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MUESTRARIO DE POESÍA 33 – EL BARCO EN LLAMAS – JAROSLAV SEIFERT 1 Jaroslav El barco en llamas y otros poemas Muestrario de Poesía 33 Biblioteca Digital Seifert BIBLIOTECA DIGITAL DE AQUILES JULIÁN

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MUESTRARIO DE POESÍA 33 – EL BARCO EN LLAMAS – JAROSLAV SEIFERT 1

Jaroslav

El barco en llamas y otros poemas

Muestrario de

Poesía 33 Biblioteca Digital

Seifert

BIBLIOTECA DIGITAL DE

AQUILES JULIÁN

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MUESTRARIO DE POESÍA 33 – EL BARCO EN LLAMAS – JAROSLAV SEIFERT 2

El barco en llamas y otros poemas Jaroslav Seifert, Rep. Checa Edición digital gratuita de

Muestrario de Poesía 33

Editor: Aquiles Julián, República Dominicana. Primera edición: Marzo 2009 Santo Domingo, República Dominicana

¿Qué somos? Muestrario de Poesía es una colección digital gratuita que se difunde por la Internet y se dedica a promocionar la obra poética de los grandes creadores, difundiéndola y fomentando nuevos lectores para ella. Es una iniciativa sin fines de lucro para servir, aportar, añadir valor y propiciar una cultura de diálogo, de tolerancia, de respeto, de contribución, que promueva valores sanos, constructivos, edificantes, en favor de la paz y la preservación de la vida acorde con los principios cristianos. Los libros digitales son gratuitos, promueven al autor y su obra, así como el amor por la lectura, y se envían como contribución a la educación, edificación y superación de las personas que los solicitan sin costo alguno.

Este e-libro es cortesía de:

Sol Poniente interior 144, Apto. 3-B, Altos de Arroyo Hondo III, Santo Domingo, D.N., República Dominicana. Tel. 809-565-3164 Se autoriza la libre reproducción y distribución del presente libro, siempre y cuando se haga gratuitamente y sin modificación de su contenido y autor.

Si se solicita, se enviarán copias en formato PDF vía email. Para pedirlos, enviar e-mail a [email protected],

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MUESTRARIO DE POESÍA 33 – EL BARCO EN LLAMAS – JAROSLAV SEIFERT 3

Jaroslav Seifert: nota necrológica / Clara Janés, traductora 4 Apagad las luces 7 Canción 7 Canción de amor 8 Pan y rosas 8 ¡Addio, hermosa llama! 9 El barco en llamas 9 El tímido susurro de la boca besada… 10 Tórtola, cállate… 11 El grito de los fantasmas 12 Jardín del canal 13 La columna de la peste 14 Ante La puerta de Matías 14 Ser poeta 15 Consuelo 15 Excéntrico 15 Miss Gada-Nigi 16 Fruto candente 17 El rey Herodes 18 Panorama 18 Helouan 19 El beso de Marat 19 El último cuento de Navidad de Bohemia 20 23 Sobre Jaroslav Seifert /Víctor Montoya 23 Biografía de Jaroslav Seifert 26

Contenido

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MUESTRARIO DE POESÍA 33 – EL BARCO EN LLAMAS – JAROSLAV SEIFERT 4

Jaroslav Seifert: nota necrológica

Clara Janés, la traductora de Jaroslav Seifert, escribió la siguiente nota publicada en el periódico El País, España, con motivo del deceso del escritor checo, en 1986.

Por Clara Janés

Nobel de Literatura 1984, Jaroslav Seifert, murió en la noche del jueves en Praga, a la edad de 84, años, tras un paro cardiaco. Seifert, que sufría parálisis de ambas piernas desde hace 25 años, fue hospitalizado el jueves por la mañana a causa de una hipertensión. Su salud le impidió recoger el Premio Nobel personalmente, y en su lugar tuvieron que acudir sus hijos. El escritor checoslovaco era autor de El paraguas de, Piccadilly y Combate de ángel, entre otras obras. Seifert estaba

considerado como el lírico más relevante de las letras checoslovacas. Sus poemas dejaban traslucir una marcada preocupación por los problemas sociales. Fue además un constante luchador por la libertad de expresión y uno de los firmantes del documento de las 2.000 palabras, en contra de la represión de la disidencia.

Adentrarse en la personalidad de Jaroslav Seifert, premio Nobel de Literatura de 1984 que falleció ayer en Praga, es empresa que requiere el conocimiento no sólo de la literatura sino también de la historia de su país, Checoslovaquia, desde principios de siglo hasta nuestros días. Si por un lado es de todos sabido que fue el último gran representante de una generación poética de extraordinaria altura y potente capacidad. innovadora, y que su lucha política personal fue incesante, por otra la distancia que separa a nuestros países Y culturas hace que nos sea prácticamente imposible valorar en profundidad su importancia.

Jaroslav Seifert, que nació en el seno de una familia obrera de Praga, fue aquel joven que en sus primeros tanteos literarios se unió al grupo Devétsil, que consideraba que el arte debía ponerse al servicio del proletariado, dando ya entonces una obra de tanta fuerza expresiva como Ciudad en lágrimas (1921). Dentro del mismo Devétsil, movido por una exigencia de calidad y libertad en el arte, fue uno de los que, adoptando la estética de las van guardias, y concretamente de Dadá, creó el movimiento llamado poetismo, que preconizaba la poesía para los cinco sentidos, ya que la consideraba como el arte de vivir y gozar, y cuya influencia en las letras checas posteriores fue decisiva. Nos ofreció entonces un mundo de juego y en sueño cuya ciudad ideal era París, invocando la musa moderna, aquella que a las ocho de la tarde descorre "la cortina roja que oculta la blanca pantalla del cine", en obras como En las ondas (1926) o Viaje de novios (1926).

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Arte y vida

La postura poetista, sin embargo, hizo que se volviera a plantear el conflicto que supone la antítesis entre arte y vida; y el contraste entre la fantasía poetista y la sórdida .realidad explica el movimiento pendular entre optimismo y pesimismo de sus creaciones. Es Seifert, de nuevo, quien encarna antes que nadie este sentir en su obra El ruiseñor canta mal (1926), que nos ofrece un carnaval donde las máscaras son máscaras de gas y el vestido de arlequín está hecho de, pedazos de sudarios. Pero pronto una veta nostalgica envolvió ese panorama restaurando el equilibrio (Paloma mensajera, 1929). Esta nostalgia era el preludio de un nuevo paso en la evolución de la poesía de Seifert, que dando pruebas de grandes capacidades poéticas adoptó entonces el estilo clásico y escribió poemas con metro y rima. El

primer libro de esta nueva fase es Manzana de regazo (1933), al que siguieron La manos de Venus (1936) y Primavera, adiós (1937). Al mismo tiempo que su voz se interiorizaba, la melodía acogía cálidamente sus palabras y aparecía en el horizonte el mundo de la infancia, la juventud, el amor, la esperanza, y a través de ello, una vinculación profunda con el mundo checo y su tradición literaria. Esto último, unido a su sencillez expresiva, le otorgó ya en aquellos años, gran popularidad. Lo poético, en Seifert, se iba definiendo a través de elementos sutiles que surgían por transparencia, de una atmósfera, a veces envuelto en nebulosa y en el que destacaba una mancha de color. Pero los acontecimientos históricos se impondrían en toda la literatura checa y asomarían en sus obras: Ocho días (1937), Apagad las luces (1938) y posteriormente Casco de tierra (1945). Los temas que aparecieron entonces fueron constantes de su producción.

París quedaba atrás y la ciudad de Praga y su historia, tan unida a la historia personal del poeta, se convertían en una presencia perpetua en su obra -Vestida de luz (1940), Puente de piedra (1945)- Todo ello reaparecería en la última etapa de su producción, donde, tras volver al verso libre, nos dio su mejor poesía: Concierto en la isla (1965), El cometa Halley (1967), La fundición de las campanas (1967), La columna de la peste (1977) y Ser poeta (1983).

Si hubiera que destacar un solo rasgo común a la poesía y a la persona de Seifert, sin embargo, éste sería el amor. El amor es el elemento que impregna todos sus escritos, ya de modo subyacente, ya emergiendo a

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la superficie; el amor en todos sus aspectos, pasional, filial, patriótico; el amor a la verdad y la justicia que fue, en último término, lo que rigió su vida. Esa búsqueda poética que le hizo avanzar siempre en pos de una mayor autenticidad, entrega y perfección -adecuación- en su obra, donde continuamente, con desbordante generosidad, hace presentes a los demás poetas de su generación, fue el reflejo de la que orientó los pasos de su vida.

Fundador del Partido Comunista checo en sus años mozos, se apartó de él tras un decepcionante viaje a la Unión Soviética en 1929, para adoptar una actitud de lucha independiente que le llevaría a declarar su opinión siempre que pudiera expresarla, en cualquier circunstancia, por adversa que fuera. Así condenó la política estalinista en 1956 y la invasión de los tanques rusos en 1968, firmando ese mismo año el manifiesto de las 2.000 palabras y, nueve años después, Carta 77. Como consecuencia, sufrió diversos períodos de silencio e imposibilidad de publicación. Su honradez, su clarividencia y valentía le llevaron a ocupar el puesto de presidente de la ,Unión de Escritores Checos en el momento en que ésta se vio con mayores dificultades, en 1968. Este mismo sentir fue el que, al recibir el Premio Nobel, le hizo declarar que lo aceptaba como representante de su generación, ya que otros de sus poetas (Halas, Nezval y Holan) lo hubieran merecido.

Lucha incesante

La vida de Seifert, pues, fue una vida de lucha incesante regida por la inteligencia. Los avatares que sufrió no dejaron en él huella alguna de amargura. Quizá aquellos primeros pasos dados en la cuerda floja tendida entre el realismo y el sueño o utopía, le dotaron de una visión serena y una seguridad en la esperanza, expresables incluso en el silencio por medio de una mirada transparente y una determinada sonrisa. En su obra, sin embargo, esa sonrisa la hallamos en palabras concretas que son conclusión del poema y de la actitud vital del hombre que no desfallece. Ahora, el invierno se ha llevado a Jaroslav Seifert, pero su ejemplo de hombre íntegro que supo responder a la historia y- su creación literaria, como esa sonrisa, quedan para siempre en un eterno renacer de primavera.

poeta y escritora, es traductora de Jaroslav Seifert y VIadimir Holan al castellano.

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Apagad las luces

En silencio. Que no se caiga el rocío que tiembla en la punta misma de las pestañas; sin hacer ruido. silenciosamente. sin patetismo, a aquella noche le digo: no fuiste de las peores. Con las alas de la guarda de las tinieblas, no nos envolvió tu ángel, que con nosotros estaba, oh noche seria después de frívolas noches, con violencia. Y el grito que por tu alfombra se extiende cuando de horror las manos nos estrechamos, ese espantoso grito que puede oír cualquiera todavía, una llamada dulce es para mí. ¡Apagad las luces! que no se caiga el rocío que tiembla en la punta misma de las pestañas; sin hacer ruido, silenciosamente, sin patetismos, digo: cuál, cuál era la claridad de aquella noche en que todo oscureció, en que todos como sombras en su tronco se encogieron. Sé bien, sé muy bien que entonces hubiera sido mejor oír el estruendo.

Canción

Agita un pañuelo blanco el que se despide. Cada día acaba algo, acaba algo muy hermoso. La paloma mensajera bate el aire con las alas, de vuelta a casa. Con esperanza y sin esperanza siempre volvemos a casa. Sécate las lágrimas y sonríe con los ojos llorosos, cada día empieza algo, empieza algo muy hermoso.

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Canción de amor

Oigo lo que no oyen los demás, pies descalzos pisando terciopelo. Suspiros bajo el sello de una carta, el estremecimiento de las cuerdas, cuando no vibran. A veces, huyendo de la gente, veo lo que no ven los demás. El amor, vestido con la risa que se oculta en las pestañas, cubriendo los ojos. Cuando aún tiene copos de nieve en los bucles, veo florecer la rosa en el rosal. Oí al amor partir cuando unos labios por primera vez rozaron los míos. Quién, sin embargo, detendrá mi esperanza: ni siquiera el miedo al desengaño, para que a tus rodillas no se ponga. La más hermosa suele estar loca.

Pan y rosas

Entre dos polos se tensa el mundo como la piel del asno. La vida, entre dos cosas: pan y rosas. Se oye el mundo, redoblan los tambores. Para cosas pequeñas, guerra grande. Ganador y vencido vuelven a casa. ¿Qué distancia, qué distancia haya casa? Dos dados, dos palabras maravillosas, en la corneta de la historia: pan y rosas. Volver a tocar sobre el tambor volcado moviendo con violencia la corneta en las manos. Sobre la piel de asno del tambor de guerra, para nuestro amor, el hambre y la muerte espera.

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¡Addio, hermosa llama!

¡Addio, hermosa llama! La canción se ha herido levemente la frente y aquella a quien iba dirigida, ha callado lo que no podía pronunciarse. ¡No enciendas! Durante el crepúsculo las palabras no parecen tan audaces. ¡Addio, hermosa llama! La canción se ha herido levemente la frente. Y ambos estaban confundidos. Titubeando abrió la ventana. Cayó la luz nocturna sobre el día. Ya lo lejos Praga se sonrosaba. ¡Addio, hermosa llama!

El barco en llamas

Emprendí el camino al anochecer. El que busca suele ser esperado. Al que espera, le encuentran. Fui dejando detrás pequeñas ciudades dormidas, rincones tejidos de hiedra, donde quedaba aún algo de la música de primavera, hasta que me atrapó la noche. En su oscuridad estalló una llama. Alguien gritó: ¡Arde el barco! La lengua apasionada de la llama rozaba la desnudez del agua y los hombros de la joven temblaban de placer. Bajo las nerviosas ramas del sauce que daba sombra a la fuente, en cuyo fondo se oculta la tiniebla cuando hay luz, vi a una joven.

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Empezaba a amanecer. Ella intentaba bajar del brocal un cubo mojado. Tímidamente le pregunté si había visto la llama. Me miró con sorpresa, volvió hacia atrás la cabeza y un momento después, dudando, asintió.

El tímido susurro de la boca besada...

El tímido susurro de la boca besada que sonríe: Por un sí, que hace tiempo no escucho. Ni tampoco me toca. Sin embargo quisiera encontrar aún palabras que estén amasadas de miga de pan, o de olor de tilos. Pero el pan se ha puesto mohoso y el perfume amargo. Y en torno a mí se arrastran palabras de puntillas y me ahogan, cuando quiero asirlas. Matarlas no puedo, y a mí me matan. ¡Y retumban las puertas a golpes de maldiciones! Si pudiera obligarlas a bailar para mí se quedarían mudas. Y aún cojearían. Sin embargo sé muy bien que el poeta está obligado siempre a decir más que lo que esconde el rumor de las palabras. Yeso es la poesía. De lo contrario con la palanca del verso no podría hacer saltar el capullo de los melosos goznes y obligar al escalofrío a que nos recorra la espalda mientras desnuda la verdad.

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Tórtola, cállate...

Tórtola, cállate, deja de arrullar, en estos parajes a nada procurarás dulzura y golpea la piedra con el ala indefensa para que se levante el rabino, lleva ya mucho rato durmiendo. Con ondulación de tumba, que vaya a la sinagoga, pues aquellos que marcharon hace tiempo algunas veces regresan, que los vivos se van siempre y el mundo se quedaría vacío. Que entre en el umbral y peine el crepúsculo de barba gris. Aquí está la primavera, el tiempo de Pascua empieza y ha llegado ya el momento de cantar el Cantar de los cantares delante del cortinaje de la tora. Que empiece el cantar, escucharemos aquel grandioso cántico de muerte, el cantar más triste de todos los cantares escritos no hace mucho sobre la pared húmeda. Que los nombres de los asesinados pegados con sangre caigan en la cúpula del cementerio y que le entierren. Ya es bastante viejo. Las piedras que en pie seguían se inclinan e inclinadas caen al suelo. ¡Qué se oiga su voz en el valle del silencio y esparza ya aquellas manchas que bailan entre las tumbas! Su capa está tejida de hedor de putrefacción y los huecos de sus ojos con escamas de peces están pegados. Cuando ya incluso la mezuza tan sagrada ha perdido su poder, cuando ya ni siquiera las oraciones llegan y caen atrás como flechas a mitad del camino, quizá se abra paso su cantar hacia el cielo cerrado.

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Un arco iris de siete cintas se tiende en el paisaje de primavera. ¿Qué es lo que huele? , huele el aire y algo más huele en mayo: la rosa silvestre. Esas hojas suyas inocentes son el saludo de antaño para mí tan querido. No, no te cambiaría por otras, ya fueran las más bellas rosas, rosa silvestre. Veo a mi madre cuando era joven. Va por la hierba y lleva una rosa. Mas cuando cae la flor del arbusto la imagen de nuevo se desvanece, rosa silvestre.

El grito de los fantasmas

1 En vano nos agarramos a las telarañas flotantes y al alambre de púas. En vano apoyamos el talón en la tierra para no dejarnos arrastrar con tanto ímpetu hacia las tinieblas, que son más negras que la más negra noche y carece ya de corona de estrellas. Y cada día encontramos a alguien que involuntariamente nos pregunta sin abrir siquiera la boca: ¿Cuándo? ¿cómo? ¿y qué viene después? Bailan y danzan aún un poco más y respiran el aire perfumado, ¡aunque sea con el dogal al cuello!

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Jardín de canal

1 He tenido que llegar a edad avanzada para aprender a amar el silencio. Conmueve a veces más que la música. En el silencio aparecen señales emocionadas y en las encrucijadas de la memoria detectas nombres que el tiempo pretendía ahogar. Por la noche, en las copas de los árboles, puedo oír hasta el corazón de los pájaros. Y al caer el día, una vez, en el cementerio, oí de lo hondo de una tumba el crujir de un ataúd.

7 Nunca, nunca acariciará mi barba rala; nunca ahogaré mis labios en su cuerpo. No haberla visto quisiera para que no me decapitara cada vez con el sable de su belleza. Al día siguiente, en el teatro, se situó paciente junto a la columna, sin apartar la mirada del palco vacío. Cuando entró, se sentó en el asiento de terciopelo y entornó los hechiceros ojos, y las largas pestañas, como una planta carnívora de cuya flor pegajosa no hay escape. Cúbrete los ojos o enloqueceré de amor. Era joven, enloqueció y murió.

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MUESTRARIO DE POESÍA 33 – EL BARCO EN LLAMAS – JAROSLAV SEIFERT 14

La columna de la peste

2 Nuestras vidas se deslizan como los dedos sobre el papel de lija; días, semanas, años, siglos, y había épocas en que pasábamos llorando largos años. Hoy todavía camino alrededor de la columna donde con tanta frecuencia esperé y escuché, cómo murmura el agua de las fauces apocalípticas, sorprendido cada vez por la amorosa coquetería del agua, que estallaba en la superficie de la fuente mientras caía la sombra de la columna en tu rostro. Esta era la hora de la Rosa.

Ante la puerta de Matías Con la barbilla apoyada en las rodillas solía sentarme ante la verja del castillo y miraba pelear a los gigantes, uno con un palo, el otro con una daga, tenía tiempo de sobra, esperaba el final de aquel combate. La guerra, por entonces, poco a poco retrocedía; me sonaban las tripas, y había hambre. Pero ¿qué le importa al cielo cuando llega la primavera?, en los tejados, los palomos rondaban a las palomas, arrullándose ridículamente, y suaves lloviznas rosas, azules, caían sobre Praga. Bajo el funicular, sobre la hierba, las violetas sonreían a los zapatos, y el vagón se caía entre las flores bajo el tejado, donde sonaba el timbre. Y en ese momento la fuente antigua me salpicó de agua, como con una gota de leche la mujer que amamanta, al darse cuenta de que no miro amorosamente sólo al rostro del niño. Por lo demás, la belleza de las mujeres abrió hasta los ojos ciegos de Homero, pero ya era viejo. Luego me limité a esperar pacientemente a que cayera el mazo y rugiera el cráneo, a que el viento arrebatara el sombrero cardenalicio del pórtico de palacio dónde se había posado una mariposa, a qué las gárgolas vomitaran delante de mí las vedijas de plata del cielo limpio, sobre el que no había ni una mancha, y alguna uniera a mis pasos los ojos de su sonrisa. Esta es toda la historia, no satisface, pero no hay asesinatos en ella, por lo menos no muchos, y aún espero, y es que ni siquiera la daga, que la mano sostiene en alto, se ha hundido en las costillas, que es lo que anhela.

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Ser poeta La vida ya hace tiempo me enseñó que la música y la poesía son en este mundo lo más hermoso que puede darnos, excepto el amor. En una antigua crestomatía, publicada aún en tiempos del viejo Imperio austrohúngaro, en el año en que murió Vrchlický busqué el tratado que hablara de poética y de los adornos poéticos. Luego puse una rosa en un vasito, encendí una vela y empecé a escribir mis primeros poemas. Inflámate, llama de las palabras, y arde, aunque acaso me quemes los dedos. Una metáfora sorprendente es más que un anillo de oro en la mano. Pero ni siquiera la metodología de Puchmajer me sirvió de nada. En vano recogía las ideas y con fuerza cerré los ojos para poder oír el misterioso primer verso. En la oscuridad, lugar de las palabras, entreví una sonrisa de mujer y en el viento cabellos ondeantes.

Consuelo Señorita, señorita usted frunce el ceño porque le ha llovido durante todo el día, ¿que podría decir aquella pequeña efímera para la que llovió durante toda la vida?

Excéntrico La nieve para siempre blanca y tú para siempre tendrás que Amarla Cuando han caído en el muelle las blancas flores de la niebla semejantes a un pierrot media cara luz media tiniebla tengo sueño amor anillos de hierro en las piedras de los muelles ¿Recuerdas Marsella? Panderetas que poseen cascabeles. Una paloma blanca con dos sellos trae una carta

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hay tantas cosas hermosas ¡las amamos de tal forma! cuando suena en el fondo del bolsillo la última moneda. Humo de la chimenea del vapor que a ti te gusta diga señor capitán ¿se está haciendo el desayuno? pensábamos en el mar en los barcos balleneros en el viento de las olas se estremecen los corales. ¿Por qué está tan triste usted dama aventurera? Ponga su tristeza de cristal en manos de un hombre ya se acercó a la ventana una estrella pálida y cantaron los gallos por la mañana Usted es mi testigo en los vasos de vino los pétalos de rosa Marchitos de la risa bajo la triple máscara el llanto frío ¡Oh excéntrico! semejante a un pierrot que tiene sueño he visto a un hombre por amor sostener a esgrima un duelo es que ya para siempre ya siempre tendrá que amarla yendrás que amar para siempre la nieve blanca.

Miss Gada-Nigi Noches abiertas alas de cuervo tambor de tiniebla Miss Gada-Nigi está sentada en el trapecio debajo en la arena el payaso dormita Como un pájaro cae la nieve de sus sueños por el agujero de la lona sonríe Gada-Nigi a las estrellas mientras escucha el tic-tac de su reloj de pulsera está aprendiendo a bailar en la cabeza del caballo encabritado y en los encajes de niebla la eternidad en las estrellas el tic-tac del reloj destello del infinito en el rostro del payano y en el carromato de los artistas de circo lloró un niño tendiendo la mano a las estrellas de los pechos de su madre y la canción del pájaro se columpiaba en las ramas del jazmín cuando dándose la espalda los amantes y el suicida bajo el luminoso parasol del farol vieron la estrella que cae a lo largo de una noche milenaria apagarse en los nenúfares del superficial estanque Oh miss Gada-Nigi no piense en las estrellas

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MUESTRARIO DE POESÍA 33 – EL BARCO EN LLAMAS – JAROSLAV SEIFERT 17

ya que en las rayas de la mano encerrado está el destino usted el payaso y yo Solamente los amantes mueren sin querer de amor Escuche sólo un momento cómo en el beso se apagan las finas flautas del aliento

Fruta candente Amar a los poetas la moribunda fauna del parque de Yellowstone y a pesar de ellos amamos la poesía la poesía cascada eterna Cañones de gran alcance disparan sobre París poetas con cascos ¿mas para qué contar los muertos por un amor infeliz? ¡adiós París! Circunnavegamos África y con ojos de diamante agonizaban los peces de los barcos de vapor en las hélices si se recuerda tanto más duele Y las liras de los negros perfumes del aire ardiente maduran en nuestra tierra de las arañas los frutos candentes cuando medianoche cierra y el señor Blaise Cendrars se quedó manco en la guerra Los pájaros sagrados en sus patas delgadas como sombras el destino de los mundos acunan Cartago está muerta y como mil clarinetes toca el viento la caña de azúcar y en los frágiles paralelos de la tierra la historia mientras tanto centenaria hidra serpentea me muero de sed señorita Mugret y usted no me ha contado cómo sabía el vino de Cartago Partió un rayo a las estrellas

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MUESTRARIO DE POESÍA 33 – EL BARCO EN LLAMAS – JAROSLAV SEIFERT 18

y llueve la superficie del agua

tenso tambor agitó la revolución en Rusia la toma de la Bastilla y el poeta Mayakovski ya muró pero la poesía luna de miel gotea néctares olores en los cálices de las flores

El rey Herodes Cuando llevó a sus labios un racimo de uva Herodes, el rey que asesinó a los inocentes, tenía en las manos huellas de sangre horribles. ¿Cuál es la culpa que sobre su alma pesa? Tenía usted en las manos huellas de sangre horribles cuando un racimo de uva elevó hasta sus labios.

Panorama El ciervo se aleja, de su cornamenta se levanta el humo, tras la hoja del helecho escuchad a la estrella pero silenciosamente, sólo silenciosamente. Fuentes llenas de frutas y noches de estrellas, quisiera ofrecerte esa bacía de bronce, y ser barbero. Oh peluqueros, las manos cansadas que se deslizan los lisos cabellos, de la mano cae el peine, el escultor soltó el cincel y en el espejo los ojos se han helado. Ya es de noche. ¿Duerme usted? ¡Acabe con la blandura de su edredón! La hora de medianoche. Las lámparas eléctricas. Tinieblas, luz, tinieblas, medialuz y he aquí: el peine de las montañas desenreda del cielo la cabellera y como dorados piojos van cayendo las estrellas.

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Helouan A Josef Hora

Aquel que al alba acompaña tan solo el olor del jazmín, llega sin duda alguna a su vereda, sujetándose al círculo de la palabra del poeta. ¡Cuántas veces volvía yo de este modo al amanecer -el vigor del recuerdo levanta el polvo- sujetándome a las barandillas del barco Helouan, de aquellas islas que no están en los mapas. Y tirando mi brújula y el zapato tras la cabecera, navegaba en el lecho, solo, sin timón, con aquel hermosísimo barco que de uno de sus viajes nos legó el poeta al injertarnos las alas.

El beso de Marat Cruzan las flores aquel grupo de estatuas y ya huele a verdor en el barrio de Letná; pasa el amor y dobla las piernas; las piernas dobla y destruye el corazón. Pasa la primavera, las hojas del sauce con el viento ligero suavemente tiemblan. Pasan enamorados y son felices pues tienen esperanza. Pero la muerte, por supuesto, besa también apasionadamente.

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El último cuento de Navidad en Bohemia

Mientras estoy escribiendo estas páginas la habitación se me está inundando de un cálido aire primaveral, lleno de toda clase de aromas, que entra por ventana abierta de par en par. Florecen las lilas. Pero ni la alegre primavera me puede hacer desistir de este tema tan invernal. Muchos podrían pensar que tengo olas enteras de nieve en la ventana, la misma que en la calle produce crujidos bajo los zapatos, y que el termómetro está bajo cero. ¡Qué va! Precisamente ahora me acaba de traer mi

hija unas cuantas enormes peonías chinas y me las ha puesto sobre la mesa. Me parezco a VIadimír Holan, quien en una de sus cartas revela que está esperando las Navidades desde el Año Nuevo. Me gustan esas fiestas. Y las agradables imágenes del idilio navideño, las puedo ver mentalmente, aunque sea sobre la arena caliente, al lado de un río estival. ¿Entonces por qué me tendrían que molestar las lilas en flor?

De niño solía leer ávidamente los cuentos navideños, estuvieran donde estuvieran. En el suplemento dominical del periódico, en un calendario humorístico, o en las estampas del aguinaldo que antes de las fiestas solian traer los carteros. Estaba agradecido por cualquier poemita corto u otra pieza que me hiciera pensar en las Navidades.

Recuerdo todavía hoy uno de estos cuentos de estampa de un cartero. Y lo leí hace setenta años. ¡Dios mío! ¡Hace setenta años!

Era tan sencillo que hacía llorar, pero lo contaré igual. Un hombre a quien le gustaba pasar el tiempo en las cervecerías, se olvidó hasta de la Nochebuena. En vano le esperaba su joven mujer en casa. Muy tarde, cuando regresó, estaba cayendo una nieve espesa que lo cubrió todo. El borracho vagó por la carretera blanca hasta que, cerca de uno de los palos telegráficos, se mareó de tal manera que se sentó y se durmió sobre la madera empapada. Pero al cabo de un momento oyó voces desde el palo. ¡Era la voz de su mujer! Hablaba con un joven ayudante del guardabosques. Que venga, sí, su marido no está en casa y tardará mucho en llegar. ¡Estarán solos! Se despertó de prisa, se puso de pie y según podía, se apresuraba a su casa. El final del cuento lo dejaba claro el dibujo. El borracho está arrodillado delante de su mujer, con la cabeza en su vientre, y la mujer, contenta, sonríe.

Pues, ¡felices fiestas!

Es tonto y primitivo, ¿verdad? Sí, realmente es así. Pero entonces me gustaba mucho por su final agradable y navideño. A menudo he

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recordado aquella estampita de aguinaldo. Algunas veces en unas situaciones bastante adecuadas. ¡Quizá por eso no lo he olvidado!

Hace tiempo que no se escriben cuentos navideños. Han pasado de moda. Es otra época. Pero las fiestas tampoco son las mismas de mis años jóvenes. La nieve ya no cae tan espesa, ni se va a la misa de adviento y las fiestas navideñas ya no son una oportunidad para una quieta meditación. Todavía se encienden los árboles de Navidad, eso sí, pero ya no se cantan canciones navideñas delante de ellos. Se pone el tocadiscos y las parejas bailan danzas modernas. Tampoco se bebe el aromático y dulce ponche después de cenar, sino algo mucho más fuerte. ¿Y quién va ahora a la misa del gallo? Y por lo tanto, ¿quién leería los cuentos navideños hoy en día?

No obstante, yo he decidido escribir uno. Probablemente será el último cuento navideño de la Bohemia. Algo parecido al último oso en las montañas. ¿Pero no soy algo vanidoso? Más vale que deje las reflexiones y empiece.

En nuestra calle del antiguo llano de Brevnov hay una torre en la que hasta hace poco había una estación herpetológica. Eran nuestros vecinos de enfrente, así que no era difícil conocerlos. La torre estaba construida sobre dos parcelas, porque sobre una de ellas hay una capilla de peregrinos barroca, y está guardada. Por eso hay un jardín bastante grande al lado de la torre. En la estación herpetológica habían trabajado ya dos generaciones.

El Dr. Frantisek Kornalík con su hijo Frantisek. Les ayudaba la señora Kornalíková, su mujer. Criaban víboras y les sacaban el veneno de los dientes, que entregaban al instituto farmacológico.

Ellos mismos llevaban a cabo experimentos con un medicamento contra el cáncer y utilizaban para ello veneno de serpiente. En el sótano luminoso y espacioso tenían unos veinte viveros con víboras.

La vista de las serpientes me decepcionó. Las víboras estaban inmóviles, dormían. Algunas veces miraba el trabajo de la familia Kornalík y no dejaba de maravillarme de la habilidad con que trataban a las serpientes. Las cogían en la mano y las forzaban a dejar el veneno en un platito preparado. Eran dos o tres gotitas de líquido amarillo que cristalizaba sobre el platito. Es verdad que Kornalík padre aparecía a veces con un dedo vendado, pero me aseguraba sonriendo que todos ellos eran inmunes contra el veneno de serpiente. Lástima de las gotas en el dedo, decía. Él quería a las víboras.

Nuestros vecinos eran grandes amigos de los animales. Amaban extraordinariamente a todo lo vivo, con un sincero sentido para las necesidades de los animales. Delante de la puerta que daba al jardín muchas veces tomaban el sol dos bulldogs. Estaban tendidos como dos

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leones que guardaran el portal de un reino. Sacaban las lenguas rosadas de las bocas negras y eran verdaderamente hermosos. Dentro de la casa de los Kornalík también tenían cosas vivas: peces exóticos en un acuario y unas graciosas tortuguitas con corazas de ámbar. Los perros tenían su pequeña madriguera en un rincón del recibidor, y como se agitaban y movían allí, lustraron un trozo de pared hasta ponerlo de un negro brillante.

Los muchachos del barrio cazaban en los cercanos campos pequeñas ratitas y se las traían a las víboras. Con este botín se compraban la oportunidad de ver a las serpientes. Los Kornalík no recibían solamente ratones, sino que la gente les traía también serpientes ordinarias. Una vez, cuando no estaban en casa, el cartero llamó a nuestra puerta para que le entregáramos un paquete con una inscripción que avisaba: «i Cuidado, hay víboras!». Según nos aseguró, se sacaba este paquete de encima con mucho gusto. Nosotros también nos alegramos cuando los Kornalík lo recogieron.

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Sobre Jaroslav Seifert

Por Víctor Montoya (Bolivia)

El poeta checo Jaroslav Seifert (1901-1986), nació en un barrio obrero de Praga. Siendo aún adolescente quiso ser pintor, pero acabó siendo ganado por la musa de la poesía, por la dulce melodía de su idioma y por la facilidad de expresión que le deparaba la palabra escrita. Apenas publicó su primer libro, "Ciudad en lágrimas" (1921), fue considerado por la crítica literaria como el pionero del

nuevo arte proletario, ya que su poesía, además de reflejar las vivencias de su juventud, reflejaba las influencias de la revolución rusa y las concepciones filosóficas del marxismo. Cuando la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura, en 1984, el poeta praguense era relativamente conocido en Escandinavia, razón por la cual la televisión sueca transmitió un reportaje desde su casa, para ponernos en contacto con una personalidad atractiva, de conmovedora vitalidad y amor desmesurado por el mundo y sus habitantes. Jaroslav Seifert apareció sentado en su escritorio, rodeado de cuadros y libros de autores checos, pues Seifert era un poeta nacionalista por excelencia, cuyas obras estaban inspiradas en su propia tierra y, sobre todo, en Praga, ciudad a la que le rindió pleitesía por medio de sus versos. Durante el reportaje, Seifert se mantuvo sentado, con las muletas al alcance de las manos y contestando las preguntas con voz dulce: "No estoy sorprendido por el premio", les dijo a los periodistas. Hacía ya cuatro años que había sido propuesto junto al escritor norteamericano Arthur Miller, al poeta francés Louis Aragón y Roman Jakobson. Como fuere, y lejos de falsas modestias, el premio era un gran estímulo para promocionar la literatura checa a nivel internacional y para empezar a traducir, junto a su nombre, a otros escritores que permanecían en el anonimato. Jaroslav Seifert ha dedicado gran parte de su vida a leer y escribir poesía, consciente de que su pueblo gustó desde siempre de este género literario, incluso en los momentos más trágicos de la guerra. "Yo creo -dijo-, que la poesía tiene un enorme significado para un pueblo, y mientras más pequeño es éste, la poesía tiene aún mayor significado".

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Este poeta que alcanzó los 84 años de edad, que amaba la vida y odiaba la muerte, jugó con los estilos a lo largo de su carrera literaria. Hasta la Segunda Guerra Mundial escribió versos con métrica y rima, pero luego de un largo periodo de enfermedades, empezó a cultivar el verso libre, exento de retórica y patetismo, bajo las influencias de Apollinaire, Verlaine y otros poetas del modernismo francés. Así, a este periodo corresponden sus mejores poemarios: "Concierto en la isla" (1965), "El cometa Halley" (1967), "La fundición de las campanas" (1967), "La columna de la peste" (1977) y "Ser poeta" (1983). El paraíso poético de Seifert está impregnado de flores y música, de mujeres y calles. Sus versos son un ramo de rosas y violetas, un canto a Mozart y Bach. Las mujeres y Praga no sólo son personajes centrales y temas perpetuos en su poesía, sino también metáforas de lo mejor que pueda dar la vida. Junto a las mujeres inmaculadas, de labios que desgranan versos y ojos que iluminan las tinieblas, se levanta majestuosa su ciudad natal, con callejas estrechas y plazas barrocas, con lagos donde se oye el graznido de las gaviotas y canales donde se descomponen las luces que se descuelgan de los faroles. Seifert, para unos, era el poeta del proletariado, el escritor que desde sus primeros tanteos literarios se unió al grupo "Devètsil", que consideraba que el arte debía estar al servicio del Estado. En tanto para otros, Seifert era simplemente el poeta del amor, de la melodía y la belleza estética del poema; ante esta disyuntiva, claro está, no quedaba más que una tercera alternativa: Seifert era, indudablemente, el poeta del amor, pero sus críticas contra el sistema político de entonces las expresó de manera alegórica en sus poesías, a pesar de estar consciente de que con versos no se derrumban sistemas de gobierno. Este poeta exquisito jamás formó parte de una escuela ni teoría que tratara la forma de cómo aproximarse a la poesía y cómo interpretarla, y menos aún de las teorías del "estructuralismo de la escuela de Praga", que nació a finales de los años veinte del siglo pasado en un círculo lingüístico inspirado en el formalismo ruso. En un congreso de escritores celebrado en 1956, manifestó que los poetas son la conciencia nacional, desde el instante en que trabajan con la palabra escrita y porque tienen mucho más que ver con la realidad que los músicos o pintores. En 1968 firmó el "Manifiesto de las 2000 palabras" y, nueve años después, fue el primero en pronunciarse en defensa de los escritores perseguidos y encarcelados, y el primero en firmar "Carta 77". Cuando el gobierno disolvió la Unión de Escritores Checoslovacos en 1970, Seifert pasó a ser uno de los poetas cuyos versos no se podían publicar libremente. Sin embargo, su poesía, vapuleada por la censura, circulaba clandestinamente en forma de folletos; unas veces, copiadas a máquina y, otras, a pulso. Circunstancias en las que la poesía de Seifert

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se convirtió en símbolo de protesta contra la censura de prensa y la libertad de expresión. Después de habérsele concedido el Premio Nobel de Literatura, este autor praguense, a quien le pesaba más su vejez que sus enfermedades, siguió creando y recreando su universo, convencido de que sólo a través del idioma se encuentra la libertad más elemental. Empero, la noche del 9 de enero de 1986, tras sufrir un repentino ataque cardiaco, se alejó de este mundo y de la vida que tanto amó. El día de sus funerales, una muchedumbre acongojada acompañó su féretro hasta su última morada. Desde entonces, muchas cosas han cambiado en su tierra natal. Se dividió Checoslovaquia y se recobró la democracia.

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Jaroslav Seifert / biografía

(Praga, 1901-1986) Poeta checo considerado uno de los más grandes poetas checos contemporáneos; obtuvo el premio Nobel en 1984. Fue activo inspirador de los principales movimientos vanguardistas checos, entre ellos el llamado "poetista". Miembro fundador, en 1921, del Partido Comunista checoslovaco, rompió con él después de viajar a la Unión Soviética en 1929, y fue fervoroso luchador contra la ocupación nazi.

Seifert participó en 1920 en la constitución del grupo Deveetsil, de fuerte influjo en la literatura checa posterior, que combinaba la adscripción a los principios de la revolución rusa y a los movimientos futurista y dadá. Con este aliento publicó su primer libro de poemas, Ciudad en lágrimas (1921), para derivar hacia una actitud estéticamente más radical y

adversaria de las doctrinas soviéticas en El amor mismo (1923), obra que materializa los principios del "poetismo".

En los años siguientes, sin abandonar la colaboración con los movimientos y publicaciones socialistas, profundizó el vanguardismo de su creación poética en títulos como En las ondas (1926), El ruiseñor canta mal (1926), donde ya se percibe una visión del mundo acusadamente pesimista, y Paloma mensajera (1929). En la década de 1930, a medida que la situación política y social se degradaba, derivó hacia el clasicismo y su voz se tornó más clara y contundente.

El título que señala dicho giro es Manzana de regazo (1933), con el que el poeta dio por terminada su fase juvenil para convertirse en el gran maestro del verso musical y expresivo, que le granjearía una gran popularidad. Las manos de Venus (1936) y Primavera adiós (1937) son libros que responden a esa tendencia.

Bajo ocupación alemana y con el inicio de las confrontaciones militares en Europa escribió versos patrióticos y antifascistas como en Ocho días (1937), Apagad las luces (1938) o El abanico de Bozena Nemcová (1940). La Praga ocupada es la ciudad a la que canta en títulos como Vestida de luz (1940) y Puente de piedra (1945). Continuó escribiendo y publicando después de la guerra, pero, tras pronunciar un discurso crítico contra la política cultural impuesta por el régimen estalinista, fue condenado al ostracismo durante años.

Reapareció en 1965 con Concierto en la isla, libro al que siguieron otros como El cometa Halley (1967) y La fundición de las campanas (1967). Poco después se hizo cargo de la dirección de la Unión de Escritores, tribuna desde la que condenó la invasión soviética de su país, en 1968, tras lo cual volvió a encontrarse en dificultades, por lo que hubo de

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publicar algunos libros en Alemania. Fue firmante de la Carta 77 en favor de los derechos humanos en Checoslovaquia. Sus memorias aparecieron en 1983 con el título Toda la belleza del mundo, y ese mismo año, uno antes de recibir el Nobel, apareció su último poemario, Ser poeta.

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Muestrario de Poesía

18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú 19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James Rawlings 20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott 21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza 22. Antología de Spoon River / Edgar Lee Masters 23. Beso para la Mujer de Lot y otros poemas / Carlos Martínez Rivas 24. Antología esencial / Joseph Brodsky 25. El hombre al margen y otros poemas / Heberto Padilla 26. Réquiem y otros poemas / Ana Ajmátova 27. La novia mecánica y otros poemas / Jerome Rothenberg 28. La lengua de las cosas y otros poemas / José Emilio Pacheco 29. La tierra baldía y otros poemas / T.S. Eliot 30. El adivinador de hojas y otros poemas / Odysseas Elytis 31. Las ventajas de aprender y otros poemas / Kenneth Rexroth 32. Nunca de ti, ciudad y otros poemas / Czeslaw Milosz 33. El barco en llamas y otros poemas / Jaroslav Seifert

1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo 3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín Pasos 4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo Carranza 5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses Burgos 6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz 7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington Delgado. 8. Haikus / Matsuo Basho 9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud Darwish 10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas 11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound 12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos Drummond de Andrade 13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus Enzersberger 14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire 15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes contemporáneos 16. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego 17. Muero de sed ante la fuente y otros poemas / Tom Raworth

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Colección

Muestrario de

Poesía 2009