el diablo en santa rosa de lima

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Page 1: El Diablo en Santa Rosa de Lima

Danilo Vásquez | Edición 1986

EL DIABLO EN SANTA ROSA DE LIMA

Por no querer perder el tiempo

Pierdes el tiempo y el alma

Estás perdiendo la vida

De tanto querer ganarla. JOSÉ BERGAMÍN.

Pensando variar de vacaciones, el Diablo decidió visitar el llamado nuevo

mundo, el descubierto por Colón, del cual él, era el rey y único señor.

Subió de los infiernos y llegó a la América Latina, pasando por Centro América,

le atrajo un pequeño país y más todavía, un pueblo de dicho país: Santa Rosa de Lima.

Se detuvo Satanás en la cima del Cerro La Cruz. Lo cautivó tanto el clima del pueblo,

que lo sintió tan familiar al de su hogar y decidió bajar para darse cuenta de lo que

hacían sus habitantes.

Entró nuestro señor, el Diablo, por el río que se cruza cuando se va hacia el

Cantón Pasaquinita. Llegando al mercado, se sintió más en ambiente; pues, lo sucio, lo

antihigiénico de los puestos y el desorden que prevalecía, eran cualidades del infierno.

Siguió su camino y a cada paso: Ventas y más ventas; gente trabajadora –pensó

Satanás- esto es bueno para mis propósitos, ya que el dinero es una de mis mejores

armas para ganar el alma de estos seres que se olvidan de su salvación por unos

mugres y apestosos billetes. Y siguió Satán su camino, riéndose satisfecho de sus hijos.

De repente, en una joyería, ubicada en el Centro Comercial Principal, se oyeron los

gritos estridentes de un loco que decía detrás de una vitrina, a una señora hondureña:

“Las babosadas no me las regalan vieja negra, váyase mucho a la m...” Al otro lado de

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Danilo Vásquez | Edición 1986

la calle, sentado en la acera, el Diablo reía sardónicamente y repetía: “Ya lo decía, ya lo

decía, el dinero es mi mejor arma.

Prosiguió su camino, el ángel caído del cielo, el que antes fuera Luzbel. A pocos

metros del “Principal”, oyó Satán música de mariachis, gritos de bolos, risas y

conversaciones por efectos del alcohol y la sopa de apretadores. Adentro del comedor

“Pema”, habían unos cuantos mortales que el Diablo aborrecía, por el hecho de que

cumplían fielmente uno de sus tantos mandamientos: “Beban hasta emborracharse y,

gasten el dinero obtenido con el sudor de su frente; inclusive, el de sus semejantes”.

Luego se retiró del comedor “Pema”; pues, que sentido había en estar perdiendo el

tiempo por unos cuantos bolos, que ya hacía mucho, aparecían en su lista y que no

oponían ni la menor resistencia; no, él venía por aquellos que estaban luchando por la

salvación de su alma.

Pues bien, pasó nuestro señor, por un tal Banco de Comercio, desviándose

hacia lo que llamaban “Parque de la ciudad” y observó más de lo que había visto:

Ventas y más ventas; bolos y más bolos; minicervecerías y más... Pero hubo algo que

emocionó a Satán, y fue un olor fétido de orines que se respiraba en el ambiente, lo

inspiró tanto que dijo las siguientes frases: “Definitivamente, este es mi segundo hogar

y de aquí no me voy”.

Gozando estaba Satanás del encuentro de su segundo hogar, cuando fue

interrumpido brevemente por unos cuantos campanazos, legendarios y mortecinos

como la vida de los mortales, que en su ceguera mental no se percatan de lo efímero e

iluso que es el tiempo y se pasan perdiéndolo en tonterías y vanidades que allá en el

cielo, de nada les servirán. Para Satán, que busca eternizar al hombre por el mal y para

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el mal, fue simple y sencilla la razón por la que fuera interrumpido esporádicamente de

su alegría, porque él es, el eterno feliz, el rey de los hombres y su objetivo primordial

es, ganarlos a todos, para ser adorado por todos. Él, y nadie más que él, ríe y goza de la

debilidad de los hombres; los cuales fingen odiarlo, hasta el extremo de horrorizarse

de su nombre; pero la verdad, lo aman y lo idolatran, tal es, la paradoja.

Las campanas le hicieron rebozar de alegría y felicidad. La iglesia, exclamaba el

Diablo, en ella yo lucho y gozo, porque me dan el placer de la batalla; aunque siempre

gano, pero al menos me dan ese placer y es el único lugar donde yo me siento

satisfecho y realizado, pues cumplo mi obra: La de tentador. Y ella, la iglesia, es el

medio para lograr el fin que me propongo. Definitivamente, Santa Rosa de Lima, es el

lugar apropiado.

El Diablo entró a la iglesia, portando un cartelito en su espalda, con la

inscripción: “El chisme”.

Y Dios, en su infinito silencio y en su eterno amor y perdón, lloró infinitamente.