el jardin secretobiblioteca.fundacionlasierra.org/sites/default/files/el_jardin_secre… ·...
TRANSCRIPT
EL JARDIN SECRETO
Algunos de los mejores modelos de jardines reposan en nuestro pasado. El
jardín de los setos recortados, llegó a mi mente para quedarse. Todos los
jardines del grupo escolar "López Palop", serían una parte integral de la
educación de todos los de mi generación. Tal vez mi fascinación se deba a su
estilo basado en el uso de la vegetación y en el trazado, y a mi gusto por los
ambientes agradables para la estancia, donde llegan fragancias de alhelíes,
rosas, violetas... Además, cada persona tiene en su interior un jardín secreto,
intransferible: Frondosos y de abundantes especies o, de plantas que vienen
de nuestro pasado y que serán las bases del jardín en el futuro… Pero eso, son
otras cosas ya que vamos muchas veces ciegos por la vida, tanto para ver la
belleza que nos rodea, como para ver y reconocer nuestro propio ser. Yo soy
Luís y siempre he vivido en el campo, cerca de la verdad.
Dentro de la sencilla geometría de los jardines de mi escuela, dominaban las
flores, poblando los muretes, los márgenes de los múltiples senderos que
conducían a las aulas, colándose entre los arbustos y en los cuadros
compuestos con esmero. En el centro: La fuente con sus peces de colores.
Árboles y arbustos lucían su porte natural, entremezclándose en una
convivencia competitiva, pero complementaria; las trepadoras lo cubrían todo
sin cortapisas y la tijera del Sr. Paco, el jardinero, para setos bajos, ramas
secas o defectuosas. Un lugar en el que los pájaros cantaban de día, y los
insectos de noche; donde las flores prosperaban y toda clase de criaturas
pululaban libremente. La naturaleza y, en particular, los árboles creaban con
nosotros vínculos muy estrechos. Fueron testigos de todas nuestras
transformaciones. Como dicen los indios americanos: “Los árboles son las
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 2
columnas del mundo, cuando se corten los últimos árboles, el cielo caerá sobre
nosotros.”
Había allí un lugar secreto, casi mágico, que guardaba grandes misterios: el
jardín de los setos recortados, el más apartado, con setos, árboles y bancos de
piedra. Cualquiera podía acceder y disfrutar de sus delicias. En un rincón, se
elevaba un árbol de aura mística, distinto a los demás. Quizá sus hojas no
fueran las típicas; su altura, tampoco, y su corteza presentaba una textura
peculiar... Llenaba un espacio que llamaba la atención. Era un tejo, el árbol que
simboliza tanto la muerte como la vida, representando con su follaje perenne, el
triunfo de la vida eterna. Los escolares veteranos, nos decían a los pequeños:
"No tocarlo, es el árbol del bien y del mal". Otros comentaban: "Sus raíces
llegan al infierno y sus ramas se extienden hacia el cielo". Un niño no se fija
mucho en esas cosas y si mantengo esa imagen es porque debía ser
imponente.
Había dejado atrás una escuela de cagones y superado la fase del "Hombre
del Saco": "si no te lo comes todo, vendrá el hombre del saco" que raptaba a
los niños que se portaban mal o vagaban por la calle después de encenderse
las luces del alumbrado público. El acceso al jardín de los setos recortados lo
veía desde mi pupitre; Por las ventanas mirábamos aquél lugar delicioso,
colgado del cielo, bañado por el sol de la tarde y protegido en todos los
aspectos. Pronto se convirtió en mi rincón preferido. En medio, la estatua de
una niña sonriente sosteniendo entre sus manos un ramillete de flores únicas,
de temporada.
Ahora visito aquellos jardines cuando puedo. Sigue siendo un lugar tranquilo,
para descansar, relajarte y leer un rato. Una joya escondida con vistas a la
Costera Blanca, el Castillo o el Piquet. A la sombra de sus árboles leí por
primera vez "Corazón", de Edmundo de Amicis, el diario sentimental y patriótico
de un niño de Turín. Desde allí escuchábamos la voz de aquellos personajes
que recorrían la calle San Antonio de Padua. Al grito de “¡meeeleeeroooooooo
miieeelll!” salían las mujeres con sus cacharros para adquirir la exquisita miel.
También, el sonido que emitía el afilador soplando la siringa. Su bicicleta
llevaba en la parte trasera el esmeril mecánico con una piedra de afilar que
emplea para afilar los objetos cortantes. Los niños mirábamos absorto como
giraba la piedra y saltaban chispas... Los gritos de aquellos vendedores
ambulantes por las calles de nuestro pueblo quedaron para siempre en nuestra
memoria, desde “al rico polo, corte, coyote, mantecau helau", a "¡Coloooonia,
brillantina blanca y jabón de tocadooooor!… Muchos de ellos, mantenían una
larga tradición transmitida de padres a hijos y habían aprendido el oficio
acompañándoles desde pequeños.
Empecé pronto a saborear aquél maravilloso jardín. Pero la visión de aquella
estatua, y sus ojos tristes e inmóviles, me conmovieron hasta el punto de
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 3
acercarme a tocarla, acariciarla, con la secreta esperanza de que estuviera
viva. Al tocarla, sentí el calor de la vida, y ya no pude apartar de mi cabeza la
idea de que seguía viva, presa de alguna maldición. Me pregunté por su vida, y
por cómo habría acabado allí. Aquél día, a la hora del recreo, cuando me
liberaba de la atadura del pupitre, hice cuanto pude para liberarla, sin éxito. Era
el momento para jugar a “las chapas”, a “los santos”, a "perseguirnos", a "las
cuatro esquinas", al "churro va" o fútbol, con porterías entre dos piedras; de
cantar el corro la patata, el patio de mi casa, el cocherito leré, que llueva que
llueva la Virgen de la cueva…Salí del jardín vencido por el desánimo y recogí el
vaso de leche que nos daban en el recreo; aquella leche en polvo de la Ayuda
Americana servida en vasos de plástico mal lavados. En una habitación que
hacía de almacén guardaban los sacos de leche y cada día nos tocaba a dos
niños prepararla con agua caliente y repartirla en el recreo. Te reconfortaba el
cuerpo y para muchos era la única golosina que probaban. Tiempos.
Otro día, sin razón aparente, regresé al jardín de los setos recortados para
preguntarle al "árbol del bien y del mal" cómo estaba. No pensé si me iba a
responder o no, simplemente lo hice... En un rincón de aquél espacio,
destacaba un solitario y hermoso árbol: inmediatamente sentí su llamada. Le
miré desde la distancia y cuando quise hablarle, sonó el timbre para entrar a
clase. No podía quedarme allí ni un minuto más. El orden y la disciplina eran
obligatorios. Formábamos una fila a la puerta, antes de entrar en cada aula.
Otro local lo ocupaba Doña María, maestra de niñas, con su aula repleta de
niñas de menos de 10 años. La cara de Franco la veíamos cada mañana al
entrar, encima del encerado, a la derecha del crucifijo. A la izquierda estaba la
foto de José Antonio Primo de Rivera. Empezábamos con una oración, cuando
estábamos todos en nuestro lugar. Detrás de la mesa del maestro había una
pizarra con la fecha y día de la semana, para ejercicios, frases y cuentas. Para
borrar usábamos un paño, un retal, y cuando la mancha blanquecina era
demasiado espesa, un trozo de esponja humedecida en agua, hacía el
aclarado suficiente, para iniciar los siguientes garabatos. Aún siento el
estremecimiento, cuando la uña rozaba la pizarra. De la pared, colgaba el
mapa de España que servía para sacarnos fotos de recuerdo cuando venía el
retratista. Para escribir teníamos pupitres dobles e inclinados con tapa para el
cajón donde lo guardábamos
todo. Tenían una repisa con
agujero para un tintero y
hendiduras para lapiceros y goma
de borrar que siempre rodaban
por el suelo. Al principio, nuestro
libro era la enciclopedia Dalmau
hasta que llegaron los manuales
por asignaturas Álvarez, las
láminas de dibujo y los cuadernos
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 4
de dos rayas, el baulet con el sacapuntas de orquilla, la caja de pinturas Alpino,
los bolígrafos Bic de 4 colores y los cuadernos Rubio con inacabables cuentas
y muestras…
Por la mañana teníamos Matemáticas y Lenguaje. El maestro explicaba la
lección, realizábamos las cuentas puestas en la pizarra y corregíamos los
deberes. Cuando nos preguntaban, nos ponían en fila y si no sabías la
respuesta ibas directamente a la cola, sabiendo que si volvías a fallar en la
siguiente ronda, "tocaba solfa". La monotonía sólo se rompía con alguna que
otra visita o solemnidad: Mes de mayo, día de la Cruz, llegada del inspector y
muestra de trabajos. La escuela nos proporcionaba lo que la sociedad pedía, y
poco más: leer, escribir, las cuatro reglas de cálculo, el catecismo y algo de
Geografía e Historia de España. Por las tardes teníamos Geografía, Historia,
Ciencias y sobre todo, leíamos conjunta e individualmente. Pedrito adornaba su
cara con dos hermosas velas verdes, que desde su nariz le atravesaban el
labio superior hasta la boca. De vez en cuando, reducía su tamaño con un
goloso lengüetazo. ¡Qué destreza!. Antes de salir, repetíamos en voz alta las
tablas de multiplicar, los límites de España, la lista de los reyes godos y cosa
así. Salíamos en estampida, rompiendo el silencio de las calles, dejando triste y
sola a la escuela. No teníamos espera para merendar pan con aceite y un
bollet de chocolate. Ya lo decía el refrán: “Al pan caliente, abrirle un hoyito y
echarle aceite.” Con el pan en la mano, corríamos a la calle. En el horario de
tarde, algunos alumnos íbamos a "Permanencia", que no eran otra cosa que
horas de estudios vigiladas.
Si las personas más importantes del pueblo eran el alcalde, el médico, el cura
y el maestro, éste último era el más querido y respetado. Su palabra iba a
misa y nada de mentiras. Mi maestro era un hombre de cuarenta y tantos años,
con bigotillo, gafas sin montura y muy pulcro. Aprendí de él, que la naturaleza
es el mejor bien heredado por el hombre, y su respeto y disfrute debe ser una
conducta de honor. En tiempos de "la letra con sangre entra", te llamaba a su
mesa, y tras mandarte poner los brazos extendidos delante y las palmas de las
manos hacia arriba, te propinaba unos cuantos golpes con la regla de madera;
si intentabas apartar las manos era peor, pues podías ganarte más golpes en lo
sucesivo. Picaba lo suyo. Mucho peor era ponerte de rodillas y con los brazos
en cruz, el dolor de éstos últimos aparecía a los pocos minutos. "¡Esos brazos,
los quiero bien estirados!". Las rodillas tardaban más en empezar a doler, pero
cuando lo hacían era con dureza. La tortura acababa cuando el maestro te
“perdonaba” y podías volver a tu asiento; pero lo peor era si en tu casa se
enteraban.
En el recreo planificábamos nuestras aventuras y proyectos para jugar a la
salida de la escuela o en el fin de semana. Nos organizábamos para hacer un
montón de cosas…pasábamos muchas horas en la calle. La imaginación suplía
la falta de medios para comprar los juguetes. La espada y escudo de madera,
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 5
el arco y las flechas hecho con palos, nuestro tirachinas con goma de las
cámaras de bicicletas, las construcciones de cabañetas... Cuando los juegos
necesitaban de más espacio, nos íbamos a "las eretas" o alguna plaza. El
conocimiento y las experiencias de aquellas aventuras nos enseñaron muchas
cosas.
Cerca del jardín de los setos recortados estaba la pinada, donde jugábamos a
escondernos o a esconder cosas entre las piedras de aquellas bardizas. Todo
iba bien, hasta que una temporada, se oyó decir que aquellos pinos durante la
noche hablaban, hasta la mañana siguiente. Mis amigos empezaron a tener
miedo, de tal manera que en cuanto oscurecía no querían quedarse allí. Creían
que los árboles estaban embrujados y les podía pasar algo malo. Aunque yo
también sentía miedo, pudo en mi más la curiosidad que el miedo, por lo que
armándome de valor y al atardecer me dirigí a la pinada; sentado, pegué el
oído a un tronco y me puse a escuchar. Efectivamente, los pinos hablaban.
Aquél concretamente, gemía de dolor porque "Estáis perdiendo el respeto por
la naturaleza, ya no estáis pendientes de ella, otras creencias interfieren
permitiendo que vuestra fuente de
vida se extinga", decía.
Impresionado, aclaré la garganta y
continué escuchando: “Soy parte de
la vida. Parte de mí está en la
Tierra, que como una madre me
entrega todo lo que necesito:
arraigo, agua, minerales… También
estoy unido al cielo. Recibo el calor
y la luz del Sol, y así puedo realizar
una hermosa tarea: trasmutar el
dióxido de carbono en oxígeno para que el aire lo lleve a todos los seres vivos.
Haciendo eso me siento dichoso". Los árboles son santuarios; quien sabe
escucharles, aprende la verdad.
Allí mismo escuché un gemido fuerte, de dolor, venía de otro pino grande con
una rama a punto de romperse; unos gamberros la habían desgarrado. Yo no
sabía qué hacer porque no entendía de aquello, así que fui a casa, cogí una
cuerda y regresé al árbol; enderecé la rama y lo amarré al tronco lo mejor que
pude. Un día vi que la rama empezaba a torcerse hacia abajo; pensé que no lo
había sabido arreglar. Una tarde que yo estaba triste por cosas que me habían
ocurrido, me fui a la pinada y me abracé al pino. De pronto, sentí como la rama
caída, se inclinaba más aún y me acariciaba suavemente, y los demás pinos
mecían sus ramas como consolándome. Me aceptaron como amigo. Desde
aquel día iba con frecuencia, con la escusa de jugar al escondite.
He conocido a lo largo de mi vida, "personas árbol", es decir personas con un
sentimiento vivo hacia cada árbol individual, y respeto y empatía hacia los
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 6
árboles como especie. Es un sentimiento que surge en la infancia, inducido por
experiencias tempranas con árboles como subirse en ellos, jugar y esconder
tesoros en sus troncos o cualquier otra forma de experimentarlos y conocerlos.
La expresión "personas árbol" creo que trata de hacernos conscientes de la
implicación emocional y afectiva que mantienen muchas personas con estas
plantas y hace que nos preguntemos si somos de esas personas. Identificarse
así confiere valor a nuestros sentimientos y acciones y nos hace ver nuestro
vínculo con los árboles de un modo más consistente y comprometido.
Cuando terminaba la jornada estudiantil, el jardinero cerraba todas las puertas
de acceso al grupo escolar. Yo, conocía un sitio por donde entrar sin ser visto
por lo que colarme por allí me pareció una idea extraordinaria. Mi idea era
acercarme hasta "el árbol del bien y del mal", considerado un símbolo. No
había ningún otro árbol más vistoso, que diese tanta sombra o que recibiera
tantas visitas los domingos. No sólo representaba la atemporalidad, era
admirable y esa cualidad puede ser entendida muy bien por la gente donde
habita. Sentados en los bancos de piedra o de pie, cientos de parejas de
novios, niños y niñas de todas las edades, fuimos retratados junto al árbol por
aquellos fotógrafos amateur: "Chepeta" o "Ismael". Así es como llegué a aquél
lugar solitario y mágico. Este árbol estaba muy vinculado a creencias y formas
de vida. Según una leyenda medieval Eva plantó una rama del Árbol del Bien y
del Mal sobre la sepultura de Adán que creció formando un árbol cuya madera
fue utilizada para hacer la cruz donde murió Jesús. Decían que estos árboles
representaban el sostén del universo, basándose en que sus ramas miran
hacia el cielo, el tronco donde vivimos y la raíz hacia el inframundo. Nietzsche
decía: "el hombre que no se asombra cuando ve un árbol está muerto". Es un
símbolo del cosmos en sentido físico y moral. El árbol tejo era, y sigue siendo
el árbol de la vida y el de la muerte; es, en definitiva, el Mundo. Aquella tarde
yo no sabía todas estas cosas, era muy pequeño, sólo le pude saludar.
-¡Hola!
-Hola _contestó_. ¿No te asombra que te haya respondido? otro en tu lugar se
habría asustado...
--Sois un árbol que habla, pero ahí arriba, en la pinada hay pinos que también
lo hacen.
--Todos los árboles podemos hablar, siempre pudimos, y nadie se asombraba.
En la pinada son muchos; con los setos no estoy solo, siento cómo los pájaros
se posan en mis ramas, las hormigas corretear por mi tronco, la brisa mover
mis hojas… Al oscurecer espero con la salida de la Luna: yo le cuento cómo ha
sido el día, y ella me habla de mundos lejanos… ¡Así soy feliz!
-¿Y qué pasó? ¿Por qué ya no hablan los hombres con vosotros?
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 7
-Decidieron que no valía la pena y dejaron de hacerlo, se volvieron más
prácticos y se olvidaron para siempre que alguna vez habían conversado con
sus proveedores de oxígeno.
-¿Para qué querrían hablarte?
-Para saber cosas que solo nosotros podemos contarles, cosas útiles y bellas.
¿Sabes que soy un árbol sagrado por mi longevidad, que me hace parecer
inmortal? Mi madera es estudiada tanto por sus propiedades curativas como
venenosas. Los cristianos nos incorporaron a su doctrina como símbolo de la
vida y de la muerte.
-¿Por todo eso os llaman el árbol del bien y del mal?
-Bueno..., pasamos de ser un símbolo de muerte y reencarnación a ser de muerte y resurrección. Por nuestra longevidad, somos símbolo de la eternidad. Las personas que se reúnen en torno nuestro, están en contacto con la atmósfera espiritual que nos rodea. Ahora dicen que es el ciprés.
-Los conozco. Son los que se elevan en el calvario del cementerio.
-Representa la inmortalidad y por eso delimitan los cementerios representando
el triunfo de la vida sobre la muerte. Si pudieran hablar, tendrían mucho que
contar: cuentos, leyendas y relatos, ya que fue uno de los primeros en aparecer
sobre la Tierra, hace cientos de millones de años. El que ha venido a llamarse
''el árbol de la resurrección'', también es un árbol funerario, sin duda por su
aspecto inmutable durante todo el año, sea cual sea su estación. Un ciprés en
el cementerio aleja del infierno.
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 8
Empecé a preocuparme por la hora. Entonces no teníamos televisión; si acaso
había que ir a casa de alguien conocido que la tuviera, y como mucho, hasta
que salía "vamos a la cama que hay que descansar..." Tenía que despedirme
del árbol, solo que...
-No te puedes marchar así, esta es tu única oportunidad de hablar conmigo.
-¿No puedo volver mañana u otro día y hablamos?
--No. Mañana me van a talar, me tiran abajo. Escuché, algo sobre que
interrumpo el camino de unos cables, la señal de una antena, dicen que soy un
estorbo, que no sirvo más que para molestar, se quejan de tener que barrer mis
hojas todos los otoños..., estas son mis últimas horas vivo y necesito hablar
con alguien, llevo muchos años callado. He pasado de ser sagrado a estar en
peligro de muerte.
Es verdad, aquél árbol estaba muy en alarmado. Hoy sé que hay pruebas
científicas que miden ese estado. Si alguien se acerca con una sierra en la
mano con la intención de cortar un árbol, los árboles que le ven venir se echan
a temblar. Son consientes de que la muerte ronda cerca. Es más, si ese
hombre pasa por delante, sin la idea de talarlo, no le entra miedo. La intención
les afecta. La naturaleza tiene mucho que enseñarnos, quizá porque en un
nivel básico, al observarla nos reconocemos en sus formas. Vi tan preocupado
al árbol que me quedé un rato más. Por mi parte -era un niño entonces-, no
sabía qué más hacer.
-¿Cuándo fue la última vez que hablaste con una persona?
-Cuando era un matojo.
-¿Y qué paso?
-Hablé con un niño de unos 5 ó 6 años que se me acercó e intentó pisarme, le
pedí que no lo hiciera y salió corriendo a decirle a su madre que la planta le
había hablado, que estaba encantado o algo así.
-Mala suerte, ahora comprendo porque no has querido hablar con nadie desde
entonces.
-La semana pasada, os vi pasar a ti y a tu hermano por aquí. Os hicisteis una
foto sentados en ese banco de piedra. Te envié la señal de que te estimaba, y
tú alma ha respondido, por eso estás aquí. Desde aquí regulo el clima, las
enfermedades respiratorias, cardiovasculares y psíquicas; y también el ciclo de
agua. Debemos llevarnos bien. Díselo al jardinero.
Se hizo un silencio eterno, la estatua de gesto alegre que tenía detrás mío,
comenzó a cobrar vida y bajando de su pedestal, dijo amablemente:
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 9
-Hace días que no llueve. Toma esta flor, si se queda aquí, mañana ya estará
mustia. Llévala a tu casa y ponla en un jarrón.
-Gracias amiga, tu bondad es perfecta para este sitio.
Contesté con mi lenguaje libre y sin orden, como un juego infantil. Un lenguaje
libre es un pensamiento libre. Ahora comprendo la constante evocación de la
infancia, de esa visión fascinada del mundo que se pierde en la edad adulta. La
emoción por encima de la razón.
-Si puedes moverte y expresarte, ¿qué haces en esa pilastra? _pregunté.
-Estar. ¿Te parece poco? Estar en todo y no perder de vista nada. Hace tiempo
venía por aquí un hombre que escondió su dinero al pie del tejo. Todas las
semanas pasaba por delante de mí, ignorándome; cuando nadie lo veía,
desenterraba la caja y observaba el dinero un buen rato. Pero, otro día vino un
desconocido y excavó exactamente donde estaba la caja y se la llevó. Cuando
vino el amo a contemplar su dinero, encontró el agujero vacío. Gritó tanto, que
acudió el Sr. Paco que esa noche
estaba regando. Y, cuando se
enteró de lo que pasaba, le
preguntó: "¿Empleabas el dinero
en algo?". "No", respondió el
hombre. "Lo único que hacía era
mirarlo. Dijo el S. Paco, "por el
mismo precio puedes seguir
viniendo todos los días y
contemplar el agujero." Desde mi
pedestal, presté atención y cuando
se marcharon todos, comenté con el árbol que no es el dinero, sino vuestra
capacidad de disfrutar, lo que os hace ricos o pobres.
-Pelear por la riqueza y no ser capaz de disfrutar es lo mismo que estar calvo y
coleccionar peines. _añadió el árbol.
Y en ese instante, la figura sintió cómo su cuerpo se paralizaba. Ni siquiera los
ojos podía mover. Pero seguía viendo, oyendo y sintiendo. Lo justo para
comprender que se había convertido, de nuevo, en estatua. Los árboles
hablan; lo hacen entre ellos, con el viento, con el sol, con las nubes, con las
estatuas y también con los niños. Pueden hacerlo con todo ser viviente que
quiera escucharlos. Sí, los árboles hablan y algunos, como los cipreses, hablan
con Dios, como dijo José María Gironella.
Quedé allí repasando lo sucedido y me fui impresionado por aquella conexión
con la naturaleza y con la existencia. Creo que aquello sucedió así porque
supe, sin saberlo, abrirme para recibir aquellas señales y su forma de
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 10
comunicación. Entiendo que aquél árbol me estaba transmitiendo mucho, el
mejor abono para mi desarrollo. Para crecer hacia lo alto, es necesario estar
bien arraigado en la tierra. Por otra parte, aquél hermoso árbol fue un gran
ejemplo del paso del tiempo y del sentido cíclico de la existencia: hay etapas en
que brotan fuerzas nuevas; otras en que se expanden y manifiestan, luego dan
su fruto, para finalmente soltar todo lo que ya no se necesita y disponerse
desnudo a comenzar de nuevo. La propia existencia humana se refleja en este
símbolo: nacer, crecer, dar frutos, atravesar las distintas estaciones, brindar
belleza, verdad e iluminación. Ahora, cincuenta años después y recordando al
árbol que ya no está, me arrepiento de no haberle prestado más atención y
haber experimentado cosas con su presencia, frente a él. Cuanto más sereno
está el lago de la mente, más clara y nítida se vuelven la percepción, el amor y
el profundo respeto por el propio ser y por el de los demás.
Ansioso, esperé a que el Sr. Paco abriera las puertas de las escuelas.
Aproximándome a él, le dije: "No corte el árbol del bien y del mal, que nos da
sombra". No había pasado media hora, me llamó el director a su despacho.
"Quería recordarle al Sr. Paco la importancia para el ser humano de los árboles
que nos rodean" . El director, confesó también estar en contra de la tala del
árbol. Estaba haciendo todo lo posible porque no se cortara. Hoy, recordando
aquella escena en su despacho, creo que no tuve un pensamiento tan
despeinado. Solo que en aquella época había que tener mucho cuidado con
todo tipo de comentarios y por supuesto nada de árboles que hablan o estatuas
que bajan de su pedestal.
La educación tenía como objetivo conseguir que los alumnos a lo largo del día
y en cualquier situación, guardáramos ciertas normas de prudencia. Reglas y
pautas de conducta referidas a comportamientos que niños y niñas debíamos
observar en todos los sitios. Todo niño travieso y poco estudioso debía corregir
cualquier conducta que no siguiera esas normas. Una semana después de
aquella conversación con el árbol y con la estatua de la niña de las flores, el
primero, fue talado. No entendieron que hay árboles considerados divinos; que
el culto a ellos está presente todavía en la simbología cristiana. Solo en los
poblados jardines del "Chalet Azul" quedó un Tejo y yo, muy apenado. "Estás
desganado" decía mi madre y como remedio casero, para estimular el apetito,
me daba una "cucharaeta" de vino Quina Santa Catalina; era el anti anoréxico
que conocíamos. Don Pedro Muños, el médico, también recetaba la copita del
vino para antes de las comidas porque estaba convencido que "Es medicina y
es golosina" y como tal se aceptábamos. Muchas veces le añadían un huevo
batido. Para los de las generaciones de los 50 y los 60, un dedal de quina era
la solución y la razón era que daba "unas ganas de comerrrrrr”... Si el vino
quinado era bueno, no veas el Cola-Cao…"si lo toma el ciclista..", "si lo toma el
boxeador…". En desayuno era el no va más. Mientras, los árboles del bosque
se abrían dejando ver un mundo de maravillas y felicidad.
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 11
Muchos días, cuando los niños jugaban a otras cosas, yo corría hacia la
pinada, buscaba a mis amigos los árboles y les daba un abrazo; así me sentía
feliz. Ahora, cuando la ciencia dice que abrazar a los árboles es beneficioso
para la salud, me entero que también es bueno para la naturaleza. No lo
dudo. Han estudiado los efectos en la mejora de la salud, evidenciando que los
lugares verdes, pueden ser tan efectivos como las drogas recetadas para tratar
algunas enfermedades mentales. Pienso que por el estilo de vida que llevamos
tan desordenado, es tiempo de comenzar a abrazar árboles. En su silencio, nos
hablan de soportar el paso de los años. Sus troncos muestran el daño causado
por plagas, insectos, y demás fuerzas naturales. La vida de los árboles no es
fácil, sin embargo no se rinden; mientras más arraigan sus raíces en la tierra
más crecen sus ramas hacia el cielo. Los árboles permanecen de pie en los
tiempos más difíciles, inviernos, sequías y tormentas, se adaptan, sobreviven.
Pueden perder sus hojas y ramas, pero se mantienen. Y en tiempos de
abundancia, crecen, dan flores y frutos embelleciendo el mundo.
Han pasado muchos años
desde aquél "De parte del
señor alcalde…", "Se hace
saber…" después del toque
clásico de la trompetilla, así
solían comenzar los bandos.
Otros dirían que "ha llovido
mucho desde entonces". No
importa, con el tiempo, como
todos, he aprendido muchas
cosas. También de los
árboles. Ahora ya no soy un
niño; cuando voy a la sierra
camino entre ellos con los cinco sentidos bien abiertos y elijo uno que me llame
la atención. Observo, acepto e intento sentir su tono vibratorio. Son
interesantes los sonidos que el viento produce en los árboles. Le toco con la
mano izquierda y cierro los ojos, reconociendo su fuerza y su influencia en el
entorno. Observo y acepto su energía; establezco contacto con él mediante el
corazón. Le cuento todo lo que me pasa, me vacío y me dejo fluir. Le pido
consejo y escucho su respuesta con agradecimiento, antes de despedirme,
poniéndole mi mano derecha sobre el tronco. Sí, estás leyendo bien, toco y lo
envuelvo con mis brazos porque al tocarlo me transmite vibraciones positivas,
lo cual es bueno para el espíritu y el cuerpo.
Al contar nuestras desdichas a estos guardianes de la tierra y tesoreros del
oxígeno, notaremos cómo nuestro corazón se calma, limpiándose de energía
negativa. La experiencia con árboles es absoluta. Este año, cuando ya no
existe el jardín de los setos recortados, ni siquiera un atisbo de aquél, me di un
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 12
paseo por la campiña de mi familia con cuco incluido, fruto de la lucha de mis
antepasados en su intento de transformar un espacio agreste y una
arquitectura rural autóctona, resultado del ingenio y sabiduría popular. Después
de caminar unos 30 minutos me alejé del camino de tierra para acostar mi
espalda en la tierra, debajo de un olivo de más de doscientos años. Cerré mis
ojos y seguí mi propia respiración, empecé a conectar conmigo mismo y con la
existencia. Sentí como subía la energía a mi cuerpo desde abajo, desde la
tierra. No sé cuánto tiempo estuve en ese estado de bienestar. De repente me
llegaron ondas de alarma tanto desde debajo de la tierra como desde mi
alrededor. Salí del estado profundo de meditación y me puse más en alerta
aún. Pasaron tres o cuatro minutos y seguía sin saber porque me llegaban
aquellas señales de alarma. De repente escuché ruidos, hojas y ramas de los
arboles cercanos que se movían. Cuando cerré los ojos me habló alguien
desde lejos con voz muy fuerte: "¿está usted bien?". No vi a nadie; contesté
que estaba perfectamente y, cerré de nuevo los ojos.
Medité con aquél olivo. Justamente con un olivo de Enguera, como aquellos
que crecieron en la tumba del propio Adán; con ramas como aquella llevada en
el pico de una provisoria paloma anunciando a Noé el principio de resurgir del
mundo vivo que él rescató. Cuando Noé soltó la paloma, ésta regresó hasta su
navío con un ramo de olivo en el pico. El olivo fue la única especie vegetal que
no sucumbió al diluvio. Se convirtió para los antiguos cristianos en signo de la
paz. La paloma con la rama de olivo se reconocen universalmente como
representación de la paz tras las grandes guerras sufridas a lo largo del siglo
XX. Los vencedores en los juegos olímpicos griegos eran coronados con ramas
trenzadas de olivo; originalmente, la rama no provenía de cualquier olivo sino
justamente del árbol sagrado de la Acrópolis, cuya historia está ligada a los
orígenes de la cultura griega. Sin embargo, no siempre fue así: desde la
primera Olimpiada a la séptima se utilizaron coronas trenzadas de manzano
hasta que Pausanias consultó al oráculo de Delfos, quien le indicó que
abandonara el manzano y en su lugar utilizara las ramas de un árbol que crecía
en los alrededores y que estaba cubierto de telarañas. Pausanias encontró ese
árbol; se trataba de un acebuche, es decir, un olivo silvestre.
En la actualidad es fácil ignorar a la naturaleza. No tenemos tiempo, vamos de
un lado al otro, estamos desconectados, y eso conlleva serios problemas de
salud. La mejor manera de combatir los males de nuestra época es a través de
la reconexión con la naturaleza. El acceso a la naturaleza mejora nuestra
capacidad mental y bienestar. Necesitamos darnos un respiro, y para hacerlo
basta con andar por los nuestros montes y campiñas, abrazar un pino, un
olivo... De esto, por ejemplo, siempre han sido muy conscientes los koalas
abrazando a sus queridas acacias.
Juan Carlos Pérez Gómez
El Jardín secreto Página 13
Juan Carlos Pérez Gómez