el mejor perfume de una mujer ( alicia giménez bartlet)

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Son las dos de la mañana y hace frío. Un frío de la hostia, pensó, y como pensamiento no estaba mal. Hay gente que vive cien años y no piensa algo así. Un frío de la hostia significa que uno odia el frío y el clima capaz de provocarlo, y la hora en que se produce y la calefacción que lo combate y, en el fondo, todo lo demás. Es una filosofía globalizadora. Un tipo a su lado decía en ese momento: “La vida es como el jazz”. Comprendió que la noche estaba llena de filósofos. Quiso saber con quién bebía el tipo. Una pelirroja auténtica con pecas en los brazos como pan integral. ¿Se había impresionado la chica con la frase? Poco, al parecer. Bebían gin-fizz. La vida es como el jazz, decía, mira, oye, como el jazz. Pero no pasó de ahí. Llevaba un kilo de razón aquel tipo tan ocurrente de la pelirroja. Como el jazz: brillante a ráfagas, ritmada o dispersa según la ocasión, reiterativa, discordante, monótona pero renovada, música desdramatizada, con momentos culminantes, solos nítidos, mucho ruido de fondo, improvisaciones, baladas tristes y saxos dolientes, pianísimos mágicos y finales brutales, inesperados. Podía haber seguido durante horas, aquel bobo, pero no tenía ni media bofetada intelectual. Ella, por el contrario, se sintió omnipotente dentro de su cerebro y del vestido negro. Claro que también tenía influencia el alcohol, ese momento maravilloso de la subida, esos minutos, una hora quizá, que harían de los pensamientos de cualquiera una obra inmortal, un tratado de originalidad. Si pudieran escribirse, naturalmente, que no suele ser así. Pero aquel cabrón de la pelirroja no iba a conseguirse ni un mal libro de máximas cristianas, ni unas vidas de santos, ni el código de la circulación. Y lo peor era que no iba a conseguir tampoco seducir a la chica, demostrarle que tenía algo que ofrecer bajo la camisa de buen gusto ni aunque bebiera toda la noche y a la mañana siguiente también. Pero veamos, se preguntó, ¿acaso la

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Son las dos de la mañana y hace frío. Un frío de la hostia, pensó, y como pensamiento no estaba mal. Hay gente que vive cien años y no piensa algo así. Un frío de la hostia significa que uno odia el frío y el clima capaz de provocarlo, y la hora en que se produce y la calefacción que lo combate y, en el fondo, todo lo demás. Es una filosofía globalizadora. Un tipo a su lado decía en ese momento: “La vida es como el jazz”. Comprendió que la noche estaba llena de filósofos. Quiso saber con quién bebía el tipo. Una pelirroja auténtica con pecas en los brazos como pan integral. ¿Se había impresionado la chica con la frase? Poco, al parecer. Bebían gin-fizz. La vida es como el jazz, decía, mira, oye, como el jazz. Pero no pasó de ahí. Llevaba un kilo de razón aquel tipo tan ocurrente de la pelirroja. Como el jazz: brillante a ráfagas, ritmada o dispersa según la ocasión, reiterativa, discordante, monótona pero renovada, música desdramatizada, con momentos culminantes, solos nítidos, mucho ruido de fondo, improvisaciones, baladas tristes y saxos dolientes, pianísimos mágicos y finales brutales, inesperados. Podía haber seguido durante horas, aquel bobo, pero no tenía ni media bofetada intelectual. Ella, por el contrario, se sintió omnipotente dentro de su cerebro y del vestido negro. Claro que también tenía influencia el alcohol, ese momento maravilloso de la subida, esos minutos, una hora quizá, que harían de los pensamientos de cualquiera una obra inmortal, un tratado de originalidad. Si pudieran escribirse, naturalmente, que no suele ser así. Pero aquel cabrón de la pelirroja no iba a conseguirse ni un mal libro de máximas cristianas, ni unas vidas de santos, ni el código de la circulación. Y lo peor era que no iba a conseguir tampoco seducir a la chica, demostrarle que tenía algo que ofrecer bajo la camisa de buen gusto ni aunque bebiera toda la noche y a la mañana siguiente también. Pero veamos, se preguntó, ¿acaso la brillantez del tipo excitará el deseo de la pelirroja? ¡Ah, oh!, se respondió, ¡terrible pregunta!, porque solo el deseo despierta el deseo y solo el deseo lo mantiene. Entonces, a saber; o el tipo estaba deseando de verdad a la pelirroja o mejor se iba a su casa y dejaba de decir estupideces sobre la vida y el jazz. Es lo malo de la edad, llamémosle mejor de una cierta edad, el deseo es huraño y esquivo, no hay modo artificial de hacerlo aflorar. ¿Psicólogo?, no me hagáis reír. Se desea cuando se tiene una ovulación o después de bebidas copiosas o copiosas colaciones, y no siempre. Verás, es simple, se dirigió a si misma, ya no funcionan según qué métodos: mimos y caricias infantiles que van subiendo de intensidad, palabras susurradas, pequeñas protestas amorosas. Ya no. Con las naves del matrimonio zozobradas, y las cartas de navegación mandadas al carajo, ya no. Ni con los amantes y amigos que vinieron después. Mira, en fin, al final, al final de los finales la cosa es diáfana: o una ovulación o el pezón en la boca del otro y los dedos donde procede que estén en cada caso. No hay más. Uno ya ha aprendido a estas alturas que la cama es el fondo donde se sedimentan los estratos del rencor y hay que llevar cuidado. Parece una obra de Tennessee Williams, ¿verdad? Pues no, es la pura vida. Su vida cabía mejor en una obra de Williams que en el coro de una tragedia griega con

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todas aquellas mujeres de negro bramando por turno y luego a la vez. No esperaría a su esposo ausente durante años, ni se casaría con su hijo, ni su padre la mandaría matar porque a unos putos vientos les diera por estar remansados. Nada de eso.

Un tipo se sentó en la barra junto a ella. No estaba mal. Una lástima, ya que tenía el plan firme de no hablar nunca más con nadie, ni siquiera de meteoros. Y todo porque pretendía llegar a los cincuenta con un resto mínimo de integridad. Estaba aún llena de proyectos, como bien se ve. Pletórica después de haber escalado cimas y vadeado ríos y enfilados valles. A nadie le importa el camino por el que has pasado; de modo que más vale callarse. La vida es como el jazz. Nada de la Gran Sinfonía “Creced y multiplicaos”, ni de la jodida estirpe de Caín en forma de adagio. Jazz: graciosas escalas, improductivos punteados, fantásticos solos onanistas de clarinete. Y que se joda Dios, que confiaba tanto en las mujeres como intérpretes de la partitura de la procreación. Pero el sexo es un tema central, efectivamente como de jazz. Podría decírselo a este tío que acababa de sentarse a su lado. Iniciar una conversación, dejar el proyecto de la lengua callada para otras vidas, cuando la trasmigración transporte su alma hasta el cuerpo escamoso de un pez. Podría encontrar un motivo antropológico como excusa para entablar palique. A saber: los niños balineses son iniciados en el sexo corriendo desnudos por una playa. Con ese acto simbólico se persigue que sientan un soplo de libertad. Así, cada vez que su sexo sea enterrado en el sexo de una mujer, recordarán que no pertenecen a aquella oscuridad sino al aire de mar abierto. Aunque bien pensado, no debería caer en el monotema, el sexo es la única melodía repetida por los ejecutantes hasta la saciedad. Y la música, tanta mística y tanta matemática, no es más que un medio Arte. Tiene demasiada importancia el intérprete, con su creatividad limitada a los signos que lee. Todo queda pues librado a la sensibilidad del celebrante, exponiéndose a que tenga un mal día o la mente puesta en otro lado. O al contrario, que quiera ser tan original que desdiga el esprit del verdadero creador. Por no hablar del depositario de las notas sublimes, que puede estar bostezando enfundado en un smoking, o ser un gilipollas o… ¡Bah, quién podía saber dónde estaba el principio o el final de la cadena creativa! Ella nunca se había fiado del arte que puede repartirse entre dos, como el sexo.

La música edulcorada que suena en el bar disloca las posibilidades de comunicación, y encima está el diseño posmoderno del local mordiéndole los ojos, con las aristas y los dolorosos vértices, las sillas desdobladas en todas direcciones como mujeres de Picasso. Miró al hombre que se había sentado a su lado con un poco más de detenimiento. Es un interlocutor tangible más que cualquier otra cosa. Siente hacia él lo que deben sentir los speakers de Hyde Park, o un cura hacia sus feligreses durante el sermón, o la voz que clama en el desierto hacia las dunas que la rodean. Aventura que ambos podrían formar una misma unidad coloquial. Constata que son cuarentones en medio de gente más joven en líneas generales. Piensa por indumentaria y actitud que

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deben pertenecer a idéntico grupo tribal. Está convencida de que sería positivo encontrarse por casualidad con un hombre agradable, ya que no era aconsejable encontrarlo en una búsqueda, como un antropólogo encuentra un parietal o un investigador una vacuna, sino de modo aleatorio, como un billetero o una flor silvestre. Ha quedado tan ahíta de buscar el amor y la convivencia perfecta y el hombre ideal que un billetero perdido y hallado, aunque fuera de piel ajada, aunque no contuviera dinero, le parecería bien por lo inopinado.

Pide un whiskito con hielo y sifón al camarero, que no escucha a nadie sino es para ejecutar una orden profesional. Pero así, con la orden cantada claramente, el hombre que se ha sentado a su lado en la barra, puede oír su voz y sus preferencias en materia de alcohol, muy importantes si se pretende intimar. Bien, ella ya ha hecho algo concreto por acercarse al género humano. Ahora debería tocarle a él. Claro que ella ya sabía de los hombres, y de su mamarrachil comportamiento, del que poco cabía esperar. Lo supo desde el momento en que se quitó el velo de los ojos, allá por su segundo desengaño amoroso serio, a los treinta o treinta y tres. Y por cierto que los ojos le dolieron mucho entonces, como si estuvieran llagados y salidos de sus órbitas, como si sufrieran una supuración. Entonces, en aquel crucial momento, comprendió muchas cosas, y pensó que iba a pasarse el resto de su vida clasificándolas y ordenándolas, coleccionando errores pasados como si fueran mariposas, clavándoles un alfiler en el cráneo y poniéndolos en una vitrina donde ya solo cabe la contemplación. Las sensaciones de aquel momento habían sido tan trágicas, tan en plan: “¡Oh, Dios Santo, no existe el amor verdadero!”, que llegó a sentir piedad de si misma. Pero no la piedad digna que se siente frente a un niño apaleado o un refugiado de guerra; sino una piedad bobalicona y fatua, la ternura débil que se experimenta ante un osito de peluche, que es un animal inexistente. Esa es la falta de grandeza de la tragedia amorosa, pensó, y lo lamentó aun con esos tiempos idos y casi olvidados, su pasada gilipollez. Porque a nadie se le ocurre que una tragedia pueda repetirse una y mil veces, periódicamente, como si fuera un Auto Sacramental representado por los habitantes de un pueblo completo. Nadie lloraría por un Cristo puteado cada Semana Santa en presencia de turistas. Pues bueno, la tragedia amorosa es igual, se repite como una epifanía y al final llega a cansar al respetable. Bien. Saca un cigarrillo y entonces el hombre que se había sentado a su lado en la barra del bar ejecutaría el resto del ballet clásico, era de esperar. Y lo hizo, naturalmente, con toda precisión, poniendo una llamita por debajo de su nariz. Entonces ella se saltó el propósito trapense de no volver a hablar nunca jamás y soltó:

- Oiga, ¿usted sabe cómo se llama este bar?- ¿Este en el que estamos?

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- Sí.- The Bank, se llama The Bank.Bien, armoniosa voz. Lozana incluso. Bien. Y el nombre, ¡puesto en bandeja! ¿The Bank, cómo es posible The Bank?, todo

preparado para extenderse sobre la fuerza arrolladora del inglés y la presencia de los bancos en todas partes y el auge del dinero y Wall Street y los ejecutivos tiburones dándose dentelladas frente a sus ordenadores llenos de números, y la puta bolsa de Tokio y la americanización del país. Pero se contuvo y sonrió:

- ¡No me diga, The Bank!- Pues sí.Sonrió el también. Ella empezó a considerarlo como un ser humano, ente o presencia, incluida su alma immortal y la fibra

sintética de sus calcetines. ¿Quién será este hombre?, pensó, ¿uno de esos directivos de empresa que en el restaurante se hacen retirar el pescado porque está demasiado hecho?, ¿uno de esos maridos que dan a sus esposas una vida cómoda y poco más, que ya es mucho, porque el ideal monástico compartido es absolutamente finito, todo eso de encontrarse con el amado en la casa sosegada está muy bien pero hay que ser muy poco inquieto para eso? ¿Un alegre divorciado, como todos?

- Es un nombre curioso.- Les ponen cualquier nombre. El pub de al lado se llama San Sebastián.¿Ignora el hombre aquel que San Sebastián era un santo maricón? ¿No se le ha ocurrido que puede ser un bar de ambiente

gay? Habrá que informarlo de ello:- Debe ser un pub gay, pero aún así, es curioso como nombre para un bar.Entonces ella se enzarza, sin agresividad ni pretender ser graciosa, en precisiones sobre el suplicio de San Sebastián. Le

había costado muy caro ser ocurrente en sus historias amorosas, a veces no estaba bien visto, pero le importaba un carajo en aquel momento que no había amor. Ejecutó cien líneas argumentales imbricadas sobre las flechas de San Sebastián y la elegancia de aquel martirio. Nada comparable con las carnicerías perpretadas sobre los cuerpos de otros santos: descoyuntados en el potro, socarrados a la parrilla, flambés, tetas cortadas… nada igualable a la precisión de un asaetamiento. Arcos que se tensan y dardos que salen disparados yendo a caer en el sitio justo escogido por el torturador anónimo, que ni siquiera figura como verdugo en la iconografía ni la advocación. Entonces aquel hombre, ¡oh milagro de San Sebastián!, no parece sorprenderse de ninguna de las

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tonterías que ella está diciendo ni se molesta tomando la actitud típica frente a un desconocido que desbarra. No, se ensimisma un instante, le pega un trago cansino a su vaso y pregunta:

- Oiga, ¿usted sabe si existe en el santoral algún santo fusilado, o fosfatinado por una ráfaga de metralleta, o apuñalado por la espalda?

Ella se pregunta si no será uno de esos tipos especialmente soporíferos a quienes les gusta charlar sobre la Segunda Guerra Mundial. Por eso se aleja de las armas de fuego.

- ¡Hombre, apuñalado por la espalda es imposible! Podría uno morirse rápidamente, sin enterarse, y si no hay conciencia del dolor y anticipación de la injusticia de la muerte no hay santidad.

Él se queda pensando un rato, como hacía su primer marido. Y ella remacha y amplía, como solía hacer con él:- ¿No se ha preguntado por qué Dios busca siempre hacer santos por la mano sangrienta del hombre? Es de una villanía

atroz. Un ser todopoderoso podría escoger al intermediario del castigo entre fenómenos sin culpabilidad: un rayo fulminante, una plaga, un puto ángel exterminador con cara bobalicona… ¿Por qué entonces los romanos, los infieles, el desdichado de Caín? ¿Por qué crear una casta de hijos de puta para que otros simplemente queden bien?

El tipo sí está complacido con esta invocación a la justicia divina. A su marido no le hacían ninguna gracia esas salidas porque consideraba que eran meros subterfugios para no hablar “de ellos dos”. ¡De ellos dos!, ¿es que acaso solo puede hablarse de grifos con un fontanero?, ¿por qué no de viajes, de fútbol, de crisis generacional? Pero no, ya se sabe que la palabra de un enamorado debe reservarse para hablar de los problemas de amor.

- Para mí los únicos santos válidos eran los que obraban milagros desinteresadamente en vez de dejarse escabechar- dice el hombre.

Sonríen por la coincidencia de parecerse. Eso está muy bien porque además de ser gracioso prolonga la conversación, aunque: que nadie se llame a engaño, ¿por qué de pronto ella, que ha jurado no volver a hablar nunca más, tiene interés de charlar con aquel tipo? Pues muy simple, porque están en un bar de diseño lleno de gente más joven y con el suficiente alcohol en el estómago como para envenenar a un ratón de laboratorio. Así que resulta completamente imprescindible encontrar a un ser humano masculino, femenino o neutro al que poder mirar y reconocer al mismo tiempo que es mirada y reconocida como alguien de más de cuarenta años y con un plumaje similar. Lo de menos es saber cómo ascendió al patíbulo Santa Mariana o qué le cortaron a San Eulogio, aunque eso también, porque siempre es cultura. Una vez habiendo renunciado a la perfecta comunión

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espiritual del amor, contabilizar a dúo la divina sanación de pústulas es una razonable aspiración. Tuvo un amante posterior a su divorcio con el que convivió siete años. Todo debía ser simultáneo y compartido con él. Todo se volvió significativo a fuerza de pensar siempre en los dos. Los primero años fueron tiempos chispeantes de proyectos y desvaríos amorosos. Escuchaban sinfonías al unísono y se felicitaban de tener sed ambos a la vez con tal de experimentar las mismas sensaciones. Debían tender a la identificación total, porque eso era lo que había fallado en las relaciones previas. Leían un libro por turno para que les quedaran en la cabeza imágenes parecidas. Después lo comentaban con intensidad. La felicidad en la cama no sólo era el placer sino hincarse el uno en el otro, no ser dos cosas unidas sino una sola, no ser media y media naranja sino la pulpa y la piel. Enloquecedor. Deberían haberse conformado con un racimo de uvas, divisibles por unidades y fáciles de repartir, dejar que cada uno las aplastara como buenamente quisiera contra el propio paladar. Y ya hubiera sido un proyecto ambicioso.

- ¿Crees que pueda darse un mártir nuclear?¡Vaya, hombre!, el tipo de andar soplado. No hay más que verle la nariz rosácea. Hubiera debido darse cuenta antes de que

él la haga depositaria de toda la sarta de estupideces propias del borracho errante. Está empezando a hartarse un poco de santos y martirologios, pero solo por ser amable exclama:

- ¡Si yo tuviera que infligir un tormento a un santificable me inclinaría por los leones!Entonces el hombre que se había sentado a su lado en la barra, de modo imprevisto y arriesgándose a echar por tierra

toda aquella alegre conversación, fue y soltó:- Como todas las mujeres. Las mujeres siempre prefieren el clasicismo de los leones. Además, ellas no te arrojan a las

fieras derribándote de un empujón, sino que antes te hacen jirones alimentando con ellos a las alimañas. Lo importante es que los últimos restos queden siempre entre sus uñas.

Lo mira con cansancio y pega un traguito de whisky. Ya está. Ya ha dicho todo lo mordiente que a lo mejor es capaz de imaginar. A ella se le ocurre responder con un sarcasmo feroz, pero le parece un auténtico desperdicio. Y conste que sabe hacerlo. Ha practicado el sarcasmo a lo largo de toda su vida amorosa, con todos los hombres que amó. Nada de un potente directo a los cojones, sino una buena palada que socave el ego, bien perpetrada, dicha sin aparente acritud. ¡Ah, era maravilloso! Los gritos del macho, sus muestras externas de ferocidad están destinadas a perderse en el aire como el semen de una masturbación. Pero la posibilidad femenina de asestar buenos golpes… Por fortuna hay fronteras impuestas por el alcohol, la sabiduría y la edad. También la experiencia y el cansancio, pero sobre todo el alcohol, y piensa que, al fin y al cabo, ¿para qué va a intentar agredir a

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una pobre criatura de la noche que, como ella, intenta anegar su soledad o algo indeterminado en alcohol? No parecería lógico, de manera que se contiene y comprende que no está enamorada de aquel tipo, porque si lo estuviera, la agresión nacería de ella espontánea como una tos. ¡Ah, el amor y la convivencia! La proximidad es terrible pensar que el capítulo que leemos tiene siempre continuación, que el final del libro nunca se sabe en que página estará. Se echa al coleto dos sorbos seguidos para celebrar el hallazgo y su inevitabilidad. ¡Vivir siempre con alguien! Es de locos pasarse toda la vida leyendo el mismo volumen, representando la misma obra, coprotagonizarla eternamente con el mismo actor de lado. Darle la réplica, besarlo, escenas de cama, un poco de argumento y ambientación… Pero ya se veía que no todo el mundo era tan ecléctico como ella. Aquel tipo prefería al teatro una explicación cinematográfica mucho más convencional. Largas uñas con restos de sangre, traiciones femeninas en forma de daga clavada en el corazón y la consecuente cicatriz enorme pero de bordes limpios, de esas que son al fin beneficiosas y endurecen y ennoblecen con cierto cinismo de “Tócala de nuevo, Sam”. Algo fantástico si contuviera el más breve rastro de verdad.

¿Qué mosca de uñas largas y esmaltadas le habrá picado a aquel tipo? Pero recuerda que ha sido ella la primera en hablar y, por lo tanto no tiene derecho alguno a pedirle explicaciones. Se fija con atención en cómo va vestido, en el color de sus ojos. Mayormente para poder recordarlo después, para poder sacarse algo de la mente el día en que invoque su recuerdo: la noche que bebí con aquel hombre que hablaba de santos. En ese momento el volumen de la música sufrió un descontrol y subió con desmesura impidiendo entenderse ni aun a voces. Se sonrieron. Era una canción en español de una chica que bebía por la mañana, y al mediodía y después de trabajar, lo mismo en invierno que en verano. Era una canción de las que les gusta a la juventud actual. Muy bien. También bebía al acostarse. Una cuba, aquella chica. Un sonsonete infame, aquella música. Se hubiera marchado a su casa en aquel mismo momento, solo que ahora no puede aquel contacto humano recién establecido con un ser que está llamado a ser testigo de que los contactos humanos han dejado de importarle lo más mínimo. De modo que va a quedarse allí hablando con el hombre de ojos azules porque, en aquel trance y habiendo comprobado cuánto han cambiado los gustos musicales, lo que necesita es un testigo de su propia existencia. Baja la intensidad de la música y el hombre dice, en consonancia perfecta con el sentir de ella:

- ¡Toda esa espantosa música de juventud!... ¿Sabes cuántos pollos son necesarios para alimentar a todos esos jóvenes tan altos y atléticos de las nuevas generaciones?

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Una diana plena. Lo de los pollos no se lo esperaba. No, no tenía ni idea de ningún avicidio masivo. Estaba interesada, sí, mucho más interesada que a propósito de los santos. Hasta sintió que le desaparecían todos los efluvios del alcohol debido al interés. Indagó acerca del exterminio y el hombre respondió:

- Más de un millón por semana solo en esta ciudad.- ¿Un millón de pollos para esos gaznápiros?- Más de un millón.Duro, el tipo, entero. Ella piensa que es posible que haya sido puteado sistemáticamente por la mujer que amaba.

Padecimientos sin cuento. Tristeza. Soledad. Melancolía. Abandono. Pero ahora ahí está, cicatrizado y sin temblarle la voz, sin pestañear: “Más de un millón de pollos”. Debe tener un hijo adolescente que lo putea también, un montón de años pasándole pensión. Cada hombre separado tiene una aburrida historia así, que tiende a contar o no contar, a sublimar o a escupir. Pero lleva razón, todos aquellos devoradores de muslitos asados, alas churruscadas, Kentucky Fried Chicken. Todos jóvenes y aves inocentes a la gente de mediana edad, a los padres que les han dado la vida. Y no solo pollos, también espuertas de volatería en general, bueyes enteros, angustiosos bodegones de conejos muertos con los ojos abiertos de par en par y todo regado por garrafones de cerveza agria, refrescos de cola y píldoras estupefacientes para provocarse un trip. Debe sentirse algo viejo, como ella también. Debe pensar en la muerte y no solo en la de los pollos. Como ella también. Claro que no le importaría morirse si fuera en uno de esos pequeños buenos momentos de la vida en los que cada cosa tiene su espacio y vivimos integrados en la realidad como si de verdad entendiéramos algo, como si de verdad existiera un orden. O tampoco le importaría si estuviera haciendo el amor, bien aferrada al compañero como queriendo arrastrarlo en el abrazo mortuorio. ¿Por qué se había enamorado tantas veces, para eso, para morir follando? Puede que esa fuera una explicación simplista, pero puede que no. Nos quedamos solos en el tiempo, pensó, y el amor atonta esa sensación terrorífica. Si bien ella se había enamorado para que se enamoraran de ella y había adorado para que la adoraran, cosa que necesitó siempre como el aire, el agua y la sal; es decir, como todos los excipientes humanos. Que la adoraran y la veneraran. Para lo cual es imprescindible una renovación de votos cada tanto. Y el matrimonio es malo para semejantes menesteres, para la renovación del misterio y la pasión y la adoración y la veneración. Algunas amigas suyas tenían ideas distintas y mejores resultados. Para ellas el amor era una relajación feliz junto al otro, sin revalidaciones ni excesos en la demanda. Como si en el abrazo sin brillo y con costumbre una encontrara el descanso y la paz, la intimidad. Como si alguna vez acabara la batalla mutua y la tensión y los lanzazos en el costado y el acoso y el silencio pertinaz. Estuvo tentada de contarle todas

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aquellas cosas a su contertulio de aquella noche, deseosa de congraciarse con él, pero en seguida desistió. Empieza a preguntarse muy en serio por qué ha dado en hablar con este hombre estando segura de que el uso del lenguaje es solo una fase de la evolución darviniana sin más, y no una necesidad superior. El lenguaje es avieso, un sonido parloteante de descripciones y diálogos, también monólogos, que intentan más que cualquier cosa encubrir y elevar el tono general llamando pasión al deseo y sueño a los ronquidos y confesiones a los vómitos y amor a vivir en la misma caverna.

- ¡Más de un millón de pollos, pero que barbaridad!Nota los efectos del alcohol, un cansancio súbito, un aflojamiento de los músculos, un ligero tambaleo. Piensa en la

posibilidad de dejarse caer hasta el suelo entre la curiosidad de los presentes, la indiferencia educada. Y levantarse de nuevo entre la certeza pública de demasiado alcohol o drogas. Pero no le están siquiera reservadas las glorias sórdidas de la generación perdida y su cuerpo insiste machaconamente en permanecer enhiesto, como si la verticalidad fuera un grado o fuera el símbolo de alguna resistencia pasiva encomiable. Sigue hablando con el hombre, que le ha ofrecido invitarle a una copa, y acepta aunque sabe que la copa compartida va a quitarle libertad, que puede ser esgrimida en su contra, enarbolada. No hay nada sin embargo que no sea aún remediable, puesto que cualquier cosa puede matarse antes de nacer, ya sea niño bicéfalo o relación amistosa. Si el hombre desconocido incide en confidencias absurdas o conceptos estupidizantes tales como: “Mi mujer no me comprende”, entonces ella haría algo en lo que se considera maestra: huir. Sin excusas ni civilización, porque si una no puede saltarse la cortesía y las normas sociales, ¿de qué le sirve estar jodido?, ¿y qué ventaja presenta tener el tuétano endurecido como pata de cabra? ¿Y cuál es la gracia de haber perdido los puntos cardinales de la vida cotidiana y ser brújula de Dalí?

Aceptó la copa, una más y la última. Se reconoce a sí misma cierta clase, pestañas tupidas, contornos firmes aún, manos blancas, un toque de distinción en el conjunto. Probablemente puede pasar por el tipo de tía que ha dejado al marido en casa después de una pelea y sale a beber. El marido se queda solo y contrariado, después de un día agotador en el trabajo. Se da a los cincuenta mil demonios porque sabe que hasta que ella no regrese no se dormirá. Y necesita el tiempo para el descanso, mañana tiene asuntos urgentes. Sabe que aquella discusión no conduce a ninguna parte y que, pasado un tiempo indefinido, se repetirá, exactamente igual a como ha sido hoy. Claro que prefiere ser tomada por una tía de tales características a otro tipo de tía de las que afrontan el futuro con ilusión y sale por las noches a la caza de polvos.

Él la estaba mirando en plan de “aquí estamos y ahora qué”. Entonces ella toma con firmeza las riendas de la noche y lo abofetea con una pregunta terrible:

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- ¿Te diviertes?El hombre que se sentó a su lado sonrió otra vez, con sorna ahora. Debe ser del género irónico. Quizá pudieran pasarlo bien

juntos intercambiando puyas y acusaciones veladas, aunque a lo que ella aspiraría sería a representarle no a Tenessee Williams, sino la tragedia griega completa, ideal en las noches de insomnio, ¡al carajo con tanta mediocridad conyugal! Se sabe bien el texto: ¡Ah, oh dioses, vaya la vida mía, con lo mucho que prometía y lo magnífica que hubiera podido ser. Y tú eres cómplice de mi frustración, los dioses te lo demandarán y enviarán sobre ti su ira y su justicia”. Con los altos coturnos, los velos negros sobrevolando su figura descollante, brazaletes en las muñecas, los ojos ribeteados de negro intenso. Y en las gradas del anfiteatro la soledad de un solo espectador: el otro. Palmadas en el aire tras la representación de aquel ámbito vacío, colosal. El otro es testigo del lamento igual que lo ha sido de la degeneración y la pérdida de las ilusiones. Se completa su rol. Bien. Llanto por el amor. El único verdadero. Los llantos por el arte o la Patria nunca han sido auténticos. El hombre la mira con paciencia, a estas alturas debe estar preguntándose por qué coño ya no quedan en el mundo mujeres de cultura primaria que laven en el río, que amasen pan con las puntas de los dedos analfabetos, tan gráciles.

- Lo estoy pasando bien, aunque la verdad es que no suelo beber tanto.Una justificación que nadie le ha pedido. Sabe que ella debería responder: “Ni yo tampoco”, pero no lo hace. Que se joda,

que crea estar compartiendo la noche con una de esas cuarentonas amargadas que beben por beber. Que piense que tiene un esposo en alguna parte, puteado porque ella ha salido a beber. Un esposo que compra tiempo para que ella pueda ir a beber, a exposiciones y conferencias, culturizarse, acudir al gimnasio, a los tratamiento faciales, al cine, a beber otra vez, a cualquier parte con tal de no permanecer en casa tocándole los cojones con su realización personal, con la ternura y el amor.

- No es malo beber de vez en cuando – se limita a decir y luego añade:- Anima e impide llorar.Él salta como si tuviera un resorte acoplado y afirma:- ¡Nada más cierto, una gran deducción!- Ahora que a los hombres os está permitido llorar, solo lloráis por las tragedias amorosas. ¿Te has fijado en las novelas

norteamericanas, en el cine de Allen y todo lo demás? La única tragedia del hombre moderno es el tormento de sus ex esposas, pagarles la pensión, discutir con ellas por teléfono, comprender los porqués de la separación, fisgonear la pinta de sus nuevas parejas, analizar qué tienen los otros que no tenga él.

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Se queda mirándola, anonadado. Aquello había estado tan bien definido, no había más. Tampoco iba a morirse por la impertinencia, y si no quería que hablara, hubiera hecho mejor no invitándola a beber. En cualquier caso había tenido el detalle, en consideración a él, de no acabar su perorata gritando: “¿Y la Revolución, y la conciencia de clase, dónde la habéis dejado con tanto llorar por tragedias insulsas?”. El tipo se encogió de hombros. Las tragedias griegas para los griegos y América para los americanos y las ex esposas de los americanos para nosotros también, importadas como el bourbon y el tabaco. Ella le aguanta la mirada porque sabe que lleva razón. ¿Qué hace un hombre cuando le disuelven el matrimonio y le devuelven la máxima libertad individual? ¿masturbarla hasta que quede deslucida? Pues no, va y la pone en manos de otra persona, otro amor. Vidas descompensadas, demasiado espacio en el casillero amoroso. Las mujeres somos en el fondo parecidas a ellos, piensa. La libertad individual forma excrecencias carnosas que siempre damos a devorar a alguien. Es comida que se acepta bien. Sin pasto ideológico, ni pasto revolucionario, ni nada grande que compartir, nos devoramos los unos a los otros. Y así es, todos agarrados al teléfono para ir soltando y recibiendo las broncas por los niños y la pensión, haciendo frases en torno al verbo “comprender”: “Espero que lo comprendas”, y “Compréndelo”, “nunca me comprendiste” y también: “Algún día lo comprenderás”.

- Y todo eso viene motivado porque el hombre moderno no tiene auténtica capacidad de odio. Demasiada civilización. Por eso lo diluye todo en una nostalgia pastosa- remacha ella.

Si en ese momento aquel tipo se levanta y se larga haciendo corte de mangas, ella nunca se lo reprochará. Estaría en su derecho. Se ha excedido. Es como si Adán estuviera al desnudo en el diván del psicoanalista con el pito resbalándole hacia un lado. Pero el aguanta y dice:

- La verdadera cólera, la fría y callada cólera y el odio enquistado, ese que dura siempre, es atributo exclusivo de la mujer.

Se lo ha ganado a pulso. Y ahora no va a arriesgarse a discutirle algo por las buenas a un tío que no conoce nada y que anda bebido. De modo que replica:

- Finalmente las palabras no explican nada.- Y, entonces, ¿por qué sueltas frases grandilocuentes sobre los hombres?- Porque no quiero explicar nada.- No hay que ser tan exigente. Uno se cobija en el amor porque, sencillamente, no encuentra otro lugar.

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¡Vaya, mala suerte!, podía haber cabido la posibilidad de que le hubiera tocado un excursionista desgajado del grupo y despistado, o un alegre borracho nocturno sin más. Pero no, es evidente que él también ha sido víctima del villano Cupido, ciego y con gonorrea. A los lisiados por amor se les nota en seguida, quedan completamente jodidos, como si el diosecillo romano y cursi no solo les acertara con las flechas en el corazón, sino también en otras partes del cuerpo: las rótulas, el bazo, los cojones. Quedan como mutilados de guerra, cojos, mancos, castrados, mucho más ensartados que San Sebastián. Le dan ganas de llorar con tal de achicar el nivel freático de los humores alcoholizados.

- ¿Quieres otra copa? – pregunta ella.No quiere. Lo que él desea en esos momentos y llegadas las cosas hasta aquel punto es seguir dándole al tema, cantar la

sonata a dos voces, pensar a dúo, unir verborrea y entelerrea. Pero va a tener que hablar solo. Ella ya habló suficientemente de amor con amigos y conocidos. Además, este tío debería tener la delicadeza de no cargarla con sus muertos. Seguro que su esposa anda buscándolo, licuada en lágrimas de ansiedad. El buey suelto bien se lame, pero todos los bueyes tienen dueña. El hecho de que anden por ahí buscando algo que llevarse al coleto no significa que no pertenezcan a alguien. Después de osar en los cubos de basura e irrumpir en los céspedes de los vecinos suelen regresar al hogar. Claro que eso no impediría que entre él y ella pudiera surgir una amistad. Compañeros inseparables, compartiendo un pedazo de pan seco si fuera menester, felicitándose en Navidad, comentando las ventajas de antidepresivos y tranquilizantes que ambos han probado: Valium, Librium, Prozac y Trankimazín, la nueva conciencia farmacológica que une más que cualquier clásica solidaridad.

- ¡Vamos, tomemos una copa más. Así podemos seguir diciéndonos frases grandilocuentes sobre hombres y mujeres!Él se ríe. ¡Qué bien, no está enfadado!, ha comprendido que la intención de ella es inmejorable, que si dice esas cosas es

solo porque es una mujer moderna cuyo abanico intelectual se abre en más conceptos que el de simple amor. Acepta la copa. ¡Tranquilo, muchacho!, naturalmente que sí; ella no es una pelmaza mujer antigua, desconocedora de Kierkegaard, una de aquellas mujeres a quienes cualquier sentido de la angustia remitía al desamor o a los malestares ginecológicos. Convencidas ellas, las mujeres antiguas, de que nada excelso existía si no era el ronroneo y picoteo idiotizante de las palomas amorosas. Pero ellas eran así, qué vamos a pedirles, nunca conquistaron nuevos continentes, ni corrieron en pos de epopeyas quiméricas, ni mataron en nombre de dios ni de los hermanos proletarios. Nunca se les infló entre las piernas un tubo orgánico, sonrosado y evidente, batallador. Ellas justo se quedaron guardando el fuego en el hogar y la sagrado humedad en la entrepierna. Una pena.

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No, basta de frases grandilocuentes sobre los hombres, al fin y al cabo, nadie se conoce mejor que uno mismo y por eso el médico te pregunta dónde te duele y a qué atribuyes el dolor, y quién era ella para interpretar al sexo complementario, que no opuesto.

El tipo de la pelirroja, el de la vida como el jazz, ha pedido dos martinis también. ¡Menos mal!, estaba empezando a pensar que era los únicos que bebían en aquel bar. Entonces su amable contertulio le pregunta.

- -¿Tú crees en el fracaso sentimental?- ¡Y no había de creer!, en todos los fracasos se cree. Se lo hace saber:- -Yo creo en la demolición total del edificio.- -¿No crees en la posibilidad de encontrar el amor?Increíble pensar que tanta variedad de instrumentos como hay en el universo toquen todos la misma canción.- Mira, todo el mundo ha pasado por un fracaso sentimental, todo el mundo que vale la pena a nuestra edad se ha

divorciado ya, hasta los que no se han casado están divorciados, todo el censo completo de seres pensantes, esto es como Hollywood, el fracaso sentimental es lo cotidiano. Mira, las aseguradoras de matrimonios ya no quieren extender pólizas a gente de nuestra edad. Pero por eso no hay que andar comiéndose la moral, ni haciendo un silogismo trucado de Sócrates es un perro luego todas las mujeres son perras y yo soy un desastre.

-Creí que eso era lo que hacías tú.-Pues no.-Creí que no estabas contenta con la realidad.-Exulto de alegría con la realidad, lo único que ocurre es que no le doy demasiada importancia al fracaso sentimental.- ¿Has llegado a experimentarlo con profundidad?Ahora sí había logrado prenderlo de su hilo sherezádico, ahora sí podía contarle imágenes imprecisas, evanescentes como

paisajes ingleses, o simples mentiras tirando a burdas, o bodegones pornográficos holandeses, o miniaturas chinas sobre placa de marfil con geisha follada desde adelante o desde detrás, o series punteadas: fascinación-enamoramiento-conocimiento y decepción. Pero no se siento con ánimo para soltarle la historia de su vida, lamentos de muro judío, vestiduras desgarradas dejando al aire trocitos de carne sin broncear. Mejor todo más distante, más aséptico, una conferencia sobre la ciencia del plañido, un libro de instrucciones para desmontar pieza a pieza el juego articulado del amor. No, mejor teorizar:

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-Todo es resultado de una época abyecta. Al principio follábamos o nos dejábamos follar en nombre de la libertad. Y, claro, resultaba difícil. ¿A quién no iba a afectarle semejante diluvio sexual? Hasta el propio Noé miraba asombrado y asqueado cómo todos los animales del arca copulaban sin respetar tamaños y especies. Era imposible mantenerse al margen, a no ser que fueras completamente lelo, u onanista o católico papal.

Pero aquello estaba derivando en una conversación manida, como la climatología en el ascensor y tampoco pueden pasarse la noche entera contabilizando síntomas de fracaso ni haciendo cuadros sociológicos de las épocas que les tocó vivir. Ella intenta resumir y ser escueta.

- En pocas palabras, que yo también he experimentado la culpabilidad, y los celos, la mala conciencia posesiva, el aburrimiento, el rencor, el orgullo herido, el sentimiento de repetición y el de inutilidad. Si a ello le llamamos fracaso sentimental, pues sí.

- Pero el deseo siempre vuelve.- Cada vez menos.- La necesidad de ser amado.- Cada vez menos.- El descanso de llevar las cargas entre los dos.- Ya no quiero llevar ni siquiera mi parte.Le está entrando sueño. Debería irse a casa. ¿Para qué seguir hablando si hay vidas con formas tan diferentes. Vidas

rectilíneas, en punta de flecha, vidas cilíndricas, triangulares, cuadradas como mazos, vidas en polígono asimétricas o informes como un boniato a medio asar. ¿Y qué importaba nada una vez abandonado el jardín de la adolescencia del que nadie quiere salir? Lo miró. Él también estaba cansado. Parecía un Mesías que hubiera llegado tarde a su propio advenimiento por haber perdido el autobús. Patético. ¿Para tan ridícula conclusión me he liado a charlar con esta rubia?, debía pensar. Ella ni siquiera le había dado opción de narrar su propio fracaso sentimental. Probablemente eso era lo único que le hubiera apetecido hacer. Con seguridad se había enzarzado con ella para llegar a ese punto culminante: contar su fracaso. Ignoraba en qué hubiera podido consistir semejante fracaso, pero sí sabía que si lo hubiera dejado hablar él hubiera acabado diciendo: “Nunca me atreví a confesarle que no la quería”. ¿Y quién se atreve?, ¿quién es el guapo? Las cosas serían más fáciles si siguiéramos los consejos de La Perfecta Casada, y las enseñanzas de Don Leandro Fernández de Moratín. Pero cuando se es tan torpe como el hombre y la

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mujer son por especie, nada provechoso se puede esperar. Soplarán brisas, vendavales, ciclones, y siempre nos encontrarán en bolas, pensó. En bolas y hablando, lo que sí es imperdonable. El tiempo de la juventud había pasado. Todos los individuos de su generación eran ya especimenes vulgares. Se habían desplazado sigilosamente en grupo y habían caído pendiente abajo hasta el charco, donde se reunieron con la demás gente de tribus distintas, incluso de tribus rivales, aquellos a quienes tanto habían odiado años atrás. Acabaron amalgamados en un apasta común, hablando del fracaso sentimental.

- Creo que me voy a casa- dijo ella.- No te vayas aún.- Tengo que irme. Además dentro de un rato ya no van a servirnos ni una gota más de alcohol ni de ninguna otra cosa. Casi

todo el mundo se ha marchado. Encenderán las luces del techo y se acabará la penumbra. Entonces veremos los desconchados de las paredes y las quemaduras de cigarrillo en las alfombras.

- Veremos la realidad tal cómo es.- Los bares y los cines no deben verse nunca con una luz fuerte. Ni las caras de los que han bebido hasta las tres de la

mañana.- Yo me atrevo.- Yo no.- Eres una mujer cobarde.- No nos perdamos en personalismos. Sigamos nuestra conversación. Habíamos quedado en que millones de pollos mueren

diariamente.- Son inmolados.- Por una buena causa.- Por la causa de la supervivencia y el dinero.- Esa es la que cuenta.- ¿Y la causa amorosa?- Es una causa perdida.- Como todas las buenas causas, pero hay que ser idealista y perseverar.- A veces a perseverancia lleva a lo sórdido.

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- ¿Por ejemplo?- Ligar con un desconocido en un bar, pero también a otras cosas peores aún.- ¿Por ejemplo?- Sistemas tortuosos para revitalizar un matrimonio: llevar terceras personas a casa para que participen en una cama

redonda.- O llamar a burdeles para parejas.- O recoger a un mendigo en la calle y meterlo en una orgía familiar.- O aguantar.- Exacto, o aguantar toda la vida junto a un tipo al que no quieres.- Las flores crecen gracias al abono, que apesta.- Mira, a veces quiere uno organizar un cuadro armónico con la propia vida y lo que le sale es el trasero de un elefante.- O la joroba de un camello. Pero es cuestión de olvidarse de las deformidades.- Para caer en deformidades aún más llamativas.- Por lo menos es una evolución.- De la evolución solo salen rampantes los individuos más adaptados a la modernidad.- Yo me siento lejos de esos tipos que hacen de Nueva York la Meca de su mundo, de los que decoran sus casas con muebles

de diseño incomprensibles.- Esos son los triunfadores que han sabido reciclarse. Comulgan con el nuevo nihilismo. Pero dime, ¿qué le queda al hombre

si le quitas el idealismo colectivo?- Las llamadas de su ex esposa reclamándole la pensión.- ¡Tú lo has dicho!- Lo único que eso significa es que los hombres ya estamos listos para ocuparnos de los temas amorosos como asunto

primordial.- ¿Y quién seguirá levantando catedrales, pergeñando líneas de ferrocarril, convenciendo a los enemigos mediante la

guerra?- Alguien se ocupará.

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- ¡Nosotras nos ocuparemos! Bueno, ellas; esas nuevas mujeres de treinta años que forman parte de los consejos de administración, hacen vuelos transoceánicos y practican operaciones a corazón abierto. Pero entonces no habrá tiempo para nada más.

- Perfecto, que inventen ellas. Pero tú no eres de ese grupo victorioso.- No, yo no.- ¿Entonces?- Mi problema es que estoy cansada, harta, escarmentada, lidiada, resabiada, avisada, emputecida de tanto pensar toda mi

vida sobre el amor y el equilibrio sentimental.- ¿Y quién te mandaba…?- Era mi obligación.- No estoy seguro de eso. Lo que ocurre es que todos aspiramos a ser el centro de la vida de alguien, y esa es una pretensión

excesiva.- Oye, estoy cansada. No tengo ganas ni de seminarios teóricos, ni de análisis psicológicos.- ¿De qué tienes ganas?- De dormir.- Yo no duermo demasiado bien. De un tiempo a esta parte me despierto a mitad de la noche y me quedo mucho rato con

los ojos abiertos.- ¿Pensando?- Sí, no sé, supongo. Dejo que la mente se pierda por ahí, libre.- La mente suele tener un terreno muy pequeño para explorar, los límites exceden poco a lo que se ha vivido.- En mi caso…

No, no, no me lo cuentes. No entres en el corral estrecho donde picotean las gallinas de cada cual. No desciendas al detalle ni a la anécdota. No te muestres en calcetines antes de tiempo. No me des tu electrocardiograma. Asume tu biografía hasta hoy y haz con ella un bolo alimenticio rumiable y regurgitable, pero no lo muestres en público, no abras la boca al masticar. Seguramente te has creído que, al final, lograrás endosarme la historia de tus desgracias sentimentales, que no son sino el

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enmascaramiento de la mediocridad que ha guiado toda tu vida en general. Pues no, ni lo sueñes, si no has tenido arrestos para saltar del vehículo en marcha es solo cuestión tuya. También si has cambiado demasiadas veces de coche solo por la carrocería, o porque eres un apasionado de la automoción. Allá tú. No te creas que el hecho de hablar conmigo en un bar te da el derecho de mancharme de lágrimas y mocos la solapa. Mi solapa es mía y he conseguido tenerla seca en los últimos tiempos. He conseguido tenerlo seco todo y si un día considero que debo regar lo haré con los líquidos que a mí me apetezcan. Quiero que todo a partir de ahora sea aséptico y formal. Detesto los sainetes de falsos suicidios. Me revienta la gente dulce y comprensiva con el pequeño lamento enquistado e individual. El mundo no hay quien lo cambie, desgracias de cama y desamores, frustraciones de trabajo y malentendidos, el ego desmadrado, errores, lo de siempre. Vete a un convento. Vete al carajo. ¿Crees que soy poco más que un animal doméstico? ¿Crees que voy a colgarme una maceta de geranios al cuello y lanzarme al río como Ofelia? ¿Crees que voy a dejarme trincar por un negro hijodeputa como Desdémona? Mal momento, muchacho. Mal rollo, tío. Solo me gustaría representar a Julieta y para eso ya se me ha pasado la edad. No te digo que no actuara de buen grado ese papel. Una Julieta ganadita con el talle ensanchado por los malditos partos y cierta afición a beber en las noches de luna. Es hermosa esa pasión joven que se estrena, con un montón de hormonas presionando a todo meter y las palabras vírgenes para intentar legitimar el apretón. Es hermosa la pasión que se genera en el cuerpo y no en la lengua. Yo también la he sentido, no vayas a creer, pero ahora empiezan a fallarme las puestas en escena, soy incapaz de anularme por completo, siempre me veo a mí misma y proyecto los recuerdos del pasado y hago una consecuente racionalización. Por eso te digo que no me cuentes nada. Serán variaciones del mismo tema. Será Bach, poniéndonos en el mejor de los casos, porque me has parecido un tipo con clase, pero no más. Será jazz como la vida misma, de Detroit. Y si le arreas a la música dodecafónica no me voy a enterar, no tengo preparada mi sensibilidad. Así que mejor lo dejamos y me voy a dormir. No tengo curiosidad por saber con quién duermes tú. Dale mis salutaciones a tu oso de peluche, sea hombre o mujer, y si duermes solo no te olvides de cerrar la llave del gas. Todos sabemos que acabar haciendo el amor con una mujer no presentada es una meta seductora para cualquier hombre de mediana edad. Pero es difícil, no suelen presentarse demasiadas oportunidades a no ser en esos bares de gente mayor especialmente ideados para ir de pesca. Supongo que eso será sórdido y tristón para ti, de modo que olvídalo. Yo no voy a decirte que eres el hombre de mi vida, ni tendrás que meter estómago y mostrarte caballeroso. Todo eso te ahorras. Es más, a la mínima que continúes tu frase dándome alguna información privada sobre ti, me levantaré y me iré. No pienses que soy una estirada, lo único que ocurre es que hoy tengo la sensación de haberlo oído todo alguna que otra vez. Estoy hasta las narices de caballeros que llevan firmemente en su mano las

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bridas del trabajo, el poder, la felicidad y el amor. De la misma manera que me cargan también los caídos de la montura a los que hay que auxiliar. Hoy me jode todo dios. Estoy convencida de que en el fondo te gustaría verme a estas horas como a una mujer que oficia de mujer. Cualquier hombre da por bien empleado el esfuerzo de todo un día por contemplar a una mujer que se cuida a sí misa con delicadeza, considerando su materia orgánica y su materia espiritual como algo elevado y misterioso, mágico. Mujeres liberadas, o castradoras justicieras, o amas de casa dulces como la miel; lo que sea, con tal de que por la noche se dispensen ese pequeño trato de favor: cepillarse el pelo, masajearse la frente, esparcir agua de olor en sus muñecas. Aunque todo eso represente una estrategia envilecida a ti te gusta tanto como a los demás. Y a mí, no creas que no. No creas que no me gustaría conservar la suficiente fe como para realizar todo ese ballet de belleza. Te diré más, diré algo que nunca he dicho antes. ¿Sabes cuál es el mejor perfume de una mujer?, ¿sabes cuál es el único, el verdadero, el perfume fundamental, aquel que es envolvente y da la felicidad? Pues fácil, es el olor del semen de su hombre después de haber sido depositado en su cuerpo, después de haber permanecido un tiempo ahí. Impregna la piel de modo duradero, a veces un día o más, por mucho que te duches o te bañes. Aparece en la pituitaria inopinadamente, fluyendo desde el interior de la manga al hacer un movimiento. Es un efluvio más que orgánico, más que visceral. Es más que el recuerdo de haber follado. Es una fragancia caliente de esencia pura, no todo lo genérico viene de la mujer, que no se parece a ningún otro olor en el mundo. Te diré que encontrarse de repente con él produce siempre una sorpresa, y un orgullo posterior. Mi hombre. La pertenencia. Y la posesión. Todo lo demás es basura y hediondez. Así que ya puedes ver que no soy una monja feminista, comprobar que he sido ungida con los ungüentos de la vida, que ni siquiera he intentado engañarme o engañar sobre eso. No me da miedo, es así. Todo el resto es hojarasca escrita sobre amor, es teoría literaria, o mística para peregrinos de un día al año: revelaciones de la verdad verdadera, apariciones milagrosas en las grutas, las llagas de Cristo, el tren hacia Lourdes lleno de paralíticos. Y porque lo sé decido no hablar y espero que los demás decidan no hablarme, no plantearme problemas matemáticos de resoluciones inciertas siempre barajándose los mismos planteamientos: él casado y yo no, ella joven yo viejo, amor homosexual… dejémoslo. Reconozcamos que el tiempo ha pasado enseñándonos demasiado como para ignorarlo. Apartemos los tristes disimulos, las aborrecibles historias de engaños conyugales, ejercitemos la gloriosa teoría de la libertad personal y jodámonos en silencio. Además, compañero, no te fíes de ninguna mujer, porque si bien es verdad que cada una de nosotras guardamos en nuestro interior un tesoro de amor, no es menos cierto que también conservamos, y quizás en el mismo compartimiento, la furia ancestral del animal débil y acosado, salvaje. Siempre recibirás de una mujer siete puñaladas más de las que son necesarias para matarte. La vida es corta, pero larga mientras dura. Las

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médulas que gloriosamente han ardido y el polvo enamorado están muy bien, pero no esperes ni un poco de calor de ellos. Además estoy cansada y deseo que acabes tu frase de una puta vez, pensó.

- …en mi caso no es muy diferente. Pero nunca me ha gustado demasiado darle vueltas y vueltas a los recuerdos.- Eso te honra. ¡No sabes qué susto me has dado!- ¿Por qué?- Creí que ibas a hablarme sobre tu vida.El hombre que se había sentado a su lado en el bar se echó a reír.- ¡No, no!, soy un hombre bien educado.- En ese caso, déjame marchar. Estoy cansada.- ¿Puedo pagar también tus bebidas?- ¿Eso te producirá placer?- ¡Muchísimo placer!- Entonces, adelante.Mientras él le pagaba al camarero, ella pudo ver que el tipo de la vida es como el jazz, estaba besando a la chica pelirroja. La

besaba en los labios y cerraba los ojos. Se besaban con delicadeza y con verdad, olvidados del resto de la gente. Se besaban provocando un campo eléctrico suave a su alrededor. Se besaban intercambiando cosas que ni siquiera les pertenecían. Se besaban creando una fotografía de tiempos de guerra. Se besaban insuflando inocencia a la noche. Se besaban como en despedidas y reencuentros. Quedaba claro el contacto labio a labio, lengua a lengua, diente a diente. Se besaban.

- ¿Nos vamos?- Te agradezco tu invitación.Salieron a la calle. Hacía frío. Se arrebujaron en sus abrigos. Las aceras estaban silenciosas, mortuorias, por delante de ellos

pasó, haciendo la recogida, un camión de basura. Los basureros subían y bajaban por la parte trasera, enganchándose a algún saliente como si fueran monos. Se reían y hablaban a voces. Se afanaban en acabar su trabajo. La basura bullía en el interior de la cuba con un continuo movimiento rotatorio de trituración y destrozo. Cuando acabaron los miraron un instante. Un hombre y una

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mujer de mediana edad esperando un taxi. Luego se sentaron balanceando las piernas en el aire y el conductor gritó: “Vámonos”, y se fueron.

- ¿Quieres que te lleve a tu casa? Mi coche está allí- dijo él.- No, esperaré que pase un taxi.- ¿Sabes que voy a hacer?- No.- Voy a darte mi número de teléfono.- ¿Para qué?- Pues… quizás un día quieras reclamarme una pensión alimenticia en concepto de haber perdido una noche de tu vida

bebiendo conmigo. O quizás quieras decirme que no tienes absolutamente nada que contarme. O puedes necesitar un interlocutor para comentar el suplicio de algún santo, la muerte de algún pollo.

- Es verdad.- O quizás…- ¿Qué?- O quizás tú o yo, o ambos, hayamos recuperado la esperanza.- ¿La esperanza de qué?- La esperanza en abstracto.- Bien.Él sacó una agenda, escribió algo en una hoja y la arrancó. Luego se la tendió. Ella se la metió al bolsillo sin mirarla.

Probablemente él habría escrito allí su nombre y no le apetecía en aquel momento saber cuál era.- O quizás… - siguió él diciendo - … O quizás no llegue ningún taxi y yo pueda volver dentro de un rato a recogerte. O quizás,

y esto es lo más probable de todo, quizás descubras que a lo mejor puedo ser el hombre de tu vida y decidas vivir conmigo hasta que la muerte nos separe.

Ella sonrió y asintió con la cabeza. Se dieron la mano. Lo vio caminar de espaldas, alejándose. Decidió dirigirse hacia una parada de taxis. Era una bonita noche después de todo, y hasta que la muerte los separara resultaba un plazo realista. ¿Y por qué no? ¿Por qué no bailar una vez más la condenada danza? ¿Y si después de todo y al final y pese a todo y en contra de todo él sí era

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el hombre de su vida? La invadió la impaciencia de saber si eso sería cierto. Se preguntó cuál sería el momento en que la muerte, inmisericorde, llegara a separarlos: durante una taza de té compartida al atardecer, o recogiendo las hojas secas del jardín. Se imaginó a si misma, vieja y enferma, en la cama de un hospital, evocando la imagen de él, muerto tiempo atrás, y una paz absoluta y confiada la invadió. Entonces buscó compulsivamente el trozo de papel en su bolsillo y marcó en su móvil el número de teléfono que él había escrito, sin ningún nombre al lado. Se llamara como se llamara, no tardaría en llegar.

Zaragoza, 20 de octubre de 1998.