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EL PERSONAL SANITARIO José Pardo Tomás Para hablar de las co ndiciones y características del ejercicio di co en la Valencia del siglo XVI deberíamos, quizá, comen- zar por ofrecer un panorama -siempre aproximado y sometido a las precauciones obli gadas- del número de profes ionales que ejercieron y de su evo lución general a lo largo de la cent uri a. Empezaremos por fijar nuestra atención en la Universidad, centro donde se form aron los médicos, alm enas los que oficial- mente podían ser considerados como tales . Conocemos bi en, gracias a los estudios de A. Felipo y J. Ga- llego, el número de graduados en el Estudi General en los años centrales del sig lo ( 1526-1580). Durante ese período obtu vieron su grado tres centenare s largos de bachilleres en medicina y en torno a doscie ntos cincuenta doctores. Por término med io , se doctoraron entre cuatro y cinco bachill eres por año , aunque des- pués de ] 561 , c uando se promulgaron las nuevas co nstituciones , es ta cifra aumentó notablemente. Es evidente que la gran mayo- a de estos grad uados, aunque algunos acudieran sólo para ob- te ner el título, se formó en la s aulas del Eswdi. Casi la mitad de los graduados fueron va lencianos , mientras que el resto procedió de otros reinos peninsulares. Atluyeron, en lu gar destacado , desde los demás territorios de la Coro na de Aragón, pero no faltaron muchos castellanos, especialmente del reino de Toledo y de La Mancha, andaluces y murcianos, atraí- dos sin duda por el renombre que la facultad valenciana adqui- rió en toda la monarquía hi spánica. De este contingente de titulados se nutrió la casi to talidad de los médi cos que eje rci eron en territorio valenciano, pues debe tenerse en cuenta que, desde 151 9, era preceptivo presentar la in scripción en la matrícula del Estudi para poder ejercer la me- di c in a en la ciudad. Sólo en casos excepcionales se facu ltaba a al gún titulado foráneo, siempre previa autorización del Conse ll muni cipal. Si tratamos de aprox imarnos un poco más al contingente real de médicos que ejercían en Valencia, deberemos limitar nu estro aná li sis a la ciudad , ya que del resto del territori o es mu y poco lo que sabemos. Es bien sabido que la capital del Reino fue, en el siglo XVI, la segunda ciud ad hi spa na, lo por debajo de la pujante Sevi lla , en cuanto a número de cultivado- res científicos. López Piñero ha registrado la existencia de casi San. Cosm e y Scm Domicill. Tablw' pillladlls al óleo procedentes del guar- dapolvo de un. re/ah/o. Mu sen de BefllJs ArI es. Lo mismo que en la Edad Media, las pinturas y grabados qu e representan estos santos son fieles imágenes de los profesiollales sanitarios de la época. 15 1

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EL PERSONAL SANITARIO

José Pardo Tomás

Para hablar de las condiciones y características del ejercicio médico en la Valencia del siglo XVI deberíamos, quizá, comen­zar por ofrecer un panorama -siempre aproximado y sometido a las precauciones obligadas- del número de profes ionales que ejercieron y de su evolución general a lo largo de la centuria.

Empezaremos por fijar nuestra atención en la Universidad, centro donde se formaron los médicos, almenas los que oficial­mente podían ser considerados como tales .

Conocemos bien, gracias a los estudios de A. Felipo y J. Ga­llego, el número de graduados en el Estudi General en los años centrales del siglo ( 1526-1580). Durante ese período obtu vieron su grado tres centenares largos de bachilleres en medicina y en torno a doscientos cincuenta doctores. Por término med io , se doctoraron entre cuatro y cinco bachilleres por año , aunque des­pués de ] 561 , cuando se promulgaron las nuevas constituciones , esta cifra aumentó notablemente. Es evidente que la gran mayo­ría de estos graduados, aunque algunos acudieran sólo para ob­tener el título , se formó en las aulas del Eswdi.

Casi la mitad de los graduados fueron valencianos , mientras que el resto procedió de otros reinos peninsulares. Atluyeron, en lugar destacado , desde los demás territorios de la Corona de Aragón, pero no faltaron muchos castellanos, especialmente del reino de Toledo y de La Mancha, andaluces y murcianos, atraí­dos sin duda por el renombre que la facultad valenciana adqui­rió en toda la monarquía hispánica.

De este contingente de titulados se nutrió la casi totalidad de los médicos que ejercieron en territorio valenciano, pues debe tenerse en cuenta que, desde 1519, era preceptivo presentar la inscripción en la matrícula del Estudi para poder ejercer la me­dicina en la ciudad . Sólo en casos excepcionales se facu ltaba a algún titulado foráneo , siempre previa autorización del Consell municipal.

Si tratamos de aprox imarnos un poco más al contingente real de médicos que ejercían en Valencia, deberemos limitar nuestro análi sis a la ciudad , ya que del resto del territorio es muy poco lo que sabemos. Es bien sabido que la capital del Reino fue, en el siglo XVI, la segunda ciudad hispana, sólo por debajo de la pujante Sevi lla , en cuanto a número de cultivado­res científicos. López Piñero ha registrado la ex istencia de casi

San. Cosme y Scm Domicill. Tablw' pillladlls al óleo procedentes del guar­dapolvo de un. re/ah/o. Musen de BefllJs ArIes. Lo mismo que en la Edad Media, las pinturas y grabados que representan estos santos son fieles imágenes de los profesiollales sanitarios de la época.

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ceso del sol a las calles. Con esta medida se pretendía evitar la lobreguez y facilitar la ventilación y salubridad de las calles, al tiempo que se buscaba impedir los fraudes en la venta de mer­cancías en establecimientos obscuros.

El problema de las inmundicias callejeras era evidente en una ciudad de las características reseñadas. Las autoridades se enfrentaron al problema señalando unos basureros en distintos puntos. Con el tiempo , se estableció la costumbre de que los campesinos recogieran los desperdicios y dejaran la ciudad ba­rrida. Ahora bien, a pesar de las disposiciones dictadas y las fuertes multas previstas, zonas tan céntricas como los alrededo­res de la Catedral eran auténticos nidos de escombros que impe­dían incluso el paso de caballerías, dando lugar a bandos capi­tulares que llegaron a amenazar con la excomunión.

Las cloacas también preocuparon enormemente a los ediles valencianos por el peligro que suponían los desechos allí acu­mulados, que hacían <<lo cel pestilenciós, ,o és corrompiment del aen>, según dictaba el propio libro de «Musta,af». La ame­naza de la putrefacción de las inmundicias acumuladas en tales lugares , dio lugar a la adopción de diversas disposiciones que ordenaban la obligación que tenía cada vecino de cuidar del saneamiento y reparación de la parte de cloaca cercana a su casa. Así, debía comenzar la limpieza por el ramal que unía su vivienda con el alcantarillado, para evitar el estancamiento de aguas , el mal olor, los mosquitos, el peligro de fiebres , etc. Por otro lado, los ediles fueron aumentando paulatinamente el trazado del alcantarillado de la ciudad , paralelamente al creci­miento de su recinto urbano.

Otras disposiciones prohibían quemar sustancias malolien­tes, hacer barnices, fundir sebo, y matar reses en el corral de las casas, obligándose que se hiciera en la calle de la carnicería.

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También se decidió que los cerdos no andaran por la ciudad , para evitar daños a las criaturas, sacos de trigo y tiendas. Por último, se persiguió la venta de carnes y pescados pasados o putrefactos.

Del cumplimiento de todas estas disposiciones se encargaba el «Musta~af» . Para que su acción fuera realmente eficaz, los monarcas le concedieron una situación de privilegio respecto de las otras autoridades con las que podía entrar en conflicto de competencias. en especial con los Justicias. Asimismo, exten­dieron su autoridad a todos los estamentos de la sociedad , sin excepción alguna. Su función era doble: inspección y juez ina­pelable. Desde 1372 hasta 1594 ejerció su acción en la Llongeta del musta~'af, donde se guardaban los juegos de pesos y medi­das, y se celebraban los juicios, siempre sumariamente, sin es­critos y sin posible apelación.

En lo que se refiere al campo estricto de la medicina, el «Mustayaf» debía acompañar a las inspecciones anuales que el Justicia Civil debía organizar para visitar las boticas y confir­mar que las materias necesarias para la confección de meclicinas se hallaban en buen estado.

* * *

Difícil era luchar contra la enfermedad en la sociedad que hemos descrito. La muerte estaba profundamente arraigada en aquellos hombres, dramáticamente sometidos a la tiranía de lo desconocido, a la brutalidad de los cambios climáticos y sin protección ante los más fortuitos accidentes y buena parte de las enfermedades, manteniendo un duelo constante por sobrev i­vir, desprovistos a menudo de la más efectiva de las inmuniza­ciones: una nutrición equilibrada y suficiente.

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Nacimiento de la Virgen. Oleo de Vicente Macip , retablo de la Catedral de Segorbe . Representación idealizada de la asistencia obstétrica en el siglo XVI, pero con detalles muy realistas: [afaja ombliguera de la reciéllllacida, el brasero para calenlar sus ropas, la laza de caldo de pollo parc/ /a recién parida, jarra de agl/a caliente y paños para lavarla. La presencia del padre (San ] oaqll{n.) 110 debe hacer olvidar que los partos eran asistidos exclllsivamente por comadronas.

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setenta hombres de ciencia , para una ciudad cuya población osciló a lo largo del siglo entre cincuenta y setenta mil habitan­tes. Ateniéndonos exclusivamente al número de médicos, Va­lencia pasó de cifras que oscilaban en torno a la veintena en las primeras décadas del siglo, a duplicar el número de médicos hacia los años cuarenta, superadas las consecuencias de las Germanías. Aunque no disponemos de datos tan fiables para la segunda mitad de siglo, es indudable que este número aumentó considerablemente , a tenor de la evolución del número de gra­duados en el Estudi que hemos comentado más arriba. Como quiera que la población de la ciudad experimentó también un . crecimiento, podemos pensar que la Valencia del XVI tuvo una proporción cercana a un médico por cada mil quinientos habi­tantes, tasa que la coloca en una posición media entre las más importantes ciudades europeas.

La distribución de los médicos dentro de la ciudad era bas­tante dispersa, aunque se concentraban preferentemente en las parroquias de San Martín y San Juan, barrios de mercaderes y artesanos, con un dominante componente burgués.

En estos mismos barrios , y en el de la parroquia de la Santa CI1lZ, habitaron también la mayor parte de los cirujanos, barbe­ros y boticarios, cuyo número era notablemente superior al de

'los médicos. Antes de los agitados años de las Germanías, el Colegi d'Apothecaris contaba con una treintena de miembros. Los cirujanos y barberos, por su parte , llegaban casi al medio centenar. Superados los años críticos de la rebelión agermanada y de la dura represión que le siguió, centrada sobre todo en los menestrales y las capas medias de la ciudad, estas cifras siguie­ron creciendo a 10 largo de toda la centuria y siempre por enci­ma del número de médicos. La importancia de los dos Colegios que reunían a los practicantes de estos oficios fue también en aumento, Como veremos, sus reivindicaciones llegaron a las Cortes con normalidad y fueron generalmente apoyadas por to­dos los estamentos del Reino.

El sistema del control del ejercicio médico, así como el de las demás ocupaciones con él relacionadas, siguió siendo el mismo que se había venido perfilando a lo largo de la Baja Edad Media. La pervivencia del sistema foral durante los reina­dos de la casa de Austria, consolidó esos mecanismos de con­trol , que sólo se vieron alterados completamente tras la implan­tación de la dinastía borbónica en el trono de España. Así pues, mientras que en la Castilla de finales de siglo xv el control del ejercicio médico había sufrido la gran transformación que supu­so la aparición del Tribunal del Protomedicato a partir de 1477, en Valencia -yen toda la Corona de Aragón- siguió vigente el sistema bajomedieval.

La base de este sistema era ele ámbito municipal , en con­traste con el Tribunal castellano, que tenía jurisdicción en todos los territorios sujetos a la Corona de Castilla. En Valencia, el Consell de la ciudad nombraba, en los últimos días de diciem­bre de cada año, dos médicos examinadores que, a 10 largo de los siguientes doce meses, debían autorizar o denegar el permi­so para ejercer a cuantos médicos desearan establecerse en Va­lencia. Superado el examen , el Justicia Civil otorgaba la corres­pondiente licencia.

Estos examinadores de médicos eran reclutados entre los catedráticos del Estudi General, quienes de este modo veían aumentado su salario con un complemento bastante sustancio­so, que podía llegar incluso a suponer la mitad de un sueldo de catedrático.

Para los cirujanos y boticarios, la forma de control y el sistema para otorgar las licencias siguió siendo también el tradi­cional foral , dependiendo de los respectivos Colegios de la ciu­dad. La visita de las boticas de todo el Reino, siguió correspon­diendo exclusivamente a los visitadores elegidos por el Colegi d 'Apo/hecaris de Valencia. Fuera de la capital, sólo Xativa contó con autorización real, consagrada en los Fueros, para controlar y examinar a sus propios médicos, cirujanos y botica­nos,

Las cortes valencianas, celebradas habitualmente en la loca­lidad aragonesa de Monzón, se ocuparon repetidas veces de recordar esta normativa , vigente desde 1403. En parte, esta insistencia se explica por la inobservancia de la le'y y la existen­cia de intrusismo, sobre todo en lo que afectaba a las condicio­nes de las boticas y al ejercicio de barberos, cirujanos y «sana­dores» que no cumplían 10 establecido. Pero existió otra razón que explica el interés de los estamentos valencianos en recordar que el sistema foral seguía vigente y que está estrechamente vinculada a las resistencias frente al creciente autoritarismo mo­nárquico, evidente sobre todo durante el reinado de Felipe n.

Como es sabido, la autoridad real había tenido tradicional­mente ciertas competencias en el control de la profesión, sobre todo para otorgar licencias especiales o para autorizar el ejerci­cio a médicos judíos o musulmanes, etc. Además, la figura del Pra/ame/ge o Pra/ophísic real supuso en la época bajomedieval una cierta duplicidad en la vigilancia del ejercicio profesional, aunque muchas veces no pasó de tener un sentido meramente honorífico. En el siglo XVI, Felipe IT -en el marco de esa política de injerencia real en los privilegios forales de los reinos

. . r· . -,

Fragmento del nombramiento de Luis Collado como protomédico de la ciudad y reino de Valencia. Archivo deL Reino de Valencia.

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San Cosme y San Damián. Fragmento del retablo de .loan de loanes, Iglesia de la Asunción de Onda, Castellón.

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no castellanos- creó, apoyándose en estos antecedentes medie­vales, la figura del "Protomédico y sobrevisitador real en todo lo tocante al arte de la medicina, cirugia y pharmacopolia de la ciudad y reyno de Valencia», en un claro intento de establecer un control real por encima del que ejercían las instituciones forales, asimilando en parte el modelo vigente en Castilla desde el establecimiento del Tribunal del Protomedicato. Este cargo fue encomendado a personajes de renombre dentro del ámbito médico valenciano, como Luis Collado o L1oren<; Co<;ar, pero la evidente vulneración de los fueros que tal medida suponía provocó las protestas de los Colegios de la ciudad y éstas llega­ron, apoyadas por los tres estamentos , hasta las Cortes de 1585. Al parecer, esta reacción acabaría por conseguir eliminar este intento de la Corona y el sistema foral perviviría hasta su defi­nitiva abolición en 1707.

La visita de las boticas de la ciudad debían realizarse seis veces al año . Los dos miembros del Colegio encargados de llevarla a cabo asistían acompañados del mllstar;aj, encargado municipal de todo lo relacionado con los pesos y medidas ofi­ciales. Las boticas del resto del Reino se visitaban una vez por año «reconexent los exarops y totes les altres medicines simples y adrogues ques trobaran en dites botigues pera fer dites con­jeetions y medicines», según ordena elju/' 169 de las cortes de 1585. Las infracciones se castigaban con multas de considera­ble cuantía. Mediante ellas se pagaba a los visitadores y se ayudaba al Hospital General, si era en la capital, o a los hospi­tales locales, si se trataba de boticarios del resto del país.

Dejando a un lado lo concerniente al Hospital General, del que nos ocupamos en otro capítulo , existieron otra serie de funciones de carácter oficial encargadas a médicos , cirujanos o boticarios. Una de las más importantes fue la de losdesospita­dors reaL'), encargados del examen de los presos enfermos, de los heridos diversos en alteraciones del orden público, etc.

La Valencia del XVI fue una ciudad conflictiva y de una violencia callejera muy considerable . Pese a los reiterados in­tentos de los virreyes por atajar el problema de la violencia, las luchas entre facciones nobiliarias, la existencia de una numero­sa población habitualmente armada y la conflictiva situación social, agudizada por la convivencia con la población morisca , convirtieron a Valencia -yen general a todo el antiguo Rei­no- en escenario de graves y continuas alteraciones del orden público. Así pues, los desospitado/'s, nombrados por el Rey, se convirtieron en oficiales imprescindibles para el normaJ fun­cionamiento de la administración de justicia.

Existieron desospitadors metges y desospitadors cirurgians; incluso en la segunda mitad de siglo hubo que recunir a nom­brar también ayudantes de uno y otro tipo para poder cubrir convenientemente las necesidades. El cargo no tenía duración fija y habitualmente era ejercido por una misma persona de por vida. En ocasiones, los mismos catedráticos del Estudi accedie­ron a los puestos de desospitadors, como ocurrió con Lluís Almenara o con Jaume Honorat Pomar, que le sucedió a su muerte.

En relación con las prisiones reales y sus oficiales, también los boticarios tenían un papel que jugar. Las cárceles valencia-

nas contaban con un boticario que proporcionaba medicinas y otros remedios a los presos pobres, previa inspección y tasa de los mismos por parte de un médico nombrado por el municipio.

De forma muy similar, pero completamente independiente de los demás tribunales, el Santo Oficio de la Inquisición tuvo sus médicos de prisiones, e incluso, en ocasiones, su propio boticario . El cargo de médico inquisitorial era bastante codicia­do , más que por razones económicas (los médicos no cobraban sueldos elevados y muchas veces no percibieron honorario fijo alguno) por razones de prestigio social. Hombres de la talla de Collado o Plaza fueron médicos del tribunal valenciano, así como otros catedráticos del Estudi, como Reguart o COyar, in­tentaron serJo.

Por otra parte, el Consell recurrió habitualmente a los médi­cos de la ciudad para asuntos muy diversos, que requerían el peritaje de un experto. Así, por ejemplo, frente a la amenaza de epidemias, o para el examen de mercancías y alimentos ve­nidos de fuera , o para comisiones a otras partes del Reino con fines médicos, etc.

No faltaron los casos de profesionales valencianos cuyos servicios fueron requeridos desde fuera del Reino. No sólo ocu­rrió ésto en el caso de catedráticos que marcharon a otras uni­versidades, o en el de médicos que dejaron la ciudad, sino que también hubo cirujanos requeridos desde otros lugares por su probada pericia, como el valenciano Miquel Martínez, que des­de 1531 hasta su muerte viajó habitualmente a la Corte para dar asistencia a diversos miembros de la familia del Emperador, percibiendo por ello un elevado sueldo que osciló entre sesenta y noventa mil maravedíes.

También ocurrió a la inversa, cuando las autoridades muni­cipales concedieron permisos especiales para que determinados médicos vinieran a la ciudad a enseñar algún tipo de novedad terapéutica. Este fue el caso de Diego Díaz que en 1564 llegó a cobrar más de trescientas libras por enseñar durante tres me­ses en el Hospital General su fOnTIa de «curar carnLt(os ques fan a la via de la orina», re.cibiendo el acuerdo de los médicos y cirujanos locales.

Finalmente, es indudable que la mayor parte de los médicos valencianos se dedicaron al ejercicio privado, compaginado con cualquiera de las ocupaciones que hemos relatado. Este ejerci­cio privado está destinado, lógicamente , a los estamentos y gru­pos sociales que podían pagarse una asistencia médica particu­lar. La visita domiciliaria siguió siendo la forma habitual de este tipo de asistencia, donde el prestigio de cada profesional, ·estrechamente vinculado a algunas de las ocupaciones anterior­rriente descritas, marcaba el precio de la misma.

Dentr" del ejercicio privado debe incluirse también la asis­tencia que diversas instituciones con un nivel económico o so­cial elevado se procuraban. Tal fue el caso del Arzobispo Juan de Ribera y el del Colegio del CO/pllS Ch/'isti que él fundó. Para ambos trabajaron la mayor parte de los médicos valencia­nos de prestigio , percibiendo por ello unos honorarios anuales bastante elevados, equiparables en algún caso a los de una exa­minatura municipal.

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