el extraño viaje del progreso

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Carmen Romo Parra EL EXTRAñO VIAJE DEL PROGRESO Discursos sobre la cotidianidad e identidades femeninas durante el desarrollismo franquista EDICIONES UNIVERSITARIAS EDIÇÕES UNIVERSITÁRIAS ATHENAICA

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Page 1: El ExtRaño viajE dEl PRogREso

Carmen Romo Parra

El ExtRaño viajE dEl PRogREso

Discursos sobre la cotidianidad e identidades femeninas

durante el desarrollismo franquista

EDICIONES UNIVERSITARIAS

EDIÇÕES UNIVERSITÁRIAS

ATHENAICA

Page 2: El ExtRaño viajE dEl PRogREso

HistoRia ModERNa Y CoNtEMPoRÁNEa

Directores del Consejo: Alberto Carrillo-Linares

Universidad de Sevilla

Jaime García Bernal

Universidad de Sevilla

Consejo editorial: María Ángela Atienza López

Universidad de La Rioja

Miguel Cardina

Univesidad de Coimbra

María José de la Pascua Sánchez

Universidad de Cádiz

Mª Dolores Ramos Palomo

Universidad de Málaga

Rubén Vega

Universidad de Oviedo

Page 3: El ExtRaño viajE dEl PRogREso

Índice

iNtRoduCCióN. la iRoNía dEl PRogREso . . . . . . . . . . . . . . 9

Parte Primera. Procesos de modernización y cambio social.

la Planificación franquista del desarrollo

CaPítulo 1. El CaMbio soCial CoNtEMPoRÁNEo: ModElos, valoREs, sujEtos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14

1.1. Modernización versus tradición. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141.2. de la racionalización a la secularización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221.3. la reivindicación del sujeto femenino. la riqueza

de las naciones y los capilares del progreso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271.3.1. El debate feminista en la construcción de las identidades . . . 271.3.2. El reconocimiento del factor género en los procesos de

desarrollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301.3.3. Capacidades y necesidades. Constatación y reivindicación . . 33

CaPítulo 2. El fRaNquisMo EN la ENCRuCijada dE uNa NuEva PolítiCa ECoNóMiCa. la fuNdaCióN, El CRECiMiENto, ¿El dEsaRRollo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36

2.1. El giro en política económica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 362.2. instituciones, discursos y valores: rivalidad y concurrencia . . . . . 48

Page 4: El ExtRaño viajE dEl PRogREso

índice 4

Parte seGunda. una modernización social desde arriba.

desarrollismo y reconstrucción ideolóGica de los escenarios cotidianos

CaPítulo 3. PERCEPCióN, PENsaMiENto Y sENtiMiENto. adiEstRaMiENto PsiCológiCo Y soCializaCióN PaRa El dEsaRRollo . . . . . . . . . . . . . . . 61

3.1. la importancia de la normativización de actitudes y conductas. . 613.2. símbolos, mitos y milagros en la construcción de un nuevo

imaginario colectivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 713.2.1. Pragmatismo, cientifismo… la pérdida de lo dado

por supuesto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 723.2.2. El papel institucionalizador de los símbolos . . . . . . . . . . . . . 793.2.3. Mitos y milagros: significado y funciones . . . . . . . . . . . . . . . 893.2.4. franco, auxiliador mágico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

CaPítulo 4. RaCioNalidad tECNológiCa Y aMPliaCióN dE las CatEgoRías EsPaCio-tiEMPo . . 101

4.1. El cambio en la concepción del tiempo: ser y tener . . . . . . . . . . 1014.1.1. la noción de tiempo histórico. destino, futuro, progreso. . . 107

4.2. la nueva concepción del espacio: de lo particular a lo universal . . . 1164.2.1. acercarse al mundo. El turismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1184.2.2. del modelo rural al crecimiento urbano . . . . . . . . . . . . . . . 1304.2.3. El concepto de la casa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135

Parte tercera. la nueVa concePción de las identidades femeninas.

rePresentaciones en el maPa cotidiano de la desiGualdad

CaPítulo 5. HaCia la visibilidad: ENtRE El viEjo Estilo Y la sECulaRizaCióN dE los aRquEtiPos . . 147

Page 5: El ExtRaño viajE dEl PRogREso

índice 5

5.1. Cualidades permanentes del pueblo español. del sacrificio como esencia al bienestar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

5.2. la preservación de iconos venerables y la planificación de nuevas imágenes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1565.2.1. los prototipos míticos. la supervivencia del viejo estilo . . . 1585.2.2. Nuevos modelos femeninos: configuración y transmisión. . 163

CaPítulo 6. HaCia la PREsENCia. la adquisiCióN dE diNaMisMo Y RaCioNalidad CoMo sENdERos dE iNdividuaCióN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170

6.1. de la unidimensionalidad a la pluralidad de experiencias . . . . . 1706.1.1. la revisión del discurso sobre la inmutable esencia

femenina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1706.1.2. la concesión ontológica de dinamismo . . . . . . . . . . . . . . . . 1806.1.3. una gran cura de racionalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185

6.2. ¿Hacia culturas de la ciencia y la innovación? . . . . . . . . . . . . . . 1946.2.1. la nueva alquimia del progreso: de la belleza proscrita

a la obligatoriedad de la belleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1946.2.2. Cupido recupera la vista. la racionalización de los

sentimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200

CaPítulo 7. ¿HaCia la iNdEPENdENCia? la faMilia, los tRabajos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207

7.1. Pequeñas libertades. El fantasma de la emancipación se concreta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207

7.2. de una familia jerárquica a una sociedad de individuos . . . . . . . 2157.2.1. El cuestionamiento de las funciones, la estructura y la

autoridad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2157.2.2. El reflejo de las tensiones dentro de la familia. . . . . . . . . . . 225

7.3. las premisas del trabajo remunerado. Condicionantes y oportunidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2307.3.1. El predominio del discurso neoliberal y la bienvenida al

trabajo extradoméstico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230

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índice 6

7.3.2. las respuestas de las cifras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2377.3.3. ¿Por qué trabajan fuera las mujeres? Motivación y acción . . 246

7.4. de la mitificación del cuidado a la acumulación de tareas. El peso de la función doméstica . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2517.4.1. ligar dos mundos: los trabajos y el cuidado . . . . . . . . . . . . . 2517.4.2. la difícil delimitación de los tiempos donados a la familia . . 2577.4.3. la dedicación exclusiva del ama de casa: entre la

felicidad y el malestar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2647.4.4. los valores de la ayuda y la lógica de la organización

doméstica: «la empresa le hace el trabajo» . . . . . . . . . . . . . . . . . 269

EPílogo. dEl PRogREso al PoRvENiR . . . . . . . . . . . . . . . . 283

bibliogRafía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289

CRéditos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 308

Page 7: El ExtRaño viajE dEl PRogREso

Pues bien, el presente argumento indica que en el alma de cada uno

hay el poder de aprender y el órgano para ello (…) Por consiguiente, la

educación sería el arte de volver este órgano del alma del modo más fácil

y eficaz en que puede ser vuelto, mas no como si le infundiera la vista,

puesto que ya la posee, sino, en caso de que se lo haya girado incorrecta-

mente y no mire adonde debe, posibilitando la corrección.

Platón, República, libro vii

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Gracias, querida Lola, por tomarme de la mano, orientar mi mirada y

acompañarme durante el camino, siempre inacabado.

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introducción. la ironía del progreso

En una de las primeras escenas de la película El extraño viaje, dirigida por fernando fernán gómez en 1964, se muestra el baile semanal en un pequeño pueblo del interior. Este discurre en el Círculo «El pro-greso», un lugar de reunión social sujeto a la mirada atenta de una cartelería que recrea la publicidad de una modernidad tan gris como el paisaje humano que la circunda y la música que la orquesta. Estos pocos minutos de metraje sintetizan el escenario en el que se inserta la programación del desarrollismo en España.

las páginas que siguen intentan desbrozar algunas de las claves de aquel desarrollismo, centrándonos básicamente en los mensajes lan-zados por el poder a partir de la ejecución del Primer Plan de desa-rrollo Económico y social (1964-1967). una dialéctica frágil marcará el camino de la modernización de las estructuras productivas dentro de un estado autoritario que dicta la dinámica del cambio social, a través de la tipificación de una singular concepción de la realidad. la promoción de la convivencia entre la mentalidad tradicional y la introducción de culturas de la ciencia y la innovación, sustrato seminal de la filosofía neocapitalista, se hallará en la base de una su-puesta fórmula original, enfrentada a la homogeneidad cultural y al malestar del bienestar contemporáneo, dejando entrever la rivalidad y la concurrencia entre instituciones y valores que persiguen, como fin último, legitimar el régimen. tejer una malla de preguntas y res-puestas alrededor de todo ello puede aportarnos una información fundamental para entender la evolución operada entre 1964 y 1975. En este contexto, el discurso político y económico que impele a la renovación del imaginario social y la subsecuente aparición de nue-

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introducción. la ironía del progreso 10

vas identidades femeninas, se evidencia como indicador de especial relevancia.

Para cumplir con estos retos, nuestra mirada se apoya en las teo-rías de la modernización, en los enfoques de la sociología del cono-cimiento, con las aproximaciones que ofrecen la fenomenología y la hermenéutica, que nos sitúan y ayudan a comprender el desarrollo de las transiciones. asimismo, la historia social y la psicosociología de la vida cotidiana abrirán las vías, revelaran las huellas y denuncia-ran las fallas de las perspectivas positivistas que poco inciden en los canales íntimos y comunitarios. El análisis de la estratificación de género, los roles y funciones que lleva aparejados y cómo se produ-cen las transformaciones en ellos, auténticos puntos cardinales del puzle de la modernización, adquieren pleno sentido a la luz de los es-tudios de las mujeres. dentro de ellos, la antropología feminista nos facilita las pautas para traducir un dominio socio-cultural preciso, donde instituciones e ideologías, también concretas, operan.

En fin, la definición de nuestros objetivos se inserta en un modelo de cambio social donde, como recalca biderman, «cada indicador ha de relacionarse con un concepto sobre la sociedad, que sea parte de una teoría de la sociedad explícita o implícita»1. Ello induce la utili-zación de diversas, heterogéneas, fuentes. Entre ellas destacamos las hemerográficas, los datos de encuestas de la época, los estudios teó-ricos de corte sociopolítico y económico publicados en el momento y los mensajes hallados en el cine.

una serie círculos concéntricos organizan nuestro análisis, des-plegados en tres grandes bloques de contenido. El marco ideológi-co del desarrollismo en España cimenta el perímetro, reflejando las tensiones entre tradición y modernización, confrontando de forma

1. Casas aznar, f. (1989): Técnicas de investigación social: los indicadores sociales y

psicosociales. Teoría y práctica. barcelona, Promociones y Publicaciones universitarias

(PPu), p. 21.

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introducción. la ironía del progreso 11

somera los paradigmas occidentales al modelo franquista. a partir de aquí, nos situamos en el núcleo que aglutina nuestro interés. En la segunda parte abordamos la restauración de los escenarios cotidia-nos a través de la introducción de una axiología consonante con los estilos de vida occidentales, estructurados por la revisión del mito, el milagro y las categorías espacio-temporales como ejes de inter-pretación de la realidad. El bloque tercero se enfrenta al examen de la fisonomía de los sujetos femeninos, que darán forma a un nuevo programa de relaciones íntimas y sociales como claves de bóveda del sistema.

En conclusión, los acontecimientos no constituyen unidades aisla-bles, se manifiestan sucesivamente como los eslabones de una cade-na. Multidimensionales, intentaremos aprehenderlos bajo la óptica de la construcción/deconstrucción del conocimiento en la vida coti-diana, la evolución de los modelos y roles femeninos, el planteamien-to de la comunicación interpersonal, los cambios en la valoración del trabajo, de los trabajos, retroalimentados por términos como crecimiento económico, progreso, productividad, movilidad social o igualdad. En su seno, el debate alrededor del desarrollismo requiere de puntos de vista diferentes, focalizados en un par de interrogantes sugeridos por M. Ángeles durán: «¿quién debate con quién y sobre qué?», «¿quién marca las reglas de juego, juzga y escoge?»2.

Más allá, las preguntas iniciales —qué investigar y buscando qué— obedecieron a la necesidad de ponernos en juego en primera persona. Para Milagros Rivera esto implica «arriesgarse a juntar, tam-bién cuando se habla o se escribe la razón y la vida, evitando repetir como la ninfa Eco lo que se ha oído decir, eco nunca original y casi nunca peligroso. juntar la razón y la vida, juntar lo que los filósofos occidentales llaman la cultura y la naturaleza, es una necesidad que

2. durán, M. a.: «Creer, descreer y crear». En vidal-beneyto, j. (ed.) (1991): España

a Debate. Vol. II. La sociedad. Madrid, tecnos, p. 35.

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introducción. la ironía del progreso 12

históricamente hemos sentido y sentimos especialmente las mujeres en las sociedades patriarcales»3.

la cuestión qué investigar, pues, surgió de mi raíz biográfica, ins-talada en los últimos años del franquismo. de ellos fui testigo di-recta, aunque muda por mi corta edad. la curiosidad se condensaba en las contradicciones entre la apertura a nuevas formas de vida y las diferenciadas expectativas en función del sexo, entre preceptos «modernos» y normas tradicionales. El propósito central de este tra-bajo se muestra justamente ahí, en la necesidad vital de hacer una parada en el camino para meditar sobre nuestros propios recuerdos y poder así explicarnos a nosotras mismas. Esos recuerdos, esenciales en la memoria, tan originales de los niños y las niñas de la transición política española, han pasado en gran medida inadvertidos como ob-jeto de estudio, quizá por esa íntima relación con nuestra historia individual, tan vigentes en nuestros comportamientos, tan chocan-tes a veces cuando afloran en nuestra forma de relacionarnos con el entorno. En ello quizá resida en último término la utilidad de todas y cada una de las siguientes reflexiones.

3. Rivera, M. M. (1994): Nombrar el mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y

teoría feminista. barcelona, icaria, p. 12.

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PARte PRiMeRA. PROCeSOS De MODeRnizACión

y CAMBiO SOCiAL. LA PLAnifiCACión fRAnqUiStA

DeL DeSARROLLO

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capítulo 1. el cambio social contemporáneo: modelos, valores, sujetos

1.1. Modernización versus tradición

En la tradición europea, como dice j. a. Maravall, lo moderno se enfrenta a lo antiguo, se opone a lo medieval4, toda vez que la mentalidad generada en este entorno es eminentemente positiva, discurre hacia la objetivación de la realidad5. Enlazado a ello, el es-tancamiento económico de las sociedades tradicionales, sujetas a insostenibles períodos de escasez, dará paso a una contemporanei-dad productora de la progresiva homologación de los conceptos de-sarrollo y modernización. desde este escenario, los procesos de mo-dernización se consolidarán a partir de la puesta en marcha de las políticas de crecimiento económico en el contexto socio-histórico que se expande tras la segunda guerra Mundial, dando paso a la institucionalización de los Estados del bienestar. Modernización y crecimiento aparecerán, pues, a partir de aquí unidos indisoluble-mente, bifurcándose, a medida que avanza el período, en distintas estrategias y modelos. así, las fórmulas se sintetizarán alrededor de diferentes escalas de valores en base al «mayor o menor interés

4. ver Maravall, j. a. (1968): Antiguos y modernos: la idea de progreso en el desarrollo

inicial de una sociedad. Madrid, sociedad de Estudios y Publicaciones.

5. fueyo Álvarez, j. (1967): La mentalidad moderna. Madrid, instituto de Estudios

Políticos, p. 6.

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capítulo 1. el cambio social contemporáneo: modelos, valores, sujetos 15

económico o social de los objetivos»6 a perseguir. tras los primeros ensayos, el principio democrático tomará fuerza, dando voz a los sujetos individuales de cara a la germinación de un desarrollo so-cioeconómico más sostenible.

En este contexto, la modernidad se erige esencialmente como «un orden postradicional»7. de la transversalidad de un dinamismo extremo devendrá, obviamente, la ruptura con las formas de vida previas. Concretamente, ese dinamismo se licuó en la configura-ción de tres grandes ejes universalizadores que explican la potencia con que se derriban los modos tradicionales de ver el mundo. la reorganización y separación del tiempo y el espacio y la prevalencia de los mecanismos de desenclave removerán las concepciones anterio-res, servidas de la aparición de la reflexividad contemporánea8. Esta última, sin embargo, terminará por colorearse de escepticismo, no solo respecto a las tradicionales razones providenciales, también hacia la creencia sin reservas en la bondad facilitadora de la ciencia y la tecnología.

bajo estas premisas se pondrá el acento en el estudio y la pro-moción del cambio social como proceso necesario, acelerado a ins-tancias de «una imagen idealizada de las sociedades occidentales»9.

6. figuerola, M. (1985): Teoría económica del turismo. Madrid, alianza, p. 366.

7. giddens, a. (1994): Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época

contemporánea. barcelona, Península, p. 33.

8. Ibidem, pp. 28-34.

9. «la homologación de los términos ‘desarrollo’ y ‘modernización’ resulta com-

prensible en el contexto de escasez y de estancamiento de las sociedades tradicionales.

Para estas modernizarse ha significado salir de lo que se ha tipificado como subdesa-

rrollo, lo que, a su vez, es tanto como crecer económicamente, cambiar y transformar-

se cualitativamente en unas nuevas sociedades con unas cotas tecnológicas, unos nive-

les socioeconómicos y unas formas de vida equiparables a las de los países industriales

avanzados de occidente, considerados como el anhelado paradigma de la moderni-

dad». Entrena durán, f. (2001): Modernidad y cambio social. Madrid, trotta, pp. 203-204.

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capítulo 1. el cambio social contemporáneo: modelos, valores, sujetos 16

la modernidad pivota ahora alrededor de la industrialización, el ca-pitalismo y el auge de la organización. En su epicentro, el control institucional de las relaciones sociales se erige en herramienta y la vigilancia ejercida por el poder, en términos foucaultianos10, se des-pliega de manera inédita, sutil, efectiva, en las sociedades de capita-lismo avanzado.

En este entorno, las dos grandes corrientes dentro de las teorías de la modernización, liberal y crítica, defienden un cierto paradigma de la modernidad industrial heredera de la idea de progreso, «sus-tentada en un engañosa metáfora del crecimiento según la cual se pre-suponía una analogía entre el cambio en la sociedad y los procesos de crecimiento de un organismo individual»11. En esta línea, el cam-bio se interpreta en términos evolucionistas, por etapas, hacia «el destino final de la modernidad», como «proceso acumulativo de los niveles de vida»12. En él, cada paso posee características cerradas por confrontación a las de la era preindustrial.

En términos dicotómicos, pues, la terna tradición/modernización se dibuja como polos opuestos dentro de una teoría unidireccional del cambio social, mostrando separadamente la serie de valores y condiciones de cada uno de estos extremos: uno como punto de par-tida y otro como referente de llegada. M. fraga redundará en ello definiendo la modernización como tránsito entre los sistemas «tradi-cional-subdesarrollados» y «racional-desarrollados»13. así, las socie-dades tradicionales se estructuran alrededor de su naturaleza ads-criptiva, particularista y difusa14. frente a ellas, las modernas están fundamentalmente dirigidas hacia la acción, hacia el logro, poseen

10. foucault, M. (1978): Vigilar y castigar. Madrid, siglo xxi, pp. 203-204.

11. Entrena durán, f.: op. cit., p. 231.

12. Kabeer, N. (1999): Realidades trastocadas: las jerarquías de género en el pensa-

miento del desarrollo. México, Paidós, pp. 33-34.

13. fraga iribarne, M. (1975): El desarrollo político. barcelona, bruguera, p. 22.

14. Murillo ferrol, M. (1990): Estudios de Sociología Política. Madrid, tecnos, p. 33.

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capítulo 1. el cambio social contemporáneo: modelos, valores, sujetos 17

una especificidad funcional y un carácter claramente universalista15. El elitismo y el igualitarismo para lipset16 también constituirán pa-rámetros medulares para explicarlas. d. lerner17, por su parte, men-ciona tres estadios de paso y les asocia una serie de características ge-nerales. la sociedad contemporánea será una sociedad urbanizada, alfabetizada, participante en los medios de comunicación de masas y en política, donde los ciudadanos y ciudadanas, en principio, poseen ya una opinión formada y responsable, hacia un modo de vida que prima las tareas de la colectividad.

asimismo, la transición entre lo tradicional y lo moderno impli-cará una predisposición social y psíquica que Morgan sintetizó en una escala denominada «preocupación por el progreso»18. a partir de aquí, las teorías de la modernización ensanchan sus parámetros de análisis incluyendo los llamados factores no económicos y su rol como aceleradores o frenos de los procesos. El cambio en los valores y acti-tudes se configura como «prerrequisito crucial»19. sobre ello insiste Manuel fraga. a través de estas transformaciones, «el hombre ad-quiere una personalidad móvil, abierta, que cree en los cambios y no los teme. los grupos se hacen más conscientes y activos»20. a. Portes se centra en los supuestos que dominan la planificación del desarro-llo en España, influida por el sustrato de la teoría desarrollista: la metamorfosis social está condicionada por el número de individuos

15. Entrena durán, f.: op. cit., p. 213.

16. ver lipset, s. M.: «values, Education and Entrepeneurship». En vv.aa. (1967):

Elites in Latin America y lipset, s. M. (1963): Movilidad social en la sociedad industrial.

buenos aires, Eudeba.

17. lerner, d. (1964): The passing of traditional society: modernizing the Middle East.

london, glencoe.

18. En lópez Pina, a. y aranguren, E. (1976): La cultura política de la España de

Franco. Madrid, taurus, p. 40.

19. Kabeer, N.: op. cit., pp. 33-34.

20. fraga sigue aquí las tesis de david lerner. fraga iribarne, M.: op. cit., pp. 24-25.

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capítulo 1. el cambio social contemporáneo: modelos, valores, sujetos 18

modernos. la cultura tradicional se define como un obstáculo, sus valores dominantes, por tanto, deben ser irremisiblemente reempla-zados21, negando en este sentido la posibilidad de convivencia entre diferentes sistemas axiológicos. sin embargo, ello se supeditará a la dimensión eficiente de una cultura que anuda viejos y nuevos valo-res22. a su análisis dedicaremos los capítulos siguientes.

Carlota solé propone tres tipos de teorías de la modernización. Para las teorías de la comunicación la clave de bóveda se hallaría en el desarrollo de los medios de comunicación de masas, mientras que para las de la diferenciación, el epicentro se localiza en el «notable incremento de la complejidad y de la heterogeneidad del sistema so-cial, así como de sus subsistemas socioeconómico, político-institu-cional y simbólico-cultural». El tercer tipo pondría el acento en el cambio científico-tecnológico23.

frente a todos estos supuestos, se desvelan muchas fallas en los análisis del momento. sin duda, la confusión entre modernización y occidentalización es una de las más señeras. En base a una con-cepción etnocéntrica, el subdesarrollo se interpretó «como una consecuencia directa de las características internas de un país es-pecialmente de su economía tradicional, sus rasgos culturales y psicológicos tradicionales y de sus instituciones tradicionales»24. la oposición tradición/modernización se solventa en este entorno a través de la apuesta por la globalización cultural. En lo que con-cierne a las costumbres religiosas y morales, por ejemplo, «¿puede legitimarse, en nombre de la cultura tradicional de ciertas nacio-

21. inglehart, R. y Welzel, Ch. (2006): Modernización, cambio cultural y democracia:

la secuencia del desarrollo humano. Madrid, Cis, p. 24.

22. Nisbet, R.; Kuhn, th. s.; White, l. (et al.) (1979): Cambio social. Madrid, alian-

za, p. 21.

23. Entrena durán, f.: op. cit., pp. 207-208.

24. inglehart, R. y Welzel, C.: op. cit., p. 24.

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capítulo 1. el cambio social contemporáneo: modelos, valores, sujetos 19

nes, que se mantenga la subordinación/exclusión de las mujeres?»25. desde este escenario, las tesis neomarxistas denunciarán la culpa-bilización de las propias víctimas del capitalismo. una buena forma de solventar cualquier simplificación de las proyecciones nos la ofrece l. Cafagna. Este autor aborda el problema desde el análisis comparado bidimensional, sincrónico y diacrónico. así, «sincróni-camente, entre un grupo determinado de áreas hoy consideradas ‘modernas’ y el resto del mundo; diacrónicamente entre las mismas y su pasado»26.

también se revela la falacia del estatismo y la homogeneidad cul-tural de las sociedades tradicionales, derrotadas y finiquitadas con el acceso a la modernización. En esta línea, a partir de las últimas décadas del siglo pasado, se acentúa la brecha entre las visiones que apuestan por la convergencia de los valores, subrayando el declive de la óptica secular, frente a las tesis de la persistencia de las viejas nor-mas y actitudes más allá de cualquier cambio económico o político. En esta tesitura, «la convergencia alrededor de un determinado con-junto de valores ‘modernos’ es improbable», la axiología tradicional seguirá ejerciendo influencia independientemente de la moderniza-ción económica27. sauvy nos dirá que la evocación y la añoranza de los buenos tiempos de antaño, de un pasado feliz, sobreviven a lo largo incluso del occidente industrializado del siglo xx28.

la oposición teórica, en resumidas cuentas, se dirimirá entre la concepción de una modernidad simple y otra reflexiva que trata de mo-dernizar la modernización, cuestionando «los problemas y deficiencias

25. brünner, j. j. (1999): Globalización cultural y posmodernidad. santiago de Chile,

fondo de Cultura Económica, pp. 137-138.

26. Cafagna, l.: «Modernización activa y modernización pasiva». En Carnero ar-

bat, t. (ed.) (1992): Modernización, desarrollo político y cambio social. Madrid, alianza,

p. 222.

27. inglehart, R. y Welzel, C.: op. cit., pp. 26-27.

28. sauvy, a. (1969): Los mitos de nuestro tiempo. barcelona, labor, pp. 25-27.

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de la razón»29. Ciertamente, frente a los esquemáticos planteamien-tos evolutivos de las doctrinas clásicas, se desvelan «las grandes ten-siones, contradicciones y el tira-y-afloja de diferentes influencias»30. En términos amplios, pues, no debemos buscar la distinción entre sociedades tradicionales y modernas en las diferentes prácticas y creencias sino en la manera en que estas se organizan. desde esta perspectiva, el interés por las discontinuidades de las instituciones contemporáneas aglutina una nueva forma de acercamiento a la controversia. a partir de aquí, los cambios se dirimen alrededor del ritmo y del ámbito en el que se desarrollan31. la transformación total requería, a la postre, no solo la evolución de las instituciones, tam-bién la de los roles y funciones tradicionales, individuales y colecti-vos32. la modificación de la realidad cotidiana, se halla, por tanto, en su epicentro.

las tensiones fluyen alrededor de una serie de pares que subrayan el despliegue de la modernidad en la vida diaria. El desplazamiento y reanclaje permite la intersección de lo cotidiano, de lo familiar, con lo extraño, mientras la habilidad experta y la reapropiación consiguen que los sistemas abstractos convivan con el conocimiento de sentido común. Por su parte, la terna intimidad e impersonalidad posibilita la coexistencia de la confianza particular con los lazos impersonales, toda vez que la privacidad y el compromiso hacen compatibles la acep-tación pragmática con el activismo33. así, en tanto que los valores podían ser determinados como direcciones de acción34, los estilos de

29. gonzález garcía, j. M. (2006): La diosa Fortuna. Metamorfosis de una metáfora

política. Madrid, a. Machado libros s.a., p. 394.

30. giddens, a. (1993): Consecuencias de la modernidad. Madrid, alianza, pp. 132, 102.

31. giddens, a.: Consecuencias de la modernidad, op. cit., p. 19.

32. Kabeer, N.: op. cit., p. 34.

33. giddens, a.: Consecuencias de la modernidad, op. cit., pp. 132-133.

34. Parsons, t. (1966): Estructura y proceso en las sociedades modernas. Madrid, ins-

tituto de Estudios Políticos, p. 191.

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vida quedarán definidos como conjunto de prácticas rutinizadas, evi-dentes, por ejemplo, tanto en hábitos a la hora de vestir como en formas de actuar concretas. la crisis entre modos y estilos de vida, productores de sentido en distintos modelos de sociedad, plantea el dilema de la mixtificación entre culturas apoyadas en la tradición y la costumbre y las que promueven la innovación como motor de la modernización, un contraste inherente a los escenarios sociales en transición.

la instauración de la modernidad supone y propone cambios en última instancia en la propia identidad personal, construyendo un nuevo sentido del yo. así, «la modernidad coloca al individuo frente a una compleja diversidad de elecciones y, al carecer de carácter fun-dacional, ofrece al mismo tiempo poca ayuda en cuanto a qué op-ción se habrá de escoger». Y esto en un escenario donde «las marcas puestas por la tradición están ahora en blanco», ofreciendo poten-cialmente la posibilidad de una planificación estratégica de la vida en función de la propia biografía personal35. la modernidad, por tanto, también plantea las contradicciones de la apertura a la emancipa-ción individual y social y el sostenimiento de identidades segregadas en función del sexo: la visibilidad del espacio doméstico en manos femeninas, brecha abierta entre la distinción público-privado, des-vela los hándicaps para el modelaje de una vida propia, derecho de ciudadanía que debe ser reconocido también a las mujeres, convir-tiéndose en palanca de reivindicación social.

Con todo, el cambio social contemporáneo nos devuelve una ima-gen dual, donde el avance en ciertos sentidos implica retrocesos en otros. Como apostilla W. Moore, «la fase industrial de la moderni-zación no siempre conduce a la democracia y puede seguir trayecto-rias que permiten el desarrollo de versiones autoritarias —fascistas y comunistas— de movilización política de las masas». a su vez, su

35. giddens, a.: Modernidad e identidad del yo, op. cit., pp. 105, 108, 110-111.

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carácter acumulativo, la rapidez de las transformaciones y las con-tradicciones de estas, terminan por proyectarse en la experiencia individual, afectando al desenvolvimiento de la vida cotidiana de todos y todas, configurando una medular característica del cambio social a mediados del siglo xx36. En fin, «las conciencias individua-les ‘internalizan’ los ‘programas’ institucionales» y «estos, a su vez, encauzan las acciones del individuo» a través de procesos múltiples que alcanzan la fusión total. a partir de aquí, las estructuras sociales se condensan en estructuras de la conciencia37, alimentando, por ejem-plo, el moderno sistema de relaciones de género.

1.2. De la racionalización a la secularización

las bases de una nueva organización social nos remiten a estos dos fundamentos rectores. las tesis de tönnies, Weber o durkheim —a través del análisis funcional de la división del trabajo— intentarán aprehender sus cimientos38, y la empresa industrial, como foco de la

36. Revisemos aquí las características del cambio contemporáneo para W. Moo-

re: cambio rápido y constante, con una base dual; planeado o producto de «conse-

cuencias secundarias de unas innovaciones deliberadas», es mucho más elevado que

en períodos anteriores; el efecto de ciertas técnicas y avances es aditivo o cumula-

tivo «a pesar de la obsolescencia relativamente rápida de algunos procedimientos».

Por último, «la ocurrencia normal del cambio afecta a un espectro más amplio de

experiencia individual y a aspectos funcionales de las sociedades en el mundo mo-

derno, no debido al hecho de que estas sociedades están en todos los sentidos más

‘integradas’, sino porque prácticamente ninguna característica de la vida está exenta

de la expectativa o de la normalidad del cambio». Moore, W. E. (1963): Cambio social.

londres, Prentice Hall, p. 2.

37. berger, P. l. y luckmann, t. (1997): Modernidad, pluralismo y crisis de sentido. La

orientación del hombre moderno. barcelona, Paidós, p. 82.

38. salvador giner en el prefacio a Rizzi, b. (1980): La burocratización del mundo.

barcelona, Península, p. 14.

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racionalización modernizante, implementará los cambios en el tras-vase del capitalismo familiar al capitalismo burocrático-gerencial39. En este paraje, la racionalización como nos dirá Habermas «significa en primer lugar la ampliación de los ámbitos sociales que quedan sometidos a los criterios de la decisión racional», promoviendo la pe-netración de la acción instrumental que domina el mundo del trabajo industrial en otros ámbitos de la vida40.

germinada bajo el sustrato de la racionalización, la burocratiza-ción introducirá ventajas pero también peligros, como alerta M. We-ber. El perfil de lo que él llamó «jaula de hierro» muestra el efecto deshumanizador de los sistemas racionalizados41, de enorme signi-ficación cultural. un terrible aparato calculador en el seno de la gran industria, se expande progresivamente a los estilos de vida de los/as trabajadores/as42. su análisis acerca de las funciones específicas de la burocracia habla por sí solo43. indudablemente, unida a esa preven-ción de Weber se hallaba la creciente sofisticación de las herramien-tas de dominación y vigilancia dentro de las sociedades contemporá-neas. desde la forma directa reflejada en el panóptico de bentham, la vigilancia se hará más sutil, imperceptible, por ejemplo, alrededor

39. Moya, C.: «las élites económicas y el desarrollo español». En del Campo, s.

(dir.) (1972): La España de los años 70. Vol. I La sociedad. Madrid, Editorial Moneda y

Crédito, p. 441.

40. Entre ellos «urbanización de las formas de existencia, tecnificación del trá-

fico social y de la comunicación». Habermas, j. (1986): Ciencia y técnica como «ideo-

logía». Madrid, tecnos, p. 53. ver, además, Moya, C. (1984): Señas de Leviatán. Estado

nacional y sociedad industrial: España 1936-1980. Madrid, alianza, p. 195.

41. Ritzer, g. (1996): La McDonalización de la sociedad. Un análisis de la racionaliza-

ción en la vida cotidiana. barcelona, ariel, pp. 9-10.

42. Weber, M. (1994): Sociología del trabajo industrial. Madrid, trotta, p. 7.

43. Weber, M. (1993): Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva. Ma-

drid, fondo de Cultura Económica, pp. 730-731.

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del control de la información44. la visibilidad ahora se convierte en trampa, dibujando en su premisa extrema la pesadilla de orwell45. la preocupación por la expansión futura de aquella jaula de hierro se halla implícita aquí: la creciente racionalización culminaría con la dominación de todos los aspectos de la vida, hasta encerrar a la gente en «una serie de estructuras racionales y donde su única movilidad consistiría en ir de un sistema racional a otro no menos racional»46.

la burocracia, en última instancia, no solo controla a la gente que trabaja dentro de ellas sino que también encamina la acción de sus usuarios y usuarias, instándolos/as a que se comporten de una ma-nera determinada47. qué se debe hacer y cómo hacerlo constituye la esencia del conjunto de sus técnicas. Ciertamente, el seguimiento de

44. foucault, M.: op. cit., pp. 203-204. El panóptico fue escrito en 1786 y publicado

en londres y París simultáneamente en 1791.

45. «Con audacia propia de su aplomo racionalista, bentham sugiere extender

algunas soluciones técnicas del proyecto a hospitales, fábricas y escuelas». Colomer,

j. M. (1987): El utilitarismo. Una teoría de la elección racional. barcelona, Montesinos, p.

41. En los años ochenta del pasado siglo, schaff nos sugiere un escenario muy similar

basado en el poder de los ordenadores como instrumentos de vigilancia y control. Es-

tos comenzaron su andadura con tareas simples de supervisión de la productividad

del trabajo y hoy dominan «información general sobre los ciudadanos», de forma

fragmentaria según la institución que la recopile pero que cruzada con otras infor-

maciones parciales hacen posible conocer al individuo «más, y de forma más fiable,

de lo que él se conoce a sí mismo». si todas esas informaciones se concentran en

una única institución fuertemente burocratizada, «orwell llamará a nuestra puer-

ta». schaff, a. (1985): ¿Qué futuro nos aguarda? Las consecuencias sociales de la segunda

revolución industrial. barcelona, Crítica, pp. 60-61.

46. «así, las personas de instituciones educacionales racionalizadas a trabajos ra-

cionalizados, y de lugares de recreo racionalizados a hogares también racionalizados.

No habría ningún modo de escapar de la racionalización; la sociedad no llegaría nun-

ca a ser otra cosa que una red, sin fisuras, formada por estructuras racionalizadas».

Ritzer, g.: op. cit., pp. 39-40.

47. Ritzer, g.: op. cit., p. 148.

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las normas liquida la toma de decisiones individuales y colectivas, rendida a los dictados de la jerarquía48. dentro de este paraje, la ra-cionalización y la burocratización progresiva alumbra un concepto del ser humano sujeto-objeto de un conjunto de organizaciones de dominio, en el que destacan la empresa o sociedad económica y el estado o sociedad política, promoviendo una dependencia antropoló-gica49. El resultado se patentiza en la pérdida de la autonomía y de la capacidad de defensa de la individualidad, como nos dirá Marcuse50. Y friedmann concluye: «el hombre de las sociedades opulentas, capi-talistas o colectivistas es el hombre modelado por el medio técnico, condicionado por las culturas de masa de las que frecuentemente solo recoge lo peor a falta de saber escoger lo mejor, el hombre re-plegado sobre su pequeño perseguimiento de bienestar, indiferente a los grandes problemas colectivos..., perdiendo contacto con la na-turaleza, solicitado por todos los gadgets»51.

sentadas las premisas anteriores, la secularización alcanza el protagonismo que le confiere ser una «disposición histórica espe-

48. Esa jerarquía funciona «como unidad de toma de decisiones». Mouzelis, N. P.

(1975): Organización y burocracia. barcelona, Península, pp. 139-141.

49. «[…] una preocupación constante del pensamiento liberal ha sido la del ‘peli-

gro’ que para la libertad humana, individual, representa la aparición de las grandes

corporaciones y el proceso general de burocratización. En ambos aspectos se ha visto

siempre el espectro de la desaparición del individualismo y de la libertad de merca-

do». giner, s.; Pérez Yruela, M. y sevilla, E.(1978): «despotismo moderno y domina-

ción de clase. Para una sociología del régimen franquista». Papers, 8, pp. 32-33.

50. Esta será la tesis principal de su obras de mediados de los sesenta El hombre

unidimensional: ensayo sobre ideología de la sociedad industrial avanzada y Cultura y

sociedad.

51. friedmann, g. (1970): El hombre y la técnica. barcelona, ariel, p. 199. ver tam-

bién de este mismo autor las obras de 1956 y 1970, Problemas humanos del maquinismo

industrial, buenos aires, Editorial sudamericana y La crisis del progreso: Esbozo de la

historia de las ideas (1895-1935), barcelona, laia.

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cíficamente moderna»52. Habermas nos dirá que el diálogo entre la religión y la filosofía ha producido la apropiación por esta última de ciertas ideas capitales, secularizándolas. En ellas, sin embargo, no se ha vaciado del todo su origen religioso. Para este autor, lo dicho se hará evidente en «los conceptos de responsabilidad, autonomía y justificación, historia y memoria, reinicio, innovación y retorno, emancipación y cumplimiento, desprendimiento, interiorización y materialización, individualismo y comunidad»53. En cualquier caso, la oposición tradición/modernización en buena medida puede en-tenderse a través del término secularización, en tanto que introduce nuevas fuentes constructoras de realidad. En su entorno, la tradi-ción, con sus formas de conocer pre-científicas, con su temor a po-deres invisibles, se enfrenta a la explicación racional, que desencanta el mundo. Para nosotras, además, este concepto ocupará un lugar central en la explicación del proceso de cambio en la España fran-quista, dado que la secularización incide y es a la vez producto «del desplazamiento de la política moderna desde los intereses espiritua-les [...] hacia los intereses materiales»54.

52. «la ‘secularización’ es al mismo tiempo una disposición histórica (específica-

mente moderna), un ‘concepto político-ideológico’». luhmann, N. (1998): Observacio-

nes de la modernidad. Racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. barcelona, Pai-

dós, p. 177. unido al concepto de secularización se halla el de laicidad, subrayando el

proceso de secularización del estado y el paso de la religión al ámbito privado (Criado

de diego, M.: «tolerancia, libertad de conciencia y laicidad en la configuración histó-

rica del Estado». En souto galván, b. (dir.) (2008): Libertad de creencias e intolerancia en

el franquismo. Madrid, Marcial Pons, p. 41). ver, además, germani, g.: «secularización,

modernización y desarrollo económico». En Carnero arbat, t. (ed.), op. cit., p. 75.

53. Habermas, j. (2006): Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión.

Madrid, Encuentro, pp. 41-42.

54. «la secularización —ni clerical, ni, tampoco ya, anticlerical— de la política

es una de las principales previsiones que es menester hacer para el año 1970». lópez

aranguren, j. l. (1974): La Cruz de la Monarquía española actual. Madrid, taurus. Cita-

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1.3. La reivindicación del sujeto femenino. La riqueza de las naciones y los capilares del progreso

1.3.1. El debate feminista en la construcción de las identidades

siguiendo a Milagros Rivera55, revisaremos aquí algunas de las re-flexiones del feminismo germinado sobre el sustrato de los procesos de modernización occidental. En la base, betty friedan vino a poner nombre al malestar soterrado de tantas mujeres56, en pleno desarrollo del Estado del bienestar norteamericano. un vacío producto de la construcción mística —o reconstrucción— de una «mujer nueva» que, tras la segunda guerra Mundial, «sabe apreciar la grandeza de ser esposa y madre de familia y no aspira a ser una profesional con una carrera y con ambiciones propias», participando solo de manera ocasional y subsidiaria en el mercado laboral57. a partir de este mo-mento, desde otras muchas perspectivas, el disfrute de un trabajo remunerado comienza a desplazarse como panacea definitiva para la consecución de igualdad de oportunidades. antes bien, la doble pre-sencia había generado nuevas realidades, reforzándose en muchos casos la sobrecarga de trabajo a través de la forja de la doble jornada.

las tesis del psicoanálisis y de una parte de la sociología bajo el pa-raguas del funcionalismo, seguían apuntalando la diferenciación de roles como estructura necesaria para el sostenimiento del equilibrio personal y social. frente a ello, la pervivencia de la dicotomía pri-

do en lópez Pina, a. y aranguren, E.: op. cit., pp. 43-44. Consultar, asimismo, jiménez

blanco, j. y Estruch, j. (1972): La secularización en España. bilbao, Mensajero.

55. Rivera, M. M.: op. cit., pp. 59-85.

56. friedan, b. (1974): La mística de la feminidad. Madrid, júcar. Para saber más

sobre las condiciones en las que se desenvolvió la escritura y publicación de esta obra

consultar su autobiografía (2003), Mi vida hasta ahora, Madrid, Cátedra.

57. beltrán, E. y Maquieira, v. (eds.) (2005): Feminismos. Debates teóricos contempo-

ráneos. Madrid, alianza, p. 90.

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vado-público, esferas opuestas y excluyentes que esconden, además, la existencia de lo doméstico como espacio para la realización de múltiples trabajos para la familia, se traza como nudo gordiano para la comprensión de las desigualdades en razón del género. asimismo, Michelle Rosaldo, como antes lo había hecho Margaret Mead, de-nunciará el distinto prestigio del que gozan las actividades atribui-das a lo masculino y a lo femenino. la crítica es certera: la esfera do-méstica, asociada a las mujeres, frente al mundo de los varones —el espacio público y, en gran medida, el privado—, se instituyen en uni-versos separados tanto en lo material como en lo emocional. En el imaginario colectivo ello se traduce en una estratificación de género que atribuye diferenciados grados de relevancia social, en detrimen-to de lo doméstico y del sujeto que en él opera mayoritariamente.

desde una perspectiva antropológica, el análisis feminista se cuestionará «qué significa ser mujer, cómo varía en el tiempo y el espacio la concepción cultural de la categoría ‘mujer’, y cómo influ-ye esa idea en la situación de las mujeres dentro de cada sociedad»58. Partiendo de la trama de la civilización industrial, la asimetría de género se denuncia como compendio de discriminaciones estructu-rales en tanto «que representa la articulación de un modelo cultural, sociopolítico y normativo patriarcal, tal como ratifica la Historia y la tradición», planteando la reivindicación de nuevos sujetos feme-ninos que superen las coordenadas vigentes. Estas, además, excluían de la agenda pública las relaciones interpersonales, que ahora se de-finirán desde un punto de vista cultural e ideológico59. «lo perso-nal es político» será la consigna de Kate Millet. desde la óptica del

58. Mcdowell, l. (2000): Género, identidad y lugar. Un estudio de las geografías femi-

nistas. Madrid, Cátedra, p. 19.

59. «tal como garantiza la proclamación universal de un único modelo de Razón

que es la razón masculina». suárez llanos, M. l. (2002): Teoría feminista, política y

derecho. Madrid, Editorial dykinson, p. 62.

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feminismo radical, «las mujeres ya no quieren ni deben, después de milenios, insertarse como iguales en un mundo que han proyectado otros, sobre todo, porque no es gratificante participar en la gran de-rrota del hombre y del mundo por él proyectado»60. los procesos de modernización tampoco habían incorporado su voz, sus vivencias. situar en primer plano la experiencia íntima y la autoconciencia del papel de los sujetos en las transformaciones económicas y sociales, sus condiciones e incertidumbres, cobrarán la relevancia debida y hasta ahora negada.

desde estas premisas, a finales de los setenta surgen las aporta-ciones del feminismo de la diferencia, incardinando sus reivindica-ciones a la crítica al crecimiento económico sin límite. abogando por una teorización del desarrollo más amplia, plural y sostenible, se proyecta la necesidad de un nuevo modelo de civilización. también la cuestión del reparto del poder entre los colectivos tradicional-mente excluidos cobra fuerza aquí. El feminismo marxista explicará el patriarcado como modo de producción sustentado en el trabajo doméstico, piedra de toque de «la explotación de las mujeres»61. así, bajo el concepto «mujer» se esconden diversas situaciones, ocultas bajo una variable homogeneizadora, poco realista.

Por su parte, el feminismo psicológico de la diferencia indagará en las cualidades que dan forma a la identidad. Esta había quedado de-terminada casi exclusivamente por la maternidad frente a la impor-tancia de los condicionamientos socioeconómicos de la conciencia, tal y como subrayaba el feminismo marxista. sumando a estas tesis las posturas del feminismo cultural aparece la síntesis: las diferen-

60. lonzi, C. (1981): La Mujer Clitórica y la Mujer Vaginal («Escupamos sobre He-

gel»). barcelona, anagrama, p. 16.

61. vázquez, K.: «las categorías de sexo, género y sexualidad: la construcción de

las mujeres como sujetos políticos». En Campos, a. y Méndez, l. (eds.) (1993): Teoría

feminista: identidad, género y política. san sebastián, universidad del País vasco, p. 70.

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cias sirven al despliegue de la estructura patriarcal, afectando «a la concepción que las mujeres poseen de sí mismas y de sus capacida-des racionales y morales»62. El segundo sexo, publicado décadas atrás, había abierto este y otros caminos para la explicación de la subordi-nación femenina. la respuesta a la cuestión ¿qué significa ser mujer? se encuentra para beauvoir, de una parte, en la categorización de la alteridad como fenómeno universal, puesto que «el hombre define a la mujer no en sí, sino en relación con él» y así ser mujer significa «ser la otra», mermando la posibilidad de adquisición de autocon-ciencia63. aunque, de otro lado, «descarta de raíz un esencialismo femenino que enlaza a su vez con la crítica de las ilustradas a una concepción naturalista de las mujeres, de sus atributos, defectos y virtudes»64. Ello niega, por tanto, la existencia estática de lo femeni-no, enfatizando su gestación cultural, resumida en la célebre frase «no se nace mujer, se llega a serlo». En fin, la revisión de la teoría psicoanalítica encabezada por Nancy Chodorow y Carol gilligan, enriquecerá el estudio de la identidad del yo. la escuela francesa, si-guiendo a lacan, contestará también a freud desde la óptica estruc-turalista y post-estructuralista65. los nuevos caminos para interpre-tar la construcción de las identidades de género quedaban marcados indefectiblemente a partir de aquí.

1.3.2. El reconocimiento del factor género en los procesos de desarrollo

En síntesis, desde la teoría y la práctica, los feminismos de finales de los 50 visibilizan con fuerza inaudita el papel de las mujeres

62. suárez llanos, M. l.: op. cit., p. 111.

63. beltrán, E. y Maquieira, v.: op. cit., pp. 68-69.

64. amorós, C. (2000): Feminismo y Filosofía. Madrid, síntesis, p. 108.

65. scott, j. W.: «El género: una categoría útil para el análisis histórico». En ame-

lang, j. s. y Nash, M. (eds.) (1990): Historia y género: Las mujeres en la Europa Moderna

y Contemporánea. valencia, alfons el Magnànim, p. 36.