el coleccionista de mariposas

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Fotorrelato de Patricia Richmond

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Fotorrelato de Patricia Richmond

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Page 1: El coleccionista de mariposas

Fotorrelato de Patricia Richmond

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Han pasado los días y he tenido tiempo de poner en orden mi cabeza para escribir todo lo que sucedió durante aquella extraña misión…

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El coleccionista de mariposas

Hacía tiempo que no tenía noticias de Gaston, mi amigo y enlace, en cuya librería podían contratarse mis servicios.

Me alegró su llamada avisándome de que tenía un cliente y que había concertado una cita para que me explicara la misión. Sorprendida por el lugar donde me había citado, fui antes a ver a mi viejo colega Ventura.

Le encontré en su puesto de libros, donde se había refugiado tras su incomprendida etapa como director de cine. Estás viejo, Ventura -le dije al verle. Escondió disimuladamente una botella y yo hice como que no la había visto.

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Necesito que me ayudes en un caso –le pedí y su cara de pasmo hizo que Don Pío sonriera desde la acera de enfrente.

La luz de la tarde duplicando mi sombra me avisó de que ya era hora de acudir a la cita con mi desconocido cliente.

Llegué al lugar del encuentro y se me puso cara de criatura de Lovecraft en cuanto vi su sonrisita sarcástica. No esperaba volver a verle.

-¿Qué haces tú aquí? -Te he contratado.

Pedí al ángel que nos vigilaba que me ayudara a mandarlo al infierno.

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Me contó que tenía un cargo importante en el gobierno y que habían detectado un topo que se dedicaba a pasar información a los extremistas de Podemos. Sabemos que la clave para descubrirlo está en un libro escrito hace diez años por uno de sus líderes, “El sueño de la mariposa”, pero no hemos encontrado ni un ejemplar.

-¿Quién lo escribió?

-Salvador Nuncio, pseudónimo de no sabemos quién. Sólo hemos localizado una foto suya de niño. -¡El parecido es asombroso! -Sí, es obvio que es hijo del cardenal pero él no sabe quién puede ser. Tuvo varios tropiezos en su juventud… Por eso te necesitamos, Pati. Eres la mejor.

-Me dejaste plantada llevándote los diamantes. -Tuve que hacerlo, darling. -Mikel, ahora te conozco y no me engañarás más.

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Me entregó dos sobres. Nuestras manos se rozaron y, por un instante, sentí lo que me había costado tanto olvidar. El primero contenía el número de una cuenta en Suiza a mi nombre, como anticipo. -Encuentra el libro y habrá más.

Volví junto a Ventura con las últimas palabras de Mikel en mi cabeza: “No abras el segundo sobre hasta el final de la misión”.

Conté todo a Ventura y me miró con pena. -¿No irás a caer otra vez? -Tranquilo, ya sabes lo que pienso de él. Pero el caso me interesa. -Podría ayudarte el Topo Erudito, que como queda claro, es Topo y Erudito. Tal vez puedas sacarle algo –me sugirió.

Le pedí que me llevara al lugar secreto donde se escondía la madriguera de ese Topo Erudito.

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Se hizo de rogar, Ventura no era fácil de convencer, pero yo tenía armas que no podría rechazar... y seguro que me abrían la puerta de su corazón y las puertas del Topo.

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Esperé a que amaneciera y dejé a Ventura desayunando café con chamberosquis. A mí me esperaba el Topo Erudito.

Ahí estaba. Le contemplé fascinada, junto a su templo de libros raros y descatalogados. Sonrió cuando le pregunté por “El sueño de la mariposa”.

Hay mucha gente buscándolo –me dijo. Yo tuve un ejemplar pero lo vendí hace años a un cliente habitual, algo excéntrico. Era coleccionista de mariposas –continuó. Sólo lo quería por el título; en realidad el libro era bastante malo, haikus y versos libres.

Se trataba del Barón von Richthofen, muerto hacía unos meses y su hija, la nueva baronesa, estaba liquidándolo todo -me advirtió.

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Decidí probar suerte con la baronesa y me dirigí a su palacete con la esperanza de que aún conservara el libro.

En un periquete me arreglé con el traje que siempre llevo en la mochila y me hice un moño. Llamé a la puerta y esperé.

Me abrió un mayordomo que hablaba con un marcado acento. -¿Usted es de Zaragoza, verdad? –le pregunté. -Sí, de Torrero. -Yo del Actur. -Se nota.

Le expliqué el motivo de mi visita y me dejó esperando mientras me invadía la sensación de estar siendo observada.

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Pero que lo que podía llevarme gratis era un cuadro de mariposas. Tenía muchos. El mayordomo me acompañó a un estudio.

Me acompañó a la toilette y dijo que me esperaba al final del pasillo. Entré y quedé prendada por su bello diseño.

La baronesa me recibió en la sala de billar. Le pregunté por el libro y sus ojos brillaron codiciosamente. Me dijo que sabía que era un libro muy valioso y que si lo quería tendría que pujar en Shoteby’s y competir con todos los que lo ansiaban.

Localicé en una vitrina “El sueño de la mariposa” y le pedí el cuadro que estaba al lado. ¿Puedo ir al baño? –pregunté.

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Salí y entré en el estudio para coger el libro, pero, al darme la vuelta, vi al mayordomo que se acercaba amenazadoramente.

Le esquivé y corrí por el pasillo hacia un patio donde descubrí una puerta medio abierta. Entré y aluciné.

Bajo un capirote los ojos de la baronesa me miraban mientras gritaba a sus cómplices que no me dejaran escapar. ¿Sabes, maña? –me dijo el mayordomo, al entrar. Es una misa negra para resucitar al barón. No dejó escrito el código de la caja fuerte.

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La baronesa y el mayordomo salieron tras nosotros en un rolls y emprendimos una loca carrera por las calles atestadas a esa hora.

Al llegar a un parque pedí al taxista que parara y salí corriendo porque, entre los árboles había visto mi salvación.

Le di una patada y escapé escaleras arriba, hasta la azotea. Miré abajo y vi que podía descolgarme por los balcones.

En la calle me subí a un taxi que estaba libre. ¡Al galope!, le ordené.

Salté a una barquilla pero ellos llegaron también y tomaron la siguiente, desde la que empezaron a dispararme.

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Inmediatamente vi que me hacían señales desde un barco, justo debajo de mí. Sin dudarlo, salté al vacío.

Ventura me recogió entre sus brazos, encendió el motor de la barcaza y salimos pitando en dirección contraria a la del teleférico. ¿Cómo has podido llegar tan rápido? –exclamé. Sonrió satisfecho y me dijo que siempre guardaba un as bajo la manga.

Activé la peineta GPS y crucé los dedos para que Ventura, al ver las luces en el receptor de pulsera que le había prestado, comprendiera que necesitaba su ayuda y fuera capaz de localizarme.

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Sereno mar, olas que te reflejan riendo a la luna. Abrazos mudos yertos de tu calor anhelado hoy.

Un momento… Volví a leer los primeros versos… ¡Estaba ahí! Algo tan terrible que, de hacerse público, hundiría al gobierno.

Nos refugiamos en su casa y examinamos el libro. Los haikus eran tan hermosos que las lágrimas inundaron mi rostro.

¿Qué secreto contenía el libro para identificar al infiltrado? Lo transcribimos con una descifradora pero no encontramos nada.

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Ventura dijo que no había suficiente oro en el mundo para pagar por nuestro silencio. Pero yo no estaba de acuerdo.

Y en su loca pasión habían tramado un asalto al poder establecido que estaba dando, por fin, sus frutos. No Podíamos desbaratar sus planes.

Era un acróstico. Separando la primera letra de cada verso aparecía el nombre de la traidora. S ereno mar, O las que te reflejan R iendo a la luna. A brazos mudos Y ertos de tu calor A nhelado hoy.

Comprobé fechas y escenarios… Todo concordaba y supe que había descubierto una terrible verdad. La vicepresidenta del gobierno y el líder de Podemos habían tenido un apasionado romance en su juventud, como mostraban los versos.

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Teníamos que esconder el libro de las garras del gobierno. Y yo sabía dónde. En un lugar expuesto al público…

… pero donde nunca se hubiera visto entrar a ningún ministro ni allegado. ¡La Biblioteca Nacional!

La misión había terminado. Antes de volver a casa pasé por la Audiencia Nacional y dejé un sobre para el juez Ruz. El rastro del dinero ingresado en mi cuenta suiza llegaba hasta la calle Génova y le dejé un dossier con los nombres de avalistas y testaferros.

Unos días después recibí un email anónimo con una foto. Decía: “En cuanto Podamos, será tuya”.

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Pero… ¿y Ventura? Desapareció una temporada y dicen que se dedicó a la caza mayor con la baronesa…

¿Que qué pasó con Mikel? Abrí el segundo sobre, el que me había pedido que no abriera hasta el final de la misión. En una carta me abría su corazón arrepentido. La enmarqué para no olvidar que cuando

un hombre te ha engañado una vez, volverá a hacerlo. Y no volví a saber de él.

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Casi todas las fotos han sido tomadas por la autora en las calles de la ciudad de Madrid y en los museos: – Sorolla – Thyssen – Reina Sofía – Geológico y Minero – De Ciencias Naturales – De la Biblioteca Nacional

Agosto 2014

Los personajes, lugares y situaciones descritos en esta aventura son imaginarios y las alusiones a personajes públicos son mera fantasía. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

El coleccionista de mariposas by Patricia Richmond is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.