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EL JARDIN SECRETO Algunos de los mejores modelos de jardines reposan en nuestro pasado. El jardín de los setos recortados, llegó a mi mente para quedarse. Todos los jardines del grupo escolar "López Palop", serían una parte integral de la educación de todos los de mi generación. Tal vez mi fascinación se deba a su estilo basado en el uso de la vegetación y en el trazado, y a mi gusto por los ambientes agradables para la estancia, donde llegan fragancias de alhelíes, rosas, violetas... Además, cada persona tiene en su interior un jardín secreto, intransferible: Frondosos y de abundantes especies o, de plantas que vienen de nuestro pasado y que serán las bases del jardín en el futuro… Pero eso, son otras cosas ya que vamos muchas veces ciegos por la vida, tanto para ver la belleza que nos rodea, como para ver y reconocer nuestro propio ser. Yo soy Luís y siempre he vivido en el campo, cerca de la verdad. Dentro de la sencilla geometría de los jardines de mi escuela, dominaban las flores, poblando los muretes, los márgenes de los múltiples senderos que conducían a las aulas, colándose entre los arbustos y en los cuadros compuestos con esmero. En el centro: La fuente con sus peces de colores. Árboles y arbustos lucían su porte natural, entremezclándose en una convivencia competitiva, pero complementaria; las trepadoras lo cubrían todo sin cortapisas y la tijera del Sr. Paco, el jardinero, para setos bajos, ramas secas o defectuosas. Un lugar en el que los pájaros cantaban de día, y los insectos de noche; donde las flores prosperaban y toda clase de criaturas pululaban libremente. La naturaleza y, en particular, los árboles creaban con nosotros vínculos muy estrechos. Fueron testigos de todas nuestras transformaciones. Como dicen los indios americanos: “Los árboles son las

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EL JARDIN SECRETO

Algunos de los mejores modelos de jardines reposan en nuestro pasado. El

jardín de los setos recortados, llegó a mi mente para quedarse. Todos los

jardines del grupo escolar "López Palop", serían una parte integral de la

educación de todos los de mi generación. Tal vez mi fascinación se deba a su

estilo basado en el uso de la vegetación y en el trazado, y a mi gusto por los

ambientes agradables para la estancia, donde llegan fragancias de alhelíes,

rosas, violetas... Además, cada persona tiene en su interior un jardín secreto,

intransferible: Frondosos y de abundantes especies o, de plantas que vienen

de nuestro pasado y que serán las bases del jardín en el futuro… Pero eso, son

otras cosas ya que vamos muchas veces ciegos por la vida, tanto para ver la

belleza que nos rodea, como para ver y reconocer nuestro propio ser. Yo soy

Luís y siempre he vivido en el campo, cerca de la verdad.

Dentro de la sencilla geometría de los jardines de mi escuela, dominaban las

flores, poblando los muretes, los márgenes de los múltiples senderos que

conducían a las aulas, colándose entre los arbustos y en los cuadros

compuestos con esmero. En el centro: La fuente con sus peces de colores.

Árboles y arbustos lucían su porte natural, entremezclándose en una

convivencia competitiva, pero complementaria; las trepadoras lo cubrían todo

sin cortapisas y la tijera del Sr. Paco, el jardinero, para setos bajos, ramas

secas o defectuosas. Un lugar en el que los pájaros cantaban de día, y los

insectos de noche; donde las flores prosperaban y toda clase de criaturas

pululaban libremente. La naturaleza y, en particular, los árboles creaban con

nosotros vínculos muy estrechos. Fueron testigos de todas nuestras

transformaciones. Como dicen los indios americanos: “Los árboles son las

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Juan Carlos Pérez Gómez

El Jardín secreto Página 2

columnas del mundo, cuando se corten los últimos árboles, el cielo caerá sobre

nosotros.”

Había allí un lugar secreto, casi mágico, que guardaba grandes misterios: el

jardín de los setos recortados, el más apartado, con setos, árboles y bancos de

piedra. Cualquiera podía acceder y disfrutar de sus delicias. En un rincón, se

elevaba un árbol de aura mística, distinto a los demás. Quizá sus hojas no

fueran las típicas; su altura, tampoco, y su corteza presentaba una textura

peculiar... Llenaba un espacio que llamaba la atención. Era un tejo, el árbol que

simboliza tanto la muerte como la vida, representando con su follaje perenne, el

triunfo de la vida eterna. Los escolares veteranos, nos decían a los pequeños:

"No tocarlo, es el árbol del bien y del mal". Otros comentaban: "Sus raíces

llegan al infierno y sus ramas se extienden hacia el cielo". Un niño no se fija

mucho en esas cosas y si mantengo esa imagen es porque debía ser

imponente.

Había dejado atrás una escuela de cagones y superado la fase del "Hombre

del Saco": "si no te lo comes todo, vendrá el hombre del saco" que raptaba a

los niños que se portaban mal o vagaban por la calle después de encenderse

las luces del alumbrado público. El acceso al jardín de los setos recortados lo

veía desde mi pupitre; Por las ventanas mirábamos aquél lugar delicioso,

colgado del cielo, bañado por el sol de la tarde y protegido en todos los

aspectos. Pronto se convirtió en mi rincón preferido. En medio, la estatua de

una niña sonriente sosteniendo entre sus manos un ramillete de flores únicas,

de temporada.

Ahora visito aquellos jardines cuando puedo. Sigue siendo un lugar tranquilo,

para descansar, relajarte y leer un rato. Una joya escondida con vistas a la

Costera Blanca, el Castillo o el Piquet. A la sombra de sus árboles leí por

primera vez "Corazón", de Edmundo de Amicis, el diario sentimental y patriótico

de un niño de Turín. Desde allí escuchábamos la voz de aquellos personajes

que recorrían la calle San Antonio de Padua. Al grito de “¡meeeleeeroooooooo

miieeelll!” salían las mujeres con sus cacharros para adquirir la exquisita miel.

También, el sonido que emitía el afilador soplando la siringa. Su bicicleta

llevaba en la parte trasera el esmeril mecánico con una piedra de afilar que

emplea para afilar los objetos cortantes. Los niños mirábamos absorto como

giraba la piedra y saltaban chispas... Los gritos de aquellos vendedores

ambulantes por las calles de nuestro pueblo quedaron para siempre en nuestra

memoria, desde “al rico polo, corte, coyote, mantecau helau", a "¡Coloooonia,

brillantina blanca y jabón de tocadooooor!… Muchos de ellos, mantenían una

larga tradición transmitida de padres a hijos y habían aprendido el oficio

acompañándoles desde pequeños.

Empecé pronto a saborear aquél maravilloso jardín. Pero la visión de aquella

estatua, y sus ojos tristes e inmóviles, me conmovieron hasta el punto de

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acercarme a tocarla, acariciarla, con la secreta esperanza de que estuviera

viva. Al tocarla, sentí el calor de la vida, y ya no pude apartar de mi cabeza la

idea de que seguía viva, presa de alguna maldición. Me pregunté por su vida, y

por cómo habría acabado allí. Aquél día, a la hora del recreo, cuando me

liberaba de la atadura del pupitre, hice cuanto pude para liberarla, sin éxito. Era

el momento para jugar a “las chapas”, a “los santos”, a "perseguirnos", a "las

cuatro esquinas", al "churro va" o fútbol, con porterías entre dos piedras; de

cantar el corro la patata, el patio de mi casa, el cocherito leré, que llueva que

llueva la Virgen de la cueva…Salí del jardín vencido por el desánimo y recogí el

vaso de leche que nos daban en el recreo; aquella leche en polvo de la Ayuda

Americana servida en vasos de plástico mal lavados. En una habitación que

hacía de almacén guardaban los sacos de leche y cada día nos tocaba a dos

niños prepararla con agua caliente y repartirla en el recreo. Te reconfortaba el

cuerpo y para muchos era la única golosina que probaban. Tiempos.

Otro día, sin razón aparente, regresé al jardín de los setos recortados para

preguntarle al "árbol del bien y del mal" cómo estaba. No pensé si me iba a

responder o no, simplemente lo hice... En un rincón de aquél espacio,

destacaba un solitario y hermoso árbol: inmediatamente sentí su llamada. Le

miré desde la distancia y cuando quise hablarle, sonó el timbre para entrar a

clase. No podía quedarme allí ni un minuto más. El orden y la disciplina eran

obligatorios. Formábamos una fila a la puerta, antes de entrar en cada aula.

Otro local lo ocupaba Doña María, maestra de niñas, con su aula repleta de

niñas de menos de 10 años. La cara de Franco la veíamos cada mañana al

entrar, encima del encerado, a la derecha del crucifijo. A la izquierda estaba la

foto de José Antonio Primo de Rivera. Empezábamos con una oración, cuando

estábamos todos en nuestro lugar. Detrás de la mesa del maestro había una

pizarra con la fecha y día de la semana, para ejercicios, frases y cuentas. Para

borrar usábamos un paño, un retal, y cuando la mancha blanquecina era

demasiado espesa, un trozo de esponja humedecida en agua, hacía el

aclarado suficiente, para iniciar los siguientes garabatos. Aún siento el

estremecimiento, cuando la uña rozaba la pizarra. De la pared, colgaba el

mapa de España que servía para sacarnos fotos de recuerdo cuando venía el

retratista. Para escribir teníamos pupitres dobles e inclinados con tapa para el

cajón donde lo guardábamos

todo. Tenían una repisa con

agujero para un tintero y

hendiduras para lapiceros y goma

de borrar que siempre rodaban

por el suelo. Al principio, nuestro

libro era la enciclopedia Dalmau

hasta que llegaron los manuales

por asignaturas Álvarez, las

láminas de dibujo y los cuadernos

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de dos rayas, el baulet con el sacapuntas de orquilla, la caja de pinturas Alpino,

los bolígrafos Bic de 4 colores y los cuadernos Rubio con inacabables cuentas

y muestras…

Por la mañana teníamos Matemáticas y Lenguaje. El maestro explicaba la

lección, realizábamos las cuentas puestas en la pizarra y corregíamos los

deberes. Cuando nos preguntaban, nos ponían en fila y si no sabías la

respuesta ibas directamente a la cola, sabiendo que si volvías a fallar en la

siguiente ronda, "tocaba solfa". La monotonía sólo se rompía con alguna que

otra visita o solemnidad: Mes de mayo, día de la Cruz, llegada del inspector y

muestra de trabajos. La escuela nos proporcionaba lo que la sociedad pedía, y

poco más: leer, escribir, las cuatro reglas de cálculo, el catecismo y algo de

Geografía e Historia de España. Por las tardes teníamos Geografía, Historia,

Ciencias y sobre todo, leíamos conjunta e individualmente. Pedrito adornaba su

cara con dos hermosas velas verdes, que desde su nariz le atravesaban el

labio superior hasta la boca. De vez en cuando, reducía su tamaño con un

goloso lengüetazo. ¡Qué destreza!. Antes de salir, repetíamos en voz alta las

tablas de multiplicar, los límites de España, la lista de los reyes godos y cosa

así. Salíamos en estampida, rompiendo el silencio de las calles, dejando triste y

sola a la escuela. No teníamos espera para merendar pan con aceite y un

bollet de chocolate. Ya lo decía el refrán: “Al pan caliente, abrirle un hoyito y

echarle aceite.” Con el pan en la mano, corríamos a la calle. En el horario de

tarde, algunos alumnos íbamos a "Permanencia", que no eran otra cosa que

horas de estudios vigiladas.

Si las personas más importantes del pueblo eran el alcalde, el médico, el cura

y el maestro, éste último era el más querido y respetado. Su palabra iba a

misa y nada de mentiras. Mi maestro era un hombre de cuarenta y tantos años,

con bigotillo, gafas sin montura y muy pulcro. Aprendí de él, que la naturaleza

es el mejor bien heredado por el hombre, y su respeto y disfrute debe ser una

conducta de honor. En tiempos de "la letra con sangre entra", te llamaba a su

mesa, y tras mandarte poner los brazos extendidos delante y las palmas de las

manos hacia arriba, te propinaba unos cuantos golpes con la regla de madera;

si intentabas apartar las manos era peor, pues podías ganarte más golpes en lo

sucesivo. Picaba lo suyo. Mucho peor era ponerte de rodillas y con los brazos

en cruz, el dolor de éstos últimos aparecía a los pocos minutos. "¡Esos brazos,

los quiero bien estirados!". Las rodillas tardaban más en empezar a doler, pero

cuando lo hacían era con dureza. La tortura acababa cuando el maestro te

“perdonaba” y podías volver a tu asiento; pero lo peor era si en tu casa se

enteraban.

En el recreo planificábamos nuestras aventuras y proyectos para jugar a la

salida de la escuela o en el fin de semana. Nos organizábamos para hacer un

montón de cosas…pasábamos muchas horas en la calle. La imaginación suplía

la falta de medios para comprar los juguetes. La espada y escudo de madera,

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el arco y las flechas hecho con palos, nuestro tirachinas con goma de las

cámaras de bicicletas, las construcciones de cabañetas... Cuando los juegos

necesitaban de más espacio, nos íbamos a "las eretas" o alguna plaza. El

conocimiento y las experiencias de aquellas aventuras nos enseñaron muchas

cosas.

Cerca del jardín de los setos recortados estaba la pinada, donde jugábamos a

escondernos o a esconder cosas entre las piedras de aquellas bardizas. Todo

iba bien, hasta que una temporada, se oyó decir que aquellos pinos durante la

noche hablaban, hasta la mañana siguiente. Mis amigos empezaron a tener

miedo, de tal manera que en cuanto oscurecía no querían quedarse allí. Creían

que los árboles estaban embrujados y les podía pasar algo malo. Aunque yo

también sentía miedo, pudo en mi más la curiosidad que el miedo, por lo que

armándome de valor y al atardecer me dirigí a la pinada; sentado, pegué el

oído a un tronco y me puse a escuchar. Efectivamente, los pinos hablaban.

Aquél concretamente, gemía de dolor porque "Estáis perdiendo el respeto por

la naturaleza, ya no estáis pendientes de ella, otras creencias interfieren

permitiendo que vuestra fuente de

vida se extinga", decía.

Impresionado, aclaré la garganta y

continué escuchando: “Soy parte de

la vida. Parte de mí está en la

Tierra, que como una madre me

entrega todo lo que necesito:

arraigo, agua, minerales… También

estoy unido al cielo. Recibo el calor

y la luz del Sol, y así puedo realizar

una hermosa tarea: trasmutar el

dióxido de carbono en oxígeno para que el aire lo lleve a todos los seres vivos.

Haciendo eso me siento dichoso". Los árboles son santuarios; quien sabe

escucharles, aprende la verdad.

Allí mismo escuché un gemido fuerte, de dolor, venía de otro pino grande con

una rama a punto de romperse; unos gamberros la habían desgarrado. Yo no

sabía qué hacer porque no entendía de aquello, así que fui a casa, cogí una

cuerda y regresé al árbol; enderecé la rama y lo amarré al tronco lo mejor que

pude. Un día vi que la rama empezaba a torcerse hacia abajo; pensé que no lo

había sabido arreglar. Una tarde que yo estaba triste por cosas que me habían

ocurrido, me fui a la pinada y me abracé al pino. De pronto, sentí como la rama

caída, se inclinaba más aún y me acariciaba suavemente, y los demás pinos

mecían sus ramas como consolándome. Me aceptaron como amigo. Desde

aquel día iba con frecuencia, con la escusa de jugar al escondite.

He conocido a lo largo de mi vida, "personas árbol", es decir personas con un

sentimiento vivo hacia cada árbol individual, y respeto y empatía hacia los

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árboles como especie. Es un sentimiento que surge en la infancia, inducido por

experiencias tempranas con árboles como subirse en ellos, jugar y esconder

tesoros en sus troncos o cualquier otra forma de experimentarlos y conocerlos.

La expresión "personas árbol" creo que trata de hacernos conscientes de la

implicación emocional y afectiva que mantienen muchas personas con estas

plantas y hace que nos preguntemos si somos de esas personas. Identificarse

así confiere valor a nuestros sentimientos y acciones y nos hace ver nuestro

vínculo con los árboles de un modo más consistente y comprometido.

Cuando terminaba la jornada estudiantil, el jardinero cerraba todas las puertas

de acceso al grupo escolar. Yo, conocía un sitio por donde entrar sin ser visto

por lo que colarme por allí me pareció una idea extraordinaria. Mi idea era

acercarme hasta "el árbol del bien y del mal", considerado un símbolo. No

había ningún otro árbol más vistoso, que diese tanta sombra o que recibiera

tantas visitas los domingos. No sólo representaba la atemporalidad, era

admirable y esa cualidad puede ser entendida muy bien por la gente donde

habita. Sentados en los bancos de piedra o de pie, cientos de parejas de

novios, niños y niñas de todas las edades, fuimos retratados junto al árbol por

aquellos fotógrafos amateur: "Chepeta" o "Ismael". Así es como llegué a aquél

lugar solitario y mágico. Este árbol estaba muy vinculado a creencias y formas

de vida. Según una leyenda medieval Eva plantó una rama del Árbol del Bien y

del Mal sobre la sepultura de Adán que creció formando un árbol cuya madera

fue utilizada para hacer la cruz donde murió Jesús. Decían que estos árboles

representaban el sostén del universo, basándose en que sus ramas miran

hacia el cielo, el tronco donde vivimos y la raíz hacia el inframundo. Nietzsche

decía: "el hombre que no se asombra cuando ve un árbol está muerto". Es un

símbolo del cosmos en sentido físico y moral. El árbol tejo era, y sigue siendo

el árbol de la vida y el de la muerte; es, en definitiva, el Mundo. Aquella tarde

yo no sabía todas estas cosas, era muy pequeño, sólo le pude saludar.

-¡Hola!

-Hola _contestó_. ¿No te asombra que te haya respondido? otro en tu lugar se

habría asustado...

--Sois un árbol que habla, pero ahí arriba, en la pinada hay pinos que también

lo hacen.

--Todos los árboles podemos hablar, siempre pudimos, y nadie se asombraba.

En la pinada son muchos; con los setos no estoy solo, siento cómo los pájaros

se posan en mis ramas, las hormigas corretear por mi tronco, la brisa mover

mis hojas… Al oscurecer espero con la salida de la Luna: yo le cuento cómo ha

sido el día, y ella me habla de mundos lejanos… ¡Así soy feliz!

-¿Y qué pasó? ¿Por qué ya no hablan los hombres con vosotros?

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-Decidieron que no valía la pena y dejaron de hacerlo, se volvieron más

prácticos y se olvidaron para siempre que alguna vez habían conversado con

sus proveedores de oxígeno.

-¿Para qué querrían hablarte?

-Para saber cosas que solo nosotros podemos contarles, cosas útiles y bellas.

¿Sabes que soy un árbol sagrado por mi longevidad, que me hace parecer

inmortal? Mi madera es estudiada tanto por sus propiedades curativas como

venenosas. Los cristianos nos incorporaron a su doctrina como símbolo de la

vida y de la muerte.

-¿Por todo eso os llaman el árbol del bien y del mal?

-Bueno..., pasamos de ser un símbolo de muerte y reencarnación a ser de muerte y resurrección. Por nuestra longevidad, somos símbolo de la eternidad. Las personas que se reúnen en torno nuestro, están en contacto con la atmósfera espiritual que nos rodea. Ahora dicen que es el ciprés.

-Los conozco. Son los que se elevan en el calvario del cementerio.

-Representa la inmortalidad y por eso delimitan los cementerios representando

el triunfo de la vida sobre la muerte. Si pudieran hablar, tendrían mucho que

contar: cuentos, leyendas y relatos, ya que fue uno de los primeros en aparecer

sobre la Tierra, hace cientos de millones de años. El que ha venido a llamarse

''el árbol de la resurrección'', también es un árbol funerario, sin duda por su

aspecto inmutable durante todo el año, sea cual sea su estación. Un ciprés en

el cementerio aleja del infierno.

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Empecé a preocuparme por la hora. Entonces no teníamos televisión; si acaso

había que ir a casa de alguien conocido que la tuviera, y como mucho, hasta

que salía "vamos a la cama que hay que descansar..." Tenía que despedirme

del árbol, solo que...

-No te puedes marchar así, esta es tu única oportunidad de hablar conmigo.

-¿No puedo volver mañana u otro día y hablamos?

--No. Mañana me van a talar, me tiran abajo. Escuché, algo sobre que

interrumpo el camino de unos cables, la señal de una antena, dicen que soy un

estorbo, que no sirvo más que para molestar, se quejan de tener que barrer mis

hojas todos los otoños..., estas son mis últimas horas vivo y necesito hablar

con alguien, llevo muchos años callado. He pasado de ser sagrado a estar en

peligro de muerte.

Es verdad, aquél árbol estaba muy en alarmado. Hoy sé que hay pruebas

científicas que miden ese estado. Si alguien se acerca con una sierra en la

mano con la intención de cortar un árbol, los árboles que le ven venir se echan

a temblar. Son consientes de que la muerte ronda cerca. Es más, si ese

hombre pasa por delante, sin la idea de talarlo, no le entra miedo. La intención

les afecta. La naturaleza tiene mucho que enseñarnos, quizá porque en un

nivel básico, al observarla nos reconocemos en sus formas. Vi tan preocupado

al árbol que me quedé un rato más. Por mi parte -era un niño entonces-, no

sabía qué más hacer.

-¿Cuándo fue la última vez que hablaste con una persona?

-Cuando era un matojo.

-¿Y qué paso?

-Hablé con un niño de unos 5 ó 6 años que se me acercó e intentó pisarme, le

pedí que no lo hiciera y salió corriendo a decirle a su madre que la planta le

había hablado, que estaba encantado o algo así.

-Mala suerte, ahora comprendo porque no has querido hablar con nadie desde

entonces.

-La semana pasada, os vi pasar a ti y a tu hermano por aquí. Os hicisteis una

foto sentados en ese banco de piedra. Te envié la señal de que te estimaba, y

tú alma ha respondido, por eso estás aquí. Desde aquí regulo el clima, las

enfermedades respiratorias, cardiovasculares y psíquicas; y también el ciclo de

agua. Debemos llevarnos bien. Díselo al jardinero.

Se hizo un silencio eterno, la estatua de gesto alegre que tenía detrás mío,

comenzó a cobrar vida y bajando de su pedestal, dijo amablemente:

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-Hace días que no llueve. Toma esta flor, si se queda aquí, mañana ya estará

mustia. Llévala a tu casa y ponla en un jarrón.

-Gracias amiga, tu bondad es perfecta para este sitio.

Contesté con mi lenguaje libre y sin orden, como un juego infantil. Un lenguaje

libre es un pensamiento libre. Ahora comprendo la constante evocación de la

infancia, de esa visión fascinada del mundo que se pierde en la edad adulta. La

emoción por encima de la razón.

-Si puedes moverte y expresarte, ¿qué haces en esa pilastra? _pregunté.

-Estar. ¿Te parece poco? Estar en todo y no perder de vista nada. Hace tiempo

venía por aquí un hombre que escondió su dinero al pie del tejo. Todas las

semanas pasaba por delante de mí, ignorándome; cuando nadie lo veía,

desenterraba la caja y observaba el dinero un buen rato. Pero, otro día vino un

desconocido y excavó exactamente donde estaba la caja y se la llevó. Cuando

vino el amo a contemplar su dinero, encontró el agujero vacío. Gritó tanto, que

acudió el Sr. Paco que esa noche

estaba regando. Y, cuando se

enteró de lo que pasaba, le

preguntó: "¿Empleabas el dinero

en algo?". "No", respondió el

hombre. "Lo único que hacía era

mirarlo. Dijo el S. Paco, "por el

mismo precio puedes seguir

viniendo todos los días y

contemplar el agujero." Desde mi

pedestal, presté atención y cuando

se marcharon todos, comenté con el árbol que no es el dinero, sino vuestra

capacidad de disfrutar, lo que os hace ricos o pobres.

-Pelear por la riqueza y no ser capaz de disfrutar es lo mismo que estar calvo y

coleccionar peines. _añadió el árbol.

Y en ese instante, la figura sintió cómo su cuerpo se paralizaba. Ni siquiera los

ojos podía mover. Pero seguía viendo, oyendo y sintiendo. Lo justo para

comprender que se había convertido, de nuevo, en estatua. Los árboles

hablan; lo hacen entre ellos, con el viento, con el sol, con las nubes, con las

estatuas y también con los niños. Pueden hacerlo con todo ser viviente que

quiera escucharlos. Sí, los árboles hablan y algunos, como los cipreses, hablan

con Dios, como dijo José María Gironella.

Quedé allí repasando lo sucedido y me fui impresionado por aquella conexión

con la naturaleza y con la existencia. Creo que aquello sucedió así porque

supe, sin saberlo, abrirme para recibir aquellas señales y su forma de

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El Jardín secreto Página 10

comunicación. Entiendo que aquél árbol me estaba transmitiendo mucho, el

mejor abono para mi desarrollo. Para crecer hacia lo alto, es necesario estar

bien arraigado en la tierra. Por otra parte, aquél hermoso árbol fue un gran

ejemplo del paso del tiempo y del sentido cíclico de la existencia: hay etapas en

que brotan fuerzas nuevas; otras en que se expanden y manifiestan, luego dan

su fruto, para finalmente soltar todo lo que ya no se necesita y disponerse

desnudo a comenzar de nuevo. La propia existencia humana se refleja en este

símbolo: nacer, crecer, dar frutos, atravesar las distintas estaciones, brindar

belleza, verdad e iluminación. Ahora, cincuenta años después y recordando al

árbol que ya no está, me arrepiento de no haberle prestado más atención y

haber experimentado cosas con su presencia, frente a él. Cuanto más sereno

está el lago de la mente, más clara y nítida se vuelven la percepción, el amor y

el profundo respeto por el propio ser y por el de los demás.

Ansioso, esperé a que el Sr. Paco abriera las puertas de las escuelas.

Aproximándome a él, le dije: "No corte el árbol del bien y del mal, que nos da

sombra". No había pasado media hora, me llamó el director a su despacho.

"Quería recordarle al Sr. Paco la importancia para el ser humano de los árboles

que nos rodean" . El director, confesó también estar en contra de la tala del

árbol. Estaba haciendo todo lo posible porque no se cortara. Hoy, recordando

aquella escena en su despacho, creo que no tuve un pensamiento tan

despeinado. Solo que en aquella época había que tener mucho cuidado con

todo tipo de comentarios y por supuesto nada de árboles que hablan o estatuas

que bajan de su pedestal.

La educación tenía como objetivo conseguir que los alumnos a lo largo del día

y en cualquier situación, guardáramos ciertas normas de prudencia. Reglas y

pautas de conducta referidas a comportamientos que niños y niñas debíamos

observar en todos los sitios. Todo niño travieso y poco estudioso debía corregir

cualquier conducta que no siguiera esas normas. Una semana después de

aquella conversación con el árbol y con la estatua de la niña de las flores, el

primero, fue talado. No entendieron que hay árboles considerados divinos; que

el culto a ellos está presente todavía en la simbología cristiana. Solo en los

poblados jardines del "Chalet Azul" quedó un Tejo y yo, muy apenado. "Estás

desganado" decía mi madre y como remedio casero, para estimular el apetito,

me daba una "cucharaeta" de vino Quina Santa Catalina; era el anti anoréxico

que conocíamos. Don Pedro Muños, el médico, también recetaba la copita del

vino para antes de las comidas porque estaba convencido que "Es medicina y

es golosina" y como tal se aceptábamos. Muchas veces le añadían un huevo

batido. Para los de las generaciones de los 50 y los 60, un dedal de quina era

la solución y la razón era que daba "unas ganas de comerrrrrr”... Si el vino

quinado era bueno, no veas el Cola-Cao…"si lo toma el ciclista..", "si lo toma el

boxeador…". En desayuno era el no va más. Mientras, los árboles del bosque

se abrían dejando ver un mundo de maravillas y felicidad.

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El Jardín secreto Página 11

Muchos días, cuando los niños jugaban a otras cosas, yo corría hacia la

pinada, buscaba a mis amigos los árboles y les daba un abrazo; así me sentía

feliz. Ahora, cuando la ciencia dice que abrazar a los árboles es beneficioso

para la salud, me entero que también es bueno para la naturaleza. No lo

dudo. Han estudiado los efectos en la mejora de la salud, evidenciando que los

lugares verdes, pueden ser tan efectivos como las drogas recetadas para tratar

algunas enfermedades mentales. Pienso que por el estilo de vida que llevamos

tan desordenado, es tiempo de comenzar a abrazar árboles. En su silencio, nos

hablan de soportar el paso de los años. Sus troncos muestran el daño causado

por plagas, insectos, y demás fuerzas naturales. La vida de los árboles no es

fácil, sin embargo no se rinden; mientras más arraigan sus raíces en la tierra

más crecen sus ramas hacia el cielo. Los árboles permanecen de pie en los

tiempos más difíciles, inviernos, sequías y tormentas, se adaptan, sobreviven.

Pueden perder sus hojas y ramas, pero se mantienen. Y en tiempos de

abundancia, crecen, dan flores y frutos embelleciendo el mundo.

Han pasado muchos años

desde aquél "De parte del

señor alcalde…", "Se hace

saber…" después del toque

clásico de la trompetilla, así

solían comenzar los bandos.

Otros dirían que "ha llovido

mucho desde entonces". No

importa, con el tiempo, como

todos, he aprendido muchas

cosas. También de los

árboles. Ahora ya no soy un

niño; cuando voy a la sierra

camino entre ellos con los cinco sentidos bien abiertos y elijo uno que me llame

la atención. Observo, acepto e intento sentir su tono vibratorio. Son

interesantes los sonidos que el viento produce en los árboles. Le toco con la

mano izquierda y cierro los ojos, reconociendo su fuerza y su influencia en el

entorno. Observo y acepto su energía; establezco contacto con él mediante el

corazón. Le cuento todo lo que me pasa, me vacío y me dejo fluir. Le pido

consejo y escucho su respuesta con agradecimiento, antes de despedirme,

poniéndole mi mano derecha sobre el tronco. Sí, estás leyendo bien, toco y lo

envuelvo con mis brazos porque al tocarlo me transmite vibraciones positivas,

lo cual es bueno para el espíritu y el cuerpo.

Al contar nuestras desdichas a estos guardianes de la tierra y tesoreros del

oxígeno, notaremos cómo nuestro corazón se calma, limpiándose de energía

negativa. La experiencia con árboles es absoluta. Este año, cuando ya no

existe el jardín de los setos recortados, ni siquiera un atisbo de aquél, me di un

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Juan Carlos Pérez Gómez

El Jardín secreto Página 12

paseo por la campiña de mi familia con cuco incluido, fruto de la lucha de mis

antepasados en su intento de transformar un espacio agreste y una

arquitectura rural autóctona, resultado del ingenio y sabiduría popular. Después

de caminar unos 30 minutos me alejé del camino de tierra para acostar mi

espalda en la tierra, debajo de un olivo de más de doscientos años. Cerré mis

ojos y seguí mi propia respiración, empecé a conectar conmigo mismo y con la

existencia. Sentí como subía la energía a mi cuerpo desde abajo, desde la

tierra. No sé cuánto tiempo estuve en ese estado de bienestar. De repente me

llegaron ondas de alarma tanto desde debajo de la tierra como desde mi

alrededor. Salí del estado profundo de meditación y me puse más en alerta

aún. Pasaron tres o cuatro minutos y seguía sin saber porque me llegaban

aquellas señales de alarma. De repente escuché ruidos, hojas y ramas de los

arboles cercanos que se movían. Cuando cerré los ojos me habló alguien

desde lejos con voz muy fuerte: "¿está usted bien?". No vi a nadie; contesté

que estaba perfectamente y, cerré de nuevo los ojos.

Medité con aquél olivo. Justamente con un olivo de Enguera, como aquellos

que crecieron en la tumba del propio Adán; con ramas como aquella llevada en

el pico de una provisoria paloma anunciando a Noé el principio de resurgir del

mundo vivo que él rescató. Cuando Noé soltó la paloma, ésta regresó hasta su

navío con un ramo de olivo en el pico. El olivo fue la única especie vegetal que

no sucumbió al diluvio. Se convirtió para los antiguos cristianos en signo de la

paz. La paloma con la rama de olivo se reconocen universalmente como

representación de la paz tras las grandes guerras sufridas a lo largo del siglo

XX. Los vencedores en los juegos olímpicos griegos eran coronados con ramas

trenzadas de olivo; originalmente, la rama no provenía de cualquier olivo sino

justamente del árbol sagrado de la Acrópolis, cuya historia está ligada a los

orígenes de la cultura griega. Sin embargo, no siempre fue así: desde la

primera Olimpiada a la séptima se utilizaron coronas trenzadas de manzano

hasta que Pausanias consultó al oráculo de Delfos, quien le indicó que

abandonara el manzano y en su lugar utilizara las ramas de un árbol que crecía

en los alrededores y que estaba cubierto de telarañas. Pausanias encontró ese

árbol; se trataba de un acebuche, es decir, un olivo silvestre.

En la actualidad es fácil ignorar a la naturaleza. No tenemos tiempo, vamos de

un lado al otro, estamos desconectados, y eso conlleva serios problemas de

salud. La mejor manera de combatir los males de nuestra época es a través de

la reconexión con la naturaleza. El acceso a la naturaleza mejora nuestra

capacidad mental y bienestar. Necesitamos darnos un respiro, y para hacerlo

basta con andar por los nuestros montes y campiñas, abrazar un pino, un

olivo... De esto, por ejemplo, siempre han sido muy conscientes los koalas

abrazando a sus queridas acacias.

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Juan Carlos Pérez Gómez

El Jardín secreto Página 13

Juan Carlos Pérez Gómez