el idiota
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El idiota
“Es idiota. No sirve. Es así, que se le va a hacer…”
-Señora, no estoy discutiendo con usted la mala conducta de su hijo o su mal desempeño en
exámenes, sino su hipoacusia. Su hijo simplemente no habla y es posible que tampoco oiga. Le veo
la mirada distante cuando explico aunque sus exámenes en general son muy buenos. Necesito una
ficha médica para comprobar sus condiciones reales de salud y después actuar en consecuencia…
Sinceramente, creo que usted, como madre, no ha hecho lo correcto hasta ahora. Su hijo la
necesita…
Franco miraba la escena desde un lugar estratégico y se retorcía de placer. Era el resentimiento en
estado puro liberándose después de tantos años en danza de ácidos estomacales corroyendo las
entrañas de su madre y su rostro de bobalicona ante la directora.
Porque ella odiaba, sí, descubrirse ante los demás como lo que era: una madre ausente y amoral.
Atrapada entre las fauces de su hijo, que rumiaba lentamente el sabor de la venganza, salió como
un tiro de gracia disparado hacia la calle, con tanta mala suerte de pisar mal con un pie y caer al
suelo vencida, en simbólica muestra de nocaut.
Franco pensaba que la verdad que sus exámenes no eran tan buenos como podría haberlos hecho
realmente, pero algo en él le impedía sobresalir entre los demás, era como una resistencia interna.
Proferir una palaba, cualquiera sea, podría ser usada en su contra porque al salir del recinto
respetuoso de su morada sería ya de otro, seguramente del enemigo. Prefería, en cambio, ser un
testigo mudo de su propia vida, hilvanando las historias de los demás personajes azarosamente
involucrados en ella, recogiendo los escombros de sentido entre una existencia asolada por el
fuego de la indiferencia.
No se sentía un protagonista, en cambio se pensaba a sí mismo como un poeta en cuya boca
muerta habitaban nuevas experiencias que poblaban de luces la lobreguez de sus días. Con sutil
encanto las palabras llegaban a él para animar sus días, pero no para ser oídas por los demás.
Sin embargo la mayor revelación sucedería al descubrir que era capaz de intervenir con igual
provecho en la vida de los demás. Un limbo entre la voz y el silencio, a medio camino entre la
realidad y la fantasía.
Estaba en la sala de informática:
- Les voy a pedir que saquen sus netbooks y entren a la red interna del colegio, dijo el
profesor a cargo. Recuerden, que nunca tienen que ingresar a sus cuentas privadas sino a
la red de la escuela.
Los alumnos consintieron con igual desgano que en un clip de Pink Floyd.
Después de decir eso, una pelea inusitada en el pasillo lo interrumpió en sus tareas y todos los
jóvenes, como es natural en ellos, desobedecieron a sus órdenes, entrando a los chats y mails
personales.
Franco estaba sentado al lado de la “pc madre” que tenía información de todas las demás y
desde allí observaba, como siempre, todo el cuadro representado ante él, con un acceso total
a los usuarios y contraseñas personales de todos sus verdugos. Y lo que más le llamo la
atención fue el facebook de Santiago, el matón del curso.
- Inicio de la conversación
11 de abril de 2014 19:23
No me das bola, ya te dije que te vas a arrepentir. Hablame boluda, estoy mal. Me dijiste que no era mío. A vos qué te pasa. Mi viejo está en cana y encima me haces esto te juro que me las vas a pagar
13 de abril de 2014 12:38
Contéstame Andrea, no te saques así. Vos me arruinaste la vida.
viernes 19:51
Andrea no te lo sigo más. Es la última. Te vas a arrepentir te lo juro.
viernes 19:52
A las 6, atrás del tanque
No sentía ni la más mínima compasión por Santiago porque era el principal enemigo de su
felicidad. Se empeñaba en hacerle las burlas más crueles y hasta de sólo presentir el olor de su
colonia barata se estremecía de temor al punto de extremo de mojarse una vez los pantalones.
Andrea no era mala chica, no molestaba a nadie, era simpe y buena y además sería madre. Todos
pensaban que era naturalmente de Santiago, pero él al parecer no lo creía.
Las horas del colegio se diluyeron entre las tribulaciones de ser un testigo clave, pero mudo, de lo
que podría ocurrir. Y más aún cuando divisó en la mochila de Santiago un objeto de aspecto
puntiagudo, como un arma.
A la salida del colegio se pasó la tarde entera cabizbajo, tirando piedras con la gomera hacia
ningún punto fijo. Se debatía entre la inacción y el temor de ser causante involuntario de algún
desenlace fatal.
En su casa tenía un libro que había dejado su padre, estaba deteriorado por la humedad y
naturalmente lo leyó, como todo lo que atesoraba de él en las retinas de sus ojos. Se llamaba El
Extranjero y tenía anotaciones de puño y letra de su progenitor, como la consigna “estamos
condenados a ser libres” de otro pensador de la época, el genial Sartre. Esa frase le retumbaba en
las sienes como una bomba de conciencia dispuesta a estallar….
Llegó corriendo hasta el baldío detrás del parque en la hora señalada para otro. Santiago estaba
en cuquillas, en posición semifetal y como un niño lloraba con gemidos agudos de dolor. “No me
vua’ a quere, no me vua’ a querer, nunca, nunca, nunca…”. Se presagiaba a sí mismo como una
ave negra en el Busto de Palas.
Desde cerca Franco pude ver que tenía la pistola en la boca, pero su presencia también era
invisible para él, ya derrotado y sin ánimos de compensar frustraciones con burlas odiosas.
Se trataba de hablar, actuar, de vencer la barrera de la seguridad del silencio. Pero, ¿qué decir?,
¿qué? El viento amainaba las bolsas vacías de basura, como en pajonales de un paisaje rancio.
Franco apartó con suavidad el arma con quien su antes verdugo ahora se castigaba. Y lo abrazó
casi sin quererlo, tratando de contener el pesado cuerpo del otro muchacho morrudo, aferrado
hacia el costado de la vida, en esa osamenta de objetos inútiles, entre pilas de basura, a donde
parecía que los ojos de Dios ya no llegaban. Pero a veces sí…
Ese día se convirtió en @camushacker.