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EL FANTASMA DE LA ANTIGUA IDEOLOGÍA Y SU RESISTENCIA AL CAMBIO DE LA POLÍTICA EXTERIOR EN EL SEXENIO DE SALINAS DE GORTARI BERNARDO MABIRE EL GIRO DE LA POLÍTICA EXTERIOR MEXICANA en el sexenio de Carlos Salinas de Gortarí ha consistido, en lo fundamental, en estrechar los vínculos con Estados Unidos. Este cambio, en parte, ha reflejado la creencia entre funcionarios públicos y círculos sociales influyentes de que el país no tenía opciones; ha respondido pues a la idea (subjetiva más que razo- nada) de que pudiera convenir a los intereses materiales inmediatos de México plegarse a lo que se ha imaginado como fatalismo geográfi- co. Pero si bien es cierto que buen número de circunstancias termina- ron por favorecer la negociación del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canadá, tomar esta decisión no fue tan fácil para el gobierno de Salinas como podría suponerse, ni se hizo con premu- ra, ni se perfilaba tampoco como algo inevitable a principios del sexe- nio. Hubo, más bien, un periodo de grandes dudas y de exploración de alternativas que tuvieron que descartarse a pesar de que conservaban un atractivo evidente (por lo menos simbólico y político), sobre todo en el caso de la esperanza inicial del presidente de vigorizar las relacio- nes con el resto de América Latina. Hasta cierto punto, ayudan a explicar cómo y por qué solicitó el gobierno mexicano el TLC -cuya negociación se anunció formalmente en febrero de 1991-, los antecedentes inmediatos de esta decisión, en particular el legado del presidente De la Madrid, quien allanó el cami- no de la asociación con Estados Unidos y Canadá -pero sin saber, en 545

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  • EL FANTASMA DE LA ANTIGUA IDEOLOGA Y SU RESISTENCIA AL CAMBIO DE LA POLTICA EXTERIOR EN EL SEXENIO DE SALINAS DE GORTARI

    BERNARDO MABIRE

    E L GIRO DE LA POLTICA EXTERIOR MEXICANA en el sexenio de Carlos Salinas de Gortar ha consistido, en lo fundamental, en estrechar los vnculos con Estados Unidos. Este cambio, en parte, ha reflejado la creencia entre funcionarios pblicos y crculos sociales influyentes de que el pas no tena opciones; ha respondido pues a la idea (subjetiva ms que razo-nada) de que pudiera convenir a los intereses materiales inmediatos de Mxico plegarse a lo que se ha imaginado como fatalismo geogrfi-co. Pero si bien es cierto que buen nmero de circunstancias termina-ron por favorecer la negociacin del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y Canad, tomar esta decisin no fue tan fcil para el gobierno de Salinas como podra suponerse, ni se hizo con premu-ra, ni se perfilaba tampoco como algo inevitable a principios del sexe-nio. Hubo, ms bien, un periodo de grandes dudas y de exploracin de alternativas que tuvieron que descartarse a pesar de que conservaban un atractivo evidente (por lo menos simblico y poltico), sobre todo en el caso de la esperanza inicial del presidente de vigorizar las relacio-nes con el resto de Amrica Latina.

    Hasta cierto punto, ayudan a explicar cmo y por qu solicit el gobierno mexicano el TLC -cuya negociacin se anunci formalmente en febrero de 1991-, los antecedentes inmediatos de esta decisin, en particular el legado del presidente De la Madrid, quien allan el cami-no de la asociacin con Estados Unidos y Canad -pero sin saber, en

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    su momento, que lo haca, porque no habra imaginado cuan lejos de-cidira ir su sucesor- en cuanto hizo a Mxico ingresar al GATT en 1986 y firm con el vecino del norte un "acuerdo marco" de procedimien-tos y principios en materia de comercio.

    Deben considerarse tambin, para entender el giro reciente de la poltica exterior, las muy difciles circunstancias internas de Mxico que padeci Salinas al principio de su mandato: una economa estan-cada y una crisis de legitimidad poltica que agudizaron las acusaciones de fraude electoral en 1988, factores ambos que nutrieron la tenta-cin de buscar en el exterior soluciones para impulsar el desarrollo econmico nacional. En ese ao, la izquierda mexicana por primera vez logr presentar un candidato nico, gracias a que pudo formar un frente comn, el Partido de la Revolucin Democrtica, que en las elecciones desplaz al PAN como segunda fuerza poltica. Esto fue posi-ble con un programa que coincida con el del PRI en objetivos genera-les, pero difera de ste en puntos clave de poltica econmica.

    Tambin las condiciones internacionales contribuyeron a que Sali-nas optara -pese a sus dudas iniciales- por el acercamiento formal a Esta-dos Unidos. Aqul lleg al poder en un clima de distensin internacional a raz del colapso del sistema sovitico que avivaba la preocupacin de los europeos por el Este de su continente (y de paso los volva indiferentes al resto del mundo), en tanto permita a los estadunidenses desviar su atencin de preocupaciones estratgicas a intereses econmicos, 1 bajo el supuesto de que los problemas del desarrollo se haban vuelto ms importantes que los conflictos polticos. Por razones obvias, Estados Unidos tena motivos para concentrarse en lo que siempre ha considera-do su zona de influencia "natural" (es decir Amrica Latina) y, temeroso frente a la fuerza de la izquierda mexicana, se inclinaba por contribuir, en particular, a la estabilidad del sistema mexicano. Otro rasgo del clima internacional del momento era la tendencia a la formacin de bloques econmicos, que termin por contribuir a que Mxico propusiera nego-ciaciones a Estados Unidos para conjurar el "peligro" de quedar aislado.

    Sin embargo, los riesgos y las limitaciones del acercamiento a Estados Unidos justifican preguntar si no deberan buscarse, pese a todo, contra-pesos a la relacin con este pas por medio de diversificar la poltica exte-rior. La retrica oficial sigue insistiendo, de hecho, en las ventajas de la diversificacin y no quiere descartar otros temas clsicos del discurso

    1 Cint E. Smith, "Mxico y Estados Unidos: hacia una alianza econmica", en Gus-tavo Vega (comp.), Mxico-Estados Unidos-Canad. 1991-1992, Mxico, El Colegio de M-xico, 1993.

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    poltico (la defensa de la soberana, por ejemplo), lo que probable-mente refleje la necesidad de afirmar por medios tradicionales la legiti-midad del sistema poltico, que en el sexenio analizado no tuvo bases incontrovertibles: ni legales (dado lo problemtico de las elecciones) ni histricas (en virtud de que el gobierno deliberadamente prescindi de ellas al romper en parte con la prctica oficial del pasado).

    Pero la poltica exterior mexicana se explica tambin en funcin de las principales caractersticas del sistema poltico, el autoritarismo y el presidencialismo, pues las iniciativas diplomticas medulares en el gobierno de Salinas han emanado directamente de sus convicciones personales, que se han alterado gradualmente por efecto de su expe-riencia en el poder. Pese a las denuncias de fraude electoral (o, ms bien, para acallarlas), las primeras medidas del mandatario son de fuerza: el 10 de enero de 1989 hace detener a los lderes del sindicato de Pemex, Joaqun Hernndez Galicia ("La Quina") y Salvador Barra-gn Camacho, acusados de acopio ilegal de armas, contrabando y defraudacin fiscal. Poco despus, el 13 de febrero, se arresta a Eduar-do Legorreta, director de Operadora de Bolsa, por fraudes contra la Bolsa de Valores, y el 11 de junio se acusa a Jos Antonio Zorrilla, exdirector de la desaparecida Direccin Federal de Seguridad, de ser el autor intelectual del asesinato del periodista Manuel Buenda en 1984; en la misma fecha se da a conocer la recuperacin de la mayor parte de las piezas arqueolgicas robadas del Museo Nacional de Antropologa.

    Por esos medios, Salinas quiere afirmar la supremaca del poder del Estado y, en especial, restablecer el prestigio de la Presidencia y construirse buena imagen personal. Esto responde en parte al tempera-mento del hombre (no suele creerse de l que sea muy modesto, aun-que la modestia no lo habra hecho ms eficaz, en vista de que lleg al poder con slo 50.36% de los sufragios, segn las computadoras des-pus de sus vacilaciones), pero es tambin una reaccin contra actitu-des del Ejecutivo anterior, que en el imaginario popular le valieron una reputacin de debilidad. Sobra decir que un presidente autorita-rio goza de simpatas en una sociedad autoritaria.

    Pero dicen los detractores de Salinas que le preocupa ms an lo que piensen de l en el extranjero que lo que opinen sus conciudada-nos, y mencionan esos crticos para apoyar esta idea, los gastos muy sustanciales del gobierno en publicidad en el extranjero.2 Esta preocu-pacin marcada por la opinin pblica internacional explicara en

    2 En la mentalidad oficial, cabe suponer que se confundan los objetivos de mejorar el prestigio del pas y difundir una buena imagen del presidente en el exterior. Para

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    parte el deseo del presidente, a medida que fue decidiendo el giro de la poltica exterior, de pasar a la historia como el mandatario mexica-no que rompi un tab al abandonar el viejo proyecto nacionalista del Estado (que afirmaba la mexicanidad a base de oponer resistencia -aunque no del todo- al influjo estadunidense) para depositar su fe en una alianza explcita y formal con el vecino que, hasta hace poco, se vea oficialmente con recelo.3 Este sentimiento se justificaba por la his-toria problemtica de las relaciones entre ambos pases y por la voluntad mexicana de originalidad, que era congruente con la actitud naciona-lista que predominaba en el gobierno y que, al igual que cualquier otro nacionalismo, requera un enemigo externo o por lo menos la pre-sin de una entidad diferente que diera incentivos para afirmar la sin-gularidad de Mxico.

    No es, sin embargo, un cambio aislado el de la poltica exterior en los ltimos aos, sino que se suma a otros proyectos de reformismo se-lectivo (principalmente en el terreno de la economa) con los que tie-ne vnculos de reforzamiento mutuo. As, por ejemplo, una de las manifestaciones principales del cambio en la actitud frente a Estados Unidos, que es el esfuerzo por atraer toda la inversin que desee venir de ese pas y de otros, se apoy en -y al mismo tiempo consolid- un programa de reformas econmicas de corte neoliberal.

    Por lo que hace a los cambios internos con implicaciones para el tra-to con el exterior, consistieron en reducir drsticamente el nmero de empresas paraestatales4 y en suprimir casi por completo la proteccin

    conseguirlos, a raz de las negociaciones del TLC, Mxico recurri por primera vez al cabil-deo (no haba querido hacerlo en el pasado por considerar que era un acto de interven-cin en la poltica de otro Estado); el gasto por ese concepto aument de 225 182 dlares en 1989 a 3 062 125 en 1990. Vase Este Pas, seccin "Tendencias y Opiniones", junio de 1992.

    3 Lorenzo Meyer, "Las crisis de la lite mexicana y su relacin con Estados Unidos. Races histricas del TLC", en Gustavo Vega (cornp.), Mxico-Estados Unidos. 1990, Mxi-co, E l Colegio de Mxico, 1992.

    4 La conviccin ideolgica que subyace en esta poltica (anterior al anuncio de las negociaciones del TLC) es que el Estado debera tener un papel limitado en la eco-noma: "La Revolucin propuso crear un Estado fuerte, pero tambin una sociedad emancipada, duea de su destino; [...] defini la propiedad originaria de la Nacin, que se confirm en las reas estratgicas, pero nunca se plante el monopolio exclu-sivo y exciuyente del Estado [...] La crisis nos mostr que un Estado ms grande no necesariamente es un Estado ms capaz; un Estado ms propietario no es hoy un Esta-do ms justo" (Carlos Salinas de Gortari, "Primer informe de gobierno", 1 de noviem-bre de 1989). Esta cita y todas las dems de los informes de Salinas provienen de la

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    comercial, 5 para volver la industria mexicana ms eficiente y conven-cerla de adoptar -o eso es, cuando menos, lo que espera el pensamiento mgico que hoy predomina en los crculos oficiales- una "estrategia exportadora". En consonancia con estas innovaciones, una reforma agraria de signo ideolgico opuesto al del cardenismo (en los aos treinta) asegur hace poco a los ejidatarios la propiedad individual de sus tierras, para permitirles incluso venderlas a industrias moderniza-doras.

    En cuanto a las modificaciones en las normas econmicas que regulan el trato con el exterior, Salinas adopt un reglamento de la ley para promover la inversin mexicana y regular la inversin extranjera, destinado a favorecer los flujos de capital forneo y a dar seguridad jurdica a los inversionistas. Entre otras cosas, se dio acceso a ese capi-tal a las actividades de las que antes estaba excluido (vidrio, cemento, hierro, acero, celulosa) y se facilit el registro de proyectos en las reas que permit an hasta 100% de inversin extranjera. Adems, hubo medidas para facilitar la llegada de recursos del exterior al mercado de valores. A esto se aun la renegociacin de la deuda externa.

    Cabe mencionar, empero, que no fue posible hacer esto sin algo de culpa, y la prueba de la mala conciencia por romper con mitos que antes parecan sagrados est en que el discurso -cada vez ms separa-do de la prctica del Estado- ha seguido rindindoles algn homenaje cada vez menos creble. U n ejemplo claro es el empeo del presidente por conciliar nociones que de suyo pareceran antitticas, en especial las de soberana e interdependencia, con la esperanza de imprimir as al nuevo proyecto econmico, sentido patritico que demuestre la uti-lidad perdurable del nacionalismo como ideologa para movilizar a la poblacin y legitimar al Estado:

    S e a l o e n f t i c a m e n t e que par t ic ipamos en la in te rdependenc ia , pero ratificamos nuestro c a r c t e r de n a c i n soberana e independiente . A b r i -mos nuestra e c o n o m a y tenemos v o c a c i n universal , pero ratificamos nuestro profundo nacionalismo. Concedemos valor supremo a la autode-

    seleccin de Beatriz Zepeda Rivera, Elementos del nacionalismo oficial mexicano en los infor-mes presidenciales (1970-1992), tesis de licenciatura, Mxico, El Colegio de Mxico, 1994.

    5 En 1992, los permisos de importacin se haban eliminado para prcticamente todos los productos (salvo los agrcolas y los de la industria automotriz); el arancel promedio era de 10%. Vase Sidney Weintraub y Delal Baer, "The Interplay between Economic and Political Opening: The Sequence in Mxico", The Washington Quarterly, primavera de 1992, p. 192.

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    t e r m i n a c i n de nuestra Patria, a la inviolabil idad de nuestro territorio, al respeto de nuestras tradiciones y costumbres. 6

    Para que parezca esto plausible en el contexto de las reformas eco-nmicas, es lgico que la inversin extranjera deje de ser peligrosa en el imaginario oficial, pero como son inevitables remanentes de la anti-gua conviccin de que s lo era, el discurso presidencial sigue insistien-do en la muy antigua propuesta de que esta inversin tenga carcter complementario, en una mezcla extraa de viejas y nuevas creencias:

    L a invers in extranjera constituye u n canal importante de financiamien-to, de transferencia de t e c n o l o g a , de a b s o r c i n de mano de obra y de capacidad de expor t ac in . Las modificaciones al marco legal han aumen-tado los flujos de invers in extranjera [pero] los empresarios mexicanos no han sido desplazados y los capitales f o r n e o s han sido esencialmente complementarios de la invers in nacional . 7

    En forma correlativa, la compra de tcnica extranjera, antes vista como amenaza a la independencia nacional, se vuelve instrumento para fortalecer la soberana, que sigue conservando valor sentimental:

    N o es firme la sobe ran a fundada en el estancamiento, en la automargina-c i n de los centros internacionales de t e c n o l o g a y de recursos, bajo el a rgumento ingenuo de que all s lo se inventan reglas de in tercambio desventajosas para los pa s e s en desarrol lo . S o b e r a n a nunca s igni f ic autosuficiencia o au t a rqu a , falta de influencias o de relaciones. 8

    La proliferacin de maquiladoras indica la voluntad de apertura radical de la economa, de la que slo ha podido salvarse el petrleo, ya sea por la fuerza del sindicato petrolero o por el valor mtico que atribuyen a este recurso muchos mexicanos. De ah que en el discurso de Salinas uno de los resabios del viejo nacionalismo sea el tema de los energticos como base de autonoma:

    L a n e g o c i a c i n de u n acuerdo como el que pretendemos alcanzar con Estados Unidos no inc lu i r tema alguno fuera del m b i t o estrictamente

    6 Carlos Salinas de Gortari, "Primer informe de gobierno", 1 de noviembre de 1989.

    7 Carlos Salinas de Gortari, "Cuarto informe de gobierno", 1 de noviembre de 1992.

    8 Carlos Salinas de Gortari, "Segundo informe de gobierno", 1 de noviembre de 1990.

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    comercial . [...] Conservamos intacta nuestra a u t o n o m a frente a terceros pases. Quiero ratificar que la n a c i n m a n t e n d r la propiedad y e l domi-nio pleno sobre los hidrocarburos [...].9

    Esto se reiter un ao despus: "En el caso del petrleo y la electrici-dad, no propondremos modificaciones a la disposicin constitucional que reserva al Estado la propiedad y el control sobre nuestros energti-cos".10 En 1992, al referirse a la culminacin de las negociaciones comer-ciales, el presidente confirm: "En materia de petrleo no aceptamos obligacin alguna que implicara merma en este mandato soberano; la nacin mexicana conserva ntegro el dominio de los hidrocarburos".11

    Es de justicia mencionar que al mismo tiempo el gobierno ha lle-vado a cabo reformas polticas, pero mucho menos ambiciosas en con-junto, entre las que destaca la decisin de permitir que candidatos de oposicin ganaran gubernaturas estatales (siempre y cuando fueran de derecha), aunque es cierto tambin que la tendencia de Salinas a decidir la suerte de otros gobernadores ha sealado su voluntad de vigorizar algunos de los rasgos menos defendibles del presidencialis-mo mexicano.

    Ms marcado, sin embargo, ha sido el giro de la poltica exterior, como era de esperar en vista del papel primordial que le atribuy la estrategia de fomento de las exportaciones. El objetivo central de esta poltica pareci alcanzarse cuando el Congreso estadunidense aprob el T L C . En esencia, cabe suponer que el establecimiento de una alianza formal con Estados Unidos vaya contra el antiguo nacionalismo del Estado mexicano y sea incompatible con varias de las tesis que en teo-ra guiaban, hasta hace poco, su accin internacional. Bajo este supuesto (que Salinas refutara con el argumento de que es posible renovar las frmulas del nacionalismo sin alterar su esencia), es lgico que la retrica oficial se haya despojado del tono antiestadunidense de otros tiempos, en lo cual se apoya una opinin cnica difundida: que la poltica exterior mexicana haba efectuado recientemente un trueque de principios por ventajas econmicas.

    Lo cierto es que desde finales de 1988 el gobierno se apresur a eliminar una de las causas principales de friccin con Estados Unidos

    9 dem. 1 0 Carlos Salinas de Gortari, "Tercer informe de gobierno", 1 de noviembre de

    1991. 1 1 Carlos Salinas de Gortari, "Cuarto informe de gobierno", 1 de noviembre de

    1992.

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    en aos anteriores, la relativa a los conflictos en Centroamrica. De suyo, el problema centroamericano no era ya tan agudo cuando acce-di al poder Salinas. El nuevo presidente de inmediato disminuy la actividad diplomtica mexicana por conducto del Grupo Contadora (que por ser un mecanismo multilateral haba implicado, ya en el sexe-nio de De la Madrid, mayor cautela de Mxico en comparacin con las medidas unilaterales llamativas de Lpez Portillo). Luego, con los acuer-dos de Esquipulas, el papel de Contadora prcticamente termin, segn dijo Salinas de manera inequvoca: "Los mismos pases ce n tro ara erica-nos estn tomando plenamente entre sus manos su propio destino, fi-jndose compromisos, tiempos y responsabilidades. Alentamos este proceso, sin pretender mediar desde afuera."12

    Esta declaracin pareca responder a crticas, contra la poltica exterior mexicana, de otros estados latinoamericanos (incluso Nicara-gua) y a las de grupos de opinin en nuestro pas, segn los cuales esa poltica conllevaba altos costos para Mxico (que se medan de acuer-do con signos de irritacin del gobierno estadunidense) sin redituar a cambio ventajas tangibles.

    Para combatir el narcotrfico, otro motivo de fricciones graves con Estados Unidos, Salinas orden la creacin de un rea en la Procura-dura General de la Repblica dedicada exclusivamente a este proble-ma. El presupuesto de la Procuradura aument muy sustancialmente, y ms de la mitad se dedic a la campaa contra las drogas; tambin la Secretara de la Defensa asign gran cantidad de elementos a la lucha antidrogas. No tardaron en verse resultados: entre abril y junio de 1989 hubo arrestos de n are o tr afi can te s poderosos y decomisos de dro-ga considerables.

    No es descabellado atribuir a estos empeos la gratitud inmediata del presidente Bush, quien la haba expresado al brindar a Salinas, el 1 de octubre de 1989, un recibimiento apotesico en Washington (que contrast vivamente con la actitud glida para su predecesor en un via-je similar). Este clima de gran cordialidad se deba tambin a las rela-ciones de amistad personal, la similitud de estilos y la coincidencia de las agendas de ambos presidentes, que ya haban colocado en lugar secundario sus diferencias respecto a temas problemticos. Durante esta visita oficial, en su discurso ante el Congreso estadunidense13 Sali-nas dio muchas cifras relativas a la lucha contra el narcotrfico y men-

    1 2 Vase Revista Mexicana de Poltica Exterior, nm. 26, 1990, p. 68. 1 3 Carlos Salinas de Gortari, "Discurso ante el Congreso de los Estados Unidos de

    Amrica", Examen, nm. 6, noviembre de 1989, p. 16.

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    cion medidas clave de su programa econmico (privatizacin, "desre-gulacin", disminucin de subsidios). Tambin alab las virtudes de la democracia y la libertad. Ms an, no tuvo reparo en criticar al gobier-no panameo que encabezaba el general No riega. No era sta, cierta-mente, la primera vez que se violaba el principio no tan sagrado de no intervencin en los asuntos internos de otros pases (Mxico, en el pasado, conden pblicamente a Franco, Pinochet y Somoza), pero s era nueva, en cambio, la voluntad de hacerlo para coincidir con la posi-cin de Estados Unidos. Este gesto puso en evidencia, a la vez, que el presidente mexicano estaba dispuesto a supeditar la solidaridad con los vecinos latinoamericanos a la relacin con Estados Unidos, aun cuando en este periodo conservaba mucha fuerza todava el tema de la integra-cin latinoamericana en la retrica presidencial.

    Por todo eso no es de extraar que interrumpieran a Salinas 12 veces con aplausos durante su discurso en el Congreso, que le vali tambin una carta de felicitacin de 70 legisladores estadunidenses. No tard en llegar otra recompensa, cabe proponer en una interp etacin fra de los acontecimientos, porque dos meses ms tarde (en diciembre de 1989), gracias a la mediacin de Bush, los gobiernos de Alemania Federal, Gran Bretaa y Japn prometieron ayuda, de tal manera que 90% de los ban-cos acreedores de Mxico aceptaron reducir el principal de su deuda o disminuir los intereses14 (a diferencia del resultado de negociaciones anteriores). Esta mediacin estadunidense15 comprueba que la relacin de Mxico con Europa y Japn requiere el respaldo de su poderoso veci-no para cobrar sustancia, de tal manera que casi por definicin se con-vierte en relacin triangular. Esto se explica, en buena medida, por el hecho de que tanto los europeos como los japoneses supediten sus vncu-los con Amrica Latina a su relacin incomparablemente ms impor-tante con la gran potencia, salvo en casos no muy frecuentes de abierto rechazo a la poltica exterior estadunidense. En esas condiciones, la probabilidad de que Mxico pudiera equilibrar la influencia de su socio principal con la de otras fuerzas no debe sobreestimarse.

    La invasin estadunidense de Panam, el 20 de diciembre de 1989, puso a prueba la cordialidad recuperada en la relacin Mxico-Estados Unidos. Salinas no tuvo ms remedio que repudiar la accin armada de la superpotencia, que le traa demasiados malos recuerdos: esto demuestra

    14 La Jornada, 6 de diciembre de 1989, primera plana. 1 5 Salinas atribuy el apoyo de Bush a que "la renegociacin de la deuda externa

    estaba tanto en nuestro inters como en el de ellos [los estadunidenses] : por eso se convirtieron en ayuda" ("Primer informe de gobierno", 2 de septiembre de 1989).

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    a su vez, los lmites de la solidaridad con Estados Unidos y la necesidad perdurable de mantener una identificacin con los vecinos latinoameri-canos para propsitos de autoproteccin, que no han perdido del todo su vigencia y explican la fortaleza del ideal latinoamericanista en la ret-rica oficial. Sin embargo, en un esfuerzo por conciliar viejos principios con nuevos objetivos prcticos, Salinas matiz su crtica contra Estados Unidos al mencionar la condena oficial mexicana de Noriega, hecha pblica con anterioridad.16 El presidente Bush correspondi la galante-ra al manifestar su "comprensin" frente a la postura de Mxico.

    En su primer Informe, el 1 de noviembre de 1989, Salinas resumi su postura -que haba dado ya signos claros del deseo presidencial de cambio- frente a Estados Unidos:

    Rechazamos la c o n f r o n t a c i n por insensata y la sumis in por ofensiva a nuestras ms n t imas convicciones. Sin ignorar el difcil pasado, miramos con seguridad al futuro. N u n c a ser fcil la r e l a c i n con u n vecino tan poderoso, con la frontera c o m n ms compleja del mundo y con una car-ga h i s t r ica de agresiones extremas. S in embargo, las relaciones no tie-nen por q u ser malas o tensas todo el tiempo.

    En esencia, la voluntad del presidente era conciliar el acercamien-to a Estados Unidos con vestigios de la vieja retrica y con la fuerza inercial de principios tradicionales que no se resignaban a morir:

    E l ambiente positivo y respetuoso en las relaciones no proviene entonces del cambio de nuestros pr incipios , sino del cambio de circunstancias. A l o c u r r i r esto, hemos p o d i d o , c o n vo lun tad po l t i c a , ampl ia r el m b i t o de las coincidencias , l a r ec ip roc idad en los intercambios y la cord ia l i -d a d en las acti tudes, bajo l a n o r m a invar iable d e l respeto a nuestros pr inc ip ios y a nuestras diferencias. 1 7

    1 6 E l comunicado oficial del 21 de diciembre deca: "En su momento y pblica-mente, el gobierno mexicano censur la conducta del seor Manuel Antonio Noriega y reiter la necesidad de enfrentar radicalmente el narcotrfico. Sin embargo, el comba-te a los delitos internacionales no puede ser motivo para intervenir en una nacin sobe-rana. Por ello, Mxico ha expresado su desacuerdo con la decisin del gobierno de Estados Unidos de intervenir militarmente [...] La crisis de Panam debe ser resuelta por el propio pueblo panameo." ("Comunicado de la Presidencia de la Repblica en torno a la intervencin armada de Estados Unidos en Panam", Revista Mexicana de Pol-tica Exterior, nm. 26, 1990, p. 90.)

    1 7 Carlos Salinas de Gortari, "Primer informe de gobierno", 1 de noviembre de 1989.

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    Gracias a que se prolongaba la luna de miel, en agosto de 1990 el gobierno mexicano ofreci cooperar con Estados Unidos en su lucha contra la invasin iraqu de Kuwait; Salinas habl incluso, brevemente, de la posibilidad de que el ejrcito mexicano participara en una fuerza multinacional de paz (contra la vieja tradicin de la diplomacia mexi-cana, que repudiaba iniciativas de ese tipo por considerar que implica-ban intervenir en asuntos exclusivos de otros pases), lo cual produjo conmocin en Mxico. Empero, estas innovaciones en la poltica exte-rior son tanto ms sorprendentes cuanto la prctica en los meses ini-ciales del gobierno de Salinas no habra permitido anticiparlas. Una reconstruccin analtica superficial del sexenio, al discernir lo que podra parecer un encadenamiento lgico de acontecimientos, quiz produzca la ilusin de que los cambios se haban planeado rigurosa-mente y obedecan a una lgica impecable, o en todo caso tenan que ocurrir por obra de presiones internas y externas ineludibles. Un exa-men ms riguroso permite apreciar, sin embargo, que no hubo tal pla-neacin, sino que al principio de su mandato Salinas no estaba seguro de lo que hara.

    Es cierto que en su discurso de toma de posesin, el 1 de diciembre de 1988, Salinas indic los temas prioritarios en el trato con el vecino:

    Buscaremos nuevos equilibrios con Estados Unidos [...] Atenderemos los agudos problemas bilaterales de la deuda y del comercio, el combate sin cuartel al narcot rf ico y la p r o t e c c i n de los derechos humanos y labora-les de nuestros trabajadores migratorios. 1 8

    Sin embargo, esta enumeracin muy previsible de los grandes pro-blemas de la relacin no habra permitido pronosticar la profundidad de los cambios que seguiran. Es verdad tambin que el 9 de febrero de 1988, en el acto de instalacin de la Comisin de Asuntos Internacio-nales del P R I , en Coahuila, el entonces candidato a la Presidencia hizo declaraciones que entraaban duras crticas contra la poltica exterior de De la Madrid:

    Los retos del mundo c o n t e m p o r n e o exigen una pol t ica exterior activa, eficaz en su respuesta [...] Pero precisemos: la pol t ica exterior activa que propongo no es activista o aventurera. Su p rops i to central ser promover siempre el inters de los mexicanos [...] Su fuente est en la c o m p r e n s i n de nuestros problemas e c o n m i c o s , pol t icos , sociales y culturales, no en su ocultamiento a travs de la jugada espectacular o de la c o n f r o n t a c i n

    18 Exclsior, 2 de diciembre de 1988, primera plana.

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    estri l . Es la a t e n c i n a los problemas mundiales, no la d i s t r acc in para e m p a a r o velar nuestros problemas internos. N o es la pol t ica del perso-na l i smo o de la a g i t a c i n par t idar ia ; es la que se apoya en consensos nacionales ampliados y busca promover el bienestar de nuestra N a c i n . 1 9

    Pero esta propuesta, aunque pareciera conllevar la promesa de cambios, no mereca mucha credibilidad en la tradicin poltica mexica-na, segn la cual un candidato del PRI en campaa debe empezar a dis-tanciarse del presidente saliente sin llegar a la ruptura.

    En cambio, se crey ver un augurio de continuidad en el hecho de que el primer viaje internacional de Salinas como jefe del Ejecutivo, del 8 ai 15 de julio de 1989, fuera a Venezuela, Colombia, Francia y Espaa. Este pudo ser indicio tambin de un probable deseo original del mandatario de seguir una estrategia diplomtica "multilateralista", que en todo caso diera preferencia a los vecinos latinoamericanos. As parecieron corroborarlo varias declaraciones. Por ejemplo, al explicar a periodistas venezolanos por qu haba elegido a su pas para iniciar es-ta primera gira, Salinas dijo: "Quise con esto manifestar el inters espe-cial que tengo en fortalecer la relacin con el presidente Carlos Andrs Prez, en mostrar mi espritu latinoamei icanista y hacer saber que Mxico tiene puestos los ojos en el sur."20

    En sesin solemne del Congreso venezolano, Salinas insisti en la necesidad de integracin de los pases latinoamericanos:

    L a in t eg rac in regional, gradual y firme, a travs de proyectos especficos es u n camino para ahorrar y generar las divisas que necesita el desarrollo de A m r i c a Lat ina . Existen grandes oportunidades hoy, que han sido in-suficientemente utilizadas. 2 1

    Durante la visita a Venezuela, Salinas firm varios acuerdos de coo-peracin con este pas (respecto a narcotrfico, fomento del comercio y cooperacin cientfica, tecnolgica y financiera), al tiempo que

    1 9 Vase Carlos Salinas de Gortari, El reto, Mxico, Diana, 1988. p. 9. 2 0 Carlos Salinas de Gortari, "Entrevista concedida a periodistas venezolanos", El

    Gobierno Mexicano, nm. 8, jul io de 1989, p. 88. Esta cita y todas las dems de Salinas durante sus viajes por Amrica Latina se tomaron de Mario de Gortari Rangel, "Pragma-tismo y bilateralizacin de la poltica exterior: la transicin entre Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari", tesis de licenciatura, Mxico, El Colegio de Mxico, 1990.

    2 1 Carlos Salinas de Gortari, "Discurso pronunciado en la Sesin Solemne del Con-greso de la Repblica de Venezuela", El Gobierno Mexicano, nm. 8, julio de 1989, p. 102.

  • OcT-Dic 94 E L FANTASMA DE L A ANTIGUA IDEOLOGA 557

    refrend el Acuerdo de San Jos con los estados centroamericanos y del Caribe; al llegar a Colombia, donde suscribi varios ms (sobre los mismos temas que con Venezuela), Salinas insisti de nuevo en la inte-gracin latinoamericana: "Nosotros estamos convencidos de que es necesaria la integracin, pero, al mismo tiempo, proponemos que sta se lleve a cabo por la va de proyectos concretos, de programas espec-ficos."22

    El resto de esta primera gira fue por Europa. En Espaa, Salinas fir-m un Tratado general de cooperacin y amistad entre gobiernos, que no se apartaba de lo ordinario. En Francia, por otra parte, lo ms sobre-saliente (y paradjico) de su visita fue una reunin con su colega, el presidente estadunidense. Esta entrevista con Bush en el viejo conti-nente es otro ejemplo de triangulacin de relaciones, en virtud de la cual el trato de Mxico con Europa adquiere solidez slo con el tras-fondo muy claro de su vinculacin mucho ms firme con Estados Uni-dos. Por otra parte, podra pensarse que desde esa primera visita a pases europeos el presidente mexicano quiz haya advertido que no haba mucho que esperar de ellos (de la misma forma en que los intentos por dialogar con Japn no sirvieron ms que para confirmarle que este pas se interesaba en Mxico slo como trampoln para acceder al mercado estadunidense), lo cual habra contribuido a convencerlo de apostar todo al acercamiento a Estados Unidos, a falta de mejores alternativas y por razones estrictamente prcticas de necesidad de capitales.

    La idea de jugar una carta europea tena antecedentes cercanos, porque el gobierno de De la Madrid, que enfrentaba ya el conflicto entre un impulso por acercarse a Estados Unidos y otro por favorecer la diversificacin de su poltica exterior, para superar esta tensin aspir a consolidar simultneamente su diplomacia bilateral y la multilateral, y en este empeo tuvo peso no despreciable un esfuerzo de negocia-cin con Europa, que fue receptiva al inters mexicano, porque en ese tiempo deseaba afirmar su propia independencia frente a Estados Uni-dos y por eso apoy, por ejemplo, la tesis mexicana de corresponsabili-dad entre pases deudores y acreedores, que en sus inicios desagradaba a los estadunidenses. Empero, los mayores logros fueron en el terreno poltico, ya que Mxico pudo establecer dilogo formal entre Europa y Amrica Latina, que culmin en la Reunin de San Jos, en septiembre de 1984, donde los europeos declararon que el desarrollo econmico

    2 2 Carlos Salinas de Gortari, "Entrevista concedida a corresponsales extranjeros". El Gobierno Mexicano, nm. 8, julio de 1989, p. 106.

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    de Centroamrica era indispensable para su estabilidad. Esto, que la diplomacia mexicana vio como un triunfo, fue posible porque Europa disenta del belicismo de Reagan, en tanto los latinoamericanos se haban consolidado como interlocutor mediante el Grupo Contadora y el Grupo de los Ocho. 2 3

    Se impusieron, sin embargo, las realidades econmicas, en particu-lar el hecho de que la presencia comercial de Amrica Latina en Europa fuera tan modesta, en cierta medida por efecto de la poltica agrcola comn europea. En 1987, 27.7% de las exportaciones latinoamericanas enfrentaban las barreras no arancelarias de la Comunidad Europea, contra slo 10.4% de las africanas y 9.9% de las asiticas;2 4 nicamente el comercio de armas pareca en vas de consolidarse en esos tiempos. En cuanto a los programas europeos de cooperacin para el desarro-llo, los pases latinoamericanos ms avanzados -entre ellos Mxico- no eran ya bastante pobres para acogerse a ellos. Todo esto destruy la fantasa de encontrar apoyos en Europa. Pero aun as, proponer negociaciones comerciales a Estados Unidos no iba a ser fcil para Salinas, quien en junio de 1989 haba declarado enftica y explcita-mente que

    Mxico no pertenece n i quiere asimilarse a n inguna zona e c o n m i c a o bloque po l t i co alguno; quiere y est en posibilidades de aprovechar los nuevos equi l ibr ios , la nueva c o n f o r m a c i n mund ia l , para hacer avanzar las leg t imas aspiraciones del pueblo mexicano. 2 5

    La exploracin de alternativas pareci continuar en agosto de 1989, cuando el presidente viaj a Guatemala, donde suscribi un pro-tocolo sobre cooperacin econmica y financiera y muchos otros acuerdos sobre varios temas. Luego, el 11 y 12 de octubre del mismo ao, en la Cumbre Presidencial reunida en lea, Per, refrend por en-sima vez la posicin latinoamericanista de su campaa. La declaracin final de esta reunin ratific la exclusin de Panam del grupo en tan-to persistieran en ese pas la falta de democracia y las violaciones de los derechos humanos. Mxico, al suscribirla, se apartaba ya (con propsitos

    2 3 Humberto Garza, "Introduccin", Foro Internacional, XXX (3), enero-marzo de 1990, pp. 373-379.

    2 4 Vase Alberto van Klaveren, "Europa y Amrica Latina: entre la ilusin y el rea-lismo", Foro Internacional, X X X I I (1), julio-septiembre de 1991, pp. 93-96.

    2 3 Son declaraciones de Salinas en el VII Seminario de la Cuenca del Pacfico, que tuvo lugar en Manzanillo, Colima, el 26 de junio de 1989. Reportado en Excelsior, 27 de junio de 1989, primera plana.

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    nunca antes vistos) de su principio de no intervencin, del que iba a renegar abiertamente poco despus al condenar a Noriega. En cam-bio, armonizaba con la vieja prctica diplomtica mexicana el hecho de apoyar el proyecto de llevar a cabo una segunda reunin con miras a suprimir barreras al comercio entre pases latinoamericanos, armo-nizar polticas econmicas y facilitar la cooperacin en ciencia y tecno-loga. Este era un ejemplo ms del esfuerzo -a menudo fallido, en vir-tud de sus contradicciones inherentes- por combinar la tradicin (que no poda erradicarse del todo, pues conservaba alguna utilidad o en todo caso un aura mgica) con el cambio (que se juzgaba necesario, pero no dejaba de infundir temores y remordimiento).

    En trminos materiales, no haba prcticamente nada que esperar de Amrica Latina, ni flujos de inversin o de tecnologa, ni grandes importaciones de insumos que necesitara la economa de nuestro pas, ni mercados considerables para los productos mexicanos (es un hecho que todos los esfuerzos de cooperacin econmica latinoamericana mediante acuerdos formales han fracasado, porque los pases, lejos de complementarse o articularse, padecen limitaciones comparables y com-piten unos contra otros). En cambio, no dejaba de tener utilidad ideol-gica (en nada deleznable, porque la poltica es un mundo de smbolos) la notable persistencia del tema de la afinidad cultural y la integracin de los pases latinoamericanos en el discurso de Salinas, que confirma-ba cunta importancia conservaban stos en su conciencia, en parte por la fuerza del hbito, pero tambin porque el deseo manifiesto de identificarse con ellos en empeos por defender autonoma y origina-lidad cultural segua siendo ingrediente importantsimo de la legitimi-dad del Estado mexicano. Es por eso intrascendente el hecho de no poder saber si nuestro gobierno abrigaba esperanzas todava de impul-sar el desarrollo econmico de Mxico mediante la colaboracin con otros estados de Amrica Latina, o si actuaba por inercia o guiado por sentimentalismo, o si en un acto de abierta hipocresa segua nutrien-do temas arraigados en la afectividad del pblico para ocultar sus ver-daderos objetivos.

    Tambin en octubre de 1989, de viaje en Costa Rica (donde firm, como de costumbre, un nmero impresionante de acuerdos), Salinas habl de nuevo de integracin latinoamericana, tema que aderez en esta ocasin con su fe ms que incipiente en las virtudes del libre comercio, como en un esfuerzo por conciliar rancias posturas diplo-A A A CA. 1.1 V, CO i 1 1 V... VI V cX A A e l O V- V7 A A \J KJ} V.. 1.1 V W O 1 1 U V V / U . V J O \ J O *-j _AV^ KJL X k,JL KJ

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    Mxico es ante todo, con orgullo y esperanza, un pas latinoamericano. A los grandes ideales de la in t eg rac in para el desarrollo, no debe seguir la f rustracin de la esperanza incumpl ida [...] Existe un amplio potencial en proyectos de c o o p e r a c i n e c o n m i c a entre nuestras naciones, que se for-ta lecer con una mayor estabilidad cambia r a y una ms amplia apertura comercia l . 2 6

    Incluso muchos meses despus, cuando la negociacin del T L C con Estados Unidos y Canad era ya un hecho y reciba clara prioridad en la agenda de la diplomacia mexicana, sta no descuid del todo a Amrica Latina. Los mejores ejemplos de un inters perdurable -aun-que principalmente ideolgico y sentimental- por esta regin seran la firma de un tratado de comercio con Chile en 1991 y el hecho de que nuestro pas, en el mismo ao, fuera sede de la Primera Cumbre Ibe-roamericana.

    La afirmacin -por medio de la insistencia en el tema de la solida-ridad latinoamericana, que lleva implcita la nocin de una identidad cultural diferente de la estadunidense- del deseo mexicano de inde-pendencia, por lo visto tan arraigado en la mentalidad oficial mexica-na que no poda erradicarse fcilmente, remite al antiguo carcter introvertido de Mxico, cuando sola desconfiar de Estados Unidos por considerarlo -y con razn- muy proclive a las acciones unilatera-les, tanto as que un tratado de cooperacin con stos slo habra podido servir, en la visin mexicana prevaleciente por varios decenios, como instrumento para aumentar la vulnerabilidad mexicana y facili-tar la dominacin estadunidense.27

    Estaba muy arraigada esta creencia en los aos cincuenta, que fue-ron un periodo de indiferencia de Estados Unidos frente a Amrica Latina en general, para no hablar de los motivos particulares del rencor de Mxico, sobre todo a raz de que los estadunidenses no quisieron prolongar la cooperacin de los aos cuarenta respecto a trabajadores migratorios y otros temas. Empero, incluso en las etapas de mayor frial-dad aparente, el Estado mexicano siempre tuvo una alianza con Esta-dos Unidos, aunque slo informal; no firm, por ejemplo, acuerdos de cooperacin militar, pero tampoco puso jams en duda su pertenencia

    2 6 Carlos Salinas de Gortari, "Discurso pronunciado en el Club Unin de la ciudad de San Jos", El Gobierno Mexicano, nm. 11, octubre de 1989, p. 313.

    2 7 Stephen Krasner, "interdependencia simple y obstculos a la cooperacin entre Mxico y Estados Unidos", en Blanca Torres (comp.), Interdependencia. Un enfoque til para el anlisis de las relaciones Mxico-Estados Unidos?, Mxico, El Colegio de Mxico, 1990, pp. 45-61.

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    al "bloque occidental", ni hizo demasiados esfuerzos por ocultar su an-ticomunismo bsico.

    Resultaron, de este acuerdo tcito, profundas ambigedades, por-que al tiempo que Mxico esperaba que Estados Unidos se abstuviera de intervenir en sus asuntos polticos internos, contaba con que fuera pro-veedor confiable de las importaciones que necesitaba la industria mexi-cana. La paradoja en las relaciones entre ambos pases se resume en lo que un especialista28 defini en su momento como "derecho mexicano a disentir" de la poltica estadunidense en asuntos que fueran impor-tantes para Mxico sin ser vitales para Estados Unidos, a cambio de cuyo ejercicio el gobierno mexicano tena compromiso no declarado de apoyar a su vecino -a condicin de que esto no tuviera costos exce-sivos para Mxico- en materias que los estadunidenses juzgaran esen-ciales para su inters nacional.

    Este arreglo sobre e n te n di do, tan funcional por tanto tiempo, explica por qu Estados Unidos -siempre y cuando los gobiernos mexicanos mantuvieran dentro de ciertos lmites su disidencia en materias internacionales y fueran capaces de asegurar la estabilidad interna de su pas- actuaba en forma condescendiente y toleraba el discurso del nacionalismo oficial mexicano, 2 9 a sabiendas de que no haba razn para creerlo al pie de la letra. Dicho de otra manera, por largo tiempo el gobierno de Mxico simul en su retrica cierto radi-calismo de izquierda, y el de Estados Unidos fingi amablemente que lo crea. En virtud de esa complicidad para mantener ilusiones mutua-mente benficas, se explica tambin el hecho de que -incluso en periodos de franca tensin y probable cansancio del acuerdo implcito-Mxico supiera que en caso de grave crisis poda contar con el respaldo financiero de la superpotencia, y sta, en efecto, lo brindara, como ocu-rri en el agitado final del sexenio de Lpez Portillo, clebre por su hostilidad verbal contra Estados Unidos.

    No siempre fue sa, empero, la pauta de las relaciones mexicano-estadunidenses, sino que hubo pocas de franca simpata, luego de con-flicto agudo, ms tarde de nuevas esperanzas y despus, por breve tiempo en nuestro siglo, de colaboracin abierta. Vale la pena mencionar, por la

    2 8 Mario Ojeda, Alcances y lmites de la poltica exterior de Mxico, Mxico, El Colegio de Mxico, 1976, p. 93. El ejemplo clsico de ejercicio del llamado "derecho a disentir" se desprende de la poltica mexicana respecto a la Cuba de Castro.

    2 9 Laurence Whitehead, "Mexico and the 'Hegemony' of the United States: Past, Present and Future", en Riordan Roett (ed.), Mexico's External Relations in the 1990s, Boulder, Colorado, Lynne Rienner Publishers, 1991, p. 250.

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    luz que tambin la historia arroja sobre los cambios recientes de la polti-ca exterior, que no es novedad que hoy da las lites mexicanas cifren su esperanza en vnculos estrechos con Estados Unidos. Este ha sido, ms bien, fenmeno recurrente que en el pasado se manifest cuatro veces de manera muy clara:30 la primera fue en 1847 (aunque parezca difcil creerlo), cuando los liberales mexicanos ms ortodoxos consideraron la posibilidad de aprovechar la ocupacin estadunidense para "regenerar" a la sociedad nacional por medio de impregnarla de liberalismo; es un secreto a voces que ms adelante, durante la guerra de Reforma, los libe-rales estuvieron dispuestos a hacer grandes concesiones -incluso territo-riales- a Estados Unidos a cambio de su apoyo; luego el dictador Daz otorg enormes privilegios a los inversionistas estadunidenses, con la idea de impulsar el progreso del pas y contrarrestar la influencia euro-pea dominante; finalmente, concluida ya la Revolucin, el presidente Calles dej ver su afn por definir de tal manera el inters mexicano que pudiera armonizar con el del vecino.

    En contraste, quienes en el pasado propugnaron la colaboracin estrecha con el resto de Amrica Latina o con Europa para equilibrar el influjo de Estados Unidos, no tuvieron mucha oportunidad para lle-var a cabo sus propsitos o sufrieron derrota en el intento. Por lo que hace a la idea de unidad latinoamericana, si bien la propuesta de Bol-var goz de simpatas en Mxico, poco despus de las independencias nacionales se vio con mucha nitidez la gran dificultad para llevarla a cabo, de tal manera que se debilit o en todo caso perdi importancia prctica, aunque su fantasma nunca dejara de estar presente en el dis-curso poltico que iba a predominar. En cuanto a la posible vinculacin con Europa, fue parte sobre todo del proyecto nacional derrotado, el del Partido Conservador, que por cierto tena en mente alianzas con la tradicin poltica europea ms autocrtica. Despus de las intervencio-nes militares extranjeras, la Reforma y la guerra civil subsecuente, en el periodo de la dictadura de Daz aument la presencia econmica de Europa en nuestro pas hasta el punto de propiciar que el gobierno mexicano buscara en el capital estadunidense un contrapeso. Ms ade-lante, cuando a raz de la Revolucin se volvieron muy tensas las rela-ciones con Estados Unidos, hay indicios de que Mxico pudo haber considerado alianzas con Alemania contra su vecino durante la prime-ra guerra mundial.

    En cambio, la segunda guerra fue el periodo de colaboracin ms estrecha en la historia de las relaciones mexicano-estadunidenses, porque

    Meyer, op. cit.

  • OcT-Dic 94 E L FANTASMA DE L A ANTIGUA IDEOLOGA 563

    las condiciones muy particulares de esos tiempos explican el poder de negociacin que tuvo Mxico y las bases excepcionalmente equitati-vas del entendimiento entre dos naciones que, por breve lapso, fueron menos desiguales que de costumbre. Ambas firmaron, por cierto, en 1942 un Tratado de Comercio Recproco, en el que podra verse el antecedente del Tratado de Libre Comercio entre Mxico, Estados Unidos y Canad que entr en vigor a principios de 1994, al que un especialista31 augura xito a base de establecer un paralelismo entre el conflicto blico de los aos cuarenta y la guerra comercial que se ave-cina hoy da entre bloques de pases, que por analoga con la expe-riencia pasada podra aumentar el "valor estratgico" de Mxico para Estados Unidos y coadyuvar a una cooperac in fincada en cierta igualdad.

    Es muy pronto para evaluar las repercusiones econmicas en Mxi-co del T L C , que no tiene mucho tiempo de vigencia. Baste decir que sus partidarios le atribuyen -aunque esto sea resultado tambin de medi-das de liberacin comercial muy anteriores al Tratado- el aumento en la participacin de Estados Unidos tanto en las exportaciones como en las importaciones de Mxico (en virtud de lo cual ste ya es el tercer socio comercial de la superpotencia), el cambio en la composicin de unas y otras y el flujo sustancial de inversin extranjera hacia la econo-ma mexicana. Es obvio, sin embargo, que estos capitales se han dedi-cado principalmente a la especulacin, y ni siquiera los partidarios ms fervientes de la nueva estrategia econmica se atreveran a ocultar su enorme costo social.

    De cualquier modo, es probable que el efecto ms importante de alterar el papel de Estados Unidos en el proyecto de la lite mexicana para el desarrollo nacional sea de ndole poltica. En el plano de las relaciones entre los dos pases, la pregunta bsica sera si a largo plazo una alianza declarada con su vecino, expresada en el pacto formal que es el T L C , proteger ms a Mxico, ampliar su poder de negociacin y le reportar ms beneficios, comparada con el acuerdo informal que dur tanto tiempo. La respuesta no es obvia, porque el Estado mexicano prescindi voluntariamente, al suscribir el Tratado, del poder de maniobra sustancial que le confera, en el pasado, el margen pequeo -mas no por eso despreciable- de incertidumbre respecto al curso de accin que seguira. En cambio, el T L C fija lmites precisos tanto a la

    3 1 Francisco Gi l Villegas, "Soberana e interdependencia en la relacin bilateral Mxico-Estados Unidos: 1991-1992", Gustavo Vega (comp.), Mxico-Estados Unidos-Cana-d. 1991-1992, Mxico, El Colegio de Mxico, 1993.

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    libertad de Mxico en varios terrenos cuanto al respaldo que pudiera brindarle Estados Unidos, en especial poique postula -por razones de forma y decoro- una igualdad abstracta de las partes firmantes que excluye la nocin de ayuda, sin que por otro lado se contemple crear fondos para financiar, por ejemplo, obras de infraestructura en las regiones ms atrasadas del continente americano, a diferencia de lo que dispuso en su momento la Unin Europea para auxiliar a sus miembros frgiles y garantizar as la homogeneidad que requera un proyecto de mercado comn con libre circulacin de la fuerza de tra-bajo y aspiraciones de cooperacin poltica.

    Esa probable merma en la capacidad de negociacin internacional de Mxico sera el indicio, en el plano externo, de una prdida de sobe-rana que podra tener, en el mbito interno del pas, las repercusiones ms graves. Los optimistas dirn que la experiencia de alianzas entre socios desiguales sugiere que los mrgenes de independencia del ms dbil no desaparecen del todo; aadirn que un acuerdo de comercio no tiene por qu vulnerar la soberana de los firmantes, en el supuesto de que la esfera de la autoridad estatal sobre los recursos internos del pas sea diferente del mbito de la poltica mundial y conserve autono-ma, aunque las normas internacionales limiten la capacidad de accin unilateral de cada Estado en su trato con otros.3 2 Con ms realismo, quiz, los pesimistas replicarn que Mxico s tendr, cuando menos, que redefinir -en el mejor de los casos- su concepto de soberana, 3 3 tal vez a base de hacer depender el contenido del mismo de la fortaleza econmica que pueda lograrse, como de hecho propone Salinas.

    Esta redefinicin implica, en lo fundamental, que el concepto de soberana deje de hacer nfasis en el "enemigo externo" para volverse sinnimo de dos valores: unidad en trminos polticos (tal vez en con-traposicin a pluralidad, de modo que podra tener connotaciones antidemocrticas) y eficiencia productiva en trminos econmicos:

    La defensa de la soberana [...] no se libra solamente fuera de nuestras fronteras. La soberana tambin se defiende con la capacidad poltica de un pueblo de tener una sola voz en la consecucin de los intereses gene-rales [...] Se fortalece con la generacin de una capacidad productiva a escala de los empleos que se requieren, de los satisfactores que se necesi-tan y, sobre todo, del combate a la miseria, que nunca debe existir.34

    3 2 Gi l Villegas, op. cit. 3 3 Meyer, op. cit. 3 4 Carlos Salinas de Gortari, "Primer informe de gobierno", 1 de noviembre de

    1989.

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    As, en el discurso de Salinas la soberana se equipara a la lucha contra la pobreza, pero sin atribuir al Estado el papel primordial en este empeo:

    L a s o b e r a n a e n t r a a just icia [...] supone especialmente la e r r ad i cac in de la miseria [...] L a desigualdad extrema pone en peligro nuestra identi-dad, nuestra d e t e r m i n a c i n a u t n o m a y aun el poder vernos a nosotros mismos c o n o rgu l lo [...] L a s o b e r a n a nac iona l debe invocar tanto l a s o b e r a n a popula r - l a democrac i a - como la so l idar idad y la un idad en torno a los retos de la n a c i n [...] E l nacional ismo mexicano tiene hoy nuevas vas. [...] Su esencia, la justicia social, requiere de la d inmica eco-n m i c a . 3 5

    A l mismo tiempo, para responder a posibles aoranzas sentimen-tales y en un afn evidente por inscribir sus reformas econmicas en una tradicin histrica que las sancione (operacin posible solamente en el plano de la imaginacin, poique buena parte de la prctica va contra esa tradicin), el presidente quiere conferir, en su concepto reformado de soberana, sitio central a la "cultura", base de la identi-dad nacional y de su continuidad. En esto podra verse una prueba ms de la tirana de ideas que, por estar tan arraigadas, no pueden cor-tarse sin padecer el asedio de su recuerdo, ms an porque a pesar de que una parte del viejo legado ideolgico se ha vuelto un obstculo para la accin del gobierno, otra -no menos importante- sigue sin-dole de gran utilidad, lo cual agrava el conflicto de quien se ha com-prometido con las complejidades tortuosas del cambio selectivo:

    Nues t r a h i s to r i a nos e n s e a t a m b i n que podemos salir a conquis tar nuestro lugar entre las naciones con sana confianza en la fuerza y en la permanencia de nuestra cultura. A lo largo de los siglos, hemos conserva-do las t radic iones m s antiguas y hemos absorb ido las corr ientes m s modernas. Los rasgos de ident idad y pertenencia acumulados dentro de esa cu l tu ra viven con vital idad n i c a en lo profundo de cada mexicano. E l los nos dan hoy seguridad y entereza para cruzar fronteras y salir al m u n d o . 3 6

    En consonancia con lo anterior, Salinas se ve precisado a redefinir el contenido del nacionalismo, bajo el supuesto de que es posible alterar

    3 5 Carlos Salinas de Gortari, "Segundo informe de gobierno", 1 de noviembre de 1990.

    36 dem.

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    -con pragmatismo casi ilimitado- las frmulas especficas para defen-der el inters de Mxico sin dejar de ser fiel a la esencia de la tradicin nacionalista mexicana:

    Nuestro nacionalismo se ha expresado de diversas maneras a lo largo de la h is tor ia y se reconoce en todas sus etapas h i s t r i ca s , v inculado no a de te rminadas f r m u l a s de l p o d e r o de la p r o d u c c i n , sino al i n t e r s nacional y a los valores y la cultura que nos constituyen [...] Nacionalista es lo que fortalece a la nac in , y no es la a o r a n z a de frmulas y rasgos de otros tiempos que en el contexto del mundo actual, lejos de robustecerla, la debi l i tan. 3 7

    En otras palabras, amparado en el supuesto de que para alcanzar fines nacionalistas ltimos se justifica alterar los medios antiguos, el presidente atribuye al nacionalismo -de tal manera que puedan caber en l todas las innovaciones de la poltica econmica en combinacin paradjica con tradiciones que se defienden, porque siguen afianzan-do el poder poltico del Estado- una maleabilidad tan grande que posiblemente haga estallar el concepto:

    E l nacionalismo mexicano en nuestros tiempos, y de cara al siglo XXI , rea-f i rma su herencia histrica y no olvida las heridas causadas a la nac in por pretensiones intervencionistas, a o r a n z a s de fueros o abusos de grupos de poder. Pero si nacionalista es lo que fortalece a la nac in , las frmulas de otros tiempos, en un mundo que tanto ha cambiado, ya no robustecen al pas y p o d r a n debilitarlo. Nuestro nacionalismo se expresa hoy a favor de la in te r re lac in e c o n m i c a de naciones soberanas, en el respeto a la libertad de creencias, en la necesidad de dar ms par t ic ipacin a la sociedad civil, en la reaf i rmacin del compromiso de revertir la pobreza en las colonias popu-lares y la injusticia en el campo. 3 8

    Pero al margen de malabarismos semnticos, la experiencia re-ciente sugiere que la posibilidad que tena Mxico de disentir de la poltica exterior estadunidense ha disminuido junto con su capacidad para protegerse de abusos, como lo prueba el caso -en abril de 1990-del secuestro en territorio nacional de un ciudadano mexicano, Alva-rez Machin, por agentes de Estados Unidos, al que dio su bendicin

    3 7 Carlos Salinas de Gortari, "Tercer informe de gobierno", 1 de noviembre de 1991.

    3 8 Carlos Salinas de Gortari, "Cuarto informe de gobierno", 1 de noviembre de 1992.

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    la Suprema Corte de ese pas dos aos despus (por considerar que no violaba el tratado de no extradicin con Mxico), y la respuesta de las autoridades mexicanas fue de una debilidad alarmante. Primero, justo despus del secuestro, la Secretara de Relaciones Exteriores declar que los miembros de la Drug Enforcement Agency en nuestro pas ten-dran que irse, pero al da siguiente el canciller Solana dio marcha atrs. Unos meses despus, Salinas manifest algn malestar por la accin de Estados Unidos, pero con delicadeza extrema, como para evitar que el "incidente" lesionara la relacin bilateral en conjunto, y combinando la crtica (para suavizarla ms an) con alusiones a la importancia de la cooperacin econmica:

    Se ha insistido en el equil ibr io de las relaciones comerciales y financieras [entre Mxico y Estados Un idos ] , en una c o o p e r a c i n mejor en la lucha contra la del incuencia y el narco t r f ico , escrupulosa de la soberan a , del de recho nac iona l , de la buena fe [...] In ic iamos conversaciones para encontrar mecanismos que permitan el desarrollo vigoroso de nuestras relaciones e c o n m i c a s en beneficio de ambas naciones. 3 9

    El nico momento en que la retrica subi de tono esa vez -como si el espectro de las antiguas concepciones de nacionalismo y sobera-na rondara con ms fuerza por el discurso oficial cuando los controles polticos del Estado parecen en peligro- fue el siguiente: "Nuestro compromiso de acabar con el narcotrfico es tan irrenunciable como firme es la conviccin de que, en nuestro territorio, slo los mexicanos combatimos este grave mal." 4 0 Hubo una reaccin ms firme cuando la Suprema Corte estadunidense sancion el secuestro dos aos despus, pero sin que siguieran medidas enrgicas de nuestro gobierno, como para probar que el consuelo de la inaccin es la palabra florida:

    Ante l a r e s o l u c i n de la Suprema Corte de Jus t ic ia de Estados U n i d o s hice ver con claridad y firmeza [...] que carece de validez y es inaceptable en M x i c o ; que las buenas relaciones no se fincan en actos arbitrarios o en el a t ropel lo al derecho in ternacional , y que en M x i c o slo nuestra ley se ap l ica y s lo por los mexicanos; los connacionales que apoyen a extranjeros en secuestros se rn juzgados como traidores a la Patria, y a la Suprema Corte de Estados Un idos c o n v e n d r a recordarle la m x i m a de D o n B e n i t o J u r e z , en l a que nos hemos educado p o r generaciones:

    3 9 Carlos Salinas de Gortari, "Segundo informe de gobierno", 1 de noviembre de 1990.

    40 dem.

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    "Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho aje-no es la paz."41

    Las implicaciones de este episodio y otros para la poltica interna mexicana sin duda son muy graves para la clase gobernante, porque la soberana del Estado,42 entendida en su sentido ms elemental de auto-ridad y dignidad, era ingrediente bsico de la vieja ideologa nacionalista oficial, que a su vez apoyaba la legitimidad del poder pblico. Desem-peaban un papel primordial en este credo la desconfianza frente a Estados Unidos y la voluntad declarada de afirmar la originalidad de Mxico por medio de hacer hincapi en las diferencias con el vecino. Es tan difcil llenar el hueco que ha dejado la desaparicin oficial de la amenaza externa, que el discurso diplomtico sigue hablando -aun-que ya sin hostilidad ni apasionamiento- de diversificar las relaciones internacionales del pas y resguardar su soberana.

    Sin embargo, el vaco del discurso se manifiesta en que el presi-dente subvierte totalmente el contenido usual del concepto de "diver-sificacin", al utilizarlo -en sentido peculiar que hace violencia a la naturaleza de la palabra y a la forma en que se ha empleado por tradi-cin en el lenguaje oficial mexicano- como sinnimo de acercamiento a Estados Unidos, que es exactamente lo opuesto a lo que significaba antes. El empeo en investir de significado nacionalista esta nueva acep-cin del trmino ejemplifica los actos de magia que pueden hacerse con el lenguaje, que tal vez logren impresionar a primera vista, pero su artificio se vuelve demasiado evidente cuando la reinterpretacin de un concepto le hace tanta violencia que lo destruye al sumirlo en el caos del contrasentido y el absurdo: "En el exterior, seguiremos pro-moviendo la diversificacin de nuestras relaciones por medio de un intenso dilogo poltico con nuestros vecinos del norte -Estados Uni-dos y Canad." 4 3

    4 1 Carlos Salinas de Gortari, "Cuarto informe de gobierno", 1 de noviembre de 1992.

    4 2 Zepeda considera que Salinas opt "por sacrificar en el corto plazo 'un poco de soberana' en aras de los beneficios econmicos de largo plazo que podra acarrear el tratado comercial", cuya negociacin no convena pues comprometer (pp. 111-112). Empero, el "nuevo nacionalismo mexicano" (tal como lo imaginaba Salinas) result "insuficiente para condenar la violacin de la soberana territorial", en tanto las anti-guas frmulas nacionalistas haban quedado "tan relegadas que [tampoco se pudieron] utilizar para defender los derechos bsicos del Estado mexicano" (p. 120).

    4 3 Carlos Salinas de Gortari, "Tercer informe de gobierno", 1 de noviembre de 1991.

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    Este apego a nociones que se han vaciado de su contenido original, pero no pueden descartarse del todo (en razn del atractivo que conser-va su envoltura), ilustra la necesidad del gobierno de Salinas de seguir invocando el fantasma de grandes mitos que tal vez habra preferido destruir completamente, pero no pudo hacerlo, porque conservaban utilidad para comunicarse con una poblacin en la que se mantenan arraigados, por lo cual tambin seguan sirviendo para fortalecer al Estado. Se origina ah una fractura entre la retrica y la prctica, que refleja y retroalimenta la paradoja de un gobierno que, en tanto ha repudiado la intervencin estatal en la economa (cuyo desarrollo pre-firi confiar a la accin de las fuerzas del mercado y al contacto con el medio internacional), ha sido mucho ms reacio a relajar sus viejos controles polticos, que eran indispensables para garantizar el xito de una reforma econmica muy onerosa para las mayoras. Es muy signifi-cativo, al respecto, que el viejo celo nacionalista (aparejado a la antigua concepcin de soberana como defensa frente a peligros externos) resurja precisamente cuando Salinas condena a grupos mexicanos de oposicin dispuestos a recurrir a entidades extranjeras para que califi-quen las elecciones en Mxico (lo cual pone en evidencia, a fines de 1991, el temor del Estado a perder sus controles polticos):

    Para nosotros la defensa de la sobe ran a y del Estado nacional no es algo a n a c r n i c o , sino u n p r i n c i p i o toral de sobrevivencia. Reconocemos la necesidad de contar con organismos multilaterales, [...] pero no pode-mos aceptar que se pretenda drse les [sic] facultades para intervenir en los asuntos internos de otras naciones. Hoy , los actos po l t i cos internos son observados y comentados desde el exterior. Pero el d a en que Mxi-co entregue decisiones pol t icas internas a mb i to s externos, h a b r pues-to en entredicho su s o b e r a n a . 4 4

    La combinacin resultante de liberalismo econmico y autoritaris-mo poltico es, de suyo, tan explosiva, que tal vez no pueda durar inde-finidamente, sobre todo porque los cambios muy rpidos que est induciendo la apertura de la economa harn cada vez ms difcil man-tener esos controles que hicieron posible negociar y adoptar el T L C prcticamente de espaldas a la sociedad mexicana: sta se enter por la prensa estadunidense de que su gobierno deseaba negociar 4 5 y

    44 dem. 4 5 En marzo de 1990, la prensa mexicana reprodujo una nota del Wall Street Journal,

    segn la cual en febrero de ese ao una delegacin mexicana se haba reunido con altos funcionarios estadunidenses para iniciar conversaciones respecto a la posibilidad

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    jams supo detalles de las negociaciones, que se llevaron a cabo con un grado de secreto muy superior al que se considerara normal hoy da en una democracia. Peor an, se desvanece el mito del "Estado constructor" en la economa -al descartarse un proyecto nacionalista que en el pasado contribuy, aunque fuera muy imperfecto, a mante-ner la integridad de un pas fracturado- en un momento en que las diferencias sociales y culturales se acentan por efecto de la transfor-macin de la economa. Bien podra deberse al resquebrajamiento de ese proyecto, que antes creaba consenso, la violencia que ha empeza-do a manifestarse en el pas.

    Cabra preguntar, por otra parte, si ahora que est en vigor el T L C la sociedad coincide o no con su gobierno en cuanto a la conveniencia de estrechar los lazos con Estados Unidos. Dada la pobreza de las encuestas disponibles,46 valga proponer la conjetura de que la mayora de los mexicanos son muy ambivalentes frente al pas vecino, porque hay indicios de que admiran y desean el bienestar material con que lo asocian, pero no es esto algo con lo que puedan identificarse, precisa-mente porque difiere tanto de sus propias condiciones de vida muy precarias. En cuanto a los trabajadores mexicanos que emigran tempo-ralmente a Estados Unidos, durante su estancia ah no suelen entrar en contacto con las mejores tradiciones del pas, sino que generalmente se vinculan con subculturas marginales. Por eso es muy probable que grandes capas de la sociedad mexicana, lejos de idealizar a Estados Unidos, no tarden en atribuirle las penurias que estn padeciendo co-mo resultado de la contraccin de las actividades productivas en Mxico, fcilmente asociable en la imaginacin popular con el T L C , en virtud de la dimensin mtica que ste ha cobrado para ocupar el sitio de otros mitos. Es tanto ms necesario encontrar mecanismos capaces de garanti-zar que cualquier beneficio del Tratado se disemine por todos los estratos sociales, en vez de concentrarse en el ms alto de acuerdo con la pauta usual. Slo as pe rde r fuerza una vieja creencia popular (seguramente arraigada en experiencias de dominacin colonial): que la relacin entre dos pases desiguales tiende a preservar los rasgos opresivos de la sociedad menos desarrollada.

    de negociar un tratado de comercio. Vase Jorge Chabat, "Mexico's Foreign Policy in 1990: Electoral Sovereignty and Integration with the United States", Journal of Interame-rican Studies and World Affairs, XXXII I (4), 1991, pp. 6-7.

    4 6 Sin embargo, Sally Shelton-Colby, "Mexico and the US: A New Convergence of Interests", en Roett (ed.), op. cit., p. 234, menciona encuestas recientes, segn las cuales "la poblacin mexicana en general tal vez considere, en mayor grado que los polticos y los intelectuales mexicanos, que el inters de Mxico es afn al de Estados Unidos".

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    Ciertamente se ven ya indicios -quiebras de empresas y desempleo-de que el T L C no es remedio suficiente (por lo menos no inmediato) para los problemas de Mxico; peor an, no ha servido para inducir coopera-cin o simpata entre las sociedades mexicana y estadunidense, como lo demuestra la aprobacin reciente en California -con amplio margen-del proyecto de ley para negar servicios bsicos a los extranjeros ilegales, en su mayora mexicanos. En esas condiciones, est vigente la necesidad de que la poltica exterior mexicana no lo apueste todo a un solo alia-do, de modo que tal vez no fuera malo que a la retrica de diversifica-cin correspondieran acciones concretas con ese propsito. Por otra parte, quiz esto sea mucho pedir en un pas donde la brecha entre discurso y prctica es ms grande que lo usual en la poltica.

    Las reminiscencias obstinadas de ideas que no se resignan a desa-parecer del discurso oficial y los actos de alquimia verbal de un presi-dente que procura resolver con ellos las contradicciones de su gobierno (a base de una sntesis -que no consigue del todo- entre el legado ideolgico recibido y la voluntad personal de cambio selectivo) hablan de dudas e inseguridad, por debajo de la arrogancia aparente, en un periodo de transicin en nuestra historia. Hablan tambin de los enor-mes problemas de legitimidad del Estado, del conflicto entre senti-mientos e intereses en el Mxico de hoy, de la tremenda dificultad para el cambio de las polticas exterior y econmica (porque los es-fuerzos por reformarlas son antagnicos respecto a rasgos del mbito nacional), de la presencia irreductible de los smbolos en una socie-dad como la mexicana y, sobre todo, de la abrumadora fuerza del ima-ginario colectivo, que por lo visto es lo que menos quiere y menos pue-de transformarse.