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EL MUNDO DE AYER VISTO POR MIS OJOS Dr. Francisco Boloña Rodríguez

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EL MUNDO DE AYER VISTO POR MIS OJOS

Dr. Francisco Boloña Rodríguez

ACarmita, mi inseparable compañera, con todo mi amor.

A la memoria de mis 'padres, para quienes guardo veneración.

PRÓLOGO

Asustado por el cambio operado en el mundo, asustado por el derrum­be de los principios filosóficos, morales y religiosos que significan estos cambios, he querido dejar un relato de cómo era el mundo que se derrumba, cómo se entendían esos principios éticos que menciono y cómo se aplicaban a la vida diaria, no vaya a ser que el equivocado sea yo y que está justificado el proceder materialista de las nuevas gene­raciones.

Desde luego, yo comprendo que las costumbres, las ideas, la forma de ver las cosas tienen que variar con el transcurso del tiempo, pues si no fuera así seguiríamos viviendo en las cavernas; pero, existiendo princi­pios eternos filosóficos, morales y religiosos que han perdurado desde hace milenios, se me hace difícil entender por qué hoy han dejado de ser eternos sin ser reemplazados por otros mejores.

Creo que el principio de la filosofía kantiana, del "Obra de modo que la razón de tu acción pueda ser elevada a norma universal de conducta" sigue siendo válido, porque pertenece a esos principios inmutables que han permitido que la humanidad haya subsistido, haya progresado y haya alcanzado el nivel elevado que tiene. Pero lo que se me hace in­comprensible es la causa por la que hoy, para la gran masa humana, han dejado de tener valor y de ser aplicados en el diario vivir.

Si pensamos que la causa de ello es el extraordinario desarrollo de la técnica y de la ciencia, que trata de destruir con argumentos materiales principios espirituales, tendríamos que convenir que sólo somos unos primates dentro del orden zoológico, pero sería inexplicable cómo ese primate y no los demás animales ha podido llegar a comprender la pro-

fundidad del pensamiento cristiano, que ha perdurado durante dos mil años sin perder la exactitud del razonamiento que contiene.

Por eso, asustado por la forma cómo el mundo se transforma en un conjunto de seres que desconocen lo hermoso del pensamiento huma­no, y que hasta se vanaglorian de su agnosticismo, he querido hacer un recuerdo del mundo en el cual todavía existían baluartes como el amor, el honor, la virtud, la belleza y la moral, que hoy se van esfumando.

" INDICE

Mi infancia en Cantagallo........ ..... ....... ...... .......... ... ... ..... ..... ..... ... ......... 7

La Revolución Juliana..... ... ..... ..... ....... ........... ..... ..... ... ... ....... ..... ........... 15

Nuestra vida en Quito.... ........... .................. ..... ..... ...... ..... ..... ........... .... 28

Fin de la Junta de Gobierno................................................................. 38

Mi vida en Europa......... ............. ........ ............. ........ ..... ........................ 44

De regreso al Ecuador.... ........ ............ ...... ........ ........... ..... ....... ..... ........ 60

El primer velasquismo.... ... ............ ...... .......... ..... ........... ..... .................. 66

Velasco contra Arroyo .......................................... '" ... ..... ........ ..... ........ 68

El mundo de ayer internacional...................... ........ ... ............ ........... .... 73

El colegio Vicente Rocafuerte............................................................... 76

Las elecciones de 1940........................................................................ 80

El fatídico 1941................................................................................... 84

"La Gloriosa" ........................................................................................ 88

Tercer velasquismo................... ....................................................... ..... 94

Doctor en jurisprudencia............. ........... ..... ..... .................................... 99

Subsecretario de previsión Social y trabajo.... ................ .......... ............. 105

Carlos Guevara Moreno....................................................................... 110

Camilo Ponce Enríquez... ..... ..... .......... ............. ......... ....... ..... ..... ...... .... 118

Carlos Julio Arosemena........................................................................ 122

El cuarto velasquismo.................................. ................ ..... ..... ............... 126

La Asamblea Constituyente...... ............................................................ 129

Don Buca............................................................................................. 133

Andrés F. Córdova....................................................... ....... .................. 136

Dr. Gonzalo Cordero Crespo ............................................................... 137

Duelo Arosemena - Banderas............................................................... 138

Duelo León Velasco - don Buca............................................................ 139

Epílogo ................................................................................................. 142

EL MUNDO DE AYER VISTO POR MIS OJOS

MI INFANCIA EN CANTAGALLO

Este libro no pretende ser una obra literaria. Pretende recordar cómo era el mundo que quedó atrás y desapareció, a fin de que mis hijos, nietos y amigos, que no lo conocieron, tengan una idea de cómo era el mundo de ayer, como se vivía, cuáles eran los problemas que teníamos, quiénes eran nuestros antepasados, nuestros amigos, los personajes con quienes traté, los acontecimientos históricos de los cuales fui testigo y, en muchos casos, protagonista.

A la verdad, viví varias vidas separadas por vivencias tan diferentes como el haber pasado, en cortísimo tiempo, de una vida campesina en una hacienda tropical, rodeado de una naturaleza pura, a vivir en Guayaquil, luego en Quito y, finalmente en una gran capital europea de un país súper civilizado. Pasar de una vida de bonanzas económicas a otra de orfandad y estrecheces. Y todo esto sin que se afecte mi personalidad.

Mi padre fue el doctor Francisco J. Boloña, médico, y mi madre, So­fía Rodríguez de Boloña. Mi abuelo paterno fue el doctor Pedro José Boloña Roca, médico, fundador de la Facultad de Medicina de la Uni­versidad de Guayaquil, presidente del Concejo Municipal varias veces, gobernador de la Provincia, quien, cuando era estudiante de medicina en la Universidad de San Marcos de Lima, se ofreció como voluntario e intervino en la batalla del Callao, en contra de la Escuadra del almi­rante español Méndez Núñez que trataba de reconquistar las colonias españolas de América. También fue senador por el Guayas, y cirujano mayor del Ejército, habiendo intervenido como médico en la batalla de Gatazo, con las tropas del general Eloy Alfaro, de quien fue muy amigo. Mi abuelo materno fue Juan de Dios Rodríguez Negrete, alto funcionario de las aduanas, cuyo antepasado, de origen venezolano, se alistó en el Ejército Libertador, llegando a teniente coronel y edecán del Libertador Bolívar, acompañándolo en todas las batallas como Ca­rabobo, Bombona y Boyacá, siendo condecorado con el Cordón y la Orden de los Libertadores y declarado prócer de la independencia. Mi bisabuelo paterno fue Juan Andrés Boloña Roca, comerciante exitoso

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que perdió todo en uno de los tantos incendios de que fue víctima Guayaquil, y también fue político, llegando a ser cuatro veces pre­sidente del Concejo Cantonal. Fue sobrino de Francisco María Roca Rodríguez, triunviro del 9 de Octubre, que suscribió el Acta de Inde­pendencia de Guayaquil, en unión de Olmedo y Ximena, y así mismo fue sobrino del presidente Vicente Ramón Roca Rodríguez, quien tam­bién fue miembro del triunvirato que se formó luego de la Revolución del 6 de marzo de 1845, junto con Olmedo y Noboa, y suscribió el Tratado de Virginia con el general Juan José Flores, que terminó con la dominación extranjera en el Ecuador. Después de eso, Vicente Ramón Roca fue elegido presidente constitucional de la República por el Con­greso Constituyente que se reunió a continuación de esa revolución, habiéndose producido un empate en esa elección con José Joaquín Ol­medo. Este empate se repitió, sin variaciones, durante ochenta veces en cuatro días, hasta que un diputado, el coronel José María Vallejo dijo que eso no podía continuar y dio su voto por Roca, con 10 cual éste completó las dos terceras partes de los votos requeridos y Roca le ganó al famoso poeta Olmedo, siendo proclamado presidente constitucio­nal de la República. Como siempre, algunos malos perdedores, entre ellos don Vicente Rocafuerte y el joven García Moreno, cubrieron de vituperios a Roca, por ser ellos del partido que perdió. Ejerció Roca la presidencia durante un periodo completo, de 1845 a 1849, y cuando entregó el cargo lo hizo más pobre de lo que era cuando lo asumió, vol­viendo a su establecimiento comercial que tenía en Guayaquil, siendo en muchos casos víctima de venganzas de enemigos adquiridos en el ejercicio del poder, y hasta sufrió destierros.

Para todos estos antepasados guardo mucho respeto y me siento or­gulloso de descender de personas de alta estima y honestidad, que honraron los cargos que ejercieron dignamente y en los cuales nunca se enriquecieron.

Yo nací en la hacienda Cantagallo, propiedad de mi padre, en una casa campesina cuya foto adjunto. Claro que cuando se tomó esa foto se había desmejorado un poco por el paso de los años, pero era la misma. Como símbolo de los tiempos en que se vivía, la casa tenía una fachada abierta, no tenía ventanas, ni las necesitaba. En ese tiempo no habían asaltos, tumbapuertas, paros, ni cosas por el estilo. Para mitigar los

rayos del sol de la tarde, la casa tenía unas cortinas de lona. Tampoco tenía puerta en el sentido completo de la palabra, ya que era solo una separación entre la escalera y la enonne galería donde estaba el come­dor y las hamacas, que hacían las veces de muebles de sala. Atrás tenía tres donnitorios grandes. Delante de la casa habra un espacio cubIerto por algo que se parecía a un césped, que llamábamos "paja de la virgen" y, a continuación, un estero que se llenaba con las mareas y luego en la bajamar quedaba completamente seco. El agua era lodosa, como el agua del río Guayas, del cual era anuente, pero a nosotros nos parecía que era como el agua cristalina del Lago de los CIsnes. En ese estero aprendimos a nadar mis hermanos y yo. El baño ~ el t.'Stero era casI un nto, dependiendo de las mareas, alternando con paseos en canoa a coger mangos, ciruelas, caimitos y cocos. De repente, mIentras estába­mos nadando, algUien gritaba ilagartoooo~, y todos nos apurábamos a subImos a la balsa "Iendo pasar majestuosamente a un cocodnlo. Nun­ca se comió a nadie y cuando los peones de la hacienda cazaban alguno, mi mamá se mandaba a hacer zapatos y carteras de cuero de lagarto_ La lancha de la hacienda en la que ,,¡aJábamos se llamaba "Patria".

En esta casa naci.

La casa era muy acogedora y todavía tengo la sensación de protección que me producía el oír abatirse la lluvia en la noche sobre el gran techo de tejas y sentirme protegtdo y en segundad. La hacienda era ganadera y mI papá tenía muchas ca~LaS de ganado, lo que pemutía a ffil her­mano Enrique propiciar peleas de toros, a las cuales era muy aficiona­do, así como a las de gallos.

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El estCfO dc CantaJiIllo. Me .acom~llan mis primos FranclKO y Jor~ Cua lón Rodripu.

Nunca faltaba ruguno de nuestros pnmos, ya que la casa era muy gran­de y alojahu a todos ellos. No recuerdo haber visto a mi papá sentarse a la mesa de la haticnda sin saco. A pe~r de ello, la vida seguía un ritmo campesino. Se desenyol"ia ent~ paseos a caballo a las haciendas veci­nas o en cano., cacena de palomas o patillas. Aprendí a montar a (-.ba-110 Y a timonear una canoa antes de haber aprendido a leer Igualmente IIprendí A dif('renciar la~ aves por SU forma de volar, que 10 hacen unas d.ferentes de otras; asr, d pato de monte vuela diferente del palillo, de las ~loma.s, de los carnos, de los C3¡ampes, de las garzas, de los guaques, lo'i gallinv.os diferentes de los gavilanes o de los guarnguaos. Me ~bía ('\ trino de ulda una de esas 8\CS, así como sahía distinguir los árboles por la forma de sus hOJas: el algarrobo o el compone dd guachaJX'Ií, el mangle salado del mangle dulce. El recuerdo de los ama­neceres, cuando la luz entraba por las rendijas de las paredes de la casa, ha quedado fijado en mí, así como el perfume de las ~sedas, laureles y toda dnsc de flores que tenía mi mnmá en la hacilmda. Las comIdas ('ran igulllmente criollas: estofado de patillo, arroz con menestrn, balón de verde en el desayuno, leche recién ordeñada, manjar blanco, por lo cual hasta ahora guardo predllecclón por ese menú.

Nos levantábamo~ c.:on las primeras IUI.;cs y bajábamos a ver los ntdales de las gallinas y recoger los huevos que habían puesto en la noche. Los árboles frondosos de guachapelí y las palmas prestaban a este amb.ente

algo de paradisíaco. No ulsda la delincuenCia Los peones montubios eran respetuosos y canñosos, y sus hiJOS jugaban con nosotros al pepo y cuarta o elevo1bamos cometas. Por eso aprendí a respetarlos y que­rerlos. Eran bravíos cuando hada falta, pero mC3pac.es de una maldad . Tcnian gestos hemlosos. A VecCIii, a las 2 de la mañana, UI¡"es Palma me lIamab3 desde el corral. -Niño, venga a tomar t'spUlnira" Yo bajaba a tomar leche recién ordeñada, libia y cubierta de espuma, delicIosa.

Para el ~nto de mI papj venfoln a la cas3 con sus mejores galas. El mayordomo Ulises Pol1ma daba un dISCUrso. En cada párrafo se dete­nra y 1llm:lOdo a todos los demás que estaban atrás de él, preguntaba· -DIgo hit'n o digo mal ", a lo que mntestaban los demás: ¡Dice hien~ máo¡¡ tarde, golpeando la me!.8 con la mano, deda: "Quc viva cien silOS, qm' \iva dOSclentos mil". Luego, ayudado,> C"on unas cervecitas, venian los canto.~ )" amorfinos. Frtmclsco Villón pulsaba la guitarra y cantaoo diCIendo, por ('jemplo: -En los campos de Gatazo <;c ha formado un baratillo, donde los hombres valen plata y In mUJeres ni un cuartillo", rcohlendo el aplauso de todos los varones. Fmóllmente hacian un asado c.:on un tortte o un chiVO que mi pólpá les había regalado. Eran CS(.enas sacadas de las obras magistrales de Jo~ Antonio Campos, qu~ las he \·ivido personalmente

La familia materna de mi padre,lo .. Rolando, fueron dUl'ños de muchas haciendas, entre eUas toda la Isla Santay. Comenzaron por la parte de la 1.!lla que estaba frente a GutlyaqUllllamada La Pradera. en donde Juan

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Rolando puso unos hornos de carbón, y después denunció que esas tierras eran baldías, hasta tener toda la isla, que comprendía aparte de La Pradera, La Puntilla, San Francisco, La Matilde, La Josefa, San José, La Florencia, y más tarde mi papá reclamó la propiedad de la Isla del Gallo, que estaba frente a San José, que le había tocado a él en el reparto de la herencia junto con Cantagallo.

Algunas mañanas, muy temprano, llegaban unos italianos a quienes mi papá les había dado permiso para cazar, y pasaban directamente a las pozas de los patillas. Cuando nos despertábamos oíamos un tiroteo que parecía que se estuviera librando la batalla del Piave. Regresaban con decenas de patos, palillos o palomas. Conversaban largo con mi papá y al irse nos iban dejando patillas, botellas de vino, panetones, ciruelas pasas y caramelos para mí. Recuerdo con cariño a don José Pignataro, a Russo, a Ginatta y varios más. A veces alguno de ellos se quedaba en la casa cuando lbs otros cazaban y preparaba platillos italianos como tallarines o gnocchis riquísimos.

En la hacienda no había luz eléctrica ni agua potable, la cual la traían en canoa desde Guayaquil, que estaba cerca. Nos alumbrábamos con linternas de kerosene. Al llegar las 6 de la tarde había que ver si las linternas tenían mechas y kerosene, y había que distribuirlas estraté­gicamente: una en la mesa de comedor, una en la galería, una en cada dormitorio, dos en la cocina. Cuando uno necesitaba desplazarse había que llevarse la linterna que proyectaba sombras, según por donde uno fuera. Había que fijarse por dónde se caminaba, no sea que pisemos un alacrán, o eventualmente una culebra, que con frecuencia se subían a las casas. Con todo, mi papá, que era un hombre múltiple, construyó con sus manos un aljibe que recogía agua de lluvia del enorme techo de tejas de la casa, y con eso funcionaban los servicios y teníamos agua en las llaves, y hasta alcanzaba para regar una chacra que producía le­gumbres de toda clase. Mi papá instaló un teléfono con pilas grandes, desde la casa hasta la entrada del estero en el río, siquiera unos dos o tres kilómetros desde la casa, desde donde el guardián nos avisaba quién llegaba en lancha o en canoa.

El lector podrá pensar cómo poe,íamos vivir tan faltos de confort, pero era el caso de que en Guayaquil, salvo por la luz eléctrica y una que

otra comodidad más, había también mucha falta de confort en el sen­tido que hoy damos a esa palabra. De madrugada salía de la hacienda una canoa tripulada por un hombre que llamaban el "bajador", con dos o tres tarros de leche para venderla en Guayaquil, en la balsa, y regresar con los "comprados" metidos en un tarro que tenía boca an­cha y por eso lo llamaban el bocón, y uno de sus lados era recto y con un vidrio. Adentro venían los periódicos, el pan, café, arroz, pólvora o cartuchos para las escopetas, municiones, caramelos, correspondencia de la familia, y cada llegada del bajador era una novelería por las cartas de la familia. A veces, sobre todo en verano, había mucho viento y las aguas del río se encrespaban, y el bajador naufragaba, perdiéndose la leche, los tarros, el bocón y todo, peligrando inclusive su vida. Como gran adelanto, mi papá abrió en Guayaquil un depósito de leche, con un tanque blanco y una llave, a fin de evitar el manipuleo de los envases en que se compraba la leche, pues eso que conocimos más tarde, o sea la leche en botellas, no existía. No era pasteurizada ni homogenizada y por eso formaba una nata riquísima. Nunca imaginamos que habría envases de cartón en los cuales la leche no necesitaría refrigeración.

No nos olvidemos que mi generación nació antes de que existiera 10 que hoy nos parece normal de la vida diaria. En el mundo de ayer no había televisión, ni radio, no habían antibióticos ni plásticos. Ni había lentes de contacto ni tarjetas de crédito. Tampoco existían los bolí­grafos, sino el lápiz y el canutero. No se conocían las lavadoras, las secadoras, el aire acondicionado, ni el hombre había llegado a la Luna. No existían los "gay rights" ni las citas hechas por Internet. No existía ni el radar ni los hornos de microondas. Nacimos antes que las compu­tadoras, las grabadoras, las procesadoras, las calculadoras. En nuestro tiempo nadie nos había dicho que el sol producía cáncer. No existían terapias de grupo, pastillas antidepresivas o divanes de psiquiatras. No había píldoras anticonceptivas. Nadie pensaba en nintendo, ni VHS, ni Windows 95, ni CD Rom, ni fax, ni siquiera existían los aviones co­merciales y nadie viajaba a Miarni para compras, ni fugando de órdenes de prisión por ser políticos o banqueros corruptos. Comíamos comidas criollas, deliciosas y alimenticias, con o sin colesterol, no había bebidas gaseosas, se tomaba fresco con hielo prensado, sin averiguar si era light o no, y no comíamos comida chatarra, ni las mujeres hacían dietas.

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Ese era el mundo de ayer, muy diferente del actual, pero quiero des­cribirlo con todos sus aspectos, buenos y malos, tal como lo vieron mis ojos. Mis hermanos y yo siempre hemos tenido esa época como la más feliz de nuestras vidas.

Mis padres y mis hermanos han muerto, y solo quedo yo para recor­darlo. Se dice que todo tiempo pasado fue mejor, pero la felicidad no depende de los bienes materiales ni de las comodidades para vivir, sino que es un estado de ánimo interior, que se puede tener en Cantagallo o en Paris.

Pero los recuerdos, alegres o tristes, no se pueden borrar. Recuerdos de amigos, de personajes, de hombres y mujeres que hicieron fama, por sus virtudes, por su bondad o por su belleza; tampoco se pueden olvidar los recuerdos de amores muertos. Algunos amigos fueron jó­venes llenos de energía, "lovers" que robaron corazones, o damas que abandonaron sus hogares tras de un conquistador. Siempre que uno re­cuerda estas cosas debe aplicar los versos de Rodrigo Manrique: "¿Qué fue de tanto galán? ¿Qué fue de tanta invención como truxeron?" Se perdieron en la noche de los tiempos, dejándonos solo la nostalgia de los recuerdos.

Conocí el transporte en el Ecuador cuando los viajes entre Guayaquil y Quito duraban dos días, y hoy duran treinta minutos. Los viajes a Salinas se hacían en un carro llamado autocarril que iba montado en los rieles de un "ferrocarril" y que demoraba cuatro horas a Salinas. Salía de Guayaquil a las 8 de la mañana y llegaba a las 12 a Salinas, regresando a las 2 de la tarde y llegando a Guayaquil a las seis. Desde luego, siempre que no hubiera descarrilamiento o atropello a algún semoviente cosa, 10 que era frecuente. Pero ese viaje tenía su encanto. La mayoría de los viajeros nos conocíamos y se armaban conversaciones muy interesantes o se contaban cachos.

Más tarde conocí y traté a varios presidentes de la República y perso­najes nacionales y extranjeros de nivel mundial. En ese transcurso de mi vida adquirí muchas experiencias que deseo contárselas.a mis hijos y nietos, y reírme con ellos de escenas cómicas, así como lamentarme de las muy tristes que también se abatieron sobre mí. .

Ho}' vivo feltzmente casado desde hace 37 años con Canmta Morales Espmoza, qUIen me ha acompañado inseparablemente en la vida, yesos recuerdos que cuento son como una lejana telenovela,

No sabíamos como V1vía el mundo ru nos interesaba saberlo; yo no te­nía idea de qUien era el presidente del Ecuador,

Mi padre, Dr. Francisco Boloña,

DOCTOR rRANOSCO BOUJ.vA (1683 193Q)

LA REVOLUCiÓN JULIANA

Cuando estábamos en Guayaquil vivíamos frente al parque Seminario y todas las tardes ibamos t:on mis pnmos, el Wright Boloña y algunos amigos más, a jugar a ese parque; una tarde se interrumpieron nuestros juegos, comenundo la gente a correr en todas direcciones, diciendo que había "cierrapuertas-, Así nos enteramos que habla estallado la

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Revolución JulianaJ que dejó huella en la historia moderna del país y en nuestra casaJ causó una profunda transformaciónJ ya que mi papá pasó a integrar la Junta de Gobierno en calidad de ministro de Previsión Social y Trabajo. Esta Junta de Gobierno civil era nombrada por una Junta Central MilitarJ que eran quienes habían dado el golpeJ derro­cando al presidente titularJ Dr. Gonzalo S. CórdovaJ y entregando la administración del país a una Junta de Gobierno compuesta por civilesJ en un gesto muy poco comúnJ manteniendo sobre ellos supervigilancia pero la Junta Militar estaba facultada para hacerlos cesar en sus cargos cuando 10 creyeran conveniente. Un sistema de Gobierno muy sui ge­neris y que si no fuera porque el Ecuador no tenía suficiente madurezJ hubiera podido tener mas éxito del que tuvo.

La Junta Central Militar se complementaba con juntas provinciales y estaba formada por oficiales jóvenesJ llenos de entusiasmo patriótico; en Quito fue liderada por el general Francisco Gómez de la Torre y en GuayaquilJ por el oficial manabita Cap. Idelfonso Mendoza Vera. Los demás vocales de la Junta Militar eran el mayor Juan Ignacio ParejaJ que la presidíaJ el Tnte. coronel Luis Telmo Paz y MiñoJ que luego pasó a presidir la JuntaJ mayor Carlos GuerreroJ Cap. Emilio Valdivie­sOJ Subtnte. Ángel Bonilla yJ como vocal secretarioJ el Tnte. Federico Struve. Al principioJ la Junta Civil designada por ellos estuvo integrada por el señor Luis Napoleón DillonJ el Dr. José Rafael BustamanteJ los generales Francisco Gómez de la Torre y Moisés Oliva. Pronto éste último fue separado de la Junta por cuanto había sido colaborador del presidente depuestoJ Dr. Gonzalo Córdova.

En esa formaJ resultaba una Junta únicamente quiteña y se hizo nece­sario ampliarla a personas de GuayaquilJ habiéndose designado a tres: El Dr. Abel Gilbert y el Dr. Francisco J. Boloña (mi padre) J los cuales fueron encargados de buscar un tercero. Por excusa del Dr. GilbertJ

pasó a integrar este grupo de guayaquileños el Dr. Francisco Arízaga Luque y entre los dos designaron al tercero J señor Pedro Pablo Ga­raicoa. Así quedó conformada la Junta de Gobierno y el Gabinete 10 integraban: Ministro de Gobierno Dr. Modesto Larrea Jijón; ministro de Relaciones ExterioresJ José Rafael Bustamante; ministro de Hacien­daJ Luis Napoleón Dillon; ministro de Previsión Social y TrabajoJ Dr. Francisco J. Boloña; ministro de Instrucción PúblicaJ Dr. Francisco Arí-

zaga Luque; y Ministro de Guerra, Marina y Aviación, general Francis­co Gómez de la Torre. La presidencia de esta Junta de Gobierno era ejercida rOt3tlvamente cad.l ~em3na por uno de Jos Ministros, lo que resultaba un gabmete de lujo.

Las causas o motivos principales que habían impulsado a la oficialidad jo,'en de 1:IS Fuer.l.3s Anuadas a derrocar a1 gobIerno del Dr. Córdov3 fueron varias, y todas mu)' apremiantes,

Como consecuencIa de la última guerra europea,los mercados se abrie­ron y los productos ecuatonanos, principalmente el cacao, perdieron su predominio mundial. Nuestra economía, inCipiente, carecía de un ente emi"or de la moneda e~l;atal que era el sucre y cada banco comer­cial c-mitía moneda, supuestamente respaldada con oro físico. Así, d Banco Comercial y Agrícola declaraba tener en oro en la bóveda, un mIllón de .!iUcces, )' entonces emItía billetes por un millón de sucres, los cuales CIrcu laban en el mercado aparentemente respaldado, y con ellos se reahzaoon toda clase de transacciones. La moneda nacional era el sucre, pero emitida por el Banco Comercial y Agrícola o por el Banco del Ecuador, Bancos privados, etc. En la práctica, los bancos pnncipal­mente de la costa, emitían mayor cantidad de billetes que el respaldo de oro declarado, aparedendo un circulante sin respaldo y más tarde los bancos emisores lo recogían luego de haber h<.'Cho negocIos con esos sucrcs.

El Banco Comercial y Agrícola, de Guayaquil, gerencI3do por don Francisco Urbma Jada, era el más grande, y con frecuencia prestaba dinero al Gobierno, eternamente aquejado de déficit fiscales, pasando

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a ser así el principal acreedor de todos los gobiernos, los cuaJe... a su vez hacían vista gorda de Io.s emISIones inorgámcas_

En esta forma, t"l ltcñor Urblna pao;ó a o;cr una e-spcde de "dueno del paí,", anticipándose alos que más tarde merecerlan ese calificativo. Fue por tnnto uno de lo') postulados de la Revolución Juliana la creacIón de un Bam o Central que sea un Instituto emisor de moneda nacional.

Banco Comercial y Agrícola.

Para tener una idca de lo que sigmficó la RevolUCión Juliana en la hls· toria dd Ecuador, es ne-C'e.¡aT"io hacer una previa explicación de cuál era la situa(. lón del país en d año 1925.

Acabab3 de pasar la guerra ('urope:l y había dejado r.cLUclas econ6mi· cas en todo el mundo, en c!ipccial en los países chims y de economía limitada como el Ecuador. Nuest ra pnncipal fuente de riqueza era el cacao, y sus ('xportaclones se vieron afectadas por una enfermedad lIa-

mada "escoba de la bruja" y otra llamada "monilla", que afectaba a las mazorcas volviéndolas arrugadas y secas y produciendo mucho menos por cada árbol de cacao. En esas condiciones, ingresando menos divisas en el país por las exportaciones, el sucre perdió poder adquisitivo, pa­sando a valer tres sucres por dólar en lugar de dos, que era la cotización antes de la guerra. O sea, una devaluación del 50%. Esa devaluación y sus consecuencias, ya habían producido un estallido social tres años antes, el 15 de noviembre de 1922, al cual el gobierno del Dr. Tamayo reprimió violentamente produciéndose decenas de muertos que fue­ron arrojados al río, 10 cual fue más tarde convertido en una de las más famosas novelas escrita por Joaquín Gallegos Lara: "Las cruces sobre el agua". Por supuesto, esa no era la solución. Era necesario un cambio más profundo, no solamente a la crisis, sino al sistema político impe­rante en el Ecuador, derivado de la dominación del partido liberal que venía imponiéndose en el poder en base del sistema de fraude electoral y a la economía basada en una moneda sin respaldo.

Como ya indiqué anteriormente, no existía en el Ecuador un banco emisor de moneda. Cada banco emitía billetes de sucres, supuesta­mente respaldados por oro físico de sus bóvedas. Es así que si un banco tenía una tonelada de oro podía emitir billetes por el valor de esa to­nelada, pasando así a emitir moneda basada en el llamado talón de oro, pensando que es la máxima representación de la riqueza. Más tarde los países fueron abandonando el talón de oro, pensando que antes que el oro, la producción es la que da la riqueza. Pero antes de que eso suce­da, la ambición de los banqueros hizo que empezaran a emitir billetes de sucres por valores mayores al respaldo que decían tener, y se inició una emisión inorgánica de moneda sin respaldo. El principal banco, el Comercial y Agrícola, cuyo gerente era don Francisco Urbina Jada, emitió gran cantidad de moneda, con ese fraude y, por supuesto, pres­tando principalmente al Gobierno, siempre en estado de déficit, pasó así a ser el salvador de todos los gobiernos y, al mismo tiempo, factor poderoso en la política nacional.

El sistema del talón de oro era, en el fondo, rudimentario y propio de países pequeños, y además se prestaba a emitir billetes sin respaldo. Para evitar que en un momento dado los ciudadanos reclamaran el oro que decían esos billetes que representaban, se dictó una "Ley Morato-

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ria" que prohibía la libre convertibilidad, o sea, que no podía exigirse al banco ese oro. Esto, desde luego, fue una exigencia de los bancos al Gobierno, a fin de poder emitir billetes sin respaldo y con ellos atender sus pedidos para cubrir el permanente déficit. En esa forma, el banco y el país se iban endeudando y hundiéndose cada vez más, hasta que algún día se causaría una hecatombe. Era algo parecido a la frase de Luis XV antes de la Revolución Francesa, ''Apres moi, le deluge" (des­pués de mí, el diluvio), ya que era muy difícil, por no decir imposible recoger toda la moneda sin respaldo que se había emitido, entonces se seguía emitiendo más billetes para recoger los ya circulantes y así hasta que venga el diluvio.

Algo parecido a 10 sucedido con los banqueros de la década del 90, con la diferencia que los antiguos prestaban fondos emitidos sin respaldo al comercio, industria o agricultura, los cuales, cuando se pagaban esos préstamos (en teoría), se recogía ese dinero falsamente emitido, no como los de la década del 90 que prestaban el dinero de los depósi­tos del público que se les había entregado en efectivo. El fraude del mundo de hoy era diferente del mundo de ayer. El de hoy 10 hicieron a través de las llamadas "firmas vinculadas", que eran ellos mismos, y cuando los montos llegaron a cifras astronómicas, los banqueros huye­ron del país. Desde luego, con la complicidad de algunos políticos y autoridades que 10 permitieron, pero antes de eso, alguien "iluminado" inventó la AGD, Agencia de Garantía de Depósitos, que supuestamen­te garantizaba a los depositantes a invertir en los bancos haciendo creer que esos depósitos estaban garantizados. Desde luego, esta perversidad puso al Gobierno de garante de las firmas vinculadas consumándose la estafa más grande de nuestra historia, que luego de que fugaron los banqueros que se llevaron la plata, dejaron los papeles para que los pague el Gobierno, que aparecía de "garante" de esta inmensa estafa. Pocos saben quién inventó a la AG D. Fueron políticos que también se beneficiaron y que hoy pasean por varias ciudades del mundo. La estafa del mundo de ayer era mucho más sencilla. La AGD tuvo un efecto parecido al de la Ley Moratoria.

Sr. Francisco Urbina Jado Gral. Leonidas Plaza

En ('1 año 1925, el señor Urbino y el general Plaza, ex presIdente dos veces y heredero de la tradición ltberal, pasaron a ser los dueños del país_ No había combmación política que no tuviem que pasar por la aprobación de estos dos personajes, eXIstiendo en ellos un acuerdo tá­Cito, actuando el uno en 13 SicrTlI y el otro en la Costa.

Gobernaba el Ecuador el doctor Jo .. é LUlS Tamayo, abogado onundo de Chanduy, pero avecindado en GuayaqUlI y alto dIrigente del PartI­do Liberal, que había ganado todas las elecciones en los últimos veJOte HilOS a base de fraude electora l, y 11 .-.u vez era pnndpal de un estudio jurídico mtegrado por algunos abogados, entre lolio roa les estaba e l doc­tor Carlos Alberto Arroyo del RIo.

Como finahzaoo el gobierno de Tamayo y cm necesario designar al "candidato 06cial"' del partido, lo que quería decir el próximo pre­sidente para que siga el sistema, aparC'l..ieron algunos aspirantes que desde luego eran rivales entre sí: Juan Manuell..3sso, el generol Moisés Oliva, Enrique Baquerizo Moreno y Gonzalo S. Córdova, este ulti­mo que había ya terciado en las ek,,<;<.Íoncs antenores contra Tamayo y guardaba para con éste un gran di!iotanliamlcnto, y que al no tener en esa elección la venia del general Plaza no consaguió la designaCión de ·candidato ohdal" y pcrdiólargamentc frente: 31amayo, el cual gene­rosamente 10 nombró embajador e:n Venezuela.

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Tamayo no mostró inclinación para ninguno de los candidatos, hasta que finalmente, por intervención de dos de sus ministros el doctor Francisco Ochoa Ortiz, del Interior, y Alfonso B. Larrea de Hacien­da- plantearon al presidente la conveniencia de celebrar un acuerdo, prestándole "apoyo" a Córdova a cambio de que éste se comprometie­ra a "proteger a los tamayistas" mas prominentes y ofreciera cambiar de amigos y de enemigos aceptando las condiciones que le impusiera Tamayo. Se llegó incluso a firmar un pacto que tenía varios artículos, entre los cuales copiaremos tres:

1°) La independencia en el régimen venidero (el de Córdova) de la fracción encabezada por el señor Enrique Baquerizo Moreno, frac­ción cuyos procedimientos se consideran contrarios a los intereses nacionales.

2°) La prescindencia de aquellos hombres que, provocando descon­fianzas y resistencias en el seno del partido, sean un obstáculo para realizar la general aspiración de unir todos los elementos sanos y hon­rados del liberalismo.

3°) Un leal acuerdo entre el Gobierno actual y la entidad política a la cual pertenecen los tres últimos suscritos, en orden a una selección acertada de los ciudadanos que en el periodo presidencial próximo deben integrar los poderes legislativo y ejecutivo.

Parece que, además, se llegó a tratar verbalmente quiénes eran per­sonas no gratas para Tamayo, por lo que deberían estar excluidos del próximo gobierno de Córdova.

Este acuerdo no tendría nada de malo si se tratara de un simple pacto político para ganar honestamente una elección. Lo deshonesto estaba en que para ello se usarían medidas fraudulentas reñidas con la Ley y la moral. Se estaba tratando sobre objeto ilícito, o sea, cómo organizar un fraude y cómo se repartirían los beneficios. Como entre cualquier grupo delincuencial.

Así, de la noche a la mañana, el doctor Gonzalo S. Córdova pasó a ser el "candidato oficial" y mayoritario, ganando las elecciones de presi-

dente del Ecuador y tomando po'iC'sión del cargo el 3 1 de agosto de 1924.

Gabinete del Dr. Gonzalo S. Córdova.

~r. Leonardo Sotomavor \'!,una, nl/n/Stro de GI/ura ~. Mtlrmll Dr. CamIlo OOQWO A"d,ade, ",íltlstra de IlIstru(l/(jl/ PÚN',d Dr fio Jaramlllo AI~·QrQd¡). mmlStro dt CeI.'trlIO; .~r. Alberto Ldrrta Chtrlbo,z,a, mlni~t,o de Re/aclolltS FX1tfl¡)rt~, ~'Sr. M,­SI/ti AlIgtl AflJOrl/o=" mmi~tfo I/t J /"Cltltda

Dr. José Luis Tamayo, presidente constitucional de 1. República ,

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Por las razones brevemente explicadas, la situación del país era como ~ ielllpre muy crít ica y fue descrita en el diario El Comercio en e~1:os l~rminos;

... v 1I~8ó ti caso tn5óltlo en la h,s/orta de q/le ,mll/ua partl montda 1111

ballco particular con el apoyo de gobernantts Sin tscrúpulo. \i1rias ilaCIones han soportado ti flagdo del papel mOlleda, ptro lo tmltía ti Estado, tntldad que no dtsapartu, qut tardt ° "mprano paga a los ttnulores de los btll~lts tmmdos

St prtSenCló aUfI ti caso de qu~ ti ,,(uldo banco, r./ año de 19~ dtstmase dt las utt/ldades obunldas cOllla mo,,~da (alsa 336000 sueres para grat, #cl.1r a los gutflles dtl banco dtl (mlldt, per 105 suviúos prestado\_ por 101; <;tn.'IClOS qUt (onslStü'" tn arrumar la rtqUt.Zil pública y pri\'adll por acrol; dehcwosos que en Europa ° Estados Untdos 'mbitr"" sido ca')tigado~ COII

prisión perpttua.

y tse bam;o dtgía prtSidtnus dt la Rtpública, ,,,,nistros de Estado, dIputa ­dos y ~enadou<; sos"nía ptrtódicos, dICtaba Ityts, dtrramaba dinuo Q ma­IICX IItna!> tlt las Cámaras Ltglslaftvas, ~'al,lndost dt agenus y corrt\'tldlles qUt por ~u!> Re<;flontS adqulrian (onsldtrablts fortunas A esta corr"I",o1l !>m prtltdtnlt~ St aWtgtl qUt tn las u/umas lpocas podía aplicarse lo '1"t, rtfJf;indo~e a la dü,tadura que cayó ttl 1911, dIJO muy autori::.adamenu el doctor Crt'Jpo Toral .. "St trapeó con tI hambn dtl soldado y dr./ maeSlro de escuda, y se fue con e .. a vorac,dad dt ¿fIltrO hasta la cama de los hospItales. No hubo llegado, ni rtmau ni ganga dttrds dt los 'lile no asomase un pa · rttflU, a¡,nado ° cOfl,nado, gtntil o amIgo dt la (alisa. Las gobtrnaCfon~1; eran

proconsulados independientes, las jefaturas mílítares ínsulas afortunadas y los pasaportes y las comisiones en el exterior ríos de oro ".

Haciendo un paréntesis, preguntaremos: ¿Hablamos de 1925 o del 2005?

El presidente Córdova, además, se encontraba muy enfermo y no po­día vivir en la Sierra por ser cardiaco, dejando la administración del Estado a sus ministros, directores, etc.

Oscar Efrén Reyes, en su obra "Los últimos siete años", describe el dominio que sobre el Gobierno ejercía el señor Urbina, en estos tér­minos:

"Hasta el último día del año 1924, la deuda pública interna del Ecuador ascendía a 5/.39'834.541,70, y de esta suma cerca de 5/.37'000.000 co­rrespondía s610 a los bancos. Pero había uno de éstos sobre todo que, siendo el mayor y más poderoso emisor de billetes, era a la vez el niayor y más po­deroso acreedor del Gobierno: El Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil. "y agrega: 'No era, por cierto, que todos estos millones los hubiere recibido el Gobierno de contado en beneficio de la administraci6n. Eran intereses com­puestos, diestra e implacablemente capitalizados al 30 de junio y al 31 de diciembre de cada año, lo que había engrosado fabulosamente la deuda".

El banco mencionado, al sentirse libre de emitir billetes sin respaldo, lanzó al mercado, sin recato, enormes cantidades, complicando cada día más una situación que tarde o temprano haría crisis.

El desgobierno fue tal que la joven oficialidad del Ejército pensó que era de su obligación intervenir, y en un almuerzo que tuvieron un grupo de ellos resolvieron formar una Liga, con representantes de esa ofi­cialidad en Guayaquil y en Quito, pero contando con dos generales que resultaron ser aprendices de Fouché, haciendo el doble juego: el general Francisco Gómez de la Torre y el general Moisés Oliva, los cuales, al mismo tiempo que ayudaban a los rebeldes, aconsejaban al Gobierno cómo defenderse, de tal manera que ellos estarían siempre con el ganador.

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En Guayaquil, el grupo rebelde estuvo encabezado por el mayor Ilde­fonso Mendoza Vera, en Quito por una Junta Militar y, tras bastidores, el general Francisco Gómez de la Torre.

Cuando todo estuvo listo, se cursó un telegrama que decía:

Señor Mario Salazar.-Quito.-Carrera Olmedo N° 60. Ván nueve cuadernos. Juan Castagneto.

La dirección de Olmedo N° 60 correspondía al general Gómez de la Torre, y Castagneto era la oficialidad joven de Guayaquil.

Tan pronto se envió ese telegrama, el 9 de julio la guarnición de Guaya­quil salió a detener a todos los que constaban en una lista: gobernador, oficiales de los batallones, gerentes de bancos emisores, habiéndose disputado los oficiales el "honor" de detener al señor Francisco Ur­bina Jado, el mayor pez gordo. Los detenidos fueron internados en el cazatorpedero Simón Bolívar y otros en el cañonero Cotopaxi Ouego cañonero Calderón) que estaban anclados en el río, y después se cursó otro telegrama que decía:

"Mario Salazar.-Quito.-Carrera Olmedo N° 60. HOYI a las cinco y media de la tardel se firmó la escritura sin mayores contratiempos y con la alegría de toda la familia. Juan Castagneto ".

Pero el aspirante a Fouché criollo, general Gómez de la Torre, se limitó a transcribir a todos sus subalternos la comunicación llegada de Guayaquil, y luego se trasladó a la casa presidencial para ofrecer al presidente y al gabinete los servicios que le correspondían como Inspector General del Ejército.-Junto al gabinete se encontraba el General Moisés Oliva, el cual ya había denunciado al general Gómez de la Torre como conspirador.

Los oficiales jóvenes, dirigidos por el sargento mayor Carlos Guerre­ro, a las once y media de la noche de ese día, subieron solemnemente las escaleras de la casa presidencial donde el presidente y su gabinete estaban reunidos para considerar la grave denuncia presentada por el general Oliva, que misteriosamente en ese momento se había escabu-

llido. Al ver a la comisión de 8 oficiales, el presidente y su gabinete se pusieron de pie. El mayor Guerrero, con voz solemne, les dijo:

IIEl Ejército de la República acaba de desconocer su gobiernol doctor Córdobal

y vengo a manifestarlel en nombre de é¿ que ha cesado en sus funciones ll•

La estupefacción fue grande y en silencio, hasta que el ministro de gue­rra, Leonardo Sotomayor y Luna, sacó su pistola reaccionando.

"iMiserables1 iTraidoresL. iCanallas1"

Siendo contenido por el ministro de Gobierno, doctor José Vicente Tru­jillo, quien invitó a su colega a la paz. Para ese entonces, los oficiales habían a su vez desenvainado sus pistolas y el Myr. Guerrero amenazó con hacer subir a los soldados que lo acompañaban y que estaban al final de la escalera.

El Dr. Córdova quedó arrestado en sus habitaciones, y los demás minis­tros, luego de una detención momentánea, regresaron a sus casas, igual que si hubieran asistido a una película de suspenso.

También se produjeron detenciones en Quito y uno de los primeros pre­sos fue el Gral. Leonidas Plaza Gutiérrez, otro de los dueños del país, a quien trajeron de una de sus haciendas y quien fue asilado momentánea­mente en la legación Argentina, y más tarde desterrado.

Se formó entonces una Junta Central Militar, y como ninguno de ellos era caudillo de la revolución, ni tenía experiencia política resolvieron entregar el Gobierno del país a una Junta de Gobierno provisional, con la vigilancia de los militares.

La Junta Central Militar estuvo integrada por: Myr. Juan Ignacio Pareja, que la presidiój Tnte. Crnl. Luis T. Paz y Miñoj Myr. Carlos A. Guerreroj Capts. Emilio Valdivieso, Cesar Plaza, J. Enrique Rivadeneira, Enrique Pareja y Tntes. Francisco Gallegos, Virgilio Molina y, como secretario, Federico Struve.

La Junta Civil de Gobierno estaría integrada por seis personas, tres de la Sierra y tres de la Costa, y un militar para supervigilancia. Los tres designados por la Sierra fueron: José Rafael Bustamante, J. Mo-

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desto Larrea Jijón y Luis Napoleón Dillon, habiéndose pensado en el militar, que desde luego sería Gómez de la Torre o Moisés Oliva, pero al siguiente día, fue eliminado el nombre de éste último "por su vin­culación con el Gobierno anterior", quedando Gómez de la Torre que ocuparía la cartera de Guerra, Marina y Aviación.

La Junta Militar de Guayaquil igualmente dispuso el nombramiento de los tres ministros costeños, que fueron los doctores Francisco J. Boloña y Francisco Arízaga Luque y al señor Pedro Pablo Garaicoa.

NUESTRA VIDA EN QUITO

Dentro de mi mundo y el de nuestra casa, el nombramiento de mi papá para ser uno de los gobernantes del país tuvo el mismo efecto que hubiera causado una bomba atómica. Bruscamente la casa se llenó de gente, felicitaban a mi papá y a mi mamá, entraban y salían militares y la impresión que había en el país era de alegría ya que, por fin se había dado al traste con una situación intolerable. Como el país entraba en una nueva era, mi papá estaba profundamente emocionado.

En el diario El Telégrafo del 12 de juüo, apareció una información que decía:

l/Después de una larga sesión del Comité de Oficiales, a las 3:30 de la ma­ñana de ayer fue llamado telefónicamente por el mayor Il Alfonso Mendoza el Sr. Dr. Francisco j. Boloña, pidiéndole una conferencia personal. Pocos mo­mentos después se presentó el Dr. Boloña en compañia del Dr. Gilbert, donde se le manifestó que la Junta Militat; de acuerdo con el Dr. Gilbert, había resuelto sea nombrado segundo miembro para componer la representación de la junta Militar de la Costa. El doctor Boloña agradeció y quedó a contestat; como en efecto lo hizo ante la junta ayer a las 9 de la mañana. Antes de retirarse manifestó que estaba pronto a desligarse de todo bando político, que dejaba a un lado el intriaguismo para poder cumplir con los bellísimos ideales que animaban a la juntal/.

Igualmente mi papá recibió -con fecha 13 de julio-, un telegrama que decía:

"Junta de Gobierno ha recibido con grande complacencia y entusiasmo su designación para colaborar con nosotros en la inmensa obra de regenerar al país en esta hora histórica y trascendental. Por la junta de Gobierno, josé Rafael Bustamcmte. 11

Otro telegrama de fecha 14 decía:

P. P. Garaicoa y Francisco Boloña Celebramos con grande complacencia la decisión de colaborar con nosotros en la obra grandiosa de regenerar a la Patria. Deseamos su pronta venida y les pedimos anunciarnos el día del viaje para disponer las facilidades del caso.

Por la junta Gobierno, Gral. Gómez de la Torre.

Otro telegrama decía:

Dr. Francisco J. Boloña.

En este momento solemne que un mismo pensamiento de amor y regeneración de la Patria ha querido unirnos en la formación del nuevo Gobierno, sírvase usted aceptar mi enhorabuena por el acertado nombramiento que la junta de Gobierno provisional, haciendo mérito de los talento, ilustración y pa­triotismo que ha tenido por conveniente discernir/e. Me serd grato cooperar con usted al desenvolvimiento del programa regenerador del país que todos y cada uno de los que formamos el actual Gobierno nos hemos impuesto como sagrado deber. Afmo. Compañero y amigo.

M. Larreajijón.

Por los textos de esos telegramas, como por las publicaciones de los diarios, parecía que, en efecto, se había producido un cambio profundo que era anhelado por todo el país, y que el traslado de mi papá a Quito era un acontecimiento trascendental. Todas estas noticias eran publica­das a ocho columnas en la primera página de cada periódico. En cierta forma era así, el país confiaba mucho en esta transformación política,

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y trasladarse a Quito era hacer un viaje en tren de dos días, durmiendo en Riobamba y prosiguiendo al otro día a Quito, a donde se llegaba a la tarde. El anuncio del viaje de los tres Ministros costeños fue muy anunciado y se puso a su disposición un tren expreso, o sea, que sólo llevaba un vagón de pasajeros.

También fue muy publicitado el embarque, las personas que 10 acom­pañaban y quienes fueron a despedirlos a Durán con toda clase de detalles, así como la llegada a Quito.

Tan pronto llegaron, mi papá envió a mi mamá un telegrama que decía:

Sofía de Boloña. -Chile 509.

En este momento solemne que llegamos a la capital llenos de patriótico en­tusiasmo, aunque abrumados por la enorme responsabilidad que pesa sobre nuestros hombros, quiero que sea para ti y mis hijos la promesa suprema de crear para ellos, como valiosa y única herencia que primero dejarles el esfuerzo honrado y digno que ofrezco dedicar, para hacer de mi patria, que es la suya, todo el objeto de mis propósitos bien intencionados y las grandes orientaciones de mi voluntad, aunque vaya al sacrificio por obtenerlo. Con muchos cariños tuyos. Francisco Boloña.

La distribución del gabinete una vez posesionados los siete vocales de la Junta, fue: ministro de Gobierno, J. Modesto Larrea Jijón; ministro de Relaciones Exteriores, José Rafael Bustamante; ministro de Previ­sión Social y Trabajo, Dr. Francisco J. Boloña; ministro de Instrucción Pública Dr. Francisco Arízaga Luque; ministro de Obras Públicas Pedro Pablo Garaicoa; ministro de Hacienda, Luis Napoleón Dillon; y minis­tro de Guerra, Marina y Aviación, Gral. Francisco Gómez de la Torre. Secretario de la Junta, Julio E. Moreno.

De estos personajes, veremos nuevamente figurar en la historia recien­te del Ecuador a J. Modesto Larrea Jijón, quien fue ministro en el gobierno provisional del coronel Luis Larrea Alba, candidato a la presi­dencia para las elecciones previstas para 1931; José Rafael Bustaman­te, diputado al Congreso Nacional que descalificó a Neptalí Bonifaz;

vicepresidente de la República con el señor Carlos Julio Arosemena Tola; a mi padre, que integró el gobierno del Dr. Ayora; al Dr. Francisco Arízaga Luque, que fue presidente de la Asamblea Nacional Constitu­yente de 1938, y a la de 1944 al Gral. Gómez de la Torre, que volvió a figurar en intentonas golpistas.

Pocos días después de eso, mi mamá y nosotros nos trasladamos a Quito, ya que nos habían puesto a las órdenes la casa presidencial, en donde nos íbamos a alojar junto con el Dr. Arízaga y su familia, y el señor Garaicoa, que nunca llevó a su familia.

El viaje a Quito sólo se 10 podía hacer en tren, tomándolo en Durán a las siete de la mañana. Mi mamá nos despertaba a las cinco, nos po­nía suéter desde que bajábamos de la casa. Se atravesaba el río en un buque pequeño que mientras se hacía la travesía ya se convertía en un lugar de reunión y conversación, y corríamos a tomar desayuno en unos saloncitos que había al pie del andén, quemándonos siempre la lengua por el apuro de que ya se iba el tren. Luego venía la pelea con mis hermanos que querían ventana, y finalmente partíamos, pasando por Yaguachi, Milagro, Naranjito, Bucay, en donde se vendían "oritos", y a continuación el paso de la "Nariz del Diablo", obra que coincidía con el ascenso a la Sierra. Variaba la geografía y las ofertas alimenticias. Aun cuando en Huigra llevaban almuerzos al vagón, entre los cuales había caldo de gallina con presa, arroz con huevo frito que a mí me pare­cían muy atractivos, mi mamá no nos dejaba comer porque ella llevaba fiambre, presas de pollo envueltas en papel grasa y otras cosas. Luego venía Sibambe, Guamote, donde ofrecían leche caliente en vasos, y hornado, Cajabamba y finalmente Riobamba a donde llegábamos a las seis o siete de la noche. Nos alojábamos en el hotel Metropolitano, que a mi me parecía el Hilton, y donde empezaban a impresionarme las alfombras, pero donde casi no se podía dormir, ya que los maquinistas del tren se pasaban la noche haciendo giros y cambios de los trenes con un ruido espantoso. Al siguiente día emprendíamos el resto del viaje a las 8 de la mañana, pasando cerca del impresionante Chimborazo y pasábamos a Ambato: frutas en cantidades; Latacunga y llegábamos a Quito cerca de las 2 de la tarde, en calidad de bultos. De tal manera que el viaje distaba mucho de ser como el de nuestros días en treinta y cinco minutos. Era toda una expedición.

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Así se hadan los viajes de Guayaquil a QUIto en el mundo de ayer, en tiempos de mí papá. En el tiempo de mi abuelo se viajaba en diligencia tirada por dos o cuatro caballos, demorando cerca de una semana. Con­sideremos lo que significaba para un político guayaquileño ser ministro, presidente o diputado. Era cambiar de un país a otro, tomando casa en arriendo, poniendo a sus hijos en colegios de Quito )' demás, o irse a vivir solo, seP'lrado de su familia. V, sin embargo, así hacían nuestros padres. Así lo hlZO mi abuelo Pedro José Boloña, que fue diputado en el tiempo de Alfara, y así debe de haberlo hecho el presidente Vicente Ramón Roca.

Por supuesto, la casa presidencial a donde llegamos, era muy lujosa, impresionándome a mí las alfombras, a las que yo no había conocido antes, ya que en Cantagallo y en Guayaquil no se usaban. Cada cosa era una sorpresa. Las lámparas de cristal, los varios servidores, el au­tomóvil Studebaker puesto a la orden de nosotros, así como el chofer, el clima frío, las atenciones que nos prodigaban. Mi mamá nos llevó, luego de algunos días, a visitar a mi papá en el Ministerio, quedando yo más maravillado de numerosos empleados, así como de las alfombras mullidas. El automóvil del ministro era de cuatro puertas, pero desca­potable y, por consiguiente, las puertas no tenían vidrios, temendo que ponerles unos paneles con micas para evitar mojarse cuando llovía.

La Junta empezó su trabajo con frenesí, concentrándose en los princi­pios que habían inspirado al movimiento: terminación del dominio de la trinca Urbina-Plaza Gutiérrez; fundación del Banco Central, único emisor de la moneda; inicio de una política social que fue precisamente confiada a mi padre en el nuevo Ministerio de Previsión Social y Traba­jo que se creaba; pero 10 que más apremiaba era la creación del Banco Central para evitar que volviera el reinado de la emisión de moneda sin respaldo, aportando a ello esa energía enorme que tenía don Luis Na­poleón Dillon, verdadero motor de ese tema, ya que era precisamente la principal causa del golpe, acabar con las emisiones fraudulentas de billetes que habían enriquecido enormemente a algunos y creado po­derosas trincas electorales y políticas.

Igualmente, en el terreno social se impulsaba la organización de aso­ciaciones de trabajadores, se dictaban leyes que protegieran a los tra­bajadores, se derogaban otras que se referían a los estancos, verda­deras concesiones hechas a particulares en el cobro de los impuestos al aguardiente y al tabaco, existía una especie de frenesí de actuar y reformar todo.

Naturalmente, al actuar así, con verdadero patriotismo y honestidad, se vulneraban muchos privilegios, se acababan canonjías, se cambiaban a los usufructuarios del poder y se destruían algunas vacas sagradas, y pronto apareció la reacción. Se valieron de todo 10 posible para crear cisma entre la Junta Militar y la Junta de Gobierno, para crear diver­gencias entre los miembros de ambas juntas y, como ambas estaban integradas por hombres de mucha personalidad, pronto empezó el na­tural deseo de predominio en la Junta, o de intereses entre algunos ministros o de los procónsules provinciales.

Se creó en la prensa guayaquileña una oposición al Gobierno, por el nexo que tenían muchos de ellos con el anterior dueño del país, por obligaciones económicas o de otro orden, y por eso el ministro de Ha­cienda, Luis N. Dillon, obsesionado con la creación del Banco Central, resolvió viajar a Guayaquil para tratar con los altos círculos económicos y financieros.

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Desde el principio la prensa le hizo un recibimiento hostil, presentan­do como que se trataba del predominio de la Sierra sobre la Costa. Dillon hizo una inspección al Banco Comercial y Agrícola y encontró horrores, considerando que debía decretarse la quiebra de ese Banco. Había fraudes increíbles, como aquellos de una partida de "gastos ge­nerales" por SI 200.000 destinada al cohecho de los miembros de los gobiernos y diputados del antiguo régimen que habían garantizado li­bertad al señor Urbina. Por ejemplo, este banquero tenía un sueldo de S/.8.000 sucres, que era enorme para esa época, pero, a fin de año se adjudicaba una gratificación de SI 192.000. Esas sumas eran enormes para ese tiempo en el que el dólar valía 3 sucres. Los descubrimientos de todas las "finanzas" de Urbina causaron sensación, sin que falten algunos "favorecidos" que justificaban la emisión de billetes sin respal­do diciendo que esos billetes habían circulado y creado riqueza, por 10 cual 10 consideraban como un financista. Desde luego; si comparamos la corrupción de ese banquero con la corrupción de los banqueros de nuestros días, Urbina habría sido un banquero modesto alIado de los que hemos tenido en los últimos años, un inocente párvulo de un jardín de infantes incapaz de imaginar ese delito inventado entre los banque­ros modernos llamado "piramidación", ni ese decreto que obligaba al Banco Central a prestar a los bancos privados enormes sumas de dinero por supuesta "falta de liquidez", ni había aparecido un inspirado genio capaz de inventar a la AG D que les permitía prestarse el dinero a sí mismo, con la garantía del Gobierno mediante firmas vinculadas en­vueltas en compañías de papel.

Se le aplicaron al Banco Comercial y Agrícola medidas y sanciones justas, se le impuso una gran multa, se le obligó a reintegrar impues­tos no pagados al fisco durante años, se le prohibió cobrar intereses al Estado por préstamos de dinero sin respaldo y, finalmente, se declaró responsable civil y penalmente a los gerentes y administradores, así como a los anteriores ministros de Hacienda que habían autorizado esas emisiones ilegales.

En el mundo de ayer no se fugaba a Miarni, y en ese Gobierno de hombres de arrestos se encarcelaba a los banqueros corruptos. El se­ñor Urbina fue encarcelado desde el primer día, habiéndolo recluido

a bordo del cañonero "Cotopaxi", que después fue rebautizado como "Calderón", que estaba fondeado en el río Guayas. Más tarde fue des­terrado a Chile, en donde murió a los pocos meses.

El primer incidente ocurrido en la Junta de Gobierno fue la renuncia del Gral. Francisco Gómez de la Torre del cargo de ministro de Gue­rra, Marina y Aviación, el 25 de octubre. Los verdaderos motivos de esa renuncia nunca se aclararon, se presume que tenía causas ocultas. Se dijo que el Gral. Gómez de la Torre quiso que la Junta sea sólo de militares, en donde él tendría predominio, y al no tener el respaldo del propio Ejército se vio forzado a renunciar. Conociendo ahora su actitud dubitativa el día del golpe, puede pensarse cualquier cosa.

La Junta aceptó de inmediato la renuncia y nombró para ese cargo a mi padre, pero manteniéndolo también como ministro de Previsión Social. En esa forma, mi papá era el único ministro que tenía dos carteras.

Algunos de los ministros de la Junta de Gobierno pensaron en que ese Gobierno plural no podría durar mucho tiempo, y pronto fueron objeto de muchas presiones y empezaron a querer retirarse, pasando a ocupar embajadas o cargos parecidos. En Guayaquil el representante de la Junta, el Myr. Idelfonso Mendoza, se dio cuenta de ello y comen­zó a considerarse pro cónsul, en posibilidad de quedarse con el santo y la limosna cuando la Junta se desintegre y él ayude a esa desintegra­ción. Se separó de los ideales de la revolución y se acercó a la oligar­quía y al grupo que se oponía a la creación del Banco Central, y quiso jugar a caudillo comenzando por crear una fuerza de choque llamada "Guardia Cívica", integrada por jóvenes guayaquileños de círculos ele­vados que llegó a tener 4.000 miembros, a los cuales les entregó armas, amenazando cada vez más a la Junta, la cual tuvo que decidirse por el dilema: O la Junta liquidaba a Mendoza, o Mendoza liquidaba a la Junta. El Gobierno comenzó disponiendo la disolución de la Guardia Cívica y luego trasladar a Mendoza a otra guarnición, como a cualquier militar de carrera. Igualmente resolvieron que el ministro de Guerra proceda en consecuencia. Mi padre, ministro de Guerra, se trasladó de inmediato a Guayaquil y desde una estación del ferrocarril puso un telegrama a Mendoza ordenándole que disuelva la Guardia Cívica y recupere las armas del Estado. Mendoza obedeció inmediatamente sin

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oponer la menor resistencia, y cuando llegó mi padre a Ourán ya había sido disuelta la guardia y McndoJ'..a, rcnrudo, se puso a las órdenes del mini'MO.

Yo formé parte de ese histórico viaje acompañando a mi mamá, y re· cuerdo que paramos el tren, creo que el1 NaranJlto, a fin de poner el te· legrama. Fue para m[ novelería ver que en el tren venía un bata1l6n de soldados, así como el entuSiasmo con que fuimos r~bldos en Durán. Iloy me M)rprendc que mi papá, para un \ iaJe aL1roso, haya llevado a mi mamá y a mí, que tenía siete años .

Miembros Junta de Cobierno de Guayaquil.

Sentados: Gral . FranCISCO Gómez de la Torre, mmistro de Guerra; Dr. Fran­CISCO] . Boloña, mimstro de PreVisión Socialj]osE Rafael BustallUlnte, mlOl~lro de Rt"laClone~ Exteriores; Dr. Armando Pareja, gobernador de la ProvlOcia; Myr. I1defonso Mendoza Vera, Jefe de Zona Militar

La rean"i6n de esta oposición amtada que se preparaba para derrocar al GobIerno, y que fue desbaratada por un simple telegrama enVIado por un hombre resucito y decidido a halcrse o~deccr, fue grnnde. Se les habfa desbaratado el complot) t.oda la prensa derrotada lIeg6 a tratar a mi padrt· lon los peores adjetivos, sin reparar que con estos msultos eran ello~ lo!'> que se eVIdenciaban. Se llegó mcluso a enviarle amenazas y lln6mmos indicindole que si no renunciaba correría sangre. Para mí

fue también una curiosidad y me puse en el cuarto de alIado, para ver a qué hora empezaba a salir la sangre por debajo de la puerta.

Poco después, algunos ministros, temerosos de un enfrentamiento, re­nunciaron al cargo y en cada caso la Junta Militar encargaba las carte- . ras vacantes a mi papá, quien llegó a tener cuatro ministerios, o sea, un virtual dictador. Cuando renunció Luis Napoleón Dillon, mi papá pensó que era también necesario poner su renuncia en manos del Ejér­cito que lo había designado, dando así fin a la Junta de Gobierno. Lo lógico hubiera sido que mi padre se hubiera quedado como presidente interino, modificando a la Junta como un Gobierno unipersonal, como sucedió pocos meses más tarde con el doctor Isidro Ayora, pero yo es­taba muy pequeño y desconozco cuáles hubieran sido las posibilidades. Posiblemente no lo hizo porque no era militar.

En su renuncia, mi padre expresaba:

l/Con el objeto de dejar en plena libertad a la Junta Milita" tengo a bien presentar la renuncia de mi cargo de Vocal de laJunta de Gobierno Provisio­nal, obediente a los dictados de un ardiente patriotismo y creyendo que mis antecedentes de honradez y rectitud, aunque no de aptitudes, me capacita­ban para servir a la patria, prescindiendo de la política y en forma austera y digna que se proclamó un deber hacerlo después de la transformación del 9 de Julio, resolví sacrificarlo todo, y aun conociendo que había que desafiarlo todo también en una atmósfera de viejos prejuicios, intereses encontrados, finanzas arruinadas y complicaciones internacionales, acepté, consciente de la larga labor que mi nombre, limpio hasta entonces, figurara entre los gestores de la reorganización nacional, frente al campo adverso en que se encontraban los políticos de oficio, los negociantes de la riqueza pública, los escritores venales y los traidores a la patria como verdaderos culpables de sus desgracias.

La única esperanza de salvación estaba en el Ejército, pero un Ejército unido y compacto, como organismo que no se había corrompido ni contaminado: en el Ejército que ofreció terminar con los personalismos, imponer una justiciera sanción a los autores de un pasado deshonroso, sostener y apoyar a los hom­bres de bien, cualesquiera que sean, siempre que se propusieran ejecutar el bello programa inicial de la transformación. No estuvo en la mente de nadie

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que ese programa debiera cumplirse en seis meses de trabajo, ya que no se borran tan fácilmente las huellas de muchos años de desorden administrati­vo, de falta de preparación ciudadana, ni derribar sin lucha los ídolos de la popularidad ignorante o los dioses del oro corruptor.

Entusiasmados en la faena, hemos atraído sobre nuestras cabezas que estu­vieron amenazadas de caer, todas las tempestades del odio, castigadas todas las venganzas y todas las resistencias, sacrificando nuestro prestigio, nuestro honor y exponiendo nuestras vidas. Más no se puede exigir de simples ciu­dadanos.

Olvidadas las personas, hemos estado dispuestos, como lo hemos manifesta­do muchas veces, a que el Ejército reemplace a cualquiera de nosotros que no contribuya o estorbe el trabajo de reorganización¡ y, si todos debemos sepa­rarnos, envío gustoso mi renuncia para que ocupe mi puesto otro hombre más hábil, mejor preparado e igualmente patriota.

Liberal por principios arraigados, no hago a cada paso jactancia de una doctrina que se emprende y profesa, pero que jamás pongo en conflicto con los intereses de la patria¡ enemigo del conservadurismo, tampoco sacrifico los deberes de la humanidad.

Termino agradeciendo al Ejército la confianza que me ofreció llamándome a colaborar a su lado en una época tan difícil de nuestra historia, y hago muy fervientes votos para que el porvenir de la Nación, confiada a su prestigio y honradez, se aclare muy pronto y amanezca una nueva aurora de redención para el pueblo ecuatoriano.

EJ. Boloña

FIN DE LA JUNTA DE GOBIERNO

El Ejército designó otra Junta de Gobierno, en la cual el Secretario de la primera, don Julio E. Moreno pasó a ser Ministro de Gobierno, y según las malas lenguas había sido autor intelectual de la desaparición de la primera Junta, y responsable de la integración de la segunda.

Nos quedamos unos meses en Quito, viviendo en la villa Isabel de propiedad del doctor Alejandro Ponce Elizalde, y mi papá mascando la amarga experiencia que le había dejado su primera incursión en la política se deprimió mucho. A él se le podría aplicar la frase que más tarde acuñó Stepan Zweig:

iOh, mirada de la Medusa del Poder1

Decía Stepan Zweig que el Poder era como la cabeza de la Medusa, esa enorme serpiente con cara de sol de la mitología griega que cuando alguien miraba de frente a esa cabeza nunca más podía dejar de fijar sus ojos en ella. Así, quien ha ejercido el Poder nunca más puede dejar de pensar en él. Decía el maestro austriaco que ...

ITa historia sólo conoce de dos casos de renuncia voluntaria a/ Poder: Si/ay Car­los V, y que no se encuentran entre millares y decenas de millares de figuras, apenas una docena que, con el corazón satisfecho y el sentido claro, renuncien al deleite casi pecaminoso de representar a la Providencia ante millones de seres".

Para mi padre, que ejerció un poder casi absoluto, debe de haber sido muy duro tener que dejarlo, y por eso decía, mitad en serio y mitad en broma, que lo que le provocaba era pegarse un tiro.

La comparación de Stepan Zweig no podía ser más verdadera. En eso está, precisamente, la esencia de los políticos. Eso les ha pasado a todos los políticos en la historia, y a los ecuatorianos en particular, pues habien­do ejercido el Poder ya no pudieron dejar de pensar en él. A Eloy Alfara, quien murió en la forma trágica en que pereció, arrastrado, profanado y quemado por haberse venido de Panamá, donde vivía ya retirado, oyen­do los pedidos de algunos de sus partidarios de que viniera por tercera vez a tomar el Poder. No pudo resistir a ese pedido. A Arroyo del Río, quien tuvo la oportunidad de retirarse como mártir, después de haberse visto obligado a suscribir el Tratado de Río de J aneiro y aparecer como lo que fue, una víctima de las circunstancias, y haber ofrendado su vida y su honor por su Patria. Se sostuvo, aferrado a la cabeza de la Medusa hasta que el levantamiento popular del 28 de Mayo 10 hizo dejar el Poder, re­fugiándose en una embajada extranjera y mereciendo de su enemigo un salvoconducto (léase permiso) para salir del refugio y así evitar la furia

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popular que le pudo haber costado la vida. A Velasco !barra, que luego de cada presidencia, de las cinco que ejerció, juraba no volver a la política, pero volvía a aceptar ser candidato y volvía a ganar, pretextando que no podía negarse al llamado de "su" pueblo, y volviendo a cometer los mis­mos errores que le habían costado su caída, por no poder quitar los ojos de la cabeza de la Medusa. Al general Alberto Enríquez Gallo, quien después de haber sido un dictador esclarecido y aplaudido por todo el país, entregó el poder voluntariamente y no buscó la presidencia en la Asamblea Consti­tuyente, pero la siguió mas tarde buscando en golpes de cuartel fracasados o en candidaturas presidenciales sin respaldo político, añorando el Poder. A Camilo Ponce Enríquez, quien luego de haber ejercido la presidencia y haberse desempeñado brillantemente como uno de los mejores presiden­tes, buscó un segundo periodo luchando en una campaña contra Velasco !barra y Andrés F. Córdova, o sea, en condiciones muy difíciles, y que por jugar limpio la perdió. A Galo Plaza quien después de haber desempeñado una labor económica muy buena para el país, cometió también el error de querer competir con Velasco !barra y contra el populismo en condiciones de antemano perdidas. A León Febres-Cordero, quien luego de haber sido presidente y haber capeado situaciones de naturaleza muy difíciles, sigue combatiendo desde la Alcaldía de Guayaquil o de una diputación. A Ro­drigo Borja, que intentó dos veces antes de ganar en la tercera perdiendo aparatosamente. A Abdalá Bucaram, que luego de haber sido depuesto sigue empeñado desde el exterior una lucha política condenada, desde luego, al fracaso.

Todos ellos miraron una vez la cabeza de la Medusa y no pudieron dejar de mirarla más, hasta su muerte en algunos casos.

A pesar de que la Junta sólo duró seis meses, en un periodo revolucionario con esquema diferente a los demás gobiernos, tuvo muchos aciertos. La vida de la República nunca volvió a ser la de antes. Se organizaron las finan­zas públicas, se eliminaron a los banqueros corruptos dueños del país, se terminó con Urbina y Plaza Gutiérrez, dueños de la política. Se sentaron las bases de la fundación del Banco Central del Ecuador, lo cual terminó de hacerlo el gobierno del Dr. Ayora, se terminó con la emisión de billetes sin respaldo, se negoció la venida de la Misión Kemmerer, que fue de gran utilidad para modernizar el Gobierno del Ecuador, se fundó el Ministerio de Previsión Social y Trabajo, base de la futura legislación obrera del Ecua-

doro La Revolución Juliana fue el comienzo de la modernización del Ecua­dor, que dejó de ser una hacienda perteneciente a una oligarquía privada para convertirse en un Estado moderno, con leyes económicas científicas, con organismos de control, Contraloría, Instituto Emisor, Superintenden­cia de Bancos, con leyes sociales, con leyes aduaneras, etc.

Nos quedamos viviendo en Quito hasta que mis hermanos mayores ter­minaran su curso en los colegios de esa ciudad. Mi papá se compró un automóvil Ford Modelo T, que fue el primer automóvil que tuvimos. Apa­rentemente mi papá trataba de descansar luego de una faena durísima de seis meses al frente de las carteras de Previsión Social, de Guerra, y de Gobierno.

Después de algunos meses regresamos a Guayaquil y reanudamos nues­tras vidas. Mi padre volvió a sus haciendas, a las que amaba, nosotros vol­vimos a pas~largas temporadas en Cantagallo, mis dos hermanos mayores se graduaron de bachilleres.

En la política, la Junta Militar designó una nueva Junta de Gobierno que estaba destinada a durar menos que la primera, ya que luego de dos meses la Junta Militar decidió pasar a una presidencia unipersonal y propuso al doctor Isidro· Ayora, ministro de esa Junta de Gobierno, la presidencia provisional de la República. El doctor Ayora, hombre de gran persona­lidad, puso como condición que él ejercería el cargo, pero sin ninguna supervisión militar. Aceptada como fue esta condición, en marzo de 1926, el doctor Ayora se posesionó como presidente y nombró su gabinete.

La salida de mi papá del ministerio mereció muchas adhesiones, y para muestra transcribo aquí el siguiente telegrama:

Dr. Boloña

Mi querido doctor y amigo. Siento íntimamente el que usted, ciudadano tan honrado, probo e inteligente en el desempeño de las funciones que la patria había depositado en sus manos, haya presentado su renuncia con el carácter de irrevocable. Para el Ejército honrado ha sido muy sensible su separación, para el suscrito, personalmente, un verdadero pesa¡ hasta ayer fui su subal-

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terno, hoy, su amigo leal y que desea que cuente siempre en todas las fases de la vida. Mis respetos y consideraciones para usted y su digna familia.

Abrazo

Cmdte. Pareja

Pienso que, sin embargo, tanto por su brillante desempeño, por sus ejecu­torias de hombre honrado y de mucha energía, así como por las numerosas amistades conseguidas en Quito, debe de haberse mantenido dentro de la actividad política, ya que en diciembre de 1929 fue nombrado nuevamen­te por el presidente Ayora, ministro de Previsión Social y Trabajo.

Nuevamente para la familia fue un trastorno, principalmente por los cole­gios, pero como pocos días después comenzaron las vacaciones escolares, en enero tomarp.os una casa en la calle Mejía que era bien grande, com­partiéndola con el Dr. Teodoro Alvarado Olea, que era secretario de la presidencia de la República y que estaba recién casado con Amelia Roca Murillo, que tenía parentesco con nosotros.

El segundo ministerio de mi padre, o sea, en el gobierno del Dr. Ayora fue mucho menos movido que el primero, y mi papá trató de dar mayor aten­ción a los problemas agrícolas, ya que, les parecerá increíble, el ministerio de Previsión Social era también de Agricultura. El Dr. Ayora había convo­cado en 1928 a una Asamblea Constituyente para que elabore una Cons­titución, como en efecto así sucedió, constitución en la cual se introdujo el sistema de que por falta o renuncia del presidente sería reemplazado por el ministro de Gobierno. Promulgada la Constitución de 1928, ésta nombró presidente constitucional al propio Dr. Isidro Ayora. Mi tío, José Ramón Boloña, que fue diputado a esa Constituyente, nos contó que el Dr. Ayora no le pidió el voto a ningún senador ni diputado, de tal manera que esa elección fue espontánea.

Mi mamá y nosotros nos quedamos en Guayaquil por efecto de los cole­gios, hasta que un día mi hermano Julio viajó a Quito y allí se enteró que mi papá había resuelto que nos trasladáramos a vivir a Quito y estudiar en colegios de la capital. Mi papá le hizo la confidencia a mi hermano Julio de que el doctor Ayora le había pedido que, en vista de tener ya cerca de

cmco año~ en la presidencia, deseaba ~tlrarse, pero le pedía a mi padre que acepte la I>uceslón presidencial, par.¡ lo cual lo nomhraña ministro de Gobi<.'mo. Al principIo mi padre no quiso aceptar, diciéndole a mi herma· no JulIo que ese era -un potro chúcaro-, pero finalmente tenrunó consin· tienoo. Esto fue por el mes de octubre de 1930. Mi henllano regresó de Quito y nos contó c<it.c nuevo <.:amblo que iban a sufrir nuf:'5tras Vidas.

El día 6 de noviembre de ~ año, a las 10 de la noche, cuando )'0 estaba )'3 dormKio, mi tío Pedro Alberto &loñ3 llegó a nuestra casa acompañado no recuerdo de qUIén más, a dC<.imos que acababa de reablr un telegrama de Qwto tndicándo1e que mi padre había sufndo un derrame cerebntl y había fallecido. Me {~ muy difícil describir el impacto emocional que sufrimos, y e .. te doloroso capítulo que cambió toda nuestra vida lo dejaré en blanco.

Parte de gabinete Ministerial del Dr. Isidro Ayora

Primera ti la: Edecán, ernd. C:¡rlos Guerrl'"ro, mInistro de Guerra; Dr. Isidro A.)O'" ~sldcnte pro\'isional; Dr Gonulo Zaldumbtde, ministro de Relacio­nes Exteriores . Segunda fila: Dr. Manuel M3rfa S'nche'1., ministro de lnrtmc­ción Pública ; Julio E. Morcno, minIstro dt' GobIerno, Dr Francisco J. Bolofla, ministro de PreVIsión Social y Sr. Slxto Durán-fi:¡¡l1én mU'I1stro de Haclcnda

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MI VIDA EN EUROPA

Como mi hermano Pedro se encontraba en Bélgica estudiando Inge­niería mandado por mi papá, tuvo que interrumpir sus estudios y re­gresarse al Ecuador. Nosotros desocupamos la casa en que vivíamos y nos fuimos a vivir a Cantagallo. Yo abandoné ese año los estudios por no poder asistir a clases. El Congreso Nacional, conocedor de que mi hermano Pedro se encontraba estudiando por su cuenta, y "en atención a los relevantes servicios prestados por mi padre", le otorgó una beca para que continúe sus estudios. Los padres velamos por nuestros hijos incluso desde el más allá y proveemos a sus necesidades a través de terceras personas.

En ese mundo de ayer, los estudios en el exterior eran muy diferentes de los que se hacen actualmente. El viaje se hada en barco y había que buscar una línea naviera que hiciera escala a donde uno quería ir, o por 10 menos cerca, y de allí tomar un tren hasta el destino final, además los barcos no pasaban todos los días, sino una vez cada mes o cada dos meses. Como promedio, el viaje a Europa duraba treinta días. Ni pen­sar en que el estudiante o becado iba a venir para fin de año o en sus vacaciones. Eso no entraba en las posibilidades, ya que la duración del viaje de ida y vuelta se llevaba el tiempo de las vacaciones, aparte de su costo elevado. De tal manera que irse a seguir una carrera que durase, por ejemplo, seis años, significaba que al becado no se lo iba a ver en seis años. Mi hermano Pedro pidió que mi mamá también venga con él dado el estado de total abatimiento que tenía por la muerte de mi papá, y la soledad y el tiempo de duración de sus estudios, seis años, pudiendo ella regresarse cuando quisiera, y mi mamá aceptó siempre y cuando yo, que era el menor de todos, también viajara con ella. Ese fue el origen de mis años pasados en Europa.

Finalmente, después de averiguar en todas las agencias de viaje, conse­guimos el buque "Geisha", de la línea naviera noruega Knudsen Line, que partía del puerto de La Libertad, el 6 de agosto, de 1931, hacien­do escala en Panamá, Le Havre y Amberes, ciudad muy cercana a la que íbamos nosotros, que era Bruselas, con la ventaja de que mi tío, el doctor José Ramón Boloña, era cónsul del Ecuador en Amberes y nos recibiría provisionalmente en su casa.

Hechos los preparativos de viaje, que en ese entonces llevaban algunos días, viajamos a tomar el buque a La Libertad. El ferrocarril a la Costa o no existía todavía o era de gran rusticidad, de tal manera que fue ne­cesario alquilar un automóvil con chofer que nos lleve un día y nos deje embarcados, para que mis hermanos que quedaban aquí regresaran en ese carro.

Así se hizo, y el viaje en automóvil a La Libertad debió hacérselo de noche, ya que el barco estaba anunciado para arribar a las ID de la ma­ñana. El viaje en automóvil de Guayaquil a La Libertad duró seis horas, contando con una interrupción en que el chofer pidió para dormir algo, porque el sueño 10 vencía. De ese descanso en plena carretera, a la luz de las estrellas, sin asaltantes ni peligro alguno, aprovechamos todos y dormimos un rato La carretera que hoy recorremos en dos horas no era pavimentada, sino simplemente un trillo de tierra con la marca de las ruedas de los carros. No recuerdo cómo entramos en ese carro con equipajes grandes, ya que no eran como las maletas actuales, sino que se trataba de baúles y nosotros éramos seis, contando al chofer. A su vez, los automóviles de ese entonces no tenían mayores espacios para equipaje. Esas preocupaciones escapaban a la mente de un chico de once años, que llevaba la cabeza llena de interrogantes, ya que irse a Europa para mí era como irse a la Luna.

Finalmente llegamos a La Libertad por la mañana, para enteramos que el buque estaba esperado a las 10 de la noche, en lugar de las 10 de la mañana. Aprovechamos el día y nos fuimos a Salinas. Fue la primera vez que yo veía una extensión de agua tan enorme. Por primera vez me bañé en el mar, con un vestido de baño improvisado y conocí que existen olas que revientan, ya que el río Guayas y el Estero no tenían olas.

llegada la noche, el agente naviero, estimado amigo de mi hermano Enrique y a quien mas tarde conocí mucho, Jesús María Palau, nos avisó que ya el buque había echado anclas y que teníamos que em­barcamos. Cuando llegamos al muelle sólo vimos unas lucecitas en el horizonte, que eran las del barco. La lancha que nos llevó era un remol­cador, y abordamos el barco en una noche muy oscura. Ese viaje y el bamboleo del remolcador representó para mí esta nueva vida que iba

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a iniciar: En oscuridad, brincando y saltando entre las olas, hacia unas luces inciertas en un horizonte incierto.

Todo para mí era nuevo. La enormidad de un buque a los que yo sólo había visto de lejos anclados en el río, pareciéndome el casco una pa­red; el personal extranjero que sólo hablaba inglés y noruego, lenguas que yo no sabía. El camarote que compartí con mi hermano Pedro tenía literas, un lavabo y una claraboya. Luego de un rato, nos despe­dirnos de mis hermanos que quedaban, Enrique y Julio, en medio del llanto de todos, impresionados por emprender una "aventura", ya que no era un viaje de placer, unos huérfanos y una pobre viuda, a un país tan lejano, sin facilidades de comunicarse y sin dinero, y me fui a la litera a tratar de dormir. No sabía todavía yo que el cerebro de un niño es más racional que el de un adulto y no conoce de desvelos, y terminé durmiéndome. Cuando desperté el buque tenía una vibración produ­cida por el motor, y al salir a la cubierta vi que estábamos en alta mar, divisándose a lo lejos una línea azul de la costa. La estela de un buque en el mar era diferente de la que yo había estado acostumbrado a ver en el río o en el estero. Me impresionó mucho la blancura de la espuma del mar que dejaba el barco, y esa blancura fue el primer destello de esperanza de una nueva vida que se me aparecía.

Los compañeros de viaje, entre los cuales estaba una joven llamada Jessie Merrick, compañera de camarote de mi mamá, era hija de un capitán de un buque inglés que había perecido en un naufragio y de madre quiteña, y que viajaba a Liverpool a casa de sus tías, debiendo bajarse en Le Havre a tomar un buque para Inglaterra. También viaja­ban cuatro técnicos petroleros polacos contratados por la Compañía Anglo Ecuadorian, empresa que explotaba los yacimientos de Ancón y que regresaban a Polonia.

Después de tres días de viaje sin ver tierra, una mañana me desperté con la sensación de que la nave estaba parada y cuando me asomé por la claraboya vi unas islas de tremenda verdura y un mar en total calma. Estábamos en Panamá.

Poco después iniciamos la travesía de esa maravilla de ingeniería que era el canal, con sus esclusas y sus cortes. Al final llegamos al otro

extremo del canal, donde se encontraba la ciudad de Colón, a donde la nave iba a tomar un cargamento de bananos para Francia, pudiendo bajar a tierra.

Después de una escala de 24 horas zarpamos hacia Europa, y poco tiempo después encontramos mar gruesa, temporal que duró tres días. Para un niño que no conocía antes el mar, un temporal en el cual ese enorme buque parecía una cáscara de nuez, fue espantoso. No se podía estar de pie, no se podía tomar cosas líquidas porque se derramaban, nadie salía del camarote por el mareo y cada ola parecía una pared gi­gantesca más alta que el casco. Cuando el mar amainó, vimos a 10 lejos las costas de Haití y luego Cuba. El resto de la travesía fue tranquilo, sólo que no vimos ni siquiera un barco, sino mar y cielo durante más de veinte días. Me llamaban mucho la atención los peces voladores, pues parecía imposible que unos pescados de repente salgan del agua y vue­len como pájaros. Estábamos aislados del mundo, ya que la radio sólo funcionaba para efectos de la navegación. Así se viajaba en el mundo de ayer. Si alguno de nosotros se hubiera enfermado, de una apendicitis o algo parecido, y de hecho mi hermano Pedro se enfermó de cólicos amibianos, no quedaba otra cosa que despedirse de los familiares y partir al mas allá. El barco no llevaba médico a bordo.

La travesía del Atlántico se hizo sin novedad, salvo al llegar al Golfo de Vizcaya, en donde volvimos a encontrar mar gruesa fuerte, con nebli­na, y como en ese entonces no existía el radar, el barco iba haciendo sonar la sirena intermitentemente con un sonido lúgubre, sobre todo en las noches, hasta que luego de tres días aclaró el cielo y comenzamos a ver buques que pasaban en sentido contrario. Como gran novedad oímos una radio emisión de Radio Toulouse. La suave voz de la locutora y el escuchar por primera vez una radio hablando en francés, significó para mí, que nunca había oído radio, una voz de otro mundo. Era mi primer contacto con Europa.

llegamos a Le Havre y bajamos a ese hermoso puerto, y en él nos despedimos de Jessie, quien había sido una compañera de viaje encan­tadora. El puerto de Amberes era enorme, con muelles, grúas de todo tamaño y cientos de barcos que entraban y salían. Mi tío José Ramón

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nos fue a recibir y nos llevó a su casa, donde nos esperaban mis primos, los Boloña Bernardi, a quienes yo he querido mucho.

Como podremos ver, en el mundo de ayer viajar a Europa era una ver­dadera expedición y, para mí, un cambio de vida total.

Como habíamos llegado en el mes de septiembre y las clases se abrían en octubre, mi tío hizo gestiones para ponerme en un colegio que pre­paraba a los alumnos antes de que comenzaran las clases y, en efecto, me matricularon en uno. El primer día de clase fue el último. Resulta­ba que Bélgica es un país bilingüe y Amberes está en la zona donde se habla flamenco, que es el mismo holandés y, por supuesto, no pude ni siquiera decir mi nombre sin que cause grandes risas entre los demás chicos. Creían que por ser de América yo era un indio piel roja y hacían bailes de pieles rojas. No veía la hora de la salida, y al llegar a la casa dije que no volvería más a ese colegio.

Mi hermano Pedro tenía que ingresar a las cuatro veces centenaria Uni­versidad de Louvain que, aunque estaba también en la zona flamenca, era bilingüe y las clases eran en francés, y estaba cerca de la capital de Bélgica, Bruselas, en donde se hablaba francés, idioma que mi mamá dominaba por haber vivido tres años en París recién casada, cuando mi papá hizo un curso de postgrado. Por tanto, resolvimos trasladarnos a vivir a Bruselas y alquilamos un pequeño departamento en la Av. Eudo­re Pirmez, barrio de Etterbeck. Ahí me matricularon en la 'Escuela de los Hermanos Cristianos, que quedaba cerquita de la casa, y fui recibi­do por mis compañeros sin la hostilidad de los flamencos, habiendo es­trechado amistad con todos, y en especial con un chico llamado Albert Boels, con quien durante los cuatro años que viví en Bélgica nos vimos todos los días, haviéndose nuestras madres muy amigas. La razón de esa amistad con Albert comenzó porque siempre en las pequeñas re­yertas que nunca faltan entre los chicos, Albert, que era el más grande la clase, salía en defensa mía.

Albert &ell.

Los crucos tiencn una gran facilidad para aprender iruomas, y yo, ya para Navidad, hablaba de corrido d franc~s. En Bruselas vtvían algunos ecuatorianos que tenían a sus ruJos en colegios que tenían fama de ser muy buenos. Estaba el señor Lsímaco Guzmán, que era el embajador y que tenía una gran fortuna, al cx"{remo que 5en-ía la emoojad3 Sto (O­

bnr el sueldo. Sus hijos, Lisímaco, fue más tarde de regreso al Ecuador mml~tro de Economía; Carlos, que más tarde tue exportador y apode. rado de Filanbanco; Francisco, que fue padre del tcnista Pancho Guz· mán, Angehta y Delia. También estaba don Víctor Emilio Estrada y su familia, pero dos dc sus hijos estudiaban en Estados Unidos, Emilio y Julio, y los demás ~tudiaban en Bruselas y fueron mis amigos muy queridos, <;obre todo Lucho. El doctor Wcnceslao I>arcja y su famIlia, y con ellos un sobrino César Sorja Guerrero, que estudiaba I~emeria en la Unl\crsidad, y algunos más .

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so

En el parque del Cincuentenario en un día nevado, con César Surja, mis primas Celeste y AmaU. Boloña Bernardi y yo.

La ciud:¡d de Amberes, puerto pnncipal y segunda ciudlld de Bélgica, es muy antigua, p~'ro tiene ese sello ('numtador que tu:nt'n las dudades europeas, de mUlha tradición y folclor, con una arqultcltura muy tfpi­ca del norte ('uropeo con techos mclinados, calles empedrada!> y casas de trcs y cuatro pisos que son un solo departamento . Amhercs era y sigue slcndo un ('norme centro comercial, ya que es puerto de expor­tación del norte de Franela, de Alemania, de Bélgica y ha\ta de SUiza. Fue en Amberc", en donde por pnmera vez vi nevar y me pareció algo fantástico. En lA lAsn donde Vlví:l mi tío José Ramón, que cra el e6n-

sul, la planta baja la ocupaban los salones, ~I comedor, la cocina y más servicios; ~I primer PISO, dormitorios y baños; el segundo y tercer piso, otros dormItorios. Desd~ luego, muy distinta a las COIsas de Gua)·aqUlI . Por pnm~ra vez conocí en Amberes un almacén de varios pisos en qu~ se v~nd~ de todo y oí un radiorreceptor. Todo me deJaba maravi llado.

16 Av. Eudore Pirmez en Etterbeck.

En este depart¡unento vivimos en Bruselas.

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Nuestro departamento era muy modesto y la escuela a en que me matricularon estaba a tres cuadras. Todos mis compañeros vivían muy cerca y Albert estaba a unas cinco cuadras. Nuestra vida era ajusta­da a un presupuesto pequeño, constituido por la beca que recibía mi hermano Pedro, el cual casi siempre llegaba atrasado, y teníamos que prestar al consulado que nos adelante la pensión de la beca. Como mi hermano Pedro iba a la Universidad de Louvain por la mañana y regresaba la tarde, pasando allá todo el día yo pasaba, principalmente, con mis amigos, muchas veces en sus casas, como un muchacho belga más. Hablaba sólo en francés, hacía mis estudios en francés y todo mi mundo se desenvolvía en francés. Mi madre daba clases de español y tenía algunos alumnos. La correspondencia del Ecuador venía por vía marítima y llegaba espaciada, ya que el viaje demoraba un mes. No había otra forma de comunicamos con Guayaquil. Podía ponerse una cosa que llamábamos "un cable", pero ese sólo llevaba mensajes urgen­tes que costaba una fortuna. Por supuesto todavía no había correo aé­reo, no había fax ni Internet ni e-mail. Si alguien hubiera descrito que algún día iban a existir esas maravillas se habrían creído que se trataba de un extraterrestre. A veces mis hermanos nos mandaban periódicos de Guayaquil y entonces nos enterábamos del vivir político del país, de qué Presidente estaba en el poder, de cuándo 10 derrocaron, de qué revolución había fracasado o triunfado. En el mes de diciembre, o sea a pocos meses de llegados, un día estando en Amberes por las fiestas de Navidad, mi hermano Pedro sufrió un fuerte ataque de apendicitis y fue necesaria una operación urgente.

Para nosotros era una tragedia. Con qué íbamos a pagar esa operación, dónde se la iba a hacer, etc.; pero mi tío tuvo una frase que después en la vida siempre la he recordado: "No te preocupes, hijo, pagamos o trampeamos, pero tú te operas y salvas tu vida". Y así se hizo, pagamos yo no sé cómo, creo que haciendo un préstamo que demoró como un año en pagarse y vendiendo mi madre algunas alhajitas que le habían quedado, pero finalmente Pedro salvó su vida y no trampeamos a na­die.

En Bélgica en ese entonces reinaba el rey Alberto 1, que era una figura legendaria, pues se había opuesto valientemente a la invasión alemana en la guerra de 1914-1918, oponiendo sus escasas tropas a las alemanas

y pc:nnaneci~ndo al trent~ d~ su [,mito y al lado de los aliados hasta ~I final del conflil-to ~n 1918, por toanto, era \en~r.1do por ~u pueblo. Hombr~ corpul~nto y snnpátlco, algunas VKf'S 10 vi hacl~ndo eqUlta· clón por las mañanas ~n un parque de Brusdas y 10 salud~, contestán· dome muy l..ortésm(>nt~. Jamás se iba él a imaginar quién 10 "Iudaba. Qu~ hormiga vemda de otro mundo estaba frente 11 él Y qué abismos nos scparoaoon.

Un día (.omó la notida d~ qu~ el rey había sufrido un accidente de alpimsmo tratando de escalar una pt."quem montaña y ~ había caído, como consKuencil1. Fue, d~sde luq;o, duelo nacional, y I.:omp::lrecieron a los nmt"rales todos lo~ I~fe\ d~ Estado de Europa. Como no existía td~Vlsi6n, sólo pudimos verlo~ de lejos, pcro 10\ pc:nódico~ t.'Staoon llenos de fotografras . El había Sido un gran alpmista y habla escalado los más altos picos de los Alp"s, pero, como sucede ~n la vida, ni las pcripecia"i de la guerra m los mont~'i devados habían podido con ~I, y una monlañlta de poca altura mató a ~te coloso.

El rey Albtrto 1 d~ Bé.1giC41.

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Lo sucedió en el trono su hiJo mayor Leopoldo m, el cual, cuando estall6 la Segunda Guerra Mundial y los alemanes volvieron a invadir Bélgica, tu\'o un desempeño dIStinto del de su padre, rinruéndose a los nazis con todo su ejército cuando se vio cercado. Alegó muchas ra-7..oneS para justificar su actuadón, entre otros la de afirmar que quería compartir la suerte de ~;us ~old8dos y que había sido abandonado por MIS uliados, pero la Impresi6n mundial le fue adversa . Eso le acarreó, cuando lo~ alemanes fueron finalmente' derrotados y volvieron los alia­do~, una abdicación forzada, habiendo sido sucedido en el trono por su rulO Balduino. Su rendIcIón a HItler fue un error del rey Leopoldo, producto de la falsa aprecillclón que era muy común en todo el mundo en ese momento, de que Alemarua iba a ganar la guerra.

En sltuAci6n igual, el general Douglas Mac Arthur, defensor de las Fi­lipinas, deJÓ a sus soldados ofreciéndoles volver y sall6 en una lancha torpedera y luego en un submllrino P.1ta seguir la guerra desde afuera, y mós tnrde regresó victorioso.

Colegio Sto Antaine.

Hall de entrada del Athenée Royale d ' lxeUes

Antes de 1:1 guerra, en ese mundo de ayer se VIvía en Europa intenso nationalismo. Cada país era un mundo apane. Fr:mteses, alemanes, In­

gleses, lulianos, belgas etc., sólo defendían sus intereses. Yen muchos casos eran verdaderos enemigos. Pen!ocmos cómo eran las relationes Internacionales que, Luando Httler rt''\olvi6 someter a Checoslovaquia y des:lrroll6 una campaña pubhcitaria de terror el primer mmistro in­glés, Neville Chamberlain, resolvió Ir a ver a c!Ote fierabrás a Alemarua e htwel viaje en :wi6n hasta Godesbcrg, ciudad renana donde 100 a estar Hitler, y al llegar esta oveJa a enfrentarsf' con un lobo, dijo candorosa­mente que Cf3 la primera vez que había viajado en avión. Dos años mas tilrde Londres era :lrrasada por 10'\ bombardem. a~rros de esos aviones que Chamherlain nt siqUiera conocía. De esa reunión en GodC'sberg no "alió ningún acuerdo, y entonccs el primer mmistro inglés ofreció, como cualqUier recadero, regresar luego de consultar con su gabinete, demostrando con eso que era tan débil que no era tapaz de tomar de­Cisiones por sí solo. Cuando regresó :l dCClrle a I-htlcr que aceptaba las eXigencias de Alemania, 1 htler, como buen mañoso y chantajista, subió '\us exigentias. Así eran 10!O jefe~ de Estado en vf~pef3s de la guerra.

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Cuando Alemania resolvió atacar a la Unión Soviética, 10 hizo sin el menor aviso. Un 22 de junio de 1941, a las 5 de la mañana, echó a an­dar su enorme máquina de guerra, cuando hacía tres horas de que había pasado por la frontera un tren de mercaderías rusas para Alemania en calidad de ayuda. Y Mussolini, cuando ya vio que Francia había sido vencida, le declaró la guerra "para participar de los despojos", sin la menor vergüenza. Mientras el fascismo en Italia era una dictadura que miraba al interés político de ese país, pero dentro de los parámetros humanos, el nazismo en Alemania pretendía, entre otros despropósi­tos, el extermino físico del pueblo judío, en lo que se dio en llamar "la solución final", sin que pueda existir una razón a esta monstruosidad. Ese racismo sacrificó a millones de seres inocentes en un holoca4sto que hoy, cuando se conocen los extremos a los que se llegaba, parece que estuviéramos hablando de la Edad Media o de los pueblos mas primitivos de la Tierra, y no de un pueblo como el alemán, que ha dado tantos valores artísticos, científicos y culturales a la humanidad. Cuando más tarde visité el Estado de Israel vimos un bosque llamado del Holocausto, que tenía seis millones y medio de árboles y que re­presentaba un árbol por cada inocente muerto en el holocausto nazi. Nadie ha podido explicarse ese fenómeno del genocidio cometido por un pueblo como el alemán, y en pleno siglo XX.

Cuando se leen relatos de las atrocidades cometidas por los nazis, com­portamientos increíbles de los dirigentes, actitudes de Hitler que hoy serían simplemente imposibles, y que sin embargo eran aplaudidas por todo el pueblo alemán, comprenderemos que el mundo de ayer tuvo abismos de comportamiento como no ha tenido nadie en la historia, mucho peores que los de Atila. En el Museo del Holocausto de Jerusa­lén, que es un local oscuro solamente iluminado por algunas antorchas en el piso, y que cuando uno se acostumbra a la oscuridad ve que cada una de esas antorchas representa un campo de exterminio nazi, y que cada una simboliza a millones de muertos inocentes, como si hablá­ramos de pérdidas causadas por una epidemia irresistible, una fuerza mayor y no de la voluntad vesánica de un hombre respaldado por todo un pueblo. Pero el contraste es que ese museo del horror nazi está per­manentemente lleno de turistas alemanes que toman fotos y comentan entre ellos, como si no fueran los autores de ese enorme drama.

Hall de entrada del Athcnée Royale d' lxelles .

Despu~s de algunos afias, pasada la guerra, regresé a Bélgica y recorrí todos los lugares por donde yo había estado. Las dos casas en que habíamos vIvido, el Colegio St. Antaine donde estudié la pnmaria y el Athene~ Royale d' Ixelles, de secunda na. Entré a ver al rector y le dije qUién era. Muy amable me dijo: -Recorra todo 'su ' colegto, vea las aulas que usted frecuentó, deme los nombres de algunos de sus com­pañeros y luego regrese a verme- Cuando regres~ a verlo le pregunt~ si un profesor que encontré a la entrada era de mi uempo, contestándo­me que sI, que era profesor de matemátICas. Ofreció que en la revista mensual del colegio se publicaría mi visita

Dentro del colegiO todo estaba igual. Con mucha nostalgia contemplé y recordé esos años ya lejanos, pero llenos de saudade. Un poco más envejecidas las aulas, pero eran las mismas que yo había frecuentado. En el gran hall de entrada había una enorme placa de mármol con la hsta de los alumnos que habían muerto combatiendo durante la gue­rra y encontré algunos nombres que me eran conOCidos.

En esta foto aparece una anciana judía a quien la policía nazi no se la llevó con el resto de su familia , a 6n de que muera de soledad y miseria.

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Ese país, al que llegué a amar tanto como al mío propio, con el que me siento identificado, ya no existía. Bruselas es hoy una ciudad pujan­te, llena de progreso, llena de internacionalismo, capital de la Unión Europea, y para mí había perdido su encanto. Los alemanes perversa­mente fomentaron la división entre flamencos y walones, protegiendo más a los flamencos por considerarlos arios o alemanes del mar y a los walones pertenecientes a los pueblos latinos. El país ha entrado a ser federal, aun cuando lo sea dentro de la Unión Europea.

La familia Estrada Y caza, que vivía en Bruselas, se regresó al Ecuador, y Lucho Estrada, que era mi amigo más cercano, me dejó regaladas dos bicicletas. Hicimos componer una que estaba dañada y se la di a Albert, con lo cual recorríamos todos los rincones de Bruselas, nos íbamos al campo de batalla de Waterloo, que queda a 15 kilómetros de la ciudad y donde existe un museo y toda clase de almacenes de souvenirs. Todo allí habla de Napoleón, y el dueño de un restaurante que era un verdadero museo lleno de reliquias del campo de batalla, desde armas hasta uniformes, me dijo que una vez puso un aviso en el periódico llamando a todos los que se creyeran bonapartistas a que vengan a recordar la batalla. "No le miento, señor -me dijo-, vinieron cerca de 100.000. Tuve que suspender estos llamados porque se iba a formar un partido político".

Las familias ecuatorianas empezaron a regresarse al Ecuador porque sus hijos habían terminado sus estudios y por cierto temor que inspiraba el crecimiento del nazismo en Alemania. Con frecuencia yo escuchaba en los radios de ese país los discursos violentos, reconociendo la voz ronca de Hitler despotricando contra los judíos, proclamando que la raza alemana era superior a todas las demás, atacando a las "plutocracias occidentales" y amenazando a casi todos sus vecinos.

Como yo me enfermé de fiebre reumática, me prescribieron que regre­se al Ecuador. Mi hermano Julio fue a Bruselas poco antes de regresar­me. Mi tío José Ramón, que era cónsul del Ecuador, también regresó más tarde al Ecuador y mi hermano Pedro se graduó de ingeniero en la Universidad de Louvain, regresando igualmente, quedándose Julio solo. En el viaje de Pedro en el vapor "Imperial" tuvo varios compañe­ros judíos que huían de Alemania, entre ellos don Alfredo Charnisky,

que más tarde hizo enorme fortuna en el Ecuador¡ el doctor Bruno Moritz, que se estableció con Librería Científica, y otros más. Venían al Ecuador por cuanto el cónsul, que era mi tío José Ramón, les había dicho que el Ecuador era tierra de promisión, que aquí harían fortuna y les dio visados para venir. Resultó profeta. Poco tiempo después estalló la II Guerra Mundial y Bélgica fue nuevamente invadida por Alemania. Al igual que muchos otros refugiados, mi hermano Julio, que todavía no había terminado sus estudios, salió de Bruselas en bi­cicleta huyendo a Francia, formando parte del enorme éxodo que se formó. Cuando había recorrido varios días en las carreteras abarrotadas y ametralladas por los aviones Stukas, salvando la vida por milagro, fue detenido en Francia en el río Somme, por cuanto los ejércitos alemanes habían hecho un movimiento envolvente y encerrado en una enorme bolsa a los ejércitos aliados y a enorme cantidad de población, entre los cuales estaba mi hermano. Como vino a quedar entre las líneas fran­cesas y alemanas, sufrió con los bombardeos que decía que causaban un verdadero pavor. Los aviones Stukas eran aviones de bombardeo en picada, y tenían un arma psicológica que consistía en una sirena progre­siva mientras iniciaban la picada que destrozaba los nervios. Con cada ataque de un Stuka, después de haber sobrevivido por milagro, él que­daba temblando y sin atinar en dónde estaba. Durante el éxodo le tocó dormir muchas veces en el campo, a la luz de las estrellas, otras veces fue acogido en conventos e iglesias y, finalmente al rendirse Francia, regresó a Bruselas y vivió un tiempo de la caridad pública.

El Municipio de Bruselas daba un plato de comida a quienes habían perdido todo, y el ejército alemán daba otro de noche a los extranje­ros que no podían regresar a sus países. De ambas caridades vivió mi hermano. Los cursos de la Universidad se reanudaron y él siguió los meses que le faltaban hasta graduarse en la Universidad de Bruselas, y finalmente, por gestiones del Cónsul del Ecuador en Hamburgo, don

< Enrique Andrade, compadre de mi papá, le hicieron llegar sus men­sualidades de la beca. Cambiar esas monedas que ya no tenían valor comercial y salir a Portugal fue una odisea que hasta 10 condujo en Es­paña a la cárcel por haberse desviado de la ruta asignada, cosa que tuvo que hacer para poder cambiar los francos belgas con dólares. Al salir, gracias a las gestiones del señor Juan F. Marcos, embajador del Ecua­dor que había sido amigo de mi papá, se dirigió a Lisboa y, finalmente,

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después de dos meses de permanencia en esa ciudad, consiguió pasaje en un buque repleto de refugiados que con mucha suerte y haciéndole el quite a los submarinos alemanes logró llegar a Nueva York, y de allí a Guayaquil. Habían pasado tantos años que cuando nos encontramos no me reconoció.

DE REGRESO AL ECUADOR

Embarcamos en Amberes en el buque alemán "Saarland" y partimos mi madre y yo de regreso al Ecuador. El buque era más grande y llevaba más pasajeros de los que tuvimos en el viaje de ida a Europa, entre los cuales estaba un señor chileno con quien hicimos muy buena amistad, llamado Manuel Carretón Walker, que era dirigente de juventudes de derecha en Chile, y con quien congeniamos mucho por ser ambos aje­drecistas. Más tarde fue diplomático y después de unos años apareció como noticia en los periódicos que el diplomático chileno en Estambul Sr. Manuel Carretón, había sido detenido comprometido en el tráfico de drogas. No volví a saber de él, pero estoy seguro que debe de haber sido acusado injustamente, pues llegué a conocerlo como persona muy decente y correcta. También venía un joven colombiano de mi edad, cuyo nombre ya no lo recuerdo, que iba a Buenaventura a encontrarse con su familia que 10 había enviado a estudiar en Alemania, y que re­gresaba ganado totalmente por el nazismo.

Me pasaba largas horas en la popa del barco contemplando una inter­minable estela de espuma blanca y, mientras nos alejábamos de Euro­pa, yo pensaba que atrás quedaba una vida, de la que sólo me quedarían recuerdos agradables pero nostálgicos, como la estela en el mar. No tenía esperanza de volver algún día a Europa e iba a cambiar de cos­tumbres, de estudios, de amigos, de futuro. Me recordaba el embarque en el Geisha una noche oscura en medio mar y repasaba todo 10 que me había sucedido en esos cuatro años.

Durante el viaje, un día, como despedida de Europa, al despertarme por la mañana noté que el barco estaba casi detenido y que a bordo había una agitación especial, y al subir a la cubierta vi un espectáculo: montones de pequeñas embarcaciones nos rodeaban y estábamos fren-

t~ a un lindo pueblito llamado San Mtgu~I, en la ISla Ponta Delgada de las Azores. Había la costumbr~ de que al pasar por allí lo.!> haTeas echa­ban al mar una cala de hojalata soJdada, con una band~ra roja c1a\"3da en ella, y adentro la t:Orrespond~ncia pora Europa qu~ los pasajeros quisieran enviar, con un dólar por cada carta y una bot~lIa de whisky. El bote que la recogiera pondría las cartas al correo y se llevaría el saldo del valor de porte de correo, qu~ por supuesto en mucho menor, y se tomaría la botella de whisky. No se pensaba todavía en corrt-"O aéreo en ese mundo de ayer, pero en cambio era un espec.táculo de alegría y novedad al atra\lesar el16brego oc~ano At lántlco.

Buque alemi n "Saarland-.

Hicimos escala, desd~ luego, en Panamá y ~n Buenaventura, y final­mente el · Saarland" echó andas en el río Guayas, de noche frente al astillero y a una hilera de mortecinas lucecitas. El panorama no en muy atractivo. El río no tenía Mal~6n, los barcos no atracaban a un mu~lIe como era en Panamá y Buenaventura, sino que quedaban anda­dos en medio río. El práctico subió a bordo en Pun¡¡ desde una canoa. Qu~ tristeza ~ntí al notar el contraste con lo que \'eníamos de conocer, Nu~vamenle el cambio en mi vida era drástico e inesperado. Cuan­do amaneció y luego de un par de horas apareció una lanchlta de las llamadas fleteros y en ella venía mI hermano Ennque y algunos otros famillafes para llevamos a tierra . D~sembafcamos en el Muelle Fiscal y numos a la casa que mi hennano había alquilado, muy modesta por cierto, dado que la "¡tuación ramihur era muy estrecha. MI hermano

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no se había graduado todavía de médico, desempeñaba una cátedra en el colegio Vicente Rocafuerte y con ese sueldo íbamos a vivir. El departamento quedaba en la esquina de las calles Cuenca y Chimbo­razo, frente al Cuartel de Carabineros. El cuartel era una casa vieja de fachada de zinc. La calle no estaba pavimentada y nos encontramos con que jueves y domingos, a las cinco de la mañana, una banda de música del cuartel tocaba dianas y música militar en el portal hasta que ama­neciera obligando a todos los vecinos a madrugar, a la fuerza, incluso los domingos.

Se hicieron gestiones para entrar al colegio, pero me encontré con que el sistema educacional ecuatoriano obligaba a que diera examen de to­das las materias y de todos los años hasta llegar al año que yo deseaba entrar. El viejo edificio de madera del Vicente Rocafuerte quedaba en la manzana de Aguirre, Chile, Clemente Ballén y Pedro Carbo, donde hoy queda el correo. Ese centenario colegio tenía su encanto. Una ga­lería en todas las fachadas daba la vuelta a la manzana y era muy fresco. Finalmente, después de dar todos los exámenes, me matricularon en el tercer año. Desde el primer día de clase me tocó sentarme al lado de Armando Cruz, con quien hicimos estrecha amistad que duró has­ta el doloroso día de su fallecimiento, en el año 2003. En la vida nos graduamos juntos, estudiamos juntos y fuimos amigos fraternos. Otro compañero que me tocó era Juan José Aguirre, con quien igualmente conservamos una gran amistad toda la vida. Los hermanos Vernaza Re­quena, y muchos otros que sería largo enumerar.

Considero que los profesores que me tocaron fueron muy buenos, mu­chos de los cuales eran compañeros de mi hermano Enrique. Estaban entre ellos Enrique Gil Gilbert, el novelista, Pedro Jorge Vera, también poeta y escritor, estaba el famoso profesor Fabre, de matemáticas, el Lic. Colón Serrano, que más tarde sería ministro de Estado. Era cos­tumbre que todos los alumnos asistíamos a clase con saco y corbata, generalmente de dril blanco, pues no se conocía la guayabera ni el blue jean. Si ahora se trata de disculpar la mala facha de los estudiantes por el calor, debemos pensar que en ese entonces también hacía calor. El edificio nuevo del colegio, que es el que hoy existe, se terminó en un lugar que me parecía fuera de la ciudad, cercano al Estero Salado. El rector era el doctor Teodoro Alvarado Olea, persona muy cerca-

na nuestra, ya que habíamos vivido en la misma casa cuando mi papá era ministro de Previsión Social por segunda vez. Como nos habíamos cambiado de casa, cuando mi hermano Enrique se casó nos fuimos a vivir a la calle Cuba, más allá del colegio Cristóbal Colón, y el doctor Alvarado vivía un poco más lejos, y como tenía que pasar obligadamen­te por mi casa, todos los días me recogía en un carro chiquito que tenía y me llevaba al colegio.

Mi estadía en el exterior me había desligado totalmente de la vida política y social del Ecuador. Pronto me puse al día. En ese intervalo, había renunciado el doctor Ayora a la presidencia siendo su sucesor su ministro de Gobierno, el coronel Luis Larrea Alba, el cual luego de unos cuatro meses trató de proclamarse dictador, levantando en armas a un cuartel. Los demás cuarteles resistieron y, con unos cuan­tos muertos, Larrea tuvo que renunciar al intento, siendo reemplazado por un encargado del poder. Se convocaron elecciones presidenciales, y el partido liberal, ya dominado por la fuerte personalidad del doc­tor Carlos Arroyo del Río, trató de imponer un candidato de su total confianza. El doctor Arroyo aspiraba a ser presidente, pero creía que estaba muy joven para ello, por 10 cual como diputado o senador pon­dría a sus candidatos hasta cuando le llegue su hora. Hasta tanto, el país contemplaba la rivalidad entre el Dr. Arroyo y otra fuerte personalidad que también era liberal, pero no de la cúpula dominada por Arroyo, el doctor José Vicente Trujillo, que había sido ministro de Gobierno del doctor Gonzalo S. Córdova y estuvo presente en la deposición de ese Presidente el9 de julio de 1925, teniendo que desarmar al ministro de Guerra, señor Leonardo Sotomayor Luna.

Arroyo y el partido liberal siempre pecaron por aferrarse a sus posicio­nes sin tratar de adaptarse a las nuevas corrientes políticas que empe­zaron a despuntar, dirigieron las elecciones con el sistema del fraude electoral por el dominio de las mesas y las famosas inscripciones, técni­ca que venía aplicando el partido en todas las elecciones últimas y por que las votaciones no eran obligatorias.

Además, no existía una función electoral y el Gobierno era el encar­gado de la misma y por eso fueron elegidos Plaza, Tamayo, Baquerlzo Moreno, Córdova y no le fue difícil sacarlo ganador al señor escogido

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por Arroyo, don Juan de DIos Martínez Mera, distinguido hombre de negocios, de gran corrección y honorabilidad, pero de poca persona­udad política. Había sido miniStro de Ha{ienda en algunos gabmetes y cedió antí' las preSiones que Arroyo y el partido libera l le hicieran, habiendo aceptado terciar en las -elecciones". Por supuesto ganó, pero desde luego medjante el mismo sistema liberal. Cuando se posesionó de la presidencia, sus ad\ l'T'QriOS llevaron la oposición hacia el ongen espurio de su cargo, pese a que sus Mmistros eran de primera clase y su labor muy correcta.

Don Juan de Diol Martfnez Mera.

En ese momento, un periodista del diario El Comercio, que l'scrihía con el seudónimo de Labriollc, apareció l' n el hOCll..Ontt:' polítiCO ecua­toriano como un cometa, interviniendo en elecciones legislativas y sa­liendo elegido diputado por Pichincha. Ese cometa, que ocuparla la historia del Ecuador de los siguientes 40 años, se llamaba José María Velasco Ibarra . Su fuerte personalidad mtuyó que estaba en presenda de un rival débil, que repn· .. cntaba al caduco partldu liberal y a la figura oligárquica de Arroyo del Río y pensó que era el momento de abrirse p8'iO en 13 política combatiendo a este débil opositor y, sobre tooo, convirt lénd03e en el campeón de la libertad electoral, aliándose con el Dr. TruJ llIo, enemigo polftü.:o dl' Arroyo, llue ocupaba la preSidencia de In Cámara del Senado y que tenía mucha expenencia política. Primero era necesario derrocar a Martrnez Mera , y luego, lon ese t ri1.mfo, pre­sentarse como candidato apoyado por el pueblo. Desde ese momento

ya se sentía predestinado a gobernar al Ecuador, pensaba que era un ser nacido para ser presidente del Ecuador. Era el primer candidato populista que conocería el país. Después, con ese ejemplo, vendrían algunos otros.

Como Velasco ocupó la presidencia de la Cámara de Diputados, diri­gió la oposición contra Martínez Mera, haciendo una verdadera obra de arte política, obteniendo un voto de desconfianza al gabinete de Martínez Mera, cosa permitida por la Constitución de ese entonces y, cuando e! Presidente presentaba un nuevo gabinete, igualmente, sin razón alguna, e! Congreso le daba un voto de censura, y así se dio el caso de que el voto de censura se lo pronunciaba antes de posesionarse e! gabinete.

No era Martínez Mera rival digno de! torbellino que 10 atropelló y, finalmente, e! presidente del Senado doctor, Trujillo pidió y obtuvo la declaratoria de vacancia de la presidencia. Como dos extraordinarios delanteros, el uno hizo el pase y el otro metió el gol.

Los que hemos estado cerca de Velasco Ibarra aprendimos que cuando algunos de sus colaboradores había caído en desgracia, él comenzaba por nombrarlo por su apellido materno. Así, por ejemplo, si hubie­ra querido separarme a mí de algún cargo, habría comenzado por lla­marme "señor Rodríguez". Eso disminuye a la persona y casi lo hace aparecer como un desconocido. Con esa fina maniobra psicológica de Velasco, al señor Martínez Mera lo llamaba "señor Mera", haciéndolo aparecer como que fuera un pobre diablo.

Arroyo se presentó de candidato, pero luego se excusó pensándose que estaba joven todavía y que más tarde habría crecido más y le sería más posible ganar la presidencia, además vio la posibilidad de perder las elecciones, se retiró de la campaña, poniendo, como siempre sabía hacer, a un suplente. Hizo que el partido liberal nominara como candi­dato a un hijo del general Eloy Alfaro, al Cap. Colón Eloy Alfaro, pen­sando que se impondría por la maquinaria electoral y con mayor razón por ser hijo del fundador del partido liberal, gloria nacional, pero que había vivido siempre en Panamá o en Washington como embajador del Ecuador, sin ningún contacto con nuestra realidad y 10 echó a la pales-

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tra electoral. Era como echar a un niño en la jaula de los leones. Colón Eloy cuando vino al Ecuador y se dio cuenta de 10 que iba a hacer, igualmente renunció a la candidatura y se regresó a EE.UU., quedan­do solo Velasco y los candidatos de izquierda Carlos Zambrano por el socialismo y Ricardo Paredes por el comunismo. El resultado electoral, que fue libre por falta de un candidato liberal, arrojó 50.000 votos para Velasco, 10.000 para Zambrano y 500 para Ricardo Paredes.

Velasco se posesionó de la Presidencia del Ecuador e11 de septiembre de 1934, en medio de gran pompa y protocolo. Carrera meteórica que les causó envidia o preocupación a los políticos como el Dr. Arroyo.

EL PRIMER VELASQUISMO

El gobierno de Velasco fue muy intenso. Recorría el país constru­yendo colegios, inaugurando carreteras, haciendo puentes. llegaba a la presidencia a las 8 de la mañana, pero a veces, antes de subir, se iba a otra oficina pública cualquiera, y cancelaba al empleado que no hubiera llegado ya.

Así transcurrió un año, y al instalarse el nuevo Congreso la oposición liderada por Arroyo del Río, quien selló las paces con su enemigo inveterado, José Vicente Trujillo, que a su vez había sido relegado por Velasco durante ese año, abrazándose públicamente, pasando Arroyo a ocupar la presidencia del Senado y, por consiguiente del Congre­so. Este famoso abrazo fue muy comentado por la prensa y por una caricatura que decía "Abracémonos Huaraca, que ambos somos Du­chicela".

Ante la fuerte oposición que desarrollaba Arroyo, la reacción de Ve­lasco fue enviar a las masas velasquistas para agredir físicamente a los legisladores, impidiéndoles sesionar. Así se agredió con piedras y palos a los diputados, habiendo alcanzado a huir el doctor Arroyo, no así el doctor Trujillo, quien salió muy mal herido, sellándose con esto el rompimiento entre los dos ex aliados. Ese rompimiento en­tre Velasco y Trujillo fue debido a un chisme que le llevó un íntimo amigo de Velasco, diciéndole que tanto Trujillo como el ministro de

Gobierno, Alberto Ordeñana, estaban conspirando contra él. Velasco siempre creía 10 que le decían sin reflexionar.

Ante los ataques de las masas velasquistas, el Congreso pidió al mi­nistro de Defensa, Crnel. Ricardo Astudillo, protección militar, ya que la policial era insuficiente para contener a los manifestantes.

El ministro de Defensa indicó que no podía acceder pues solo el pre­sidente tenía facultad para ordenar a las Fuerzas Armadas que actúen, manifestando que estaba enviando este pedido al Ejecutivo y, por tanto, negó esta protección.

El Senado, a pedido de su presidente Arroyo resolvió que no podían sesionar por falta de garantías y dejó de asistir al Congreso.

Velasco decidió entonces en vista de que el Senado dejaba de cum­plir con sus funciones al no sesionar, 10 cual significaba rompimiento de la Constitución, disolver el Congreso y convocar a una Asamblea Constituyente, publicando este decreto por bando. La propia banda militar que leía este decreto se negó a darle cumplimiento y Velasco fue detenido en un regimiento, y luego de intensas negociaciones pre­sentó su renuncia, que le fue aconsejada por el doctor Antonio Pons, Ministro de Gobierno, siendo desterrado a Colombia.

Los gritos de los policías que tenían su cuartel frente a mi casa vivan­do a la Constitución y rechazando la dictadura, fue el primer cono­cimiento que yo tuve de Velasco. Como yo estaba recién llegado de Europa, no tenía ni idea de quién era Velasco, y en ese momento la tuve.

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VELASCO CONTRA ARROYO

Se había entablado ¡ut.ha a muerte entre el Dr. José María Vdas('o Iha· rra y el Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río, presIdente del Congreso y líder de la oposici6n, a quien se le estaba arrebatando el protagonismo polItlco del país y qUlrn ambicionaba la presidencu)., habiendo estado acostumbrado a qUItar y poner a todos los antenores preSidentes .

En c~a lucha hahía dos personalidades diferentes. Y dos caracter~~ diferentes. Velaseo era implllsl\ O) Arroyo c.alculador. Velasco era aca­demlCo Ilustrado, orador fogoso e imprO\'isador, orador de bam(:ada. Arroyo también era académl<.:o, también era orador. pero de cátedra, de <:cnáculo. Ambos eran políticos brillantes. Velasco era fáCIl de un­presionar, con frecuencia pnrncl"O a<-luaoo y después ~nsaba Arroyo, desconfiado mamobrero y calcu lista. Velasco representJoo a las nuevas comentes políttcas (nut'\o!o (aul.-C!;. lomo el dedal que pugnaban por desterrar alas eXIstentes, ba~das en "canrudatos ofiCIales" (on de( oo·

nes amañadas que habían producido el dominio de un partido político tradicional, el partido liberal. Uno de los principales argumentos de Velasco era precisamente el sufragio libre.

Yo fui en la Universidad de Guayaquil alumno del doctor Arroyo del Río, y más tarde conocí muy de cerca al doctor Velasco Ibarra, siendo cercano colaborador de él. La impresión que me dejó la compara­ción entre ambas personalidades era de que estábamos en presencia del viejo estilo de hacer política, aferrándose a los sistema caducos, fraudulentos y maniobreros, frente a las nuevas corrientes, así fueren populistas, que significaban un cambio, una revolución en el Ecuador.

La primera impresión que tuve del Dr. Arroyo del Río como profesor de la cátedra de Derecho Civil de la Universidad de Guayaquil, era la de un personaje brillante, por su dominio de la materia que enseñaba. Para un alumno de primer año era impresionante tener de profesor a uno de los abogados más prominentes, Senador de la República y que se perfilaba como posible presidente del Senado y del Congreso. Grueso de contextura, con un andar ligeramente encorvado, era una figura imponente, pero no simpática. Traslucía un aire de superioridad poco agradable.

La primera impresión del doctor Velasco la tuve durante la campaña electoral de 1940. Un grupo de estudiantes resolvimos, casi como una "gauchada", ir a conocer al doctor Velasco en un hotel donde se aloja­ba. Nos encontramos con una figura desgarbada y flaca, que nos recibió desbordante de entusiasmo y simpatía. La simple conversación era lle­na de conceptos políticos y de ideas nuevas. Salimos seguros de haber conocido a un hombre que iba a hacer historia.

No se puede detener a la historia, dicen muchos escritores. Guardando las proporciones, así como las monarquías del derecho divino no pu­dieron detener a la revolución liberal, así tampoco esas ideas, que ya se habían anquilosado y envejecido, pudieron detener a lo que el doctor Velasco llamó "la voz de los pueblos". Arroyo estaba acostumbrado a manejar la política como conducía sus defensas judiciales, mediante maniobras y triquiñuelas, ordenando a jueces y funcionarios obedien­tes, ganando así los juicios, pero no era un estadista. Pensaba que la

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política era como el ejercicio de la profesión de abogado. Estas dos personalidades se iban a enfrentar como representantes cada una de una época.

El primer enfrentamiento fue durante la campaña que Velasco prota­gonizó contra el presidente Martínez Mera, quien era obra y hechura de Arroyo, a quien Velasco destruyó e hizo destituir sin que Arroyo y su grupo puedan impedirlo.

El segundo lo constituyó la candidatura del Dr. Velasco en el año 1933 a 1934, enfrentándose al candidato de Arroyo, que era el Cap. Colón Eloy Alfara hasta hacerlo desistir de su candidatura y ganando Velasco la Presidencia de la República tan anhelada por Arroyo.

El tercer episodio apareció con la oposición del Congreso dirigido por Arroyo que terminó, como ya vimos, con la caída del presidente Ve­lasco.

Según la Constitución de 1928, sucedía al presidente cuando este fal­taba, el ministro de Gobierno, que en este caso era el doctor Antonio Pons, médico guayaquileño que había sido rector del colegio Vicente Rocafuerte.

Pocos momentos antes de la decisión de Velasco de proclamarse dic­tador, el Dr. Pons había presentado su renuncia y ésta había sido acep­tada, pero cuando vio que el golpe de estado había fracasado, negoció con Velasco el retiro de dicha renuncia, y ayudando a redactar el texto de la renuncia de Velasco, quien la firmó y declaró que su último mi­nistro de Gobierno era el doctor Pons, entregándole, a disgusto, el poder. Además, la presidencia interina de Pons sólo duró algo más de un mes, por renuncia voluntaria, lo cual hace ver que no tenía ambición de poder, o que viéndose enfrentado a presiones de todos lados, muy poderosas, prefirió entregar ese mandato y retirarse a alguna embajada tranquila, como así fue la de Argentina.

La caída del presidente Velasco !barra ¿fue una hábil maniobra del Dr. Arroyo parecida a una cascarita de plátano en la que resbaló el Dr. Velasco? o ¿fue un error de cálculo del Dr. Velasco el lanzarse a una aventura dictatorial sin contar con el apoyo del Ejército?

El biógrafo de Velasco, Robert Morris ("El gran ausente"), trae la teo­ría de que el ministro de Guerra, Coronel Astudillo, también fue un aspirante a Fouché, informando falsamente a Velasco sobre la situa­ción y aconsejándole que dé el golpe dictatorial, que él contaba con el Ejército, y luego, informándole a Arroyo de lo que estaba pasando y del rechazo del Ejército contra la dictadura, y comenta que el doctor Manuel María Borrero (futuro presidente interino) cuenta que esa tar­de se encontró con el doctor Arroyo, quien le dijo riéndose: "Qué le parece doctor Borrero, mi plan resultó matemático".

Sin embargo, el doctor Velasco nunca sospechó de Astudillo, diciendo: "Yo creo en la lealtad y la honradez personal del señor Crnl. Astudi-110".

Después de algunos años me tocó estar muy cerea del Gral. Astudillo que ocupaba la Dirección General de Aduanas; yo era asesor jurídico y habiendo llegado a tener mucha amistad con él, le pedí su apoyo a la candidatura del Dr. Camilo Ponce Enríquez, me dijo: "Yo sólo tengo un amor en política, que es el Oro Velasco Ibarra". No creo que la afirma­ción de Morris, de que Astudillo, luego de intervenir en las decisiones del Gobierno informaba a Arroyo de 10 resuelto, sea cierta. No 10 creo capaz. Era el Gral. Astudillo hombre ilustrado, hombre decente, inca­paz de una felonía de esta clase.

El epílogo de este round consistió en que Pons convocó a elecciones presidenciales, habiéndose presentado tres candidatos: Arroyo del Río, José Vicente Trujillo, ambos liberales, pero de distinto grupo, y Ale­jandro Ponee Borja, distinguido conservador, diplomático, escritor y político.

Después de los años, los actores de esta tragicomedia contaron que Pons ofreció ayudar a los dos liberales. Pero la versión oficial fue que luego de un poco más de un mes de encargado del poder, Pons convo­có al Ejército y le hizo entrega del mando, diciendo que 10 hacía para evitar el inevitable triunfo de los conservadores, que estaban unidos, frente a los liberales divididos en dos candidaturas. Probablemente fue sincero, y ante la perspectiva de entregar el poder a un conservador, pudiendo darse un conflicto político de mayores proporciones, pues el

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país no estaba preparado para un gobi~rno d~ d~recha , como lo estu\o más tard~ con Camilo Ponce, no tuvo otra alternativa que entregarlo al Ejérato, que no qUIso asumir por uno de sus miembros In dictadura que acababa de r~chazarle a Velasco, y escogió entre los ministros de Pons al de Obras Públicas, un desconocido políticamente llamado Fe­derico Páez, el cual asumió todos los poderes.

lng. Federico Páez y Dr. Josi Vicente Trujillo.

Emilio Uzcátegul dic~ en sus memorias que ~I Dr. TruJl110, .1 llegar de una gira electoral por las provincias de la Costa, alegre y fervoro­so, infonnaba dd éXito que alcanzaba su candicL:atura, hasta que sus amigos, reunidos para reCIbirlo, le preguntaron de qué candidatura a presidencia hablaba, pu~sto que ese mismo día, por r~nuncia de Pons se había formado una nueva dicudun. La noticia le golpeó a TnlJillo como un rayo. Cayó sobre un sillón sosteniendo su cabeza en su') ma­nos y exclamó: "Este traidor de Pens me ha engañado y m~ ha hecho gastar un dineral".

En el mundo de ayer, los presldenl~ 00 tenían escrúpulo ~o decir que preferían entregar el poder 3 una dlct.dun militar antes qu~ pennitir el tnunro d~ los contrarios.

Así concluyó esa primera etapa de la lucha entre Arroyo y Velasco. Después vendría la madre de todas las batallas, la del 28 de Mayo, pero como la historia sigue su marcha por encima de los hombres, hoy, a quienes lean este libro, les parecerá que estamos hablando de historia antigua, ya que actualmente no existen ni los liberales ni los conservadores en el panorama político ecuatoriano. Ni existe Arroyo, ni Velasco, ni Trujillo, ni Pons. Todos ellos en su tiempo corrieron tras una ilusión y el esquivo poder se les escapaba de las manos. Se esforza­ron, se pelearon, ganaron y perdieron, y cuando el tiempo y la muerte los confundió a todos, se cumplieron las palabras del Eclesiastés: Todo es vanidad y correr tras el viento ...

Estos pensamientos me vinieron a la mente un día, después de muchos años, cuando concurrí a los funerales de una persona connotada de Guayaquil, con mucha asistencia, y de repente vi en un pequeño sofá al doctor Arroyo del Río y al doctor José Vicente Trujillo en amena conversación. Me quedé mirándolos y pensé: ¿y esto es lo que queda de tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas? Dos retirados que conversaban amigablemente después de que entre los dos se contaban algunos muertos y heridos que sirvieron como peones de ajedrez.

EL MUNDO DE AYER INTERNACIONAL

Paralelamente a este mundo nacional, en el terreno internacional tam­bién estaban ocurriendo cosas que hoy son increíbles. En Europa había surgido una potencia fascista que era Alemania. Hitler llegó al poder basando su campaña en contra del Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, y pidiendo que se devuelvan a Alema­nia los territorios que cedió en ese Tratado. Además, Alemania había caído en una inflación que redujo el marco a cerca de un trillón de veces menor que su valor originaL Con técnicas de violencia y terror se impuso a enemigos débiles, e incluso con el partido comunista alemán tuvieron enfrentamientos a diario. Finalmente, pasó a ser el segundo partido de Alemania, hasta que los barones de la industria y los mili­tares indujeron al presidente Hindemburg para que nombre a Hitler canciller de Alemania (primer ministro), pensando que podían hacer

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de él un instrumento que terminaría por destruirse por sí solo. Hitler se convirtió en el aprendiz de brujo de la obra de Paul Dukas, que se basaba en un pequeño sirviente del brujo que cuando su amo se fue a dormir quiso imitarlo, y tomando su gorro y su capa, llamó a las fuerzas de la naturaleza, las cuales vinieron, desatando tremendas tormentas, y cuando quiso el aprendiz calmarlas ya no pudo hacerlo, y hubiera pro­ducido una hecatombe, si no hubiera aparecido el brujo para apaciguar a las fuerzas desatadas. Así mismo, los barones políticos y los militares alemanes convirtieron a Hitler en el aprendiz de brujo que desató la hecatombe mayor de la historia sin poder detenerlo hasta la completa ruina de Alemania y de medio mundo.

El presidente de Alemania, el anciano mariscal Paul van Hindemburg, cuyas facultades físicas estaban terminándose, 10 nombró y Hitler ofre­ció a todos, pactando con otros partidos, y una vez nombrado Canciller de Alemania, los Nazis, desde ese momento desataron el terror sobre sus enemigos. No tuvieron escrúpulos en incendiar el Reichstag o Par­lamento de Alemania, y le echaron la culpa a los comunistas de querer desatar el terror en Alemania obteniendo que Hindemburg, con gritos y engaños, dicte un decreto que le confería a Hitler plenos y absolutos poderes. Tan pronto se firmó ese decreto ya tenían elaboradas las listas de todos sus enemigos, los cuales fueron simple y sencillamente ase­sinados en esa misma noche. Desde allí, la colección de crímenes fue interminable, creándose una policía especial para llevarlos a cabo, la Gestapo, campos de concentración para alojar a los millones de dete­nidos, cámaras de gases asfixiantes para eliminarlos mas rápidamente, leyes impuestas por Alemania para exterminar a los judíos, en las cua­les se consideraba que éstos no eran seres humanos. En fin, si quisiéra­mos enumerar la serie de crímenes denominados genocidio, este libro tendría varios tomos.

¿Cómo pudo darse eso en el mundo civilizado?

El primer paso de Hitler fue pedir que el ejército prestara juramento de fidelidad a su persona, cosa que reunidos en formación todos hi­cieron. Como los alemanes llevan la disciplina y la obediencia hasta el extremo, en adelante nadie pudo alzarse en armas "porque habían prestado juramento al Führer, y nadie se atrevía a desobedecer su jura-

mento", y por eso murieron millones de soldados. El caso es que hoy, cuando se habla de eso, las nuevas generaciones no toman en serio y piensan que se trata de una exageración, y hasta hablan de revivir este infierno. Sólo citemos dos casos increíbles de estos enormes crímenes del mundo de ayer que trae William L. Shirer en su extraordinaria obra ''Auge y caída del Tercer Reich" .

1) Los nazis resolvieron eliminar a todos los judíos y a otros pueblos también, como los rusos, los polacos, los gitanos, los prisioneros de guerra etc., a fin de que quede solamente la raza superior, los alemanes, y como son un pueblo muy ordenado, organizaron unos campos de concentración en los que alojaron a millones de sus víctimas. El proble­ma era ¿cómo hacer desaparecer los miles de cadáveres?

Entonces resolvieron cremarlos y, como si se tratara de una industria cualquiera pidieron cotizaciones a los grandes emporios industriales alemanes como la 1. G. Farben o la Bayer, en estos términos:

Oficina Central de Construcciones S.S. de la Policía. Auschwitz Objeto: Crematorios 2 y 3 para el campo

Acusamos recibo de su orden concerniente a cinco hornos triples con dos as­censores eléctricos para el transporte de los cuerpos y un ascensor de reserva. Así mismo, nos encargan un aparato que sirva para alimentar los hornos de carbón y otro para realizar el transporte de cenizas.

].A. Topf e hijo.

La firma Didier de Berlín se declaró en condiciones de proporcionar una ins­talación de calidad superior.

Para poner los cuerpos en el fuego nosotros sugerimos sencillamente el empleo de un peine metálico que se desplace sobre dos cilindros. Cada aparato ten­drá un horno que medirá tan sólo 60 x 45 centímetros, dimensiones suficien­tes, ya que no se utilizarán ataúdes.

Según los testimonios recogidos en el proceso de Nuremberg,las cenizas fueron a veces vendidas como abono. Y según un documento presentado

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por la acusación rusa en el proceso, una firma de Danzig construyó un recipiente calentado eléctricamente para transformar en jabón la grasa humana. La "receta" que iba adjunta a él es la siguiente: "12 libras de grasa humana, 10 litros de agua y de 8 onzas a una libra de soda cáustica. Ha­cer hervir el conjunto durante dos o tres horas y luego dejar enfriar".

2) Cuando visité el Museo del Holocausto en Jerusalén, entre la enor­me cantidad de documentos y fotografías, me impresionó la de un largo tren, con las puertas abiertas, del que por una rampa bajaban co­lumnas de niños, no mayores de 6 años, los cuales con toda inocencia se dirigían a las cámaras de gas en los campos de exterminio.

Esos hechos espantosos e increíbles también se dieron en el mundo de ayer, a pesar de que no se habían dado en la historia de la humanidad, ni con Gengis Kahn, ni con Atila, y se publicaron en los periódicos y aparecieron después de la guerra en documentos fotográficos.

Se ha tratado de dar una explicación al hecho de que estas cosas suce­dían en un pueblo que había dado a la humanidad glorias en el arte, en la ciencia, en la tecnología, y en todos los campos de la cultura, pero ninguna de las explicaciones puede ser aceptada, porque los horrores desatados por los nazis fueron respaldados hasta el ultimo día por todo el pueblo alemán. La única es la que ha dado el Dr. Adenauer, canciller de la Alemania de postguerra: "Alemania llevará por siglos una vergüenza que nadie se la podrá quitar".

EL COLEGIO VICENTE ROCAFUERTE

Entre mis compañeros del Vicente Rocafuerte estaba J osé María Roura, hijo del famoso pintor español Roura Oxandaberro. Él era uno de los más allegados conmigo y, a pesar de que éramos de la misma edad, te­nía un conocimiento precoz sobre literatura, política, análisis y, sobre todo, una sólida ideología comunista. Y no era que haya sido influido por su padre, que no era comunista, José María no necesitaba criterios de nadie, sino que más bien ejercía influencia en otras personas, entre

las cuales, en la clase, estábamos Armando Cruz y yo. Con José María aprendimos sobre literatura más de lo que nos enseñaba el profesor. Tenía un dominio de la lectura que se terminaba un libro en dos días. Él nos enseñó a discernir entre los autores, él nos explicó lo que era el marxismo y nos llevó a formar parte de los muchachos que rodeá­bamos a los artistas y escritores nacionales. Con él frecuentábamos, casi a diario, a Joaquín Gallegos Lara, aquel brillante precursor de la moderna literatura ecuatoriana, quien junto con Enrique Gil Gilbert y Demetrio Aguilera Malta escribieron lILas que se van", y autor tam­bién de "Las cruces sobre el agua", la novela que describió la tragedia del 15 de noviembre de 1922, en la que murieron miles de personas del pueblo a manos de la represión del Gobierno de Tamayo e iniciaron lo que se llamó en la literatura el "Grupo de Guayaquil". Con Joaco, como se le llamaba, teníamos, a pesar de ser mucho menores que él, una gran confianza. Él era discapacitado y tenía un muchacho que lo cargaba por no poder usar sus piernas y a pesar de eso tenía una risa franca y alegre, un gran optimismo y un profundo deseo de vivir, y su deficiencia física no le restó nada de su extraordinario valor literario.

Visitábamos a diario la casa de Enrique Gil Gilbert, autor de "Nues­tro pan", novela premiada en los Estados Unidos, y su estimadísima esposa Alba Calderón de Gil, artista plástica; para ellos guardo mu­cho cariño por habernos acogido a diario en su casa, así como por su hermano Antonio Gil Gilbert, quien más tarde se graduó de médico y cuyo nombre lleva una prestigiosa clínica de maternidad. También conod a José de la Cuadra, escritor de varias obras, algunas de las cuales se han llevado a la televisión, como liLas Sangurimas". Él era Juez Penal cuando yo trabajaba en la Corte Superior como amanuen­se. Lo recuerdo muy bien, siempre vestido de dril blanco y con el pelo muy peinado y oliendo a un perfume que se usaba antes llamado Bay Ruhm. La casa de Enrique Gil era como esos clubes antiguos donde se reunían escritores y artistas y discutían sobre temas literarios. Allí asistía el pintor y caricaturista Galo Galecio, Pedro Jorge Vera, autor de muchos libros, entre los cuales "Los animales puros" y upar el oro baila el perro", pero sobre todo, eximio poeta. A veces asistía Deme­trio Aguilera Malta, el relatista del cholo de la Costa y autor de UDon

Gayo"; y el Dr. Ángel Felidsimo Rojas, lojano, autor de uBanca", y a veces algún escritor de la Sierra de paso por Guayaquil, también Pedro

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Saad, el dirigente del partido comunista del Ecuador. Entre los fre­cuentes visitantes estaba el escultor Alfredo Palacio, que había ganado el concurso para la erección del monumento al bombero, padre del Dr. Alfredo Palacio, que luego llegara a presidente de la República. Todos o casi todos ellos eran miembros de una sociedad artística llamada "Alere Flamman" y luego de que un grupo se separó por divergencia de opiniones políticas, los más amigos nuestros fundaron otra llamada "Sociedad de Escritores y Artistas".

Todos ellos pensaban que el arte, la literatura, la pintura, yen general la cultura, debía de estar al servicio del pueblo y, por tanto, no se con­cebía un arte que no sea de izquierda o de extrema izquierda. Para ellos ser intelectual equivalía a ser izquierdista. Pensaban que el arte debía llevar siempre un mensaje a favor de las clases populares y contra la oligarquía. Dentro ese esquema, uno de nuestros compañeros, cuyo nombre ya se me escapa, en un concurso estudiantil de poesía escribió un poema cuya primera estrofa aún la recuerdo.

Decía:

Viniste al mundo con tus ojos y tus mejillas del color de los amaneceres en invierno. Pálido, tirado en el suelo, la primera palabra que tus labios pronunciaron, fue: Pan ...

Nosotros, por ser más jóvenes, ayudábamos a las labores de la so­ciedad sin que ninguno haya sido ni escritor ni artista, pero éramos considerados como parte de ese grupo, no solamente en el aspecto literario, sino político también. Como por esa época se vivía bajo los gobiernos dictatoriales de Páez primero, y luego de Enríquez, algunas veces íbamos a pegar propaganda política contra ellos en altas horas de la noche, arriesgando ser apresados por la policía.

Al graduarnos de bachilleres y entrar a la universidad nuestro pequeño grupo se disgregó, ya que algunos escogieron estudios de Derecho y otros distintas disciplinas.

Por esa época se produjo el levantamiento militar en España. Como el gobierno español era producto de una alianza de partidos de iz­quierda y de centro izquierda, nuestros amigos todos eran partidarios del gobierno republicano, y todos los que no estuviesen de acuerdo eran rebeldes o nacionalistas. Entre la colonia española de Guayaquil la inmensa mayoría eran partidarios del nacionalismo de Franco, con excepción de unos poquísimos, entre los cuales el padre de mi amigo, el maestro Roura Oxandaberro. Él era una figura imponente, con un escaso pelo ensortijado que rodeaba su cabeza calva. Era grande, con un lazo por corbata y con esa mirada perdida que tienen los artistas. Como era divorciado, había quedado a cargo de todos sus hijos, entre los cuales estaban José María, que era el mayor, y J udith, la única mujer y que no se separaba de su padre, ya que también era pintora. Prácticamente compartíamos la vida con la familia Roura, y conocí al maestro dentro de su hogar respetabilísimo.

Con José María compartimos muchos años, y durante la guerra civil española seguimos paso a paso los avatares de esa extraña guerra entre hermanos que dividió a España en dos grupos de enemigos mortales por décadas y durante la cual ambos bandos cometieron excesos. Los fusilamientos por razones religiosas o políticas eran cosas de todos los días. Por eso, Federico Garda Larca, el poeta gloria de España, fue arrestado un día cualquiera por los rebeldes nacionalistas y fusilado sin fórmula de juicio y casi sin acusación. Un piquete de soldados lo arrestó. Rápidamente lo pusieron contra un paredón y ese mismo pi­quete lo fusiló. En el otro bando, el fundador y dirigente de la Falange Española, partido de extrema derecha y principal sostenedor de Fran­co, José Antonio Primo de Rivera, tuvo la desgracia, cuando se produjo el alzamiento militar, de quedar en la zona gobiernista, y luego de uno o dos años de prisión fue igualmente fusilado.

Cuando esa guerra absurda terminó, se desató una persecución sin cuartel ni perdón contra los vencidos. Muchos lograron refugiarse en Francia, donde incluso empezó a funcionar un Gobierno en exilio que pronto se trasladó a México, país que siguió reconociendo al gobierno depuesto, hasta que después de muchos años se reconoció al gobier­no español a través de la monarquía, que si bien era originada por Franco, el rey y su primer ministro, Adolfo Suárez, elaboraron una

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ConstitUCIÓn que fue aprobada por un referéndum, adquiriendo asr legitimidad.

José Maria SigUIÓ sus actividades políticas dentro del partido comUnIS­t.a y llegó a ser considerado uno de los líderes en el país y en el extenQl'. Conservamos una gran amistad, y la últuna vez. que lo vi fue cuando me fue a VIsitar a la presidencia de la Corte. Poco tiempo después me enteré de su fallecimiento, hecho que lamenté muchíSimo.

Joaquín Gallegos Lara.

José Maria Roura.

LAS ELECCIONES DE 1940

Entregado el poder al Ejército por parte del doctor Antonio Pons, las Fuerzas Armadas resolvieron, a su vez, en~árselo a uno de los ministros cesantes, habtenclo escogKIo a una figura desconoci<b, Ulg""'ero ti,il de profesión, Fedenco Páe'4 ministro de Obras Púbhcas, en calidad de jefe su~mo del Ecuador.

EJ Ing. P~ tuvo un desempeño sm pel\3 ro gloria, y • mitad de su eJercido g¡r6 hacia la derecha, habiendo apresado , 1, mayoóa de 106 duigont<s de ;z-

quierda y desterrándolos a Galápagos. Finalmente, su ministro de Defensa, Gral. Alberto Enríquez Gallo, tomó el poder.

El general Enríquez produjo un cambio en el país. Con mucha personalidad se impuso a las compañías extranjeras concesionarias de minas, de oro, de petróleo, de comunicaciones, exigiéndoles reformar sus contratos con el Es­tado celebrados en gobiernos anteriores en condiciones perjudiciales para el país. Desde luego, al hacerlo chocó con el abogado de todas esas empresas, que no era otro que el Dr. Arroyo del Río, habiendo llegado a desterrarlo al Perú. Enríquez levantó mucho entusiasmo popular y finalmente fue obligado por las fuerzas políticas a convocar una Asamblea Nacional Constituyente.

Dictó una ley electoral muy especial. Cada provincia elegiría tres diputados, uno por los conservadores, uno por los liberales y uno por los socialistas, de tal manera que la Asamblea tendría tres bloques políticos, conservadores, liberales y socialistas, en igual número.

Los liberales, siempre liderados por Arroyo, pensaron enviar a un hombre de ese grupo, y escogieron al doctor Francisco Arízaga Luque, ex miembro de la Junta de Gobierno de 1925.

En efecto, como las elecciones fueron libres salió electo y al constituirse la Asamblea lo eligieron presidente. Como la Asamblea tenía que escoger un presidente provisional de la República, fue elegido el diputado liberal doctor Manuel María Borrero. Mientras se dictaba la Constitución, los intereses políticos se desataban. Se trataba de elegir presidente constitucional al final de la Asamblea por el periodo que la Constitución determine.

Un grupo de liberales candidatizó al Dr. Arízaga y otro al Dr. Borrero, quien estaba de presidente provisional. La pugna era fuerte y para ga­nar adeptos el doctor Arízaga, viendo que le iba a ser imposible al Dr. Arroyo obtener los votos necesarios para imponerse, y que a él sí le sería posible optó por candidatizarse él, causando como consecuencia un rompimiento entre Arroyo y Arízaga. Arroyo no permitiría que esta nueva oportunidad se le escapara, ni tampoco que nadie, dentro del partido le hiciera sombra. Maniobró hábilmente y un buen día el presi­dente provisional, doctor Borrero, y candidato él también, presentó su renuncia, tratando con eso de precipitar las cosas.

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Fue una noche larga llena de maniobras. Los votos pasaron de un can­didato a otro. Se pasó una resolución de que no fueran elegidos ni Arí­zaga ni Barrero ni Arroyo. Hasta que un iluminado del grupo socialista propuso que liberales y socialistas votaran por el director supremo del partido liberal. Muchos no sabían quién era y al votar salió elegido. Era el Dr. Aurelio Mosquera Narváez, médico, a quien hubo que ir a buscar a su casa, tocar la puerta diciéndole que venga a posesionarse porque había sido elegido presidente constitucional de la República.

El doctor Mosquera Narváez era devoto del Dr. Arroyo, de tal manera que esa elección fue un triunfo para este último. Poquísimos días más y Mosquera declaró terminada la Asamblea, detuvo 'a los asambleístas que se oponían llevándolos en un camión abierto al Panóptico, entre los cuales encabezaba el Dr. Arízaga Luque, convocó a un Congreso extraordinario elegido con las maniobras conocidas por los liberales y en el cual se eligió al Dr. Carlos A. Arroyo del Río, presidente del Congreso, poniendo en vigencia la Constitución de 1906.

Varias reflexiones caben aquí. ¿Fue espontánea la propuesta del diputado socialista de designar Pre­sidente al Dr. Mosquera Narváez?, o fue una habilisima maniobra de Arroyo?

Era evidente el desquite que cobró Arroyo contra Arízaga. Claro que más tarde veremos que Arízaga, a su vez, le hizo pagar a Arroyo en el 28 de mayo.

El siguiente año fallecía el Dr. Mosquera y le tocaba encargarse del Poder al Presidente del último Congreso, que era Arroyo del Río. Arro­yo convocó a nuevas elecciones presidenciales, pero como la asamblea liberal 10 candidatizó para presidente, se excusó de seguir en el cargo, encargándole el poder al presidente de la Cámara de Diputados, doc­tor Andrés F. Córdova, de quien trataremos más adelante.

Velasco Ibarra también se presentó como candidato. La campaña fue llevada principalmente por este último, usando un balcón en cada pue­blo, como él mismo decía, y recogiendo enorme respuesta. La campaña de Arroyo fue de cenáculo, entre sus partidarios y sus contactos, pero

se planteó el problema de las inscripciones en los registros electorales que eran poquísimas, y los presidentes de las mesas electorales estaban ya designados en las elecciones anteriores. El presidente Córdova pidió a los organismos correspondientes que inscriban a todo el que quisiera, pero como eran pocos días para ello no alcanzaron a inscribirse mu­chos.

Los días de elecciones eran dos largas colas de votantes, y cuando el Dr. Velasco se acercaba a una de ellas era virtualmente ovacionado. Sin embargo, el resultado le fue adverso.

Arroyo Velasco Jijón y Caamaño

40.834 votos 19.829 votos 15.160 votos

Fue talla sorpresa de Velasco que, aconsejado por Guevara, trató de tomarse la base aérea de Guayaquil, en donde algunos pilotos 10 apo­yaron, pero el resto de las Fuerzas Armadas se opusieron. Velasco y Guevara fueron detenidos en la base y embarcados en un avión, fueron enviados a Cali y después viajaron a Chile.

En esas circunstancias, Arroyo fue proclamado presidente constitucio­nal de la República y tomó posesión de su cargo. Había culminado el sueño de toda su vida.

Por otro capítulo de este libro tratamos el tema de la invasión peruana al Ecuador y la firma del Tratado de Río de Janeiro, hecho éste que caracteriza al gobierno del doctor Arroyo. Podrían escribirse muchos libros sobre este tema, sobre su culpabilidad o inocencia, sobre las cir­cunstancias y condiciones del mundo en guerra, y nunca nos pondre­mos de acuerdo. Ya he dicho que después del tiempo pasado, de la reflexión que traen los años y de los argumentos que aporta la obra de Arroyo "Por la pendiente del sacrificio", se puede concluir que la culpa del derrumbe del Ecuador debe achacársela a varias circunstancias y a varios mandatarios. Será mejor que, así como está sucediendo, las nue­vas generaciones de ecuatorianos y peruanos enterremos para siempre ese problema.

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Dr. Carlos Alberto Arroyo del Rio.

EL FATÍDICO AÑo 1941

En el fatídico año de ) 941 se presentó el conflicto fronterizo con el Perú. Pensamos que se trataba de una simple escaramuza de fronteras de las que slempre se prcsentnban en el pasado, pero pronto nos dimos cuenta de que esto era diferente. Nos encontrábamos en la Segunda Guerra Mundial y había una quiebra de los principios morales del de­recho internacional. Unos países grandes, sin mayores razones valede­ras, atacaban e invadítln a otcos más pequeños, con totol desprecio de la opinión del mundo entero. Alemania invadi6 '1 anexÓ o Austria, luego invadió y anexó 3 Checoslovaquia, luego invadió Polonia, desatando la más grand(' y cruel guerra en todo el mundo, invadiendo a Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélglca, Francia, Yugoslavia, Grecia, y finalmente 3

la Unión Soviética. Italia invadió a Etiopía y la anexó, luego hizo lo mis­mo con Albania. lapón invadió a China, y finalmente desató la guerra en el Pacífico contra EE.UU., Inglaterra y HohlOda . A nadie le llama­ría la atención que Perú Invadiera al Ecuador. Después hemos sabido que los servicios d~ intehg~ncia de otros p:¡íses ya le habían avisado al Ecuador que eso iba a suceder, pero nadie se ocupaba del Ecuador, y nosotros tampoco podí:lmos hacer mucho con un ejército de 1.500 hombres frente a los 20.000 que había movilizado el Perú.

El Perú tenía pendiente con el Ecuador un problema de límItes que ya llevaba más de cien años, y el militarismo JX"ruano pensó que era

el momento para invadir al Ecuador, ocupar algunas provincias, si era posible, tomarse Guayaquil, y entonces dictar la paz que le conviniera, seguros de que el Ecuador estaría obligado a aceptarla para liberar las provincias invadidas.

Sin escrúpulos atacó a nuestras pequeñas Fuerzas Armadas, y las de­rrotó, ocupando Machala, Santa Rosa, Puerto Bolívar, Arenillas. Una ominosa tarde que íbamos a entrar a clase, oímos el siniestro ruido de aviones sobrevolando Guayaquil, como sabíamos que el Ecuador no tenía aviones de combate, concluimos que eran aviones peruanos.

Los jóvenes nos sentimos tan impresionados que al siguiente día nos presentamos Carlos Julio Arosemena, Alejandro Aguilar y yo al cuartel del Batallón Villamil a ofrecemos como voluntarios para ir a la fronte­ra. El oficial que nos recibió nos manifestó que no podía por no tener dónde alojamos, ni armas qué proporcionamos, ni rancho para noso­tros. Nos agradeció y nos despidió.

Existía una organización llamada "Guardia Nacional" formada por vo­luntarios que recibían instrucción militar rudimentaria los días domin­gos. Muchas personas asistían a esas prácticas. Cuando estalló el con­flicto algunas fueron reclutadas y enviadas a la frontera, entre ellas un joven estudiante del Vicente Rocafuerte David Ledesma, el cual, lleno de valentía y de entusiasmo, marchó a la frontera y fue gravemente herido, falleciendo poco tiempo después en Talara. Había obtenido el grado de teniente de la reserva, cosa que nos impresionó mucho, pues si bien no era compañero de clase, 10 veíamos todo el tiempo en el colegio. Como el país no tenía la menor experiencia bélica, el pequeño cañonero Calderón, que sólo tenía dos cañoncitos, uno en proa y otro en popa, viajaba a la Provincia de El Oro formando una especie de convoyen miniatura, protegiendo a unos tres motoveleros cargados de soldados a Puerto Bolívar. Debo decir que el Ecuador de ese entonces estaba en un estado tan poco desarrollado, que para ir de Guayaquil a la Provincia de El Oro no existía otro medio de transporte que por agua, demorando unas seis horas, según la marea. Parecía que El Oro fuera otro país. En el momento del embarque, un locutor de radio in­formaba sobre los valientes jóvenes que en este momento se embarcan a defender los sagrados derechos del Ecuador y, por supuesto, esta

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locución pública fue escuchada en el Perú, enviando a un destructor, el "Almirante Villar" a interceptar este convoy lleno de valientes jóvenes, sorprendiéndoles en el canal de Jambelí, donde se trabó un combate en el cual el cañonero Calderón no fue impactado de ningún disparo, y en cambio el Villar sí recibió algunos impactos debiendo retirarse del lugar, salvándose los motoveleros de ser hundidos.

Sobre los detalles de todo este proceso y de la consecuente firma del Tratado de Río de Janeiro, recomiendo la dolorosa lectura de un libro escrito por el canciller ecuatoriano que suscribió ese tratado, doctor Julio Tobar Donoso, llamado "La invasión peruana y el Protocolo de Río", así como otro, escrito por el ex canciller ecuatoriano y buen ami­go mío, Rafael Arízaga Vega, "Memoria histórica", que nos cuenta como el Canciller del Brasil, Oswaldo Aranha en la Conferencia de Río, le contó a Tobar Donoso que el canciller colombiano, doctor Julio César Turbay, le había pedido a Aranha y al secretario de Estado de EE.UU., Sumner Welles que mejor era dividir al Ecuador entre el Perú y Co­lombia, y si esto no se dio, fue por la oposición de Brasil y EE.UU.

Así estaba el Ecuador, derrotado, humillado, vejado y con peligro de desaparecer. Entre todos los ecuatorianos existía un sentimiento de frustración. Era lógico que todos culparan a quien conducía al Ecuador en el conflicto, o sea, al presidente Arroyo del Río del desastre mili­tar.

Después de muchos años, cuando las cosas han pasado y se han cono­cido hechos que entonces ignorábamos, se dio a publicidad un libro póstumo del Dr. Arroyo, "En la pendiente del sacrificio", cuya lectura también recomiendo, y que demuestra que el doctor Arroyo, en esta fase final del conflicto, fue más víctima que culpable. Los verdaderos culpables eran los gobiernos de algunos años anteriores que no supie­ron presentar al pueblo del Ecuador la verdadera realidad de un Perú cuatro veces más grande que el Ecuador, con mayor poder militar y económico frente a un Ecuador pobre y pequeño, aferrado a sus de­rechos basados en cédulas y tratados que ni siquiera los tenía en su poder, y haber tratado de llevar el problema al terreno militar, cosa absurda. Para ello se debió decir al Ecuador la verdad y no engañarlo con argumentos seudo jurídicos. Nunca se dijo que el Ecuador jamás

había tenido presencia en el Amazonas, sino que mintieron haciendo aparecer una ilusoria línea fronteriza del Marañón, de donde aparece que el tratado de Río al momento de firmarse cercenaba la mitad del país, la que nunca poseímos. Sobre esa suposición se levantó una mon­taña. El Tratado de Río de Janeiro, que puso fin al conflicto, cercenaba al país la mitad de "su territorio".

Desgraciadamente, la culpa, que nunca está totalmente de un solo lado, sino más cerca del uno o más lejos del otro, generalmente se le atribuye a la parte perdedora. La verdad se la conoce cuando el problema ya ha pasado. No quiero con esto decir que el gobierno de Arroyo no tuvo culpa de nada, pero no fue el único culpable. Fueron los gobiernos an­teriores, siempre respaldados por el partido liberal radical de Arroyo, que plantearon malla solución de este problema que no era militar, ya que si así hubiera sido, la perderíamos siempre, como la perdimos. La solución debió haber sido fruto de una negociación a muy alto nivel, luego de exponer la verdad histórica. El Ecuador trató de solucionar así el problema recurriendo a un arbitraje del rey de España, y cuando el Consejo de Estado de ese país había elaborado un informe reservado para el rey, el Ecuador tuvo conocimiento del mismo, y como en ese informe se nos concedía solo la mitad de la margen norte del Amazo­nas, o sea, hasta la desembocadura del río Pastaza, se hizo público en el Ecuador, produciendo la excusa del rey y el fin del arbitraje. Desde luego, esa línea limítrofe era mucho más favorable de lo que fue el Tratado de Río de Janeiro. Tal vez esa fue la última oportunidad del Ecuador de haber llegado a una solución equitativa y honorable de su problema. La falta de madurez del país nos hizo desperdiciarla.

Esa actitud del Ecuador, propia de un pueblo sin conciencia de 10 que significaba la seriedad internacional de un tratado de arbitraje, se pa­rece a la de un niño sin madurez. Existe una versión, que debe ser una leyenda, de que un diplomático ecuatoriano, de apellido Ponce, se escondió debajo de la mesa de sesiones del Consejo de estado Español y escuchó cuál iba a ser el laudo arbitral, poniendo luego el grito en el cielo y causando con ello la excusa del rey y árbitro, y enorme perjuicio a su patria.

Cuando el canciller ecuatoriano que suscribió el Tratado de Río de Ja­neiro se despidió del canciller del Brasil, Oswaldo Aranha, éste, luego

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de frases de consuelo, le dijo algo muy doloroso, pero muy verdade­ro: "Regrese usted a su patria y háganse país ... " ¿Nos habremos hecho País?

"LA GLORIOSA"

Una noche que me había acostado temprano por haber trasnochado la noche anterior, mi hermano Enrique, que por esos días estaba viviendo con nosotros, me despertó para decirme: "Levántate, que ha estallado una revolución". En efecto, se oían disparos por todas partes. Yo pensé que se trataba de cohetes por alguna procesión, pero nos asomamos y vimos grupos de gente civil armada de fusiles que disparaban a una casa que quedaba a dos cuadras de la que ocupábamos y donde fun­cionaba la oficina de Investigaciones a cargo de un siniestro personaje inquisidor llamado Modesto Carbo Paredes. Toda la noche vimos pasar grupos armados y oímos disparos. Apenas amaneció nos fuimos con mi hermano a ver qué pasaba y llegamos hasta el Cuartel de Carabineros que era la policía militar del gobierno de Arroyo y que le era leal, en las calles Chimborazo y Cuenca, donde luego se erigió la Comisión de Transito. Ya cerca de dos cuadras a la redonda no dejaban acercar los soldados que disparaban por todos lados.

Finalmente, a eso de las siete de la mañana, el Cuartel de Carabine­ros se rindió y al acercarnos nosotros detrás de los conscriptos vimos numerosos muertos tendidos en la calle. En la esquina diagonal al cuar­tel había un moreno carabinero agonizante, con parte de su intestino afuera. Estaba lívido y pedía que no lo mataran. La psicosis política era

. tan grande que no solamente nadie le prestaba ninguna ayuda, sino que algunos pateaban en el suelo a este infeliz. Se extendía el odio hasta esta pobre víctima, que seguramente no sabía por qué ni por quién lo mataban.

Avanzamos hasta la entrada del cuartel, sin darnos cuenta del peli­gro que estábamos pasando, ya que los civiles armados y los soldados disparaban de todas partes, viendo francotiradores parapetados en los techos de algunas casas. El estado de confusión era tremendo y mi

temeraria curiosidad me hizo subir al cuartel. Vi en el descanso de la escalera al cadáver del comandante del Cuartel, Ludgardo Proaño, muerto con un balazo en la cabeza, y a la gente eufórica pasar alIado de él sin siquiera mirarlo.

Había estallado la revolución del 28 de Mayo de 1944, "La Gloriosa".

Esta, al igual que la deIS de junio de 1895 y a la del 9 de julio de 1925, trajo un cambio profundo en el país. Con ella se iba a cambiar al país en muchos aspectos, unos positivos y otros negativos. Se iba a instaurar el sufragio libre. Se derrumbaba la trinca liberal de Arroyo con todas sus secuelas dictatoriales, pero todavía no sabíamos que, se iniciaba el populismo en el Ecuador con muchas trincas. Se iba a cambiarla for­ma de hacer política e iba a intervenir el pueblo en las decisiones. Los partidos políticos, que eran un membrete perteneciente a una trinca, iban a desaparecer.

Esta revolución reorganizó la República, estableció nuevos sistemas, mejoró la educación en unos aspectos y la empeoró en otros. La re­volución fue el producto de un conjunto de casi todos los partidos políticos, menos el Liberal Radical al que pertenecía Arroyo, llamado ADE (Alianza Democrática Ecuatoriana), y tan pronto estalló, el buró de ADE de Quito, presidido por Julio Teodoro Salem, lo primero que hizo fue llamar al Dr. Velasco Ibarra que estaba en Colombia y entre­garle el poder absoluto, sorprendiendo así al buró de ADE Guayaquil, que deseaba plantear las tesis políticas de los varios grupos y controlar a Velasco. Con la entrega del poder directamente a Velasco, este pasó a ser dictador con el beneplácito de todo el pueblo y luego convocó a una Asamblea Constituyente para agosto de ese mismo año.

Entre los numerosos tentáculos que tenía el gobierno arroyista estaba la administración de justicia, incluyendo las Comisarías de Policía que eran jueces de instrucción en materia penal y que se habían caracteri­zado por ser obedientes al Gobierno, abusivos y corrompidos.

El Gobierno de Velasco eligió estudiantes de Derecho de años supe­riores y entre los escogidos estuve yo, junto con otros compañeros. Yo

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me sentí un monarca. Tenía poderes muy grandes. PocHa mandar preso a cua lquiera por cuarenta y ocho horas, podía InIciar Juido penal a personas de toda condición, tenía entrada libre a todo espectáculo, no pagaba transporte

Estudiantes de Derecho de años superiorr!s y entre los escogidos es­tuve yo, junto con otros compañeros. En la foto adjunta constamos en un homenaje ofrecido al Cap. Crsar Montúfar, intendente general de Polida y uno de los gestores del 28 de Mayo.

De pie: Dr. CaStrO Manzo. mkhco Forense; Juan J. Calderón, pagador de la Polida; José Salazar Barragán, COlIllsanO segundo, hoy presidente del Banco Bolivariano, ex mlIl15tro de Econonúa, ex superintendente de Bancos; J~ Ordeñana Trujillo, hoy abogado bancario; Dr Durand Nicola, médiCO foren­se; César Blum Martinez, coausano primero y por muchos años funCiona­rio JudICial, hoy fallecido; Tehno Torres Crespo, comlsano tercero, luego por muchos a"os notano Público; Manuel Rodríguez Mor.a.les. ex subsecretano de Economía y funclonano por muchos años de vanos nurustenos. y lue go asesor general legal por muchos años del Grupo Noboa, ya falla:ido; GtI Barragán Romero, ex mlIl15tCO de Estado, ex presidente del Tobunal Cons­tltucional; Carlos Carda Viten y Humberto M1randa, comisario qumto de Pohera Sentados: Francisco Bolot'la Rodríguez, corrusano cua rto, más tarde substtretario de PrCVlSl6n Social, se<:retano general de la Asamblca Constltu· yente, y ex presidente de la Corte Supenor de Justicia del Guayas, Dr Arturo Torres Crtspo. médico Forense; smor Rosas; Sr N N Cap. asar Montufar, Intendente general de Fblida; Sr Gustavo Tamayo Mancheno. ¡efe provmCl.!ll

de Seguridad; Óscar Villena Rugel, COffil$ano de Samdad, luego penochsta, ya fallecido; Manuel de J. Real Munllo, secretano de la IntendenCia y más tarde editor de la Revista Vistazo, ya faUecldo¡ y Abel Valverde Sotomayor, quum más tarde me sustltuy6 en la COffilsarfa Cuarta, ya fallecido Todos estábamos llenos de Juventud, entusiasmo e tluslones, ten ramos el mundo del mallana en nuestras manos La Vida fue diversa. para cada uno y todos hemos contemplado el mundo de ayer con nostalgu y recuerdos Para todas estas personas guardo una amistad fraterna, ya que nos tocó recorrer luntos parte del camino de la vida

Felizmente no tuvimos que intervenir, ya que pronto se fonnó una Po· Iida a la que se llamó Guardta Civil. En el tiempo en que todavía éra­mos guardIas, me tocó Ir a NaranJito en una comlsi6n dcaoral de ADE y presencii el paq) de un tren exprt~So que conducía a personabdades y ex funcionanos del gobierno de Arroyo que eran lIev.dos al panóptico de Quito. Durante la rápida esca la que luzo en Naranjito el pueblo se amotinó y querían atacar al tren Vi a algunas personas que toon como presos, que con toda ..... lenda estaban impertimtos, de pie, como don Juan X. Marcos y otros. Vi también a un abogado muy conocido por su entrega total a Arroyo, arrodillarse y pedir perdón a Dios, hasta que don Juan Marco~ tuvo que decirle: "Levántese, doctor, que SI nos van a matar moriremos de pié, como homb~".

El presidente Velaseo formó un pnmer gabmete provisional, procuran­do dar cabida a algunos de los partidos que formaban ADE, pero muy pronto les aclaró que él no iba a ser un simple ejecutor d~ las decisiones

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de ADE, que él haría 10 que considerara que era 10 correcto y conve­niente para el país, ya que él era el único responsable. Desde luego esto disgustó a muchos y poco a poco se fue produciendo un distancia­miento entre Velasco y la izquierda, principalmente representada por el partido comunista, que tenía mucho ascendiente en ADE y había pensado llegar al poder a través de un títere, pero se equivocó. Pronto apareció una figura que tendría mucho protagonismo en el país, Carlos Guevara Moreno, designado ministro de Gobierno.

Hombre muy inteligente, que comprendió que Velasco representaba una fuerza antes no conocida en el Ecuador, el pueblo, y que uniéndose con él podría llegar muy lejos. Guevara había vivido en Europa, en los círculos políticos de la izquierda. Según él decía, había peleado en la Guerra Civil Española y "en su cuerpo llevaba la huella de la metralla fascista ... ", cosa que, luego de llegar a conocerlo más de cerca, dudo que haya sido verdad. Lo que si era verdad es que Guevara tenía un enfoque político mucho más desarrollado que el que tenían nuestros políticos, que a su lado eran unos provincianos.

Recordemos que en el año 1940, cuando Velasco terció en las eleccio­nes presidenciales en contra de Arroyo, tres compañeros, y amigos muy cercanos decidieron visitar y conocer a Velasco. Así fueron al hotel, Enrique Boloña, Roberto Nevárez y Carlos Guevara. Allí, los dos pri­meros, que ya lo habían visitado, le presentaron a Velasco a este amigo llegado de Europa que se llamaba Carlos Guevara Moreno. Cuando fracasaron las elecciones y ganó Arroyo, por razones que explico en otra parte de este libro, Velasco y unos cuantos íntimos fraguaron una revuelta militar en la base aérea, y como los dos primeros consideraron que un golpe así no tenía chance, no acompañaron a Velasco a la base, pero sí 10 hizo Guevara, aventurero. Luego del fracaso del golpe, deste­rrado Velasco, Guevara 10 acompañó al destierro, a Colombia primero, y luego a Chile. Cuando Velasco regresó al Ecuador como presidente, nombró a Guevara ministro de Gobierno, pensó en sus amigos Íntimos y nombró gobernador del Guayas a Roberto Nevárez Vásquez, quien era un médico eminente y hombre de gran inteligencia, con inclina­ciones a la política, y éste y Guevara me pidieron que lo acompañara como su secretario en la Gobernación, dejando la Comisaría. Allí traté muy de cerca a Guevara Moreno, que llegaba a Guayaquil con mucha

frecuencia, y nos reuníamos con él en el hotel, antes de ir a despachar a la Gobernación. Yo 10 había conocido porque era compañero de mis hermanos mayores, pero en ese entonces yo era muy chico para acor­darme.

Guevara tenía el concepto de la política que debe de haber tenido Fouché. Pensaba que la política no tiene fronteras y que todas las armas son válidas; aventurero, sin tener nada que perder y todo por ganar, de gran simpatía personal y rapidez mental, era el ejecutor y consejero de Velasco. También llegaba con frecuencia a Guayaquil el presidente Velasco y, naturalmente visitaba a la Gobernación, en donde tuve la oportunidad de conocerlo por primera vez, personalmente, y hasta ha­cer de secretario de él durante su estadía.

Velasco convocó a una Asamblea Constituyente que se reunió ellO de agosto y eligió presidente al doctor Francisco Arízaga Luque, quien había sido la persona que lanzó la candidatura de Velasco y por eso sufrió fuerte oposición del gobierno de Arroyo. Un día, encontrándose Arízaga en su oficina profesional, situada en Nueve de Octubre, en el mismo edificio en donde vivía Dn. Carlos Julio Arosemena Tola, el jefe de la Pesquisas, Carbo Paredes se paró al pie de la ventana y le gritó a Arízaga toda clase de denuestos e insultos, pidiéndole bajar a la calle a darse de balas con él. Pancho Arízaga le contestó en el mismo tono, pero no cayó en la trampa, ya que 10 que querían era apresarlo. Tuvo que guardar arresto domiciliario durante un buen tiempo. La Asam­blea Constituyente pronto entró en conflicto con Velasco, y Guevara, su Ministro de Gobierno, echaba leña al fuego en ese conflicto. Las iz­quierdas, ya separadas por Guevara del entorno de Velasco, empezaron a dar a la Constitución que elaboraba la Asamblea un sesgo de izquier­da, hasta que finalmente la concluyeron. Velasco no quería firmarla, pero finalmente, considerando que se 10 hubiera acusado de intratable, 10 hizo a disgusto.

La promulgación de una Ley podía hacerse, no sólo por la publicación en el Registro Oficial, sino por "bando", que consistía en que un pi­quete de soldados, tambor por delante y acompañados de un notario, leían el decreto o ley, habiendo indicado previamente que se iba a dar lectura a dicho decreto, en este caso el decreto que ordenaba la pro-

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mulgación de la aceptación del presidente a la Constitución. Cuando el presidente Velasco puso el ejecútese a la Constitución de 1945, yo era secretario de la Gobernación y me encargaron que haga promulgar ese decreto de aceptación "por bando", a fin de que entre de inmedia­to en vigencia la nueva Constitución. Busqué a Gustavo Falconí, mi compañero, que era notario y recorrimos juntos varias esquinas de la ciudad haciendo esa promulgación. Ese era el mundo de ayer. Está­bamos entrando, Gustavo y yo, en la historia del Ecuador. En el futuro seguramente se lo hará publicando en la página web.

DOCTOR EN JURISPRUDENCIA

La situación cambió pronto. Roberto Nevárez renunció voluntariamen­te a la Gobernación y pasó a la Dirección General de Sanidad, siendo reemplazado por mi hermano Enrique en la Gobernación. Desde luego yo tuve que salir ya que era incompatible seguir de secretario siendo hermano del Gobernador, y pasé igualmente a la Dirección de Sani­dad, como secretario asesor jurídico.

Entonces me gradué de doctor en jurisprudencia.

La graduación en el mundo de ayer era muy diferente de la actual. Era necesario presentar una tesis doctoral y que esta sea aprobada por un Tribunal de Tesis. En ese entonces no existían personas que escribieran tesis doctorales por encargo sobre cualquier tema, ni existía el internet al cual pudiera decírsele que le dé la información necesaria para hacer una tesis. Teníamos que hacerla nosotros mismos, en máquina de escri­bir, no en computadora donde se puede borrar, y tenía que merecer la calificación del Tribunal de Tesis. Además, había que ser licenciado en Ciencias Sociales, grado rendido igualmente ante un tribunal de cinco profesores, al cual se podía acceder después de haber aprobado el cuar­to año de Jurisprudencia. Yo ya lo había aprobado y finalmente debí pedir que se me señale el Tribunal de G.rado fecha y hora para rendir el examen, que era oral y no podía durar menos de dos horas.

Los exámenes de grado se rendían en el Salón de Actos de la Casona, vestidos de smocking. Y debían ser examinados por los cinco profeso-

res. Me calificaron con la máxima nota de cinco diez el 17 de septiem­bre de 1945.

Desde entonces ... icuánta agua ha corrido bajo el puente1

Entré a ejercer mi profesión en una modesta oficina interior, situada en la calle Pichincha y Nueve de Octubre, y el mobiliario consistía en un escritorio, una silla, una máquina de escribir portátil y seis sillas, todo en un solo ambiente. El agua que ha corrido bajo el puente ha con­cluido cuando hace pocos días el Congreso Nacional me ha conferido la condecoración "Al Mérito Profesional Dr. Vicente Rocafuerte", por cumplir sesenta años de ejercicio profesional.

Qué no habré visto en sesenta años ... Cuántas angustias no habré vi­vido. Cuántas noches no habré pasado en vela, temiendo un fallo en contra. Depositario de cuántos secretos no habré sido. Cuántas veces me habré quejado de jueces corrompidos y venales, pero cuántas satis­facciones he tenido por ganar un juicio. El culto del Derecho es árido, y los desengaños abundan, pero la satisfacción por un juicio ganado borra todos los sinsabores y desvelos, ya que significa el triunfo de tu propia inteligencia y preparación.

Por necesidad empecé a ejercer la profesión en el área litigiosa que, si bien es la verdadera profesión de abogado, es la más dura porque cons­tituye conflicto entre dos posiciones antagónicas y siempre tendremos un abogado contrario que se prepara a ganamos el juicio usando todas las armas.

Por experiencia, puedo decir que en el Ecuador cuando se expide un fallo, sólo un 50% se debe a la razón que le asiste al abogado que gana el juicio, y el otro 50% se debe a circunstancias extra procesales. De tal manera que el abogado no sólo debe tener la razón y saberla demos­trar, sino que necesita tener algo de suerte. A veces nos ha bastado un escrito para ganar un juicio. Como el caso de un juicio que tuve de una compañía de seguros que había pagado un siniestro muy elevado por una planta eléctrica que al ser transportada desde Miami a Quito sufrió muchos daños por haberse volcado el camión que la transportaba a la altura de Latacunga, y que luego de que la compañía de seguros pagó

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la póliza, trató de repetir contra la naviera, que era mi cliente, pero no se fijó que el seguro sólo cubría transporte en avión o barco, y se había suprimido la palabra camión. Nadie podía pretender que el barco na­vegaba a la altura de Latacunga. Allí bastó un escrito para hacer notar que carecía de obligación la compañía de seguros para haber pagado el siniestro y, por consiguiente, igualmente carecía de derecho para recla­mar la repetición del pago mal hecho. Nadie se había dado cuenta de ese detalle.

Pero también se dan casos en los cuales la naturaleza humana inter­viene para enredar las cosas. Un día fui visitado por una señora muy distinguida para pedirme que intervenga en el divorcio de su hijo casa­do con una persona no grata para ella y para su hijo. Que se trataba de eso que yo llamo "errores de juventud". Le pedí que me entregara un poder de su hijo ratificándome su deseo de divorciarse, cosa que hizo con todos los formulismos del caso, debiendo aclarar que era un mari­no embarcado en un barco de línea internacional que sólo de repente hacía escala en Guayaquil. El juicio fue muy disputado, poniendo ella su abogado y oponiéndose al divorcio, hasta que finalmente obtuvimos sentencia favorable, y en la apelación se ratificó esa sentencia. Pensé que allí había terminado el caso, pero algún tiempo después, nueva­mente compareció ella, avergonzada, para decirme que en una breve escala del buque había venido su hijo y que estaba muy reconocido de mi trabajo. Parece que el último de una estadía de tres días dijo que salía a la calle y de madrugada zarpaba el buque, pero 10 que no le dijo era que en ese último día, se había vuelto a casar con la persona de quien se había divorciado. La naturaleza humana es muy rara, y de las relaciones entre marido y mujer mejor es no opinar, porque constitu­yen un universo sólo conocido por la pareja. La señora me trajo una carta de su hijo pidiéndome que nuevamente hiciéramos otro divorcio, a 10 cual me negué. Los franceses dicen que "el amor tiene sus razones que la razón desconoce".

En el curso de mi ejercicio de la profesión también ocupé cargos pú­blicos en calidad de abogado. En el tercer velasquismo fui designado subsecretario de Previsión Social, ya que el presidente Velasco quería que atienda los problemas laborales que abundaban en esos momen­tos. Velasco fue elegido presidente en contra de los partidos de izquier-

da, y ~os presentaron muchos reclamos a t1'"3vés de las asociaciones de lrabaJadores, por lo que me tocó arbitrar y diferenCiar los Justos reclamos de trabajador~s de los que t~nían fondo polílico.

En el umpamento de Ancón, de izq. a der. El abogado de la Compañia Anglo Ecuadorian, Dr. Carlos Camamo Navacroj el secente de dicha empre.aj yo como subsecretario de Trabajo; el minIstro de Trabajo Dr. Roberto Nevácezj el presidente VeJasco Ibarca¡ el B0bernador de la Provincia, señor Eduardo Ároseme.na MoneoYi el dlCedor ge.neral del Trabajo, Ab. Manuel de J. Realj el asesor jurídico de la presiden­cia, Dr. Manuel Araujo Hidalgoj y los dirigentes de los sindicatos.

El campamento de Ancón, que entonces era la única fuente de produc­Ción de petróleo en el país, amenazó con una huelga. El preSidente me pidió que vaya lo más pronto poSible, y al decirle )'0 que ya no podía ~r ese mismo día, por cuanto ya habían salido todos los vuelos, me diJO que me vaya en un avión militar del tipo AT6. ¿Usted t iene miedo?­me preguntó-o No se preocupe que yo siempre lo hago.

Uamó inmediatamente a la base aérea y pidió Que preparen un avión AT6 en el que yo tenía Que \'13}ar. Fue el viaje más extraordJOario Que yo h~ hecho, sentado encima de l paracaídas y con vista a ambos lados del avión. Pero el vuelo fue excelente. Me trasladé al campamento de Ancón y tratamos de negociar con los trabajadores la cesación de la huelga . PudJffiOS comprobar que se trataba de una huelga política, cuando el reclamo de aumento de salario pedido de SI .15 sucrC's dia­rios, fue fina lmente acordado en SI. 0,65, y celebramos solemnemente la finna de la cesación de la huelga con la int~rvención personal d~1 presidente.

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Cuando yo era subsecretario de Previsión Social, una mañana tempra­no, recibí una llamada del presidente Ve1asco para hacerme una pre­gunta: -Dígame, doctor Boloña, ¿usted puede ejercer la profesión?

-Mientras ocupe la Subsecretaría del Ministerio no, señor Presidente. Lo que se me ocurrió de inmediato fue: Alguien me ha indispuesto ante el presidente, acusándome de que estoy ejerciendo la defensa de alguna persona, y rebuscaba en mi memoria alguna recomendación que haya dado o algo por el estilo, pero no encontraba nada.

-¿y si yo se lo pidiera como favor personal?, yo sé que usted es muy buen abogado. -Lo haría con mucho gusto, pero sin honorarios de ninguna clase. Entonces me contó que un amigo suyo, el señor Granda, había sido demandado injustamente en Riobamba, y me pidió que 10 ayudara. Por los plazos que me indicaba, era necesario hacer una contestación ese mismo día. De inmediato viajé a Riobamba, estuve en el Juzgado, vi que no tenía ningún plazo perentorio de contestación y recomendé que de todas maneras, sin perjuicio de mi orientación, debiera nom­brarse un abogado en Riobamba, para efectos de señalar domicilio. Me agradeció mucho y me dijo que así 10 harían.

Con frecuencia recuerdo los consejos y reflexiones que me daba mi maestro Dr. Carlos Puig Vilazar, en cuyo estudio profesional fui agente judicial, al decirme que muchas veces la parte mas difícil de una defen­sa judicial era el propio cliente, que siempre creía que si ganábamos el juicio era porque teníamos la razón, y si 10 perdíamos era por descuido o ignorancia nuestra, o por habernos vendido. Muchas veces lo com­probé personalmente y he tenido que demandar a clientes por pago de honorarios. Igualmente, me decía que en un Juzgado la persona más importante no siempre es el juez, que muchas veces era un amanuense que pone una fe de entrega equivocada en la fecha y nos hace perder una apelación por aparecer extemporánea.

Cada juicio es diferente del otro. Cada juez o magistrado cambia de criterio según de donde sople el viento. Nuestros jueces no siempre son honestos ni estudiosos, y es triste convenir que con el correr de los últimos años la calidad moral y la honestidad se vuelven más raras.

Conservo dos sentencias pronunciadas por una misma Sala de la Corte Suprema de Justicia contra un mismo demandado con dos meses de diferencia: en la primera se dice que el informe de un Inspector del trabajo sobre un despido constituye prueba plena, y en la segunda se dice que el informe del inspector del trabajo no constituye ninguna prueba, por tratarse de un funcionario administrativo. Los mismos ma­gistrados, antiguos en la función, el mismo demandado, las mismas pruebas, pero habían cambiado de criterio. Es posible que hayan sido redactadas por distinto amanuense y puestas a la firma de los Magis­trados que, según costumbre, firmaron sin leer 10 que les pusieron por delante. Se comprenderá que para el ejercicio del Derecho en el Ecua­dor hay que tener conocimientos, influencias y suerte, así como hay que tener mucha paciencia para haber llegado a cumplir sesenta años de profesión y merecer del Congreso Nacional una condecoración por honestidad, competencia y corrección.

El doctor Antonio Parra Velasco, también mi maestro, tenía enmarca­da en su oficina una providencia de la Corte Suprema de Justicia que rechazaba un recurso de apelación, por cuanto en la fe de entrega del escrito aparecía "seis", diciendo la Corte que ese día no figuraba en el calendario y que, por consiguiente, ese escrito no estaba presentado. Sin embargo, quienes escogimos esta profesión de abogados por voca­ción, pensamos que no hubiéramos podido escoger otra mejor.

TERCER VELASQUISMO

Las elecciones presidenciales para el año 1952, bajo el gobierno de Galo Plaza, comenzaban a mover a los candidatos de los diversos secto­res políticos. Los conservadores, siempre tenidos como los más nume­rosos y disciplinados, perfilaban la candidatura del Dr. Ruperto Alar­cón Falconí,que si bien es cierto no contaba con la total aceptación del "dueño" del partido, don Manuel Jijón Flores, hijo y heredero de don Jacinto Jijón y Caamaño por razones de estirpe social, era en cambio hombre de combate y ya había demostrado sus aptitudes. Los liberales necesitaban el apoyo del presidente Galo Plaza, el cual estuvo incli­nándose por Eduardo Salazar Gómez, quien había estado en la firma del Tratado de Río de Janeiro y, según se decía en Quito, sería un mal

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candidato, pero un buen presidente, a diferencia de Plaza, que fue un excelente candidato y un mal presidente. Finalmente, Salazar se retiró cuando vino Velasco. Un tercer candidato dividía el electorado liberal, el alcalde de Quito, José Ricardo Chiriboga Villagómez, 10 que com­pletaba el programa electoral.

Dicen que dos ecuatorianos que estaban en Nueva Orleans fueron los autores de la tercera candidatura de Velasco, apostando cinco dólares Jorge Concha Enríquez con Simón Cañarte, a que si se lanzaba Velasco, ganaría. Cañarte en ese entonces tenía gran fortuna y, entre otras cosas, dos periódicos en Guayaquil, "La Hora" y "La Nación" (que más tarde fueron clausurados por Velasco), y en este último Cañarte publicó una información de que Velasco había recibido una invitación para terciar en las elecciones. Anunciar esto fue como encender una mecha de pól­vora, la que rápidamente corrió por todo el país.

En una carta escrita por el Dr. Velasco a mi amigo del Ecuador, decía:

"Cuando recibí el primer telegrama ofreciéndome la candidatura, a fin de que terciara en el debate entre derechas e izquierdas, pensé que era una argucia para ponerme en ridículo."

Después de reflexionar y de ver que las cartas y los telegramas eran un alud, Velasco puso una carta a Carlos Alarcón, en la que le decía:

"Gente patriótica de la Costa me ha escrito insistentemente para que aceptase mi candidatura a la presidencia. Después de largo dudar pensé que mi honor no era compatible ni con el egoísmo ni con la cobardía, y he terminado por aceptar la candidatura si me la ofrecen grupos populares. Yo no le pido una colaboración econó­mica. Esa vendrá de la Costa".

Cuando algunos amigos me invitaron a reunimos para apoyar esta candi­datura, igualmente me pareció un absurdo. Sin embargo, no había nadie con quien consultara que no me dijera que Velasco iba a ganar.

Finalmente, tuvimos la primera reunión en el estudio de C. J. Aroseme­na y se conformó una especie de jefatura de campaña.

Velasco Il~ó después de pocos días 'i al Ir a recibirlo, como sucede en las mejores famlllas, se atrasaron los de la directiva y el único presente y puntual fin yo. En la foto que se acompaña a este libro aparecen algunos como Gonzalo A1meida Urrutia, Galo del Poro, Jorge Villac~s Mas­coso, Jaffre Garda Jaime, Jorge Luna Yépez de ARNE y homb~ de base. Nótese el tipo de av16n en que llegaba el Dr. Velasco, así como las vestlmentas de qUIenes lo fuimos. a recibir. El aeropuerto ero una sunple pISta, contaba con una ~asila pequeña donde se llegaba y se Iba, y había un solo vuelo diario.

El Dr. Velasco llegó al hotel Metropolitano, que quedaba en la esquma de Víctor Manuel Rendón y Plcruncha, donde todavía existe ese mis­mo edificio y donde nos reuníamos, generalmente en la habitación del Dr. Velasco. De alU planeábamos los dlstmtos itinerarios y deSignába­mos quiénes lo acompañaban en cada gira Me acuerdo que a mí me toc61a península de Santa Elena y pedí a mi hermano Pedro, que tenfa un automóvil convertible, que llevara al candidato con la capota baJa. AlU recorrimos todas las poblaCiones, Salmas, La Libertad. Santa Ele­na, Atahualpa, Ancón etc., Siendo recibidos apote6slcamente en cada SltlO, pareciendo que no habían otros candidatos. Aquí comenzó a funCionar el famoso carisma del Dr. Velasco. ¿Qué obra pública había hecho en Atahualpa para que se la recordara'> Era la primera vez que VISitaba Atahualpa y, 510 embargo todo el pueblo salió a recibirlo con grandes muestras de simpa tía Los diSCUrsos eran fundamentalmente los mismos, pero causaban sensacl6n. También me toc6 Portovle¡o y BahIa, dándose el caso de que el alcalde de Portoviejo, que estaba de candidato a vicepresidente de Alarc6n, estuViera en el banquete dado para Velasco, diciendo él, el Sr. Cnstóbal Azúa , que debía recibir al Dr.

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Velasco por tratarse de un ex presidente y hombre de gran valor. En la mesa, sentado a la diestra del candidato, compartió amigablemente toda la noche.

En Portoviejo nos alojamos en un hotel que tenía paredes de madera, en un cuarto estaba el Dr. Velasco y en el cuarto contiguo estábamos varios, entre los que recuerdo a C. J. Arosemena, Pepe Ponce Luque, me parece que estaba Rafico Arízaga y yo. Como todos éramos jó­venes, luego del banquete salimos a dar una vuelta por la ciudad y algunos hasta se tomaron un trago, finalmente, nos fuimos a dormir. A las cinco de la mañana nos despertamos con el ruido de la ducha en el cuarto contiguo. Era el doctor Velasco que estaba ya en pie desde las cinco de la mañana y cuando salimos al comedor, tipo siete o siete y cuarto, nuestro candidato, más fresco que una lechuga, hasta nos hacía bromas.

En Vinces la carretera terminaba frente al pueblo y no había puente, teniendo que pasar el río en diversas embarcaciones hasta llegar a unas balsas de troncos gruesos. Todo el pueblo estaba en la orilla vivando al Dr. Velasco. Él saludaba con ambos brazos hasta que resbaló en los palos de balsa y cayó al río. Cien manos se precipitaron a sacarlo lo más rápido posible, habiendo tenido tiempo de hundirse en el agua hasta el pecho. Tan pronto puso de nuevo sus pies en la balsa, siguió saludando al pueblo como si nada hubiera pasado. Su concentración era tal que ese remojón pareciera que no tenía importancia. Cualquier otro candidato se hubiera desmoralizado, menos Velasco, maestro de las multitudes.

Finalmente se acercaba la entrada a Quito, resolviendo que allá iría­mos todos. Viajamos en un viejo cuatrimotor que tenía la compañía aérea e hicieron sentarse al doctor Velasco en el puesto del copiloto, llegando a Quito maravillado del avión.

A la bajada del avión estamos Carlos Julio Arosemenal el doctor VeJas­COI Pepe Ponu Luqu~ atrásl y ade.lante. yo y C~ Moreno Ledesma.

Mucha gente había ido hasta el aeropuerto, íbamos en el carro Car­los Juho Arosemena, Jaime Nebot Velasco, Gon7..alo Almcida Urrutia, Rcinaldo Varea, Jorge A<..osta VelaS(.o y yo.

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El recorrido era hasta la casa de don Alfredo Chiriboga, candidato a vi­cepresidente, en medio de mucha gente. De repente oímos unos tiros, que a mí me parecieron cohetes, y al siguiente día vimos en el periódico que hubo varios muertos. La gente estaba tan abigarrada, que el carro en que viajábamos atropelló a un hombre, felizmente sin consecuencias mayores.

Al siguiente día de haber llegado a Quito, el doctor Velasco me preguntó si yo pudiera llevarlo a visitar a los heridos de la balacera del día anterior. Conseguí un automóvil de un amigo y, manejando yo, nos fuimos con Pepe Ponce Luque y alguien más que no recuerdo, llegando al hospital Eugenio Espejo. Al bajarnos del vehículo, un grupo numeroso de estu­diantes comenzó a gritar "abajo Velasco !barra", pero él siguió avanzando como si no hubiera nadie, y cuando estuvo cerca de los estudiantes estos callaron y se abrieron para que pase. Visitamos a los heridos y al salir, vi que el doctor Velasco, poniendo una cara muy seria, metía su mano al bol­sillo interior, en ademán que hubiera podido interpretarse como de sacar un arma, pero los estudiantes guardaron süencio. A pesar de que existía pasión poética, en el mundo de ayer se respetaba a los candidatos.

Las elecciones fueron una enorme demostración de superioridad del electorado, y así el Dr. Velasco ganó por tercera vez la presidencia del Ecuador con un margen de 153.934 votos para Velasco, 118.165 para Alarcón, 67.307 para Chiriboga y 18.248 para Modesto Larrea Jijón.

Al otro día temprano, cuando fuimos todos al hotel, encontramos otro doctor Velasco. Ceremonioso, distante, apersonado de su triunfo y de que era el nuevo presidente. Ya no había esa confianza que habíamos te­nido durante toda la campaña. Comenzaron las intrigas, comenzaron los desplazamientos, comenzaron algunos a tomar determinadas funciones. El grupo de ARNE, liderado por Nicolás Valdano Raffo, en pugna con la Federación Nacional Velasquista, y a Velasco convertido en receptor de todas las intrigas y chismes que pudieran darse en contra nuestra. Descubrimos que el que estuviera cerca de él podría tener el cargo que quisiera.

Yo me di cuenta de que había sido intrigado por Ame, que siendo un par­tido minúsculo necesitaba ocupar el mayor número de cargos cercanos al presidente. Carlos Julio Arosemena nos contó que el doctor Velasco

le había dado a escoger el Ministerio que quisiera. Él escogió el de Defensa Nacional, pensando que era el que mayor atención requería, dado que las dos veces anteriores el doctor Velasco se había caído por los militares.

El Ministerio de Previsión Social y Trabajo le fue ofrecido al doctor Roberto Nevárez Vásquez, médico muy prestigioso a quien ya me he referido cuando en 1940 se produjo el conato de toma de la base aérea en la que intervino Guevara Moreno. Roberto Nevárez me dijo que el doctor Velasco le había dicho que necesitaba un médico para la parte Sanitaria del Ministerio, y que para la de Trabajo pudiera llevarme a mí, como así fue.

SUBSECRETARIO DE PREVISIÓN SOCIAL Y TRABAJO

Como ya he indicado anteriormente, un político como Velasco no pue­de tener un comportamiento igual al de cualquier otro ciudadano. Él llevaba las cosas un poco más lejos todavía. Recuerdo que cuando nos posesionamos del Ministerio de Previsión Social, un distinguido ciuda­dano de Cuenca, que ocupaba la Dirección de Asistencia Pública, me trajo la renuncia de su cargo para dejar en libertad al nuevo Gobierno. El Dr. Velasco me dijo que él lo conocía, que era un hombre muy com­petente y que le devolviera la renuncia, pidiéndole que continúe en el cargo. Así lo hice y este caballero me agradeció mucho. En el mes de noviembre, para las fiestas de Cuenca, yo estaba integrando la comitiva de Velasco a esa ciudad. Un día el presidente me llamó y me pidió que nombrara para Director de Asistencia Pública a otra persona. Le hice acuerdo que él me había pedido que le devuelva la renuncia al, actual pero me dijo que necesidades políticas exigían este cambio. El doctor Velasco no tenía más consideraciones que las políticas, por eso pasaba por encima de consideraciones personales, de amistades y de partida­rios cuando habían sido intrigados, y sólo le importaban las necesida­des de la política. Después de este incidente, él siguió como si nada había pasado. Había consumado una necesidad del poder, cumplir con algún compromiso político y basta. También recuerdo que le propuse que nombráramos para Director del hospital Eugenio Espejo al doctor Isidro Ayora, y me dijo: iNo haga eso!" Nunca nombre a nadie a quien

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no pueda cancelar. Si mañana tuviéramos que remover al doctor Ayora, por cualquier razón que sea, usted no podrá cancelarlo, pues sería un escándalo cancelar a ese gran médico y gran ex presidente".

Mi buen amigo, el Crnel. Reinaldo Varea Donoso, quien era subsecre­tario de Defensa Nacional y más tarde vicepresidente de la República, me contó que él había sido edecán de Velasco en el primer velasquis­mo y que una noche que estaba de servicio en la casa presidencial fue despertado por el presidente para decirle que 10 acompañe a esas horas a Latacunga, en donde se había levantado en armas un cuartel. El viaje fue nocturno y a gran velocidad. Cuando llegaron al cuartel, vieron que habían levantado unos obstáculos y alambre de púas. Se bajó el doctor Velasco, casi antes de que se detenga el automóvil, apartó con sus ma­nos los obstáculos y entró hecho una tromba, diciendo: "iTraidores1" Reunió a todo el batallón, los arengó y el levantamiento se acabó en ese momento. Era García Moreno resucitado.

Un día fui llamado a la presidencia y el Dr. Velasco me dijo que en Za­ruma había un problema, pues cuando la compañía explotadora de las minas de oro de Portobelo se retiró, había disputa para saber quién se iba a hacer cargo de las minas y que me fuera a Zaruma para solucionar este inconveniente. Viajé y me encontré con que eran tres los interesa­dos: el Municipio de Zaruma, la compañía de los altos empleados que habían sido de la empresa americana y la de los trabajadores. Luego de arduas conversaciones llegamos a formar una empresa que por partes iguales integrarían las tres que dejo indicado y que sería la que admi­nistrara las minas. Para eso me hicieron bajar en el montacargas hasta el cuarto nivel de la mina, ya que los otros cinco niveles de los nueve que había tenido se habían inundado y estaban clausurados. Es una sensa­ción extraña encontrarse en una galería de una mina a muchos metros de la superficie, y ver cómo se trabaja en esas condiciones, cuando el piso estaba siempre con agua que manaba de las paredes y tomando en consideración que los otros niveles se habían inundado. De regre­so a Quito le hice un informe al presidente y luego de unos dos días me llamó para invitarme a almorzar y tratar ese problema, habiéndose aprobado el acuerdo que yo había logrado. Después de unos días le dijo al ministro Nevárez que quería en alguna forma agradecerme, y por eso hizo que me incluyan en la delegación del Ecuador a la transmisión de

mando en México, del presidente Miguel Alemán al presidente Adolfo Ruiz Cortines, donde viajé en una delegación presidida por el ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Teodoro Alvarado Garaicoa, y otros polí­ticos como el Dr. Rafael Arízaga Vega, con quien habíamos compartido la campaña electoral¡ uno de los delegados era un opaco capitán de Marina, quien algunos años mas tarde integró como presidente la Junta de Gobierno: el almirante Ramón Castro Jijón, con quien hicimos muy buena amistad.

En México fuimos objeto de muchos agasajos y ceremonias, desde la posesión del nuevo Presidente hasta el banquete que se dio a todas las delegaciones. En ese banquete tuve oportunidad de conocer personal­mente a personajes mundiales: Además de los presidentes saliente y entrante, Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines, el vicepresidente Ri­chard Nixon, el alcalde de Nueva York, William O'Dwyer, al socialista Indalecio Prieto, jefe del gobierno español en exilio, a quien México seguía considerando como gobierno legítimo de España, a varios artis­tas mejicanos como Jorge Negrete, recientemente casado con María Félix, y muchos más que ya no recuerdo.

En el desempeño de la Subsecretaría de Previsión Social, me tocó una experiencia que estoy seguro que ninguno de mis lectores la habrá te­nido. Tuve que ser padrino de un duelo entre dos personajes, pues el doctor Rafael Coello Serrano, político separado de las izquierdas tra­dicionales y que era un ferviente velasquista en la campaña de 1952, pasando luego a ocupar el importantísimo cargo de presidente del Ins­tituto Nacional de Previsión, que en ese entonces englobaba a la Caja de Pensiones y a la Caja del Seguro, y además era miembro del Consejo de Estado, organismo de control que las posteriores constituciones su­primieron, había retado a duelo al contralor general del Estado, doctor Silva del Pozo. En una de las sesiones de ese Consejo de Estado, se produjo un altercado entre Rafael Coello, hombre volado e incisivo, y el contralor, también miembro del Consejo de Estado y se pasaron de palabras. Rafael Coello retó a duelo al contralor, que era un doctor Silva del Pozo, nombrando como sus padrinos al coronel Rubén Pala­cios García, comandante general del Ejército, y a mí, y Silva del Pozo designó al Cmdte. César Plaza Monzón, senador y cacique de Esme­raldas, ya otra persona que no recuerdo. Tuvimos que adentramos en

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el conocimiento del Código del Marqués de Cabriñana, el que, aparte de ser muy interesante y jurídico, juzgaba los actos indignos cometidos por un caballero. En el estudio del código descubrí que los funciona­rios públicos no pueden batirse a duelo, y entonces presentamos la renuncia de Rafael Coello, que así dejaba de ser funcionario público, y exigimos que si el contralor había aceptado batirse presente la suya, librando así al Gobierno de un contralor molestoso. Por supuesto, Silva del Pozo se negó a renunciar. Declaramos entonces que no era caballe­ro, con el voto salvado de los contrarios, nuestro representado quedó muy bien, no sólo como un valiente, sino como caballero. Desde luego, todas estas cosas se hacían en el mundo de ayer y hoy no se pueden hacer, no solo porque ya no hay caballeros, sino porque tampoco hay valientes. En el curso de las varias reuniones entre los padrinos, me contaron de un caso en el cual una persona que había sido diputado y senador varias veces, dueño de un elevado sentido del humor, una vez fue retado a duelo por otro senador, y al recibir la visita de los padrinos de la parte contraria, les contestó: "Díganle a su representado que no se preocupe, que yo me doy por muerto".

A mediados del año siguiente, Roberto Nevárez dejó voluntariamente el Ministerio de Previsión y, naturalmente yo tuve que hacer 10 mismo con la Subsecretaría.

Dejé de tener contacto personal con el doctor Velasco y ya no lo recu­peré nunca. Por tanto, es el momento de evaluar quién era ese perso­naje singular llamado José María Velasco Ibarra.

Sin duda, un hombre diferente a los demás ecuatorianos, de eleva­da cultura, había estudiado y enseñado Filosofía en la Universidad de La Sorbonne en París, relacionándose mucho con José Vasconcelos, el gran escritor mejicano, y otros pensadores latinoamericanos.

Fue profesor de Derecho Internacional y de Derecho Constitucional en las Universidades de Santiago, Buenos Aires, Caracas y Bogotá, ha­biendo escrito varios libros, tanto políticos como doctrinarios. Por tan­to, debemos pensar que era un hombre de mucha cultura. Un orador notable, siendo cierta su afirmación que decía: "Dadme un balcón en cada pueblo y ganamos la presidencia". Su situación económica siem-

pre fue mala. En numerosas cartas a sus amigos les solicitaba ayuda para "no morir de hambre", y vendió sus numerosas condecoraciones para poder subsistir, sin por eso sentirse rebajado. Estaba, por consi­guiente, por encima de las realidades de la vida. Su segundo matrimo­nio con una dama argentina, doña Corina del Parral, fue un modelo de amor y comprensión. Su actividad en el desempeño de las altas magistraturas fueron así mismo intensas. Ya he mencionado algunas de ellas, debelando cuartelazos, aceptando renuncias de sus ministros, aun cuando no las hubieran presentado. Fue considerado un gran construc­tor de obras públicas, pero su mejor obra fue la libertad de sufragio. No hubiera podido progresar el Ecuador con el sistema antidemocrático de elecciones fraudulentas dominadas por un partido, y esa libertad electoral acabó con el partido liberal radical, demostrando al Ecuador que ese partido era sólo un membrete caudillista sin el menor arrastre popular, surgiendo entonces nuevos partidos y movimientos políticos basados en el pueblo.

También existía la otra cara de la medalla: tenía actitudes realmente incomprensibles. Como creía que él había nacido para ser presidente, justificaba todos los actos que 10 llevaran a esa misión. Yo le he oído decir "a ese juez hay que darle una paliza física", cuando un Juez se atrevió a juzgar a un funcionario en contra de su deseo. El biógrafo de Velasco, Robert Norris, nos trae una comunicación dirigida por Gue­vara Moreno a Carlos Alarcón (no confundirlo con Ruperto Alarcón), en la cual se lee:

"La única salida nos la muestra el Dr. V.l. y creo que en verdad, es el recurso actual y que no hay otro. Si logramos eliminar al Dr. Arroyo, mediante atentado individual bien organizado, la sublda del Dr. Velasco es cuestión de pocas horas. El Dr. Velasco me en­carga le diga que usted es el hombre de patriotismo, inteligencia, audacia y confianza, y que sólo a usted se le puede confiar la or­ganización de tal tarea delicadísima. Vea, pues, señor, entre sus conocimientos, entre sus militantes, cuál sería el hombre capaz de hacerlo, provea usted de los medios necesarios para la realización. En el Ecuador este problema es de fácil solución, por no haber ver­dadera protección para las autoridades. Con un poco de audacia se puede raptar hasta al presidente de la República. "

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No es fácil dar a esta carta verdadero valor histórico. En primer lugar no está firmada por Velasco, ni dirigida por él, pero el autor de la mis­ma dice que es un recado del Dr. Velasco. Desde luego, Guevara Mo­reno no era tampoco una persona de fiar, ya que venía de los medios de extrema izquierda de una España en guerra civil, en donde esas cosas se practicaban. Pero también Guevara era lleno de fantasías audaces y pudo haber fraguado esta carta y haberle presentado al Dr. Velasco un hecho consumado. Pero para una personalidad tan especial, con doble y triple discurso, no se la puede desechar como documento apócri­fo. El biógrafo Norris estuvo en posesión de documentos totalmente secretos, transmitidos por una secretaria de Velasco durante muchos años y conozco el nexo entre esa persona y el biógrafo.

También se puede pensar que para el doctor Velasco la presidencia era una especie de misión divina que debía cumplirse. Todo político que se atreviera a competir con él se convertía en su enemigo.

Es difícil hacer un balance en un hombre tan importante; a la final, todo hombre es un ente compuesto de luces y sombras, de voces y silencios, que no se pueden medir matemáticamente. Yo pienso que restando 10 malo a lo bueno, el resultado final es favorable. Velasco Ibarra pertenecía a un mundo que se medía con otro metro.

CARLOS GUEVARA MORENO

Ya he hablado anteriormente de Carlos Guevara Moreno. Él había sido compañero de uno de mis hermanos en el colegio Vicente Rocafuerte y luego se unió a los grupos de izquierda y formaba parte del grupo integra­do por Pedro Saad, Enrique Gil Gilbert, Rafael Coello Serrano, Alfredo y Pedro Jorge Vera, y cuando todos ellos se graduaron de bachilleres no sé cómo consiguió irse a Europa. Allá militó en los grupos izquierdistas en España y Francia. No sé si también estuvo en Alemania, porque es­taba casado con una alemana. Un día en la Gobernación una señora le hablaba en alemán y él asentía. Cuando yo le pregunté si hablaba alemán, me dijo: "Mi querido Panchito, yo callo en cuatro idiomas".

Por el Ecuador apareció como "doctor" a fines de los años 30 y volvió a reunirse con la extrema izquierda, pero llevando una apariencia y facha de un burgués. Nunca supimos doctor en qué era, y a algunas personas les había dicho que era doctor en biología, especialización que no existía en Guayaquil, por 10 cual no necesitaba registrar su título. Él considera­ba que para ser político en estos países de América Latina había que ser doctor.

De facha elegante, de gran simpatía personal, casi arrolladora, dio algu­nas conferencias en locales y centrales políticas diciendo que venía de España, que a esa fecha estaba en guerra civil, y decía que había com­batido en las fuerzas leales al Gobierno español (de izquierda), y "llevo en mi cuerpo la mordedura de la metralla fascista", dijo, frase que era repetida por sus seguidores.

Ya he contado cómo sus compañeros, los que no eran de izquierda -Ro­berto Nevarez y Enrique Boloña-, le presentaron a Velasco Ibarra en las elecciones de 1940, y cómo Guevara Moreno empujó a Velasco para dar ese golpe en la base aérea de Guayaquil, 10 que produjo su apresamiento junto con Velasco y su destierro a Colombia, de donde pasaron a Chile. Según tengo entendido, en esos países estrechó su amistad con Velasco, pues vino con él a Colombia a dirigir la campaña electoral de 1944, ya que Arroyo no dejaba entrar a Velasco a territorio ecuatoriano, y luego, cuando estalló la revolución del 28 de mayo de 1944, estaba muy cer­ca de él y fue nombrado secretario general de la Administración. Muy pocos meses después sustituyó al Dr. Aparicio Plaza Sotomayor como ministro de Gobierno.

La izquierda batió palmas, pensando que uno de los suyos pasaría a di­rigir la política en un gobierno dictatorial, y al principio así hizo creer a todos, con tanta mayor razón que Alfredo Vera, comunista, era ministro de Educación.

Con mucho tino, Guevara fue eliminando a los izquierdistas y a todos los que pudieran hacerle sombra en el Gobierno. Hizo que Velasco le acepta­ra la renuncia de Alfredo Vera, aun cuando éste ni siquiera la había presen­tado, quedando como rival en el gabinete Camilo Ponce Enríquez, hombre de derecha, quien era canciller, pero que por ser igualmente de gran perso­nalidad y tener bastante ascendiente con Velasco, era un rival peligroso.

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Esta rivalidad iría muy lejos, y Guevara, con esos golpes de efecto no esperados por nadie, por no sé qué pretexto, retó a duelo a Ponce luego de una sesión de gabinete. Si bien ese duelo no se llevó a cabo, por re­chazo de Ponce por motivos religiosos y por estar prohibido en la Ley, entonces Guevara, con otro golpe de efecto, hizo presentar su renuncia colectiva a todos los ministros, obligando así a Ponce a presentar la suya individual. Velasco devolvió las renuncias de todos, menos la de Ponce, produciendo un resentimiento entre Ponce y Velasco que después ten­dría muchas consecuencias.

Eliminados todos los escollos en el gabinete, eliminado Aparicio Plaza, Julio Teodoro Salem, Alfredo Vera y finalmente Camilo Ponce, Gue­vara era dueño de Velasco. Como la Asamblea Constituyente que ela­boraba la Constitución veía la dirección que estaban tomando Velasco y Guevara, dio a la carta política una orientación más de izquierda y estableció una serie de controles al Ejecutivo, y así se la expidió. Gue­vara aprovechó esto y convenció a Velasco de que dictara un decreto (30 de marzo) diciendo que se había descubierto un complot y que por tanto asumía todos los poderes, dejando sin efecto la Constitución que acababa de expedirse, y aprovechó de esto para desterrar algunos políticos y perseguir a todos los izquierdistas, entre ellos a sus antiguos amigos.

Velasco convocó una nueva Asamblea Constituyente con elecciones nuevas, en las que se negaron las izquierdas a intervenir, participando únicamente los grupos velasquistas y los conservadores, obteniendo estos últimos, desde luego, mayoría y elaborando una nueva Consti­tución, ya de corte centro derechista, presentándose entonces el caso de que para esta nueva Constitución se necesitaba el juramento y po­sesión del presidente, porque se suponía que al entrar en vigencia la nueva Constitución cesaba el Presidente no elegido al amparo de esta¡ por consiguiente, lo primero que debía hacer la Asamblea era elegir a un nuevo presidente. La maniobra de Guevara del 30 de ~arzo iba a dar como consecuencia el final del periodo del Dr. Velasco.

Entonados los conservadores con la mayoría que tenían en la Asam­blea, dispusieron todo para nombrar presidente a un conservador y designaron para que sea nombrado el doctor Manuel Elicio .Flor. Todo

estaba listo, el propio Velasco había caído en depresión y hasta desocu­pó la casa presidencial. EllO de agosto se reunió la Asamblea, y luego del discurso del presidente "saliente", éste se sacó la banda y la entregó al presidente de la Asamblea Mariano Suárez Veintimilla. Le propusie­ron que quede como presidente interino hasta que se expida la nueva Constitución y Velasco rechazó. Había terminado como presidente. Aquí es donde entra Guevara Moreno y, con un arte digno de Fouché o de Cesare Barcia, voltea las cosas espectacularmente.

Cuando Velasco bajó las gradas del Congreso, Guevara le había orga­nizado una manifestación enorme que gritaba "Viva Velasco" "Velasco presidente". Cuando quiso tomar el automóvil el pueblo no 10 dejó, 10 subieron en un camión, y con enorme multitud vivándolo recorrió las calles de Quito. A tal extremo fue la cosa que al pasar al pie de la estatua de Bolívar 10 subieron a una tribuna donde dio un discurso que terminó diciendo. Si queréis que yo sea presidente, decidlo a la Asamblea" "Vo­sotros sois la autoridad, el pueblo es el soberano. Id a la Asamblea".

No contento con esto, Guevara organizó una reunión de militares en casa de un señor Bruzzone, velasquista, pidiéndoles que no permitan que se caiga Velasco. Luego, conocedor de que Flor le había ofrecido al ministro de Defensa de Velasco, Crnl. Carlos Mancheno, que continuara en el Ministerio, fue Guevara donde Mancheno y 10 llevó a casa de Bruzzone, 10 presionaron para que se decida, diciéndole que debía ser agradecido con Velasco, que le había dado tanto, y 10 convencieron, luego de cual Mancheno ordenó que salgan los tanques y rodeen la Asamblea "para protegerla de los desmanes del pueblo velasquista", pero Guevara man­tuvo a Mancheno en la casa de Bruzzone, prácticamente secuestrado. Cuando se reinstaló la Asamblea, se dieron cuenta los diputados que es­taban rodeados de tanques y Guevara había mandado algunos militares a que se sitúen en el interior de la Asamblea en actitudes amenazantes. Fue así como Velasco fue elegido presidente hasta elIde septiembre de 1948.

Indudablemente, esas maniobras casi mañosas de secuestro y de ame­nazante presencia de militares eran tácticas fascistas aprendidas por Guevara en España y desconocidas todavía en el Ecuador, las que die­ron resultado. La votación fue 43 a 10, y entre esos estaba Camilo Pon-

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ce Enríquez. A pesar de que a un hombre así no se le podía negar nadaJ Velasco tuvo que considerar el nombramiento de ministros de partidos representados en la Asamblea yJ por presiones de todas partesJ se vio obligado a separar a Guevara del Ministerio de GobiernoJ enviándolo de embajador a Chile J sin que le importara que a Guevara debiera su elección. Eso quería decir queJ finalmenteJ Camilo Ponce ganaba la par­tida contra Guevara. Por maniobras obscurasJ y por no tener a Guevara a su ladoJ poco tiempo después Velasco fue derrocado por su ministro de Defensa Carlos Mancheno CajasJ quien también había contribuido a mantener a Velasco en el poderJ a cambio de dejarlo a él en ese cargoJ habiéndose hablado de que fue físicamente vejado y golpeadoJ embar­cándolo en un avión y desterrado a Chile J en donde se encontró con GuevaraJ que como recordaremos había sido nombrado Embajador por Velasco. Como Mancheno a su vez fue desconocido y luego de ocho días substituido por el vicepresidente Mariano Suárez VeintimillaJ Leo­nardo StaggJ ministro de Economía de Velasco y cuñado de GuevaraJ 10 llamóJ y esto fue aprovechado por Guevara convenciendo a Velasco de que regresaran al Ecuador a reclamar su cargoJ tomando un avión en Santiago con destino a Guayaquil. Aquí sucedió uno de los episodios mas tragicómicos de la historia reciente del Ecuador.

Resulta que en esos días se llevaba a cabo una conferencia interamerica­na en RíoJ en la cual el Ecuador pensaba plantear la nulidad del Tratado de Río J aneiro. El delegado del EcuadorJ ministro de Relaciones Exte­riores de VelascoJ era el doctor José Vicente Trujillo. Mancheno confir­mó a Trujillo en el cargo y éste trató de continuar la reclamaciónJ pero fue rechazado por la conferencia que no había reconocido al gobierno de ManchenoJ teniendo que regresarse al Ecuador. Tomó el avión en BrasilJ hizo escala en SantiagoJ en donde se topó con la sorpresa de que en ese mismo avión se subieron Velasco y GuevaraJ 10 que resultaba como poner en un mismo cuarto a un gatoJ un perro y un gallo. Truji-110 regresaba en calidad de fracasado y de seguro renuncianteJ Velasco venía como defenestrado y llamado de nuevoJ por consiguienteJ lleno de esperanzasJ Y Guevara como el sostenedor de Velasco y hombre del futuro. Velasco comenzó por decirle a Trujillo "traidor"J prohibiéndole que se acercara a la sección del avión en la cual él viajaba. Mientras tan­tOJ en el EcuadorJ Suárez Veintimilla había nombrado a Sergio Enrique Girón, autor del 28 de mayo en Guayaquil, como jefe de Zona, y este

comunicó a la compañía de aviación que no se permitiría el ingreso al Ecuador de Velasco ni de Guevara. Al llegar el avión a Lima, estos dos personajes fueron avisados de que allí terminaba el viaje para ellos, por prohibirlo el Gobierno Ecuatoriano, cuando ya Velasco se había bajado del avión y se había embarcado en el automóvil de la Embajada del Ecuador que estaba en el aeropuerto. Al enterarse Trujillo de esto, fue y sacó a Velasco del auto, subiéndose él y dirigiéndose a la ciudad. Trujillo llegó a Guayaquil triunfante, cuando pensaba que lo meterían a la cárcel tan pronto llegue, y Velasco y Guevara vieron alejarse el poder una vez más.

Es increíble ver cómo tres se peloteaban el poder como si se tratara de un balón de fútbol, uno de ellos dos veces presidente, y los otros expe­rimentados políticos. Al poco tiempo, Guevara regresó al país, y pensó que ya era tiempo de iniciar su propia carrera política. Así fue como fundó un partido al que llamó Concentración de Fuerzas Populares, CFp' nombre fácil de usarlo como slogan de campaña.

Con tácticas de propagandas modernas y usadas en otros países, cre­ció a ese partido espectacularmente. Las concentraciones políticas las hacía en un lugar espacioso llamado "las cinco esquinas", y sus lugarte­nientes fueron igualmente jóvenes de arrestos, sin muchos escrúpulos. Combatieron al presidente Galo Plaza mediante una revistilla llamada "El Momento", insultándolo en todos los terrenos, hasta que finalmen­te Plaza 10 hizo detener a él y a todos los responsables de la revista. Su prisión fue algo que él necesitaba. Cuando salió de la cárcel hizo de su grito de combate ''A la carga" una bandera, copiado de Gaitán en Co­lombia, candidatizándose a la Alcaldía de Guayaquil, que por supuesto ganó. Guevara alcalde se convirtió en el dueño de Guayaquil. Alcanzó a tener tal popularidad que en los barrios pobres de Guayaquil se lo velaba como a un santo, con una foto grande, adornos y velas.

En ese estado, vuelve a aparecer en el horizonte Velasco Ibarra, candi­datizándose para un tercer periodo, cambiándole a Guevara todos sus planes. Ya Guevara no sería candidato presidencial, pero había crecido tanto que tampoco podía ser un simple partidario más de Velasco. Tu­vieron varias entrevistas yen ellas Guevara ofrecía "apoyar" a Velasco, pero como éste también crecía en su campaña su apoyo no parecía in-

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dispc!:nsable. Parece que a último momento Guevara pidió a sus parti · darios votar por Chiriboga Villag6mez, pero no pudo Impedir el triunfo de su maestro, y vio a su ve-¿ que éste ya no le pertenecía.

No le quedó más remedio que esperar a que Velasco tenrune su perlo· do o se caiga para, ya sin la presencia de él, candidatizarse para presi­dente. Así fue, y en el tercer periodo velasquista se pelearon y Velasco lo desterró.

Finalmente, de regreso al país, frente a la campaña presidendal pr6xi· ma, presentó su candidatura por el CFP. Los Ltberales r.:andidatizaron al Dr. Raúl Clemente Huerta los conservadores apoyaron a Camilo Ponce Enríquez, apareciendo finalmente un cuarto candidato: José RIcardo Chiriboga ViJlagómez.. Por pnmera vez se enfrentaban directamente Ponce y Guevara.

Carlos Guevara Moreno

La campaña entre estos dos rivales jóvenes reemplazaba la que habían tenido las anteriores "vacas sagradas", Arroyo y Trujillo, o Arroyo y Velasco. Fue un modelo de estrategia, usándose métodos modernos y también golpes bajos. Finalmente, Ponce Enríquez tuvo 178.000 vo­tos, Huerta 175.000, Guevara 145.000 y Chiriboga 110.000. Hubo toda clase de maniobras para impedir que Ponce sea calificado por el Congreso y que no se posesione del cargo, pero todas fueron derro­tadas, pasando el doctor Camilo Ponce Enríquez a ser presidente del Ecuador.

En adelante, la carrera política de Guevara varió de objetivos, pasando a tener como finalidad su enriquecimiento y usando a sus tenientes como candidatos, llegando a tener muy buena fortuna, una finca muy hermosa en el valle de los Chillos y otra en Acapulco.

Como conclusión, podemos enfocar a Guevara Moreno como un polí­tico hábil e inteligente, de mucho carisma, que introdujo por primera vez en el Ecuador el populismo, ya que si bien es cierto el Dr. Velasco también fue populista, por lo menos se trataba de un político de vasta ilustración, que dejó al Ecuador el sufragio libre, mientras que Guevara no dejó nada más que prácticas políticas muchas veces reñidas con la moral. Hombre sin fronteras, pudiendo pactar con Dios y con el dia­blo, sosteniendo brillantemente con el mayor cinismo lo contrario de lo que había sostenido ayer. Claro que ese es el tipo del político por excelencia, según la definición de Stepan Zweig, pero que son como los fuegos artificiales que brillan y trazan una trayectoria luminosa en el firmamento, pero que pronto se extinguen sin dejar rastro. Guevara se fue a México y la historia lo perdió.

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CAMILO PONCE ENRÍQUEZ

Otra personabdlld que ejerció gran mfluencia sobre mí fue el doctor Camilo Ponee Enrfquez. Yo lo conocí cuando fUI subsecretario de Pre­visión Social y Trabajo, y él era mInistro de GobIerno, en el tercer velasquismo.

Sus maneras, su docucncia, su extraordmaria educaCión y simpatía cautivaban a cualqUIera. Fue una de las personalidades dominantes en el gabmete, CamIlo había sido uno de los fundadores de ADE, Alianza Democrática Ecuatoriana, aquel conjunto de partidos que Iban desde el conservador hasta el comunista que se habían unido para derrocar :1

Arroyo del Río. 51 bien ólparecía como conservador, su inteligencia le hada ver que el partIdo conservador Ib:1 en pendiente de bajada en el concierto mundial, no así la tendencia de (entro derecha simplemente. Por eso fundó un movimiento llamado Alianza Popular que ha)' habría cabido dentro de la democracia Cristillllll.

En el segundo velasqulsmo, aquel que surgió a raíz del 28 de Mayo, Camilo ocupó el Minlsteno de Rellltiones Exteriores, mientras Gue­vara Moreno em mlO1stro de Gobierno. No cabían dentro de un solo gabinete dos polítiCOS de poderosa per,ona lidad. Ya vimos cómo en el dcvcnir del Gobierno estos dos per!>onajes debían forzosamente entrar en conflicto. Eran dos enfoques (hfercntcs de la política. El uno, un condotiero sin fronteras, capaz de .. CClLcstrar al ministro de Defensa

para sacarle la orden de movilizar los tanques y los oficiales en contra de la Asamblea de 1946 e impedir la caída de Velasco, cosa que logró; el otro, académico brillante, pero que también tenía los pies en la tie­rra, capaz de enfrentarse a un Congreso hostil en una interpelación en su contra dirigido por la extrema izquierda, tratando de cubrir a Velas­co de las culpas de haber cerrado algunos diarios, culpas que no eran originadas en el ministro de Gobierno, que en ese tercer velasquismo, era Camilo Ponce, sino en el propio Velasco, y corriendo el peligro de arruinar su carrera política, echarse encima la culpa, hacer de "deuda ajena deuda propia" y brillantemente sostener que, en un momento dado, la Constitución y las leyes de la República dan al Ejecutivo "de­rechos potenciales y facultades implícitas" como aquella de cerrar un periódico, lo que no debía de considerarse como acto inconstitucional, obtener una votación favorable derrotando a la interpelación con ar­gumentos legales, y saliendo del Congreso en hombros de sus partida­rios.

Camilo Ponce Enríquez tenía, desde joven, la ambición, en el buen sen­tido de la palabra, de llegar a la presidencia de la República, y hacia allá dirigió todos sus pasos, con inteligencia, con aciertos y aprovechándose de Velasco, luciéndose en el ministerio de Gobierno, cosa que fue su plataforma política.

Finalmente, Ponce se separó del ministerio para presentar su candida­tura presidencial, enfrentándose así tres candidatos fuertes: Camilo Ponce Enríquez, único hombre de la derecha unida en su torno, Carlos Guevara Moreno, del nuevo partido populista Concentración de Fuer­zas Populares, CFP; y, finalmente, el tercer candidato era el doctor Raúl Clemente Huerta, apoyado por un grupo de liberales y oligarcas de Guayaquil, llamados Frente Democrático Nacional, FDN, quienes entraron en oposición al gobierno de Velasco llegando a merecer de parte de éste la frase "o el Frente me aplasta a mi, o yo aplasto al Frente". Finalmente, un cuarto candidato, menos fuerte que los otros tres, el Dr. José Ricardo Chiriboga Villagómez, quien tenía bastante popularidad en la ciudad de Quito, donde había sido un buen alcalde, pero que había pasado cuatro años alejado del país como embajador en Washington, a donde 10 había enviado el Dr. Velasco después de la campaña anterior, en la cual fueron rivales.

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Aquí se iba a dar un hábil juego político del más alto nivel, cuyas incidencias, más o menos ocultas, se las ha venido a conocer mucho después. Parece ser que la candidatura de Chiriboga (a quien Velas­co 10 trajo como su embajador en Washington que era) fue sugerida por el propio Velasco en un almuerzo al que 10 invitó en el Palacio de Carondelet indicándole que él estaría muy contento con su triun­fo. Chiriboga aceptó ser nuevamente candidato y recibió la promesa del apoyo del velasquismo. Poco tiempo después Velasco dijo que se había desilusionado de Chiriboga porque no lograba levantar entusias­mo entre el pueblo. No se puede saber si esa afirmación fue sincera o fingida, 10 cierto es que Velasco viró su interés a favor de Guevara, olvidándose de los altibajos de su amistad con este, sólo recordó los buenos ratos y no los malos, reconociendo que Guevara era inteligente y astuto político y de personalidad vigorosa, pudiendo ser un ariete en contra del FDN de Huerta. Así ideó una hábil maniobra política. Pro­pició el cambio de frente con un pacto llamado "de los Caciques", que habían acordado apoyar a Chiriboga, convenciéndolos de que plieguen a Guevara Moreno. Los Caciques políticos eran procónsules que tenía cada provincia de la Costa y con gran poder de decisión en las campa­ñas electorales. Mediante alianzas y arreglos de intereses dominaban al electorado provincial: en Esmeraldas, el Cmdte. César Plaza Monzón; en Manabí, don Emilio Bowen, en Los Ríos, don Efrén Y caza Moreno; a fin de que con la fuerza electoral de Guevara en el Guayas asegurara el triunfo, los caciques mantenían su posición de privilegio provincial. Como ninguno de los "contratantes" ni de los "auspiciadores" confiaba en los otros, se llegó incluso a firmar ese pacto en el Ministerio de Go­bierno, no vaya a ser que alguno se echara para atrás. Con ese cambio, la candidatura de Chiriboga quedaba terminada. No importaba que Velasco le haya ofrecido apoyo, no importaba que le haya dicho que le alegraría mucho su triunfo, Velasco era un Maquiavelo. Chiriboga y sus partidarios se sintieron perdidos, y en una reunión resolvieron renunciar a la candidatura.

Pero intervino otro Maquiavelo, Camilo Ponce, y no sabemos qué le ofreció, pero luego de una reunión a puerta cerrada, Chiriboga dijo que seguía en pié su campaña electoraL En las elecciones obtuvo 110.000 votos, que si hubiera renunciado habrían sido decisivos a favor de Gue­vara o de Huerta. La gente bautizó a Chiriboga como "chimbador". Lo

cierto es que volvió a ser designado como embajador en Washington por el nuevo presidente, Dr. Camilo Ponce Enríquez, una vez que ganó las elecciones.

las elecciones, en esas condiciones, terminaron así:

Camilo Ponce Enríquez Raúl Clemente Huerta Carlos Guevara Moreno José R. Chiriboga V.

178.424 votos 175.378 votos 149.935 votos 110.086 votos

29% 28,5% 24,4% 18.0%

No se puede criticar estas maniobras, pues son la esencia misma de la política. Sólo denotan que en esta rama gana el más inteligente, o el más hábil, o el más diestro, como se lo quiera llamar. Más adelante veremos que se repitió la maniobra, con los mismos actores, cuando se eligió en la Asamblea Constituyente de 1966-67 como presidente de la República al Dr. Otto Arosemena Gómez, apoyado por Camilo, con 40 votos contra 36 del Dr. Raúl Clemente Huerta.

y maniobras de ese mismo tipo han habido muchas en la historia nacio­nal. El asunto es que la política no es una actividad para santos.

Trabajamos lo más que pudimos en la campaña de Camilo hasta su triunfo, y luego me retiré al ejercicio de mi profesión de abogado y a solucionar problemas personales. El gobierno del Dr. Ponce fue de absoluto respeto a las libertades, de decencia en su proceder, de co­rrección en el manejo de la cosa pública. Sin las rentas del petróleo hizo construcciones inmensas, remodeló totalmente el Palacio de Ca­rondelet, construyó el Palacio Legislativo, el hotel Quito, carreteras por todas partes, planeó y hubiera llevado a cabo la construcción del puente sobre el río Guayas, si no hubiera sido porque muchos políticos guayaquileños pensaron que si hacía el puente nadie lo iba a detener a Ponce en una reelección, tildándolo de "puente de celofán" que iba a ser la ruina del Ecuador por su costo.

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CARLOS JULIO AROSEMENA

Ya he referido la gran amistad que me unió a Carlos Julio Arosemena desde los bancos del colegio Vicente Rocafuerte y luego en la universi­dad. Cuando entramos al estudio del Derecho ambos tuvimos pasión por esta disciplina. Competíamos, en el buen sentido de la palabra, por las más altas calificaciones y los honores estudiantiles, terminando empates, habiendo ambos obtenido la máxima calificación en todas las materias y en todos los años: Premio Contenta durante seis años de estudio; fuimos todas las noches a su casa a estudiar, molestando a su familia con nuestras normales discusiones de estudiantes de Derecho que, como éramos cinco los que estudiábamos, muchas veces había seis opiniones que las sosteníamos en alta voz. Nuestros estudios comenza­ron en 1939 y terminaron en 1945, es decir, durante los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial, que, lógicamente, produjo grandes impactos emocionales: la caída de Francia, la batalla de Inglaterra, la ocupación de casi toda Europa, la invasión de la Unión Soviética, la guerra con el Japón, hasta finalmente la bomba atómica.

Carlos Julio salió del país con el cargo diplomático de tercer secretario de la Embajada del Ecuador en Brasil, ofrecido a él por nuestro profe­sor, el doctor José Vicente Trujillo, que era el canciller.

Posteriormente contrajo matrimonio con Gladys Peet, y los cuatro amigos fuimos testigos de su boda. Gladys siempre fue una dama de todas las virtudes, a quien guardo, con todo mi respeto, gran simpatía y amistad. Posteriormente, Carlos Julio, recién casado, viajó a Was­hington como primer secretario de la Embajada del Ecuador. Como no existía correo electrónico, nuestra correspondencia era fluida, contán­donos nuestros problemas personales por correo normal. De regreso al Ecuador, Carlos Julio puso un estudio con Armando Cruz, yo puse el mío con Alejandro Aguilar, y más tarde se me unió César Palacios, abogado cuencano con quien permanecimos juntos muchos años hasta su muy lamentable fallecimiento.

Desgraciadamente, los caminos de la vida comenzaron a separamos. Carlos Julio tuvo nuevos amigos de diferente nivel intelectual que lo fueron llevando poco a poco a nuevas formas de vida, diferentes de

las que habíamos tenido nosotros, por tanto nos ruimos alejando. Él entro como abogado de la ofiCIna de rent3S, cuyo jefe era un borra­dún Un día J"«lhí una llamada telefónica suya prq;untándome si era verdad que yo era apoderado de los familiares de un ingeniero Inglés que había falleCido en GuayaqUIl. Le dije que efectivamente para fa­cilitar las t:Osas, los herMcros me habían enviado un poder. Me dilO: "Ellos deocn por impuestos J 8.000 sucre"i y tú tienes que pagármelos pues de lo contrario, te d('mandaré ..... Efectivamente, me demandó personalmente agregando honorarios de abogado de 4.000 sucres que )'0 debía pagarle)" que Se los cancelé en efectivo. Ilahían quitado a un amigo cntroñable y en su lugar habían colocado a una persona cAtraña. Nuestra IffilStad qU( .. -dó rota, sólo había vahdo 4.000 sucres.

Al inicio de la campaña electoral para el tercer velasqUlsmo, formando ambos parte!! del Comité Central, reanudamos nuestna amistad, llegan­do él a ocupar el ministerio de Defensa Nacional y yo la Subsecretaría de Previsión Social, sin embargo ya no era igual, porque él tampoco era el mismo.

Pasaron unos años y él fue elegido vicepresidente de la Repúbhca. Nos reunimos todos los compañeros de clase y le hICimos un agasa)o que nos hizo recordar los años universltanos.

Dr. Carlos Julio Arosemena.

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Cuando él pasó a ser presidente, le escribí una carta muy personal y muy cariñosa, diciéndole que yo siempre estuve seguro que él iba a llegar a esa posición, desde que estudiábamos juntos. Demoró en con­testarme .. Al fin me envió cuatro letras tratándome de usted. Simple­mente había encargado a un secretario que la conteste.

Muchos años después, cuando las aguas ya se habían apaciguado y am­bos habíamos dejado la política, un día demandó penalmente a un hijo mío, acusándolo de ser el "autor intelectual" de un supuesto cheque sin fondo que no aparecía firmado por mi hijo, y a pesar de no acompañar el cheque sino una copia, por influencias consiguió una boleta de cap­tura en su contra, y con despliegue de policías especiales lo hizo llevar a la penitenciaría, donde lo tuvo un mes, al final del cual el juez lo puso en libertad por falta del cuerpo del delito, a pesar de la fuerte presión ejercida por Arosemena para que lo mantenga preso. Él no fue capaz de llamarme, ni siquiera por teléfono, para pedir mi intervención. No fue capaz de enviarme una carta, así sea para pedir que le pague ese supuesto cheque, como se hace con cualquier deudor moroso, no di­gamos con quien no es deudor. Yo no hubiera sido capaz de demandar a un hijo de mi amigo, así sea culpable de algo. Esta clase de acciones no se olvidan nunca.

Me apenó mucho que un amigo tan apreciado por mí, que había llena­do una época de mi vida, haya cambiado de personalidad. Me apenó también que una persona de inteligencia brillante, de profundos cono­cimientos jurídicos, de gran cultura, se haya convertido en otro ser lle­no de falencias. La vida le había dado la oportunidad de brillar, de pasar a la historia como uno de los ecuatorianos más destacados, presidente por derecho propio, y él había botado todo por la ventana: ilustración, inteligencia, capacidad, todo. Los psiquiatras dicen que la adicción cambia la personalidad y destruye a un hombre, eso lo sabemos y 10 hemos visto en muchos casos, pero también hemos visto seres podero­sos que han luchado contra esa adicción y han vencido. Carlos Julio era demasiado orgulloso para reconocer que necesitaba ayuda, pensando que todos debíamos tomarlo como un orgullo mal entendido, que 10 puede tener un hombre vulgar, mas no un predestinado hombre públi­co que estaba al frente de un país. Ese no tiene derecho de tener vida

privada, pero el orgullo de Carlos Julio estaba por encima del país, por encima de su familia, por encima de sus amigos verdaderos.

En la historia se han dado casos de presidentes con adicción al alcohol y que, sin embargo, no se han dejado dominar. El Gral. Ulises Grant, presidente de los Estados Unidos, era uno de ellos, y sin embargo,logró dominarse hasta ser uno de los grandes presidentes de ese país, reelegi­do en el cargo. Nunca quiso entender Carlos Julio que el alcoholismo es una enfermedad que tiene cura, pero que sólo requiere voluntad y deseo de curarse, cosa que su orgullo nunca le permitió reconocer.

Yo interpreto su proceder explicando que el cambio de personalidad que le causó la adicción a Carlos Julio fue la causa de su ingratitud con sus amigos. Inconscientemente, quiso borrar de su pasado todo 10 que le recordaba esa vida sana que 10 habría alejado de su adicción, la que era demasiado gran4e, invencible, y no la habría dejado por nada. Esta ingratitud la sufrimos los cuatro amigos que estudiamos juntos, pues se peleó con todos. Todos guardaron resentimientos profundos con él y fuimos reemplazados por amigotes de su nueva vida. Alejandro Aguilar fue el último en sufrir la ingratitud, ya que llegó a ser diputado a la Asamblea Constituyente, gobernador del Guayas en el gobierno de Carlos Julio, con el pretexto de aguantarle todo en nombre de una amistad de juventud, y cuando Aromena cayó, Alejandro fue recluido en el panóptico por pertenecer al gobierno de Carlos Julio, sin quejarse a nadie, de donde salió únicamente por gestiones personales de mi pri­mo, el Ab. Manuel Rodríguez Morales, quien en su juventud había sido compañero del Crnel. Luis Agustín Mora Bowen, era ministro de Go­bierno en la Junta Militar que gobernaba al país, habiéndole ofrecido tener a Alejandro en su casa en arresto domiciliario. ¿Habría sido capaz Carlos Julio de una actitud similar con un amigo? Nunca se preocupó de saber de la suerte de quien había caído preso por amistad con él. Guardo de Carlos Julio el recuerdo de un amigo que desapareció hace muchos años, en la flor de la juventud, el otro no fue mi amigo.

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EL CUARTO VELASQUISMO

Propuesto por las bases velasquistas y por prominentes oligarcas gua­yaquileños, el doctor Velasco estaba renuente a aceptar la candidatura a un cuarto periodo presidencial, ya que creía que ello lo sometería a muchos esfuerzos y tensiones que ya no eran compatibles con su edad. Finalmente, el doctor Velasco recibió un telegrama de parte de Carlos Julio Arosemena, que decía:

"Suicídese como Balmaceda si no acepta la llamada del pueblo".

También fue presionado por "los que habían acumulado fortunas du­rante el Gobierno anterior y que esperaban hacerlas crecer en 1960, considerando que los gastos de la campaña eran una inversión mas, que con el tiempo daría sus dividendos".

Finalmente aceptó la candidatura para un cuarto periodo. Las bases ve­lasquistas, casi con violencia física, y el propio Carlos Julio le impusie­ron a Velasco que, no quería que acepte el binomio con Carlos Julio.

Existían entonces, entre los auspiciadores del cuarto velasquismo dos clases de personas: Los políticos, como Carlos Julio Arosernena, Arau­jo Hidalgo y Nicolás Valdano, y los otros que hacían una inversión económica¡ entre ambos pronto surgirían enemistades. Es posible que Carlos Julio pensara que estando ya Velasco avanzado en edad y con un temperamento violento, cualquier día, como ya había sucedido antes, se precipitaría en una medida inconstitucional y que se caería y él to­maría el mando. Era, pues, una vicepresidencia con mucha posibilidad de convertirse en una presidencia.

Por esa consideración, o por los avatares de la política, su vicepresiden­cia fue siempre conflictiva con el desempeño de Velasco y, si conside­ramos los intereses desatados de los "otros", siempre hubo polémica entre los dos mandatarios, habiendo Carlos Julio calificado al círculo que rodeaba a Velasco como "hombres enloquecidos por el dinero". Por el mal desempeño económico del gobierno de Velasco se produje­ron numerosas manifestaciones dirigidas por los estudiantes, que ata­caron al Gobierno y, al reprimirlos la fuerza pública, hubo once muer-

tos, todos alumnos. Los estudiantes de la capital se concentraron en el Congreso, apoyando al presidente del mismo, que era Carlos Julio Arosemena, el cual dijo:

"En este momento en que la Constitución está rota, quien representa a la Constitución del país es el presidente del Congreso Nacional a nombre del Congreso Nacional".

Velasco contestó: "El señor doctor Arosemena ha dejado de ser vice­presidente de la República, por cuanto él se ha proclamado esta maña­na dictador al decir que él es quien asume la presidencia de la Repúbli­ca, siendo que el presidente de la República soy yo" .

La policía rodeó al palacio del Congreso Nacional impidiendo que na­die entre, permaneciendo los diputados muchas horas en el interior y, finalmente, resolviendo salir todos juntos. Al salir los diputados del Congreso, a pocas cuadras del lugar, fueron arrestados Arosemena y todos los congresistas que iban acompañándolo, siendo llevados al pa­nóptico.

Las Fuerzas Armadas estaban divididas, una parte sostenía a Velasco, y otra, principalmente la Fuerza Aérea, respaldaba a Arosemena, dicien­do que al haber apresado al presidente del Congreso, Velasco había asumido todos los poderes proclamándose dictador, así que pidieron la destitución de Velasco. Entre esa pugna de unidades militares, final­mente se impuso la Fuerza Aérea con sus vuelos rasantes sobre Quito y Velasco tuvo que refugiarse en la Embajada de México. El Congreso 10 destituyó acusándolo de haber abandonado el país al pasar a una Embajada, que es territorio extraterritorial, y Arosemena fue sacado de la prisión, recorriendo en triunfo las calles de Quito hasta el Palacio de Carondelet.

Los mal pensados dijeron que Carlos Julio había ejercido presión pre­meditada sobre Velasco, provocándolo con sus declaraciones en el Congreso, a fin de que Velasco se salga del marco constitucional como sucedió. Carlos Julio subió con enorme popularidad, que era una mez­cla de animadversión para Velasco (a quien habían elegido el año ante­rior con el 48% de votos) y sobre todo a su trinca de aprovechadores

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y simpatía para Carlos Julio; todo el país aprobó la caída del uno y la subida del otro.

Al principio todo fue miel sobre hojuelas y los gabinetes eran de pri­mera clase. Luego empezó a mostrar rumbos mas erráticos, unas veces a favor de la izquierda de Fidel Castro, otras simplemente antiameri­canas, pero todo ello matizado con su adicción al alcohol, que le hizo cometer tremendos excesos que avergonzaron al país, hasta que un diputado, Jorge Salvador Lara, pidió un juicio político para destituir al presidente, que sólo se salvó por escasos votos y, según el periodista Juan Sin Cielo, gracias a que ya de madrugada en el Congreso se pro­dujo un "aletear de chequeras" entre los diputados y el hombre del maletín.

Como esto no sirvió de advertencia y las cosas se agravaban cada día más, las Fuerzas Armadas resolvieron que había tocado fondo, y luego de una comida que Carlos Julio ofrecía a un funcionario de la Grace, apresaron a Arosemena y lo desterraron.

En conversaciones posteriores que yo he tenido con algunos militares cercanos a los golpistas, parece que quisieron sacarlo a la Plaza Grande, en vergonzosa facha, para demostrar el estado al que había llegado el presidente de la República, pero los más se opusieron pensando que podía producirse una reacción contraria.

Ese gobierno fue reemplazado por una Junta Militar integrada por los cuatro jefes de rama, que gobernó al país en forma gris hasta que la presión popular los hizo entregar el poder a un civil que tuviera conoci­mientos, honradez y decencia, que fue don Clemente Yerovi Indaburu y que permaneció en el mandato siete meses, aclarando que tenía al pie de su escritorio, sus maletas hechas para regresarse a su casa apenas se 10 pidieran. Este correcto caballero convocó a una Asamblea Cons­tituyente que debía reunirse el 16 de noviembre de 1966 para expedir una Constitución.

LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE

Los partidos políticos se aprestaron a esta elección, ya que la mayoría en esa Asamblea Constituyente daría a la Constitución que se expida una inclinación de izquierda, de derecha o de centro, y, además, elegi­ría al presidente interino de la República. Se produjo una polarización entre la derecha, integrada por el partido conservador y la Federación Pancista, y la izquierda, representada por el partido liberal, el partido socialista, CFP de Assad Bucaram, heredero político de Guevara Mo­reno, y CID, partido de Otto Arosemena e independientes.

En la Asamblea Constituyente, había dos cargos principales a elegirse: el presidente de la Asamblea y el presidente interino de la República, que más tarde podría quedar como presidente constitucional definiti­vo.

Empezaron a aparecer candidatos para cada una de estas dignidades: el grupo de centro izquierda pensó que esta era la ocasión para tomar el poder con el Dr. Raúl Clemente Huerta, y la derecha pensó en una segunda presidencia para el Dr. Camilo Ponce Enríquez, que era el más opcionado de ese grupo. Comenzaron a circular los famosos cálculos. Como el total de diputados era de 79, la mitad era 39 y medio y, para tener la mayoría, se necesitaban 40 votos y medio. Los que redacta­ron el Estatuto Electoral para la Constituyente no repararon en que la mitad de 79 son 39 y medio, cifra difícil de manejarse por no existir mitad de diputados.

Cuando se presentaron las juntas preparatorias, o sea, reuniones de la Asamblea anteriores a su instalación, se designó presidente de dichas juntas al Dr. Andrés F. Córdova, liberal, dando a entender que las iz­quierdas tenían mayoría e iban a ganar ambas dignidades. Los diputa­dos del grupo de centro izquierda se sintieron ganadores y llamaron al Dr. Huerta para que esté presente el día de la instalación, a fin de que de una vez se posesione de la presidencia de la República.

En estas circunstancias, yo estaba en Guayaquil dedicado a mis activi­dades profesionales, cuando recibí una llamada de Camilo Ponce para pedirme que acepte ser candidato a secretario general de la Asamblea.

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Esto cambiaba todos mis planes, pues yo vivía solo con mis cuatro hijos todos menores, y un traslado a Quito iba a ser un trastorno completo. Le pedí que me deje pensar y entonces me dijo: "Contésteme dentro de dos horas, pero para aceptarme este pedido". ABí tuve que hacerlo.

En el grupo de centro izquierda ya se habían repartido las dignidades: el Dr. Andrés F. Córdova sería el presidente de la ABamblea, y el Dr. Raúl Clemente Huerta sería el presidente de la República. Existía en este el grupo de izquierda, los tres votos del CID, que lideraba el Dr. atto Arosemena, más una fracción disidente del liberalismo en Es­meraldas, que lideraba Julio Plaza Ledesma, y otros independientes, totalizando ocho votos. Resultaba que donde estuvieran esos ocho vo­tos estaría la mayoría. Cuando el Dr. Ponce se dio cuenta que no iba a poder reunir la mayoría para ganar la presidencia, hizo otra de esas maniobras geniales que él sabía hacer. Le mandó a preguntar a atto Arosemena, que estaba encerrado con el grupo de izquierda, qué cosa le estaban ofreciendo. Este dijo que él estaba tratando de obtener la presidencia de la ABamblea. Ponce le mandó a decir entonces: "Venga, que yo le ofrezco la Presidencia de la República". atto salió disparado de ese grupo y entonces el planteamiento fue el siguiente: los 8 votos de atto, si se mantenían unidos, constituían los votos decisorios. Con ellos y con los votos de la derecha, se hacían 40 votos. Entonces, atto sería elegido presidente de la República y Gonzalo Cordero Crespo líder de la derecha, presidente de la Asamblea Constituyente, y yo se­ría designado secretario general en representación del poncismo. atto aceptó, y se firmó un acuerdo en este sentido.

Cuando se reunió la ABamblea en sesión inaugural, se sometió la vo­tación para presidente de la misma, obteniendo Gonzalo Cordero 41 votos y Andrés Córdova 34. A continuación, se procedió a elegir al secretario General de la ABamblea, habiendo obtenido yo 46 votos y Eduardo Chiriboga Cajiao un total de 31.

Aquí debemos resaltar un pequeño gran detalle: en la sesión estaban presentes los 79 diputados. La mitad más uno, como ya hemos visto, serían 40 y medio. Si en la votación sólo se hubiera obtenido 40 votos no habría la mitad mas uno. En ese momento, el Dr. Ponce 10 llamó a atto Arosemena por teléfono a preguntarle: "¿Qué está haciendo

usted en la sesión? Sálgase inmediatamente para que queden 78 dipu­tados, cuya mitad son 39 y la mitad más uno son 40, que son los que tenemos". Otto, seguramente por el nerviosismo, no había reparado en eso y salió volando, yéndose a la Presidencia del Congreso, que estaba vacía, a esperar el resultado, fumando y tomándose un "Ecuanil". Si no hubiera sido por los nervios bien puestos y la claridad de pensamiento de Camilo, se hubiera perdido todo.

Debe de anotarse que todavía no se usaba que algún candidato vote por sí mismo, de manera que atto habría tenido que votar por Huerta, como era la costumbre caballerosa que todavía había en el Ecuador de votar por el rival, cosa que era retribuida por el contrario, que votaba también en esa forma, con lo cual se igualaban, pero se salvaba la de­cencia. Aunque en este caso, si atto hubiera votado por Huerta, éste no hubiera podido votar por Otto porque no era diputado y se perdía la elección, de tal manera que la decisión de Camilo de que atto se salga, salvó también este detalle muy importante.

Cuando Camilo me ofreció la Secretaría General de la Asamblea, esta todavía no se había instalado. Era mi autorización lo que él me pedía para incluirme en el pacto, como se hizo, de tal manera que, como no obtuve ninguna contestación, pensé que eso había fracasado. Pero como todo sucedió en el momento de la elección, yo seguía en Guayaquil sin saber nada. Me encontraba en el local de la Federación Poncista con un radio pequeño para oír las votaciones, cuando em­pecé a oír mi nombre y, a continuación, que habíamos ganado. Al si­guiente día volé a Quito y tomé posesión del cargo. Camilo, riéndose, me dijo: "Usted ha sido el más popular de nuestros candidatos, pues es el que más votos obtuvo".

Entre esos votos estuvieron los de algunos de mis amigos guayaquile­ños, como Alejandro Aguilar, que era diputado por el grupo de Carlos Julio, que al razonar su voto dijo: "Aunque me pertenezco y seguiré perteneciendo al centro izquierda, yo no estuve presente en la sesión del bloque cuando se presentó la candidatura para secretario; si hu­biera estado, habría manifestado con toda franqueza que me reserva­ba el derecho a votar por otra persona. Ahora se ha presentado como candidato el nombre del doctor Francisco Boloña Rodríguez, mi anti-

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guo y cordialísimo amigo, compañero universitario y de estudios du­rante seis años; me une a él una antigua y leal amistad. En homenaje a ese afecto y amistad, voto por él". Siempre fue Alejandro Aguilar un caballero y con él mantuvimos una fraterna amistad que nunca se empañó, hasta el día de su fallecimiento. Guardo de él un recuerdo luminoso y su memoria estará siempre presente en mi vida.

Igual cosa pasó con Luis Orrantia González, caballero a carta cabal y hombre de gran inteligencia que, pese a pertenecer al grupo de cen­tro izquierda, me honró con su voto.

El ambiente reinante en la Asamblea era de enfrentamiento entre derechas e izquierdas. En conversaciones con el Dr. Cordero, cuan­do yo le pregunté quién iba a ser designado como candidato de la derecha a la vicepresidencia, me dijo que él creía que debía ser una persona del grupo de izquierda y, ante mi sorpresa, me dijo que no era posible manejar una Asamblea que iba a dictar una Constitución en permanente pugna, que así íbamos a fracasar o la Constitución que hiciéramos siempre sería objeto de impugnación.

A este criterio, propio de un estadista, se sumó el hecho de que el candidato de la derecha era precisamente el Dr. Plaza Ledesma, libe­ral disidente, que era uno de los 8 que había votado con la derecha, dando en esa forma la mayoría requerida de 40 votos. Si se elegía al Dr. Plaza Ledesma, la Asamblea iba a carecer de respetabilidad. Indudablemente, el Dr. Cordero hombre honesto y sincero con sus pensamientos, tenía razón. Sin embargo, por compromiso con su gru­po político, tuvo que votar por Plaza.

En la elección, el candidato de la izquierda iba a ser don Assad Bu­caram, jefe del CFp' que si bien sólo tenía 4 votos, era una voz escu­chada en el país. El resultado fue que don Assad obtuvo 37 votos y el doctor Plaza Ledesma 34. Igualmente, como segundo vicepresidente fue elegido Julio Estupiñán Tello, diputado esmeraldeño socialista. Así quedó integrada la Asamblea, con representación de todos los sectores políticos, sabiamente distribuidos por el doctor Gonzalo Cordero Crespo.

La elección de don Assad Bucaram a la primera vicepresidencia de la Asamblea fue un rechazo al proceder del diputado Plaza, y que hizo que un diputado contrario diga que Maquiavelo tenía razón cuando afirmaba que "el Príncipe ama la traición, pero no al traidor". Pienso que no se trataba de una traición, sino de un principio político muy corriente que para obtener una mayoría en un cuerpo colegiado como la Asamblea hay que ganarse a uno o varios diputados del otro bando, ofreciendo algo a cambio. Eso se lo ha hecho en toda la vida política fuera de Ecuador, no solo en el mundo de ayer.

Ahora bien, depende de lo que esté en juego, y de qué es lo que se ofre­ce. Si se trata de principios doctrinarios y se los renuncia a cambio de ventajas personales, la acción es censurable, pero si de 10 que se trata es de dar el voto por una persona o por otra, en ello no hay traición. En el Congreso Nacional de 2005 vimos algunos "cambios de camiseta", como se llaman ahora, y gracias a eso y a los generosos ofrecimientos se dieron cambios políticos significativos tales como defenestrar a la Corte Suprema de Justicia, para que luego, por ofrecimientos mayores o por amenazas, las cosas se deshicieran y volvieran al estado anterior, demostrando la baja calidad humana de los autores. Por eso, con gran filosofía y experiencia, el autor del "Gatopardo" decía que era necesa­rio hacer un cambio para que todo quede igual.

En el mundo de ayer no existía la Ley de Partidos Políticos ni la dis­ciplina partidaria que obliga a los diputados a votar incluso contra su conciencia y que, si no lo hacen no sólo que son expulsados del partido, sino del parlamento mismo. Por tanto, tampoco se conocía el auto voto, con el pretexto de que "por decisión de mi partido, voto por mí". Ya sólo les falta decir "viva yo".

DONBUCA

Don Assad Bucaram, elegido vicepresidente de la Asamblea Constitu­yente, tenía una larga historia política. Comenzó como dirigente de­portivo y luego pasó a afiliarse al partido Concentración de Fuerzas Populares, CFp' liderado por Carlos Guevara Moreno. Formó parte de los mandos medios del partido hasta que Guevara declinó en su accio-

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nar por la derrota en la candidatura presidencial que perdió frente a Camilo Ponce, y a medida que Guevara perdía: fuerza y se despegaba del partido, Bucaram hábilmente ascendía en el trabajo de bases hasta que, finalmente, cuando Guevara se fue del país, se apoderó del mismo y 10 creció con su trabajo tesonero y de gran conocimiento de la idio­sincrasia del pueblo de Guayaquil, convirtiéndose en el dueño de las calles. Ganó la Alcaldía de Guayaquil y luego la Prefectura del Guayas con un partido fuerte. Su personalidad hizo que Velasco Ibarra 10 cali­ficara como "un matón colosal".

Desde la vicepresidencia de la Asamblea tuvo conmigo permanente contacto y, si bien es cierto siempre me dirigía bromas políticas, cuan­do trataba personalmente con él fue educado y correcto.

Recuerdo una anécdota: él atacaba permanentemente al alcalde de Guayaquil, que era Roberto Serrano Rolando, preparando con eso una segunda Alcaldía que después la consiguió, pero en esa campaña contra Serrano lo acusaba de piponazgo y manejos turbios con el personal de trabajadores. Un día llevó una lista del personal de la Alcaldía y me pidió que yo, como secretario, le dé lectura. Yo tomé los papeles que me entregó y les di lectura. Cuando iba por la mitad de la lectura de esa lista, me pidió: "Basta señor secretario, con eso es suficiente" y dijo entonces a la Asamblea:

"Ahí está, señor Presidente, la prueba de mis aseveraciones". En esos papeles sólo había una lista de personas nada más. Con eso no se proba­ba absolutamente nada, pero impresionó a todos los diputados, muchos de los cuales preferían que se vaya Bucaram a la Alcaldía de Guayaquil y deje la Vicepresidencia de la Asamblea.

Tenía cuatro votos en la Asamblea, o sea, él y tres más sobre los cuales mandaba, hasta el extremo de que los encerraba en el cuarto del hotel cuando salía, poniéndoles candado en la puerta y cortando el teléfono para evitar "que pudieran venderse", decía.

Sin embargo, don Buca fue un temible parlamentario; sus intervencio­nes fueron agresivas y cáusticas, pero también supo en un momento tener actitudes propias de un estadista. Se discutía un capítulo de la

Constitución y, como se terminó rápidamente, el siguiente capítulo trataba de la reelección presidencial. La Asamblea dispuso desde el comienzo de sus sesiones que no se exigiría quórum, sino en la sesión final, ya que se consideraba que el único tema a tratarse era la expe­dición de la Constitución y esta no estaría expedida sino cuando esté terminada y se haya dado lectura total. Por esta causa, el tema de la reelección presidencial, que interesaba a la derecha para una posible reelección de Ponce Enríquez, iba a ser tratado cuando en la sala no ha­bía más de diez diputados, todos de izquierda, pudiendo votarse fácil­mente la no reelección. En ese momento don Buca presidía y, al darse cuenta de la situación, pidió a los asistentes que se suspenda la sesión hasta que haya un número mayor de diputados para tratar un tema de tanta trascendencia. Yo no creía 10 que oían mis oídos, y al siguiente día, exactamente al filo de las 4 de la tarde, todos los diputados de la derecha estaban cumplidamente presentes y pudo tratarse ese tema, resolviendo favorablemente la posibilidad de la reelección presidencial. Él comprendió que iba a ser acusado de haber montado una maniobra con una minoría de diputados para perjudicar a sus enemigos políticos y quiso salvar su proceder.

La Asamblea era un conjunto de todas las personalidades políticas más importantes del país, un crisol en el que había diputados de gran talla y valía, y de los otros también. Personajes inolvidables como mi buen amigo Vicente Leví Castillo, que cuando en las sesiones una discusión se tomaba muy agria, pedía "punto de orden, señor presidente", aun­que cuando se le concedía la palabra hablaba de todo menos de ningún punto de orden, y cuando la presidencia le llamaba la atención diciendo que concrete su pedido, entonces decía: "Es que en la discusión había desorden, señor presidente", pero en cambio ya los ánimos se habían calmado. Un día fuimos invitados a un agasajo al Colegio Militar, y Vicente se pasó algo de tragos. Cuando empezó la sesión de la Asam­blea, a eso de las 4 ó 5 de la tarde, no recuerdo por qué, pero surgió un incidente y Vicente sacó un revolver y amenazó a un diputado. Todos los demás salieron de la sala mientras él seguía amenazando blandiendo el arma, hasta que un edecán vino por detrás y 10 desarmó.

Mi querido Vicente se desinfló. Se lo llevaron y al siguiente día entre lágrimas, pidió perdón por su comportamiento. Diputados sin altura ni

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comprensión no accedieron y obtuvieron su descalificación, y Vicente salió de la Asamblea entre lágrimas y aplausos.

En la Asamblea iban a destacar varios parlamentarios que ocuparon las páginas de los diarios y los espacios de las radios, unos por la frondosi­dad de su oratoria, otros por la profundidad de sus pensamientos o su gran personalidad.

ANDRÉS F. CÓRDOVA

Capítulo especial merece el doctor Andrés F. Córdova, distinguido ju­rista, autor de varias obras de derecho, dueño de un carácter muy ale­gre y de experiencias numerosas. Mientras estuvimos en la Asamblea cumplió 75 años y le hicimos un gran homenaje. El doctor Córdova, cañarejo de nacimiento pero cuencano de corazón, había sido diputado a varios Congresos y cuando ocupaba la presidencia de la Cámara de Diputados, en 1939, se produjo la muerte del presidente doctor Mos­quera Narváez, teniendo que asumir el poder el presidente del Senado, doctor Arroyo del Río, pasando el doctor Córdova a presidir el Con­greso. Cuando Arroyo decidió candidatizarse para presidente de la Re­pública y renunció, tuvo que asumir la presidencia el doctor Córdova. En sus memorias cuenta que estando en una calle de Cuenca, recibió un telegrama del Dr. Arroyo encargándole la presidencia del Senado por haber aceptado la candidatura a la primera magistratura. Cuenta él mismo que su señora le dijo que los quiteños, que son tan ocurri­dos iban a decir: "pobre Ecuador, a la vejez viruelas", ya que el doctor Córdova tenía su rostro marcado de viruelas. El doctor Córdova hizo una brillante presidencia y entregó el cargo con superávit y numerosas obras repartidas por todo el país, pero le tocó presidir las elecciones en las cuales terciaban Arroyo, liberal; Velasco Ibarra, populista; y Jijón y Caamaño, conservador. Los procesos electorales en el Ecuador nunca habían sido obligatorios, y por consiguiente, el número de inscritos era muy pequeño, y predominaban entre ellos los electores liberales que eran los que realmente votaban en las elecciones que hemos visto de Baquerizo, de Tamayo, de Gonzalo S. Córdova. Frente a este proble­ma, el doctor Andrés Córdova nada podía hacer, pues las inscripciones sólo se abrían por un periodo en septiembre de cada año, y estábamos

en enero de 1940. Pero esa ley sí facultaba un periodo de reclamos anteriores a la elección y el Dr. Córdova pidió a los encargados que permitan que en ese periodo se inscriban los ciudadanos que desearen. Yo recuerdo las largas colas que se formaban para registrarse. De todas maneras, el total de nuevos inscritos no modificaba mucho el total de los antigl1os, y así se realizaron las elecciones resultando:

Arroyo del Río Dr. José M. Velasco Sr. Jacinto Jijón

43.642 votos 22.061 votos 16.376 votos

El electorado velasquista puso el grito en el cielo clamando la existen­cia de un fraude electoral y el doctor Córdova acabó convertido en el sinónimo de fraude.

En las memorias de Córdova "Mis primeros 90 años", él hace una mi­nuciosa explicación demostrando que era imposible variar el electo­rado inscrito. Una noche, en una sesión de la Asamblea, alguien trajo a colación esas elecciones y entonces él nos deleitó hasta cerca de las 5 de la mañana con una disertación brillante, con lujo de detalles de­mostrando que ni así hubiera querido hacer fraude tampoco hubiera podido. Sin embargo, tanto Ve1asco como la gente que se solaza con hacerle mal a otros, mantuvo esa acusación hasta que los hechos poste­riores, en una campaña electoral disputada entre Velasco y Córdova, la diferencia de votos fue de 280.350 para Velasco contra 264.312 para Córdova, o sea, un 1,8% de diferencia en la votación total.

Trabé una gran amistad, a pesar de la diferencia de edad, con ese pa­tricio brillante e inteligente, de grandes conocimientos jurídicos y muy simpática personalidad, compartiendo ambos el hobby de la fotografía, de la cual era también, como yo, un gran aficionado.

DR. GONZALO CORDERO CRESPO

Personalidad parecida era la del Dr. Cordero Crespo, político de gran honestidad, de brillante trayectoria e ilustración. Ocupó una serie de altos cargos y fue candidato a la presidencia de la República. Un día se

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queJaba. de qu~ la gente lo buscaba todo el ti~mpo para pedirle algo. Yo le dije: ~ Pero Gonzalo, ¿no es e~o ataso lo que persiguen los polí­tilO'" ... er~e rodeados d~ gente? Me re ... pondió: 'E.'ro me pasaba cuando hu candidato presidencial, pero cuando perdí las elecciones, Panchito, ¡qué ~olL·dad!" ~J impnmió a la Asamblea el sell o d(' su person3hdad hone!>ta, (hgna y eflul'nte.

D UELO AROSEMENA - BANDERAS

Otro d(' los personaJes de la Asamblea era Carlos Julio Arosemena. Hahia IIt"gado Q la diputación con el dc .. ro pasionista de vengarse de 10' militares que lo habfan derrocado, y • los pocos días de instalada la A\amhlt"a, presentó un proyeuo de ,andón para los que Integraron la Junta Militar de Gobl~mo, pidiendo para ellos sanciones muy severas l-alifluindole .. como tr;ndores, mediante interv~nclones violl'ntas, til­dando al diputado funcional por la!> FUl· .... L.8S Armadas General Gustavo Bandera, Román de "delincuente- Bandera.;; contestaba. con educación pero con fimwl.a, tratando de separar a los dictadores del resto de las Fuerzas Armada ... _

Una de las intervendone.;; dd Dr. Arosemena deda:

'~I t~ttI Asamblta COll'>tltuVtll/l' ItO ,,,mtC/Ofla a lSIOS cuatro milllarl's dt la Ir.ua~'¡"', dtsu)//(!(/indoft, ti aulo asctn~, I'tltdt qUiJar qUluf la awsaC/6n r tdllt¡)~ dtlllltStfJS, 5(510 fllt la I'irdida de los dl'Ttcl,o!> de ciudadania por IrtS ""L" (,/\/ (lit tI"dno dt f05 mOlllt~·

A mí me dio la Impresión de qu~, como sucede en todos los deoott·" es dificil decir daramente quién lo ganó, pero me melino al Gral Bande· ras, ya que permitió con su documentación revivir ante d país esos días tan negros vividos en el gobierno de Arosemena, cosa que él no pre\·ló. La!> dotes oratoria!> del Gral &nderas, además, fueron notables.

Se dicron también en la Asamblea otros duelos oratorios en lo, l uales cada uno de los contendores luzo alarde de ingenio. Recuerdo dos de los m¡f;s importante,:

D UELO NEBOT VELASCO- DON BUCA

Cuando d diputado Nebot Vdasco, presentó un proyecto de ley para impedir la disperSión de la", áreas sembrada~ de banano, para faclhtar el control de las mismas y abaratar la fumigación, hiZO una expoSICIón acampanada de esudrsti(a"" informes tt~("nicos y demás, Assad Buca· ram pidió la palabro y dIJO que todo eso no cm sino para Ix-neficlar a grandes productores y exportadores, ehmmándoles competenda de los pequeños prodUl.lores, y que seguramente se trataba de un negOCiado. Nebot perdiÓ los estribos y alzando la voz lo más que pudo se cxpresó en contra de But:anun con los peores epftetos, dic.iendo que ('ra un ignorante y mo l mll'nlionado, pues con ello le iba a cousor enorme perJUicio al país . Cuando finalmente se sentó, extenuado en su nlrul, Buc3ram, que hobCa permanecido de pie frt:nte a e~t. exploslt)n, dijo como para que todos oyeran: "Se puso brovo porque le dañé d nl'go­CIO"

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El segundo debate, cuando el Dr. Arosemena trataba de obtener la sanción para los miembros de la Junta Militar y de pasada mencionó la nacionalidad de Assad Bucaram, el cual contestó, diciéndo en medio de su intervención:

"Ya presentaré, señor presidente, para colocar en el banquillo de los acusados el correspondiente proyecto de ley, porque tampoco se puede colocar a estos culpables en la silla presidencial, a un ciudadano que en vez de ubicarse allí a dirigir la gestión administrativa se dedica a las farras y al whisky ... 1/

En su contestación, Carlos Julio le dijo:

I~ mí no me atemorizan bravatas de ciertos quasimodos que no tienen ni la grandeza ni la ternura del amigo de Esmeralda ... 1/

Al responder nuevamente Bucaram, le dijo:

l/El señor diputado Arosemena, a quien yo no voy a analizar sus defectos masculinos, ni sus entretenimientos de dispararle a la cabeza a un amoral ensayando el tiro al blanco, siendo presidente de la República ... 1/

y más adelante dijo:

... '~ esto llamo yo ser nacionalista, no beber vodka abrazado con los cuba­nos en las playas de Manglaralto y hacer la escena grotesca que se publicó en todos los periódicos del mundo /l.

Carlos Julio replicó que era lógico que si estaba en la playa, esté vestido de baño, porque no necesitaba ponerse frac, sino vestido de baño, y que no era su culpa que Bucaram no pueda ponerse ese vestido.

Todos estos duelos oratorios eran apasionados. Cada contrincante usa­ba de todos los recursos de la oratoria y el pueblo los seguía como quien sigue un partido de fútbol.

Era una especie de circo romano, y por los documentos fotográficos que acompaño se podrá apreciar el fragor de la batalla. Para el fin del

año de 1966 ~ tomó esta toto de la Asamblea, aunqu~ por la falta de orden no pocÍt:mos enumerar IOlo nombres de todos, pero podemos dlstmguir:

Primero fila: Dn. Cnrlos MantIlla Ortega, Oip. por la Prensa; Dlp. Car­los ArÍ2.aga Vega, Olp. por Azuay; Olp Assad Bucaram, por el Guaya .. ; Dr. Gonzalo Cordero Cre~po, presidente de la Asamblea; And~s F. C6rdov3 O.p. del Azuay; I~bel Robahno, Dip. por los trabajadore ... ; Carlos Cueva Tamariz, Dlp. por Azuay; y en la última fila, en el c~ntro estoy yo.

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EpÍLOGO

Así era el mundo de ayer. Ueno de folelor, pero más tranquilo, menos ver­tiginoso que el que llevamos hoy.

Es inevitable que surja la pregunta: ¿Cuál mundo era mejor, el de ayer o el de hoy?

Pregunta sin respuesta válida.

Depende de cada caso, pues los hombres que surgieron en el pasado fue­ron fruto de su época y de su accionar, pero ese mismo accionar dependía de las circunstancias, lo que no es una fórmula que se pueda aplicar hoy. No se podría revivir al Dr. Velasco Ibarra y ponerlo a resolver nuestros problemas, actuales.

En el mundo de hoy ya no se concibe a un coronel apoderándose ilegalmen­te de un país, sin que de inmediato el resto de la comunidad internacional le cierre las puertas y las grandes potencias le retiren todas las ayudas que hoy recibimos. Los organismos internacionales, como el FMI, la OEA, la ONU y la Embajada de los Estados Unidos intervendrían sin necesidad de llegar a la fuerza, por simple anegamiento económico. En muchos países, cuando a algún militar se le ocurre deponer al presidente se ha resuelto el proble­ma colocando en el poder al vicepresidente y todo queda arreglado. Como sucedió en la caída del presidente Mahuad, que un telefonazo internacional cortó el camino de los militares poniendo en el cargo al vicepresidente Dr. Noboa. Pero un coronelote que entre pateando la puerta y se siente en el trono, ya no se concibe. Ya no existen los generales Urbina, Veintimilla, ni siquiera los Castro Jij6n, o Rodríguez Lara que se atrevan a tomarse el po­der. En este sentido, estamos mejor que antes.

Los grandes negociados del pasado siguen haciéndose, sólo que más 'gran­des, de millones de dólares en lugar de millones de sucres, y además ahora existe una enorme vaca lechera llamada Petroecuador, fuente inagotable de burocracia dorada de enormes sueldos y proveedora de toda elase de contratos. y, desde luego, para los casos extremos siempre queda la puerta trasera de la casa, que conduce directamente a Miami, en donde se vive y se disfruta de la fortuna lujosamente y, como siempre, con el respeto, cariño y admiración de todos sus amigos. En este sentido, el mundo de ayer era mejor que el de hoy.

Formamos parte de un mundo globalizado, y las comunicaciones y los trans­portes han hecho que algún acontecimiento, grande o pequeño que surja en cualquier parte, sea conocido en todo el mundo minutos después. La histo­ria ha cambiado, y si pensamos que Bolívar conoció de la batalla de Ayacu­cho una semana después de haberse librado, el mundo de hoyes mejor.

Sería, pues, imposible repetir el mundo de ayer, ya que no se puede ahora hacer una revolución por un telegrama público firmado por Juan Castag­neto. Yo ya no podría irme a vivir en Cantagallo en las condiciones en que vivía antes, pues en pocos días ya habría sido asaltado y muerto también es verdad que no podría repetirse una batalla corno la Segunda Guerra Mundial, en que parecía que el mundo se había vuelto loco, ni podría ex­ponerse al orbe y sus millones de habitantes al exterminio por la voluntad de un solo hombre.

Sin embargo, pienso que pueden darse líderes corno Churchill o Stalin, o genios del mal y del sufrimiento corno Hitler, pero se desenvolverán en forma distinta, probablemente afectados por la técnica, la informática o la cibernética; por los satélites y por la ingeniería biogenética se sabrá qué está sucediendo hasta dentro de nuestros pensamientos, y cómo será la cara de mi bisnieto futuro.

Tendríamos que evaluar 10 mejor que ha sido el tiempo en consideración a cuando fuimos más felices, si en el mundo de ayer o en el de hoy. Por ejem­plo, mis hermanos y yo consideramos siempre los días pasados en Cantaga-110 corno los más felices de nuestras vidas, probablemente porque éramos adolescentes. Mi mamá siempre decía que los años más felices de su vida fueron los que pasó cuando vivía recién casada con mi papá en París, donde él hacía un postgrado, coincidiendo con la llamada "Belle Epoque". Pero, probablemente si en ese tiempo se le hubiera preguntado, no se habría dado cuenta de que estaba viviendo sus mejores días.

La explicación está en que la felicidad es un estado de ánimo interior que nada tiene que ver con las riquezas ni los bienes materiales: se puede ser feliz en la pobreza e infeliz en la riqueza.

Lo importante es que no tengamos que arrepentimos de nuestros hechos pasados, que no nos avergoncemos de nuestras acciones, que no nos quede el recuerdo de haber obrado con injusticia con alguna persona que ya no está en este mundo para poder pedirle perdón. Que hayamos podido en alguna forma haber sido útiles a nuestros semejantes; en otras palabras, que el tiempo pasado no nos cause dolor. Si es así, y el tiempo actual sí nos cau­sa dolor, entonces el tiempo pasado indudablemente fue mejor, pero si es al contrario y el tiempo pasado nos da un mal recuerdo de hechos que no suceden en el actual, el tiempo actual es mejor.

Por eso digo que esa pregunta de cuál tiempo fue mejor no tiene respuesta válida. Lo que sí me causa incertidumbre es el contemplar a este mundo lanzado a velocidad hacia una dirección desconocida. Científicamente está controlado y dominado, pero socialmente es desconocido aquello de la feli­cidad personal, 10 que incluso puede variar. El concepto que hoy tienen las nuevas generaciones de 10 que causa la felicidad ha variado enormemente.

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ISBN - 9978-25-037-9 /978-9978-25-037-2

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