Download - El origen de la vida (Armando H. Toledo)
1
Ciencias de la Creación Crítica del paradigma evolucionista
EL ORIGEN DE LA VIDA Contrastando el enfoque de la ciencia materialista moderna con el de las ciencias de la creación Armando H. Toledo _____________________________________________________________________________________________________________________
1. LA “VACA SAGRADA”
Es algo característico de las sociedades humanas que en todas las épocas exista un tabú, es decir un tema
intocable, un algo innombrable de lo que no se puede—o no se quiere—hablar. Y esto es así debido a una
tendencia colectiva e irracional de no querer cambiar nuestros puntos de vista ni admitir que pueda haber
fallas, errores e incluso engaños en lo que ya se tiene como dado.
¿A qué se deberá que la gente adopta repetidamente semejante actitud? A la ignorancia; por una
comodidad mal entendida, que a la larga los importuna de manera fatídica. La “ley del menor esfuerzo”,
por la cual se piensa que “sin tener que hacer nada todo se arreglará algún día”, pone a las grandes masas
en manos de inescrupulosos que explotan su ingenuidad o su inercia, resguardados tras algún inviolable
tabú.
El destellante y pasado siglo veinte, librepensador, desinhibido, orgulloso de sus innumerables
libertades, y supuestamente exento de todo prejuicio, no pudo evitar caer en ese histórico mal: la ciencia,
con sus múltiples ramas y descubrimientos que eliminaron todos los tabúes que agobiaban al hombre, se
ha vuelto a cambio el tabú más grande de todos. Los tentáculos de la ciencia controlan hoy por hoy todos
los aspectos de la vida moderna, y el ser humano la está emplazando en el lugar que desde tiempos
inmemoriales ocupaban Dios y la religión, atribuyéndole la falsa capacidad de poder resolver todos los
problemas y todas las preguntas del hombre contemporáneo.
Si bien los científicos modernos están acosados por infinidad de dudas y divisiones internas, de
una u otra forma se las han ingeniado para presentar un frente unido ante el público no iniciado en
ciencia. Los deslumbrantes logros tecnológicos les han dado a los científicos modernos un aura de
infalibilidad tal, que cuando presentan teorías no probadas o incomprobables acerca de la vida y el
universo, la gente tiende a aceptarlas con fe ciega. En su obra Pasajes acerca de la Tierra, William Irwin
Thompson escribe:
“Así como en otros tiempos no se podía apelar en contra del poder de las iglesias
sin arriesgarse a ser condenado, así mismo actualmente no se puede apelar en
contra del poder de la ciencia sin arriesgarse a ser acusado de irracional o loco.”
¿Cómo llegamos a este triste estado? Mediante la aceptación de la filosofía materialista. La
filosofía que ha dominado sobre la ciencia desde hace siglos se denomina realismo físico o realismo
material (material realism, en inglés, o materialismo). Esta filosofía asume que solo la materia—
constituida básicamente de átomos y partículas elementales—es real. Todo lo demás, incluidas la vida y
la conciencia, son fenómenos secundarios derivados de la materia (aunque nadie sabe aun cómo es
posible derivar, por ejemplo, la mente y la conciencia de la sola materia).
Currícula de La Universidad Libre para Cristo
2
2. MATERIALISMO Y PRETENCIONES CIENTÍFICAS
El materialismo es el punto de vista científico dominante en nuestra sociedad. Hemos asimilado a
tal grado esa filosofía a través de los sistemas educativos y los medios de comunicación, que pensamos
como si nosotros mismos fuéramos científicos. Y convencidos de que debemos ser científicos, nos
parecemos al propietario de aquel viejo bazar del cuento…
Cierto día, un cliente halló un objeto que despertó su curiosidad, lo trajo al propietario del bazar y
le preguntó para qué servía.
“Ah, ese es un barómetro, señor”, contestó el propietario. “Le dice todo acerca de la lluvia”.
“Y, ¿cómo funciona?”, preguntó el hombre en voz alta.
El propietario, de hecho, no sabía bien a bien cómo funciona un barómetro, pero admitir eso
frente al cliente significaría poner en riesgo una buena venta. Así que el vendedor dijo, con un tono de
falsa seguridad: “Bueno… debe tomarlo con una mano, sacarlo por la ventana y después volverlo a
introducir. Si el barómetro está mojado, significa que afuera está lloviendo”.
“Pero yo puedo hacer eso con solo sacar la mano, y sin necesidad de un barómetro”, dijo el
cliente potencial, con media sonrisa dibujada en el rostro.
“Ah, claro que podría hacerlo así, señor; pero no sería la forma científica de hacerlo”, remató el
propietario.
En nuestra aceptación del materialismo, somos como el vendedor del bazar. Queremos ser
científicos; pensamos que estamos siendo científicos, pero no es así. Y el no ser verdaderos científicos
nos incapacita para ver las inconsistencias de ese punto de vista de la vida y de las teorías que de él han
emanado.
Entre las teorías más inconsistentes de la ciencia materialista moderna, se encuentra la muy
difundida doctrina de que la vida se origina de la materia no viva, así como también la no menos
difundida teoría de la evolución de las especies—teorías que los científicos no pueden demostrar ni
experimental ni teóricamente—. De hecho, la comunidad científica mantiene sus postulados
esencialmente sobre la base de la fe, frente a toda clase de objeciones científicas. Como lo dijo el
matemático J. W. N. Sullivan: “La hipótesis de que la vida se ha desarrollado de materia inorgánica es, en
la actualidad, todavía un artículo de fe”.
Ya en otras lecciones de esta serie, hemos señalado que ese dogma carente de fundamento les ha
hecho un gran daño a los valores morales y espirituales del mundo entero, causando de esa forma un
sufrimiento incalculable.1 Sin embargo, el tabú los ampara. En palabras del botánico Garret Hardin, todo
aquel que cuestione la posición de Darwin, “atrae hacia sí, inevitablemente, el ojo psiquiátrico
especulativo”.
3. PROBABILIDAD ABIOGENÉTICA
En obras populares y en libros de texto, los científicos presentan su explicación acerca del origen
material de la vida como única conclusión científica posible. Ellos declaran dogmáticamente que ninguna
otra teoría puede ser científicamente admisible. Y así, todo el mundo es instruido en la idea de que la vida
surgió gradualmente a partir de sustancias químicas, de un “caldo original” compuesto de aminoácidos,
proteínas y otros ingredientes fundamentales. Aun así, los mismos científicos reconocen en sus revistas y
discusiones privadas, que su teoría enfrenta dificultades graves y a veces insuperables. Por ejemplo,
ciertos aspectos del mecanismo de codificación del DNA ponen muy en duda la esencia del pensamiento
evolutivo. El notable biólogo W. H. Thorpe escribió:
1 Ver la lección titulada: “El Paradigma Evolucionista en el Contexto del Renacimiento de las Ciencias Naturales”.
La UCLi, 1999.
3
“Así pues, puede que nos encontremos ante la posibilidad de que el origen de la
vida, así como el origen del universo, se vuelva una barrera impenetrable para la
ciencia, y un obstáculo que resista todos los intentos de reducir la biología a
química y física”.
El muy conocido evolucionista Jaques Monod ha señalado esas mismas dificultades. Theodosius
Dobzhansky, otro destacado defensor de la evolución, no pudo menos que estar de acuerdo:
“Nuestro conocimiento científico es desde luego muy insuficiente para
proporcionar alguna clase de explicación satisfactoria en lo que se refiere a esas
transiciones [de la no vida a la vida, de la no conciencia a la conciencia]. Biólogos
tan básicamente diferentes en sus […] puntos de vista como W. H. Thorpe y
Jaques Monod, están de acuerdo en que el origen de la vida es un problema difícil
y, por ello, sumamente inabordable y muy lejos de estar resuelto. Me sumo a esa
opinión”.
Dobzhansky continúa, y dice que el origen de la vida es “milagroso”. Esas confesiones de
Dobzhansky, Monod y Thorpe no son únicas en absoluto. El biólogo evolucionista Francis Crick, se une a
esta postura al afirmar que…
“El hombre honrado, armado con todo el conocimiento que nos está disponible
ahora, solo podría declarar que, en algún sentido, por el momento parece que el
origen de la vida es casi un milagro”.
Sin embargo, en las presentaciones populares y libros de texto uno encuentra muy pocos indicios
de esa duda tan generalizada.
El físico Eugene Wigner, ganador del premio Nobel, demostró que la probabilidad de la
existencia de una unidad autorreproductiva es igual cero. Como la capacidad de reproducirse es una de las
características fundamentales de todo organismo vivo, Wigner concluyó que nuestro actual conocimiento
de física y química no nos permite explicar el fenómeno de la vida. Herbert Yockey ha demostrado
mediante la teoría de la información, que incluso una molécula de información sencilla, tal como el
citocroma c (¡qué decir de los organismos complejos!), no pudo haber surgido por casualidad en todo el
transcurso de la existencia que se le ha calculado a la Tierra:
“Uno debe concluir que, en oposición a la sabiduría establecida y corriente, un
argumento que describa la génesis de la vida en la Tierra mediante casualidad y
causas naturales y que pueda ser aceptado en base a hechos y no en base a un acto
de fe, aún no se ha escrito”.
4. LA CÉLULA VIVA
En realidad, los datos no revelan una evolución en el ascenso de los elementos de la Tierra, ya sea
a elementos más complejos o a compuestos orgánicos. Y para que la evolución haya acontecido, los
elementos inanimados habrían tenido que evolucionar, y no solo a otro elemento o compuesto orgánico
tampoco, sino a algo muchísimo más complicado. Hubieran tenido que evolucionar hasta ser una célula
viva.
El abismo entre los elementos inanimados de la tierra y una célula viva es gigantesco. En los
mejores laboratorios no se puede crear la célula simple usando materia inanimada. Aun si se pudiera, eso
probaría que los elementos necesitan una fuerza directora para producir una sustancia viva.
No debemos pensar que una sola célula es algo tan simple que no habría dificultad en que
surgiera por sí misma de la materia inanimada. La verdad es que la célula es tan compleja como o más
que la ciudad de México.
4
Como podemos ver, por una parte, muchos científicos tienen un fuerte compromiso personal con
el concepto de que la vida proviene de la materia inanimada. Por otra parte, reconocen que no tienen la
evidencia que corrobore su convicción, y que su teoría está llena de problemas irresolubles. Ellos están
convencidos de que la vida surgió de la materia y puede reducirse a materia, pero al mismo tiempo deben
confesar que poseen escasas bases científicas para apoyar su convicción. Así pues, su teoría es a priori:
rechaza el método científico estricto y la propia ciencia. Su ferviente y casi mesiánica esperanza es que
‘algún día, de una u otra forma’, alguien puede que llegue a confirmarla, y, mientras tanto, su fe
permanece inquebrantable.
5. SOBRE EL ORIGEN ESPONTÁNEO DE LA VIDA
Cuando se consideran cuestiones relativas al origen de la vida, la opinión popular o la emoción
ejercen influencia en muchas personas. Para evitar esto, y para llegar a conclusiones exactas, tenemos que
considerar objetivamente la prueba. Es interesante notar, también, que hasta el más conocido proponente
y defensor de la evolución, Charles Darwin, indicó que estaba al tanto de las limitaciones de su teoría. En
su conclusión a El origen de las especies, escribió acerca de lo grandioso de la “vista de la vida, con sus
varios poderes, originalmente inspirada por el Creador en unas pocas formas, o en una sola”, lo cual hacía
patente que el tema de los orígenes quedaba expuesto a examen adicional.
Pero la teoría evolucionista de la actualidad por lo general elimina toda mención de un Creador.
En lugar de eso se ha revivificado, en forma hasta cierto punto alterada, la teoría abiogenética o de la
generación espontánea de la vida, una teoría que anteriormente ya había sido rechazada.
La creencia de que ocurrió una forma de generación espontánea se puede rastrear hasta siglos
atrás. En la China antigua se aceptaba que los pulgones se originaban por generación espontánea del
bambú durante las épocas húmedas y cálidas. Los antiguos egipcios y babilónicos creían que los gusanos,
sapos, víboras y ratones se formaban del lodo del Nilo.
En la Grecia antigua, en la India y Europa durante la Edad Media y el Renacimiento, y de hecho
hasta hace poco tiempo, se creía que ciertas formas vivientes se originaban directamente de las no vivas.
Se pensaba que las moscas, abejas y larvas se originaban del sudor; los ratones de los desechos y de la
tierra húmeda; los gusanos intestinales de la descomposición de los alimentos; los piojos de las partes
putrefactas del cuerpo humano y sus excreciones; los microorganismos de los caldos e infusiones
pútridas, etc.
Esta creencia en la generación espontánea de la vida fue una de las partes integrantes de las
tradiciones religiosas de la India, Babilonia y Egipto. Fue considerada como una expresión de los deseos
de los dioses, explicando de esta manera fabulosa la creación sobrenatural de la vida.
En lasa civilizaciones occidentales fue también aceptado este dogma por científicos y pensadores
prominentes. En el siglo XVII el prominente orador y materialista Francis Bacon, William Harvey,
descubridor de la circulación sanguínea, así como el gran filósofo francés René Descartes, aceptaban el
origen de las formas de vida a partir de las inanimadas, considerándolo un hecho perfectamente factible y
sin disputa.
Un ejemplo de esta postura abiogenética está representado por el experimento llevado a cabo por
un famoso médico belga del siglo XVII, Van Helmont. Se dice que colocaba en un recipiente granos de
trigo y una camisa humedecida por sudor, el cual, según él, constituía el principio formador de la vida
para originar ratones a partir del trigo. De manera admirable, por consiguiente, estos ratones nacidos
“artificialmente” después de 21 días, fueron idénticos a los nacidos “naturalmente” de sus padres.
Fue Francisco Redi, médico y naturalista florentino, el primero (para 1688) que efectuó una serie
de experimentos controlados que probaron falsa la creencia de que surgían larvas de los peces, culebras, y
carne en putrefacción. Redi probó que las larvas y las moscas surgen de padres vivientes, no de materias
muertas, y se propuso demostrarlo.
Puso una víbora muerta, un pescado y un trozo de carne de ternera en sendos frascos de boca
ancha y los cerró y selló. Luego, hizo lo mismo con otros tantos frascos, pero en vez de cerrarlos, los dejó
abiertos. Vio moscas que constantemente entraban y salían de los frascos abiertos. Las carnes se
agusanaron. Aunque en los frascos cerrados no habían entrado moscas, su contenido también se había
5
podrido y olía mal. Vio también que afuera, en las tapas de los frascos cerrados, algunas larvas buscaban
ansiosamente alguna hendidura para penetrar. Concluyó que la carne de los animales muertos no puede
engendrar gusanos a menos que sean depositados en ella huevos de animales.
Creyendo Redi que el hecho de no permitir el acceso del aire en los frascos cerrados pudiera
haber influido en su experimento, llevó a cabo este otro, para excluir toda duda:
[Continuará …]