el desafío de la bioeconomía

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  • 8/4/2019 El desafo de la bioeconoma

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    LOS PRECURSORES DE LA ECONOMA ECOLGICA

    El desafo de la

    bioeconoma*

    scar Carpintero**

    No se trata tanto de 'descubrir la plvora' de la

    sostenibilidad como de desandar crticamente el ca-

    mino andado, volviendo a conectar lo fsico con lo

    monetario, y la economa con las ciencias de la na-

    turaleza.

    JOS MANUEL NAREDO , 1996

    El recurso a la biologa se apoya en la creencia de

    que el mundo real de los fenmenos econmicos tie-

    ne mucho ms que ver con los organismos y procesos

    biolgicos que con el mundo mecanicista de las bolas

    de billar y los planetas. Despus de todo, la econo-

    ma implica la existencia de seres humanos vivos, nosolamente de partculas, fuerza y energa.

    G.M. HODGSON, 1995

    UN LIBRO INACABADO

    Georgescu-Roegen advirti en varias ocasiones que las dosinfluencias ms importantes en la configuracin de su enfo-que bioeconmico fueron su experiencia rumana de

    entreguerras y la termodinmica. Ya se ha dado testimoniode las principales enseanzas del exilio rumano, as comodel proceso a travs del cual fue cuajando su crtica al enfo-que econmico convencional apoyndose en la ley de laentropa. En 1976, con la publicacin de Energy andEconomic Myths, Georgescu-Roegen anunciaba tambin laaparicin de un prximo libro en el que desarrollara demanera sistemtica su visin bioeconmica, esto es, suBioeconoma. Incluso Princeton University Press se habaofrecido para publicarlo. Lamentablemente, el libro no viofinalmente la luz y, aunque exista la esperanza de encontrarentre sus papeles personales donados a la Universidad de

    Duke algn manuscrito ms o menos completo que dierapistas sobre su contenido, lo cierto es que en el archivo de-positado en dicha universidad solamente hemos encontra-do versiones parciales de la introduccin y de dos de suscaptulos. Pero, a pesar de no lograr terminar un texto aca-bado, Georgescu s public algunos artculos y captulos delibros donde explicaba las ideas principales de su enfoquebioeconmico1. Las pginas que siguen quieren dar cuentade estas propuestas, no sin antes destacar los rasgos que di-ferencian las ideas de Georgescu-Roegen respecto de otrasanalogas biolgicas en economa. Esta cautela es necesariasi no se quieren confundir las propuestas bioeconmicas deautores como Georgescu-Roegen, Herman Daly, Ren Passet,Robert Ayres o John Gowdy, con las de otros economistasnorteamericanos como Gary Becker, Jack Hirshleifer, oGordon Tullock quienes, bajo el mismo nombre de Bioeco-noma, han hecho circular en el mundo acadmico pro-puestas muy distintas.

    * Este texto reproduce el captulo VI del libro de scar Carpintero:La

    bioeconoma de Nicholas Georgescu-Roegen, Barcelona, Montesinos,

    2006 (en prensa), y se publica aqu con el permiso de la editorial. Las

    referencias bibliogrficas completas se encuentran en dicho volumen.** Profesor de Economa Aplicada. Universidad de Valladolid.1 Vanse, entre otros: Georgescu-Roegen (1972, 1975, 1977c, 1977d).

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    EL IMPERIALISMO ECONMICO DE LAESCUELA DE CHICAGO FRENTE A LABIOECONOMA DE GEORGESCU-ROEGEN

    La aspiracin manifestada por Geoffrey Hodgson en la citaque encabeza este captulo ha orientado la labor de varioseconomistas (y tambin bilogos) desde hace dcadas conmayor o menor acierto.2 Dejando al margen el debate sobrelas posibles influencias de algunos economistas clsicos comoSmith y Malthus en las elaboraciones cientficas de Darwin,lo que aqu interesa son las contribuciones que fundamen-talmente desde los aos cincuenta del siglo XX apuntanun resurgimiento en la utilizacin de las metforas y analo-gas biolgicas en economa. Cabe subrayar, sin embargo, laexistencia de varias formas diferentes de entender estas rela-ciones.

    Por un lado, estn aquellos como Alchian, Becker,Hirshleifer o Tullock, que se han afanado por amoldar a suspropios fines algunos conceptos de la biologa (seleccin na-tural, especializacin, competencia...), con la intencin de

    justificar la universalidad de los supuestos utilizados por elenfoque dominante en la ciencia econmica. En cierta medi-da, se trata de mostrar cmo las hiptesis bsicas de compor-tamiento de la teora neoclsica son de validez tambin paraexplicar el comportamiento del resto de las especies del pla-neta. Un segundo grupo de economistas, entre los que se pue-den encontrar neoschumpeterianos como Dosi y Magnusson,van a tratar de complementar y enriquecer el enfoqueneoclsico incorporando la importancia de las innovaciones ylas decisiones bajo incertidumbre. Por ltimo, tendramos aun colectivo de economistas entre los que destacan Georgescu-Roegen, Daly, o Boulding que anticipando lo que se cono-cer mas tarde por Economa Ecolgica interpretan el sis-tema econmico como un subsistema concreto dentro de unsistema ms general que es la biosfera y, por lo tanto, la per-cepcin terica de los procesos de produccin y consumo ysus lmites no pueden estar al margen de las leyes que gobier-nan el funcionamiento de la propia biosfera. Hecho este que,de paso, impide considerar al medio ambiente como una va-riable ms incluida en el modelo econmico, ya que la rela-cin de inclusin es justamente la contraria. Dicha corriente

    de economistas se ha visto secundada en los ltimos tiemposcon las nuevas ideas de la biologa evolutiva y su recepcinpor parte de autores como Samuel Bowles, Herbert Gintis,John Gowdy, Mathis Ruth, James Foster, o Martn OConnor.En lo que sigue, y debido a su inters polmico, centrar laatencin en comparar los rasgos bsicos de la Escuela deChicago con los elementos principales de la Bioeconoma deGeorgescu-Roegen.

    El primero de esos enfoques tuvo un eslabn inicial nadams comenzar la dcada de los cincuenta en la aportacin deArmen Alchian quien, al explicar el comportamiento empre-sarial, postulaba que la consecucin de beneficios funcionabacomo un criterio de seleccin natural, pues slo aquellasempresas que los obtuvieran sobreviviran adaptndose al en-torno y las que no lo hicieran pereceran. La capacidad paradiferenciarse unas empresas de otras a travs de la innovacinestara en la base de la estrategia de supervivencia. La identifi-cacin de las empresas supervivientes como aquellas que ha-bran logrado el xito en la lucha competitiva aparece comouna rmora de darwinismo social que tendr continuidaden los aos setenta gracias a las aportaciones procedentes dela sociobiologa de Edward Wilson y a su aceptacin por loseconomistas de la Escuela de Chicago.

    Pero lejos de producirse una influencia unidireccionalentre sociobiologa y economa, autores como Becker,Hirshleifer, o Tullock vieron en la sociobiologa una oportu-nidad para demostrar que sus propios postulados sobre elcomportamiento de los agentes econmicos (maximizacin,egosmo, competencia, escasez, etc.) eran moneda comn tam-bin en el mundo natural, por lo que la propia teora econ-mica apareca como apta para describir los procesos de adap-tacin al medio en biologa: los organismos optimizan omaximizan sus comportamientos por analoga con los pro-

    2 Para un repaso general a las relaciones entre economa y biologa

    merece la pena leer la coleccin de artculos editada por este econo-

    mista britnico (Hodgson, ed., 1995). Se trata de un buen compendio

    de textos representativos de las diferentes corrientes de economistas

    que han hecho uso de metforas biolgicas, recogiendo los artculosprincipales de referencia de los autores que se citan brevemente en

    estas lneas.

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    ductores y consumidores. Como sealaba Hirshleifer: Con-ceptos fundamentales como escasez, competencia, equilibrioy especializacin juegan un papel similar en ambas esferas deinvestigacin. Y pares de trminos como especie-industria,mutacin-innovacin, evolucin-progreso, mutualismo-inter-cambio tienen ms o menos significados anlogos (Hirshleifer1977, p. 2). Ysi esto era as, entonces la teora econmica deraz neoclsica se converta en el enfoque cientfico por anto-nomasia, no slo ya de la esfera social humana, sino tambinde todo el mundo natural. No debe sorprender por tantoque, a partir de este convencimiento, fuera extendindose en-tre los partidarios de este enfoque una actitud de imperialis-mo econmico hacia el resto de disciplinas: A medida quela economa emplee de forma imperialista sus herramientasde anlisis en un nmero cada vez mayor de cuestiones socia-les se convertir en sociologa, antropologa o ciencia poltica.Pero de igual manera, a medida que estas disciplinas aumen-ten su rigor no tendrn simplemente un parecido sino quesern economa (Hirshleifer 1977, 3-4).

    Aparte de las consecuencias reaccionarias que en el te-rreno de las polticas pblicas supone la adopcin del puntode vista de la Escuela de Chicago reduccin de ayudaspblicas e instituciones de cooperacin y fomento de la com-petencia y el egosmo para el cual estaramos genticamenteprogramados, las debilidades tericas de este acercamientoreduccionista entre economa y biologa han sido puestas demanifiesto en varias ocasiones. No es slo que sean bastanterestrictivas y empobrecedoras las hiptesis de comportamientoque describen al homo oeconomicus de la teora neoclsica,sino que la aproximacin sociobiolgica supone dar una vuel-ta de tuerca ms a este procedimiento, al intentar encajartambin en esos moldes el comportamiento general de losseres vivos no humanos. Autores como Daly, Hodgson oGowdy han sealado con buenos argumentos lo desacertadode esta opcin. Suponer la competencia como pauta generalexcluye de un plumazo todas las relaciones de interdepen-dencia y cooperacin establecidas entre organismos de lanaturaleza, adems de encumbrar la lucha desatada en losmercados competitivos como forma ptima para la asig-nacin de recursos y la solucin de los problemas econmi-cos. De igual manera, postular comportamientos maximi-

    zadores en los diferentes organismos lleva a suponer que elobjetivo es nico, cuando en realidad existen mltiples posi-bilidades que muchas veces aparecen como fines en conflic-to. Y a esto habra que aadir, tal y como recuerda Gowdy,la ausencia de perspectiva histrica en la formulacinbioeconmica de la Escuela de Chicago: En Hirshleifer, lafinalidad de un organismo es el crecimiento del nmero deespecies, no el equilibrio, la supervivencia o la duracin, sinoel crecimiento del nmero. Evidencias contra esta idea sepueden encontrar tanto en el mundo biolgico como en eleconmico, donde los agentes tratan de ocupar nichos enlos que no estn sujetos a competicin. Una vez que un ni-cho est ocupado de manera exitosa, en general, no inten-tan desplazar a otras entidades de mejores nichos. (...) Losorganismos biolgicos al igual que las empresas satisfacenms que maximizan (Gowdy 1987, 34).

    Paradjicamente, pues, el nfasis mostrado en la analo-ga biolgica por autores como Hirshleifer, Becker y Tullock,no apunta demasiado a la superacin de los vicios arrastradospor la vieja metfora mecanicista presente en la economaneoclsica, sino ms bien a su extensin hacia el resto de losseres vivos.

    La mirada evolutiva y bioeconmicade Georgescu-Roegen

    A diferencia de los autores de la Escuela de Chicago,Georgescu-Roegen ya comenz a hablar de Bioeconoma an-tes de conocer la existencia del trmino concreto, es decir,primero alumbr el enfoque y despus le puso nombre. Laprimera noticia que se tiene de este trmino es el libro de H.Reinheimer, publicado en 1913 y titulado Evolution by Co-operation: A Study in Bioeconomics. Georgescu-Roegen no uti-lizar el trmino como tal hasta 1972 fecha en que le essugerido por una carta de Jiri Zeman fechada el 24 de abril,aunque el desarrollo fundamental sin citar expresamente eltrmino puede verse ya desde la introduccin aAnalyticalEconomics, redactada, como es sabido, en 1964. Es decir, quelos planteamientos de Georgescu-Roegen fueron contempo-rneos de la aportacin de Abel Wolman sobre el metabolis-mo de las ciudades y en ellos se apoy tambin Herman Daly

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    a la hora de reflexionar sobre las analogas biolgicas en eco-noma, en torno al anabolismo y el catabolismo.3

    En el marco general del pensamiento de Georgescu-Roegen se apela con cierta reiteracin a las enseanzas dealgunos de sus maestros como Schumpeter, Marx, o Mar-shall. Sus referencias a la obra de estos tres autores son abun-dantes. En el caso de Marx, aparte de su influencia directaen la elaboracin del modelo de flujos-fondos del econo-mista rumano, ste muestra su admiracin tanto por la apor-tacin marxista a la concepcin del sistema econmico comoun sistema no aislado (Georgescu-Roegen 1971 [1996],p. 391), como por la capacidad analtica del pensador ale-mn, del que lleg a decir que, de vivir en el siglo XX, serael mayor econmetra de todos los tiempos (Georgescu-Roegen 1971 [1996], 130). En el caso de Schumpeter esconocido el reconocimiento al maestro por su visin ex-cepcional del proceso econmico [que] combin armonio-samente el anlisis evolutivo cuantitativo con el cualitativo(Georgescu-Roegen, 1971 [1996], 42). De Marshall siem-pre agradeci que formulara explcitamente en susPrinci-

    pios que la Meca del economista como investigador seencuentra ms en la biologa econmica que en la dinmi-ca econmica. Aunque, posteriormente, Georgescu-Roegenle reprochar el abandono de tal consejo, y su dedicacin auna dinmica econmica de impronta mecanicista (Geor-gescu-Roegen, 1971 [1996], 406).

    Pero su vastedad de lecturas iba ms all de los autoresde la propia tradicin. Del mismo modo que para la com-prensin termodinmica del proceso econmico encontrinspiracin en las reflexiones de Sadi Carnot y ErwinSchrdinger, as tambin fue capaz de recoger parte del le-gado del bilogo Alfred Lotka para, con la ayuda de losargumentos de los tres economistas citados, configurar unavisin novedosa de la evolucin del sistema econmico. Unavisin que tuviera en cuenta los resultados fundamentalesde las ciencias de la naturaleza4 que hiciera explcito, endefinitiva, el acercamiento de la economa hacia sus orge-nes biofsicos, esto es: entendiendo la actividad econmica,con sus peculiaridades, como una extensin en sentido am-

    plio y sin reduccionismos de la evolucin biolgica de la hu-manidad. Obviamente, se trata de un planteamiento muy

    alejado de las pautas vigentes en la Escuela de Chicago. Miuso del trmino bioeconoma escribe Georgescu-Roegenen 1986 no esta influenciado por la moda intelectual quereduce todos los fenmenos a un fundamento biolgico(Georgescu-Roegen 1986, 249n).

    Karl Marx Alfred Lotka Alfred Marshall

    El empuje inicial le vino de su maestro Joseph Schum-peter y su visin del desarrollo y la evolucin econmica queste haba sugerido a comienzos del siglo XX. Al reivindicarsecomo heredero de esta tradicin, Georgescu-Roegen une lasenseanzas proporcionadas por la ley de la entropa a las con-sideraciones schumpeterianas sobre el carcter evolutivo delproceso econmico. El tema de la economa escribaSchumpeter a principios de sigloes un proceso histrico

    nico en el cual no se puede retroceder, que cambia sin cesarsu propia constitucin, creando y destruyendo mundos cul-turales uno tras otro (Schumpeter 1912, p. 8); lo que se co-rresponde bien con el corolario entrpico en lo que tiene deirreversible e irrevocable. Tambin toma de su maestroSchumpeter el concepto de innovacinpara resaltar el ras-go de novedad por combinacin; de creacin de nuevosbienes, servicios y procesos a travs de la combinacin deelementos y procesos preexistentes,y que hace del desarrolloeconmico algo evolutivo e irreversible.

    3En Carpintero (2005) he profundizado ampliamente en la metfora del

    metabolismo econmico.4Tal y como demuestra Jacques Grinevald en un artculo notable, apar-

    te de Lotka, la contribucin del cientfico ruso Vernadski puede conside-rarse un antecedente importante del enfoque bioeconmico de

    Georgescu-Roegen (Grinevald, 1991).

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    No en vano, el propio Schumpeter se atrevi a calificara la innovacin por analoga con la biologa como unaautntica mutacin econmica fruto de la continua facul-tad de la mente humana para inventar nuevos bienes y proce-sos. En una frase frecuentemente citada por Georgescu-Roegen,Schumpeter sola decir que por muchos vagones que aada-mos sucesivamente uno detrs de otro, no por ello vamos atener como resultado un tren. Hace falta, efectivamente, al-guien que disee la locomotora que ha de ponerlos en movi-miento. Es esa locomotora la que constituye una innovacinrespecto a otros modos de transporte como podan ser el cochede caballos o los carruajes. Con esta sugerencia, Schumpeterse anticipa sin duda a la propuesta que, tres dcadas ms tar-de, en 1940, realizar el bilogo Richard Goldschmidt paraexplicar la evolucin biolgica. Goldschmidt, en su clebre yheterodoxo texto titulado The Material Basis of Evolution, ar-gumentaba contra la sntesis darwinista del cambio gradualsosteniendo, entre otras cosas, que en la evolucin de los seresvivos las nuevas especies surgan de manera abrupta y bruscacomo macromutaciones. La gran mayora de estas macro-mutaciones resultaban catastrficas (y por eso las denominmonstruos), pero algunas, por puro azar, lograban sobrevi-vir con xito: eran lo que Goldschmidt denominaba mons-truos prometedores. En contra de lo que sostenan losdarwinistas y neodarwinistas ortodoxos de comienzos del si-glo XX, la macroevolucin no avanzara por acumulacin decambios pequeos dentro de las diferentes poblaciones sinogracias a los escasos monstruos prometedores. Esta tesis deGoldschmidt, aparte de ser revalorizada por algunos cientfi-cos evolucionistas tan destacados como Stephen Jay Golud,es recordada tambin por Georgescu-Roegen. Utilizando eseparalelismo para el caso de la evolucin econmica, sugerirque en comparacin con la locomotora, el coche de caballossera un monstruo, pero de gran xito.

    El economista rumano dedic varios captulos de su li-bro La ley de la entropa y el proceso econmicoa discutir elconcepto de evolucin y el segundo principio de la termodi-nmica como ley evolutiva fundamental. Aunque se apoyen Lotka para definir la evolucin como la historia de unsistema que experimenta cambios irreversibles, le pareca queesta nocin era insuficiente, sugiriendo complementar el sig-

    nificado de irreversibilidad con aquel otro ms preciso deirrevocabilidad. Un proceso es irreversible en el sentido deque no puede desandar el camino andado hasta ese instante,aunque s puede alcanzar fases previas en el futuro tal y comoa un rbol que pierde las hojas cada ao le vuelven a salir alao siguiente. Sin embargo, cuando slo podemos pasar porun determinado estado una sola vez, entonces podemos decirque ese proceso es irrevocable. La degradacin entrpica esun tpico proceso irrevocable ya que la utilizacin de una pie-za de carbn en una caldera hace que su baja entropa sepierda irrevocablemente, que no pueda ser recuperada. Tam-bin el proceso econmico, tal y como fue descrito porGeorgescu-Roegen, supone la aparicin de un notable cam-bio cualitativo tanto desde el punto de vista fsico como his-trico. La continua aparicin y surgimiento de la novedadpor combinacin hace del desarrollo econmico e histricoun proceso que no es fcilmente predecible por varias razo-nes. Entre ellas destaca el hecho de que la novedad es unsuceso nico e irrevocable, en el sentido de quecronolgicamente slo sucede una vez. Ycomo representa uncambio cualitativo en relacin con fenmenos previos, no esfcilmente manejable con los modelos aritmomrficos y losagregados de la contabilidad nacional planteados por los eco-nomistas.

    Por ejemplo, Georgescu-Roegen siempre estuvo incmo-do con la identificacin que la economa convencional reali-zaba entre desarrollo econmico y aumento de la produccinde bienes y servicios. Una confusin que acaba describien-do los cambios acontecidos, cuando los hay, como variacio-nes nicamente cuantitativas, fcilmente expresadas a travsde conceptos aritmomrficos como el PIB. Pero el desarrolloeconmico es un proceso diferente, refleja cambios cualita-tivos y, por lo tanto, incorpora un matiz dialctico y evoluti-vo. Estos rasgos hacen que se resista a un tratamiento conconceptos y modelos aritmomrficos, lo que explica la difi-cultad para elaborar herramientas analticas satisfactorias, yla imposibilidad de establecer predicciones futuras sobre sutrayectoria. Los continuos errores y las dificultades con quese encuentran los econmetras a la hora de predecir el futuroms inmediato de cualquier variable econmica son unamuestra palmaria de este hecho.

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    VIOLAR LOS LMITES BIOLGICOS:ENDOSOMATISMO, EXOSOMATISMOY DESIGUALDAD SOCIAL

    En su enfoque bioeconmico Georgescu-Roegen va a arrancarde una distincin conceptual acuada por Alfred Lotka en19255 y hoy plenamente asentada en los mbitos de la biologay la ecologa entre los rganos endosomticos y los rga-nos exosomticos. Los primeros tienen la peculiaridad deacompaar a todo ser vivo desde su nacimiento hasta su muer-te (brazos, piernas, ojos, etc.). Precisamente mediante los cam-bios en esta clase de rganos es a travs de los que todo animalse va adaptando mejor o peor a las condiciones vitales y de suentorno. Sin embargo es necesario esperar demasiado tiempopara presenciar modificaciones evolutivas de estos seres vivosnicamente a travs de cambios en sus dotaciones endo-somticas. Como puso de manifiesto Georgescu-Roegen, serla especie humana quien hallar un mtodo ms rpido de evo-lucionar a travs de la progresiva fabricacin de rganos separa-bles o exosomticos que, no formando parte de la heren-cia gentica de la humanidad, son utilizados por sta en sudesarrollo evolutivo para vencer las restricciones biolgicas pro-pias. Ejemplos de este tipo de rganos pueden ser desde unsimple martillo hasta un automvil. Muchos de ellos son de-nominados por los economistas como capital, hecho que in-conscientemente pone de relieve cmo la visin del procesoeconmico, entendida como una extensin del proceso biol-gico en sentido amplio, posee un slido fundamento.

    Mi propia razn para afirmar que la economa deber seruna rama de la biologa interpretada de forma amplia,descansa en el nivel ms elemental de la cuestin. So-mos una de las especies biolgicas de este planeta, y comotal estamos sometidos a todas las leyes que gobiernan laexistencia de la vida terrestre. Efectivamente somos unaespecie nica, pero no porque hayamos obtenido el con-trol total de los recursos de nuestra existencia () lanica caracterstica que diferencia a la humanidad detodas las otras especies () es que somos la nica espe-cie que en su evolucin ha violado los lmites biolgicos.(Georgescu-Roegen 1977a, p. 313).

    Adems, el uso de esos instrumentos exosomticos quepermiten superar los lmites biolgicos se ha convertido enuna necesidad tal que, la existencia de la humanidad se en-cuentra ahora irrevocablemente ligada al empleo de instrumen-tos exosomticos y, consecuentemente, al uso de recursos natu-rales, de la misma manera que, por ejemplo, est unida en larespiracin al uso de sus pulmones y del aire(Georgescu-Roegen1971 [1996], 67). Dado su carcter separable del cuerpohumano los rganos exosomticos comenzaron a producirse eintercambiarse a travs del comercio, circunstancia sta que,unida a una serie de ventajas, hizo aflorar no obstante algunasimportantes dificultades que veremos a continuacin.

    En primer lugar, apareci un conflicto social por la pose-sin de estos rganos exosomticos, que desemboc en el surgi-miento de importantes desigualdades debido al diferente usode dichos instrumentos entre los individuos de un mismo pas.

    En la sociedad humana, normalmente nacemos igua-les endosomticamente. Es imposible con slo exami-nar el soma de un recin nacido decir si ste es un pre-sidente de banco o ste otro un obrero portuario ()el conflicto sobre quin va a bajar a la mina o a arardurante los helados vientos de marzo y sobre quin va abeber champagne estarn con nosotros para siempre ()[un] conflicto social que durar mientras la humanidadpermanezca sujeta a una actividad manufacturera querequiera una produccin socialmente organizada, y, pornecesidad, una organizacin social jerrquica que consis-te en gobernantes y gobernados en el sentido msamplio del trmino. (Georgescu-Roegen 1977a, 315).

    En aquellas especies que evolucionan de formaendosomtica puede existir una divisin del trabajo muy rgi-da (por ejemplo las hormigas o las abejas) pero en estas co-lectividades el conflicto social est ausente. La desigualdad ylas luchas de clases estn, segn Georgescu-Roegen, ntima-

    5En su libroElements of Physical Biology, Baltimore, Williams y Wilkins.No obstante, esta distincin ya fue realizada con anterioridad en el m-

    bito germnico. Vase Martnez Alier (1991).

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    mente unidas a la produccin y disfrute de rganosexosomticos. Y, en un razonamiento complementario, ha-bra que apuntar que la vida en sociedad por parte de la espe-cie humana parece ser un resultado de su evolucinexosomtica ms que endosomtica, lo que da origen a su vezal conflicto. Esto explica que, en general, el lugar y el disfrutede los individuos en este escenario sea tambin inversamenteproporcional a su cercana con los trabajos productivos ypenosos con contenido material como, por ejemplo, lafabricacin de rganos exosomticos (recuadro 1).

    Por lo tanto, no se trata de rechazar como intiles lostrabajos intelectuales, sino de poner el acento en sus conse-cuencias sociales, y en la especial divisin social fija del traba-

    jo que los vincula con los privilegios econmicos.Ahora bien, una segunda dificultad aparece cuando, de-

    bido a la diferente evolucin exosomtica, algunos pueblospueden llegar a constituir especies exosomticas distintas(pinsese en un norteamericano y en un etope). Esta separa-cin puede ser a veces mayor que la distancia que existe entredos especies biolgicas diferentes y las relaciones que se esta-blecen entre ellas tambin son objeto de conflicto.

    ElHomo Indicusescribe Georgescu-Roegen consti-tuye una especie exosomtica distinta a la delHomo

    Americanus. El primero cocina con un artilugio primiti-vo quemando estircol seco, el otro con un hornomicroondas con encendido automtico, autoajuste yautolimpieza, el cual recientemente ha revolucionado laforma de cocinar americana. La cuestin es que no pue-de existir relacin exosomtica entre los dos. Si el burro,que constituye un vehculo usado por elHomo Indicus,cae en una zanja y se rompe una pata, ningn neumti-co radial de acero podra reparar el pinchazo (Georgescu-Roegen 1977a, p. 316).

    Y, cada vez ms, el proceso de produccin y comer-cializacin de rganos exosomticos se est articulando sobreel stock finito de productos derivados de la corteza terrestre,en vez de sobre el flujo de radiacin solar y sus derivados quenos llega sin restricciones. Esta circunstancia nos depara latercera dificultad: la adiccin incurable que, segn Georgescu-

    Roegen, posee la humanidad hacia los instrumentos exoso-mticos ms intiles, y que hace aflorar a la superficie nosolamente un problema estrictamente econmico o biolgico

    Recuadro 1

    Privilegios y desigualdades

    () una mente de otro mundo tendra gran-

    des dificultades para comprender muchos

    aspectos de nuestro proceso econmico. So-

    bre todo, encontrara duro ver porqu los que

    desempean el trabajo improductivo han sido

    siempre la clase privilegiada econmicamen-

    te. Pero es por esto que aquellos que reali-zan un trabajo improductivo de cualquier tipo

    debieran estar precisamente en desventaja

    a la hora de recibir su parte en la distribu-

    cin de la renta nacional. Los trabajadores

    manuales pueden, normalmente, mostrar

    cuntos ladrillos han colocado, cuntosza-patos han fabricado, cunta tierra han remo-vido. Por contra, los gobernantes (senadores,

    jueces, escritores, o estadsticos) no pueden

    mostrar de ninguna forma palpable cunto o

    con qu dureza han trabajado. El secreto de

    su xito reside precisamente en este hecho

    fundamental: que no existe una medida ob-

    jetiva para su trabajo. Naturalmente uno pue-

    de mantener la exageracin sobre aquello que

    no puede medirse objetivamente. Esa es la

    razn por la que la lite social de todas las

    pocas, desde los sacerdotes del antiguo

    Egipto hasta los tecncratas contemporneos,

    han afirmado su superioridad realizando la

    misma pregunta: dnde estarais vosotros,

    los gobernados, si nosotros no estuviramos

    aqu para ayudaros a sobrevivir? Y el hecho

    es que est pregunta ha contenido una subs-

    tancial parte de verdad en todas las pocas

    histricas () Pero igualmente cierto es el

    hecho de que la mitologa social se ha erigi-

    do siempre sobre cada uno de esos roles

    para justificar el crecimiento abusivo de privi-

    legios especiales (Georgescu-Roegen 1977c,

    p. 367).

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    de satisfaccin de necesidades, sino, ms bien, una dificultadbioeconmica de mantenimiento de la especie humana sobreeste frgil planeta que nos cobija.

    VIVIR A COSTA DEL PATRIMONIO (FSIL)O VIVIR DE LAS RENTAS (SOLARES):ASIMETRAS Y DILEMAS BIOECONMICOS

    Los equilibrios en la bioeconoma dependen de mltiples as-pectos asimtricos que remiten a las dos fuentes bsicas dedonde procede la baja entropa: la radiacin solar, y la ener-ga procedente de los recursos minerales localizados en la cor-teza terrestre. Ahondemos un poco ms en estas asimetras yen sus consecuencias para la reflexin bioeconmica deGeorgescu-Roegen (Georgescu-Roegen 1972, pp. 25-28).

    Una primera divergencia surge al comprobar que los ma-teriales de la tierra constituyen un stock, una cantidad dada,mientras que la radiacin solar se presenta como un flujo con-tinuado en el tiempo. Aunque existe la posibilidad de que losmateriales extrados de la corteza terrestre puedan ser malgasta-dos todos hoy o diferir su consumo en el tiempo, no es posibleconsumir hoy un flujo futuro de energa solar. No debera pa-sar desapercibido que cada uno de estos componentes ha servi-do como fuente energtica principal a las dos actividades pro-ductivas bsicas de la humanidad: la agricultura y la industria.La radiacin solar sigue siendo el principal soporte para la pro-duccin de alimentos, y los yacimientos de combustibles fsi-les y de minerales lo son para la fabricacin de mercancas. Lacuestin no es nicamente que los procesos de industrializa-cin acenten nuestra dependencia de fuentes no renovables debaja entropa, sino que la propia agricultura cada vez se nutreen mayor medida de los mismos recursos que la industria. Laconsecuencia es en este caso un agravamiento del conflicto an-terior. El propio Georgescu, preocupado desde siempre por losaspectos agrarios de la produccin, percibi muy bien que elprogreso tecnolgico incorporado a los procesos productivossuele esconder un alto precio a pagar que convendra evaluar:

    Las ventajas de la mecanizacin son incuestionables, peroslo desde el punto de vista oportunista, porque, contra-

    riamente a lo que algunos entusiastas creen y predican,tales ventajas no dejan de tener un precio. Podemos ob-tenerlas solamente comiendo con mayor rapidez el ca-pital de baja entropa del que est dotado nuestro pla-neta. ste es, ciertamente, el precio que hemos pagado yseguimos pagando no slo por la mecanizacin de laagricultura sino por todo progreso tcnico () Para lle-gar a una imagen clara de esta necesidad, tendramosque observar, en primer lugar, que el bfalo mecnico[el tractor] est hecho de mineral de hierro y de carbn(primordialmente) y se alimenta de petrleo; en segun-do lugar, que el estircol de los difuntos carabaos ha desustituirse necesariamente por fertilizantes qumicos. Laconsecuencia debera ser evidente: desde el momento enque la energa y los elementos vivificantes no procedenya del flujo de radiacin solar a travs de los animales detiro, ha de obtenerse por una explotacin adicional delstock de recursos minerales de la corteza terrestre. Estecambio en baja entropa de una fuente a otra tiene unaimportante incidencia sobre el problema de durante cun-to tiempo puede alimentar este globo terrqueo a unapoblacin dada. (Georgescu-Roegen 1971[1996],pp. 376-377).

    De aqu no cabe concluir, sin embargo, una posicinantirracionalista o contraria a la aplicacin tecnolgica de losconocimientos cientficos como forma de mejorar las condi-ciones materiales de la humanidad. Lo que se plantea es lanecesidad de reflexionar desapasionadamente sobre las verda-deras consecuencias y riesgos de muchas de estas aplicacionespara as poder decidir racionalmente. Y en esta tarea la cien-cia, segn Georgescu-Roegen, nos brinda una herramientaexcepcional, a pesar de sus limitaciones.

    Una segunda cuestin tiene que ver con la dificultadpara encontrar un proceso rpido que transforme energaen materia de baja entropa y que sea fcilmente accesiblepara la actividad humana. De hecho, el acceso a materialescon baja entropa ser para Georgescu-Roegen ms quela escasez de recursos energticos el elemento crucialdesde un punto de vista bioeconmico (Georgescu-Roegen1972, p. 25).

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    LOS PRECURSORES DE LA ECONOMA ECOLGICA

    () debido a que la baja entropa recibida del sol nopuede convertirse en materia a granel, no es el stock fini-to de energa solar lo que pone un lmite al tiempo du-rante el cual puede sobrevivir la especie humana. Por elcontrario, es el exiguo stock de recursos terrestres lo queconstituye la escasez crucial. SeaS este stock y rla tasamedia a la que puede desacumularse. Evidentemente, setiene S=r x t, donde tse corresponde con la duracin dela especie humana. Esta frmula elemental demuestraque cuanto ms rpido decidamos desacumular S mscorto ser t. Ahora bien, rpuede aumentar por dos razo-nes. En primer lugar, la poblacin puede aumentar. Ensegundo lugar, para el mismo tamao de la poblacinpodemos acelerar la desacumulacin de los recursos dela Naturaleza para satisfacer necesidades creadas por elhombre, por lo general, necesidades extravagantes. Laconclusin es evidente () todo nio nacido ahora sig-nifica una vida humana menos en el futuro. Pero tam-bin, que todo automvil Cadillac producido en cual-quier momento significa menos vidas en el futuro. Has-ta hoy, el precio del progreso tecnolgico ha significadoun cambio desde la fuente de baja entropa ms abun-dante la radiacin solar a la menos abundante losrecursos minerales de la tierra (Georgescu-Roegen 1971[1996], p. 377).

    En este escenario es fcil observar cmo la degradacinentrpica sufrida por el stock de recursos terrestres nos lleva ala discusin sobre las pautas de agotamiento de esos recursosno renovables. Yaqu acude al primer plano de la discusinel problema de la solidaridad entre las distintas generaciones(presentes y futuras) en la distribucin de unos recursos enpermanente disminucin.

    En verdad, un trozo de carbn utilizado por nuestrosantepasados desaparece ya para siempre, del mismo modoque la parte de plata o hierro extrada por sus manos.Todava las generaciones futuras tendrn derecho a suparte inalienable de energa solar que es, efectivamente,enorme. De igual manera podrn utilizar, al menos, unasuma de madera equivalente al crecimiento vegetal anual.

    En cambio, para la plata o el hierro disipado por lasgeneraciones anteriores no existe una compensacin si-milar (Georgescu-Roegen 1972, p. 26).

    Pero todo lo anterior se agrava al aparecer una terceraasimetra: la diferencia fundamental entre lo que representaen trminos energticos el stock de energa libre de la Tierra yla cantidad de flujo de energa solar. El total de los recursosminerales y energticos contenidos en la corteza terrestre sonuna fraccin muy pequea del flujo de energa solar recibidapor la Tierra. Se estima en unos pocos das de radiacin solarel equivalente de la energa acumulada por todos los yaci-mientos de recursos energticos del planeta (petrleo, gas, etc).Sin duda, este punto aade una importante dimensin tem-poral al asunto, sobre todo si comparamos la velocidad a laque consumimos el stock de recursos agotables con los milesde aos que tardan en formarse esos mismos yacimientos.

    Existe, no obstante, una cuarta asimetra que abunda enuna tendencia negativa ya mencionada: la masiva utilizacinde la energa derivada de los combustibles fsiles que ha au-mentado considerablemente el nivel general de entropa, encomparacin con la escasa utilizacin industrial de la energasolar. Se retrasa, pues, la tendencia de la nica solucin facti-ble que, desde el punto de vista de la civilizacin, se vislum-bra para nuestra supervivencia, acotando an ms el interva-lo temporal para explorar nuevas alternativas.

    En penltimo lugar cabe advertir el papel preeminenteque la energa solar posee dentro del enfoque bioeconmicodebido a una caracterstica nica: su utilizacin est libre delos efectos contaminantes que caracterizan al resto, es decir, aaquellas que no estn a salvo de efectos nocivos. Cuando losproblemas ecolgicos de la civilizacin industrial no son ni-camente una cuestin de escasez de recursos sino adems unproblema grave de asimilacin de residuos, la tendencia apun-tada no parece avanzar en la solucin correcta.

    Por ltimo, Georgescu-Roegen hace hincapi en una asi-metra bioeconmica que tiene que ver no slo con el papelde la humanidad en la utilizacin de la energa disponible,sino con el conflicto que, como especie, mantiene con el res-to de las que habitan nuestro planeta. Parece obvio que lasupervivencia de cada especie depende de la radiacin solar

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    directa o indirecta que es capaz de aprovechar. Pues bien, lahumanidad, a causa de su adiccin exosomtica mantiene ade-ms una estrecha dependencia de los recursos minerales de laque ya se ha dado cuenta. Para su utilizacin no compite conotras especies, pero con su uso despilfarrador s que es capazde poner en peligro la vida de otras especies. Esta ausencia decompetencia por el stock de materiales procedentes de la cor-teza terrestre no oculta, sin embargo, la lucha por los frutosderivados de la energa solar.

    Nada en la naturaleza es comparable en brutalidad a lacompeticin humana por la energa solar (en forma dematerias primas o subproductos). La humanidad no seha desviado ni un pice de la ley de la jungla; inclusocon menos compasin a causa de sus sofisticados instru-mentos exosomticos. La especie humana ha intentadoabiertamente exterminar cualquier especie que le robarala comida o le intentara devorar: lobos, conejos, insec-tos, microbios, etc. (Georgescu-Roegen 1972, p. 28).

    La reflexin del economista rumano se ha cuantificadoya hace algn tiempo. En efecto, sabemos que la produccinprimaria neta (PPN: total de la materia fotosintetizada des-contando la energa gastada por la propia planta en el proce-so de la fotosntesis y en su propia respiracin) es el origen dela cadena alimentaria sin la cual difcilmente podramos con-tinuar como especie, la vida sobre la Tierra. Teniendopresente que para un perodo de tiempo concreto, la canti-dad mxima de PPN es limitada, la captacin realizada porla humanidad de la energa solar fijada por las plantas terres-tres y que no es utilizada por ellas se realiza a costa del restode especies. Actualmente esta apropiacin supone, en trmi-nos de recursos, el 40% de la PPN terrestre (Vitousek 1986).Es evidente que este proceso de expansin de la especie hu-mana deja muy reducidas las capacidades del resto de las es-pecies para su supervivencia, y posee un lmite absoluto queno puede sobrepasar: el 100% de la PPN.

    As pues, los procesos de produccin de mercancas apo-yados en la captacin de ingentes recursos naturales y la de-posicin de grandes cantidades de residuos sin asimilar hadeterminado, en buena medida, el carcter insostenible de

    los actuales modos de produccin y consumo al servicio deldisfrute de la vida. Cualquier recuperacin de la estabilidadecolgica para hacer ms sostenibles las relaciones entre laespecie humana y la naturaleza debe pasar por tomar ejem-plo de la biosfera y articular los procesos productivos bajo elparaguas de fuentes de energa renovables y procedimientosque consigan cerrar los ciclos de materiales, reutilizando yreciclando los residuos para su aprovechamiento como recur-sos. Sin embargo, lejos de reconocer este hecho, los mtodosde valoracin econmica promueven los procesos de destruc-cin ambiental generalizada:

    El clculo econmico ordinario escribe Jos ManuelNaredo valora los bienes que nos ofrece la naturalezapor su coste de extraccin y no por el coste de reposi-cin. Por ello se ha primado sistemticamente la extrac-cin frente a la recuperacin y el reciclaje (cuyos costesse han de sufragar ntegramente) distanciando enorme-mente el comportamiento de la civilizacin industrial delmodelo de sostenibilidad que nos ofrece la biosfera(Naredo 1996, p. 29)

    EL DESTINO PROMETEICO DELA HUMANIDAD Y ALGUNAS CAUTELASSOBRE LA TECNOLOGA COMO SOLUCIN

    Gran parte de las reflexiones de Georgescu-Roegen al hilo desus preocupaciones bioeconmicas tuvieron como elementocomn el papel de la tecnologa. Recogiendo algunas de lascuestiones desarrolladas en el captulo anterior, y planteadaslas asimetras que afectan al propio desarrollo bioeconmicode la humanidad, Georgescu busc establecer un relacin entrela posibilidad de encontrar una tecnologa viable (rganoexosomtico viable) y el mantenimiento de la vida en el pla-neta. Yes que para este cometido no era lo mismo cualquiertecnologa. Su viabilidad deba apoyarse en lo que el econo-mista rumano denominaba, irnicamente, receta prometeica(en honor al personaje de la mitologa griega que rob el fue-go a los dioses para entregrselo a los humanos y hacerles lavida ms placentera).

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    LOS PRECURSORES DE LA ECONOMA ECOLGICA

    Tres eran para Georgescu-Roegen las tecnologasprometeicas que haban protagonizado la historia humana, esdecir, que contribuyeron decisivamente al progreso exosom-tico de la humanidad: el dominio del fuego, la agricultura, yla mquina de vapor.6 Aunque muchos han sido los avancestecnolgicos logrados por la humanidad, no todos puedenser calificados como decisivos desde el punto de vista evoluti-vo. Para Georgescu, nicamente merecan el calificativo deprometeicas, las que haban sido capaces de generar un ex-cedente energtico por encima de su utilizacin. Dicho aspodra dar lugar a confusin ya que, en sentido estricto, lasleyes de la termodinmica impiden la construccin de la m-quina perfecta. Sin embargo, el sentido preciso de su afirma-cin es el siguiente: con la chispa de una cerilla podemosincendiar un bosque, del mismo modo que con cualquier se-milla cultivada producimos una cantidad de granos superiora la plantada.7 Por ltimo, la mquina de vapor (o el motorde combustin) entrara tambin dentro de las recetasprometeicas al permitirnos acceder a fuentes de baja entropacon un contenido energtico mucho mayor que el utilizadopor la propia mquina: simplemente con un poco de car-bn [que le sirva de combustible al motor de bombeo] pode-mos desecar el agua de una mina y procurarnos mucho mscarbn del que emple la mquina e incluso el necesario paraotras minas (Georgescu-Roegen 1992, p. 176).

    As pues, cualquier tecnologa viable que suponga uncambio cualitativo desde el punto de vista de la evolucinexosomtica de la humanidad, y que conlleve un cambio sus-tancial en la superacin de los lmites estrictamente biolgi-cos de la especie, debe apoyarse en una receta prometeica.Esta cualidad las diferencia de otras tecnologas o adelantosque, como el ordenador, o la electrnica en general, no cum-

    plen con el requisito mencionado aunque poseen otras venta-jas notables. Dicho en un tono tal vez demasiado duro: Loque precisa la actual crisis es una nueva receta prometeica, nocualquier invencin ms o menos fantasiosa, detalle que pa-san por alto quienes, individualmente o en el seno del cre-ciente nmero de asociaciones, exaltan su propia alternativa(Georgescu-Roegen 1992, p. 176).

    Para encontrar esa especial receta y vencer la espada deDamocles de la entropa necesitamos tiempo. Lamentable-mente, la cuestin que dramticamente surge es: qu hacermientras?, sobre todo cuando la civilizacin industrial pro-fundiza da a da en su dilema energtico. Georgescu-Roegensaba que la nica solucin viable en el tiempo y perdurableen cuanto a sus efectos deba de pasar por el uso masivo de laenerga solar y sus derivados. A pesar de ello, y poco antes demorir, todava se senta bastante escptico respecto a que laenerga captada por una serie de clulas fotovoltaicas bastarapara amortizar la energa necesaria para fabricarlas, inclusoaunque se obtuviesen los materiales gratis por otros medios.El milagro no parece aflorar tan fcilmente y la energa so-lar igual que la electricidad contina siendo un parsi-to de otras energas (Georgescu-Roegen 1992, p. 176).

    Que la prudencia y el saludable escepticismo de nuestroeconomista frente al progreso tecnolgico como solucin pue-den ser las estrategias ms racionales lo constata la disyun-tiva planteada por Robert Costanza a finales de la dcada delos ochenta. Un dilema que supone la profundizacin, connuevas razones, en la sugerencia de Georgescu-Roegen sobrelas diferentes posibilidades a que se enfrenta la humanidad ensemejante contexto (Costanza 1989). Si representamos, a tra-vs de una tabla de doble entrada, las estrategias a llevar acabo y los supuestos aceptados por la sociedad respecto delprogreso tecnolgico como solucin a los problemas ecol-gicos, podemos llegar a los resultados expresados en el recua-dro dos, en la pgina siguiente.

    Si elegimos una poltica que deje en manos de la tecno-loga la solucin de la mayora de los problemas y la maneraen que evoluciona el mundo les da la razn a los optimistastecnolgicos, entonces los beneficios derivados de esa accinsern muy elevados. Si, por el contrario, los optimistas tecno-lgicos no tienen razn y el mundo no es capaz de lograr los

    6La verdad es que modific con los aos el nmero final de tecnologas

    prometeicas. As puede verse cmo en 1982 segua manteniendo ni-

    camente el fuego y la mquina de vapor (Georgescu-Roegen, 1982)

    mientras que ya en uno de sus ltimos escritos introduca tambin la

    agricultura (Georgescu-Roegen 1992, p. 175).7 Hay que advertir que este resultado se obtiene gracias a que no secontabiliza precisamente la radiacin solar que, de cualquier manera,

    incidira sobre la Tierra.

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    beneficios tecnolgicos postulados por los optimistas, enton-ces el resultado ser desastroso para la vida en el planeta. Porotro lado, si la poltica llevada a cabo es ms bien pesimistarespecto a las posibilidades de la tecnologa para resolver losproblemas ambientales y, a posteriori, se demuestra que losoptimistas tecnolgicos tenan razn en sus planteamientos,entonces el beneficio obtenido por dicha estrategia es slomoderado. Finalmente, en el caso de que la razn est dellado de los pesimistas tecnolgicos, el escenario que se pre-senta ser con las dificultades pertinentes tolerable des-de el punto de vista social.

    El problema aparece al percibir que el estado en que seencontrar el mundo en el futuro es un resultado difcil deprever y por ello la decisin se debe tomar en un contexto deincertidumbre. Pues bien, lo que la teora de juegos nos diceen este caso es que hay que adoptar un criterio que minimicelas prdidas irreversibles a costa de incurrir en prdidas tole-rables. En este sentido, la eleccin racional nos lleva a esta-blecer una estrategia, en palabras de Costanza pruden-temente pesimista, ya que el coste de equivocarse es modera-do mientras que si no se tiene razn la situacin todava resultatolerable; evitndose as, la probabilidad de una situacin irre-versible de desastre. Si creemos que el progreso tecnolgicoinventar algo que nos salve de la escasez de recursos norenovables, entonces podemos dilapidar actualmente los quetenemos. Forma sta, por otro lado, de hacer explcita o evi-dente la dictadura del presente sobre el futuro. En cambio,si, por el contrario, concebimos el progreso tecnolgico comoun instrumento con ciertas limitaciones, entonces la estrate-

    gia deber incluir otras consideraciones (conservacin, asig-naciones al margen del mercado, etc.).

    MINIMIZAR LOS REMORDIMIENTOS FUTU-ROS: CONSERVACIN, REDISTRIBUCINY EL MITO DE LA SALVACIN A TRAVSDEL MERCADO

    Minimizar, pues, las prdidas irreversibles. En frase ya cle-bre, Joan Robinson sola explicar que el pasado est dado yno se puede cambiar y el futuro es incierto y no se puedepredecir. Un buen punto de partida, sin duda, para elegir laestrategia adecuada a la luz de los inconvenientes de que ado-lece la explotacin directa de la energa solar y las limitacio-nes del propio optimismo tecnolgico. La propuesta deGeorgescu-Roegen, calificada de prudente y racional va aser la conservacin. Dos elementos aparecen unidos a estaestrategia: uno relacionado con el consumo individual y otroque tiene que ver con su articulacin institucional.

    Por un lado, estara la necesidad de reducir el consumopara paliar el agotamiento de los recursos vitales al mnimocompatible con la supervivencia razonable de la especie.Hemos vivido durante miles de aos sin carros de golf, sincoches que ocupan dos plazas de garaje y sin aviones Con-corde, recordaba Georgescu-Roegen en 1982. Yni que decirtiene que lo anterior era una propuesta para tierras sobre-desarrolladas y no para territorios que no han cubierto to-dava sus necesidades bsicas. El programa de austeridad

    Recuadro 2

    Pesimismo versus Optimismo

    Los optimistas Los pesimistas

    tiene razn tiene razn

    Poltica basada en un optimismo tecnolgico Alto Desastroso

    Poltica basada en un pesimismo tecnolgico Moderado Tolerable

    Fuente: Costanza (1989, p. 4).

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    LOS PRECURSORES DE LA ECONOMA ECOLGICA

    escribe el economista rumano debera aplicarse sobre todoa tierras de abundancia, no a los pueblos necesitados econ-micamente, como Bangladesh, por ejemplo. (Georgescu-Roegen 1992, 177).

    En segundo lugar, la conservacin no debe ser un conjun-to de actuaciones diseado nica y exclusivamente por los pa-ses ricos (aunque sean verdad los versos hlderlinianos: Dedonde nace el peligro/nace la salvacin tambin), sino que debecontar con la participacin en un esfuerzo comn de to-dos los pases, en torno a una organizacin internacional quegestione y administre unos recursos mundializados. Esta pro-puesta, realizada por Georgescu-Roegen en la Asamblea Alter-nativa a la Cumbre de Estocolmo en 1972 persegua comoobjetivo impedir que la creciente escasez confirmada por loshechos acentuara las desigualdades internacionales ya exis-tentes y acabara por fomentar ms guerras. Lo que no quitapara que la especie humana llegue a la extincin segregadaeconmicamente. No podemos descartar la posibilidad de quealgunos de los ltimos supervivientes mueran en palacios y otrosen chabolas(Georgescu-Roegen 1992, p. 177).

    Al proponer una gestin mundializada, Georgescu utili-za el trmino a la manera de socializada o nacionalizada,alejndose as del dogma econmico que identifica al libremercado con la mejor forma de asignar los recursos esca-sos ya sea entre los miembros de una misma generacin,o entre aquellos que pertenecen a distintas generaciones.De ah que el problema ecolgico de las relaciones entre lacalidad de vida de la generacin actual y la asignacinintergeneracional de los recursos no pueda sernicamenteana-lizado desde la perspectiva de la economa convencional. Exis-ten, como es sabido, varios inconvenientes para dejar en ma-nos del mercado este tipo de asignacin.

    Es preciso recordar, en primer lugar, que la asignacin atravs del mercado por la interaccin de la oferta y la deman-da slo es posible en el caso de las generaciones actuales, puesslo stas pueden expresar su demanda por medio del gasto.En el caso de las generaciones futuras existe una dificultadontolgica a la hora de que acudan al mercado para mostrarsus preferencias y demandas: simplemente an no han naci-do. La aplicacin estricta de la teora econmica ortodoxapuede dar lugar incluso a resultados discutibles en presencia

    de recursos que son irremplazables. Como escribi el econo-mista rumano hace ms de tres dcadas:

    Existe un principio econmico elemental de acuerdo conel cual el nico camino para conseguir un precio rele-vante de un bien irreproducible, por ejemplo, laMona

    Lisa de Leonardo da Vinci, es contar absolutamente contodas las demandas que se ejercen sobre l. De otro modo,si slo estuviramos dos personas demandando ese bien,uno de nosotros podra conseguirlo fcilmente por unoscuantos dlares. Pero este precio, sera claramente unaparodia. Esto es exactamente lo que ocurre con los re-cursos no reproducibles. Cada generacin puede usarcuantos recursos procedentes de la corteza terrestre quie-ra y producir tanta contaminacin como su propia de-manda de recursos decida. Sin embargo, las generaciones

    futuras no pueden expresar su demanda en los mercados ac-

    tuales simplemente porque no existen. (Georgescu-Roegen1972, p. 30. La cursiva es ma).

    Vemos, pues, que el enfoque convencional adolece tam-bin de algunas deficiencias a la hora de valorar correcta-mente objetos o bienes que no son reproducibles, como lasobras de arte o los recursos naturales no renovables. Decimoscorrectamente para poner de manifiesto que los precios rea-les no presentan las propiedades necesarias para servir de guaa una razonable gestin de los recursos naturales. Si fueranbuenos indicadores de la escasez, los precios en los mercadosinternacionales de recursos minerales y energticos debierande haber experimentado continuamente alzas generalizadas,ya que cada barril de petrleo y cada tonelada de carbn ex-trada actualmente suponen un barril y una tonelada de me-nos que no podr ser consumida en el futuro.

    Ante el aumento considerable de la demanda y la extrac-cin de combustibles fsiles y de minerales experimentadodesde la dcada de los cincuenta, la respuesta esperada de lascotizaciones de estos bienes en los mercados internacionalesdebera haber corrido pareja con el incremento de su agota-miento y consumo, sealando de paso, la creciente esca-sez de los mismos. Sin embargo, salvo contadas excepcionescomo la de los aos 1973, 1979, 2000 y 2005, la evolucin

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    del carbn, del petrleo del hierro y del resto de metales nofrricos se ha saldado con cadas continuadas de las cotizacio-nes con leves repuntes coyunturales. Por ejemplo, en el casodel carbn, que ha ms que duplicado su extraccin y consu-mo desde comienzos de la dcada de los cincuenta (pasandode 2.000 millones de toneladas a ms de 4.500 a comienzosde los noventa, despus de la subida en su cotizacin a partirde 1970, no ha dejado de descender, situndose a comienzosde los noventa en los niveles de finales de los sesenta. El casodel petrleo ha sido muy similar al del carbn,simultanendose, a partir de la subida de precios de 1973,un incremento en las extracciones y la demanda de consumo,con una reduccin continuada salvo aos contados desu cotizacin en los mercados internacionales. Quizs el ejem-plo ms dramtico sea el del hierro, que ante un incrementoconstante en la demanda y la extraccin ha visto caer susprecios en picado hasta niveles anteriores a 1950. Este aspec-to aparece refrendado por uno de los ltimos informes delWorldwatch Institute estadounidense:

    El consumo de materiales escriben John E.Young yAaron Sachs ha llegado a unos niveles tan extraordi-narios en los pases industriales debido a la existencia deun marco econmico global desfasado que deprime losprecios de las materias vrgenes y, lo que es ms impor-tante, no responde a los costes ambientales de extrac-cin y transformacin. La cada de los precios ha conti-nuado an cuando los costes ambientales de la econo-ma global de materiales hayan subido de maneraimportante. En la ltima dcada casi todos los bienesimportantes se han abaratado de manera significativa entodo el mundo, tendencia que, a su vez, ha permitidoque las tasas de consumo mantengan un ritmo de creci-miento constante (Young y Sachs 1999, p. 143).

    Las lneas precedentes muestran cmo la tendencia de lamayora de los minerales y recursos energticos en los lti-mos cincuenta aos ha evolucionado en sentido inverso alque deba predecir la teora de la asignacin intertemporal derecursos: ha aumentado la extraccin de casi todos ellos (ha-cindolos objetivamente ms escasos) a la par que se desplo-

    maban sus precios en los mercados. Yno parece que esa ca-da en la cotizacin se deba, en el caso de las fuentes de ener-ga, a la sustitucin de unas fuentes por otras (aspecto steque hara disminuir la demanda y el precio), pues el petrleoy la mayora de los combustibles fsiles siguen teniendo unaposicin hegemnica.

    Pero los precios, en el enfoque econmico convencional,no tienen nicamente un papel como indicadores de la escasez.A menudo son interpretados como costes de oportunidad enque incurre el consumidor o la sociedad al optar por una mer-canca en contra de otra, a saber: aquello a lo que renunciamosy que podamos haber adquirido, pero que perdemos al realizarnuestra eleccin. De modo que, cuando los precios son eleva-dos, el coste de oportunidad de la eleccin es alto ya que conese dinero se podran adquirir muchas unidades del bien conque lo comparamos u otros bienes diferentes; y cuando el pre-cio es reducido la situacin es la inversa. Si aplicamos este con-cepto a la asignacin de recursos entre generaciones, tenemoscomo resultado que los precios siguen hacindonos un flaco fa-vor: cuanto menores sean los costes de oportunidad de extraerun barril de petrleo frente a otra opcin energtica, mayor serel incentivo para que la generacin actual dilapide todas las re-servas disponibles. Ahora bien: muchas veces no es sencillo cuan-tificar ese coste de oportunidad. Cul sera su importe en elcaso de la utilizacin del ltimo barril de petrleo disponible?

    De todos modos, no slo es una cuestin de precios o decostes de oportunidad. Otra importante razn que intenta jus-tificar la asignacin mercantil entre generaciones es la que seapoya en la siguiente premisa: al cuidar nosotros de nuestroshijos, stos de los suyos y as sucesivamente, las generacionesfuturas se encuentran en buenas manos. La cosa, sin embargo,tiene truco, tal y como Georgescu-Roegen lo expres con msnfasis: sta es una secuencia algortmica que lleva cuidandode nuestros intereses econmicos desde la poca de Julio C-sar, o desde mucho antes, pero a ninguno de los defensores sele ha ocurrido preguntar si la relacin cuidar de es transitiva.(Georgescu-Roegen 1992, p. 184). Y parece que tena razn sirealizamos un breve recorrido por el ambivalente legado quenos han dejado nuestros antepasados.

    Cabe concluir, entonces, que la pretensin de extenderla lgica econmica individual a la resolucin de cuestiones

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    LOS PRECURSORES DE LA ECONOMA ECOLGICA

    que ataen a la sociedad en su conjunto provoca no pocosquebraderos de cabeza tanto a los cientficos sociales que lasestudian como a las colectividades que sufren su aplicacin.Esta regla general vale tambin para el caso de los recursosnaturales. Es verdad que, como individuos, cada uno de no-sotros tiene una vida limitada y por eso tal vez (y simplifican-do en exceso) quepa suponer que las personas ante el dilemade un consumo cierto ahora, y uno incierto en el futuro pre-fieran realizar el gasto en el momento. Esto explicara el fen-meno del descuento del futuro y el surgimiento del tipo deinters como recompensa por la espera de no gastar el dineroen consumir ahora para hacerlo ms adelante, es decir, porahorrar o prestar para que otros realicen ese consumo.8 Deigual manera, entonces, que un individuo o una empresa quedesean realizar una inversin suelen elegir aquella que les pro-porciona un mayor valor actual de los beneficios futuros (laque proporciona unos beneficios futuros mayores valoradosen la actualidad a un determinado tipo de inters), as debe-ra actuar la sociedad en su conjunto al decidir sobre el uso yla asignacin de sus recursos entre diferentes usos. Pero, aun-que los individuos son mortales considerados singularmente,haramos bien en suponer que la humanidad en su conjuntoes inmortal: esa sera la nica posibilidad de incorporar sinlimitaciones a la generaciones futuras. Esto provocara unatransformacin importante del punto de vista con que enfo-camos los problemas. En palabras de Georgescu-Roegen: lateora econmica es en esencia bioeconoma desde el momentoen que atiende a la evolucin y a la existencia de la humani-dad como especie, y no slo como un individuo que buscanada ms que la maximizacin de su utilidad o beneficio per-sonal (Georgescu-Roegen 1983, p. 3). Lo que explica que,en este contexto:

    Maximizar la utilidad descontada como predican loseconomistas convencionales slo podra tener sentido

    para un individuo porque, siendo mortal, el individuono est seguro de que pueda estar vivo ni siquiera maa-na. Es, sin embargo, totalmente inepto para la humani-dad confiar en los ejercicios matemticos por muyrespetables que puedan ser sus autores que descuen-tan el futuro. Est justificado que la humanidad crea queexistir durante un perodo prcticamente ilimitado y quese comporte en consecuencia. Por lo tanto, como guapara la conducta de la humanidad, recomiendo encare-cidamente que debiramos adoptar el principio de mi-nimizar los remordimientos (Georgescu-Roegen 1977a,317-318).

    Si nos tomamos en serio lo anterior, cabe dudar de laracionalidad econmica convencional basada en la maxi-mizacin del beneficio empresarial o del bienestar individuala corto plazo como una gua razonable para la gestin yasignacin de los recursos naturales a largo plazo. Y es que laaparicin en escena de la incertidumbre en el futuro y la uti-lizacin de la prudencia que minimiza los remordimientos oarrepentimientos futuros, abonan la propuesta del economistarumano a favor de la conservacin.

    UN PROGRAMA BIOECONMICO MNIMO

    Georgescu-Roegen es un caso tpico de cientfico social conconciencia de su quehacer acadmico, y por esta razn mu-chas de sus reflexiones intentan ser operativas tambin en elmbito de lo poltico. De esto da prueba no slo su experien-cia en la Rumana de entreguerras, en la que tuvo la suficien-te honradez para desechar la teora econmica aprendida enHarvard por ser totalmente inaplicable al contexto rural en elque se encontraba, obligndoles a realizar un esfuerzo intelec-tual importante para encontrar un marco terico apropiadopara la explicacin de las economas campesinas. Mostrando,en suma, que se poda influir positivamente para cambiar loshbitos de la ciencia, la conciencia y el comportamiento delas personas.

    En su ensayo de 1972 ya citado y titulado Energy andEconomic Myths (Energa y mitos econmicos), que enca-

    8 Baste una advertencia, como bien saben los economistas, las cosas

    son mucho ms complicadas tanto en lo que respecta a la actitud ante

    el descuento del futuro como a la explicacin del origen de los tiposde inters. Sin embargo, una aclaracin de todas las posturas al res-

    pecto nos alejara demasiado de nuestro objetivo.

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    beza el volumen publicado en 1976, Georgescu despliega ladimensin poltica de la Bioeconoma y se propone un pro-grama (aunque mnimo) de actuacin concreta. Ahora bien:al leer el contenido de este programa tal vez aflore en el lectoro lectora una sonrisa conmiserativa en relacin con la inge-nuidad de muchas de las sugerencias de nuestro economista.Es verdad que, desde el presente, la mayora aparecern comoviejas ideas de sentido comn ya repetidas, cuando no utpi-cas. Georgescu-Roegen sola decir, sin embargo, que la tareade los economistas crticos era siempre triste y difcil porquetenan que reafirmar continuamente lo evidente. Varias sonlas medidas que sugiere el cientfico rumano para comenzarla senda correcta de nuestro comportamiento con la natura-leza (Georgescu-Roegen 1972, pp. 33-35).

    1. A comienzos de los aos setenta, la escalada armamentistapareca no tener fin y, como economista que sabe el costede oportunidad del uso de los recursos, a Georgescu lemolestaba profundamente el despilfarro protagonizado porlos gastos militares. Dentro de este Programa Bioeconmicopropondr, como primera medida urgente, la prohibicincompleta de cualquier tipo de armamento de guerra pormedio de un consenso o pacto entre las naciones producto-ras y sobredesarrolladaspara suspender la produccin. Es-peremos fervientemente que podamos tambin vivir sin nin-gn tipo de arma que sirva para asesinarnos a nosotros mis-mos, planteaba Georgescu-Roegen hace ms de tres dcadas.O dicho de otra manera: Es francamente absurdo (ademsde hipcrita) continuar la produccin creciente de tabacosi, declaradamente, nadie tiene intencin de fumar.

    2. El planteamiento de Georgescu abonaba tambin una se-gunda medida tendente a liberar una importante capaci-dad productiva con destino a la ayuda internacional, perosin costes para el nivel de vida de los pases donantes. Estaayuda debera realizarse bajo estrictos criterios de controly buena planificacin que evitasen despilfarros y potencia-sen el desarrollo endgeno. Todo ello con las cautelas ne-cesarias para no exportar modos de vida y comportamien-tos difcilmente tolerables a escala planetaria.

    3. Por las mismas fechas, los efectos de la mal llamada revo-lucin verde, que signific la extensin y proliferacin de

    fertilizantes, plaguicidas, herbicidas, de origen qumico so-bre la agricultura eran ya perfectamente visibles. Habidacuenta de los costes ambientales tan importantes, era preci-so extraer las oportunas enseanzas de cara al logro de unaagricultura ms compatible con el medio ambiente. Georges-cu-Roegen propone como tercera medida la disminucingradual de la poblacin a un nivel adecuado para que pue-da alimentarse con el producto de una agricultura orgnicay biolgica que preserve las riquezas y la fertilidad de lossuelos a largo plazo. Aos ms tarde, insistir en este puntoestableciendo que la poblacin del planeta deber reducir-se al nivel de la capacidad de carga natural de la tierra, asaber: el nivel al cual puede ser alimentada nicamente conagricultura ecolgica. (Georgescu-Roegen, 1977c, d).

    4. Si la estrategia de conservacin implicaba en muchos casosreducir a lmites razonables nuestra utilizacin de los recur-sos naturales, haba que impedir por todos los medios aque-llos comportamientos que fueran precisamente en la direc-cin contraria. Con tal fin sugiere la cuarta medida de suprograma: evitar el desperdicio de energa producido por lasobreutilizacin de la misma, regulando, si llega el caso, suconsumo de forma estricta. Todo ello mientras no podamosutilizar la energa solar por fusin controlada.

    5. No hay que olvidar que en la determinacin de los com-portamientos de los consumidores una buena parte vieneinducida por la fases de produccin. De ah su quinta su-gerencia: reducir los comportamientos extravagantes en elconsumo presionando a los fabricantes para que determi-nadas mercancas absolutamente intiles y con un alto costeecolgico no sean producidas. Para ello tambin es me-nester que los individuos de los pases industrializados de-

    jen de perpetrar autnticos crmenes bioeconmicos cam-biando de coche cada ao o redecorando frecuentementesus mansiones. Es verdad que se puede y debe obligar alos fabricantes a producir sus bienes con una composiciny diseo que los haga ms duraderos. Ahora bien, paraGeorgescu-Roegen existe un elemento previo vinculado conel culto que se rinde a la moda y que hace efmero todoacto de consumo. Es preciso que los consumidores sereeduquen a s mismos para superar las modas. Ser en-tonces cuando las empresas tendrn que orientar su pro-

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    duccin hacia la durabilidad. Y hay que completar elcuadro prestando mucha atencin, no slo a las cuestio-nes de durabilidad, sino a la necesidad de facilitar la repa-racin de los bienes ya puestos en el mercado para evitartirar un par de zapatos por el mero hecho de que se leshaya roto un cordn.

    6. El Programa Bioeconmico Mnimo concluye con una met-fora muy de su talante. Georgescu nos anima a luchar porintentar curarnos del sndrome que denomina crculo vi-cioso de la maquinilla de afeitar, por el cual nos aferramosal absurdo de afeitarnos ms rpido cada maana para astener tiempo suficiente para trabajar en una mquina queafeite ms rpidamente y as tener ms tiempo para trabajaren otra mquina que todava lo haga ms rpido ... y asadinfinitum. Reflexin que, de paso, nos coloca frente al viejodilema de cmo usar nuestro ocio y de retornar, por unavez, a la antigua sabidura que nos aconsejaba trabajar paravivir y no lo contrario. Porque de eso se trata: de vivir.

    PENSAR CON GEORGESCU-ROEGENY MS ALL DE GEORGESCU-ROEGEN

    A pesar de los matices y distinciones que Georgescu-Roegenquiso imprimir a su nocin de Bioeconoma, lo cierto es que,por desgracia, el sentido de este trmino que ha prevalecidoen la literatura ha sido el sostenido por los economistasneoclsicos con sus derivaciones sociobiolgicas. Sin embar-go, esta circunstancia no ha impedido que sus enseanzastuvieran continuidad. A finales de los ochenta y comienzosde los noventa se produjo un doble movimiento en este senti-do, aunque con desigual xito. Por un lado, gracias a la per-sistencia de sus compatriotas Joseph C. Dragan y MihaiDemetrescu, varios de los discpulos y admiradores del eco-nomista rumano contribuyeron, a comienzos de los noventa,a la creacin de laEuropean Association for Bioeconomic Studies,cuya primera Conferencia Internacional, en 1991, supuso unhomenaje por el 85 cumpleaos del economista rumano.En 1994, se organiz la segunda Conferencia en Palma deMallorca, con un formato muy similar, pero el impacto deesta iniciativa ha sido limitado desde entonces. La influencia

    de Georgescu-Roegen en la dcada de los noventa hay quebuscarla en otro lugar, en otro origen.

    Joan Martnez Alier ha destacado en varias ocasiones, ycon razn, que la Bioeconoma de Georgescu-Roegen se haacabado convirtiendo en lo que, desde hace tiempo, se cono-ce como Economa Ecolgica. Y, efectivamente, ese cambioterminolgico que no de contenido es el que ha permi-tido cultivar y desarrollar su legado a escala internacional conunos resultados muy positivos. As lo demuestran tanto laactividad de laInternational Society for Ecological Economics,como de su rgano de expresin, la ampliamente citada re-vista Ecological Economics, que se han convertido en el testi-monio cientfico y acadmico de lo mucho que pueden darde s las ideas bioeconmicas de Georgescu-Roegen. No envano, l ha sido uno de los autores ms citados en sus pgi-nas desde que la revista comenz su andadura en 1989. Allescriben con asiduidad economistas ecolgicos que piensan laeconoma y las relaciones entre sta y la naturaleza con losmimbres dejados por Georgescu-Roegen, pero tambin seencuentran aportaciones que van ms all de lo que el econo-mista rumano puso sobre el papel. Este pensar en continui-dad con Georgescu-Roegen ha rescatado casi todos los ele-mentos crticos de sus contribuciones, recuperando sus re-flexiones metodolgicas transdisciplinares, las sugerenciasheterodoxas sobre las teoras convencionales de la producciny el consumo, y aquellas ms vinculadas a la termodinmica,en concreto, a la ley de la entropa.

    Autores como Kozo Mayumi, John Gowdy o Clive Spash,por ejemplo, han puesto los cimientos para una economaecolgica del consumo al ver las implicaciones ambientales delas preferencias lexicogrficas, resaltando su generalidad y, portanto, la inoperancia de los mtodos de valoracin monetariadel medio ambiente (valoracin contingente, etc). Y lo mismose puede decir de la aportacin de Martnez Alier, ONeill yMunda sobre el carcter inconmensurable de muchas valora-ciones y decisiones econmicas, cuya naturaleza impidehomogeneizarlas bajo la vara de medir del dinero. Bastantes deestas contribuciones sobre la teora del consumo y las eleccio-nes humanas, desarrolladas en continuidad con el pensamientode Georgescu-Roegen, tienen el mrito de confluir con otrasaportaciones que, desde otros enfoques y disciplinas, y sin con-

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    tacto aparente con el economista rumano, han ido ms all,abordando con nuevos conceptos e instrumentos el debate so-bre la racionalidad econmica. El tiempo no ha pasado en bal-de para el homo oeconomicus, y aunque goza todava de buenasalud entre los economistas, las ltimas aportaciones y estudiosempricos procedentes de la psicologa y biologa evolutivasy de la propia economa experimental, han puesto de ma-nifiesto la inoperancia del modelo cannico de comporta-miento basado en el egosmo. El contexto social es un factormuy importante en las decisiones econmicas y la gente decidede manera diferente como miembro de un colectivo social quecomo un individuo aislado. El altruismo (Los cien mil aosde solidaridad sugeridos por H. Gintis y S. Bowles), el sentidode la justicia, el compromiso con los valores colectivos, la ges-tin y propiedad comn de los recursos, las herencias cultura-les, etc., son tan importantes como el egosmo y no pueden serya calificadas como anomalas irracionales. Los trabajos deGowdy, Alesina y Ferrara, Heinrich, Fehr, Gintis, Bowles, yotros muchos autores suponen una interpelacin constante a laeconoma ortodoxa y, de hecho, estn teniendo mayor impactoentre los economistas que algunas crticas externas anteriores,pues se han formalizado matemticamente, lo que les ha abier-to el camino a las revistas cientficas ortodoxas. Y lo mismo sepuede decir de la continuidad que se ha producido en las pre-ocupaciones sobre la racionalidad campesina esgrimida porGeorgescu-Roegen, a travs de las aportaciones agroecolgicas,neopopulistas o de ecologismo de los pobres de autores comoEnrique Leff, Victor Toledo, Joan Martnez Alier, RamachandraGuha, Manuel Gonzlez de Molina o Eduardo Sevilla.

    Pero si el pensar con y ms all de Georgescu-Roegenen la crtica al enfoque convencional en el mbito del consu-mo o la racionalidad econmica ha tenido frutos importan-tes, lo mismo se puede decir de aquellos economistas y cien-tficos naturales que han estado ms atentos a la sugerenciade tender puentes entre economa y termodinmica. Es ciertoque, en este mbito, el economista rumano predic en eldesierto durante muchos aos, pero ya desde mediados delos ochenta se vieron signos importantes de avance, aunqueminoritarios. La semilla de Georgescu-Roegen fructific tam-bin en la dcada de los noventa con varios libros y artculosque profundizaban y ampliaban el horizonte de las aplicacio-

    nes termodinmicas al estudio de las relaciones economa ynaturaleza tanto a escala sectorial, nacional o internacional.As lo atestiguan las contribuciones de autores como, por ejem-plo, Malte Faber, John Proops, Robert Ayres, Matthias Ruth,Kozo Mayumi, John Gowdy, Mario Giampietro o, entre no-sotros, Jos Manuel Naredo y Antonio Valero con sus impor-tantes investigaciones sobre el coste exergtico de reposicinde los recursos naturales del planeta Tierra plasmadas en ellibro Desarrollo econmico y deterioro ecolgico. Esta aporta-cin, y los trabajos con ella relacionados, constituye una apor-tacin pionera a escala mundial, aunque tal vez an no deltodo reconocida como se merece por parte de la comunidadde los economistas y los termodinmicos.

    Jacques Grinevald Kozo Mayumi John M. Gowdy

    J. M. NaredoGabriel Lozada

    Joan Martnez Alier

    Antonio Valero Stefano Zamagni

    En definitiva, que la calidad de estos textos y aportacio-nes, as como la creciente vitalidad de la Economa Ecolgicaa escala nacional e internacional parecen dar por buena lafavorable prediccin sobre la difusin de la obra del econo-mista rumano que Herman Daly escribiera hace ya una dca-da a los pocos meses de morir Georgescu-Roegen en unbello texto de homenaje pstumo (Daly, 1995).

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