"el inmortal" de jorge luis borges. la deconstrucción de la literatura

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"El inmortal" de Jorge Luis Borges La deconstrucción de la literatura “El inmortal” es uno de los cuentos de género fantástico que Borges incluyó en “El Aleph”, colección ésta de cuentos que, a excepción de “Emma Zunz” y la “Historia del guerrero y la cautiva”, gira en torno a este género de la literatura al que Borges, con su acostumbrada ironía, hubo de incluir la Teología como una rama de esta literatura, la fantástica. “El inmortal” es un relato complejo y trataremos de ver dónde radica su complejidad, cómo está construido y de qué elementos se vale su autor para la elaboración de un argumento que, según la opinión de numerosos críticos, constituye uno de los mejores urdidos de la narrativa borgiana. Señalemos el tema principal del relato antes de perdernos definitivamente en él. Sin un

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“El inmortal” es uno de los cuentos de género fantástico que Borges incluyó en “El Aleph”, colección ésta de cuentos que, a excepción de “Emma Zunz” y la “Historia del guerrero y la cautiva”, gira en torno a este género de la literatura al que Borges, con su acostumbrada ironía, hubo de incluir la Teología como una rama de esta literatura, la fantástica.

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"El inmortal" de Jorge Luis Borges

La deconstrucción de la literatura

“El inmortal” es uno de los cuentos de género fantástico que Borges incluyó en “El Aleph”, colección ésta de cuentos que, a excepción de “Emma Zunz” y la “Historia del guerrero y la cautiva”, gira en torno a este género de la literatura al que Borges, con su acostumbrada ironía, hubo de incluir la Teología como una rama de esta literatura, la fantástica.

“El inmortal” es un relato complejo y trataremos de ver dónde radica su complejidad, cómo está construido y de qué elementos se vale su autor para la elaboración de un argumento que, según la opinión de numerosos críticos, constituye uno de los mejores urdidos de la narrativa borgiana.

Señalemos el tema principal del relato antes de perdernos definitivamente en él. Sin un esfuerzo intenso y solamente echando un vistazo al título podemos sospechar que el tema es la inmortalidad y ciertamente así es. La inmortalidad tratada desde una mirada panteísta donde un solo hombre inmortal es todos los hombres y a su vez ninguno. Y a partir de esta idea también puede afirmarse, como luego veremos, que un solo texto también es todos los textos. Según Borges este relato vendría a ser un “bosquejo de una ética para inmortales” y su tema “el efecto que la inmortalidad causaría en los hombres”. Este efecto lo describe Borges a través del autor implícito del relato, el anticuario Joseph Cartaphilus, quien narra la vida del tribuno romano Marco Flaminio Rufo. Así podremos presenciar en este relato la voz de un hombre que fue todos y a la vez fue nadie, ya que fueron “las palabras de otros […]  la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos”. El texto presente nos servirá para hacer una reflexión

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de la propia literatura, del propio hecho de escribir, de la creación, de la originalidad y de la tradición. Pues en Borges veremos que es imposible innovar, que toda novedad no es más que un recuerdo y que como en Harold Bloom, Derrida, Kristeva o en Barthes el escenario de la intertextualidad en la literatura alcanza cotas extremas. Entendida ésta como fenómeno inconsciente del escritor que a la manera en que T.S. Eliot expone en “Tradición y talento individual” la poesía, y por extensión la literatura, forma un todo viviente de todos los textos que han sido escritos, idea ésta que como luego veremos también está en Valery, Emerson o Shelley, incluso, de manera más amplia, en Platón. Junto a la intertextualidad inconsciente que Cartaphilus irá desparramando a lo largo de todo el relato se enfrenta la intertextualidad consciente que Borges, de manera irónica, lúdica y erudita, irá desparramando a lo largo de su relato. He aquí el juego borgiano al que nos enfrentamos, el puzzle que contiene otro puzzle, el laberinto cuyo centro contiene otro laberinto.

El relato comienza con la voz de un autor implícito que no está representado y que podría ser el propio Borges –autor real- o un investigador que nos da cuenta del siguiente hecho: la entrega de “los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Ilíada de Pope” que el anticuario Cartaphilus realizó a la princesa de Lucinge, hallándose ahí un manuscrito que “está redactado en inglés y abunda en latinismos”. Este manuscrito es la narración, como antes hemos señalado, de la vida de Marco Flaminio Rufo. Tal narración, que se correspondería con un relato diegético, dividido en cinco capítulos, concluye con una discusión sobre la autoría de la misma ¿Flaminio Rufo? ¿Cartaphilus? ¿Homero? En definitiva todo un juego cervantino que nos lleva a afirmar que tal autoría realmente es lo que menos importa, pues, como señala el anticuario Carthapilus, a quien se le atribuye la narración, “Yo he sido Homero; en breve seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto.” Finalmente el relato termina con una Posdata de 1950 donde el autor implícito no representado del comienzo cierra el relato refiriendo la documentada acusación, en un magistral juego erudito, del doctor Nahum Cordonero, de que toda la narración es apócrifa. 

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El relato posee la clásica estructura marco en abismo que nos recuerda a Las mil y una noches, libro sumamente apreciado por Jorge Luis Borges. Su estructura es circular pues la abre y la cierra el que nosotros llamaremos, pues no está representado, el investigador erudito: el Borges ficcional del relato o su alter ego.

Pero volvamos a dar otro repaso al relato fijándonos en otros elementos compositivos del mismo.  “El inmortal” se abre con una cita de Francisco Bacon que presenta el tema, la tesis, del relato borgiano: “Salomón dijo: No hay nada nuevo sobre la tierra. Y así, de la misma manera que Platón imaginó que todo conocimiento no es sino un recuerdo, del mismo modo Salomón sentenció que toda novedad no es sino un olvido.” Recuerdo y olvido serán dos elementos muy recurrentes a lo largo de todo el relato que tendrán un papel específico en cada lugar, por ejemplo aquí: “Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable el recuerdo de nuestras primeras jornadas”, el tiempo del relato parece difuminarse gravemente provocando en el lector cierta desorientación o el propio olvido de datos circunstanciales que hacen perderse también al lector en la maraña de identidades que va tomando Cartaphilus a medida que avanza el relato: “abuso de rasgos circunstanciales que aprendí en los poetas y que todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los hechos, pero no en su memoria”, sentencia Cartaphilus. La memoria es por tanto Todo y Nada. Y como vemos al final del relato, citando el investigador erudito a Cartaphilus, la memoria, pasada por la tela del olvido, nos reduce a lo que somos: “Cuando se acerca el fin –escribió Cartaphilus- ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos.” Vemos como en un sorprendente recurso borgiano el narrador del nivel extradiegético (investigador erudito) cita al del nivel diegético (Cartaphilus). Tal que la idea de ‘reminiscencia’ de Platón así se nos presenta lo que fue la vida del anticuario de Esmirna. Y lo que sería, en definitiva, la vida de todo texto. Es por tanto una reflexión sobre el propio hecho de la literatura que no sería sino un recoger la voz de lo que ya se ha dicho. Una originalidad improbable frente a la tradición; una

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intertextualidad, un contagio, inevitable. Pues como el propio Borges ha escrito en su poema Everness: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”. Después volveremos sobre esta idea panteísta, ya tratada por filósofos a los que Borges leyó con sumo interés, como Plotino o Spinoza, planteada en muchos lugares de la narración una vez nos vayamos deteniendo en ellos, pues en mí opinión significa el tema principal del relato y por extensión uno de los temas más y mejor tratados por Borges a lo largo de su literatura, lo apreciamos en textos como La flor de Coleridge,  El acercamiento a Almotásim, La forma de la espada, Tres versiones de Judas, De alguien a nadie, Los teólogos o el magistral relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius donde refiriéndose a los habitantes de Tlön escribe Borges: Explicaron que una cosa es igualdad y otra identidad y formularon una especie de reductio ad absurdum, o sea el caso hipotético de nueve hombres que en nueve sucesivas noches padecen un vivo dolor. ¿No sería ridículo -interrogaron- pretender que ese dolor es el mismo? Y en una nota a pie de página apostilla: En el día de hoy, una de las iglesias de Tlón sostiene platónicamente que tal dolor, que tal matiz verdoso del amarillo, que tal temperatura, que tal sonido, son la única realidad.  Todos los hombres, en el veniginoso instante del coito, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare.  

El protagonista de nuestro relato se llama Joseph Cartaphilus, se puede sospechar que Borges juega con las iniciales de este nombre (J. C) en referencia a Joseph Conrad y así convertir a Cartaphilus también en otro palimpsesto, en un nombre escrito sobre el nombre de otro. Además Cartaphilus nace en Esmirna, como Homero y muere en la isla de Ios, también como Homero. Y es que no cabe duda de que es Homero, como el mismo Cartaphilus confiesa. La narración borgiana está totalmente plagada de estos recursos intertextuales, juegos eruditos que en definitiva sirven para sostener y justificar la tesis misma del relato: “[…] sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos”, dice Cartaphilus confesando que él también ha sido

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Homero.  Tal era el caudal lingüístico recogido por Cartaphilus que, el investigador erudito al principio del relato, usando el discurso indirecto libre,  recuerda lo que dijo la princesa de Lucinge de Cartaphilus, mediante una descripción o mirada conceptual en un nivel analítico-psicológico, dice de él: “Era, nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y del inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y de portugués de Macao”.

Este es el primer momento del relato donde se describe a Cartaphilus como alguien cuyo discurso es múltiple, en este caso haciendo alusión a su polilingüísmo. Es decir, en el propio plano de la lengua y no sólo en el intelectual, la propensión de Cartaphilus a la acumulación de conocimientos se hace visible, conformando su propio ser. Pero este dominio de la lengua está tergiversado, como todo en Cartaphilus: “pasó del francés al inglés y del inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y de portugués de Macao”. Dice a “una conjunción enigmática”, una especie de habla propia, una mixtura provocada por la memoria y el olvido. Tal tergiversación nos hace poner en juego el concepto de misreading de Paul De Man, donde toda lectura es interpretación y, por tanto, tergiversación. También nos lleva a pensar en la deconstrucción derridiana, mediante la cual se afirma que no aclara los textos sino que “las relaciones textuales y las figuras en ellos presentes producen una lógica doble o aporética”, en palabras de Culler (1982, pág.99) y como señala el profesor Pozuelo Yvancos: “deconstruir o enfrentar los textos a sus contradicciones internas y a la metafísica radical de la que parten, no es destruir sino leerlos en sus implicaciones, presuposiciones, posibilidades no exploradas, etc” (1994, pág. 135)

Así, más adelante del relato, Cartaphilus oye hablar del río cuyas aguas dan la inmortalidad en la voz de un jinete ensangrentado, al fin se baña en el río y llega a la Ciudad de los Inmortales. Pero este viaje resulta muy arduo, conoce a un troglodita que había

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perdido la capacidad de hablar pero que luego resulta ser el autor de la Odisea, otro inmortal. El viaje de Cartaphilus no deja de ser un regreso a lugares comunes, una sabia deconstrucción de los mismos, vemos el paralelismo de sus duras jordanas con las que Dante padeció acompañado de Virgilio, Cartaphilus en este caso, acompañado de Argos, nombre con el que decide llamar al troglodita pues le seguía a todas partes como el perro de Homero:  “Había nueve puertas en aquel sótano; ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma cámara; la novena (a través de otro laberinto) daba a una segunda cámara circular, igual a la primera. Ignoro el número total de las cámaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplicaron. El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor no había en esas profundas redes de piedra que un viento subterráneo, cuya causa no descubrí; sin ruido se perdían entre las grietas hilos de agua herrumbrada. Horriblemente me habitúe a ese dudoso mundo; consideré increíble que pudiera existir otra cosa que sótanos provistos de nueve puertas y que sótanos largos que se bifurcan. Ignoro el tiempo que debí caminar bajo tierra; se que alguna vez confundí, en la misma nostalgia, la atroz aldea de los bárbaros y mi ciudad natal, entre los racimos.” Otro ‘topoi’ de la literatura borgiana es el laberinto, la idea de múltiples bifurcaciones y la imposibilidad de llegar al centro del mismo, como señala en otra parte del relato: “Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, esta subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin”. Cartaphilus, o Flaminio Rufo, para los que duden de si el documento es apócrifo, nos describe una ciudad en la que predomina lo infinito, lo vertiginoso: “Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y la balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas aéreamente al costado de un muro monumental, morían sin llegar a ninguna parte, al cabo de dos o tres giros, en la tiniebla superior de las cúpulas”. Y otra vez la duda de la tergiversación: Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales; se que durante muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo ya saber si tal o cual rasgo es una transcripción de la realidad o de las formas que

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desatinaron mis noches”. Para Cartaphilus su conocimiento de la Ciudad de los Inmortales resulta ser una experiencia casi terrible, desconcertante y abismal al igual que, en otro plano, nuestro autor real, Jorge Luis Borges, siente al recorrer una biblioteca. (léase el relato “La biblioteca de Babel, que comienza así: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente”.) Cartaphilus por tanto, a pesar de un inmenso deseo de convertirse en inmortal y de llegar a la ciudad descubre que su viaje no era tan maravilloso como prometía, llega a decir “La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir” pero podríamos decir que la ciudad le supera, al igual que la inmensa vastedad de libros supera al protagonista de “la biblioteca de Babel”.  Tal vez esta sensación pueda ser la misma que se alude en el otro relato citado: “La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma”, señala el autor implícito de “La biblioteca de Babel”. No sería demasiado aventurado afirmar, y esta es una interpretación personal, que la Ciudad de los Inmortales es la alegoría de una enorme biblioteca, milimétricamente ordenada y dispuesta pero que al entrar en ella, al perderse el lector en sus infinitos libros, éste desordena, desfigura, tergiversa y deconstruye.

La focalización, que es interna en ambos narradores, tiene una especial importancia en el texto pues en todo momento el protagonista-narrador observa y valora lo que ve, incluso lo que ve en sus sueños. Así describe Cartaphilus uno de sus sueños antes de llegar a la ciudad: “Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo”. Pero finalmente consigue beber el agua del cántaro y se encuentra con una ciudad claramente deconstruida, una ciudad construida sobre los cimientos de la primera, un orden desordenado: “En cuanto a la ciudad cuyo nombre se había

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dilatado hasta el Ganges, nueve siglos haría que los Inmortales la habían asolado. Con las reliquias de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorrí: suerte de parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. Aquella fundación fue el último símbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación”. Así los Inmortales se convierten trogloditas. Vuelven a ser el origen, todo y nada al mismo tiempo. Todo se reformula y adquiere nueva identidad en el relato. Si acometemos una lectura del mismo fijándonos en el tratamiento del tiempo vemos en primer lugar que la narración del anticuario se articula retrospectivamente en la que predominan, como no podía ser de otro modo al acometerse el intento de resumir la vida de alguien inmortal, las anacronías y las elipsis temporales. Así en el primer párrafo del capítulo V, Cartaphilus resume lo que ha sido su vida –o sus vidas pues durante ese tiempo se dedica a múltiples profesiones y actividades como si su identidad se multiplicase- desde el año 1066 hasta que bebe de las aguas que le devuelven a su condición de mortal en el año 1921. E irónicamente, afirma quien ha sido casi todos los hombres: “de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche dormí hasta el amanecer”. Por fin el protagonista de abandona al sueño, para vivir otra vida, otra vida en abismo como la estructura del relato, que es la del sueño. Y es que en ningún momento del relato queda claro si todo lo que ocurre al protagonista es real o es sólo un sueño, o al menos no se logra advertir qué parte es la real y qué parte es la transformada por el olvido o por los rasgos circunstanciales añadidos, soñados, tergiversados.   “No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y húmedos hipogeos. […] Nada más puedo recordar […] Ese olvido, ahora insuperable, fue quizá voluntario; quizá las circunstancias de mi evasión fueron tan ingratas que, en algún día no menos olvidado también, he jurado olvidarlas”. Es necesario recordar, recobrar lo que siempre estuvo ahí, la reminiscencia platónica, así el protagonista nos cuenta de su acompañante el troglodita: le puse el nombre de Argos y trate de enseñárselo. Fracasé y volví a

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fracasar. Los arbitrios, el rigor y la obstinación fueron del todo vanos. Inmóvil, con los ojos inertes, no parecía percibir los sonidos que yo procuraba inculcarle”. Pero ante la imposibilidad de comunicación con el troglodita el protagonista realiza la siguiente reflexión en una clara mirada valorativa: “Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo; considere la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos. Así fueron muriendo los días y con los días los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió, con lentitud poderosa”. Notamos de nuevo el magistral dominio de la elipsis temporal donde en una sola frase se concluye: “Así fueron muriendo los días y con los días los años”, el tiempo, como vemos, pasa para un inmortal de una manera vertiginosa si es la memoria la que pretende recuperarlo. Finalmente Cartaphilus y Argos consiguen encontrarse, comprenderse de alguna manera ante la inmensa felicidad que sienten ambos al ver que llueve tras un largo tiempo de sequía: “Argos, le grité, Argos”. Y cuando grita su nombre el troglodita recuerda aquello que había olvidado, pues como veíamos en la cita de Bacon “toda novedad no es si no un olvido”. Recuerda que Argos es el perro de Ulises y después ante la pregunta por su conocimiento de la Odisea el troglodita responde: “Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé”.

Pero Homero no sólo es Argos el troglodita sino que también es Cartaphilus. Cabe recordar aquí la famosa teoría que sostiene que Homero realmente nunca existió, que la Odisea es la memoria de todo un pueblo y Homero sería el autor ficticio que representa a todos los griegos que fueron recogiendo la Odisea en su memoria. Es leyenda también la afirmación de que muchos griegos se sabían los viajes de Ulises de memoria y se ayudaban mirando la posición que las estrellas ocupan en el firmamento. Así cada estrella vendría a ser un verso de la Odisea. Y, como queda implícito y explícito en el relato, poco importa quién escribiese la Odisea pues como el autor real, Borges, explica en su texto “La flor de Coleridge”, citando a Valery: “La Historia de la Literatura no debería ser la historia y de los accidentes de su carrera o la

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carrera de sus obras, sino la Historia del Espíritu”. En este sentido Jaime Alazraki (1974, pág. 87) señala: “Como la historia universal, que según el panteísmo es la historia de un solo hombre, la historia de toda la literatura es la historia de un solo libro, obra de un solo autor –el Espíritu-“. Borges en este texto toma también la idea de Emerson casi similar a la anterior: “diríase que una sola persona ha redactado cuantos libros hay en el mundo” o la idea de Shelley de que todos los poemas del pasado, del presente y del futuro componen un único poema infinito. Estamos viajando durando todo el relato por el tema principal, el panteísmo, desgajado en múltiples temas secundarios que vienen a desembocar casi siempre en el principal. Todo es todo, podía decirse, y todo también es nada. Alguien es todos y nadie al mismo tiempo.   

Capítulo aparte merecen las imágenes borgianas, la fabulosa concisión y concreción que Borges desprende en cada descripción o valoración. Ya hemos hablado de la ‘elipsis’ como recurso predominante del relato, del cual Borges se sirve para provocar en el lector un sentimiento de vertiginosa confusión. Otro recurso importante, y muy relacionado con lo anterior, es la enumeración. El efecto es parecido. Se van sumando escenas, o datos, o lugares, o tiempos… todo tipo de elementos configuradores de la materia narrativa, en la narración de los trabajos y los días de Cartaphilus apreciamos tal recurso: “En el otoño de 1066 milité en el puente de Stamford, ya no recuerdo si en las filas de Harold, que no tardó en hallar su destino, o en las de aquel infausto Harald Hardrada que conquistó seis pies de tierra inglesa, o un poco mas. En el séptimo siglo de la Héjira, en el arrabal de Bulaq, transcribí con pausada caligrafía, en un idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de Simbad y la historia de la Ciudad de Bronce. En un patio de la cárcel de Samarcanda he jugado muchísimo al ajedrez. En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia. En 1638 estuve en Kolozsvar y después en Leipzig. En Aberdeen, en 1714, me suscribí a los seis volúmenes de la Iliada de Pope; se que los frecuente con deleite. Hacia 1729 discutí el origen de ese poema con un profesor de retórica, llamado, creo, Giambattista; sus razones me parecieron

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irrefutables. El cuatro de octubre de 1921, el Patna, que me conducía a Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea 1. Baje; recordé otras mañanas muy antiguas, también frente al Mar Rojo, cuando yo era tribuno de Roma y la fiebre y la magia y la inacción consumían a los soldados. En las afueras vi un caudal de agua clara; la probé, movido por la costumbre”. Vemos como la enumeración se estructura paralelísticamente respondiendo casi en el mismo orden a la siguiente estructura: Complemento Circunstancial de Tiempo + Complemento Circunstancial de Lugar + Pretérito de Indicativo:

 

C. C.Tiempo               Pretérito Indic.                      C. C.Lugar

En el otoño de 1066     milité               en el puente de Stamford

En el séptimo siglo de la Héjira   transcribí  en el arrabal de Bulaq

En 1638                 estuve      en Kolozsvar y […] en Leipzig

Hacia 1729            discutí           el origen de ese poema (CD)

El cuatro de octubre  de 1921      recordé      frente al Mar Rojo

 

 

Este esquema sirve también para dar comienzo al relato: En Londres (C.C. Lug.), a principios del mes de junio de 1929 (C.C. Tiempo.), el anticuario Joseph Cartaphilus […] ofreció (Pret. Indic.). En definitiva, una maraña de datos circunstanciales que como luego se verá confunden incluso al propio protagonista. 

Pero pasemos a analizar más concretamente estos dos últimos capítulos, que son quizás lo más interesantes y, sin lugar a dudas, los más complejos, de los cinco que componen el relato. Incluyendo claro está la Posdata de 1950 y conclusión del todo el texto, realizada por el otro autor implícito, el no representado,

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esto es, el investigador que nos presenta en forma de nota introductoria, el hallazgo del manuscrito de Cartaphilus al iniciarse el relato.

En el capítulo IV como ya se ha señalado se dilucida finalmente que los trogloditas son los inmortales y que la ciudad que él había visitado era, como en un palimpsesto, la construcción de otra ciudad encima de la original. El propio Homero es quien aconseja la construcción de la ciudad: “Fue como un dios que creara el cosmos y luego el caos”, afirma Joseph Cartaphilus. A continuación Cartaphilus inicia una mirada valorativa y conceptual que ocupa un párrafo y que, visto de manera independiente al relato, podría pertenecer claramente al género ensayístico. En este párrafo es donde más claramente queda expuesto el tema del relato: “Ser inmortal [afirma el anticuario de Esmirna] es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal”. Este es el punto de vista del personaje protagonista acerca de la inmortalidad que él mismo ha experimentado. Para él lo realmente terrible y divino al mismo tiempo de la inmortalidad es la auto-conciencia de ese hecho. Aquí sin duda está la clave fantástica del cuento, el hecho de pensar en la posibilidad de la inmortalidad. Más adelante empieza la mirada valorativa desde una perspectiva religiosa del hecho de la inmortalidad, aquí nos dice que en las principales religiones (judía, cristiana y musulmana) “tal convicción es rarísima” recurriendo de nuevo al también común recurso de la ironía, donde por un lado se dice que tales religiones profesan la inmortalidad pero que por otro:  “la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en el, ya que destinan todos los demás, en numero infinito, a premiarlo o a castigarlo”. Llegamos aquí a un punto muy interesante, el protagonista valora positivamente la religión budista por un concepto que incorpora llamado ‘Karma’, donde toda causa tiene su efecto y por tanto, “en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas”. Asentado en esa lógica el protagonista establece la siguiente conclusión: “acaso el rústico poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epíteto de las Églogas o por una sentencia de

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Heráclito”. Y a continuación se llega a la exposición del tema principal del relato, pues es aquí en mi opinión donde más claramente queda sintetizado: “Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.” Una vez dilucidado el tema el lector comprende que el Inmortal ya no es un solo personaje sino que es muchos, su personalidad se ha bifurcado, se ha perdido en el laberinto del tiempo. Para los mortales, pues, todo “tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso” debido al paso del tiempo pero para los Inmortales “cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo.” Poco a poco las claves del relato se van descifrando, Argos y Cartaphilus han sido Homero, cada uno en su inmortalidad han llegado a ser el mismo hombre y han llegado a escribir la Odisea. Así, como en el famoso relato “Borges y yo” también se podría decir:  “Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro”.

El capítulo V comienza con la enumeración de los trabajos de Cartaphilus que ya hemos referido hasta que bebe de las aguas que le hacen volver a ser mortal. Y, casi súbitamente, cogiendo de sorpresa al lector, el relato da un giro total y Cartaphilus comienza a reflexionar sobre la narración que acaba de contarnos. Sospecha que hay algo falso en ella e introduce una oración marcada en cursiva que indica lo siguiente: La historia que he narrado parece irreal porque en ella se mezclan los sucesos de dos hombres distintos. Nos desvela que durante todo el relato ha habido una serie de anomalías y de coincidencias que hacen pensar que Homero está, intertextualmente, detrás de todo. De nuevo la idea del palimpsesto cala en el relato pues da la sensación de que la vida de Cartaphilus está reescrita, como la Ciudad de Los Inmortales, sobre la vida y las letras de Homero. Así se acerca el relato a una de las frases más bellas del mismo:

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“Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras”

Otro recurso interesante consiste en la nota a pie de página que aparece justo antes de la frase citada y que serviría en primer lugar para dotar al relato de las cualidades que un texto erudito posee y al mismo tiempo para añadir mayor desconcierto textual e intelectual al mismo, pues aquí se nos habla, por ejemplo, de la hipótesis ya aludida de un Homero simbólico.

En la Posdata de 1950 el autor real –Borges- en la voz de su alter ego –el investigador erudito- crea la figura de otro investigador y lector de la narración de Cartaphilus, esto es, que establece su particular interpretación del mismo, quien recuerda otras voces reflejadas en el texto, otras huellas descubiertas bajo este palimpsesto, de escritores tan dispares como Plinio, Thomas De Quincey, Descartes y Bernard Shaw. El citado erudito-lector, llamado Nahum Cordonero, asegura que todo el documento es apócrifo. Y ciertamente así lo es, otra ironía borgiana que cierra el relato, pues ya fuera del código y juego ficcional no nos queda más remedio que afirmar que el texto es de Jorge Luis Borges. O tal vez no lo sea. Pues sería más justo afirmar que es obra de ese gran autor inmortal llamado Literatura o Historia del Espíritu. Las viejas palabras, tergiversadas y mutiladas, releídas, deconstruidas y resemantizadas crean otras palabras nuevas, sin olvidar que toda novedad no es sino un recuerdo, un olvido que viene más tarde o más temprano, que llega a nuestra memoria para hacernos comprender que siempre estuvo ahí. Presente en la Eternidad del Hombre único que es, ha sido y será todos los hombres.

José Manuel Martínez Sánchez

Publicado en la revista Barcarola. Nº68-69. ISSN 0213-0947