el dolor (completo) pablo baico

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El Dolor, Pablo Baico

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E l D o l o rE l D o l o r

P a b l o B a i c oP a b l o B a i c o

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- El Dolor - Pablo Baico

Impreso en los T.G.I. de Editorial 5224.

Invierno de 2004.

Primera edición.

© Editorial 5224,

todos los derechos reservados

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Dedicado , con toda humi ldad , a Rodol fo Walsh Rodolfo Walsh .

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LLos otrosos otros

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Salí a la calle a ver a los otros.A los del mismo nudo en la garganta.

Y resultó que nadie hablaba. Que todo era silencio de dientes apretados.

Todos quietos. Todos esperando.Que los barran del mapa y que terminen por

elloslo que ellos no pueden terminar.

Me ahogaron las lágrimas. Entonces jamás podremos,

entonces siempre fue mentira, entonces es sólo un burdo juego,

El carro azul dobla la esquina y apunta.

He creído, alguna vez, que había adioses más oportunos que otros.

Quise derrumbar mis cegueras a puro tiro de piedra.

A pura utopía escupida.Lágrimas. Saliva. Sangre.

Las he dejado sin dueño, sin motivos.Orfandad de ideologías que impulsa a la

embestida ciega.Sé que mi heroísmo

podría llegar apenas al nombre de una calle.O de una plazoleta.

Un acto frío en una de esas mañanas frías de sobretodos y de guantes.

Y estaré allí. ¿Cómo no?Me quedaré en la calle para siempre.

Para ver a los otros.

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MMatar igualatar igual

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Lunes 17, 23:56 Hs.

Estalla la puerta, reventando las bisagras y desparramando astillas de madera. El inhumano grito oficial desborda el pequeño ambiente y los caños metálicos y negros apuntan a cada rincón. Marco manotea el arma sobre la mesa y la primera bala ya le explota en el cuello. Quema. Se le incendia la carne. Siente a María gritar desenfrenada. Quiere girar, levantando el arma en su mano, y ahora es su hombro lo que se abre y se prende fuego. Dispara igual, ciego, se ahoga con la sangre que inunda su garganta. Dispara, sigue disparando. Ya no escucha a María. Y ahora es detrás de su oreja, el final, como en un sueño rojo cree sentir su cráneo deshacerse. El final.

El final.

- Nos vamos. Limpien todo y saquen a estos dos.

- ¿Viste?, el boludo este mató a la mina antes de morir, disparaba a ciegas, no pude llegar a agarrarla.

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El otro mira a Marco, con el arma aún aferrada en su mano.

Lunes 17, 20:48 Hs.

- Van a venir y me van a matar. ¿Qué sentido tiene?

- Pero, ¿por qué?, insiste María sin convicción.

Marco, con su campera aún puesta, camina cerca de la puerta.

- No hay salida... Mi nombre con el de Aníbal, las agendas, las fotos... muchas cosas, es imposible. Estoy en el camino. Van a venir y me van a matar.

Habla sin nerviosismo, como una aceptación.

María mira fijo el mate entre sus manos.

- Podés irte, escaparte...

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- No llegaría nunca a ningún lado... ¿cruzar la frontera?, ¿estás loca?

- Pero Daniel dijo...

- Daniel está muerto, se apresura a interrumpirla.

María deja el mate en la mesa. Siente frío.

- Esta mañana. Barrieron con todos los de la casa de La Plata.

Marco se recuesta contra la puerta.

- No hay salida. ¿A cuánto están de llegar?, ¿a un mes?, ¿a dos días?, ¿a tres cuadras?... Van a venir y me van a matar.

Suena casi a liberación. María. El arma sobre la mesa.

La puerta cerrada, que más que abrigo parece invitar a los verdugos.

- Pero, ¿ir a los tiros?

- ¿Y? Mirá... ¿qué cambia?, matar me van a matar igual. Que sea peleando.

- Es ridículo, para eso suicidate.

- ¿Y que se la lleven de arriba?, no, algún tiro les voy a meter.

- ¡Pero Marco!, ¿qué es esto?... al final, ¿qué sos?

Marco se sienta a la mesa y toma el arma.

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- Me voy a defender, nada más. No soy un asesino, lo sabés. Casi ni sé manejar esto... pero a alguien me voy a llevar conmigo.

- La verdad es que un poco te desconozco.

- Puede ser, porque... ¿sabés qué pasa?, ya estoy muerto. Por eso.

María toma el mate y se levanta de la silla. Va hacia la pequeña cocina y pone la pava sobre el fuego. Las lágrimas se caen de su cara y mojan la mesada.

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CCatorce veces más fuerteatorce veces más fuerte

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Catorce meses llevaba preso, desaparecido, torturado. El actual era su tercer lugar de detención clandestino. Ya casi no se preguntaba nada, apenas muy pocas cosas.

Le había aterrado el darse cuenta de que ya no sentía las quemaduras. Lo había aterrado más que las propias quemaduras.

Un día más.

El policía había entrado media hora atrás, apenas lo suficiente para que él ya se desmayara dos veces. Lo habitual para un día más (uno menos para morir, claro, eso era un alivio).

Pero quizá la cotidianeidad, la tarea repetida, lo obvio, la desmedida confianza... lo que sea, pero lo cierto fue que transcurrieron apenas segundos desde que sintió sus ataduras flojas (mal hechas) hasta que vió sus manos libres. Se las miró incrédulo.

Libre.

Miró al policía. Nunca había observado tanto terror en un rostro. Ni atina a sacar su pistola, reflexionó.

Cuando los otros dos entraron en la habitación el cadáver del policía era ya un muñeco rojo, deshilachado, a punto de ser desmembrado.

Observaron el rostro del preso accidentalmente liberado. No era de este mundo.

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Repitieron mecánicamente balazo tras balazo, sin poder acallar la carcajada feroz, insana, atronadora del preso, que trepidaba catorce veces más fuerte que cada balazo que no sentía.

Uno de los policías apuntó recto a su garganta abierta y terminó de descargar (temblando el pulso, raro en él).

Y el silencio al fin.

El silencio para todos.

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MMientras caeientras cae- 26 -

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Despertó en medio de uno de los llamados vuelos de la muerte. Consciente pero paralizado. Atado, inmóvil. Junto a otros cuerpos. Mantiene los ojos cerrados, para no delatarse vivo.

Clareando el amanecer, empujan el cuerpo y lo lanzan al aire, rumbo al río.

En caída libre abre brevemente los ojos. Observa la ciudad, su ciudad, su perfil. Mientras cae. Su pensamiento va hacia Mirta. Mirta allí, en la ciudad, tan cerca, pero alejándose para siempre. Mirta levantada para ir a trabajar. Mirta pensándolo, recordándolo. Mirta sufriendo la ausencia como un dolor ya añejo enquistado para siempre en su alma. Después de tanto tiempo preso, desaparecido, sin verla, y ahora casi podrían saludarse. Una vez. Una última vez. Su casa está muy cerca del río. Si ella pudiera verlo. Si ella supiera. Y el agua está cerca. Él imagina un último adiós hermoso para ella. Un último beso tierno. El apretado abrazo de despedida. Casi alegre de estar tan cerca de ella siente el golpe en el agua, la brutal y fría humedad, el sumergirse a velocidad inmensa. Ya no sabe si aún está vivo, sólo mantiene esa alegría final de haberse sentido casi a la vista de su amor. Se hunde. Se acaba. Se va.

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Ella cierra la puerta de calle. Frío. Aire húmedo y frío. Cierra con llave y camina. Mira el cielo. Despejado. Suspira. Con ese viejo dolor que a todos lados la acompaña. Camina

Y en un breve instante tiene la inverosímil sensación del abrazo cálido de otras épocas. De los brazos que la alejaban del frío y refugiaban su espíritu. Suspiro. Recuerdo. Leve estremecimiento. Ya no se humedecen sus ojos. Ya pasó tanto tiempo. Ya está tan lejos. El etéreo abrazo se acaba. Se va.

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CChicoshicos- 31 -

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El búfalo clava sus patas delanteras en la tierra. Esquiva. Siente su resuello como una estampida enorme. Y todo el peso de su cuerpo lo lanza otra vez hacia adelante. La carrera es enorme, interminable. Siempre supo que algún día llegaría este día. Pero ahora el miedo traiciona el instinto y lo hace fantasear con que podrá esquivar el final y amanecer mañana, herido, mal, pero aún vivo. Amanecer en su lugar, amanecer tranquilo. Hermosa palabra que ya acaba de morir delante de él.

El desfile. Interminable como siempre. Y estar ahí parado. Como siempre. El uniforme le pesa, le molesta. No es como en otras épocas. La gente mira. ¿Lo mira? No. ¿Por qué? Y esos chicos. Otros chicos. No los que martillan en su sueño. Los que están ahí están con madres y padres. No los que sacaba dejando los gritos por detrás. No los que intentaba calmar sin conseguirlo. No los que llevaba hasta un lugar dejando satisfechos a quienes pagaban. No los que ¿salvaba? El desfile interminable. El locutor monótono y la marcha incansable. Verde sobre verde. Marrón sobre marrón. A él no le pagaban.

El búfalo se turba. Se le nubla la vista. El cuerpo le arde. No lo siente entero. Está herido.

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El miedo no lo deja correr como siempre, le frena las patas. Agacha su cabeza y embiste contra el viento. No hay nada por delante, sólo la necesidad de correr.

Hay un chico. Un chico que se soltó de la mano de la madre y corre por ahí. Solo. Va y viene desde su mamá hasta la baranda que separa a los militares de la gente. Prueba alejarse y mirar a su madre. Ríe. Su mamá lo mira y piensa que es difícil tenerlo tanto tiempo quieto. Que tarde o temprano hay que soltarlo y dejarlo que vaya y se saque las ganas de jugar. ¿Qué entiende él de desfiles?, ¿qué sabe de militares?, ¿qué de patria?

Mantener la cara de piedra. Duro. Ese escudo que tantas cosas le permitió afrontar. Pero al pecho le cuesta hacer ingresar aire. Es evidente, se siente mal. Pero ¿hace cuánto? No lo recuerda. Ese chico que corre, que se acerca y que se aleja. ¿Por qué no lo agarra la madre? ¿Cuánto falta? ¿Para qué? Si alguien le ofreciera terminar con todo hoy, ahora. Cerrar la puerta y... pero no. Ha abierto infinidad de puertas y tardaría más en cerrarlas que en morirse de viejo. Ha abierto tantas puertas llevando y trayendo. Miedos, pánicos, confesiones, orgullos, certezas, precios, cuerpos, restos, sonrisas, burlas, bultos, ropas, chicos. Chicos. Ese chico que corre y se acerca. La madre. Se acerca más.

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El calor tibio en los brazos, arropando un cuerpito envuelto, arrancado. ¿Dejarlo morir o dejarlo vivir arrancado? Estaba bien, estaba bien. Estaba bien eso. ¿Dejarlo morir? Y cerrar la puerta aplastando los gritos de las madres. ¿Qué sabían? ¿cómo podrían haberlos tenido si ya estaban muertas aunque no lo supiesen? El chico vuelve con su madre. Ella le arregla la ropa y le acaricia el pelo. Ella lo conoce. Ella lo alumbró. No. ¿Qué sabían? Sí, siempre es así. Pero no con él. Él cambiaba las vidas, con balas, con robos, con mentiras, con verdades. ¿Dejarlos morir?, él cambiaba eso. Y estaba bien eso. ¿Y si estaba bien, entonces por qué? Tantas puertas para cerrar. Nunca terminaría, imposible.

El búfalo huye. No puede emparejar sus patas en la carrera y pierde velocidad. El miedo le hace embestir con su cabeza hacia la nada, hacia el miedo por delante.

Y el chico sigue corriendo. Ahora en círculos. Se para y mira brevemente a los hombres allí parados. Todos tan quietos. Vuelve a correr. Es un avión, planea, corre, despega, aterriza. Se agarra de la baranda y mira. Los soldados pasan y pasan. Todos miran hacia el mismo lado. Apoya su boca en la baranda de acero. Frío. Feo. Mira a los hombres allí parados a un costado. Ellos no pasan, ellos están parados.

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Todos tan quietos. Vuelve a lanzarse. Es un avión, vuela, corre.

¿Por qué no termina de una vez?, ¿por qué no se queda quieto? No quiero que se acerque. Basta. Una pesadilla. Siente sus pies de barro, sus piernas duras, estacas. Estacas clavadas en barro. Y él arriba. Solo. Montado en las estacas. Solo. Aprisionado hasta la asfixia por una multitud que lo mira, lo conoce, lo reconoce. Saben todo, todos saben todo, pero callan, callan y disimulan. Que siga el desfile, callemos. Todos saben de las noches, todos veían cuando salía y subía al auto. Todos escuchaban esos malditos llantos inextinguibles. Una y cien veces. Y lo veían y lo sabían y lo escuchaban. Y hoy están todos acá. Y hacen de cuenta que. Callan. Aplauden. Miran. El aire que apenas se mueve en la mañana cálida le hace notar el leve sudor que va empapándolo. ¿Todo estará terminando? El cuello lo ahorca, la corbata. Tanto calor. ¿Por qué tendrá que terminar todo hoy? Y ese chico. Y mis piernas. No tengo miedo. Estaba bien eso. ¿Dejarlos morir?

El búfalo siente sus pulmones a punto de explotar, no le alcanzan. La tierra trepida. Ya no está seguro de si sigue corriendo o sólo es su instinto atacado de inercia.

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La sensación, ese mareo. Es lindo, raro. El chico corre y corre cada vez más fuerte en círculos. La mamá lo mira y aletarga el momento de detenerlo. Sabe que en algún momento tendrá que pararlo, porque los chicos, ¿no?, se pasan de largo y no saben de límites, no conocen el peligro, ¿no? Pero dejalo, está entretenido, mientras no se lastime. Corre. Se va a marear. ¿Y ahora quienes vienen?, Ah, los de ese uniforme azulcito, si, qué lindo. ¿Qué hace?, sigue corriendo.

Media hora. Cuarenta minutos, no más. Termina. ¿Llegaré? Respirar hondo. Pasar el momento. Y ese chico. ¿Y la mamá? La mamá es la rubia, le dijo el otro ese día, la rubia que está con el periodista. ¿La que...? Si, confirmó el otro. La que estuvieron usando todo este tiempo para los fines de semana. Y al ver su cara el otro dijo. ¿Y qué?, ya sabés cómo es esto. Ahora llevá nomás al pibe, mirá que ya está pago ¿eh? Y volvé rápido que hoy salimos. ¿Y la mamá?, ¿por qué no agarra a ese chico la mamá?, ¿no sabe lo que le puede pasar?, ¿qué le puede pasar? Esta mamá no es rubia. Es casi morocha y gorda. La rubia era flaca, ¿o estaba flaca? Yo sólo agarré al bebé, en esa no estuve. Y terminó en esa casa impresionante, casi un castillo, donde salió ese tipo con pinta de turco, ¿quién sería? Después estaba ese que terminó en el departamento, donde lo agarró una pareja de minas muy asustadas, Y así, podría recordar cada uno, cada

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lugar, cada foto, cada olor, cada dirección, todas, todos. Todos presentes. ¿Quién soporta eso? Él. Duro. Cara de piedra. Escudo. Firme. Mirar hacia delante. Y nada. Pero ese chico, ¿qué carajo está haciendo?, ¡por Dios!, ¿no ve mis pies de barro?, ¿mis estacas?, por Dios.

El búfalo siente que el suelo desaparece bajo sus patas. El fuerte tirón en su cuello. La soga que lo enlaza. Sus movimientos se van acotando.

Y ahora cierra los ojos y vuela. Es un avión. Es un avión que va a rescatar a su hermanito, el que está en la panza de su mamá, del Viejo de Gris que se lo quiere robar. Y el avión corre, rápido. Y mantiene los ojos cerrados porque así imagina mejor. Da vueltas. Tiene que apurarse porque su hermanito no se puede defender. Y su mamá tampoco. Y el Viejo de Gris, que siempre anda por el barrio, se lo va a querer robar, se lo va a llevar en esa bolsa. Pero él lo va a rescatar con su avión. Y vuela.

No puedo mirar solamente al frente por ese maldito chico que corre y corre y esa imbécil de la mamá que no lo agarra. Estoy empapado de sudor. Va a llegar hasta acá. Se va a venir

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encima. Está corriendo con los ojos cerrados. Se va a caer. Me voy a caer. Ya no aguanto.

El búfalo, inmenso, rebota contra la tierra. Cae. Esparce sangre que se mezcla con la polvareda que lo nubla todo. Una explosión roja y sucia. Ahora esos lejanos gritos están mucho más cerca. Gritos. Gritos. Se da cuenta de que ya no podrá levantarse, tiene su cuerpo inmovilizado. Hace lo único que puede, morirse de miedo. Las heridas ya son muchas, incluso para su monumental bestialidad. El miedo es un grito ahogado que le cierra los oídos y le desorbita los ojos. Y le impide escuchar al hombre que amartilla el arma por última vez y, mientras apunta entre sus ojos, le contesta al otro. - ¿Dejarlo morir así?, no... no estaría bien eso.

Ay, ¿qué hace?, está corriendo con los ojos cerrados. Pero... este chico. Se va a... Se va a... ¡Mirá!, ¡Mirá vos!, ¡qué lo tiró!, atropelló a ese militar al final. Yo sabía que tenía que pararlo. ¡Jorge!, ¡vení para acá!, ¡vení para acá te digo! Ay, ¿qué pasó?, ¿se desmayó el señor?, ¿cómo?, ¡te quedás de la mano, vos!, ¡mirá lo que hiciste!, ¿se golpeó la cabeza?, no, pero no puede ser por el chico... claro... qué barbaridad... ¿llamaron a un médico?... Ay, este chico, parece mentira,

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¿vió?, una se descuida un segundo y es capaz de hacer cualquier cosa... ¿no reacciona el señor?... ¡te quedás acá ahora, te dije Jorge!... algo le habrá pasado ¿no?...

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TTodo lo demásodo lo demás

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¿Y qué?Cuando no estemos más aquí...

Habrá banderas clavadas en los arrabales.

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Testigos que nadie mira.Doscientas piedras

humeantes como faros de un infortunio.

Paredes galardonadas con sangre dispersa,

pretencioso y repentino vitreaux de una epopeya.

Gente hablando. Caras. Gestos. Pareceres.

Noticias muy lentas que arrastran despacio

una estela de melancolía.Asombro. Desazón.

Negocios cerrados y gente en las puertas.

- Marchan hacia... - Son los del grupo de...

- Dijeron que iban...Nubes. Nubes. Nubes. Nubes. Nubes.Agua sucia de otras suciedades en el

cordón de la vereda.Una bicicleta cansada que regresa de

trabajar con un hombre despintado arriba.La señora que empuja ese cuerpo

del umbral de su casa con la escoba.¿Televisión?, un canal.

Y hay que enganchar cuando dicen algo.

Habría diarios si no hubiesen incendiado las imprentas.

Eso si, hay periodistas sueltos soltando periodismo en esquinas

ilustradas,rellenadas con vecinos sucios de

rebelión y con el entusiasmo agotado.

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Lo hicimos. ¿Lo hicimos?Hay fotocopias de esto en cada

provincia. Pero no se cree demasiado.

Alguien imagina un paisaje jujeño que nada imagina de la recién nacida

y ya famosa "batalla de Corrientes y Talcahuano".

Ay Dios, la señora se santigua, ya pudo quitar el cuerpo de su umbral,

y recién cuando llega al baño nota el color de sus manos

transpiradas.Hay banderas sobre autos.

Hay banderas sobre balcones.¡Hay banderagorrrovincha!...

Un aire espeso, caluroso, húmedo y típico,

hace arrebolar mejillas tiznadas que, cansadas de arrojar,

se arrojan en suelos de basura nueva, descartes de pasión,

retazos de vidas que quebraron su pulso en un solo grito.

Se prende una escarapela en la solapa de la camisa,

que estará agujereada, roja y húmeda, pero faltan dos horas y dos balas para

eso.Y en ese local en el que cantaron el

himno, donde ahora cuelgan cables humeantes

y no se puede entrar porque el gas...

Pero nosotros ya no estamos más aquí.- 44 -

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Caímos temprano.Besamos fuerte el asfalto sucio,

recién ensuciado por arbitrariedades con uniforme.

E hicimos posible todo lo demás.

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I n d i c eI n d i c e

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1 1 . L o s 1 1 . L o s o t r o so t r o s

1 5 . M a t a r1 5 . M a t a r i g u a li g u a l

2 1 . C a t o r c e2 1 . C a t o r c ev e c e s v e c e s m á s m á s f u e r t ef u e r t e

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2 5 . M i e n t r a2 5 . M i e n t r ass

c a ec a e

2 9 . C h i c o s2 9 . C h i c o s

3 7 . T o d o l o3 7 . T o d o l od e m á sd e m á s

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- El Dolor - Pablo Baico

Y s i e m p r e l a e s p e r a n z a .Y s i e m p r e l a e s p e r a n z a .P o r q u e t o d o s u e ñ o l l e v a d e n t r oP o r q u e t o d o s u e ñ o l l e v a d e n t r o

e l d e s p e r t a r .e l d e s p e r t a r .

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