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CARLOTA

Gemma Lienas

INTRODUCCIÓN

El diario rojo de Carlota era una deudaque tenía con las chicas y, de paso, conlos chicos jóvenes.

En el pasado, muchas generaciones demujeres fueron estafadas y tuvieron quedescubrir la sexualidad solas, sin ayuda,con muchas dificultades, consentimientos de culpabilidad y conangustia.

A las mujeres que nacieron a mitad del

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siglo xx, nadie les contó que tenían unavulva, tina vagina y, menos aún, unclítoris. Eran mujeres asexuadas: a susexo lo llamaban «culete» o «pipí», ysolamente servía, por supuesto, paraorinar o parir; nadie hablaba de lamasturbación femenina porque sesuponía que no existía, cosa queproducía una neurosis de «anormalidad»en las que la habían descubierto; lasexualidad femenina se obviaba porqueel paradigma femenino era el de laVirgen María, madre —objetivoesencial en la vida de una mujer— sinpasar por la sexualidad... Las mujereseran, por lo tanto, como los ángeles: notenían sexo.

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Actualmente, la situación ha cambiado:el sexo está en todas partes, desde losanuncios hasta las películas, pasandopor las revistas o las páginas web... Pordesgracia, sin embargo, hay muchoscontenidos sexuales y poca informaciónsexual, incluso, en algunos casos —porejemplo, en lo que respecta a lapornografía—> podríamos hablar de

«desinformación» sexual. Además, aúnen la actualidad, las chicas tienen pocasposibilidades de ver un sexo masculinoen erección hasta que se encuentran conél en la vida real, ya que casi todas lasimágenes sexuales corresponden amujeres desnudas y raramente a hombresdesnudos. Y también siguen siendo las

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chicas las que asumen la contracepción;de momento, los chicos no se sientenimplicados en ella.

Si a todo esto le sumamos lasestadísticas:

cada 14 segundos un/a adolescente seinfecta con el virus del sida en elmundo.

en 2002, en España, se diagnosticaron2.336 casos nuevos de sida entre los ylas jóvenes de 16 a 21 años.

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cada año, en el mundo, 14 millones deadolescentes dan a luz un bebé.

durante 2002, en España, 400.000chicas estaban en situación de riesgo dequedarse embarazadas.

cada año, en España, se quedanembarazadas 12 de cada 1.000

chicas de entre 15 y 19 años.

... estaremos de acuerdo en que la gente

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joven aún necesita mucha informaciónsexual. Por eso he escrito este libro. Poreso y porque me gustaría que lasgeneraciones futuras tuviesen una vidasexual afortunada.

CAPÍTULO 1

UNA SORPRESA SALIDA DELMETRO

Di unos empujoncitos laterales paraevitar ser aplastada por la masa que merodeaba en aquel vagón de metro enhora punta. Mientras intentabasobrevivir, procuraba sacarme de lacabeza a Koert el impresentable, Koertel idiota, Koert el hijodesumadre...Koert el adorable, mi amor. Tenía que

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olvidarlo. Hacía días que no respondía amis mensajes de correo electrónico.Parecía que él ya me había olvidado ytodo por una pelea de esas tan estúpidas.Tenía que hacerlo desaparecer de micorazón y de mi cabeza.

Por encima del hombro de un niñocontemplé mi reflejo en el cristal de laventana de atrás del vagón. Sacudí lacabeza y ese movimiento despidió aKoert por la ventanilla; lo viempequeñecer, empequeñecer, hasta quese lo tragó la oscuridad.

Venga, a otra cosa, pensé, y meconcentré en la discusión que se habíaorganizado un rato antes durante la horade tutoría. Luci, nuestra tutora, nos había

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hecho preguntas sobre sexualidad, perono las que acostumbran a hacernos losprofesores, sino preguntas distintas,como por ejemplo ¿Se puede quedarembarazada tina chica si tienerelaciones de pie?».

Nooooo —había dicho mucha gente demi curso.

—Síííííí —había contraatacado ella,abriendo mucho los ojos. Y habíaañadido—: ¡Sois unos ignorantes!

Luego nos había pedido que ledefiniésemos qué era una relaciónsexual.

— ¡Follar!

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— ¿Alguna definición más?

—Meterla hasta el fondo.

—O sea que, para vosotros, chicos, unarelación sexual se limita al acto deintroducir el pene en la vagina, ¿no?

«Psé», pareció que decían algunos.

—Y vosotras, chicas, ¿qué opináis?

Nos miramos. Yo no supe qué decir. Notenía ninguna respuesta adecuada,porque estaba claro que «relacionessexuales» tenía que significar algo más,pero no tenía ni idea.

Miriam, que es bastante descarada,

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contestó sin problemas.

—Mujeeeer, ya sabemos que hay otrascosas. ¿Te crees que no hemos entradonunca en una página web porno?

Aquí se había montado un pitóteconsiderable.

—Silencio, por favor. No estoydispuesta a aguantar este alboroto ni unminuto más. Tenéis que aprender acontrolaros, incluso cuando hablamos dealgo que os enciende, como lasexualidad, porque quiero usar algunashoras de tutoría para aclararos las ideas.Pero, para eso, necesito que estéistranquilos. Por ejemplo, quiero hacerosentender que la sexualidad no tiene nada

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que ver con la pornografía. Lasimágenes pornográficas sirven paraexcitar a la gente, pero no sonrepresentativas de lo que son lasrelaciones sexuales.

—Así que, si tu novio te propone haceralgo que ha visto en una página web...

—Te puedes negar tranquilamente, si note apetece.

La idea me llegó como un relámpagomientras mis manos luchaban porconseguir vinos centímetros de barracromada: yo también investigaría lasexualidad. Haría como cuando escribíel diario sobre las situaciones dediscriminación de género que aún

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existen en nuestra sociedad.1

Esta vez, sin embargo, escribiría undiario sobre sexo. El diario... ¿Quécolor pegaría? ¿El rosa, que es el delamor? No, demasiado cursi. ¿El rojo,que es el de la pasión? Sí, eso es.

Decidí que, al salir del metro, antes quenada, iría a comprarme una libreta rojapara escribir en ella El diario rojo,sobre sexo y sentimientos.

Satisfecha con mi idea maravillosa, mecolgué la cartera a la espalda y medispuse a hacer presión para que elbloque de personas que se aglomerabanentre la puerta y yo me dejasen pasar.

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Lo conseguí. Con grandes dificultadesrecorrí el andén hasta la escaleramecánica. ¡Jo! Estábamos llegando aunos extremos preocupantes desuperpoblación.

—Circulen, circulen —nos empujaba untrabajador del metro.

El hombre sólo cumplía aquel cometido:obligar a los que bajaban del vagón aandar con celeridad y servir de cordónde protección para la gente que esperabaen el andén. Casi como en el metro deJapón...

Puse los pies en el primer peldaño de laescalera mecánica. Delante tenía a unhombre con el pelo muy rizado y oscuro,

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que llevaba un mono negro y amarillo.Sólo tuve tiempo de pensar que noparecía del país, porque en seguida seme fue la cabeza a mi diario. Pensabaquién más, aparte de Luci, podríaayudarme a encontrar las informacionesque requería: no parecía una empresafácil.

Y, ¡pataplaf!, tropecé con el hombremoreno que tenía delante.

No tuve tiempo de darme cuenta denada. Por suerte me sostuvieron unosbrazos porque, si no, habría ido a darcontra la boca voraz de la escaleramecánica, donde los dientes puedentriturar tranquilamente los zapatos, conpies incluidos.

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—Perdón —dijo el hombre moreno,mientras me tiraba de la mano parasacarme de allí.

— ¡Faltaría más! —Dije, agradecida deverdad de que me hubiera salvado deser triturada por los dientes de hierro—.No ha sido culpa suya.

El tipo me sonrió y nos separamos.

Me arreglé la cartera, que se habíadesplazado ligeramente, pasé pordelante de dos guardias de seguridadacompañados de una pareja de perroslobo con unas lenguas larguísimas yhúmedas, y traspasé las puertasautomáticas, después de que se abrieran

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ellas sólitas, una hacia cada lado. Y meinterné en el pasillo que llevaba a laescalera de salida. Un grito me paró.

—Racista. Tú eres un racista.

Me volví para ver quién merecía talinsulto.

De pie, unos pasos más allá de dondeestaba yo, había un chico más o menosde mi edad. Estaba parado y observabaa un muchacho delgaducho con pinta demarroquí, que justo en aquel instante seechaba a correr.

Al pasar por mi lado, el marroquí gritó:

— ¡Racista! Me ha pegado.

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Y subió de tres en tres los escalones dela escalera de salida a la calle.

En un santiamén lo perdí de vista.

Me di la vuelta para ver otra vez alimbécil que había provocado elincidente. Era, efectivamente, un chicode mi edad. Llevaba un chándal, ibadespeinado y bastante desaliñado.Parecía salido de una novela de Marsé.

Lo fulminé con una de mis miradasasesinas. Se lo merecía, por racista.

Qué asco. Me volví con un gesto muyevidente, como diciéndole «Tío, que teden», y empecé a subir la escalera.Entonces noté unos pasos detrás de mí.

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Volví la cabeza disimuladamente paraver si era aquel macarra el que meseguía. Sí, era él.

Subí los tres últimos peldaños al galope.No quería tratos con un xenófobo. Ydetrás de mí él también aceleró el paso.

Oí que gritaba:

— ¡Eh, tú!

No sabía si me lo decía a mí, pero notenía ni la más mínima intención dedescubrirlo. Casi me eché a correr. Eltío del chándal despertó en mí unasvibraciones que no me gustaron.

—Oye, que te han robado esto.

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¿Iba por mí? ¿Qué me habían robado?¿Y quién?

—El monedero...

Me paré y vi al del chándal de pie en laboca del metro, aún en el penúltimopeldaño, con mi monedero en la mano.¡Caramba! Sí allí llevaba la mitad de micapital: las pelas de los canguros quehabía hecho durante las tres últimassemanas...

—Pero ¿cómo es posible...? —empecé adecir, como si lo dijera para mí misma.

Y, entretanto, comprobé el cierre de micartera, que alguien se había entretenidoen desatar con mucha habilidad. Tanta,

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que ni siquiera me había dado cuenta deque la habían abierto, habían metido lamano y habían sacado el monedero.

—Aquel muchacho te había robado esto.Es tuyo, ¿no?

Me acerqué, bajé un peldaño, me puse asu altura y se lo cogí. Aunque le estabaagradecida porque me devolvía elmonedero, aún no me fiaba mucho.¿Quería decir que el marroquí me habíaquitado el monedero?

—Es mío, sí. Muchas gracias —le dije,cogiéndolo. Obligado seguramente pormi expresión de duda, el chico seexplicó—: Te lo ha robado allí, en laescalera mecánica. Cuando el que estaba

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delante de ti ha tropezado y tú haschocado con él.

Visualicé al hombre de la sonrisacálida.

— ¡Ah, sí!

—Entonces, el otro, el muchacho queacaba de irse corriendo, ha aprovechadopara meterte la mano en la cartera. Es untruco muy común.

De repente, se hizo la luz en mi cerebro.O sea que el «racista» no era tal«racista». Lo miré con simpatía.

— ¿Y le estabas reclamando que me lodevolviese?

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El chico puso una cara divertidísima.Me dieron ganas de reír, pero lo escuchécon seriedad.

—Sí —respondió—. Pero he esperado aque no estuviéramos cerca de losguardias, para que no lo... Ya meentiendes, para que no lo detuvieran. Yaconoces el dicho: «Nadie viaja enpatera para chorrar una cartera».

No sé cómo había podido pensar ni porun instante que podía ser un racista, siestaba claro que era un tío decente...Además, estaba bastante bien. Teníacara de simpático, un poco pinta, perobuen tío.

Me gustaba su pelo alborotado: tenía

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aspecto de fuerte, de bien arraigado alcráneo; daba ganas de pasarle las manospor encima para alisárselo. Los ojos, decolor oscuro, brillaban, como siestuvieran a punto de echarse a reír. Meencantan los chicos que ríen y te hacenreír. No aguanto a los agonías.

Le sonreí para hacerme perdonar.

— ¡Vaya, lo siento! Creía que... no sé.Que le estabas...

—Sí, ya lo sé —dijo él. Y, entonces,empezó a hablar con una voz nueva,como si imitase al muchacho fugitivo—:«Racista, me ha pegado».

Ahora sí que se me escapó la risa. Él

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hizo una mueca muy simpática, comodiciendo: «Ya se sabe, la vida es muydura para estos tipos».

— ¿Vas... vas para fuera? —me dijo.

Era para partirse.

—Claro, hombre, ¿adónde voy a ir, sino?

Y salimos juntos a la calle.

—Me llamo Juan —dijo.

—Y yo, Carlota.

Los dos nos quedamos parados unmomento. No sabía si Juan pensaba que

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tenía que estrecharle la mano, peroconsideré que no pegaba. Más bienparecía que tenía que darle un beso. Porhaberme devuelto el monedero. Y por noser nada racista. Y por ser tansimpático. Pero, finalmente, no hicenada, como una tonta

— ¿Y qué haces? —me preguntó.

Y por un momento me pregunté si eracapaz de leerme el pensamiento, desaber que dudaba entre distintas cosas:darle la mano, darle un beso... Yentonces me di cuenta de que no, de queera tonta, de que me estaba preguntandoqué estudiaba.

—Primero de bachillerato.

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—Yo, segundo. Bueno, y también hagopequeñas investigaciones privadas.

— ¿Investigaciones privadas? —Mehabía dejado de piedra.

—A pequeña escala —dijo—. Bueno, ya veces a gran escala, porque me hevisto metido en unos líos... De hecho,mis amigos, los que me conocen, mellaman Flanagan.

— ¿Flanagan? ¿Ah, sí?

Estaba boquiabierta.

—Sí. Bah, es que me gustan mucho lasnovelas y las películas policíacas...

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—A mí sobre todo me gusta leer.

— ¡Ah!

Por la exclamación no parecía que leerformase parte de sus intereses másinmediatos. No me dio tiempo a decirnada; en seguida me preguntó:

— ¿Has visto Fargo?

—No.

¡Jo! En aquel momento habría dadocualquier cosa por poder hacer que elmundo diera marcha atrás y meterme enun cine a ver la peli. Me sentía comouna mema.

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— ¿Y has visto El juramento? —dijo,sin dejarse intimidar por mi ignorancia.

— ¿La de Jack Nicholson? —dije, conesperanza. Si se refería a esa peli,entrábamos en terreno conocido.

—Efectivamente.

—Sí. Sí que la he visto. Es laadaptación de una antigua novela deDürrenmatt, El juez y su verdugo. La leíen una edición antigua que tiene mimadre, que por algo es bibliotecaria.Era un libro buenísimo.

Bueno, como todos los suyos. Es un granautor.

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Me callé, avergonzada. Me iba a tomarpor una repelente insoportable.

Entonces disparó él:

—Y Nicholson es un gran actor, aunquea veces sobreactúa, haciendodemasiados gestos. ¿Sabes cuál megustó mucho? Shiner, con MichaelCaine, ¿la conoces? Caramba, MichaelCaine interpreta a un viejo mañoso quetiene un hijo y se le mete en la cabezaque su hijo sea boxeador, y en seguidase ve que el hijo es un pobredesgraciado, que no tiene ni mediabofetada y que nunca llegará a ningunaparte como boxeador, pero el padre sejuega todo lo que tiene, todo, porque éltambién es un desgraciado, arruinado y

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no tan importante como parecía alprincipio... Es cojonuda.

Me dije a mí misma que después deaquel discurso resultaría inverosímilque me considerase una repelente...

Vi con el rabillo del ojo un escaparaterepleto de carteras del colé y carpetasde plástico y me detuve delante deaquella papelería.

— ¿Adónde vas? —me preguntó.

—Aquí —respondí, muy explícitamente.

— ¿Aquí?

Parecía que estuviera en Babia y que

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una papelería le resultase más rara quesi me hubiera parado delante de lapuerta de una funeraria.

—Sí. Voy a comprar una libreta.

Pensé que quizá había llegado elmomento en que se despediría de mí.

Flanagan dudó unos segundos. Lo noté,pero en seguida se recuperó.

— ¡Ah! Pues entro contigo. Yo tambiéntengo que comprar un rotulador.

Era una papelería pequeña, de barrio.De las que tienen caretas de cartón paracarnaval y lápices de colores de marcasdel año de Maricastaña, y periódicos y

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algunos libros...

Detrás del mostrador había una señoramás bien gordita, con unas gafaspequeñas apoyadas en la punta de lanariz, sujetas con una cadena metálicaroja. Por lo que se veía, había llegado aesa edad en la que, según mi madre, yano ves lo suficiente para leer nirecuerdas dónde has dejado las gafas.Parecía amable.

— ¿Qué queréis, majetes? —nos dijo.

Un poco más amable de la cuenta. Hastaalgo empalagosa.

Me volví hacia Flanagan y le hice ungesto que quería decir «tú primero». Ya

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se sabe, yo soy muy educada.

—No, no —dijo él—. Pide tú.

—Quiero una libreta con las tapas rojas,cuadriculada y de espiral.

La señora se fue hacia una de lasestanterías y, cuando volvió a mirarme,llevaba en la mano tina libreta deespiral, pero con las tapas azules.

—No, no, señora. No la quiero azul, laquiero roja. ¿No tiene?

—Ay, sí, guapa. Qué cabeza tengo —dijo ella, volviéndose hacia laestantería.

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—La necesito roja porque la quiero paraescribir un diario sobre sexo: El diariorojo de Carlota.

Me pareció que Flanagan y la señora sequedaban de piedra. Tengo que decirque más la señora que Flanagan.

—Escribiré todo lo que descubra sobreel sexo y todo lo que se me ocurra —insistí, sin hacerme la estrecha.

—Ah, buena idea —dijo Flanagan, conun tono que parecía más adecuado paradar el pésame.

La señora aún rebuscaba entre laslibretas. A ver si resultaba que no lequedaba ninguna de color rojo.

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—Y escribiré lo que he aprendido hastaahora, lo que pueda aprender en elfuturo, lo que pienso, lo que hago...

—Tus experiencias —dijo Flanagan,que parecía más recuperado.

—Mis experiencias —admití, aunque noestaba segura de hasta dónde me podíanllevar, porque, de momento, misexperiencias eran más bien pocas.

—Mujer —respondió Flanagan—, si setrata de escribir lo que pienso, lo queimagino, lo que me gustaría, necesitaríadiez o doce libretas como ésta: unaenciclopedia.

Lo miré, interesada. Prosiguió.

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—Pero si tuviera que escribir misexperiencias, con media hoja tendríamás que suficiente.

¡Empatados!, pensé.

Como si nos hubiéramos dado una señal,miramos los dos a la señora, que noscontemplaba con expresión atónita porencima de las gafas y de unas cuantaslibretas con las tapas rojas en las manos.

Flanagan saltó: — ¿Y a usted qué leparece, señora?

Pensé que aquella mujer tan mayor —podía tener unos cincuenta años

— haría mucho tiempo que había dejado

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atrás las experiencias sexuales. A lomejor le daba una colleja, o a lo mejorle diría con aire de dignidad ofendida:«Niño, un respeto, yo no practico». Perome dejó con la boca abierta cuando dijo:

— ¿Que qué opino? Que me habéis dadouna idea fantástica: me quedaré unalibreta de éstas —y separó una— paramí, para escribir mis memoriassexuales.

Ahora éramos Flanagan y yo los que lamirábamos atónitos.

— ¿Es que aún se acuerda? —dijoFlanagan.

— ¿Cómo que si me acuerdo? A ver si

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te crees que ya no practico.

—Pues...

—Francamente —dije yo—, a mí meparecía que las personas mayores y elsexo no hacían buenas migas.

La mujer se arregló las gafas y merespondió, mientras dejaba encima delmostrador y delante de mí una libretaroja:

—Sí, claro, bonita, por eso nosapuntamos a cursillos de macramé y depunto de cruz, para tener algo en lo queocuparnos —dijo la mujer, con ironía.

—Perdone, no quería... —dije.

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—De eso sólo se jubila el que quiere —dijo la señora, con una sonrisa

—. Ya lo veréis con el tiempo.

—Sí... ¿Cuánto le debo por la libreta?

La mujer dijo un precio que a Flanagandebió de parecerle razonable, porquesaltó:

—Por ese precio, deme una a mítambién. Roja, idéntica. Una libreta paraescribir relatos eróticos. Me parece queyo también escribiré mi diario... esto...rojo.2

—Muy bien —dijo la mujer,despidiéndonos—. ¡Nos espera mucho

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trabajo!

Salimos de la papelería con las libretasen las manos.

— ¿Crees que te podría llamar si tengoalguna duda o si no se me ocurre nadaque escribir? —me preguntó.

—Bueno, sí... Claro.

— ¡Ah! ¿Tienes un bolígrafo o unrotulador?

Me quedé parada. ¿No había entradoconmigo a comprar uno? Se lo recordé.

—Ah, sí, sí, ahora voy, bueno, no, da lomismo, déjame el tuyo, o sea, espera...

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Saqué un rotulador de la cartera y se loalargué.

—Toma, toma.

Él abrió la libreta y destapó elrotulador.

— ¿Cómo te llamas? Carlota ¿qué más?

—Carlota Terrades.

Y le di mi número de teléfono.

Flanagan lo apuntó y, después, siguióapuntando sus coordenadas.

—Y yo... Juan Anguera.

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—Será mejor que apuntes Flanagan.

—Ah, sí, Flanagan. Je, je.

Lo apuntó todo y me devolvió elrotulador.

—O sea que se trata de llenar esto desexo, ¿eh? Bueno... Espero que no lolean mis padres. Bueno...

—Pues yo espero que sí lo lean. Quizáasí sabrán qué me preocupa y nosentenderemos mejor —contesté.

Nos despedimos con gestos dubitativos.No sabíamos muy bien cómo hacerlo. Yyo volví a quedarme con las ganas dedarle un beso.

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Cuando llegué a casa, al entrar en mihabitación y ver la foto de Koert dentrodel cajón de la ropa interior, el holandésse me incrustó en el cerebro otra vez.¡Qué asco!

Me dije a mí misma que podía —quería— darle una oportunidad: la última. Sino la aprovechaba, lo dejaba.

Marcos aún no había llegado, papátampoco. Asalté el teléfono,contraviniendo todas las órdenespaternas de ahorro: estaba decidida allamar a Koert. Ya me las arreglaríaluego para justificar la llamada antepapá.

La mano que marcaba el número no

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temblaba, pero tampoco tenía laconsistencia habitual. Estaba floja,intimidada. Respondió una voz femeninaen una lengua ininteligible. En inglés, lepregunté si podía hablar con Koert.

—Hold on, picase —dijo. Y, actoseguido, gritó—: ¡Koert!

Me dio la impresión de oír su voz comosi viniera de muy lejos. A lo mejorsolamente me lo estaba imaginando.

La persona del teléfono dejó el aparatoy se alejó.

Esperé unos segundos que duraronhoras.

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—He's not at home —dijo la vozfemenina.

¿Que no estaba en casa? ¿Seguro? ¿O alo mejor no quería ponerse porque lehabían dicho que preguntaba por él unaextranjera?

—Thanks —respondí. Y colgué elteléfono colgando también,definitivamente, mi historia con Koert.

Más tarde, me sentía como ese postreque se compone de un helado de natacon chocolate caliente por encima:aliviada por haber tomado una decisióny hecha polvo por haber cortado conKoert. ¿Cómo era posible sentir a la vezdos emociones contrarias?

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Llamé a Mireya para comentarle lasúltimas noticias y mi estado de ánimo.

—Al fin y al cabo, nadie había dichoque tuviera que durar eternamente,

¿no? —dijo ella.

Tengo que admitir que tenía razón.

Y, como el tiempo todo lo cura, unosdías más tarde ya no me sentía tandividida en dos sentimientoscontradictorios. Había recuperado mienergía, las ganas de escribir el diariorojo y, con ellas, el recuerdo deFlanagan.

CAPÍTULO 2

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LA PUBERTAD

3 de febrero

Por fin, estreno la libreta roja paraescribir mi diario rojo. El diario deamor y de sexo. Escrito así, en unalibreta de espiral, da un poco de risa yno impresiona mucho, pero cuando lohablo con los demás —sobre todo conlos mayores—, me hace sonrojar.Tendré que hacer un esfuerzo parasobreponerme a la vergüenza porque, sino, no sacaré nada en claro de este líoque es la sexualidad.

No sé si Flanagan se habrá puesto manosa la obra o no. A lo mejor ha mandado

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el proyecto a la porra y ya no se acuerdade nada. O a lo mejor sí que escribe eldiario rojo. Y, de ser así, ¿qué estarápensando en estos momentos? ¿Quizá lomismo que yo? A saber...

Tengo tantas dudas, tantas lagunas porrellenar, que creo que, si lo consigo, unasola libreta me resultará insuficiente;necesitaré unas cuantas docenas.

Declaro:

1.

Que escribiré las respuestas a todas lasdudas que tenga yo... y también misamigas, cosa que me obligará a leerlibros o —mejor que mejor— a

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preguntar a personas más entendidas quenosotras.

2.Que escribiré mis experiencias y lasde otras personas.

—Eso será si te damos permiso nosotras—se ha rebotado Mireya cuando haleído el segundo punto.

— ¿Y no me lo dais?

Mireya, Elisenda y Berta se miran,levantan las cejas y resoplan. No pareceque lo tengan muy claro.

Jo, pienso, a ver si sólo voy a poderponer lo que me pase a mí... Pues voybien, porque no se puede decir que mi

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vida sexual sea muy animada, extensa ybien documentada...

Mis amigas han terminado elconciliábulo y me miran con los ojosentreabiertos.

—Estamos de acuerdo. —Me perdona lavida Mireya, y añade, con sorna

—: Tienes nuestra bendición.

— ¿Por dónde vas a empezar? —pregunta Berta.

—Por la regla —contesto yo, conseguridad.

— ¡Hala! —Dice Mireya—. Antes de la

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regla, tendrías que hablar de loscambios que notas en el cuerpo.

— ¡Oye, sí! Empiezas a crecer a loancho.

—Y se te pone el culo como el CorteInglés...

— ¿Cómo qué?

—En plan gran superficie.

Nos reímos todas con el chiste.

— ¡Y te salen pelos por el cuerpo!

—Sí, pero menos que a los chicos, ¿eh?Sólo en los brazos, en las piernas, en las

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axilas y... —Berta se calla sin sabercómo llamar al espacio que hay entre laspiernas.

—En el sexo —digo yo, muy puesta enmateria.

Las demás saltan, no tan técnicas:

—En el chumino...

—En la conchita...

Y nos partimos de risa al oírnos.

—Y te empiezan a crecer los pechos —dice Berta, entre carcajadas.

—Como melones —dice Mireya, que

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opina que los suyos son demasiadograndes.

— ¡No empecemos! —protesto.

No quiero ni volver a pensar en la épocaen la que Mireya entró en la pubertad ysu cuerpo empezó a cambiar a todapastilla y con una cierta exageración:desarrollo de los pechos, de las caderas,de las nalgas... Y

Mireya empezó a coger manías. Se veíagorda, comía poco y sus amigasteníamos miedo de que terminaraanoréxica. Afortunadamente, la tutoradel curso se dio cuenta y nos dio unacharla explicándonos por qué, a laschicas y a las mujeres, se nos acumula la

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grasa en los pechos, las caderas y laspiernas. Sin esos almacenes de grasa, lahumanidad no habría subsistido: con laprimera hambruna, ninguna mujer habríapodido sacar adelante un embarazo. Alfinal, las explicaciones de la tutora y lavitalidad y las ganas de reír de Mireyapudieron más que la talla de la ropa, yvolvió a comer con normalidad.

—O como mandarinas. —Se ríe Mireya,señalando los míos.

¡Es verdad! Siempre he creído que mispechos se han quedado demasiadopequeños.

—Unas tanto y otras tan poco. Eso sí,grandes o pequeños, si te los aprietan

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fuerte, duele.

—Tendría que haber una camiseta con ellema « ¡Territorio delicado!».

Todas nos meamos de risa, menosElisenda, que nos mira y hace un gestotriste, muy teatral.

—No sé de qué os quejáis... Aquí laúnica que tiene derecho a lamentarse soyyo. ¡Miradme!

La miramos, pero no hace falta; yasabemos lo que vamos a ver. Una chicacon cuerpo de niña pequeña. Es muy,muy delgada. Bajita, aún no ha dado elestirón. Ni tiene pecho, ni tiene caderas.Conserva la cintura recta. Parece una

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niña y nosotras, a su lado, casiparecemos sus hermanas mayores...aunque sólo nos llevamos un año.

— ¿Cuándo, queréis decírmelo?¿Cuándo me llegará a mí la pubertad?

—Ya lo sabes, según Badía, la pubertadpuede empezar entre los ocho y loscatorce años, y termina hacia losdiecinueve o veinte.

—Pues para mí, ya va siendo hora, ¿no?A veces me parece que no voy a crecernunca —se sulfura Elisenda.

—Mujer, tiene sus ventajas —diceBerta.

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— ¿Ah, sí? ¿Cuáles?

—No te salen granos —suspira la otra,que, en estos momentos, tiene unaconcentración de granos rojos y saltonesen la barbilla.

— ¡Ni puntos negros! —exclamo yo, quede vez en cuando me encuentro algunoen la punta de la nariz y me lo quito... ya veces, de tanto apretármelos, me dejola nariz como una alcachofa.

—Y eso sin contar que parece que vayasen una montaña rusa —dice Mireya,dándole un puntapié a una chapa decerveza.

¿Montaña rusa? Las demás la miramos

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sin saber a qué se refería.

—Vaya, chicas, no me digáis que no lonotáis. Un día te despiertas muy bien. Debuen humor, con ganas de hacer cosas, temiras al espejo y crees que no estásnada mal, te ríes por cualquier cosa yhasta tus hermanos te parecen simpáticosy ocurrentes...

— ¡Es cierto! Y otros días estás en unpozo sin fondo, la vida es una birria, elespejo te dice que eres la más fea delmundo, te echarías en la cama y noharías más que escuchar música y, comomucho, te levantarías solamente paraestrangular al imbécil de tu hermanopequeño... con el mayor no te atreves —añade Berta.

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—Sin contar que hace tiempo que tuspadres han caído del pedestal donde lostenías. Ahora les ves todos losdefectos... y ninguna virtud.

¿Y todo eso es culpa de la pubertad?,nos preguntamos, boquiabiertas.

—Se lo preguntaremos a Badía. Él,como profe de ciencias, seguro que noslo sabe explicar.

Badía está dispuesto a responder anuestras preguntas.

—Todo eso se debe a la pubertad, esdecir, a la maduración de vuestroscuerpos. Estáis pasando de ser niñas a

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convertiros en adultas.

—Algunas... —interrumpe Elisenda, demal humor.

—Ya te llegará el momento, Elisenda,ya te llegará. Pues sí, todo, desde losbajones que os hacen llorar durantehoras hasta los granos, pasando por todolo demás, es consecuencia de loscambios hormonales de vuestro cuerpo.Vuestros ovarios han empezado aproducir estrógenos, que son lashormonas femeninas...

— ¿Hay hormonas masculinas?

—Sí, la testosterona. Y las chicastambién tenéis un poco de testosterona.

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Esa hormona es la responsable del velloen las piernas, en los brazos...

Ajá, me digo; ésa es la que Flanagantendrá en cantidades industriales.

— ¡Jo! Se la podrían quedar solamentelos chicos y ahorrárnosla nosotras, ¿no?

—Mujer... No creas, cada hormona tienesu función y, por lo tanto, suimportancia. No os conviene renunciar ala pequeña dosis de hormonasmasculinas que os corresponden.Además, es la precursora de losestrógenos...

— ¿Qué significa «precursora»?

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—Significa que prepara la llegada delos estrógenos y por ello también esnecesaria en el cuerpo femenino.

— ¡Háblanos de las hormonasfemeninas, venga, Badía!

— ¡Venga! Los estrógenos viajan por lasangre y son responsables de loscambios que experimentáis, incluso delos que tienen lugar en el interior devuestro cuerpo y que, por lo tanto, noveis.

— ¿Por ejemplo?

—El crecimiento mamario, el desarrollode los genitales externos e internos, elcrecimiento de los huesos largos, la

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maduración de las células que hay en losovarios desde el nacimiento, es decir,los folículos...

— ¿Los tenemos en los ovarios desdeque nacemos? ¿O sea que yo también lostengo? —pregunta Elisenda.

—Claro, como todas las niñas. Bueno,pues desde que la pubertad estáavanzada, cada veintiocho días más omenos, uno de los ovarios libera unóvulo que va a parar al útero.

— ¿Y así toda la vida?

—No, toda la vida no. Más o menoshacia los cincuenta años, los ovariosdejan de producir estrógenos y de

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liberar óvulos. Si el momento en queempieza el proceso de liberar óvulos sellama pubertad, el momento en que sedetiene su producción se llama...

—... menopausia.

—Mi madre dice que ya la tiene —explica Berta.

— ¿Hay más cambios producidos porlos estrógenos? —pregunto. Me interesacambiar de tema; no quiero que nospongamos a hablar de la menopausia.Ahora mismo no tengo mucho interés poralgo que pasará dentro de un montón deaños.

—Sí. Los estrógenos son los

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responsables de que las glándulas de lavagina segreguen una sustancia blanca ygelatinosa que sirve como protección ylubricación.

— ¿Algo más?

—Hummm... Sí. La piel expele unagrasa producida por las glándulassebáceas. Por eso durante la pubertadnotáis el pelo más graso y os salen másgranos.

— ¡Qué asco! —dice Mireya,examinándose una mecha de pelo quetiende a pegajoso, hay que reconocerlo.

Luci, nuestra tutora, que pasa pornuestro lado y nos ha oído, mete baza.

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—Eso tiene solución: lavarse el pelomás a menudo y con un champú especial.

— ¿Y los granos, qué? ¿Tú crees quetienen solución?

—No tocarlos con las manos sucias. O,mejor aún, tocarlos más bien poco ylavarse la cara con agua y un jabón pocoalcalino o algún producto de farmaciaespecial para los granos.

La miramos con un punto deescepticismo.

Ella pasa un kilo de la poca confianzaque demostramos y sigue:

—También es importante intentar comer

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equilibradamente, evitando losalimentos muy grasos y consumiendomás fruta y verdura.

— ¡Jo, qué aburrimiento!

—De todos modos, tampoco hace faltaque os obsesionéis demasiado: cuandohayáis llegado al final de la pubertad,todas esas preocupacionesdesaparecerán.

— ¡Vaya! ¡Qué peso me quitas deencima! —dice Berta, que está bastanteorgullosa de su pelo.

—Lo que nunca podrás dejar de lado esla higiene, ya sea del pelo o del cuerpo,especialmente del sexo —dice LUCÍ.

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—Y todavía con más motivo si tienes laregla —añado.

—Lo que no entiendo es cómo sabenuestro cuerpo que tiene que empezar lapubertad.

—Le avisa el hipotálamo, una especiede reloj situado en el cerebro,encargado de poner en marcha laproducción de hormonas.

— ¡Qué listo!

—Efectivamente.

Más tarde volvemos a sacar el tema asolas.

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— ¿Habéis entendido todo lo que nos haexplicado Badía?

—Yo no he entendido lo de la gelatinablanca que segrega la vagina —

dice Elisenda.

Las demás nos reímos.

—Se llama flujo —explico.

—La primera vez que te lo encuentres enlas bragas, no te asustes; significa quepronto te vendrá la regla.

—Yo no he entendido qué significa quesirva de lubricación.

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—Ni yo.

—Mi hermano lubrica el motor de sumoto. — ¿Y para qué lo hace?

—Le pone grasa para que ruedesuavemente y las piezas no se estropeen.

—Caramba, pues no entiendo qué tieneque ver todo eso con nuestra vagina.

—Como si fuera un motor. ¡Ja, ja! —Yome encargaré de descubrirlo —

digo.

INFORME 1

Efectivamente, hablar de sexo no resulta

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fácil. Todas hemos podido hablar sintapujos de los cambios físicos denuestro cuerpo e incluso hemos podidoconfesar los cambios bruscos de humorque desesperan a amigos ydesconocidos, pero ninguna de nosotrasha mencionado las sensaciones queexperimenta el cuerpo. Yo, por lomenos, las tengo —

no puedo negarlo— y creo que todo estoestá relacionado con la pubertad.Algunas de las sensaciones que tengo:A.

Me interesan los chicos muchísimo másque cuando tenía diez años, por deciralgo.

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B.

Cuando un chico me gusta mucho, elcorazón me late más de prisa, me lío unpoco cuando le hablo, a veces me pongocolorada y me parece que me tiemblanlas piernas.

Cuando un chico me gusta un montón,tengo ganas de tocarlo, de que me toque,de darnos un beso... de los que te lopegan todo, como dice Marcos, o sea, unbeso con lengua.

C.

Si finalmente pasa y el chico y yo nosabrazamos o, aunque no pase, sólo conque esté viendo una película en la que

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los protagonistas se dan un beso detornillo o, todavía más bestia, sin quepase nada, sin ver nada.

Solamente con que me imagine unacaricia o un beso de un chico que megusta, noto que se me endurecen lospezones, siento unas cosquillasagradables en el sexo y noto que lasbragas se me humedecen. O sea que estodel sexo es la hostia, porque te puedesexcitar si te tocan, si ves a alguien quese toca —y esto ya es lo más

— o si te lo imaginas. Así que el sexono sólo está entre las piernas, sinotambién en el cerebro. E. ¿Es posibleque la humedad de las bragas tenga algoque ver con la lubricación.

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CAPÍTULO 3

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LOS GENITALES

5 de febrero

Aprovecho que tengo la tarde libre parados cosas. La primera, esencial para mítranquilidad espiritual, es desterrar delcajón de la ropa interior la foto deKoert. Cada vez que abro el cajón y leveo mirándome con sus ojos azules, meprovoca en el pecho un terremoto demagnitud ocho. Si he decidido cortarcon Koert, tengo que protegerme detanto movimiento sísmico y la soluciónpasa por desterrar la fotografía. Miprimera idea es romperla, pero me da unpoco de pena. Decido concederle la

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amnistía y, simplemente, encerrarla enuna caja de zapatos llena de bolas deNavidad que hay encima del armario.¡Ya no volveré a verlo! Espero que, conel tiempo, hasta consiga olvidar que estáahí.

Lo segundo que hago es darle unempujoncito a mi diario rojo. Hoy haréun estudio monográfico de los genitales.Aparentemente es un tema que nos hanenseñado más de una vez, siempre quenos dan un cursillo de educación sexual.Pero no es cierto: sólo nos daneducación reproductiva, nos hablan denuestros órganos internos —ovarios,útero...—, de la menstruación y delembarazo. ¿Por qué parece que la

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sexualidad vaya unida únicamente a lareproducción? Ésa es otra pregunta quetendré que plantear.

ESTUDIO MONOGRÁFICO 1:GENITALES

Nuestros genitales, a diferencia de losde los chicos, están algo escondidos.Como están escondidos, ¿es que sonmisteriosos? A mí me parece que no,pero tendré que preguntarlo. Demomento, creo que tiene ventajas:

A.

Porque no debe de ser muy cómodollevar algo colgando entre las piernascomo los chicos, es decir, tener pene.

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B.

Tiene que ser todavía más incómodo queesa cosa que tienen entre las piernas seponga tensa cuando se excitan, es decir,cuando tienen una erección y los deja enevidencia.

C.

porque tener en el exterior las dosbolitas donde se acumulan losespermatozoides, llamadas testículos, esun punto débil evidente: si se dan —oles dan— un golpe, los chicos ven lasestrellas.

En cambio, las chicas tenemos losgenitales recogidos, cosa que los hace

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más cómodos de llevar y menosvulnerables.

¿Desventajas? Hummm... Sí, alguna.

A.

los chicos los tienen tan a mano que, yadesde pequeños, saben que son chicos.A las chicas nadie nos dice qué tenemosentre las piernas y, como no es fácil dever, tardamos mucho en descubrirlo.

B.

los chicos pueden entender másrápidamente y mejor la relación entresus sentimientos sexuales y su respuestagenital. Si tienen una erección, les es

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fácil relacionar su pene erecto con loque piensan o lo

C.

que sienten en ese momento. A laschicas nos cuesta mucho más, porque lasmodificaciones no están a la vista.

¿Me atreveré a preguntarle a Flanagan sies una lata o no eso de llevar losgenitales colgando? Claro que a lomejor no se lo ha planteado nunca. Loschicos parecen tan satisfechos de esepedacito de carne que tienen entre laspiernas...

He encontrado un dibujo, que copioaquí:

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Luego cojo un espejo y me examino losgenitales para ver si tengo todo lo que,según el dibujo, hay que tener.

Por la tarde viene a casa mi primaMercedes. Cuando le cuento que hoy porprimera vez me he visto los genitales, se

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horroriza.

— ¡No es posible! —grita.

—Claro que es posible —le digo. Por lacara de alterada que pone, a lo mejor secree que me he vuelto una contorsionistade circo. Se lo explico—: Me hesentado despatarrada y me los he miradocon un espejo de mano.

Mercedes abre tanto los ojos que se lepone cara de huevo frito.

— ¡Eres una marrana! ¡Eres una guarra!

Ahora sí que me quedo hecha polvo.

—Una marrana, ¿por qué?

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No entiendo por qué tiene que estar malmirarse una parte del cuerpo yconocerla. Estoy segurísima de que nopuede ser cierto. Al contrario, meapuesto el dedo meñique a que es buenotener conciencia del propio cuerpo.

—Niña, ¿no te lo ha dicho nunca tumadre? El culete delantero ni se mira nise toca —responde Mercedes.

— ¿El culete delantero? El culo sólo lotenemos por detrás; delante tenemos elsexo.

—Eso no se dice.

—Pero ¿por qué no?

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No llegamos a ponernos de acuerdo. Ensu casa nadie habla nunca de sexo y estáprohibido mirárselo o tocárselo. Cuandotienen que referirse a él, lo llaman «elculete delantero». ¡Qué cosas más raras!

En mi casa, en cambio, ni mi madre nimi abuela son tan remilgadas, aunquetampoco hablan del tema muy a menudo.

6 de febrero

—En mi casa hacen como si no existiera—nos cuenta Berta—. La máximainstrucción sexual que he recibido porparte de mi madre fue:

«Berta, ¿sabes cómo se hacen losniños?». Y yo respondí: «Sí». Y mi

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madre contestó: «Vale, pues muy bien».Y aquí se terminó la conversación.

— ¡Muy profunda!

—Sí, sobre todo muy informativa.

—A mí, mi madre solamente me avisóde que me vendría la regla y que teníaque ponerme compresas.

— ¡Genial!

—Venga, déjanos ver tu estudiomonográfico sobre los genitales. A lomejor aprendemos algo.

—Primera cuestión, muy importante:todas tenemos la nariz distinta, el pelo

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distinto, las piernas distintas...

—Y el sexo distinto —acaba Mireya,que ya ve por dónde voy.

—Exacto. Al parecer, hay mujeres conunos labios menores tan pequeños que nise ven y otras que, al contrario, lostienen muy grandes. Los colores tambiéncambian mucho: marrón o rosa o rojo ovioleta...

—O sea que no vale lo de pensar: «Ay,seré diferente de todas las demás;seguro que soy anormal».

—Más o menos. Me parece que lo quehay que decir es: «Soy distinta de lasotras porque cada persona tiene sus

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propias características que ladiferencian de las demás personas».

— ¡Y menos mal! ¿Os imagináis quefuéramos todas hechas en serie?

— ¿Te refieres, por ejemplo, todashechas con el molde de Barbie?

— ¡Qué asco! —gritamos todas—. Esaanoréxica, estúpida y presumida.

—Es mucho mejor que todos seamosdistintos. Es más divertido y másinteresante.

—Venga, pasemos a la segunda cuestión—se impacienta Elisenda.

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—El conjunto de nuestros genitalesexteriores se llama vulva.

— ¡Eso ya lo sabíamos! —diceElisenda.

—Muy bien, lista, pues si quieres mecallo.

— ¡Noooo! Sigue, por favor.

Hago una mueca y sigo hablando.

—Primero están los labios mayores, queson como una especie de repliegue quese cierra. Los labios mayores tapannuestro sexo.

—O sea, como una boca, pero en vez de

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ser horizontal es vertical, ¿no?

—observa Elisenda.

— ¡Vaya! Tienes razón —admito.

—No había caído hasta ahora —diceMireya.

—Vale, pues si con los dedos retiráis unpoco esos labios externos, llegáis a loslabios internos o menores, que, por laparte de arriba, se unen en el clítoris. Yel clítoris, que es un órgano sexual muysensible, está recubierto por una especiede caperucita...

— ¿Roja? —dice Mireya, en broma.

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—O violeta, o marrón, o rosa... —digoyo.

—Por debajo del clítoris está la uretra,que sirve para mear. Y un poco másabajo está la entrada de la vagina, quesirve para tener relaciones sexuales ypara que salga el bebé en el momentodel parto.

— ¡Caramba! ¿Os parece muy normalque por ese agujero tan pequeño tengaque pasar la cabeza de un niño?

Todas nos miramos consternadas.

—Francamente, a mí me parece que lavagina tiene un tamaño más relacionadocon el pene que con un niño.

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—Creo que tiene una gran capacidad dedilatación, o sea que se puede llegar adar mucho.

—Será eso...

— ¿Y el himen? ¿Vosotras sabéis quées?

—No —admito—; eso no lo heencontrado.

Mireya tiene información.

—El himen es una membrana pequeñitaque, en algunas chicas, tapa la entradade la vagina.

— ¿La tapa completamente? —pregunta

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Elisenda.

— ¡Anda ya! ¿Cómo la va a taparcompletamente? Entonces no podríasalir la sangre de la regla.

—Sí, es verdad —dice Elisenda. Y sequeda un rato callada, como si estuvierapensando. Al final, pregunta—: Y elclítoris, ¿para qué sirve?

Berta, Mireya y yo nos miramossonriendo con sorna.

Elisenda se cabrea.

— ¿Me lo vais a decir o no?

Decidimos, sin palabras, marear un

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poco la perdiz.

—Eres demasiado pequeña.

— ¡Imbéciles! —grita. Y se vacorriendo, amenazándonos—: Lobuscaré en el diccionario.

La dejamos a su aire.

Unos minutos más tarde reaparece con eldiccionario entre las manos y con carade no entender nada.

—La verdad, es imposible entenderlocon lo que ponen aquí.

—Lee, lee —le pedimos.

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—«Órgano eréctil femenino...» —Sedetiene para preguntar—: ¿Qué significaeréctil?

—Viene de «erección».

— ¿Nosotras también tenemoserecciones?

Todas nos miramos. Me encojo dehombros.

— ¡Yo qué sé! ¿Os creéis que he nacidoenseñada?

—Pues apúntatelo y lo investigas. Laque está escribiendo el diario rojo erestú.

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—Hecho. Venga, sigue leyendo.

—«Clítoris —vuelve a empezarElisenda—: Órgano eréctil femeninosituado en el ángulo anterior de lavulva.»

— ¿Y ya está? —pregunto.

Elisenda asiente con la cabeza.

—O sea, dice qué es y dónde está, perono para qué sirve —digo yo, atónita.

— ¡Eh! Busca pene, a ver qué pone.

—«Pene: órgano masculino eréctil quesirve para la cópula...» ¿La qué? —

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pregunta Elisenda.

—Para la relación sexual.

—«... y para la micción», que tampocosé qué significa.

—Para mear —le aclaramos.

—Vaya —concluye Elisenda—, nosdicen para qué sirve el pene, pero nopara qué sirve el clítoris.¡Discriminación!

Meneo la cabeza y le digo que no. Queno se trata de una discriminación de lasmujeres.

— ¿Ah, no?

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—No. Es una discriminación del placer.Tanto el pene como el clítoris sirvenpara proporcionar placer. Y eso no loexplican ni en el caso del pene ni en eldel clítoris.

— ¿Y para qué más sirve el clítoris? —pregunta Elisenda.

— ¿Cómo que para qué más?

—Me refiero a que, si el pene sirve paramear y...

—Pues el clítoris no sirve para nadamás. Una maravilla, ¿no?, ¡tener unbotoncito que sirve únicamente para elplacer!

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—A lo mejor los que han escrito eldiccionario no lo saben.

— ¡Hala, tía! ¿Cómo lo van a ignorar? Alo mejor es que quieren esconderlo; quenosotras no lo sepamos...

—Apunta, Carlota, también tienes quedescubrirlo.

Por la noche le mando un mensajeelectrónico con mis dudas a tía Octavia.Seguro que ella me las resuelve.

7 de febrero

La respuesta de Octavia hadesembarcado en mi buzón electrónico.La leo hacia las diez de la mañana;

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como es sábado me he levantado mástarde. Como es sábado, no tengoobligaciones que me hagan ir de culo.

Como es sábado, a lo mejor podríaintentar conectar con Flanagan...

Asunto: dudas sexuales

Texto: Querida Carlota:

Antes de ponerme a trabajar en unanovela que estoy escribiendo, intentaréresolver tus dudas. Sí, el clítoris es unórgano eréctil, es decir, que tieneerecciones. O, expresado de otro modo,es un pedacito pequeñito de carne muyimportante para su función. Cuando unachica está sexualmente excitada, la

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sangre se acumula en el clítoris, queaumenta de volumen y se endurece,como pasa con el pene. El clítoris es elorigen del placer sexual femenino,aunque también la vagina, los pechos ytodo el cuerpo participan de este placer.

La lubricación, por la que también teinteresas, es una manifestación más deexcitación por parte de la chica. Lavagina segrega un flujo que la humedecey facilita la cópula, es decir, que el peneentre suavemente en la vagina.

Pero ojo, porque para que la relaciónsexual sea satisfactoria, no es suficientecon la lubricación, el clítoris tiene quehaber aumentado de volumenconsiderablemente. Y eso a menudo

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requiere más tiempo que la erección delos chicos jóvenes, que es casiautomática. Pero el tiempo no es uninconveniente; al revés, es una ventaja,porque permite prolongar el contactocon el otro. La única pega suele ser laprisa de los chicos. Hay que enseñarlesa ir despacio.

Los órganos sexuales femeninos estánmuy bien protegidos, como bien dices,pero eso no tiene nada de misterioso. Loque pasa es que todo lo que tiene quever con la sexualidad femenina, desde laregla hasta el parto, pasando por esosórganos replegados en el interior,siempre ha sido una fuente de sorpresapara el hombre que, en la prehistoria,

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siendo incapaz de interpretarcorrectamente estos hechos, les atribuíasignificados mágicos generalmentenegativos. Me preguntas por qué seasocia sexualidad con reproducciónsexual. Comentas que a menudo en lasclases de educación sexual os hablan delembarazo o que en el diccionario seomite la función del clítoris. Todo tieneel mismo origen.

Una forma de pensar, afortunadamenteya relegada por mucha gente, queconsidera el sexo algo sucio, indecente,impuro... Hace tiempo —y aún hay quienlo considera así— la Iglesia católicasolamente aceptaba la relación sexual sise daba dentro del matrimonio y si tenía

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el objetivo de procrear, es decir, detener hijos. Actualmente, cada vez haymás gente que piensa que el sexo essano, bueno e interesante siempre que sepractique entre personas adultas que loconsientan libremente. Eso no quita que,a menudo, la gente se sienta incómodacuando tiene que hablar de la sexualidady prefiera centrarse en el aspecto que leresulta más fácil de abordar: el de lareproducción, que no tiene las mismasconnotaciones morales negativas. Poreso el diccionario da dos de lasfunciones del pene pero no dice quetambién sirve para el placer. Y

explica dónde está y cómo es el clítorispero no dice nada de su única función.

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Y, por último, el himen. Como biendices, es una membrana que en general,pero no siempre, se encuentra a laentrada de la vagina. Tiene un agujero omás de uno por donde sale la sangre dela regla y por donde, normalmente,puede entrar un tampón higiénico. Estamembrana, muy fina, puede romperse alhacer deporte o con las caricias. Cuandose rompe, sangra un poco. Otras veces,sin embargo, esa membrana esinexistente, o existe, pero es tan flexibleque no llega a romperse. Nada más.Espero haber conseguido aclarar tusdudas. Un beso, Octavia

Imprimo el mensaje electrónico parapoder enseñárselo a mis amigas. A mí

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me ha quedado todo muy claro, esperoque a ellas también.

CAPÍTULO 4

LECCIONES EN UN PARQUE

Pegué el mensaje de Octavia en milibreta roja y lo releí. Al terminar, mequedé colgada. Podría decir que colgadadel diario, pero no sería cierto.

Me quedé colgada de una reflexión:¿qué estaría haciendo Flanagan?

¿Estaría escribiendo el diario o no? Dehecho, no había tenido narices paracontarles a mis amigas que había un tíoescribiendo el diario rojo desde su

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punto de vista, o sea, desde el de loschicos. Y no me había atrevido quizápor miedo a hacer el ridículo yexplicarles algo que terminaría por noser verdad. Porque no estaba segura deque Flanagan siguiera con la intenciónde hacerlo. No me parecía un chico condemasiada tendencia a escribir susexperiencias...; creía que seguramenteera un poco como todos, poco dado a lainteriorización, poco dado a lasreflexiones sobre las relacionespersonales. A lo mejor se lo habíapropuesto como fruto de la exaltacióndel momento —que hay que reconocerque había sido divertido— pero quizáluego, al llegar a casa, se habíadesanimado.

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Y me daba rabia sólo pensar en esaposibilidad. Porque tenía que confesarque me apetecía volver a verlo y eldiario era una excusa fantástica. Y teníaque admitir, también, que el deseo desaber algo de él se había intensificado apartir del momento en que había«castigado» a la foto de Koert.

No podía estar tan colgada. Tenía quesalir de dudas. Estaba dispuesta allamarle. Le llamaría. Le llamaba. ¡Ya!

¡Comunicaba! ¡Qué rabia!

Decidí esperar unos minutos para darletiempo a terminar de hablar, pero mientusiasmo irreprimible me llevó aintentarlo treinta segundos más tarde. Y,

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mira tú por dónde, ya no comunicaba.

Fingí una voz rara. No quería que mereconociera.

— ¿Flanagan?

—El mismo. Diga.

—Verá, tengo un problema y necesito undetective.

— ¿Cómo se llama?

—Tengo un loro que hasta hace poco eramuy educado, pero de repente haempezado a decir guarradas y me hacepasar malos ratos, porque todos mishermanos y hermanas son curas o

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monjas. Le quiero contratar para queaverigüe quién ha sido el sinvergüenzaque le ha enseñado esas cosas al loro.

— ¿Cómo? ¿Dice que es «un loro»?

¡Ay! No me había reconocido. Recuperémi voz normal para decirle:

—Juan, no te mosquees, soy Carlota.

—Caramba.

— ¿Te has enfadado?

—No, no... Lo que pasa es queprecisamente te estaba llamando.

¡Qué bien! Eso sí que era una buena

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noticia.

— ¿En serio? ¡Qué coincidencia!

— ¿Para qué me llamabas? ¿Sólo paragastarme una broma?

—No, no. Es que... He pensado que, site apetece, podemos quedar. El otro díaestaba agobiada y casi ni te agradecí lodel monedero. Llevaba la pasta ganadacon el sudor de mí frente a base deencargarme de niños llorones einsoportables algunas tardes. Aún no mela había gastado toda.

— ¿Me estás invitando? —Sí.

— ¿A qué? ¿A bogavante? ¿A caviar?

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Ese tío era para partirse. Me hacía sentirmuy bien reírme con él.

—Una cerveza y vas que te matas. Siquieres, luego vamos a una pescadería yel caviar y el bogavante los vemos en elescaparate.

Esperaba que dijera algo, pero me dejóseguir a mí. Y dije:

— ¿Cómo lo hacemos? ¿Vienes o voy?

¡Uf! ¿Cómo le habría sonado esa frase?¿Le habría parecido descarada?

Respondió volando, como si le hubierandado un pinchazo en el culo:

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—Voy.

— ¿Te suena un bar que se llama Qué-sueño-tan-dulce?

—No, pero si me das la dirección loencontraré. Si puedo pescar a uncorruptor de loros, también puedoencontrar un bar sí sé su nombre y ladirección.

Le di los datos y quedamos en una horaaquella misma tarde, que por algo erasábado y teníamos nuestro tiempo.

¡Jo! ¿Qué me pongo?, me pregunté. Fui ala habitación, abrí el armario y meprobé sucesivamente los pantalones decintura superbaja que me permiten

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enseñar las bragas, la falda supercorta ysuperestrecha, la falda larguísima negrade tela arrugada, unos vaqueros viejos yagujereados, un top dos metros porencima del ombligo, una camiseta demangas anchas por las muñecas, unacamisa blanca de algodón...

Aún iba en bragas y sujetador sindecidirme por nada cuando entróMarcos en mi habitación. Miró elmontón de ropa de encima de mi cama ysoltó un silbido de admiración.

— ¡Novio a la vista!

—Calla, imbécil —le dije,persiguiéndolo por el pasillo para queme devolviese el top mini, justo el que

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había decidido ponerme, finalmente ytras tantas dudas. Y mientras loperseguía, por el camino me di cuenta deque Marcos tenía razón en una cuestiónfundamental: Flanagan me interesaba. Sino, no habría dedicado tanto rato de mivida a elegir la ropa. Esa venasolamente me daba en vistas de una citacon un chico atractivo.

Marcos me devolvió el top sin dejar detomarme el pelo con la historia delnovio. Tendría que hacer todo lo posiblepara que él y Flanagan no se conociesen.¡Tener hermanos para eso...!

Flanagan había llegado al Qué-sueño-tan-dulce antes que yo. El bar tenía unapinta muy distinta a la que suele tener

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los días de cada día, al salir de clase.Estaba repleto de viejos y viejas decuarenta o cincuenta años, vestidos contéjanos, tomando gin-tonic y charlandosin parar. Las mesas de mármol estabanllenas de novelas, folios escritos yposavasos con garabatos de losrotuladores inquietos de todos aquelloscharlatanes. El único elementoinvariable del escenario era la neblinablanca que provoca el humo de tantoscigarros encendidos. Era un local defumadores, incluso a veces olía a algomás que tabaco: a marihuana; de ahí levenía el nombre.

La mirada de Flanagan cuando me quitéla parca y me senté a su lado me hizo

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pensar que la elección del top habíasido acertada.

—Vaya, qué guapa estás —me dijo.

¡Guau! El corazón se me puso al galope.Para disimular le conté el incidente quehabía tenido al pasar por delante de unasobras.

—Hace diez minutos me lo han dicho deun modo mucho menos agradable.

— ¿Qué te han dicho?

—Que si mi culo fuera un barco, seharían marineros...

Flanagan se echó a reír.

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Hummm. ¿Le daba risa esa gilipollez?Se notaba que no era él el que tenía queaguantar la mirada de un tío diciéndoteeso mientras se pasa la lengua por loslabios y te mira con los ojos comomáquinas de rayos equis para adivinarel color del sujetador. Hice como queme ponía seria y, con voz de señoritaRottenmeyer, le dije:

—La mayor parte de esos «piropos» sonagresivos y lo único que hacen esreflejar la idea de que las chicas nosomos más que objetos sexuales.

No es para tomárselo a risa.

A Flanagan se le pasaron las ganas dereírse volando. Tan volando que se

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atragantó con la cerveza y terminóescupiéndola encima de la mesa.

—Podría haber muerto —se justificó,con cara de mosquita muerta.

Entre la salida de líquido por la boca,como si fuera una manguera furiosa, ysus explicaciones, no podía aguantar lasganas de reírme. Las carcajadas erancada vez más estruendosas. Me animétanto que moví las manosdescontroladamente y, ¡zas!, sin querervolqué mi vaso. Más ruido, más líquidosensuciando la mesa y el suelo del bar.

El dueño del local nos lanzó una miradade odio tan profundo como el GranCañón del Colorado. Pensé que nunca

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más volvería a dejarme entrar... y voyallí a menudo con la gente de mi curso.Había llegado el momento de pirárselas.

— ¿Y si nos largamos?

—Sí, será mejor, antes de que nosamorren al tubo de vapor de la cafetera.

— ¡Qué truculento eres! Vamos, aquí allado hay un parque.

A aquellas horas el parque estaba llenode niños y abuelos y skaters y jugadoresde petanca y ciclistas. Con evidentepeligro para nuestras vidas, nos pusimosa pasear por la zona pavimentada: en unmomento esquivábamos una pelota contrayectoria directa al occipital de

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Flanagan, después el trayectovertiginoso de un skater decidido apasar por encima de mi pie derecho,luego a un ciclista temerario que secreía Eddy Merckx. Entretanto, íbamoshablando de las clases, de nuestrosprofesores, de los estudios... Lo másdivertido eran las anécdotas de losprofesores.

— ¿El Aspersor? —preguntó Flanagan.

—Sí, le llamamos el aspersor porquecuando habla distribuye perdigones a sualrededor.

Flanagan, entre risas, me dijo:

—Podríais alquilárselo al ayuntamiento

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para que lo paseara por los parques yjardines y los fuera regando.

Flanagan chutó una piedra y me contóque en su clase tenían uno al que habíanbautizado como el Sádico, porquesiempre que tenía que hacer preguntasdifíciles escogía a las chicas más guapasde la clase, como si se divirtierahaciéndolas sufrir.

—Un día le había hecho una preguntasobre el asesinato de Julio César a laloca de María Gual y ella contestó queno hablaría si no era en presencia de suabogado cuando...

La trayectoria de un balón rabioso cortósus explicaciones. Esta vez parecía

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dirigido a mi occipital. Me volví hacialos bestias que jugaban al fútbol.

— ¡A ver si os fijáis un poco! —grité.

—Vámonos de aquí —dijo Flanagan—.Esto es un campo de minas.

Le señalé un punto elevado del parque,lejos de todos aquellos deportistastemerarios.

— ¿Vamos allí arriba? Hay césped.

Flanagan me tiró del brazo.

—Subamos por aquí. Llegaremos antes.

Y me cogió de la mano para ayudarme a

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trepar al margen y ahorrarnos todo elcaminito, que daba mucha vuelta. ¡Guau!Mi mano dentro de la suya llegó a unatemperatura muy elevada, próxima a laignición, diría yo. Ojalá no me soltaseen una hora, en todo el día, en un año...

Me soltó. ¡Jo!

La zona de césped era tranquila. Elúnico deporte que allí se practicaba, sinque tampoco fuera nada del otro mundo,eran los besos de tornillo.

Unas cuantas parejas l tumbadas en elcésped se estaban entrenando.

Otra pareja —él con bigote y ella con elpelo largo, rubia de bote—

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llegaban a la vez que nosotros, pero porel caminito.

— ¿Te parece bien aquí? —pregunté.

—Perfecto.

Y nos sentamos, muy formalitos, uno allado del otro. A un palmo de distanciaentre él y yo. Me hubiera gustado moverel culo para acercarme más, pero mehabía quedado de piedra, como si nopudiera moverme. A lo mejor seacercaría él... Pues no, no se acercó.

El del bigote y la rubia de bote se sentóun poco más allá de nosotros y, como elterreno hacía pendiente, los teníamos alos pies, como si nosotros estuviéramos

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en platea y ellos en el escenario. Sehabían situado cerca de unos arbustosmuy oportunos, que los hacían invisiblesa las demás parejas del césped.

— ¿Qué me decías de tu profe aquel?¿Que siempre le pregunta a una amigatuya? —empecé, retomando la otraconversación, porque me sentía un pocoincómoda y no sabía cómo rellenar elsilencio.

—Sí. Ah, sí, a María Gual.

—Claro, como a ti te gusta, la defiendesdel ogro —dije, para ver si esa carga deprofundidad me aclaraba si Flanaganestaba solo o no.

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— ¡Qué va! María sabe defendersesólita.

—Pero ¿sales con ella?

—No, no, con ella no.

¿Con ella no?, me dije. ¿O sea, con otrasí?

Esperé un poco a ver si seguía. Y siguió.

—La chica con la que salgo no va a miinsti...

Ay, estaba claro que tenía que salir conalguien...

— ¿Cómo se llama? —pregunté.

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—Nines. Es... bueno, da lo mismo.Últimamente, la cosa está algo fría...

Mejor, pensé.

—A mí me pasa lo mismo —dije.

—Ah, ¿tú también sales con alguien?

—No lo sé exactamente. Koert esholandés. Nos conocimos este verano enLondres, donde yo iba a unos cursos deinglés y él participaba en unoscampeonatos de natación. Fue unarelación intensa. Luego, a partir devolver cada uno a su país, chateábamosbastante y usábamos el correoelectrónico muchísimo; pero pornavidades estuvimos un tiempo sin

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escribirnos y ahora —aquí dudé unosinstantes: no sabía si contarle la peleaque nos había llevado a un callejón sinsalida. Una pelea por culpa de micarácter explosivo y del suyo... pocotolerante. Al final pensé que no queríaentrar en detalles—, ahora tengo lasensación de que la relación ha decaído.

Habíamos estado hablando sin mirarnos,más interesados en contemplar nuestraspropias manos arrancando brotes decésped. Me parece que levantamos lamirada los dos a la vez y hacia el frente,y vimos que la pareja del escenario sehabía puesto a morrearse con ganas.

Tragué saliva. Seguro que Flanagantambién lo había visto, pero no dijo

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nada. Me esforcé en hablarle mirandohacia otra parte, pero, no sé por qué, misojos volvían hacia aquella pareja deamantes una y otra vez.

—El caso es que los dos tenemos aalguien —dije.

—Bueno, ahora que nos conocemos,nuestras parejas respectivas tendrán quesufrir en silencio.

Lo había dicho en coña, claro, pero apesar de todo el corazón me dio unvuelco.

—Ja, ja. Tú has visto muchas pelis dedetectives duros.

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—Era una broma, pero lo que quierodecir es que, aunque tengas pareja, ymás a nuestra edad, puedes encontrar aotras personas con las que te sientas agusto, ¿no? —Sí.

Me habría gustado añadir: como mepasa a mí contigo. Pero no tuve narices.En vez de eso, dije:

—Pero tampoco hay tantísima gente quete atraiga, ¿no?

—No, no, claro que no.

La pareja del escenario iba a lo suyo. Semorreaban como si de ello dependierasu vida. Él había metido la mano pordebajo de la camiseta de ella y le

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manoseaba los pechos. La mano de larubia había desaparecido dentro delpantalón de él. Desde la platea elespectáculo era... interesante. Resultabainevitable hacer algún comentario.

— ¡Caramba! —dijo Flanagan en vozmuy baja, para no molestar a los actores.

Me acerqué a él para oírle mejor.

—Sí... Caramba. Vaya, vaya —dijetambién en voz muy baja, cosa queprovocó que Flanagan se acercase.

— ¿Qué se hace en una situación comoésta? ¿Irse para no molestar?

—No... Ellos se han instalado después

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de nosotros. Si nos vamos, a lo mejor secreen que nos han ofendido.

Flanagan calló durante unos segundos y,finalmente, dijo:

—Entonces, ¿nos quedamos y tomamosnota? Para el libro rojo, ya sabes...

Decidí seguirle el rollo. Bajé aún más eltono de voz y acerqué más la cara a lade Flanagan:

—Sí, hombre, y hacemos dibujos y nosacercamos y les pedimos por favor quevayan más despacio porque, si no, nonos da tiempo de hacer bien el croquis.

Los dos nos echamos a reír.

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Estábamos tan cerca...

Nuestras miradas se cruzaron uninstante.

En el fondo de los ojos de Flanagan seveía brillar un destello. ¿Era deseo?¿Sentía lo mismo que yo? ¿Le apetecíaun beso de tornillo de esos que cortan larespiración? ¿Algo más?

¿Y si todo eran imaginaciones mías? Alfin y al cabo estaba la tal Nines...

Eso. Eso, Nines, me dije a mí misma,como excusa para no dar el primer paso.Él tampoco dio ninguno; se levantó.

—Venga, vamos, que se van a creer que

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nos estamos riendo de ellos.

—Tienes razón.

Salí del parque sin ganas y, en cambio,muerta de ganas de... de algo conFlanagan.

Y pasamos el resto de la tarde en un barcutre delante de una birra contándonoshistorias personales. Como siquisiéramos meter en una lata los hechosmás relevantes de nuestras vidas paraque el otro se los tragase de golpe y serecortase la distancia entre los dos.Porque, francamente, qué lástima debeso de tornillo desperdiciado en elcésped...

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Por la noche me llamó Mireya.

— ¿Se puede saber dónde te habíasmetido? Llevo toda la tarde intentandolocalizarte y nadie sabía dónde estabasni ion quién. ¿Qué es tanto misterio?¿No me dirás que Koert ha volado desdeHolanda para verte y por eso hasdesaparecido sin dejar rastro?

Me fue de maravilla que se le hubieradisparado la conversación, porque asíno tuve que contarle nada. Despisté. Demomento no me apetecía hablarle deFlanagan... ni siquiera a ella, mi mejoramiga.

— ¿Sabes qué te digo? —Me soltó alfinal de la conversación—. Que me

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parece que estás muy rara: o hashablado con Koert o has conocido a unonuevo.

No dije ni que sí ni que no, ya teníasuficiente trabajo manteniéndome conlos pies en el suelo porque, de hecho,sentía la piel de mi cuerpo frenéticacada vez que pensaba en Flanagan. Mesentía... como una aspirina efervescente.

¡Qué lástima no haber dado el primerpaso en aquel césped!

Y justo entonces me di cuenta de que nisiquiera le había preguntado si estabaescribiendo el diario rojo. A no ser quepudiese interpretar el comentario quehabía hecho sobre tomar apuntes y hacer

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esquemas de la rubia de bote y el delbigote en plena faena como confesión deestar escribiéndolo... Para despejar elinterrogante me vería obligada allamarle y preguntárselo.

CAPÍTULO 5

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LA REGLA

9 de febrero

Decido que la regla es un tema cómodopara hablar con mi madre. Le disparo lapregunta cuando la veo sentada en elsofá leyendo un libro.

—Mamá, ¿podemos hablar de la regla?

Levanta la vista del libro y me miracomo si me faltasen no uno, sino treshervores.

— ¿La regla? ¿A estas alturas? Si yahace tiempo que la tienes...

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Me siento a su lado.

—Sí, claro. Lo que me gustaría es unaexplicación... ¿Cómo lo diría...?

Científica. Eso es.

— ¿Y qué te ha dado ahora con la regla?¿O es un trabajo para la clase deciencias?

No tengo tiempo de contestar porque nosha interrumpido el timbre de la puerta.Voy a abrir. Es la abuela Ana.¡Fantástico!, ella también puedeayudarnos.

— ¿Tú aún tienes la regla? —lepregunto, mientras vamos hacia el salón.

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La abuela se ríe.

—No, hija, no. Hace siglos que llegué ala menopausia.

— ¡Qué suerte! Ni dolores de barriga, nicompresas, ni tampones... —

protesto yo.

—Desde ese punto de vista, tienesrazón. Pero todas las épocas, todas lasedades, tienen sus aspectos positivos ysus aspectos negativos.

La abuela y yo entramos en el salón.

— ¿Qué pasa? —Le pregunta la abuela amamá—. ¿Te ha empezado a faltar la

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regla?

—No —dice mamá, sorprendida—.¿Por qué lo dices?

—Porque Carlota quiere saber si yotodavía la tengo.

Mamá le cuenta que precisamentecuando ha llamado a la puerta estaba apunto de escuchar de dónde salía miinterés repentino por ese tema.

—Estoy escribiendo un diario rojo.

Las dos me miran como si bajara deMarte.

— ¿Ya no recordáis el violeta, o qué?

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—Claro que sí —responden a la vez.

Y la abuela añade:

—Un diario donde recogías la situaciónde la mujer en el mundo actual y lasdiscriminaciones que aún existen...

—Pues éste, el rojo, es un diario sobrecuestiones sexuales y sentimentales.

Mamá y la abuela se miran un instante ysonríen.

— ¡Excelente! —Dice la abuela—. Esuna gran, gran idea.

—Venga, pues ayudadme a escribir elcapítulo de la regla. A ver, empecemos

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por el nombre. ¿Por qué se llama así?

—Se llama así porque se da con unacierta regularidad. Es un nombre queproviene del latín: regula, una barra demadera o metal.

— ¿Regularidad? ¿Cada veintiochodías, como pone en los libros?

—No siempre —dice mamá—. Yo,ahora, por ejemplo, la tengo cadaveinticinco días. ¿Y tú, Carlota?

—A veces tarda treinta días, a vecestreinta y dos y otras veces veintisiete.

—O sea, no se puede decir que siemprepase el mismo número de días de una

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regla a otra, ¿eh?, pero sí podemos decirque hay una por cada ciclo menstrual —aclara la abuela.

—Vale. ¿Y qué es el ciclo menstrual?

—El ciclo menstrual es el tiempodurante el cual el cuerpo de la mujer seprepara para acoger un óvulo fecundado.Empieza el primer día de la regla ytermina el día antes de que empiece lasiguiente.

—Se termina y vuelve a empezar —suspiro.

—Exacto —dice mamá—. Como uncírculo, de esa palabra griega provienela palabra «ciclo».

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—Y todo ciclo gira alrededor de uno delos muchos óvulos pequeños quetenemos en los ovarios. El óvulo encuestión madura durante la primera partedel ciclo. Mientras tanto, la mucosa delútero se prepara (el revestimientointerior se vuelve más grueso) paraservir como nido en el caso de que elóvulo llegue a ser fecundado. Al cabode unos catorce días, el óvulo maduro esexpulsado a través de la trompa...

— ¿La trompa? —pregunto, sin saber sila abuela me toma el pelo o va en serioque tenemos una trompa en el cuerpo.

—Las trompas de Falopio —aclara ella.

Humm, pienso, ahora que lo menciona...

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Las recuerdo vagamente.

Quizá he empezado por el final; quizádebería haber hecho un estudio denuestro aparato reproductor.

—Tenemos una en el lado izquierdo yotra en el lado derecho, conectada conel ovario de esta parte.

—Perfecto: el óvulo es expulsado através de la trompa. ¿Y?

—Y entonces se produce la ovulación:el óvulo recorre toda la trompa (uncamino que dura entre cuatro y seis días)hasta llegar al útero.

—Cuando el óvulo llega al útero

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permanece allí unos días, esperando aser fecundado por un espermatozoide —dice mamá, levantando las cejas, comopara subrayarlo más aún—. Ése es elmomento en el que una mujer es másfértil. O sea, durante esos días, si existeun contacto sexual, la mujer tiene másposibilidades de quedarse embarazada.

—Pero en cambio, cuando tienes laregla no te puedes quedar,

¿verdad?

—Es mucho más difícil, pero no esimposible. El embarazo se producesiempre que un espermatozoide se topacon un óvulo...

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—Puede suceder que losespermatozoides que han entrado en unmomento en el que no hay ningún óvulose mantengan vivos más días de lo queacostumbra a ser normal y terminen porfecundar el óvulo...

—Y a veces en un mismo ciclo puedenproducirse dos ovulaciones...

¡Glups!, pienso, qué fácil es quedarseembarazada; hay que tomarprecauciones, evidentemente.

—Y hasta la primera vez que una chicatiene relaciones sexuales puedequedarse embarazada —añade mamá. Ylo digo porque existe el mito de que laprimera vez no se queda nadie. No es

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verdad, ahora ya lo sabes.

La abuela toma la palabra.

—Pero si el óvulo no es fecundado,unos catorce días más tarde, se fundecon la mucosa del útero y juntos seevacúan por el cuello de éste hasta lavagina, al tiempo que se activanuevamente la secreción de hormonasreiniciando todo el proceso.

—Es decir que la regla es el óvulo nofecundado mezclado con la mucosa delútero, ¿no?

—Sí. Y esa hemorragia es muy variablede una chica a otra, no sólo por los díasque dura, sino también por la cantidad

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de sangre que se pierde.

—Y el ciclo menstrual lo controlan lashormonas que ha puesto en marcha elhipotálamo.

— ¡Ah, sí! Una especie de reloj denuestro cerebro.

—Más o menos. La progesterona, latestosterona y, la más importante, losestrógenos, encargados de desarrollarlos pechos...

—Pues mis estrógenos no parecen estarmuy atentos —me quejo, una vez más, demis «mandarinas».

—... del despertar de la sexualidad, de

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hacer que tengas la primera regla...

—De convertirte en mujer, como diría laabuela Isabel —digo, con un poco desorna.

La abuela Ana salta como un gato.

— ¡Ni hablar! Tener la primera regla esun momento importante, pero no teconvierte en una mujer automáticamente.Hay que vivir y crecer y tenerexperiencias para convertirse en unamujer. Del mismo modo que, por elhecho de no volver a tener la regla, dehaber llegado a la menopausia, no dejasde serlo. Con menopausia incluida,sigues siendo una mujer de pies acabeza, lo único que pasa es que ya no

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puedes quedarte embarazada.

—Los prejuicios... —suspira mamá—.Ese prejuicio deriva de la idea de que elúnico objetivo en la vida de una mujeres tener hijos.

La abuela se echa a reír.

—Siempre ha habido un montón deprejuicios y tabúes unidos a la regla.Aún más cuando yo era joven; ahora yano hay tantos.

— ¿Cuáles, por ejemplo? —pregunto.

Mientras mamá se levanta y va hacia elordenador, la abuela me lo cuenta.

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—La mayoría de tabúes y prejuiciosprovienen, como pasa siempre, de laignorancia. La humanidad siempre hatemido la sangre. Que la mujer perdiesesangre una vez al mes resultaba un hechoinexplicable y mágico para nuestrosantepasados. Por eso consideraban a lasmujeres seres impuros mientras durabala regla e incluso unos días más tarde.

—Escuchad —dice mamá, que, por loque se ve, ha estado investigando enInternet—. Es un fragmento del AntiguoTestamento, concretamente del Levítico.Dice así: «Y cuando una mujer tengaflujo de sangre, y su flujo esté en sucarne, siete días estará apartada, ycualquiera que la toque será impuro».

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—Es decir, que durante los siete días dela menstruación, las mujeres tenían quemantenerse apartadas porque eranimpuras —dice la abuela—. Aún hayquien piensa que cuando se tiene la reglano pueden tenerse relaciones sexuales.

— ¿Y no es verdad? —pregunto.

—No. No pasa nada si las tienes. No esun acto sucio, ni desagradable.

Además no impide sentir placer.

—Ni hay peligro, por ejemplo, deinfecciones; la medicina ya hademostrado que la sangre menstrual esestéril, o sea, sin impureza alguna —aclara la abuela.

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—Otra cosa distinta es que no teapetezca —añade mamá, mientrasacompaña la frase con un gesto queindica claramente que ya va siendo horade cenar.

10de febrero

Le propongo a Mireya y compañía quehagamos una encuesta para reunir tabúessobre la regla.

— ¿Por qué no preguntamos también aqué edad les vino? —dice Elisenda, queestá muy preocupada por lo que ellaconsidera su retraso.

Estamos todas de acuerdo. A ver quénos dicen.

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11 de febrero

Aprovecho la tarde libre de estemiércoles para buscar algún libro quetenga un esquema del aparatoreproductor para estudiarlo. Está tanescondido que, aunque quisiera, no melo podría ver con un espejo.

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ESTUDIO MONOGRÁFICO 2: ELAPARATO REPRODUCTOR

Éste es el dibujo del aparatoreproductor que he encontrado en unlibro de sexualidad que me ha dejadomamá.

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Ya veo qué son los ovarios, pero hetenido que buscar de qué tamaño es,porque no me hago una idea concreta.Son más o menos como una almendra.¡Vaya! ¡Qué pequeños! Y mira que enellos caben un montón de óvulos...

También veo cómo son las trompas porlas que viajan los óvulos. Ese viaje —laovulación— lo noto muchos meses; notocomo un pinchazo en uno de los lados, yahora sé que es porque el óvulo madurose desprende, recorre las trompas yacaba en el útero.

He leído que, a lo largo de su vida, unamujer tiene entre trescientos y quinientosciclos. ¡No está mal! Compresas,tampones... Qué montón de celulosa

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utilizamos mes tras mes.

Viendo el dibujo, me pregunto cómo esposible que el óvulo fecundado no secaiga por el cuello del útero si, encambio, por ahí es por donde sale lasangre. Leyendo el texto lo entiendo: elcuello del útero es un agujerito muypequeño por el que solamente puedesalir líquido, o sea, la regla. En cambio,en el momento del parto, el cuello delútero se dilata, esto es, se ensancha,para que pueda salir el bebé.

Realmente, el cuerpo humano es unamáquina muy ingeniosa.

Subo a casa de Laura a buscar másinformación. Hasta ahora siempre he

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usado compresas, pero he decidido que,en adelante, quiero probar los tampones.Me parece que son más prácticos. Estoysegura de que ella, que me lleva años deventaja — ¡tiene más de veinte!—,podrá ayudarme.

—Y, para mí, son más higiénicos —diceLaura cuando entro en su habitación.

— ¿Por qué más higiénicos?

Laura se encoge de hombros.

—No sé, me da esa impresión, pero haygente que opina lo contrario.

A mí me gustan más que las compresasporque hacen que te sientas seca todo el

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rato. Además, son más cómodos porqueno se mueven y no se notan si llevaspantalones.

— ¿Algún inconveniente?

Laura se lo piensa.

—Uno, pero sólo las primeras veces:hay que aprender a ponérselos.

— ¿Me enseñas?

Laura y yo vamos al cuarto de baño.

—Antes hay que lavarse las manos —dice.

Luego coge una caja de tampones, saca

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uno y lo desenvuelve del papel que loprotege. El tampón queda a la vista.

—Éste es de los que llevan aplicador —dice, señalando los dos cilindros decartón de distintos diámetros.

— ¿No lo llevan todos?

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—No. Hay algunos que tienen queempujarse con el dedo. También estánbien y, además, tienen la ventaja deocupar muy poco espacio.

Pero yo prefiero éstos porque son más

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fáciles de poner.

— ¿Y cómo lo haces?

—Es fácil, pero tienes que estar muyrelajada porque, si no, contraes losmúsculos y el tampón no entra. Por esocuesta un poco las primeras veces. Poreso y porque no conoces tu anatomía.Así que respira hondo, saca todo el airey relaja el cuerpo.

—Vale.

—Separa un poco las piernas y lasflexionas, como si te agachases parahacer pis. O, si no, levanta un poco unapierna, por ejemplo poniendo el pie enel borde de la bañera o sobre el bidet.

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Laura hace el gesto para enseñármelo yluego vuelve a incorporarse.

—Ahora separas los labios mayores conlos dedos y colocas el cilindro másgrande, donde está el tampón, en laentrada de la vagina. El cordón cuelgapor dentro y se ve por el otro lado.Empujas el cilindro pequeño.

Laura va empujando el cilindro delantede mis narices, hasta que todo el tampónqueda descubierto.

— ¿Ves el tampón? Si nos lohubiésemos puesto, esto es lo quequedaría en el interior de la vagina.

Lo observo. No es muy grande.

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— ¿Seguro que esto puede contener lahemorragia?

—Claro: va absorbiendo la sangre y seva hinchando. Pero tienes quecambiártelo tan a menudo como tecambiarías una compresa.

— ¿Podría olvidármelo dentro?

—Es posible y resultaría peligrosoporque, si se quedase dentro muchosdías, terminaría originando unainfección. Pero no es probable que te loolvides, porque la cuerdecita entre laspiernas te lo recuerda.

Mientras salimos del baño y vamos a lacocina a tomar un té, Laura me explica

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que es muy importante la dirección en laque empujo el tampón.

—La vagina está un poco inclinada,pero sólo un poco. Lo más importante,por lo tanto, es que lo dirijas hacia laespalda, y no hacia el ombligo. ¿Lo hasentendido?

—Creo que sí. Ya te lo diré cuando lointente.

12 de febrero

Hoy, por fin, una llamada breve deFlanagan —me ha dicho que tenía queayudar a sus padres, pero no me hadicho a qué— me ha aclarado que sí,que está escribiendo su diario rojo.

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Luego me he dedicado a pasar al mío lostestimonios que hemos encontrado enrelación con la regla.

TESTIMONIOS 1

•MARÍA P. (3.° ESO): Aún no me havenido. ¡Snif! Mi abuela no la llama laregla, sino «estar malita» o «estarindispuesta».

•GLORIA E. (1.° bachillerato): Me vinoa los trece años. Mi abuela lo llama«tener el mes». Y mi madre, que la havisitado «la tía María».

•PILAR J. (6.° EP): ¡Ya la tengo! Miabuela está convencida de que cuandotienes la regla no puedes hacer

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mahonesa porque se corta.

•MARTA C. (2.° bachillerato): Me vinoa los doce años. En mi casa nadie tienemanías con eso de la regla.

•BERTA A. (2.° ESO): Me vino a losonce. Mi abuela dice que, cuando tienesla regla, no te puedes bañar, porque sete puede retirar; mi madre me ha contadoque eso es una tontería.

•TERESA E. (4.° ESO): Me vino a lostrece años. Mi madre dice que cuandotienes la regla no tiene que enterarsenadie.

•CARLA S. (3.° ESO): Me vino a losdoce años. Mi madre, cuando le viene,

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dice que «ya está aquí la Pepa». ¡Yodigo que ya está aquí la plasta!

•ASUNCIÓN C. (1.° bachillerato): Mevino a los catorce años. Mi abuela diceque no tendría que llevar pantalonescuando tengo la regla, y yo le contestoque con los tampones no se nota nada.Ella está en contra de los tampones.

•ROSA M. (2.° ESO): Me vino a losonce años. La primera vez que la tuvemi madre me dio una nota para que notuviera que hacer deporte. El profe degimnasia me dijo que eso eran tonterías,y me preguntó si alguna vez había vistoque suspendieran un torneo de RolandGarros porque una tenista tenía la regla.Tuve que admitir que tenía razón.

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•INMA P. (2.° ESO): Aún no la tengo.Mi abuela dice que cuando una mujertiene la regla no puede hacer pasteles,porque no suben, pero yo he visto a mimadre haciéndolos —aunque la tenga—y sí que suben.

•GEMA B. (4.° ESO): Me vino a losdiez años, o sea, un siglo antes que atodas mis amigas, pero ¡qué le vamos ahacer! Mi madre me dijo que intentasevivirlo del mejor modo posible, que noes una enfermedad sino un hecho naturalen la vida de las mujeres.

•PATRICIA C. (en ESO): Me vino a losdoce años y no me molesta, pero...

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¡¿sería mucho pedir que hubiera papelhigiénico en los servicios del instituto?!

CONCLUSIONES:

1.

Cada chica tiene la regla a una edaddistinta, entre más o menos los diez y losdieciséis años.

2.

Ha habido muchos prejuicios, tabúes ytonterías sobre la regla, y todavíaquedan algunos. Tenían razón mamá y laabuela.

3.

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Aunque no lo habíamos preguntado, ni lohemos apuntado, hemos constatado quela mayoría de chicas consideran la reglauna lata, pero no una desgracia terrible.Además, todas dicen que unos días anteso justamente durante los primeros días,les duelen los riñones o la tripa y sesienten más irritables o tristes.

Tendremos que preguntar qué significaeso.

CAPÍTULO 6

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UN ERROR EN EL CINE

—Hola, foca asmática.

—Cómprate un bosque y piérdete,microbio.

Mi querido hermano, que es más pesadoque una vaca en brazos, había abierto lapuerta de mi habitación y se habíacolado dentro.

—Además, majete, últimamente deasmática no tengo casi nada...

—Claro, ¡si estás enganchada alinhalador!

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—Ja, ja, ja. ¡Qué gracioso!

Bajé la cabeza para seguir escribiendo.

— ¿Estás escribiendo tu diario sobresexo?

Me quedé flipando en colores. ¿Quésabía ése sobre mi diario? ¿Habíaestado hurgando en mis cosas?

— ¿Has metido las manazas en miscajones? —dije, dispuesta a saltarledirecta a la yugular en el momento enque confirmase mis sospechas.

—Hummmm —dijo él, sin aclarar si sí osi no.

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Me controlé unos segundos más.

Marcos hizo un gesto divertido y, convoz de pillín dijo:

—Lo descubrí por casualidad. Estababuscando la grapadora... Como siemprete lo quedas todo en tus cajones... ¡Eresuna acaparadora!

No, si la culpa acabaría siendo mía,pensé.

—Y al abrir un cajón de tu estudiodescubrí la libreta roja...

—Claro —le interrumpí, con sorna—, yla libreta dijo: «Léeme, léeme».

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¿Verdad, guapetón?

Marcos se echó a reír.

—No. Pero no pude resistirme a latentación. Espera, no te enfades...

Antes déjame que te diga que mepareció una idea magnífica. Yo, de esodel sexo no tengo ni idea. Y cuando lepregunto a mamá, me dice que a mí melo tiene que contar papá, que ella ya telo cuenta a ti. Pero cuando le pido ayudaa papá dice que aún soy muy pequeñopara hablarlo... A lo mejor quiere darmecuatro pistas cuando cumpla los treinta.

No podía atacarlo porque me partía derisa con él. Y a mí, la gente que me hace

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reír, me roba el corazón. ComoFlanagan, ay...

—Así que he pensado —prosiguióMarcos— que, igual que me ayudaste amejorar mi sex appeal,3 ahora podríasinvolucrarte en mi educación sexual, queno me iría nada mal.

Si el pobre supiera que ya tenía bastantecon la mía.

Me lo pensé un ratito.

—Vale —le dije—, pero con unacondición.

— ¿Cuál?

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—Que no vuelvas a husmear en midiario. Dejaré que lo leas cuando lohaya terminado.

Pensé que, si era necesario, se lo daríacon las escenas personales recortadas.

—Hecho —dijo él—. Muchas gracias,hermana galáctica.

—De nada, plasta. Y ahora vete ydéjame trabajar.

Hummm. Qué peligro tenía mi hermano.¿Podía confiar en su palabra?

Porque, pongamos que escribía en eldiario una escena sexual propia —

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¿por qué no? Algún día tenía que llegar,¿no?— y él la leía... No me apetecíanada. Ni tampoco que supiera gran cosade la existencia de Flanagan... Tenía quecambiar de sistema. Las libretas deespiral no eran seguras. Tendríamos quepasar a escribir en el ordenador en undocumento de Word protegido concontraseña.

¡Qué fantástica excusa para ponerme encontacto con Flanagan!

Le mandé un mensaje electrónico.

Asunto: De Mata-Viva a Flanagan

Texto: Hola, Flanagan:

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¿Todos los detectives se llamanFlanagan? Pues a lo mejor todas lasespías se llaman Mata-Viva. De hecho,hubo una muy famosa —y bastanteestúpida, por cierto— que se llamabaMata-Hari. Yo me he permitidocambiarle un poco el nombre yadoptarlo. Tras una experienciadesagradable, he tenido una ideabrillante... De vez en cuando me ocurreeso de tener grandes ideas. Je, je. Pero,antes de contártela, necesito que medigas si tu correo electrónico es privadoo lo usan tu madre, tu padre, Pili(¿verdad que tu hermana se llama Pili?)y pongamos que hasta tu abuela. Sólo tecontaré por escrito lo que he pensado sies exclusivamente tuyo.

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Para tu tranquilidad, dado el tema quellevamos entremanos en la libreta roja:el ordenador de casa es de usocolectivo, pero tengo una cuenta decorreo que solamente abro yo.

Respóndeme rápido, por favor.

Dudé: ¿un beso?, ¿besos?, ¿un abrazo?

Al final le escribí lo que me pareciómás acorde con mi estado de ánimo:

Una megatonelada de besos, Mata-Viva

Antes de mandarlo, fui al menú delcorreo electrónico para activar laopción que pide que, cuando eldestinatario lo reciba y lo abra, mande

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una confirmación automática.

Cada dos por tres iba a comprobar micuenta de correo electrónico.

Nada. Flanagan no daba señales de vida.Me mordía las uñas.

¡Ya no podía más! Decidí llamar aMireya y confesar.

— ¡Ah! Así que yo tenía razón —gritótriunfalmente, tanto que no me habríasorprendido que hasta Marcos y papáestuvieran ya al corriente de mi historiacon Flanagan.

— ¡Chiist! No grites —dije,volviéndome, para ver si Marcos estaba

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sobre aviso. ¡No había críos en la costa!

— ¿Quién me va a oír, guapa? Si estoysola en casa... Y ahora, canta, canta: ¿esguapo? ¿Simpático?

—Hummm. Guapo... no sé qué decirte,pero simpático, el más simpático que heconocido en mi vida. Además, trabajade detective.

Me di la vuelta porque me pareció oír aMarcos. Pero no lo vi. ¡Falsa alarma!

— ¿De detective?

Se lo expliqué, pero no parecía muyinteresada. Lo estaba mucho más enotras cuestiones.

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— ¿Os habéis dado algún beso? ¿Oshabéis...?

Típica reacción Mireya. Se cree quetodas somos la rápida de Kentucky...Bueno, vaya, normalmente yo lo soy,pero no en aquel momento o a lo mejorno para todo. Le conté, por lo tanto, enqué punto de las aproximaciones nosencontrábamos.

—Oh —dijo, un poco decepcionada.Seguro que esperaba que le contase queme lo había comido con patatas.

Le conté mis neuras respecto a la norespuesta de mi mensaje.

—Pero ¿cuánto hace que se lo has

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mandado?

Lo comprobé en el reloj.

—Unos veinte minutos.

Gritó, indignada.

— ¿Veinte minutos? ¡Ni que fuera unsiglo! No tienes que hacer nada más queesperar. Ya te contestará.

Me tranquilicé.

La tranquilidad me duró unos minutos.Luego me impacienté. ¿Y si el mensajese había perdido en el limboinformático? A veces sucede queaparentemente has mandado el texto

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pero el receptor no llega a recibirlonunca. O a lo mejor Flanagan teníaactivada la opción de aviso en caso deque el emisor pida confirmación y habíaclicado la opción

«no quiero avisar al emisor». Esodemostraría mala voluntad por su parte.O demostraría que ya no quería sabernada de mí. O demostraría que queríahacerme sufrir. ¡Yo qué sé!

Cuando estaba a punto de tirarme de lospelos de desesperación,

¡tang!, entró en la bandeja de correo unmensaje. Era de Flanagan.

Asunto: de Flanagan a Mata-Viva

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Texto: en mi PC no hay ningún espía,aparte de ti misma. Puedes confiarme tussecretos, Mata-Viva. Soy una tumba y micorreo —que es mío y solamente mío—también.

Por cierto, yo sé por qué me hicedetective, pero tú ¿por qué te hicisteespía? 25 megatoneladas de besos.Flanagan

Flipé: me ganaba en veinticuatromegatoneladas. ¡Bien!

Le mandé un mensaje electrónico con elasunto: el diario secreto de Mata-Viva,donde le contaba el problema fraterno yel peligro de escribir las experienciassexuales en una libreta que podía coger

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cualquiera, y le proponía el cambio desoporte. De paso le contaba que mehabía convertido en espía de formasimbólica y transitoria para conseguirinformaciones sobre el sexo.

Aproveché para mandarle tambiénveinticinco megatoneladas de besos y unmontón de cosquillas en las axilas y elcuello.

La respuesta de Flanagan no se hizoesperar. Estaba de acuerdo en pasar lostextos a un documento de Word y queríatransformar la destrucción de laslibretas en un ritual entre los dos. Y meproponía una cita además de mandarmeveinticinco megatoneladas de besos y unmordisquito en la oreja.

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¡Gxsmsrbrsx! Tuve la sensación de querealmente me estaba mordisqueando laoreja. Se me erizó la piel de los brazosy se me endurecieron los pezones sólode pensarlo. ¡Aluciné! ¡Qué poder teníala mente! Sólo con imaginármelo ya losentía en mi propio cuerpo. A lo mejorpodría comprobarlo en mi propia piel enla cita que me proponía.

Le mandé rápidamente unacontrapropuesta para el ritual de quemarlibretas y acepté la cita para el díasiguiente, que era sábado. Comohabíamos quedado justo después decomer, teníamos un montón de horas pordelante. ¡Bien! Y, al final del mensaje,

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añadí un lametón en la punta de la nariz.Aunque no estaba segura del efecto quepodía tener un lametón. ¿Le gustaría aFlanagan o no?

Me pasé la tarde del viernes en unestado próximo al aislamiento autista.Ni Marcos ni sus tonterías conseguíanarrastrarme fuera de mí.

Sólo tenía neuronas para lo que pasabadentro de mi cuerpo y mi cabeza. O, másbien, mi cabeza iba por delante de micuerpo: cuanto más pensaba enFlanagan, en sus manos, en sus ojos, ensu voz, en su forma de hacerme reír, másganas tenía mi cuerpo de tenerlo cerca,

¡muy cerca! Y más pensaba que a lo

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mejor Flanagan no estaba en la mismaonda que yo, y más nerviosa me ponía ymás intenciones tenían de mandar aMarcos a hacer gárgaras. PorqueMarcos seguramente se olía algo —a lomejor mis visitas tan frecuentes alordenador lo habían puesto sobre aviso— y no dejaba de meter las narices enmi cuarto.

— ¿Te quieres largar, tío? —le dije laenésima vez que me molestaba.

— ¿Y qué le digo a Mireya? ¿Quécuelgue, que no te quieres poner?

—No, membrillo. Ya voy.

Claro. Tendría que haber imaginado que

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la curiosidad de Mireya estaba al rojovivo.

— ¿Qué? ¿Te ha contestado? ¿Cómohabéis quedado?

Ahora no podía echarme para atrás.Tenía que mantenerla informada de loque pasase con Flanagan. Ése era elpacto que teníamos desde hacía tiempo.

Intenté cortar la conversación lo antesposible, porque prefería estar a solascon mi cabeza.

Parecía imposible, pero llegó la tardedel sábado. Cogí mi libreta roja y medirigí a «nuestro parque» dispuesta apasar de los lametones y los

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mordisquitos digitales a los lametones ylos mordisquitos en tres dimensiones.

Cuando llegué él ya estaba allí; meesperaba en «nuestro» trozo de céspedcon el diario rojo en las manos. Esta vezlo tenía clarísimo: le daría un beso. Unbeso de amiga, claro, pero no meconformaría con un

«hola», ni con un apretón de manos.

Me acerqué decidida, con una sonrisa enlos labios y la cabeza ya un pocoinclinada para entrarle por la mejilladerecha.

No sé qué pasó porque fue en un abrir ycerrar de ojos —o, más bien, de labios

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—, el caso es que él también inclinó lacabeza, pero, en vez de hacerlo ensentido contrario, lo hizo hacia el mismolado, de forma que no nos dimos un besoen la mejilla sino que, sin querer,nuestros labios se encontraron y serozaron muy levemente. Fue un contactobreve y suave pero me dejóelectrificada. Fue como si una corrientede tres mil voltios saliera de sus labiosy llegase a los míos. Me quedé tanimpactada que me imaginé que él lonotaría.

Lo miré. Ponía cara de no haberse dadocuenta de nada: ni de mi estadoelectrificado ni del beso involuntario.Por eso no me sorprendió que fuera al

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grano.

— ¿Traes la libreta? —dijo.

Hice un esfuerzo por contestar connormalidad, como si, para mí, la libretafuera lo único importante del mundo.

—Sólo las páginas que tenía escritas;las he arrancado —expliqué mientrasabría la cartera y le enseñaba unascuantas hojas con la espiral hecha trizas.

—Yo he hecho lo mismo —dijo,mientras me enseñaba las suyas. Sólodos. Se notaba que tenía mucho menosrollo que yo.

Abandonamos el césped para situarnos

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al lado de una papelera e hicimospedazos las páginas y lanzamos dentrolos trocitos.

Yo no podía dejar de mirarlo. Era comosi sus ojos, su boca, sus cejas, su piel,me hubieran magnetizado. Me sentía unpoco burra, pero me lo comía con losojos. Él también me miraba. ¿Por qué?¿Le pasaba lo mismo que a mí? ¿Osimplemente se preguntaba si me habíaidiotizado?

— ¿Y esto es todo el ritual? —dije,haciendo un esfuerzo de superación.

—Bueno...

No parecía muy inspirado. A lo mejor

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quien no le inspiraba era yo.

— ¡Ya lo tengo! —Dije, para ver sirompía lo que me parecía un maleficio—. Podemos invocar a dos seresmíticos, Venus y Apolo...

— ¿Por qué?

—Hombre... Esos dos sabían un rato decuestiones sexuales.

— ¿Ah, sí? ¿Y tú crees que nos serviráde algo invocarlos? —preguntó, con unasonrisa traviesa.

¡Uf! Ya era hora...

—Quién sabe... —decidí tirarme a la

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piscina—, a lo mejor nos inspiran.

— ¿El diario rojo o la tarde? —preguntó él, aún más pillo que antes.

¡Glups! Casi me atraganto con mi propiasaliva, pero no dejé escapar la ocasión.

—Mejor la tarde.

La sonrisa de Flanagan me calentó elcorazón, aunque había empezado asoplar un viento helado. No pudecontener un escalofrío.

— ¿Tienes frío?

—Sí, muchísimo.

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Exageré un poco. A lo mejor meabrazaría para quitármelo y así yosaldría de dudas y sabría en qué puntoestaba él. Pero en vez de hacer nada,Flanagan dijo:

— ¿Quieres que vayamos a un sitiocerrado?

— ¿Por qué no vamos al cine?

—Muy buena idea. Ya te dije que megustaba mucho. ¿Te apetece ir a ver Unoso rojo? Es una policíaca buenísima.

—Venga, sí. ¿Dónde la ponen?

—En los mutaciones. No está muy lejosde aquí.

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Por el camino, el viento siguió soplandofurioso y, encima, se puso a llover.

Tenía tanto frío que me decidí.

— ¿Puedo meter la mano en el bolsillode tu anorak? Me he dejado los guantesy las tengo heladas.

—Por supuesto -dijo Flanagan, como sitener mi mano en su bolsillo fuera lomás normal del mundo. Con todo, notéque su nuez subía y bajaba con fuerza.Hummm.

La metí en el bolsillo. Moví los dedos.No había nada, excepto unas cuantas...¿migas?

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—Te diría que metieras la otra mano enel otro bolsillo, pero andarías un pocoincómoda.

Reí imaginándome la pinta quetendríamos.

—Pero puedo hacer algo más paracalentarte ésta.

Y con un movimiento rápido metió lasuya.

¡Ah! Notaba su piel contra la mía.Extrañamente caliente. No me moví niun milímetro. Él tampoco. Nosignoramos las manos respectivas —

como si no fueran nuestras— y

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caminamos mientras hablábamos de lapelícula. Flanagan me contaba quién erael director y por qué era tan buena.

Mientras tanto, nuestras manosempezaron también un diálogo. La míaacarició la suya. Su dedo índice sedisparó y, muy tieso, me hizo una cariciaen la palma, trazando un círculo con eldedo.

Me di cuenta de que ya no escuchaba susexplicaciones, sino que sólo tenía oídospara lo que se decía nuestra piel. Cerréla mano en el dedo de Flanagan y se loapreté muy fuerte.

Llegados a este punto, también Flanaganperdió el hilo de lo que estaba diciendo.

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—Es un... un...

-¿Eh...?

De repente, chocamos de frente con larealidad en forma de cola para comprarlas entradas. Nos pusimos a la cola conla precaución de seguir con las manosenlazadas dentro del bolsillo. Intentésacar el dinero de dentro de la carteracon una sola mano. Flanagan hizo lomismo. ¡Imposible! Necesitábamosambas manos para hacerlo, así que, aregañadientes, las sacamos al exterior.

Tenía la mano sudada y sobada. Sumano estaría igual.

Comprobamos en qué sala daban la

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película que nos interesaba.

—Dos entradas para la ocho —pidióFlanagan.

Nos dirigimos a la sala.

—Esto... —dijo Flanagan—> si quieres,puedes seguir calentándote la mano.

No tuvo que decírmelo dos veces. Volvía meter la mano en el bolsillo y, enseguida, él metió la suya, que envolvióla mía.

Otra vez estaba en la quinta luna.Íbamos por el pasillo, de camino haciala sala ocho, sin saber siquiera pordónde pisábamos; pendientes solamente

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de la piel que nos tocábamos y del calordel otro. Subimos la escalera comozombis. Y, justo antes de dejarnosabsorber por la oscuridad de la sala, nosmiramos el uno en los ojos del otro. Mepareció que Flanagan quería decirmealgo... pero no. No dijo nada.

Entramos en la sala, donde,sorprendentemente, la película ya habíaempezado.

—Creía que llegábamos en punto —dije, muy bajito.

Me respondió en el mismo tono de voz.

—Yo también.

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— ¡Chiist! —se oyó desde alguna de lasbutacas.

Miramos hacia el lugar de dondeprocedía el aviso.

— ¡Vaya! La sala está casi vacía —dijoFlanagan con una voz casiimperceptible.

— ¿Será tan buena como decías?

—Ya veremos.

Pero no lo vimos. En realidad, no vimosnada, porque seguimos pendientes denuestras manos, que se acariciaban conmás y más fuerza, con más y más ganas.Ahora ya no tenía ninguna duda de que

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Flanagan sentía algo parecido a lo quesentía yo misma y que no habría podidoexplicar. Bueno, en resumen, que estabaen el paraíso con la mano de Flanaganenvolviendo la mía.

Durante unos minutos no nos movimos.Hasta que Flanagan, con voz apenada,me dijo:

—Lo siento por tu mano, pero tengo quequitarme la chaqueta, hace demasiadocalor.

—Yo también lo siento.

Durante un rato estuvimos calladosmirando la pantalla. Lo confieso, lamiraba sin ver ni oír nada. Tenía dentro

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de mí un trastorno tan enorme que nopodía asumir nada más. Mis neuronasiban a cien por hora, como si mi cabezafuera una picadora. Y tenía el corazóndesbocado: toc-toc, toc-toc... Y laspiernas como si fueran de azúcar. Y lasmejillas, ardiendo como si hubierapillado la fiebre del siglo...

Pero de repente empecé a tenerconciencia de lo que salía por lapantalla. ¿Aquélla era la peli que mehabía propuesto Flanagan? Me parecíaque no, sinceramente.

— ¿Estás seguro de que ésta es la pelide detectives?

—No, estoy seguro de que no lo es —

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dijo Flanagan—. Parece...

—Parece una de mutantes, ¿no?

— ¡Oh, no! La hemos cagado. Es X-MenII. Nos habremos equivocado de sala.

—No me van mucho este tipo de pelis.

— ¿Quieres que salgamos?

Me lo pensé un momento. Humm. El cineestaba casi vacío. Las butacas eran muycómodas. La sala, calen tita.

La oscuridad, protectora. Y Flanaganestaba tan cerquita...

—No. No quiero marcharme. A lo mejor

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la peli será soportable.

Flanagan se apuntó rápidamente.

— ¡Chiiist! —volvió a quejarse alguien.

Ya sin necesidad de excusas ni dehablar, nos buscamos las manos.

No sabría decir sí a partir de aquelmomento pasaron unos minutos o unahora y media, sólo sé que los besos detornillo de Flanagan eran de los mejoresque me habían dado.

De repente, se encendieron las luces dela sala y aterricé en la realidad.

CAPÍTULO 7

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LA RESPUESTA SEXUAL

17 de febrero

Hoy, al salir de clase, Mireya, Berta,Elisenda y yo vamos al Qué-sueñotan-dulce. Yo tengo una lista de palabraspara las que quiero encontrar unadefinición que nos convenza a todas.Quiero que sea una definición hecha pornosotras y no buscada en el diccionario.Nos sentamos alrededor de una mesa.

—Hablemos bajito, ¿eh? —pide Berta,siempre tan fina, ella, que seguro que yase imagina que hablaremos a gritopelado de la regla o del clítoris. Quizáno va tan desencaminada

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—A ver —digo, con una voz apenasaudible—, ¿qué es el deseo?

—Las ganas de montárselo con alguien—responde Mireya, siempre tanlanzada.

— ¿Montárselo? —Pregunta Berta—.Exactamente, ¿a qué te refieres?

—A follar —responde Mireya,acompañando la expresión con unamirada que dice: «¿A qué otra cosa mepodría referir?». Y me mira levantandomucho las cejas, como queriendo decirque yo ya sé qué es el deseo. Y

se refiere a Flanagan, claro.

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Hago como que no me doy cuenta de susmiraditas de complicidad. No tengoganas de tener que hablar de Flanagandelante de todo el mundo y, además,tampoco sé si quiero «montármelo» conél; sólo sé que me gusta. ¡Y mucho!

—Pues no. Creo que te equivocas —salto, segura de lo que me digo—.

Te equivocas. Yo he sentido deseomuchas veces y, sin embargo, como yasabes, nunca me lo he montado connadie. Y no por falta de oportunidades,sino porque, de momento, aún no meapetece.

—A mí me parece que sientes deseocuando estás enamorada de alguien... —

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interviene Elisenda, muydubitativamente.

— ¡Nooooo! No hay que estarenamorada...

—Pues cuando quieres a alguien... —rectifica Elisenda.

—Sí, como a tu madre o a tu padre —semofa Berta.

—No —protesta la otra—. Ya sabes queno me refiero a querer de esa forma,sino de otra.

—Ya te he entendido, mujer.

—El deseo —digo yo, inspirada de

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golpe— es cuando sientes cosquillas enla vagina.

— ¡Chiiist! —Dice Berta—. Al final vaa acabar oyéndonos todo el mundo.

Seguimos discutiendo un rato más, perono llegamos a nada.

—No habéis conseguido aclarar nada denada —dice Elisenda con desánimo.

—Esto no tira —digo—. Me parece quenecesitamos a alguien que nos loexplique.

—Sí —está de acuerdo Berta—> pero¿quién?

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De repente, lo veo claro.

—Octavia.

Todas me miran con una sonrisa deoreja a oreja.

—Vamos. Vamos a casa y nosconectamos para chatear un rato conella.

—A ver si tiene tiempo...

En el despacho de casa no hay nadie.¡Bien! Todo nuestro. Marcos estaráentrenando. Papá, por supuesto, aún noha vuelto de la agencia de viajes.Cogemos sillas del comedor y lascolocamos delante de la mesa del

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estudio. Entre tanto, he conectado elordenador y los altavoces y he clicadoel icono del chat. Escribo mi contraseñay se abre la sesión.

— ¡Está conectada! —dice Elisenda,señalando el icono de Octaviailuminado en verde.

Espero un momento. A lo mejor, si veque me he conectado, me mandará unmensaje y eso querrá decir que tiene unratito para mí.

Acabo de pensarlo y me aparece en lapantalla el aviso de mensaje.

— ¡Olé! —grita Mireya, muy excitada.

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Y todas se ponen a hablar a la vezmientras yo le respondo a Octavia, y nosconectamos las dos y conectamos laswebcams y nos damos permiso parainvadir la intimidad de la otra.

— ¿Qué os tiene tan alteradas? —pregunta ella, en respuesta a nuestrossaludos a través del micro.

—Queremos saber... —empiezaElisenda, antes de que Octavia hayatenido tiempo de terminar de hablar. Y,claro, no se oye nada.

—A ver, Elisenda, esto funciona comoun walky talkie, y no como un teléfono.Es decir, primero habla ella y, cuandose ha callado, podemos hablar nosotras.

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Venga.

—Queremos saber qué es el deseo —dice Elisenda.

—Y qué va primero, ¿la excitación o eldeseo? —dice Mireya.

—O si es lo mismo —dice Berta.

—O sea que si nos puedes explicar unpoco todo eso del sexo.

Se oye la risa de Octavia. Es una risaamable; no es que se ría de nosotras.

—Lo que me preguntáis se refiere a larespuesta sexual humana.

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— ¿Respuesta sexual? —preguntaMireya, que, como todas, no acaba deentender a qué se refiere.

—Me refiero a que los humanos somosseres sexuados y, por lo tanto,respondemos a los estímulos sexuales.

— ¿Quieres decir cuando le dices aalguien que sí o qué no?

—No, no me refiero a eso, sino a loscambios que se producen en nosotroscuando nos sentimos sexualmentemotivados.

— ¿A todo el mundo le suceden lasmismas cosas?

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—Digamos que a todo el mundo lesuceden las mismas cosas en el mismoorden, pero las vive de una forma o deotra y las experimenta con más o menosintensidad dependiendo de lascaracterísticas personales, de laeducación recibida, de la edad...

— ¿Y cuáles son? ¿Y en qué orden?

-Ahora os lo cuento, pero quiero quequede claro que, como todo en estavilla, es solamente una simplereferencia, que no significa que todo elmundo lo sienta ni mucho menos delmismo modo.

—Vale, vale.

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—Primero el deseo, que son las ganasde experimentar placer, de tener unaexperiencia sexual...

— ¿Cuándo notas cosquillas en lavagina? —pregunto.

—Digamos que el deseo es el primerpaso. Y, a medida que aumentan lasganas, se van produciendo variacionesen nuestro cuerpo. Es la etapa de laexcitación.

— ¿Y qué sucede en esa etapa? —pregunta Berta.

—Si fuerais chicos lo tendríais másclaro, porque los efectos saltan a lavista; en su caso, esa etapa comporta la

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erección del pene. Y, en vuestro caso,tenéis que aprender a escuchar a vuestropropio cuerpo. Y es un aprendizajeapasionante. Uno de los primerosefectos es la acumulación de sangre enlos genitales.

— ¿Tienes una hemorragia? —quieresaber Elisenda.

—No. No se ve la sangre, se acumula enlos vasos sanguíneos (las venas y lasarterias) que hay en los genitales, y elclítoris aumenta de volumen.

—Es decir, que tiene una erección, ¿no?—pregunto yo.

—Efectivamente. Otro efecto es que se

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produce la lubricación vaginal...

Elisenda nos mira porque ahora ya sabequé significa; y yo también sé que lahumedad de las bragas se producegracias a la lubricación y estárelacionada con la excitación.

—...y que los pezones se contraen.

—Se endurecen —dice Mireya en vozbaja, por si no lo hemos entendido.

—Si la excitación sigue adelante, seentra en una etapa que recibe el nombrede meseta, en la que el cuerpo está en supunto máximo de excitación, quedesemboca en la etapa del orgasmo, osea, en la liberación de la tensión

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acumulada y, a la vez, de un gran placer.

Todas contenemos la respiración. Ésa esla etapa que más nos interesa.

Es la que tenemos más identificada omenos, según cómo se mire.

— ¿Qué es el orgasmo? —preguntaElisenda, que siempre nos lo estápreguntando.

-—El orgasmo es... Mira, te lo explicarécon una comparación que leí hacemuchos años en un libro ilustrado paraniños. Imagínate que te pica la nariz y tedan ganas de estornudar; eso sería elequivalente al deseo. Las ganas deestornudar crecen más y más, te pica la

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nariz, abres la boca y respiras rápido;eso sería el equivalente a la excitación yla meseta. Y, por fin, ¡achís!, sueltas unestornudo sensacional, en el que seimplica todo el cuerpo, que te permiteliberar la tensión y que te causa muchoplacer; eso sería el equivalente alorgasmo. Con la salvedad de que unorgasmo es mil veces mejor que unestornudo.

Durante unos segundos ni ella ninosotras decimos nada. Luego, Octaviasigue:

—De todos modos, cada personaexperimenta el orgasmo, como todo enesta vida, a su manera. Esextremadamente importante que os lo

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metáis en la cabeza: ni las estadísticas,ni los libros, ni un amante, un marido ouna amiga tienen el más mínimo derechoa deciros que hay una única forma deexperimentar el placer, o que si vuestraforma no coincide con la de los libros esincorrecta. Cada persona sabe cuál es lamejor para ella. No hay reglasgenerales. ¿Entendido?

— ¡Entendido!

—Otra cuestión importante.Desgraciadamente, a partir de Freud, elpsicoanalista, se generó una teoríaestúpida que provocó muchos conflictosa las mujeres. Freud decía que existendos tipos de orgasmos: el de clítoris,

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según él infantil e inmaduro, y elvaginal, según él adulto y maduro. Esoes una chorrada y, además, señal decarácter machista.

Hace tiempo que se ha descubierto quesolamente hay un tipo de orgasmo: elque proporcionan las terminacionesnerviosas del clítoris.

Por cierto, ¿sabéis qué es el clítoris?

Nos echamos todas a reír. Claro que losabemos. Contesto yo:

—Es un botoncito que sirve para elplacer.

—Bien, pero insuficiente —dice

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Octavia—. Porque explicado de esaforma parece que el clítoris esté fuerade nuestro cuerpo, como un botoncitoentre los labios vaginales, ¿verdad?

—Es lo que pensábamos —dice Mireya.

—Pues es más que eso. El clítoris,mucho más grande de lo que parece asimple vista, está dividido en dospartes: una es visible, la que tú, Carlota,llamas botoncito. La otra no se ve; sonuna especie de raíces que abarcan laentrada de la vagina. Por eso ahora sesabe que solamente hay un tipo deorgasmo: el que proporciona el clítoris,pero no todas las mujeres llegan a élmediante las mismas estimulaciones. Engeneral, todas las mujeres son capaces

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de tener un orgasmo si hay estimulacióndel clítoris. Pero no todas las mujerestienen el clítoris situado a la mismadistancia de la vagina. Hay algunas quelo tienen más arriba, y otras que lotienen más abajo.

—Unas somos altas, otras bajas...

—Unas delgadas, otras no tanto...

—Exacto. Y los hombres tampoco sontodos iguales...

— ¿Ah, no? —pregunta Elisenda,admirada.

—Unos la tienen más corta y otros máslarga —se ríe Mireya.

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Las demás no decimos nada, perotambién esperamos la respuesta conimpaciencia.

—Efectivamente: hay penes grandes yotros más pequeños, delgados y gruesos,largos y cortos, más inclinados omenos... Y claro, considerando lasdiferencias anatómicas de las mujeres ylas de los hombres, resulta que muypocas mujeres llegan al orgasmosolamente con la penetración. Segúnalgunas estadísticas, sólo entre un ochoy un doce por ciento de las mujeres;según otras, un veinte.

— ¡Qué pocas!

— ¡Vaya! ¿Y ése es el orgasmo que

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Freud decía que era maduro?

—Sí. Ya veis cómo se equivocaba, ¿no?Porque si el ochenta o el noventa porciento de las mujeres no tienen elorgasmo de esa forma...

—Será que no necesariamente es lacorrecta.

—Exacto. Y significa que no hay formasmejores que otras, sino que cada cualtiene que saber cuál es la suya.

— ¿Y después del orgasmo? —preguntaMireya.

—Puede haber otro —nos sorprendeOctavia.

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— ¿Te refieres a tener uno detrás deotro? —pregunto.

—Sí. Las mujeres, pueden llegar a tenermás de un orgasmo...

— ¿Y los hombres?

—Los hombres también pueden tenerdos, pero entre el primero y el segundonecesitan unos treinta minutosaproximadamente para recuperarse. Lasmujeres, en cambio, pueden tener dosseguidos, aunque no resulta obligatoriotener más de uno.

Octavia hace una pausa y sigue:

—Os contaré la historia de Tiresias, un

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personaje mitológico. Cuenta la leyendaque un día, paseando por el campo, vioa dos serpientes, un macho y unahembra, emparejadas. Tiresias mató a laserpiente hembra y por ese motivo seconvirtió en una mujer. Años más tarde,se encontró con una escena similar, peroesta vez mató a la serpiente macho;entonces, Tiresias quedó convertido enhombre. De forma que había sidoalternativamente hombre y mujer. Undía, Zeus y Hera, los dioses principales,estaban discutiendo y le expusieron eldilema que tenían: Zeus decía que lasmujeres tenían más placer sexual que loshombres, que disfrutaban con mayorintensidad. Hera opinaba lo contrario.

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Tiresias, que había experimentado lasexualidad como hombre y como mujer,respondió que la mujer se lo pasa nueveveces mejor que el hombre.

Todas digerimos en silencio estaafortunada información que tiene pocoque ver con lo que hemos oído otrasveces.

Octavia termina las explicaciones.

—En la última etapa, la de laresolución, todos los órganos vuelven ala posición original. ¿Habéiscomprendido más o menos cómofunciona la respuesta sexual?

Asentimos delante de la webcam.

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De repente, se oye el ruido de la puertade la calle. Será papá, o Marcos.

— ¡Oye! Es tardísimo —dice Berta.

— ¡Caramba! En casa me van a matar —se queja Elisenda.

—Octavia, tenemos que dejarte.

—Hasta luego, hasta luego.

Cierro la sesión y apago el ordenador. Yentonces entra Marcos.

— ¿Estáis de reunión, o qué?

—Ya nos íbamos.

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18 de febrero

Decido mandarle un mensaje a Octaviaporque hay un tema que ayer no tocó yquerría que me hablara de él.

Asunto: Un tema tabú

Texto: Querida Octavia:

Ayer no nos dijiste ni mu sobre lamasturbación. ¿Crees que está mal?

Las chicas, en general, no hablamosnunca de ella. ¿Crees que es porque nosda vergüenza o porque no es unaactividad muy femenina? Un besazo,Carlota

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Por la tarde, como aún no tengorespuesta de Octavia, me dedico abuscar definiciones de la palabramasturbación. En general, lasdefiniciones dicen más o menos losiguiente:

«Masturbación: acto de acariciar o tocarel cuerpo, especialmente los órganossexuales, para obtener o producir placery, a menudo, el orgasmo.»

De la definición extraigo una cuantasconclusiones.

INFORME 2

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Masturbarse implica el contacto de lamano.

Masturbarse implica placer.

Masturbarse puede significar, también,llegar al orgasmo.

Una persona se puede masturbar a símisma o puede ser masturbada por otrapersona para obtener placer.

— Una persona puede masturbar a otra

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para darle placer.

El placer se puede obtener tocando losórganos sexuales u otras partes delcuerpo.

¡Vaya, vaya! La de cosas que heaprendido con la definición.

20 de febrero

Octavia no me ha respondido, sino queme ha mandado un cuestionario apropósito de la masturbación. Dice quelo conteste y compruebe si tengo o nolas ideas claras. Y que luego yahablaremos del tema.

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CUESTIONARIO 1

1. Las mujeres no se masturban. Sí o no.

Hummm. A juzgar por lo que yo sé, porlo menos algunas sí que lo hacemos.Intento con la respuesta «sí». Larespuesta está activa y me manda alsiguiente mensaje:

Efectivamente, las mujeres semasturban. Según una encuesta llevada acabo en Estados Unidos en la década de1940, el 62% de las mujeres semasturbaba. Una encuesta hecha añosmás tarde revelaba que se masturbaba el82% de las mujeres. Actualmente, seconsidera que lo hace un 95% de lasmujeres. La variación del porcentaje

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está en relación con el cambio de lascostumbres: a mitades del siglo xx sereprimía mucho más que ahora lasexualidad femenina. Es posible, por lotanto, que las mujeres se masturbasenmenos o que no se atrevieran a contarlo.

2.

Si te masturbas te salen granos en lacara o pelos en las manos y se tedebilita la médula espinal. Sí o no.

Contesto que no, de eso estoy segura: esuna de esas tonterías que se decíanantiguamente, como la de que cuandotienes la regla no puedes lavarte el pelo.

Rotundamente no. De ser así, el 95% de

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las personas tendría unas manos queparecerían las de los osos de Alaska yestarían permanentemente en la camaporque se les habría debilitado lamédula espinal.

3.

Si una chica se masturba, es posible queluego, al tener relaciones de pareja, nollegue al orgasmo. Sí o no.

Dudo. No sé qué responder. ¿Esposible? Me parece una chorrada. Porsentido común, digo que no.

El mejor modo de tener relacionessexuales satisfactorias en pareja esconocer bien el propio cuerpo. Y, para

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eso, antes hay que haberlo explorado afondo. Si tú no sabes cómo tener unorgasmo, ¿esperas que tu pareja lo sepamejor que tú?

4.

Solamente se masturban las personasque no tienen pareja.

Me parece lógico. Respondo que sí. Y,como se puede comprobar, meto la pata.

Las personas casadas o con parejatambién se masturban porque es unejercicio de libertad sexual y una formade demostrarse afecto a uno/a mismo/a.Pueden hacerlo solas, pero tambiénpueden hacerlo en pareja, como una

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actividad sexual más. Hay que tener encuenta que es una actividad sexual conla que no existe riesgo de embarazo nide contraer el sida, siempre que se eviteque la vulva entre en contacto con elsemen, ya que los espermatozoidespueden subir reptando por la vagina.

Masturbarse mucho no es normal. Sí ono.

No sé qué clicar. Compruebo larespuesta.

Es difícil decir qué es normal y qué nolo es. La normalidad a menudo dependede factores culturales. De todos modos,si masturbarse se convierte para ti enuna actividad compulsiva, no puedes

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quitártela de la cabeza y te impiderelacionarte con los demás o pensar enotras cosas, entonces no es normal.

5.

No masturbarse tampoco es normal. Sí ono.

Creo que cada cual tiene derecho ahacer lo que quiera, ¿no?

Masturbarse depende de factores muypersonales, como tener mucha hambre otener poca, ser una persona más activa ouna persona pasiva...

De todas formas, según los sexólogos,tienen más problemas sexuales las

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mujeres que de jóvenes no se hanmasturbado.

6.

Las chicas que se masturban tienden atener relaciones sexuales en pareja antesque las que no se masturban. Sí o no.

No lo sé.

No necesariamente. Es más, como lamasturbación ayuda a liberar tensiónsexual, en general se considera que laschicas que se masturban se dan tiempo así mismas para encontrar una parejasexual que les convenga.

Le mando los resultados a Octavia y

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espero a que me diga cuándo le va bienque nos conectemos para hablar deltema.

23 de febrero

Estoy conectada y le he mandado unmensaje instantáneo a Octavia. Demomento no responde.

¡Por fin! Ya está aquí.

—Hola —dice Octavia a través de losaltavoces mientras me saluda con lamano.

—Hola.

—Bueno, supongo que ya te has dado

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cuenta, por las explicaciones delcuestionario, de que la masturbación noes ningún delito, ¿eh?

—No, pero sé qué hace algunos años seconsideraba una actividad mala; unpecado. Y que hoy en día aún hay genteque lo piensa.

—Tú misma lo dices: un pecado; seconsideraba así desde la óptica católica.Y como ya sabrás, algunas religiones amenudo han juzgado o juzgan malacualquier actividad sexual que no vayaencaminada a la reproducción. Haceaños se decía que la masturbación, en elcaso de los hombres, era la pérdida desemillas de persona.

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— ¿De semillas de persona?

—Sí, hija, porque creían que el semen(que, por cierto, es una palabra queproviene del latín y significa «semilla»)era una persona en potencia, y que elhombre tenía que dejar esa semilladentro de la mujer.

—Y si el semen era la semilla de lapersona, ¿qué papel consideraban quetenía la mujer?

—Era la tierra donde plantar lasemilla...

— ¿Solamente?

—Eso era lo que pensaban, hasta que la

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ciencia, no hace mucho, descubrió que,para que se formase el embrión de unapersona, era necesario elespermatozoide del hombre y un óvulode la mujer. Pero volvamos a lamasturbación. En el caso de loshombres, se perdía una posible persona.En el de las mujeres, podían aprendercómo proporcionarse placer ellas solas.

— ¿Y había que evitarlo?

—En una sociedad que piensa que elúnico objetivo de la sexualidad es lareproducción, el placer en sí mismo nose considera bueno, ¿sabes?

— ¡Menos mal que ha cambiado!Contéstame esta pregunta: ¿es cierto que

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el placer se puede obtener tocando losórganos sexuales u otras partes delcuerpo?

—Es cierto, especialmente en el caso delas mujeres. El cuerpo femenino tienemuchas zonas sensitivas, erógenas, quele transmiten al cerebro mensajes deplacer. Ya sabes que la principal es elclítoris, pero hay otras. Por ejemplo, unazona en general muy sensitiva es elpecho.

Le digo que creo que ya no tengoninguna otra duda y me contesta quecuando cerremos la sesión me mandaráuna regla de oro de la sexualidad.

REGLA DE ORO 1 DE LA

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SEXUALIDAD

Sólo tienes que hacerte a ti misma odejarte hacer lo que realmente teapetezca.

Sólo tienes que hacerle a otro lo querealmente te apetezca y lo que la otrapersona desee que le hagas.

CAPÍTULO 8

BESOS DE TORNILLO Y ALGOMÁS

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Hacía siglos que no veía a Flanagan.Once días, si no contaba mal. Unaeternidad. Hablábamos a menudo, esosí, pero no era lo mismo.

Justamente acababa de entrar en el bañocon esos pensamientos en la cabezacuando oí el timbre del teléfono.

Mierda, pensé, si es Flanagan...

Oí a Marcos corriendo por el pasillo.

— ¿Sí? —dijo Marcos.

Con un poco de suerte, la llamada seríapara él y no me interceptaría a Flanagan.Marcos puede llegar a ser muyimpertinente si se lo propone...

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—Sí, claro que puedes hablar con mihermana...

¡Puaj!, me dije. Sí que era para mí.Quizá era Mireya. Últimamente, teníaauténtica necesidad de satisfacer sucuriosidad respecto al desarrollo de lahistoria con Flanagan. O a lo mejorElisenda, que me había dicho que ella yBerta querían hablar conmigo enprivado, no sé por qué.

—... en realidad, parece que no hagasotra cosa en todo el día. Desde que tehas metido en nuestra línea telefónica,no puede usar el teléfono nadie que nosea Carlota.

La respuesta de Marcos me mosqueó.

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¿Qué te apuestas a que es Flanagan?

— ¿No podríais limitaros al correoelectrónico?

Intenté darme prisa porque aquello nome gustaba ni un pelo.

—Volando, tío, volando te la paso. Si tecrees que me apetece perder el tiempocon un detective de pacotilla. Pero no teolvides de que yo también necesito elteléfono, de vez en cuando.

¡Flanagan! Era Flanagan. ¿Qué otrodetective conocía yo? Y, por cierto,

¿cómo había descubierto Marcos queFlanagan hacía de detective? ¿Me oyó el

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día en que lo llamé con la excusa delloro grosero? Era como para cargarse alhermanito.

—Que te operen, tío... —dijo Marcoscon muy mala educación, justo cuando

yo

terminaba

de

lavarme

las

manos—.

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¡Carlooooooooooooooooooooooooota!Tu novio al teléfono.

Salí del baño con aire feroz, dispuesta acomerme a mi hermano. Le arranqué elteléfono de las manos y, tapando elauricular, le dije en voz baja:

—No es mi novio, idiota. Es un amigo.

Marcos se puso a hacer el payaso por elpasillo. Movía las piernas como sifueran cañas delgadas y los brazos comocintas. Y gritaba:

—Es un amigo, ¡ay! Sí, sólo un amigo.

—Lárgate, más que burro. Cuando tepille te voy a hacer un look con el que

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no volverás a necesitar lecciones de sexappeal.

Cuando Marcos hubo desaparecidocontorsionándose y haciendo tonterías,recuperé mi voz normal para decir:

—Hola, Flanagan.

—Hola, Carlota. ¿Qué le has contado denosotros a tu...?

Me indigné tanto que me sentía hervirlas mejillas. Lo corté para soltarle:

— ¡Vaya perspicacia la tuya, detective!¿Te crees que le he contado algo almemo de mi hermano?

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— ¿Que somos novios o algo así? —terminó él.

¿Estaba colgado? ¿Por quién metomaba?

— ¡Y qué más! ¿Por quién me hastomado?

—A lo mejor sólo le has dicho que nosgustamos.

¿Nos gustamos? ¿Había dicho NOSgustamos? ¡Oye, eso era nuevo!

— ¿Te gusto? —no pude evitarpreguntar con voz de boba.

—No. Me das asco. Me das mucho asco,

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me das un asco que no lo aguanto. ¡Puaj!

Me hizo reír otra vez.

—Tú también me gustas —confeséabiertamente. ¿Y por qué no iba adecírselo?

Al otro lado del hilo telefónico se oyóun ruido gutural muy raro. ¿Se habíaatragantado Flanagan de la sorpresa?

—Y eso es lo que ha captado Marcos...Que nos gustamos.

—No, si aún acabarás por decir quesomos novios. Pero no somos novios,¿eh?

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Psé, pensé. Dado que Koert habíadesaparecido del mapa, ¿por qué no?,me dije durante una décima de segundo,el tiempo justo para reflexionar que no,que estaba hasta el gorro de novios.

—Nada de novios, nos gustamos ypunto. Y no tenemos ningúncompromiso.

Flanagan habría llegado a la mismaconclusión que yo, porque se apresuró aresponderme que estaba de acuerdo. Yluego me preguntó qué cuándopodríamos vernos para compartir lo quehabíamos ido apuntando en el diario.

—No, es que quería proponerte que... esque tengo unos CD que quiero que oigas

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porque...

Era verdad. Por casa había unos CD delaño de Maricastaña que tenían doscanciones muy... sugerentes.

— ¿Música? ¿No habíamos quedado enleernos mutuamente nuestrasinvestigaciones sobre sexo? —dijoFlanagan.

—Es que en casa hay un CD concanciones de hace diez años y otro concanciones de cuando mis padres eranjóvenes. Me gustaría que losescuchásemos juntos por... por larelación que tienen por lo menos dos delas canciones con el sexo. Bueno,porque es música erótica. Me gustaría

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saber qué te parece.

Le pareció buena idea, pero queríasaber dónde podríamos encontrarnos.

Y entonces, aún no sé cómo ni por qué,me acordé de que el sábado y eldomingo siguientes nos tocaba estar conpapá y que, precisamente, la casa demamá estaría vacía todo el fin desemana porque ella tenía que pasarlofuera de la ciudad; tenía un cursillo dedocumentación para bibliotecarias ybibliotecarios en no sé qué pueblocercano. Toda la casa para nosotrossolos. Sin nadie que metiera las naricesen nuestras cosas, ni hermanosimpertinentes, ni padres que creen quesu hija todavía es la niña que juega a las

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muñecas... Podríamos hablar, escucharmúsica y quizá volver a morrearnoscomo el día del cine.

— ¡Ya lo tengo! ¿Qué te parece si nosvemos en casa de mi madre? Ella noestará y podremos hablar tranquilamentesin miedo a que nos molesten.

— ¿No tienes padre? —preguntó él, convoz de sorpresa mayúscula.

Le conté que sí que tenía, pero que mispadres estaban separados.4 Por eso mihermano y yo pasábamos unos días conuno y unos días con el otro.

Flanagan iba metiendo baza como siquisiera cambiar de tema y yo no

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entendía muy bien por qué no iba algrano, en vez de enrollarse concuestiones como si tener los padresseparados era un chollo o no. Me estabaatacando los nervios.

—No deja de tener su gracia. Nunca nosaburrimos, eso sí —respondí. Y

añadí, con la intención de obligarle aresponder—: Y, además, este sábadotendremos una de las casas para ti y paramí solos.

Por fin conseguí que me dijera algo.

—Me parece genial.

Quedamos para el sábado siguiente y

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colgamos.

Me fui a ajustar las cuentas con mihermano, que estaba oyendo música conel volumen al máximo, para variar. Bajéel volumen de golpe para soltarle:

—Deja de agobiarme con ese tío. No esmi novio.

—Para mí, como si es tu ángel de laguarda —respondió Marcos, sinmoverse ni un milímetro de la cama,donde se había echado en plan gandul.

— ¿Y se puede saber cómo hasdescubierto que hace de detective?

—Uno... que tiene sus sistemas de

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espionaje.

¿Otro espía en la familia? Ah, no.Conmigo había más que suficiente.

Me senté encima de su estómago.

— ¡Ay!, ¡bestia! Sal de ahí.

—Pues confiesa. ¿Cómo lo hasdescubierto?

—Porque oí cómo se lo contabas aMireya, mujer.

Lo solté y, antes de salir de lahabitación, le advertí que dejase demeter las narices en mi vida.

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—En la tuya vale... Pero a lo mejor en lade Flanagan sí que me meto.

No pude contestarle como se merecíaporque justo en aquel momento entró encasa papá y tuvimos que ir a preparar lacena.

Parecía que no llegaría nunca pero, porfin, llegó el sábado por la tarde.

Salí de casa con la comida en la boca ydejé a papá y a Marcos muy enfadadosporque no había tenido tiempo de fregarlos platos. Quería llegar antes queFlanagan para prepararlo todo un pocoy, sobre todo, para ver si encontraba losCD en casa de mamá; porque en la depapá no estaban.

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Entré en el súper para comprar bebidasy patatas fritas por si teníamos un ataquede hambre.

Al llegar, dejé la comida en la cocina yfui a la sala a buscar los dos CD.

¡Uf! Efectivamente, estaban allí: Enigmacon Sadness, y el otro con canciones delos setenta, entre otras Je t'aime, moi nonplus, interpretada por Jane Birkin.

Justo cuando ponía el de Enigma en elaparato, oí las llaves en la cerradura dela puerta. Vaya, no podía ser Flanagan.Marcos tampoco, porque había ido .1ver un partido de baloncesto con papá.No podía ser nadie más que...

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—Mamá, ¿qué haces aquí? —casi grité.

—Carlota, ¿qué haces aquí? —casi gritómamá, que, naturalmente, no esperabaencontrarme allí.

—Esto... Yo... He venido a estudiar,porque trabajo mejor aquí que en casade papá. ¿Y tú? ¿No estabas en uncursillo fuera de la ciudad?

Mamá puso cara de agobiada.

—Lo han anulado porque una de lasponentes se ha puesto enferma.

Y justo en aquel preciso momento sonóel timbre.

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Mamá levantó una ceja y dijo:

— ¿Esperas a alguien?

—Sí, he quedado con un amigo paraestudiar. —Lo dije con un hilo de voz,porque me daba cuenta de que noresultaba muy creíble.

—Para estudiar, ¿eh? —dijo, no sé sicon un punto de ironía. Y abrió lapuerta.

Flanagan entró mientras nos mirabaalternativamente a mamá y a mí, con losojos como platos.

Yo recuperé el aplomo y los presenté.

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—Flanagan, mi madre. Mamá, Flanagan.

—Juan Anguera. Buenas tardes.

—Buenas tardes, Juan. De modo quehabéis quedado los dos...

Flanagan y yo la interrumpimos a la vez,pero para decir cosas distintas.

—... para escuchar música.

—... para estudiar.

Intercambiamos una mirada. ¡Vayaplancha, tío!, le decía con los ojos.

A mamá se le escapaba la risa entre losdientes.

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—Muy bien. Pues venga, poneos aquí,en la mesa del comedor, porque yasabes que en tu habitación no cabe másde una persona.

Él y yo nos miramos, totalmentedesilusionados.

Retiré el jarrón con las flores secas deencima de la mesa, mientras Flanagan sesentaba en una silla y sacaba un libro dela cartera. Me pareció leer el título: Elhombre delgado. Yo saqué de la míaunas cuantas hojas impresas del diariorojo; a lo mejor colaban como materialescolar.

—Yo me voy a mi habitación. Seguroque estudiaréis con más comodidad si

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no me tenéis por aquí cerca.

—Vale —le dije, pensando quedemostraba una cierta sensibilidad quede ningún modo podría haber esperadode mi padre. Aquello me consoló unpoco del hecho de haber metido a miamigo en una ratera.

Me puse al lado de Flanagan.

— ¡Oye! Podrías haberme avisado deque se presentaría —me dijo nada másdesaparecer mi madre—. Habría... ¡Mehabría peinado mejor!

Lo taladré con la mirada y luego leguiñé un ojo para que viese que iba enbroma.

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—Si lo llego a saber, te cito en un bar,habría sido más íntimo —le dije.

Durante unos segundos no dijimos nadamás. Íbamos toqueteando las hojas queteníamos delante, haciendo como si lasleyéramos. De repente, Flanagan leyó envoz alta:

—«Mamá, ¿podemos hablar de laregla?»

Me miró.

—Me gustaría saber si tener la regla esmuy pesado y si duele.

— ¿Pesado? Hombre, un poco, porquetienes que ir con más cuidado con la

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higiene y porque te obliga a estar máspendiente de tu cuerpo...

— ¿Más pendiente?

—Sí, claro. Tienes que ir al baño más amenudo para cambiarte la compresa o eltampón.

Flanagan puso cara de horror.

—Pues los servicios del insti son tanasquerosos que es mejor nofrecuentarlos mucho...

Puse los ojos en blanco para que sehiciera cargo de lo asquerosos que eranen el mío.

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—Con tiempo y paciencia acabas poracostumbrarte a tenerla. Eso si no eresde las que sienten mucho dolor. Muchaschicas casi ni notan que la tienen, perootras tienen algunas molestias y algunasse quedan hechas polvo.

— ¿Hechas polvo? ¿Por ejemplo?

—Dolor de barriga o de riñones,diarrea, fiebre, vómitos...

— ¡Vaya regalito!

—Y que lo digas. Tengo una amiga quelo pasa fatal y, de momento, no hanencontrado ninguna solución.

Me dijo que en su curso había chicas de

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las que se podía predecir cuándo lestenía que venir la regla, porque estabande un humor de perros o se ponían allorar por cualquier cosa.

Le dije que, por lo que sabía, reaccionesde ese tipo eran comunes y eranconsecuencia de los cambioshormonales, pero que duraban muy poco—uno o dos días— y que no todas laschicas las sufrían.

—No estáis precisamente muysimpáticas cuando os pasa eso, laverdad

—dijo él.

—Los chicos tampoco estáis simpáticos

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todos y cada uno de los días del mesaunque no tengáis cambios hormonales.

Apareció mamá y nos dio un sustoterrible.

— ¡Ah! Ya veo que sí que estáisestudiando...

Seguramente, lo pensó por las hojas queteníamos desperdigadas por la mesa y alo mejor porque había oído eso de loscambios hormonales.

Yo sonreía como si fuera una buenachica.

—Acabo de acordarme de que tengo quesalir a comprar una cosa.

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¿Queréis algo?

¡Guau! Me habría gustado darle una listakilométrica de necesidades querequiriesen unas cuantas horas fuera decasa...

—No, nada —dije.

—Pues me voy.

Quise asegurar la jugada. Esta vez, sí.

— ¿Tardarás mucho en volver?

Mamá me lanzó una mirada maliciosa.

—Lo digo por si tuviéramos que irnosantes de que llegues —me justifiqué.

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—Supongo que estaré fuera una hora.

Mi corazón dio un vuelco de alegría; meimaginé que el de Flanagan también.¡Una hora a solas!

Nos quedamos quietos y sin decir nada,como suspendidos en el tiempo,mientras oíamos el golpe de la puerta dela calle.

—Vamos a escuchar las canciones —sugerí, mientras me levantaba y medirigía hacia el equipo de música.

Flanagan me siguió.

—Sadness, de Enigma —anuncié.

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Flanagan se había sentado en la otrapunta del sofá, tieso como si se hubieratragado el palo de una escoba. Mepareció que no se sentía nada cómodo yme quedé cortada.

Me senté a su lado, muy en la punta delsofá, también un poco rígida.

No sabía qué decirle. Se me habíanpasado por la cabeza un montón decosas que podíamos hacer o decir, peroahora no sabía por dónde empezar. Meconcentré en la música.

Pronto, entre cantos gregorianos,empezaron a oírse unos suspiros que notenían nada que ver con la pena o eldolor. Estaba clarísimo de qué iba todo

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aquello.

—No me extraña que esa canción leparezca erótica a la gente —dijoFlanagan, todavía un poco rígido.

—Tienes razón. Parece... —dije yo,intentando simular la mayor naturalidadposible.

—... parece un polvo de los de verdad—soltó él.

Aquella frase nos relajó bastante. Yoañadí, riendo:

—Si ahora llegase mamá no se creeríaque estamos estudiando.

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Y él, riendo también, dijo:

—Podríamos justificarlo diciendo queestamos haciendo un trabajo de naturalessobre la reproducción.

Nos partíamos de risa los dos. Y lasrisas nos relajaban el cuerpo.

Nos instalamos mejor en el sofá.Echamos el culo hacia atrás y apoyamosla espalda en el respaldo. Su brazotocaba el mío, creo quedeliberadamente.

Terminamos por cogernos las manos.

—A ver si tenemos suerte y a tu madrela pilla un camión por el camino.

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Entonces sí que nos dio un ataque derisa, de los de no parar. Cuandoconseguimos acabarlo, nos miramos.Flanagan tenía los ojos muy brillantes.Me parece que yo también. Y,lentamente, nuestras caras se fueronacercando sin que nosotros dejásemosde mirarnos. Estábamos tan cerca quesus dos ojos se habían superpuesto y eracomo si tuviese solamente uno. Y sentíasu aliento cálido en mi piel. Nuestrasbocas se pegaron como si estuvieranimantadas y nos eternizamos en un besoabsorbente.

De vez en cuando separábamos lasbocas para coger aire... y en mi casotambién — ¡lo confieso!— para notar

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mejor su sabor. Besarse es como comerchocolate: si lo masticas y te lo tragasde golpe, lo disfrutas menos porque nole notas el gusto. Hay que dejar que sedeshaga en la boca. Hay que sentir quésabor tiene el otro.

Sentía y pensaba tantas cosas a la vezque toda yo era una mezcla deemociones y pensamientos. El placer delos besos. La emoción de restregarnos eluno contra el otro. El olor de Flanagan.El sabor de su saliva. El sudor denuestra piel. Y, también, el miedo a quemamá volviese inesperadamente. Laangustia de que nos pillase en unasituación tan comprometida. Durante unadécima de segundo, Koert me pasó por

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la cabeza. Me lo quité de una sacudida;él ya no estaba en mi vida. Y duranteunos segundos también me acordé de lachica que le gustaba a Flanagan. Y notuve tiempo de decirle: «Mira, bonita, losiento...», porque el deseo y el placer setragaron cualquier idea.

Cuando dimos por terminado el beso,abrí los ojos y fui consciente de queFlanagan tenía una mano encima de mipecho izquierdo. Me sentía colocada...Borracha de emociones, no sé si meexplico. Y le cogí la mano paraconducirla debajo del jersey.

Flanagan me miró, estupefacto. Sihubiera tenido tiempo de pensar unpoco, yo también me habría quedado

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helada con mi propio atrevimiento. Unahora antes me hubiera creído incapaz deaquel gesto.

Y ahora, en cambio, no había necesitadoninguna indicación ni ningúnempujoncito para hacerlo.

La presión, el calor y la aspereza de sumano sobre mi piel me obligaron avolver a cerrar los ojos.

Flanagan cogió mi mano y me la pusoencima de su pantalón. Encima de susexo. A mí contacto, éste se movió y seendureció aún más. No sabría cómoexplicar la impresión que me causónotar aquel animal vivo.

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¿Sorpresa? Aunque ya lo sabía.¿Simpatía hacia aquel pedacito de carneque se alteraba de aquella forma porqueyo estaba cerca? ¿Un cierto temor a lodesconocido? En cualquier caso, quéanimal más curioso el de los chicos: aveces tan pequeño, y otras veces cómocrece.

Al principio me quedé quieta, un pocointimidada. No sabía muy bien quéhacer.

Pronto nos ayudamos mutuamente asuperar los impedimentos que suponía laropa para que nuestras manos tocasen lapiel.

Ahora mi deseo era tan intenso que

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pasaba por delante de la timidez.

Los suspiros de la canción se habíanvisto sustituidos por los míos. Yasolamente estaba pendiente de los dedosde Flanagan entre mis piernas y de mimano apretando su animal.

Flanagan me acariciaba con demasiadabrusquedad.

—Más suave le dije.

—Y tú más fuerte —respondió él.

Casi acababa de decirlo y yo ya habíaempezado a hacerlo como él decíacuando me noté las manos mojadas.

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Aún tuve que guiarlo un poco más paraque fuese capaz de hacerme llegar a lasestrellas. ¡Mi primer viaje galácticoacompañada!

CAPÍTULO 9

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LA SEXUALIDAD

1 de marzo

Hoy LUCÍ llega a clase y dice queaprovecharemos la hora de tutoría parahablar de la sexualidad. Aunque ya noshabía avisado hace unos días, la peñarecibe la noticia con gran alboroto.

— ¡Queréis callaros! —grita Luci. Y,luego, cuando todo el mundo setranquiliza, añade—: A ver, Carlota, alo mejor tú puedes decirnos lo que es lasexualidad.

¡Glups! Trago saliva.

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—La sexualidad es... —Me paro porqueno estoy segura. Lo que yo he hecho conFlanagan, ¿es sexualidad? A lo mejorno...—. ¿Es hacer el amor?

Alguien de la clase suelta una risitaestúpida.

Luci lanza una mirada entre asesina ysevera. Las risitas estúpidasdesaparecen como por arte de magia.¡Qué poder tienen las miradas de Luci!

—No —me contesta—. Hacer el amores una manifestación de la sexualidad.

—Pues no tengo ni idea —respondo.

—La sexualidad —explica Luci— es un

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aspecto del ser humano. Nos acompañaa lo largo de toda nuestra vida, desdeque nacemos hasta que morimos.

En el aula se levanta un murmullo, no sesabe si de disconformidad o deadmiración.

— ¡Y qué más! —Salta Álex—. Nodirás que mi abuela también tienesexualidad, ¿eh?

Se nota en el ambiente que alguien está apunto de soltar un comentario malicioso.Luci lo cortocircuita con otra miradacontundente y dice:

—Pues sí, te digo que sí. Las personassomos seres sexuales toda nuestra vida...

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Como si de repente le llegase lainspiración, Luci se detiene, mira a Álexy dice:

—Respóndeme a una pregunta: cuandoeras un niño más pequeño, cuando aúnno tenías vello en el cuerpo, ¿alguna vezte había gustado una niña?

La clase contiene la respiración. Yanadie parece dispuesto a hacer el tonto.Todos se interesan por el tema.

Álex duda. Marcelo levanta la mano.

—Sí. Yo me acuerdo que a los seis añosquería casarme con Berta. ¡Me gustabamucho!

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— ¡Puaj! ¡Qué asco! —grita Berta.

—He dicho a los seis años, estúpida.¡Ahora no me acercaría a ti ni porequivocación!

Todo el mundo se ríe. Se organiza ciertofollón. Luci se impone de nuevo.Veintiocho a cero a favor de Luci.

—Venga, callaos.

Nos vamos calmando.

Álex levanta la mano.

—Es verdad, nunca me había dadocuenta pero tienes razón: antes de lapubertad ya me gustaba alguna niña.

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Mentalmente, le doy la razón. A mí nome hizo falta tener pechos para saberque un niño me gustaba.

—Del mismo modo, cuando la gente sehace mayor, pierde la capacidadreproductiva, pero no la capacidadsexual.

Pienso en mi abuela Ana y en su amigo,Pepe. ¿Es posible que tengan relacionessexuales? Claro, ¿y por qué no? Y mipadre. Y mi madre. Y la misma Luci,está claro.

—Toda persona tiene derecho a lasexualidad, porque es una manera decomunicarse con uno mismo o con otrapersona y es una forma de experimentar

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placer.

Nos mira para ver si alguien tiene algoque decir, pero todos callamos comomuertos.

—La sexualidad —explica Luci— esmucho más que nuestra biología. Lasexualidad es nuestra biología másnuestras conductas y nuestrossentimientos y las experiencias y lasfantasías y los deseos y lasinterpretaciones... Además, a lo largo delos tiempos y a través del espaciogeográfico, cada cultura y cada sociedadregula la sexualidad mediante las leyes,las costumbres y la moral.

Todos la escuchamos sin perder

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palabra.

—Por desgracia, a menudo la palabrasexualidad o la palabra sexo evocan elcoito...

— ¿El qué? —pregunta Jaime.

—El coito: la unión sexual entre unamujer y un hombre considerada como lapenetración del pene en la vagina.Insisto, a menudo al hablar desexualidad o de sexo la gente piensasólo en el coito o en la reproducción.

— ¿Y no es eso? —pregunto yo, muysorprendida.

— ¡No! —Dice Luci con énfasis—. ¡Es

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mucho más que eso! La gente que limitala visión del sexo a eso tiene una ideamás próxima a la sexualidad animal quea la humana.

Nos mira a todos.

—La mayoría de los animales sólocopulan. —Y antes de que Jaimepregunte qué significa copular, explica—: O sea, sólo se unen sexualmentepara procrear, para tener descendencia.Por eso las hembras de algunas especiessólo ovulan una vez al año; y las deotras especies, dos.

¡Caramba!, pienso, contra las trece ocatorce veces al año de una mujer.

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—Es decir, sólo ovulan para tenerdescendencia y, por lo tanto, se apareanuna o dos veces al año —dice Luci.

¡Muy poquito, eh!

—El deseo sexual de un animal es puroinstinto de reproducción, para lasupervivencia de su especie; un macho yuna hembra sólo se unen cuando lahembra tiene un óvulo preparado. En elcaso de las personas, sin embargo, no esasí. El deseo de los seres humanos esmucho más complejo, y sus relacionessexuales también lo son. Por ese motivolas relaciones sexuales no pasan sólopor el coito...

—Entonces, ¿cómo son? —pregunta

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Marcelo, como si no se lo creyera deltodo.

—Acariciarse el cuerpo el uno al otro,incluidos los genitales, también formaparte de la sexualidad.

Y me doy cuenta de que realmenteFlanagan y yo nos hemos relacionadosexualmente. Y que no ha sido mi primercoito, pero ha sido mi primera relaciónsexual con otra persona.

Luci continúa:

—Y las relaciones sexuales tampocotienen como único objetivo lareproducción, ni son necesariamenteentre una mujer y un hombre, sino que se

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pueden dar, también, entre dos hombreso entre dos mujeres.

Pienso en Gabi, sentado tres filas detrásde mí. Me parece que es gay pero élnunca nos lo ha dicho. Y miro a Carlos.Vive con su madre y la novia de sumadre. Ahora ya no, pero hace unosaños, de vez en cuando, leacribillábamos a preguntas. Pero élsiempre levantaba los hombros y decía:«Tía, pues, como en tu casa. Tú vivescon tu padre y tu madre o con tu madre ysu novio o con tu padre solamente, ¿no?Pues yo, con mamá y Antonia». Sí,aunque al principio nos parecía extraño,al final, terminamos por entenderlo.

—Por lo tanto, teniendo en cuenta lo que

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os he dicho, ¿seríais capaces de decirmepara qué sirve el sexo?

Durante un rato podría haberse oídovolar a una mosca. Todo el mundoespera a que hable otro primero.

LUCÍ suspira.

—El sexo puede tener tres finalidades:recreativa, comunicativa o reproductiva.Para entendernos, divertirse,comunicarse o crear un bebé.

Es importante que, antes de practicar elsexo con otra persones, penséis qué tipode relación buscáis. Imaginaos loterrible que puede ser que hayáismantenido una relación sexual para

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divertiros y, en cambio, se produzca unembarazo. Un desastre, ¿no?

Asentimos todos con la cabeza. Unauténtico desastre. ¿Quién quiere tenerun niño a los quince, a los dieciséis o alos diecisiete años? ¿Y qué niño o niñaquiere tener unos padres adolescentes,en edad aún de estudiar y no de trabajary cuidarle?

—Imaginemos una pareja: uno de losmiembros está enamorado y buscarelacionarse. El otro miembro de lapareja no está enamorado y sólo quieredivertirse. El lío está servido: lapersona enamorada sufrirá mucho; y laotra persona, si tiene algo desensibilidad, no puede sentirse muy

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cómoda. Aunque hayáis oído decir quetener relaciones sexuales debe serespontáneo y no demasiado pensado,más vale reflexionar antes sobre el tema.

Eso me vuelve a llevar hacia mí yFlanagan. Hemos dejado claro queambos buscamos divertirnos, queninguno de los dos está enamorado delotro. Quizá sí que lo hayamos hechobien...

Mireya levanta la mano.

—Di...

— ¿Qué pasa cuando sólo quieresdivertirte y te enrollas con alguien y,después, te das cuenta de que te has

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enamorado de esa persona?

—Eso puede pasar... De hecho, pasa amenudo porque muchas personas no soncapaces de establecer una relaciónsexual sin una implicación afectiva.Dicho de otra forma, establecerrelaciones sexuales con otra personaacaba a menudo por generar unsentimiento hacia esa persona.

Y no es ni positivo ni negativo;simplemente es.

Mireya me mira significativamente. Aver si acabarás enamorándote deFlanagan, parece decirme. Meencantaría dejarle claro que no, pero haymomentos en los que no estoy tan segura.

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— ¿Eso quiere decir que nonecesariamente hay que estar enamoradopara practicar el sexo con alguien?

—No, no necesariamente.

Se levanta una especie de murmullo queva creciendo paulatinamente hastaconvertirse en una guerra verbal abiertaentre dos bandos: en uno hay unamayoría de chicos, en el otro, de chicas.

—Por supuesto que no hay por qué estarenamorado —dice Pedro, que tiene laprimera posición de la clase en elranking de experiencias sexuales—. Amí, me gusta una chica y tengo ganas depasármelo bien con ella y ya está.

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—Yo sería incapaz de acostarme conalguien si no estuviese enamorada

—dice Marta.

Luci va escuchando todos loscomentarios, que, más o menos, van porese camino: muchas chicas confiesansentirse enamoradas de su pareja sexualy la mayoría de chicos dicen que no esnecesario.

—Venga, Luci, explícanoslo.

Luci sonríe cálidamente y contesta:

—No os lo sé explicar.

La miramos intrigados.

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—De verdad que no lo sé. Es cierto quelas chicas tienen tendencia a ser másrománticas que los chicos, pero no sé sies por una cuestión biológica, o sea,porque nuestro cerebro lleva impresasdesde siempre las consignas del cariño,o porque durante siglos hemos sidoeducadas para no escuchar nuestrasnecesidades sexuales y las hemosreconvertido en sentimiento afectuoso.

— ¿Y qué es mejor? —pregunta Pedro.

—Me parece que el término medio —dice Luci, sonriendo—. Creo que laschicas tienen que aprender a distinguirentre el deseo sexual y el sentimientoamoroso. Creo que a menudo las chicasdecís que habláis de sexo cuando, en

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realidad, habláis de sentimientos. Esmuy importante que ninguna chica crealo que ha sido norma en el pasado: quesu objetivo en la vida debe ser casarse ytener hijos. Los objetivos en la vida sonmucho más amplios que eso. Lamaternidad es una forma más derealización personal para una chica,pero ni puede ser la única ni esobligatoria para todas las mujeres.¿Entendido?

Asentimos con la cabeza.

—Y por lo que respecta a los chicos,vosotros, en cambio, tenéis que ir concuidado de no cosificar a la otrapersona, de menospreciar sus

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sentimientos porque os interesa sucuerpo. La implicación emocionaltambién se ha de aprender, ya que esimportante para establecer relaciones depareja en el futuro. Sería bueno queaprendierais a hablar de vuestrossentimientos.

Asentimos con la cabeza.

—También quiero recalcar que, a veces,las chicas sois tan románticas queentendéis el amor y las relacionesamorosas como de supeditación absolutaal objeto de vuestro amor. Tenéis quedaros cuenta de que el amor no tienenada que ver con la dependencia ni conel sometimiento.

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Que aceptar cualquier cosa que venga devuestro amor, ser incondicionales, esponeros en disposición de sufrir laviolencia de género, sea física opsicológica. Un hombre no está porencima de vosotros, nunca. No busquéishombres que podáis poner en un altarsino hombres que sean vuestros igualesy os ayuden a crecer.

Algún chico mueve la cabeza comodiciendo que el problema lo tienen ellasy no ellos, pero Luci lo corta:

—También es necesario que los chicosentendáis que el amor no es una relaciónde dominación. Que vuestra pareja ospuede escuchar pero no tiene queobedeceros; os puede amar, pero no

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tiene que adoraros; os puede respetar,pero no tiene que veneraros. Vosotrosno tenéis ningún derecho sobre ellas. Yvuestro criterio puede ser tan bueno otan malo como el de ellas.

Nos hemos quedado sin decir nada.

—Todavía es necesaria muchaeducación para que las chicas entiendanel peligro que se deriva de buscar (¡yencontrar!) a un príncipe azul, un chicoprotector. Porque un chico que las tratacomo si fuesen niñas y que lassobreprotege está estableciendo unarelación que no es de paridad entre ellosdos y, por lo tanto, cuando se le vaya laolla, en lugar de protegerla, le pegará.

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Seguimos mudos.

—De momento, por lo tanto, lo quecuenta es que tenéis que aprender muchoen el terreno del amor y el sexo. Y poreso, tanto las unas como los otros tenéisque pasar por distintas experiencias. Sinexperiencias no es posible elaprendizaje.

Entonces, Luci nos divide en cuatrogrupos y nos da una hoja a cada grupo.Quiere que apuntemos en ella todo loque alguna vez hayamos oído decirsobre la sexualidad y que creamos quees una bobada o un prejuicio.

Cuando acabamos los trabajos, losleemos en voz alta, los discutimos para

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ponernos de acuerdo y hacemos unaúnica lista que colgamos en el mural. Yola copio para mí diario rojo.

INFORME 3

No es cierto que una persona sea másatractiva por el hecho de tenerrelaciones sexuales.

No es cierto que un chico sea másmasculino por el hecho de tenerrelaciones con muchas chicas.

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No es cierto que la gente de cincuenta,sesenta o setenta años ya no tengarelaciones sexuales.

No es cierto que las mujeres tenganmenos deseo y menos necesidadessexuales que los hombres.

No es cierto que el objetivo de unachica tenga que ser casarse y tener hijos.

No es cierto que la única finalidad delas relaciones sexuales entre las

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personas sea tener descendencia.

No es cierto que la actividad sexual seauna especie de competición deportiva enla que haya que tener buenas marcas.

La hora de tutoría se ha terminado. Entrala Comas, la de lengua. Lee la hoja delmural.

—Vaya, veo que hoy habéis estadotrabajando la sexualidad con Luci.

Rápidamente, le pedimos si no querríaella también apuntarse a trabajar eltema. A ver si conseguimos no darclase...

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Cuando ya nos parece que la tenemoscamelada, porque dice que de acuerdo,de acuerdo, salta:

—Coged el libro de lengua.

¡Oh, no!, suspiramos.

— ¿No podemos seguir trabajando eltema de la sexualidad? —preguntaMarcelo.

—Ahora no. Lo trabajaréis en casa. Meanotaréis, bien de memoria, bienbuscando en el diccionario, expresionesreferidas a la sexualidad y al sexo.Primero en una acepción estándar, luegounas cuantas de argot que signifiquen lomismo.

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— ¿Por ejemplo: hacer el amor y follar?—pregunta Mireya.

Todo el mundo se ríe estruendosamente.

—Sí, exacto —dice la Comas—. Yabrid el libro por la página 117.

2 de marzo

Aprovechando que Mireya no ha venidoa clase, a la hora del recreo, Berta yElisenda me recuerdan que queríanhablar conmigo a solas.

—O sea, sin que Mireya esté delante —me aclara Elisenda, por si no lo heentendido.

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—Y eso, ¿por qué? —pregunto.

Se miran.

—Porque Mireya siempre se ríe de todolo que preguntamos. Cree que sontonterías; que Elisenda y yo somosdemasiado pequeñas...

Es verdad que Mireya a veces se ríe. Ytambién es cierto que ellas a vecesparecen crías, especialmente Elisenda,pero eso no se lo diré.

— ¿Dan asco los besos en la boca? —dice Berta.

—Es decir, los besos con lengua —explica Elisenda.

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Me dan ganas de reírme, pero meaguanto.

— ¿Nunca habéis dado ninguno? —pregunto.

—Nunca —responden muy serias.

Se miran y, entonces, habla solamenteBerta.

—A lo mejor no tardaré mucho en poderdecir que sí. Javier me ha pedido quesalga con él.

— ¿Y a ti te gusta Javier?

Se sonroja.

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—Sí —dice con un hilo de voz.

—Pues no te preocupes, los besos conlengua también te gustarán. Tal vez losprimeros te sorprenderán, pero teacostumbrarás en seguida.

Se vuelven a mirar.

—Tú ahora, ¿te besas con alguien? —pregunta Elisenda, con cara de mosquitamuerta.

—No... Bueno... Tal vez-

Berta me corta.

—Mireya nos dijo que habías conocidoa un detective.

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¡Traidora! ¡Me las pagará!

Asiento con la cabeza.

— ¿Y los besos? —pregunta Berta.

—Para ponerte la piel de gallina —contesto con convicción.

3 de marzo

Esta noche, estábamos cenando papá,Marcos, Lidia, que es la novia de papá(y que por suerte no tiene una hijaincordio como tenía la novia anterior), yyo. De repente, Marcos pregunta:

—Papá, ¿qué es el sexo oral?

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Papá se atraganta con la sopa. Yo pongola antena porque no me quiero perder lasexplicaciones.

— ¿Qué dices, Marcos? —le preguntacon los ojos como platos.

Marcos, con paciencia, repite lapregunta.

— ¿Y tú de dónde lo has sacado?

—De una discusión que tuvimos hacedías en la escuela.

Papá y Lidia se miran.

— ¿Quién os enseña esas cosas?

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—La tele —contesta Marcos,tranquilamente.

— ¿La tele? ¿Vas a casa de alguien quetenga acceso al canal porno? —

pregunta papá, con toda la pinta dequerer empezar a prohibir salidas a casade los amigos.

—No, hombre. Eso lo oímos hacetiempo en el telediario. Hablaban deClinton, que decía que no había juradoen falso cuando había dicho que nohabía mantenido relaciones sexuales conla Lewinsky, porque sólo habíapracticado sexo oral.

—Hummm —dice papá, aturdido.

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Lidia le da un empujoncito.

—Venga, no lo tengas esperando,explícaselo.

Papá mira a Lidia con cara de profundadesesperación.

— ¿Cómo quieres que se lo explique sihace dos días jugaba a indios detrás delsofá?

Lidia suspira.

—Hace dos días, tal vez sí, pero ahoraquiere saber qué es el sexo oral.

Entonces, viendo que papá se haquedado catatónico, Lidia explica:

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—Hay gente que cuando habla derelaciones sexuales piensa en el...

—Coito —interrumpo yo. Y añado,antes de que Marcos pregunte nada

—: Eso es, la penetración del penedentro de la vagina. Pero es mucho másque eso.

Papá me mira atónito.

—Exacto —aprueba Lidia—. Tenerrelaciones sexuales con alguien implicatener una relación física, y a menudotambién emocional, muy estrecha, quepuede pasar por el coito o no. Tambiénpuede ser sexo oral, o sea, el contactode los labios con los genitales de la otra

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persona.

O puede ser sexo anal, o sea, a travésdel ano. O puede ser sexo manual, o sea,el contacto de las manos con losgenitales. ¡Fíjate cuántas posibilidadesdistintas!

A mí, eso del sexo oral creo que medaría mucho asco dice Marcos.

Lidia se ríe. Papá hace una mueca.

—En el sexo —prosigue Lidia—, comoen cualquier cosa, las experienciasconstituyen un aprendizaje fantástico. Esnormal que ahora te parezca algoasqueroso, pero dentro de unos añosseguramente no te lo parecerá. O tal vez

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sí y, en tal caso, no estás obligado apracticarlo.

Marcos piensa un poco.

—O sea —dice finalmente— queClinton dijo una trola, ¿verdad?

—Verdad... De todas formas, mentirasmás gordas y vergonzosas dijo Bushrespecto a la guerra contra Irak, y nadiele acusó de nada —

contesta Lidia.

—Tienes razón —digo, boquiabierta.

— ¿Es estúpido o no que una personatenga que dar explicaciones de lo que

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hace con su vida íntima siempre ycuando no haya perjudicado al otro, yque, en cambio, una persona que pone enmarcha una guerra no tenga que darningún tipo de explicación?

—Es más que estúpido —dice papá—;es inmoral.

A mí también me lo parece.

5 de marzo

El viernes por la tarde me pongo a hacerel trabajo de lengua. Después de rastreartodos los diccionarios que tiene mamáen su casa, éste es el resultado:

INFORME 4

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•Coito: follar, echar un casquete, echarun polvo, meterla.

•Las últimas expresiones se refierensólo a los hombres, está claro.

•Masturbarse: hacerse una paja,cascársela.

•Por lo que parece, el lenguaje norecoge que las mujeres se masturben.

•Vulva/vagina: Coño, almeja, raja,chocho, concha. No queda claro quéquiere decir vulva y qué vagina.Clítoris: ¿?

•No he encontrado ninguna palabra quequiera decir clítoris.

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•Pechos: tetas, botijos.

•Pene: pajarito, pito, nabo, pistola,salchicha, aparato, polla, espada,espárrago, picha. ¡Vaya, vaya!

•Testículos: cojones, pelotas.

•Esperma, semen: leche.

•Estrenada: una mujer que no es virgen.

•¿Y los hombres, qué? ¿Ellos semantienen vírgenes toda la vida?

•Orgasmo: correrse.

•Eso será los hombres, ¿no? ¿Y lasmujeres, qué?

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•La conclusión del informe es que ellenguaje, está claro, manifiesta ladiscriminación que ha sufrido la mujertambién bajo el punto de vista sexual.

•Pero no solamente las mujeres hansufrido y sufren esta discriminaciónlingüística, también, por ejemplo, laspersonas que se ven atraídas por sumismo sexo:

•Gay: nenaza, afeminado, marica,trucha. Lesbiana: machorro, tortillera,amazona. ¡Lo que nos queda aún porcambiar!

Por la noche, compruebo mi correoelectrónico y veo que Octavia me hamandado otra regla de oro de la

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sexualidad:

REGLA DE ORO 2 DE LASEXUALIDAD

No hay normas que indiquen qué hay quehacer o cómo o cuándo para tener unasexualidad feliz. Cada persona, cadapareja, la vive a su manera, y es lacorrecta, siempre y cuando respete lavoluntad del otro y no lo perjudique.

No se puede tratar a una persona comosi fuera una cosa por el simple hecho deque te guste su cuerpo y quieras jugar

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con él; antes tienes que saber qué quiererealmente tu pareja.

CAPÍTULO 10

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DIFICULTADES

Volví a mirar el reloj. No me podíacreer que Flanagan se hubiese olvidadode nuestra cita, pero pasaba ya un cuartode hora y, por el momento, no dabaseñales de vida. Esperaría un poco más;Flanagan se lo merecía. Aunque Mireya,que lo había visto de lejos el sábadoanterior, cuando salíamos de casa demamá, consideraba que tampoco habíapara tanto.

—Es bajito y poca cosa —me habíadicho al llamarme para contarme quenos había pillado saliendo de casa demamá.

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— ¿Nos has visto? —me habíasorprendido yo—. Pues yo a ti no.

—No me extraña, guapa. Tenías unacara de tonta... Parecía que estuvieses enotro plano, o... que te hubieses quedadoñipando encima de una nube. Vete asaber por qué...

Esta última frase era una provocación,evidentemente, para que le contase quéhabía pasado entre Flanagan y yo. Apesar de que estaba sola, porque papá yMarcos habían salido, y habría podidohablar sin tapujos, no me apetecía nadacontárselo. Me fui por la tangente.

— ¿Y qué que sea bajito? ¿Te crees quetú tienes pinta de top model?

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—No, no lo creo. Pero a mí me gustanlos chicos con otro físico...

— ¿Por ejemplo? —pregunté yo, paraganar tiempo.

—Me gustan altos y musculosos... comolos de los anuncios de ropa interior delas vallas publicitarias.

— ¡Bah! Pareces un chico, funcionandocon estereotipos físicos del tipo

«los tíos tienen que ser altos y cachas» y«las chicas, delgadas y con dos buenosmelones»... Pues a mí me da lo mismotodo eso, lo que me gusta es...

— ¿Qué, qué?

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Callé durante unos segundos, lossuficientes para que Mireya saltase.

—Tenemos un pacto, ¿te acuerdas?

Sí, me acordaba. Un pacto que noscomprometía a hacer partícipe a la otrade los avances que hacíamos en lasrelaciones con los chicos. Ese pacto tanraro nunca me había molestado porquecasi siempre era ella la que me contabasus hazañas. Y a ella no parecía que lecostase nada tener que informarme. Yo,en cambio, no tenía muchas ganas decontárselo. Finalmente, le hice unresumen poco detallado, pero, al llegaral momento en que guiaba la mano deFlanagan, Mireya me había interrumpidopara decirme que no estaba segura de

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que fuese muy correcto dar indicaciones.Yo me había quedado un poco cortada.A lo mejor no, pensé en aquel momento,pero luego, cuando ya había colgado, meacordé de una frase de Octavia: «Si túno sabes cómo tener un orgasmo,¿esperas que tu pareja lo sepa mejor quetú?».

Seguro que eso significa que es precisoenseñarle a tu pareja lo que tú ya sabessobre tu cuerpo, me dije a mí misma.

—Hola, Carlota —la voz de Flanaganme hizo aterrizar de golpe.

Y casi me caigo de espaldas cuando lovi acompañado de un chico y una chica.¿Qué le pasaba a aquel tío? ¿Por qué se

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presentaba con tanta gente? ¿No nosbastábamos los dos solos? Yo, quehabía planeado una tarde de sábado encasa de mamá, con todo el tiempo pordelante porque — ¡esta vez sí!— mimadre se había ido a hacer el cursillo deNuevos Programas de GestiónInformatizada para Bibliotecas y novolvería hasta el lunes... O al menos esoesperaba con los dedos cruzados.

¡Qué decepción! ¿Para eso había hechomalabarismos para poder burlar lavigilancia testaruda de Marcos, queestaba dispuesto a conocer a Flanagan atoda costa?

Pero en seguida me di cuenta de que ladecepción de Flanagan era más o menos

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tan grande como la mía, porque,mientras nos presentaba, me iba mirandocon cara de losientosoncomochicles.

Le devolví una mirada llena decomplicidad. Me gustaba saber quepensábamos lo mismo y que ambos losabíamos.

— ¡Vaya, felicidades, Flanagan! ¡Tunovia está potente! —dijo el talCharche.

Después de ese comentario... algodesafortunado, su amigo me dio dosbesos bastante impetuosos, que a mí medesconcertaron y a su amiga, Vanesa, lairritaron, a juzgar por la cara de malauva que puso.

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—Venga, que no tenemos toda la tardepara besuquearnos. Vamos, que luegolas galerías se llenan de gente —dijo lachica, señalando hacia la entrada delcentro comercial delante del que noshabíamos encontrado.

— ¿Vais a comprar? —pregunté, con laesperanza de perderles pronto de vista.

—No, sólo a echar un vistazo; nos gustaver escaparates.

—Entonces, mejor que cada cual vayapor su lado. Nosotros habíamos pensadoir al cine... —dijo hábilmente Flanagan.

¡Hundido!, pensé. Pero me equivocaba.Charche era un tipo con vocación de

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destructor y en seguida se apuntó anuestros planes.

—Cojonudo. En las galerías hay unmultisalas. Ponen Terminator I íntegra,con escenas que habían sido suprimidaspor exceso de violencia.

¿Ir al cine en lugar de pasar la tardesolos en casa de mamá? ¿Y encima paraver Terminator I? ¡Oh, no!

Flanagan me miró con cara de merluzo.Lo siento, me decían sus ojos, he hecholo que he podido.

No nos pudimos escaquear y nos vimosarrastrados hacia una tarde consumistade-li-cio-sa. Exactamente lo que más me

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apetecía.

Entramos en las galerías. Flanagan y yoconseguimos hablar dos nanosegundossin que Vanesa y Charche se metieranpor medio.

—Oye, lo siento. Se me han pegado —me dijo Flanagan en voz baja mientrasme tiraba del brazo para retirarme de lalínea auditiva de sus amigos.

—Más lo siento yo. Mi madre se ha idoesta mañana. No vuelve hasta el lunes.

— ¡Oh! —Flanagan se detuvo unossegundos y, luego, me preguntó—:

¿Llevas las llaves de casa?

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—Claro.

—Vaya.

— ¿Y si les dices que preferimos estarsolos?

Flanagan meneó la cabeza con muchapena.

—No lo entenderán. El cerebro deCharche es incapaz de registrar esainformación.

Me dio la impresión de que el cerebrode Charche podía procesar pocasinformaciones, sobre todo si había unachica por allí. Sólo tenía neuronas parauna cosa.

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Vanesa y Charche babeaban ante losescaparates de todas las tiendas.

En un momento dado, mientras ellos dosestaban extasiados contemplando lasúltimas novedades en terminales detelefonía móvil, Flanagan me cogió de lamano y me arrastró.

—Vamos —dijo, con voz decidida.

-¿Qué?

— ¡Ahora o nunca! —insistió con lamisma urgencia.

Dejamos a Charche y Vanesadiscutiendo sobre las ventajas de unamarca respecto a otra, apresuramos el

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paso y giramos por uno de los callejonesde las galerías. ¡El enemigo no se habíadado cuenta!

Nos miramos con aire victorioso, conlas manos aún bien cogidas.

Pero ¡oh, qué mala suerte la nuestra!Cuando empezábamos a oír los gritos deCharche, que nos buscaba, nos dimoscuenta de que el callejón por el que noshabíamos metido no tenía salida.

No teníamos escapatoria. Aquellosplastas nos encontrarían en un abrir ycerrar de ojos.

De repente, tiré de Flanagan y entré enuna tienda de ropa de chica.

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—Si tenemos alguna posibilidad deescaparnos, es así —cuchicheé, con lasensación de que Vanesa y Charchevenían ya por el callejón sin salida.

Flanagan me siguió el rollo. Cogió enseguida un vestido negro y le dijo a lachica de los probadores:

—Una prenda.

Ella me dio una ficha roja con el númerouno en relieve y dijo:

—El último probador está libre.

Flanagan y yo corrimos. El vestidorevoloteaba colgado del dedo de él.

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Acabábamos de pasar la cortina cuandooímos la voz de Charche.

—No entiendo cómo puede ser que loshayamos perdido.

—Pues aquí tampoco están —decíaVanesa—. Seguramente habrán ido en laotra dirección.

Flanagan se dio la vuelta y quedó deespaldas al espejo y frente a mí.

Sentía su respiración bastante alterada.Como la mía. Pero ahora no sabía si erapor culpa de la carrera y los nervios opor la emoción de encontrarme a solascon Flanagan dentro de un recinto máspequeño que un ascensor. Era

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inevitable, por supuesto, que nosabrazásemos: no había espacio paraestar allí de otro modo. Sentía elcorazón de Flanagan galopando contra elmío y tenía la sensación de que habíancogido el mismo ritmo. Lo miré y vi queél me estaba mirando a mí. Y

puse mis labios sobre los suyos mientrassentía su lengua enroscarse con la mía ynuestras salivas mezclarse.

No sé cuánto rato estuvimos allí dentro.Yo diría que el suficiente para habermepodido probar diez o doce vestidos.

Cuando salimos, con las piernas deplastelina y las bocas medio satisfechas,no había rastro de Charche ni de Vanesa.

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Flanagan me apretó la mano mientraspasábamos ante la chica que vigilaba losprobadores y le devolvía la ficha deplástico y el vestido.

—No me iba bien.

Echamos a correr como si llevásemosdetrás a un equipo entero de Charches yVanesas o una banda de narcos. No hayni que decir que íbamos directos a casade mamá. Y yo, después de aquellosapretones y besos de tornillo dentro delprobador, me sentía dispuesta a repetircomo mínimo el viaje a las estrellas delsábado anterior. Unas cuantas neuronasestaban atentas a la huida: que si reírsedescontrolados, que si doblar lasesquinas con precauciones, que si

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vítores cuando no vemos al enemigo porninguna parte... Todas las demásneuronas, o sea, la mayoría, estabanpendientes de las sensaciones querecorrían mi cuerpo y que, por extrañoque pueda parecer, no menguaban sinoque iban en aumento, tal vez porque yolas ayudaba con lo que me ibaimaginando.

Otro beso arrebatador, las manos deFlanagan, mi cuerpo...

Cuando entramos en casa de mamá, yacasi me quedaban neuronas solamentepara Flanagan y para mí. De modo queno fue raro que, nada más cerrar lapuerta, nos morreásemos con urgencia.

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—Tenía ganas de hacerlo —dijoFlanagan.

—Y yo.

—Pues venga —dijo Flanagan,acercándose a mí con la clara intenciónde volver a meterse en faena.

Puse una mano entre su pecho y el mío yle detuve.

—No, aquí no.

De camino hacia mi habitación —la demamá habría sido más cómoda pero medaba no sé qué usarla— cogí unoscuantos CD del salón. Al llegar a lahabitación, puse Sadness. Sólo con oír

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los cantos gregorianos, me puse aún mása cien. Aquellos cánticos metransportaban a las sensaciones de laotra vez. Entonces, me di cuenta de queestaba dispuesta a dar un paso que nuncahasta entonces había querido dar. ¿Y

Flanagan? ¿Querría también?

— ¿Quieres hacerlo? —le pregunté.

Flanagan me miró. De repente tenía unaire serio.

¿Quizá no quería llegar tan lejos?, mepregunté. Pero antes de que tuviesetiempo de arrepentirme de la propuesta,asintió con la cabeza.

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Yo también me puse seria. De golpe,estaba muy nerviosa, insegura, sin sabermuy bien qué tenía que hacer.

—Yo no lo he hecho nunca —le dije.

Pensaba que tal vez él sabía cuál era elpaso siguiente. Me imaginaba que teníamayor experiencia que yo. Al fin y alcabo, era un año mayor.

—Yo... casi tampoco.

Pues me había equivocado: poquitaexperiencia suya sumada a ningunaexperiencia mía. ¡Vaya equipo!

Me sentía intimidada. Muy intimidada.Pero no pensaba echarme para atrás, ya

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que, de hecho, las neuronas quemandaban sobre mis nervios y mitimidez parecían bastante menosnumerosas que las encargadas demandar sobre mi deseo.

¡Ya no había marcha atrás posible!

Tiré del colchón que había encima de militera. No era cuestión de hacerequilibrios a un metro y medio del suelopara acabar cayendo justo en elmomento que resultase menos oportuno.

Puse el colchón sobre las baldosas.

—Bien hecho —dijo Flanagan,sentándose encima.

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Yo también me senté.

—Bueno... ¿Tienes...?

Nos lo habían dicho de todas las formasposibles: había que usar preservativos,pero yo no tenía. Esperaba que él sí.

— ¿Que si tengo...?

Flanagan no acabó la frase y me mirabacomo si estuviera en Babia.

Me aclaré la garganta.

—Quiero decir que sí... Esto...Preservativos.

Flanagan levantó las cejas justo a la vez

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que decía:

—Ah, preservativos, sí. Claro...

Me tranquilicé: eso debía de significarque llevaba uno en la cartera. Mis dotesanalíticas, sin embargo, eran penosas,porque Flanagan acabó:

—Pues no.

—Entonces no sé si...

Realmente, creía que era mejor que nodiésemos aquel paso. Podíamosquedarnos en el mismo punto que el díaanterior.

Ninguno de los dos aclaró qué

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considerábamos que era mejor. Nuestroscuerpos estaban tan cerca que de unjersey al otro saltaban pequeñas chispasy, cuando las mangas se rozaban, se oíanchasquidos eléctricos.

Me gustó imaginarme que era la tensiónde nuestros cuerpos, nuestro deseo, másque la electricidad estática.

Y una cosa llevó a la otra: nosbesuqueamos y nos abrazamos y nostoqueteamos y nos lamimos. Y no sécómo, ni él ni yo llevábamos zapatos nicalcetines. Y seguimos tocándonos ymorreándonos.

—Espera un momento, que te ayudo aquitarte el jersey Y luego volaron las

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camisetas y los pantalones. Y él llevabaunos calzoncillos a rayas que lesentaban muy bien. Y que todavía medieron más ganas de estar con él. Y yome había puesto uno de mis conjuntospreferidos, a pesar de que no tenía ni lamás remota idea de que acabaríadesnuda ante Flanagan. Y él intentódesabrocharme el sujetador, pero sequedó atascado. Me lo tuve que quitaryo.

A esas alturas, encendidos de deseo,estrenando la impresión de explorar elcuerpo desnudo del otro, con las ganasque teníamos de todo, ya nos habíamosolvidado de los preservativos; de esosólo fui consciente por la noche, cuando

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ya estaba sola en casa.

No era la primera vez que veía un pene.No era la primera vez, tampoco, quetocaba uno en erección, pero era laprimera vez que veía uno en erección yque lo tocaba. Lo miré con curiosidad.Era imponente. Tenso, brillante ygrande. Quizá demasiado grande... ¿Mecabría? ¿Me dolería?

Humm. Esperaba que no.

Flanagan me besuqueaba el cuello. Yole devolví los besos con muchaintensidad. Y le mordí el lóbulo de laoreja. Él seguía besuqueándome elcuello y los pechos, mientras meacariciaba el sexo... sin demasiada

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habilidad. Demasiado de prisa,demasiado fuerte; al final me hará daño,pensé. Pero no pude decirle nada detodo eso porque él me sorprendió conuna maniobra que no me esperaba: se mecolocó encima e intentó colocar el peneen la entrada de la vagina. No loconsiguió pero, como él no se habíadado cuenta, empujó. Aquella embestidapoco hábil me hizo daño.

— ¡Ay! —suspiré.

No creo que ese dolor tuviese nada quever con la pérdida de la virginidad, sinomás bien con la falta de experiencia deambos y con las prisas de Flanagan.¿Por qué caramba quería estar ya dentrode mí si estábamos tan bien dándonos

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besos y acariciándonos?

—Un momento... Despacio... —le pedí,mientras intentaba echarle de encima demí para que volviese a colocarse a milado y yo pudiera recuperar el bienestary el placer de hacía unos minutos y queahora, como por arte de magia, habíaperdido.

—Espera, es que... —dijo él.

Y

me preparé para una nueva embestida.Pero no. Flanagan se dejó caer a mi ladoy me besuqueó el cuello nuevamente.

Entonces le cogí la mano para enseñarle

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dónde y cómo tenía que acariciarme. Lepuso ganas y lo hacía muy bien. Yovolvía a estar en el cielo. Sentía denuevo mi cuerpo crepitando como sifuera un árbol de Navidad con todas lasluces encendidas. Notaba un calorintenso que me subía por el cuello y porel rostro. Sentía que mi sexo se deshacíacomo la mantequilla bajo los dedos deFlanagan.

Y

de repente, ¡hop!, vuelvo aencontrármelo encima de mí, empujandosu sexo hacia la entrada del mío. Lasluces de Navidad se apagaron de golpe.

—Espera, ¿eh?

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— ¡Ah!, perdona.

—Despacio —le dije.

Pero no le dije nada de lo que habríatenido que decirle: que necesitabamuchas más caricias en el clítoris y quenecesitaba más besos, que teníamos quemantener las luces de Navidadencendidas... si no, no le veía la gracia.

No tuve narices.

—Vale, despacio. Ve guiándome tú.¿Quieres...? ¿Quieres que me pongadebajo? —preguntó.

—Da lo mismo.

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Me daba lo mismo de verdad, porque yano podía concentrarme en el placer. Sehabía esfumado cuando los fusibleshabían saltado y me habían dejado aoscuras. Es verdad que aún notaba uncalor agradable por todo el cuerpo y queera emocionante estar allí con él, de unaforma tan... tan íntima. Porque ¿qué otrasituación había en la vida más íntimaque aquélla? Y es verdad que Flanaganme gustaba y estaba muy bien con él,pero ya no sentía mi cuerpo disparado;sólo mi corazón.

Flanagan hacía esfuerzos para noespachurrarme, me daba cuenta.

Como también me daba cuenta de que lacanción que sonaba en aquel momento

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era The Voice of the Enigma.

Flanagan seguía sin poder meterme elpene. No encontraba el agujero, noencontraba la manera. Noté quecambiaba de postura porque necesitabalas manos. Y yo no sabía si tenía queayudarle o no. A lo mejor le ofendía, lehacía sentir que no lo hacía nada bien...

Yo me había ido relajando con TheVoice of the Enigma. No habíaconseguido encender tres mil voltios enmi cuerpo, pero al menos estabatranquila y no sentía dolor. — ¡Ay!

Sin querer, Flanagan me había vuelto ahacer daño. Sin apenas darme cuenta, lecogí el pene y lo guié.

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Mi sorpresa fue mayúscula cuando me dicuenta de que su pene entraba en mivagina. Lo había puesto en buenadirección y no costó nada tenerlo dentro.Fue una experiencia mucho menosimpresionante de lo que esperaba. Nonoté casi nada. Ni dolor ni placer.Apenas sentía que tenía algo dentro quese movía.

Tener a Flanagan encarcelado dentro demi cuerpo, envolverle el sexo con elmío, era bonito, pero no me hacía saltarde placer. En cambio, si Flanagan mehubiese acariciado el clítoris, creo quetal vez habríamos podido encender denuevo todos los voltios.

Gemí, en parte por el placer de

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imaginarme las caricias de Flanagan enmi clítoris y, en parte, por el placer dela proximidad de él.

Como si mi gemido hubiese sido unaseñal, Flanagan se movió más y más deprisa y comenzó a gemir. Luego, sequedó quieto. En el disco aún sonabaThe Voice of the Enigma.

¿Eso es todo?, pensé. ¿Ya está? ¿Se haacabado?

Flanagan me dio un beso en la boca.

—Fantástico. Eres fantástica —me dijo.

Me quedé desconcertada. ¿Fantástica?¿Qué había hecho para ser fantástica?

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Yo, en cambio, no podía decir quehubiese sido fantástico, la verdad.

—Sí. Espera, voy a limpiarme.

Entré en el lavabo un poco agobiada.Me miré en el espejo para ver si tenía lamisma cara de siempre. Sí. No habíacambiado nada.

— ¿Te ha gustado? —le pregunté a laCarlota del espejo.

La Carlota del espejo se encogió dehombros.

Esperaba algo más. Como yo.

—Fue mejor el sábado pasado,

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¿verdad? —le pregunté, mientras meacordaba de cómo me había acariciadoFlanagan y del orgasmo tan potente quehabía tenido.

La Carlota del espejo asintió con lacabeza, poniendo mucho énfasis.

—A lo mejor estamos taradas —le dije—. ¿Tú qué crees? La gente dice quehacer el amor es una pasada alucinante.

La Carlota del espejo meneó la cabeza yel flequillo le fue de un lado al otro.

—No piensas que estemos taradas.Entonces quizá tendríamos que haberledicho a Flanagan lo que queríamos, ¿no?

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La Carlota del espejo me guiñó un ojo.

—Claro que él tampoco ha preguntadonada. Lo ha dado todo por sentado.

Miré a la Carlota del espejo, encogí loshombros y salí, no diré que con el raboentre las piernas, porque no tengo rabo,pero...

Flanagan aún estaba echado en elcolchón. Se le veía relajado y feliz.

Por la noche, en casa de papá, fuiconsciente de que, al hacer la cama encasa de mamá, no había encontrado niuna gota de sangre.

O sea que la pérdida de la virginidad y

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la ruptura del himen también estabanrodeadas de mucha leyenda, porque, enmi caso, no había pasado nada. Fueentonces, también, cuando me di cuentade que ni nos habíamos vuelto a acordarde los preservativos. Y, repentinamente,me cogió un agobio terrible. ¡Vaya!Mira que nos lo decían de todas lasmaneras: ¡nunca sin preservativo! Y laprimera vez, ¡zas!, habíamos caído comounos bobos. ¿Por qué ni él ni yohabíamos pensado en comprarlos? Siestaba cantado que podíamos acabarcomo acabamos... ¡Qué tontos! ¿Y si éltenía el sida?

Vale, vale, tal vez estaba exagerandopensando en enfermedades y, en cambio,

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lo que sí que podía haber pasado eraque me hubiese quedado embarazada.Esa idea me cubrió el cuerpo de unsudor frío.

¡Jo! Quedarme preñada, llevar unacriatura dentro... No quería niimaginármelo. ¡Qué lío! ¿Y cómo se loplantearía a mis padres? ¿Y

qué diría mi padre, tan carca él? ¿Y quédecisión tomaría: quedármelo o abortar?¿Y se lo tendría que contar a Flanagan opasaría el trago yo sola? Al fin y alcabo, Flanagan y yo no teníamos ningúncompromiso...

¡Uf! Estaba haciendo una montaña de ungrano de arena. De hecho, cuando me

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viniese la regla, saldría de dudas, medije para tranquilizarme.

Y para acabar de sacármelo de lacabeza, me senté delante del ordenadory tecleé mi contraseña para entrar en elcorreo electrónico. Aparecieron cuatromensajes y... ¡Una sorpresa mayúscula!No me podía creer lo que estaba viendo:uno era de Koert. Con la misma energíay decisión que si se hubiese tratado deabrir un sobre de papel, puse el cursorencima para abrirlo. El mensaje decía losiguiente:

Asunto: missing you

Texto: Dear Carlota-the-bomb,

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Y a continuación, que ya sabía que lehabía dicho que no me llamase mis y, dehecho, no me había llamado —do yourealise how good I am?, decía el muycaradura— pero añadía que no seresignaba a terminar de aquella formatan absurda: todo por una de misexplosiones —Why are you like threemegatons?—> por una de sus

—al menos lo reconocía— chorradas.

Decía que le gustaba mi genio, que legustaba mi carácter, que le gustaba mienergía, que le gustaba que fuese capazde mover el mundo, incluso aunque nodispusiera de una palanca; ¡quéfilosófico! Le robaba las frases aArquímedes. Y seguía diciendo que si

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yo le gustaba para los momentos buenos,suponía que no tenía otro remedio queaceptarme en los malos. Y añadía quecuando la cosa se ponía fea, yo eracomo una bomba. ¡Pumba! Saltaba comoun gato. Y admitía que él se rebotaba,también.

I am sorry. Decía que sentía muchohaberse negado a ponerse al teléfonocuando le llamé hacía unos días. Queestaba muy enfadado.

Que había estado pensando y quesuponía que, en parte, él también habíatenido su responsabilidad en nuestrapelea.

Decía que le gustaría que volviésemos a

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hablarnos y ver hasta dónde podía llegarnuestra relación, pese a la complicaciónañadida de los kilómetros que nosseparaban.

Acababa diciendo que el fin de semanadel 20 y el 21 de marzo tenía que venir aBarcelona para participar en unoscampeonatos de natación. Will you liketo meet me?

Y acababa con un:

I like you, dynamite

Koert

Acababa de leerlo, aún notaba como elcorazón se me dilataba y se me dilataba

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hasta el punto de que no me dejaba nirespirar. Aquel mensaje electrónicoacababa de hacerme consciente de queseguía enamorada de Koert, cuandopapá vino a avisarme de que un talFlanagan había llamado por teléfono ypreguntaba por mí.

Tenía la cabeza hecha un lío deemociones cuando me puse y dije:

— ¿Flanagan? ¿Pasa algo?

—No, nada. Que quería decirte... que hasido fantástico.

Me quedé cortada. Para mí no habíasido fantástico. Emocionante sí.

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Intenso, también. Pero ni para lanzarcohetes, ni una experiencia de placerinolvidable, ni... Además, el mensaje deKoert había hecho que, de repente, mesintiera muy lejos de Flanagan. Pero¿cómo podía decírselo? Me limité aresponder:

—Ah. Bueno. Sí.

Flanagan, como si se diese cuenta deque había algo que no iba muy bien,dijo:

— ¿Carlota?

—Perdona, no sé si Marcos está en elsupletorio. Ya nos llamaremos.

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CAPÍTULO 11

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EL PRIMER COITO

8 de marzo

El miedo a estar embarazada es unaespecie de gusanillo que se me hametido dentro del cerebro y que no medeja vivir tranquila. Me tiene colapsada,tanto que no puedo ni hacerme a la ideade que Koert va a venir y de que, siquiero, nos veremos. No le hecontestado el mensaje; no sé qué decirle.¿Qué estoy embarazada de Flanagan?

Tampoco me he atrevido a contárselo anadie. Tengo miedo de que no sean másque neuras mías y que la regla me vengacuando me tiene que venir, o sea, el 12

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de marzo, y que, por lo tanto, no seanecesario gritarlo a los cuatro vientos.Mireya se reiría. Luci —a quientampoco sé si tendría valor deconfesárselo— me pegaría la bronca.Mamá se pondría histérica... Esperaréen silencio; es lo mejor que puedohacer.

Para sacarme de encima la inquietud,como otras veces, acompaño a Laura asu gimnasio. Me gusta ir de vez encuando, a pesar de que no sería capaz dellevar su disciplina: una hora tres ocuatro veces por semana... ¡Uf, no!

Prefiero los deportes de competición enequipo. Son más divertidos.

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Después de pegarnos una paliza en unade las salas siguiendo una clase conmucha caña, nos duchamos, nosponemos el traje de baño y vamos aljacuzzi y al baño de vapor. Por suerte,hoy la zona de aguas, como se conoceesta parte del gimnasio, está vacía.

Normalmente se llena de chicas y, sobretodo, de chicos de unos veinte años.Entonces, ni resulta muy agradable estarallí —ocupan todo el espacio con suscuerpos grandes y peludos—> ni esposible hablar de nada; ellos gritan y secuentan sus últimas conquistas. A juzgarpor lo que dicen, se pasan la vidaseduciendo a chicas, que caen comomoscas a sus pies... o en su cama. ¡Y

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qué más!

Nos metemos en el jacuzzi. El agua estácalentita. Las burbujas alborotadas nosmasajean el cuerpo, algo castigadodespués de darle a la bicicleta y alremo.

Laura cierra los ojos. Yo, no. La miro,pienso que me puede ser de muchaayuda y le suelto:

— ¿Cómo fue tu primera vez?

Laura abre un ojo y sonríe, con cara depilla.

— ¿La primera vez? Hummm. Laprimera vez no me acordé de regular los

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espejos retrovisores y me di cuentacuando estaba en plena maniobra...

— ¿De qué hablas?

—De la primera vez que conduje uncoche, claro. ¿A qué te referías tú?

—Ja, ja, ja —le suelto, enfadada,porque estoy segura de que sabe muybien a qué actividad me refiero.

— ¿No se trata del coche? —dice ellaponiendo un muslo encima de uno de loschorros de agua, que burbujea contra supiel.

—No. Se trata de la primera vez quetuviste relaciones sexuales.

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— ¡Ah! —dice. E inclina la cabezahacia atrás y se da un hartón de reír.

— ¿Me lo piensas contar o no?

Laura asiente: sí.

—La primera vez tenía unos trece años.

Doy un salto de sorpresa que me levantaunos cuantos centímetros por encima delnivel del agua.

— ¿Follaste a los trece años? —pregunto, alucinada.

—No follé —dice ella—. Pero sí tuverelaciones sexuales.

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—Muy bien. Pues cuéntame qué hiciste alos trece años.

—Me besuqueé con un chico que megustaba mucho. Por la noche, me robabael sueño. No hacía más que pensar en él.Y un día, nos encontramos al salir declase y fuimos a un parque. Elegimos elrincón más solitario...

—Y os distéis el lote.

—Pues sí. Fueron mis primeros besosde tornillo.

— ¿O sea, con la lengua?

—Sí. Me metió la lengua dentro de laboca. Te tengo que confesar que al

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principio la sensación no me resultóagradable.

—No. Lo entiendo. A mí, la primera veztampoco me convenció mucho.

—Es como todo en esta vida: la primeravez que comes foie u ostras puede que elsabor no te convenza. Necesitas ciertotiempo para llegar a apreciarlo.

—Y luego no puedes vivir sin ellos.

—Casi... —se ríe.

—Muy bien. ¿Y lo siguiente que hiciste?

Laura se lo piensa un rato antes decontestar. Por fin, dice:

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—Seguí con los besos una buenatemporada, hasta los quince.

— ¿Entonces follaste?

—No, pesada. ¿Qué prisa hay? Medediqué al petting.

— ¿Al petting?

—Es una palabra inglesa que significadarse besos de tornillo, acariciarse elcuerpo, pero sobre todo el pecho, elclítoris y la vagina en el caso de lachica, y el pene y los testículos en elcaso de los chicos.

— ¡Ah! ¡Eso...! Eso también lo he hechoyo.

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— ¿Y qué tal? ¿Bien?

—Bien, sí, francamente bien. Pero¿crees que es suficiente? ¿No crees quehaya que follar, quiero decir, que hayque llegar al coito para saber qué es elsexo?

—Mira, métetelo en la cabeza: lasrelaciones sexuales son cualquier cosaque proporcione placer sexual a dospersonas. Ya habrá tiempo para el coito.¡Si tienes toda la vida por delante...!Además, el petting es una preparaciónexcelente para el futuro coito. Y, paraacabar de hacerlo más interesante, conel petting no hay riesgo de coger el sida,ni hay riesgo de embarazo... siempre ycuando observes unas ciertas

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precauciones.

— ¿Cuáles?

—Que la eyaculación del semen seproduzca lejos de tu vagina y que, si elsemen te cae en las manos, no te lasacerques a los genitales.

— ¿Si vas con cuidado no te puedesquedar embarazada?

—No.

¡Ay, madre mía!, pienso, ojalá mehubiese limitado al petting con Flanagan.Ahora no lo estaría pasando tan malpensando que podía estar embarazada.

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— ¿Y hasta cuándo te dedicaste alpetting?

—Hasta los diecisiete.

— ¿Hasta los diecisiete no follaste?

—No. ¿Y qué? ¿Te crees que lo de lasrelaciones sexuales es una especie deconcurso para entrar en el libroGuinness de los récords?

Tienes que hacer las cosas cuando teapetezca de verdad, cuando te sientaspreparada, cuando estés cómoda con elotro. Eso es muy importante para podersoltarse.

¡Glups! ¿Puede que yo me haya

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precipitado? Hummm. No lo creo. Yome sentía a punto, tenía ganas. Pero nofue como esperaba.

— ¿Me explicas esa primera vez?

—Nada que ver con lo que había vistoen las películas. O sea, señor y señoracon furia incontenible se arrancan laropa y folian de pie contra una pared yal cabo de unos segundos, por arte de lapolla maravillosa del señor, la señoratiene un orgasmo que la hace gritar hastaque la oyen los del principal, mientrasél, en el mismo momento, tiene otro. Fin.

Me parto de risa. Así es como lo pintanen las películas.

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—Y en las pornográficas, peor aún.Todo está basado en un pene enorme queen seguida entra en la vagina y leprovoca un orgasmo mayúsculo a laseñora. Qué es exactamente al revés decómo funciona el cuerpo de una mujerpara obtener placer —dice. Y añade

—: Bueno. Pongámonos en situación.Para empezar, por suerte, con el pettingya te has ido acostumbrando a ver unpene en erección.

—Sí, porque la primera vez impresionaun poco.

—Por decirlo finamente —se ríe Laura—. Pero tengo que decirte que, una vezque te acostumbras, es una imagen muy

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excitante.

Continúa explicando lo que ya sé: que elclítoris también tiene una erección y quela vagina se lubrica.

—...Y aumenta de tamaño. Piensa que encondiciones normales la vagina tieneunos nueve o diez centímetros delongitud, pero con la excitación sealarga hasta tener entre doce y quince,de modo que puede recibirperfectamente al pene.

¡Qué maravilla es el cuerpo!, pienso. Yrecuerdo que mi vagina pudo contener elpene de Flanagan.

—Muy bien: imaginemos que estás en la

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cama con el chico que te gusta. ¿Quéhaces entonces? ¿Cómo estás puesta tú?¿Y el chico? ¿Y

cómo entra el pene dentro de la vagina?¿Él solo sabe el camino? —le pregunto.

Quiero comparar su explicación con loque me pasó a mí, a pesar de que meparezca oír las palabras de Octavia:«No hay formas mejores que otras, sinoque cada cual tiene que encontrar lasuya». De todas formas, seguro que conlas explicaciones de Laura aprenderémás cosas.

— ¡Uf! —Resopla Laura—. ¡Cuántaspreguntas juntas! Despacio.

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Estamos en la cama y nos dedicamos alpetting...

— ¿No habíamos quedado en que ahoraibais por el coito?

—Sí, pero el petting no me lo saltonunca, nunca. Es fundamental.

Me gusta mucho y me excita para seguiradelante. Por cierto, a veces los chicostienen prisa por llegar al coito y quierensaltarse esta parte. Es precisoenseñarles que el petting es, comomínimo, tan importante como el coito.

Asiento. Ésta me la apunto, tengo quedecírselo a Flanagan.

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—Y también lo es que te digan palabrasagradables. Y una cosa lleva a la otra. Amedida que él te acaricia, te vasexcitando, la vagina se te lubrica y secalienta. Llega el momento en que tienesganas de sentir el pene del chico dentrode ti...

Laura se para y pone cara de dudar.

— ¿Qué? —pregunto.

—Que me doy cuenta de que lasprimeras veces no tienes demasiadasganas porque...

Es verdad. A mí, me daba lo mismotenerlo dentro; más bien prefería notenerlo.

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— ¿Porque te duele? —pregunto, apesar de que aquélla no había sido mipreocupación con Flanagan.

—No. Si estás bien lubricada no duelenada de nada. Pero reconozco que paraque llegue a dar placer hace falta unpoco de tiempo, como si la vaginatuviese que tomar conciencia de sucapacidad de placer.

¡Y es mucha la que llega a tener, eh!

—Como comer ostras, está claro —digo. Y pienso que todo llegará tambiénpara mí—. Venga, sigamos. ¿Tú cómoestás puesta?

—No hay reglas fijas. Puedo estar

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echada boca arriba, con él encima.

Ésta es, para entendernos, la posturamás tradicional en Occidente.

— ¿A ti te gusta?

—Humm. Me gusta como otras muchas.Por ejemplo, estar yo encima de él. O delado o de pie o... ¡Qué sé yo! Irprobando y encontrando lo que más tegusta es fantástico. Nadie te puede decirqué posturas son mejores. I ,o tendrásque ir descubriendo tú con las parejasque vayas teniendo. Además, con cadapareja aprenderás cosas nuevas.

— ¿Y cómo entra el pene en la vagina?¿Solo?

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Recuerdo que, al final, ayudé aFlanagan, pero no sé si hice bien.

—Mujer, solo... Ni que fuese un misilprogramado hacia un objetivo.

Mira, lo mejor es que, con la mano, o túo él lo acompañéis hasta la entrada.Personalmente, prefiero hacerlo yomisma, porque conozco mejor que él mianatomía y puedo guiar mejor lamaniobra.

Suspiro aliviada.

—Y entonces, la primera vez, ¡pumba!,te desvirgan.

Laura se ríe.

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—Entonces, figura que, al entrar el penepor primera vez dentro de la vagina,rompe el himen.

—Y duele —digo muy dubitativamente.

—A pesar de que existe la leyenda deque duele, la realidad es que la mayorparte de veces ni te das cuenta. Bienporque tu himen ya se había roto conanterioridad, por ejemplo, con un golpeo yendo en bici o... Bien porque tuhimen es tan flexible que se retira paraque el pene pueda pasar.

Una de ésas he sido yo, me digo. Y ellasigue:

—Y por su parte, suponiendo que de

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verdad se rompa, como se trata de unapiel pequeña y muy fina, el dolor esmenos intenso que si te haces un rasguñocon una zarza. Lo que puede pasar esque estés tan nerviosa que amplifiques,exageres ese dolor.

—Muy bien, ya está dentro. ¿Y ahoraqué?

—Ahora, tanto tú como él hacéismovimientos pélvicos.

— ¿Movimientos pélvicos? ¿A qué terefieres?

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—Exactamente los mismos movimientosque hacíamos en la clase de gimnasia.¿Te acuerdas? Estábamos de pie yteníamos que poner la pelvis haciaadentro y la pelvis hacia fuera.

Laura sale del jacuzzi y hace los dosmovimientos:

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—Pelvis hacia dentro.

Desplaza la pelvis y el culo le quedahacia dentro, pero la cintura casi no semueve.

—Pelvis hacia fuera.

Desplaza la pelvis atrás y el culosobresale, pero la cintura tampoco semueve.

Yo también salgo del jacuzzi y memuevo al mismo ritmo que ella: dentro yfuera, y dentro y fuera... Ambas nosmovemos en una especie de danzadesenfrenada. Una de las profesoras degimnasia pasa por nuestro lado.

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—Excelente ejercicio para desbloquearla pelvis. Y para aprender a hacer elamor.

Riendo nos metemos en el baño devapor. Todo está lleno de una neblinablanca que huele a bálsamo. Laura y yoparecemos dos fantasmas. Hablamosbajito, aunque no hay nadie que nospueda oír; pero el lugar invita alrecogimiento.

—Venga. Estamos haciendomovimientos pélvicos... —la animo aseguir.

—Y dándoos besos o diciéndoos algo otodo a la vez.

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— ¿A oscuras? —digo sólo para verqué responde. Flanagan y yo lo hemoshecho con la luz encendida.

— ¿A oscuras? ¿Por qué?

—No lo sé... Lo he oído decir.

—No, mujer. A oscuras tiene pocagracia. Es mejor con una cierta luz, parapoder ver el cuerpo del otro, para poderver los dos cuerpos moviéndose, parapoder mirarse a los ojos...

—Y entonces, de repente llega elorgasmo, ¿no?

—Calma, calma. Acabáis de empezar amoveros. Tal vez tú no notas placer

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porque tu clítoris no resulta acariciadopor el cuerpo de él cuando se mueve.

Exacto, me digo mentalmente.

— ¿Siempre es así? —pregunto, a pesarde que me ronda por la cabeza unaexplicación de Octavia que dice que aveces sí y a veces, no.

—No, no siempre. Peroaproximadamente entre un ochenta y unnoventa por ciento de chicas no obtienenplacer sólo con el pene dentro de lavagina y, por lo tanto, necesitan seracariciadas directamente en el clítoris.

— ¿Cómo? —pregunto, interesadísima.

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—Depende. Por ejemplo, el chico tepuede acariciar el clítoris con los dedoso puedes hacerlo tú misma o puedesintentar encontrar una posición en la queel clítoris sea rozado por el cuerpo delchico al moverse.

Intento imaginármelo y, si es preciso,poder explicárselo a Flanagan.

—Y tienes que concentrarte en lassensaciones de tu cuerpo, a la vez quedejas el cerebro vacío de pensamientos.Te abandonas al placer

—dice ella.

— ¿Qué más hasta llegar al orgasmo?

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—Además, tenéis que estar moviéndoosun rato un poco largo.

— ¿Y si el chico tiene una eyaculaciónmuy rápida?

—Puede pasar y, de hecho, las primerasveces casi siempre pasa. Es importanteque el chico, desde las primerasmasturbaciones, aprenda a controlarsepara no eyacular demasiadorápidamente; tiene que intentar alargar almáximo la fase de meseta, con lo que suorgasmo será más intenso. Y, al mismotiempo, irá adquiriendo habilidad pararetener la eyaculación.

—Pero si él ha acabado y tú no, ¿quépasa?

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—Nada, que se puede acabar de otrasmaneras, ¿no crees?

Y veo los dedos de una mano de Lauraque se mueven delante de mi cara. Estáclaro.

Justo en aquel momento, entra un grupode chicos peludos, que con su jaleo nosahuyentan del baño de vapor. Se haterminado la conversación por hoy. Yentonces me doy cuenta de que he estadopensando todo el rato en Flanagan y noen Koert. ¿Qué significa eso?

10 de marzo

El gusanillo de mi cerebro se ha hechomás grande y no me deja vivir. ¿Y si

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estoy embarazada? ¡Me pondría a gritarde miedo...!

11 de marzo

Es jueves por la tarde, no tenemos clase.Hoy estoy menos agobiada.

Creo que no me he quedado embarazada;me duele mucho la barriga y eso debe dequerer decir que me vendrá la regla.

Koert me ha reenviado el mensaje; talvez piensa que no lo he recibido. No séqué hacer; aún no tengo ánimos paracontestarle.

Quiero hacerlo, pero no sé cuándo.Además, me acuerdo a menudo de

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Flanagan. No me aclaro.

Como estoy un poco baja de ánimo, echoun vistazo a unas revistas francesas queme mandó Octavia. Algunas hablan desexo. Veo si puedo sacar algointeresante para mí diario. Encuentro uncuestionario y lo copio junto con lasrespuestas.

CUESTIONARIO 2

a. ¿Los chicos llegan al orgasmo másrápido que las chicas?

Los hay que sí y los hay que no. Unachica puede tener el orgasmo tan rápidocomo un chico, siempre y cuando esté lobastante excitada. Aparte, el sexo no es

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una carrera de Fórmula uno; ir de prisano es mejor que ir despacio. De hecho,yendo despacio, hay tiempo para máscosas y para pasárselo mejor durantemás rato.

b.

¿Las chicas y los chicos se excitan delmismo modo?

Muy a menudo necesitan estímulosdistintos. Como se da por supuesto quelos chicos y las chicas se excitan delmismo modo, a menudo las chicas estáninsuficientemente excitadas y por ellotardan más en tener el orgasmo.

c.

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¿Los chicos disfrutan más viendo elcuerpo desnudo de una chica que laschicas viendo el de un chico?

Tanto los unos como las otras puedendisfrutar del mismo modo. Y, de hecho,es lo que acaba pasando con el tiempo.Al principio, sin embargo, los chicosestán acostumbrados a ver cuerposdesnudos de mujeres en la tele, en lasrevistas, en el cine... Mientras que unachica difícilmente ha visto un pene enerección hasta que se lo encuentra en larealidad.

d. ¿Tanto los chicos como las chicastienen fantasías sexuales?

Sí, todo el mundo puede tenerlas. Las

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fantasías sexuales son imágenesmentales que representan situacioneseróticas que ayudan a excitarse. Que unapersona tenga una determinada fantasíasexual no quiere decir que quiera viviraquella situación de verdad, sino que lausa para estimularse sexualmente. Esimportante tener fantasías sexuales ycultivarlas e irlas renovando.

e.

¿Los chicos tienen que tomar lainiciativa en las relaciones sexuales?

No necesariamente. Aunque a menudo,sobre todo las primeras veces,acostumbran a ser los chicos los que latoman, ya que la tormenta hormonal les

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empuja a ello, pero aún se sientenobligados más a tomarla por razonesculturales: está bien visto que tenganexperiencias sexuales. En cambio, laschicas, a pesar de que también estánbajo los efectos de las hormonas, tomanla iniciativa más difícilmente porrazones culturales (durante siglos haestado mal visto que una chicademostrase interés sexual), por razonessentimentales (las chicas necesitan másque los chicos sentirse vinculadasafectivamente a su pareja sexual) y porrazones prácticas (el miedo a quedarseembarazadas, que es un miedo muyrazonable). De todas formas, convieneque las chicas aprendan a tomar lainiciativa, ya que también tienen

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necesidades sexuales, como los chicos.

f.

¿Cuándo tu pareja te propone tenerrelaciones sexuales, tienes que decir quesí aunque no tengas ganas?

No. Ni hablar. Ni el chico ni la chicaestán obligados a tener relacionessexuales si no les apetece. Escucha biena tu cuerpo; si no tienes ganas, di que noquieres.

g.

¿Es necesario tener un orgasmo en cadarelación sexual o cada vez que temasturbas?

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No. No es necesario. Lo más importantees dejarse llevar y sentirse bien y sentirplacer.

h.

¿Es obligatorio que el chico y la chicatengan el orgasmo a la vez?

No. Eso es un mito, muy reforzado porlas películas. Está bien si suena la flautay se produce a la vez, como también loestá que

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primero lo tenga la chica o, al revés, quelo tenga primero el chico.

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No hay reglas fijas.

Luego sigo hojeando las revistas.Encuentro informaciones interesantesque me permiten elaborar un informe.

INFORME 5

Diferencias entre la forma de excitarsede las chicas y de los chicos.

Q Las chicas son más táctiles, por eso seexcitan con las caricias.

Los chicos son más visuales, por eso seexcitan con imágenes de cuerposdesnudos que mantienen relacionessexuales.

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Las chicas necesitan caricias suavesrepartidas por todo el cuerpo, porquetodo su cuerpo es erógeno, o sea, tienecapacidad de excitarse.

Los chicos necesitan caricias másfuertes concentradas en las zonassexuales: el pene, los testículos, elperineo.

Las chicas se involucran no sólosexualmente sino también afectivamente,razón por la que las palabras afectuosasdichas por su pareja las excitan.

A los chicos no les hacen falta palabrasdulces... pero también les pueden gustar.De hecho, los chicos van de durosporque los han educado así; pero si son

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capaces de permitírselo, tambiénaprecian las muestras de afecto.

12 de marzo

Hoy me tiene que venir la regla. Mepaso el día yendo al lavabo.

Procuro hacerlo en las horas de cambiode profesor, pero no siempre lo respeto.Levanto la mano a media clase parasalir, y eso no está bien visto. Cuando lohago por segunda vez, el tonto de Mariogrita:

— ¡Carlota tiene mal la próstata!

Todo el mundo se ríe estruendosamente.

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Badía les hace callar.

—Las mujeres no tienen próstata. Y,además, faltan años para que empiece aestropearse.

Al acabar, se vuelve hacia mí.

— ¿Qué te pasa, Carlota?

—No me encuentro muy bien.

— ¿Quieres irte a casa?

—No, no.

Sólo pensar en estar sola en casa con mineura, me pongo de los nervios.

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Voy al baño, me bajo las bragas...¡Nada! ¡Me querría morir!

Al salir de clase, Mireya, Berta yElisenda me ponen contra las cuerdas.

— ¡Sácalo! —dice Mireya, muysignificativamente.

— ¿Qué te pasa?

Me echo a llorar.

Se lo cuento. Me miran todas con laboca muy abiertas y los ojos comoplatos.

Berta traga saliva.

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— ¿Y si te hicieras la prueba delembarazo?

— ¿Cómo? —sollozo yo, porque no seme ocurre quién puede ayudarme.

—Yendo a la farmacia, está claro —dice Mireya—. Pero aún es demasiadopronto. Te la tendrías que hacer dentrode unos días, si aún no te ha venido.

—Tengo una idea —dice Berta—, ¿porqué no vamos a un centro de atención ala mujer?

Me siento consolada. Veo que misamigas son un buen apoyo.

Decidimos que iremos el lunes por la

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tarde; es el único día que todaspodemos.

—Y, mientras tanto —me dice Elisendaacariciándome el brazo—, seguro que tevendrá la regla.

¡Ojalá!

Me paso la tarde del viernes como unalma en pena. Al final, decido mandarleun mensaje a Octavia para preguntarlealgo que no tiene nada que ver con elembarazo —no me atrevo a hacerlo, ¿ysi se lo cuenta a mamá?— sino sobre elhimen. ¿Por qué ha llegado a tener tantaimportancia un taponcito que ni siquierase ve?

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Asunto: sobre una membrana llamadahimen.

Texto: Querida Octavia:

Un día me hablaste del himen. Hoy megustaría que me explicases por qué hasido tan importante a lo largo de lossiglos esta fina pielecita del sexofemenino. ¿Quién caramba se lo inventóy por qué?

Muchos besos, Carlota

13 de marzo

Aquí estoy, como una perfecta imbécil,sin que me venga la regla, sin decidirmea llamar a Flanagan, que estará echando

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humo, sin decidirme a contestar elmensaje de Koert, que estará perplejo y,por si fuera poco, preparando la mochilapara ir a pasar el fin de semana fuera.¡Qué ilusión!

Papá quiere que le acompañemos a unacasa de campo que tiene su novia. A mí,Lidia me cae bien, pero tanto como paraestar dos días enteros con ella, no lo sé.

—Tenéis que venir —había dicho papála noche antes, recalcando mucho el«tenéis» para frenar las protestas deMarcos y mías.

Marcos y yo no veíamos por qué.

—Pues es muy fácil de entender: Lidia y

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yo estamos pensando en irnos a vivirjuntos, pero antes queremos probar quétal nos entendemos los cuatro.

— ¿Una especie de examen?

—No. Una especie de entrenamiento.

Vamos, pues, obligados, con una actitudun poco cerrada. Pero pronto se me pasael mal humor, por dos razones. Laprimera, la más importante: ahora sí queme parece que me viene. La regla,quiero decir. De repente, me noto labarriga tan hinchada que casi no mepuedo abrochar los pantalones, meduelen los riñones y, encima, tengo lospechos con el doble de volumen de loque es habitual, y tan sensibles, que el

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solo roce del sujetador me haría gritar.¡Qué bien! Nunca había estado tancontenta de encontrarme así de mal.

La segunda razón por la que mi malhumor desaparece es porque, nada mássubir al coche, Lidia nos hace reírmucho.

Le observo el cogote mientras conduce yme pregunto si sería capaz de plantearle:una, que se me está retrasando la regla yme estoy poniendo de los nervios; dos,que tengo un lío mental de campeonato.

Flanagan me gusta; me parece divertido,un tío interesante, con él no me aburronada de nada y, encima, me gusta muchosu cuerpo y me gusta su contacto y...

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Pero cuando pienso en Koert, se mepone cara de boba. Lo noto. No tieneque decírmelo nadie. Koert también megusta, también me parece interesante,también me hace reír, también me ponecomo una guirnalda de luces de Navidadde ocho mil voltios, pero tiene algo másque me cuesta de definir. Cuando piensoen Koert, el corazón me va a todamáquina, como si se me tuviese que salirvolando por la boca. Y cuando Koertvuelve a aparecer en mi vida, el sueño yel apetito desaparecen.

¿Significa eso que tengo que decirleadiós a Flanagan? Cuando llego a estepunto del razonamiento, algo falla: nome veo con fuerzas para hacerlo. No

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quiero que Flanagan se vaya de mi vida.Ni siquiera quiero que se quede encalidad de amigo. Quiero que se quedeen la calidad que tiene hoy por hoy, queno sé muy bien cuál es, pero que pasapor los besos de tornillo y las cariciasy...

—Carlota, ¿qué te pasa que no dicesnada? —pregunta papá.

—Me parece que está enamorada —diceel cretino de mi hermano.

Le doy una patada con mala intención ypoca puntería.

—Nos dices de quién, Carlota... —diceLidia, mirándome por el retrovisor.

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Eso me gustaría saber a mí, pienso yo.

—De un detective de pacotilla.

—Frío, frío —digo, no sé si con muchaconvicción.

Esta conversación amenaza conconvertirse en un debate familiar.

Por suerte, Lidia me salva.

—Si está enamorada o no, es cosa suya.Nosotros no tenemos nada que decir alrespecto. Si quiere, ya nos lo contará.

Me guiña un ojo por el retrovisor.

Y quizá sea esa muestra de complicidad

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la que me permite, unas horas más tarde,hacerle una pregunta cuando estamossentadas delante de la chimenea yesperamos a que Marcos y papá vuelvande comprar.

Al oírme se echa a reír y me tranquiliza,tal vez sin saberlo siquiera.

— ¿A eso le llamas un retraso de laregla? Mujeeeeeer, un día, dos e inclusomás, sobre todo a tu edad, cuando losciclos aún son bastante irregulares, noes para preocuparse.

Me la comería a besos. Tengo lasensación de que me ha sacado un pesode veinticinco kilos de encima. Entreeso y el pecho y la barriga como un

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globo, me siento la chica más feliz delmundo.

— ¿Por qué quieres saber si un día es unretraso muy importante? —

me pregunta, preocupada de repente.

Ahora soy yo la que se ríe, para quitarleimportancia a la cuestión y para que nosospeche nada.

—Nada. Información para escribir midiario rojo.

A partir de aquí la conversación sedesvía convenientemente.

14 de marzo

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Al volver a casa, encuentro la respuestade Octavia.

Asunto: el control que ejercen loshombres.

Texto: Querida Carlota:

Un himen entero era, aparentemente, laprueba de que la chica no había tenidorelaciones con ningún otro hombre y,por lo tanto, la evidencia de que loshijos que tenía a partir del momento enque se casaba eran hijos del marido.¿Qué razón había para quererlo de estemodo? Sobre todo razones económicas yde linaje. En muchas sociedades, elapellido que pasa a los hijos es sólo eldel padre —

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incluso la mujer cambia su apellido porel del marido cuando se casa

—y la herencia familiar —por ejemplo,las tierras— pasan a manos de los hijos,cuando mueren los padres. De forma quelos hombres querían estar seguros deque la herencia pasaba a su propiolinaje, a su propia sangre. Do modo queya tenían otro motivo para controlar alas mujeres: una normativa sexual muchomás rígida para ellas.

El himen ha tenido y aún tiene en muchasculturas —por ejemplo, la gitana— unagran importancia; son aquellas culturasque consideran imprescindible llegarvirgen al matrimonio, o sea, llegar sinhaber tenido ninguna relación sexual. En

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estos casos, el himen entero demuestra—a pesar de que no siempre, ya quemuchas veces ha sido roto fortuitamenteo es muy flexible— que la chica esvirgen.

Las religiones que consideran el sexocomo moralmente negativo, como porejemplo la católica, que sólo lo admitedentro del matrimonio y para procrear,han insistido mucho en preservar lavirginidad hasta el momento de la boda.

Que una chica decida llegar virgen almatrimonio es problema suyo.

De todas formas, a esta chica le haríanotar que la relación sexual es unaspecto más de la comunicación entre

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dos personas y que sólo practicando seaprende. Por ejemplo, si no escribesnunca y un buen día te decides a hacerlo,has perdido muchas posibilidades deaprendizaje. Lo mismo ocurre con elsexo: practicando se avanza en elaprendizaje físico y emocional.

También haría notar a esa chica que unasociedad que exige la virginidad de laschicas y no la de los chicos es unasociedad injusta.

Por otra parte, querría que observarasque la obsesión por la virginidad de laschicas llega aún más lejos en otrasculturas, por ejemplo, en África, enAsia, en América del Sur. En muchaszonas de esos continentes, extirpan —o

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sea, cortan— el clítoris de las chicasantes de que lleguen a la pubertad. Aveces, incluso les cosen los labiosmayores y los menores. Así se asegurande que las chicas no practicarán el coitohasta que las casen. Es una prácticacruel que atenta contra el más elementalde los derechos humanos. Las chicas alas que les cortan el clítoris sufren amenudo infecciones o hemorragias quelas llevan a la muerte. Las quesobreviven tienen a menudo dificultadespara andar; dificultades que la sociedad—

¡fíjate tú qué cinismo!— considerasexys. Y todas se quedan sinposibilidades de experimentar placer

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sexual en toda su vida. Esta mutilaciónno se puede consentir. Por esoactualmente, en nuestro país, si losmédicos descubren que a una niña se leha practicado la ablación del clítorisestán obligados a denunciar a suspadres. En el mundo existen 137millones de mujeres que, por razonesculturales, han sido mutiladassexualmente. A menudo, las normas deuna cultura obedecen a la ignorancia o alas condiciones sanitarias ínfimas deépocas remotas. Muchas de las normas,por lo tanto, ya no tienen sentido en elsiglo xxi. Afortunadamente, las normasculturales se pueden — ¡y se deben!—cambiar. Muchos besos, Octavia.

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CAPÍTULO 12

LOS MÉTODOSANTICONCEPTIVOS

15 de marzo

La regla sigue brillando por su ausencia.Ya no me quedan uñas que morderme.En efecto, sigue doliéndome la barriga.Y los pechos, como cántaros — ¡ahorasí!—, están de lo más delicados... peronada más. Si pudiera echar el tiempoatrás, no volvería a hacerlo sinpreservativo. Si esta vez salgo del maltrago, nunca jamás en toda mi vidavolveré a arriesgarme.

—Son las siete menos cuarto. ¿Tenéis lo

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que hay que tener o no? —

nos pregunta Berta con la mano apoyadaen la puerta del Centro.

—Estoy cagada de miedo —le contesto—, pero a pesar de eso pienso entrar.

—Y yo —dice Elisenda con airedecidido.

Mireya nos mira como si fuésemos unascrías.

—Pues yo no entro. Pero no porque medé vergüenza, no. No entro porque ya melo sé todo. Los métodos anticonceptivos,¡bah! Lo he oído miles de veces.

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—Ya será menos —le digo.

Pero no conseguimos convencerla. Seva.

Empujo la puerta del Centro de Atencióna la Mujer y entramos las tres con unaapariencia de seguridad que está muylejos de la realidad.

Vamos hasta al mostrador deinformación, donde hay una hilera dechicos y chicas jóvenes haciendo cola.¡Se nota que es una de las tardessemanales de atención a la gente joven!Cuando me toca, digo:

— ¿La charla sobre métodosanticonceptivos, por favor?

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El hombre del mostrador señala rectoenfrente de su nariz.

—La sala que está al fondo del pasillo—dice—. Pero aún faltan diez minutospara que empiece, tendréis que esperarfuera.

Nos apoyamos en la pared. Otros chicosy chicas, como nosotras, esperan de pie,en silencio.

En las sillas de plástico de la sala deespera también hay muchas chicasjóvenes —en ese caso sólo chicas—sentadas. ¿Son posibles embarazadasque no querían estarlo? Se me pone lapiel de gallina con sólo pensarlo. Ypienso en mí misma: ¿lo estoy o no lo

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estoy?

Encima de una mesita baja, haymontañas de prospectos informativos.Cojo uno. Contiene esta información: SITIENES ENTRE 14 Y 21 AÑOS, VENA LAS TARDES JÓVENES

DEL CENTRO.

Encontrarás:

Atención personalizada a cargo de un/amédico y de un/a experto/a en sexología.

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Charlas colectivas ofrecidas porespecialistas sobre temas que tepreocupan relacionados con lasexualidad.

Te ofrecemos:

Información, asistencia, orientación yformación en relación con la sexualidad.

Información sobre los métodosanticonceptivos que existen, y también telos recetamos.

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Información sobre las enfermedades detransmisión sexual y, si es preciso,diagnóstico y tratamiento.

Orientación si has sido víctima de unaagresión sexual, para que sepas quétrámites tienes que hacer y quétratamiento psicológico tienes que seguirpara poder superarlo.

Diagnóstico y tratamiento de lasdisfunciones sexuales: falta de deseosexual, eyaculación precoz, falta de

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orgasmo, impotencia, etc...

Antes de que tenga tiempo decomentarles nada a las demás, la puertade la sala se abre y todo los chicos ychicas van entrando.

Nosotras, también.

Nos sentamos en las filas del medio. Lagente habla en voz baja. A las siete enpunto entra una señora con bata blanca yse sienta a la mesa que está colocadadelante de las sillas. Se prepara:enciende un ordenador portátil. Pronto,la primera transparencia quedaproyectada sobre la pantalla.

ESTADÍSTICA 1

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España: • Año 1985:

Embarazos no deseados en chicas demenos de 19 años 29.500

De estos embarazos:

Acabaron ennacimiento.....................................

27.500

Acabaron en un abor.......................................

to

2.000

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• Año 2000:

Embarazos no deseados en chicas demenos de 19 años 19.000

De estos embarazos:

acabaron en nacimiento....................................

....

10.000

acabaron en un aborto.......................................

......

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9.000

Conclusión: El número de nacimientosno deseados entre las adolescentes hadisminuido un poco gracias a laeducación sexual, perodesgraciadamente la disminución aún esinsuficiente si nos fijamos en el aumentodel número de abortos.

En el 30% de las primeras relacionessexuales no se usa ningún métodoanticonceptivo.

Cada año se quedan embarazadas 12 de

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cada 1.000 chicas de entre 15 y 19 años.

Conclusión: Si cogemos un grupo de1.000 chicas de entre 15 y 19

años, 12 se quedarán embarazadas sinquererlo por haber tenido una relaciónsexual sin tomar ninguna precaución.

¡Quisiera desaparecer! ¿Puedo acabarformando parte de esas estadísticas?¿Seré yo una de las diecinueve milchicas que se quedan embarazadas sinquererlo? Ay, no, por favor. Nuncajamás volveré a hacerlo sinpreservativo. ¡¡¡Nunca jamás!!!

Elisenda y Berta, cada una por su lado,me dan una palmadita en el brazo. Se

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hacen cargo de lo que siento.

La mujer de la bata blanca levanta lacabeza, nos mira, se aclara la garganta ydice:

—Buenas tardes. Soy la doctora Leiva.En esta sala hay aproximadamente cientocincuenta personas: cincuenta chicos ycien chicas. Entre vosotros...

Nos mira fijamente, casi una por una.

—... una chica se quedará embarazadacualquier día sin haberlo querido.

¡Glups! Estoy cagada.

—Y tal vez uno de vosotros, chicos, se

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verá involucrado en el embarazo de unachica.

Al menos no le he dicho nada aFlanagan, pienso. Se podría oír volar auna mosca. La mujer continúa.

—Para que eso, que es un drama, nosuceda, es preciso que toméisprecauciones. Y hoy os contaré quémétodos hay para evitar un embarazo nodeseado y los mejores para vuestraedad.

Berta, Elisenda y yo la escuchamosconteniendo la respiración.

Después yo, al llegar a casa, hago uninforme, que es éste: INFORME 6

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1. EL PRESERVATIVO O CONDÓNQUÉ ES:

Una especie de funda para el pene,hecha de un material parecido alplástico: el látex. Actualmente, tambiénlos hay de poliuretano, indicados encaso de alergia al látex. Los venden enlas farmacias, en cajas. Dentro de ellas,cada preservativo está empaquetadoindividualmente. Van enrollados sobresí mismos y les sobresale el depósito,donde, una vez usados, quedadepositado el semen. Se coloca encimadel pene en erección. Ventajas: Protegeno sólo del embarazo sino también dealgunas enfermedades de transmisiónsexual, como por ejemplo, el sida; pero

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no protege del papiloma virus ni delherpes.

Es el único método que recae sobre loschicos (de vez en cuando,

¡está muy bien que colaboren!). Es unmétodo nada agresivo para el cuerpo.Inconvenientes:

Los chicos pueden negarse a utilizarlodiciendo que les quita sensibilidad oque les queda pequeño. Por lo querespecta a la sensibilidad, sólo espreciso que pregunten a adultosacostumbrados a usar ese método yverán que pocos hombres le ponenpegas. Por lo que respecta al otroargumento, hay marcas en el mercado

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que tienen más de un tamaño.

Hay que pensar en ellos antes delmomento del coito. A pesar de quepueda parecer negativo porque le restaespontaneidad a la relación sexual, no esasí. Hace más reflexivas las relaciones,cosa positiva. En este sentido, es útilque tanto chicos como chicas llevensiempre uno encima. Instrucciones deuso: Es preciso ponerlo en el pene antesde cualquier penetración, sea oral, anal(recuerda que protege contra lasenfermedades de transmisión sexual) ovaginal. Se abre el envase de aluminiocon los dedos (¡nunca con algo quecorte!, como unas tijeras o los dientes,que podrían agujerearlo). Se coge el

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preservativo de forma que el depósitoquede entre el dedo pulgar y el índice.Se coloca en la punta del pene y, sindejar de aguantar el depósito, se vadesenvolviendo sobre el pene, como sise tratase de una media.

Puede ponerlo tanto el chico como lachica, o entre los dos. Se puedeconvertir en parte de las caricias deantes del coito. Una vez que se hayaproducido la eyaculación, es precisoretirar en seguida el pene de dentro de lavagina, porque, al perder la erección, elpreservativo quedaría grande y losespermatozoides saldrían al exterior. Demodo que nada do perder el tiempo enesta fase. El chico o la chica aguantan el

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preservativo bien sujeto a la base delpene (para evitar que, al sacar éste, elpreservativo quede dentro de la vagina).En cuanto el pene esté fuera de lavagina, es preciso retirar el preservativoy comprobar que no se ha roto (en elsupuesto de que se haya roto, es precisoir antes de que pasen setenta y dos horasa algún centro de la mujer o a unservicio de ginecología para tomar otrasmedidas). Entonces se tira a la basura,nunca al inodoro.

Precauciones:

Es importante comprar los preservativosen lugares que ofrezcan garantías, porejemplo, en las farmacias. Hay que

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conservarlos en buen estado,protegiéndolos del calor y evitando queel envase de aluminio se deteriore. Sihace tiempo que lo lleváis encima (en elmonedero, en el bolso...), puede estarestropeado. Hay que fijarse, también, enla fecha de caducidad. Un preservativoNUNCA se puede reutilizar. No tendríaeficacia.

Si se usa junto con un lubrificante, espreciso que éste sea glicerina ocualquier lubrificante derivado del aguay no vaselina o cualquier lubrificantederivado del aceite, que estropearía elpreservativo.

2. LA PILDORA QUÉ ES:

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Una píldora que contiene hormonassintéticas: estrógenos y gestáremos,aunque también existen las minipíldoras, que sólo contienen gestáremosy se recomiendan durante la lactancia.

Mediante los estrógenos se consigue quelos folículos de los ovarios no crezcan.Los gestáremos impiden que losfolículos —en el supuesto de que algunohaya crecido— liberen el óvulo. Por esose llaman también anovulatorios, porqueimpiden la liberación del óvulo.Además, la píldora también provocacambios en la entrada del útero, paradificultar el paso de losespermatozoides, y dentro del útero,para evitar que si un óvulo llega a

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liberarse y a ser fecundado, se instale enel útero. Ventajas: De todos losmétodos anticonceptivos, es el máseficaz: si se toma correctamente, elriesgo de quedar embarazada es ínfimo.

A menudo, regulariza el ciclo menstrual,reduce o elimina el dolor menstrual.Algunas incluso van bien para según quétipos de acné y protegen de los quistesde ovario. Inconvenientes: No protegede las enfermedades de transmisiónsexual.

Tiene algunos efectos secundarios. Losmás frecuentes son: ligero aumento depeso, sobre todo durante los tresprimeros meses de tratamiento a causa

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de la retención hídrica, tensión en lospechos, náuseas, vómitos, dolor decabeza y las pequeñas pérdidas desangre intermenstruales. Instruccionesde uso: Antes de tomarla es preciso ir ahacerse un chequeo ginecológico paraestar segura de que no hay ningunacontraindicación y porque es unmedicamento que requiere seguimientomédico.

Generalmente, cada caja contieneveintiuna píldoras. La primera vez, espreciso tomarse la píldora el primer díade la regla y las demás todos los díasdurante veinte días. Al acabar laspíldoras debe dejarse una semana dedescanso, durante la que hay una

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pequeña hemorragia parecida a la regla.Después del descanso, se debe volver acomenzar una nueva caja. El comienzode la caja tiene que coincidir con elmismo día de la semana en que secomenzó la otra vez. También hay cajasde veintiocho píldoras, que obligan atomarse una todos los días —sin días dedescanso—, lo cual evita que de vez encuando te olvides de tomarla. Además,los preparados actuales son efectivosdesde el primer día de tomarlos.Actualmente se recomienda, para evitarembarazos no deseados, no descansar unmes después de unos meses de tomarla.

3. LA PILDORA DEL DÍA DESPUÉSQUÉ ES:

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Una píldora que contiene una hormonasintética que actúa impidiendo que elóvulo sea fecundado o, si ya lo ha sido,impidiendo que pueda implantarse en elútero. No es un método abortivo, porqueel embarazo no comienza hasta que elóvulo está implantado en el útero. En elsupuesto de que el óvulo estéimplantado, la píldora no tiene ningúnefecto.

No hay que confundir la píldora del díadespués con la RU-486; ésta sí queinterrumpe el embarazo cuando éste yaha comenzado.

Ventajas:

Es un método anticonceptivo de

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emergencia, o sea que se utiliza cuandoha habido un error en el uso de otrométodo (por ejemplo, un preservativoque se ha roto) o cuando se ha tenidouna relación sexual sin tomarprecauciones. Inconvenientes: Paraobtenerla es preciso ir a un centromédico, porque se necesita la receta.

No protege de las enfermedades detransmisión sexual.

Tiene algunos efectos secundarios. Losmás frecuentes son: náuseas, vómitos,cansancio y dolor de cabeza.Instrucciones de uso:

Se toma después de la relación sexualhasta un período máximo de setenta y

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dos horas, a pesar de que su eficaciamáxima está en las primeras veinticuatrohoras. La primera píldora hay quetomarla lo antes posible y la segunda,doce horas después. Precauciones: Nose puede usar como método habitual,sino cuando los demás han fallado ocuando ha habido un olvido.

4. EL PRESERVATIVO FEMENINOQUÉ ES:

Una funda de poliuretano que se ajusta alas paredes de la vagina, y que tiene dosanillas: una interior y otra exterior.Impide que los espermatozoides sepongan en contacto con el óvulo.Ventajas: Protege no sólo del embarazo

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sino también de las enfermedades detransmisión sexual, como el sida. No espreciso esperar a que el pene esté enerección y se puede esperar hasta unashoras después del coito para retirarlo.

Éste es un método que puedes utilizar situ pareja se niega a ponerse elpreservativo.

Va bien para la gente que tiene alergia allátex y no puede usar los preservativosmasculinos. Inconvenientes: El clítorisy prácticamente toda la vulva quedantapados por el preservativo. Es máscaro que el preservativo masculino.

Instrucciones de uso:

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Se pone en la vagina cogiendo la anillainterior desde la parte de fuera. Una vezse ha iniciado la colocación, se mete eldedo y se empuja dentro de la vaginapara terminar de colocarlo. La anillaexterior queda fuera de la vagina y evitaque el preservativo femenino se metahacia dentro.

Después del coito, se le dan un par devueltas a la anilla exterior para impedirque el semen salga y se tira delpreservativo femenino para sacarlo dela vagina. Precauciones:

Hay que ir con mucho cuidado de noromperlo con las uñas o con los anillos.

No debe reutilizarse nunca. Hay que

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tirarlo a la basura, nunca al inodoro.

5. LOS ESPERMICIDAS QUÉ SON:

Sustancias químicas que matan a losespermatozoides y, además, por suconsistencia muy espesa dificultan elpaso de los espermatozoides por lavagina. Ventajas:

Son un buen complemento para lospreservativos o el diafragma.

No necesitan receta médica y secompran en las farmacias.

INCONVENIENTES:

No protegen de las enfermedades de

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transmisión sexual.

No son muy eficaces para evitar elembarazo, de forma que no suelenutilizarse solos sino combinados con lospreservativos o el diafragma.Instrucciones de uso:

Los que se presentan como óvulos sonuna especie de supositorios que seintroducen a la vagina quince minutosantes del coito.

Los que se presentan como crema llevanuna especie de aplicador para facilitarsu introducción en la vagina.Precauciones: No se tienen que usardespués de la fecha de caducidad. Noexiste ningún inconveniente para

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practicar sexo oral habiendo usadoespermicidas.

6. EIDIU

QUÉ ES:

DIU significa Dispositivo Intrauterino.Se trata de un aparato de plástico ymetal muy flexible que el médico colocadentro del útero.

El DIU hace que se segregue más flujo,lo cual dificulta que losespermatozoides puedan entrar en elútero. También altera el movimiento delas trompas de Falopio, de forma quehace más difícil el acceso de losespermatozoides al óvulo. Además,

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provoca que las paredes del útero noestén en condiciones de acoger al óvuloen caso de que hubiese sido fecundado.Ventajas: Es un método cómodoporque, una vez instalado, puedesolvidarte durante mucho tiempo (entredos y cinco años).

Es el método anticonceptivo más eficazdespués de la píldora; aunque segúnparece, el índice de error —noconfesado— es del 10%.Inconvenientes:

No protege de las enfermedades detransmisión sexual.

No es adecuado para mujeres que aún nohan tenido ningún hijo.

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Provoca efectos secundarios: reglas másabundantes y alguna pérdida de sangreentre reglas. Instrucciones de uso:Tiene que instalarlo dentro del úteroun/a ginecólogo/a, preferiblementedurante la menstruación. Lo introduceplegado y luego lo despliega para quequede adherido a las paredes del útero.

Del DIU cuelga un hilo, de forma que lamujer puede comprobar después de cadaregla que el aparato sigue en su lugar.Además, este hilo es el que permitesacarlo finalizado el período de entredos y cinco años.

PRECAUCIONES:

Es preciso pasar por revisiones médicas

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periódicas. Está contraindicado en casode enfermedad de transmisión sexual.

Es preciso ir en seguida al especialistaen caso de molestias vaginales (escozoro flujo que huela mal).

7. EL DIAFRAGMA QUÉ ES:

Una especie de capucha redondeada,que se coloca dentro de la vagina y quetapa el cuello del útero, de forma queimpide el paso de los espermatozoides.Ventajas:

Se puede llevar colocado antes deiniciar la relación sexual.

No tiene efectos secundarios.

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Es muy eficaz, siempre y cuando seutilice asociado con espermicidas queno sean óvulos. Inconvenientes:Protege de algunas enfermedades detransmisión sexual, como las clamidiaso la gonorrea, pero no protege de otras,como el sida, el papiloma virus y elherpes. Instrucciones de uso: El/laginecólogo/a es quien tiene que decirqué diafragma le va mejor a cada mujery enseñarle a colocárselo. La mujertiene que introducirlo en la vagina antesde cada coito y debe retirarlo despuésde ocho horas. Entonces tiene quelavarlo y secarlo bien, porque eldiafragma, a diferencia de lospreservativos, es reutilizable.

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Precauciones:

Hay distintas medidas de diafragmas enfunción del peso y la estatura de lamujer. Una misma mujer, sin embargo,puede cambiar de talla si sufre uncambio importante de peso o después deun embarazo.

El implante subdérmico Qué es:

Una varilla de cuatro centímetros que secoloca bajo la piel en la parte superiorinterna del brazo y que libera lentamentedurante tres años gestáremos, queimpiden que los folículos dejen salir unóvulo.

Ventajas:

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Es efectivo desde el momento en que seimplanta. No tiene el inconveniente delas píldoras en lo que a olvidos serefiere: la mujer que lleva un implanteno necesita acordarse de tomar nadadurante tres años. Aunque es muy eficaz,no debe perderse de vista que no lo es alciento por ciento. Inconvenientes:Puede provocar sangrados irregulares opuede hacer desaparecer la regla(amenorrea). Su colocación debeefectuarse en un consultorio médico. Noprotege contra las enfermedades detransmisión sexual.

Tiene los mismos efectos secundariosque la píldora. Instrucciones de uso:

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Debe colocarlo y extraerlo un médico ouna médica, en una breve intervenciónquirúrgica que dura entre uno y dosminutos.

Precauciones:

Es preciso someter a las revisionesmédicas pertinentes.

LA ANILLA VAGINAL QUÉ ES:

Una anilla de plástico blando con undiámetro exterior de 5,4

centímetros, que, colocada en la vagina,durante tres semanas libera lashormonas que impiden la ovulación. Esun anticonceptivo que funciona a lo

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largo de todo el mes.

Ventajas:

Se la coloca la mujer, sin lacolaboración de un médico o unamédica.

No es necesario acordarse de tomar unapíldora cada día.

INCONVENIENTES:

No protege contra las enfermedades detransmisión sexual.

Aunque es bien tolerada por la mayoríade mujeres, porque la dosis de hormonases menor que la de la píldora, también

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puede presentar algunos efectossecundarios.

INSTRUCCIONES DE USO:

Se coloca en la vagina (como si setratara de un tampón), entre el tercero yel quinto día del ciclo. A las tressemanas, se retira y se espera unasemana durante la cual se produce unsangrado, la regla, y se coloca una anillanueva. Precauciones: Si cae de lavagina, es preciso lavarla bien y volvera colocarla.

10. EL PARCHE QUÉ ES:

Un material impregnado de hormonasque se pega directamente sobre la piel.

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Las hormonas se liberan directamente através de la epidermis a la sangre a lolargo de siete días e impiden laovulación.

Ventajas:

No es necesario acordarse de tomar unapíldora cada día.

Es muy fácil de colocar.Inconvenientes:

No protege contra las enfermedades detransmisión sexual.

Aunque es bien tolerada por la mayoríade mujeres, porque la dosis de hormonases menor que la de la píldora, también

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puede presentar algunos efectossecundarios.

INSTRUCCIONES DE USO:

La mujer se pega el parche en la piel dela cintura, del vientre, de las nalgas, delos muslos, de los brazos o de loshombros. El primero se coloca el primerdía de la regla y cada semana debecambiarse el parche. Después de tressemanas, hay que dejar una de descanso.

Precauciones:

La piel tiene que estar sana. Es precisolavar y secar bien el trozo de piel dondese pegará el parche. No se debe colocarnunca sobre los pechos, porque podría

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estimular el crecimiento de tumores. Espreciso comprobar diariamente que nose ha movido, ya que si lo hace, pierdeel efecto anticonceptivo.

No he tenido que pasarlo a limpio encasa para darme cuenta de que lo que yohabría necesitado, de haber sabido queexistía, es la píldora del día después.Pero ya han pasado demasiados días.Ahora ya no serviría de nada siestuviese embarazada. Cruzo los dedospara que el dolor de tripa tenga unsignificado positivo.

La doctora Leiva ha terminado deexponernos los distintos métodosanticonceptivos que existen y entoncesdice:

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—Damos paso al coloquio. Podéishacerme las preguntas que queráis. Sólotenéis que levantar la mano y respetar elturno de palabra.

Nadie dice nada. Todos nos miramos dereojo.

Ella nos anima desde la mesa.

—Nadie nace ensenado. Todo el mundotiene dudas; incluso los mayores. Demanera que es lógico que tengáis muchascosas poco claras en la cabeza.Aprovechad el momento. Hacedmepreguntas.

Poco a poco, los chicos y chicas de la

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sala nos vamos decidiendo.

— ¿Se puede tomar la píldora acualquier edad?

—Para poder tomarla es preciso que lamujer esté sana. Además, no convienetomarla antes de los dieciséis años (espreciso acabar la maduración sexual sininterferir en el proceso natural), nidespués de los cuarenta y cinco (porqueaumenta los riesgos de tener problemasde corazón). Y, otra cosa muyimportante, hay que evitar lacombinación de tabaco y píldora; es uncóctel peligroso. Otra contraindicaciónson las jaquecas focales, es decir, eldolor de cabeza que afecta sólo a unamitad y que suele ser muy doloroso.

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— ¿Qué pasa si me olvido de tomar lapíldora un día?

—Si te la tomas antes de transcurridasdoce horas, no pasa nada. Es muy eficaz.

— ¿Y si han pasado más de doce horas?

—Ya no te la tomes. Espérate a tomar lasiguiente. Pero ten en cuenta que laeficacia disminuye, o sea que si tienesrelaciones sexuales convendrá que teprotejas de forma extra, por ejemplo,utilizando un preservativo. —La doctoraLeiva calla unos instantes y, después,continúa—: En realidad, la protecciónya no volverá a ser completa hasta quevuelvas a empezar otra caja. También

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tenéis que pensar que disminuye sueficacia si tenéis mucha diarrea ovómitos, o si estáis tomando según quémedicamentos, como los antibióticos.

—Yo tengo un truquito para noolvidármela nunca.

—A ver...

—Me la tomo cada noche cuando melavo los dientes. Lo tengo asociado.

—Es un buen hábito —dice la doctora.

— ¿Y qué pasa si durante la semana dedescanso no me viene la regla?

—No es nada probable que te pase eso,

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pero si te ocurre, ve en seguida almédico.

—Y la píldora del día después, ¿lapuede tomar cualquier mujer decualquier edad?

—Efectivamente.

—Y después de tomar la píldora del díadespués, ¿cuánto tardas en tener laregla?

—Generalmente, la tienes cuando tetoca, aunque a veces se retrasa.

Si se te retrasa más de cinco días,conviene que te hagas la prueba delembarazo, aunque existe un margen de

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hasta veintiún días para que se produzcael sangrado.

—Y si estoy embarazada, ¿le puedepasar algo al embrión por el hecho dehaberme tomado la píldora del díadespués?

—Absolutamente nada.

Entonces, levanto la mano yo.

—Y si se te retrasa la regla y has tenidorelaciones sexuales sin tomarprecauciones, ¿qué puedes hacer?

— ¿Te refieres a qué puedes hacer sitampoco has tomado la píldora del díadespués?

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Asiento con la cabeza.

—Puedes hacerte la prueba delembarazo. Si estás embarazada, tendrásque tomar la decisión de si quieres tenerel niño o no.

Me pongo pálida.

—De todas formas —dice ella—> unretraso no indica siempre un embarazo.Puede estar provocado también porrazones psicológicas, por ejemplo, elmismo miedo a estar embarazada.

— ¿Y para salir de dudas, qué?

—Te tienes que hacer la prueba. Perodebes dejar pasar entre tres y diez días a

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partir del momento en que te tenía quevenir la regla, si no, puede no ser fiable.

Cuento: día doce más tres igual a díaquince. O sea que mañana o pasadomañana me la tendría que hacer.

—Háztela el jueves y así te podréacompañar a la farmacia —dice Berta.

—Vale, pues me la haré el dieciocho.

Como se ha terminado el coloquio, ladoctora Leiva nos da unas hojas paraque nos las repartamos y salgamos de lasala. La hoja dice lo siguiente:

INFORME 7

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Tabúes, mitos, cuestiones que no sonverdad

1.

¿Es cierto que si te levantas muy rápidodespués de practicar el coito esimposible que te quedes embarazada?

NO. Los espermatozoides que hay en lavagina no se caen, sino que avanzan porel conducto. Con un únicoespermatozoide que quedase, bastaríapara que el óvulo fuese fecundado.

2.

¿Es verdad que si te lavas en seguidadespués de haber tenido relaciones

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sexuales no puedes quedarteembarazada?

NO. Los espermatozoides tienen unagran movilidad y antes de que llegues túcon el agua ellos ya han subido haciaarriba buscando el óvulo.

¿Es cierto que, si tomas la píldora, añosmás tarde, cuando quieras tener hijos, nopodrás tenerlos?

NO. Una vez que dejes de tomarla, losfolículos volverán a actuar comosiempre.

3.

¿Es cierto que si se practica el coito en

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posición vertical es imposible quedarseembarazada?

NO. Incluso en posición vertical, losespermatozoides pueden subir por lavagina hasta encontrarse con el óvulo.

4.

¿Es verdad que si el pene sale de lavagina antes de que se produzca laeyaculación es imposible quedarseembarazada?

NO. Puedes quedarte embarazadaigualmente porque el líquido seminalque a veces sale al comienzo de larelación o durante la misma puedecontener algún espermatozoide que

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fecunde el óvulo.

Además de ser un comportamientosexual muy poco seguro, produce muchafrustración.

5.

¿Es cierto que la píldora anticonceptivapuede provocar cáncer?

NO. Incluso parece que protege contraalgunos cánceres.

Por la noche redacto yo misma una reglade oro de la sexualidad.

REGLA DE ORO 3 DE LASEXUALIDAD

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• Nunca hay que correr el riesgo deengendrar un niño que no se desea y alque no se podrá cuidar.

CAPÍTULO 13

NI YO MISMA ME ENTIENDO

El lunes por la noche, después de anotarlo que había aprendido en el Centro deAtención a la Mujer, llamé a Flanagan,pero no lo encontré y pedí que le diesenel recado de que había llamado.

Después, le mandé un mensaje a Koert.Considerando mi inagotable capacidadde entusiasmo, en aquel texto brevefaltaba algo. Lo justifiqué diciendo queestaba en época de exámenes y que,

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además, papá tenía monopolizado elordenador por culpa de unospresupuestos para la agencia de viajes.

El martes, Flanagan me devolvió lallamada. Me dejó hecha polvo.

Cuando le pregunté cómo estaba, medijo que mal.

— ¿Mal?

¡No me lo podía creer! Pensaba que yoera la única que estaba mal.

Me sentía atraída hacia extremosopuestos por dos fuerzas llamadasFlanagan y Koert. Y, encima, con untercer problema llamado «no-me-viene-

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la-regla».

—Mal. No puedo esperar hasta elsábado, si no nos vemos antes... —

se detuvo un momento y, luego, añadióen un tono dramático—: soy capaz decomerme un yogur caducado para ponerfin a tanto sufrimiento.

Me partí de risa. Tenía la habilidad deponerme de buen humor y, de paso,provocarme unas ganas incontenibles deverle. El cuadro de mandos se meactivó: las luces se encendieron degolpe. Me moría de ganas de estar cercade él. Koert desapareció de mi cabeza.

— ¡Qué tonto eres! Oye, ¿te va bien

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mañana por la tarde?

— ¿En casa de tu madre?

—No. En la de mi padre. A las ocho.Papá y Marcos van a ver el partido deCopa de Europa.

Cuando lo hube dicho, me quedé de unapieza. Si media hora antes me hubiesencontado esta conversación, habría dichoque era imposible que yo citase aFlanagan a solas conmigo. Creo que fueen aquel instante cuando fui conscientede lo difícil que es ser racional y actuarcon cautela en según qué ocasiones. Esomismo fue lo que nos pasó cuando lohicimos sin preservativo. Me di cuentade que, a veces, en el amor y el sexo, se

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hace difícil pensar con la cabeza.

Estaba claro que no sólo había quedadocon Flanagan, sino que sabía muy bienqué implicaba y me apetecía. Y Koert,¿dónde quedaba, a todas éstas? Y mimiedo a estar embarazada, ¿qué?

—A las ocho. De acuerdo.

Si estaba embarazada, ya lo estaba y nome podía quedar una segunda vez. Y, sino lo estaba, tenía que poner los mediospara evitarlo. Compraría preservativos.Lo tenía decidido. Pero no me atrevía ahacerlo sola. Le pedí ayuda Mireya, que,según decía, ya lo había hecho algunavez.

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—De acuerdo, al salir de clase.

Fuimos a una farmacia que estaba muylejos para no encontrarnos a nadieconocido. Cuando estuvimos delante,Mireya me dijo:

—Ahora entras y pides una caja depreservativos.

La miré, boquiabierta.

— ¿Y tú? ¿No entras?

—No, te espero aquí afuera... vigilandopara que no venga nadie que nosconozca y te pueda pillar.

¡Qué morro! ¿A eso le llamaba ayudar?

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—Ni hablar del peluquín, guapetona. Túentras conmigo.

Me siguió hacia dentro no muyconvencida. Estaba claro que comprarpreservativos era una situaciónembarazosa, al menos a nuestra edad,incluso aunque lo hubieses hecho algunaotra vez...

¿O tal vez Mireya no lo había hechonunca?

Dejé pasar no sólo a los que estabandentro de la farmacia, sino también a losque fueron entrando detrás de mí. Ymientras tanto cruzaba los dedos parapoder quedarme sola. Sin embargo,parecía un deseo imposible, porque

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cuando ya casi lo había conseguido,entró una pareja y luego un señor.

— ¿Qué quieres, niña?—dijo elfarmacéutico.

¡Niña! ¡Glups! Ahora verás cuando lepida los preservativos, me dije.

Y muy, muy bajito, le pedí una caja.

—Paco —gritó—, sácame una caja depreservativos, ¿quieres?

Mireya y yo nos quedamos de piedra; nonos atrevíamos a movernos. Me hervíanlas mejillas. Disimuladamente, miré alos demás clientes. Nadie parecía haberoído los gritos del farmacéutico.

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O, si los habían oído, les daba lo mismoque yo comprase condones.

Los pagué y salimos.

Afuera, nos dio la risa tonta y casi nosmeamos encima.

Llegaron las ocho de la noche delmiércoles y me pillaron preparando unascreps.

—Qué bien huele —dijo Flanagancuando le abrí la puerta.

Y era verdad, olía a mantequillafundida.

Nos pusimos a hablar en la cocina.

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Mientras yo hacía saltar las creps en elaire y volvía a recogerlas en la sartén,Flanagan se cogió una cerveza de lanevera. La abrió y le dio un buen trago.Se secó la boca con el dorso de la mano.

— ¿Seguro que tu padre y tu hermano novolverán antes de tiempo?

—me preguntó.

—Hombre, para que papá se fuesecabreado del estadio haría falta que nosestuviesen metiendo un carro de goles.

Estuvimos un buen rato más en lacocina. Primero comimos creps saladas,rellenas de queso. Después, nos lashicimos dulces y las comimos con

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azúcar y con mermelada. Y charlamosde muchas cosas menos de lo que deverdad teníamos en la cabeza. Mientrastanto, nos acompañaba el moscardón dela tele como telón de fondo. La habíaencendido para poder controlar lamarcha del partido, que, justamente,acababa de empezar.

De reojo vi cómo, a los dos minutos,uno de los jugadores contrarios nosmetía un gol. ¡Mierda!, me dije,esperando que aquello no fuera elpreludio de una derrota sonada.

— ¿Quieres repetir? —le pregunté aFlanagan, pensando que tal vez leapetecía otra crep, a juzgar por lavoracidad con la que había consumido

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las anteriores.

Flanagan me cogió por la cintura. No melo esperaba. Di un salto, pero tengo quereconocer que me gustó, que tenía ganas.

—Quiero repetir lo del otro día. No hedejado de pensar en ello ni un momento.

Hummm, en aquel punto diferíamos.Cada vez que yo había rememorado elplacer de estar con Flanagan, no habíapensado en el último sábado en casa demamá, sino en el primero. El primerohabía sido redondo. Aquel viaje a lasestrellas acompañada había sido una delas mejores experiencias de mi vida. Encambio, el segundo sábado habíaresultado muy decepcionante.

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—Bueno...

— ¿No quieres?

La cara de Flanagan se contrajo en unamueca a caballo entre el desconcierto yla desilusión. Me daba cuenta de queestaba haciendo una interpretaciónincorrecta de lo que le decía. Pensaba:«A Carlota no le gusto». Y no, no era él.Lo que no me convencía mucho eracómo lo habíamos hecho. Tenía quedecírselo. A ver cómo lo hacía.

—No te enfades... pero... Mira, para migusto, fue demasiado de prisa.

— ¿No te lo pasaste bien?

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—Me lo pasé bien sobre todo por laemoción de estar contigo, pero, encambio, no llegué a... Mira, no sé cómodecírtelo.

Tuve la impresión de que en parte habíaentendido a que me refería, pero sabíaque tenía que explicárselo mejor.

—No llegué a sentir lo mismo que elprimer día. Me lo pasé mejor cuandosólo nos acariciamos.

Ahora Flanagan me miraba sorprendido.Por sus ojos se notaba —y yo ya losabía— que la experiencia habíaresultado casi opuesta.

Para él la primera vez, cuando sólo nos

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habíamos tocado, había estado bien perono como para tirar cohetes; en cambio,la segunda se lo había pasado muchomejor. Le costaba entender que yo nohubiese estado en la gloria como él.

—Me parece... me parece que habríanecesitado más tiempo.

— ¿Más tiempo?

—Más caricias y más besos y... no tenertanta prisa por... Ya me entiendes, ¿no?

Flanagan asintió con la cabeza. Le habíacambiado la cara. Ahora parecía seguirmis explicaciones con el máximointerés. Como si fuera una lección deprimera magnitud. Y eso que a mí me

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costaba mucho encontrar las palabras...

—Además, creo que habría seguidonecesitando que me acariciases mientrastú estabas... Ya me entiendes, ¿no?

Flanagan protestó:

—Si no recuerdo mal, sí que teacariciaba, mientras tanto.

Reflexioné unos segundos. Habíaentendido las caricias como gestostiernos y cariñosos. Y, en ese sentido,no me podía quejar porque me habíaacariciado el cuello y la cara, pero yome refería a otras caricias en un puntoconcreto de mi cuerpo, para poder llegaral viaje a las estrellas.

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Se lo dije.

—Vaya... —dijo él, mientras ibamoviendo la cabeza como haciéndosecargo de la situación.

—No te enfadas porque te lo diga,¿verdad?

—Al contrario. Siento mucho que no melo dijeses el otro día —dijo con la vozalgo dolida.

Durante unos instantes me quedé sinrespuesta; pensé que tenía razón.Después, sin embargo, reaccioné: esverdad que yo habría tenido que hablar,pero no habría resultado nada fácil.Primero, porque, como ahora, encontrar

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las palabras no habría sido nadasencillo. Segundo, porque en aquellosmomentos aún tenía en la cabeza labronca de Mireya cuando le conté cómohabía guiado la mano de él la primeravez. Y tercero y más importante, él —que como mínimo tenía algo más deexperiencia que yo— no habíapreguntado nada; había dado por sentadoque aquella manera era la buena, laúnica.

— ¿Por qué no me lo preguntaste tú?

—No caí. Creía que sólo teniéndomedentro ya te lo pasabas tan bien comoyo.

Sonreí.

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—No. Ya ves que no es así.

Entonces, volvió a cogerme por lacintura, que hasta entonces había soltadopara concentrarse mejor en misexplicaciones, y nuestras bocas seencontraron muy cerca la una de la otra.Nos fundimos en un beso de finalincierto.

— ¿Vamos? —dijimos ambos a la vez,mientras también ambos a la vezvolvíamos a llenar de aire los pulmones.

En la habitación, tiré del colchón de micama elevada y, entre los dos, lopusimos en el suelo. Nos echamos y,entre besos húmedos y cariciasdulcísimas, aún no sé cómo, nos

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encontramos los dos desnudos. De fondo— ¡qué poco romántico!—> nos llegabala retransmisión del partido. Era unaforma de tener controlada la situación,por si el equipo perdía y papá se poníafurioso y decidía abandonar el estadio.

Esta vez, Flanagan refrenó mejor suimpaciencia y me acarició durante unbuen rato. No tardé mucho en sentirmecomo una guirnalda de luces deNavidad. Se me encendían lucecitas enel cerebro, en los pechos, en el vientre,en el sexo. La luz corría, como unlíquido calentito, por todo mi cuerpo.Sentía que el viaje a las estrellas estabapróximo. Flanagan también lo debió denotar porque me dijo:

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— ¿Quieres?

Le dije que sí, pero, justo entonces, meacordé de la visita a la farmacia y ledije:

—Espera, he comprado...

Mientras yo pronunciaba estas palabras,él decía exactamente las mismas.

Nos hizo gracia la coincidencia: amboshabíamos comprado preservativos yambos nos acordábamos a la vez. Élcogió uno de su caja. Luego se pusoencima de mí y yo le ayudé a encontrarel camino dentro de mi cuerpo.

Flanagan estaba tan concentrado en los

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movimientos de vaivén y en lassensaciones de su propio cuerpo que yase había olvidado de mi necesidad decaricias. Algunas de mis lucecitasempezaban a perder intensidad.

¿Por qué? ¿Por qué no me acariciabadonde yo quería? ¡Si me moría deganas...!

Mientras pensaba eso, sin apenas damecuenta, le cogí la mano derecha y la pusedebajo de su cuerpo y entre mis piernas.No dije nada; esperé que él loentendiese.

Flanagan se quedó quieto un momento.Me miró, sonrió y sus dedos empezarona moverse sobre mi clítoris.

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—Demasiado cómodo no es... —dijo;pero calló inmediatamente al darsecuenta del efecto de esas caricias en mí.

Yo tenía no una guirnalda sinocentenares de guirnaldas encendidas ybrillantes. Me sentía como si mecolumpiase en una hamaca de aire enmedio del universo.

Flanagan comenzó a moverse más deprisa. Por si acaso, le recordé quecontinuase acariciándome. No quería niimaginarme que ahora, tal como yo mesentía, pudiese retirar la mano.

Entonces, Flanagan hizo un ruidoextraño, se quedó quieto un instante ygritó «¡Oh!».

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Y supe que él ya había llegado a lasestrellas y que yo estaba a punto, muy apunto.

—Más rápido —le dije, dándole unapalmadita leve en la mano queacariciaba mi clítoris.

Me hizo caso y, ayudada por sus dedos ypor la sensación que de él tenía aúndentro de mi cuerpo, me puse de golpe acaballo de Casiopea. Aquél fue el mejorviaje a las estrellas de toda mi vida,tanto que no pude controlar una especiede grito que ignoraba que mi gargantafuese capaz de emitir.

— ¡Uf! Esta vez ha sido genial —le dije,cuando me sonrió acostado a mi lado en

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el colchón.

—Tú eres genial.

Un grito capaz de romper copas decristal nos llegó desde la sala:

«¡Gol!».

—Espero que pasemos la eliminatoria—se rió Flanagan—. Así los miércoles,cada dos o tres semanas, habrá partidosen el estadio, y nosotros tendremos estepiso para nosotros solos.

Caí de Casiopea de golpe y me di ungran porrazo porque se me aparecióKoert. Koert, que llegaba aquel fin desemana. Y yo aún no había hablado con

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Flanagan.

Me deshinché.

—Bueno... —dije con una voz apagada yoscura, como si me pesase laposibilidad de que el piso estuvieravacío los miércoles.

— ¿Te pasa algo? —me preguntóFlanagan, con algunos gramos deinquietud en la voz.

—Es que no sé si...

— ¿Qué quieres decir?

No sabía cómo decírselo, pero derepente se hizo la luz.

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—Dijimos que no había compromiso,¿no? Que no éramos novios ni nada denada...

—Ya, sí, pero... Pero eso era antes. Esdecir, antes de...

—Porque tú sales con Nines, ¿no?

—Bueno... Desde que nos conocimos nopienso mucho en Nines... ¿Por qué lodices?

Me aclaré la voz. Notaba la tensión deFlanagan. También me daba cuenta de lamía. Pero tenía que contárselo.

— ¿Recuerdas que te dije que en veranohabía conocido a un chico holandés?

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Koert Vroom, un nadador.

Flanagan me dijo que sí con la cabeza.

—Me quedé colgadísima...

—Ah...

—... pero nos peleamos y creía que nolo vería nunca más y lo tenía medioolvidado... Y ahora... El otro día memandó un mensaje.

—Te mandó un mensaje.

—Sí. Y me di cuenta de que no me habíaolvidado de él. Ni él de mí.

Viene a Barcelona este fin de semana y

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quiere que nos veamos. Le he dicho quesí.

—O sea que aún estás colgada de él —dijo, como si quisiese una confirmación.

—No. —Me sorprendí a mí misma.Intenté rectificar sin estar segura de nada—. Quiero decir, no lo sé. Me lo pasomuy bien contigo. Quizá tendría quellamarle y decirle que no nos veamos.

Me di cuenta de que en aquellosmomentos eso era lo que quería: ignorara Koert; quedarme con Flanagan.

Me imaginé un ruido que venía de lapuerta y, a pesar de que no podía serpapá, me asusté.

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—Oye, vistámonos, el partido tiene queestar a punto de acabar —le pedí conurgencia.

Mientras nos poníamos la ropa,estuvimos en silencio. Finalmente,Flanagan lo rompió.

— ¿Y por qué no pasas de él?

—No lo sé... Quiero decir que no sé sime veo capaz. Ahora mismo pienso quesí, pero no sé qué pensaré dentro de doshoras.

—Pues yo sí sé qué pensaré dentro dedos horas. Pensaré lo mismo que ahora:me parece que estoy enamorado de ti.

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— ¡¡¡Qué dices!!! —grité, sorprendidade verdad.

Flanagan se sentó encima del colchónpara atarse las bambas.

—Eso creo, porque tengo celos. Mepongo negro sólo de pensar que tú y elholandés...

—Pero tú tienes a Nines, ¿no?

—Nines. Sí, es verdad que quiero aNines, pero... me parece que te quieromás a ti.

Me quedé de piedra; no me lo esperaba.Y aquellas palabras volvieron aponerme ante una realidad: Flanagan

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también me gustaba, ¡y mucho!

Además, hacer el amor con él había sidofantástico...

Flanagan me dio un abrazo triste. Se lodevolví. Durante un rato no dijimosnada. Él me había pasado los brazos porencima de los hombros. Yo le habíarodeado la cintura con los míos.Teníamos la cabeza inclinada y la bocaencima del cuello del otro. Por fin,Flanagan desenterró la cabeza parapreguntar:

— ¿Le llamarás para decirle que noquieres verlo?

—Tengo que ir a buscarlo. No puedo

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dejarlo colgado en el aeropuerto; mecomprometí a ir.

Entonces le pedí que se fuera; me dabamiedo que se le escapase el últimometro.

Al día siguiente me desperté con trespensamientos disputándose el espaciode mi cerebro. El primero: era el día D,el día de hacerme la prueba delembarazo. El segundo: ¡qué bien me lohabía pasado con Flanagan! El tercero:por mucho que me costase, llamaría aKoert y le diría que no nos viésemos niel fin de semana, ni nunca más.

Me levanté y, justo entonces, lo noté:¡chof! Algo había ensuciado los

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pantalones de mi pijama. ¿La regla?, medije con el corazón acelerado y,también, con una cierta dosis deescepticismo. Lentamente, tiré de lagoma de la cintura, mi mirada resbalópor encima de la barriga hasta llegar alfondo de los pantalones, donde unamancha roja me hizo sentir la chica másafortunada del universo. Mientras ibahacia el baño a lavarme y a ponerme untampón, me decía a mí misma que nuncajamás quería volver a pasar por untrance parecido.

Luego, desafiando otra vez la normativapaterna y aprovechando que mi padre ymi hermano a la hora del desayunodiscutían apasionadamente las mejores

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jugadas de la tarde anterior, llamé aKoert.

— ¿Carlota?

Nos reconocimos el uno al otroinmediatamente. Y su voz —una vozpara tenerla en cuenta en un programa deradio: aterciopelada y profunda— medejó petrificada. A lo mejor estaba loca.A lo mejor no sabía qué quería. A lomejor era una de las personas máshelado de nata y chocolate caliente de latierra. A lo mejor era una traidora conFlanagan. A lo mejor ni yo misma podíaconfiar en mí. El caso es que, al oíraquella voz, el corazón se me disparó,las piernas se me volvieron demantequilla y supe que no tenía narices

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para decirle que pasaba de él.

¡Quería verle a pesar de todo!

Confirmamos nuestra cita, aquel mismosábado en el aeropuerto.

Al colgar, fui a mi habitación y bajé lafoto de encima del armario. ¡Qué guapo!Cómo me gustaba. La volví a meter entrelas bragas.

CAPÍTULO 14

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EL EMBARAZO

19 de marzo

Hoy, a la hora del recreo, nos hemosjuntado todas las chicas de la clase.Durante la hora de tutoría, Luci nospasará un vídeo sobre el embarazo, poreso estamos nerviosas, y yo lo estoy másque ninguna.

Es mi reacción después de tantos días desufrir. Ahora que ya tengo la regla, mesiento ligera como una pluma y me esimposible dejar de hacer el idiota.

— ¡No estoy embarazada! —gritomirando a mis amigas, que ayer

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celebraron la buena noticia casi con elmismo entusiasmo que yo.

—Y yo, hoy por hoy, tampoco piensoquedarme —dice Mireya, guiñándomeun ojo.

Entonces recuerdo su vergüenza a lahora de comprar preservativos.

¿Seguro que no corre peligro de que esole pase? Tal vez le habría resultadoconveniente acompañarnos a la charlasobre métodos anticonceptivos...

Me la llevo algo lejos de aquel follón.

— ¿Cómo estás tan segura? ¿Quémétodo usas? —le pregunto. Y, antes de

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que tenga tiempo de contestarme, añado,para que vea que estoy al día en estascuestiones—: ¿Preservativos yespermicidas?

Mireya me mira con cara de extrañada.

— ¿Espermicidas? ¿Qué es eso?

— ¡No lo sabes! —me horrorizo. Si ellaes la que tiene mayor experienciasexual...

—No —dice, encogiéndose de hombros.

— ¿Qué método anticonceptivo usas,entonces?

—Ninguno.

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— ¿Ninguno? ¿Y no tienes miedo dequedarte embarazada?

—Noooo. Ya te he dicho que no mepienso quedar.

— ¿Y cómo estás tan segura?

—Porque nunca llegamos al coito.

— ¿Ah, no?

—O sea, él me mete el pene dentro, peronunca eyacula. Lo hace fuera, entre mispiernas.

La miro con los ojos como platos. Conlo sabía que me parecía hace unos mesesy lo poco informada que la veo ahora

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que yo lo estoy más.

—Pues eso que haces es peligrosísimo.

Mireya no me cree. Lo veo en suspupilas.

—Primero, porque cuando su pene estádentro de tu vagina, aunque no eyacule,sólo con el líquido seminal que le puedesalir sin que se dé cuenta y en el que hayespermatozoides, ya te puedes quedar.

Las pupilas de Mireya se vuelven másoscuras. De miedo, me parece.

—Además, si eyacula lo suficientementecerca de la vulva, entre tus piernas, porejemplo, o en las manos y luego las

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acerca a la vulva, los espermatozoidespueden subir...

—Como si fuesen orugas, ¿eh, bonita?—dice Mireya, como si estuviese muysegura de sí misma, pero en realidadempieza a venirse abajo.

—Pues, sí, más o menos. Se ve quetienen una gran movilidad y que puedensubir por la vagina hasta encontrar unóvulo... y entonces ya te la han jugado.

Mireya se ha quedado cortada. Se la vedesconcertada.

—No me lo imaginaba, ¿sabes? Creíaque tal como lo hacíamos era imposiblequedarme embarazada.

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—Pues ya ves que te equivocabas.

Mireya tiene una especie de escalofrío.Se nota que se ha asustado.

Mejor para ella: a partir de ahora irácon más cuidado.

—A mí me han dicho que te puedesquedar sólo con bañarte en una piscinacon un chico —dice Elisenda, que,acompañada de Berta, se ha acercado anosotras.

Se lo preguntamos a Luci cuandoestamos en clase.

Luci dice que no, que efectivamente espreciso tomar precauciones porque nos

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podemos quedar la primera vez quetenemos relaciones sexuales, inclusoaunque no eyaculen dentro de nosotras, ynos podemos quedar sea cual sea el díadel ciclo y aunque lo hagamos de pie,pero que en una piscina, no.

—Oye, Luci —grita uno de la clase—,¿es verdad que hoy va de sexualidad?

—No —dice Luci mientras manipula elproyector—. Hoy justamente va deembarazo, que puede ser una de lasconsecuencias de la sexualidad.

Sexualidad y reproducción son doscosas muy distintas. Durante toda la vidatenemos sexualidad porque somos seressexuales, pero las mujeres sólo somos

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fértiles —es decir, podemos tener hijos— de los once a los cincuenta años, máso menos; en cambio, toda la vidatenemos sexualidad. Y, precisamentepara que tengáis unas relacionessexuales responsables durante la épocaen que sois fértiles, tenéis que conoceruna consecuencia que, cuando no esdeseada, resulta terrible.

Porque el embarazo puede ser unepisodio feliz o infeliz, según elcontexto en que se dé.

Luci levanta la cabeza, nos mira a todosuno por uno y añade:

—Y recordad que, si habéis bebidoalcohol o habéis fumado un porro, es

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mucho más fácil que perdáis el control yque no os protejáis adecuadamente. ¡Asíque ojo!

Luci apaga la luz. El vídeo se pone enmarcha y una voz en off explica:

«Cuando se produce un contacto sexual,puede ser fecundante y, por lo tanto,puede producirse un embarazo. Elhombre eyacula el semen o esperma enel interior de la vagina. Los millones deespermatozoides contenidos en su semensuben hacia el útero y progresan hastalas trompas de Falopio, donde seencontrarán con el óvulo. Suponiendoque no haya ningún óvulo maduro, losespermatozoides pueden esperar unoscuantos días hasta que los folículos

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liberen uno. Finalmente, unespermatozoide penetrará dentro de unóvulo, o sea, lo fecundará. Unos díasmás tarde, el óvulo fecundado seinstalará en el útero y, a partir de esemomento, comienza el embarazo.»

A partir de esa primera imagen, el vídeonos va enseñando nuevas imágenes deldesarrollo del feto y de modificacionesdel cuerpo de la mujer, hasta llegar alparto.

Luci enciende la luz.

— ¿Se ha entendido?

Decimos que sí. Queda clarísimo quehay que protegerse. ¡Qué me lo digan a

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mí, que he tenido más suerte que lasbrujas!

Miriam levanta la mano.

—Dime, Miriam.

— ¿Cómo podemos saber si estamosembarazadas?

Un montón de silbidos acogen lapregunta.

— ¡Callad! —Grita Luci—. Ésa es unapregunta interesante. Si tenéis un retrasode la regla de más de una semana...

— ¿Qué es un retraso de la regla de másde una semana? —pregunta Carlos.

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—Pongamos que la regla te tenga quevenir...

— ¿A mí? —pregunta Carlos, haciendogestos.

Todo el mundo se ríe.

—Es un decir, Carlos. O sea,imaginemos que una chica espera laregla el día cinco, y el doce aún no le havenido. Tiene un retraso de unasemana...

—Entonces hay que empezar a sufrir —dice Miriam.

—Pues si no has tomado precauciones,sí.

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Con este comentario me doy cuenta deque yo comencé a ponerme nerviosademasiado pronto. Luci continúa:

—Entonces puede tomarse latemperatura por la mañana, antes delevantarse. Si está por encima de treintay siete grados centígrados, puede queesté embarazada. Si está por debajo, no.

— ¡Oye! ¡No tenía ni idea! —digo yo,que pienso en la de quebraderos decabeza que me habría podido ahorrar dehaberlo sabido.

— ¡Ni yo!

Todas chillamos, alborotadas.

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— ¡Callad! —Grita Luci—. De todasformas, si tenéis sospechas de estarembarazadas, es preciso que vayáis a lafarmacia a compraros un test deembarazo.

— ¿Y cómo se usa?

—Depende de cada marca. Sólo tenéisque leer las instrucciones y seguirlas arajatabla. Generalmente, necesitaréisunas gotas de vuestra orina. Para obtenerel resultado, son necesarias desde unashoras hasta unos minutos, en función delas marcas.

— ¿Y es fiable el resultado?

—Si el resultado es «sí», estáis

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embarazadas seguro.

— ¡Oh, nooooooooooo! —grita alguiende las últimas filas.

—Si el resultado es «no», puede que nolo estéis o puede que os hayáisprecipitado y os hayáis hecho la pruebademasiado pronto. Tal vez tendréis queesperar unos días más para que dépositivo. En cualquier caso, si dapositivo, tendréis que ir al médico paraque lo confirme.

Alarma generalizada en la clase.

—Exacto. ¡Qué horror tener un niño queno se ha previsto tener! Ahora viene elmomento de decidir qué hacéis: ¿seguís

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adelante con el embarazo o no?

Luci va pasando entre las distintas filaspara darnos dos hojas a cada uno denosotros.

La primera hoja dice lo siguiente:

ESTADÍSTICA 2

En España:

Hay 3.000.000 de chicas de entre 15 y24 años.

Relaciones sexuales:

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El 59%, o sea, 1.770.000 de estaschicas han mantenido relacionessexuales en el último año. Embarazos:

El 13%, o sea, 400.000 de estas chicasse encuentran en situación de riesgo dequedarse embarazadas. Métodosanticonceptivos:

El 10% de las chicas sexualmenteactivas, o sea, 177.000, no usan ningúnmétodo anticonceptivo.

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El 90% de las chicas, o sea, 1.593.000,usan un método anticonceptivo; peroentre ellas:

El 3%, o sea, 47.790, usan sistemas queno son propiamente métodosanticonceptivos.

El 30%, o sea, 477.900, usan el métodomal o sólo de vez en cuando.

Luci lee la estadística en voz alta.

—Ya veis, por lo tanto, que si no tomáisprecauciones, si no utilizáis un método

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anticonceptivo correctamente, corréis elriesgo de quedaros embarazadas. Yvosotros, chicos, de dejarlasembarazadas. Es decir, que laresponsabilidad es de todos.

—De acuerdo, sí, pero ¿y si ya estamosembarazadas? —pregunto yo porque, apesar de que ya se ha resuelto lasituación, me interesa saberlo.

Luci suspira.

—Si ya estáis embarazadas, sólo haydos caminos: tener a la criatura oabortar.

Nos hemos quedado mudos. El aborto esuna cosa seria, que da dolor de cabeza,

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de corazón y tal vez incluso de barriga.

— ¿Nos explicas qué es exactamente unaborto?

Luci asiente y suelta:

—El abollo se llama también IVE, osea, Interrupción Voluntaria delEmbarazo, para diferenciarlo de losabortos espontáneos, es decir, de losque se producen de modo natural, sin laintervención de nadie.

— ¿Por qué se producen abortosnaturales?

—Por varios motivos. A veces porquela mujer tiene algún problema: una

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enfermedad, una malformación. Y aveces es el feto quien lo tiene.

En cambio, en el caso de la IVE, es lamujer quien toma la decisión de nollegar hasta el final del embarazo.Cuanto antes toma la decisión, menospeligroso resulta. A partir de ciertomomento, el embarazo ya no se puedeinterrumpir.

— ¿Y cómo consiguen interrumpirlo?

—Depende. Si la mujer está de sietesemanas o menos, se puede utilizar laRU-486, el Metotrexato, el Misoprostolo la RU468, todas ellas medicacionesque provocan la expulsión del embrión.

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— ¿Son la píldora del día después?

—No. La píldora del día después no esabortiva, sólo impide que el óvulo seafecundado y, si lo es, impide que puedaanidar en el útero. En cambio, éstas síson abortivas y, por lo tanto, es precisotomarlas bajo vigilancia médica, en unhospital.

— ¿Y de qué otras formas se puedeabortar?

—Si la mujer está de doce semanas omenos, se puede usar la técnica poraspiración; esta técnica no requierehospitalización, sino que se hace demodo ambulatorio y con anestesia local.—Luci nos mira y continúa—: Y, por

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último, si la mujer está de más decatorce semanas, se usa el método deinducción, que requiere hospitalización,anestesia general y que resulta muchomás complicado.

—Pero el aborto, ¿no está prohibido?

—En España, y desde 1985, la IVE estápermitida en ciertos casos.

— ¿Que son...?

—Para evitar un peligro para la vida ola salud física o psíquica de laembarazada. O si el embarazo ha sidofruto de una violación. O si se cree queel niño nacerá con taras muy graves, yasean físicas o psíquicas.

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—Pues en mi casa, a pesar de que estépermitido por la ley, dicen que es unacto horrible y que tendría que estarprohibido.

—A nadie le gusta tener que abortar. Dehecho, es una situación extrema, cuandoya no existe ninguna otra solución. Sinembargo, hay gente que, por razonesreligiosas, lo considera un actoreprobable. En tal caso, la gente quetenga impedimentos éticos no debeabortar, pero debe permitir que personascon criterios diferentes de los suyospuedan hacerlo.

— ¿Y cualquiera de nosotras puede ir aabortar sola, sin un adulto?

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Luci dice que no con la cabeza.

—No. Sois menores de edad y tendríaisque ir acompañadas de vuestros padreso de la persona que tenga vuestra tutoríalegal. Además, antes de dar un pasocomo ése es preciso estar muy bieninformada de los problemas físicos y,especialmente, psicológicos quecomporta.

—O sea que la única solución paraabortar pasa por decírselo a tus padresy, después, ir a un hospital.

—Sí, es la única forma de hacerlo.Porque cualquier aborto practicadofuera de estas condiciones puedesuponer un riesgo importante para

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vuestra salud e incluso vuestra vida.

Entonces, Luci la otra hoja.

INFORME 8

Si te has quedado embarazada y quierestener el bebé, la decisión es sólo tuya.Antes, sin embargo, piensa a cuántagente involucras en tu decisión y de quéforma:

• Al bebé: le obligas a tener unos padresque no estarán aun suficientementeformados ni física, ni psicológica niintelectualmente.

Le obligas a vivir en una unidad familiarextraña, formada posiblemente por tus

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padres —o sea, los abuelos—, tú y él.O, si el chico y tú queréis formar unafamilia —cosa poco recomendableporque generalmente está predestinadaal fracaso—, será una familia muyprecaria, con pocos recursoseconómicos, con poca preparación, conpoca capacidad para dar afecto yestabilidad, porque aún no habréisacabado de recibirlos vosotros mismos.

• Al padre del bebé: lo pones en ladisyuntiva de decidir alterarse la vida,renunciando a este hijo o renunciando aterminar su formación para buscarse atoda prisa un trabajo.

• A tus padres: cuando ya casi habíanterminado de criar a sus propios hijos,

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tendrán que preocuparse por el bienestarde un nieto y tendrán que ayudarte a ti acriarlo. Eso, suponiendo que se lo tomenrazonablemente bien. También existe laposibilidad de que te echen de casa. Lasociedad sigue marginando mucho,todavía hoy en día, a las mujeres quetienen un hijo solas.

• A ti misma: tu cuerpo aún no haterminado su formación y, por lo tanto,un embarazo no le será bueno. Tútampoco has acabado tus estudios; teserá difícil encontrar un trabajo encondiciones. Tendrás que renunciar aactividades que son propias de tu edad,por ejemplo, salir con amigos y amigas.

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¿No es más razonable esperar?

Me parece que lo más razonable estomar precauciones y no tener que llegarnunca a una situación como ésta, piensoyo. Acabo de tener este pensamiento,cuando Luci dice:

—Lo mejor, por tanto, es que nunca ostengáis que encontrar en la situación dedecidir o no una IVE. Lo mejor es quesiempre que tengáis relaciones sexualestoméis precauciones.

Luego, Luci nos pone a trabajar porgrupos para que hagamos una lista defalsedades respecto al embarazo.

Cuando hemos acabado, elaboramos un

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informe y lo colgamos en el mural.

INFORME 9

Mitos respecto al embarazo

No es verdad que te puedas quedarembarazada por el hecho de bañarte enuna piscina donde se bañan chicos.

No es verdad que te puedas quedarembarazada porque un chico te dé unbeso o te abrace o te coja de la mano.

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No es verdad que no te puedas quedarembarazada si no tienes un orgasmo. Tepuedes quedar aunque no lo tengas.

No es verdad que no te puedas quedarembarazada si aguantas la respiracióncuando el chico eyacula. Te puedesquedar igualmente.

No es verdad que no te puedas quedarembarazada si tienes la regla. Tambiénte puedes quedar.

Al llegar a casa, me encuentro unmensaje de Octavia con una nueva regla

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de oro de la sexualidad.

REGLA DE ORO 4 DE LASEXUALIDAD

Siempre estás a tiempo de decir queNO: aunque ya hayas llegado muy lejoso incluso si a esa persona otras veces lehas dicho que sí.

Ser consciente de que te puedes quedarembarazada y no decirlo es uncomportamiento inadmisible; es hacerleuna jugada muy sucia al chico.

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CAPÍTULO 15

CAMPEONATOS DE NATACIÓN

Quizá, tal como suponía Mireya, la reglase me había retrasado por culpa de losmismos nervios de pensar que estabaembarazada, pero ahora se tomaba larevancha. ¡Y qué revancha! Y,precisamente, el día en que llegabaKoert... Tenía una supe hemorragia queme obligaría a cambiarme el tampóncada dos por tres y me hacía estar menosanimada que de costumbre, porque memolestaba el dolor de barriga y deriñones.

¡Uf! Ahora que había roto una barreracon Flanagan, pensaba que tal vez habría

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podido traspasarla con Koert, pero,teniendo la regla, resultaría imposible.Aparentemente, la regla no tenía por quéser un estorbo,

¿no? La regla es una circunstancianatural. Es común a todas las mujeres.No puede contagiar ninguna enfermedadporque es sangre estéril. Pero ¿quién esla guapa que se atreve a tener uncontacto íntimo con un chico, contactoya de por sí suficientemente complicado—al menos en mi corta experiencia—,como para, encima, tener que vérselascon tampones y sangre y con inoportunosdolores? Algún día, en el futuro, no mesorprendería ser capaz de saltar porencima de este prejuicio, pero, hoy por

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hoy, me parecía demasiado difícil.

¿Por qué la regla tenía que ser siempretan oportuna? Se presentaba a tiempopara estropearlo todo: excursiones,viajes, partidos importantísimos,exámenes determinantes y, ahora,también cuando tenía que encontrarmecon Koert.

Eso pensaba mientras salía de la ducha,justo un instante antes de que mamállamase a la puerta del baño paraavisarme de que tenía una llamada. Seme paró el corazón. ¿A aquellas horasde la madrugada de un sábado? Las ochode la mañana de un sábado, después deun viernes de haber salido hasta tarde,son horas demasiado intempestivas

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como para que ninguno de mis amigos oamigas estuviesen despiertos. De modo,concluí muy hábilmente, que sólo podíaser Koert para decirme que se le habíaescapado el avión, por ejemplo. O quese lo había pensado mejor y habíadecidido no venir.

-¿Sí?

—Hola, Carlota.

¡Era Elisenda! ¿Qué demonios quería?

Se aclaró la voz.

—Te llamo también de parte de Berta.

Ella se calló y yo, también. Esperaba a

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que prosiguiese.

—Hemos pensado que teníamos quedecirte que nosotras creemos que notendrías que ir a recibir a Koert.

— ¿Me has llamado para decirme eso?

—Sí. Al fin y al cabo, fuiste tú quien noscontó el lío que tenías en la cabeza y enel corazón, ¿no? Pues si nos pedistenuestra opinión, aunque no nos la hayasvuelto a pedir, ahora te la doy. O mejordicho, te la damos Berta y yo.

La escuché porque no dejaba de tenerrazón. Si le pides la opinión a alguiencon respecto a un asunto, sea amoroso ono, esa persona tiene todo el derecho a

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dártela. Y tú tienes la obligación deescucharla...

aunque su opinión no coincida con latuya.

—Muy bien, ya te he escuchado, peroahora déjame decirte que haré lo quecreo que tengo que hacer: ir a buscar aKoert.

— ¡Pobre Flanagan! ¡Qué jugada mássucia!

Después de explicarle que a Flanagannunca le había dicho que tuviésemosningún compromiso, sino todo locontrario, colgué.

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La llamada de Elisenda habíaconseguido dejarme un sabor amargo enla boca. A mí tampoco me resultabaagradable imaginar a Flanagansufriendo.

Me estaba comiendo unas tostadascuando mamá me avisó de otra llamada.Esta vez parecía decírmelo con unhumor algo más pasado por agua.

A ver si volvía a ser Elisenda...

— ¿Carlota?

—Hola, Mireya.

—Te he llamado para darte ánimos.

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¡Ah! Me sentía reconfortada después deldiscurso responsabilizador de la otra.

—Creo que haces bien yendo a buscar aKoert al aeropuerto. Ya lo sabes: a míme parece que el holandés te va muchomás que el detective.

No tenía que decirme por qué. Primero,porque tenía dos años más que Flanagany eso le hacía muy atractivo a los ojosde Mireya... y a mí me pasaba lo mismo.Segundo, porque era holandés y eso leotorgaba un glamour importante...opinión que yo compartía con Mireya, apesar de que ese glamour nos obligase aambos a comunicarnos en una lengua queni era la mía ni la suya: el inglés. Paramí, había una tercera razón que Mireya

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no conocía: me gustaba su forma depensar y de actuar, y me estimulabaintelectualmente.

Colgué con un sentimiento de calorimportante en el vientre.

Me estaba poniendo la chaqueta cuandovolvieron a llamar. Corrí hacia elaparato, pero mamá estaba más cerca ylo cogió antes.

—Es para ti —dijo, con un mal humorevidente.

Me encogí de hombros. No tenía por quéponerse ella si no quería. -¿Sí?

— ¿Carlota?

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— ¡Flanagan!

A éste sí que no me lo esperaba.

—Carlota... Yo... Quería preguntarte site has pensado bien eso de ir a buscar aKoert al aeropuerto.

¡Ay, no! ¡Qué dolor de barriga meestaba dando!

Me parece que me temblaba un poco lavoz, pero mi decisión era muy firmecuando le contesté que sí, que me lohabía pensado muy bien, que estaba apunto de ir a recibirlo y que no queríahablar más con él porque no queríahacerle daño.

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—Pues, aunque no quieras, me lo estáshaciendo.

¡Ags! Era un golpe bajo. Pensé que lomejor era cortar aquella conversaciónque no llevaba a ninguna parte.

Flanagan estuvo de acuerdo.

—Lo siento —dijo—. No quería hacerteninguna mala jugada, sólo queríaintentarlo por última vez. Que... que telo pases bien.

¡Ay! Se me encogió el corazón cuando leoí desearme eso, considerando que sussentimientos tendrían que haberleempujado a decir lo contrario. Era un tíolegal de verdad. Me despedí.

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La voz de Flanagan había hecho menguargran parte de mi primitivadeterminación. Salí de casa arrastrandolos pies y me metí en el metro y luego enel tren del aeropuerto como si fuese enbarca y no sobre ruedas. Iba de unextremo al otro: las ganas de ver aKoert, la pena de hacerle daño aFlanagan; la ilusión de besar a Koert, elrecuerdo de las caricias de Flanagan...¿Era la chica eternamente dividida oqué?

Cuando vi a Koert saliendo por laspuertas de llegada de la terminal A ybuscándome entre las personas que nosamontonábamos delante, me reconstituíen una sola chica: le elegía a él. Sus

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ojos azules se encontraron con los míos.Las guirnaldas de Navidad queconseguía encenderme Flanagan despuésde un rato de estar juntos, Koert me lasencendió, multiplicadas por veinticincomil, sólo con una única mirada.

Me sonrió y se me acercó sin acelerar elpaso, como si tuviese ganas de hacerdurar aquel momento. Yo habría corridohacia él, pero la barrera metálica decontención no me lo permitía.

—Hi —dijo la voz radiofónicaacercándoseme mucho desde el otrolado de la protección metálica.

—Hi, Koert —le dije, mientras me dabacuenta de que tenía los hombros más

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anchos de lo que recordaba.

Pasé por debajo de la barrera, él dejó labolsa en el suelo y nos fundimos en unabrazo. Unos instantes después, él seseparó, miró hacia atrás y me dijo:

—We are disturbing the otherpassengers...

Y me arrastró fuera del paso.

Cuando vio que yo me dirigía a lasalida, me paró. Teníamos que esperar asus compañeros. ¡Claro! No venía solo;no sé por qué no me lo había imaginado.Llegaba con tres chicos holandeses más,que también tenían que competir al díasiguiente. Además, los acompañaba el

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entrenador.

Consideré que éramos una multitud. Notenía muy claro que nos los pudiésemosquitar de encima.

Koert me presentó como su girlfriend asus compañeros. ¿Su girlfriend?

Eso era nuevo...

—Let's go —dijo el entrenador.

Y nos pusimos en marcha hacia el centrode alto rendimiento donde los habíanconcentrado.

Koert y yo aprovechamos el tren y elmetro de vuelta a la ciudad para charlar

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sin parar. Poco a poco, se me volvió ahacer evidente el sentimiento tan fuerteque me había unido a Koert y que aúnseguía vivo. Me gustaba su buen humor yme interesaba su manera de entender lavida, y me sorprendían las montañas ymontañas de libros que había leído;estudiaba humanidades y quería serprofesor de literatura. Me impresionabaademás su voluntad de llegar lejostambién en el campo del deporte y mesentía comprendida y valorada por él, ytambién deseada. Y me encantaban sushombros inmensos, tan grandes quepodía montar allí una tienda de campañae instalarme para siempre.

¡Ay!, en ese punto tenía que reconocer

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que no había tanta diferencia entreMireya y yo: el físico de los chicostambién me importaba.

Hummm. Lo tenía claro, estabaenamorada de él. Observé las paredesennegrecidas que pasaban de prisadetrás de los cristales y me pareció veren ellos la imagen de Flanagan. Me di lavuelta pensando que era el reflejo de¿Flanagan?, pero no vi a nadie más quea un chico que no se le parecía en nada.Mi imaginación debía de habermegastado una mala pasada.

Flanagan... A pesar del cariño que letenía, a pesar de que me lo pasaba muybien con él, ahora sabía que habíatomado la decisión correcta, y me

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preguntaba si no tendría que explicarle aKoert el lío mental — ¡y no tan mental!— por el que había pasado.Probablemente era mejor que sí.

Lo miré. Tenía pinta de estar bien, desentirse feliz. ¿Merecía la pena que lecontase mi historia con el detective? Alfin y al cabo, él, como Flanagan,también me había dejado claro que noteníamos ningún compromiso; del mismomodo, era probable que él hubiesetenido una historia con otra chica... Encambio, me había presentado como sugirlfriend. ¿Qué significaba eso? Sí,seguramente sería mejor hablarlo, perono en aquel momento. Más adelante. Porla tarde, tal vez...

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Cuando llegamos al centro deportivo, elentrenador me hizo esperar en elvestíbulo; el acceso a las habitacionesde los deportistas no estaba permitido alos visitantes. Me senté en uno de losbancos de madera preguntándome, ahorasí un poco preocupada, si Koert y yodispondríamos de algún rato para estarsolos.

—Forty-five minutes —me dijo Koert,cuando bajó a toda velocidad.

Cuarenta y cinco minutos no se podíadecir que fuese mucho rato, pero menosera nada.

Koert me dio la mano. Le pregunté adónde íbamos. Me hizo una señal hacia

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un jardín adyacente al centro.

—There.

Tenía razón. No podíamos perder eltiempo yendo a algún bar.

Tampoco podíamos ir a casa de mamáporque estaban ella y Marcos. En casade papá tal vez no habría nadie, pero nohabía tiempo de averiguarlo ni de queme pasara por allí.

El jardín tenía una glorieta decadente,con rosales llenos de capullos que seencaramaban por las rejas y, dentro, unbanco circular. Entramos en ella y nossentamos.

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Y no tuvimos tiempo de hablar, porquesin tener que decirnos nada nos comimosa besos. Besos de tornillo que cortabanla respiración, besos como lametones enlos dedos y en las orejas, besos suavesen el cuello, besos de chupetón en elcuello, besos impetuosos, besosdulcísimos, besos inacabables, besoshúmedos, besos blandos, besos deprimavera y besos de chocolate... No mesentía como una guirnalda de Navidad.

Me sentía como tina central eléctrica...Entonces me di cuenta de que el contactofísico sin estar enamorado es posible,interesante y divertido.

Pero el contacto físico cuando tienes unsentimiento amoroso hacia la otra

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persona es una sensación única. Y si esome había pasado con los besos y lascaricias, ¿qué podía pasar cuandotuviésemos una relación sexual másíntima? Podía ser la bomba, estabaclaro.

De repente, como si se le hubiese caídoel cielo encima de la cabeza, Koert dioun salto, se apartó un poco de mí yconsultó el reloj.

—I must go —me dijo con cara desentirlo muchísimo. A juzgar por elbrillo de sus ojos, él también tenía en suinterior la actividad de una centraleléctrica.

La sesión de besos se había acabado

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demasiado de prisa para mi gusto.

O a lo mejor es que, algunas veces, trescuartos de hora resultan tan breves comocinco minutos.

Mientras él llevaba a cabo elentrenamiento de rigor en aquellapiscina de dimensiones olímpicas, yo lomiraba desde las gradas, sentada al ladode su entrenador, que iba comprobandolos tiempos con un cronómetro. Yoobservaba a Koert dentro del agua ypensaba en sus besos y en cómo megustaría tener un contacto más íntimocon él. Pero no parecía que nada lofavoreciese: ni la falta de tiempo, nitener la regla.

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Me había imaginado que tal vezpodríamos despistar a su equipo yescaparnos él y yo solos a picar algopara cenar, pero solamente me losuponía, porque no había previsto que elentrenador era un hueso. Dijo que no,que había que controlar lo que ingeríanen sus comidas, que nada de alcohol yque, además, tenían que acostarsetemprano, que les convenía descansarpara hacer un buen papel al díasiguiente. Me pareció que le echaba unamirada larga y significativa a Koert. Miboyfñend chascó la lengua. Aquél era unlenguaje internacional: su entrenador letocaba las narices tanto como a mí.

Nos despedimos sin ganas de hacerlo y

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yo me fui cargada de rabia contra aquelidiota integral, que no sabía ni papa decentrales eléctricas.

Aquella noche me costó dormirme. Elsueño me venía a ráfagas: de pronto merendía el cansancio, luego volvía adespertarme, pensando en lassensaciones que Koert despertaba en mí.Resultaba imposible dormir con aquellatormenta de emociones en el interior demi corazón, de mi cabeza y de mi sexo.Estaba de acuerdo con I ,u< i on que laschicas teníamos que aprender a sermenos emotivas y románticas porque esonos hacía más vulnerables y más aptaspara ser utilizadas y sometidas. Perotambién estaba de acuerdo con Luci en

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que los chicos tenían que aprender aserlo más; si no, se perdían una partemuy interesante de las relaciones.

Al día siguiente me presenté en el centrode alto rendimiento deportivo antes dela hora prevista para el campeonato conla intención de estar solos por lo menosunos minutos con Koert, pero elentrenador no que me dejó acercara.«¡Zen!», exclamó. Aquella expresión,como el hecho de chascar la lengua,también era una especie de lenguajeuniversal.

Venía a significar que no conveníaalterar la concentración del nadador.

Por lo que se veía, yo era una

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«desconcentradora» potente. O sea que,al parecer, el entrenador sí entendía decentrales eléctricas.

Me senté en las gradas, mezclada entreel público. Respirando con dificultadpor culpa de la atmósfera demasiadocálida y húmeda de la piscina cubierta,me dispuse a animar a Koert con todasmis fuerzas.

No fueron mis gritos sino la preparaciónfísica lo que propició el segundo lugarde Koert en la modalidad de mariposa oel primero que él y su equipo obtuvieronen la carrera de relevos. De forma quele vi subir al podio dos veces. Me sentíatan feliz como si fuera yo la que subíapara recibir las medallas.

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Por fin llegó el mediodía. Teníamos doshoras antes de que tuviera que irse alaeropuerto.

Después del primer beso de tornillo, queactivó todas las palancas de la centraleléctrica, Koert me preguntó sipodíamos ir a algún sitio para estar asolas.

¿Estar a solas? ¿Cómo podía explicarleque, a pesar de lo mucho que meapetecía, no era el mejor momento?Además, creía que antes le tenía quehablar de Flanagan, si no, me sentiría unpoco traidora. Pero ¿cómo se locontaba? ¿Qué le decía? ¿Qué palabrasempleaba? La experiencia con Flanagan

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me demostraba que ni era fácilcomunicarlo, ni era de esperar que laparte contraria se lo tomase con unacalma budista.

Aún pensaba en todo eso cuando mesorprendí a mí misma diciéndole quepodíamos ir a casa de papá, que, siendodomingo y estando sin mí y sin Marcos,seguro que se habría largado con Lidia.A Koert se le abrió el cielo.

En el sofá de casa, sus caricias y susbesos se hicieron mucho más tiernos,más atrevidos y... de más voltaje. Hastaque, una vez más dividida entre dossensaciones contradictorias (ahora eran:quiero pero no quiero), le paré. Y, apesar de que me lo había imaginado

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como un trance muy duro, no me costónada decirle que tenía la regla. Élpareció entenderlo bien, a pesar de queleí la decepción en sus ojos. «¡Zen!»,creo que dijo para sí mismo. Y añadió,sonriente, que aquéllos no serían losúltimos campeonatos de natación enBarcelona; que ya lo arreglaríamos.

¡No le oí entrar! Me lo encontré delantejusto cuando, después de uno de losbesos de Koert, que me dejaban sinaliento, abrí los ojos: Marcos habíaentrado sin que lo oyésemos y nos habíapillado liados en un morreo húmedo yruidoso. Entonces, agradecíprofundamente que mi situación

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fisiológica

hubiese

impedido

una

situación

más

comprometida.

Controlé las ganas de lanzarle unamirada venenosa a Marcos, que tenía lacara iluminada por una sonrisa triunfal.Me apoyé contra el respaldo del sofá,dispuesta a hacer las presentaciones muy

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por encima y largarme, porque no queríatener que darle ninguna explicación a mihermano y porque ya no quedaba muchorato antes de que tuviéramos que salirhacia el aeropuerto. No llegué a tiempode decir nada. Marcos se me adelantó.

—Tú debes de ser Flanagan, ¿no, tío?

¡Oh, no!, pensé, mientras deseaba que unrayo entrase por la ventana ydesintegrase a mi hermano, a la vez queagradecía que Koert sólo supiera decir:«buenos días», «buenas noches» y«paella».

—Excuse me? —dijo Koert.

— ¿Tu detective es inglés? —Dijo

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Marcos, poniéndose bizco—. ¿O se estáquedando conmigo y hace como que nome entiende?

— ¿Por qué no te vas a freír espárragos?—le sugerí en un tono tan educado queseguramente Koert podía interpretarlocomo «¿te apetece un té con pastas?».

Pero Marcos, sin hacerme caso, dijo consu inglés macarrónico:

—Are you her boyfriend? Are youFlanagan?

—Hi. l'm her boyfriend, but I'm notFlanagan, Ym Koert.

Después de esta explicación, habría

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querido que la tierra se abriese y se metragara, pero los dioses no tuvieronpiedad. Marcos comenzó a gritardiciéndome que ahora entendía por quéaquel Flanagan hablaba en inglés ypreguntándome si hacía colección deboyfriends y Koert me preguntó quiénera ese tal Flanagan. Le dije que se locontaría de camino hacia el aeropuerto.

Tengo que confesar que todo el fin desemana había sido espléndido, hasta quese estropeó de aquella forma tanestúpida. Porque el viaje desde casahasta el aeropuerto no fue precisamenteun camino de rosas. Le conté quién erael tal Flanagan y qué pintaba en mi vida.Koert se tomó muy mal su existencia. Le

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dije, con la boca pequeña —tampocoestaba muy segura—> que mi historiacon Flanagan ya se había terminado.

Al llegar a la terminal A, Koert aúnestaba picado. Para defenderme yquitarle importancia a la situación, lerecordé que él había dejado muy clarodesde el primer día que no teníamosningún compromiso.

Koert frunció el entrecejo y respondióque eso era antes, que ahora sí queteníamos un compromiso.

¿Ahora?, me pregunté, bastantedesorientada. ¿Cuándo era «ahora»?

Empecé a pensar que eso del

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compromiso los chicos se lo tomaban unpoco como mejor les iba a ellos. O seaque «no compromiso» quería decir queellos podían hacer lo que quisieranmientras no decidiesen lo contrario yque, en cambio, la otra —es decir, lachica— estaba sujeta a unas reglas dejuego distintas.

Nos despedimos sin haber resuelto lasituación.

Cuando llegué a casa de mamá, mesentía más vieja que el mundo y, con laexcusa del dolor de cabeza, me fuicorriendo a la cama y me puse a llorarcomo una magdalena. Con lo que megustaba Koert... ¡Qué forma de estropearel fin de semana! Tal vez habría sido

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mejor que no le hubiese hablado deFlanagan.

Cuando mamá entró para decirme quetenía una llamada de Mireya, fingí estardurmiendo profundamente.

CAPÍTULO 16

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LA HOMOSEXUALIDAD

22 de marzo

Hoy Gabi no ha venido a la escuela. Nome extraña. Ayer, dos imbéciles delcurso lo martirizaron —y no era laprimera vez— con gritos de

«nenaza, maricón...».

— ¿Tú crees que es gay de verdad? —me ha preguntado Mireya, cuando se hadado cuenta de que no estaba en su sitio.

Me he encogido de hombros. ¡Y yo quésé! Bastante trabajo tengo con misproblemas como para meterme en los de

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los demás.

— ¡Estás imposible! —dice Mireya,enfadada.

—Y además, si lo es, ¿qué? —Haexclamado Berta—. ¿Es que no tienederecho?

—Claro que tiene derecho. La que notiene derecho a tratarnos como a untrapo sucio es ella. Yo no sé qué te hapasado con Koert, ¡y como no te ha dadola gana de contárnoslo! Pero, desde quelo has visto, de vez en cuando saltascomo si te hubiese picado una avispa —replica Mireya.

Pensé que tenía razón. A veces no

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controlaba mi malestar y lo pagabanellas. Pero aún no se lo quería contar;prefería dejar pasar un tiempo.

—Es verdad —dice Berta, calmando losánimos y volviendo a la discusióninicial—. Gabi tiene todo el derecho aser como quiera.

Yo también opino lo mismo. Mamá y laabuela me lo han enseñado desdesiempre: la gente tiene derecho a tomarlas opciones sexuales que quieramientras no haga daño a los demás.Octavia también dice lo mismo. Papá...papá, a veces, hace comentarios con unpoco de menosprecio hacia los gays. Letendré que preguntar por qué.

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Luci ha aprovechado la hora de tutoríapara abordar el problema.

— ¿Qué pasó ayer con Gabi? He oídoque alguien lo molestó.

Uno de los imbéciles que se metió conél levanta la mano.

—Se molestó porque quiso. Nosotrosnos limitamos a señalar una verdad.

— ¿Cuál?

—Que es marica —dice él.

Un coro de risas estalla tras laconfesión.

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Luci mira con ojos severos a los que seríen.

— ¿Se puede saber qué os hace tantagracia?

El imbécil vuelve a levantar la mano.

—Que Gabi sea maricón.

Luci cierra un poco los ojos, que se leconvierten en una línea muy fina; pareceque está enfadada.

—Primero: no sabes cuál es laorientación sexual de Gabi, ¿verdad queno?

—No, pero...

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—Pero nada. No puedes fiarte de lasapariencias o de tus intuiciones ytomarlas por correctas. Segundo: aunquela orientación sexual de Gabi fuera ésa,no hay nada que decir, es perfectamentelegítima.

El imbécil suelta un «y qué más».

—Sí, algo más —añade Luci muyduramente—. Tercero: la gente másintransigente con la sexualidad de losdemás suele tener algún problemasexual.

El imbécil enmudece. Algunos de laclase lo miran con caras socarronas.

— ¿Sabéis de dónde viene la palabra

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homosexualidad?

Nadie dice nada.

—Homo quiere decir «igual» en griego,por lo tanto, la palabra indica atracciónhacia la gente del mismo sexo que uno ouna misma.

—Pero normalmente a las mujeres se lesllama lesbianas y no homosexuales, ¿no?

—Sí. Generalmente, las mujeres sonllamadas lesbianas y los hombres,homosexuales o gays, que se pronuncia«gueis».

Luci pasea su mirada por el grupo, peronadie hace ningún gesto. El imbécil ha

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quedado neutralizado.

—Por cierto, a la gente que odia a laspersonas homosexuales se la califica dehomófoba.

Silencio.

Luci continúa.

—Y heterosexual, ¿sabéis de dóndeviene?

Otro silencio.

—Hetero quiere decir «diferente» engriego; por lo tanto, es la sexualidadentre diferentes, eso es, entre una mujery un hombre.

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«Heterosexual» es quien se sienteatraído por el sexo opuesto.

—Pero sentirse atraído por una personadel mismo sexo no es demasiadonormal, ¿no? —Pregunta Elisenda—.Quiero decir que le pasa a muy pocagente.

—No tan poca —responde Luci—. Porlo visto, un diez por ciento (y ahora hayvoces que dicen que podía ser inclusoun veinte por ciento) de la humanidad eshomosexual, lo cual significa que en elmundo hay seiscientos millones depersonas homosexuales.

— ¡Caramba!

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— ¡Fiu!

Todo el mundo se ha alterado mucho.

—No creía que existiera tanta gentehomosexual.

—Pues sí, ya lo ves. Cada vez que sejuntan cien personas puede que hayadiez que sean homosexuales.

—Y en una clase de veinticincoalumnos, puede haber dos que lo sean.

—Puede que sí.

Nos miramos los unos a los otros.¿Gabi? ¿Y quién más?, me pregunto.

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¿Tal vez Janira...? ¡Y yo que sé! Si elloso ellas no lo dicen, es imposiblesaberlo. Y no lo dicen porque sepasarían el día teniendo que aguantarbromas, insultos, marginación y, aveces, incluso agresiones físicas.

¡Los imbéciles de la clase son así deintolerantes!

—Pues mi madre dice que nostendríamos que fijar en los animales;que ellos no tienen esoscomportamientos.

—Tu madre se equivoca. El reinoanimal también tiene ejemplares que sonhomosexuales, lo cual no hace más queconfirmar que la homosexualidad es un

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fenómeno normal. .

Luci vuelve a pasear su mirada porencima de nuestras cabezas.

— ¿Ha quedado claro que no se puedediscriminar a nadie por ninguna razón, osea, tampoco por la orientación sexual?

Todos decimos que sí. El imbécil nodice nada, pero no parece tan obtusocomo cuando hemos comenzado lasesión. Tal vez tenga miedo de que lecuelguen el cartelito de que tieneproblemas sexuales. ¡Ja, ja!

—Es más —dice Luci—, no solamentelos y las homosexuales tienen quedefender sus derechos, sino que los y las

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heterosexuales tenemos que sumarnos asus reivindicaciones. Al igual que loshombres se tienen que sumar a lasmujeres en la lucha para eliminar lasdiscriminaciones de género.

A la hora del recreo, tengo una idea. Talvez la mamá de Carlos y su noviaquieran darme un par de pautas sobreeste tema. Además, así me distraeré demis propios problemas. Me acerco aCarlos.

—Oye, Carlos, ¿crees que tu madre yAntonia tendrían algún inconveniente enhablar de la homosexualidad conmigo?Estoy escribiendo el diario rojo...

— ¿Qué? —me interrumpe Carlos.

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—El diario rojo, un diario sobrecuestiones sexuales y, de paso,sentimentales, por lo que voy viendo.

—Pues me imagino que no, pero se lotendré que preguntar. Mañana te lo diré.

Por la noche aprovecho para hacer unainvestigación por Internet.

Quiero ver a cuántas personas conocidasencuentro que se hayan declaradohomosexuales.

INFORME NÚMERO 10

LESBIANAS

María Schneider, actriz Sinead

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O'Connor, cantante Patricia Highsmith,escritora Martina Navratilova, tenistaEmpar Pineda, feminista Virginia Woolf,escritora

GAYS

Yves Saint-Laurent, diseñador VenturaPons, director de cine Terenci Moix,escritor Jerónimo Saavedra, ex ministroSánchez Silva, teniente coronel delejército Y otros muchos nombres:Sócrates, Platón, Alejandro Magno,Truman Capote, Tennessee Williams,Marguerite Yourcenar, Federico GarcíaLorca, Elton John...

23 de marzo

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Al salir de clase voy a casa de Carlos.Su madre y la novia de su madre hanaccedido a hablar conmigo.

Se llaman María y Antonia. Hace ochoaños que viven juntas.

—Tú dirás... —dice María, la madre deCarlos. Y me anima con una sonrisa.

Mientras tanto, Antonia me ofrece unpedazo de pastel de manzana hecho porella. Y Carlos me sirve una taza de té.¡Caray! ¡Qué lujo! Allí sentada,degustando una merienda deliciosa y conla oportunidad de tener información deprimera mano sobre lesbianismo. Apesar de eso, me siento un pococohibida.

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—A mí me gustaría saber cómo ycuándo os disteis cuenta de que eraislesbianas.

María y Antonia se miran.

— ¿Lo supisteis desde pequeñas?

Se vuelven a mirar y ambas dicen que noa la vez.

—Creo que no es posible darte cuentacuando eres una niña —contesta Antonia—, porque el deseo sexual no sediferencia de otros deseos y porquejustamente, cuando eres pequeña opequeño, experimentas con lasexualidad...

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—Sí. A veces, hay niños y niñas otambién adolescentes que han practicadoalgunos juegos sexuales con una personade su mismo sexo, pero eso no quieredecir que sean homosexuales; sóloquiere decir que exploran su cuerpo y elplacer —añade María.

—Yo me di cuenta hacia los dieciochoaños —explica Antonia—. Haypersonas que se dan cuenta antes,durante la pubertad.

—Y los hay que no nos hemos dadocuenta hasta ser más mayores, como yo,que lo vi claro tinos años después dehaberme casado y de haber tenido aCarlos —dice María.

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—A veces ocurre. Hay una presiónsocial para que actúes de acuerdo conlos patrones «normales» -—aseguraAntonia.

— ¿Normales? —pregunta Carlos,sorprendido.

—Normales entre comillas, o sea, lospatrones que una determinada sociedaden un determinado momento consideranormales —añade.

— ¿Sabéis que en la Grecia clásica eranormal que los hombres se relacionasensexualmente entre ellos? —cuentaMaría.

Antonia se echa a reír.

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—Era tan grande el menosprecio hacialas mujeres, que se consideraba demejor gusto tener relaciones con unmuchachito.

— ¿Y cómo te sentiste cuandodescubriste que eras lesbiana? —lepregunto a Antonia.

— ¡Fatal! Imagínatelo. Me sentía muyrara, distinta a las demás personas,terriblemente culpable de sentirmeatraída por las chicas. Me sentíainsegura con mis compañeras, porquepensaba que si se daban cuenta noquerrían seguir siendo amigas mías,tenía mucho miedo de que la gente de micurso se burlase de mí...

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—Como de Gabi —dice Carlos.

— ¿Quién es Gabi? —pregunta María.

—Un chico de nuestro curso a quienunos imbéciles tratan de maricón.

—Qué mala leche...

— ¿Y qué más sentiste? —pregunto yo,que no quiero que la conversación sedesvíe.

—También me daba mucho reparo quemis padres se enteraran...

— ¿Por qué? ¿Tenías miedo de que teregañasen?

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—No. Tenía miedo de la pena que esoles produciría.

—Pero si era tu orientación sexual, ellosla tenían que respetar, ¿no?

—Sí, pero...

—Piensa que, en un mundo dominadopor los heterosexuales, loshomosexuales siempre lo tienen másdifícil y por mucho que los padrestengan una mentalidad abierta les cuestadigerir la homosexualidad de su hijo ode su hija —interrumpe María.

—Eso no sería tan duro si no hubiesetantos prejuicios contra loshomosexuales.

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—Efectivamente. En la medida en que lasociedad nos acepta. Tal como somos,nos lo pone más fácil —dice María—.Aún hay muchas personas que creen quela homosexualidad es una enfermedad ouna desviación y que con algúntratamiento se puede curar.

—Y los padres, por comprensivos quesean, siempre lo pasan mal cuandosaben que su hijo o su hija se sientenatraídos por las personas de su mismosexo. Pensad que, a menudo, eso querrádecir que la vida familiar no será la quehabían esperado; tal vez, incluso tendránque renunciar a tener nietos —añadeAntonia.

—Total, ¿se lo dijiste o no?

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Antonia sonríe.

—No. Me escaqueé. Decidí marcharmea vivir lejos. Les dije que queríaestudiar periodismo y que me tenía quetrasladar a otra ciudad. Yo mesolucionaba muchos problemas degolpe: me ahorraba decírselo, mealejaba de mis amigas, que cada vez meveían más rara y más encerrada en mímisma...

— ¿Por qué?

—Porque como no tenía a nadie conquién comentarlo, lo pasaba fatal y mehabía ido apartando de ellas; estaba mássola que la una...

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— ¡Vaya! ¡Qué mal! —digo yo, mientraspienso en Gabi. A lo mejor sí que eshomosexual y no se atreve a decírselo anadie...

—Puedes llegar a tener una depresión,¿sabes?

—Es más, hay chicos y chicas queintentan calmar, a base de drogas o dealcohol, la angustia de no saber cómoexpresarlo.

Soledad, depresión, drogas, alcohol.Decidido, me digo a mí misma, mañanahablaré con Gabi.

—Pues yo, por culpa de la presiónsocial que había en mi época, ni me di

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cuenta de que lo era —me cuenta lamadre de Carlos—. Me notabadiferente, es cierto, pero no sabía porqué. De forma que tuve novio y me casécon él. Tuvimos un hijo: Carlos. Yoquería al padre de Carlos, pero máscomo un amigo que como una pareja. Yocreía que hacer el amor no era taninteresante ni tan divertido como todo elmundo decía.

Hasta que, cuando Carlos tenía tresaños, me di cuenta. Lo pasé muy mal ydurante un tiempo intenté disimular...

—Pero no le sirvió de nada, porque esascosas no se pueden cambiar —

dijo Antonia.

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—Tienes razón. Y cuando lo acepté, fuecuando mejor me sentí.

—Ésa es una reacción normal: en elmomento en que aceptas tuhomosexualidad, la vives mucho mejor.

Repentinamente, tengo una inspiración.

—Me acabo de dar cuenta de que sufrenmás rechazo los gays que las lesbianas.Al menos por lo que yo he podido ver.En la escuela nunca he oído a nadiemeterse con una chica porque crean quees lesbiana; en cambio, a menudo hevisto atacar a chicos que sonconsiderados gays.

Se miran y dicen a la vez:

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— ¡Buena observación!

Luego, sigue Antonia.

—De hecho, es una muestra más de ladiscriminación que sufren las mujeres.El rechazo es mucho más notable hacialos gays porque a las lesbianas,sencillamente, se las ignora.

María continúa.

— ¡La invisibilidad de las mujeres! Seatapadas por un pañuelo, sea privadas desu apellido y asimiladas al del marido,sea incluidas dentro del génerogramatical masculino, en el queaparentemente estamos todos: hombres ymujeres, pero que, en la práctica, nos

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borra y nos hace invisibles. Invisiblescuando se necesitan nombres depersonas capaces de ocupar lugares deresponsabilidad. Invisibles en lossuplementos de cultura. E invisibles, porlo tanto, también las lesbianas.

La maldita invisibilidad femenina. ¿Noconseguiríamos nunca romper elmaleficio?

El pastel se acaba mucho antes que laconversación. Al final, sin embargo,también tenemos que parar de charlar yme voy a casa a elaborar un informesobre la homosexualidad.

INFORME NÚMERO 11

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1.

La orientación sexual no se elige.

2.

Es igual de normal ser heterosexual quehomosexual.

3.

La homosexualidad no es unaenfermedad ni un vicio, por lo tanto, nose puede curar ni abandonar.

4.

Por mucho que intentes disimularlo yadoptar comportamientos

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heterosexuales, si eres homosexual,seguirás siéndolo.

5.

El primer paso para vivir tuhomosexualidad sin angustia esaceptarla.

6.

Díselo a los demás cuando te veas confuerzas. No es necesario que se locuentes a todo el mundo a la vez.

Le mando el informe sobrehomosexualidad a Octavia, para ver quéle parece. Una hora más tarde tengo surespuesta. Le ha parecido muy bien. Me

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regala otra regla de oro de lasexualidad.

REGLA DE ORO 5 DE LASEXUALIDAD

No cometas el error de juzgar a la gentepor la apariencia: la homosexualidad —como la heterosexualidad— no se llevaescrita en la cara, ni tiene nada que vercon el vestir, con los gestos o con elhablar.

CAPÍTULO 17

FLANAGAN ME DEJA CON LABOCA ABIERTA

Me había hecho la tonta dos días; no

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quería contarles a mis amigas qué habíapasado con Koert y, sobre todo, cómohabíamos acabado.

Comenzaba a tener complejo de rarita.¿Me tenía que pasar lo mismo con todoslos chicos? Que no, que no tenemosningún compromiso y luego, cuando lesdecía que había hecho uso de la falta decompromiso,

¡se ponían de morros!

El lunes, me escaqueé a base de darlargas y decir que no me apetecía hablardel tema. El martes, también las dejécon las ganas: a la hora del recreoporque me tuve que quedar con Marcelo,Álex y Marta acabando de preparar una

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exposición para la clase de lengua. Y, ala hora del almuerzo, porque, cuandopensaba que se me echarían encimacomo lobas hambrientas, Miriam sesumó a nuestro grupo y monopolizó laconversación.

— ¿Habéis visto la novia que se haligado Carlos?

Yo la tuve que mirar dos veces porquecreía que nos estaba tomando el pelo. Sino hacía ni un mes que la novia deCarlos era ella, Miriam. Por lo que seveía, mi muy particular lío Flanagan-Koert me había tenido tan absorta quehabía conseguido que me perdiesealgunos cambios interesantes de laclase.

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Mireya, que se había dado cuenta de lodescolocada que estaba, me dio unapalmadita en el brazo y me dijo, en vozbaja:

—Carlos le ha dicho goodbye y se haliado con Judit, de primero B.

¡Ah! Pensé que ahora vendría unaretahíla de críticas hacia Carlos.

Miriam tenía cara de haber digerido muymal la ruptura.

— ¡La foca ésa!

— ¿Carlos, una foca? —pregunté conuna inocencia no fingida.

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— ¡¿Carlos?! No, mujer, Judit.

De forma que me había equivocado: losdardos venenosos no iban dirigidoshacia él sino hacia ella.

—Está bastante gorda, ¿no os parece?

Berta, que acababa de estrenar surelación con Javier, escuchaba sinperder detalle. Mireya fruncía elentrecejo. Yo no decía nada. Elisendasaltó:

—A mí no me parece que esté gorda,más bien la encuentro bastante guapa;tiene un cuerpo muy bien hecho —ladefendió—. O sea, no está delgadacomo un fideo, pero tiene un cuerpo muy

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bien proporcionado.

Era verdad, pero Miriam ponía cara deno estar de acuerdo.

— ¿Qué dices, niña? No te habrás fijadobien. Y, encima, es una estúpida. Porqueél sí que es inteligente, pero ella... esburra.

¡Qué injusto! lira evidente que le habíamolestado que Carlos la dejase por otra,pero en vez de atacarlo a él, se lacargaba a ella. Era como si Carlos fueseun pobre muchachito que, sin haberhecho nada, se hubiese encontrado liadocon Judit y eso hubiera supuesto laobligada desaparición de escena porparte de Miriam. O

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sea, como si toda la responsabilidadfuese de Judit y, en cambio, Carlos notuviera cabeza. Lo encontraba muyfuerte. Me ponía de mal humor, pero almenos me ahorraba hablar de Koert.

Por la tarde, al salir de clase, me fuimuy rápido para seguir sin dar ningunaexplicación. Me quedé en mi habitaciónintentando concentrarme y estudiar, perome rondaban por la cabeza Koert y sureacción —esta vez, yo no pensaballamarle; si quería algo, ya llamaría él—, Miriam y sus ataques a Judit,Flanagan y el dolor que le causaba...

Subí a casa de Laura.

— ¿Te molesto? —le pregunté, porque

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me pareció que ella sí que estabaestudiando.

—No, no —respondió, estirándosecomo un gato—. Precisamente estaba apunto de hacer un descanso.

Fuimos a la cocina a prepararnos un téy, mientras tanto, le conté la reacción deKoert y la de Miriam, a ver qué leparecía.

Se echó a reír.

— ¿Que qué me parece? Hummm. Meparecen dos comportamientos muytípicos. El de Koert, típico de muchoschicos: la libertad se la otorgan a símismos; en cambio, les cuesta más

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tenerla en cuenta para sus parejas.

—Me suena... ¿Moral de dosvelocidades: una para ellas y otra paraellos?

—Digamos que ellos son libres de hacerlo que quieran pero no toleran la mismalibertad para las mujeres. Dicho de otramanera, unas reglas del juego másrelajadas para los chicos, supuestamentecon más necesidades sexuales...

— ¿Supuestamente?

—Sí, estoy convencida de que es unmito.

Me apunté mentalmente que se lo

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preguntaría a Octavia.

Después, Laura me dijo que elcomportamiento de Miriam resultaba, encambio, bastante común entre lasmujeres.

—Hay mujeres que, cuando estánrabiosas porque un hombre se ha ido conotra mujer, nunca le sacan los ojos alhombre, sino a la rival. Ya ves tú québobada.

¡Tenía razón!

Después, Laura me echó porque teníaque seguir estudiando. Me encontré aMarcos, que, al verme, me sacó lalengua. Lo ignoré. Desde la plancha con

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Koert, no le dirigía la palabra... a pesarde que, pensándolo bien, tenía queadmitir que me había hecho un favor: mehabía permitido conocer la reacción delholandés, que, si quería seguir larelación, tendría que rectificar suactitud. A pesar de que me volvía loca— ¡lo reconocía!—, no estaba dispuestaa dejarme pisar por él.

Me encerré en la habitación y, dosminutos más tarde, la puerta se abriópara dar paso a la cabeza de Marcos.

—Al teléfono, Carlota —gritó.

No había oído que sonase. Corrí haciala puerta.

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—Es tu novio —me aclaró Marcos,mientras me seguía por el pasillo.

No objeté nada y me apresuré hacia elaparato.

— ¿No piensas preguntarme cuál de losdos? —inquirió Marcos.

Me paré en seco. Cierto, para Marcostenía dos: Koert y Flanagan.

¿Quién de ellos debía de ser?

—Hi, Carlota.

¡Koert!

Entonces me di cuenta de hasta qué

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punto había estado esperando aquellallamada. Sonreí. Koert me pedíadisculpas por su reacción, pensaba quese había pasado —y yo estaba deacuerdo—, que yo tenía todo el derechode ir con quien quisiera —no tenía nique decírmelo— y que él tenía querespetarlo. Se justificaba diciendo quela noticia lo había pillado por sorpresa,pero que, sobre todo, le había molestadomucho tener que saberlo por Marcos.

—l'm so sorry, Carlota...

Eso, yo podía entenderlo perfectamente.Si me ponía en su lugar, si me imaginabaa una hermana suya habiéndome de unasunto amoroso de Koert, me podía vera mí misma como una hidra. Tenía que

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admitir que la reacción de Koert habíasido mesurada comparada con unaposible reacción mía, pero no se lo dije.En cambio, le pedí disculpas aceptandoque yo también tenía responsabilidad enel final catastrófico de nuestro primerfin de semana juntos. Terminamosriendo y, claro, dando por clausurado elincidente.

Aún nos quedamos charlando veinteminutos más, después de hacer laspaces; esta vez, sin embargo, a cargo dela cuenta corriente de los señoresVroom.

Cuando colgué, estaba en una nube. Fuiflotando por el pasillo. Me crucé con

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Marcos y le sonreí con cara de tonta.Tal vez lo interpretó como un finaldefinitivo de las hostilidades. Me echéen la cama a pensar en Koert, peropronto mi cerebro se instaló en otracuestión: ¿si tenías una pareja y, a lavez, establecías una relación pasajeracon otra persona, qué era mejor,contarlo o no? No contarlo parecíadeshonesto y, en cambio, contarloparecía una locura; no añadía nada a lapareja más que mal humor, desconfianzay resentimiento quizá para siempre.

Tendría que preguntárselo a Octavia.

Al día siguiente, claro, ya no teníaexcusa para no contárselo a mis amigas,sobre todo porque ahora podía zanjar la

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historia con un buen final.

Por la tarde, después de haber aceptadola compañía de Mireya, que necesitabaque le echase una mano con el examende física, volamos las dos hacia casa demamá. Quería intentar ganar el tiempoperdido la tarde anterior.

En casa de mamá, Mireya y yo nospusimos a empollar. El silencio total

—sin hermanos impertinentes, nillamadas taquicárdicas— fuesúbitamente interrumpido por el timbrede la puerta. No me lo esperaba y mesobresalté.

— ¿Tiene que venir alguien? —preguntó

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Mireya levantando las cejas.

—Que yo sepa, no.

Dejé a Mireya trabajando en la mesa delcomedor y fui a abrir la puerta.

— ¡Flanagan! ¿Qué...?

No sabía qué decir. No contaba converlo. Tampoco era el momento.

— ¿Tú no has oído nunca la canciónaquella de Aute?

— ¿Cuál? —pregunté, bajando el tonode voz. No quería tener que presentarlea Flanagan a Mireya. Ahora, no.

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—Aquella que dice «pasaba por aquí»—respondió él.

— ¿Y adonde ibas, que has tenido quepasar por aquí?

—Venía aquí, por eso tenía que pasarpor aquí.

Yo seguía sin moverme, apoyada en elmarco de la puerta. Me gustaba ver aFlanagan, pero no me decidía a dejarlopasar: tenía que estudiar y, además, nome apetecía una conversación a tresbandas —Flanagan, Mireya y yo—, y,encima, estaba el recuerdo de Koert y lafirme decisión de resolver aquel lío.

—Te habría llamado mañana —intenté

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suavizar la situación, porque me dabacuenta de que no resultaba ni simpáticani convincente.

Desde el comedor llegaron ruidos, comosi a Mireya se le hubiese caído al sueloun archivador... o como si lo hubiesetirado expresamente. Tal vez mi demoraen volver al comedor exacerbaba sucuriosidad.

— ¿Está tu madre?

—No, hoy tenía que quedarse a trabajarhasta tarde en la biblioteca.

Nada más decirlo, habría queridofundirme. Por la cara de horror deFlanagan, estaba claro que se imaginaba

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a Koert en el comedor. O tal vez en elsofá de la sala. E incluso, tal vez seimaginaba Sadness sonando en el equipode música.

—Bueno, me voy. No quiero molestar—dijo, confirmando mis sospechas.

No tuve otra alternativa que invitarle apasar.

—No, hombre, entra, ya que has venido.

—Que no, que tengo prisa.

—Flanagan, por favor, que entres —dijecon insistencia. Necesitaba que mehiciera caso para aplacar su paranoia.

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—Que me voy.

Lo cogí por el brazo con contundencia.

— ¡No me toques! —gritó.

¿Se le había ido la olla o qué?, mepregunté; la paranoia lo llevabademasiado lejos.

—Perdona... quería decir...

Ya estaba harta: que hiciera lo quequisiera. Lo solté con autoridad.

— ¿Entras o no?

Entró, pero lo hizo aún convacilaciones, con prudencia. Como si

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tuviese miedo de encontrarse en la salaa Koert en calzoncillos. Si no fueraporque sentía que sufriese, me habríaechado a reír por el punto de cómicoque tenía la situación.

Entramos en el comedor, donde Mireyani siquiera se molestaba en fingir interéspor los libros. Estaba pendiente de mí yde él.

—Te presento a Mireya. Mireya, éste esFlanagan.

Noté que los mofletes de Flanaganhervían. Se acercó a Mireya, que sehabía levantado.

—Ah, hola —dijo ella—. Es como si te

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conociera, Carlota me ha hablado muchode ti.

La fulminé con la mirada. ¡Tonta...!

—Mucho gusto.

—Bien, precisamente hace unos minutosque hemos asumido el dominio de lasfunciones polinómicas, o sea que ya mepuedo ir —dijo Mireya.

Y mientras se inventaba esa bola, ibaguardando los libros en la cartera y meiba lanzando miraditas significativas:venga, niña, que os dejo a solas, parecíaque decía. O tal vez: ¿y ahora qué harás,guapa?, ¿te dividirás entre Flanagan yKoert?

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La habría matado...

Por fin nos quedamos solos. Fuirecogiendo libros y libretas de la mesaporque me sentía un poco incómoda; nosabía qué decir... A pesar de que medaba cuenta de que verlo ya era unaespecie de trampa, porque seguíagustándome y seguía encendiéndomeguirnaldas de Navidad...

Esperaba que él diera el primer paso.Ponía cara de... ¿pez fuera del agua?,¿de vaca sin prado?

Nos sentamos en ¿nuestro? sofá. Él no sequitó la chaqueta. Parecía tener prisa.

— ¡Vaya! Creía que estabas con tu

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amigo... —dijo, por fin.

De modo que yo tenía razón: estabaseguro de que me encontraría con Koert.

— ¿Koert? —quise confirmarlo.

—Sí, el holandés ese.

—Pues ya ves que te equivocabas.

—Me alegro de haberme equivocado.

Se había equivocado, sí; pero el fin desemana sí lo había pasado con él.

Y, sobre todo, tenía la intención depasar con él más fines de semana.

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—He estado con él gran parte del fin desemana.

Me pareció que Flanagan tenía muchasganas de preguntarme qué habíamoshecho aquellos dos días, pero no lo hizo.De verdad, era un tío muy legal.Lamentaba que no me gustase tanto comoKoert, porque el tío merecía la pena.

— ¿Y cuándo se fue?

—El domingo por la tarde, después delos campeonatos.

La expresión de Flanagan se aclaró,como si las nubes de tormentadesaparecieran y luciese el solnuevamente. Me miraba con una sonrisa

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franca en los labios. No sé si mispalabras lo habían llevado a interpretarque la historia con Koert ya se habíaacabado. Quise dejar clara la situación.

—Volverá pronto, supongo. —Yllegados a este punto, para hacer másverosímil aún que entre Koert y yo lascosas habían tomado un cariz más serioo tal vez también para hacerme yomisma a la idea, improvisé

—: Y creo que pronto podré ir aHolanda.

Ya estaba dicho, pero no tenía ni idea decómo podría montarme un viaje a losPaíses Bajos.

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El rostro de Flanagan se ensombreció denuevo.

— ¿Qué te pasa, Flanagan?

Flanagan soltó las palabras como sifuera un globo que se deshinchara pocoa poco.

—Tengo miedo de que me dejes.

¿Miedo de que le dejase?

—Flanagan, quedamos en que no habíacompromiso... —le recordé.

—Y, por mi parte, era verdad cuando lodijimos. Pero ahora he descubierto quehay temas en los que es mejor no hacer

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promesas.

Se me formó un nudo en la garganta.Como si llevase una bufanda y alguien lahubiese atado con demasiada fuerza. Medolía verlo sufrir. Y, además, lo que medecía también me hacía sufrir a mí, yaque me hacía tambalear las decisiones,me desquiciaba las emociones...Flanagan también me gustaba mucho.

—No me hagas eso, Flanagan.

—Yo no hago nada. Supongo... supongoque hay muchas chicas con las quepodría hacer el amor sin ningúncompromiso, y pasármelo bien y queellas se lo pasasen bien, como quienhace gimnasia... Pero no es el caso.

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Puedes hacer lo que quieras, quédatecon Koert y yo me conformaré, porqueno me queda otro remedio.

—Flanagan, yo no he dicho que mequiera quedar con Koert...

Francamente, no lo había dicho, pero lohabía pensado. Tal vez la intuición deFlanagan se lo daba a entender sinnecesidad de que pronunciase laspalabras.

— ¿Entonces? —preguntó, con vozesperanzada.

—No lo sé. Es que estoy hecha un lío.Tú me gustas mucho... pero él también...y además no sé si...

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«Tú me gustas mucho, pero él también.»Era verdad y a la vez no lo era.

Era verdad que ambos me gustaban,pero no del mismo modo. Koert megustaba más... O mejor dicho,globalmente, o sea, todo en él meresultaba interesante y estimulante y meproducía una emoción muy profunda.Como si su presencia hiciera circular untorrente de luz por mis venas, como simis ojos estuviesen más limpios yviesen más claro.

Eso, con Flanagan no me llegaba apasar.

No sabía cómo salir airosa de lasituación. Cómo dejar las cosas claras

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con él, sin herirle. De repente, Nines mevino a la cabeza.

—Además... compromiso quiere decirexclusividad... ¿Qué harás con Nines?

Flanagan inclinó la cabeza.

—Supongo que hay que elegir.

Inclinando la cabeza, Flanagan parecíaun perrito delante de un hueso.

Realmente, era un tío encantador,divertido, buena persona...

—Además, ahora se me hace difícilhablar y decidir... —se me escapó,notando que las ganas de estar

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físicamente más cerca de él me ganabande golpe y por sorpresa.

— ¿Por qué?

—Porque estás aquí y tengo ganas deacercarme más a ti...

Flanagan rectificó la posición de lacabeza. Abrió y cerró los ojos.

— ¡Uf! ¡Ay, Carlota! Tal vez seríamejor que me fuese...

Lo decía, pero no parecía que lopensase. De hecho, tenía las manos en lacremallera del anorak y se la estababajando. Me imaginé que le faltaba muypoco para quitárselo y quedarse.

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—Quédate.

—No —protestó, acabando de bajarsela cremallera—. No quiero interferir entu vida.

Entonces se levantó del sofá para irse.

Yo me levanté de golpe y, desde detrásde él, dije:

— ¡Flanagan!

Flanagan se volvió. No sé qué pasó. Fuecomo si cayera en un remolinorapidísimo que me tuviese que llevar auna dimensión desconocida.

Pero de desconocida no tenía nada,

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porque eran los brazos de Flanagan y loslabios de Flanagan y la saliva deFlanagan y los besos de Flanagan... Y elremolino nos llevó hasta mi habitación,y encima de mi colchón, que había ido aparar al suelo.

—Te quiero —me dijo Flanagan, justoen pleno viaje astral.

Y a pesar del placer, me sentí muy tristey me puse a llorar. También yo loquería. Y me gustaba. Y me hacía sentirmuy bien cuando hacíamos el amor... ¿Ypor qué la vida era tan complicada? Esonunca nos lo había dicho nadie en lasclases de educación sexual.

Aún estuvimos un buen rato sin hablar,

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como balanceándonos en nuestra hamacasuspendida en medio del universo.Flanagan me había pasado la mano pordetrás del cuello y me acariciabasuavemente la mejilla.

De repente, recuperé la concienciaterrenal: quiero decir que me di cuentade que estábamos en casa de mamá y deque seguramente eran más de las ocho yella ya no tardaría en llegar.

—Se ha hecho muy tarde. Nos tenemosque vestir, mamá puede volver.

—Y ahora... ¿qué? —preguntó Flanaganmientras nos vestíamos.

¡Lo sabía! Sabía que me preguntaría

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algo por el estilo. Me armé de valor.

—Me lo he pasado muy bien. Estoy muybien contigo.

— ¿Y eso quiere decir que...?

En aquel momento sonó el teléfono. Fuia contestar pensando que seguramentesería mamá y que, quizá, no era laprimera vez que intentaba hablarconmigo.

¡Era Koert! Intenté hablar con voz muyneutra para que Flanagan, que habíasalido de la habitación detrás de mí, nose lo oliese.

—Not now, later...

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Flanagan hizo un gesto de despedida conla mano y se fue sin decir ni una palabra,sin darme tiempo a colgar.

CAPÍTULO 18

ENFERMEDADES DETRANSMISIÓN SEXUAL

26 de marzo

Antes de irme a clase, le mando unmensaje electrónico a Octavia parasaber si es cierto que los hombres tienenmás necesidades sexuales que lasmujeres.

Luego, me voy pitando porque llegotarde y entro en la clase de Badía una

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milésima de segundo antes de que cierrela puerta y cuando ya está gritando:

— ¡Queréis callaros!

Poco a poco, todo el mundo va bajandoel tono de voz hasta que, por obra ygracia de la mirada furibunda de Badía,acabamos por quedarnos completamenteen silencio.

—Vale —dice el profe, aprobando elsilencio sepulcral que mantenemos

—, hoy os he traído una noticia delperiódico, que leeremos ycomentaremos.

Le da el recorte de periódico a Carlos y

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le pide que lo lea en voz alta.

Cuando lleva un minuto leyendo, a mí yase me han puesto todos los pelos depunta. ¡Vaya! Es terrible, la epidemiadel sida.

Dice que todos los días en el mundomueren de sida ocho mil personas, osea, se produce una muerte cada diezsegundos. Y, lo que aún es peor, todoslos días hay catorce mil nuevoscontagios.

—Es decir —aclara Badíainterrumpiendo la lectura—, ladesproporción entre los contagios y lasmuertes indica que la enfermedad siguepropagándose a mucha velocidad, lo

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cual quiere decir que la gente no estáconcienciada de la peligrosidad de tenerrelaciones sexuales sin protección.

¡Glups!, pienso. Yo misma incurrí enuna conducta de riesgo, o sea, unarelación sexual sin protección, y sólodurante un nanosegundo pensé que mepodía pasar a mí.

—Estas cifras indican que la gente no seprotege para evitar contagiarse de sida.—Nos mira uno a uno con seriedad yañade—: ¿Y eso por qué?

Pues por tres razones básicas. Una es lafalta de información, que no es el casoen nuestro país, ya que se han hechobastantes campañas avisando de la

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peligrosidad de esta enfermedad. Lasegunda es la relajación en lasconductas de prevención.

— ¿Qué quiere decir eso? —preguntaElisenda.

—Quiere decir que, aunque hace untiempo todo el mundo estaba alertarespecto a la necesidad de utilizar lospreservativos, actualmente mucha gente,sobre todo los jóvenes, han llegado apensar que el sida es una enfermedadgrave y crónica pero que, al fin y alcabo, se puede ir trampeando conmedicamentos y, por lo tanto, se habajado la guardia, se emplean menos lospreservativos y se producen máscontagios.

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Aparte —sigue, después de una pequeñapausa— de que a menudo los jóvenespensáis lo de «eso es algo que puedepasarle a los demás, pero no a mí».

Exacto, me digo, ésa es la primera ideaque me viene a la cabeza cuando piensoen el contacto sexual que tuve conFlanagan sin protección. Pero ya me doycuenta de que pensar así es una locura.

—Es lo mismo que os pasa con losaccidentes de moto o de coche. No esnecesario ponerse casco, no esnecesario abrocharse el cinturón, puedodar mucho gas, puedo adelantartemerariamente... Creéis que no ospasará nada, que sólo se mueren los

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demás. Pero los demás también soisvosotros. ¿Recordáis a ÁlvaroVillanueva?

Sí, nos acordamos todos por la cara queponemos. Ya no está con nosotros; semató con su moto hace unos meses.

— ¿Y os acordáis de Eva?

¿Cómo podríamos olvidarla? Aúnseguimos yendo a verla alguna vez.

Está en una silla de ruedas y nuncapodrá volver a andar.

— ¿Y de Ramón?

De él, no solamente me acuerdo sino que

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todavía, de vez en cuando, nos vemos,porque somos amigos. Él ha tenido mássuerte, porque la única secuela que le haquedado del accidente de moto es lacara completamente desfigurada. Esmenos grave, pero tampoco es nadaagradable tener un aspecto monstruoso.

—Pues lo mismo pasa con el sida:vosotros podéis ser uno de esos catorcemil contagios diarios. Y la tercera razónde los contagios es que mucha genteportadora del virus del sida y que, portanto, puede infectar a otras personas,evita saberlo, evita hacerse la pruebadel sida, ya que tiene miedo de que, sise demuestra que es portadora del virus,la sociedad le hará notar su rechazo.

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Sí, tiene razón. Aún recuerdo el caso deIsidro, un niño que llegó a la escuela ensegundo de primaria y era portador delvirus. Sufrió el rechazo de mucha gente,especialmente de padres de la escuelaque no querían que sus hijos tuviesencontacto con él porque tenían miedo deque se contagiasen. Pobre chaval, ¡lopasaba fatal!

—Hoy, como podéis imaginaros,dedicaremos la clase de naturales alsida, que es una enfermedad detransmisión sexual (una ETS), o sea, quese coge por contacto sexual.

—Está claro —dice Federico, como sidijese que es natural que así sea—, estámal vista por la sociedad porque se

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asocia al sexo.

— ¿Y qué? —Dice Badía—. El sexoforma parte de nuestra vida, es unamanifestación más de nuestra vida. ¿Quétiene de malo eso?

—Nada —dice Federico, un pocodubitativamente—, pero lasenfermedades que se cogen por el sexo...

—Las enfermedades que se cogen apartir del contacto sexual no sondistintas de las que coges cuando, porejemplo, un griposo te pega el virus dela gripe. ¿Sabes?, ni las unas ni las otrasson vergonzosas. El únicocomportamiento que no es admisible estener una enfermedad de transmisión

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sexual y escondérselo a tu pareja. Eso síque es una conducta reprobable.

— ¡Qué miedo! —Dice Elisenda—. ¿Ysi tienes relaciones sexuales con alguienque tiene el sida y tú no lo sabes?

—Me parece que yo no me acostarénunca con nadie, así no tendré laposibilidad de que me peguen nada —dice Janira.

—No, ésa no es la solución. Al revés: siempiezas a tener miedo de lasrelaciones sexuales, estás tambiéndesarrollando una enfermedad. Casi tanterrible y tan difícil de curar comoalgunas ETS.

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—Pues ¿qué hay que hacer?

—Usar preservativo —responde Carlos.

—Exacto. —Badía está de acuerdo—.Ésa es la primera precaución. Elpreservativo os protege del sida y de lasdemás enfermedades de transmisiónsexual, de las que ya hablaremos otrodía.

— ¿Qué quiere decir sida?

—SIDA son las siglas del Síndrome deInmunodeficiencia Adquirida, que es laenfermedad, y el virus que lo transmitees el VIH, o sea, el Virus de laInmunodeficiencia Humana. Este virusse encuentra en las secreciones sexuales

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(semen y flujo vaginal) y en la sangre delas personas que han sido infectadas.

—Y este virus ¿qué hace en el cuerpo?

—Es un virus que destruye las defensasnaturales del cuerpo humano y provocaque la persona no pueda luchar contraotras enfermedades que se le declaran.De modo que incluso un trastorno muyleve, como por ejemplo un resfriado,puede llegar a convertirse en unaenfermedad muy grave, ya que elorganismo no dispone de recursos paraluchar contra ella.

— ¿Eso te pasa el día siguiente de quete entre el virus en el cuerpo?

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—No. La infección durante los primerosaños no da síntomas, y puede pasardesapercibida ya que tiene un desarrollomuy lento. Pero durante todo ese tiempoen el que no se manifiesta, la persona yatiene la capacidad de infectar a otros,porque es seropositiva o portadora delvirus. Con el tiempo, cuando el sistemainmunológico se ha debilitado, lapersona infectada empieza a sufrirdistintos trastornos y enfermedades, queson lo que llamamos sida.

— ¿Se puede curar?

Todos escuchamos un poco asustados.Es verdad que hemos oído hablar muchodel sida, pero no sé si alguna vez contanta claridad.

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—No. Es una enfermedad mortal.Actualmente aún no hay vacuna contra elsida, ni tampoco un medicamento paracurarlo. En los países ricos, el cóctel demedicamentos que se les da a laspersonas que ya lo han desarrollado, lesprolonga la vida, pero no consigueevitar el desenlace, que es la muerte. Yen los países del tercer mundo, laenfermedad hace estragos. Por ejemplo,en África, a causa de la desinformación,de la ignorancia, se producen muchosnuevos casos diarios y por culpa de losprecios tan caros de los medicamentos yde la insolidaridad de los países ricos,raramente los enfermos pueden sertratados. De modo que África va directa

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al desastre.

¡Terrible! Levanto la mano.

— ¿Y no podemos hacer nada? ¿Nopodemos ayudarles de algún modo?

—Sí —responde Badía—.Individualmente, colaborando conaportaciones económicas con algunaONG. Y colectivamente, haciendopresión sobre el gobierno para queponga en marcha planes para ayudarlos.

¡Me lo apunto para hacerlo!

Badía sigue.

—A menudo la gente tiene ideas

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extrañas con respecto a la forma en quese contagia la enfermedad. El contagiopuede ser sexual, parenteral (portransfusiones de sangre, compartiendojeringas...) o vertical, es decir, de madrea hijo durante el embarazo, el parto o lalactancia. Por lo que se refiere alcontacto sexual, primera cuestiónimportante: todo el mundo (sea joven omayor) está expuesto a ella, si tieneconductas de riesgo, o sea, relacionessexuales con una o distintas parejasocasionales y sin tomar precauciones.Un error puede tenerlo todo el mundo,eso es verdad, y más en un terreno comoel del sexo o el de los sentimientos, quese escapan a menudo a la razón. Perouna cosa es cometer un error y otra muy

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distinta es instalarse permanentementeen una conducta de riesgo.

—Yo creía que el sida lo cogían sobretodo los gays.

—Pues estabas equivocado. El sidapuede contraerlo tanto una personaheterosexual como una personahomosexual, sea un gay o una lesbiana.Es más, actualmente se sabe que lasmujeres son mucho más vulnerables alvirus. Y lo es especialmente una mujerjoven que tiene su primera relaciónsexual con un hombre infectado, ya quelas paredes de su vagina pueden sufriralgunas pequeñas heridas a través de lascuales penetre el virus.

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— ¡Vaya! Entonces, si yo tengo unaherida en un dedo y toco a alguien quetiene el virus, me puedo contagiar, ¿no?

—No. El virus sólo se transmite a travésde la sangre y a través del semen, Por lotanto, no basta con que tú tengas unaherida. La herida debe ser reciente y hade entrar en contacto con el semen o lasangre del otro, porque así es como secontagia el virus.

—Yo creía que eran los drogadictosquienes tenían esa enfermedad.

—Sí, también la pueden tener sireutilizan una jeringuilla que ha usado uncompañero drogadicto y portador delvirus. Si tienen la precaución de usar

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jeringuillas nuevas, no tienen por quéinfectarse. Lo que sucede es que ladroga ya es un problema sanitario muygrave en sí misma.

—O sea que eso del sida no es sólo unproblema de jóvenes homosexuales ydrogatas... —dice alguien en el fondodel aula.

—No. Es un problema que afecta ajóvenes y a adultos. A drogadictos y aquienes no lo son, a homosexuales y aheterosexuales, a hombres y a mujeres...De hecho, como os digo, más a lasmujeres que a los hombres. Se calculaque, entre una mujer que tiene unarelación sexual con un hombre infectadoy un hombre que la tiene con una mujer

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infectada, tiene veinte veces másprobabilidades de infectarse la mujerque el hombre.

Se oye una especie de suspiro asustadoque sale de las bocas de las chicas.

—Ya lo sabéis, chicas: ese mito quedice que una chica que lleva unpreservativo encima es un poco puta esuna tontería. Una chica que lleva unpreservativo encima es una chicaprecavida y sensata. Tiene todo elderecho. Tiene el derecho (¡y laobligación!) de comprar preservativos yde exigir que los chicos los usen.

—Imaginemos que ya hemos tenido larelación sexual y que no nos hemos

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protegido... —digo yo.

Badía me corta para añadir:

—Eso puede pasar, evidentemente. Noolvidemos que, en cuestiones de amor yde sexo, dos y dos no siempre soncuatro, y puede que las buenasintenciones se vayan a hacer gárgaras.

—Eso —sigo yo—. Pero entonces, ¿quéhay que hacer para estar segura de queno estás infectada?

—Hay que ir al médico y pedirle unanálisis que confirmará si has tenidocontacto o no con el virus del sida.

— ¿Y ya está? —Dice Mireya—. Pues

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así sólo hay que pedirle a tu pareja antesde tener relaciones sexuales que se hagaese análisis.

—No. No basta. Para saber si te hasinfectado tienes que repetir el análisisunos seis meses después del últimocontacto sexual. Entonces puedes estarseguro de si eres seropositivo o no, osea, si tienes el virus o no. Por lo que serefiere a pedirle a tu pareja un análisis,sólo lo puedes hacer si se trata de unapareja fija. Mientras tanto, usad siemprelos preservativos. Ésta es la únicasolución para evitar que el sida sepropague, y también es la mejorsolución contra otras ETS.

Y Badía da por terminada la clase,

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mientras le pide a Mónica que cuelgueuna estadística sobre la enfermedad enel mural de la clase.

Me acerco a leerla.

ESTADÍSTICA 3

En el año 2003, en el mundo:

Había un total de 40.000.000 depersonas infectadas con el virus delsida.

Se habían infectado de sida 5.000.000

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de personas a lo largo del año.

Habían muerto de sida 3.000.000 depersonas a lo largo del año.

En el año 2003 todos los días, en elmundo:

Se habían infectado 2.000 jóvenesmenores de 15 años.

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Se habían infectado 6.000 personas deentre 15 y 24 años.

Se habían infectado 6.000 personasmayores de 25 años.

En el año 2003, entre los 0 y los 15años:

Había 2.500.000 de niños y niñas quetenían el virus del sida.

Hubo 700.000 nuevas infecciones de

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niños a lo largo del año.

—Murieron 500.000 niños de sida a lolargo del año.

Después de leer todo eso, estoy hechapolvo. Nunca más —lo digo con toda lasolemnidad de que soy capaz— volveréa tener relaciones sexuales sinprotección.

Mireya se me ha acercado sin que lahaya oído.

—Vaya palo, ¿eh?

— ¿Tú sabías todo eso?

—Tenía alguna idea, pero me parece

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que no lo suficientemente clara. Encambio, después de las explicaciones deBadía, ya no me la volveré a jugar nuncamás. —Entonces, me mira con cara depilla y me pregunta

—: ¿Piensas contarme qué pasó ayerentre tú y Flanagan?

27 de marzo

Hoy Berta viene a casa. Nos hemospropuesto hacer un informe sobre elresto de ETS y pasárselo a Mireya y aElisenda. Empezamos a buscarinformación en la enciclopedia, pero noentendemos gran cosa. Hablan debacterias, de protozoos y deartrópodos...

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— ¿Tú lo entiendes?

—Nada de nada.

— ¿Y si navegamos por Internet ysacamos información de alguna web desexualidad?

No podemos: Marcos está pegado alordenador y no tiene ninguna intenciónde dejarlo.

— ¡Ya lo tengo! Iremos a casa de Laura.

Subimos volando. Y nos abre la puertaella misma.

—Venimos porque queremos que noscuentes todo lo que sepas sobre

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enfermedades de transmisión sexual —he dicho casi sin aliento.

— ¿El sida? —ha preguntado ella,mientras nos hacía pasar a su habitación.

—No. El sida es la única enfermedad dela que nos han hablado a fondo.

—Queremos información de las demás.

Laura se echa a reír.

La miro, sorprendida. No entiendo quéle hace tanta gracia.

—Justamente ayer fui al ginecólogopensando que tenía una enfermedad detransmisión sexual.

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— ¿Ah, sí? ¿Cuál? —digo yo,interesadísima, sentándome en su camaal lado de Berta.

Nos disponemos a tomar nota.

—Creía que tenía un herpes.

— ¿Un herpes es una ETS? Yo he tenidoalguna vez, por culpa de la fiebre, perome sale en el labio. En el labio de laboca, quiero decir, ¿eh?

—Pues viene a ser lo mismo pero saleen los genitales y se transmite con elcontacto sexual.

— ¿Y por qué lo pensabas?

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—Lo pensaba porque me picaba muchola vulva (que te pique es un síntoma deque algo no va bien, ¿sabéis?) y,además, tenía una especie de granitoscuyo aspecto era parecido al del herpes.

~¿Y?

—Por suerte, el gine me dijo que no mepreocupase, que no era un herpes sinouna alergia provocada por un productoque había empezado a utilizar: undesodorante vaginal.

— ¿Un desodorante vaginal?

—Sí. Me dijo que no usase más esosproductos porque podían tenerconsecuencias indeseadas, como la de la

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alergia. Me recomendó que me lavasesiempre con agua y un jabón neutro ypunto.

—Y de haber sido un herpes, ¿qué?

—Fatal, porque es una ETS producidapor un virus que, a pesar de lostratamientos, reaparece de vez encuando. Un poco como los herpes de laboca. Cuando tienes estrés o fiebre o laregla... Lo peor es que se pega muyfácilmente, por lo tanto se lo puedescontagiar a tus parejas sexuales confacilidad...

—Y entonces, ¿qué hay que hacer?

—Avisar de que lo tienes. Y usar

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preservativo.

— ¿Y duele tanto como el de los labios?

—Más: pica, duele al orinar, producemolestias y malestar.

Berta y yo nos miramos: aunque no seauna enfermedad mortal como el sida, nodebe de ser nada agradable.

—Por cierto —dice Laura—, tendríaisque ir con cuidado con la ropa que osponéis. Por ejemplo, Berta, esos tejanosque llevas son demasiado ajustados...

— ¡Bah! Pareces mi padre...

—No, si no te lo digo por razones

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morales sino por razones de salud. Laropa demasiado ajustada o la ropa detejidos artificiales como el nilón, puedeprovocar una candidiasis, que es unaenfermedad que a menudo se coge porcontacto sexual...

—Y que también te la puede provocar laropa interior, por lo que se ve.

—Exacto. Es mejor usar ropa interior dealgodón. Y los pantalones no demasiadoestrechos. También puede ser provocadapor los antibióticos. Las Cándidas sonuna especie de hongos...

— ¿Como los de los pies?

—Parecidos. Provocan escozor y

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sensación de calor en la vulva, ypérdidas blancas a través de la vagina.

Cuando Laura termina de contarnos todolo que sabe sobre enfermedades detransmisión sexual, Berta y yopreparamos el informe: INFORME 12

Algunas enfermedades de transmisiónsexual: Por virus:

El sida.

El herpes genital.

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La hepatitis B, que da fiebre y muchocansancio.

El papiloma virus humano, una especiede verrugas que salen en la vagina o enel cuello del útero. Es importantediagnosticarlo a tiempo porque a lalarga puede degenerar en un cáncer decuello del útero.

POR BACTERIAS:

Las clamidias, que provocan dolores en

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el bajo vientre y al ir a orinar. Si no setrata a tiempo, la infección se extiende alas trompas.

La gonorrea; que provoca síntomasparecidos a los de las clamidias.

La sífilis, que antiguamente era unaenfermedad muy grave. En la actualidad,se puede curar, pero es preciso cogerlaa tiempo (y da pocas señales), ya queunos años más tarde puede causar dañosimportantes en el cerebro.

POR HONGOS:

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—Las Cándidas, que producen unaumento del flujo vaginal, que se vuelveespeso y blanco y, a veces, vaacompañado de mucho escozor.

Por insectos:

—Las ladillas, unos parásitos parecidosa los piojos, que se instalan en la zonadel pubis.

— ¿Existe alguna forma de saber queestás al comienzo de una enfermedadsexual? —Pregunta Berta antes de irnos—> porque parece dispuesta a sacarletodo el jugo a Laura.

—Sí. Es importante aprender a conocerel propio cuerpo y escucharlo para

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saber cuándo está teniendo algúnproblema.

—De acuerdo, pero ¿cómo lo notas?

—Generalmente, tienes sensación deescozor o de calor en los genitales. Opuede salirte una pequeña llaga indoloraen la vulva e, incluso, en la boca.Puedes sentir dolor en el bajo vientre omolestias o dolor cuando tienesrelaciones sexuales. Puedes tenerpérdidas vaginales de color blanco overdoso, de olor desagradable. Puedestener molestias al orinar.

— ¿Y qué hay que hacer si sospechasque tienes una ETS?

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—Dejar de tener relaciones sexuales eir volando al médico.

— ¿Y hay alguna forma de evitar lasETS? —pregunto yo, que prefiero notener que ir a ningún sitio ni hacer untratamiento para curarme, sino notenerlas.

—La solución es usar preservativo.

Cuando bajamos hacia mi casa, Bertame dice:

— ¿Te has fijado en que lospreservativos son muy importantes?

— ¡Vitales!

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29 de marzo

Luci se ha enterado de que hemostratado el tema del sida con Badía.

—Ahora quiero que me contéis todo loque habéis entendido.

Entre todos conseguimos hacerle unresumen bastante coherente de lo quenos explicó el profe en la clase denaturales.

—Veo que lo habéis entendido muy bien—dice Luci al acabar nuestrasexplicaciones—. Ahora, me gustaría quedesmontásemos tabúes, porquealrededor del sida hay muchos.

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Durante mucho rato discutimos enrelación con ideas —muchas de ellasequivocadas— respecto a estaenfermedad. Luci nos pide que loexpongamos en el mural.

INFORME 13

El sida no es una enfermedad que afectesólo a los gays, a las lesbianas, a losdrogadictos o a las prostitutas. El sidaes una enfermedad que puede afectar atodo el mundo, y más fácilmente a lasmujeres.

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El sida no es un castigo por tener ciertoscomportamientos sexuales.

El sida no es una enfermedadhereditaria.

Los mosquitos no pueden contagiar elsida.

Los tampones no pueden contagiar elsida.

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Bañarse en una piscina pública o en unjacuzzi no puede contagiar el sida.

Convivir con alguien que tiene el sidano te pone en peligro de contraer laenfermedad; sólo es preciso respetaralgunas normas de higiene.

Al llegar a casa tengo la respuesta almensaje que le mandé el viernes aOctavia:

Asunto: las necesidades sexuales de loshombres y de las mujeres.

Texto: Querida Carlota:

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La respuesta no me parece fácil. Si tefijas en los libros o les preguntas a losmédicos (no tengo aún opinión por loque respecta a las médicas), te dirán quesí, que los hombres tienen másnecesidades sexuales que las mujeres.Concretamente, mi amigo Dominique,psiquiatra, dice que muchos de suspacientes masculinos se quejan de quesus mujeres tienen pocas ganas de hacerel amor. En cambio, debo fiarme de loque hablo con mis amigas y de lo queellas me cuentan de las suyas, diría quelas mujeres tienen un impulso sexual tanintenso como el de los hombres. ¿Cómose entiende esta diferencia entre lo quedicen los libros o lo que dice la prácticamédica y lo que dice la experiencia de

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tantas mujeres? Yo diría que puedehaber dos explicaciones.

La primera, tal vez hay mujeres (lasparejas de los hombres que se quejan)que tienen pocas ganas. No olvidemosque se ha reprimido siempre lasexualidad de las mujeres. Noolvidemos que a menudo los hombreshan castigado a las mujeres quemanifestaban interés sexual tildándolasde putas, de vaginas voraces. ¿Quéesperan, entonces, esos hombres? ¿Quede repente cambien de actitud cuando seles ha hecho un lavado de cerebro? Lasegunda es que tal vez muchas de lasmujeres que parecen tener poco interéshacia las relaciones sexuales, lo que les

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pase sean que éstas no les convenzan talcomo las mantienen con sus parejas.Quizá los hombres también tendrían quehacer un esfuerzo por saber cómo lesgusta hacer el amor a las mujeres. Yellas tendrían que hacerlo para hablardel tema con ellos, decirles qué lesgusta y qué no.

Tal vez así conseguirían mantenerrelaciones sexuales satisfactorias.

Espero que te haya servido de algo loque te he dicho, Octavia Por la noche,Octavia me manda una nueva regla deoro: NO ES UNA REGLA DE ORO DELA SEXUALIDAD, PERO LO ES DE

LA VIDA

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Tengo un conocido que dice: «A loshombres no non gustan las mujeres quemanifiestan excesivo interés sexual».

Tengo otro conocido que me dice: «Poncara de tonta.1 los hombres les gustanmás las tontas».

Tengo otro conocido que me dice:«¡Ay!, que difícil (libes de ser, quécarácter debes de tener, si hablas contanta contundencia».

Tengo otro conocido que para referirsea una mujer que le merece muchaadmiración siempre dice: «Es prudentey discreta».

Mi consejo, Carlota: manifiéstate tal

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como eres. Los hombres que se asustende ti porque tienes interés sexual,porque eres inteligente, porque teexpresas con firmeza, en definitiva,porque eres una mujer que no les tienemiedo, huirán... Y será una suerte parati, porque eso establecerá una selecciónnatural fantástica y te encontrarás sólocon los hombres que a ti te convienen:aquellos a los que no les das miedo.

Desde siempre los hombres han tenidomiedo de las mujeres que no les teníanmiedo. Por eso han convertido en figurasnegativas a las mujeres que no se lessometen. Por eso hay tantas brujas en lahistoria de la humanidad, pero no haynunca ningún brujo. Por eso existe el

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mito de la vagina voraz, una vaginacapaz de cortarles, está claro,¡pobrecitos!, el pene. Por eso tienen tanmala prensa las feministas (no te olvidesde que gracias a ellas las mujeres hemosllegado hasta donde hemos llegado ypodemos votar y podemos estudiar ytenemos salarios aún alejados de los delos hombres, pero no tanto como antes).

Tanto las brujas, como las vaginasvoraces, como las feministas, secorresponden con mujeres con coraje,mujeres que no se someten. Y

los hombres no se lo perdonan.

CAPÍTULO 19

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DISFUNCIQNESSEXUALES

30 de marzo

Esta tarde, Marcos y yo estamos en casade mamá. Como ya hemos hecho laspaces, estamos juntos en la cocinatomando chocolate a la taza. Cuando yacasi nos lo hemos zampado, va y sepresenta la abuela, sin avisar.

—Hola, niños.

—Hola, abuela.

— ¿Qué haces aquí?

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—Pasaba por aquí...

¡Glups! Eso me recuerda a otra persona.

—... y he venido a visitaros.

— ¿Pasabas por aquí? Pues tú no vivescerca.

A ver si ahora me contesta, también, que«venía aquí y por eso pasaba por aquí».

—No, pero mi ginecóloga tiene elconsultorio en esta calle.

¡La ginecóloga! Se me enciende unalucecita: interrogaré a la abuela. AMarcos, se le enciende una lucecitadistinta porque, de repente, nos

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abandona y desaparece dentro de suhabitación para seguir escuchandomúsica a todo decibelio.

Arrastro a la abuela hasta la sala. Unavez allí, hago que se quite la chaqueta ynos sentamos en el sofá. Yo, dispuesta aarrancarle confesiones para mí diario.Ella... ¡quién sabe!

—Abuela, ¿aún vas a la ginecóloga?

La abuela me mira con aire desorprendida.

— ¿Aún? —Dice, recalcando mucho lapalabra—. Pues claro que sí.

¿Quieres decir que me consideras

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demasiado vieja para ir?

Afirmo con la cabeza.

—Pues te equivocas. Que ya no puedatener hijos no significa que me hayaquedado sin genitales o sin aparatoreproductor, ni tampoco sin sexualidad.Necesito, por lo tanto, que una vez alaño me hagan una revisión.

— ¿Una vez al año?

—Sí, niña —dice ella, que tiene unacierta tendencia a llamarme

«niña»—. Y a ti, no te falta mucho paraque tengas que incorporar esa rutina a tuvida.

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— ¿Quieres decir que pronto tendré queempezar a ir una vez al año?

—Exactamente.

Frunzo el entrecejo. No me hace ningunagracia.

— ¿Y qué te hace la ginecóloga cuandote visita?

—La primera vez, como cualquier otromédico, confeccionará un expedientetuyo en el que apuntará datos, como lafecha de nacimiento, enfermedades uoperaciones quirúrgicas por las que haspasado, enfermedades que sufre tufamilia, cómo son tus reglas, etc.

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—Hasta aquí no parece nadapreocupante.

—Entonces, te pedirá que te desnudes yte eches en una litera con las piernasseparadas, en alto y apoyadas, por laparte de la rodilla, en una especie deestribos.

— ¡Qué horror!

La abuela me mira con media sonrisa enla boca.

—Cariño, no es para tanto. Tal vez nosea la actividad que yo elegiría parapasar la tarde, pero tampoco es tanterrible. El médico o la médica estánhaciendo su trabajo, y tú te ocupas de la

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salud de tu cuerpo, que es unaresponsabilidad que tienes. Sigamos: noes una postura cómoda, pero permite queel especialista vea bien tus genitales.

Asiento con la cabeza, sin poder dejarde lamentar lo que a mí me parece unespectáculo indigno.

—Entonces, el especialista introduce enla vagina el espéculo, que es un utensiliocon la forma aproximada de un pico depato: alargado, cilíndrico y concapacidad para abrirse a lo largo.

— ¡Ay! —exclamo, con miedo.

—Mira —dice ella—, cuanto másrelajada estás, menos te duele. O sea, no

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duele si procuras relajar los músculos,pero si te contraes, el espéculo temolestará. Tienes que respirarprofundamente e intentar distraertepensando en otras cosas. El espéculoentra por la vagina hasta el cuello delútero. Una vez allí, el especialista loabre para observar tu interior ycomprobar que no haya nada anormal. Amenudo lo aprovecha para coger algunascélulas semidesprendidas de la vagina.Esas células se depositan encima de unsoporte de cristal y se analizan. Paraanalizarlas, se tiñen y se miran con unmicroscopio. Eso no lo hace la personaque te explora, sino que lo hacen en unlaboratorio y te mandan el resultado mástarde. Esa prueba se llama citología o

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test de Papanicolau.

— ¿Y para qué sirve?

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—Puede dar distintas informaciones:información hormonal, informaciónreferida a las posibles infecciones o, lamás importante, la que hace referencia alas lesiones precancerosas. Son lesionesque, tratadas a tiempo, resultan fácilesde curar, pero, si no, se convierten en uncáncer.

— ¿Por ello es preciso ir cada año alginecólogo?

—Exactamente —contesta la abuela—.Pero también tienes que pedir horacuando tienes cualquiera de estosproblemas: si hace ya años que tienes laregla, pero sigue siendo muy irregular;si tienes mucho dolor cuando tienes laregla; si pierdes sangre en un momento

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que no corresponde a la regla; sirepentinamente tienes mucho más flujode lo que es normal en ti; si te pican losgenitales; si te ha salido un bultito en losgenitales o en los pechos... A pesar deque a veces salen bultitos en los pechoscuando te viene la regla y desaparecendespués. Por eso es importante queaprendas a auto explorártelos.

— ¿Auto explorarme?

—Sí, tienes que aprender a palpártelos ya hacerlo de forma regular, porque si losconoces bien podrás detectar a tiempocualquier cambio. Piensa que la mejormanera de prevenir el cáncer de pechoes aprender a observarlos. Pero el

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especialista también te los exploracuando estás en la consulta.

— ¿O sea que no se había acabado?

—No. Y además de la exploración delos pechos, que es la última que hará elespecialista, aún queda un tacto vaginal.

— ¿Qué quiere decir?

—Quiere decir que introduce un dedo enla vagina mientras con la otra manopresiona la barriga y palpa el útero paracomprobar que no haya ningúnproblema.

—Muy divertido, ya lo veo —digo yo,haciendo una mueca.

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—No, no es divertido, pero esnecesario... y tampoco es ningún drama.

Entonces aparece Marcos con cara deaburrimiento.

— ¿Os apuntáis a jugar a las cartas?

Por la noche, cuando mamá deja libre elordenador y se sienta con Marcos aayudarle a repasar para el control desociales de mañana, yo me coloco antela pantalla y me conecto. Le mando unmensaje a Octavia. Espero un rato paraver si tengo suerte y me responde enseguida. La tengo: recibo la respuestados minutos más tarde.

Tampoco es tan raro; Octavia-es

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escritora y siempre está con la narizpegada al ordenador, de modo que oyecuando le entran los mensajes en labandeja del correo electrónico.

Mi mensaje decía:

Asunto: problemas sexuales y la ayudadel ginecólogo.

Texto: Hola, Octavia:

Esta tarde he estado hablando con laabuela sobre la necesidad de una visitaanual al ginecólogo (¡uf!, ¡ayl). Y me hadicho que también tienes que ir cuandotienes algún problema, como una reglademasiado abundante o dolorosa o unbultito en el pecho. Lo que me gustaría

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saber es si un ginecólogo te puede ser deayuda en otro tipo de problemas. Porejemplo, si piensas que eres homosexualy no sabes cómo decírselo a tus padresni sabes cómo montártelo para que tuscompañeros de curso —algunos— no seburlen de ti.

Creo que ése es el problema de Gabi, unchico de mi clase. Me gustaría hablarcon él, pero no me atrevo por miedo aherirlo o a equivocarme. Yo creo quealguien tendría que ayudarle, pero no sési una ginecóloga podría serle útil,porque me parece que sólo trata a chicaso a mujeres. ¿A ti qué te parece? Unbeso, Carlota El mensaje de Octaviadecía:

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Asunto: de problemas sexuales.

Texto: Querida Carlota:

Efectivamente, el ginecólogo no es elmédico adecuado para tu amigo.Ginecólogo es una palabra que provienede las palabras griegas: gyné, quesignificaba «mujer», y logos, quesignificaba

«estudio». De hecho, si tu amigo es gay,como te imaginas, no necesita ningúnmédico, porque no tiene un problemasexual: sentirse atraído por las personasdel mismo sexo no es un problema. Elproblema es que en nuestra sociedad aúnhay mucha gente que no lo admitefácilmente y, por lo tanto, los gays y las

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lesbianas suelen sufrir un cierto rechazo.A medida que la gente haga pública suhomosexualidad, cada vez será más bienaceptada.

Cuando un o una homosexual hacepública su homosexualidad, se dice queha salido del armario, o sea que ya no seesconde.

No se puede forzar a nadie a salir delarmario. Suponiendo que lo sea, Gabitendrá que dar los pasos necesarioshasta que se sienta lo bastante fuertepara contarlo. Tal vez, mientras tanto ypara ayudarlo a hacer frente a estasituación difícil en una época —laadolescencia—, que ya lo es de por sí,podría buscar ayuda. Lo mejor, claro

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está, sería hablarlo con sus padres, peroeso no siempre es posible. Tal vez Gabitenga a algún adulto hacia el que sientaconfianza y puede hablarlo con él. Si no,podría echar mano de un psicólogo go,¿no crees? En fin, en cualquier caso,tendrás quo esperar a que dé el primerpaso y te lo cuente. Más besos, Octavia

31 de marzo

Mireya dice que quiere hablar conmigo.¡Y justamente de una cuestión sexual!

—Pero no estoy segura de que quieraque lo pongas en tu diario,

¿eh?

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—Ningún problema. Si tú no quieres, noescribiré nada Por la tarde, al salir declase, nos vamos a un parque. A unodistinto del que teníamos Flanagan y yo.¡Ags! No sé nada de él desde aquelladespedida a la francesa. ¿Seguimossiendo amigos o no?

Nos sentamos en uno de los bancos. Elbuen tiempo m vita a estar al aire libre.

—Lo he estado pensando —dice paracomenzar y creo que sí que lo puedesponer en tu diario.

(¡Por eso lo escribo ahora!)

Me alegro. Mi diario avanza a buenamarcha.

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Como me doy cuenta de que a Mireya lecuesta arrancar, la dejo en paz, no lapresiono. Ya se lanzará cuando quiera.Es lo mismo que tengo que hacer conGabi.

Escucho el jaleo de los niños que juegany me dejo acariciar por el sol, que aúnes muy suave y no es el sol peligroso delverano, del que te tienes que proteger.

—Pues... —empieza Mireya—.¿Recuerdas a Pedro?

Tendría que decirle que no lo recuerdo,porque no lo he visto nunca. Pero me hahablado tantas y tantas veces de él quees como si lo conociese de toda la vida.Es un chico de la pandilla del verano y a

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ella le encanta, pero me parece que él nole hace mucho caso, a lo mejor porquees tres años mayor que ella.

—Este fin de semana fui al pueblo.Fuimos con la familia para limpiar unpoco la casa, porque a partir de ahorasubiremos todos los viernes.

Muevo la cabeza, por demostrarle que lasigo.

—Mamá me mandó al súper a comprar,¿y quién dirías que tenía su bici en laentrada?

—Pedro —dije, sin miedo aequivocarme.

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—Sí.

— ¿Y qué?

Me cuenta que le temblaban las rodillascuando pasó a su lado.

Como saludo, solamente hizo un gestocon la cabeza. No podía hacer otra cosa,de lo atolondrada que se sentía. Seimaginó que él no contestaría nadaporque, siendo de la pandilla de losmayores, la consideraría un microbio,de los que se pueden ignorar.

—El corazón me iba al galope —diceMireya—. Y todavía se me aceleró máscuando él me gritó: «¡Oye, Mireya!, seme ha roto la cadena de la bici».

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Dice Mireya que se le acercó, sin decirnada, porque, de los nervios, tenía laboca tan seca que no podía hablar.

Me hago cargo. El chico que te vuelveloca desde hace tres veranos, un chicotres años mayor, de repente, se digna adarse cuenta de tu existencia... ¡Guau!

—El corazón casi me explota cuando mepropuso ayudarme a comprar si, acambio, luego le dejaba subir conmigoen mi bici. En mi bici... que es un trastodel año de Maricastaña.

Así lo hicieron. Él sentado en el sillín;ella sentada en la barra.

— ¡Ni te lo imaginas! Era como estar en

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el cielo.

Claro que me lo imaginaba. Mi cerebrose hacía cargo; mi piel se hacía cargo;toda yo me hacía cargo...

Pararon en casa de Pedro, donde labicicleta pasó a manos de Mireya ydonde Pedro le dijo si quería ir a tomaruna birra con él al marítimo aquellanoche.

—Le dije que sí, sin estar muy segura delas dificultades que tendría paraescaquearme de casa. Pero estabadecidida a acudir.

Por la noche, no tuvo ningún problemapara esquivar la vigilancia familiar. Se

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sentaron en el fondo del local, en la zonamás oscura.

Muy pronto Pedro estuvo más pendientede los labios y' los pechos de Mireyaque de cualquier otra cosa.

—Yo, ya te lo puedes imaginar, estabacomo tonta —dice Mireya, casiponiéndose bizca—. Nunca, nunca,nadie me ha dado unos besos comoaquéllos. Nunca nadie me habíaacariciado como él. Me sentía en laestratosfera.

¡Hummm! Me lo puedo imaginar...

—Como una tontorrona, sólo esperabael momento en que diría:

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«Me gustas mucho». Pero no, no me lodijo. Yo, en cambio, habría sido capazde decirle no sólo que me gustaba, sinoincluso que lo quería...

¡Caray! ¡Qué decidida! Y me acuerdo deFlanagan: él también me lo dijo.

—Ahora que lo pienso, tal vez, tonta demí, llegué a decírselo —dice Mireya,con la voz oscurecida.

Resumen: acabaron consiguiendo lasllaves del coche de algún amigo dePedro y se instalaron en el asientotrasero.

—Tenía miedo. No veas. Mucho. Noestaba segura de querer...

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querer follar, porque eso era lo que élquería. Yo habría preferido dejarlo encaricias y besos, que era lo que meapetecía.

Acabaron follando, sí.

—Para entendernos: lo hicevoluntariamente, pero sin tener muchasganas.

¡Qué bobada!, pensé, horrorizada. Ydecidí que a mí nunca me pasaría unacosa así.

—Nunca me habría imaginado que seríaincapaz de decir que no.

¡Glups! Si a ella le ha pasado, ¿tal vez

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yo también alguna vez me puedoencontrar en las mismas circunstancias?¿Seré capaz de decir que no, si no loveo claro?

—Estaba tan asustada que no me lo pasénada bien —dice Mireya—.

Es más, me dolió.

— ¿Te dolió?

Me pareció muy extraño. Mireya habíatenido ya otras relaciones sexuales. Detodas nosotras, fue la primera enempezar. ¿Podía ser que el tal Pedrohubiese resultado un tipo violento?

— ¿Por qué? ¿Por qué te hizo daño? ¿Te

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pegó?

—No, mujer. ¡No fue eso! Fue que... Note lo creerás porque parece imposible:mientras Pedro me estaba dando besosen el marítimo, yo estaba muy húmeda.

—O sea, estabas muy lubricada.

— ¡Exacto! Pero, de repente, nada denada.

Por lo que se ve, cuando Pedro leintrodujo el pene en la vagina, estaba tanseca que le hizo mucho daño.

—Eso quiere decir que no estabasexcitada.

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—Pero ¡lo había estado mucho! ¿Porqué de repente mi cuerpo dejó de estarexcitado?

Era un misterio, efectivamente.

Decido mandarle un mensaje electrónicoa Octavia.

Asunto: ¡de nuevo, problemas sexuales!

Texto: Querida Octavia:

Te quiero consultar a propósito de unproblema sexual —ahora, sí—

de una amiga. Justo cuando estaba apunto de hacer el amor con un chico tresaños mayor que ella, que le gusta mucho,

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la lubricación le desapareció como porarte de magia. ¿Es normal? ¡Ah!También es verdad que, repentinamente,le dio mucho miedo y se habría queridoechar atrás. Besos, Carlota

Me voy a la cama pensando que eso delsexo es una cuestión muy sencilla y muycomplicada, todo a la vez. Por lo que seve, es lo mejor del mundo si lo hacescon alguien que te gusta mucho o lo peorsi te fuerzan a ello.

Al día siguiente sigo sin tener respuestade Octavia. Decido subir a ver a Laura.Tal vez tenga alguna experienciaparecida a la de Mireya y pueda sacar elagua clara. Tardo un poco en hacerleentender qué quiero; me cuesta encontrar

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las palabras. Al final, partiéndose derisa dice:

— ¡ Ah! Ahora te he entendido. Pues sí,tengo una experiencia como ésa. El añoque estuve estudiando en Londres meenamoré como una loca de uncompañero de curso. Él también se colópor mí.

—Fantástico.

—Sí, todo muy bien hasta la primera vezque nos fuimos juntos a la cama.

— ¿Qué?

—Nada. O sea, de repente perdió laerección.

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— ¡Vaya! ¿Habías dejado de gustarle?

Laura sonríe disimuladamente.

—No. Me parece que le gustabademasiado. O sea, tenía tantas ganas quese puso muy nervioso.

Pienso que, cuando llegue a casa, lemandaré otro mensaje a Octavia paracontarle el fiasco del novio inglés deLaura.

1 de abril

Al día siguiente, muy temprano, meplanto delante del ordenador.

Tengo una respuesta de Octavia.

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Asunto: no conviertas en un problemalo que no lo es.

Texto: Querida Carlota:

El sexo está entre las piernas y tambiéndentro de la cabeza. Por eso nuestrospensamientos, y las emociones que estospensamientos nos provocan, a veces, nosla juegan. El chico corrió mucho, y tuamiga no pudo seguir su ritmo, sintiómiedo y eso hizo que le disminuyera elgrado de excitación. Habría sido mejorque no hubiese tenido esa relaciónsexual. El novio inglés se dejó atrapar,seguramente, por la ansiedad de hacerlobien. Eso puede pasar.

Tienes tantas ganas de «hacer buen

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papel» ante una pareja que te gustamucho que no puedes hacer nada: si ereschico, la erección desaparece; si ereschica, puede desaparecer la lubricación.

Lo mismo que, sólo pensando en unapersona que te gusta mucho, te puedeshumedecer. Y ellos tienen una erección.

¡Ya ves lo poderoso que es elpensamiento! Nada de todo eso, si no seproduce con frecuencia, tiene por quéser anormal. De hecho, lo más normal esque a todo el mundo le pase unas cuantasveces.

Para que cualquiera de las cuestionesque ahora te contaré sea una disfunción(un problema) sexual es preciso que se

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dé de modo continuado durante largotiempo y, además, es preciso que lapersona lo viva como un problema.

Las disfunciones sexuales pueden serfruto de algún trastorno orgánico, dealguna cuestión psicológica o, incluso,cultural, en función de lo que te hayanenseñado sobre tu cuerpo.

Las disfunciones pueden aparecer encualquiera de las distintas fases de larespuesta sexual: — El deseo. Haypersonas que lo sienten muy a menudode forma intensa y hay personas que losienten de vez en cuando y de forma muytenue. De un extremo al otro, todas lasposibilidades pueden ser normales. Encambio, la persona que tiene el deseo

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sexual inhibido y nunca tiene ganas detener relaciones sexuales o la personaque siempre tiene deseo y que no piensaen otra cosa más que en mantenerrelaciones sexuales quedan másapartadas de la normalidad.

— La excitación. Es posible que unapersona experimente deseo, pero, derepente, pierda la excitación. Es el casode tu amiga, que dejó de lubricar pormiedo, y el del novio inglés, que perdióla erección debido a la ansiedad. Otroproblema que se puede dar es lacontracción involuntaria de losmúsculos de la vagina, de forma que lapenetración del pene en ésta se haceimposible.

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Generalmente es debida al miedo de lapenetración, ya sea por culpa de laeducación represora recibida, por habersufrido alguna agresión sexual, o porproblemas con la pareja.

— El orgasmo. Puede que una personasienta deseo y esté excitada, pero noconsiga llegar al orgasmo. El peorenemigo del orgasmo es una educaciónsexual demasiado represiva, en la que teculpabilizan por sentir placer —y hayque decir que esa culpa se ha trasladadomás a menudo a las mujeres que a loshombres, tal vez por ello es un problemamás frecuente entre las mujeres,especialmente cuando no están a solasconsigo mismas. También puede ser

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difícil llegar a tener un orgasmo cuandono te sientes cómodo con tu pareja,cuando no tienes suficiente confianza. O

cuando te preocupas demasiado portenerlo. Los chicos suelen tener elproblema contrario: llegan al orgasmodemasiado rápido; es lo que se conocecomo eyaculación precoz. Sin embargo,cualquiera de las cuestiones que te hemencionado pueden considerarse unadisfunción, o sea, una anomalía,solamente si se producen muy a menudoy en cualquier circunstancia, si lapersona lo vive como un problema o sicausa perturbaciones a terceraspersonas.

Lo más importante es sentirse a gusto

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física y emocionalmente con la pareja.Tendréis menos dificultades y, si es quetenéis alguna, podréis hablarlo sintapujos.

Es muy difícil que un acto tan íntimocomo mantener relaciones sexuales conotro vaya bien si tu pareja:

no te convence del todo físicamente:porque huele mal, porque va sucia,porque es dejada, porque lleva unperfume cuyo olor te molesta...

no te gusta mucho: porque te trata con

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una cierta grosería o condescendencia osólo demuestra ternura cuando quierehacer el amor o es incapaz de hablarcontigo...

Las relaciones sexuales tampocofuncionan bien si una persona tieneproblemas consigo misma. Si no le gustasu cuerpo, si se siente poco atractiva...Muchos besos, Octavia PS: ¡Por cierto!Aquí tienes otra regla de oro de lasexualidad.

REGLA DE ORO 6 DE LASEXUALIDAD

Cualquier relación sexual debe

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establecerse no solamente de modovoluntario, sino también deseado.

El sexo no sólo está entre las piernas,sino también dentro de la cabeza: lavergüenza, la incomodidad, el miedo, larabia, la ansiedad o la autoobservaciónpueden modificar tu respuesta sexual.

No hay nada peor para cortar el orgasmoque darte órdenes para llegar a él.Suéltate y punto.

CAPÍTULO 20

ALGUNAS SOLUCIONES LLEGANSOLAS

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Se me acumulaban los quebraderos decabeza. Por un lado, hacía ocho días queno tenía noticias de Flanagan y mepreocupaba un poco, porque me parecíaque habría sido mejor que de una vezaclarásemos la situación, pero no sabíacómo enfocarlo. Cuanto más avanzabami relación con Koert —se habíanreactivado nuestros mensajeselectrónicos y nuestras charlas con elMessenger— más me urgía a mí misma adecirle a Flanagan que lo dejásemos,que sabía que le hacía daño y queacabaríamos haciéndonoslo los dos.

Por su parte, los trimestrales me teníanmuy concentrada y me manteníanocupadísima repasando temas y más

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temas. Y por si fuera poco, no dormíatan bien como siempre; no sabía si podíaatribuirlo al momento de incertidumbreque vivía mi relación con Flanagan o ala proximidad de los exámenes. Medespertaba varias veces cada noche ydaba vueltas y vueltas en la cama antesde poder conciliar el sueño de nuevo.

Finalmente, aquel viernes por la nocheme decidí a llamarle.

—Ah, Carlota... —dijo, con una voz quedenotaba el interés con el que habíaestado esperando mi llamada.

No diré que me lo imaginase fosilizadoal lado del teléfono todos aquellos días,pero sí que me lo podía representar

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mirando el aparato con rabia sorda eimplorándole una llamada mía.

Seguramente estaría contento: la llamadapor fin llegaba. Y yo aún me sentía másmiserable. Sólo de pensar lo que le teníaque decir, se me partía el corazón...

—Oye... — ¿Sí?

Notaba que las manos me sudaban.Pobre tío; seguro que esperabaexactamente lo contrario de lo que teníaque decirle. Me sentía un gusano.

—Oye, que no sé cómo... Que me pareceque... —Me tiré a la piscina

—: Que no me aclaro. Que es mejor que

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lo dejemos, de momento.

—Ah.

Sonaba igual que si le hubiese pasado uncamión por encima.

—Podemos ser amigos, ¿no? —dije, conmucho miedo a perderlo.

No me habría gustado nada, en serio.

—Está claro.

Qué poco entusiasmo.

—Flanagan, por "favor, di algo.

—Estoy diciendo algo.

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—Ya me entiendes. No dices más quemonosílabos.

—Que vale, que yo no puedo hacernada.

Sentía un desánimo enorme.

—Ni yo tampoco, de verdad. No puedoseguir adelante pensando que...

—Que ya lo entiendo.

— ¿Qué entiendes?

—Que lo dejamos, por el momento.

Sí, está claro, ésa era la cruda realidad:que lo dejábamos. Se habían acabado

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las caricias y los besos de tornillo ytodo lo demás.

—Podemos seguir siendo amigos,Flanagan. No te quiero perder comoamigo. ¿Podemos serlo?

Vaciló unos segundos. Me temí quefuera a decirme que no.

—No lo sé. No sé si me veo capaz deser tu amigo, tal como me siento ahora.Deja que lo piense. Ya te llamaré.

Ahora era yo quien se sentía como si uncamión le hubiese pasado por encima.Me dolía tanto perderlo como amigo,tanto... Tan mal que habría podidogritar: NO, Flanagan, no puedo ni pensar

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que no te volveré a ver. Si quieresseremos más que amigos, pero no tevayas.

No grité ni dije nada. Menos mal que nolo hice. Menos mal que fui capaz decontrolarme, porque no habría tenidoningún sentido: ahora sí, ahora no.Debía ser que no. No teníamos ningunaotra alternativa.

—Un beso, Flanagan.

—Cuídate.

—Tú también.

Colgué hecha polvo. Me dejaba fatalverlo tan bajo de ánimos, y haber tenido

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que dar lo nuestro por terminado y,sobre todo, me dolía pensar que tal vezdejaríamos de ser amigos para siempre.

Marcos pasó por mi lado. No sé quécara tendría yo, pero me preguntó quéme pasaba.

—No, nada.

—Pues nadie lo diría.

Me fui a mi cuarto arrastrando los pies yel corazón. No era la primera vez quecortaba una historia con un chico, peroen esta ocasión había resultado másdoloroso que en las otras. ¿Por quémotivo? Recordaba, por ejemplo,cuando le dije a Jorge que teníamos que

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dejarlo. No le expliqué por qué —éltampoco me lo preguntó—; fue porqueme gustaba otro chico, Marcelo. Luego,fue Marcelo el que, unos meses mástarde, me dijo que cortábamos. Enambos casos sentí pena, pero no como laque sentía ahora.

Curiosamente, con Flanagan nohabíamos dicho que saliéramos juntos,sino todo lo contrario: habíamos dejadomuy claro que no teníamos ningúncompromiso. Resultaba evidente queambos nos cubríamos las espaldas: yo,porque existía Koert a lo lejos o tal vezprecisamente porque me había peleadocon él y estaba un poco quemada con loschicos. Y Flanagan porque existía

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Nines. Y, de hecho, yo volvía a tener aKoert y suponía que él podría volver asalir con Nines.

Entonces, ¿por qué los dos estábamostan mal? No podía responder por él,pero sí por mí: la diferencia estaba en elhecho de haber tenido relacionessexuales. Estaba segura. Es decir, que túpodías decidir que no te vinculabas auna persona con la que te relacionasessexualmente, pero finalmente, sí tevinculabas. O sea que el sexo creasentimiento entre las dos personas, almenos si no se trata de una relaciónocasional... Y tal vez dependía de que tehubieses entendido más o menos biencon el otro. Seguramente, comunicarse

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sexualmente, compartir la intimidad ydisfrutar juntos el placer, hace que dospersonas se acerquen y se unan. Ésa erauna lección que había aprendido conFlanagan.

Nunca me olvidaría de Flanagan. Habíasido el primer chico con el que habíatenido un vínculo sexual y eso erarealmente importante.

—Teléfono, Carlota —anunció Marcosasomando la cabeza por la puerta de micuarto.

¿Y ahora quién podía ser? ¿SeríaFlanagan, que se lo había pensadomejor?

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Corrí por el pasillo.

— ¿Carlota?

—Sí... ¿Eres Gabi?

—Sí.

Ni en mil años habría sido capaz deacertar que al otro lado del hilotelefónico encontraría a Gabi. Gabi que,según decía, necesitaba hablar conmigo.Nunca hasta entonces me había llamadoa casa.

— ¿Cómo lo tienes mañana por la tarde?

—Bien. Estoy libre.

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Le di la dirección de casa de mamá.

¿Eran imaginaciones mías o Gabi queríahacerme su confidente para decirme loque era un secreto a voces: que legustaban los chicos y no las chicas? Aldía siguiente lo sabría.

Aquella noche, otra vez dormí mal. Soñécon Flanagan, con Koert y con Gabi. Medesperté sudada, sin poder recordar delsueño nada más que la sensación demalestar difuso e inconcreto que mehabía dejado.

Y, por lo visto, los quebraderos decabeza se iban sumando los unos a losotros, porque, al llegar a casa de mamá,Marcos y yo nos encontramos con una

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sorpresa mayúscula que, de entrada,venía a revolucionarnos la vida.

—Hoy vendrá Toni a almorzar —nosavisó mamá.

Toni es un amigo de ella. Según dice setrata de un amigo especial.

A diferencia de papá, mamá nunca hablade novios, sino de amigos especiales.Que Toni viniese a almorzar no eraextraño: a menudo lo hace. Lo queresultó sorprendente fue lo que añadiómamá:

—Hemos pensando que podríamos ir devacaciones de Semana Santa todosjuntos, a ver qué tal nos entendemos.

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Marcos y yo nos miramos, los dos con lamosca detrás de la oreja.

—Será una «prueba de convivencia» —dijo Marcos en voz baja.

¡Ags! Estaba claro que Toni habíasubido de categoría. De amigo especial,había pasado a posible futura pareja deconvivencia o, por decirlo de forma máscomprensible, a posible futuro marido.

— ¿Os gustaría que viviésemos juntos?—preguntó mamá.

¡Yo tenía razón! Habría preferido notenerla.

—Psé —dijo Marcos—, si me lleva a

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ver partidos de baloncesto cuando papáno pueda, tal vez sí.

— ¡Marcos...! —dijo mamá, con vozreprobadora—. No quiero ni volver aoírte un comentario como ése.

Marcos hizo un gesto con la cabeza,como si le diese la razón, y me miró amí. Pero yo empezaba a tener la menteen otro lugar.

Concretamente, en Holanda.

— ¿Y ya sabéis adonde iremos devacaciones?

—No, aún no —dijo mamá—. A la horadel almuerzo lo decidiremos entre todos.

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Mientras mamá se iba a la cocina paraacabar de cocinar el arroz negro, quedespedía un aroma como para chuparselos dedos, le tiré a Marcos de la manga.

—Marcos, ¿querrás que te deje leer midiario rojo?

Marcos me miró abriendo los ojos comosi fuesen platos de sopa.

Por su expresión de sorpresa, se me hizoevidente que, después de su plancha conKoert, había perdido la esperanza deque se lo dejase leer.

— ¿Lo harías por mí, hermanagaláctica? ¿Me dejarías leer tu diariopara contribuir a mi educación sexual?

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—Estoy dispuesta a hacerlo, hermanito.Sólo quiero un favor a cambio.

La cara de Marcos se transformó.

—Ya me extrañaba a mí que fuera tanfácil obtener el permiso para hacer uncursillo acelerado de sexualidad...

Le conté mi plan. Y lo aceptó.

Así que, cuando los cuatro ya noshabíamos terminado el arroz y teníamoslos dientes y las encías negras y mamá ledijo a Marcos que fuese a buscar elpapillote de frutas, aproveché elmomento de paz y somnolencia parapreguntar si no teníamos que hablar deldestino de nuestro viaje conjunto.

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—Humm. Sí —dijo Toni, que estabadispuesto a hacer concesiones porganarse nuestro favor—. ¿Adóndequerríais ir?

Marcos, que aparecía en aquel momentocon los cuatro papillotes en una bandeja,dijo:

—A Ámsterdam.

Yo me entretuve en desatar los extremosdel papillote para liberar la fruta dedentro, blanda como compota. No queríaque sospechasen que tenía algún interésparticular.

— ¿A Ámsterdam? —Dijo Toni—. Pues¿sabes que no es mala idea?

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Es una ciudad que me gusta mucho. Conlos canales, con el museo Van Gogh...

—Y con el Rijksmuseum, con obras deRembrandt y de Vermeer... —

dijo mamá, soñadora. Y, luego, cambióla expresión y se dirigió a mí—: Porcierto, ¿no es en Ámsterdam donde vivetu amigo ese, el nadador?

¡Uf! No se le escapaba nada.

—Pues sí-

Marcos me dio una palmadita pordebajo de la mesa.

Yo seguí soplando el mango caliente

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antes de metérmelo en la boca con eltenedor.

—Qué bien —dijo mamá, sin ningunasegunda intención—. Podrás verle y a lomejor podrá hacernos de guía por laciudad.

Di un salto de alegría.

—O sea que, ¿decidido? ¿Vamos aÁmsterdam?

Toni y mamá se miraron.

—A Ámsterdam —dijeron a la vez.

Me levanté para darle un beso a mamá.Estaba que no cabía en mí de ganas de

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comunicarle la noticia a Koert. Pero nopude hasta por la noche, porque lasobremesa se prolongó tanto quecoincidió con la llegada de Gabi.

— ¿Quieres que vayamos a dar unavuelta? —le pregunté, pensando que talvez estaría más cómodo lejos de oídosadultos.

Dijo que sí.

— ¿Vamos al Qué-sueño-tan-dulce? —me preguntó.

Le dije que no, a pesar de que nosquedaba muy cerca. Aún teníademasiado fresco el recuerdo de la tardeque pasé allí con Flanagan.

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Ante una Coca-Cola me soltó:

—Ya sabes lo que te tengo que decir,¿no?

¿Qué tenía que decir: que sí o qué no?Porque en realidad saberlo, lo que sedice saberlo, no lo sabía. ¿Y si meequivocaba? ¿Y si me quería decircualquier otra cosa? O sea que, muyprudentemente, me limité a preguntar:

— ¿Qué?

Gabi cogió aire muy profundamente y,cuando lo sacó, aprovechó para decir:

—Que soy gay.

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— ¡Ah!

No era una respuesta inteligente; almenos, seguro que no era la que élesperaba. Le toqué el brazo y le sonreí.

—Me lo imaginaba.

Me pareció que se ponía a la defensiva.Por el gesto que hizo y por el tono con elque me habló.

— ¿Por qué te lo imaginabas? ¿Creesque tengo pluma?

—No. Creo que no.

Realmente, yo no veía ningunadiferencia entre él y los demás chicos de

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la clase. Ni se movía diferente, nihablaba diferente, ni se vestíadiferente... Si acaso, era más tierno quela mayoría de chicos y, tal vez por esarazón, los imbéciles homófobos de clasese metían con él. Pero, si lo pensababien, no era el único chico de la claseque demostraba ternura. Por ejemplo,Marcelo era un chico delicado y tiernoy, en cambio, no era gay, ¡me constaba!

— ¿Lo dices de verdad?

—Totalmente de verdad.

Le pregunté si podía ayudarle de algúnmodo y me dijo que escucharlo ya era untipo de ayuda muy importante. Era lasegunda vez que se atrevía a decírselo a

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alguien.

—Hasta ahora sólo se lo había dicho ami hermana.

— ¿Y cómo reaccionó?

—Con sorpresa. Se quedó muy parada,pero luego ha sido un descanso poderexplicarle todas mis historias.

Gabi sólo pedía eso: un oído atento y unhombro en el que poder apoyarse. ¡Nome sorprendía! Si a mí, que no tenía quehacer frente a la incomprensión o alrechazo de otras personas, no meresultaba nada fácil organizar mi vidaamorosa o sexual, ¿cómo tenía que serpara él?

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Charlamos toda la tarde hasta que nosdieron las nueve y tuvimos quedespedirnos de prisa y corriendo,después de que él hubiese admitido queseguramente podía decírselo a otra gentede clase.

—A Luci, y a Mireya y... ¡Y basta! Ysiempre y cuando se comprometan atener la boca cerrada. —Me miró y yoasentí con la cabeza, porque entendía sumiedo—. No tengo ganas de tener queaguantar bromas, insultos,ridiculizaciones o, en el mejor de loscasos, que me perdonen la vida y medigan cosas como: «te respeto, pero nosoporto a los gays». Yo no necesito queme digan que me respetan; sólo necesito

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que me traten como a un igual.

Pensé que tenía toda la razón.

—Pero esperaré a volver de lasvacaciones de semana santa —

concluyó.

¡Semana Santa! ¡Vacaciones! ¡Tenía quecomunicarme con Koert!

Nos despedimos y corrí hasta llegar acasa de mamá.

Aún no hacía ni media hora que le habíamandado el mensaje cuando Koert mellamó.

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—It's wonderful!

Yo también estaba encantada: siete díasen Ámsterdam con él. ¡Una potraabsoluta!

Cuando colgamos, me sentía feliz, y sólotenía un pequeño estorbo en el cuerpo:el recuerdo de Flanagan. Me habríagustado tanto que pudiésemos seramigos..

CAPÍTULO 21

LA VIOLENCIA

5 de abril

Estoy en casa con Laura, que ha venido

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a devolverme un libro, cuando sepresenta mi prima Mercedes.

— ¿Os apuntáis a jugar unas partidas descrabble? —les digo.

Se apuntan. Laura nos da un palizónporque es mucho más buena quenosotras.

Luego, nos preparamos un poco demerienda y nos sentamos en la cocina acomerla.

— ¿Cómo vais de novios? —quieresaber Laura.

Sé que usa la palabra «novios» en unsentido muy amplio. No habla de un

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chico con el que tengamos un grancompromiso y con quien queramos vivirel resto de nuestra vida, sino de chicoscon los que hayamos tenido una relacióníntima de algún tipo.

—Bastante bien —contesto yo,pensando que en realidad tendría quedecir «demasiado bien».

Mercedes se sonroja. ¡Uf! ¡Ya digo yoque no es más boba porque no seentrena!

—Yo no tengo novio. Hasta que no seamayor no tendré —dice.

— ¿Cómo de mayor? —quiere saberLaura.

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—Como tú.

— ¡Ah! —exclama Laura.

— ¿No te parece bien? —pregunta.

—Psé. Ni bien ni mal. Cada cual se lomonta como quiere —

responde. Y, después de una pausa,añade—: Bueno, ahora un poco deeducación sentimental: ¿habéis pensadoalguna vez cómo os gustaría que fuesevuestra pareja?

Mercedes y yo nos lo pensamos.

—A mí, me gustaría un chico quetuviese sentido del humor y con quien se

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pudiese hablar —digo.

—No está mal —sonríe Laura.

—Pues yo —dice Mercedes— querríaun chico que me protegiese.

— ¿Que te protegiese? —preguntamosLaura y yo con los ojos como platos.

—No sé por qué os parece tan extraño...—se rebota ella—. Sí. Un chico que meproteja, que se preocupe por mí, que medefienda...

— ¡Tuuut, tuuuuut! —Grita Laura,poniéndose de pie—. Este barco sehunde. A las barcas de salvamento. Lasmujeres y los niños primero...

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Mercedes la mira con cara de pocosamigos.

— ¿Te refieres a eso? —Pregunta Laura—. ¿A un chico que te considere débilcomo un niño y que en un naufragio tehaga saltar la primera a las barcas desalvamento?

— ¿Y por qué no? —se enfada ella.

—Porque eso parte de un concepto deTomás de Aquino que a la vez partió deun concepto de Aristóteles y que es unaauténtica barbaridad. Según eseconcepto, las mujeres, los niños y loslocos pertenecían al mismo grupo, que,por supuesto, era un grupo distinto delde los hombres. Mujeres, niños y

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dementes pertenecían a un grupoinferior, está claro.

Mercedes y yo escuchamos sin decirnada.

—O sea que un chico que te trata comosi fueses una cría y que te sobreprotegeestá estableciendo una relación que noes de paridad entre tú y él. Dicho de otraforma, si te sobreprotege es porque estáconvencido de que él está por encima deti, que tú le perteneces, que tienederechos sobre ti, de manera que en elmomento en que se le vaya la olla, enlugar de protegerte, te cascará.

Mercedes la mira con la boca abierta.

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— ¿Tú crees?

—Estoy segura. Más vale que intentesestablecer una relación de igualdad envez de ir buscando a un príncipe azulque se ocupe de ti. Porque el príncipeazul fácilmente se puede convertir en unmaltratador.

— ¿Te refieres a la violencia degénero? —pregunto.

— ¿De género? —Pregunta Mercedes—. Mi padre dice que género encastellano no es correcto como eninglés; que hay que referirse al sexo.

—Le dices a tu padre que a las mujereslo mismo nos da que exista o no la

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palabra en este sentido, que lanecesitamos para que se comprenda quela dominación que sufrimos por parte delos hombres no tiene nada que ver connuestro sexo sino con nuestro género, esdecir, con lo que desde un punto de vistano fisiológico sino social y culturalsomos las mujeres.

—Efectivamente.

—De acuerdo, se lo diré. Pero ¿porqué? ¿Por qué los chicos protectores sona menudo maltratadores?

—Porque son chicos educados en losvalores de la sociedad patriarcal, que esla sociedad que da preponderancia alhombre por encima de la mujer. La

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sociedad patriarcal domina en el mundoentero y es el origen de los malos tratosa las mujeres.

— ¿En el mundo entero? —pregunto,segura de que Laura se equivoca—. Meimagino que, por ejemplo, en Suecia yen Noruega, países mucho másadelantados que el nuestro, eso no pasa.

—Pues te equivocas. En los paísesescandinavos, donde efectivamente lamujer está más liberada, se producenmás asesinatos de mujeres a manos desus parejas que, por ejemplo, en España.Y en España se producen más asesinatosque en las sociedades islámicas...

—No lo entiendo, parece que tendría

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que ser al revés.

—Cuanto menos liberada está la mujer,más reglamentada la sumisión desde unpunto de vista social y menos agresionesnecesita la pareja: la mujer obedeceporque no puede hacer otra cosa. Todoes culpa de los valores patriarcales,que, como os decía, imperan en elmundo entero. De hecho, fijaos en quelos asesinatos no suelen producirse delhombre hacia la mujer que vive con él,sino del hombre hacia la mujer cuandoésta ha decidido dejarle. Es el maltratofinal: no soporta ser abandonado por unser que le

«debía» sumisión.

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¡Vaya! Qué terrible, pienso.

—A lo largo del año 2003 murieronsetenta mujeres a manos de sus parejas.El noventa y cinco por ciento estaban entrámites de separación o divorcio.

—O sea... —dice Mercedes.

Tengo la sensación de que está atenta alo que dice Laura. Tal vez le sirva dealgo.

—O sea que es fundamental que lasmujeres tengamos conciencia del dañoque nos hacen los roles tradicionales. Enprimer lugar, que entendamos que laindependencia debe ser nuestro primerobjetivo si queremos establecer

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relaciones de paridad con nuestrapareja.

— ¿Independencia? —preguntaMercedes.

—Sí, independencia o autonomía.Emocional, o sea, no tenéis queenamoraros de una forma romántica eincondicional que os hará aceptarcualquier relación y os llevará a admiraral otro como si fuera un ser superior; elamor NO es nunca dependencia. Tenéisque conseguir la independenciaeconómica, por lo que es necesario queestudiéis y consigáis un trabajo. Debéistener autonomía y ser capaces deresolver vuestra vida: tomar decisiones,hacer frente a las situaciones que se

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presenten... También independenciacultural para tener opiniones sólidas.

—Ya lo veo: tenemos mucho trabajo pordelante.

—Exacto. Y el principal será notransmitir los valores patriarcales avuestros hijos e hijas. A los hijos lestenéis que enseñar a involucrarse en lasrelaciones y a respetar a las mujeres.Alas hijas, les tendréis que enseñar a serindependientes. Pensad que según laOrganización Mundial de la Salud laviolencia de género es la primera causade reducción de esperanza de vida entremujeres de quince a cuarenta y cuatroaños, por encima de las guerras, los

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accidentes de tráfico o los distintostipos de cáncer.

— ¡Caray! —digo—. Tal vezdeberíamos colgar un cartel de la frentede los chicos donde estuviera escrito:«Tener novio o marido puede matar».

— ¿Como si fueran un paquete detabaco? —pregunta Mercedes.

Asiento con la cabeza.

Laura se ríe y añade:

—Ojo también con los chicos celosos.Los celos nunca son sinónimo de amorsino de control y dominación. De modoque si vuestro novio empieza a

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controlaros llamándoos al móvil cadados por tres...

— ¡Lo mandamos a la porra! —digo.

—Volando —dice ella.

Entonces, nos deja acabándonos elbocadillo y se va a su casa a buscar uncuestionario que quiere pasarnos.Vuelve rápidamente y deposita un papelencima de la mesa.

—Ojo con los príncipes azules. Ojo conlos novios protectores. Ojo con losnovios celosos. Aquí tenéis estecuestionario. Hacédselo llegar a todaslas chicas que os sea posible.

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CUESTIONARIO 3

Para saber si una mujer es o puede servíctima de violencia de género. Tupareja:

1.

¿Se comporta de modo sobreprotectorcontigo?

2.

¿Se enfada o tiene ataques de rabiasúbitos?

3.

¿Se pone celoso y te acusa de tener

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relaciones con otras personas?

4.

¿Convierte cualquier pequeño incidenteen un motivo de pelea o de discusión?

5.

¿Te impide ir donde te apetezca, cuandotú quieras y con quien tú quieras?

6.

¿Destruye o te tira objetos que para titienen valor sentimental?

7.

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¿Intenta que te alejes de tus amistades ode tu familia?

8.

¿Te humilla ante los demás, te insulta ose refiere a ti con nombres ofensivos?

9.

¿Critica tu forma de vestir, tu aparienciao tu manera de actuar?

10.

¿Te amenaza con hacerte daño?

11.

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¿Te pega, te muerde o te da patadas?

12.

¿Te obliga a tener relaciones sexualescontra tu voluntad?

Cuando acabamos de leerlo, Laura nosdice que en caso de responderafirmativamente, aunque sea sólo a una odos preguntas, estamos sufriendoviolencia de género y necesitamosayuda.

SI ERES VÍCTIMA DE VIOLENCIADE GÉNERO, LLAMA AL 900

19 10 10 Y PIDE AYUDA

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—Que quede claro —añade—, laviolencia de género no pasa sólo por losmalos tratos físicos. Los malos tratospsicológicos, o sea, que te insulten, temenosprecien, te impidan trabajar oestudiar, también son violencia. Y éstaes una violencia difícil de reconocer.

En el caso de la violencia física, algunasde las maltratadas no la reconocen. Enel caso de la psicológica, la mayoría demaltratadas no la perciben. Losmaltratadores no acostumbran a serconscientes de su comportamiento, yaque lo consideran «normal».

I ,a miramos con cara de alucine.

— ¿Quién puede considerar normal

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pegarle a su mujer? —digo.

— ¿O matarla? —dice Mercedes.

—Los hombres que tienen metidos muyadentro del cerebro los valores de lasociedad patriarcal. Y, si no me creéis,entrad en algún chat sobre violencia degénero, por ejemplo, en algún periódico;si puede ser elegid el que os parezcamenos sospechoso de estar a favor deuna sociedad convencional. Observadlas respuestas de algunos hombres y osquedaréis horrorizadas.

7 de abril

Hoy la abuela está un poco pachucha yvoy a su casa a hacerle compañía un

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rato.

— ¿Te preparo una taza de lechecaliente con miel? —le pregunto.

—Ay, sí, niña. Me harás un favor...

Le caliento la leche en una taza en elmicroondas y le añado una buenacucharada de miel.

—Aquí la tienes.

No tarda mucho en bebérsela. Es muygolosa.

— ¿Cómo va tu diario rojo? —mepregunta, apoyándose en la almohada.

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—Avanza, avanza, abuela.

— ¿Te puedo ayudar en algo?

—Hummm —pienso—. ¿Tienes algúntema que tal vez se me haya olvidadotratar?

— ¿Embarazo no deseado?

—Lo tengo.

— ¿Placer?

—Está claro.

— ¿Anticonceptivos?

— ¡Por supuesto!

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— ¿Prostitución?

—No, eso no lo tengo. ¿Crees que lotendría que incluir?

—No veo por qué no.

—Pues adelante.

—Mira, en la prostitución el cuerpo seconvierte en una mercancía.

Generalmente se trata del cuerpo de lasmujeres o de menores, ya sean niños oniñas.

— ¿Niños o niñas que hacen de putas?

—Niños o niñas que son obligados a

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prostituirse... Acércame aquella carpeta—me dice señalando la mesita que hayen uno de los lados de la habitación.

Se la doy. Se pone las gafas de leer.Abre la carpeta y saca una hoja.

—Cada año —lee— un millón de niñosentran en la industria del sexo. Secalcula que el número de niños y niñasen el mundo que son obligados aprostituirse es de diez millones.

— ¡Hala!

—En España, la prostitución infantil esde cinco mil niños. —La abuela me mirapor encima de las gafas y añade—: Deesos menores, un porcentaje muy

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elevado son niñas.

Se me ponen todos los pelos de punta.

—Las mujeres que se dedican a laprostitución también se han vistoforzadas la mayor parte de veces.Incluso las han sacado de su país deorigen con engaños y, una vez llegan alnuestro, las obligan a hacer de putas. Eslo que sucede con muchas mujeres deLatinoamérica o de los países de Europadel Este.

Estoy helada. No lo sabía.

—También puede que sean de aquí yque se metan en ese mundo por culpa dela pobreza. Otras, acaban haciendo de

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putas porque han pasado por situacionesde abusos sexuales continuados durantemuchos años. Y, por fin, tal vez hayaunas cuantas que han llegado ahívoluntariamente (o, al menos, esodicen). Pero, en cualquier caso, laprostitución es, para la mayoría depersonas que la practican, un tipo deesclavitud.

—Lo entiendo, sí —digo. Y, después dereflexionar un poco, le pregunto—: ¿Quédiferencia hay entre un abuso sexual yuna agresión sexual?

—Hummm. Ninguna, me parece a mí.Supongo que debe de ser una cuestión dematices o, tal vez, una cuestión legal.Sólo sé que generalmente abuso sexual

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se aplica a los contactos sexuales decualquier tipo que mantiene una personaadulta con un niño, o bien entre unmenor de dieciocho años y un niño,siempre y cuando la diferencia de edadsea notable. La persona mayor abusa dela menor engañándola o presionándola.—La abuela se me queda mirando conuna actitud muy grave y añade—: Piensaque el cuerpo de una persona sólo lepertenece a ella. Nadie, nadie en elmundo (ni tu pareja, ni tu padre, ni elentrenador de baloncesto, ni un cura...)puede hacer algo que tú no quieras contu cuerpo. Y, si alguna vez alguien lointenta, tienes que denunciarlo enseguida.

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Asiento con la cabeza.

—La agresión sexual —continúa laabuela dando el tema de los abusos porcerrado— diría que en general se usapara describir un contacto sexual entredos adultos, uno de los cuales estáobligado por la fuerza.

—Por ejemplo, ¿una violación? —pregunto.

—Una violación, pero también hay otrassituaciones de agresión sexual, porejemplo, que un hombre te obligue acontemplar su desnudez.

— ¡ Ah !—digo, porque sé a qué serefiere—. ¡Un exhibicionista!

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— ¿Te has encontrado con alguno?

Le digo que sí, que una vez que habíaido a estudiar a casa de Mireya, quevive en una calle corta y solitaria quedesemboca en una gran avenida, meencontré de frente con un hombre que seabrió la gabardina y me enseñó su sexo.

—La verdad, me dio miedo y asco.

—Cualquier situación sexual que tú nodeseas da miedo y asco.

—Me fui corriendo.

— ¿Se lo contaste a mamá?

—Sí. Y ella avisó a la madre de Mireya.

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No sé qué hicieron, pero nunca jamásnos lo hemos vuelto a encontrar.

—Otras agresiones sexuales son quealguien te obligue a ver cómo semasturba o a masturbarle, o a verpelículas pornográficas o a dejar que tehagan fotos de carácter sexual. Encualquier caso, lo tienes que denunciar.

Antes de irme, la abuela me da unasestadísticas.

En casa me leo las estadísticas. Despuésle mando un mensaje electrónico aOctavia para que me diga qué hay quehacer en caso de violación.

ESTADÍSTICA 4

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Cada año un millón de niños en elmundo entran en la industria del sexo.

Hay unos diez millones de niños y niñasen el mundo obligados a prostituirse.

En España hay unos cinco mil niños yniñas dedicados a la prostitución.

Una de cada tres mujeres en el mundo hasufrido violencia de género o agresionessexuales en algún momento de su vida.

Cada año mueren en España unas setentamujeres por violencia de género.

Sólo uno 10% de las mujeres que sufrenviolencia de género se atreven adenunciarla.

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8 de abril

Octavia ha contestado a mi mensaje conuna explicación sobre lo que hay quehacer en caso de sufrir una violación.Reescribo sus recomendaciones de talforma que obtengo un informe. Meparece que lo colgaré en el mural de laclase.

INFORME 14

Qué es preciso hacer en caso deviolación: Intenta mantener la calma, apesar de que no es nada fácil. Si teserenas, conseguirás aportar pruebasque serán de gran importancia y podrásponer una denuncia en mejorescondiciones:

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No te laves. Los restos de semen delviolador pueden servir para inculparlocuando lo encuentren.

No te cambies de ropa. Entre la ropapuede haber restos de semen o decabellos del violador. Además, elestado de la ropa también demuestra amenudo que ha habido una violación.

No toques ni cambies nada del lugardonde se haya producido la violación.

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Ve en seguida a un centro sanitario. Allíte harán un reconocimiento y tomaránmuestras de todo. Además, avisarán a lapolicía y te ayudarán a poner ladenuncia. Una vez hechos estos trámitespara ayudar a detener al violador,seguramente tendrás que recibir ayudapsicológica porque has pasado por unaexperiencia muy destructiva.

Y recuérdalo siempre: tú has sido lavíctima; no eres culpable de haber sidoviolada. No te dejes ganar por lavergüenza porque no debes sentirla. Dalo mismo si llevabas una falda muy cortao si ibas maquillada, ni depende de tumanera de andar o de moverte. Es el

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violador el que tiene una conductainaceptable que constituye un delito.Sólo él debería sentirse avergonzado.

SI SUFRES UNA VIOLACIÓN,LLAMA AL TELÉFONO 900 58 08

88 Y TE DIRÁN ADÓNDE TIENESQUE IR

Para acabar, Octavia me manda otraregla de oro de la sexualidad.

REGLA DE ORO 7 DE LASEXUALIDAD

Es imprescindible que las personas

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implicadas en la relación sexual laconsientan libremente.

No se puede forzar a nadie a mantenerrelaciones sexuales contra su voluntad,ya sea utilizando el poder que se tienesobre la persona, ya sea utilizando elengaño y la coacción, ya sea con laagresión física.

CAPÍTULO 22

LA EDUCACIÓN, LOS ROLES

9 de abril

Hoy Badía, a la hora de clase contesta a

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una pregunta que le ha hecho alguien apropósito de una noticia del periódicoen la que se explica que una familia haelegido el sexo del niño que tendrán.

— ¿Eso se puede hacer?

—Desde hace un tiempo técnicamente esfactible; sin embargo, éticamente puedeno estar tan claro. De hecho, nuestralegislación y la de otros países sólo lopermite en el caso de la posibilidad detransmisión de una enfermedad ligada alsexo.

— ¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, la hemofilia.

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— ¿Qué es la hemofilia?

—Es una alteración de la coagulaciónde la sangre que puede tener unasconsecuencias más o menos graves.

— ¿Por qué?

—Cuando os hacéis un corte, sangra,¿verdad? Pero un rato más tarde, deja dehacerlo porque la sangre se coagula. Sino se coagulase, podríais tener unahemorragia. Pues eso, más o menos, eslo que les pasa a los hemofílicos. Y,como es una enfermedad que transmitenlas madres y generalmente heredan loshijos y no las hijas, para evitar laenfermedad se podría seleccionar unembrión de sexo femenino.

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—Pero ¿cómo se puede seleccionar unembrión dentro de la barriga de lamadre?

—No es dentro de la barriga donde sehace la selección. Se hace unafecundación in vitro, o sea, unos cuantosóvulos de la madre son fecundados fueradel útero con

espermatozoides del padre. En cuantolos embriones comienzan adesarrollarse, eligen el que es unembrión femenino.

— ¿Y cómo pueden saberlo, si a unembrión no se le ve aún el sexo?

Badía se echa a reír.

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—Ni el sexo ni casi nada. Se sabe por ladotación genética. Si el espermatozoideque entró en el óvulo llevaba una cargade cromosomas XX, al juntarse con lacarga XX que siempre lleva el óvulodará lugar a XX, o sea, una niña. Si elespermatozoide lleva la carga XY, aljuntarse con el óvulo, que siempre llevala carga XX, dará lugar a un XY, o sea,un niño.

— ¡Ahora sé por qué soy un chico! —Grita Jorge—. ¡Porque soy un XY!

—Ni pensarlo, guapo —responde Badía—. Tu identidad sexual, tu identificacióncon el grupo «hombres», pasa porbastantes más cosas que la pareja decromosomas XY.

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— ¿Cuáles? —preguntamos unoscuantos.

—Pasa por los cromosomas,efectivamente, y también por lashormonas y por el aparato sexual yreproductor.

Pero no sólo por eso. Pensad que hayseres que vienen al mundo con genitalesmasculinos pero que «se sienten»

como si fuesen mujeres. Y al revés.

— ¿En serio? —pregunta Elisenda.

—Y tan en serio. Seguro que habéisoído hablar de los transexuales...

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—Sí. Y yo creía que eran gente quehacía guarradas —dice Marcelo.

Badía suspira.

—De guarradas, nada de nada. Songente que nace con una mente femeninaencerrada en un cuerpo masculino, o alrevés. Son prisioneros de sus cuerpos.

—O sea, homosexuales —dice alguien.

—No —responde Badía—, loshomosexuales son mujeres con cuerpode mujer a las que les gustan las mujeresu hombres con cuerpo de hombre a losque les gustan los hombres. En cambio,los transexuales tienen un sexo físicodistinto del sexo que ellos sienten en su

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cabeza. Con frecuencia, para adecuar suaspecto a su manera de sentir, pasan poroperaciones y tratamientos hormonaleslargos, costosos y peligrosos. A menudosufren un rechazo terrible por parte de lasociedad. Aún más fuerte que el quesoportan los homosexuales. Por eso amenudo se los asocia con la prostitucióno con los espectáculos pornográficos,porque el rechazo de la sociedad es tanfuerte que tienen que buscarse la vidacomo pueden.

— ¡Qué injusticia! —gritamos.

—Efectivamente. También nos espreciso defender los derechos de lostransexuales.

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— ¿Hay alguno que sea famoso?

—Sí, la más famosa es Bibi Andersen,una actriz que ha trabajado en laspelículas de Pedro Almodóvar. Ahorase hace llamar Bibi Fernández.

Humm. Sé quién es y me parece unamujer guapísima.

Caray, pensar que nació como hombre...

—Pero pensad que el sexo también tieneque ver con lo que nos han asignado alnacer.

— ¿Qué quieres decir con eso?

—Quiere decir que nos irán educando

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de modo diferente según se nosconsidere niño o niña.

— ¿Por ejemplo, cuando visten de rosaa las niñas y de azul a los niños?

—Exacto. Y también cuando hablan conun tono distinto a las niñas y a los niños,cuando le dicen a un niño que no tieneque llorar...

—... porque los hombres no lloran —termina Jorge, que en su casa oye esafrase a menudo.

—Y si lo aprenden, en el futuro nollorar les hará mucho daño, ya que seguardarán dentro las emociones.

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—O cuando a las niñas no nos dejansentarnos con las piernas separadasporque queda mal...

—O cuando nos dicen que las tenemosque cruzar, porque es más elegante.

—O cuando impiden que los niñosjueguen con muñecas porque es unaactividad de niñas...

—Pues el hombre que quiera tener hijosconmigo, tendrá que ocuparse de ellos...

—O cuando no dejan que las niñasquieran investigar o manifiesten deseosde independencia. En cambio, sepromueve que las niñas os preocupéispor la ropa, por el pelo. Y los chicos,

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mientras tanto, pueden arriesgarse asubir a los árboles.

De pronto se ha parado. Nos mirafijamente.

—Habéis visto que sentirse chico ochica es algo que también se aprende, apartir de las consignas que la sociedadnos va dando y que van modulandonuestra forma de estar en la Tierra.

—Creo que el problema está en lo quese considera ser hombre y ser mujer —digo yo, bastante cabreada al darmecuenta de que hay muchoscomportamientos de los llamadosfemeninos o masculinos que se nosmeten en la cabeza desde que nacemos.

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—Tienes razón. Los estereotipos de loque tiene que ser un hombre o una mujercambian mucho en función de lasépocas. De hecho, un hombre y unamujer pueden hacer exactamente lasmismas cosas, excepto...

—Excepto dar a luz; eso sólo puedehacerlo una mujer.

—Y excepto ser padre, que sólo puedehacerlo un hombre.

—Cierto. Por lo demás, un hombre y unamujer están preparados exactamentepara hacer lo mismo. El únicoinconveniente es la educación quereciben de pequeños, que los hace serdiferentes de mayores.

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— ¡Pues tenemos que combatirlo! —digo. Y me acuerdo del foro ACEMI quepusimos en marcha con El diario violetade Carlota y pienso que para El diariorojo tendremos que organizar un forosobre sexualidad.6

—Sí, tenemos que combatirlo. Tenemosque aprender que ser masculino quieredecir no sólo ir a trabajar fuera de casa,sino también ocuparse de los niños y delos en leímos, y quiere decir también serdelicado y poder llorar si se necesita. Yser femenina no quiere decir de ningúnmodo tener que casarse o tener hijosforzosamente; también puede ser muyfemenina la mujer que dirige una granempresa o que conduce un autobús.

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Badía nos da trabajo para llevarlo a lapróxima clase: apuntar los tabúes queencontremos sobre los roles femenino ymasculino.

12 de abril

Esta tarde, aprovechando que hemosacabado los trimestrales y que nossentimos muy relajados, decidimos irtoda una pandilla al Qué-sueño-tan-dulce. Empezamos hablando en un tonocorrecto; pero al cabo de un rato yachillamos como animales.

Puri sale de detrás del mostrador y conlas manos en la cintura nos suelta:

—Si seguís gritando como ahora, os

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echo cagando leches.

Es muy bien hablada, esta Puri...

Bajamos el tono de voz.

Pablo y Carlos hablan entre ellos.Cuchichean. Se lo están pasando engrande. Me encantaría saber de qué va.

— ¿De qué va? —les pregunto.

—Éste —dice Carlos, señalando aPablo—, que ha mandado a Cora a freírespárragos.

Lo miro, incrédula.

Cora es una jugadora de uno de los

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equipos de baloncesto con los quecompetimos.

—Ayer te vi morreándote con ella.

—Naturalmente —dice Pablolevantando la voz más de la cuenta—.Me estaba despidiendo.

—Pero en qué quedamos, ¿te gusta o note gusta Cora?

Pablo se ríe.

—No. Pero como yo a ella sí, no le hizoascos a un morreo.

¡Mira tú qué suerte la mía!

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—Eres un cabrón —dice Mireya, quetambién lo ha oído.

— ¿Ah, sí? ¿Y por qué?

—Pues porque la has hecho sufrirporque sí. Si ella sigue enamorada, estáclaro que le apetecía...

—No es sólo eso, sino que el morreodebió de darle esperanzas de que tal vezno querías romper.

—O sea, cabrón y maleducado —ledigo.

— ¡Oye, niña, no te pases! —protesta.

—Yo creo que tienen razón —interviene

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Carlos.

Ninguno de nosotros nos hemos dadocuenta, pero LUCÍ ha entrado en el Qué-sueño-tan-dulce y mete baza.

—Yo estoy de acuerdo con Carlota.Mira, Pablo, lo que hiciste es más omenos lo mismo que tener dos entradaspara ir a ver una película fantástica,pasárselas por delante de las narices aun compañero y, luego, decirle que vas averla con otro. O sea, una grosería.

—Una grosería con muy mala leche.

Pronto todo el grupo se ha sumado a laconversación.

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—Mirad —dice Luci, como siaprovechase el rato del bar para haceruna tutoría—, bajo el punto de vista dela moral y a mi manera de entender, sólohay dos cuestiones inmorales: correr elriesgo de tener un hijo que no habéisquerido y hacerle daño a otra persona.El resto de cuestiones tienen que ver conla buena educación.

— ¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, una cuestión que hacereferencia a los chicos y que se producebastante a menudo. Cuando vais detrásde una chica para tener una relaciónsexual con ella, si la chica dice que no(y todo el mundo tiene derecho a decirque no si no le apetece), la tratáis de

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estrecha.

—Mujeeeeer, no siempre.

—Siempre no, pero de vez en cuando,sí.

Los chicos se ríen y admiten que tienerazón.

—Pues que una chica se niegue a tenerrelaciones sexuales cuando se loproponen, no quiere decirnecesariamente que no le interese elsexo, sino que no le interesa el sexo conquien se lo ha propuesto o que no leinteresa en aquel momento...

—Es una manera de hablar —grita Jorge

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—. O sea, es más cómodo; duele menosdecir que es una estrecha que pensar queno le gustas.

—Pues es un comportamiento pésimo.

Jorge y algunos otros chicos mueven lacabeza diciendo que sí.

—Pero —sigue Luci— si una chica osdice que sí en seguida, porque le gustáis,una vez que habéis tenido la relación, latratáis de puta.

—Mujeeeeer, si se apunta así, por lasbuenas —dice Pablo.

— ¿Cómo te apuntas tú cuando una chicate gusta mucho?

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— ¡Volando!

— ¿Y ella por qué no tiene el mismoderecho que tú?

Nadie sabe qué decir.

—Es una cuestión de hipocresía porparte de la sociedad: los chicos sonlibres de tener relaciones sexualescuando quieran y con quien quieran —nos mira con los ojos brillantes—, yencima, si presumen de ellas, hasta estánbien vistos.

—Es verdad —digo yo, pensando queeso lo tendríamos que discutir con lagente de ACEMI que se interesa por Eldiario violeta de Carlota.

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—Eso es una moral de dos velocidades:una rápida para los chicos y una lentapara las chicas. Las chicas, si dicen queno, son estrechas, si dicen que sí, putas ysi hablan de ello, se las acusa de tenerun pasado sexual.

—Qué injusticia —clamamos unascuantas.

—Pues debéis tenerlo en cuenta para ircambiando la manera de actuar de lasociedad. Está en vuestras manos.

— ¿Hay otras cuestiones de malaeducación sexual?

—Sí. Pensad que, cuando dos personasestán juntas en una situación íntima, las

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primeras veces siempre existe el miedoa lo que pensará el otro. Es muyimportante no herir a la otra persona concomentarios como: «¡Qué polla máspequeña!».

O, por ejemplo: «¡Si casi no tienespechos...!». O este otro:

«No lo haces muy bien, mi novioanterior lo hacía mejor que tú...».

—Hala, yo no diría nunca cosas comoésas.

—Pues hay gente que lo hace.

— ¿Más ejemplos de grosería sexual?

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—Después de un encuentro sexual esmuy maleducado irse volando. Hay quequedarse al lado de la otra persona ydarle las gracias por el buen rato quenos ha hecho pasar; a pesar de que tútambién se lo hayas hecho pasar a ella.

— ¿Más?

—Buena educación quiere decir noexcitar sexualmente a una persona si noestás dispuesta a tener relacionessexuales con ella.

—Eso lo hacen las chicas, que son unascalientabraguetas.

—Hay chicas que lo hacen. Y tambiénhay chicos que lo hacen. Por ejemplo,

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Pablo se despidió de Cora con unmorreo y, seguramente, la dejó excitada.

Pablo pone cara de no haber pensado eneso.

— ¡Eres un calientabragas, Pablo! —ledigo.

—Es verdad, ¡hay chicoscalientabragas!

— ¿Y qué pasa cuando estás con otrapersona y os habéis ido excitando y, derepente, te das cuenta de que el otroquiere llegar más lejos y tú no?

—Que se lo tienes que decir. Recuerdaque nunca hay que hacer nada ni en

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contra de la voluntad del otro ni de latuya, por lo tanto, es preciso que locortes en seguida.

— ¿Más cuestiones de educación?

—No silbar a una chica por la calle odecirle qué opinión os merece sucuerpo.

—O sea, ¿prohibidos los piropos?

— ¡Prohibidos! Otra cosa es que a unachica que conoces y que te gusta se lodigas educadamente y con cariño. Esono duele. En cambio, que vayas por lacalle y un hombre grite:

«¡Eso es un cuerpo y no el de

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bomberos!». O que se pase la lengua porlos labios mirándote de arriba abajo...

Carlos dice:

—A mí me molestaría que un grupo dechicas me lo hiciera por la calle.

—Es verdad, a mí también —admitenotros.

14 de abril

En clase de Badía hemos organizado unadiscusión con los tabúes que hemosencontrado respecto al rol femenino y almasculino. Y hemos elaborado un muralcon los testimonios y los razonamientosque nos ha hecho Badía.

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Testimonios 2

Los niños no pueden jugar a muñecas.

—Falso —dice Badía—. Para podercuidar a los demás, tienes que entrenartede pequeño jugando a muñecas.

Los trabajos de casa deben hacerlos lasmadres y las hijas.

—Falso también. Todo el que vive enuna casa tiene que colaborar en eltrabajo de tenerla limpia y ordenada.

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Los hombres y las mujeres puedenexpresar abiertamente lo que sienten y loque piensan.

—Verdadero. Es preciso que loexpresen abiertamente.

Los gays son mucho más creativos quelos heterosexuales.

—Falso. Hay gays muy creativos y haygays que no son nada creativos. Y pasalo mismo con los heterosexuales.

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Los hombres son poco sensibles.

—Falso. Como las mujeres, los hombrestienen la capacidad de emocionarse yentristecerse, de enfadarse y alegrarse.En algunas culturas, sin embargo, se lesenseña a disimular sus emociones, aprescindir de ellas.

Las mujeres son sumisas.

—Falso. En la mayoría de culturas se haenseñado a las mujeres a ser sumisasporque se las prefiere así. Del mismomodo, cuando un hombre es sumiso, sedice de él que es poco hombre. Elsometimiento es un rasgo de la

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personalidad que pueden tener tanto loshombres como las mujeres.

• Un hombre, si es muy hombre, tieneque estar siempre dispuesto a tenerrelaciones sexuales con una mujer.

—Falso. Un hombre tiene todo elderecho a decir que no quiere tenerrelaciones sexuales, exactamente igualque una mujer.

17 de abril

Aprovechando que es sábado por latarde, subo a casa de Laura. Me ha dichoque me enseñará a secarme el pelo deuna forma especial. Quiero probarlo.

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—Pasa, Carlota, pasa —dice su madre—. Encontrarás a Laura en su cuarto. Seha encerrado con una amiga para hacerno sé qué burradas.

Abro la puerta. La habitación tiene unaire estrafalario y desprende un olormuy raro.

— ¡Bienvenida al templo, Carlota! —dice Laura, que se ha disfrazado con unaespecie de túnica. Lleva el pelo atadoencima de la cabeza y se ha pintado losojos exageradamente. Mueve las manoscon lentitud, no sé si para hacer másteatro o porque, como lleva los dedoscargados de anillos, le pesan.

—Bienvenida al sacrificio —dice su

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amiga.

Se me ponen los pelos de punta. ¿Laurase dedica a la magia negra?

—Siéntate al lado de Clara.

Lo hago. Me fijo en lo que hay en elsuelo, delante de nosotras. Es una cajade zapatos tapada, con un ceniceroencima. Al lado del cenicero está lafotografía de un chico.

-Álex, mi novio —dice Clara.

—De tuyo nada —se rebota Laura,enfadada—. A ver si te lo metes en lacabeza: se ha ido, te ha dejado y tútienes que olvidarle.

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Clara afirma con la cabeza, pero no sela ve muy convencida.

— ¿Quieres pasarte una buenatemporada sufriendo por un fantasma?

Clara dice que no, ahora másconvencida.

—Pues lo primero que tenemos quehacer es que te lo quites de la cabeza.

—Es fácil decirlo, pero no es tan fácilhacerlo —digo yo, que sé lo que cuestano pensar en alguien si te sientesenamorada.

—Tienes razón. No es fácil, pero con tuactitud y con tu comportamiento lo

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puedes hacer más sencillo o máscomplicado.

— ¿Por ejemplo? —pregunto.

—Si miras la foto del chico veinte vecesal día...

—O lees sus cartas día tras día...

—Para que eso no pase, para queempieces a quitártelo de la cabeza, lomejor que puedes hacer es desprendertede todos sus recuerdos.

— ¡Ay!, qué pena, ¿no?

Laura niega con la cabeza.

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—Verás, durante un largo tiempo no lospodrás mirar porque, si lo haces, tehundirás en la miseria. Y cuando ya lospuedas ver sin dolor, no te interesaránpara nada. Por lo tanto, tíralos desde unprincipio.

Hummmm. No parece mala idea.

—Ahora, preparémonos para el ritual dehacer desaparecer a Álex de lospensamientos de Clara.

Y mientras canturrea una canciónmonótona, empieza a quemar la foto deÁlex, bajo la mirada resignada de Clara.

Cuando ya no queda ni un pedazo deÁlex, me doy cuenta de que Clara

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respira aliviada. Tal vez el ritualfuncione.

—Ahora, bailemos —dice Laura.

Y, como locas, nos lanzamos a seguir elritmo del CD que ha puesto.

Un rato más tarde, sudadas, nossentamos en el suelo.

—Ahora os haré un regalo —dice Laura,mientras saca de un cajón unos foliosescritos con tinta verde y nos da uno acada una.

ESTUDIO MONOGRÁFICO 3

Si tu pareja, tu amor, te ha dejado:

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Tienes dos posibilidades: pensar que novales nada y deprimirte o pensar que elotro no ha sabido ver tus virtudes yenfadarte. Elige la segunda posibilidad;es mucho más positiva.

Si piensas en situaciones tristes,acabarás llorando.

Piensa, por lo tanto, en situacionesalegres, divertidas, excitantes...

No pienses que no puedes vivir sin

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él/ella, porque no es verdad. Todosnosotros somos personasindependientes, capaces de vivir sin otrapersona y, además, de vivir felices.

Si te encierras en pensamientos tristes ydolorosos, te hundirás más y más. Di:«Ya basta», detén tu mente y dedícate apensar en otras cosas.

Cuando vuelvo a casa, reconozco queme he divertido mucho a la vez que heaprendido. ¡Viva Laura! Decido escribiruna regla de oro de la sexualidad.

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REGLA DE ORO 8 DE LASEXUALIDAD

La buena educación quiere decir que nopuede haber unas normas permisivaspara los chicos y otras más restrictivaspara las chicas. Chicos y chicas tienenel mismo derecho a desarrollar susexualidad.

No ofendas nunca a tu pareja sexual,aunque sea una pareja ocasional. Elrespeto y el afecto siempre sonimportantes.

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EPÍLOGO

Ahora sí que, excepto mi amistadestropeada con Flanagan, el resto ibapor buen camino. Había pasado lostrimestrales con buenos resultados. Conmamá y Toni íbamos preparando elviaje a Ámsterdam. Y Marcos estabamás que bien predispuesto hacia mí,porque ya había empezado a leer midiario sobre la sexualidad e, incluso, yase había atrevido a hacerme unaobservación.

—Es interesante —me dijo—, lástima...

Hizo una pausa para picarme lacuriosidad. Y piqué.

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—Lástima, ¿qué?

—Lástima que sólo sea un diario desexo sobre las cuestiones que afectan alas chicas.

—Te interesan, ¿eh? —le hice notar—.Te interesan para saber qué mecanismostenemos las chicas, cómo funcionamos...Seguro que te ayuda en tus relaciones enel futuro.

—Que sí, que ya sé a qué te refieres,pero ¿y yo qué?

No contesté nada.

—O sea, ¿cómo sabemos los chicos lascuestiones que se refieren a nuestra

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sexualidad?

Tenía razón. Habría podido decirle quepara resolver aquel aspecto debía leerseEl diario rojo de Flanagan. Pero nopodía decírselo porque no sabía siFlanagan había seguido o lo habíamandado a la porra, junto con nuestraamistad. Además, tampoco sabía sihabría estado dispuesto a dejárselo leera alguien.

Y, de repente, el cielo se abrió encimade mi cabeza, y lo vi clarísimo.Llamaría a Flanagan con la excusa deldiario e intentaría restablecer laamistad.

— ¿Flanagan?

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Hubo una pequeña pausa que me pusonerviosa. ¿Me mandaría a hacergárgaras?

—No diga nada, ya sé de qué se trata —dijo Flanagan con voz muy seria.

La mano que sostenía el teléfono se meaflojó. Me apetecía colgar, pero no lohice.

—Tiene un loro malhablado y quiereque averigüe quién es el sinvergüenzaque le ha enseñado a decir tacos.

Me partí de risa.

No había que preguntárselo, me parecía,pero lo hice:

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—Flanagan, ¿amigos?

—Amigos, por supuesto.

Y me prometió pasarme el diario rojopara que Marcos pudiese leerlo.

AGRADECIMIENTOS

A Montserrat Flaviá, por su revisióndesde el punto de vista psicológico ysexológico.

A Esperanza Martin, por su revisióndesde el punto de vista médico.

A Rosa Ros, por su revisión desde elpunto de vista ginecológico y de suexperiencia en la atención a jóvenes.

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A Octavi Quintana, a Mireia Lienas y aLaura Lienas, por sus aportaciones.