el idiota

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Page 1: El idiota

El idiota

“Es idiota. No sirve. Es así, que se le va a hacer…”

-Señora, no estoy discutiendo con usted la mala conducta de su hijo o su mal desempeño en

exámenes, sino su hipoacusia. Su hijo simplemente no habla y es posible que tampoco oiga. Le veo

la mirada distante cuando explico aunque sus exámenes en general son muy buenos. Necesito una

ficha médica para comprobar sus condiciones reales de salud y después actuar en consecuencia…

Sinceramente, creo que usted, como madre, no ha hecho lo correcto hasta ahora. Su hijo la

necesita…

Franco miraba la escena desde un lugar estratégico y se retorcía de placer. Era el resentimiento en

estado puro liberándose después de tantos años en danza de ácidos estomacales corroyendo las

entrañas de su madre y su rostro de bobalicona ante la directora.

Porque ella odiaba, sí, descubrirse ante los demás como lo que era: una madre ausente y amoral.

Atrapada entre las fauces de su hijo, que rumiaba lentamente el sabor de la venganza, salió como

un tiro de gracia disparado hacia la calle, con tanta mala suerte de pisar mal con un pie y caer al

suelo vencida, en simbólica muestra de nocaut.

Franco pensaba que la verdad que sus exámenes no eran tan buenos como podría haberlos hecho

realmente, pero algo en él le impedía sobresalir entre los demás, era como una resistencia interna.

Proferir una palaba, cualquiera sea, podría ser usada en su contra porque al salir del recinto

respetuoso de su morada sería ya de otro, seguramente del enemigo. Prefería, en cambio, ser un

testigo mudo de su propia vida, hilvanando las historias de los demás personajes azarosamente

involucrados en ella, recogiendo los escombros de sentido entre una existencia asolada por el

fuego de la indiferencia.

No se sentía un protagonista, en cambio se pensaba a sí mismo como un poeta en cuya boca

muerta habitaban nuevas experiencias que poblaban de luces la lobreguez de sus días. Con sutil

encanto las palabras llegaban a él para animar sus días, pero no para ser oídas por los demás.

Sin embargo la mayor revelación sucedería al descubrir que era capaz de intervenir con igual

provecho en la vida de los demás. Un limbo entre la voz y el silencio, a medio camino entre la

realidad y la fantasía.

Estaba en la sala de informática:

- Les voy a pedir que saquen sus netbooks y entren a la red interna del colegio, dijo el

profesor a cargo. Recuerden, que nunca tienen que ingresar a sus cuentas privadas sino a

la red de la escuela.

Los alumnos consintieron con igual desgano que en un clip de Pink Floyd.

Después de decir eso, una pelea inusitada en el pasillo lo interrumpió en sus tareas y todos los

jóvenes, como es natural en ellos, desobedecieron a sus órdenes, entrando a los chats y mails

personales.

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Franco estaba sentado al lado de la “pc madre” que tenía información de todas las demás y

desde allí observaba, como siempre, todo el cuadro representado ante él, con un acceso total

a los usuarios y contraseñas personales de todos sus verdugos. Y lo que más le llamo la

atención fue el facebook de Santiago, el matón del curso.

- Inicio de la conversación

11 de abril de 2014 19:23

No me das bola, ya te dije que te vas a arrepentir. Hablame boluda, estoy mal. Me dijiste que no era mío. A vos qué te pasa. Mi viejo está en cana y encima me haces esto te juro que me las vas a pagar

13 de abril de 2014 12:38

Contéstame Andrea, no te saques así. Vos me arruinaste la vida.

viernes 19:51

Andrea no te lo sigo más. Es la última. Te vas a arrepentir te lo juro.

viernes 19:52

A las 6, atrás del tanque

No sentía ni la más mínima compasión por Santiago porque era el principal enemigo de su

felicidad. Se empeñaba en hacerle las burlas más crueles y hasta de sólo presentir el olor de su

colonia barata se estremecía de temor al punto de extremo de mojarse una vez los pantalones.

Andrea no era mala chica, no molestaba a nadie, era simpe y buena y además sería madre. Todos

pensaban que era naturalmente de Santiago, pero él al parecer no lo creía.

Las horas del colegio se diluyeron entre las tribulaciones de ser un testigo clave, pero mudo, de lo

que podría ocurrir. Y más aún cuando divisó en la mochila de Santiago un objeto de aspecto

puntiagudo, como un arma.

A la salida del colegio se pasó la tarde entera cabizbajo, tirando piedras con la gomera hacia

ningún punto fijo. Se debatía entre la inacción y el temor de ser causante involuntario de algún

desenlace fatal.

En su casa tenía un libro que había dejado su padre, estaba deteriorado por la humedad y

naturalmente lo leyó, como todo lo que atesoraba de él en las retinas de sus ojos. Se llamaba El

Extranjero y tenía anotaciones de puño y letra de su progenitor, como la consigna “estamos

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condenados a ser libres” de otro pensador de la época, el genial Sartre. Esa frase le retumbaba en

las sienes como una bomba de conciencia dispuesta a estallar….

Llegó corriendo hasta el baldío detrás del parque en la hora señalada para otro. Santiago estaba

en cuquillas, en posición semifetal y como un niño lloraba con gemidos agudos de dolor. “No me

vua’ a quere, no me vua’ a querer, nunca, nunca, nunca…”. Se presagiaba a sí mismo como una

ave negra en el Busto de Palas.

Desde cerca Franco pude ver que tenía la pistola en la boca, pero su presencia también era

invisible para él, ya derrotado y sin ánimos de compensar frustraciones con burlas odiosas.

Se trataba de hablar, actuar, de vencer la barrera de la seguridad del silencio. Pero, ¿qué decir?,

¿qué? El viento amainaba las bolsas vacías de basura, como en pajonales de un paisaje rancio.

Franco apartó con suavidad el arma con quien su antes verdugo ahora se castigaba. Y lo abrazó

casi sin quererlo, tratando de contener el pesado cuerpo del otro muchacho morrudo, aferrado

hacia el costado de la vida, en esa osamenta de objetos inútiles, entre pilas de basura, a donde

parecía que los ojos de Dios ya no llegaban. Pero a veces sí…

Ese día se convirtió en @camushacker.