extraordinariamente como or- ganizador pacifico de empresas in- dustriales.

Lógicamente, estos tres candidatos están contra la energía bruta, contra la escoba ciega, contra el atropello frenético, contra las decisiones tor- pes y sin remedio, contra la chuña Íiscal, contra el carabinero transfor - mado en juez, sacerdote, maestro y funcionario.

Sin embargo, estos tres personajes sensatos y sus esclarecidos consejeros cometen en este instante un error ga- rra£ al, de incalculables proyecciones para la República, cual es el de man- tener tres candidaturas análogas, dos de las cuales necesariamente 'habrán de fracasar, poniendo así en peligro la evolución normal, tranquila y de- corosa de la República.

Alfonso, Allende y Matte, necesa- riamente, deben estar contra la regre- sión brutal que representa la candi- datura de Ibáñez, cuya fuerza relati-

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va tiende a acrecentarse por la cegue- ra propia de la masa popular. Su de- ber es unir sus fuerzas en uno solo de ellos, o en otro que junte los anhe- los republicanos dispersos de la ,gente que no quiere tiranía, ni estupidez, ni gritos destemplados, ni corrupción.. impune en el nianejo de los negocios públicos.

La consigiia debe ser impedir la vuelta de Ibáñez y su gente desalma- da. Sobran los hombres capaces de dar garantías a todos, a la religión, a la ciencia, a la ley, n los tribunales, a los gremios obreros, a la prensa, a las personas, y capaces, al mismo tiempo, de una administración seve- ra, inteligente y hoiiorable.

E s un crimen no pensarlo siquiera y exponer al País, por ambiciones se- cundarias, a una catástrofe irreme- diable y seguramente sangrienta.

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A C A B ~ S E DE IiifPHIMIR EL DÍA 30

DE ABRIL 1952.

CONSTA LA EDICIÓN DE

MIL EJEMPLARES.

CARMELO SORIA - IMPRESOR