el cristo de lentes
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Danilo Vásquez | Edición 1986
EL CRISTO DE LENTES
Alto y escuálido, de bigote y barba pardusca, se había ganado el sobrenombre
de “El cristo de lentes” por su mísera figura. Su vida transcurría entre el viajar de su
pueblo natal a su pueblo de estudios. A veces, se dormía en los buses leyendo un libro;
otras, observando el correr de los árboles en dirección opuesta; pero el caso es que
siempre se dormía por efectos de sus largas y placenteras noches de estudio. En esa
monótona rutina se deslizaba la precaria vida del joven escritor.
Cierta noche, sentado en su silla, frente a su mesa negra, invadieron la
habitación dos nubes misteriosas que embriagaron el ambiente de una mezcolanza de
olores de azufre y jazmín. A diestra y siniestra del Cristo, se ubicaron los dos seres,
tornándose a su forma original: Dios y el Diablo.
El primero advertía al Cristo, no olvidar su condición de cristiano y aplicar la
humilde doctrina social de la iglesia. El segundo se inclinaba en primer lugar,, por la
verdadera identificación cultural de los pueblos. Recordad –decía Dios- que en los
tiempos de la creación de la Biblia, yo bajé convertido en numen hasta la mente de los
escritores de aquel entonces, para que elaboraran tal documento y sirviera de
lumbrera a mi pueblo judío. Recordad –decía Satán- que desde mis inicios he luchado
siempre por la libertad de los pueblos. ¿Acaso hay algún libro que yo haya inspirado
con tantos preceptos? No. Mi lucha ha sido la de romper cadenas y he incitado al
hombre a buscar los senderos de su propia libertad y por eso soy llamado
injustamente, “Ángel del mal”. Te preguntarás Poeta, el por qué de nuestra visita; pues
bien, hasta el cielo y el infierno nos llegaron mensajes telepáticos, diciéndonos que a
nosotros nos han desfigurado aquí en la tierra para provecho de algunos. Deseamos
Danilo Vásquez | Edición 1986
aclararte lo siguiente, para que con tu pluma lo expresés a tus congéneres, que
nosotros nos amamos allá en el cielo y en el infierno, que estamos bien, no se
preocupen, no nos hace falta nada, ni queremos nada de los hombres y, hemos llegado
a tu mente de joven escritor con el objetivo de mover tu pluma hacia el canto
salvadoreño y lo que escribás de hoy en adelante, lleve como única fidelidad:
“Despertar la mente adormecida de tu pueblo”. Deseamos también, le cantés a las
morongas, mondongos, chorizos; a las pupusas de chicharrón y queso, a los
magueyales, maizales, cafetales, frijolares, cañales, chilate, enchilada, a todo lo que el
pueblo salvadoreño hace. Canten, hablen, vístanse, griten cuentistas guanacos, sin
ambages ni temores, que ustedes son trabajadores hechos y derechos, que no le
temen a nada ni a nadie.
Yo satanás el Diablo, llamado también el calumniador y adversario, pido a Dios,
me devuelva la imagen de Luzbel y, a retirarnos juntos de estas tierras, para que los
guanacos sean libres por los siglos de los siglos, amén.
El Cristo de lentes callaba y sólo miraba a los ojos fulgurosos de uno y de otro,
presintiendo que los dos seres metafísicos se alejaban y lo dejaban solo. Se levantó de
su silla, acercándose en un mutismo, característico de su escuálida figura, dándoles un
fuerte abrazo de despedida, en señal de olvido e independencia.