el origen de la soledad - ricardo cartas | lo que veo y...

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desde los primeros instantes del día, a lilián la acechaban los gritos ñeros del hombre moreno y sudoroso que cada ma- ñana subía y bajaba las escaleras del edificio en busca de compradores de gas. más tarde la lechera piernas gordas y su olor inconfundible, los recados en la contestadora, abo- neros y vecinos gustosos del hip-hop centroamericano, ha- cían del amanecer un escenario perfecto para que lilián despertara amando a la humanidad. por la tarde, en un minuto de silencio, durante su espera en el salón de belleza, ojeando la revista Claudia descubrió uno de esos anuncios que en lugar de decir: “¡esa manteca te está sobrando, muchachita!”, anunciaba en letras rojas: “de- saparece a la gente que odias”. lilián desprendió la página y salió del local sin que le hubieran arreglado la punta de la pestaña. al llegar a su casa prendió la computadora y tecleó su clave de acceso a internet. solicitó al portal chamanes.com el envío de un amuleto quechua llamado Huayruro, que por cierto gozaba de una excelente promoción, la cual consistía en una garantía a perpetuidad del producto y el envío hacia cualquier parte del país. el oRiGen de la soledad 51 Tus zapatillas_Cuentos 16/04/2010 11:36 a.m. Página 51

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desde los primeros instantes del día, a lilián la acechabanlos gritos ñeros del hombre moreno y sudoroso que cada ma-ñana subía y bajaba las escaleras del edificio en busca decompradores de gas. más tarde la lechera piernas gordas ysu olor inconfundible, los recados en la contestadora, abo-neros y vecinos gustosos del hip-hop centroamericano, ha-cían del amanecer un escenario perfecto para que liliándespertara amando a la humanidad.

por la tarde, en un minuto de silencio, durante su esperaen el salón de belleza, ojeando la revista Claudia descubrióuno de esos anuncios que en lugar de decir: “¡esa manteca teestá sobrando, muchachita!”, anunciaba en letras rojas: “de- saparece a la gente que odias”. lilián desprendió la páginay salió del local sin que le hubieran arreglado la punta de lapestaña.

al llegar a su casa prendió la computadora y tecleó suclave de acceso a internet. solicitó al portal chamanes.com elenvío de un amuleto quechua llamado Huayruro, que porcierto gozaba de una excelente promoción, la cual consistíaen una garantía a perpetuidad del producto y el envío haciacualquier parte del país.

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en el tiempo establecido un hombre de ojos demasiadorojos entregó el paquete a lilián, quien de inmediato deshizola caja y colgó el amuleto en su cuello, como lo indicaba elinstructivo.

a pesar de que era domingo y a hora muy temprana, laciudad se mostraba colmada de familias sonrientes, hombresapresurados y señoras con sombrero. durante todo el día li-lián se dio a la tarea de comprobar la eficacia del feticheyendo a los lugares que frecuentaban los no deseados: cen-tros comerciales, cafés y hasta la ruta de transporte cotidianaen busca del chofer mal encarado que unas horas despuésapareció mostrando una indiferencia inédita.

al parecer, lilián volvió a caer en las manos de los esta-fadores; sin embargo, ahora tenía la fuerte intención de hacerque le devolvieran su dinero o, si no, por lo menos hacerlessaber que habían perdido una excelente clienta y ganado aun fuerte enemigo. así que intentó hablar por teléfono peroal parecer había ciertas interferencias que le impedían queellos la escucharan.

no tuvo de otra que mandarles un sentido correo electró-nico que inmediatamente fue respondido por la empresa:“no se preocupe, señorita lilián, recuerde que somos unaempresa seria y que la garantía del producto es de por vida.espere la visita de uno de nuestros agentes esta misma se-mana. atte. Chaman manager”.

en la mañana del día lunes, un hombre de ojos suma- mente irritados tocó el timbre de lilián. la puerta se abriómisteriosamente mientras el hombre esperaba en el límite.llamó tres veces a la clienta pero al ver que nadie contestabadecidió entrar, husmear un poco en los cajones de la ropa in-te rior, sacar algunas prendas y aclararle ciertas cosas a la

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clienta que aunque no podía ver estaba seguro que lo escu-chaba.

—sólo es cosa de que se quite el amuleto, señorita lilián,y todo volverá a la normalidad.

el agente salió del departamento llevando consigo las mi-núsculas prendas. Y la hembra, por más que quiso detenerlopara que se llevara unas cuantas más, no tuvo de otra queimaginar el reflejo de sus lágrimas sobre el espejo.

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A Rafael Larios

—Qué manera de quebrarlo; se prepara para volar desde latercera cuerda, y a la voz de no hay meseros: 1, 2, ¡Qué car-nicería señores!

—¡la huracana no, por favor!—Qué alguien detenga la masacre, ulises es invencible…—¡oye qué te pasa, por qué lo apagas!—pues ya ganaste ¿no? además ya sabes que no me gusta

que te burles de mí, te aprovechas de que es tuyo el nin-tendo, pero ya verás cuando mi pa’ me compre el mío.

—no mames, Gabriel, tu papá jamás te comprará nada.¿no fue él quien organizó las jornadas antinintendo de todala ciudad? ¿Te acuerdas, no? “¡aleje a sus hijos del aparatoinfernal, satanás está presente. diga no al nintendo y sí a lamatatena!”

—Ya ni me acuerdes, ¿no ves que se me cae la cara de ver-güenza?

—no es para tanto, además ¿quién le hizo caso?, no es pornada Gabo, pero tu papá está bien orate.

—oye, ¿no has sabido nada de tu hermana?

Tus zapaTillas suenan a sexo

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—¿no te digo?, luego, luego la venganza.Gabriel y yo salíamos de la casa cuando se estacionó un

misterioso taxi justo enfrente del portal de mi vecina. Hu-biéramos seguido nuestro camino si no es por aquellas del-gadas piernas que apresuradas intentaban salir. no hicimosningún comentario, digamos que no hubo necesidad dehacer aclaraciones, simplemente demostré mis mejores dotesde caballero ayudándole a bajar sus maletas. ella caminóhacia la puerta de manera apresurada haciendo que el tacónde sus zapatillas rechinara contra el pavimento, ¿qué puedetener de extraño eso? Quizá el Gabo y yo éramos los únicosen comprenderlo.

***

mi sexo se humedeció al sentir su presencia. no había pa-sado tanto tiempo desde que mi prima nos presentó en aquélverano con tus cabellos despabilados y tus ojos de lumbre.no me mira a los ojos y hace todo lo posible por estar ale-jado. anda, ulises, sigue mis pasos, quiero que estés entremis piernas, anda, hazlo como cuando jugábamos a las es-condidas. invítame a la oscuridad del ropero, a los lugaressecretos, invítame. olvida esa bicicleta, acércate a mi vien-tre, cabálgame, sigo siendo la misma niña de antes. puedoconvertirme en tus sueños de agua, en noche, en luna, en elaro de tu bicicleta.

Cuando me hayas hecho el amor correrás a contarle atodos tus amigos que me viste entre tus brazos, que mihimen sólo era un delgado velo de carne, que mi pequeñaboca salía un grito de dolor, que tu semen resbaló por mi

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barbilla y que mi lengua hambrienta era una alfombra rojaesperando la oleada.

***

—Qué amable, muchas gracias, ¿no te acuerdas de mí?—no (ah, caray). ¿a poco nos conocemos?—ay, ulises, soy Beti, la prima de tu vecina Charo.—¿Beti? ¿Charo? (¡anda cerebro funciona, siquiera una

vez en la vida! ¿Beti Blue? ¿Beti mármol? ¿Beti Boing? ¿Beti,el amor de dante?).

—Hace tiempo vine a pasar las vacaciones con mi primay tú jugabas con nosotras a las escondidas, cómo es posibleque ya no te acuerdes.

—Beti, claro, cómo se me iba a olvidar, si ustedes juntocon mi hermana eran las que siempre me encerraban en losroperos, ¿no?

—¿Y qué fue de tu hermana?

***

Hoy llegaré y esconderás la mirada al ver mis pequeñossenos recién nacidos. ulises, me llevarás al lago de las ser-pientes, nadaremos los dos solos, imaginando que estamosdentro del vientre de tu madre. sumergidos en el agua seconfundirán nuestros cuerpos, verás mi delgadez en espera.Jugaremos con las serpientes, dejaremos que nos lleven alfondo del abismo, a mi abismo, a nuestro sueño. me recos-taré junto a ti, enroscaré mis piernas en el aire para que lasveas, rozaré mis dedos en la orilla de tus pies, reconoceré tus

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tobillos, caminaré hasta el incendio, hasta tus ramas verdesque expulsarán humo. nadarás en mi lago, ulises, quedarásenraizado en mis lirios y ahogarás tu niñez.

***

—mi hermana se fue, bueno, en realidad no sé qué es lo quepasó con ella. simplemente cuando regresé de la escuela yano estaba y cuando se me ocurrió preguntar por ella me die-ron una tunda del carajo, como te podrás imaginar, no qui-siera hablar de esto.

—oye, creo no hay nadie en casa de mi prima, ¿puedometer las maletas a tu casa?

—Claro.—¡Carajo! ¿Todavía estás aquí, Gabo? se me hace que tu

papá ya te anda buscando para que lo acompañes a predicar,¿eh? mira, te presento a una amiga de toda la vida.

Gabriel me miró con rencor, se acomodó la gorra y antesde irse le dio un beso a Beti diciéndole: “¿sabes?, ten muchocuidado con este muchacho, es de muy malas mañas, bueno,en realidad les viene de familia, pregúntale qué es lo que es-taba haciendo su hermana con una compañera en el baño”.

—¡Gabo! no jodas, de dónde sacas todo eso.—lo dice todo el mundo ulises, y bueno, mucho gusto,

que te diviertas en tus vacaciones, Beti.nos quedamos un instante en completo silencio hasta que

se me ocurrió abrir la puerta de la casa y ofrecerle un poco deagua a mi invitada.

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***

¿Qué dirá tu sexo al ver a mis feroces pezones sin cadenas?ellos crecerán como un gusano hacia tus ojos y te embruja-rán. no te dejarán dormir, sentirás cómo te van enredadopoco a poco y se colocarán por la cerradura; entrarán en tussábanas, sentirás mis poros, sentirás mis pequeñas gotas deleche endulzar tu boca.

***

—Gracias, ulises, pero, ¿no tendrás una cerveza? lo quepasa es que tengo mucho calor.

—siéntate en lo que voy a buscar a la cocina, creo que hade haber alguna por ahí.

—¿Y tu madre?—Trabajando, ya sabes. oye, es oscura ¿no importa?—no, el color es lo de menos, sólo quiero que me quite la

sed.—oye, pero no te la tomes tan de prisa.—no te preocupes, ¿y tú no vas a tomar nada? anda, te-

nemos que brindar por los viejos tiempos, ¿no?salí de la casa un poco pensativo, ¿mi hermana una les-

biana o sólo lo habrá dicho para quemarme enfrente de Beti?Bueno, eso no me tiene que importar tanto. pero miren nadamás en lo que se convirtió Beti, hasta muy tomadora la muy,muy. sólo espero que no sea de las que se encueren a la pri-mera chela porque mi madre no tarda en llegar y pobre deella: ¡qué chulos salieron sus hijos!

Cuando regresé bien repuesto a brindar por los viejos

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tiempos, Beti ya se había ido con todo y maletas. Qué des-consideración, ni siquiera dejó una nota. Y para colmo en esemomento llegó mi madre.

—¡ulises! Qué haces con esa cerveza. nada más eso mefaltaba.

—Ya, mamá (pinche vieja teatrera).—¿Qué dijiste?—¿Te quieres calmar? déjame explicarte: ¿te acuerdas de

Beti? sí, la prima de la vecina que venía en los veranos.—no me digas, ¿está embarazada?—no mamá, llegó hace rato y como no había nadie en casa

de Charo pues la invité a pasar en lo que llegaba su prima.—¿Y eso qué tiene que ver con la cerveza?—pues que tenía ganas de una, ¿simple, no?—¿simple? súbase a su cuarto pinche chamaco cabrón.

***

Beti y sus piernas de alas, y tus zapatillas sonando a sexo,Beti, ¿por qué te fuiste así? Todo iba tan bien. Y lo peor detodo es que no pude ¡ay, esa cobardía de mi amor por ella! Bah,esa ni yo me la creo. Tú no necesitas una mujer, ulises, sabesque con eso todo se complica. ellas sólo esperan el momentoen que estés en la bolsa y brongó, justo en ese momento eltiro de gracia.

Beti, Beti, la que compartía la oscuridad del ropero en losveranos, la que enrollaba sus piernas en mi cintura mientrasnadábamos, la que te ofrecía ese pecho sin formas, la que tellevaba de la mano hacia la cola del burro en las fiestas decumpleaños, la misma que se bajó de ese taxi hace algunos

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minutos y desenfundó esas largas piernas, destrozando misoídos con el golpeteo de sus zapatillas.

***

—¡ulises! (este es un grito de madre)Ya sé: bájale un poco a tu ruido. para mi madre todo es

ruido. Yo soy el peor de ellos, mi hermana, el recuerdo demi papá, dios, los tiros que mataron a Colosio, los goles dezague, el pasamontañas del sub, mi bici, mi hambre, mi va-gancia. la vida es un ruido a los cuarenta.

—¡ulises! (este es un grito que chinga la madre)Ya sé: me bañaré e iré a los mandados: luz, teléfono, salu-

daré, hola, buenas las tenga, blu, blu y así todo el día.—¡ulises!—¿Y ahora qué?—Te habla Beti.ni modo, madre, no habrá pretextos que te salven. Ten-

drás que soltar una choncha cantidad para que me lleve a lamuchachita a recorrer la ciudad. imagínate lo que dirán deulises si no complace a su amiguita de la niñez. mi madre nosoportaría que estuviera en la boca de las vecinas: ulises notuvo ni un quinto para pagarle sus cervecitas a la muchacha.podrían hablar mal de mi hermana por sus desviaciones se-xuales pero de su hijo nunca.

—Hola—¿Y tu prima?—se quedó en la casa, sólo vine a pedirte disculpas por

haberte dejado así.—no te preocupes, ya estoy acostumbrado.

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—Bueno, yo los dejo —se despidió la alcahueta de mimadre—. Beti, pero cómo has crecido, pero bueno, estás entu casa, ¿eh? Cualquier cosa que se te ofrezca se la pides aulises.

—Gracias, señora…—la cuidas, por favor, llego hasta en la noche.—Ándele ma’, que le vaya bien. oye, y ¿no se le olvida

nada?—ah, sí, qué tonta. en la cantina está mi cartera, ahí tomas

lo necesario, nada más no te mandes. nos vemos al ratito.después del azote de la puerta nos aprisionó el silencio.me acordé de la cerveza que había en el refrigerador y se

la ofrecí. nos la tomamos en un dos por tres mientras unsigno enorme de interrogación se dibujaba encima de mi ca-beza.

sus piernas se entrecruzaron, haciendo que su falda des-cubriera mucho más que la mitad de sus delgadas piernas.

Caminamos unas cuadras para alejarnos de la colonia ytomar un taxi hacia el centro de la ciudad. entramos a uncafé de la avenida Reforma y empezamos a platicar sobre lamuerte de su padre. lo contaba con mucha naturalidad,como se suelen contar las cosas a los dieciséis años. no im-portaba nada, sólo que sus piernas estuvieran contentas yque conservaran su frescura.

—Ya pronto acabará el verano.—eso me preocupa, no conozco lo que se siente, ya ves

que dicen que todo es muy bonito, ¿o esa es la primavera? Lamaldita primavera.

—no lo sé, para mí todo es igual, si no fuera por santaClaus ni siquiera me enteraría de cuando es navidad.

—no exageres, ¿en serio…? (ella se está acercando).

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—no exagero.—¿Quieres otra cerveza?—sí, aunque ya está soplando el viento.—¿Y eso qué?—¿Crees que llueva?—Todas las tardes llueve.

***

sus piernas ennegrecieron a la par del cielo. la gente apu-raba el paso para llegar a sus casas. los paraguas se abríany las calles comenzaban a llenarse del murmullo de la lluvia.

no hallaba qué decir, ella estaba concentrada viendo lasgotas que se estacionaban en la ventana. su aliento era tibio,seduciendo todo a su alrededor, yo no era la excepción.Cuando el bar se quedó vacío ella se recargó en mis rodillas,observando mi boca.

—¿me besas?Busqué algo con qué distraerme, el cenicero me decía:

¡vaya, hasta que por fin me volteas a ver, ándale ulises, ellaes tuya! Giré y la ventana nos veía frotándose las manos.pues ni modo, algún día me tendría que llegar.

nos besamos detalladamente, como gringa probandoalgún menjurje mexicano. abrí los ojos y sus manos tomaronmi cabeza para hundirme en su océano. esta es una lengua,me decía a mí mismo, y estos otros labios, más allá el pala-dar y eso que está bajando por mi cuello es su boca. ¿Y loque estoy sintiendo? ¿Qué carajo estoy sintiendo?

al acabar de besarnos ella soltó una risotada.—¿Cuál es el chiste?

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—nada, sólo me acordaba de ti cuando te dejábamos en-cerrado en el ropero.

—¿Y eso qué tiene que ver?—nada, que ahora estás encerrado en mí.

***

pagamos la cuenta y dejé diez de propina como me había en-señado mi madre. salimos corriendo para acompañar a lalluvia. pateamos unos cuantos charcos y al ver su incomodi-dad para seguir corriendo con los sendos tacones me hinquépara desabrochar sus zapatillas.

nos mojamos por completo. los taxis no paraban —“nomano, me vas a desgraciar las vestiduras”—, hasta que porfin uno de esos centaveros, que prefieren ganarse algunospesos aunque haya que perder la vida, se apiadó de nos-otros.

—está buena la agüita, ¿verdad?—sí, cómo no, pero ya hacía falta, pobrecitos de nuestros

campesinos ¿no cree?—eso sí, pero para nosotros es peor. vea nomás cómo se

congestionan las calles. me cae joven que para mañana mejorme traigo los remos y apago el motor.

—es buena idea, ¿pero no ha pensado instalarle un motorde lancha? imagínese, así de volón que sale del tráfico.

—eso no lo había pensado, ¿qué, es usted universitario?—Qué pasó, más respeto.

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***

navegamos por media hora sobre el bulevar que parte a laciudad en dos. para nosotros el tiempo era lo de menos.

mis manos exploraban, acción mejor conocida en los bajosmundos como “fax de cuates”, “raund” o “faisán de cola mo-rada”.

el canijo taxista bien conocedor del asunto se echaba susvistazos por el retrovisor, hasta me cerraba el ojo en señal deéxito. me señalaba con los ojos la propaganda del motel Ja-carandas que suele llevar todo el gremio taxístico para estetipo de casos.

llegamos a la casa. no sabía qué hacer, sólo faltaban unpar de horas para que mi madre regresara.

—necesitamos un baño muy caliente, ulises, si no vamosa resfriarnos.

—lo mismo dice mi madre.—¿no tienes una toalla?—Claro.subí las escaleras. me entretuve buscando el color de la

toalla que mejor le asentara. ¿Roja?, ¿verde?, ¿amarilla?Cuando llegué al baño Beti estaba desnuda. el vapor co-

menzó a cubrir todo el acto.imaginé un fondo con los requintos de Kirk Hammet para

este final, imaginé la mejor victoria del pancracio luchístico,je, je y, sobre todo, la cara que pondrá el Gabo cuando lecuente todo esto.

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A Zahzil

el periódico donde trabajaba erdosain difundió una pe-queña nota en las páginas policiacas en la que se informabaque uno de sus columnistas había hallado la manera de con-trarrestar la fuerte crisis energética por la que cruzaba el país;posteriormente se sumaba esta acotación: “(ja, ja, ja, habráque preguntarle a su esposa)”.

Quizá una broma de mal gusto o un ajuste de cuentashabía sido el motivo de esta ridiculizante aclaración. erdo-sain nunca investigó su origen; por hora estaba muy ocu-pado en sus compromisos sociales, que a raíz de sudescubrimiento se convirtieron en actos cotidianos.

Renunció al periódico donde trabajaba y, desde luego, nodejó que ninguno de los periodistas de éste se atreviera a cru-zar palabra con él.

durante sus primeras entrevistas declaró que su idea par-tió de una investigación que hizo como periodista, erdosainse había dado cuenta de las terribles condiciones en las queestán nuestros recursos naturales. Y debo de reconocer algo—declaró erdosain con aire pensativo—, lo que en realidad

nunCa BasTa

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me orilló a crear este artefacto fue pensar que mis costum-bres cambiarían, que se verían afectadas por la carencia. us-tedes no están para saberlo pero para mí sería inútil tratarde vivir sin mi baño de burbujas, menos sin mis paseos enmotocicleta, es más —señaló erdosain de manera chusca—,sin la energía eléctrica no podría ver al conejo Bugs… ¿us-tedes podrían vivir así?

al otro día, los encabezados de los periódicos mostraronlo siguiente:

El Universo: “el ayuntamiento de Copenhague da a erdo-sain un Bugs de cinco metros en señal de agradecimiento”.

La Luna: “no resistió la idea de vivir sin su baño de es-puma, por eso salvó al mundo”.

El Luterano: “la asociación de petróleos y contaminantesnecesarios anuncian marcha en contra de erdosain y del pro-yecto Energía en tu casa”.

el gobierno nacional declaró que el invento de erdosainera el mejor ejemplo para la ciencia de la República y que,por el momento, la estabilidad del país estaba asegurada,sólo que por ahora los detalles del proyecto quedarían en se-creto de estado.

el informe gubernamental no le pareció en nada a los pe-riodistas y científicos del país, argumentaban que no sepodía entregar el futuro de nuestra economía a una “ocu-rrencia” y menos que ésta fuera producida por alguien queno puede vivir sin su baño de espuma.

existían muchas dudas alrededor del descubrimiento deerdosain, en realidad se sabía muy poco de ello. las perso-nas que conocían al héroe nunca hubieran imaginado que unsimple reportero de nota roja pudiera tener escondido, entresus adormiladas neuronas, un invento de tal magnitud.

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el ex jefe de erdosain, que nunca había visto otra cosa másque mediocridad en el desempeño del inventor, se dio a latarea de escudriñar personalmente los detalles de la noticia;no llevado por la preocupación de una posible estafa que pu-diera hundir al país, simplemente quería cobrar algunascuentas con su ex trabajador: el veto que había impuesto er-dosain a su periódico significó cuantiosas pérdidas econó-micas para la empresa; la acción del reportero no fue,precisamente, un guiño de amistad.

no tuvo que esforzarse gran cosa. Cuando el jefe quiso en-trevistar a los más allegados a erdosain, luego, luego, salióal ruedo Chebo, el corrector de la sección policíaca y ex com-pañero de parranda de erdosain.

el director del periódico citó al corrector en su oficina concarácter de urgente. Chebo, que se había distinguido por seruno de los más antiguos y responsables trabajadores, se pre-sentó algo asustado a la dirección del diario.

Cuando se anunció la presencia de Chebo, el jefe dio laorden para que nadie los interrumpiera.

—siéntate, Chebo, tú y yo nos vamos a comer un pollito.Chebo recordó la vez anterior que el jefe había pronun-

ciado esa frase: “comerse el pollo”. esta era la señal de al-guna falla grave, como la que había hecho hace años comocuando cambió adrede unos pies de foto. en el primero seobservaba al presidente de la época sugiriendo una sonrisa;el pie decía: “Changos de Chapultepec se escapan violenta-mente” y en donde los changos aparecían gruñendo se podíaleer: “el presidente mira con esperanza el futuro”.

sin embargo, la mirada del jefe no revelaba ningún re-clamo contra Chebo, es más, hasta se podría decir que mos-traba rasgos de amabilidad.

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la primera pregunta del jefe fue directa:—a ver, Chebo, qué tanto sabes del invento ese de erdo-

sain.—no mucho jefe, nada del otro mundo, sólo que según

con eso…—Creo que no me has entendido, qué sabes del invento,

porque si mal no recuerdo tú publicaste una pequeña nota entu sección, antes que todos los medios, en donde decías queerdosain había descubierto el hilo negro, pero no entiendoeso del ja, ja, ja y la esposa.

el corrector tuvo que contar todo, desde el nacimiento dela idea hasta los tropiezos con los que se topó erdosain; apesar de que ya estaba más que comprobada la enemistadde erdosain con Chebo, éste decidió suprimir algunas cues-tiones vergonzosas, simple solidaridad de género.

las noticias no tardaron en difundir los aspectos negati-vos del invento, detalles de los cuales ya estaban enteradaslas autoridades y que por temor a un revés político no ha-bían sido revelados.

La Ocasión, diario donde trabajaba erdosain, esperó unassemanas para recolectar un poco más de información antesde difundir la exclusiva; sin embargo, los rumores, dirigi-dos, claro está, por el director del periódico, habían llegadoa los oídos de algunas agrupaciones feministas radicales.

en las mesas de trabajo y corredores de tales asociacionesse pudieron oír comentarios devastadores en contra del in-vento de erdosain.

—¿Ya vieron, muchachas, de qué se trata el proyecto deEnergía en tu casa? ¿no saben? dicen que se aprovechantodos los movimientos de los habitantes, sobre todo los delas mujeres. sí, de verdad, dicen que nos van a conectar ca-

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bles en todos lados y a todas horas: a la hora de lavar los tras-tes, de lavar la ropa, hasta los momentos en que estamosviendo la televisión; pero saben qué es lo peor, que nos vana conectar los cables hasta cuando hagamos el amor, segúnesto que los orgasmos…

—¿los qué?—or-gas-mos, ¿qué no sabes que cuando tenemos un or-

gasmo producimos mucha energía? Bueno, que gran partedel alumbrado público se abastecerá de nuestros orgasmos.

—¿Y cómo le van a hacer?—lo mismo me pregunto, pero según esto, que si no hay

orgasmos en tu casa olvídate de la luz en tu calle.al otro día de que La Ocasión publicó un extenso reportaje

sobre el proyecto “energía en tu casa (o en la cama)” acom-pañado de una vasta y oscura biografía de erdosain, las aso-ciaciones feministas organizaron marchas y protestas encontra del proyecto. la gran mayoría pidió su cancelación afavor de las buenas costumbres, otras menos conservadoraspedían un alto a la explotación del cuerpo femenino. Traíanalgunas pancartas en donde se podía leer: “de modelos a es-clavas, de la pasarela a los watts ¿mañana seremos mesas?”los grupos radicales amenazaron con quitarse el clítoris sino recibían pago alguno por la posible energía que se sacarade sus cuerpos. sólo un grupo de mujeres entradas en edadestaba a favor del proyecto. el periódico El Luterano, que es-taba al servicio de los intereses gubernamentales, publicó enprimera plana la foto donde aparecían estas señoras con unautocomplaciente mensaje: “¡Gracias, erdosain!”

el gobierno no tuvo de otra más que darles la razón a lasfeministas, los costos políticos podrían ser peores en caso decontinuar el proyecto. sin embargo, la gente no se confor-

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maba con la cancelación de Energía en tu casa, sino que que-rían que se hiciera justicia, es decir, castigar de alguna ma-nera a erdosain por su atrevimiento.

antes de que llegaran las demandas, erdosain llamó a unaconferencia de prensa en donde iba a pedir disculpas públi-cas y sobre todo a explicar con toda verdad el funciona-miento del proyecto.

Cuando erdosain llegó a estar enfrente de los periodistas,infinidad de flashazos y fuertes reclamos llenaron el local.lo inundó una tristeza, una sensación parecida que sólo ex-perimentaba cuando veía desnuda a su esposa, pensó en sutina repleta de burbujas e imaginó que cada una de ellas eranhombres, hombres varados a punto de desaparecer.

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Para Othón, el luchador ultracostumbrista

—ajá, lunes… pero no llegues tarde… ¿te cae?… ¡ya, ni tanbuena que estuviera!… no, pues es un trío… ¿Cómo sellama?… algo así como tritriqui-titraca o titraca-tritriqui, oalgo así; la verdad ni me acuerdo… ¿y después a dónde?…pero le hablas al loquillo, ¿no? sí, es estelar, te lo dije desdeel principio…

Karmatrón es veterano de preliminares de la arena pue-bla, se ha hecho viejo abriendo telones para las estrellas delcuadrilátero. porque en la lucha, como en cualquier otro es-pectáculo, existen las estrellas y los que se rajan el queso afavor de ellas. Cuando tenía edad moza, pensó que su opor-tunidad de saltar a la grande estaba cerca, y pasaban losaños, y en lugar de acercarse al gran momento se alejaba. sinembargo, la gente del lugar ya le había tomado cariño; Kar-matrón estaba considerado como parte del paisaje chunta-ñero que enmarcaba la arena puebla.

por la mente de Karmatrón pasó la idea de colgar la más-cara y hacerle caso a su amigo Jaime: “Cabrón, ya deja esavida de payaso”. el mismo lunes que pensó dejar la lucha se

la noCHe de KaRmaTRón

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anunció un encuentro sorpresa entre los Trinitrones y el tríoque comandaba Karmatrón. no fue precisamente un detallede la empresa haberlos tomado en cuenta, sino que los lu-chadores de la ciudad se habían negado tajantemente a lu-char contra ese trío de cavernícolas. Cuando le ofrecieron lalucha a Karmatrón él aceptó sin saber contra quién se iba aenfrentar. ni siquiera puso atención en el nombre de aqueltritio. a los cinco minutos marcó los teléfonos de sus com-pañeros: ave de Fuego y loquillo, quienes no pusieron nin-guna excusa: “vamos, cómo chingaos que no”.

siete de la noche y los tres hombres aflojan los músculos.las carnes tiemblan, grasa, grasa, la piel morena se estirajunto con los músculos para llegar en su punto al cuadrilá-tero.

Karmatrón se quedó con las ganas de ser anunciado poresa voz romanticona del doctor alfonso morales, pero esono era problema, mientras iba en camino hacia la lona ima-ginaba oír los ehhhhh y los chiflidos de los aficionados. eselunes no los imaginó más.

—¡mira, loquillo, ve nomás cómo pusimos a la afición!—pon cara de malo, güey.—no chingues, pero si somos técnicos.—oh, tú pon cara de malo y vas a ver.el trío saludó a la gente tomándose de las manos, simu-

lando una gran hermandad entre ellos. ave de Fuego estabadando algunos autógrafos, cuando se oyó un cabalgar debestias. los Trinitrones hicieron acto de presencia rom-piendo en cada uno de los técnicos sus respectivas sillas enel lomo. el líder del desalmado trío gritó: “ey, ey, ey… dí-ganme quién es su padre”.

ofendida, la gente comenzó el contraataque, primero con

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el ya sobado tútututútu y después, como estrellas fugaces,comenzaron a caer sobre el cuadrilátero botellas de cerveza,monedas, piedras y zapatillas de tacón de aguja. ni un soloproyectil alcanzó su objetivo.

los rudos sonreían. ésta iba a ser la victoria más rápida desu carrera. las “Glorias locales” yacían semimuertas en losrincones del ring. Karmatrón abría los ojos.

—mira, mira, ése ya se está levantando.—Qué se va a levantar, ¿no viste cómo tronó la silla en su

cabeza?—mamá, Karmatrón se está levantando.—es cierto, vive, vive. Ya vieron, don Karmatrón se está

moviendo.—sí, mamá, y don Karmatrón va a hacer chorrillo a esos

hijos de su pinche madre.—¡milagro!—¡Karma-trón! ¡Karma-trón! ¡Karma-trón!—¡Karma-trón! ¡Karma-trón!—¡Karma-trón!Karmatrón hizo lo que pudo por moverse; pero cuando

los Trinitroneros se dieron cuenta de los intentos, terminaronde romper los sobrantes de las sillas en su humanidad. el ré-feri descalificó a los Trinitroneros, dijo: “esto se acabó”, altiempo que alzaba el brazo flácido de nuestro héroe.

Ya en los vestidores:—para puras vergüenzas, carajo; cómo es posible que en

la primera caída nos hayan descontado así porque sí.—Ya mi Karma, no hagas puchero, de todos modos gana-

mos.—pos es que son mamadas, por qué no nos dijeron que

iban a llegar con sillas y toda la cosa.

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—Ya, de veras, cálmate, ya no chilles; mejor apúrate quellegamos tarde.

—¿a dónde?—Cómo que a dónde, recuerda que prometiste que

cuando estuviéramos en la estelar…—de veras, pos ya vámonos.los tres hombres, con sus respectivas máscaras y adita-

mentos luchísticos, se encaminaron hacia la cueva clásica delos lunes, un lugar llamado el violentas. Karmatrón habíajurado que el día en que estuviera programado en las preli-minares, iría a las violentas por la mujer que le había qui-tado el sueño durante los últimos años.

al llegar Karmatrón gritó con aire de pedro infante:—¿en dónde están las mujeres hambrientas de sexo, ca-

ramba?Ya era una tradición en el violentas tenerlos entre sus

clientes los días lunes. las putas más jóvenes salían a espe-rar el renault hecho convertible a fuerza de cortes improvi-sados por un aficionado que un buen día vio el coche deKarmatrón:

—Cómo está eso de que no tiene coche convertible. ¿apoco nunca vio al santo en esa nave chiquitita?

—sí, pues cómo no.—pues todo aquel que se presuma de ser luchador debe

andar en uno de esos, pa’ que su capa vuele, mientras lehunde el acelerador en todo el bulevar.

prendió una sierra eléctrica y comenzó pum, pas, tras, aderribar la lámina del zapatito francés.

a Karmatrón no le gustó del todo cómo había quedado suauto, pero bueno, el talachero tenía razón, el luchador sinconvertible es como puta del violentas sin celulitis. la capa

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nunca voló como la del santo, pero de eso nadie tenía laculpa. el zapato no levantaba ni los 40 kilómetros por hora.

a las gordas del lugar les encantaba la presencia de los lu-chadores, las más jóvenes hasta daban de brincos al verlosllegar en su renault hecho convertible, menos una: Chabe-lita.

el verdadero nombre del establecimiento era violetas,pero los múltiples sillazos en cabezas de todo tipo, más lasgotas de sangre embarradas en las paredes y la habladuríade los vecinos (dicen que cada noche, por lo menos, sale uncristiano con el coco ensangrentado), hicieron que entre losclientes bautizaran el antro con ese adjetivo más apropiado.

los luchadores se sentaron y pidieron su botella de ron(Cagüey). ave de Fuego y loquillo no se complicaron la viday aceptaron la propuesta de las primeras damas:

—Qué pasó mi científico, ¿no me invitas una copita?en un dos por tres, excepto Karma, estaban risa y risa.

Raspaban y raspaban el tacón con las cumbias que escupía larocola.

don Karma se paraba a cada rato al baño, disimulando suverdadero objetivo: encontrar a la Chabela. en realidad,todos los que estaban en la mesa sabían que Karma estaba alas vivas, pero nada. una de las nenas sonrió y le dijo:

—no, mano, sabes qué, la Chabela se acaba de ir; pero nimedia hora tiene que se fue.

—sí, de verdad, así como lo oyes; vinieron tres hombresmuy sabrositos por cierto, y sin más ni más se la llevaron. seme hace que la Chabelita va a dormir bien calientita.

—Cállate, pinche vieja.—uy, pos qué delicado. entonces qué, mi defensor del

bien, ¿otra copita?

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Karmatrón pidió otra botella y programó en la rocola másde quince canciones de las que llegan: Ya lo pasado, pasado, Laley del monte, Quiero ser tu amigo, nada más.

Karma ya no tuvo más que llamar a una mujer para que lehiciera compañía. intentó olvidar los planes que había fra-guado con respecto a Chabela: olvidar no es nada fácil.

la noche siguió hasta que los clientes uno por uno alzaronel vuelo. los luchadores, con sus respectivas damas, deci-dieron ir a un hotel para medir fuerzas: trío contra trío, a dosde tres caídas sin límite de tiempo: pura resistencia.

las muchachas, emocionadas, fueron por sus bolsas y sué-teres, mientras que los luchadores se frotaban las manos:“ahora sí, mano, pura lucha a ras de lona”.

salieron del congal ya pasadas las tres de la mañana.arrancaron el convertible y se fueron en dirección al latino(hotel sucursal de las violetas).

loquillo fue el encargado de pedir el cuarto. las putitasesperaban mientras sus delgadas piernas tiritaban.

—Calma, muchachas, ahorita van a agarrar calor, ustedesni se preocupen —les decía ave de Fuego.

loquillo les hizo una señal para que lo siguieran. ni tar-dos ni mucho menos perezosos fueron tras él hacia el cuartonúmero 13. por todo el corredor del hotel se oían gemidos ylos clásicos wiqui-wiquis de las camas. una de las mucha-chas abrió los ojos de manera sorpresiva cuando se acercó aoír a una puerta.

—oigan, se ve que está buena la fiesta aquí, ¿eh?loquillo metió la llave y abrió. las nenas dejaron sus bol-

sas sobre el tocador y comenzaron a desnudarse.—a ver, muchachos, ustedes recuéstense mientras noso-

tras les bailamos un ratito.

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Karma, ave de Fuego y loquillo se acostaron en la únicacama a observar el show. las ropas fueron cayendo, mien-tras las putitas entonaban una canción muy romántica delucía méndez. los cuerpos de las hembras lucían claros ytersos.

Cuando cada quién atendía su negocio una gritadera dehembra hizo que las muchachas saltaran de la cama.

—Chale, están golpeando a alguien, ¿no?—sí, pos vamos a ver.—Cómo que a ver, ¿y lo nuestro? —reclamó ave de

Fuego.las muchachas se encaminaron a la puerta para ver qué

era lo que sucedía. al abrir se dieron cuenta de que tres hom-bres golpeaban a una mujer. una de ellas gritó.

—no la chingues, pero si es Chabelita.Cuando Karmatrón escuchó el nombre, se paró rapidí-

simo de la cama y corrió en dirección hacia donde era el re-lajo.

Cuando Karmatrón llegó, los hombres se retiraban. pas-mado observó el cuerpo de Chabela tirado en el piso, des-nudo, amoratado. Borbotones de sangre le salían por la boca.

Karmatrón se acercó al cuerpo de Chabela. siempre deseómirarla desnuda. siempre deseó recorrer su cuerpo, centí-metro a centímetro, poseerla. Y ahí estaba, desnuda, y a rasde lona, como siempre la había imaginado.

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A Óscar Alarcón

la televisión me despierta, adela micha habla sobre el díatan especial que apenas da sus primeras señas: “el equinoc-cio es una gran oportunidad para todos los que quieran re-conciliarse con la vida”.

no hay de otra: si lo que se quiere es sobrevivir habrá queintentarlo, quizá adela no esté equivocada. al caminar des-nudo hasta la regadera, reconocí que el estar solo era lomejor, no hay razón por la cual se tengan que compartir lasmiserias. mi cuerpo, por fin, está a salvo de las miradas yburlas de marcela.

Hoy puedo caminar desnudo y gozar del agua tibia quesiempre me ha ayudado a contrarrestar los insomnios. elvapor se fue convirtiendo en siluetas de recuerdo, formasque me hicieron imaginar el cuerpo de mi ex mujer y su vozaún cercana pidiéndome que la penetrara por el culo.

la recámara sigue igual, miro los zapatos que esparcidossobre el suelo muestran desesperación por encontrar unlugar, como los cientos que se han parado de la cama cre-yendo en las palabras de adela.

eQuinoCCio

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—esta puede ser una gran oportunidad —dice la perio-dista con esa boca que de nacimiento me hace pensar en susexo, en los sexos que en esta misma mañana están ejer-ciendo su oficio, los sexos que duermen, los sexos olvidados,el hambriento sexo de marcela.

estar seguro era mucho pedir, pero algo me decía que laspalabras de adela podrían ser ciertas. la calma inusitada deun sábado sobre las calles de san andrés, las estudiantes oje-rosas víctimas de la aventura nocturna y los diarios anun-ciando una leve recuperación económica en el paísconfirmaban mi presentimiento.

eusebio me esperaba en el Reforma. de cierta manera losdos estábamos en la misma situación, sólo que él jugaba aquedarse solo, a engañar, a sentirse traicionado, pero al fin yal cabo todo era parte de los complementos emocionales parasentirse menos vacío.

en cinco minutos destruyó los pocos gramos de opti-mismo que vine acumulando durante estas horas. Tan en-deble fue mi convicción de esperanza que con un par decomentarios decidí mandar al carajo las palabras de adela;desde luego, nunca le comenté a eusebio que ella había sidola catapulta de este aparente cambio. a pesar de todo, él meconsideraba una persona con criterio, incapaz de seguir losconsejos de la televisión.

en toda borrachera el momento estelar es el de los recla-mos. desde luego, el primero en recurrir a ellos fui yo y, eltema, como ya se habrán de imaginar, fue mi marcela.

eusebio me escuchaba, sé que le cuesta trabajo entenderpor qué siempre debo de hablar de la esquina en donde la vipor última vez, y donde le hice la promesa de comprarle unauto. ella sonrió con el sarcasmo que durante mucho tiempo

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fue el principal de sus atributos: “¿Tú crees que con esaenorme panza blanca podrías entrar en un coche como éste?por favor, Raúl, no sueñes”.

Hizo bien en largarse, todos necesitamos escapar del quenos sueña, antes de que nos volvamos una odiosa pesadilla.marcela lo hizo bien, en el momento justo: cuando nuestromatrimonio iba en el mejor de sus capítulos, cuando el sexoaún complacía, cuando las mañanas son momentos que seesperan para observar su desnudez con hambre de entomó-logo.

eusebio no responde, cada vez que se harta de alguien separa sin importar el pretexto, dejando a quien sea con la pa-labra en la boca. nunca ha hecho eso conmigo, pero estoyseguro de que él siente una gran lástima por mí; yo tambiénsiento lo mismo por él; a pesar de que las mujeres nunca lehan faltado y de que su sonrisa es a prueba de bombas ató-micas no deja de ser la peor de sus máscaras.

mi amigo sugirió que volteara hacia la barra en donde es-taban tres jóvenes hembras, eran dos rubias y una enormenegra a punto de perder la sobriedad y para nada les mo-lestó que nuestras miradas las visitaran de vez en cuando.

se dice que los grandes cambios no se dan en instantes; yolo dudo, hace algunos minutos estaba brindando con euse-bio, contándole las penas de siempre y ahora lo hago con treshembras ebrias que no entienden nada de lo que les digo.

después de la quinta ronda los miedos desaparecen. lapequeña rubia pasada de copas recargó su cabeza sobre mibarriga, y sus pequeños ojos borrachos trataban de obser-varme. la propuesta no tardó en aparecer, apenas y pudopronunciar un “ya vámonos”.

Quizá adela no esté tan equivocada, “el equinoccio es la

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gran oportunidad para reconciliarnos con la vida”. aban-doné el bar en dirección hacia mi departamento, eusebioaprobó la acción, meneó la mano para que saliéramos del barlo más pronto posible.

la pequeña rubia me interrogó:—¿Tienes novia?por un momento pensé en decirle toda la verdad, que

tenía veintitrés años y que era un recién dejado, que mimujer me había abandonado por la insignificante razón deque no podía soportar a una bestia de 150 kilos encima cadavez que hacíamos el amor.

—no —le contesté fríamente.la mujer sonrió, quizá no podía entender por qué hizo

una pregunta tan estúpida.no se dieron concesiones para el ritual. de inmediato se

quitó el vestido dejando al aire sus pequeños senos que ape-nas formaban dos míseros bultos de carne. la pequeña rubiano era otra cosa que un cuerpo amarillento; pero bueno, seríapeor pasar la noche viéndole la cara a eusebio, así que arre-metí contra la rubia insertando mis garfios en su vagina.

—oye, te tengo que decir una cosa —previno la rubia.esta es la segunda vez que lo hago.la locomotora frenó en seco. nunca hubiera creído que se

tuviera que dar explicaciones por ser la segunda vez que setuviera sexo.

—¿segunda o primera? —pregunté sin pensarlo.—primera.en ese momento, recordé las palabras de eusebio: “la san-

gre de las vírgenes es lo más difícil de encontrar, más que elcolmillo de rinoceronte. si se te pone una enfrente, ni lo pien-ses”.

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Y ahí estaba, completamente desnuda, esperando a que lapartiera en dos; sin embargo, la imagen de marcela measaltó. Hubiera preferido morir de hambre, matar, con tal decomprarle ese auto y así librarla del uso de los infernales co-lectivos; quizá es lo que nunca entendió, que ese auto iba aser solamente para ella y ni yo ni mi enorme panza nos cru-zaríamos en su camino.

Recosté a la rubia en el piso con la mayor delicadeza:“estoy dentro de ti marcela, otra vez dentro de tu cuerpo, soyel que dispara esperma como ballena”.

sus lágrimas detuvieron el acto: “para, animal, me sofo-cas”, repitió una y otra vez la pequeña rubia.

limpié la sangre del piso y después no volvimos a cruzarpalabra. por suerte eusebio y las dos hembras no tardaron enllegar al departamento con unas ganas de fiesta para salvar-nos del silencio.

mi amigo estaba completamente ebrio, así que en menosde media hora la fiesta había terminado. los cinco pretendí-amos conciliar el sueño.

Quien me conozca jamás creería que mis sueños fueransencillos y difíciles de cumplir. sólo quería comprarle esecoche a marcela y despertar junto a ella cada mañana; sinembargo, hoy he despertado a lado de una recién ex virgen,al mismo tiempo que con una negra enorme. para cualquierapodría representar una exquisita fantasía, un acto en dondese accede al terreno de los hombres sin límites, pero para míera la sentencia de nunca poder reconciliarme, la imposibi-lidad de olvidar las palabras amorosas de marcela al ama-necer.

—¿Quieres algo de desayunar, bestia lanza espermas?

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A Carlos Contreras

soportar al Caballero cuando le daba por sentirse profeta eracosa dura; bastaba con que pronunciara algún nombre he-breo-cristiano-apostólico-romano para que todos los que es-tuvieran a su alrededor desaparecieran, sólo el Gordo,sabino y yo éramos los únicos que lo aguantábamos, contodo y sus historias de iglesias viejas y sus ángeles, quesegún él nos vigilaban día y noche.

para mí, la iglesia no era nada del otro mundo, las pocasveces que había hecho acto de presencia, se trataba de ñecasfestividades sociales: quinceañeras de vestido azul eléctrico,primeras comuniones, presentación ante la sociedad de lageneración 80-86 de la secundaria técnica número sesenta ycómo olvidar la boda del tío Rafael, hermano de mi madreque tuvo que sentar cabeza con la loca Florencia, prima le-jana de mi padre, que por cierto no tuve el gusto de conocer.nunca mordí el anzuelo.

sabino, Gordo y yo conformábamos el pequeño grupo in-condicional sibarita del Caballero. así nos pusieron en losbailes. los síbaras bailan el tíbiri. el que nos puso así fue el

¿CuÁnTas ves en el Cielo?

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Rolas: Y un saludo para el Caballero y sus síbaras del infier-navit, qué bien que bailan el tábara, señor.

a los dieciséis años admirar a un tipo como éste es cosanormal. Comenzando por esa imagen de hombre acabadoen poco tiempo, como si corriera sin aceite, mirando a tra-vés de la noche.

—¿Cuántas ves en el cielo, Bizuras?—nos contó el Caballero que conoció al negro, allá abajo,

en una miscelánea que por ese tiempo existía, algunos díasdespués de que le había robado la quincena entera a sumadre. después de ese heroico y significativo acto nuncavolvió a poner un pie en la casa; pasó el tiempo encontrán-dole dueño a todo lo que se le cruzara: carteras, colillas de ci-garro y gelatinas con mosca, como la que estaba robando enla cara del negro en aquella miscelánea.

siguió sus movimientos detenidamente, quedando sor-prendido por la naturalidad con la que iba robando todo loque estuviera a su paso; pensó que jóvenes como estos eranlos que necesitaba para fortalecer su iglesia.

Y era cosa del diario estarlo escuchando con sus historias,que por suerte tenían la virtud de ir cambiando cada vez quenos las contaba. al principio no fue fácil, pero con el tiempouno se acostumbra a todo.

entrados en confesiones, el primero que decidió romper elhielo con algo realmente íntimo fue sabino, quien explicó lamanera trágica en que había perdido las piernas. según él,todo había sido parte de un castigo divino, frase que le pa-reció maravillosa al Caballero, hasta sus ojos se abrieroncuando sabino terminó de pronunciarlas: cas-ti-go di-vi-no.

su madre, que era de costumbres rancias, le tenía prohi-bido salir a jugar con los vecinos mientras ella no estuviera

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en casa, quizá por los escasos diez metros que existían entrelos palomares donde vivía sabino y los rieles por donde pa-saba el tren. pudo haber sido una buena razón para dejarloencerrado todas las tardes; sin embargo, la verdadera razónera que su madre no soportaba la idea de que se juntara conniños de tan baja ralea.

pero a un niño de doce años, ¿qué podrían importarle lasvías, el tren y los prejuicios de una madre amargada? aque-llo para el sabio sabino no era más que un paisaje inofen-sivo.

Y digamos que la historia de sabino es la historia de suspiernas. Contó que desde esa mañana un cosquilleo inéditoen sus piernas lo había despertado, quizá su inconsciente loestaba preparando para la gran cáscara que en esos momen-tos se estaba fraguando entre los niños del edificio “C” quehabían llegado a retarlos con todo y las rejas de “Jarritos: québuenos son”. por debajo de la puerta pudo observar los piesnerviosos de todos sus amigos esperándolo a que abriera.mientras se ponía sus tenis, sabino recordó a su madre la-vándose los pies y advirtiéndole que por nada del mundosaliera a jugar, no tanto por el peligro que representaba eltren, sino porque el muchacho sabino cada que le daba porechar la cáscara regresaba con los pies todos terrosos; desdeluego, esto no podía pasar en Jueves santo, y menos cuandosabino y su mamá estaban incluidos en el rito del lavatoriode pies. ¿pueden imaginar eso?

pero no había de otra, los hombres son hombres cuando seatreven a irse en contra de los padres, aunque con la madrees suficiente.

sabino abrió la puerta con una energética patada. imaginólas piernas de sus contrincantes temblar, mientras las suyas,

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como dos potros negros, esperaban el momento para salir ydesbocarse.

el prospecto a crack del deporte futbolístico se entregócomo nunca al partido, de inmediato los puentes, taconazosy sombreritos hicieron acto de presencia —puro juego defantasía—, sin embargo los del “C” habían trazado un juegocasi perfecto, cerrado, sin intensiones ofensivas y confiandoen las variantes para un contragolpe. poco a poco la marcaque le habían impuesto a sabino se convertía en una mor-daza que nunca pudo quitarse. la ventaja de los muchachosdel “C” era mínima, un 8-6 representaba cierta esperanzapara el equipo de sabino.

—de marcadores peores nos hemos recuperado.el ánimo del equipo había decaído, y las piernas de los ju-

gadores se mostraban torpes. sabino como buen capitántenía que enseñarles a todos que él sería el último en aban-donar el barco.

el tropel de sus piernas recorría la totalidad de la cancha.peleaba en el área contraria e inmediatamente bajaba paraapoyar a sus defensas. Toda la cancha era el terreno de sa-bino; tanto le urgía remontar el marcador que hasta cuandola pelota se iba por la banda no ejercía el clásico “bolita porfavor”, nada de eso, él mismo con sus piernas rabiosas ibatras el esférico.

Y fue en una de esas cuando recordó las palabras de sumadre advirtiéndole sobre los peligros del tren. el balónhabía quedado encima de los rieles y la locomotora apenasse vislumbraba. sabino se quedó inmóvil, no pudo dar unpaso hacia los rieles. sus compañeros del equipo no podíancreer que su capitán pudiera acobardarse de esa manera.Fito, el más pequeño de su equipo intentó correr hacia el

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balón, pero sabino lo detuvo; éste comenzó a trotar de ma-nera elegante hacia la pelota sin perder de vista el tren queveía acercándose con su caminar de bestia. sabino pudo res-catar el balón, pero el costo ya todos lo saben; sin embargo,fue un acto que lo hizo héroe, un veterano de las cáscarasallá por su rumbo.

el Gordo aquino después de escuchar la larga historia desabino, hizo gala de su intransigencia.

—no, sabino, no le debes de echar la culpa a dios, lo quepasa es que le calculaste mal, quién te manda a sacar un pin-che balón cuando el tren estaba a punto de pasar; de milagrono te llevó todito. ¿Y por un balón?, ya ni la chingas…

nunca volvió a desobedecer a su madre; además comenzóa demostrar una devoción exacerbada hacia cualquier actoreligioso, no importando la vertiente, lo mismo adoraba asan Camilo, perdedor de almas, que a la santísima muerte.Quizá por esa razón su admiración por el Caballero eraciega.

Todas sus historias terminaban en lo mismo. pongamosun ejemplo, por nada del mundo dejaba de comprar esas re-vistas de misterios esotéricos, egipcios enfrentándose contramayas, mística azteca contra los ritos zen, el chiste es quesiempre trataba de explicarnos que todas esas culturas en elfondo (muy en el fondo) eran iguales; de todo se valía, quesi encontraba una crucecita en tal parte de alguna pirámideegipcia, tenía relación con los cuatro caminos del universode los aztecas, que si los mayas habían construido un edifi-cio con trece niveles ¡cuidado! número cabalístico, cosas muyraras que ni él mismo podía explicarnos muy bien que diga-mos, y menos en una borrachera, pero todas sus historiasacababan siempre en lo mismo:

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—mire usted al cielo, cuántas estrellas llegas a ver…Cuéntalas bien, mi Bizuras.

Y daba lo mismo inventarle, por decir, cincuenta porquetodo te decía: muy bien, muy bien, mañana contarás más, oquizá menos. pero de que siempre terminábamos mirandolas estrellas, ni duda.

mientras el pequeño Caballero iba creciendo, pudo darsecuenta de que las enseñanzas de Timbere no tenían mucharelación con lo que sus amigos conocían como cristianas. losmandamientos de no matarás, no desearás a la mujer de tuprójimo, no robarás, nunca habían sido mencionados por supadre; todo lo contrario, para él todos esos principios repre-sentaban la decadencia del hombre, así lo creyó el Caballero,y nosotros, los iniciados pues imagínense.

al capi sabino lo llamaban las tragedias y la maña de pre-guntón no se le quitaba. muy quitado de la pena, a pesar dever al Caballero en crisis, no pudo aguantarse:

—por fin, ¿era o no padrecito?—no sé —contestó el Caballero.nunca visitamos una iglesia, a pesar de que se la pasaba

predicando y aventando agua bendita con su bote de alcoholdel noventa y seis en los mercados del sur. mucha gente seenojaba y pues con justa razón. imagínense nomás a las mar-chantitas, todas bien en su rollo de encontrar las papas másbaratas y los nopales más babosos y ¿que en cuánto me lodeja? ¡qué pasó! ¿a poco es lo menos?, uy marchanta si ape-nas le estoy ganando, cuando de pronto te sale un pinche ne-grote de dos metros con ojos de bola vestido de monjedominico, hablando según él en arameo. Y el espanto erapeor a la hora en que soltaba la letanía: ¡pinguetitocuapepi-petus!, la gente pegaba de saltos cuando el agua helada de la

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bendición caía sobre sus espaldas. la gente le reclamaba, porsupuesto, pero el negro solamente con tranquilidad les res-pondía: “pepipetus”, y de volada les dibujaba una cruz sobrela frente.

el Caballero, sumergido en su nostalgia, recordó que enlas paredes de la casa no existía ningún santo, ni la imagendel papa ni mucho menos un crucifijo.

—es raro, ¿no creen? —cuestionaba el Caballero. para él,todas esas cosas eran consideradas como herejías, que loúnico válido en este negocio eran los ángeles.

el Caballero sonrió, y con el dedo pulgar dibujó una cruzen la frente de sabino: eres valiente muchacho, pero debesaprender a guardar silencio, eso te puede costar la vida.

—pero no me has respondido ‒replicó sabino.—no te metas en problemas muchacho, si tienen alas son

de los nuestros.aunque era el menos brillante de todos, quizá fui el que

aprendió más del Caballero. arreglar motores, conseguir di-nero en las paradas del colectivo, remediar crudas y, sobretodo, conocer la manera de besarle las nalgas a la ciudad. laprimera vez que el Caballero utilizó esa frasecita, nadie en-tendió nada. ¿Besarle las nalgas a la ciudad?

después de varias noches la comprendí. por casualidadesque uno no puede llegar a explicarse, la zona de mujeresmalas, como siempre andaba diciendo mi madre, efectiva-mente estaba al sur de la ciudad (lugar donde normalmentese encuentra esa parte adiposa del ser humano) y bueno, elacto de besar se hacía en un sentido figurado, pues nadie en-traba lamiendo el pavimento, aunque no faltaba el que hi-ciera acto de presencia a cuatro patas al congal por excesode alcohol, por lo mientras la metáfora ya estaba entendida.

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Besarle las nalgas a la ciudad era andar por los lugares endonde los ángeles nos veían, pero como que se hacían que lavirgen les hablaba.

—¿Cómo están mis angelitos, cuántas ven en el cielo?sacaba su Gremlin negro con flamas en los costados.

nadie comprendía el porqué de tener un coche tan espan-toso, pero bueno, él justificaba su mal gusto diciendo que lohacía por solidaridad con los jodidos y sobre todo porque letenía mucho cariño; con él había pasado buenas juergas ymal nunca lo había dejado.

Checaba que todo estuviera en perfectas condiciones: ga-solina, aceite, líquido de frenos; era el tipo clásico que le dabalos últimos trapazos a su coche con la manga del suéter antesde salir a algún lado, aunque gran cosa ya no se podía hacer,el auto comenzaba a dar señas de estar en las últimas; losaños y los kilómetros no pasan en balde.

el Caballero en un momento de lucidez retomó el tema desu madre.

—¿saben de lo único que me acuerdo?—¿de qué?—de la canción que silbaba cuando planchaba nuestros

uniformes de la escuela.Y arráncate compadre, en ese momento valiéndole un so-

berano sorbete qué hubiera en el bar, el Caballero tocaba ba-tuta y comenzaba a medio silbar la canción que le recordabaa su madre.

—¿a ver cabrones, ¿qué canción es esta? —preguntaba elCaballero.

el Gordo con sus lágrimas resecas volvió a observar al Bi-zuras preguntándole: a ver, ¿adivínale güey?, y yo fruncíalas cejas del esfuerzo para descifrar el género. algo me hacía

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suponer que era una romanticota, por la cadencia con la quela intentaba chiflar, pero después de que soplaba la parte cal-madita, comenzaba otra bastante acelerada y pues cuas, esascosas nos metían en aprietos.

—¿no le dan? —nos preguntaba retándonos. pos ahí lesva otra vez.

se pasó toda la noche silba y silba sin que nada lo pudieradetener. Ya dentro del bar nos pedían de manera muy atentaque por favor hiciéramos algo con nuestro amigo.

—no mano, ya tiene más de dos horas con su tuuu, fiu,fiu; y la verdad no provoca grandes molestias pero imagí-nese joven ¿quién nos va a creer que se haya desmayado detanto chiflar? Y este lugar es de respeto, ¿o cómo ve usted mijoven?

las ficheras también intentaron silenciarlo, sacándolo abailar, empinándole la botella de ron, pero nada. sólo huboun instante que el chiflido se convirtió en un garigorigori,cuando la pequeña lulú, una de las consentidas del Caba-llero, decidió acabar con el silbido, metiéndole la cara enmedio de sus pechugas. el sonido suave y desfigurado quesalía de los labios del Caballero se convirtió, gracias al acom-pañamiento de las suculentas carnes de lulú, en armoníaperfecta: Gorigorigoribumbum.

lulú y todos los presentes del bar no tuvieron otra que es-tallar en carcajadas.

después de todo, el Caballero es un hombre con suerte. elensamble de chiflido y tetas para cualquiera hubiera repre-sentado una vergüenza, pero para él nada de eso, todo locontrario. las putitas al oír el sonido inmediatamente fue-ron a ver quién era el susodicho que lo provocaba. “venganmuchachas”, decía la pequeña lulú, se sienten muchas cos-

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quillas. Y al rato hasta cola había para que el Caballero leschiflara la armonía que le hacía recordar a su madre.

la curiosidad, esa que dicen que mata a los gatos, fue laculpable de que le preguntáramos por fin al Caballero elnombre de la canción. él, haciendo todo lo posible por mi-rarnos fijamente, nos dijo: “saben, creo que también se meolvidó”.

al dar las once de la noche, el Caballero se preparaba parainiciar el recorrido. Yo los esperaba recargado en los postesde básquet, fumando. el Gordo y sabino vivían muy cerca dela casa del Caballero; yo, al otro lado de la ciudad; siempreme tocaba esperar en medio del silencio de la noche. por loregular, ellos llegaban con algunas copas encima, la explica-ción que daban era que mi casa estaba muy lejos, que casi,casi, por donde el aire daba vuelta y que para evitar el abu-rrimiento se veían en la penosa necesidad de ir por un six decervezas que les duraba justo el tiempo que tardaban parallegar a lomas Bravas. el ruido que hacía el Caballero pro-vocaba que en toda la calle se prendieran las luces de los de-partamentos.

Como buen primerizo, me dio por esperar al Caballerobien quitado de la pena, como si no hubiera ningún peligro.ahí estaba fuma y fuma cuando un grupo de muchachos conpantalones holgados se me acercaron pidiéndome el respec-tivo moche para las chelas de la jornada.

—Qué onda, ese Bizuriqui, discútase con las chelas, ¿no?—dijo uno.

nunca le perdonaré a mi tía lucrecia por haberme apo-dado de esa manera. Cuando nací, digo, a ojo de buen cu-bero, cualquiera se podía dar cuenta de que no era un niñoque pudiera anunciar guerbers, en pocas palabras el niño Bi-

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zuras era feo de a madres, y aparte de todo enjutado, todo unejemplar.

la tía lucrecia es la hermana mayor, y desde luego, la sol-terona de la casa. ella, antes de que mi madre decidiera cuáliba a ser mi nombre, ya me tenía bautizado como Bizuras,éste es el nombre de un bicho flaco, nadie lo puede negar,muy parecido a mí. en realidad, lo que me había molestadode mi tía fue que en una ocasión, cuando cascareaba en lacalle, de pronto soltó un grito desde el ventanal de la casa:¡Bizuriquito, ya vente a comer, ándale antes de que se enfríe!¡imagínense eso! el respeto que había forjado con mis buenasatajadas se fue a la basura. Toda la unidad comenzó a lla-marme así.

los jóvenes asaltantes me veían con cara de no muy bue-nos amigos, la vida en el infonavit corre según la necesidad.durante el día se podía presumir la solidaridad de los veci-nos, casi, casi se escuchaba el chiflido de algún carpintero,creyéndose pedro infante. “este era un oso carpintero quevivía muy pobre”, pero después de que el sol se despedía,cualquiera se podía convertir en blanco de atraco, la noche yla necesidad provocaba en los pobladores desmemoria: ¿enqué me quedé? ah, “lloraba porque sus ositos se morían dehambre”.

Y bueno, digamos que todo se entendía, después de todosabía que era parte de todo eso, y dinero tenía, pero la ver-dad nunca me había gustado en lo más mínimo la gente ma-leducada. Cómo está eso de: “discútase con las chelas”, porfavor, dónde están las buenas costumbres, porque eso sí,muertos de hambre y desmemoriados pero con estilo. Quizási me hubieran dicho: “oiga licenciado Bizuriqui, no tendráunas moneditas de sobra, ya sabe, es el cumpleaños del se-

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ñorito paupérrimo Fajardo, y pues la verdad queríamos fes-tejarle con algo, ya ve que está tan solo en el mundo”.

pero nada de eso; al contrario. los muchachos comenza-ron a ponerse algo nerviosos ante mi indiferencia. el quehabía pedido el moche, bajó la mano hasta encontrar unarma que escondía bajo el calcetín de la cual sólo puede versu brillo.

—entonces qué, vas a soltar, o ahorita nos arreglamos. así ya cambian las cosas, pensé de inmediato, quizá los

muchachos no tengan ni un gramo de buena educación pero¿Qué tal huevos? esos sí que los tenían bien puestos. Ya es-taba soltando los primeros pesos a los fulanos cuando, depronto, se oyó desde lejos el alarido guerrero de un hombre,muy parecido los gritos selváticos de Tarzán, y digo pare-cido porque un cierto efecto, de esos que suelen acompañara los vendedores de tamales a cualquiera le hacía dudarsobre la originalidad del rey de la selva.

los mojonudos, como les solía llamar mi madre a todoslos cholos, tensaron las piernas y emprendieron la huida.Con tremendo espanto salí corriendo en la misma direcciónque los asaltantes. ahí veían al flaco con su sprint de caco demercado, cuando una luz dentro de su pensamiento dijo:“quihubo, quihubo bizubestia, mejor córrele para el otrolado”. Y con el mismo trote cambié mis pasos hacia la direc-ción contraria.

el grito de Tarzán, que originalmente era para llamar a lasbestias, ahora había sido para ahuyentarlas. los chelines ha-bían desaparecido gracias al nuevo claxon del Gremlin delCaballero. en la unidad fue toda una sensación su presencia(y del claxon, por supuesto), es más, para muchas de las se-ñoras que poblaban la unidad, el grito de Tarzán era señal

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para que todos, órale cabrones, a dormir: “otro ratito ma’,nomás que pase el Tarzán y apago la tele”.

sea lo que sea, el claxon del Caballero me había salvado lavida, o por lo menos la de mis pesos, pero aún venía lo peor.

—Qué pasó flaco, te andaban chamaqueando, ¿no?—no, cómo crees, si son los niños de la cuadra, sólo me es-

taban enseñando su nuevo juguete.el Caballero me miró con cara de “hazte pendejo”. el

gordo aquino le hizo la segunda.—oye Bizuras, o fue mi imaginación, o te lanzaste a co-

rrer junto con los cholos a la hora en que oyeron el grito.—pues no ya te dije que estábamos jugando, para nada

que nos espantamos, salimos corriendo porque… pues…—Ya, ya, trépate que tenemos algo para ti.en el lugar no existía el silencio. los meseros eso sí, se por-

taban al nivel, muy decentes y educaditos. Y al parecer, ha-bíamos sido confundidos con rockstars, digo, quizá la formade vestirnos nos ayudó en algo.

—Cuatro martínez, chato, pero bien fríos —pidió sabino,con tono de hombre de mundo.

Y el mesero en pleno saque de onda, confiando en que alos rockstars se les perdona todo, no tuvo de otra que obede-cer, no sin antes preguntarle al cliente si los quería secos.

—Fríos, güey, qué no me entendiste y campechanos, ah, yse me olvidaba, no vayan a salir con su mamada de echarlesmuñequita.

—sí señor, como usted diga.sabino alzó las cejas como diciendo “quiubo perros, mué-

ranse de ardor”, pero inmediatamente regresó a la normali-dad, con su cara de no me la creo, observando todo desde susilla de ruedas.

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aún faltaban muchos lugares por llenarse, el hombre quecontrolaba el sonido nos hacía recordar el plato fuerte de lanoche:

“muy buenas noches, su lugar exclusivo y very, very, ja,ja, ja, les da la más cordial bienvenida”.

inmediatamente a traducción para los turistas del norte:“if you wana fuck, just the perfect site”. Recuerden que des-pués de medianoche comienza nuestro gran show, en dondecualquier muñequita que a usted se le apetezca podrá pe-dirla con nuestro acaronte estrella ¡Robo-cop! él los llevarácon justicia a su hembra”.

el Caballero comenzaba a inquietarse por la falta de alco-hol, y déjenme decirles que no era el único, pero bueno, di-gamos que sólo él podía demostrar la sed. después de unosminutos el mesero regresó.

—aquí están sus martinis, caballeros.—Cómo dijiste —preguntó sabino.—martinis, señor.mientras sabino me codeaba para que escuchara, según

él, la burrada del mesero.—muy bien ¿son campechanos, verdad?—sí señor, y sin ningún pelo de muñecas.los cuatro pusimos cara de ¡guau! al observar la mercan-

cía que traía el mesero, que aunque era bastante mísera, lucíamuy bien después de todo.

la música subió aún más de volumen y las luces comen-zaron a bajar de intensidad, para ese momento, el bar estabacompletamente lleno y la variedá, como decía el Caballero,estaba a punto de iniciar.

la pista que tenía forma de un enorme galeón se activó.Comenzó a moverse como si estuviera lidiando las peores

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