el libro de los mundos - primeras luces
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Sheyla Prevé
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El Libro de los Mundos
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El Libro de los
Mundos
Sheyla Prevé
Primera edición: 2014
D. R. © 2014 Sheyla Prevé
D. R. © 2014, derechos de edición:
Katherina Editorial
Ilustración de Portada:
Mad Cruz Riveroll
El Libro de los
Mundos
Sheyla Prevé
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El Libro de los Mundos
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Para los soñadores.
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EPISODIO I
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PRIMERAS LUCES
El encierro la consumía sin tregua. El dolor ardía en
su pecho por la espera infinita y la pérdida.
Imposible de contrarrestar es el pesar que la soledad
trae consigo, devora lento la mente y el alma,
dejando a su paso un halo de esperanza sabor a hiel.
Habituarse a los aromas y sabores desagradables no
era tan difícil como pensó al llegar, pero la
incomodidad causada por el espacio y la mugre eran
asuntos distintos, el frío constante calaba sus huesos
que buscaban escapar a través de su piel rota,
lacerada a cada instante por el contacto con la
piedra que la rodeaba. Los pensamientos agolpados
peleaban entre sí por la atención de su anfitriona,
pero ella perdía el interés cada vez más, dejando al
margen los problemas mundanos concentrada en
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marcharse, ya no de su prisión, esa idea fue
desechada tiempo atrás después de marcar el día
700 en uno de los muros que la contenían, pensaba
en dejar el cuerpo abrazando la muerte; suponía que
sería menos fría que aquella roca, menos dolorosa
que la soledad y menos pestilente que el ambiente
reinante en su prisión. Años valiosos de su juventud
perdidos en una cárcel sin derecho a juicio, sin
saber cuál había sido su crimen, o incluso, qué
podía ser tan grave para merecer dicho destino;
aunque lograba imaginarlo, si algo entendía de la
naturaleza humana era que cualquier cosa diferente
generaba miedo y debía ser eliminada, y ella
cumplía a la perfección con el requisito.
Muy pocas cosas lograban distraerla de sus
tediosos pensamientos, pero el sonido atronador de
caballos acercándose lo hizo, era tan extraño que se
escucharan los pasos con claridad hasta el sótano en
el que la mantenían cautiva que logró salir de su
letargo, sonaba como si miles de animales
galoparan hacia ella, el ruido de los cascos contra la
entrada empedrada de la fortaleza azotaban su
cabeza. Descendió la intensidad del ruido y fue
cuando notó que su corazón se había descarriado
por la novedad de lo acontecido. Una pequeña parte
de su alma sintió esperanza, su maldito anhelo
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acechaba una vez más. Era un acontecimiento tan
inusual que se permitió pensar mil posibilidades en
un instante ¿sería un ataque? ¿Era un ejército
amigo? O peor aún ¿Eran las tropas de sus
captores? La respuesta llegó antes de lo esperado en
forma de gritos aterradores, podía imaginar todo lo
que sucedía por los sonidos característicos de
batalla que invadían la fortaleza, la gente corría
chillando desesperada y tras la espesa puerta de su
calabozo reinaba el desconcierto, los celadores se
remolinaban sin saber si huir o mantenerse firmes
en sus puestos. Pronto supo que el ataque sería fatal
para quien se encontrara dentro del castillo, la
invasión alcanzó el calabozo y todo lo que se
escuchaba eran los chillidos de la muerte. Cayeron
primero los custodios y de inmediato se escuchó
como abrían las celdas y daban muerte a quienes
encontraban en ellas; se acercaba su turno, lágrimas
gruesas corrían por sus mejillas, no sabía si eran de
miedo o de alegría, para ella la muerte significaba
libertad, podría descansar al fin de su propia mente
y su pasado feliz que solo servía para atormentar su
presente. Se abrió la puerta dejando ver tras ella dos
figuras altísimas y robustas, hacía tantos
anocheceres que no veía a otra persona que aún en
medio del terror, se sintió maravillada, estaba junto
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a otro ser vivo. Uno de ellos se acercó blandiendo
su espada en una mano y la tomó del cabello con la
otra, mientras el segundo le alumbró la cara con una
antorcha, intercambiaron un par de palabras que ella
no entendió y de inmediato el hombre que la jalaba
cargó con ella como si de una ligera pluma se
tratase, colocándola sobre sus hombros la sacó del
lugar, la joven alcanzó a ver mientras el otro
soldado prendía fuego a su odiada prisión y pensaba
que su vida había pasado a ser incierta y aún más
aterradora en cuestión de pocos minutos.
En hombros de su nuevo opresor recorrió el
castillo, todo lo que podía ver eran muros,
destrucción y muerte; ansiaba con todo su ser salir
de ahí, comprobar que los árboles eran como ella
recordaba, que las montañas seguían en dónde las
había dejado antes de caer en desgracia, añoraba
respirar aire puro, lejos del hedor a muerte
mezclado con humo, lejos de la pestilencia en la que
había vivido, suponía que al menos eso lograría, no
importaba a donde la llevaran no podrían impedirle
respirar ni ver una vez más los colores del mundo.
Al salir a la plaza central, sintió genuino
horror, alrededor del enorme pozo ardían cientos de
cuerpos sangrantes que habían sido apilados por los
soldados invasores, el hedor superó cualquier cosa
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que experimentara en el pasado y el golpe de
saberse en manos de hombres capaces de tal
atrocidad la hizo perder el último resquicio de
cordura que le quedaba, la histeria se apoderó de
ella e intentó huir de su captor, gritaba desesperada
añorando la muerte, el hombre la tomó con más
fuerza llevándola raudo hacia una carreta, la joven
se percató de que dicho transporte jalaba una
enorme jaula que no estaría vacía por mucho tiempo
más, había cambiado de prisión, agradecía que al
menos la nueva le permitiría ver el mundo durante
su desplazamiento, el tipo la aventó con fuerza a la
jaula y la cerró de inmediato. Los gritos a su
alrededor no le permitían saber lo que sucedería a
continuación, pero tampoco le importaba. Una
llovizna pertinaz se colaba entre los barrotes y se
sintió afortunada entonces, recostada sobre madera
en lugar de piedra, respiraba aire puro una vez más
y recibía gustosa el suave golpeteo de la lluvia
sobre su piel mientras observaba el majestuoso
paisaje de las lejanas montañas rojizas, era todo lo
que importaba. Su nueva prisión comenzó a
moverse y agradecida por dejar atrás aquellos
odiados muros fue quedándose dormida.
Primero sintió extraños olores, vapores
deliciosos inundaban el ambiente y en la cercanía
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una corriente de agua musicalizaba los instantes.
Abrió los ojos para encontrarse recostada en un
refugio improvisado sobre una suave tela
almohadillada, se levantó con cuidado y se asomó al
exterior, al fondo, a pocos metros se apreciaba el río
responsable del hermoso sonido, mientras un poco
más cerca monumentales mujeres cocinaban
alrededor de una hoguera, al verla salir, quien
montaba guardia afuera de su tienda se acercó veloz
para ayudarla.
¿Cómo te sientes? —preguntó la mujer mientras
le ofrecía un brazo para apoyarse.
Aturdida —respondió apoyándose en ella —
¿Por qué me han liberado? —Preguntó
enseguida.
¿Cómo debo llamarte? —Inquirió ignorando su
pregunta.
Emma —dijo insegura.
Hermoso nombre Emma, tus dudas serán
resueltas te lo aseguro, pero antes necesitas
recuperar tu salud —aseveró viéndola con
ternura —mi nombre es Daira.
¿Adónde vamos? —preguntó Emma esbozando
una sonrisa adolorida.
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Te llevaré a la poza grande río arriba, nos
esperan las curanderas para ayudarte a mejorar.
Caminaron en silencio el resto del trayecto a
orilla del río, para Emma era muy extraño recibir
amabilidad después de haber pasado años
prisionera, la forma en que Daira hablaba y se
movía era tranquilizadora. Al llegar a la poza la
recibieron, como se le había anunciado, las mujeres
curanderas; eran todas hermosas como Daira, de
piel oscura cual azabache y gran estatura, la
ayudaron cariñosas a darse su primer baño en quien
sabe cuánto tiempo y además curaron las múltiples
heridas que marcaban una gran extensión de su piel.
Emma se sentía sobrecogida ante tales
demostraciones de compasión de aquella gente de
raza extraña, no podía clasificarlas de ninguna
forma, le parecían seres etéreos salidos tal vez de la
cueva de alguna Diosa subterránea; sus vestiduras
eran singulares túnicas uniformes de color marfil,
supuso entonces que Daira debía tener una función
o rango diferente dentro del clan ya que vestía una
túnica mucho más elaborada que debía contener
todas las gamas de colores existentes, bordada
armónica y esencialmente para iluminar su hermosa
tez. Una vez curadas sus heridas, ataviaron a Emma
con un vestido de terciopelo color rojo sangre que le
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llegaba hasta los pies y peinaron su largo cabello
castaño en finas trenzas con las que formaron un
hermoso moño a la altura de su cuello.
Estás hermosa —afirmó Daira, quien se acercó
de nueva cuenta para acompañarla.
Gracias —respondió tímida.
Es hora de acercarnos a la mesa para cenar,
después prometo responder tus preguntas.
Creo que llevo días sin comer —informó Emma
tocando su estómago que rugía en respuesta —
había olvidado que debía hacerlo.
Es normal que olvidaras algo tan sencillo, has
sufrido atrocidades —dijo Daria compasiva,
acto seguido señaló frente a ellas una elegante
mesa invitándola a sentarse. Emma estaba
maravillada, se las habían arreglado para crear
extasías en medio del bosque, sorprendida
observó la enorme mesa cubierta de finos
manjares que estaba colocada en el centro de un
pequeño espacio circular entre los árboles,
iluminado en parte por las últimas luces del
ocaso, así como por una serie de antorchas
apostadas de forma armoniosa.
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¿Comeremos solas? —Preguntó Emma debido a
la extrañeza causada por ver sólo dos sillas
alrededor de la mesa.
Sí, toma asiento —le pidió mientras hacía lo
propio. Emma obedeció admirada de ver los
movimientos gráciles de la mujer. Añoraba
obtener las respuestas a las miles de preguntas
que se agolpaban en su mente, pero estaba tan
absorta con el esplendor circundante que no
podía sino atragantarse con las dudas sin saber
siquiera como formular una oración —, puedo
ver el desconcierto en tus ojos —dijo Daira
sacándola de su ensoñación —podemos hablar
mientras comemos si lo deseas —ofreció afable.
¿Qué fecha es hoy? —Preguntó Emma sin
pensarlo, sorprendiéndose y a su interlocutora.
19 de septiembre de 6025 —contestó Daira —,
debiste estar prisionera mucho tiempo para que
no sepas la fecha.
Fue tanto tiempo que llegué a perder la cuenta,
debieron ser al menos 3 años ¿en dónde
estamos? —Preguntó enseguida.
En el bosque negro a pocas horas de Lestora.
¿Lestora? —Preguntó Emma cada vez más
desorientada.
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Sí, Lestora, la capital del Imperio Dakros —
explicó Daira sin impacientarse —no tienes idea
de lo que estoy hablando ¿verdad?
Lo siento… Pero no —respondió Emma sin
saber muy bien cuanto podía confiarle a esta
enigmática mujer acerca de su origen.
No te preocupes, iré explicándote todo lo que
necesites saber —la tranquilizó — ¿Cómo se
llama tu reino?
No vengo de ningún reino —respondió
angustiada ¿qué debía decirle a esta mujer?
¿Cómo explicaría su procedencia? —Lo único
que podría decir es que soy de una tierra lejana.
Por el color de tu piel diría que estás mintiendo
acerca de tu origen —afirmó seria.
¿Qué tiene de extraño el color de mi piel?
Tienes piel de Arawa
¿Arawa?
Al parecer tengo que retroceder en mi
explicación —dijo Daira diligente—, por eso
eres tan extraña y es la razón de que los
caballeros guardianes te tuvieran cautiva tanto
tiempo e incluso pensaran que eras algún tipo de
talismán Arawa, buscaban crear una rebelión a
causa de tu presencia en la tierra, en cuanto el
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rey de los Dakros, que somos nosotros —
explicó señalándose a sí misma —fue informado
de los acontecimientos creó una brigada que se
encargaría de reprender a los responsables, yo
lidero dicho movimiento y nuestra misión era
intervenir y recuperar el talismán de los
guardianes, nunca pensé que al llegar me
encontraría con una mujer como tú y siendo
muy sincera estoy desorientada tan solo de verte
—explicó emotiva —, llegué a pensar que el
talismán no era más que la forma en que se
referían a quien estaba incitando el
levantamiento, pero cuando supe de las
condiciones de tu alojamiento, decidí que debía
darte la oportunidad de explicar lo sucedido.
¿Qué es un Arawa? —Lanzó Emma, sintiéndose
al borde de la desesperación.
Son seres blancos como la nieve, tu piel se
aproxima mucho, aunque no tienes alas como
ellos y te mueves en la tierra como nosotros.
¿¡Alas!?
Por eso eres tan extraña, en ti se mezcla una
serie de factores que te hacen única en el
mundo; pero perdona, no quiero angustiarte, tal
vez estoy dándote demasiada información y lo
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que tú necesitas es recuperar la salud —dijo
Daira levantándose de su asiento.
¡Espera! No me dejes así por favor —suplicó
angustiada.
Cuando lleguemos a Lestora conocerás al rey,
quien en su sabiduría juzgará que pasará
contigo, no puedo decir nada más —concluyó
alejándose.
Emma quiso seguirla para interrogarla y saber
de una vez por todas en dónde estaba, pero cuando
intentó levantarse notó que habían encadenado sus
piernas a la silla sin que siquiera lo sintiera, seguía
siendo una prisionera. Recargó su rostro en ambas
manos descargando el llanto contenido por largo
tiempo hasta que sintió una mano sobre su hombro
que intentando consolarla logró asustarla, levantó la
vista para encontrarse con el rostro del hombre que
la había liberado de su celda.
Sígueme Arawa —dijo el hombre demandante.
Mi nombre es Emma —respondió —, y no
puedo seguirte mientras esté encadenada.
¿Encadenada?
¡Claro! —Respondió indignada y al ver sus pies
otra vez se descubrió libre, se levantó al ritmo
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lento que su cuerpo adolorido permitió y esperó
a que le indicara el camino.
Cuidaré que permanezcas en tu tienda y a las
primeras luces te llevaré a tu jaula —informó al
llegar. Emma se limitó a seguirlo.
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