el evangelio de maria

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    El Evangelio de Mara

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    Coleccin EL POZO DE SIQUEM

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    Carlo Maria Martini

    El Evangeliode Mara

    Editorial SAL TERRAESantander 2009

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    Ttulo del original italiano:Il Vangelo di Maria

    2008 by ncora Editrice, Roma

    www.ancoralibri.it

    Traduccin de los textosno publicados previamente en espaol:

    Ramn Alfonso Dez Aragn

    2009 by Editorial Sal TerraePolgono de Raos, Parcela 14-I

    39600 Maliao (Cantabria)Tfno: 942 369 198 /Fax: 942 369 201

    [email protected] / www.salterrae.es

    Diseo de cubierta:Mara Prez-Aguilera

    [email protected]

    Queda prohibida, salvo excepcin prevista en la ley,cualquier forma de reproduccin, distribucin,

    comunicacin pblica y transformacin de esta obrasin la autorizacin de los titulares de la propiedad intelectual.

    La infraccin de los derechos mencionadapuede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual

    (arts. 270 y s. del Cdigo Penal).

    Con las debidas licencias:Impreso en Espaa. Printed in Spain

    ISBN: 978-84-293-1800-5Depsito Legal: BI-289-09

    Impresin y encuadernacin:Grafo, S.A. Basauri (Vizcaya)

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    ndice

    Prlogo, por Dora Castenetto . . . . . . . . . . . . . . . 9

    MEDITACIONES BBLICAS

    1. La sierva del Seor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17Una triple conciencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18El sacrificio cristiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22La opcin fundamental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24La plenitud de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28

    2. La Visitacin, misterio de encuentro . . . . . . . . 31Introduccin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31El misterio de la Visitacin (Lc 1,39-56) . . . . . . . 34

    Estilo y contenido del texto . . . . . . . . . . . . . . 34Estructura y lectio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36

    Puntos de meditacin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43

    3. En busca de Jess . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49Jerusaln y la Pascua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52

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    En busca de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56El misterio de Jess . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

    4. Al pie de la cruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69La importancia del uno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70El camino de Mara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74Nuestro camino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78

    REFLEXIONES PASTORALES

    5. Mara y la noche de la fe de nuestro tiempo . . 85Premisa sobre el concilio Vaticano II . . . . . . . . . . 86La noche de la fe de nuestro tiempo . . . . . . . . . . 88La noche de la esperanza en Teresa de Lisieux . . 90El sentido de la noche de la fe . . . . . . . . . . . . . . . 93La fe puesta a prueba de Mara . . . . . . . . . . . . . . 97La fe puesta a prueba del sacerdote . . . . . . . . . . . 101Conclusin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105

    6. En el corazn de Mara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109La devocin mariana hoy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109

    La va de la reflexin bblica . . . . . . . . . . . . . . . . 115La va de la reflexin teolgica . . . . . . . . . . . . . . 117La va de la reflexin espiritual . . . . . . . . . . . . . . 120

    7. Puntos para una correcta pastoral mariana . . 125Mara y la vivencia afectiva del cristiano . . . . . . 125

    Mara y la vivencia afectiva del presbtero . . . . . 128Los caminos marianos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133

    6 CARLO MARIA MARTINI

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    Educarse y educar para una correcta devocin . . 135Predicacin mariana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135

    A propsito de las manifestaciones

    actuales de Mara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137Conclusin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144

    Fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

    EL EVANGELIO DE MARA 7

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    Prlogo

    HE acogido con alegra, y a la vez con temor, la in-vitacin a presentar este texto del cardenal CarloMaria Martini, que recoge pginas ya presentes enotras publicaciones, pero revisadas desde una pers-pectiva mariolgica.

    Reledas despus de un cierto tiempo, renuevanel estupor y rejuvenecen el deseo de ser tomadosde la mano por Mara para recorrer, con ella y co-mo ella, nuestra peregrinacin, siempre marcadapor el misterio del amor de Dios, tanto en las horas

    de alegra como en las horas difciles, y oscuras, dela noche.

    Las palabras de Mara, su no comprender,que, sin embargo, le hace decir: Heme aqu, soy lasierva del Seor (Lc 1,38), resuenan en el corazncon fuerte suavidad, y dan una nueva energa y vi-

    talidad frente a las objeciones y las inevitables tur-baciones que el misterio puede suscitar.

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    El cardenal Martini nos ayuda a recorrer de nue-vo el itinerario de la Virgen Mara, haciendo que la

    sintamos cercana, hermana y madre. Sus reflexio-nes parten siempre de la Palabra, saboreada en pro-fundidad, y nos hacen mirar a Mara como aquellaen quien se ha realizado la sntesis entre Palabra deDios y experiencia humana. La Palabra, que se en-gendra en Mara, en lo concreto de su humanidad,es la misma Palabra que nos indica tambin a noso-tros la direccin del corazn.

    A esta direccin le da el cardenal Martini elnombre de opcin fundamental, y esta expresinse ha de entender en sentido dinmico, como unatensin viva de amor hacia la voluntad de Dios Pa-dre, hacia lo que a l le agrada; como una disposi-

    cin que configura toda la vida; es decir, que asu-me dimensiones y rasgos diversos en las diferentesedades de la vida, en los diferentes momentos ycircunstancias que caracterizan la parbola de laexistencia, hasta su cumplimiento, cuando el Se-or est desatando nuestros lazos, segn su pala-

    bra (Lc 2,29).Esta opcin fundamental expresa la tensin, el

    deseo de realizar una familiaridad con Dios, dentrode la cotidianidad de la historia y sus vicisitudes;dentro de un espacio modesto o en medio de unametrpolis ensordecedora: porque el Hijo de Dios

    entra en todos los espacios donde se encuentra lahumanidad.

    10 CARLO MARIA MARTINI

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    El itinerario de Mara sigue el camino de su Hijo:del nacimiento, pasando por la cruz, a la resurrec-

    cin. Y es paradigmtico para nosotros. Nos enseaa devenir discpulos, a hacernos progresivamentediscpulos y servidores del Reino, como ella, avivir la misin como servicio al Reino, dentro y pa-ra la comunidad de los creyentes, dentro y para to-da la comunidad humana.

    Es necesario, por tanto, que nos dejemos guiarpor Mara; y esto da seguridad, deja libre el cami-no, nos capacita para repetir el s, el hemeaqu, tambin ante las sorpresas imprevisibles deDios, tambin ante el desconcierto y la turbacin.

    Mara, temerosa por el hijo perdido (Lc 2,48),muy prxima a l y, sin embargo, en la sombra, con

    el corazn traspasado por el dolor al pie de la cruzes, por consiguiente, el alma, la voz, la expresin denuestra humanidad, de todos nosotros: frgiles e in-seguros, a menudo desconcertados y turbados. Y estambin la voz, la expresin de la vocacin de supueblo, dentro del cual vive su experiencia de fe.

    Por eso responde al Seor como persona sin-gular y como virgen de Israel, hija de Sin, y deeste modo vive la triple conciencia de su relacinpersonal de entrega a Dios, de la expresin coral deun pueblo y de la responsabilidad hacia todo aque-llo que es humano.

    ste es el hilo que parece tejer todas lasmeditaciones.

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    Al hablarnos de la Madre de Dios, el cardenalMartini no se separa nunca del texto de la Escritura:

    nos ayuda, nos induce a penetrar en su sentido, averificar su concrecin, a purificar la mirada y el o-do para que la Palabra sea vista y oda en la rique-za de su verdad, sin edulcorarla o secuestrarla, ab-solutamente nunca.

    Dentro de este tejido bblico y teolgico, el carde-nal Martini puede detenerse tambin en el compro-miso pastoral, ofreciendo a sus sacerdotes, ytambin a todos los creyentes, iluminadoras pginasde discernimiento sobre el modo mismo de vivir larelacin con Mara: sin ambiguas exageraciones niacrticas bsquedas de locuciones y apariciones ex-

    traordinarias, pero acogiendo su autenticidad, reco-nocida por la Iglesia.

    Justamente estas puntualizaciones, pronuncia-das en el Santuario de La Saleta, permiten la com-presin profunda del misterio y del evangelio deMara. Tambin hoy.

    El significado fundamental de la devocin aMara, de la referencia a ella, consiste entoncesen comprender e imitar su fe, vivida desde la aso-ciacin al misterio singular de su Hijo. Una fetransparente tambin en la noche, en la oscuridad,donde ella comprende y no comprende el plan

    de Dios, pero se adhiere a l ntimamente, sindiscrepancias.

    12 CARLO MARIA MARTINI

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    La noche que nuestro tiempo vive como situa-cin difusa atraves tambin el corazn de Mara,

    en el sufrimiento y en la angustia, hasta la total ex-propiacin. Pero ella se puso por entero en las ma-nos de Dios, manos seguras en las que uno puedeabandonarse con confianza.

    Resulta entonces particularmente consolador yeficaz para nosotros dirigirnos a ella en la hora de

    la prueba y del dolor: para que se haga compaeranuestra en el camino, nos abra a la esperanza y sigaensendonos que tambin el camino de la nochepuede tener una gran fecundidad espiritual.

    Se puede experimentar as, como afirma el car-denal Martini, una relacin autntica con la Vir-

    gen, considerada como imagen de lo femenino de-dicado a Dios.

    Una intuicin de sorprendente belleza. Una in-tuicin que no slo pone de relieve el alma femeni-na de Mara y, en ella, de la mujer rescatada de lashumillantes dependencias de un machismo no cris-

    tiano, sino que tambin rehabilita y confirma el va-lor del sentir junto al rigor del pensar.

    Tambin en La Salette, el Arzobispo dijo a sussacerdotes: Con la ayuda de Mara, descubrimosque en nosotros existe el animus que proyecta, eje-cuta con tenacidad y eficacia, que piensa, que intu-

    ye con el intelecto que razona, pero que existe tam-bin el anima que, en cambio, intuye con las razo-

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    nes del corazn, est llena de ternura y de afectivi-dad en la relacin con Dios y con los hermanos.

    A esta sntesis, a esta irrenunciable unidad de vi-da, conduce el Evangelio de Mara, que estas p-ginas revelan con la extraordinaria capacidad depersuasin que el cardenal Martini sabe transmitirsiempre y por la que de nuevo le damos gracias.

    DORA CASTENETTO

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    MEDITACIONES BBLICAS

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    AL querer reflexionar hoy sobre el cuadro evang-lico de la anunciacin, mi primer sentimiento es undeseo de permanecer en silencio.

    Porque siento miedo de hablar, igual que Moisstena miedo de mirar la zarza ardiendo. Al principiose acerc con curiosidad como escribe un Padre dela Iglesia: curiosius desideras introire, pero lue-go se cubri el rostro con la ropa por miedo a ver aDios.

    Es el mismo sentimiento que tengo yo ahora,

    pues la anunciacin es como una zarza ardiendo:est todo en este misterio.

    Mara, hblanos t, porque nosotros no sabemos

    hablar de ti. Por eso, hblanos t a nosotros. Noso-

    tros intuimos que el misterio de la anunciacin es-

    t unido al de la cruz: el uno explica al otro, uno esraz del otro. T, que vives junto a la cruz la muer-

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    La sierva del Seor

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    te de tu Hijo y el amor infinito del Padre por el

    hombre, ensanos a comprender las races miste-

    riosas de este amor, a penetrar en tu s a la vo-luntad del Padre, de quien todo procede, a quien to-

    do vuelve y al que todo nos lleva.

    Una triple conciencia

    Como es difcil meditar sobre todo el texto de laanunciacin, propongo que tomemos en considera-cin simplemente la frase final: Dijo entonces Ma-ra: He aqu la sierva del Seor; hgase en m se-gn tu palabra (Lc 1,38).

    Estas palabras expresan indudablemente una

    conciencia de relacin. Quien se define como sier-vo define la relacin con otro.

    A simple vista, resulta un poco problemtico,pues parece darnos a entender una relacin servil:la palabra exacta, efectivamente, es esclava, engriego doule. Pero si reflexionamos sobre el con-

    texto espiritual y bblico del que se desprende, com-prendemos que indica algo mucho ms tierno y almismo tiempo profundo. Las palabras de Mara sonla respuesta a la expresin que leemos en Isaas:He aqu mi siervo, a quien protejo; mi elegido, enquien mi alma se complace (Is 42,1). La Virgen

    haba saboreado ciertamente este texto del profetaIsaas, y ese versculo resuena en cada una de las fi-

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    bras de sus palabras. Existe consonancia con la pri-mera: He aqu la sierva, y tambin con la segun-

    da, en la palabra que pronuncia el ngel: Has en-contrado gracia ante Dios (Lc 1,30).Mara se define en relacin con Dios porque l

    ha decidido establecer con ella una relacin queparte de l, que l sostiene y en la que se complace.

    Se da otra esplndida consonancia: He puestoen l mi espritu (Is 42,1b). Y el ngel a Mara: ElEspritu Santo vendr sobre ti (Lc 1,35).

    Se comprende, por tanto, a Mara en su respues-ta: He aqu la sierva del Seor, en el marco de laspredilecciones de gracia y de misin en que se co-locaba la figura del siervo de Yahv.

    Su conciencia es la del misterioso siervo, a quien

    Dios ama y elige para llenarlo con su Espritu.Esta conciencia no es slo individual, sino de

    pueblo. Mara habla en nombre de su pueblo, cuyamejor expresin es ella, y esto lo vemos reflejado enlas meditaciones de Isaas: Mas t, Israel, mi sier-vo [aqu siervo equivale a pueblo], Jacob, a quien yo

    eleg, raza de Abrahn, mi amigo... a quien llam deremotas regiones, a quien dije: T, siervo mo, yote he elegido... no temas, porque yo estoy contigo(Is 41,8-10). Y el ngel dice a Mara: El Seor es-t contigo No temas, Mara (Lc 1,28-30).

    Mara vive su conciencia en unin con la del

    pueblo que se siente amado, que se sabe elegido,que experimenta que Dios lo sostiene.

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    Hay otras palabras de esta conciencia de puebloen Isaas: Porque yo soy Yahv, tu Dios, el santo

    de Israel, tu salvador... No temas, pues yo te he re-dimido, te he llamado por tu nombre... Eres precio-so a mis ojos (Is 43,3.1.4). En el nimo de Marahay una entrega a Dios que es suya y es de todo elpueblo de Israel: Mara es el alma, la voz y la ex-presin de la vocacin de su pueblo. Por eso res-ponde al Seor como persona singular y como vir-gen de Israel, hija de Sin.

    Detrs de la conciencia de pueblo est tambinla conciencia de humanidad, de pueblo para la hu-manidad: Yo, Yahv, te he llamado en la justicia,te he tomado de la mano y te he formado, te hepuesto como alianza del pueblo y luz de las nacio-

    nes, para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a lospresos de la crcel, del calabozo a los que habitanlas tinieblas (Is 42,6-7). Mi siervo, el justo, justi-ficar a muchos... Por eso le dar multitudes por he-rencia (Is 53,11-12).

    Mara vive en la onda de la revelacin bblica,

    actualizada en ella por las palabras del ngel. Vive latriple conciencia de su relacin personal de entregaa Dios, de la expresin coral de un pueblo y de laresponsabilidad hacia todo aquello que es humano.

    Llegados aqu, podramos detenernos ypreguntarnos:

    Cmo concibo mi vida? Tengo la concienciade esta relacin de dependencia, que es la que en

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    definitiva diversifica la opcin humana? Porquela opcin humana, o es de recta dependencia de

    Dios, o bien es la opcin que niega esa depen-dencia, que no sirve ni se somete. En este caso,la vida se desva y desfigura con imitacionesmalsanas del bien que pervierten el corazn, elespritu y la sociedad.

    Tengo conciencia de pueblo? En primer lugar,del pueblo de Mara y de Jess, pues no pode-mos separar nuestra identidad de la del pueblo

    judo. En la raz abrahmica de todo cristianoest el lazo que nos une con el pueblo elegido,con el pueblo de la salvacin que es el pueblo deMara y de Jess. La Iglesia se redescubre a smisma siempre que reflexiona sobre los lazos

    que la unen a este pueblo, aunque estn sembra-dos de historias dolorosas y de crisis, pero pre-cisamente por eso han de ser objeto de nuestraatencin, vigilancia y afecto.

    Finalmente, qu conciencia tengo de los pue-blos? La expresin justa es: conciencia misione-

    ra. Bien sabemos nosotros que toda la accin dela Iglesia tiene valor misionero, aunque se pun-tualice y subraye su expresin histrica y geo-grfica en las misiones extranjeras. Pero no haydistincin como suceda en otro tiempo entreuna Iglesia residente y una misionera. Es la

    Iglesia entera la que proclama la salvacin a lasgentes, y la accin misionera la conlleva la

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    Iglesia en su naturaleza, en su cultura y en la di-nmica misma de su vida. Es algo que requiere

    atencin tanto de la accin misionera como detoda la accin pastoral para que encuentren suunidad.

    El sacrificio cristiano

    Reflexionemos ahora sobre la palabra de saludo,que ms que un s es una gozosa y afectuosa acep-tacin: Hgase en m segn tu palabra. El verboes optativo, desiderativo, expresa un s que se dicecon todo el corazn.

    Cabe recordar la exposicin de san Pablo sobre

    el espritu de fe en los primeros once captulos de laCarta a los Romanos. Dice con palabras distintas loque hemos descrito como espritu de fe evanglicadel pecador rehabilitado y justificado por el amorde Dios.

    Pablo concluye su larga exposicin hablando, en

    los captulos 12 al 15, del espritu de sacrificio cris-tiano que genera el espritu de fe evanglica y peni-tente: As que os ruego, hermanos, por la miseri-cordia de Dios, que ofrezcis vuestro cuerpo comosacrificio vivo, santo, agradable a Dios: ste es elculto que debis ofrecer (Rm 12,1).

    Como en el espritu de fe resumi el Apstol lavida interior del cristiano, su ejercicio de oracin,

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    de penitencia y de splica, as ahora resume en elespritu de sacrificio toda la moral cristiana.

    Por eso prosigue: Y no os adaptis a este mun-do, al contrario, reformaos por la renovacin devuestro entendimiento, para que sepis distinguircul es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradablea l, lo perfecto (v. 2). Estos dos versculos son laintroduccin al ejercicio de discernimiento del sa-

    crificio cristiano.Por eso considero til, despus de haber habla-do del espritu de fe evanglica, que reflexionemosahora sobre el espritu de sacrificio que resalta mag-nficamente en el s de Mara. San Agustn, dis-cpulo y profundo escrutador de san Pablo, define el

    sacrificio cristiano como toda obra hecha para po-nerse en filial comunicacin de amor con Dios: elsacrificio es, por tanto, una Pascua, la entrada en latierra divina.

    Lo que cuenta en la concepcin agustinianapropia de toda la patrstica no es la accin, sino

    el fin de la accin. Tambin el sacrificio es entoncesgracia del Espritu Santo que suscita en el ser hu-mano redimido, a partir del espritu de fe, el espri-tu de sacrificio.

    Con otras palabras, podemos decir que el sacri-ficio en sentido objetivo es el hombre mismo, que,

    movido por el amor, pasa de la atencin a muchascosas a la entrega nica de su propia existencia a

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    Dios, dando a su vivir el significado de un acto deamor: en eso est el sacrificio por excelencia.

    Ms an, para llamado cristiano es preciso lle-gar al final de la reflexin, es decir, al sacrificiofundamental y principal, al del Calvario, en el queCristo se ofrece para conducir a toda la Iglesia, suesposa, a la gloria del Padre en la resurreccin.

    En la eucarista, el sacrificio del altar es relativoal del Calvario y sita a quien participa en l conamor en la Pascua de Jess.

    Toda nuestra vida, como sacrificio cristiano, es-t, por tanto, en relacin con la eucarista, la cual, asu vez, est en relacin con la cruz, sacrificio per-fecto, entrega total de Cristo-hombre a la voluntady al amor del Padre, y capaz de atraer hacia s a to-

    da la humanidad.

    La opcin fundamental

    Cmo entra en nuestra vida cotidiana el sacrificio?Mediante una acertada direccin del corazn,que en otros tiempos se llamaba recta intencin:en ella se resume la asctica cristiana. El hombreque ha concentrado toda su existencia en la volun-tad de querer agradar a Dios solamente, entra en el

    sacrificio de Cristo y, por tanto, en el reino delPadre; participa de la plenitud de Dios y hace que

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