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En obras populares y en libros de texto, los científicos presentan su explicación acerca del origen material de la vida como única conclusión científica posible. Ellos declaran dogmáticamente que ninguna otra teoría puede ser científicamente admisible. Y así, todo el mundo es instruido en la idea de que la vida surgió gradualmente a partir de sustancias químicas, de un “caldo original” compuesto de aminoácidos, proteínas y otros ingredientes fundamentales. Aun así, los mismos científicos reconocen en sus revistas y discusiones privadas, que su teoría enfrenta dificultades graves y a veces insuperables. Por ejemplo, ciertos aspectos del mecanismo de codificación del DNA ponen muy en duda la esencia del pensamiento evolutivo.

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Page 1: El origen de la vida (Armando H. Toledo)

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Ciencias de la Creación Crítica del paradigma evolucionista

EL ORIGEN DE LA VIDA Contrastando el enfoque de la ciencia materialista moderna con el de las ciencias de la creación Armando H. Toledo _____________________________________________________________________________________________________________________

1. LA “VACA SAGRADA”

Es algo característico de las sociedades humanas que en todas las épocas exista un tabú, es decir un tema

intocable, un algo innombrable de lo que no se puede—o no se quiere—hablar. Y esto es así debido a una

tendencia colectiva e irracional de no querer cambiar nuestros puntos de vista ni admitir que pueda haber

fallas, errores e incluso engaños en lo que ya se tiene como dado.

¿A qué se deberá que la gente adopta repetidamente semejante actitud? A la ignorancia; por una

comodidad mal entendida, que a la larga los importuna de manera fatídica. La “ley del menor esfuerzo”,

por la cual se piensa que “sin tener que hacer nada todo se arreglará algún día”, pone a las grandes masas

en manos de inescrupulosos que explotan su ingenuidad o su inercia, resguardados tras algún inviolable

tabú.

El destellante y pasado siglo veinte, librepensador, desinhibido, orgulloso de sus innumerables

libertades, y supuestamente exento de todo prejuicio, no pudo evitar caer en ese histórico mal: la ciencia,

con sus múltiples ramas y descubrimientos que eliminaron todos los tabúes que agobiaban al hombre, se

ha vuelto a cambio el tabú más grande de todos. Los tentáculos de la ciencia controlan hoy por hoy todos

los aspectos de la vida moderna, y el ser humano la está emplazando en el lugar que desde tiempos

inmemoriales ocupaban Dios y la religión, atribuyéndole la falsa capacidad de poder resolver todos los

problemas y todas las preguntas del hombre contemporáneo.

Si bien los científicos modernos están acosados por infinidad de dudas y divisiones internas, de

una u otra forma se las han ingeniado para presentar un frente unido ante el público no iniciado en

ciencia. Los deslumbrantes logros tecnológicos les han dado a los científicos modernos un aura de

infalibilidad tal, que cuando presentan teorías no probadas o incomprobables acerca de la vida y el

universo, la gente tiende a aceptarlas con fe ciega. En su obra Pasajes acerca de la Tierra, William Irwin

Thompson escribe:

“Así como en otros tiempos no se podía apelar en contra del poder de las iglesias

sin arriesgarse a ser condenado, así mismo actualmente no se puede apelar en

contra del poder de la ciencia sin arriesgarse a ser acusado de irracional o loco.”

¿Cómo llegamos a este triste estado? Mediante la aceptación de la filosofía materialista. La

filosofía que ha dominado sobre la ciencia desde hace siglos se denomina realismo físico o realismo

material (material realism, en inglés, o materialismo). Esta filosofía asume que solo la materia—

constituida básicamente de átomos y partículas elementales—es real. Todo lo demás, incluidas la vida y

la conciencia, son fenómenos secundarios derivados de la materia (aunque nadie sabe aun cómo es

posible derivar, por ejemplo, la mente y la conciencia de la sola materia).

Currícula de La Universidad Libre para Cristo

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2. MATERIALISMO Y PRETENCIONES CIENTÍFICAS

El materialismo es el punto de vista científico dominante en nuestra sociedad. Hemos asimilado a

tal grado esa filosofía a través de los sistemas educativos y los medios de comunicación, que pensamos

como si nosotros mismos fuéramos científicos. Y convencidos de que debemos ser científicos, nos

parecemos al propietario de aquel viejo bazar del cuento…

Cierto día, un cliente halló un objeto que despertó su curiosidad, lo trajo al propietario del bazar y

le preguntó para qué servía.

“Ah, ese es un barómetro, señor”, contestó el propietario. “Le dice todo acerca de la lluvia”.

“Y, ¿cómo funciona?”, preguntó el hombre en voz alta.

El propietario, de hecho, no sabía bien a bien cómo funciona un barómetro, pero admitir eso

frente al cliente significaría poner en riesgo una buena venta. Así que el vendedor dijo, con un tono de

falsa seguridad: “Bueno… debe tomarlo con una mano, sacarlo por la ventana y después volverlo a

introducir. Si el barómetro está mojado, significa que afuera está lloviendo”.

“Pero yo puedo hacer eso con solo sacar la mano, y sin necesidad de un barómetro”, dijo el

cliente potencial, con media sonrisa dibujada en el rostro.

“Ah, claro que podría hacerlo así, señor; pero no sería la forma científica de hacerlo”, remató el

propietario.

En nuestra aceptación del materialismo, somos como el vendedor del bazar. Queremos ser

científicos; pensamos que estamos siendo científicos, pero no es así. Y el no ser verdaderos científicos

nos incapacita para ver las inconsistencias de ese punto de vista de la vida y de las teorías que de él han

emanado.

Entre las teorías más inconsistentes de la ciencia materialista moderna, se encuentra la muy

difundida doctrina de que la vida se origina de la materia no viva, así como también la no menos

difundida teoría de la evolución de las especies—teorías que los científicos no pueden demostrar ni

experimental ni teóricamente—. De hecho, la comunidad científica mantiene sus postulados

esencialmente sobre la base de la fe, frente a toda clase de objeciones científicas. Como lo dijo el

matemático J. W. N. Sullivan: “La hipótesis de que la vida se ha desarrollado de materia inorgánica es, en

la actualidad, todavía un artículo de fe”.

Ya en otras lecciones de esta serie, hemos señalado que ese dogma carente de fundamento les ha

hecho un gran daño a los valores morales y espirituales del mundo entero, causando de esa forma un

sufrimiento incalculable.1 Sin embargo, el tabú los ampara. En palabras del botánico Garret Hardin, todo

aquel que cuestione la posición de Darwin, “atrae hacia sí, inevitablemente, el ojo psiquiátrico

especulativo”.

3. PROBABILIDAD ABIOGENÉTICA

En obras populares y en libros de texto, los científicos presentan su explicación acerca del origen

material de la vida como única conclusión científica posible. Ellos declaran dogmáticamente que ninguna

otra teoría puede ser científicamente admisible. Y así, todo el mundo es instruido en la idea de que la vida

surgió gradualmente a partir de sustancias químicas, de un “caldo original” compuesto de aminoácidos,

proteínas y otros ingredientes fundamentales. Aun así, los mismos científicos reconocen en sus revistas y

discusiones privadas, que su teoría enfrenta dificultades graves y a veces insuperables. Por ejemplo,

ciertos aspectos del mecanismo de codificación del DNA ponen muy en duda la esencia del pensamiento

evolutivo. El notable biólogo W. H. Thorpe escribió:

1 Ver la lección titulada: “El Paradigma Evolucionista en el Contexto del Renacimiento de las Ciencias Naturales”.

La UCLi, 1999.

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“Así pues, puede que nos encontremos ante la posibilidad de que el origen de la

vida, así como el origen del universo, se vuelva una barrera impenetrable para la

ciencia, y un obstáculo que resista todos los intentos de reducir la biología a

química y física”.

El muy conocido evolucionista Jaques Monod ha señalado esas mismas dificultades. Theodosius

Dobzhansky, otro destacado defensor de la evolución, no pudo menos que estar de acuerdo:

“Nuestro conocimiento científico es desde luego muy insuficiente para

proporcionar alguna clase de explicación satisfactoria en lo que se refiere a esas

transiciones [de la no vida a la vida, de la no conciencia a la conciencia]. Biólogos

tan básicamente diferentes en sus […] puntos de vista como W. H. Thorpe y

Jaques Monod, están de acuerdo en que el origen de la vida es un problema difícil

y, por ello, sumamente inabordable y muy lejos de estar resuelto. Me sumo a esa

opinión”.

Dobzhansky continúa, y dice que el origen de la vida es “milagroso”. Esas confesiones de

Dobzhansky, Monod y Thorpe no son únicas en absoluto. El biólogo evolucionista Francis Crick, se une a

esta postura al afirmar que…

“El hombre honrado, armado con todo el conocimiento que nos está disponible

ahora, solo podría declarar que, en algún sentido, por el momento parece que el

origen de la vida es casi un milagro”.

Sin embargo, en las presentaciones populares y libros de texto uno encuentra muy pocos indicios

de esa duda tan generalizada.

El físico Eugene Wigner, ganador del premio Nobel, demostró que la probabilidad de la

existencia de una unidad autorreproductiva es igual cero. Como la capacidad de reproducirse es una de las

características fundamentales de todo organismo vivo, Wigner concluyó que nuestro actual conocimiento

de física y química no nos permite explicar el fenómeno de la vida. Herbert Yockey ha demostrado

mediante la teoría de la información, que incluso una molécula de información sencilla, tal como el

citocroma c (¡qué decir de los organismos complejos!), no pudo haber surgido por casualidad en todo el

transcurso de la existencia que se le ha calculado a la Tierra:

“Uno debe concluir que, en oposición a la sabiduría establecida y corriente, un

argumento que describa la génesis de la vida en la Tierra mediante casualidad y

causas naturales y que pueda ser aceptado en base a hechos y no en base a un acto

de fe, aún no se ha escrito”.

4. LA CÉLULA VIVA

En realidad, los datos no revelan una evolución en el ascenso de los elementos de la Tierra, ya sea

a elementos más complejos o a compuestos orgánicos. Y para que la evolución haya acontecido, los

elementos inanimados habrían tenido que evolucionar, y no solo a otro elemento o compuesto orgánico

tampoco, sino a algo muchísimo más complicado. Hubieran tenido que evolucionar hasta ser una célula

viva.

El abismo entre los elementos inanimados de la tierra y una célula viva es gigantesco. En los

mejores laboratorios no se puede crear la célula simple usando materia inanimada. Aun si se pudiera, eso

probaría que los elementos necesitan una fuerza directora para producir una sustancia viva.

No debemos pensar que una sola célula es algo tan simple que no habría dificultad en que

surgiera por sí misma de la materia inanimada. La verdad es que la célula es tan compleja como o más

que la ciudad de México.

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Como podemos ver, por una parte, muchos científicos tienen un fuerte compromiso personal con

el concepto de que la vida proviene de la materia inanimada. Por otra parte, reconocen que no tienen la

evidencia que corrobore su convicción, y que su teoría está llena de problemas irresolubles. Ellos están

convencidos de que la vida surgió de la materia y puede reducirse a materia, pero al mismo tiempo deben

confesar que poseen escasas bases científicas para apoyar su convicción. Así pues, su teoría es a priori:

rechaza el método científico estricto y la propia ciencia. Su ferviente y casi mesiánica esperanza es que

‘algún día, de una u otra forma’, alguien puede que llegue a confirmarla, y, mientras tanto, su fe

permanece inquebrantable.

5. SOBRE EL ORIGEN ESPONTÁNEO DE LA VIDA

Cuando se consideran cuestiones relativas al origen de la vida, la opinión popular o la emoción

ejercen influencia en muchas personas. Para evitar esto, y para llegar a conclusiones exactas, tenemos que

considerar objetivamente la prueba. Es interesante notar, también, que hasta el más conocido proponente

y defensor de la evolución, Charles Darwin, indicó que estaba al tanto de las limitaciones de su teoría. En

su conclusión a El origen de las especies, escribió acerca de lo grandioso de la “vista de la vida, con sus

varios poderes, originalmente inspirada por el Creador en unas pocas formas, o en una sola”, lo cual hacía

patente que el tema de los orígenes quedaba expuesto a examen adicional.

Pero la teoría evolucionista de la actualidad por lo general elimina toda mención de un Creador.

En lugar de eso se ha revivificado, en forma hasta cierto punto alterada, la teoría abiogenética o de la

generación espontánea de la vida, una teoría que anteriormente ya había sido rechazada.

La creencia de que ocurrió una forma de generación espontánea se puede rastrear hasta siglos

atrás. En la China antigua se aceptaba que los pulgones se originaban por generación espontánea del

bambú durante las épocas húmedas y cálidas. Los antiguos egipcios y babilónicos creían que los gusanos,

sapos, víboras y ratones se formaban del lodo del Nilo.

En la Grecia antigua, en la India y Europa durante la Edad Media y el Renacimiento, y de hecho

hasta hace poco tiempo, se creía que ciertas formas vivientes se originaban directamente de las no vivas.

Se pensaba que las moscas, abejas y larvas se originaban del sudor; los ratones de los desechos y de la

tierra húmeda; los gusanos intestinales de la descomposición de los alimentos; los piojos de las partes

putrefactas del cuerpo humano y sus excreciones; los microorganismos de los caldos e infusiones

pútridas, etc.

Esta creencia en la generación espontánea de la vida fue una de las partes integrantes de las

tradiciones religiosas de la India, Babilonia y Egipto. Fue considerada como una expresión de los deseos

de los dioses, explicando de esta manera fabulosa la creación sobrenatural de la vida.

En lasa civilizaciones occidentales fue también aceptado este dogma por científicos y pensadores

prominentes. En el siglo XVII el prominente orador y materialista Francis Bacon, William Harvey,

descubridor de la circulación sanguínea, así como el gran filósofo francés René Descartes, aceptaban el

origen de las formas de vida a partir de las inanimadas, considerándolo un hecho perfectamente factible y

sin disputa.

Un ejemplo de esta postura abiogenética está representado por el experimento llevado a cabo por

un famoso médico belga del siglo XVII, Van Helmont. Se dice que colocaba en un recipiente granos de

trigo y una camisa humedecida por sudor, el cual, según él, constituía el principio formador de la vida

para originar ratones a partir del trigo. De manera admirable, por consiguiente, estos ratones nacidos

“artificialmente” después de 21 días, fueron idénticos a los nacidos “naturalmente” de sus padres.

Fue Francisco Redi, médico y naturalista florentino, el primero (para 1688) que efectuó una serie

de experimentos controlados que probaron falsa la creencia de que surgían larvas de los peces, culebras, y

carne en putrefacción. Redi probó que las larvas y las moscas surgen de padres vivientes, no de materias

muertas, y se propuso demostrarlo.

Puso una víbora muerta, un pescado y un trozo de carne de ternera en sendos frascos de boca

ancha y los cerró y selló. Luego, hizo lo mismo con otros tantos frascos, pero en vez de cerrarlos, los dejó

abiertos. Vio moscas que constantemente entraban y salían de los frascos abiertos. Las carnes se

agusanaron. Aunque en los frascos cerrados no habían entrado moscas, su contenido también se había

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podrido y olía mal. Vio también que afuera, en las tapas de los frascos cerrados, algunas larvas buscaban

ansiosamente alguna hendidura para penetrar. Concluyó que la carne de los animales muertos no puede

engendrar gusanos a menos que sean depositados en ella huevos de animales.

Creyendo Redi que el hecho de no permitir el acceso del aire en los frascos cerrados pudiera

haber influido en su experimento, llevó a cabo este otro, para excluir toda duda:

[Continuará …]