el corpus techialoyan: aspectos y lineamientos generales
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El corpus Techialoyan: aspectos y lineamientos generales de un peculiar género
documental de tradición indoeuropea1
Daniel Martínez González
El presente texto tiene como objetivo primordial dar cuenta de manera general de algunos de
los factores sociohistóricos en la Nueva España que motivaron la aparición -hacia el último
tercio del siglo XVII e inicios de la centuria siguiente- de un conjunto excepcional de
manuscritos de manufactura indígena y/o tradicional hoy conocidos como Códices
Techialoyan, peculiares documentos ilustrados sobre papel nativo en los que se consignó la
historia y fundación preeuropeas de diversos pueblos de indios vecinos a la otrora cuenca
lacustre de la ciudad virreinal de México, y se registraron los linderos y límites geográficos
de estas poblaciones centromexicanas hablantes del náhuatl en su gran mayoría.
Como es sabido entre las y los estudiosos de estas piezas documentales escritas en la
lengua de los antiguos mexicanos, el propósito esencial de este tipo de manuscritos indígenas
era legitimar ante las autoridades novohispanas y la Corona española -y ante otros altepemeh
podemos pensar- el derecho de las comunidades indígenas sobre su territorio, así como servir
de testimonio y/o prueba documental a los pueblos de indios del centro de México en los
litigios sobre la tenencia de la tierra y, con base en ellos, justificar su posesión, ocupación y
usufructo del medio principal de producción en los pueblos de indios.
1 El presente escrito es resultado a su vez del texto-guion que preparé para la ponencia intitulada “El sistema
legal colonial y la producción historiográfica indígena: El caso de los códices Techialoyan”, presentada en el
Segundo Congreso Internacional sobre el Derecho Prehispánico en la Escuela Nacional de Antropología e
Historia (ENAH-CDMX) el día septiembre 05 de 2017. Agradezco la gentilidad de Ernesto Sánchez, director
de Texcocoeneltiempo.org, y su disposición para que este (re)escrito viese la luz. Pensado más como un ensayo
introductorio al tema, he decidido omitir las referencias a pie de página -como en el original- procurando una
lectura acaso más fluida al lector no universitario y/o especializado. Para el o la leyente interesada se presenta
al final un breve listado bibliográfico con algunos de los títulos indispensables y otros estudios recientes aquí
empleados.
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En este orden de ideas, se busca situar aquí la, o más bien, las coyunturas históricas
que auspiciaron la elaboración de estos códices novohispanos dentro de una tradición
historiográfica más amplia en la geografía virreinal en defensa de la propiedad indígena ante
los embates de la vertiginosa conquista española, la instauración del régimen colonial
hispanoamericano y la enajenación de tierras indígenas también conocida como acumulación
originaria; así como también vincular la confección de este importante corpus documental
con el impacto y efectos de las llamadas leyes de congregación y composición de los pueblos
de indios emprendida por la política indiana y las autoridades castellanas en la Nueva España.
Atendiendo a estas consideraciones generales, las preguntas centrales que guiarán
esta pesquisa son las siguientes: a) ¿Qué diantres son los códices Techialoyan?, b) ¿Cuáles
son sus características formales y cuáles sus contenidos textuales?, c) ¿En qué contexto, por
qué y por quién o quiénes fueron confeccionados?, y finalmente, d) ¿Cuál es el valor histórico
e/o historiográfico de estas singulares piezas documentales? Amplias y complejas cuestiones
que si bien estamos lejos de agotar en las presentes líneas tienen como intención última
informar de manera general acerca del estado actual de la cuestión sobre estos interesantes
manuscritos indígenas y su estudio y análisis.
1. Un poco de historiografía
Se conoce como Códices Techialoyan y/o del Grupo Techialoyan a un conjunto novohispano
de manuscritos ilustrados de tradición indígena así denominados por llevar el nombre
indoespañol del pueblo de indios en cuestión de uno de los dos primeros códices de este tipo
en aparecer, el Códice de San Antonio Techialoyan, dado a conocer hacia 1933 por el
historiador tlalpeño Federico Gómez de Orozco, quien lo encontró en la Biblioteca Nacional
de Antropología e Historia, cuando ésta se encontraba aún en la antigua sede del Museo
Nacional en el primer cuadro del actual Centro Histórico de la Ciudad de México.
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A partir del análisis “histórico-paleográfico” del contenido de este manuscrito, el
también bibliófilo y estudioso del arte novohispano se percató que, entre otras varias cosas,
uno de los topónimos y/o nombres de lugar que más aparecía en la pieza documental era
Techialoyan, razón por la cual sugería “bien podría llamársele Códice de Techialoyan, por
ser ésta la población principal allí registrada”; población que también ubicó al suroeste de la
otrora capital virreinal y que hoy lleva por nombre San Antonio la Isla [sic], al sureste del
Valle de Toluca, antiguo Matlatzinco.
Aunque el primer códice de tipo Techialoyan del que se tiene noticia, el Códice de
Cempoalla, fue publicado hacia 1890 por el coleccionista y librero alemán Bernard Quaritch,
no fue sino hasta el trabajo pionero de Gómez de Orozco que se relacionó a estos dos
manuscritos, esto es el Códice de San Antonio Techialoyan y el de Cempoalla, con otros
cinco documentos similares, entre los que figuran los códices de San Pablo Huyxoapan, San
Pedro Cuajimalpa e Ixtapalapan, con los cuales quedo integrada la primera lista del corpus
Techialoyan.
Una década más tarde, es decir hacia 1943, Robert H. Barlow, joven escritor de
cuentos de terror y prolífico estudioso de la historia y el pasado prehispánico, comenzó a
aplicar la palabra Techialoyan, vocablo nahua que bien puede traducirse como ‘mesón’,
‘aposento’ o “el lugar donde se espera a alguien”, a diversos documentos que compartían el
tipo de soporte, el formato, los textos y el tipo de letra, el estilo pictórico, las imágenes, la
temática y el contenido, del códice estudiado poco antes por Gómez de Orozco; manuscritos
a los que también asignó una letra del alfabeto latino como una primera propuesta
clasificatoria y sobre los cuales continuó informando en los años siguientes en la revista
Tlalocan, publicación especializada en las fuentes históricas del México antiguo y de la cual
Barlow fue fundador.
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Para 1948, nuevamente Gómez de Orozco en un artículo referente a lo que él
denomina “la pintura indoeuropea” de los Códices Techialoyan (que según este mismo autor
tuvo sus orígenes en la escuela de oficios de San José de los Naturales establecida por el
célebre fray Pedro de Gante)— incluyó un apéndice también alfabético en el que se enlistan
poco menos de veinte manuscritos de esta tipología; todos ellos dispersos en diversos
archivos, bibliotecas y colecciones particulares, tanto nacionales como de otros países.
Como en un primer momento se les considero manuscritos de notable antigüedad,
pues como se ha mencionado se estimaban elaborados hacia la primera mitad del siglo XVI,
la avaricia y el interés estimuló la aparición (y búsqueda y sustracción) de otros ejemplares
de este tipo de documentos; de suerte que para 1975 -año del censo elaborada por Martha y
Donald Robertson, publicado en el volumen 14 del Hanbook of Middle American Indians-
se contabilizaron 48 de estos códices, de los cuales se indica el lugar de procedencia, el
repositorio donde se le resguarda, una breve descripción física y/o formal y las referencias
bibliográficas sobre el mismo.
Hoy día, especialistas y estudiosos de estos manuscritos como Xavier Noguez y/o
Raymundo Martínez coinciden en enumerar 55 códices Techialoyan, si bien estos mismos
reconocen la necesidad de reconsiderar la cifra total de estas piezas documentales; que según
el último censo levantado sobre estos, el realizado por Miguel Ángel Ruz Barrio y Nadia
Serralde en 2015, debería contar 34 códices dentro del Grupo Techialoyan, toda vez que
algunos de estos se encuentran fragmentados y/o divididos, es decir, forman parte de un
mismo documento y por ello se tienen varios registros del mismo, o definitivamente no
comparten la totalidad de las características que definen al corpus.
2. Formas, patrones y contenidos compartidos
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Una de las características principales de este tipo de documentos es el soporte en el cual se
encuentran elaborados, el cual está hecho de papel amate grueso y en bruto, esto es sin la
imprimatura de cal o estuco que era aplicada a los manuscritos preeuropeos, lo que por otra
parte ha contribuido al deterioro particular de estos códices de tradición indígena, que en
muchos de los casos muestran pérdidas en los bordes y/o fragmentos completos
desaparecidos.
El formato más común de estos manuscritos en papel vegetal de manufactura nativa
es el de hojas simples o reunidas en doble folio, o la combinación de ambas para conformar
un libro europeo; aunque también se tiene noticia de la elaboración de paneles -p. ej. los
códices de Atlapulco (74x94 cm) y de Coyotepec (74x96 cm)- como de tiras, largas
superficies de amate que fueron empleadas en el Códice de San Salvador Tizayuca, el Códice
de San Lucas Xoloc y el célebre Códice Techialoyan-García Granados, manuscrito este
último de casi siete metros de largo en el cual se pintaron por ambos lados una suerte de
“nopal genealógico” de los tlahtoqueh o señores de Tenochtitlan y Tlatelolco, así como una
rueda de pipiltin o nobles y una extensa lista de gobernantes asociados al señorío tepaneca
de Azcapotzalco, además de dar cuenta de la historia dinástica de dichos altepemeh, así como
también de los de Tlacopan y Tetzcoco.
Asimismo, los códices del Grupo Techialoyan presentan una estructura más o menos
homogénea. En la primera sección, un texto alfabético en náhuatl hace referencia al acto de
reunión de los habitantes del pueblo y sus autoridades indias en la casa de gobierno local para
verificar la información que se va a registrar. Más adelante en el documento, a través de
glosas en mexicano e ilustraciones supuestamente indígenas, se da noticia de los ancestros,
las migraciones, los caudillos toltecas o chichimecas, los personajes fundadores de la
comunidad y los primeros asentamientos.
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También en algunos casos se agregan datos sucintos en torno a la nobleza indígena
y/o local como representantes del gobierno en el pueblo de indios en cuestión. En algunos de
estos códices tradicionales, sobre todo en aquellos procedentes del Valle de Toluca, se
refieren los efectos del impacto político y territorial que tuvieron en esta región del
Matlatzinco las guerras de conquista de la llamada Triple Alianza o Excan Tlahtoloyan a
partir de 1474, cuando se realizaron los exitosos ataques y subyugación consecuente bajo el
mando de Axayacatl. “el de la máscara de agua”, sexto tlahtoani mexica.
Una segunda etapa histórica señalada en este conjunto documental comienza con la
conquista castellana, el bautismo de los catecúmenos nativos, la predicación del evangelio y
la llegada de las nuevas autoridades religiosas y civiles, mismas estas últimas que jugaron un
importante papel en la confirmación de las tierras de los pueblos de indios. Al mismo tiempo
y dentro de la narración visual y alfabética de estos folios ilustrados, se escogía una santa o
santo patrón para la protección del poblado y sus habitantes. En algunos Techialoyan, como
el Códice de Xonacatlan, al noreste de la actual ciudad de Toluca, o el García-Granados ya
comentado, aparece también un escudo de armas otorgado al pueblo y/o villa indígena por
las autoridades reales.
Finalmente, y como uno de los propósitos fundamentales del documento todo, se
muestran gráfica y espacialmente los lindes y/o límites territoriales expresados en “mecates
de tierra”. Igualmente, las glosas descriptivas en náhuatl se encuentran acompañadas en
ocasiones de grafemas como XOXXOO, que se han interpretado -que no leído- como
anotaciones adicionales de agrimensura de tradición autóctona. Véase a continuación la
descripción breve de dos de estos manuscritos Techialoyan hoy conocidos como Códice de
San Pedro Quauhximalpan y el Códice de Tepotzotlan Tzontecomatl, C o 703 y 718
respectivamente en clasificaciones alfanuméricas previas de este conjunto documental.
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3. Dos ejemplos de manuscritos Techialoyan
Del primero de estos manuscritos indígenas, esto es del Códice de San Pedro
Quauhximalpan, elaborado quizá hacia 1673 en la localidad indoespañola del mismo nombre
en la actual alcaldía Cuajimalpa en la Ciudad de México— se conserva una copia hecha a
posteriori en el Archivo General de la Nación de México (AGNM), en la sección Tierras,
volumen 3684, segundo expediente. El códice propiamente dicho abarca poco más de
veinticinco hojas escritas/pintadas por ambos lados y una portada en forma de libro
encuadernado junto con la transcripción que hiciese don Francisco Rosales (paleógrafo y
“descifrador” de dicho centro de documentación mexicano) en el año de 1865; asimismo, se
refiere en el expediente que la copia de las “pinturas jeroglíficas” que ilustran este codex
nativo fue realizada por un individuo de nombre Ignacio Bustamante.
Originalmente compuesto por 26 folios, de los cuales la primera y última foja se
encuentran “cercenados” a decir de Rosales, se tiene que el AGNM lo considera una de sus
joyas documentales; si bien la foliación del manuscrito actual ha cambiado radicalmente pues
al encuadernado se ha anexado la transcripción hecha por aquel primer manuscribiente, aquí
se emplea la foliación sugerida en la edición digital de la Biblioteca Digital Mexicana A.C.,
es decir del folio uno al cincuenta y uno (véase las referencias al final).
Así, se tiene que la primera sección del documento correspondiente al texto náhuatl
en prosa, de letra grande y a decir de algunos “poco refinada”, comprende doce o quizá trece
folios. En la copia del mil-ochocientos aparece como probable que en la primera hoja que
presenta faltantes importantes (14 en la edición de BDMX) se encontrase la mención de la
celebración -casi doscientos años antes- de la reunión de los habitantes y principales y otros
notables de los pueblos de San Pedro y San Pablo Quauhximalpan pertenecientes entonces,
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ya en el siglo XIX, a la municipalidad del mismo nombre y el partido de Coyoacan del Valle
de México.
De suerte que la siguiente parte del manuscrito, la pictórica y/o gráfica-narrativa,
principiaría en la foja catorce (y en la copia del 1800 en f. 1v), en donde se representó el glifo
agigantado de Quauhximalpan, “el lugar donde se corta leña o madera”; prosiguen en dos
láminas adelante las figuras de Quinomety y Tayotzin, caudillos chichimecas responsables
de la fundación y/o asentamiento en cuestión (véase Fig. 1). A continuación, en f. 17, se
consignan los pueblos de la montaña a la sazón tributarios a [Qu]auhximalpan, a saber: 1)
Oyametitlan Tecolotlan, 2) Xaxelominotzyn, 3) Atlyquyzayan, 4) Apipilhuazco Zoquiatlan
Tepecuauhtlan, 5) Atlan Tlapechco Atlacoyan, 6) Necocoyan Cuauhcecelicapan, y 7)
Tlalochpanco, de izquierda a derecha.
Prosiguen en la narración pictórica glosada varias imágenes y/o retratos que dan
notica del linaje proveniente de Azcapotzalco (18-21), la llegada de los castellanos (23-24)
y el bautismo de los primeros cristianos en la zona (27), así como una escena que representa
la designación de la vara de mando a las autoridades indígenas locales (28). Igualmente, un
par de láminas atrás se menciona la fundación del tlahtocayo tepaneca de Coyoacan en un
año ze tecpatl día ome acatl (26).
El resto del manuscrito contiene la relación y descripción de los pueblos de indios al
interior de su jurisdicción, es decir de San Pedro y también San Pablo Quauhximalpan, así
como representaciones de mojoneras y composiciones espaciales que ilustran los límites
geográficos y/o socio-territoriales de las poblaciones sujetas. En total pueden encontrarse
diecisiete referencias a distintos barrios o calpultin y a sus fundadores o tlahtoqueh, y el
recuento de la superficie de sus linderos medidos en cordeles o mecates (folios 29-30 y
subsiguientes). Además, puede decirse que tanto el estilo y la forma como las demás
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características y particularidades de esta pieza documental -el tipo y tamaño de letra, los
textos en prosa, imágenes-glosas, entre otras- son las mismas que la del resto de los
manuscritos del Grupo Techialoyan; visibles aún en la copia referida de este códice,
elaborada casi dos centurias después de su manufactura original.
Figura 1. Quinomety y Tayotzin, supuestos caudillos chichimecas fundadores del
Cuajimalpa antiguo (tomado del perfil de Twitter del AGNM; reprografía del autor).
Por su parte, el Códice de Tepotzotlán Tzontecomatl (o 718), o mejor dicho el documento
bajo signatura 81 en el Fonds Mexicain de la Biblioteca Nacional de Francia, uno de tres
fragmentos en EE. UU. e Inglaterra al parecer relacionados, contiene en nueve fojas tanto
información (etno)histórica como etnológica de primera mano recopilada en esta localidad
hoy mexiquense ubicada al noreste del Valle de Cuautitlán y al norte de la otrora cuenca
lacustre de México.
Al igual que el resto de las piezas documentales que conforman el Grupo Techialoyan
y el subgrupo comarcal al que pertenece este manuscrito (junto a los códices de Cuajimalpa
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y Xonacatlan), la creación de este documento ilustrado corresponde a un momento de la
historia demográfica novohispana en el que las comunidades indígenas del centro de México
alcanzaron un aumento sostenido de su población y con base en este fenómeno y sus
“pinturas” de tierras reclamaron espacios y linderos que ocuparon originalmente antes de la
conquista española y el establecimiento de las estructuras coloniales castellanas en lo que
comenzó a llamarse la Nueva España.
Asimismo, el libro manuscrito en cuestión comparte la temática y los tópicos
generales del corpus Techialoyan: referencias al pasado preeuropeo y a los linajes y la
nobleza nativos, el arribo de los nuevos amos y las autoridades virreinales, la evangelización
y el bautismo de los catecúmenos indios, y la descripción del altépetl principal -en este caso
Tepotzotlan- y sus barrios o cabeceras. En las dos primeras láminas, por ejemplo, puede
verse a los antepasados Cuecuentzin y Quinatzin, ambos con flechas y carcaj a la espalda y
faldellín para señalar su extracción chichimeca (f. 1r), así como a un guerrero con maxtlatl y
empuñando escudo y lo que parece un macuahuitl: Xolotl, aquel caudillo fundador de
proporciones casi míticas detrás que quien aparece una mujer de mucho menores
proporciones, acaso la consorte de este mismo (f. 1v).
En láminas siguientes se mencionan los pueblos sujetos a Tepotzotlan: a)
Xochimanco, b) Xatiaco (Santiago), c) Xantana (Santa Ana), d) Xa Xeronimotzin (San
Jerónimo), e) Cuatlaoyamel, f) Coahuacan, y e) Tepoxaco (de derecha a izquierda, véase Fig.
2). En la página siguiente, es decir en f. 2v, se consignan en una suerte de tabla las tierras de
los barrios tributarios a dichos poblados y su extensión aproximada. Se distinguen también
tres compuestos jeroglíficos ya europeizados que posiblemente indiquen topónimos y/o
nombres de lugar (véase Figura 3).
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El primero de ellos -de arriba hacia abajo en la tabla- se encuentra indicado por el
busto de un varón que porta en su mano un trozo de madera que acaso pueda transcribir el
valor logográfico de cuahuitl, lo que queda corroborado por el texto alfabético anexo:
Coauitl, sitio al que corresponden 800 mecates o medidas de tierra, escrito ontzontli (2 x
400), esto es a la manera tradicional y/o de base vigesimal. En el segundo compuesto se
advierte nuevamente el rostro de un individuo masculino posado sobre dos rocas redondas
de valor de lectura tetl, y en la columna derecha se lee Tetl Yztaca, al que pertenecen 1200
medidas de tierra, escrito tanto en caracteres latinos, yetzontli (3 x 400) como por tres círculos
al final del texto donde cada uno parece representar 400 mecates.
Figura 2. Pueblos sujetos y/o tributarios a Tepotzotlan, nótese el ave posada en
una de las cumbres rocosas, ¿un topónimo jeroglífico? (tomada del proyecto
Amoxcalli. La casa de los libros-CIESAS; reprografía del autor).
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Finalmente, el tercero de los topónimos jeroglíficos copiados en el folio 3 del llamado Códice
de Tepotzotlán-Tzontecomatl muestra el perfil de un rostro quizá varonil sobre el cual se posa
una serpiente (coatl) en cuyo cuerpo ondulante se pintaron puntos negros denotativos acaso
del espejo o tezcatl. En el texto alfabético adjunto encontramos la palabra Tezcacoat, que
ulteriormente derivó el nombre actual del barrio de Texcacoa en Tepotzotlán, al que atañían
mil seiscientas medidas de tierra, cifra que también se registró de forma mixta, es decir
mediante la glosa nauhtzontli (4 x 400) y por cuatro círculos al final de la columna. Prosigue
un compuesto toponímico más en la última fila de la tabla mas no tengo aún una propuesta
de lectura para este probable glifo glosado como Cozcatepec.
Figura 3. Tabla de barrios tributarios y su extensión en mecates de tierra en el Códice
Tepotzotlán Tzontecomatl (tomada del proyecto Amoxcalli. La casa de los libros-
CIESAS; reprografía del autor).
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Más adelante en la narrativa de esta pieza documental, específicamente en los folios 4v-5r
que conforman una sola escena, se ve a los pipiltin de nombre topalazizco (don Francisco) y
tocaxpal (don Gaspar) coauhnochtzin frente a la figura supuestamente del célebre
conquistador extremeño Hernán Cortés, glosado como “malquex” y junto a uno de sus
capitanes. Un par de folios avante, en 6r, se representan las exequias de Cuauhnochtzin,
postrado en una suerte de promontorio y de cuyo cuerpo emerge un árbol con dos
descendientes y/o herederos.
En las láminas siguientes (6v-7r) se pintó la iglesia de Tepotzotlan y una escena de la
ceremonia de bautismo de un catecúmeno indígena en la que se ve además a una pareja de
españoles, un fraile regular quien imparte el sacramento y una mujer de rodillas y en acto de
oración. Un folio delante (7v) se contempla a Ton Paltolome, una de las primeras autoridades
poshispánicas en el pueblo quien porta un topilli o vara de justicia, misma que le otorga el
cargo de la impartición de la justicia y el mando; Don Bartolomé aparece sentado en un
asiento de tipo castellano en actitud de proferir la palabra a un grupo de hombres, algunos de
los cuales también llevan topilli. Las dos últimas páginas de este manuscrito fragmentado
(8r-9v) muestran los barrios de San Bernardino Tescacoac, San Agustín Tepetitlán y
Tepancalan, con sus ermitas y casas y sus extensiones de tierras y linderos o mojoneras.
4. Algunas otras características paleográficas y pictóricas
Igualmente, los textos (tanto los breves o glosas que acompañan las escenas pictóricas, como
las composiciones en prosa que en ocasiones ocupan páginas completas) son bastante
similares en casi todos los documentos. Se encuentran escritos -como se ha visto- en lengua
náhuatl y se caracterizan por estar conformados por construcciones gramaticales sencillas y
enunciados cortos sin separaciones entre las palabras y otros signos, lo cual presenta alguna
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dificultad en la lectura y paleografía de estos textos alfabéticos en la lengua que también
hablase Acolmiztli Nezahualcoyotzin un par de siglos antes.
Asimismo, el léxico o vocabulario empleado es escaso y limitado, toda vez que en
comparación con el náhuatl escrito y/o transcrito por autores indígenas hablantes de esta
lengua de la familia Yutoazteca en el Centro de México hacia el siglo XVI, se utilizan pocas
palabras, así como pocas composiciones sintácticas equiparables a la de otras composiciones
alfabéticas de tradición nahua (el Códice Florentino por citar un ejemplo). No obstante,
también se advierte en los textos casi canónicos del corpus Techialoyan que en algunas
cuantas ocasiones se recurre a la creación de términos en lengua mexicana, cuando se usaban
ya de y de manera habitual préstamos del castellano; mientras que en otros casos se hizo uso
de la fonética del náhuatl para la transcripción de nombres personales castellanos (vid. supra
p. 13).
El tipo de caracteres alfabéticos de tradición latina empleado en los textos y las glosas
está integrado sobre todo por letras minúsculas, redondas y de amplio tamaño, de las cuales
únicamente solo los grafemas ‘x’, ‘y’, ‘p’, ‘q’, ‘h’, ‘tz’ y ‘c’ presentan variaciones. Dicho
tipo de letra en los Techialoyan, ubicado temporalmente entre los siglos XVII-XVIII es muy
parecido entre las distintas piezas documentales del grupo y en fechas recientes se ha
vinculado con algunas inscripciones pétreas identificadas en las iglesias de San Antonio la
Isla, San Francisco Xonacatlan, y San Lucas Tepejamanlco, todas éstas ubicadas alrededor
del Valle de Toluca y vinculados -al menos- con un códice o manuscrito del Grupo
Techialoyan (véase Figs. 1 y 3).
Sin duda, la característica más distintiva de este conjunto documental de manufactura
nativa es el estilo pictórico de las escenas e/o imágenes, al que don Federico Gómez de
Orozco denominó como “indoeuropeo”, término difuso con el que aludía a la primera escuela
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de pintura indígena mexicana inmediatamente posterior a la llamada Conquista de México;
aunque a decir verdad predominan más bien elementos de la técnica y la plástica de tradición
europea-occidental más que a la autóctona-mesoamericana en las reglas de composición de
la obra, la representación del espacio geográfico y las figuras humanas, animales y/o
vegetales (véase p. ej. Fig. 2).
A diferencia de las convenciones estilísticas preeuropeas de tradición indígena
mesoamericana para la representación del paisaje, los seres y los objetos, en las escenas
pictóricas -sí, y no pictográficas- de estos manuscritos ilustrados se privilegian, o al menos
eso se intenta, un naturalismo acusado y la perspectiva tridimensional, sin hacer uso empero
de la línea de horizonte. Puede decirse que las imágenes todas fueron delineadas mediante
una línea-marco, la cual pretende acusar el sombreado y, con ello, aumentar el volumen de
las figuras; sin embargo, no se dio sombra debajo de los personajes humanos ni de otros
elementos del paisaje natural tales como aves y árboles o magueyes.
También se sabe que en las láminas o folios de este tipo de códices manuscritos se
hizo uso de una paleta de colores en la que se incluye el verde, azul, amarillo, naranja, rojo,
blanco, gris y negro, así como diversas tonalidades de estos; todos los cuales, esto es los
colorantes, fueron aplicados mediante la técnica de la aguada o pintura al gouache,
procedimiento o técnica pictórica similar a la acuarela, la cual consiste en diluir los colores
en agua o cola mezclada con miel, recurso por otra parte muy utilizado por los miniaturistas
medievales el cual da por resultado tonos opacos que, no obstante, permiten el juego de luces
sombras y con ello resaltar el drapeado en los pliegues o telas (véase códices de Cuajimalpa
y/o de Tepotzotlán Tzontecomatl en la bibliografía final).
Como ya se ha apuntado líneas arriba, en las composiciones textuales y las escenas
pictóricas de estas piezas documentales se ilustraron eventos trascendentales y/o clave del
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devenir político y sociohistórico pre y posteuropeo de los pueblos de indios o altepemeh
circundantes al poniente de la ribera lacustre de la capital virreinal en la entonces Nueva
España. Entre los protagonistas y/o personajes prominentes de dichos episodios sociales en
la historia colonial mexicana es posible reconocer a mujeres y hombres de distintas
poblaciones en los valles de Toluca y Cuautitlán, así como a españoles de diversas
denominaciones tales como soldados y religiosos; todos los cuales fueron pintado casi por
regla general de tres cuartos, aunque existen también representaciones de perfil y de frente
(véase Figs. 1 y 3).
Como indican algunos de los estudiosos contemporáneos de este corpus manuscrito
de tradición indígena tepaneca del antiguo Matlatzinco, uno de los asuntos pendientes que
todavía están por averiguarse es el de las fuentes de las imágenes -y las glosas- de los
documentos Techialoyan. Algún otro estudioso ha propuesto ver en los enconchados
novohispanos, pinturas incrustadas de concha nácar célebres entre el mil-seiscientos y el
1700, los prototipos de inspiración o emulación de la figura humana entre el autor (o autores)
de las escenas pictóricas “indoeuropeas”; un trabajo similar debe de hacerse con la
proveniencia de los textos y las glosas alfabéticas, así como de los escribientes y/o autores y
los discursos público-políticos e historiográficos contenidos estas peculiares piezas
documentales.
5. Un poco de historia
Ahora bien, como es sabido por algunos de los estudiosos de los manuscritos de tradición
indígena mesoamericana, los Códices Techialoyan son considerados a su vez como un
subgrupo dentro de un conjunto documental novohispano mucho más amplio y complejo
conocido como “Títulos Primordiales”, cuyo apelativo y contenido hacen referencia a
concesiones territoriales hechas por las autoridades virreinales o reales a los pueblos de indios
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del espacio colonial mexicano. De manera muy general, puede decirse que los Títulos hasta
hoy día conocidos presentan, por lo menos, dos grandes secciones: a) un antecedente
(etno)histórico de la población, villa o barrio en cuestión, y b) un registro catastral de las
tierras corporativas reclamadas por el pueblo o altépetl.
Como se sabe, el derecho medieval castellano (y europeo en general) otorgaba al
monarca la facultad de imponer su autoridad tutelar en forma de cédulas, ordenes, edictos,
entre otros documentos reales, en los cuales instruía sobre lo necesario o pertinente a un
determinado caso; cuando sus mandatos no se obedecían -que eran las más de las ocasiones-
siempre se podía corregir situaciones anómalas o inesperadas mediante la figura de la
composición. Es este aparato jurídico y diplomático el que se traslada a las llamadas Indias
Occidentales, y se aplicó también en relación a violaciones al derecho de la propiedad
territorial, por ejemplo, ya fuese que la violación hubiese sido a la propiedad real, es decir
sobre baldíos o realengos, o sobre la “propiedad” indígena y sus distintos tipos de tierra.
A pesar de que los altepemeh o pueblos de indios no tenían la obligación o mandato
de componer sus distintas calidades de terreno, curiosamente buscaron someterlas a dicho
procedimiento legal, con el objetivo último de obtener un título jurídico amparado por el
derecho castellano o indiano que a su vez diera fe y certeza a sus posesiones de tierra; aunque
la comunidad o población indígena contase con sus títulos o “pinturas” antiguos.
El avance sostenido de la población europea en la Nueva España del mil quinientos y
en los siglos subsecuentes se tradujo claramente en un avance vertiginoso de la propiedad de
la tierra en mano de los españoles, en detrimento por supuesto de la de la población nativa.
Muchas veces, las mercedes de tierras otorgadas a los conquistadores y/o colonizadores
castellanos fueron otorgadas en territorios pertenecientes a los pueblos de indios
considerados baldíos por los encomenderos y empresarios españoles.
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A partir del ascenso al trono de Felipe II, el territorio de cada altépetl, villa o barrio
se vio en peligro, debido a que toda tierra no cultivada pasaba directamente a ser dominio de
la Corona. No obstante, desde el punto de vista indígena, el término baldío como sinónimo
de realengos era, en todo caso, una usurpación inadmisible de sus derechos ancestrales.
Debido a las implicaciones de las cédulas de composición y mercedes de tierra por un lado,
y los efectos de las congregaciones y/o reducciones de la población autóctona por el otro, los
señores naturales y sus pueblos se vieron en la necesidad apremiante de defender sus
derechos sobre la tierra y lo hicieron mediante las llamadas composiciones, emprendidas con
base en sus “pinturas” o Títulos Primordiales que también sirvieron de testimonio ante los
tribunales coloniales y los pleitos judiciales en la propia España. .
Como también es sabido, los pueblos y las comunidades indígenas se opusieron
férreamente a las congregaciones porque estas, más que aquellas primeras reducciones
efectuadas por los funcionarios y religiosos españoles a mediados del siglo XVI, redefinieron
en muchos de los casos y por completo la totalidad de los términos y los lindes territoriales
de cada altépetl vecino a las ciudades y villas de población predominantemente europea. En
apretado resumen, se tiene que las Reales Cédulas de composiciones de tierras dadas a fines
del 1500, específicamente hacia 1591, y reiteradas después en 1618, 1631, 1642, 1646 y hasta
fines del periodo colonial— propiciaron (por decir lo menos) el reordenamiento de las tierras
en manos de los pueblos de indios.
Asimismo, influyeron en este proceso de mediana duración otros factores económicos
y sociohistóricos tales como las congregaciones ya mencionadas, el establecimiento y
expansión de la propiedad española en forme de haciendas y estancias, así como la
despoblación indígena de grandes extensiones de territorio en el Centro de México a lo largo
del primer siglo de colonización y dominación castellanas. Estas mutaciones y cambios en
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materia agrarias -entre otros aspectos varios aquí no mencionados- obligaron a los altepemeh
y los pueblos de indios del espacio colonial novohispano a (re)escribir la historia de su linaje
y el origen de sus derechos sobre la tierra ocupada de suyo siglos atrás por sus antepasados
y/o miembros fundadores (cuasimíticos o históricos).
En el número cada vez mayor de conflictos y disputas por la tierra que caracterizaron
a este periodo de la historia agraria novohispana, la documentación -de tradición nativa o
estilo español- que justificase o aprobase en términos documentales la posesión de un
territorio determinado era importantísima. Con frecuencia los pueblos de indios contaban con
pocos o ningún documento de esta naturaleza en su poder, por lo que algunos de sus
tlahtoqueh o señores se dieron a la tarea de escribir y/o comisionar la elaboración de papeles
y pinturas que probasen sus derechos sobre la tierra y su ocupación antigua, pruebas
documentales supuestamente añejas que pudiesen presentar ante las autoridades virreinales
y/o los tribunales en la metrópoli.
Al parecer, según lo señalan algunos de los estudios más recientes sobre los
manuscritos que conforman el Grupo Techialoyan, existió en algún punto de la Ciudad de
México colonial una suerte de taller o lugar en donde se manufacturaron estos títulos en cierto
modo falsos, espacio aún no determinado al que podía acudir los pueblos o altpemeh que
necesitasen ordenar la confección de un documento textual e ilustrado en un estilo mixto,
esto es compuesto por textos alfabéticos en caracteres latinos y escenas pictóricas de presunta
tradición nativa preeuropea; todo ello escrito y pintado (junto con la historia y geografía y
los nombres y personajes del linaje de su propio pueblo o comunidad) en una suerte de papel
amate grueso que finalmente se ahumaba para darle una apariencia vetusta.
Se sabe también que algunos de los indígenas -o mestizos o castizos- instruidos en la
cultura escrita europea se dieron a la realización de este tipo de manuscritos ilustrados para
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el uso principalmente de los pueblos de indios, para la conservación de los registros históricos
internos y finalmente para su presentación ante las autoridades y los oficiales castellanos. Lo
que todavía no se sabe a bien es si este tipo de piezas documentales eran compuestas en las
comunidades solicitantes de tales papeles y/o pinturas; o si por el contrario se trataba de
escribientes nativos especializados pertenecientes a un taller itinerante que recorría los valles
centrales vecinos a la capital virreinal.
El creador, o quizá debiésemos decir más bien los creadores, de los manuscritos
Techialoyan usualmente escribían con una gran destreza los caracteres latinos y pintaban en
múltiples colores sobre un papel de corteza tosco que ya no se usaba en la época en la que
fueron elaborados la mayoría de estos documentos de factura indígena. Por otra parte, se
tiene que los autores también nativos de los llamados “Títulos primordiales” utilizaban una
mano más regular y dibujaban con tinta negra sobre papel europeo.
Tanto los unos como los otros, es decir los individuos que confeccionaban ambos
tipos de manuscritos, operaban en un puesto no oficial que, por supuesto no estaba
reconocido por los fiscales o autoridades virreinales, mismos que trataron -inútilmente por lo
visto- de poner un alto a la producción de este tipo de y otras piezas documentales similares.
Igualmente, sabemos que en algunas ocasiones eran los mismos oficiales coloniales
encargados de hacer las mediciones a lo largo de una región determinada quienes pedían
específicamente a las comunidades indígenas que hicieren este tipo de documentos cuando
se careciere de ellos; lo que añade un factor más a la explicación del origen de estos peculiares
códices novohispanos.
Consideraciones finales
Si bien es cierto que la práctica de la escritura pictoglífica tradicional se mantuvo viva en
diversas regiones del espacio colonial novohispano durante varias décadas más -e incluso
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siglos para el caso maya en la provincia yucateca- después de la conquista española; también
lo es que el formato, contenido y composición de los manuscritos del corpus Techialoyan
aquí tratados muestra más bien la influencia de la plástica europeo-occidental
postrenacentista, más que patrones y/o formas de acusado origen indígena mesoamericano;
con todo, no debe olvidarse la supuesta e importante pervivencia de topónimos jeroglíficos
en algunas de estas piezas documentales (p. ej. el Códice de Tepotzotlán-Tzontecomatl).
Aunque en un principio, a inicios de la época colonial novohispana temprana, las
“pinturas” de tradición nativa-mesoamericana fueron aceptados como documentos
probatorios y/o validos ante las autoridades castellanas -e incluso en determinados casos
instigados por éstas- y el derecho indiano vigente hacia los dos primeros tercios del mil-
quinientos— apenas iniciado el siglo siguiente, esto es el XVII, época de relativa estabilidad
en la Nueva España, vemos que la situación respecto a la manufactura y comisión de toda
suerte de manuscritos por los pueblos de indios no amainó y por supuesto tampoco
desapareció del todo.
Por el contrario, es del todo justo ver en este tipo peculiar de códices hoy
denominados Techialoyan el último estertor de una rica y milenaria tradición escrituraria de
cuño autóctono mesoamericano, así como uno de los ingeniosos recursos de la cultura escrita
europea e indígena asimilada por los escribientes nativos de los diferentes pueblos de indios
de la época colonial en Hispanoamérica. Si bien en el pasado reciente el estudio y análisis de
este corpus documental genuinamente indoespañol se ha visto limitado por su dispersión en
los más diversos repositorios extranjeros, la publicación de ediciones facsimilares y/o
digitales ‘en línea’ de muchos de estos manuscritos durante los últimos treinta años ha
permitido que un mayor público – y no sólo los especialistas- se acerque e interese por estos
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singulares textos ilustrados depositarios a su vez de la historia político-social y la memoria
colectiva de no pocos altepemeh del Centro de México.
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