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Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, los hay que residen en Mesopotamia, en Judea y Capado-

cia, en el Ponto, en la provincia de Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto y en la región de Libia que li-mita con Cirene; hay visitantes romanos, hay judíos y

prosélitos, cretenses y árabes (Hch 2,9-11). Ese era, a grandes rasgos, el mapamundi de la Antigüedad. Y a todos esos lugares llegaría el Evangelio, siguiendo el programa trazado por Jesús: Jerusalén, Judea, Sama-ría y hasta el último rincón de la tierra (Hch 1,8).

El nacimiento del cristianismo

23Día

La Iglesia nació en Jerusalén. Desde allí, con motivo de una persecución (Hch 8,1b), los creyentes se dis-persaron por Judea y Samaría, fundando nuevas comunidades cristianas. La conversión del fariseo Saulo-Pablo en la ruta de Damasco (Hch 9) y el bau-tismo del pagano Cornelio en Cesarea por parte de Pedro (Hch 10) son dos acontecimientos que deter-minaron la expansión de la fe cristiana.Entre tanto, los evangelizadores van llegando a Feni-cia, Chipre y Antioquía de Siria. El concilio cele-brado en Jerusalén hacia el año 48 d. C. zanjó afirmativamente la cuestión y abrió de manera defi-nitiva las puertas del mundo al Evangelio (Hch 15): de la mano de Pablo, la fe pasará a Europa (Hch 16,11-12), llegará a Roma (Hch 28,14b) y alcanzará incluso a Hispania (cf. Rom 15,24.28).

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Ruinas de Cesarea