el populismo
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Un concepto politico muy en boga en Latinoamerica en los ultimos años.TRANSCRIPT
El populismo, en rumbo de colisión
Por: George Chaya
Si algún sentido tiene el derecho a resistir las tiranías, con toda seguridad puede sostenerse que
este derecho le asiste a los ciudadanos cuyas dirigencias a través de la historia van agotando los
medios pacíficos para evitar la muerte de personas inocentes. Esto es claro en Venezuela, donde
el populismo chavista fue sincero con sus postulados al mostrarse dispuesto a reprimir a
sangre y fuego las demandas democrática de estudiantes y trabajadores.La tragedia
venezolana muestra palmariamente como se niega y arrebata al pueblo elementos democráticos
esenciales como la libertad y el derecho a intervenir en asuntos sociales fundamentales cuando un
sistema político es manejado por un gobierno pretendidamente revolucionario. Este antecedente es
una constante a través de la historia donde la izquierda nunca pudo contener una crisis generada
por propias políticas sin recurrir a la represión armada y, por lo general, acabo tiñéndolo todo de
sangre tanto igual que las dictaduras de derechas.
Con todo, en algún momento, Maduro deberá rendir cuentas ante la Corte Penal Internacional, pero
podría habérselas ingeniado para no terminar ante el mundo como lo que es, un fascista al timón
de un régimen fraudulento y asesino de personas desarmadas que pretenden ejercer el
natural derecho a peticionar y movilizarse desde el disenso. Aunque esto no fue así y el
chavismo eligió la vía de la represión armada, con lo que puede decirse que ha comprado un ticket
sin retorno a la violencia y la agitación social.
Lo concreto es que tanto la derecha totalitaria como la izquierda mesiánica latinoamericana han
pasado doscientos años aserrando prolijamente la rama del árbol donde sus pueblos se sentaban.
Al final, era esperable que tanto esfuerzo de ambas ideologías fuera recompensado. Hoy, con
contadas excepciones, la mayoría de países latinoamericanos se encuentran en el suelo y
lamentablemente no cayeron sobre un lecho de rosas, sino sobre un pozo de cadenas y alambres
de púas.
En las ciencias duras, si se conoce el punto de ebullición del agua y se dispone de instrumentos de
medición, se puede predecir con exactitud cuándo va a producirse el cambio. En política esto es
algo más difícil: se desconocen los puntos de ebullición y resulta imposible conseguir termómetros
confiables. Aunque el principio básico puede presentar similitudes cuando los gobiernos avanzan
sobre las instituciones republicanas sumando poder arbitrariamente, quebrantando la división de
poderes y recortando la libertad del individuo durante un tiempo suficiente en el que tanto abuso, en
determinado momento inexorablemente resulta en un cambio cualitativo en cualquier sociedad. Así,
el populismo de izquierda actual está condenado al fracaso lo mismo que las dictaduras de
derechas del pasado. Pero hasta que ello ocurra cunde el engaño y se finge vivir en democracia,
haciendo que las sociedades no puedan seguir siendo democráticas para acabar en un pozo
colmado de alambres de púas y cadenas.
Las falsas deidades como “la igualdad” y “la justica social”, ante las cuales varias generaciones de
políticos y responsables de medios de prensa se consideraron en la obligación de postrarse, hoy
pierden vertiginosamente credibilidad ante la prosperidad económica de dirigentes fraudulentos. Lo
mismo ante la corrupción y las falsas consignas de gobiernos como los Venezuela, Ecuador,
Argentina y Bolivia, por no mencionar a Nicaragua o Cuba.
La compresión de movimientos sociales es nula en la mayoría de los gobiernos
sudamericanos, incluido el argentino que siempre ha apoyado el lado equivocado desde su
vanidad e intolerancia, características sobresalientes del impúdico pseudo-progresismo que
no acepta el pensamiento crítico.
El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner demostró no haber aprendido nada en el ámbito de
la política internacional cuando se mostro laxo e ingenuo en la firma de un acuerdo violatorio de su
propia soberanía judicial con el régimen iraní por la causa AMIA, y creyendo que jugaba en grandes
ligas de la diplomacia mundial no se sonrojó en negociar la vida de 85 ciudadanos argentinos
asesinados en el peor ataque terrorista padecido en su suelo. Aunque hay que reconocerle que
gobierna sin un canciller a la cabeza del Ministerio de Relaciones Exteriores, lo cual no es
nada sencillo en este mundo globalizado. Y esto ha quedado claro horas atrás cuando Argentina
prestó tácitamente su apoyo a Putin en el escandaloso escenario de Crimea; a Bachar Al-Assad en
sus crímenes de lesa humanidad contra el pueblo sirio, y ahora, al régimen fascista venezolano.
Todo lo que el kirchnerismo ha demostrado, en nombre de un código de valores muy cuestionable,
ha sido desechar los parámetros que hacen a una sociedad libre desde la eterna contradicción de
su ideología, si es que alguna vez ha tenido una. Sus posiciones actuales derivaron en una
corriente incomprensible de apoyo a regímenes criminales en detrimento de los pueblos que
padecen y sufren a los tiranos. Con ello, dio por tierra para siempre con cualquier posición
que haya esgrimido en el pasado en materia de derechos humanos.
Este engañoso horizonte al que América Latina puso proa a toda máquina dirigida por una
tripulación de marginales que después de haber malgastado el combustible, comenzó a alimentar
las calderas con la madera del propio buque y de sus botes salvavidas, parece no tener retorno. Al
tiempo, se dice que todos los problemas creados por el populismo igualitario serán solucionados
aumentando el número de esos mismos problemas. Pero lo que se ve es que estos gobiernos han
logrado que las industrias y empresas estatales crezcan en su ineficiencia y que la inversión privada
sea asfixiada por el constante aumento de impuestos que se destinan a ineficaces subsidios -por no
hablar del fraude de los precios controlados y los índices inflacionarios donde el gobierno conspira
en forma directa contra la propia salud democrática de su sociedad civil.
En suma, la búsqueda de un consenso espurio es alarmante en América Latina. Lo notable y a la
vez característico de sus regímenes es que los gobiernos de estas fingidas sociedades
democráticas se abocan a imponer una escala de valores propia obligando a una sociedad civil que
cavila mansamente a aceptarlos en detrimento de sus propios e históricos valores. Estos trastornos
conceptuales han impactado negativamente en Argentina, donde se aprecia gran confusión y la
gente tiende a referirse vagamente a la democracia como si fuera algo más que un método para
decidir quién ejercerá la autoridad. Así, se ha llegado a decir que la democracia es un fin en sí
misma, que representa todo un sistema de vida e incluso un tipo especial de civilización, cuando en
realidad no es ninguna de estas cosas con las que todavía el kirchnerismo engaña a la masa
de incautos. La democracia no es más que un mecanismo que se encuentra sujeto a un gran
número de modificaciones en situaciones diversas y un método para elegir y descartar gobiernos
que, como se observa en Argentina, sería el peor sistema del mundo si no fuera porque existen
todos los demás.