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CENTRO DE INVESTIGACION Y MUSEO DE ALTAMIRA MONOGRAFIAS N.° 2 EL AZILIENSE E N L A S PROVINCIAS DE ASTURIAS Y SANTANDER por JUAN A. FERNANDEZ - TRESGUERRES VELASCO MINISTERIO DE CULTURA DIRECCION GENERAL DEL PATRIMONIO ARTISTICO, ARCHIVOS Y MUSEOS SANTANDER. 1980

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C E N T R O DE INVESTIGACION Y M U S E O DE A L T A M I R A

M O N O G R A F I A S

N.° 2

EL AZIL IENSE E N L A S P R O V I N C I A S DE

A S T U R I A S Y S A N T A N D E R

por

J U A N A. F E R N A N D E Z - TRESGUERRES V E L A S C O

MINISTERIO DE C U L T U R A

D I R E C C I O N G E N E R A L D E L P A T R I M O N I O A R T I S T I C O , A R C H I V O S Y M U S E O S

S A N T A N D E R . 1 9 8 0

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EL AZIL IENSE EN L A S P R O V I N C I A S DE

A S T U R I A S Y S A N T A N D E R

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C E N T R O DE INVESTIGACION Y M U S E O DE A L T A M I R A

MONOGRAFIAS N.° 2

EL A Z I L I E N S E E N L A S P R O V I N C I A S DE

A S T U R I A S Y S A N T A N D E R

por

J U A N A . F E R N A N D E Z - TRESGUERRES V E L A S C O

MINISTERIO DE C U L T U R A

DIRECCION GENERAL DEL PATRIMONIO ARTISTICO, ARCHIVOS Y MUSEOS

S A N T A N D E R , 1 9 8 0

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Para correspondencia e intercambio: J. González Echegaray, Director del Centro de Investi­gación y Museo de Altamira. S A N T I L L A N A D E L M A R ( S A N T A N D E R ) .

Depósito Legal: SA. núm. 110 -1980 I.S.B.N.: 84-600-2007-X

Manufacturas JEAN, S. A.—Avda. de Parayas, 5—Santander 1980

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P R O L O G O

" N o hay fin sino adición". T . S. E L L I O T

{Cuatro cutírtelos).

Las palabras de T. S. Elliot serán el "leiv-moliv" oculto de este trabajo. El Aziliense, por avatares de la investigación, fue una cultura marginada en los estudios sobre el Paleolítico (o el Epipaleolitico; sobre esta estéril cuestión vale más no entrar). Esta cultura era el fin de todo un mundo y, como tal, su degeneración. Pero no existe tal fin, sino que es el resultado de una cantidad enorme de adiciones que conducen a una cima desde donde proseguirá su cami­no por nuevos rumbos largamente preparados.

Este trabajo es, en cierto modo, una obra de fortuna. Casi podría afirmar que era cues­tión de fatalidad el que tuviese que entrar por este camino, mucho antes de que me fijase en él. Cuando comencé en el año 1973 las excavaciones en la Cueva de Los Azules, apenas tenía unas nociones generales, librescas, de lo que representaba este período denominado Aziliense. Pero pronto comenzaron a cambiar las cosas. Una cantidad enorme de materiales de ese momento tan mal conocido, me obligaron a centrar mi atención en él. Pronto comenzó a interesarme pro­fundamente. Seis años de excavación fueron seis años de planteamiento constante de proble­mas que no siempre tenían fácil solución. Por ello también resultaban inquietantes. Y todo ello me condujo al planteamiento — a l que no puedo llamar final— del significado de aquel mundo que surgía de la tierra: técnica, economía, espiritualidad, arte, profundamente enlaza­dos con los espacios paleolíticos que, en el fondo, eran las inquietudes de mis comienzos. ¿Aquéllo era el fin de un mundo o el principio de otro? ¿O, quizás, Zas dos cosas a l a vez? Este es el planteamiento del problema, que es posible que no esté resuelto aún, ni lo sea en muchos años, pues la limitación temporal lleva a la limitación de las soluciones.

El problema del Aziliense no puede ser comprendido sin tener presente el Asturiense. Por ello lo aquí tratado está íntimamente ligado a la tesis que en estos momentos escribe M. González Morales, sobre la última de las culturas citadas.

Son muchas las personas a las que debe agradecimiento. En primer lugar a D. Martín Almagro Basch y no sólo por haber accedido a dirigir la tesis que sirvió de marco a este tra­bajo. Su apoyo comenzó mucho antes —siendo yo estudiante en Valladolid— y gracias a su in­sistencia comencé a excavar en la cueva de Los Azules. Por ello es justo reconocer que este trabajo existe por su confianza en mis posibilidades. Sin aquel apoyo inicial jamás me hubiese enfrentado con estos problemas. Y justo es reconocerlo.

A D. Baldomero Menéndez y a su esposa por el apoyo económico que en muchas ocasio­nes prestaron a ía excavación y a D. Magín Beienguer Alonso y a D. Emilio Olávarri, por la ayuda que constantemente me prestaron, también les debo agradecimiento.

La jus t ic ia me obliga a reconocer los méritos de todos aquellos que colaboraron en los trabajos de Los Azules. Sería demasiado largo citarlos a todos, pero sin ellos todo lo que aquí está escrito hubiera sido imposible. Ellos llevaron sobre sí el trabajo oscuro de la excavación y siempre con una generosidad ilimitada. Otros han colaborado aportando sus conocimientos con sus investigaciones, como son los Dres. Gandida, Ferembach, Legoux, Dastugue, Hoyos, La-ville. López, Soto y Madariaga; a todos ellos tengo que agradecer su constante disposición y ayuda incondicional. También a los Dres. G. A. Clark y L. G. Straus ya que muchos datos refe­rentes a La Riera he podido utilizarlos gracias a su generosidad.

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Pero de un modo muy especial tengo que agradecer a M. González Morales y M. C. Már­quez XJría por su ayuda en todo momento, durante las excavaciones y fuera de ellas. Y junto a ellos a todos los que forman el llamado Grupo de Trabajo de Prehistoria Cantábrica (Gonzá­lez Echegaray, Bernáldo de Quirós, Victoria Cabrera, Alfonso Moure, Mercedes Cano, P. Utri-lla, Barandiarán Maestu, L. G. Freeman). Es imposible decir cuánto de lo que se puede encon­trar en este trabajo se debe a un intercambio de ideas con ellos, con todos y con cada uno de los que forman el grupo. Creo que sin ello no hubiera podido escribir la presente obra.

Al Sr. Ortiz. Director del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, por su permiso para poder estudiar las colecciones que guarda su museo; y al Dr. Hoyos por facilitarme los diarios de E. Hernández Pacheco y de P. Wernert relativos a la Cueva de la Paloma. A las Dras. Cha­pa y Martínez Navarrete por facilitarme algunos datos relativos a la industria de la citada cueva.

Al Dr. Virgos Rovira por ayudarme en el trabajo con los ordenadores.

A Mr. l'dbbé Jean Roche por sus consejos y orientaciones durante las campañas de excavación.

Y a mis padres y hermanos por el apoyo que siempre me prestaron en todo momento.

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I

HISTORIA DEL D E S C U B R I M I E N T O Y DE LA I N T E R P R E T A C I O N

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Capítulo I

HISTORIA DEL D E S C U B R I M I E N T O

A) La investigación hasta 1909.

Los pr imeros yacimientos explorados que contenían Azi l iense pasaron desaperc ib idos a la atención de los invest igadores, bien porque lo fueron demasiado pronto o por otro cúmulo de razones que más adelante reseñaremos.

Entre 1878 y 1880, D. Marce l ino S. de Sautuo la visitó y realizó una exploración en la cueva de El Pendo (Escobedo, Camargo ) . En su pequeña obra Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la Provincia de Santander, edi tada en 1880, nos ofrece los primeros datos de su investigación, aunque de modo muy esquemático: "Otra cueva existe en el Ayun­tamiento de Camargo, pueblo de Escobedo , l lamada de San Pantaleón, d igna de visitarse por su entrada fantástica, adornada de añosas yedras y otros arbustos. Su bajada es molesta por las grandes moles de piedra desprendidas de la entrada, l lamando la atención el gran desnivel que hay desde ésta hasta lo últ imo de la cueva, que seguramente pasará de treinta metros; como a la mitad de esta d is tancia se encuentra un banco de tierra oscura conteniendo un gran número de huesos, algunos tal lados, cuya ex is tenc ia denota que también esta cueva fue habi­tada por el hombre" (1).

Este yacimiento que, posteriormente, revelará un rico nivel azi l iense, fue investigado de­masiado temprano y, por el lo, el nivel post-magdaleniense pasará desaperc ib ido. Por otra parte el s istema de prospección que Sautuola pract ica no conl leva un planteamiento estrati-gráf ico; el investigador santanderino se limita, movido por lo que pudo observar en la Expo­sic ión Universal de París de 1878, " a prat icar (sic) algunas invest igaciones en esta provincia, que ya que no tuvieran el valor científ ico, como hechas por un mero af ic ionado, desprovisto de los conocimientos necesar ios, aunque no de fuerza de voluntad, sirvieran al menos de noticia pr imera y punto de part ida, para que personas más competentes tratasen de rasgar el tupido velo que nos ocul ta aún el origen y costumbres de los primit ivos habitantes de estas mon­tañas" (2).

A lo largo de la obra se hace evidente que la intención de Sautuola no sobrepasa el nivel de la simple cur ios idad y, además, el planteamiento de las relaciones Paleolítico-Neolí­t ico no cae dentro de sus preocupac iones, como tampoco en las de sus contemporáneos. En 1908 será citado este yacimiento por el P. L. Sierra, sin hacer tampoco alusión a ningún ni­vel Post-magdaleniense (3).

(1) Págs. 25-26. (2) Ob. cit., pág. 3. (3) "Notas para el mapa paletnográfico de la Provincia de Santander", en Actas y Memorias del Congreso de Natura­

listas Españoles, Zaragoza, 1908, pág. 106.

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Una segunda prospección en una cueva que posee restos azi l ienses fue real izada en julio de 1903, por el P. S ierra. S e trata de la C u e v a de Sal i tre, en Ajanedo (Santander) (4) . Más tarde, cuando en el año 1908 Sierra publ ique sus Notas para el mapa paletnográflco de la Provincia de Santander, la única referencia que hace a esta caverna es muy breve y poco explícita, aunque presenta una sumar ia enumeración de los materiales hal lados en el la (5).

En el mismo año de 1903, Hermil io A l ca lde del Río descubrió la Cueva del Cast i l lo , en Puente Viesgo (Santander) , a cuyo arte hará alusión en su trabajo Las pinturas y grabados de las cavernas prehistóricas de la Provincia de Santander (Santander, 1906) y, posteriormen­te, S ier ra volverá sobre el la sin añadir más datos de interés que los escasos sobre los útiles encontrados en su prospección (6). Este últ imo investigador visitó por pr imera vez con ánimo de estudiar la, en abri l de 1905, la Cueva de Val le , de la que se limita a citar (aparte de un breve catálogo de útiles de huesos) la ex is tenc ia a la izquierda de la boca de la caverna de "un abundante yacimiento magdalen iense" (7).

En marzo de 1907 A lca lde del Río visitó la cueva de la Meaza , en Ruiseñada (Comi l las , Santander) . En la c i tada publ icación de Sierra se hace alusión a un posible nivel "neol í t ico" en esta caverna (8).

Hasta este momento no se ha hecho, en la bibl iografía referente a la región cantábrica, ninguna alusión a niveles post-magdalenienses. Sin embargo estas industrias y el problema de la transición Paleolít ico-Neolít ico no eran ya nuevos en las preocupac ionese y escri tos de los prehistoriadores f ranceses. Cuando E d . Piette comenzó en 1887 sus excavac iones en la cueva de Mas-d 'Az i l (Ariége) estaba preparado el planteamiento teórico para intentar ya dar una respuesta al problema de la transición.

En los últ imos años del siglo XIX los conceptos de Paleolít ico y Neolít ico aparecían de­f inidos ya con una c lar idad relativa, como dos mundos divergentes desde el punto de vista cultural, en los cuales los sistemas económicos y técnicos, con puntos de contacto, se presen­taban como órdenes opuestos: una economía de caza y recolección frente a una de produc­c ión, un mundo en el que se tal laba la piedra frente a otro en el que se la pul imentaba. La esca la cronológica relativa, por lo demás, aparecía c lara, aunque no pudiese existir una apre­ciación real del t iempo.

Los investigadores eran conscientes de las dif icultades que surgían en cuanto se pre­tendía anal izar las junturas que debían existir entre estos dos mundos tan diferentes el uno del otro. Se había terminado el t iempo de las grandes def in ic iones y c las i f icac iones que había comenzado con Thompsen y culminado con Lubbock, y empezaba una nueva etapa de subdivi­s iones y prec is iones que tendría ocupados a los prehistor iadores de la pr imera mitad del s i­glo XX , de modo especia l al abate Breui l . La neces idad de buscar relaciones y zonas de con­junción entre los grandes grupos culturales comenzaba , y una de las proposic iones que se hacía urgente anal izar era el punto de unión — o la carenc ia de é l — , que podía existir entre el mundo paleolít ico y el nuevo mundo neolít ico. L a ruptura entre uno y otro estaba más mar­cada que cualquier otro tipo de referencias. Incluso las cuevas excavadas hasta el momento eran un ejemplo de el lo: en todas se mostraba un aparente vacío cultural posterior a los últi­mos momentos del Paleolít ico, con lo que la transición cultural quedaba rota y las industrias f inales de la Edad de la P iedra no presentaban ningún tipo de proyección hac ia los nuevos t iempos.

(4) E l arpón aziliense fue encontrado en esta cueva por el P. Carballo, aunque no sabemos cuando. (5) Ob. cit., pág. 109. (6) Sierra, ob.. cit., pág. 111. (7) Sierra, ob. cit., pág. 113. (8) Sierra, ob. cit., pág. 115.

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De este modo surgió la teoría del "h ia to" . A lgunos prehistor iadores pensaron en un abandono humano del occidente de Europa en un momento posterior al Magdalen iense f inal, vacío éste provocado por la emigración de los renos hac ia el norte a causa del mejoramiento cl imát ico que sigue a los momentos últ imos del P le is toceno. Si no vacío, a lgunos pensaron en un descenso importante de la poblac ión, con lo que, los escasos restos de los grupos magda-lenienses que quedaron arrastraron una penosa v ida de cazadores con muy pocos recursos en todo orden de cosas . Invasiones posteriores, procedentes del oriente del Mediterráneo, l lena­rían ese espac io desocupado por el hombre, aportando recursos técnicos y de pensamiento enteramente nuevos (9).

La investigación posterior irá desbaratando este intento de expl icación, si bien muchos de los fundamentos negativos que la motivaron seguirán influyendo todavía poderosamente en la c ienc ia posterior, incluso una vez que se ha demostrado su inexistencia; como es el caso de la expl icación de los cambios por el mejoramiento c l imát ico, o la apreciación de un sentido degenerativo de la evolución cultural.

Es en este marco en el que hay que encajar la investigación de E d . Piette en el Mas-d'Azi l (10). En esta cueva, cubr iendo los restos de la época magdaleniense ("del Reno" ) y subyaciendo a una capa de comienzos del Neolít ico ( "Ar is iense" ) con úti les de p iedra puli­mentada y cerámica, Piette encontró restos de un momento cultural que se d i ferenc iaba neta­mente, en muchos elementos, de ambos, pero también existían puntos de contacto entre el los. Es lo que se denominará "Az i l i ense" (o "As i l i enne " ) . Ciertos errores de interpretación se desl izaron desde el comienzo en la visión de este nuevo estadio cultural y pesarán, a partir de entonces, en la concepción del Az i l iense. En pr incipio ya el hecho de intentar cubr i r un vacío entre el Paleolít ico y el Neolít ico le dio un claro aspecto de transición entre ambos, pero de una transición carente de cont inuidad. Teniendo en cuenta el esplendor cultural de los cazadores de renos de f inales del P le is toceno, bien patente en la misma cueva de Mas-d 'Az i l , pesó un juicio muy poco posit ivo sobre la concepción del Az i l iense; se hacía evidente que éste era una c lara degeneración de la cultura magdaleniense en sus aspectos materiales. Pe­ro también lo será en sus aspectos espir i tuales. En esta valoración entraron en juego moti­vac iones puramente estéticas: la degeneración se hace palpable en la industria ósea y en la susti tución de un arte naturalista, de gran ca l idad, por una s imple, abstracta, enigmát ica y simból ica pintura real izada, no en las paredes de las cuevas, sino en s imples cantos roda­dos. La industr ia lít ica — y ésto reca lcaba la relación con el Magda len iense— parecía una con­t inuidad de éste, reduciendo los tipos y los tamaños de éstos. El mismo arpón no era más que una adaptación del magdaleniense a nuevas materias y nuevas neces idades. La relación con el Neolít ico se manifestaba en una serie de elementos que en un momento posterior de­mostraron ser un error de interpretación. En este nivel azi l iense se encontraron algunas semi­llas de frutos que parecía que habían sido rotos intencionadamente; incluso se encontró trigo (Triticum vulgare). El lo hizo pensar en un pr imer paso a la producción de al imentos, aunque los modos resultaran todavía enigmáticos. Más tarde se demostraría que no se trataba de otra cosa que de una intrusión en el nivel azi l iense debida a los roedores.

C o n el descubrimiento de esta nueva industr ia el problema del "h iato" va s iendo des­fasado, aunque subsista un hecho evidente: el desconocimiento de la amplitud real del tiem­po transcurr ido entre el Paleolít ico y el Neolí t ico. No existían aún métodos para evaluar, con

(9) Sobre esta cuestión cfr. Déchelette, Manuel d'archéologie préhistorique, celtique et gallo-romaine, París, 1908, págs. 309 y ss.

(10) Cfr. Piette, "Hiatus et lacunes. Vestiges de la Période de transition dans Ja Grotte de Mas d'Azil", comunica­ción presentada a L'Anthropologie, París, 1895; cfr. tambiín Chollot, Musée des Antiquités Nationales. Collection Piette. Art mobilier préhistorique, París, 1964, págs. 223-229.

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mayor o menor precisión, los espac ios temporales. De tocias las maneras en el Mas-d 'Azi l se hace evidente que, en los momentos posteriores al Magdaleniense, no se produce un vacío de población, sino que existen en el sur de Franc ia , en la zona de los Pir ineos, grupos huma­nos con modos de v ida muy semejantes a la de los cazadores del Ple is toceno (11), aunque, eso sí, degenerados y carentes de capac idad creadora.

En los años posteriores a la excavación de Piette en Mas-d 'Az i l se fueron acumulando datos nuevos: Lauger ie-Basse, La Tourasse, etc. El t iempo transcurr ido entre el Paleolít ico y el Neolít ico empieza a manifestarse mucho mayor a medida que nuevas industrias, con carac­terísticas muy pecul iares y en ámbitos regionales muy restr ingidos, van definiéndose. Esto su­cederá, especia lmente, durante la pr imera mitad del siglo X X , en la que va mostrándose la ri­queza y complej idad de eso que se ha venido l lamando mundo epipaleolí t ico.

Las pr imeras manifestaciones de la preocupación por establecer una secuenc ia en el Cantábrico aparecerán con la presenc ia en España de dos prest igiosos prehistor iadores: H. Breui l y H. Obermaier, con los que colaborarán algunos investigadores españoles, como H. A lca lde del Río, el P. Lorenzo Sierra — y a c i tados a m b o s — y el P. Jesús Carba l lo . Luego habrán de añadirse los nombres de E. Hernández Pacheco y el del Conde de la Vega del Se l la .

B) La Investigación desde 1909 hasta nuestros días:

En el año 1905 el P. Sierra había decubierto en Rasines (Santander) , la cueva de Val le. Entre los años 1909 y 1911 la región va a ser estud iada por el Instituto de Paleontología Huma­na, fundado por el Príncipe Alberto I de Monaco y con sede en París. A esta inst i tución se le va a encomendar la misión de investigar la prehistor ia del Cantábrico y la prospección de esta zona va a estar d i r ig ida por los dos prehistor iadores antes ci tados, Breui l y Obermaier, con los que trabajarían en algún momento prest ig iosas personal idades, como J . Bouyssonie, Schmidt , P. Wernert, P. Tei lhard de Chard in , Burkitt, etc., además de A lca lde del Río y Lorenzo Sier ra . Los yacimientos serán, en la Prov inc ia Santander, los de Val le, Hornos de la Peña y la cueva de Cast i l lo .

L a pr imera de las cuevas exploradas será la de Val le. En la breve memor ia pub l icada por H. Breui l y H. Obermaier en 1912, se hace referencia a la investigación anterior de Sierra y se nos d ice que éste había constatado " l a ex is tenc ia de varios niveles del final del Paleolíti­c o " (12). En el año 1909 trabajaron en la cueva durante un mes en una zona elevada dentro de la misma, cubierta por una gruesa capa estalagmít ica.

De los resultados de estos trabajos, reemprendidos en 1911 por Obermaier, tenemos sola­mente una somera nota, aunque de gran importancia. La estratigrafía del yacimiento, tal como aparece en el trabajo publ icado en la revista L'Anthropologie, es la siguiente:

C a p a estalagmítica. d.2) Nivel azi l iense.

C a p a intermedia de Helix. d.1) Nivel azi l iense. c) Magdalen iense. b) Nivel de bloques y piedras, sin arc i l la , a) Nivel de arc i l las con bloques.

(11) Piette, "Étudcs d'Ethnographie préhistorique", en L'Anthropologie, VI , 1895, págs. 283-284. (12) Breuil y Obermaier, "Les premiers travaux de l'Institut de Paléontologie Humaine", en L'Anthropologie, 23,

1912, pág. 2.

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Por desgrac ia no son abundantes los datos que conservamos de la cueva de Val le, ya que los materiales se dispersaron, algunos desaparec ieron durante la guerra civi l (estaban de­posi tados en Limpias, en la res idencia del P. Sierra) y nunca se llegó a publ icar la memor ia por parte de los responsables de la excavación, que se vieron afectados por la conf lagración de 1914. Bastantes años más tarde, en 1964, Cheynier y González Echegaray, publ icaron los datos que pudieron conseguir sobre la industria, de lo cual hablaremos más adelante. A pesar de todo ello esta cueva en la que se definió por pr imera vez el Az i l iense en la corn isa cantá­br ica, tendrá un peso extraordinario en todas las pub l icac iones posteriores al citado informe de Breui l y Obermaier y después de la apar ic ión de El Hombre fósil. En estos escr i tos se fija­rán los rasgos generales de la industr ia azi l iense en la región, rasgos que permanecerán casi inmutables durante muchos años.

La cueva de El Pendo vuelve a ser objeto de prospección en el año 1907, en que será vis i tada por A lca lde del Río, anal izando algunos grabados que se encuentran en las paredes de la caverna. Entre ese año y el de 1910 será v is i tada por Obermaier y el P. Carba l lo . Los primeros sondeos en esta cueva se real izaron durante el últ imo de los años ci tados por Car­ballo y W. Beatty. En 1915 O. Cendrero descubre en el la un bastón de mando. En los años siguientes la cueva sigue s iendo visi tada por H. Obermier, al mismo tiempo que continúa el expol io de la caverna, ya que los campesinos extraen tierra del yacimiento para abonar los prados próximos.

C o n el aumento del ritmo de la investigación en los años siguientes, una relativa cant i ­dad de datos, s iempre modesta, vino a sumarse a estas aportaciones in ic ia les sobre el Az i ­l iense cantábr ico. En 1912, el P. Carba l lo , junto con el norteamericano Beatty, excavó en Cue­va Morín (V i l laescusa, Santander ) . L a exploración será reemprendida por Orestes Cendrero y, de nuevo, por el mismo Carbal lo en 1915; dos años más tarde vuelve a trabajar en el la has­ta 1919. Cendrero pub l ica una pequeña nota incidental sobre la cata real izada por él, y en el la nos da una sumar ia estratigrafía (13):

Nivel 1: Neolít ico. Nivel 2: Az i l iense. Nivel 3: A c a s o Magdaleniense.

L a estratigrafía pub l i cada posteriormente por el P. Carba l lo es la siguiente (14): Nivel 1: T ierra vegetal con restos cerámicos. Nivel 2: Nivel mixto de Azi l iense y Al tamirense. Nivel 3: Auriñaciense.

Entre una y otra publ icación hay que situar la apar ic ión de la memoria que, sobre la misma cueva, publ icó el conde de la Vega del Se l la , en el año 1921, de la que haremos c i ta más adelante.

L a Cueva del Cast i l lo (Puente V iesgo, Santander) , había s ido descubier ta por A lca lde del Río en 1903, real izando entonces un sondeo en el la. En 1908 fue visi tada por el abate H. Breui l y, al año siguiente, por el Príncipe Alberto I de Monaco . Los restos hal lados en e l la (pertenecientes a las capas magdalen ienses) , movieron a iniciar los trabajos, que comenza­ron en 1910 con la l impieza de la boca de la cueva. En el año 1911 se inic iaron los trabajos de excavación, patrocinados por el Instituto de Paleontología Humana de París.

(13) Cendrero, Resumen de los bastones perforados de la Provincia de Santander. Noticias de dos nuevos yaci­mientos prehistóricos de la Provincia de Santander, Madrid, 1915, notas 1 y 2.

14) Excavaciones en la Cueva del Rey, en Villartueva {Santander), Madrid, 1923, pág. 16.

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El talud que cubría la entrada, por sus restos, parecía pertenecer a época eneolít ica. Bajo este nivel se encontró otro, posiblemente azi l iense, "descansando sobre una gran masa rocosa hundida anteriormente y dejando entrever aquí y allá, en la arc i l la infi ltrada entre los bloques, a lgunos huesos y algunos sílex del Paleolít ico super ior" (15).

Y a desde la pr imera campaña la cueva del Cast i l lo demostró ser de una importancia excepc iona l por poseer la secuenc ia más comple ta de todas las conoc idas en la región hasta el momento. Por desgrac ia también permanecerá inédita y sólo tenemos algunos datos dis­persos sobre los trabajos real izados en la cueva. Obermaier, en su obra El Hombre fósil, nos da la posic ión correcta del nivel azi l iense (nivel d ) , entre uno del eneolít ico (nivel c) y otro del magdaleniense superior (nivel f ) , pero separado el azi l iense de este últ imo por una costra estalagmít ica (16). Recientemente el estudio de los materiales de esta cueva fue real izado por la Dra. Victor ia Cabrera .

En estos mismos años, durante los cua les Obermaier y Breui l trabajaban en la provin­c ia de Santander, lo hace E. Hernández Pacheco en Astur ias, integrando esta provinc ia en la investigación arqueológica prehistór ica. Entre 1914 y 1915 el ci tado investigador excava la Cueva de la Pa loma (Las Regueras) . Descubier ta en el año 1912, el yacimiento habría sufr ido, como tantos otros, importantes destrozos por parte de los buscadores de tesoros, aunque pa­rece que no l legaron a remover el nivel az i l iense, si tuado entre uno magdaleniense y otros post-azi l ienses. Más tarde el rumor de que todo el yacimiento estaba revuelto pondría entre paréntesis el valor de los datos obtenidos en esta cueva (que tampoco fue pub l icada conve­nientemente), pese a que Vega del Se l la , que trabajó con Hernández Pacheco durante el ve­rano de 1914, no pone en tela de juic io el valor del yacimiento ni los trabajos real izados en él; es más, af i rma que éstos se real izaron " con una escrupulos idad nunca bastante ponde­rada" (17).

En este año el conde de la Vega del Se l l a in ic ia sus excavac iones en el Cueto de la Mina (Posada , Astur ias) . L a c a p a super ior (A) aparecía en el interior de la cueva y formaba un conchero en el que se encontraban algunos tipos de útiles que ya habían sido hal lados en el mismo año en la cueva del Penic ia l (Nueva, Astur ias) sin haber podido definir en ésta ni su posición es t ra t i g ra f ía ni el tipo de cultura al que pertenecían. La cueva del Cueto de la M ina proporc ionó nuevos datos para so luc ionar el problema, aunque no todavía de modo absoluto. Por debajo de esta capa de conchero y sobre el nivel magdaleniense se encontra­ron algunos útiles con aspecto azi l iense. No se trataba de un nivel de esta cultura propiamente d icho, s ino de algunas piezas que fueron separadas del conjunto magdaleniense por su as­pecto "az i l i ense" (18).

Esto llevaría al planteamiento de las re laciones existentes entre el Magdaleniense y la industr ia que lo pro longa en la región cántabro-pirenaica, el Az i l iense, en cuanto que se descu­bre un nexo entre ambas culturas; aunque durante bastante tiempo los pequeños raspadores de forma c i rcu lar ("disqui tos raspadores" ) , las hojitas de dorso y las pequeñas puntas, segui­rán s iendo el fósil d irector de la industria az i l iense, junto con el arpón aplanado, pero no hay que olv idar que la separación t ipológica de estos elementos en un nivel magdaleniense (de­jando aparte el a rpón) , puede dar como resultado un conjunto azi l iense inexistente en la rea­l idad. L a actuación de Vega del Se l la ante la industr ia de Cueto de la Mina es un exponente de esa concepción t ipológica basada en el fósil director.

(15) Breuil y Obermaier, ob. cit., pág. 10. (16) Págs. 175-176. (17) Vega del Sella, "Avance al estudio del Paleolítico superior en la región asturiana", en asociación Española

para el Progreso de las Ciencias, Congreso de Valladolid, 1915, pág. 139. (18) Vega del Sella, Paleolítico de Cueto de la Mina, Asturias, Madrid, 1916, pág. 58.

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Mientras, en 1915, se celebró en Val lado l ld el Congreso de la Asociación Española pa­ra el Progreso de las Ciencias, del que hablaremos más adelante y que sirvió a Vega del Se l la para real izar un planteamiento teórico de la sucesión de las industrias paleolít icas en la provincia de Astur ias. Todavía los hal lazgos eran escasos , pero es la pr imera sistematización basada en datos extraídos de cuevas de la región. Un año después aparecerá la pr imera gran síntesis de la Prehistor ia española, real izada por H. Obermaier . Se trata de la edición espa­ñola de El Hombre fósil. En 1924 aparece Fossil Man in Spain y al año siguiente se hará una nueva edición de la obra pub l i cada en 1916, con algunas adic iones importantes, s iguiendo el ritmo acelerado de la investigación en esos años. Esta obra supone una aportación de ex­traordinaria importancia ya que la c ienc ia española encontrará en el la una guía general que recoge todos los datos conseguidos hasta ese momento por la investigación y, también, los pr imeros intentos de comprensión y expl icación global del Paleolít ico y Epipaleolít ico. Muchas Ideas quedarán f i jadas a partir de ese instante, s iguiendo, de modo general , los esquemas f ranceses.

Como antes habíamos señalado, 1917 y 1918 son años de gran act iv idad para el conde de la Vega del Se l la . Los trabajos van a ir encaminados a so luc ionar el problema de la in­dustria hal lada en la cueva del Penic ia l y que estaba const i tuida fundamentalmente por útiles de gran tamaño trabajados sobre cantos rodados. Explora en Astur ias las cuevas de Amero (Posada ) , Fonfría (Barro) y Mazacu los (La F ranca ) . Sin embargo los yacimientos que darán la c lave para la solución del problema serán los de Balmor i (Balmori) y el de la Riera (Po­sada) , que a nosotros nos interesan aquí por estar re lac ionados directamente con el proble­ma del Azi l iense. Esta últ ima cueva c i tada reafirma la secuenc ia del Epipaleolít ico en el sec­tor occidenta l de la región paleolít ica cantábr ica. El nivel super ior estaba formado por un conchero asturiense. Debajo de éste había una débi l capa de arc i l la y por debajo de ésta un nivel azi l iense típico (19). Más adelante volveremos sobre la estratigrafía de la Riera.

Mientras, prosiguen en Santander las excavac iones ya ci tadas del P. Carbal lo en Cue­va Morín, simultáneamente con los trabajos del conde en el mismo yacimiento. Obermaier, en los momentos posteriores a la guerra mundial , en 1921, excava en la cueva de Rascaño (Miro­nes, Santander) , yacimiento que había sido explorado por Carba l lo .

En el País Vasco , durante estos años se desarrol la una importante act iv idad arqueoló­g ica presid ida por T. de Aranzad i , J . M. de Barandiarán y E. de Eguren, que trabajan en la cueva de Santimamiñe y, posteriormente, los dos primeros en las de Ermitt ia, Lumentxa y Urt iaga.

L a Cueva de El Pendo volverá a atraer la atención de los prehistoriadores cuando en 1932 y en los años siguientes es de nuevo excavada por el P. Carbal lo . La importancia de este yacimiento es grande en sí misma, tanto por la ca l idad de los marteriales hal lados como por los problemas que va a suscitar, aun cuando nunca ha sido bien pub l icada. Carbal lo basará la mayor parte de sus teorías sobre los orígenes del arpón azi l iense, y aun del Azi l iense mis­mo, en los descubr imientos efectuados en este yacimiento que, según él , proporc iona las prue­bas del origen cantábrico de esta industria.

C o n el conjunto de datos extraídos de las ci tadas excavac iones pudo lograrse una pri­mera aproximación al problema de los t iempos f inales del Paleolít ico en la zona de Astur ias y Santander. Queda bien estab lec ida la secuenc ia estrat igráf ica post-magdaleniense del modo siguiente: posterior al Magdalen iense final se encuentra el Az i l iense, seguido, en las cuevas costeras, por la industria Astur iense. Pero además queda planteado el problema de las rela­c iones entre todos estos conjuntos culturales: Magdalen iense - Az i l iense - Astur iense.

(19) Vega del Sella, Las cuevas de ¡a Riera y Balmori (Asturias), Madrid, 1930, pág. 18.

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Los años anteriores a la guerra civi l ven disminuir el número de excavac iones en las zonas de Astur ias y Santander. En la práct ica sólo el P. Carba l lo continúa trabajando. Breui l y Obermaier ya no excavan más en esta zona. Vega del Se l la se va apartando cada vez más de sus invest igaciones. Polít icamente los años eran difíci les, inseguros y la investigación de campo y, en consecuenc ia , la teórica se resienten de el lo. La guerra civi l supondrá una para­l ización total. Los años de la postguerra rinden muy poco desde el punto de vista de la exca­vación, aun cuando sea la época —fo rzada por las c i rcuns tanc ias— de las síntesis y de las pub l icac iones generales de Martínez Santaola l la , A lmagro Basch , Hernández Pacheco , que dir igirán la investigación cuando ésta se haga de nuevo posib le.

En nuestra zona se reactiva muy lentamente a partir de 1955 con las excavac iones diri­g idas por el Prof. Martínez Santaolaya en la cueva de El Pendo (con la colaboración de un equipo internacional entre cuyos miembros cabe citar a Cheynier y a A. Lero i -Gourhan) , traba-Jos que concluirán en 1957 y cuya publ icación se espera en el presente, preparada por Gon­zález Echegaray, L. G . Freeman y otros.

Por estos años trabaja en Astur ias el Prof. Jordá, pero desde el punto de vista del Az i ­l iense no se aporta apenas nada que merezca la pena ser ci tado, salvo el caso del descu­brimiento de un canto pintado de aspecto azi l iense en la entrada de la cueva de El P inda l .

En la década de los 60 se reemprende la act iv idad arqueológica y nuevos nombres apa­recen en la c ienc ia prehistór ica cantábrica. Pr imero serán las excavac iones en la cueva de El Otero (Secadura , Voto, Santander) , real izadas en el año 1963 por González Echegaray y García Gu inea . En este yacimiento se obtendrán los primeros datos polínicos para el Az i l iense; este análisis fue real izado por Ar l . Lero i -Gourhan, que había hecho para entonces el estudio pal inológico de la cueva de El Pendo.

Entre 1966 y 1969 González Echegaray y L. G . Freeman vuelven a investigar en Cueva Morín, replanteando los trabajos de Carbal lo y de Vega del Se l la . L a nueva excavación su­pone un avance considerable en el conocimiento del Paleolít ico cantábrico, no sólo por la aportación de una nueva colección arqueológica, s ino de modo especia l por los datos ofreci­dos por los análisis geológicos de K. Butzer, los faunísticos de J . Al tuna (unidos a sus estu­dios sobre la fauna de los yacimientos vascos) y los paleobotánicos de Ar l . Lero i -Gourhan, que confieren una nueva dimensión a la prehistor ia cantábrica. Además es de just ic ia añadir que el método empleado en Cueva Morín señala un punto de part ida para los trabajos en la región: desde ese momento será imposible volver a los antiguos métodos.

En estos mismos años, en la provinc ia de Santander, en la cueva del Piélago (Mi rones) , real iza sus excavac iones M. A. García Gu inea , hal lando una importante secuenc ia azi l iense, todavía inédita (20).

Y a en la década de los 70 la act iv idad Iniciada en la inmediatamente anterior se va a ampl iar y, con el lo, las bases de nuestro conocimiento del Epipaleolít ico cantábr ico. En San­tander la cueva de Rascaño, excavada por Gómez Riaño, Carba l lo y S ier ra y, posteriormente en 1921, por Obermaier, volverá a serlo por González Echegaray y Barandiarán Maestu. En As­turias se real izan trabajos en diversas cuevas que contienen niveles azi l ienses: la cueva de Los Azu les I (Cangas de Onís) , excavada desde 1973 por Fernández-Tresguerres y Cueva Oscu ra de An ia (Las Regueras) , comenzando los trabajos en 1975, s iendo dir igidos por J . M. Gómez Tabanera. A partir de 1975 se realizarán de nuevo excavac iones en la cueva de La Rie-

(20) Cfr. García Guinea, " E l Mesolítico en Cantabria", en Jordá, Ripoll et alii, La Prehistoria de la Comisa Can­tábrica, Santander, 1975, págs. 175-197.

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ra, dir igidas por G . A. Clark, L. G . Straus y M. González Morales, dentro de un ambic ioso plan de investigación que aporta una indudable luz sobre la secuenc ia cl imát ica y cultural de la región.

Estas nuevas excavac iones, real izadas con métodos más modernos, permit i rán ir preci­sando el esquema general que había s ido logrado en las invest igaciones de la pr imera mitad de siglo y dejar sentadas las bases para el conocimiento preciso del desarrol lo de los acon­tecimientos f inales del Paleolít ico.

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Capítulo II

I N T E R P R E T A C I O N E S Y V A L O R A C I O N DEL AZ IL IENSE C A N T A B R I C O S E G U N L O S R E S U L T A ­DOS DE L A S A N T I G U A S INVEST IGACIONES

Uno de los aspectos más Interesantes de todo estudio se refiere a la historia de las Interpretaciones y valorac iones, por cuanto nos muestra s iempre la mental idad de una época de la investigación. En el presente caso se part ió de exp l icar un fenómeno con muy pocos recursos y a lo largo del t iempo nos encontramos con una reiteración temática que parte de los pr imeros momentos de la invest igación. No sucede lo mismo con el tema, mucho más de­batido, de los orígenes del Az i l iense.

a) Piette y las excavaciones de Mas-d'Azil:

La teoría sobre el Az i l iense parte, lógicamente, de E d . Piette, su descubr idor . A partir de 1895 comienzan a aparecer las pub l icac iones sobre el Mas-d 'Az i l , con las que se va a dar al traste con la teoría del hiato. En el c i tado año publ ica en la revista L'Anthropologie una rese­ña sobre hal lazgos en la cueva de Brassempouy, y, en nota al pie de página, nos da un exce­lente resumen sobre el estado de la cuestión referente al Az i l iense:

"L 'époque asyl ienne (d 'Asy lum, Mas d'Azi l ) est cel le qui separe les temps quaternaires de ceux oü les haches de plerre polie furent invénteos. On est restó presque sans notion sur elle jusqu'en 1886, date á laquelle j 'en en ai découvert les vestiges dans la grotte de Mas d 'Az i l . On l 'appelait alors la lacune. Les ass ises que la représentent sur les derniéres couches de l'áge du renne caractérisées par des gros l issoirs en ramures de cerf élaphe. El les sont au nombre de deux: l 'assise á galets color ios et l 'assise á escargots qui est l 'équivalent des k joekkenmoeddings. L'étude des objets qu'e l les renferment nous fait assister aux progrés du pol issage inventé des la fin de la période tarandienne et appl iqué aux raclolrs, aux c iseaux et aux tranchets, avant de l'étre aux haches. El le nous renseigne sur les arbres fruitiers de cette époque et sur d'autres sujets tres intéressants. L a couche qui contient les haches en pierre pol le, cel le oü Ton trouve quelques objets en bronze, au mil ieu de l'outil lage néoli thique encoré employé par la masse de la populat ion, l 'assise protosiderique sont également tres r iches dans cette grotte et pleins d 'enseignement" (1) .

En esta breve nota el autor nos presenta y a las primeras característ icas y el concepto general del Az i l iense, haciendo ya hincapié en el hecho de la desaparición del hiato o laguna, que hasta entonces había sido mantenido para expl icar los problemas surgidos por la des­proporción existente entre los conceptos de Paleolít ico y Neolít ico. Como se ve, para Piette, el problema encontraba fácil solución en los hal lazgos de Mas-d 'Az i l , s in tener que recurr ir a invasiones y movimientos de población posteriores para expl icar la aparic ión del Neolít ico en

(1) Piette, " L a station de Brassempouy et les statuettes de la période Glyptique", en L'Anthropologie, V I , 1895, nota al pie de la pág. 151.

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la zona de los Pir ineos. S in embargo, no logra borrar por completo la necesidad de acudi r a inf luencias externas para expl icar todo el movimiento cultural posterior. Y no le faltaba razón.

En las publ icac iones posteriores sobre el Mas-d 'Az i l , más específicas, va incrementando los conocimientos sobre esta industria y haciendo interpretación de algunos de sus elementos, especialmente en lo referente a los cantos pintados, que pronto van a convert irse en uno de los elementos más característ icos del Az i l iense, de modo especia l a partir de la aceptación del arte parietal naturalista, descubierto en Al tamira.

b) El abate H. Breuil y las subdivisiones del Paleolítico superior:

En el año 1912 publ icó Breui l un trabajo fundamental en la c ienc ia prehistór ica del occ i ­dente europeo: Les subdivisions du Paléolithique supérieur et leur signification. En él el c ic lo del Paleolít ico se c ierra con el período azi l iense y nos da una expl icación de su desarrol lo y de su or igen. Hay que tener presente que esta obra de Breui l es una de las piezas c laves de toda la sistematización posterior y ha servido de hilo conductor de toda la investigación mo­derna, aun cuando se prestará a todo tipo de controversias y no siempre sea totalmente c lara. Pero, teniendo en cuenta la fecha de su publ icación, es preciso reconocer que se trata de una de las obras auténticamente geniales del invest igador francés.

Según Breui l el Az i l iense se anunc ia ya durante el Magdaleniense, ¡dea ésta anunc iada ya anteriormente por Piette. En los t iempos f inales de esta cultura, "apparaissent les premié-res harpons, encoré du méme dessin general , mais considérablement épaissis, premier Índice, avec les gros l issoirs en bois de cerf s 'assoc iant et se substituant aux c iseaux en baguéttes de bois de renne, de l 'apparit ion prochaine des Az i l i ens" (2) .

Mientras, en el Magdaleniense cantábrico encontramos un tipo de arpones que presenta una característ ica perforación lateral (otro de los elementos definitorios de los arpones azi-l ienses, aun cuando la perforación sea de distinto tipo y tenga distinta local ización) . Poco más adelante el abate Breui l vuelve a insistir en el hecho de que "dans l 'outil lage en os de la fin du magdalénien trancáis, les índices non equivoques de l 'approche de l 'azi l ien qui lui succéde" (3).

El Az i l iense es presentado por Breui l , en líneas generales, como una revolución y la descr ibe con las siguientes característ icas:

— Fin del arte animalíst ico: sólo quedan las pinturas sobre cantos y sobre las paredes elementos esquemáticos o geométr icos.

— - E n el trabajo del hueso y asta de ciervo se puede observar la desaparición de agu­jas, azagayas y de los bellos arpones y, en general , la disminución en el número y en la ca­lidad estética de estos utensil ios en hueso, ejecutados " ráp idamente" . Los antecedentes de esta industria habrá que buscar los en el utillaje empobrec ido de los auriñacienses.

— Para la industria lít ica los elementos definitorios serían: vuelta al raspador carenado, con peor real ización, ut i l ización cas i exc lus iva del buril de ángulo, retorno bajo la forma de " lame de canif" (punta azi l iense) a un tipo empequeñecido de la hoja o punta de Chatelpe-rron; aparic ión de tipos geométr icos de los que se pueden observar en la cueva de Gr imald i su derivación, "existant except ionnel lement dans notre aur ignacien trancáis mais cessant complé-tement dans les temps qui lui succédent jusqu'á la fin du paléol i th ique" (4).

(2) Breuil, Les subdivisions du Paléolithique supérieur et leur signification, 1912, pág. 48. (3) Ibid., pág. 49. (4) Ibid., págs. 52-53.

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Y a Breui l observa en su trabajo el entronque que existe entre esta industria azi l iense y lo que luego se l lamará epigravetiense. Pero en la época en que escr ibe su artículo no son bien conoc idos todavía los límites de esa cul tura l lamada Auriñaciense, ni su prop ia def in ic ión. Esto llevará al abate a dar al Az i l iense una extensión exces iva, que los investigadores poste­riores dejarán reducida a algunas regiones f rancesas, próximas a los Pir ineos, y al Cantábrico. El hal lazgo de nuevas culturas epipaleolít icas y la precisión en la def inic ión irán mostrando las di ferencias entre esas industrias y el Az i l iense (caso, por ejemplo, del Romanel l iense o Va-l lorguiense).

A los interrogantes referentes a la const i tución y origen del Az i l iense responde Breui l de un modo bastante confuso, aunque hay que pensar que esa confusión es reflejo de la inde­terminación de esta cul tura y de la escasa c lar idad reinante en los momentos finales del Pa­leolít ico super ior en el momento en que Breui l escr ibe su trabajo. Su opinión en este caso se muestra excesivamente inf luenciada por la hipótesis del or igen mediterráneo oriental de la cultura.

Según el complejo esquema del abate, en la costa mediterránea del sur de Franc ia sigue exist iendo durante todo el Paleolít ico super ior un esquema cultural próximo al Auriña­ciense superior, con un utillaje de sílex que recuerda "al azi l iense por evolución hac ia formas geométr icas, de la punta á eran y por multitud de pequeños raspadores redondos" (5). Este tipo de industria de carácter auriñaciense lo encontramos en Mentón (sus niveles superiores deben ser puestos en relación con el Magdalen iense superior, aun cuando el utillaje sea del Auriñaciense superior) (6). En Italia podemos ver el mismo fenómeno en Romanel l i (Otranto) y lo mismo podemos observar en S ic i l i a y Túnez: el Caps iense presenta un estrecho paren­tesco con los niveles más recientes del Auriñaciense francés. Es en los niveles de conchero de Gafsa donde se aprec ia un aumento de los microl i tos geométr icos, aun cuando sean dife­rentes de los encontrados en Val le o Mas-d 'Az i l (más próximos a los de Sic i l ia) (7). La España meridional s igue un proceso semejante y lo mismo podemos dec i r del Norte de Af r ica y del Mediterráneo oriental. El proceso de microl i t ización parece ser el estadio final del Paleolít ico. Pero eso no quiere deci r que nos encontremos con Az i l iense en todas esas zonas. Según Breui l , "¡I est certain qu' i l y eut, autour de la Méditerranée, divers foyers distinets d'apparit ion d'un outi l lage microl i thique á formes géometr iques, et que les industries qui les présentent appartiennet á diverses étapes, et non pas á une seule, se réliant les unes á un paléol i thique supérieur issue de l 'aurignacien prolongué ou du Caps ien , les autres á la premiére partie du néoli thique. Faut-il admettre une influence encoré plus lointaine, venue du fond des Indes, oü les petits tr iangles se sont retrouvés dans les Monts Vindhya et le district de Banda? Ou bien s'agit-il de s imples convergences, ou encoré de deux émanations diverses d'un auteur com-mun qui nous échappe? Quest ion encoré insoluble pour le moment" (8).

Es evidente que so luc ionar el problema del Epipaleolít ico a esca la planetaria resulta una tarea imposible. Más aún, las convergencias son frecuentes, pero las razones para el lo son múlt iples. Incluso esas convergencias quedan en muchos casos di luidas en las diferen­c ias, a veces tan grandes que todo punto de identidad pierde su valor como tal.

En lo que se refiere al geometr ismo azi l iense ya advierte Breui l las dif icultades de defi­nición part iendo de los escasos restos que por entonces poseían. En Val le se encuentran trián­gulos (distintos de los de Mughem) , sin embargo son raras las puntas azi l ienses, tan abun­dantes en Mas-d 'Az i l y Sordes, donde, por el contrario son raros los tr iángulos. Estos son

(5) Ibid., pág. 55. (6) Ibid., pág. 56. (7) Ibid., págs. 58-59. (8) Ibid., pág. 61.

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t ípicos del Azi l iense de los yacimientos cantábricos y franceses, en los que no existen sin embargo, los trapecios (9). Junto a los tr iángulos encontramos los cantos pintados y una in­dustr ia lít ica con pocos buri les. Rasgos provenientes del Magdaleniense: " lames de canif" (se desarrol lan en los yacimientos azi l ienses en proporción inversa a la aparic ión de tipos geométr icos tr iangulares, de los que no son más que una var iedad, aunque el tipo tr iangular pudo desarrol larse un poco más tarde que el verdadero Azi l iense) (10).

Qué es éste resulta bastante problemát ico decir lo según el trabajo de Breui l , y él mis­mo es consciente de que el término no es claro, que su uso no es correcto en muchos casos y que su contenido es ambiguo. Esto es posib le comprender lo si tenemos en cuenta que a partir de Piette sirve para designar el período final del Paleolít ico, pero que en el extenso ámbito en que éste se desenvuelve resulta difíci l creer que existe un solo final y no muchos f inales y que éstos no tengan una cont inuación en transformaciones posteriores (11).

En el artículo de Breui l , al hablar del or igen de esta industria, encontramos la referen­c ia al sur, que será constante a partir de ese momento. El mismo Breui l insiste en el lo, aun­que c o l o c a el or igen, más adelante, hac ia el oriente (12). Pero el problema del origen de esta industria se plantea como una necesidad de expl icar un movimiento más ampl io: es el que se produce a finales del Paleolít ico super ior y a lcanza hasta el Neolít ico. El fenómeno evidente es que el descubrimiento de todo el mundo cultural del Oriente Medio, donde co­mienzan a surgir unas c iv i l izaciones que dan la vuelta total a la situación planteada por el Paleolít ico, hace nacer, antes de tener pruebas evidentes, la necesidad de expl icar todo este mundo nuevo que surge en el occidente de Europa, por una difusión que tiene su foco en el lugar de cultura más avanzada. Poco después comenzarán a plantearse las cosas de dife­rente manera.

c) Primera visión del conde de la Vega del Sella:

En el Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, ce lebrado en Val ladol id en 1915, el conde presentó una pequeña síntesis, hipotét ica aún, del Paleolíti­co superior en Astur ias (13). Aquí nos f i jaremos tan sólo en sus referencias al período Azi l iense.

Vega del Se l la fundamenta su teoría sólo en dos cuevas: en Cueto de la Mina, excavada por él, y en la cueva de la Pa loma, cuyos datos debe a E. Hernández Pacheco .

El Az i l iense es dividido por el conde en dos conjuntos. Aunque no señala que esta di­visión tenga valor cronológico, puede suponerse éste al seguir en la exposición general un orden que va de lo más antiguo a lo más moderno. Las denominaciones culturales las toma, lógicamente, de las industrias f rancesas (14). Lo que él denomina Aziliense A se encuentra en el Cueto de la Mina y en la cueva de la Pa loma. En lo que se refiere a la industria lít ica, sus característ icas son:

— En cuarci ta: " raspadores nucleiformes y cón icos" .

(9) Ibid., pág. 65. (10) Ibid., pág. 68. (11) Ibid., pág. 69. (12) Ibid., pág. 70. (13) Vega del Sella, "Avance al estudio del Paleolítico superior en la región asturiana", en Asociación Española

para el Progreso de las Ciencias, Congreso de Valladolid, 1915. (14) Vega del Sella, ob. cit., pág. 142.

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— En sílex: "pequeños raspadores nuclei formes y cónicos; disquitos raspadores típi­cos, hojas alargadas y las mismas formas que los niveles magdalenienses; microl i tos muy abundantes pero sin formas geométr icas" (15).

El Aziliense B se encuentra en la cueva de la Pa loma y se caracter iza en su industria lí­t ica por formas semejantes a las anteriores tanto en lo que se refiere a la t rabajada en cuar­cita como en sílex, pero hay "mayor abundanc ia del d isco raspador, mejor re tocado" y la presencia, no señalada antes, de "hojas de dorso rebajado" (16).

La gran or iginal idad de este Az i l iense B sería la apar ic ión del "arpón aplastado de esquir la de hueso, con perforación en la base" (17).

Para el conde se hace evidente ya, por un lado, la cont inuidad de la industria lít ica con respecto a la del Magdaleniense; si bien señala la presenc ia del disquito raspador co­mo muestra del paso de una industria a otra (18). Líneas más abajo af irma que "con la nueva decadenc ia azi l iense termina el pa leo l í t ico" . Este fenómeno lo reafirma de modo espe­cial el análisis de la industr ia de hueso: "Terminados los t iempos magdalenienses, la indus­tria de hueso sufre una brusca decadenc ia , desaparecen los arpones y punzones, s iendo sus­tituidos por huesos apuntados; esta decadenc ia continúa durante todo el az i l iense y aunque en los tramos super iores vuelve a surgir el arpón, su forma ha var iado: construido de una esquir la de hueso, su hechura es rudimentaria y t osca " (19).

De lo expuesto se deduce que el análisis basado en una escasa documentación, se centra en la industria y con un criterio cultural evolucionista, basado en los estudios france­ses real izados hasta la época. El siguiente párrafo es una muestra elocuente de el lo: " S e de­duce de lo expuesto que esta industria (de hueso) sigue una marcha ascendente desde el auriñaciense hasta el solutrense, en que disminuye su uso, volviéndose a per fecc ionar a tra­vés de los tramos super iores del solutrense y magdaleniense y decayendo brusca y f inalmen­te en el az i l iense" (20). El mismo criterio es expuesto en páginas anteriores con respecto a la industria lít ica (21).

El conde nos da una visión general del c l ima, del habitat del hombre del Paleolít ico superior en Astur ias. Ciertamente repite el esquema francés (aún mal conoc ido , por lo de­más), aun cuando en la introducción de su trabajo señala algunas prec is iones que ayuda­rán a comprender el fenómeno general en la corn isa cantábr ica. En especia l hay que destacar el hecho de la posición geográf ica y la pecul iar estructura geomorfológica de la región: c l ima más templado por la corriente de Renel l , región abrupta, materias primas escasas (como el sí lex), todo ello es preciso tenerlo en cuenta para comprender las pecul iar idades del Paleolí­tico asturiano, y lo mismo podría decirse del resto del Cantábrico. El c l ima azi l iense sería tem­plado, lo cual es razón para iniciar el abandono de las cuevas, aunque el comienzo del perío­do debió sufrir los rigores del frío (22).

Si me he detenido detal ladamente en este pequeño artículo del conde es porque, a pesar de no ser más que un esbozo, de carecer de suficiente información, en definit iva no pre­senta una visión del Az i l iense muy distinta de la que encontramos en todas las obras inmedia-

(15) Ibid., pág. 145. (16) Ibid., pág. 145. (17) Ibid. (18) Ibid., pág. 150. (19) Ibid., pág. 152. (20) Ibid. (21) Ibid., pág. 150. (22) Ibid., págs. 153-154 y 156.

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tamente posteriores. El tema debatido posteriormente será más bien el del or igen de esta In­dustria; se plantearán nuevas precis iones, pero el esquema, salvo la división de esta industria en dos conjuntos — q u e el conde abandonará—, será básicamente el mismo. Con todas sus l imitaciones, este trabajo de Vega del Se l la manif iesta ya una indudable persp icac ia que se hará más patente en las obras posteriores.

d) Hugo Obermaier y "El Hombre fósil":

Con Obermaier podemos deci r que se plantea de un modo definitivo el modelo general que va a predominar en la Interpretación del Epipaleolít ico español hasta la postguerra. El es­quema es una gran hipótesis racional en la que tienen gran cab ida los movimientos de grupos humanos que arrastran consigo inf luencias culturales de largo a lcance geográf ico. El modelo de Obermaier permanecerá durante años, hasta que una multitud de pequeños datos acumulados van a ir destruyéndolo en cas i su total idad, s iendo sustituido por otros más plausibles.

Obermaier confiere al Az i l iense la categoría de Epipaleolít ico ya que no aparece como una etapa intermedia, directa, hac ia el Neolít ico, sino como uno de " los descendientes pos­tumos del Paleolí t ico" (23), junto con el Caps iense f inal, el Tardenois iense y el Magdalen iense nórdico. Nos enfrentamos ya con la rama final de un esquema cultural que viene dado en todo el Paleolít ico superior.

La zona cantábrica se l ibra de la inf luencia del Caps iense final, al menos como gran impacto, que ocupa el Levante, la Meseta y Portugal , lo cual no quiere dec i r que no existan algunas infi l traciones en esta zona —ejemplo de el las sería la cueva de Val le (24)—, aunque a lcanzan plenamente la zona f rancesa (Tardenois iense) . Su arte esquemático y geométr ico tendrá una inc idencia grande en el estilo azi l iense (25).

El Azi l iense, para Obermaier, es una superv ivencia del Magdaleniense, aunque en algu­nos momentos se produce el contacto con el Caps iense que aportará los elementos geométri­cos, pero cuando estas culturas entran en relación, el Az i l iense cantábrico ya estaba formado en esta región, que Obermaier presenta — c o m o ya había hecho y hará de nuevo el P. Car­ba l lo—, como el foco originario y de difusión de esta industria (26).

Con Obermaier tenemos el pr imer esquema lógico de la prehistoria española como to­tal idad. Su documentación, abundantísima para la época, hará de su obra el l ibro básico sobre el que se fundamentarán todas las teorías posteriores.

e) El P. Carballo y la cuestión del origen del Aziliense:

Obermaier, sin embargo, no aportará pruebas a su teoría del or igen cantábrico del Azi l iense. En este terreno el P. Carba l lo se mostrará suspicazmente combat ivo y tratará de probar con sus excavac iones en la cueva de El Pendo una teoría que había defendido en 1924 en su Prehistoria Universal. En real idad ni Obermaier lo af irma más que como hipótesis, ni en las primeras publ icac iones de Carbal lo pasa la af i rmación de ese nivel dado lo endeble de las pruebas aportadas.

Por fin, en 1933, en la memoria de El Pendo, Carba l lo puede publ icar: " P a r a demostrar esta af i rmación reuní en este capítulo los documentos comprobantes: veremos cómo se descu­

eza) Obermaier, El Hombre fósil, Madrid, 1925, págs. 361-362. (24) Breuil y Obermaier, "Les premiers travaux de l'Institut de Paléontologie Humaine", en L'Anthropologie, 23,

1912, pág. 3; Obermaier, ob. cit., pág. 362. (25) Obermaier, ob. cit., pág. 365. (26) Ibid., pág. 380.

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bren en un nivel, absolutamente magdalenense, utensil ios de morfología francamente aci lense, mientras se carece de fauna y de industria l í t ica de este nivel" (27).

Para Carbal lo se encuentran en este yacimiento una serie de elementos que son irre­futables:

1) En primer lugar la carenc ia de capas intermedias entre los niveles magdalenien­ses y azi l ienses: " E l paso del estrato magdalenense al aci lense es insensible, apenas hay interrupción como puede verse en las grutas de Ajanedo, Rascaño, Mazomor i l , " E l Pendo " , La Lo ja y otras".

Por el contrario, en Mas-d 'Azi l la capa azi l iense se encuentra separada de la Magdale­niense por un gran nivel estéri l.

Todo ello es prueba de que existe una transición sin solución de cont inuidad del Mag­daleniense al Az i l iense, el cual es la evolución natural de aquél. Esta suave evolución se da en las cuevas cantábricas.

2) La cueva del Pendo prueba la coexis tenc ia de tipos azi l ienses con otros magda­lenienses. Así lo vio Carbal lo en lo que l lamó sector A , en el interior de la cueva, junto a la pared oriental. Los tipos hal lados eran arpones tanto magdalenienses como otros azi l ienses típicos, y algunos que entiende como de transición. Y todos "fueron hal lados en el mismo y único nivel magda lenense" . La ausenc ia de microl i tos reafirma esta opinión (28).

Un nuevo corte real izado al otro lado del río interior, vuelve a conf irmar esta real idad: dos arpones azi l ienses y uno magdaleniense, algunas p iezas lít icas "magda len ienses" , pero no microl i tos (29). Aquí se aprec ia una vez más la ¡dea de una industria lítica azi l iense muy netamente d i ferenc iada de la magdaleniense por la presenc ia de microl i tos, idea ésta que lle­vó a errores práct icos en casi todas las excavac iones de princiDios de siglo.

Todo el lo conduce a las siguientes conc lus iones sobre el Az i l iense:

a) que es paleolí t ico,

b) que se or ig ina en la costa cantábr ica,

c) que de aquí se extendió hacia los Pir ineos, donde se mezc la con otras inf luencias procedentes de Af r ica o de As ia , l legadas allí por vía mediterránea,

d) que la emigración azi l iense hac ia Europa tiene una razón cl imát ica. Las condic io­nes irían mejorando y con ello se faci l i taría la marcha de las comunidades azi l ienses hac ia el norte.

En todo ello hay un fondo común de acuerdo con todos los investigadores españoles de la época.

f) Martínez Santaolalla y el "Esquema Paletnológico":

Durante los años de la guerra civi l española el Prof. Ju l io Martínez Santaola l la trabaja en su obra Esquema paletnológico de la Península Ibérica, que será publ icado en el año 1941 y volverá a reaparecer en una segunda ed ic ión, sin modif icar, en 1946.

(27) Carballo, Investigaciones prehistóricas, Santander, 1960, pág. 99. Este libro es una reedición de algunos ar­tículos del P. Carballo editados en períodos anteriores a la guerra civil.

(28) Ibid., págs. 100-101 (29) Ibid., pág. 103.

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Para Santaola l la el Azi l iense, sucesor culturalmente del Magdaleniense, se caracter iza por la presencia de microl i tos geométr icos y otros t ipos de pequeño tamaño, que aumentan en su número de un modo considerable durante este período (aunque su apar ic ión data del Magda len iense) . Cronológicamente el Az i l iense habría que co locar lo durante el Preboreal (8.300-6.800) (30).

Coinc id iendo con el Az i l iense tenemos una inf luencia afr icana que actúa sobre un Pre-tardenoisiense (tanto en lo racial como en lo cul tural) , aun cuando la ascendenc ia de esa cultura que deriva de norte a sur, sea Magdalen iense. La inf luencia del Norte de Af r ica se atenúa, según Santaola l la, aunque ya no se puede pensar que los microl i tos tengan una as­cendenc ia afr icana (31). Pero se mantiene por el momento la hipótesis de una cierta influen­c ia de las culturas del Norte de Af r ica sobre las de la Península Ibérica. Aunque Santaola l la no hace especia l mención de el lo, se desprende del contexto que el Azi l iense no está teñido de ese tipo de inf luencias norteafr icanas.

g) Martín Almagro: tendencia europeísta:

Para el Prof. A lmagro, como para todos los autores anteriormente ci tados, el Az i l iense es una c lara cont inuación de la cultura magdaleniense, pero más restringido en su extensión geográf ica, que se limita — e n la Península Ibér ica— a la región cantábrica (32). En el resto de la Península, incluso en zonas donde antes había exist ido el Magdaleniense, los fenómenos epipaleolí t icos no aparecen con clar idad o, al menos, con la misma que podemos observar en la zona cantábrica, donde la transición Magdaleniense-Azil iense-Asturiense-Neolít ico, apare­ce firmemente asentada. En los momentos en que escr ibe el Prof. A lmagro, la teoría del Cap­siense ha perdido ya la fuerza que anteriormente tenía. El Azi l iense aparece por el lo más netamente definido y muestra con c lar idad su origen en la región franco-cantábrica, s in nece­s idad de recurrir ya a las inf luencias afr icanas para expl icar la presenc ia de microl i tos. La inexistencia de microl i t ismo geométr ico refuerza más la ausencia de elementos afr icanos en la región cantábrica. Es más, el origen del microl i t ismo es europeo (del Magdaleniense supe­rior, espec ia lmente) , según la teoría de Mencke publ icada en 1940 (33). Pero la inf luencia afr icana no hay que descartar la en otras zonas, especialmente en el Levante y en las zonas costeras de Portugal (Mugem) (34).

Pocos años más tarde, con la publ icación de la Historia de España, d ir ig ida por Me-néndez P ida l , el Prof. A lmagro vuelve a insistir sobre estas ideas generales en torno a la apa­r ición y desarrol lo del Epipaleolít ico en la Península Ibérica (35).

h) La Prehistoria del solar hispano, de Hernández Pacheco:

Esta obra de Hernández Pacheco , pub l icada en 1959, ded ica un espac io relativamente amplio al tema del Az i l iense, aunque retoma todos los conceptos anteriormente expuestos sin plantear ni tratar de soluc ionar los problemas planteados. Lo tratamos aquí por ser un resu­men de los conocimientos ya logrados.

(30) Martínez Santaolalla, ob. cit., pág. 48. (31) Ibid., págs. 47-48. (32) Almagro Basch, "Los problemas del Epipaleolítico y Mesolítico en España", en Ampurias, 5, 1944, pág. 1. (33) Mencke, " L a tipología de las piezas de sílex de los concheros de Mugem", en Adantis, 1936-1940, págs. 157

y ss.; Almagro Basch, ob. cit., pág. 4. (34) Almagro Basch, ob. cit., págs. 4-5. (35) Almagro Basch, España prehistórica, en Historia de España, dirigida por Menéndez Pidal, t. I, vol. I 1963 3.",

págs. 245-485.

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El Az i l iense es la cultura terminal del Paleolít ico superior, produciéndose en el momen­to en que se da una mejora cl imát ica general . Esta cultura abre un tiempo de transición, ca­racterizado por:

— La reducción de las espec ies cazadas a las típicas de la fauna actual , además del cabal lo y del toro (que hoy son domést icas) . " S e advierte penur ia de restos óseos en com­paración con la abundanc ia que presentan los niveles subayacentes del magdaleniense; co­mo si la caza hubiera disminuido retirándose del litoral y emigrado hac ia las serranías del in­terior, l ibres de hielos y nieves permanentes, y a comarcas boscosas y de praderías veranie­gas" (36). Se dan también cambios malacológicos.

— Existe una cont inuidad entre el Magdaleniense y el Azi l iense, observable tanto en la cont inuidad de niveles como en la de la industria, aunque ésta sea más pobre. " E l azi l iense se presenta como una derivación del magdaleniense final; empobrec ido industrialmente y con cambios respecto al conjunto de las piezas lít icas; debiéndosele considerar como etapa final de una cultura que tuvo su apogeo en la época magdalen iense" (37).

Hernández Pacheco da una importancia absoluta al c l ima como agente causante de las transformaciones: "Cul tura, la del paleolít ico superior, que acabó porque el medio ambiente y el c l ima cambiaron; variación que or iginó transformación en el modo de vivir" (38). Inmedia­tamente después valora esos cambios que acaba de presentar como consecuenc ia de una transformación cl imát ica (39). Y, evidentemente, el Azi l iense es de origen cantábrico, pasan­do luego al sur de Franc ia (40).

i) Jordá y el origen pirenaico del Aziliense:

Cuando en el año 1957 el Prof. Jordá pub l i ca el canto pintado de la cueva de El P inda l , expresa simultáneamente sus teorías sobre el mesolít ico y el Azi l iense, y sobre estos términos como expresión del estadio crít ico de una cul tura. Jordá censura la uti l ización del término "mesol í t ico" por dar pie a una falsa interpretación del contenido real de industrias como la

azi l iense o la tardenoisiense, ya que sería como considerar las como etapas "med ias " o "inter­med ias" , cuando en real idad "no son otra c o s a que una ser ie de etapas f inales de una gran cultura, en las que asist imos a un conjunto de fenómenos, tales como la ' industr ia l ización' y la 'estandardización' , propios de procesos históricos f inales" (41).

El or igen de esta etapa final habría que co locar lo en los Pir ineos: " L a acentuación de las cond ic iones cl imát icas de sequedad hace que los últ imos momentos del Magdalen iense sean difíci les, y realmente podríamos deci r que es una cul tura que se bate en retirada, emi­grando hac ia el norte en busca de la gran c a z a , especia lmente de los grandes rebaños de cérvidos, proveedores de la materia pr ima para la industria ósea. S in embargo, en el Pir ineo quedaron numerosos grupos humanos que inmediatamente buscaron la adaptación a las nue­vas cond ic iones de vida creando una nueva forma cultural con arreglo a las posib i l idades que el medio ambiente les br indaba. L a gente p i rena ica creó el Az i l iense, cultura con la que el instrumental lít ico de tipo microl í t ico dominaba completamente y en donde el arpón magdale­niense queda como un recuerdo de lo que fue en el tosco y aplanado arpón azi l iense, que nos revela la adaptación empobrec ida de un tipo instrumental a las nuevas cond ic iones de

(36) Hernández Pacheco, La Prehistoria del solar hispano, Madrid, 1959, pág. 269. (37) Ibid., pág. 270. (38) Ibid. (39) Ibid. (40) Ibid., pág. 272. (41) Jordá Cerda, "Guijarro pintado de tipo aziliense de la Cueva del Pindal", en Zephyrus, VIII, 1957, pág. 274.

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vida. Quizás el arpón sea el único tipo instrumental que nos recuerde el or igen magdalenien­se de esta cultura p i renaica azi l iense, aunque también el microburi l y la hojita de borde re­bajado sean sus compañeros de instrumental. Pero lo interesante del Azi l iense es la incorpo­ración de nuevas formas microlí t icas de tipo geométr ico, posiblemente or ig inadas en la Penín­sula Ibér ica" (42).

Más explícitamente Jordá afirma: " E l Az i l iense es un final de etapa, un cal lejón sin sa l ida, en donde una serie de contenidos culturales hacen cr is is. Su comple j idad comenzamos a adivinar la ahora, tras las expresiones imaginativas de su arte" (43).

La idea del papel creador del Pir ineo será, pocos años después, t ransformada por el Prof. I. Barandiarán Maestu en papel se lecc ionador , con lo que el paso a una mayor prepon­deranc ia de la or iginal idad del lado francés se da definit ivamente, a la vez que va perdiendo importancia la cuestión del origen de esta cul tura (44).

En resumen, podemos ver que según las opiniones mantenidas hasta 1960, el Az i l iense es una creación cantábr ica (con las excepc iones de los Profesores Jordá y Barandiarán Maestu) , or iginado en la cultura magdaleniense de la que sería una degeneración; según al­gunos autores la inf luencia afr icana (Caps iense) se advierte en Val le y en Santimamiñe, a través de los microl i tos geométr icos. Sus característ icas más acusadas son el arpón aplana­do (junto con una industr ia ósea depauperada y degenerada) , una industria lít ica que provie­ne de la magdaleniense y un arte esquemático y simból ico que sustituye al arte naturalista del Paleolít ico superior.

La razón de estos cambios es casi unánimemente aceptada: los cambios cl imáticos modif icarían radicalmente las cond ic iones que habían caracter izado el desarrol lo cultural del Paleolít ico superior, obl igando a las comunidades humanas a transformar drásticamente sus sistemas de existencia. Cur iosamente se mantiene la misma fundamentación que había sus­tentado la teoría del "h ia to" , pero t ransformada ahora en la construcción contrar ia. Es cierto que los investigadores de la época no tenían medios para cal ibrar el valor —n i la frecuen­c i a — de los cambios ambientales que se produjeron, tanto más cuanto el s istema de las gla­c iac iones se presentaba como un conjunto parcialmente dividido en grandes bloques, pero sin poder captar en detalle la parcelación tan prec isa que hoy se ha introducido en el las. Por ésto, al mejoramiento cl imát ico, que nos pone ya en contacto con el c l ima actual , se le da un signi f icado totalmente desmesurado, pero que hoy no tiene en sí un valor absoluto. Por otro lado, el sentido casi biológico que se otorga a la evolución cultural presenta el Epipaleo­lít ico como una señal de decrepi tud. Claro está que existe el polo de comparación en el v igor de las poblac iones del Oriente Medio, que plantean s i tuaciones inéditas hasta el momento en la historia de la cultura.

(42) Jordá Cerda, " E l Pirineo en la Prehistoria", en Caesaraugusta, 11-12, 1958, págs. 22-23. (43) Jordá, "Guijarro pintado...", pág. 274. (44) Barandiarán Maestu, "Paleolítico y Mesolítico en la provincia de Guipúzcoa", en Caesaraugusta, 23-24, 1964,

pág. 56.

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II

LA D O C U M E N T A C I O N S O B R E EL AZ IL IENSE E N L A S P R O V I N C I A S DE A S T U R I A S Y S A N T A N D E R

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Capítulo III

Y A C I M I E N T O S AZ IL IENSES DE L A PROVINCIA DE A S T U R I A S

En este capítulo y en los siguientes trataremos de recoger los yacimientos, atestigua­dos por excavac iones y por textos, en los que se han encontrado vestigios azi l ienses, esca­sos o abundantes. En algunos casos apenas aportan ningún dato de valor, pero, al menos, nos permiten delimitar con mayor o menor precisión el área de expansión de esta cultura por la región cantábrica. En otros casos han aportado datos importantes concernientes a la industria, otros, sin embargo, fueron causa de interpretaciones erróneas, pero s iguen permaneciendo en la bibl iografía. En algunos la importancia no rad ica tanto en lo que han podido aportar de ma­terial, sino en el hecho de que, en otro orden de cosas, han permitido per fecc ionar el cono­cimiento que sobre la vegetación o la fauna teníamos del período azi l iense, este es el caso, por ejemplo de la cueva del Otero.

Los yacimientos de mayor importancia, como son La Pa loma, La Riera , El Pendo, Cue­va Morín y Val le , los tratamos en capítulos aparte.

CUEVA DE LOS AZULES I (Contranqui l , Cangas de Onís) (1) (Figura 1):

S i tuada en la vertiente sur del monte de Llueves, en las proximidades del río Se l la , en la zona de conf luencia de éste con el Güeña. Descubier ta en dic iembre de 1971 se comenzaron los trabajos de excavación en el año 1973.

El conjunto de los Azu les está formado por cuatro bocas de las que por lo menos dos comunican entre sí. Todas ellas estaban colmatadas en el momento del descubr imiento, aun­que las dos bocas ci tadas sufr ieron desperfectos importantes causados por excavadores c landest inos.

El total de metros cuadrados excavados hasta el presente es de 16.

La estratigrafía del yacimiento es la siguiente (F ig . 2 ) :

Nivel 1: formado por arci l las de co lor amari l lento, que colmataron completamente la cueva. Estéri l .

Nivel 2: arc i l las de co lor rojizo, más compactas que las del nivel anterior. S e encuen­tran en él restos azi l ienses, que son c laro producto de un arrastre del exterior de la cueva.

Nivel 3: Muy complejo en su formación. En el umbral de la cueva se pueden dist inguir c inco capas perfectamente di ferenciadas, al ternando tierras rojizas con otras de co lor negruz­co (que denominamos 3a, b, c, d y e ) . Pero en el interior del vestíbulo todo este conjunto no aparece claramente di ferenciado, por el lo dist inguimos tan sólo un grupo que denominamos nivel 3 (capas super iores) , englobando las capas a, b, c y d, y un segundo nivel, denomlna-

(1) En el momento presente se prepara la publicación de la Memoria de las capas Azilienses de esta cueva.

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03 l\3

C OSCURA DE PERAN

• LA PALOMA

•c . OSCURA DE ANIA

• LA RIERA BALMORl

S-¿0.S AZULES

EL PINDAL

PROVINCIA DE ASTURIAS

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BUS

F i g . 2.—Estratigrafía de la cueva de L o s Azules .

do 3e. Por debajo de éste, ya al fondo del vestíbulo, tenemos 3f, aún no excavado. En esta zona interior el nivel 3 aparece como un amontonamiento de hogares y de cenizas, todo él muy rico en materiales azilienses.

Nivel 4: Arcillas amarillentas. Estéril. Nivel 5: Tierra de color marrón rojizo. Magdaleniense superior. Nivel 6: Tierra de color negro. Magdaleniense.

En algunas zonas la estratigrafía había sido alterada, dejando a un lado todas las re­mociones causadas en diversos lugares por los excavadores clandestinos. En primer lugar te­nemos un pequeño arroyo que corría próximo a la pared oeste de la cueva. Por lo que pudi­mos observar hasta el momento presente alteró la estratigrafía hasta el nivel 5. Junto con ésto, algunas charcas causadas por goteo del techo, también contribuyeron a perturbar el orden de los niveles.

El hombre primitivo también contribuyó a confundir en algunos puntos las capas. En primer lugar un pozo realizado desde los niveles superiores (fig. 2) y, en segundo lugar, la sepultura realizada en el nivel aziliense, de la que hablaremos en otro capítulo; ambas es­tructuras destruyeron una parte notable de superficie del yacimiento.

Fuera del contexto estratigráfico se han encontrado algunas piezas interesantes; en concreto conviene destacar dos cantos pintados (fig: 57: 3 y 58: 1) que mencionaremos en otro capítulo, y algunos arpones típicos del período aziliense (fig. 3: 17-18) y un fragmento de arpón que presenta un nuevo intento de perforación (fig. 3: 19).

Industria del nivel 2:

La industria lítica del nivel 2 no es muy abundante, pues sólo se han recuperado 3.237 piezas, de las que tan sólo 69 son útiles. Predominan en ellos los pequeños raspadores so-

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bre lasca y las hojltas de dorso rebajado junto con las piezas dent iculadas y, en menor can­t idad, las esquir ladas y las puntas azi l ienses (fig. 3: 1-13).

L a industria ósea es también escasa y está compuesta por dos arpones casi completos y dos fragmentos (fig. 3: 14-16).

Industria del nivel 3 (capas superiores):

Desde el punto de vista cultural la homogeneidad de las capas es absoluta. La Indus­tria es muy r ica, puesto que sólo los restos lít icos a lcanzan la ci fra de 66.528 piezas lít icas, s iendo los útiles 1.819 (figs. 4-7). Como puede verse en la l ista t ipológica con variantes coin­cide con lo que acabamos de ver en el nivel 2: dominio de los pequeños raspadores (alcan­zando el raspador sobre lasca un porcentaje del15,34 % ) , escasez de buri les, f recuencias rela­tivamente altas en los dent iculados, escotaduras y piezas esquir ladas, dominio absoluto del utillaje de hojitas, con una presenc ia dominante de hojitas de dorso rebajado ( 4 1 , 6 2 % ) , ausenc ia de microl i tos geométr icos de los que señalamos dos tr iángulos no muy típicos (fig. 7: 1) .

En la industria ósea sigue el predominio de los arpones, con 12 ejemplares (fig. 8: 1-3 y 5 ) . Todos el los del tipo pecul iar que domina todo el azi l iense: de sección aplanada, de una fi la de dientes y perforación en ojal s i tuada en la base de la p ieza. A ello hay que añadir al­gunos huesos aguzados y algunas azagayas de las que cabe destacar una de sección sub-triangular, con las aristas redondeadas y una acanaladura profunda en uno de sus lados; ca­rece de base (fig. 8: 7 ) . Es la única p ieza de las encontradas en el yacimiento que puede haber servido de soporte para encajar microl i tos.

Encontramos además algunos fragmentos de huesos aguzados y de azagayas con sec­c iones muy di ferenciadas (fig. 8: 6, 10-14 y 18).

A lgunos huesos presentan huellas de pul imento (fig. 8: 21 y 24) , otros huellas de haber servido de cuñas (fig. 8: 22) , otros de espátulas (fig. 8: 15-16). En esta últ ima categoría hay que incluir una espátula trabajada sobre un metápodo de cérvido o de cáprido, que con­serva la perforación natural del hueso y que fue decorada con ser ies de puntos en las dos ca­ras; más adelante volveremos sobre esta p ieza.

Muchos huesos aparecen con marcas, inc is iones de difíci l interpretación (fig. 8: 19-20, 23 y 25-26) y algunos presentan retoques en alguno de sus bordes (fig. 8: 8 ) .

Se encontró también un fragmento de arc i l la endurecido y que parece la mitad de una cuenta (fig. 8: 27) .

En este nivel se halló la sepultura azi l iense de la que hablaremos en un capítulo posterior.

Nivel 3e:

El número de restos es de 66.586 (exclu idos, como en los casos anteriores, los restos óseos). El número de útiles trabajados sobre piedra es de 761.

L a tónica de la industria l í t ica es la misma que en los niveles antes ci tados. El esque­ma se repite una vez más (figs. 9, 10 y 11): pequeños raspadores y abundante material sobre hojitas, escotaduras y dent iculados como base del s istema técnico lít ico.

En lo que se refiere a la industr ia ósea aparecen algunos elementos nuevos. Los arpo­nes s iguen siendo del mismo tipo, aunque no aparecen arpones con un sólo diente y en al-

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F i g . 3 .—Cueva de L o s Azules. N i v e l 2. Industria. L o s arpones señalados con los números 17-19 fueron encontrados en revuelto.

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F i g . 4.—Cueva de I.os Azules . N i v e l 3 (capas superiores). Industria lítica.

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F i g . 5 .—Cueva de L o s Azules . N i v e l 3 (capas superiores). Industria lítica.

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F i g . 6 .—Cueva de L o s Azules . N i v e l 3 (capas superiores). Industria lítica.

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F i g . 7 .—Cueva de L o s Azules . N i v e l 3 (capas superiores). Industria lítica.

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F i p . 8 .—Cueva de L o s Azules . N i v e l 3 (capas superiores). Industria ósea.

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gunas piezas aparece un desplazamiento de la perforación a la altura del pr imer diente e, in­c luso, a la mitad del fuste (fig. 12: 1-8).

Además hay que añadir los punzones, uno de los cuales conserva todavía la art icula­ción del hueso sobre el que fue trabajado (fig. 12: 9) y algunos pequeños huesos biapuntados (alguno de los cuales podría ser denominado "anzue lo " ) , o simplemente apuntados de pe­queño tamaño (fig. 12 :10-12).

También en este nivel encontramos huesos con incis iones más o menos profundas (fig. 12: 14-18 y 21-23), dos caninos de ciervo perforados (fig. 12: 20) y 56 Trivias con perfo­ración simple provocada por un golpe, todas estas aparecieron en un espac io muy reducido juntamente con tres littorinas (Littorina obtussata) también perforadas.

Sobre algunos cantos aparecían algunas manchas de pintura negra; de el los hablare­mos en el capítulo ded icado al arte.

Fauna:

Los restos óseos han sido estudiados por el Prof. D. Enrique Soto, los anfibios lo han sido por el Prof. Borja Sánchez y los moluscos marinos por el Dr. D. Benito Madar iaga de la Campa .

Mamíferos:

Cervus elaphus (muy abundante) . Sus scropha (abundante) . Capreolus capreolus (escaso) . Capra pyrenaica (escaso) . Felis silvestris (un e jemplar) . Meles meles (un e jemplar) . Oryctolagus cuniculus ( raro).

Insectívoros:

Sorex araneus. Tatpa europaea.

Lagomorpha indet.

Roedores:

Eliomys quercinus. Pitymys quercinus. Pitymys pyrenaicus. Microtus agrestis. Arvícola sapidus. Apodemus silvaticus.

Anfibios y reptiles:

Anguis fragilis.

Rana sp.

Bufo bufo. Rana cf. temporaria.

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F i g . 9 .—Cueva de L o s Azules . N i v e l 3e. Industria lítica.

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F i g . 10.—Cueva de L o s Azules . N i v e l 3e. Industria lítica.

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F i g . 11.—Cueva de L o s Azules . N i v e l 3e. Industria lítica.

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F i g . 12.—Cueva de L o s Azules . N i v e l 3e. Industria ósea.

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Las vértebras de peces de río (salmón y truchas) son muy abundantes en este nivel, lo mismo que los moluscos terrestres, aunque, evidentemente, su signi f icación económica sea muy distinta.

Moluscos marinos:

A pesar de ser Los Azu les I un yacimiento del interior se han encontrado moluscos ma­rinos que testimonian algún tipo de relación con la costa.

Nivel 2:

Patella áspera. Patella vulgata. Patella depressa. Un fragmento de Mytllus.

Nivel 3 (capas super iores) :

Patella áspera. Patella vulgata. Patella depressa. Modlolus (Modiolus) barbatus.

Fragmentos de Mytllus, Monodonta lineata y Trlvia europaea.

Nivel 3e: Patella vulgata. Patella vulgata Sautuolae. Littorina Httoraea. Patella depressa ?

Helcion pellucidus. Nassa reticulata. Trlvia europaea. Littorina obtussata.

Fragmentos de Patella, Mytiius edulis, Trochus lineatus, Paracentrotus lividus y Mono­donta lineata.

Todos estos test imonios no son representativos por su escasa cant idad, pero lo son en cuanto indican un interés por la explotación de un medio costero, como tendremos oca­sión de ver en el yacimiento de la Riera.

Las dos fechas obtenidas hasta el momento para este nivel por el método del C14 son las siguientes:

Nivel 3a: 9.430 ± 120 B. P. (CSIC-216) (7.480 B. C ) . Nivel 3d: 9.540 ± 120 B. P. (CSIC-280) (7.590 B. C ) .

CUEVA DE BALMORI (conoc ida también como cueva de Quintana, o del Padrón, o la Cuevona) (Balmor i , L lanes) :

S i tuada en el extremo oriental del mac izo de la L lera y en su vertiente meridional, fue descubier ta en 1908 por H. A lca lde del Río y v is i tada por el abate H. Breui l en 1909. Fue

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excavada en algún momento no determinado por el P. Evaristo Gómez, que no publ icó ningu­na not ic ia sobre el la (2). Los trabajos del conde de la Vega del Se l la comenzaron en 1915 y continuaron hasta 1917, por lo menos. Los resultados fueron publ icados en 1930 conjunta­mente con la cueva de la Riera.

El interés fundamental que esta cueva encer raba para Vega del Se l la era la posib i l idad de determinar la posición estratigráfica del Astur iense, que en 1914 había descubierto en la cueva del Pen ic ia l .

L a cueva de Balmori posee dos entradas de las que una destaca por sus grandes pro­porc iones. Esta boca poseía un yacimiento arrasado por las inundaciones, aunque quedaban restos de industrias esparc idos por el suelo. A l fondo de este vestíbulo se encuentra una gale­ría en la que se hallaron una gran cant idad de restos de moluscos provenientes de la se­gunda entrada de la cueva, que se había salvado de " las inundaciones grac ias a un montícu­lo formado de bloques de piedra y arci l la, que produjeron una elevación de unos cuatro metros sobre el nivel del valle y merced a esta barrera, pudieron conservarse los Interesantes residuos objeto de este trabajo" (3) .

L a estratigrafía señalada por el conde es la siguiente:

a) Conchero asturiense. b) C a p a de arci l la. c) Az i l iense. d) Magdaleniense. e) Solutrense. Costra estalagmítica. f) Arc i l las de descomposición de la ca l i za . g) Arenas de fondo de inundación.

El conde, con respecto a las capas c y d, señala que " la parte superior del montículo debió pertenecer a una fase final del Magdaleniense, en su etapa de transición al Azi l iense, con el que se l iga sin solución de cont inuidad. No puede establecerse en el yacimiento nin­guna divisor ia entre estas diversas industrias, pero su existencia es del todo evidente" (4) . Poco más adelante afirma que "es verosímil suponer que los mismos trogloditas, durante su permanencia en la cueva, hubieran revuelto esta masa de detritos. En la Imposibi l idad de es­tablecer una di ferencia estrat igráf ica entre los niveles, presento una división que he llevado a cabo en una forma empír ica" , para conclui r : " N o hubiese merecido la pena de publ icarse los resultados de esta excavación en una cueva s in estratigrafía, de no haberse hal lado ciertas piezas que a su debido t iempo detal laremos y que creo que sean de gran interés" (5) .

Obermaier c i ta en la cueva de Balmor i un nivel azi l iense (nivel b) y lo señala como "Azi l iense mezc lado con Magda len iense" (6).

Los restos señalados por el conde para el nivel azi l iense son los siguientes:

— Raspadores : disqultos raspadores, raspadores nuclei formes y piramidales. — Perforadores: un perforador raspador. — Dent iculados. — Bur i les diedros. — Hojitas de dorso.

(2) Vega del Sella, Las cuevas de ¡a Riera y Balmori (Asturias), Madrid, 1930, pág. 76. (3) Ibid., pág. 49. (4) Ibid., pág. 54. (5) Ibid., pág. 55. (6) Obermaier, El hombre fósil, Madrid, 1925, pág. 184.

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La industria ósea se limita a huesos aguzados bastante toscos en su factura.

En lo referente al arte mueble hay que cons ignar dos piezas: un canto de arenisca gra­bado y una problemática p laca ósea con un grabado naturalista de un bóvido. Vega del Se l la los co loca entre el Magdaleniense y el Az i l iense (7). En su edición de 1925 de El Hombre Fósil, Obermaier cita también un canto pintado al que haremos alusión al tratar del arte mueble.

Hernández Pacheco en su publ icación sobre Peña Candamo, señala la estratigrafía de Balmor i , rec ib ida, posiblemente, del mismo conde; presenta algunas var iac iones sobre la que publ icará Vega del Se l la en 1930 y a la que ya aludimos. Según Hernández Pacheco la estra­tigrafía era la siguiente:

1. Astur iense.

2. Az i l iense, sin arpones, o Magdalo-azi l iense.

3. Magdaleniense con punzones de sección cuadrángulas

4. Magdaleniense inferior con punzones de doble punta.

5. Solutrense superior (vestigios) (8).

G . A . Clark realizó algunas catas en la cueva en el año 1969, en la galería 2 y en las salas 2 y 3 (9). Los resultados de estos sondeos señalan la presencia de niveles magdalenien­ses y restos de conchero asturiense, pero no c i ta ningún vestigio azi l iense, aunque Al tuna, en el estudio que hace de la fauna procedente de esta cata de Clark, d ice: "¿Azil iense?: Cervus elaphus, Capra pyrenaica" (10).

CUEVA DE COBERIZAS (Posada, L lanes) :

Descubier ta por Obermaier y el conde de la Vega del Se l la en el año 1920, aunque no consta con exacti tud la fecha de su excavación (11). Estos autores citan en el la tan sólo res­tos austurienses. G . A. Clark, que ha real izado algunos sondeos de prospección en el verano de 1969, habla de restos del Paleolít ico super ior en su publ icación sobre el Astur iense cantá­brico (12). Al tuna ci ta —ateniéndose a los datos entregados por C la rk—, la siguiente estratigrafía:

a) Astur iense.

b) Magdaleniense tardío o Az i l iense.

c) Solutrense.

La fauna encontrada en el nivel b es la siguiente: 7a/pa europaea, Felis silvestris, Arví­cola terrestrís, Microtus gr. agrestis-arvalis, Cervus elaphus (es el más abundante) , Gran Bó­vido y Equus caballus (13).

(7) Ob. cit., págs. 59 y 71. (8) Hernández Pacheco, La Caverna de la Peña de Candamo (Asturias), Madrid, 1919, pág. 25. (9) G . A . Clark, El Asturiense cantábrico, Madrid, 1976, pág. 79. (10) Altuna, "Fauna de mamíferos de los yacimientos de Guipúzcoa", en Munibe, 24, 1972, 1-4, pág. 27. (11) Márquez Uría, "Trabajos de campo realizados por el conde de la Vega del Sella", en Bol. del Instituto de

Estudios Asturianos, 83, 1974, pág. 827. (12) Clark, ob. cit., págs. 67-68. (13) Altuna, ob. cit., pág. 30.

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CUEVA DE COLLUBIL (Campurr iondi , Conce jo de Amieva) :

Esta cueva fue también descubier ta y excavada por Vega del Se l la . Obermaier c i ta en el la restos azi l ienses revueltos con Magdalen iense (14). Hernández Pacheco habla sólo de Magdaleniense (15). Recientemente González Morales, que ha estudiado los materiales pro­venientes de esta cueva que se conservan en el Museo Arqueológico de Oviedo, sólo descu­brió en el los restos del Magdaleniense superior, sin vestigios azi l ienses (16). La fauna, según Obermaier, está compuesta por Capra pyrenaica (muy abundante) , Capella rupicapra y Cervus (17).

CUETO DE LA MINA (Posada, L lanes) :

La cueva del Cueto de la Mina se encuentra también loca l izada en la vertiente sur del Mac izo de la L lera, muy próxima a las cuevas de la Riera y de Tres Calabres, junto al río C a -labres, y ce rcana al río de las Cabras . Fue descubier ta por el conde de la V e g a del Se l la en 1914. Está formada por un pequeño vestíbulo y una estrecha galería que acaba en un diver-t ículo. Y a hemos tratado anteriormente de e l la y de lo dudoso de la ex is tencia de Azi l iense en este yacimiento. Y a el conde fue consciente de el lo. Fijo en el concepto de fósil director y teniendo como tal algunas p iezas, como los disqui tos raspadores, realizó una separación tipo­lógica de "a lgunas piezas típicamente azi l ienses, sin que nos fuera posib le separar este piso, que difusamente se presentaba entre los residuos de mar isco, del inferior y del super ior" (18).

CUEVA OSCURA DE ANIA (Las Regueras) :

S i tuada en un lugar muy próximo al río Andal lón o Mol inón, uno de los afluentes del Nalón. Se encuentra, pues, s i tuada en un val le de gran r iqueza arqueológica y ce rcana a la cueva de la Pa loma, de la que hablaremos poster iormente.

Su depósito arqueológico fue descubier to en 1958, pero la excavación no comenzará hasta 1975, s iendo di r ig ida por J . M. Gómez Tabanera y M. Pérez y Pérez. Hasta el momen­to presente no tenemos más que dos breves pub l icac iones sobre los descubr imientos realiza­dos en esta cueva; en el las nos basamos para su descr ipción.

La estratigrafía de la cueva es la siguiente:

— Nivel superf ic ial revuelto. — Nivel 1: Az i l iense. Según Pérez y Pérez (19) tenía dos subniveles que no son cita­

dos por Gómez Tabanera (20). ' -— Nivel 2: Az i l iense. Pudiera este nivel corresponder a la segunda de las capas que

Pérez y Pérez señalaba en el nivel anterior.

(14) Obermaier, ob. cit., pág. 189. (15) Ob. cit., pág. 27. (16) González Morales, " E l colgante decorado paleolítico de la Cueva de Collubil (Amieva, Asturias)", en Bol. del

Instituto de Estudios Asturianos, 83, 1974, pág. 841. (17) Ob. cit., pág. 189. (18) Vega del Sella, Paleolítico de Cueto de la Mina (Asturias), Madrid, 1916, pág. 59. (19) Pérez y Pérez, "Presentación de algunos materiales procedentes de la Cueva Oscura de Ania", en Actas del

XIV Congreso Nacional de Arqueología, Zaragoza, 1977, págs. 179-196. (20) Gómez Tabanera, "Catalogue des Grottes et Gisements Préhistoriques dans l'Est des Asturies", en Bull. de

la Société Préhistorique de l'Arié^e, X X X , 1975; Gómez Tabanera, Pérez y Pérez, Cano Díaz, "Premiére prospection de 'Cueva Oscura de Ania' dans le bassin du Nalón (Las Regueras, Oviedo) et connaissance de ses vestiges d'Art R u ­pestre", en Bull. de la Société Préhistorique de l'Ariége, X X X , 1975.

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—- Nivel de arc i l la . — Nivel 3: Magdaleniense cantábr ico.

La industria lít ica, según nos señalan los dos autores, estaba formada en el nivel 1, por pequeños raspadores y hojitas de dorso; el número de buri les es escaso. Del resto de la in­dustria sólo tenemos ind icac iones muy vagas: "una abundante industria de cuarc i ta " , " se en­cuentran igualmente piezas de característ icas musteroides" (21).

La industria ósea de este nivel 1 está representada por un fragmento de arpón plano, "una espec ie de puñal fabr icado con un metatarso hendido de cápr ido" y algunos "fragmentos óseos con decoración s imple" (22).

La industria del nivel 2 es, en líneas generales, próxima a la del nivel anterior, pero aparecen puntas pequeñas, estrechas y simétr icas, con doble dorso.

La industria ósea presenta algunas novedades importantes en la región cantábrica: pe­queños arpones planos de tipo azi l iense pero carentes de perforación. En uno de el los apa­recen algunas incis iones a la altura del último diente.

Dos objetos extraños fueron encontrados también en este nivel; son dos pequeñas pun­tas de una materia parec ida al esquisto, con marcas de desgaste, una en toda su longitud, la otra solamente en la mitad (23).

También se citan algunos guijarros con huel las de pintura, pero sin añadir más datos sobre el los.

No conocemos nada de la fauna, pero si tenemos algunos datos, muy elementales to­davía, de la f lora, estudiada por Ar l . Lero i -Gourhan. La vegetación arbórea representa menos del 1 0 % en la base del nivel 2, aumentando paulat inamente hacia el nivel 1. Pero sobre ésto volveremos en el capítulo ded icado al c l ima y a la vegetación de este período.

CUEVA OSCURA DE PERAN (La Braña, Conce jo de Carreño) :

La cueva ha sido destruida recientemente por una cantera. Fue explorada en el año 1964 por R. Fernández Rapado y M. Mal lo V iesca , que real izaron una cata. La caverna poseía dos entradas que daban a una gran sa la ; en ésta se observaban restos de conchero. La cata real izada en la sa la I, dio el siguiente resultado:

1) C a p a de 10 cms. de espesor, de co lor pardo rojizo. Contenía restos de Littorina littoraea y de Patella vulgata y algunas p iezasde cuarc i ta y de sílex.

2) C a p a de 20 cms. de espesor y de co lor negruzco. Az i l iense, con algunas p iezas, como raspadores en extremo de lasca y abundante sílex microl í t ico.

3) C a p a de 15 cms. de espesor. No se dan más datos de sus característ icas.

4) C a p a de 10 cms. de espesor.

Estas dos últimas capas son cons ideradas como una so la . En el las aparecen puntas de azagayas, huesos aguzados, hojas de dorso rebajado, buri les y raspadores "en pata de c a b r a " .

5) C a p a de 35 cms. de co lor pardo. Se encuentran raspadores, hojas y huesos.

6) Nivel de 10 cms. de espesor. Solutrense: hojas de laurel, una de el las de base cóncava.

(21) Gómez Tabanera, Pérez y Pérez, Cano Díaz, ob. cit., pág. 63. (22) Ibid. (23) Ibid.

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7) C a p a de 15 cms. con grandes núcleos de sílex y de cuarc i ta. Los útiles encontrados en este nivel son raspadores, raederas, dent icu lados y "una p ieza muy interesante de sílex tal lado tipo de Chate lperron" (24).

En una segunda sala se realizó una segunda cata, en la que se encontró una costra estalagmítica de 45 cms. de espesor, en la cual se halló "un nuevo nivel arqueológico, del cual junto con restos de hojas, material lítico y óseo fue encontrado, a unos 40 cms., un ar­pón azi l iense típico perfectamente conservado. Destaca esta pieza por su pr imorosa e jecuc ión" (25).

La fauna, en el citado trabajo, es descr i ta sin hacer dist inción de niveles; las espe­cies encontradas fueron: Bison priscus (abundante) , Cervus elaphus, Equs (s ic) caballus (abundante), Sus scropha, Capra (abundante), Ursus spelaeus y otros no ident i f icados (26).

ABRIGO DE PANES (Panes ) :

No tenemos más datos que una breve not ic ia del P. Carbal lo en su Prehistoria Univer­sal, que habla de un abrigo natural con vest igios azi l ienses (27). No he podido local izar más datos sobre este yacimiento.

CUEVA DE EL PINDAL (Pimiango, Co lombres ) :

Se trata de una cueva or ientada al Oeste, a unos 40 metros sobre el mar, en una pe­queña plataforma muy resguardada. Su Importancia radica en el conjunto de arte parietal que fue descubierto en 1908 por H. A lca lde del Río y publ icado por pr imera vez en colaboración con el P. Sierra y el abate Breui l en Les cavernes de la Región Cantabrique (28). En ningún caso se hace mención de restos arqueológicos hal lados en la cueva. Muchos años más tarde, en 1957, cuando se trabajaba para acond ic ionar la entrada de la cueva, se encontró, entre unos arbustos, un canto pintado de aspecto azi l iense, pero fuera de todo contexto estratigrá-f ico. Jordá y Berenguer A lonso hic ieron un pequeño sondeo con el siguiente resultado:

Nivel 1: C a p a superf ic ia l de tierra vegetal , revuelta, con algún hueso y Patel las. Ar­queológicamente estéri l .

Nivel 2: C a p a de tierra algo más c lara con abundantes Patel las y algún Trochus. El ta­maño de las Patel las es pequeño y semejante a las que se recogen en los concheros astu-rienses de esta región.

Nivel 3: No definido tampoco arqueológicamente. Sólo apareció "a lguna que otra lasca informe de cuarc i ta, tan frecuentes en el Magdalen iense astur iano" (29). Por tanto no se encontraron vest igios de ningún nivel que podamos definir como azi l iense.

(24) Fernández Rapado y Mallo Viesca, "Primera cata de sondeo en Cueva Oscura", en Bol. del I.D.E.A., 54, 1965, págs. 67-69.

(25) Ibid., pág. 71. (26) Ibid., pág. 70. (27) Carballo, ob. cit., pág. 113.

(28) Ob. cit., págs. 59 y ss.

(29) Jordá Cerda y Berenguer Alonso, " L a Cueva de E l Pindal (Asturias). Nuevas aportaciones", en Bol. del J.D.E.A., 24, 1954, págs. 3-30. L a presencia de un conchero en esta cueva fue señalada ya por D . José Menéndcz en La Cueva de El Pindal y sus pinturas rupestres, Covadonga, 1929.

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CUEVA DEL RIO (Ardines, R ibadese l la ) :

Descubier ta en 1913 y excavada en 1916 (según Obermaier en 1915), por Hernández Pacheco y P. Wernert. Obermaier ci ta un posib le nivel azi l iense y otro del Magdaleniense in­ferior (30); por otra parte Hernández Pacheco en su publ icación sobre la Peña de Candamo cita tan sólo un nivel del Magdalen iense inferior (31). Durante muchos años la local ización de esta cueva fue desconoc ida ; recientemente los Prfs. Moure y Cano la identif icaron como la cueva de La Lloseta (32).

CUEVA DE SOFOXO (Rañeces, Las Regueras) :

S i tuada en el curso medio del Nalón, junto al río Nora. Fue descubier ta y excavada por el conde de la Vega del Se l la , que no publ icó los resultados de la excavación por creer que la cueva estaba removida. Sólo hace alusión a el la en su obra sobre Cueva Morín, en la cual habla de un nivel único magdaleniense, con arpones y de transición al Azi l iense (33).

Hernández Pacheco cita un nivel Az i l iense sin arpones típicos, o Magdalo-azi l iense, y un nivel del Magdaleniense inferior (34). Obermaier habla de " ind ic ios azi l ienses y un nivel de Magdaleniense super ior" (35).

Recientemente fue revisada por la Dra. Corchón y por M. Hoyos, que afirman que la co­lección extraída por Vega del Se l la "no d isuena de lo que conocemos del Magdaleniense VI cantábrico, con claros paralelos con el mismo nivel de la Chora , y sin elementos propiamente az i l ienses" (36).

(30) Obermaier, ob. cit., pág. 189. (31) Hernández Pacheco, ob. cit., pág. 26. (32) Moure Romanillo y Cano Herrera, " L a Cueva d¿l Río de Ardines (Ribadesella, Asturias)", en Bol. del

I.D.E.A., 87, 1976. (33) Vega del Sella, Las Cuevas de la Riera y Balmori (Asturias), Madrid, 1930, pág. 69. (34) Hernández Pacheco, obt. cit., pág. 27. (35) Obermaier, ob. cit., pág. 190. (36) Corchón y Hoyos, " L a Cueva de Sofoxó (Las Regueras, Asturias)", en Zephyrus, 23-24, 1972-1973, pág. 96.

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Capítulo IV

Y A C I M I E N T O S AZ IL IENSES DE L A PROVINCIA DE S A N T A N D E R

CUEVA DE ALTAMIRA (Santularia del Mar) (F ig. 13):

Descubier ta en el año 1868 y explorada por D. Marcel ino S. de Sautuola en 1875, quien con su hija María descubrió en 1879 las pinturas que le darán la fama. La cueva fue excava­da en diversas ocas iones por distintos cur iosos, comenzando por el mismo Sautuola. En 1906 será A lca lde del Río quien real ice trabajos en el la. Breui l y Obermaier, en su publ icación de la cueva de 1935, citan raspadores de tipo azi l iense ("smal l round scrapers of Az i l ian type") (1), refir iéndose a las excavac iones de A lca lde del Río, pero no se hace alusión a ningún nivel azi l iense. Carbal lo en su Prehistoria Universal, habla de indic ios azi l ienses que se defi­nen por sus "magníf icas puntas pequeñas" (2).

Entre 1924 y 1925 fue excavada por Obermaier con la colaboración de Breui l y, entre otros, la de Vega del Se l la (3). Obermaier no menciona ninguna huel la de nivel azi l iense en la cueva en la obra que publ ica en el últ imo de los años ci tados.

CUEVA DE CAMARGO (o Cueva del Mazo) (Revi l la, Camargo ) :

Exp lorada ya por Sautuola y, posteriormente, por S ier ra y Carba l lo . Destruido el yaci ­miento por una cantera. Obermaier ci ta la siguiente estratigrafía:

a) Vest ig ios eneolít icos o neolít icos.

b) Indicios azi l ienses. c) Nivel magdaleniense.

d) Nivel solutrense.

e) Nivel auriñaciense (4).

CUEVA DEL CASTILLO (Puente V iesgo ) :

Y a a ludimos anteriormente a esta cueva al hablar de la historia de los descubr imien­tos. Por desgrac ia nunca publ icada (aunque se espera la aparic ión del estudio real izado por la Dra. Victor ia Cabre ra ) . No copiamos aquí su estratigrafía por ser demasido extensa, oero ya aludimos a los niveles superiores que son los que aquí nos interesan. La colecc ión azi ­l iense es demasiado exigua para ser signi f icat iva. Pero conviene destacar la presenc ia de tres arpones típicos, uno de los cuales oosee dos hileras de dientes.

(1) Breuil y Obermaier, The Cave of Allamira, M a d r i d , 1935, pág. 162. (2) Carballo, ob. cit., pág. 113. (3) Breuil y Obermaier, ob. cit., pág. 175. (4) Obermaier, ob. cit., págs. 181-182.

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CUEVA DE MEAZA (Ruiseñada, Comi l l as ) :

Descubier ta en 1907 por H. A lca lde del Río, se publ ican los pr imeros datos en la obra que publ ica con Breui l y Sierra (5). Poster iormente fue explorada por V. Calderón de la Vara en 1945 y excavada por V. Andérez, en 1946.

La cueva está formada por una gran sa la de más de 50 mts., con algunos divertículos, a la que se accede por una gran boca. La sa la posee un suelo que buza fuertemente hac ia el interior.

Y a A lca lde del Río señaló la presenc ia de restos prehistóricos en esta cueva, indican­do, entre otros, algunos que tienen carácter paleolí t ico ("sí lex de aspecto magdaleniense y huesos t rabajados" , además de algunos hogares) . Señala también la pintura que se encuen­tra al fondo de la cueva (6). En 1945 Calderón de la Vara retorna a la caverna y descubre una sepultura y fragmentos de cerámica, además de un conchero (7).

En el año 1946 Valer iano Andérez real iza el primer sondeo de la cueva, que, en los años siguientes, cont inuará en diversos lugares de la caverna, denominados por él " l o c u s " . En el l lamado " locus 10" , situado en el camarín de la pintura, aunque Andérez no encontró ningún vestigio, Calderón de la Vara halló "un arpón de asta de ciervo, t ípico de este período Az i ­l iense" (8). De hecho son varios los arpones azi l ienses encontrados en esta cueva.

Según Andérez, en Meaza se pueden hal lar vestigios de cuatro momentos culturales prehistóricos, lo cual no tiene por qué co inc id i r con la estratigrafía del yacimiento necesa­riamente, que no aparece c lara en la publ icac ión del citado autor. Los restos encontrados pueden incluirse en el Magdaleniense, en el Az i l iense, Astur iense y en el Eneolít ico.

Con respecto al Az i l iense d ice: " Indicios azi l ienses: a) Fauna postglaciar, en part icular predominio de Cervus elaphus. b) Arpones, c) Cantos rodados numerosos y, frecuentemente, manchados de ocre rojo, d) Elaboración de instrumentos líticos menudos y minúsculos o sea tendencia al microl i t ismo, sin esmero mecánico ni estético; resabios magdalenenses; ausenc ia de tipo astur iense". Poco más adelante afirma que " la cueva de Meaza, tal como la conoce­mos hoy, es bajo el punto de vista cultural prehistór ico, una estación esencialmente azi l ien­s e " (9). Por desgrac ia no poseemos muchos más datos que los que nos proporc ionan Andérez y Calderón de la Vara en sus publ icac iones; y son bastante confusos.

A las pinturas de esta cueva haremos alusión más adelante al tratar del arte azi l iense.

La fauna señalada por Andérez, sin muchas prec is iones estratigráficas, es la siguiente: Cervus elaphus cantabricus, Bos prímlgenius, Equus caballus primigenius, Sus scropha, Ursus arctos pyrenaicus, Meles taxus, Erlnaceus europaeus, Arvícola ibericus (?) (10).

CUEVA DEL OTERO (Secadura , Vo to ) :

Descubierto el yacimiento por el P. S ie r ra en el año 1909. Carbal lo realizó a lgunas ca-

(5) Alcalde del Río, Breuil y Sierra, Les Cavemes de la Región Cantabrique, Monaco, 1911, pág. 51. (6) Ibid., págs. 51-52. (7) Andérez, " L a cueva prehistórica de 'Meaza'. Estado actual de su exploración", en Miscelánea Comillas, X I X ,

1953, pág. 216. (8) Andérez, ob. cit., pág. 228; Calderón de la Vara, "Contribucao ao estudo das pinturas rupestres epipaleolíti-

cas", comunicación presentada a la Segunda Reuniao Brasileira de Antropología, Facultad Católica da Filosofía de Ba­hía, 1955, pág. 12.

(9) Andérez, ob. cit., págs. 231-232. (10) Ibid., págs. 220, 222 y 227.

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tas en el la en fecha posterior. En 1924 este invest igador habla de un nivel magdalenien­se (11) y, posteriormente, Obermaier le da la misma clasif icación (12).

De nuevo fue excavado el yacimiento por González Echegaray, García Gu inea y Begines Ramírez en el año 1963, s iendo publ icada la memoria en 1966.

La estratigrafía de la Sa la II es como s igue:

Nivel 1: ¿Aziliense? Por debajo de éste hay una capa estalagmítica. Nivel 2a: estéri l . Nivel 2b: Magdaleniense VI. Nivel 3: Magdaleniense V. Nivel 4: Auriñaciense V.

Los niveles del 5 al 9 son estériles, pero no lo son en la Sa la I, donde no se encuentra el posible nivel azi l iense.

Los materiales encontrados en el nivel 1 son muy escasos y no permiten una defini­ción cultural. Tan sólo son 22 piezas. Entre el las hal lamos un raspador sobre hoja pequeña, una hoja con escotadura y dos piezas dent iculadas. La industria ósea se reduce a dos punzo­nes; como se ve no hay posib i l idades de determinación. S e le supone azi l iense por la posición estratigráfica. Resulta interesante, sin duda, el análisis polínico real izado por Ar l . Leroi-Gour­han, al que haremos mención más adelante.

CUEVA DE PIELAGO (Mi rones) :

Excavada por M. A. García Gu inea entre 1968 y 1969. Sólo poseemos, de los trabajos real izados en esta cueva, una breve not icia dentro de un trabajo general sobre el Epipaleolí­t ico cantábrico, real izado por el director de las excavac iones. Esta nota, aunque confusa en su contenido, muestra la importancia de este yacimiento. La estratigrafía, según García Gui ­nea, es la siguiente:

1) Proto-Azi l iense sin arpones, pero con los inic ios de geométr icos (tr iángulos y seg­mentos de c í rcu lo) . Hay puntas azi l ienses grandes.

2) Un Azi l iense I con arpones de una fi la de dientes. Puntas azi l ienses. Triángulos y segmentos de círculo.

3) Un Azi l iense II, con arpones de una f i la. Puntas azi l ienses. Triángulos y segmentos. Microbur i les.

4) Az i l iense III. Arpones de dos fi las de dientes y perforación c i rcular en uno de el los. Micropuntas azi l ienses. Microbur i les. Tr iángulos abundantes. Segmentos abundantes. Trape­c ios (13).

En cuanto a la fauna se señala: "capra pyrenaica abunda en el Az i l iense III y, en ge­neral, con la capra ¡bex y el rebeco {rupicapra), predomina en este últ imo azi l iense. El cervus elaphus es más abundante, sin que l legue al número de los anteriores animales, en los nive­les del Proto-Azi l iense" (14).

(11) Carballo, ob. cit., pág. 107. (12) Obermaier, ob. cit., pág. 172. (13) García Guinea, " E l Mesolítico en Cantabria", en Jordá, Ripoll et alii, La Prehistoria de la Cornisa cantá­

brica, Santander, 1975, págs. 188-189. (14) Ibid., pág. 189.

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Resulta difíci l dar una opinión sobre este yacimiento sin poder examinar la colección y sin que exista una publ icación extensa de las excavac iones; pero basándose solamente en el trabajo de García Guinea, resulta extraña esa concentración de microl i tos geométr icos (tr iángulos, segmentos de círculo y t rapecios) y de microbur i les en un período en el que, en la práct ica, no existen.

CUEVA DE RASCAÑO (Mirones, Santoña) :

La pr imera exploración fue real izada por J . R. Gómez Riaño y el P. Carba l lo , que exca­varán más tarde, junto con L. Sierra. En 1921 trabajó en el la Obermaier, que nos dejó una brevísima referencia en El Hombre fósil, af i rmando la existencia de niveles r icos de Azi l iense y Magdalen iense con arpones (15). Recientemente, en 1976, volvieron a excavar en el la Gon­zález Echegaray y Barandiarán Maestu. En una breve publ icación de 1979, el primero de los autores nos da la siguiente estratigrafía:

Nivel 1: Az i l iense. En algunos lugares se dist inguen tres subniveles: Nivel 2: Magdaleniense superior. Nivel 3: Magdaleniense medio. Nivel 4: Magdaleniense III (antiguo cantábr ico) . Nivel 5: Magdalen iense III (antiguo cantábr ico) . Niveles 6 a 9: indeterminados (16).

L a industr ia del nivel 1 es pobre, ya que se trataba de un lugar marginal de la cueva donde se hic ieron las recientes excavac iones.

CUEVA DE SALITRE (Ajanedo-Miera, Santoña) :

Como ya di j imos anteriormente fue descubier ta por Lorenzo S ier ra en el año 1903. Posteriormente excavó en e l la J . Carba l lo , que encontró un arpón azi l iense con doble perfo­ración (17). Obermaier habla de restos au riñacienses, solutrenses, magdalenienses y azi l ienses (18).

La fauna que conocemos, sin indicación de nivel, es la siguiente: Ursus spelaeus, Cer­vus elaphus, Capra ibex, Rupicapra rupicapra (19).

En el año 1979 se han comenzado de nuevo a real izar excavac iones en esta cueva, di­r igidas por F. Bernaldo de Quirós y Vic tor ia Cab re ra , constatándose la existencia del nivel azi l iense.

(15) Obermaier, ob. cit., pág. 173. (16) González Echegaray, "Stratigraphie du Paléolithique final á la Grotte de Rascaño (Santander), en Coloquio

n.° 271 del C. N. R. S., "La fin des Temps Glacicúres en Europe", París 1979, págs. 731-735. (17) Carballo, ob. cit., pág. 113. (18) Obermaier, ob. cit., pág. 173. (19) Altuna, ob. cit., pág. 59.

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Capítulo V

L A C U E V A DE LA P A L O M A

A) Descubrimiento:

L a historia del descubr imiento de la Cueva de la Pa loma fue narrada por Eduardo Her­nández Pacheco en la breve publ icación que, como homenaje al premio Nobel español, D. Sant iago Ramón y Ca ja l , publ icó el C.I .P.P., t i tulada La vida de nuestros antecesores pa­leolíticos, según los resultados de las excavaciones en la Caverna de la Paloma (Asturias) (1) . En esta pequeña obra publ icó Hernández P a c h e c o algunos de los hal lazgos real izados en esta cueva, pero sin dar not ic ia exacta de su estratigrafía, ni de su industria, por lo que pode­mos dec i r que permanece inédita. A lo largo de los años, el director de estas excavac iones, fue publ icando notas ampl iando las noticias que se dan en la c i tada memoria, pero en el las no nos comun ica nada que pueda aumentar nuestros conocimientos del Az i l iense de la Cueva de la Pa loma.

Esta fue descubier ta por un habitante de la zona, el propietario de la misma, que se sint ió sorprendido por la abundanc ia de escor ias de hierro esparc idas por el suelo. Real i ­zando un sondeo encontró una gran cant idad de restos arqueológicos. Esto, unido a la creen­c ia en la posib i l idad de tesoros ocul tos en las cavernas, le hizo pensar en la virtual presenc ia de uno de el los en aquel lugar concreto. Por el lo, de acuerdo con otro vecino de Soto de las Regueras, denunciaron la cueva como mina y comenzaron a "vac iar la caverna de los es­combros y detritos en cuya operación desaparec ieron o fueron revueltas y destrozadas las capas superiores que contenían los restos de las c iv i l izac iones de las épocas de los metales y del Neol í t ico" (2). Av isado el P. Carbal lo de los destrozos, se lo comunicó a Hernández Pa­checo y al Marqués de Cerra lbo, presidente de la C.I .P.P., que enviaron a Cabré para reco­nocer el yacimiento y evaluar los daños, realizándose al mismo tiempo las primeras gest iones para la excavación de la caverna.

B) Descripción de la cueva:

La cueva de la Pa loma se encuentra en el concejo de Las Regueras, en la ladera del val le de Soto de las Regueras, en su parte baja. A su entrada corre un arroyo, que discurre por un cauce l igeramente más bajo (unos c inco metros) del lugar donde se encuentra la ca ­verna; este arroyo en t iempos prehistóricos inundaría la cueva, dejando en su interior una gran cant idad de sedimentos. La caverna posee una gran sa la de 10 metros de anchura por unos 15 de profundidad. El suelo se incl ina profundamente hacia el interior, señal de que se comportó durante cierto t iempo como sumidero.

(1) Memoria n.° 31, Madrid, 1923. (2) Hernández Pacheco, ob. cit., pág. 8.

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Hernández Pacheco , en orden a la excavación, la dividió en tres secc iones : la pr imera sería lo que denominó Patio, parte exterior de la caverna ("por una portada que está a una altura de unos c inco metros sobre el nivel actual del arroyo que junto a la cueva pasa, se entra lateralmente a un modo de patio, profundamente excavado en la roca, resguardado de todos los vientos y a cuyo fondo penetra el sol durante las horas del centro del d ía") (3); una segunda sección sería el pórt ico de la cueva. La tercera, el interior de la misma.

C) La excavación:

L a excavación se inició a f inales del mes de julio de 1914, s iendo ayudante de Her­nández Pacheco el Sr. Cabré. También part ic ipó en los trabajos, a partir del 28 de julio, el conde de la Vega del Se l la , y algunos días fueron visi tados por D. Sant iago Ramón y Ca ja l , que también co labora en los trabajos.

Para conocer el desarrol lo de la excavación contamos con las descr ipc iones que se pueden hallar en la publ icación antes c i tada de 1923 y, también, con los diar ios de Hernández Pacheco para 1914 y el de Wernert para 1915. El diario de Hernández Pacheco está contenido en un pequeño cuaderno de 10,5 cms. por 15,5, de papel rayado y tapas de hule negro. Sus páginas no están numeradas. Se conserva en el Museo Nacional de C ienc ias Naturales de Madr id , y no posee número de catalogación. El de P. Wernert, conservado en el mismo lugar y tampoco cata logado, está recogido en un cuaderno de 21,5 por 15,5 cms., de papel cuadr i ­cu lado y con tapas de hule negro. No posee ninguna indicación de autor, pero la letra corres­ponde a la de Wernert y su castel lano no s iempre es correcto. En la medida de lo posible uti­l izaremos siempre las palabras de los excavadores recogidas en estos documentos, de los que vamos a extraer todo lo que se refiere al nivel azi l iense.

El método de excavación, cu idadoso para la época, es exp l icado en el diario de 1914 (día 6 de agosto) : "Sigúese en la cueva explotando el nivel 2 del pórt ico o sea el aci l iense (s i c ) : se explota del siguiente modo: l impio de la capa super ior y de los arrastres del talud que buza de 29 a 30 grados hac ia el interior y puesta a descubierto la capa negra, se exca­va con los almocafres o las azadi l las comenzando por lo alto y haciendo corte hac ia la boca para no romper los huesos. S e apartan todos los huesos y todos los cantos de cuarc i ta o sílex; la t ierra resultante es separada de los grandes cantos que se hechan (sic) a la escom­brera se l leva en canastos al río. Los huesos y piedras grandes apartadas en el nivel se la­van en el río y l impian con cepi l los pequeños de cerda de esparto; se ponen a secar a la som­bra. Se escogen los huesos y piedras que pueden tener algún interés; los huesos con el criterio de que dan caracteres para determinar la fauna y las piedras todas aquel las que fueron labra­das por el hombre incluso las lascas. La tierra se l leva en cr ibas de las usadas para cr ibar la paja para pienso a la corriente del río que arrastra la t ierra y deja los hueseci l los y p iedreci-llas que se escogen y guardan. Después se empaquetan apartando los pequeños sílex bien re­tocados que se embalan en caji tas con capa de algodón o viruta muy fina y la de lascas se dejan para rebuscar las en Madr id guardándolas a granel . Los objetos labrados son apartados cuidadosamente. Los huesos se embalan apartando dientes de huesos" .

Los excavadores empezaron por desescombrar la cueva, que había quedado muy re­movida por los buscadores de tesoros, hasta dar con los niveles intactos. Según señala Her­nández Pacheco , " l a superf ic ie intacta del yacimiento, que por lo general correspondía al nivel aziliense" (4); aunque en el diario de 1914 podemos leer en la página correspondiente

(3) Ibid., pág. 10. (4) Ibid., pág. 13.

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al 20 de julio: "Han desescombrado los niveles super iores, salvo una parte central que está Intacta, han abierto las entradas que faci l i tarán la sa l ida de los escombros y abierto una an­cha zanja en la que se reconocen diversos niveles que l legan de los metales a los niveles infe­riores del magdaleniense y quizás muster ienses" . Durante esta pr imera campaña la excavación se va a concentrar pr incipalmente en las secc iones denominadas pórt ico e interior.

El día 29 de julio l legan a niveles intactos, en los que encuentran " trozos de cacharros negros a torno" además de muchos cantos, cuarc i tas, caraco les terrestres, escor ias de fundi­c ión. El 30 "por la tarde aparece un nivel de tierra negra muy pobre en útiles y fauna, pero parece ya paleolít ico lo des ignamos con el nombre de 1.er nivel del pór t i co" . Se trata de un nivel con fuerte incl inación hac ia el interior (25°), situado enc ima de otro estéril rojizo. El nivel 1 del pórt ico está en bolsadas. En el patio también se encontró una capa rojiza (b) de­bajo de otra no def inida (a ) .

El día 3 de agosto se efectúa una l impieza de estas capas super iores al demostrarse que estaban removidas, ya que encontraron en la base de b un tronco de roble con señales de haber s ido golpeado con un hacha. Una vez l impio de este revuelto se in ic ia la excavación del nivel 2 y c, que parecen corresponder al Az i l iense. En los días siguientes "cont inúa la in­vest igación en el nivel 2 sal iendo mucho útil gran (sic) y diminuto y fauna especialmente de ciervo y pequeños animal i l los" (día 4 de agos to) .

En esta capa azi l iense del pórt ico apareció abundante material lít ico y microfauna, que Hernández Pacheco , de momento, toma como restos de aí imentación y como signo del hambre de las poblac iones paleolít icas (7 de agosto) , pero un día más tarde llegará a la conclusión de que se trata de restos debidos a las rapaces que anidaban en la cueva (8 de agosto) (5) .

En este nivel 2 se encontró el esqueleto de un niño dentro del nivel azi l iense. El cráneo presentaba roturas antiguas y, según Hernández Pacheco , había s ido removido ya durante el azi l iense.

Los días 8 y 11 de agosto se termina de excavar el nivel 2 y c y se pasa a trabajar el nivel 4. Este últ imo se caracter iza "por la falta de microl i tos raspadores en forma plana por abajo y convexos por arr iba con retoques en todo su borde y aparecen raspadores en bisel de tipo frecuente en el Magdalen iense y finos retoques (aquí incluye dibujos de un disquito ras­pador y de uno en extremo de l asca ) . En general el utillaje es escaso disminuyendo los mi­crol i tos y con p o c a cuarc i ta " (12 de agosto) .

El 14 de agosto comienza a excavarse el azi l iense del sector interior (nivel 2 ) , que "se corresponde en cont inuación de la (capa) 2 del pórt ico, separados por la zan ja " (de los buscadores de tesoros) . L a industria s igue s iendo la típica del azi l iense, caracter izada por el disquito raspador.

En total, durante la campaña de 1914 se excavaron 9 niveles, tanto en el interior como en el pórt ico y se dejó la excavación al l legar a la 10. 1 capa .

Según el diario de 1914, el nivel azi l iense se caracterizaría por el hal lazgo de microl i ­tos, disquitos raspadores, punzones en hueso, caninos perforados y algunas Nasas también perforadas. En cuanto a la fauna, se citan vértebras de pez, Nasas, ciervo ("se nota que el ciervo, que es la fauna casi exc lus iva es mucho menos escaso que en los niveles inferiores" — 7 de agosto) .

(5) Ibid.

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En 1915 se comenzarán los trabajos el día 12 de julio y se proseguirán, al menos, has­ta el 7 de agosto, fecha en que se c ierra el diario de P. Wernert.

El nivel azi l iense (b ó 2) se excavará en el patio, encontrándose muchos "botones" (disquitos raspadores) , hojitas de dorso y un arpón azi l iense típico. S in embargo "en el me­dio del nivel se encontraron harpones (sic) con una hi lera de dientes y de tipo magdalenien­s e " (16 de julio de 1915). Wernert señala también este sector del patio como lugar de remo­ciones ( "presenc ia de diversas hoyadas cavadas por los habitantes del nivel b = 2 en el nivel 3" — 17 de ju l io) .

El día 19 de ese mes señala que el "nivel 2 del patio en el comienzo de la campaña de 1915 está consti tuido en la mitad inferior por t ipos claramente magdalenienses con arpo­nes y punzones y algunos tipos de azi l iense como botones, pequeñas hojas de dorso rebajado, a lguna vez está el retoque muy fino, pero nada se ha visto de verdaderos microl i tos geométr i­cos que no existen en la Pa loma. En la superficie del nivel 2 (Patio!) se encontró un arpón claramente azi l iense con agujero y una hi lera de dientes. — Pudiera interpretarse este nivel como un magdaleniense muy superior, s iendo punto de origen del Az i l i ense" . Para acabar concluyendo dos días después: " los niveles 2 /4 del Patio esfán revueltos" (21 de julio de 1915).

Es probable que esos niveles estuvieran removidos en ese punto, pero el diario de Wernert no nos da más noticia de el lo. S in embargo el dibujo del corte estratigráfico que rea­lizó Hernández Pacheco y que se conserva también en el Museo de C ienc ias Naturales de Madr id , no ind ica nada de eso. De todos los modos, aun cuando es posible que las capas

superiores del yacimiento estuvieran revueltas en la sección denominada "pat io" , sin embar­go la lectura del diario de Pacheco no deja la Impresión de que hubiera otras remociones que las real izadas en los niveles superiores al Az i l iense en la total idad del yacimiento y a niveles más profundos a lcanzaron sólo en las zanjas abiertas por los buscadores de tesoros. El diario de Wernert tampoco habla de remociones más allá de los niveles 2 /4 en el patio. En la pu­bl icación de 1923 tampoco se deja entrever que el yacimiento estuviera revuelto más allá de lo ya reseñado. S in embargo, la imagen que perdurará de la cueva de la Pa loma hasta nues­tros días es la impuesta por H. Obermaier, que, en El Hombre fósil, af irmó que "e l yacimiento estaba completamente revuelto por un buscador de tesoros y no ofrecía estratigrafía intacta en ninguna parte" (6). El conde, que como ya v imos trabajó en 1914 en este yacimiento, no insinúa nada semejante y, aún más, basa parte de sus hipótesis sobre el Paleolít ico superior asturiano, publ icadas en 1915, en la cueva de la Pa loma.

Por otra parte Obermaier afirma que " los hal lazgos del año 1914 fueron c las i f icados en un pr incipio como Auriñaciense, Solutrense y Magda len iense" (7), hecho que se contradice con el diario de ese año, en el que el Az i l iense ocupa una gran parte, y con la publ icación de Vega del Se l la de 1915. S igue Obermaier: "De la excavación de 1915 resultó que había tan sólo un material bastante numeroso de Az i l iense (con un arpón p lano) ; de Magdaleniense superior (con arpones de una o dos hileras de dientes, a lgunos de los pr imeros con agujero lateral en la base, y con varios grabados en p lacas de pizarra) y de Magdaleniense inferior (con un bastón de mando senci l lo y numerosos instrumentos de hueso) . Por lo tanto, hay que considerar como una reconstrucción teórica la estratigrafía anteriormente ind icada de este ya­cimiento, que no puede uti l izarse para 'comprobar ' el tránsito del Magdaleniense al Az i l iense, como ha hecho Hernández P a c h e c o " (8). Esta últ ima af i rmación de Obermaier es totalmente cierta. De hecho la pr imera alusión a esta pos ib i l idad de que se trata de un nivel de tránsito

(6) Obermaier, El Hombre fósil, Madrid, 1925, pág. 190. (7) Ibid., pág. 190. (8) Ibid., págs. 190-191.

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del Magdalen iense super ior al Az i l iense ya la encontramos en el diario de Wernert y ya la hemos citado anteriormente, aunque luego el mismo autor la rechaza al ver que se encontraba ante un nivel revuelto. S in embargo, Hernández Pacheco lo uti l izará como argumento del paso de un estadio cultural a otro (9).

Lo cierto es que en la campaña de 1915, que se centró toda el la en el patio, se l legó también al nivel 9, por lo que no parece aceptable la opinión de Obermaier de que haya que cons iderar la estratigrafía del yacimiento como una reconstrucción teórica. Pero el hecho cierto es que al no haber s ido convenientemente pub l icada la excavación por Pacheco , la única visión que persistió fue la dada por Obermaier .

D) La estratigrafía de la cueva de la Paloma:

De los diarios se desprende la siguiente secuenc ia de niveles, no siempre bien def inidos:

— Nivel 1: nivel de tierra negra (revuel to) . — C a p a rojiza estéri l . — Nivel 2: Az i l iense (corresponde al b o al c del Patio, esto no queda claro en los

d iar ios) . — Nivel 3: capa roj iza. — Nivel 4: capa negra. No se encuentran en el la microl i tos raspadores. — Nivel 5: roja y pedregosa. — Nivel 6: capa negra de unos 30 cms. de espesor. — Nivel 7: estéri l; de 10 a 15 cms. — Nivel 8: C a p a negra. — Nivel 9: capa rojiza. Estéril.

En la publ icación de 1923 se señala la siguiente estratigrafía, evidentemente resumida, ya que los niveles se agrupan en conjuntos culturales que en el yacimiento se extienden a lo largo de más de c inco metros de espesor (10):

1. °) Magdaleniense inferior ("ya cas i Magdalen iense n ied lo " ) .

2. ") Magdaleniense medio ("al que cor responden varios de los niveles, s iendo la zona de mayor espesor y más numerosa en toda c lase de ejemplares arqueológicos y paleonto­lóg i cos " ) .

3. °) Magdaleniense superior con arpones de dos filas de dientes.

4. °) Aziliense. Como ya se había señalado en el diario, el nivel azi l iense es el primero de los encontrados porque " los superpuestos a él fueron removidos y extraídos fuera de la caverna, con anterioridad a nuestra l legada a la cueva " (11). Definido ya desde el pr incipio de la excavación y reafirmada esta def inic ión con poster ior idad por la aparic ión de un arpón azi l iense. Como ya advert imos antes este nivel no aparece claramente en la zona denomi­nada por los excavadores "Pa t i o " .

En su publ icación de 1922 Hernández P a c h e c o cons idera este nivel como "de tipo es­pecia l , propio de la región de los cántabros, sirve de transición al Magdalen iense superior,

(9) Hernández Pacheco, ob. cit., pág. 18. (10) Cfr. Hernández Pacheco, ob. cit., págs. 14-19. (11) Ibid., pág. 18.

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caracter izado por arpones planos, numerosas hojitas de dorso rebajado y disquistos-raspador" (12).

E) La industria del nivel 2 (Aziliense):

Los restos industriales de la cueva de la Pa loma se encuentran en el Museo Nacional de C ienc ias Naturales de Madr id . No sabemos si los elementos deposi tados allí correspondien­tes al nivel azi l iense, son la total idad de lo encontrado en las excavac iones o sólo parte de el lo, ya que no tenemos ninguna descr ipción de conjunto dejada por los investigadores de la la cueva de la Pa loma. El conjunto de la industr ia descr i to aquí corresponde a la total idad de las secc iones descr i tas por Hernández P a c h e c o (Patio, Pórt ico e Interior).

1) La industria lítica (figs. 14 a 16) :

Lista tipológica:

FR. % % A c

1. 12 4,8 4,8

2. 3 1,2 6,0

3. 3 1,2 7,2

5. Raspador sobre hoja o lasca re tocada. . . . 4 1,6 8,8

8. 77 31,4 40,2

9. 2 0,8 41,0

10. 11 4,4 45,4

11. 1 0,4 45,8

15. 3 1,2 47,0

17. 3 1,2 48,2

27. 4 1,6 49,8

28. Buri l diedro ladeado 6 2,4 52,2

29. Buri l diedro de ángulo 1 0,4 52,6

30. 3 1,2 53,8

31. Buri l diedro múlt iple 3 1.2 55,0

36. Buri l sobre trunc. ret. cóncava 2 0,8 55,8

37. Buri l sobre trunc. ret. convexa 1 0,4 56,2

41. 1 0,4 56,6

43. 1 0,4 57,0

47. Punta atípica de Chatelperron 1 0,4 57,4

61. 1 0,4 57,8

62. 1 0,4 58,2

65. P ieza de ret. cont. sobre un borde ... . 7 2,8 61,0

(12) Hernández Pacheco, "Plaques d'ardoise et os graves de la Cáveme de k Paloma", en Rev. Anthropologique, X X X I I , 1922, pág. 336.

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Fr. % % Ac .

66. P ieza de ret. cont. sobre dos bordes 3 1,2 62,2

67. Hoja auriñaciense 1 0,4 62,6

68. Hoja auriñaciense con escotadura 1 0,4 63,0

74. P ieza de escotaduras 4 1,6 64,6

75. P ieza dent iculada 10 4,8 69,4

76. P ieza esquir lada 3 1,2 70,6

77. Raedera 8 3,2 73,8

85. Hojita de dorso 39 15,9 89,7

86. Hojita de dorso t runcada 2 0,8 90,5

89. Hojita de escotaduras 1 0,4 90,9

90. Hojita Dufour 1 0,4 91,3

91. Punta azi l iense 16 6,5 97,8

92. Diversos 4 1,6 99,4

T O T A L 245

Indices:

IG 47,54

IB 9,01

IBd 6,96

IBt 1,22

IGA 0,40

IBd ' 77,27

IBP 13,63

IGA r 0,86

G A ,,22

G P 18,03

Lo primero que se observa en la l ista t ipológica de la industria lít ica, es el predominio del grupo de los raspadores sobre todos los demás, incluido el material microl í t ico de dor­so rebajado.

Dentro de los raspadores destacan de modo notable los construidos sobre lasca de pequeño tamaño. Los raspadores s imples también están representados, aunque en escasa proporc ión. Los raspadores unguiformes son, después de los raspadores sobre lasca , los más representativos. Los demás tipos (atípico, doble, sobre lasca retocada, c i rcular, aqui l lado y nucleiforme) aparecen en cant idades poco aprec iab les. En lo que se refiere a ese tipo tan descr i to por los excavadores de pr incip ios de siglo y cons iderado como representativo del Az i l iense, es decir, el "disquito raspador" — o lo que Wernert denomina " b o t ó n " — , aparece abundantemente, aunque en la nueva t ipología se le encuentre diseminado entre los raspado­res sobre lasca, c i rcular y unguiforme. En la cueva de la Pa loma se pueden identif icar un total de 32 auténticos "disqui tos raspadores" : 27 incluidos entre los raspadores sobre las­ca , 2 en los c i rculares y 3 en los unguiformes (fig. 17: 1-20).

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I 0 0 _

3 0 1 L R P R L D M R - N I VETL 2

i i i i 11 i I I I I I I I l - H U I I I I I I I I I I

10 15 2 0 2 5 3 0 3 5 M0 M 5 5 0 5 5 E 0 E 5 7 0 7 5 B 0 B 5 9 0

Figura 14

I 0 0

3 0

B 0

7 0

E 0

5 0

H 0 .

3 0 .

2 0 .

I 0 .

4- L R P R L D M R - N I V E L 2

l K T * K i N I K T N I

10 15 2 0 2 5 3 0 3 5 M 0 M 5 5 0 5 5 E 0 E S 7 0 7 5 B 0 B S 3 0

Figura 15

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m.

9Z

BZ

7Z ..

B0 ..

H ..

H0 ..

30 ..

20 ..

10

IG IB IGA IBd IBt IGA r IBd r I B t r GA GP

Figura 16

En los útiles compuestos sólo se encuentran tres raspadores buri les. Y cabe destacar la total ausenc ia del grupo siguiente, el de los perforadores.

Los buri les, como es lógico dentro del Az i l iense, son raros, y con un dominio absoluto de los diedros y, entre estos últ imos, de los ladeados; están presentes en escasas cant idades los buri les sobre truncatura (cóncava y convexa) , un buril múlt iple mixto y uno nucleiforme (fig. 17: 21-26).

Encontramos también una punta atípica de Chatelperron, aunque también podría ser c las i f i cada como punta azi l iense de un tamaño mayor a la media de éstas.

Las truncaturas son raras: una ob l icua y otra cóncava (fig. 17: 27) . Y lo mismo puede deci rse de las piezas de retoques continuos sobre uno o dos bordes, aun cuando aparecen en cant idad mayor las que están retocadas sobre un borde que sobre los dos; el número es más escaso de lo que suele ser habitual en estos t ipos (fig. 18: 1 y 9 ) . Hojas auriñacienses se han encontrado dos, una de el las con el lado retocado cóncavo y en el opuesto una escota­dura (fig. 18: 6 ) .

Las p iezas dent iculadas están notablemente representadas con el 4 , 8 % . P iezas esquir­ladas, escotaduras y raederas lo están en menor proporc ión, aunque las últ imas a lcancen una ci fra e levada (3,2 %) (fig. 18: 2, 3, 5, 7-9).

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F i g . 17.—Cueva do la Paloma. N i v e l aziliense. Industria lítica.

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F i e 18—Cueva de la Paloma. N i v e l azihense. Industria Iitica. 69

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L a curva se vuelve ascendente de un modo notable con el utillaje de hojitas, que están representadas por las hojitas de dorso (15,9 % ) , hojitas de dorso t runcadas (0,8 % ) , una ho­jita de escotaduras, una hojita Dufour y puntas azi l ienses ( 6 , 5 % ) . Todo el lo es lo típico de un nivel azi l iense tradic ional , si bien resultan, a pesar de todo, demasiado bajos los índices del pequeño utillaje de hojitas; pero son s iempre más suscept ib les de no ser vistas en la excavación o ser perdidas después y, por el lo, es pel igroso hacer deducc iones (fig. 18: 10-30).

En el número de varios sólo están inc lu idas tres lascas con algunos retoques s imples, muy marginales y un fragmento muy pequeño de una lasca u hojita dent iculada.

Además hay que incluir un hachereaux de cuarc i ta de retoque bi facial , un yunque-per­cutor, que sirvió también de machacador de oc re , otros dos cantos de cuarc i ta ut i l izados tam­bién como percutores y yunques, otro sólo c o m o percutor y núcleo, que presenta en la cara superior algunos levantamientos.

A todo ésto hay que incluir un canto de ca l iza roto que presenta toda su cara superior manchada de ocre, de tono intenso, co lor que no aparece en las caras de rotura. En su cara posterior aparecen algunas manchas difusas de l mismo colorante.

Los materiales uti l izados para la construcc ión de los útiles son, pr incipalmente, dos: el sílex y la cuarc i ta. Del primero aparecen a lgunas var iedades —-todas de excelente cal i ­d a d — , predominando un sílex de color amari l lento (el 39,18 % de los útiles están trabajados en é l ) , seguido por otro de tonos grisáceos (que representa el 26 % ) . En menores proporcio­nes tenemos un sílex de co lor negro (3 ,67%) y b lanco ( 9 , 7 9 % ) . De otras var iedades sólo encontramos el 4 , 4 8 % . L a cuarc i ta, de grano fino, representa el 1 3 , 4 6 % (sin incluir el ha­chereaux y los percutores) y el cuarzo solamente el 2 , 8 6 % .

En cuanto a la distr ibución de estos mater iales en los distintos t ipos de útiles es bas­tante signif icat iva. Cas i todos los raspadores, buri les, hojitas y puntas, están construidos so­bre sílex, mientras que algunos t ipos, como son las raederas y dent iculados, lo están sobre cuarc i ta . El cuarzo no es en absoluto representativo. Veamos algunos ejemplos:

Número 8. Raspador sobre lasca : construido en sílex el 92,2 %; con cuarc i ta el 3,8 %. Entre los buri les sólo hay uno (un buril diedro ladeado) construido en cuarc i ta. Número 65. P ieza de retoques cont inuos sobre un borde: sílex: 28,57 %; cuarc i ­

ta: 7 1 , 4 2 % . Número 75. P ieza dent iculada: sílex: 2 0 , 1 0 % ; cuarc i ta: 8 0 % . Número 77. Raedera: sílex: 37,5 %; cuarc i ta : 62,5 %. Número 85. Hojita de dorso: sílex: 94,59 %; cuarc i ta: 2,70 %; cuarzo: 2,70 %. Número 91: Punta azi l iense: sílex: 93,75 %; cuarc i ta: 6 , 2 5 % .

Aunque las estadísticas en poblac iones tan bajas t ienden a aumentar los márgenes de error, es evidente que existe una diferente ut i l ización de los materiales en orden a la construc­ción de los útiles, quizás porque la forma es más fáci lmente consegu ida con unos materia­les que con otros. Es evidente también que aquel los que requieren un trabajo más completo o un acabado más fino (raspadores, hojitas, puntas az i l ienses) , prefieren el sílex a la cuar­c i ta . Otra cuestión sería si ese material faci l i ta la función para la que son creados. Sobre ésto es más difíci l opinar.

El número de núcleos encontrados y conservados, parece conf i rmar esta preeminencia del sílex. De este material podemos contar 35 núcleos y sólo 12 de cuarc i ta y 1 de cuarzo. En cuanto a los restos de tal la sólo se conserva una pequeñísima parte que no podemos conside­rar como representativa y, por lo tanto, no ut i l izable para cualquier tipo de recuento.

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2) Industria ósea:

Gran parte de la Industria ósea con decoración ha s ido pub l icada por I. Barandiarán, por el lo, en aquel las piezas que han sido descr i tas por él nos remitimos a su publ icación (13).

Los materiales conservados en el Museo de C ienc ias Naturales de Madr id , son los siguientes:

— Arpón de sección aplanada de una hi lera de dientes, conservando dos de el los. Es típicamente azi l iense en su forma menos en la perforación que es circular. Sus medidas son 8 7 x 2 2 x 7 mm. (fig. 19: 1) .

—- "Extremo distal de un objeto de cuerno, de sección lenticular. Posee en ambas ca ­ras mayores el mismo conjunto de motivos: gran aspa en or ientación longitudinal y bajo e l la una triple línea (l igeramente ondulada o sólo curvada) perpendicular al eje. A cont inuación —y sólo puede comprobarse en una c a r a — hay un motivo en forma de los que en arte pa­rietal se l laman cometas, con múltiples líneas de dos hileras convergentes. Este objeto posee un diente destacado en un lado; t ipológicamente no es c lara su def inic ión, aunque parece ha­l larse próximo a los arpones del período azi l iense (sin serlo en sentido est r ic to)" (14) (fig. 19: 7 ) .

— "Fragmento de hueso largo con grabado claro de ovas adosadas a uno de los bor­des (hay una completa y el inicio de otra, por donde precisamente se rompió ese hueso) . A lgo más abajo, y junto al mismo borde, se grabaron tres puntos al ineados longitudinalmen­te" (15) (fig. 19: 3 ) .

— "Extremo distal de punzón de secc ión circular, posee un fino trazo longitudinal cor­tado por otros cor tos obl ículos" (16).

— "Fragmento de un punzón de sección circular. Tiene, longitudinalmente, dispuestas cuatro fuertes inc is iones que — a l contemplar la p ieza de per f i l— le destacan sendos abulta-mientos al estilo de los tubérculos. Cas i la mitad de la superf ic ie se hal la cubierta por un apre­tado haz de líneas paralelas a lo largo del eje del objeto. Por fin hay también trazos sueltos que componen z igzags (tres) longi tudinales" (17) (fig. 19: 6 ) .

— "Fragmento de azagaya de sección c i rcu lar con dos líneas longitudinales paralelas largas y tres más cortas obl icuas (también éstas paralelas entre sí" (18) (fig. 19: 5 ) .

— Fragmento distal de azagaya de sección circular. En dos de sus caras aparecen dos estrías longitudinales grabadas.

— Fragmento de azagaya de sección c i rcu lar . Extremidad distal . Presenta a lo largo del fuste inc is iones obl icuas y pequeños trazos cortos transversales.

— "Fragmento de azagaya de sección c i rcu la r con toda una cara ocupada por una apre­tada franja de marcas obl icuas; cuando cesan éstas se trazaron dos líneas paralelas longitu­d ina les" (19) (fig. 19: 4 ) .

(13) Barandiarán Maestu, " L a Cueva de la Paloma (Asturias)", en Munibe, 23, 1971, n.° 2-3; Arte mueble del Paleolítico cantábrico, Zaragoza, 1973.

(14) Arte mueble..., pág. 169. (15) Ibid., pág. 170. (16) Ibid., pág. 169. (17) Ibid., págs. 169-170. (18) Ibid., pág. 169. (19) Ibid., pág. 170.

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F i g . 19.—Cueva de la Paloma. Industria ósea,

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— Azagaya de sección c i rcu lar de bise! s imple. Líneas incisas en su cara superior, ob l icuas y cortas y también presenta una acana ladura longitudinal.

— Fragmento de azagaya de bisel s imple de sección subcuadrangular . Sólo se conser­va la extremidad proximal . Presenta en cada una de sus caras laterales un surco longitudinal y en su cara superior siete incis iones profundas obl icuas paralelas.

— Fragmento de azagaya de sección tr iangular y acanaladuras en una de sus caras. En esta misma se aprecian dos incis iones parale las obl icuas, próximas a la rotura de la base. En su parte central aparece l igeramente rebajada.

— Fragmento de punzón trabajado en hueso y pul imentado en su extremo, conservan­do la epífisis.

— Fragmento de un hueso recortado y raspado con profundas incis iones longitudina­les en su cara posterior y algunas obl icuas, resultado del trabajo de la p ieza. Se trata de un posible fragmento de punzón.

— - P i e z a biapuntada de sección tr iangular y con acanaladura central en uno de sus la­dos (fig. 19: 2 ) .

— Fragmento de hueso aguzado.

— Fragmento de hueso aguzado con huel las de raspado en su cara superior, en forma de incis iones superf ic ia les longitudinales y parale las. Lo mismo se puede observar en su ca ­ra izquierda.

— Fragmento de hueso pul imentado y aguzado de sección c i rcular .

— Fragmento de azagaya o punzón de sección aplastada.

— 1 9 caninos de ciervo perforados.

—-2 nassas (Nassa retlculeta) perforadas.

La p ieza clave de todo este conjunto es el arpón aplanado que define el nivel y que presenta la rara pecul iar idad de poseer una perforación circular, en contraste con lo que es característ ico en los arpones de este período, la perfección en ojal . En cuanto a las demás piezas trabajadas en hueso o en asta, no se encuentra nada extraño fuera de lo que suele ser característ ico en los niveles azi l ienses, es deci r : a lgunas azagayas, punzones (o p iezas que se pueden incluir en cualquiera de estos t ipos) y algún hueso aguzado. La sección predomi­nante suele ser la circular, encontrándose a lguna aplanada, tr iangular y subcuadrangular . Qui­zás el elemento más extraño es esa pieza entre propulsor y arpón, que manif iesta un carác­ter indefinible, pero al mismo tiempo una gran semejanza con los arpones del período.

F) Fauna:

Vega del Se l la , en su publ icación de 1915, ci ta para este nivel la siguiente fauna: Fells catus ferus, Equus caballus, Bos, Cervus elaphus y Cervus capreolus (20). A esto hay que añadir lo que hemos dicho al citar los diarios de excavación.

(20) Vega del Sella, "Avance al estudio del Paleolítico superior en la región asturiana", en Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, Congreso de Valladolid, 1915, pág. 145.

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G) Restos humanos:

En la publ icación de 1923 se nos d ice: " L a mayor parte de los fragmentos de maxi la­res y dientes humanos que se encontraron en la cueva lo fueron en este n ivel" (21). Y a ante­riormente hemos visto lo que Hernández Pacheco escribió en su diario. Por desgrac ia no tenemos ningún estudio antropológico de el los.

H) La cueva de la Paloma en las publicaciones:

Como ya hemos dicho estas excavac iones nunca fueron publ icadas convenientemente. Y a aludimos a las escasas notas que Hernández Pacheco nos dejó sobre sus trabajos y hallaz­gos. Durante el período mismo de la excavación Vega del Se l la alude a los resultados de los trabajos en su publ icación de 1915. El conde habla con conocimiento directo de la excava­c ión, pero es difíci l poder afirmar hasta qué punto conocía realmente los materiales encon­trados durante los trabajos de 1914.

En el año 1916 comienzan las crít icas a estos trabajos, con la apar ic ión de El Hombre fósil, de H. Obermaier. En fechas posteriores sólo encontramos alusiones basadas en los da­tos publ icados por Pacheco . Así encontramos citas de Pericot, en su publ icación de la cue­va del Parpalló (1942) y en otros autores (Jordá, González Echegaray ) , pero no se hace en ninguno de ellos referencia al Azi l iense. Sólo en 1971 comienzan las publ icac iones parc ia­les de algunos elementos de la cueva de la Pa loma, como son las dos obras ya ci tadas de Barandiarán Maestu o la de la Dra. Corchón en su pequeño trabajo Notas en torno al arte mueble asturiano (Sa lamanca, 1971).

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(21) Hernández Pacheco, La vida de nuestros antecesores..., pág. 18.

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Capítulo VI

L A C U E V A DE L A RIERA

A) Las excavaciones del conde de la Vega del Sella:

La cueva de la Riera se encuentra s i tuada en la vertiente sur del mac izo de la L lera, un mac izo calcáreo del Carbonífero, muy afectado por la acc ión kárstica, del cual forman par­te las cuevas del Cueto de la M ina (si tuada unos 50 metros de la Riera) y Tres Ca labres , y próximas a el las encontramos otras cavernas, como son las de Fonfría, A m e r o , Cober izas , etc. Una zona con abundantes vest igios del hombre prehistór ico. C e r c a de la cueva discurre el río Ca labres , sobre el que está a unos c inco metros. Este conjunto se encuentra situado en una zona de sa l ida natural del interior a través del paso abierto por el río Cab ra , que comu­n ica con el valle del Güeña y, a través de éste, con el de Cangas de Onís y la montaña a tra­vés del Se l l a .

La cueva, en el momento en que se inic iaron las explorac iones del conde de la Vega del Se l la , estaba totalmente co lmatada y ocul ta y, por el lo, intacta. S e abría en un canti l de ca l izas cas i vert ical y dejaba sólo entrever una pequeña abertura por la que se introdujo el conde y, después de una pronunc iada pendiente l legó a una sa la pequeña en la que, más tarde, se descubrir ían unos pequeños puntos pintados en rojo. El suelo, según Vega del Se l la , estaba cubierto por una gruesa costra estalagmítica (1) .

Las excavac iones comenzaron en el año 1917 y cont inuaron en el año siguiente con la colaboración de H. Obermaier, s iendo pub l icados los resultados de los trabajos en el año 1930, conjuntamente con el estudio de la cueva de Balmor i . Aunque la publ icación es tardía, ya se tenían algunas noticias por la publ icación de E. Hernández Pacheco La Caverna de Pe­ña de Candamo, en la que textualmente d ice de la cueva de la Riera:

"Cueva de la Riera. A c incuenta metros de Cueto de la Mina, parroquia de Posada , Conce jo de Llanes. Descubier ta y excavada por el C O N D E DE LA V E G A DEL S E L L A desde 1915, habiendo reconocido los siguientes niveles: Astur iense; Az i l iense, con arpones típicos; Magdaleniense, con arpones de dos hileras de dientes; Magdaleniense, con punzones de sec­ción cuadrangular; Solutrense super ior y un nivel atípico hasta el presente. Entre los niveles magdalenienses una cuña de arc i l la roja, des l izada entre el los, contiene industria de tipo ache lense" (2) .

En 1923, el mismo conde, en su obra sobre el Astur iense, publ ica la estratigrafía de la cueva, de gran Interés en ese momento en orden a aclarar la cuestión de la posición estrati­gráf ica del Astur iense. Tal como la descr ibe en esta obra, la estratigrafía es la siguiente para las capas super iores:

(1) Vega del Sella, Las cuevas de la Riera y Balmori {Asturias), Madrid, 1930, pág. 6. (2) Hernández Pacheco, E . , La caverna de la Peña de Candamo (Asturias), Madrid, 1919, pág. 25.

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"1.") Bajo el costrón estalagmítico que formaba el suelo de la cueva se encontraba un espeso conglomerado de mar isco, huesos y p icos del Astur iense.

2. °) C a p a de marisco de unos 30 centímetros de espesor; las conchas de este nivel presentaban un aspecto de gran f rescura y solamente la decoloración de la superf ic ie las di­ferenciaba de las actuales; con estos restos se encontraron abundantes p icos .

3. °) C a p a de unos 7 cms. de espesor, con industria azi l iense y arpones típicos de este período.

4. °) C a p a de 7 a 12 cms. del magdaleniense superior, con arpones de una y dos hile­ras de dientes" (3).

El interés máximo que, en pr incipio, presentaba la cueva de la Riera para el conde era, como hemos d icho, la resolución del problema del Astur iense y esta excavación "permite asig­nar al Astur iense el lugar que rigurosamente le corresponde en relación con los niveles paleo­lít icos, pudiendo dec i r que es un piso super ior al Az i l iense; y atendiendo a que esta industria se desarro l la al exterior de las cuevas y al cambio que en la fauna marina se observa en el Cantábrico, podemos dec i r que es una industr ia que se produce en las proximidades del obtimun (sic) c l imatológico post-glaciar; como el material de piedra del Astur iense no guarda relación con las formas precedentes del Paleolít ico superior, así como tampoco con las pie­dras pul imentadas del neolít ico, podemos afirmar que esta industria se desarro l la en el perío­do de tiempo que media entre el paleolít ico y el neolí t ico" (4) . S i resaltamos este párrafo del conde es porque, en el fondo, el gran prob lema es el de las relaciones entre Az i l iense y Astur iense, más enigmáticas que las relaciones del Az i l iense con la cultura que la antecede.

En 1925 H. Obermaier vuelve a publ icar la estratigrafía de la cueva de la Riera, pero no añade ningún dato nuevo a lo ya conoc ido por otras pub l icac iones, salvo la alusión a un can­to pintado del que hablaremos en el capítulo ded icado al arte mueble.

Por fin en el año 1930 aparece la memor ia de las excavac iones de la Riera. En el la se nos da una ampl ia descr ipción de los trabajos, que comenzaron abriendo una tr inchera desde el exterior de la cueva hac ia el interior, con el fin de comenzar a entrar en contacto con la estratigrafía, dar luz al interior de la caverna y hacer un camino para la extracción de los es­combros. Posteriormente se abría otra t r inchera en el interior de la cueva. L a estratigrafía es como sigue:

Nivel 1: capa de derrubios de ladera y tierra vegetal . Posee un espesor de 25 cms. En el interior de la cueva esta capa corresponde a la costra estalagmítica que hemos ci tado ante­riormente.

Nivel 2: Conchero asturiense.

Nivel 3: C a p a de arc i l la roja muy débi l . Estéri l .

Nivel 4: Az i l iense. C a p a de 7 cms. que se iba adelgazando hac ia el interior, desapare­c iendo a metro y medio de la entrada.

Nivel 5: Magdalen iense super ior con arpones.

Nivel 6: Intrusión Chelo-acheulense.

Nivel 7: Magdaleniense super ior con punzones de sección cuadrangular.

Nivel 8: Solutrense superior.

(3) Vega del Sella, El Asturiense; nueva industria preneolítica, Madrid, 1923, pág. 47. (4) Ibid., pág. 48.

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Nivel 9: Fondo de arci l las de descomposic ión de la ca l iza y "af loramientos de la r o c a " (5) .

Sobre la local ización del Az i l iense, Vega del Se l la añade que, tanto éste como el As ­turiense y el Acheu lense "se encuentran en la parte exterior y l indando con la entrada" (6).

La industria lítica del nivel aziliense (fig. 20) :

La colección de útiles de la cueva de la Riera fue deposi tada por el conde en el Mu­seo de C ienc ias Naturales de Madr id , donde se encuentra en la actual idad. En lo que se refie­re al nivel azi l iense, aunque se trata de una co lecc ión muy parca, para Vega del Se l la , apa­recía bien definido por su industr ia: los pequeños raspadores, asoc iados al arpón típico de ese período poca duda podrían ofrecer desde el punto de vista de la def in ic ión cultural .

Los t ipos hal lados por el conde son fundamentalmente: — Los raspadores, con un alto número de disquitos, raspadores en extremo de lasca

y nuclei formes.

— Bur i les, con predominio de los d iedros. — Hojas con retoques. — Y microl i tos: hojitas y puntas.

Según el criterio del conde " l a industria azi l iense de esta cueva sigue en un todo las modal idades de la época correspondiente; t iene el aspecto de un Magdalen iense con los utensil ios de tamaño más reducido, y en el que, como forma nueva, aparece el disquito raspa­dor, del que ya hemos hecho menc ión" (7). L a industria de esta cueva fue estudiada recien­temente por la Profesora María Isabel Martínez Navarrete (8) .

La industria ósea (fig. 20) :

La industr ia de hueso aparece tan escasa como la lít ica. Se reduce a un arpón apla­nado, de una hi lera de dientes y perforación en ojal; posee un solo diente y le falta la extremi­dad distal . Además cuatro punzones o fragmentos de los mismos, dos de el los posib lemen­te biapuntados y una asti l la de hueso biapuntada.

A estas piezas hay que añadir cuatro que Vega del Se l la descr ibe en su obra del s i ­guiente modo: "También he hal lado unas cost i l las de ave con un extremo aguzado, y otras que presentaban en uno de sus extremos f inísimas secc iones que l legan hasta la mitad de la p ieza, produciendo finísimas esquir las cuya ut i l ización es difíci l de interpretar" (9) . Según Martínez Navarrete no presentan, estas p iezas, modi f icac iones en la mayor parte de su super­f ic ie: " U n a de el las tiene un extremo fracturado y otro con finísimas secc iones que parecen seguir las líneas de la estructura ósea. A l no haberse podido identif icar el hueso sobre el que se hic ieron, resulta Imposible dist inguir lo que corresponde a un trabajo intencional o a la morfología natural del m ismo" (10). Sobre la posib le ident i f icación de las espec ies se

(5) Vega del Sella, Los cuevas de la Riera..., págs. 9 y 10. (6) Ibid., pág. 10. (7) Ibid., pág. 23. (8) Martínez Navarrete, M . I., " L a Cueva de la Riera (Posada de Llanes, Asturias)), en Bol. del Instituto de Es­

tudios Asturianos, 87, Oviedo, 1976, págs. 231-257. (9) Vega del Sella, Las cuevas de la Riera..., pág. 25. (10) Martínez Navarrete, ob. cit., pág. 246.

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F i g . 20.—Industria de la cueva de la R iera (según Vega del Sella).

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consul tó a algunos especia l is tas, que solamente pudieron afirmar que podrían ser de algún mamífero dos de el las, mientras que otras dos, podrían pertenecer a algún pez osteict io (11).

A estos restos hay que añadir un canino de ciervo con perforación c i rcular , una Trlvia europaea y una Littorina obtussata perforadas ambas. Junto con el lo restos de colorante rojo.

Obermaier , en su edición de El Hombre fósil de 1925, nos habla de un canto pintado, encontrado en el nivel azi l iense (12), canto que no es mencionado por el conde en la me­moria de sus trabajos. Según Obermaier habría s ido encontrado durante la excavación de 1917, en la entrada de la cueva, y en él podían identi f icarse algunos s ignos pintados. Este canto fue buscado posteriormente por los Profs. Jordá (13) y Barandiarán Maestu (14), pero nunca fue hal lado y no conservamos ningún dibujo de él .

Fauna:

En cuanto a la fauna procedente de la excavación de Vega del Se l la , poseemos la lista pub l i cada por él en su trabajo, pero no se ha real izado ningún estudio ulterior sobre el la.

Las espec ies anotadas por el conde son las siguientes:

Mamíferos: Equus caballus. Bos. Cervus elaphus. Cervus capreolus. Capella rupicapra. Canis lupus. Canis vulpes. Meles taxus. Félix pardus. Peces : vértebras de salmón.

Mo luscos marinos: Patella vulgata. Littorina littorea.

Después de haber abandonado el conde la cueva, ésta sufr ió desperfectos real izados por excavadores furtivos, que ampl iaron las tr incheras abiertas en 1917-1918.

B) Nuevas excavaciones en la cueva de la Riera:

L a importancia de la estratigrafía del yacimiento atrajo la atención de nuevos investiga­dores mucho t iempo después de haber sido excavada por el conde. En 1969 el Prof. G . A . Clark realizó una cata en el exterior de la caverna con el fin de extraer muestras de los nive­les superiores para su estudio sobre el Astur iense cantábr ico.

En el año 1972, el Seminar io de Prehistor ia de la Univers idad de Oviedo, bajo la di­rección de Gómez Tabanera y M. Pérez y Pérez. Esta excavación se l imitó a una prospes-ción con el fin de precisar la estratigrafía señalada por Vega del Se l la .

Pero cuando realmente se va a revisar la total idad del yacimiento va a ser a partir de

(11) Ibid., págs. 246-247, nota 64. (12) Obermaier, El Hombre fósil, Madrid, 1922, págs. 381-382. (13) Jordá Cerda, "Guijarro pintado de tipo aziliense de la cueva del Pindal", en Zephyrus, 8, Salamanca, 1957,

pág. 272. (14) Barandiarán Maestu, Arte mueble del Paleolítico cantábrico, Zaragoza, 1973, pág. 209.

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1976, con las nuevas excavac iones dir igidas por G . A. Clark, L. G . Straus y M. R. González Morales, investigación ésta patroc inada por la National Sc ience Foundat ion. Los objetivos del l lamado Proyecto Paleoecológico van mucho más allá de una simple revisión de la estratigra­fía, pues van a incidir fundamentalmente en el estudio del c l ima, la vegetación, fauna y acti­v idad humana, objetivos éstos a los que tiende toda excavación moderna.

Las hipótesis de las que partirán los trabajos son las siguientes (15):

1. °) Estudio de las relaciones existentes entre un habitat se lecc ionado y los cambios macrocl imát icos. L a hipótesis inicial establece una relación directa entre las osc i lac iones cl i ­máticas del Würm tardío y la modif icación de las estrategias de caza , que serían modi f icadas por los habitantes de la zona para adaptarse a las nuevas condic iones (16).

2. °) Un segundo problema a estudiar es la cuestión de la estac ional idad o la persis­tencia de las ocupac iones. Esta es una cuestión planteada en muchos lugares, pero difíci l de establecer en la región cantábrica por las pecul iar idades de su relieve. En efecto, la proximi­dad de la montaña al mar crea una ser ie de biotopos reducidos que hacen que, posible­mente, la movi l idad de las espec ies sea menor, pero esto no quiere deci r que sea inexistente. Clark y Straus parten de la posib i l idad de la t ranshumancia durante el Ple is toceno final y los comienzos del Holoceno (17).

3. °) Establecimiento de las re lac iones existentes entre la funcional idad del lugar (elección de un emplazamiento determinado que faci l i ta un cierto tipo de func iones) , los ar­tefactos encontrados en él y los desechos de fauna (mamíferos, peces y mo luscos ) , que son el testimonio de la act iv idad económica (18).

Las campañas real izadas durante los años 1976-78 (aunque la últ ima fue corta y estuvo or ientada a revisar algunos problemas estrat igráf icos), dieron importantes resultados, aunque todavía sólo son conoc idos sumariamente. Existen algunas publ icac iones de informes prel imi­nares en diferentes revistas españolas y extranjeras que serán la base pr incipal del estudio que vamos a real izar a cont inuación, aunque también uti l izaremos algunas comunicac iones perso­nales que me fueron hechas por los directores de la excavación (19).

Estratigrafía:

Hay que advertir que los estratos fueron numerados, en las primeras publ icac iones, comenzando desde arr iba, pero en el últ imo informe cambiaron el orden, comenzando a nu­merarlos desde abajo. Tal como quedó últ imamente la estratigrafía es la siguiente:

Nivel 1: Pre-Solutrense. Nivel 2 al 17: Solutrense superior. Niveles 18-20: Magdaleniense inferior. Niveles 21 al 24: Magdaleniense superior, encontrándose un arpón magdaleniense en

el nivel 24.

(15) Straus, L . G . , y Clark, G . A. , "Prehistoric Investigations in Cantabrian Spain", en Journal of Field Archaeo-logy, vol. 5, 1978, págs. 287-317.

(16) Ob. cit., pág. 298. (17) Ibid., págs. 298-299. (18) Ibid., págs. 299-230. (19) L a bibliografía en que me he basado principalmente es la siguiente: Clark y Straus, "Cueva de la Riera:

objetivo del 'Proyecto Paleoecológico' e informe preliminar de la campaña de 1976, en Bol. del I.D.E.A., 90-91, Oviedo, 1977, págs. 489-505; Straus y Clark, "Prehistoric Investigations jn Cantabrian Spain", anteriormente citado; Straus y Clark, "Spain: L a Riera Paleoecological Project, 1978", en Oíd World Archeology Newsletter, vol. II, n.° 3, 1978, págs. 10-12; por último, Altuna, Clark y otros, 'Taleoecology at L a Riera (Asturias, Spain): a progress repon", en prensa.

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Nivel 25: concreción estalagmítica. Niveles 26-27: Magda len iense /Az i l iense . Nivel 28: Az i l iense. Nivel 29: Conchero asturiense. Nivel 30.1: Superf ic ia l revuelto o concrec ión. Nivel 30: Superf ic ia l revuelto.

De todos estos estratos nos Interesan pr incipalmente los que van del 25 al 28, pero también el nivel 24 ya que posee algunas característ icas que pueden arrojar alguna luz sobre el problema del origen del Az i l iense cantábrico, o de la progresiva azi l ianización de la indus­tria magdaleniense.

El nivel 28 (Aziliense):

No tenemos datos aún acerca de la const i tución de las capas; tan sólo poseemos para estas excavac iones recientes datos sobre la industr ia, malacología, fauna y sedimentología, pero, por desgrac ia , no tenemos un registro detal lado de cada uno de estos aspectos, sino sólo vis iones generales sobre el los, con algunas importantes excepc iones.

a) La industria litica:

Los útiles encontrados en este nivel son muy escasos : tan sólo 32. Por ello cualquier dedución sobre la naturaleza de esta industria se hace muy arr iesgada. Por suerte se ha en­contrado un arpón típico azi l iense que permite su c lara def inición (aunque conscientes de lo precar io de estos argumentos) ; pero parece que se encontró en "unos sedimentos algo re­vueltos que yacían justamente por debajo de los restos concrec ionados del conchero Astu­riense en una esquina del yac imiento" (20). Pero según González Morales, no estaba revuelto el lugar donde fue hal lado el arpón y, de hecho, en el informe, aún inédito, del que tomamos la estratigrafía, no se hace alusión a esta c i rcunstanc ia al hablar del nivel 28 ni al citar ex­presamente el arpón.

Lista tipológica (figs. 21, 22 y 23) : Fr. % % A c

10. 1 3,1 3,1 30. Buri l de ángulo sobre rotura 2 6,2 9,3 35. Buri l sobre truncatura ret. ob l icua 1 3,1 12,4 52. Punta de Font-Yves 1 3,1 15,6 58. Hoja de borde rebajado total 1 3,1 18,7 65. P ieza de ret. cont. sobre un borde ... 1 3,1 21,8 74. P ieza de escotaduras 1 3,1 24,9 75. 2 6,2 31,2 76. P ieza esqui r lada 1 3,1 34,3 85. 16 50,0 84,3 90. 1 3,1 87,4 91. Punta azi l iense 3 9,3 96,8 92. 1 3,1 99,9

T O T A L 32

(20) Straus, Clark y González Morales, "Cronología de las industrias del W ü r m tardío y del Holoceno temprano en Cantabria: contribuciones del proyecto paleoecológico de L a Riera", en C-14 y Prehistoria de la Península Ibérica, Fundación Juan March, Serie Universitaria, n.° 77, Madrid 1978, pág. 40.

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I 0 0 -

az ..

B 0 . .

7 0 . .

B 0 . .

5 0 . .

H 0

3 0

2 0 - .

10 . .

L R R I E R R - N I V E L 2 B

I I I t M I I / l I I I t I I ) I I I i i i u i M i M n u i l ' i 1 1 1 1 1 1 1 1 1 10 15 2 0 2 5 3 0 3 5 H 0 M 5 5 0 5 5 E 0 E S 7 0 7 5 B 0 B S 3 0

Figura 21

I 0 0 .

3 0 4- L R R I E R R - N I V E L 2 B

B 0

7 0

E 0

5 0

H 0

3 0 . .

2 0

I 0 4-

i t l t I I KT-t I

0 15 2 0 2 5 3 0 3 5 M 0 H S 5 0 5 5 E 0 E S 7 0 7 5 B 0 B 5 S 0

Figura 22

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100,

m

70 ..

E0 ..

ra ..

H0

30 ..

20 ..

10 ..

IG IB IGA IBd IBt IGA r IBdr IBtr GA GP

Figura 23

IG 3,12

IB 9,37

IGA 0,00

IBd 6,25

IBt 3,12

IGA r 0,00

IBd r 66,66

IBt» 33,33

G A 0,00

G P 56,25

Todo este conjunto tan escasamente representativo — c u a n d o no aberrante—, habría que anal izar lo a la luz de las excavac iones de Vega del Se l la (de las que son un sec tor ) . Un valor de 32 útiles no puede ser enjuic iado sin caer en errores evidentes, por el lo nos abstene­mos de comentar lo.

No existe datación de C 14 para este nivel, pero sí para el conchero astur iensa (nivel 29) ; e l resultado es el siguiente: 8.650 ± 300 B .P . (Gak 2909), lo que equivale al 6.700 B . C .

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b) Industria ósea del nivel 28:

Lo único que encontramos ci tado para las recientes excavac iones, es un arpón de sec­ción ap lanada y una fi la de cuatro dientes y perforación en ojal.

Nivel 27 (Magdaleniense/Aziliense):

Tampoco tenemos datos acerca de la const i tución de este nivel, ni tampoco sobre la industria ósea. La industria lít ica es mucho más abundante y signif icat iva que la del nivel an­terior definido como Azi l iense.

Lista tipológica (figs. 24, 25 y 26) : Fr. % % A c

8. 7 6,7 6,7 9. 1 0,9 7,6

10. 7 6,7 14,4 12. Raspador aqui l lado atípico 2 1,9 16,3 13. Raspador alto en hoc ico 1 0,9 17,3 24. Perforador atípico o bec 2 1,9 19,2 30. Buri l de ángulo sobre rotura 7 6,7 25,9 31. 1 0,9 26,9 52. Punta de Font-Yves 1 0,9 27,8 59. Hoja de borde rebajado parc ia l 1 0,9 28,8 65. P ieza de ret. cont. sobre un borde 2 1,9 30,7 66. P ieza de ret. cont. sobre dos bordes ... 1 0,9 31,7 74. 8 7,6 39,4 75. 8 7,6 47,1 76. 6 5,7 52,8 77. 4 3,8 56,7 85. 31 29,8 86,5 91. 10 9,6 96,1 92. 4 3,8 100,0

T O T A L 104

IG 17,30 IB 7,69 IGA 2,88 IBd 7,69 IBt 0,00 IGA r 16,66 IBd r 100,00 IBt r 0,00 G A 2,88 G P 31,73

Como puede observarse por los índices, el predominio de los raspadores sobre los bu­riles es muy marcado. Dentro del conjunto de los raspadores predominan los de pequeño ta-

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I 130

3 0 . .

B 0

7 0 . .

E 0 . .

5 0 . .

H 0

3 0 . .

2 0 . .

I 0 . .

L R R I E R H - N I V E L 2 7

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i n H m i m m H m i I I I I M I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I

0 15 2 0 2 5 3 0 3 5 H 0 M 5 5 0 5 5 E 0 E S 7 0 7 5 B 0 B 5 3 0

Figura 24

I 0 0 _

3 0 . .

B 0 . .

7 0

E 0 . .

5 0

H 0

3 0 . .

2 0 . .

I 0 . .

L R R I E R R - N I V E L 2 7

K T S - I I I

I 0 5 2 0 2 5 3 0 3 5 M0 H S 5 Id 5 5 E 0 E S 7 0 7 5 B 0 B 5 9 0

Figura 25

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I00T

90 ..

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70 ..

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H0 ..

30 ..

20

10

IG IB IGA IBd IBt IGA r IBd r I B t r GA GP

Figura 26

maño: el raspador sobre lasca y el ungulforme, teniendo poca cons is tenc ia los otros t ipos (cir­cular, aqui l lado atípico y alto en hoc i co ) .

Los perforadores, como es habitual en los niveles azi l ienses, son escasos . Sólo un per­forador atípico. En los buri les solamente encontramos buri les diedros, cas i exclusivamente de ángulo sobre rotura y sólo uno múlt iple diedro.

El grupo de los dorsos rebajados apenas tiene representat ividad, con una punta de Font-Yves y una hoja de dorso rebajado parc ia l . Lo mismo sucede con las piezas de retoques cont inuos sobre un borde o sobre los dos: solamente dos del primer tipo y una del segundo.

S in embargo, con las escotaduras, dent iculados y piezas esquir ladas, de nuevo se eleva de modo brusco la curva. Y ésto es importante y con un s igni f icado dentro del mundo azi l ien­se, desde el punto de vista tecnológico, t rascendental . Sin embargo, las raederas no tienen la misma representat ividad.

El utillaje de hojitas está ampliamente representado con un 29,81 %, así como el de puntas azi l ienses, aunque éstas en menor med ida (9,62). No se encontraron otros t ipos de utillaje de hojitas. No hay que olvidar que el G P (31,73), está representado en cas i su tota­l idad por estos dos t ipos.

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Para este nivel tenemos dos dataclones de C 14: 10.630 ± 360 B.P. ( B M 1494) (8.680 B .C . ) . 14.760 ± 400 B.P. (Gak 6985) (12.810 B .C . ) . La segunda de las fechas es, evidentemente, aberrante. De la industria ósea no tenemos aún not ic ias.

Los niveles 26-25:

En las publ icac iones aparecen unidos, aunque el nivel 25 es ci tado como una concre-creción, sin espec i f icar si es estéril o no.

De nuevo la industria lít ica es muy escasa : tan solo 54 útiles.

Lista tipológica: Fr. % % A c .

1. 2 3,7 3,7 8. 1 1,8 5,5

10. 3 5,5 11,1 17. 1 1,8 12,9 30. Buri l de ángulo sobre rotura 1 1,8 14,8 51. 3 5,5 20,3 52. Punta de Font-Yves 1 1,8 22,2 53. Punta g ibosa de borde rebajado ... 2 3,7 25,9 58. 3 5,5 31,4 62. P ieza de truncatura cóncava 1 1,8 33,3 65. P ieza de ret. cont. sobre un borde ... 5 9,2 42,5 75. 6 11,1 53,6

76. 5 9,2 62,9

77. 1 1,8 64,7

85. 9 16,6 81,4

87. 3 5,5 86,9 88. 1 1,8 88,8

90. 1 1,8 90,6

91. Punta azi l iense 3 5,5 96,2

92. 2 3,7 99,9

T O T A L ., .. ... 54

IG 11,11 IB 1,85 IGA 0,00 IBd 1,85 IBt 0,00 IGA r 0,00 IBd ' 100,00 IBt/ 0,00 G A 0,00 G P 40,74

Como sucedía con el nivel 28, la co lecc ión lít ica de estos niveles 26-25 es muy pobre y extraer conc lus iones de el la resulta demasiado arr iesgado. Encontramos, como en los casos

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anteriores, el predominio de los tres grupos: raspadores, dent iculadas y esquir ladas y, por últ imo, las hojitas de dorso y las puntas az i l ienses. Como puede verse, los buri les son práct i­camente inexistentes.

El nivel inmediatamente inferior al 25, está definido ya como del Magdaleniense supe­rior, pero, por sus característ icas, podría resultar interesante revisarlo aquí.

Nivel 24:

L a industria lít ica es mucho más r ica que en los niveles anteriores, con 202 piezas.

Lista tipológica: Fr. % % A c .

1. Raspador s imple 2 0,9 0,9 5. Raspador sobre hoja o lasca retocada 2 0,9 1,9 8. Raspador sobre lasca 10 4,9 6,9

10. Raspador unguiforme 9 4,4 11,3 11. Raspador aqui l lado 1 0,4 11,8 13. Raspador alto en hoc ico 1 0,4 12,3 14. Raspador plano en hoc ico 1 0,4 12,8 15. Raspador nucleiforme 8 3,9 16,8 16. Rabot 1 0,4 17,3 17. Raspador-bur i l 1 0,4 17,7 20. Perforador sobre hoja t runcada 1 0,4 18,2 24. Perforador atípico 1 0,4 18,7 28. Buri l diedro ladeado 2 0,9 19,7 29. Buri l diedro de ángulo 1 0,4 20,2 30. Buri l de ángulo sobre rotura 4 1,9 22,2 31. Buri l diedro múlt iple 2 0,9 23,2 35. Buri l sobre truncatura ret. ob l i cua 1 0,4 23,7 36. Bur i l sobre truncatura ret. cóncava 2 0,9 24,7 41. Buri l múlt iple mixto 2 0,9 25,6 46. Punta de Chatelperron 1 0,4 26,1 48. Punta de la Gravette 1 0,4 26,6 51. Microgravette 3 1,4 28,1 58. Hoja de borde rebajado total 1 0,4 28,6 59. Hoja de borde rebajado parc ia l 6 2,9 31,6 61. P ieza de truncatura ob l icua 3 1,4 33,0 65. P ieza de ret. cont. sobre un borde 14 6,9 40,0 66. P ieza de ret. cont. sobre los dos bordes ... 2 0,9 41,0 75. P ieza dent iculada 6 2,9 43,9 76. P ieza esqui r lada 1 0,4 44,4 77. Raedera 5 2,4 46,9 85. Hojita de dorso 92 45,5 92,4 86. Hojita de dorso t runcada 2 0,9 93,4 87. Hojita de dorso dent icu lada 1 0,4 93,9 90. Hojita Dufour 1 0,4 94,4 91. Punta azi l iense 8 3,9 98,4 92. Diversos 3 1,4 99,8

T O T A L 202

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IG 16,83 IB 6,93 IGA 1,48 IBd 4,45 IBt 1,48 IGA r 8,82 IBd r 64,28 IBF 21,42 G A 1,48 G P 54,45

L a industria de este nivel puede resultar a pr imera vista extraña — s i tenemos en cuen­ta que se trata de un nivel del Magdalen iense super ior—, por el alto porcentaje de los raspa­dores con respecto a los buri les. Es la industr ia ósea la que le da def inic ión cultural, ya que en él se ha encontrado un arpón magdaleniense de doble f i la de dientes. Pero éste es un criterio relativamente válido. Pero aún aceptándolo, se trata de un Magdaleniense muy tardío si atendemos a la cronología que nos da el C 14: 10.890 + 430 B.P. (Gak 982) , que equi­vale al 8.940 B .C.

Los raspadores más abundantes son los construidos sobre lascas y también los ungui­formes, los raspadores con tendencia a acor tarse. Inmediatamente después vienen los nu­cle i formes. Todos los demás (simples, sobre l a s c a retocada, aqui l lados y altos y bajos en hoc i co ) , son escasamente representativos o, por lo menos, no lo son más que en los niveles azi l ienses. Lo mismo hay que dec i r del único ejemplar de "rabot" que fue encontrado en este nivel.

De las piezas compuestas (peforador sobre hoja t runcada y raspador-buri l) y del único perforador atípico que se ha encontrado, cabe deci r que son piezas no muy representativas.

Los buri les son escasos , en contra de lo que cabría esperar en un nivel del Magda­leniense f inal. Como elementos predominantes tenemos los buri les diedros representados por los ladeados, de ángulo, de ángulo sobre rotura y múlt iple; mientras que los buri les sobre truncatura —•oblicua o cóncava— son poco representativos, aunque más que en los niveles anteriores. Hay que citar también un buril múlt iple mixto.

Tampoco son excesivas las piezas de dorso rebajado, aunque sus porcentajes sean li­geramente superiores a los de un nivel az i l iense. Una punta de Chatelperron y otra de la Gra-vette, junto con una microgravette. Las hojas de dorso rebajado parcial están mejor repre­sentadas, pero no es éste el caso de las hojas de dorso rebajado total.

Las piezas dent iculadas, esquir ladas y las raederas, son poco numerosas. La curva se eleva de modo brusco con las hojitas de dorso ya que los otros t ipos de utillaje de hojitas son menos representativos, estando sus porcentajes por debajo del de las puntas azi l ienses.

Como puede observarse este nivel 24, por sus característ icas líticas, resulta muy dudo­so en cuanto a su clasi f icación. Su apoyo está en los raspadores cortos y en el utillaje de hojitas, teniendo muy escasa inc idenc ia las p iezas dent iculadas y las esquir ladas. Por el lo desde el punto de vista de la industria lítica resulta difíci l su clasi f icación. Pero desde otros resulta c lar i f icador, s iempre que no entendamos estas culturas como modelos inmutables; puede, por la cronología y la industria, verse como un nivel de transición entre el Magdale­niense y el Az i l iense. Pero como los directores de la excavación afirman: " E n la ausenc ia de microl i tos geométr icos (que no siempre se encuentran en niveles del Az i l iense cantábr ico) ,

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las dist inciones entre los conjuntos del 'Magdalen iense tardío' y del 'Az i l iense ' son bastante problemáticas. Los dos tipos de industrias forman un continuo tecnológico y pueden ser va­riables en composic ión de yacimiento a yacimiento a causas de diferencias de act iv idad" (21).

La fauna:

Sobre la fauna tenemos datos bastante concretos (22), mucho más que los que tene­mos sobre los demás aspectos de la cueva.

A c e r c a de los mamíferos tenemos la siguiente lista y porcentajes:

Nivel C. elap. C . cp. R. tar. C. pyr. R. rup. B i s . / B o s Sus se. Equus

29 84,3 6,0 — 9,0 0,7 — — — 28 70,0 14,6 — 3,3 0,8 8,9 2,4 — 27 75,5 5,1 — 12,3 3,6 0,6 1,9 0,7

26 68,1 7,2 — 21,7 2,2 — 0,3 0,5

25 74,0 12,0 — 14,0 — — — — 24 52,2 2,8 0,6 42,4 1,0 — —• 1,0

Las espec ies c i tadas por Al tuna en la comunicación prel iminar son, pues, las si­guientes:

Cervus elaphus. Capreolus capreolus. Rangifer tarandus. Capra pyrenaica. Rupicapra rupicapra. Bison/Bos. Sus scropha. Equus sp.

Como puede observarse el ciervo conserva la pr imacía en todos los niveles, aunque desc iende de un modo notable en el nivel 24, aproximándose a él la Capra pyrenaica. Esto nos ind ica como, por las razones que sean, es la espec ie más cod ic iada desde el punto de vista económico. En importancia va seguida por la C. pyrenaica, especie de montaña como Rupicapra, pero dadas las c i rcunstancias de relieve de la zona, nada tiene de extraña su presenc ia aquí, en este yacimiento. El corzo es la tercera en interés. Las demás son ci rcuns­tanciales. Hay que señalar la presenc ia de jabal í , espec ie de bosque, que se hace patente a partir del nivel 26, aunque no sea excesivamente representativo desde el punto de vista eco­nómico. El reno desaparece en el límite del Magdalen iense (nivel 24) .

(21) Ibid. (22) Altuna, Clark y otros, ob. cit., en prensa. (23) Ibid. (24) Straus y Clark, "Spain: L a Riera.. .", págs. 11-12.

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El dominio, evidentemente, van adquir iéndolo las espec ies de bosque: c iervos, corzos y jabalí , con esporádicas presencias, salvo en el nivel 27, de las espec ies de montaña.

En lo que se refiere al número de indiv iduos y edad, tenemos los siguientes datos.

Cervus elaphus:

En el nivel 29 tenemos 5 individuos como mínimo, de los que 3 son adultos y 2 juve­niles. En el nivel 28 son cuatro ejemplares de cada una de las dos categorías. En el 27, 14 de cada . En el 26, 5 adultos y 8 juveniles. En el 25, 1 adulto y 3 juveni les y en el 24, 4 adul­tos y 7 juveni les.

Capreolus capreolus:

Salvo en el nivel 26, en el que se igualan las dos categorías (3 adultos y 2 juveni les) en los demás niveles predominan los individuos adultos de un modo absoluto.

Capra pyrenaica:

En los niveles 29 y 28 sólo hay un ejemplar —como mín imo—, en ambos casos se trata de individuos adultos. En el nivel 27 encontramos 4 adultos y 3 jóvenes; en el 26, 3 de la pr imera categoría y 2 de la segunda. En el 25 un solo ejemplar adulto y en el 24, 5 adul­tos y 6 juveni les.

Sus scropha:

Los encontramos en los niveles 28, 27 y 26; salvo en el nivel 28, en que encontramos un ejemplar adulto, todos los demás pertenecen a individuos juveni les, uno por nivel.

Es importante observar el interés por la caza de elementos juveni les en casi todos los niveles. A lgunos de estos individuos, según Al tuna, sólo tenían unos meses en el momento de su muerte y cazados , posiblemente, en la estación del verano, lo que, para este autor, sería una señal de estac ional idad (23), lo cual es discut ible, ya que no podemos determinar en que momento fueron cazados los ejemplares adultos del mismo nivel.

S i observamos los índices de elementos juveniles y adultos desde los niveles solutren-ses, se puede ver como, con alt ibajos, el interés de estos cazadores se centra cada vez más sobre los individuos jóvenes, lo cual ind ica cambios en la estrategia de caza .

Los moluscos marinos:

El estudio de la fauna marina sugiere, en primer lugar, una superexplotación de los recursos marinos comenzando durante el Magdalen iense final y culminando con la formación del conchero asturiense. Según Straus y Clark (24) este fenómeno sugeriría un incremento de la población humana regional. La razón no es concluyente, aunque si es interesante el dato sobre el que se fundamenta: la disminución del tamaño de las patel las y aumento del número de espec ies explotadas con cambio o ampl iac ión del medio en que se recogen.

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Nivel 29: N.° total de ejemplares estudiados: 653.

Littorina littorea: 0,12 % . Monodonta lineata: 2 1 , 0 0 % . Patella vulgata: 5 , 2 8 % . Patella intermedia: 73,70 %.

Nivel 28: N.° total de ejemplares estudiados: 3.279.

Littorina littorea: 3,32 %. Monodonta lineata: 8 , 0 5 % . Patella vulgata: 44,70 %. Patella intermedia: 43,91 %.

Nivel 27: N.° total de ejemplares estudiados: 3.978.

Littorina littorea: 1 3 , 8 5 % . Monodonta lineata: 2,00 % . Patella vulgata: 77,02 % . Patella intermedia: 7,07 %.

Niveles 26-25: N.° de ejemplares estudiados: 545.

Littorina littorea: 1 1 , 7 4 % . Monodonta lineata: 0 , 5 5 % . Pafe/ /a vulgata: 86,97 % . Patella intermedia: 0,73 % .

Nivel 24: N.° total de ejemplares estudiados: 71.

Littorina littorea: 18,30 % . Monodonta lineata: — Patella vulgata: 8 1 , 6 9 % . Patella intermedia: —

Como puede observarse el predominio es siempre de la Patel la, aunque va disminu­yendo la Patella vulgata a medida que nos acercamos a los t iempos más modernos, en bene­ficio de P. intermedia. Es asimismo notable, aunque no extraño, el descenso de la Littorina, cuyo umbral parece situarse en el paso hac ia el Az i l iense o en el Az i l iense mismo (nive­les 27-28).

Pero como señala el Prof. Ortea (25), el descenso de Littorina y P. vulgata y el ascenso de porcentajes de P. intermedia y Monodonta lineata, t iene otro s igni f icado que va más allá de lo exclusivamente cl imát ico. Las dos pr imeras espec ies son típicas de zonas resguarda­das, probablemente rocas de ori l las de estuario, aunque, ocasionalmente, pueden encontrar­se en zonas de rocas y litoral moderadamente batido por las olas, pero son más pequeñas que las encontradas en la zona anterior. Esa segunda zona es la propia de P. intermedia y M. lineata, junto con el erizo de mar (Paracentrotus lividus). Pero no parece que la recolec­ción se aventure hac ia zonas más abiertas y batidas por el oleaje, pues no se encuentra P. rustica L. 1758, ni Patella ulyssiponensis Gmel in 1791, ni, tampoco, Pollicipes cornucopia. Entre los niveles 1 y 20 solamente se observa la explotación única de estuarios.

(25) Altuna, Clark y otros, ob. cit., en prensa

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Junto con ésto hay que tener en cuenta las var iac iones en el tamaño de las Patellas. A partir de la capa 20 (Magdaleniense inferior) comienza a descender , con algunas al teraciones ascendentes en la curva.

Nivel Patella vulgata Patella sensu lato

20 42,52 mm. 42,52

20/19 44,48 " 35,99

23/21 43,00 " 35,00

24 33,79 " 35,00

26 34,21 " 32,70

27 lower 27,85 " 23,11

27 upper 24,83 " 21,53

27 35,47 " 30,15

28 28,06 " 26,33

29 26,80 " 23,50

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Capítulo VII

C U E V A MORIN

Cueva Morín es uno de los yacimientos c laves dentro del conjunto de la Corn isa can­tábrica, y uno de los puntos de arranque de la nueva arqueología prehistór ica del norte de la Península. La cueva fue excavada en numerosas ocas iones a lo largo del presente siglo, con desigual fortuna, pero quedando s iempre patente su extraordinaria importancia.

A ) Situación de la cueva y su descripción:

El yacimiento se encuentra situado próx imo al pueblo de Vi l lanueva (V i l laescusa, San­tander) , a media ladera de una col ina de ca l izas urgonianas, rodeada de un denso bosque bajo. Sus coordenadas geográficas son las siguientes: 0 o , 10', 10"" W (Mer id iano de Madr id) y 43", 21 ' , 43 " N. La cueva está or ientada hac ia el NW. La boca , de unos ocho metros, se cont inúa en una caverna de unos 50 mts. P o r debajo de e l la se encuentra otra cueva (deno­minada "del O s o " ) , con algunos grabados rupestres.

Es Interesante señalar con respecto a la posición de la cueva, su relativa proximidad al mar, al entrante de la bahía de Santander, de la que dista unos siete ki lómetros.

B) Historia de las Investigaciones:

El descubr imiento de la cueva por H. Obermaier y P. Wernert se sitúa en el año 1910. En esta pr imera vis i ta descubr ieron un nivel azi l iense (1) . P o c o después, en 1911, el P. Car­bal lo y luego el P. Sier ra en compañía de aquél , visitan la cueva, que será sondeada en 1912 por Carba l lo y Beatty, descubr iendo la r iqueza del yacimiento.

En 1913 el Sr. Orestes Cendrero hizo la prospección y publ icó la estratigrafía de la que ya hemos hecho mención. El P. Carba l lo proseguirá sus sondeos en el año 1915, con F. Fer­nández Montes que, como los anteriores, no publ icará, pero que serán la base de las exca­vac iones que iniciará poco después.

En el año 1916, en la pr imera edic ión de El hombre fósil, se hace una primera c i ta de la cueva ("de V i l l a e s c u s a " ) , que es muy somera ya que sólo podía contar con lo publ icado en 1915 por Cendrero y lo poco que le había podido comun icar Carba l lo .

(1) Vega del Sella, El Paleolítico de Cueva Morín (Santander) y notas para la climatología cuaternaria, Madrid, 1921, pág. 16.

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1) Las excavaciones del P. Carballo:

Este comenzará sus invest igaciones en el año 1917, cont inuándolas en los dos años siguientes. Realizó una gran tr inchera de unos 10 metros s iguiendo el eje de la cueva "sec ­c ionando los estratos desde la superf ic ie hasta la roca madre" (2). A l año siguiente ampliaría esta superf ic ie hasta los 25 ó 30 metros cuadrados (3) .

L a estratigrafía determinada por Carba l lo es la siguiente según su publ icación de 1923 (4) :

1. *) T ierra vegetal . 2. °) Nivel mixto de azi l iense y "a l tamirense" (Magda len iense) . 3. °) Auriñaciense. Subdiv id ido en otras capas. 4. °) Muster iense. También subdiv id ido en capas. 5. °) C a p a base con poca industria l í t ica. 6. °) Tramo potente de formación fluvial, descansando sobre la roca madre. Estéri l.

La publ icación de los trabajos no se hizo hasta 1923, cuando ya se había publ icado la Memor ia del conde de la Vega del Se l la . Carba l lo publ icó la Memor ia con el siguiente títu­lo: "Excavac iones en la Cueva del Rey, en Vi l lanueva (Santander ) " . Esta denominación se de­be a las dos visitas (en 1919 y 1920) que hizo el rey Al fonso XIII, co laborando en los traba­jos. Esto motivó que el P. Carba l lo le diese un nuevo nombre a la cueva (5).

Debajo del nivel revuelto se encontraba el nivel azi l iense mezc lado con el magdale­niense. Esto se debía tanto a obra humana como a causas naturales ( "Ya he dicho cómo las aguas pluviales penetran en fuerte reguero por la parte super ior del dintel y deslizándose por la bóveda caen en medio del primer antro, lo inundan y remueven las t ierras") (6) .

Este hecho obl igó a hacer una separación teór ica de las industrias, cuya consecuenc ia fue consegui r un azi l iense clásico según la descr ipc ión de Piette: "e l arpón aplanado, deca­denc ia de la industria lít ica, derivación de las formas anteriores a geométr icas, d isminución del tamaño en las mismas y desaparición del reno" (7).

Carba l lo descubrió arpones planos, aunque en fragmentos, a lgunos dientes perforados, pero "desgrac iadamente esta caverna apenas contenía utensil ios en hueso: las tierras ac idas y constantemente húmedas, han descompuesto la industr ia osteológica, no sólo en el nivel superior, sino en todos los demás" (8).

La industria lít ica era abundante. Ateniéndonos a la descr ipc ión hecha en la memoria, encontramos: raspadores cónicos de pequeño tamaño y algunos muy pequeños. Las puntas azi l ienses ( "curvo-dorsales") son abundantes. Habla también de la presenc ia de "microl i tos irregularmente geométr icos, ya rectangulares o trapezoidales, o bien tr iangulares y hasta al­gunos semic i rcu la res" , así como de "hoji tas senc i l las , con retoques terminales muy f inos" (9). Los buri les son de tipos "a l tamirense" (magdalen iense) , aunque de tamaño más pequeño.

L a industr ia del nivel azi l iense no se d i ferenc ia de la del nivel magdaleniense nada más que por la ca l idad de la fabr icación ("sólo se advierte la decadenc ia en la manufactu­

ra) Carballo, Excavaciones en la Cueva del Rey, en Villanueva (Santander), Madrid, 1923, pág. 16. (3) Vega del Sella, ob. cit., pág. 17. (4) Carballo, ob. cit., pág. 16. (5) Ibid., pág. 3. (6) Ibid., pág. 16. (7) Ibid., pág. 17. (8) Ibid. (9) Ibid.

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ra") (10). Esto nos co loca en la alternativa de tener que cal i f icar, al menos, de dudosa la separación de las dos industrias (azi l iense-magdaleniense) real izada por Carba l lo .

2) Las excavaciones del conde de la Vega del Sella:

El conde visitó la excavación en el año 1917, y de nuevo volvió a la cueva al año si­guiente. Fue entonces cuando el P. Carba l lo le invitó a cont inuar los trabajos de excavación una vez que él hubiera terminado la campaña de aquel año (11).

En el momento de comenzar los trabajos el conde descr ibe así la excavación: " H a ­bían s ido extraídas las dos capas superiores y la masa arci l lo-arenosa subyacente; sólo res­taba el nivel superpuesto a la arc i l la del fondo, en la que se encontraban en grandísima abun­danc ia lascas de ofita de tipo muy arca ico, formando un conglomerado con huesos, algunos de el los de gran tamaño" (12).

Para mejor conocer el yacimiento el conde amplió la excavación en unos dos metros cuadrados, a partir del corte de Carba l lo . De ahí dedujo la estratigrafía que luego des­cr ib i remos.

Las excavac iones continuaron en los años siguientes (1919-1920), s iendo co laborador del conde, en el últ imo de los años ci tados, Hugo Obermaier. Fue en este año cuando Alfon­so XIII realizó la segunda vista a la cueva, acompañado por Dato. El conde, de nuevo, ampl ió la zona excavada por él en unos c inco metros al fondo de la cueva y en el borde izquierdo de la cata de Carba l lo . Esto le llevó a identi f icar el nivel solutrense, del cual Carba l lo había encontrado algún resto "dudoso y tan def ic iente" , que no lo incluyó en la estratigrafía (13). De hecho, según Vega del Se l la , faltaba "en el tercio delantero de la excavación totalmente la Industria solutrense" (14).

Estratigrafía de Cueva Morín, según Vega del Sella:

Esta serie estratigráfica se refiere sólo al interior de la cueva, en la zona de la entrada.

— Superf ic ie cubierta de cantos de ca l i za de la bóveda. En la zona de la entrada hacia la izquierda un costrón estalagmítico con moluscos marinos. Restos cerámicos.

Nivel 1. Enlazado con el anterior. Az i l iense final o tardenois iense in ic ia l . La industria azi­l iense aparece con cierta intensidad en el interior de la cueva, pero próxima a la entrada. Cu ­bierta por "una débi l capa de arci l la, producto de la descomposic ión de la ca l iza y otra tam­bién, de poca ampli tud, de escombros modernos" (15).

Nivel 2. Magdaleniense, sin separación visible con el azi l iense. S in duda ninguna se trataba de un Magdalen iense superior por los arpones de una hi lera de dientes que fueron encontrados en él .

En parte estas dos capas aparecen revueltas, pues se encontraron restos cerámicos en el las.

(10) Ibid., pág. 18. (11) Vega del Sella, ob. cit., pág. 17. (12) Ibid. (13) Carballo, ob. cit., pág. 16. (14) Vega del Sella, ob. cit., pág. 10. (15) Ibid., pág. 17.

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Nivel 3. C a p a roja, con piezas de sí lex de carácter auriñaciense. Subdiv id ido en tres tramos.

Nivel 4. Muster iense.

En el interior de la caverna la estrat igrafía no se corresponde con la anteriormente des­cri ta. No nos detendremos en el la; solamente señalar que " l a capa azi l iense desaparecía tanto en el interior como en el exterior, si bien se encontraban algunos tipos mezc lados con los de la capa magdalen iense" (16). De ello deduce el conde que " los azi l ienses sólo habita­ron la parte más cercana a la entrada, y al exterior, en la protección del abrigo, y como este nivel se ha conservado solamente dentro de la cueva, debemos atribuir su desaparición del exterior a las aguas de lluvia y a los derrubios de la ladera, que, dada la rápida pendiente de la base de la cueva, hicieron rodar esta Industria hasta el va l le" (17). En el exterior la capa azi l iense es susti tuida por una capa de arc i l la roja (18).

La industria aziliense de Cueva Morín:

El conde comienza señalando el parec ido que existe entre los útiles encontrados en el nivel azi l iense y los magdalenienses salvo en la tendencia a la disminución del tamaño de la industr ia lít ica, tan característ ica de la industr ia azi l iense.

Los raspadores nuclei formes y abultados están presentes, pero también son muy abun­dantes los pequeños raspadores c i rculares, los construidos sobre lasca y sobre hoja.

Los buri les son de tipo diedro, encontrándose un raspador-buri l .

Aunque no los cita como tales (habla de " raspadores con d ien te" ) , se pueden descubr i r en las formas de las i lustraciones, perforadores, dent iculados y escotaduras.

Muy abundantes son las hojitas de dorso y las puntas (microgravettes y alguna azi­l iense) , c i tando también microl i tos de formas geométr icas (segmentos de círculo y rombos) lo que le l leva a deduci r una relación con el Tardenois iense, desde el punto de vista cultural, y una c lara inf luencia del sur de la Península (Caps iense) (19).

También cita el conde la existencia de compresores: "cantos de cuarzo de forma alar­gada, que presentan en el extremo de una de sus caras, o en ambas, unas cazoletas produci­das por desgaste, y que probablemente han serv ido a manera de yunques para la tal la de cier­tas p iezas" (20).

La industria de hueso no era muy abundante en el nivel azi l iense. En primer lugar Im­porta citar los típicos fragmentos de punzón y de huesos apuntados que tan abundantes son en los niveles del Magdaleniense final y del Az i l iense. Más importancia t ienen los arpones planos de dos hileras de dientes encontrados durante las excavac iones del conde. Y a Carba­llo había hablado de fragmentos de arpones, pero no nos hace descr ipción de el los. En las excavac iones recientes no se encontró ninguno. De los tres fragmentos hal lados por el conde dos de el los por lo menos corresponden a arpones de dos hileras de dientes. El tipo no es co­rriente en el Az i l iense cantábrico, aunque la prov inc ia de Santander ha dado algunos ejem­plares de el los.

(16) Ibid., pág. 22. (17) Ibid., pág. 23. (18) Ibid., pág. 117. (19) Ibid., pág. 119. (20) Ibid., pág. 121.

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A ésto hay que añadir dos dientes perforados: uno de el los es un canino de ciervo y el otro un canino de carnívoro.

Esta industria, según Vega del Se l la , por " l a forma de algunos de estos tipos podía ser atr ibuida al final del Az i l iense o a pr incip ios del Tardeno is iense" " o, al menos, "un tanto afec­tada de t radenois iense" (21).

Fauna:

Según el conde " la fauna de este nivel se hal la revuelta con la de superf ic ie, como lo demuestran los tiestos de cerámica que en el mismo aparecen" (22).

Las especies hal ladas son las siguientes:

Mamíferos:

Equus caballus. Bos sp. Sus scropha. Cervus elaphus. Cervus capreolus. Felis catus.

Moluscos marinos:

Ostrea edulis. Mytllus edulis. Trochus vel Monodonta sagitifera. Littorina littorea. Littorina obtussata. Unió. Scrobicularia.

Esta relación de los moluscos es arbitraria, aunque no sin razones. A l hablar de la estratigrafía el conde dice: "Mezc ladas con estos cantos de la superf ic ie se encuentran algu­nas conchas , entre las que están representadas las espec ies Patella vulgata, Littorina littorea, Trochus lineatus o Monodonta sagitifera, Littorina obtussata, Ostrea edulis, Mytilus edulis, Ta­pes decussatus y Scrobicularia edulis; además se encontraron algunos trozos de cerámica de diversas épocas" . Inmediatamente después af i rma que la capa azi l iense está "ínt imamente en­lazada con los cantos de super f ic ie" . Luego: " l a pr imera capa contenía las mismas espec ies de mar iscos que la superf ic ie, con una industr ia azi l iense, con arpones típicos; pero debemos hacer constar que solamente atr ibuimos a este nivel la Littorina littorea y la Littorina obtussa­ta, porque en las numerosas excavac iones que hemos pract icado en la región cantábr ica, nun­ca hemos hal lado ni Trochus ni las otras espec ies que aparecían en la superf ic ie, en ningún nivel azi l iense, cuando éste se presentaba intacto" (23). Es probable que el conde tuviera razón, pero establece una sombra de duda con respecto al nivel azi l iense en general .

(21) Ibid., pág. 19. (22) Ibid., pág. 121. (23) Ibid., pág. 19.

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Una vez terminadas las excavac iones de Carbal lo y de Vega del Se l la , la cueva quedó abandonada. En el año 1955 Carbal lo vuelve a el la con González Echegaray y García Lorenzo en una rápida visita.

3) Las nuevas excavaciones:

A patrir de 1962 se va a intensif icar el interés por Cueva Morín, con la visita de Gon­zález Echegaray, L. G . Freeman y M. A. García Gu inea, haciéndose en el la un sondeo con la part ic ipación de miembros del Seminar io de Prehistor ia y Arqueología Sautuola, de Santander. Se intentaba determinar las posib i l idades de una nueva excavación con métodos más modernos.

Los trabajos comenzaron en el año 1966 y cont inuaron en 1968 y 69, excavándose los testigos dejados por Carbal lo y Vega del Se l la en el fondo y dentro de la cueva.

L a estratigrafía de la cueva, establec ida en estas últimas excavac iones, es la siguiente para las capas más modernas (fig. 27) :

Nivel 1. Espesor irregular (de 2 a 20 cms . ) . Co lo r pardo. Az i l iense.

Nivel 2. De 5 a 10 cms. Limo arenoso con gravi l la. Co lo r pardo muy oscuro. Mag­daleniense.

Nivel 3. De 2 a 8 cms. L imo pardo claro. Solutrense superior.

La estratigrafía de la cueva sigue hasta 22 niveles, a lcanzando un Muster iense de tra­dic ión acheulense (24).

Más al interior de la cueva no se encontraban los niveles 1 y 3. En lo que se refiere al nivel azi l iense concuerda con los datos aportados por el conde de la Vega del Se l la .

En el exterior de la caverna, en el camino (lo que denominaron " e s c a l e r a " ) , se hizo una cata de 4 m. por uno, dando como resultado la siguiente estratigrafía (25):

1a) C a p a superf ic ial de Humus, de 15 a 20 cms. Formación moderna.

1b) Nivel de limo con gravas, de 10 cms . Posiblemente un arrastre de ladera de tipo coluvia l . Formación moderna.

1c) C a p a negra muy débil deb ida a la acción del fuego. Formación moderna.

2) L imo oscuro, fért i l . De 16 a 20 cms. Posib le azi l iense.

3) C a p a de gravi l las de ladera (de 10 a 15 cms.) pero que podrían haber sido utili­zadas por hacer un piso art i f icial. Industria e s c a s a y no definible.

4) Estrato de arc i l la roj iza.

A l l legar a este punto se suspendió la excavación en esta zona exterior de la cueva.

El nivel 1 (Aziliense):

Fue excavado en las áreas próximas a la entrada de la cueva. Los útiles encontrados son 359 y fueron c las i f icados según la t ipología de Sonnevi l le-Bordes y Perrot. La colección

(24) González Echegaray y Freeman, Cueva Morín. Excavaciones 1966-1968, Santander, 1971, pág. 15. (25) Ibid., págs. 17-18.

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F i g . 27.—Estratigrafía de Cueva Morín (según González Echegaray y Freeman).

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fue revisada por mí en el Museo de Santander y al cotejar las dos c las i f icac iones observé que coincidían sensiblemente, lo que me incl inó a preferir la real izada por González Echega­ray y Freeman por estar ya pub l icada y ser la conoc ida y manejada por otros autores.

Lista tipológica: (figs. 28-30): Fr. % % A c

1. 2 0,5 0.5 2. 3 0,8 1.3 5. Raspador sobre hoja o lasca retocada ... 1 0,2 1,6 8. 6 1,6 3,3 9. 1 0,2 3,6

11. 8 2,2 5,8 12. 7 1.9 7,8 13. Raspador alto en hoc ico 9 2,5 10,3 15. 12 3,3 13,6 16. 2 0,5 14,2

17. 2 0,5 14,7

18. 2 0,5 15,3

21. 1 0,2 15,6

23. 3 0,8 16,4

24. 3 0,8 17,2

26. 1 0,2 17,5

27. 8 2,2 19,7

28. 4 1,1 20,8

29. 5 1,3 22,2

30. Buri l de ángulo sobre rotura 3 0,8 23,1

31. 1 0,2 23,4

36. Buri l sobre truncatura ret. cóncava 2 0,5 23,9

37. Bur i l sobre truncatura ret. convexa 1 0,2 24,2

43. 1 0,2 24,5

44. 1 0,2 24,7

46. 1 0,2 25,0

51. 18 5,0 30,0

52. 1 0,2 30,3

56. Punta de muesca per igordiense 1 0,2 30,6

59. Hoja de borde rebajado parcial 1 0,2 30,9

61. 1 0,2 31,2

62. P ieza de truncatura cóncava 1 0,2 31,4

63. P ieza de truncatura convexa 1 0,2 31,7

65. P ieza de retoques cont. sobre un borde ... 35 9,7 41,5

66. P ieza de ret. cont. sobre dos bordes 11 3,0 44,5

74. 27 7,5 52,0

75. 20 5,5 57,6

76. 5 1,3 59,0 77. 4 1,1 60,1 78. 2 0,5 60,7 79. 5 1,3 62,1 83. 1 0,2 62,3 84. 2 0,5 62,9

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Fr. % % A c .

85. Hojita de dorso rebajado 20,0 83,0 86. 3,0 86,0 88. 4,4 90,5 89. 2,5 93,0 90. 2,2 95,2 92. 4,7 100,0

T O T A L 359

IG ... 13,64 IB ... 7,24 IGA 6,68 IBd 5,84 IBt 0,83 IGA r 48,97 IBd r 80,76 IBt' 11,53 G A 6,68 G P 30,08

El nivel azi l iense de Cueva Morfn es notablemente rico, si lo comparamos con los nive­les de otros yacimientos de Santander y Astur ias y, además, presenta algunas pecul iar idades que lo di ferencian de los otros.

Pr imero es necesar io señalar un error que se deslizó en los cálculos real izados por González Echegaray y Freeman y que modi f ican sensiblemente el concepto y la def inic ión de la industria azi l iense de Cueva Morín. El error de cálculo está en el IG, que en la publ icación aparece como 7 , 6 % , cuando en real idad es del 13,64; por ello no se puede afirmar, como hacen los autores, que "e l índice de buril es relativamente alto, práct icamente igual que el de raspador" (26). A l contrario, el IG es cas i el doble que el IB, como es corriente en los nive­les azi l ienses.

Los raspadores dominantes son los del G A , con 1,95 % de raspadores aqul l lados y 2,51 de aqui l lados atípicos y el 3,34 de raspadores altos en hoc ico . Por el contrario, los otros t ipos habituales son menos representativos, salvo los raspadores cortos sobre lasca, con 1,67, entre el los algunos denominados "disqui tos raspadores" (fig. 31: 1-10).

Entre los compuestos tenemos algunos raspadores-buri les, un raspador sobre hoja trun­cada (fig. 31: 11) y un perforador raspador. C o m o puede observarse no representan en ningún caso un elemento importante dentro de la industr ia lít ica azi l iense. Como tampoco los perfo­radores t ípico o atípicos.

Los buri les poseen un porcentaje relativamente alto con un 7 , 2 4 % , pero muy alejado del índice de raspador que es casi el doble. Dominan los buri les diedros frente a los de trunca­tura, lo cual es típico de estos niveles del final del Paleolít ico (fig. 31: 13-17).

Dentro del conjunto de los dorsos rebajados tiene importancia señalar el desarrol lo de las microgravettes (fig. 31: 29-31). Su interés radica en que, en Cueva Morín, sustituyen a las puntas azi l ienses. Pero sí conviene recordar que existe a lguna procedente de las excavac lo-

(26) Ibid., pág. 267.

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Figura 28

I 0 0

9 0 . . C U E V R M D R I N - N I V E L I

B 0 1

7 0 1

B 0 1

£ 0 i .

Figura 29

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100,

90 ..

B0 ..

70 ..

E0 ..

50 ..

H0 ..

30 ..

20 ..

10 ..

IG IB IGA IBd IBt 'lGA r IBd 1 IBt 1 GA GP

Figura 30

nes de Vega del Se l la y que se encuentran expuestas en una vitr ina del Museo de C ienc ias Naturales de Madr id . Los otros t ipos encontrados dentro de este grupo no superan en ningún caso la f recuencia de una unidad. Lo mismo cabe dec i r de las truncaturas (fig. 31: 19-20).

Son mucho más abundantes las piezas de retoques cont inuos sobre un borde, con 35 ejemplares y sobre los dos bordes, con 11 (fig. 31: 21, 23 y 26) .

Como sucede en cas i todos los niveles azi l ienses reseñados, las p iezas de escotadu­ras, las dent iculadas y las esquir ladas, t ienen un dearrol lo importante (fig. 31: 22, 24-26).

Dentro del utillaje de hojitas es interesante citar la presenc ia de c inco tr iángulos (fig. 31: 32-35) y un segmento de círculo (fig. 31: 36) . Todos los demás tipos son los habituales, predominando las hojitas de dorso. Entre las hojitas t runcadas se puede señalar una que pue­de definirse como punta de Zonhoven (fig. 31: 27-49; la punta de Zonhoven es la n.° 39) .

Industria ósea:

Es muy escasa en el nivel azi l iense. De hecho solamente se pueden reseñar tres ejem­plares que pueden definirse como auténticos úti les: tres azagayas de distinta sección: p lana, subcuadrangular y c i rcular. Todo un ejemplo de lo que sucede en el Az i l iense. A el lo sólo cabe añadir algunos huesos con inc is iones superf ic ia les informes.

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F i g . 31.—Industria lítica de Cueva Morín (según González Echegaray).

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Fauna:

Las especies ci tadas en el estudio real izado por Al tuna, son las siguientes:

Mamíferos:

Sus scropha (p resenc ia) . Cervus elaphus (85,5 % ) . Capreolus capreolus (1,1 % ) . Capra pyrenaica (presenc ia) . Gran bóvido (4,4 % ) . Equus caballus ( 4 , 4 % ) .

Cur iosamente, se cita Rhinoceros sp. que, evidentemente, es intrusivo en el nivel.

Distr ibución de las espec ies por individuos adultos y juveni les:

Espec ie Total restos Adul tos Juveni les Total

C . elap. 77 4 1 5

C . capreo. 1 1 — 1

R. rupic. — — — — C. pyr. 1 1 — 1

Bos 4 2 — 2

E. cab. 4 1 — 1

S . scrop. 2 1 — 1

Como puede verse destaca el escaso interés que se tiene por la captura de individuos juveni les, lo que puede ser, por otro lado, una señal de estac lonal idad.

Análisis sedimentológico:

Real izado por K. W. Butzer, descr ibe así la naturaleza de los sedimentos del nivel 1: "Deposic ión horizontal (20 cms.) de arena c o n l imo, co lor pardo, con detritus disperso de ca l iza ( capa 26) . Cons iderab le meteorización por el hielo. Frío. Az i l i ense" (27).

Entre el Az i l iense y el nivel inmediatamente inferior, Magdaleniense, existe un hiato (que no parecía existir en la estratigrafía señalada por Vega del Se l la , pues habla de arpo­nes de tipo magdalen iense) . Además conviene resaltar que por enc ima del nivel azi l iense y postazi l iense, existe un bloque de travertino del que ya había hablado Vega del Se l la (28). Esto es interesante ya que este travertino fue datado por C 14 en 9.000 ± 150 B.P. (1-5150).

(27) Ibid., pág. 354. (28) Vega del Sella, ob. cit., pág. 19.

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Capítulo VIII

L A C U E V A DEL P E N D O

Y a hemos hecho alusión a la historia de sus excavac iones, así como a las teorías que el P. Carba l lo dedujo del Az i l iense y Magdalen iense de esta cueva.

Ahora haremos, exclusivamente, mención de la industria lít ica hal lada en las excavacio­nes de Martínez Santaola l la, todavía no pub l i cada en el momento de redactar el presente ca­pítulo. También tenemos algunas noticias esporádicas publ icadas por A r l . Lero i -Gourhan, so­bre la vegetación; no hablaremos aquí de el la sino que lo haremos en el capítulo ded icado al ambiente. No tenemos noticias sobre la industria ósea encontrada en las últ imas excavac iones.

Industria lítica del nivel 1 (Aziliense): (figs. 32-34): Fr. % % A c .

1. Raspador s imple 1 0,8 0,8 2. 1 0,8 1,6 5. Raspador sobre hoja o lasca retocada 2 1,6 3,3 8. Raspador sobre lasca 5 4,2 7,5

10. Raspador unguiforme 1 0,8 8,4 12. Raspador aqui l lado atípico 8 6,7 15,1 13. 2 1,6 16,8 14. 2 1,6 18,4 15. 8 6,7 25,2 17. Raspador-bur i l 4 3,3 28,5 23. 2 1,6 30,2 24. Perforador atípico 1 0,8 31,0 27. Buri l diedro recto 2 1,6 32,7 28. 2 1,6 34,4

29. Buri l diedro de ángulo 3 2,5 36,9

30. 5 4,2 41,1 31. 1 0,8 42,0

33. 1 0,8 42,8

36. Buri l sobre truncatura retocada cóncava ... 1 0,8 43,7

37. Buri l sobre truncatura retocada convexa ... 1 0,8 44,5

41. 1 0,8 45,3

43. 1 0,8 46,2

44. 3,3 49,5 51. 1 0,8 50,4

58. Hoja de borde rebajado total 1 0,8 51,2 60. 1 0,8 52,1

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Fr. % % A c

62. 1 0,8 52,9 65. P ieza de ret. cont. sobre un borde 7 5,8 58,8 66. P ieza de ret. cont. sobre los dos bordes .. 2 1,6 60,5 67. 1 0,8 61,3 74. P ieza de escotaduras 6 5,0 66,3 75. 6 5,0 71,4 77. 1 0,8 72,2

85. 18 15,1 87,3

86. Hojita de dorso t runcada 1 0,8 88,2

87. Hojita de dorso dent iculada 1 0,8 89,0

89. 2 1,6 90,7

90. Hojita Dufour 4 3,3 94,1

91. 6 5,0 99,1

92. 1 0,8 100,0

T O T A L 119

IG 25,21 IB 18,48 IGA 10,08 IBd 10,92 IBt 1,68 IGA' 40,00 IBd ' 59,09 IBt' 9,09 G A 10,92 G P 20,16

Como puede apreciarse las tendencias generales de toda la Industria del nivel 1 de El Pendo co inc iden con las de una industria tipo azi l iense: nivel alto de raspadores, mayor que el de buri les, una serie pequeña de objetos dentro del conjunto de los dorsos rebajados, para encontrar de nuevo un proceso ascendente en las piezas de retoque continuo sobre un borde; índices moderadamente altos en las escotaduras y dent iculados, para ascender nueva­mente de modo brusco en las hojitas de dorso y un índice medio de puntas azi l ienses.

Los buri les, en general , pueden incluirse cas i todos en el grupo de los diedros, a lcan­zando el índice más alto el buril de ángulo sobre rotura.

Resul ta un poco fuera de lugar el e levado índice de raspadores nuclei formes (6,72 % ) . Pero aquí nos encontramos con un tipo polémico, no umversalmente aceptado y la posib i l idad de duda entre los pequeños núcleos p i ramidales de hojitas (relativamente abundantes en el azi l iense) y los auténticos nuclei formes.

En cuanto a la industria ósea sólo tenemos, por el momento, las ind icac iones, un poco general izadas, del P. Carba l lo . Los t ipos son los arpones planos de una hi lera de dientes y perforación en ojal. Hay uno o dos de un solo diente (uno de el los roto por la extremidad dis-

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Figura 32

Figura 33

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100,

30

00

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30 ..

20 ..

10

IG IB IGA "IBd 'IBt 'IGAr'IBdr"IBtr' GA 'GP

Figura 34

tal y, por el lo, dudoso) , con perforación en ojal t ípica. Los dientes en forma de gancho muy curvado. En cuanto a sus dimensiones están en la misma línea de los de Los Azules (unos 8 cms . ) .

Otros dos arpones son, también, de una fi la, pero de dos dientes. En las demás carac­terísticas muy semejantes a los anteriores: perforación en ojal en la base. En uno de el los el diente distal parece solamente in ic iado.

Hay un ejemplar de tres dientes, pero más angulosos que en los casos anteriores. Por lo demás no hay di ferencias. Por últ imo un fragmento distal con tres dientes en forma de ángulo.

Todos estos ejemplares ya hemos dicho donde fueron encontrados y nuestras dudas de que se trate de un nivel intacto.

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Capítulo IX

L A C U E V A DE V A L L E

Y a hemos hecho alusión a las primitivas invest igaciones en la cueva de Val le (Rasines, Santander) , a su estratigrafía y a la deficiente, por escasa , publ icación de 1912-1913, real izada por los directores de la excavación H. Obermaier y H. Breui l . Su trabajo quedará t runcado por la guerra de 1914.

En el año 1925 Obermaier amplía las noticias sobre la cueva de Val le dadas en otras pub l icac iones (salvo las de L'Anthropologie). En aquel la publ icación de Obermaier existe una pequeña d iscordanc ia con respecto a la estratigrafía pub l icada en 1912 por él mismo y Breui l (1) (fig- 35) :

"1) Gruta pr incipal de la izquierda.

a) C a p a estalagmítica (0,20 m.).

b) Nivel azi l iense (0,5 m.), señalado por pr imera vez en España en este yacimiento. C o n los moluscos siguientes: Mytilus edulis, Patella vulgata, Helix nemoralis y Unió sp .

c) Magdalen iense super ior . . .

d) Nivel inferior: arc i l la con gravas; pocas y atípicas huel las de industria.

2) Otros vestigios del Magdalen iense se hallaron en el corredor derecho debajo de grandes y antiguos montones de b loques. . . Pos ib le que pertenezca también al Magdalen iense un canto pintado de rojo, negro y amari l lo, pues este no muestra más que manchas de co lor y no verdaderos signos az i l ienses" (2).

Más adelante vuelve sobre la estratigrafía de Val le : " E l nivel azi l iense de la cueva de Val le yacía sobre una capa con Magdaleniense, y a su vez estaba protegido en la superf ic ie por una enorme capa estalagmítica. Tenía por término medio un espesor de 0,50 m. y contenía numerosos restos de Cervus elaphus, Cervus capreolus, Capella rupicapra, Capra pyrenaica, Equus caballus, Bos sp. y Sus scropha, con los cuales se hal laban hac ia la mitad super ior del nivel grandes masas de Helix" (3) .

La di ferencia rad ica en el hecho de que en la publ icación de 1912 el nivel azi l iense está dividido en dos sectores, d 1 y d a , separados por una capa de Helix, lo cual puede ser un

(1) Breuil y Obermaier, "Les premiers travaux de l'Institut de Paléontologie Humaine", en L'Anthropologie, 23, 1912, págs. 2-4.

(2) Obermaier, El Hombre fósil, Madrid, 1925, pág. 172. (3) Ibid., pág. 380.

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fenómeno lo suficientemente importante como para establecer una distinción estratigráfica, aunque luego, al estudiar la industria, no se hace ningún tipo de distinciones. Para Obermaier, en 1925, todo el Aziliense es un bloque y sólo dice que "se hallaban hacia la mitad superior grandes masas de Helix". El hecho es importante por su significación climática y, también, porque el hecho no es muy corriente en la cordillera cantábrica.

Fiíi. 35.—Estratigrafía e industria de Valle (según Obermaier).

La industria lítica de la cueva de Valle:

Sobre la industria de Valle tenemos tres publicaciones indicativas. La primera es, lógi­camente, la de Breuil y Obermaier. En ella se dice textualmente:

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"L 'out i l lage en sílex, tres nombreux, se compose d'un tres grand nombre de lames et de nucléus d'aspect magdalénien, auxquels sont associés beaucoup de grattoirs souvent petits et plus ou mois ronds, de burins en majonté sur angle de lame, et de lamel les á dos rabattu, á bords paralléles ou en forme de lames de canif. Un falt tres ¡mportant consiste dans la découverte, á ce niveau, d'une bonne ser ie de petits ¡nstruments microl i thiques de forme tr iangulaire généralement attr ibués á l ' industrie dite tardenois ienne" (4) (fig. 35) .

La segunda publ icación donde encontramos una ampl ia mención de la industr ia de Va­lle, es en El Hombre fósil: " S e encontraron en gran número instrumentos de sílex, ya hojas o ya núcleos de forma magdaleniense, así como también, y pr incipalmente, disquítos raspadores, buri les de punta lateral y retoque transversal , hojitas de dorso rebajado con los bordes pa­ralelos o en forma de hojitas arqueadas, y además, microl i tos tr iangulares o semi lunares" (5).

Después de esta publ icac ión de Obermaier no se vuelve a insistir en la descr ipción de la industria de Val le , a pesar de ser muy somera la relación que de e l la se tenía, pero será en la práct ica, el único elemento de juicio con que contarán los prehistor iadores. En 1964 se ha­rá una referencia más completa de la industr ia en un artículo publ icado por Cheynier y Gon­zález Echegaray. En él se nos cuenta las v ic is i tudes por las que pasó la industria de Val le y las razones por las que, práct icamente, cayó en el olvido y la pr incipal de el las será la Gue­rra Mundia l de 1914, que relegará a un segundo plano la cueva de Val le , como sucedió a la de Cast i l lo .

La co lecc ión de Val le fue d ispersada. Una serie de p iezas fueron enviadas al I.P.H. de París, volviendo luego al Museo de Santander. Otra ser ie quedó en L impias, con el P. S ier ra , pero esta parte se perdió durante la guerra civi l española, así como la que había l levado Obermaier a Madr id , aunque ésta últ ima puede ser la que se conserva en el Museo Nac iona l de C ienc ias Naturales o en el Museo Arqueológico de Madr id . Pero un sector de la colección S ier ra puede ser conoc ido indirectamente: "Aprés ees deux campagnes de foui l les le chanoine Bouyssonie emporta avec lui á Lacabane oü il était professeur, une serie de photographies des objets de la col lect ion S ier ra ainsi que des dessins esquissés au crayon. II les p laca solg-neusement dans un cartón. Pu is ce fut la guerre de 1914-18. II fut mobil isé et partit. Les souvenirs de Val le furent oubl iés dans le fond d'un tiroir et le déménagement de l'École Bo-rruet á Brive ne les remit pas sous ses yeux. Ce n'est qu'en 1961 en rangeant toutes ses affaires qu' i l exhuma ees souvenirs lointains. II les remit alors á l'un de nous (Dr. A . Chey­nier) á toutes fins out i ls" (6).

C o n estos datos, más la colección del Museo de Santander, más los dibujos encontra­dos en las publ icac iones (la pequeña de Breui l y Obermaier, la del l ibro de Obermaier de 1925 y, por últ imo, en la de D. Luis Per icot, La España primitiva) (7) , Cheynier y González Echega­ray hicieron una reconstrucción de la industr ia de Val le. Para ello hubo que interpretar las fotografías y dibujos de Bouyssonie y transportarlos a una nueva representación, lo cual intro­duce una mayor e inevitable subjet iv idad.

C o n estos datos podemos tener un mayor conocimiento, aunque muy l imitado, de la colección de Val le .

El total de útiles reseñados por los autores es de 132, además 18 golpes de buri l , un chopper y dos cantos con retoques alternos uno y el otro p lano.

(4) Breuil y Obermaier, ob. cit., pág. 3. (5) Obermaier, ob. cit., pág. 380. (6) Cheynier y González Echegaray, " L a Grotte de Valle", en Miscelánea en Homenaje al Abate Breuil, t. I, Bar­

celona, 1964, pág. 330. (7) Barcelona, 1950, pág. 102.

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Los raspadores son 46, lo que, con todo el margen de dudas e imprecis iones que pue­dan existir — q u e son m u c h a s — daría un índice de raspador del 34,84 %. En cuanto a los t ipos concretos existentes las imprecis iones son mayores. Textualmente expl ican los autores: "II y a de nombreux Grattoirs: 29, en majori té de type azi l ien d isco ides ou nuclei formes, 8 tres petits grattoirs-pouce. Les grattoirs sur bout de lame sont 17 dont 7 á retouche margínale, plus 3 enormes. Ce la fait au total 46 grattoirs" (8) .

Los buri les son 14 y, como antes, podemos deduci r un índice con todas las reservas, del 10,60 % . "Dans la col lect ion du Musée de Santander il y en a 14, en majori té d'angle; il y a 3 burins-grattoirs et des lamel les de coup de bur in" (9) .

Solamente se citan un perforador y dos raederas (de las cuales una es de tamaño muy pequeño) . Hay, por tanto, muy poca representación de la industria fuera de los t ipos habitual-mente reconoc idos como azi l ienses. Incluso los autores dudan, o al menos no aseguran con total cer teza, de la pertenencia segura de muchos de estos t ipos al nivel azi l iense: "A ins i l ' industrie lithique ne nous permettrait pas cTétre affirmatif, car les grattoirs pouce pourraient appartenir á un Magdalénien VI final avec les burins et les lamel les á bord abat tu . . . " (10).

De estas últ imas conservamos 39 ejemplares ( 3 7 , 1 2 % ) , son , por lo tanto, el elemento más numeroso, en porcentaje, de la co lecc ión. También se encuentran algunas puntas azi l ien­ses, aunque debían ser poco abundantes. Uno de los elementos más Interesantes de la co lec­ción de Val le son los microl i tos geométr icos. Es aquí donde surge la convicc ión, mantenida luego en todas las pub l icac iones, de que una de las formas característ icas del Az i l iense can­tábr ico, es el microl i to geométr ico; y ésto a pesar de que las excavac iones poster iores mos­trarán abundantemente que es un elemento poco representativo y más bien anormal dentro del mundo cantábr ico. En Val le se encontraron 15 tr iángulos, lo que s igni f ica el 11,36 % . Y salvo alguno que pueda ser puesto en duda, se trata de verdaderos tr iángulos. También se citan 6 segmentos de círculo. De el los aparecen d ibujados en la publ icac ión de Cheynier y González Echegaray; salvo uno, todos los demás se aproximan a las puntas azi l ienses.

Entre los útiles reseñados no aparecen los microbur i les. Los autores lo atribuyen al he­cho de que en el momento de las excavac iones , este tipo de útil no era conoc ido, lo que les hace pensar que posiblemente se encuentren entre los escombros. Solamente recordar que este tipo de útil es tan extraño en el Az i l iense cantábrico como lo son los microl i tos geomé­tr icos; pero tratándose de Val le , puede ser posib le su ex is tencia y que ésta pasase desaperc ib ida .

S i sobre algunos de los instrumentos los autores manifestaban sus dudas acerca de su pertenencia al Az i l iense, sobre los microl i tos geométr icos también. Para el los pertenecerían, posiblemente, al Sauveterr iense. Esta opinión no parece infundada, si tenemos en cuenta la división del azi l iense en dos tramos separados por una capa de Helix. C laro que el problema no resuelto es el de s i , estos microl i tos, aparec ieron por enc ima, debajo o en los dos sectores que envuelven esa capa de moluscos. Y sobre el lo no tenemos ninguna not icia.

Sobre los cantos pintados de la cueva de Val le hablaremos en otro apartado de este trabajo.

(8) Cheynier y González Echegaray, ob. cit., páe. 3*1. (9) Ibid., pág. 341. (10) Ibid., pág. 342.

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Industria ósea:

Los problemas de denominación de nivel, según Cheynier y González Echegaray, vie­nen resueltos por la presenc ia de arpones ap lanados. De el los tenemos 14 ejemplares típicos. C inco de el los están completos y pertenecen al tipo de arpón azi l iense de una hi lera de dien­tes, de sección ap lanada y perforación en ojal . De el los c inco por lo menos, son de tres dien­tes (angulosos en algunos casos y l igeramente curvados en ot ros) , con la perforación en la base, aunque en un caso ésta se hal la a la altura del pr imer diente, co locado muy abajo y con la base poco desarro l lada. Hay uno de dos hi leras de dientes y la base de otro que po­dría pertenecer también al mismo tipo.

Junto con éstos encontramos ocho punzones de hueso, uno de el los con una profunda acana ladura dorsal : es uno de los pocos casos en que nos encontramos con una p ieza de hueso que pudo servir para armar microl i tos. Otro de el los aparece totalmente cubierto de trazos agrupados, algunos horizontales, otros l igeramente obl icuos y alguno vert ical (fig. 4 1 : 5 ) .

Hay fragmentos de asta trabajados también como útiles: uno tal lado como un c ince l y otro terminado en bisel " como un bur i l " . Además tenemos un canino de ciervo con perfora­ción c i rcular .

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III

E L AZ IL IENSE E N L A S P R O V I N C I A S DE A S T U R I A S Y S A N T A N D E R : S U C O N F I G U R A C I O N .

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Capítulo X

EL MEDIO A M B I E N T E : CL IMA, F L O R A Y F A U N A .

Los últ imos momentos del Tard ig lac iar muestran una considerable inestabi l idad, con períodos de retroceso de los fríos y otros, c a d a vez más débiles, de recrudecimiento cl imá­t ico. De las fases que marcan el final del Würm, nos interesan, pr incipalmente, dos: el Al lerod y el Dryas III, períodos templado el pr imero y frío el segundo (aunque en alguna cueva se hable ya de "azi l ianización" en el Ból l ing resulta bastante problemático y, por otra parte, no entra dentro de nuestra área, por ello presc ind imos de é l ) . Después del últ imo descenso de las temperaturas en el Dryas superior, comienza un momento en el que va a ir imponiéndo­se el c l ima más templado que caracter iza los momentos finales de la Edad de la Piedra y las edades históricas. Es el Holoceno. Pero, como en los momentos anteriores, tampoco ahora nos encontramos en un período de estabi l idad, sino que las var iac iones se suceden, aunque los contrastes sean mucho menos acusados que durante el würmiense f inal. De este modo podemos definir una serie de fases di ferenciadas:

Pleistoceno final (Tardiglaciar) (Cronología de Butzer ) :

A l lerod 10.200 — 9.400 a. de C. Dryas III (superior) 9.400 — 8.300

Holoceno:

Preboreal 8.300 — 7.500 Boreal 7.500 — 6.200 " (1) .

Después de este últ imo período encontramos otros que a lcanzan hasta el t iempo pro­piamente histórico (At lánt ico, Sub-boreal , Subat lánt ico) , pero prescindimos de el los por caer fuera del momento cultural que estudiamos aquí. Aunque hay que recordar que tanto esta secuenc ia cl imática como la cronología propuesta por Butzer, obtenida a través de medios de investigación más modernos que otras, son, sin embargo, una general ización úti l , pero que sería pel igroso tomar como algo más que Indicativa, puesto que la Investigación reciente muestra de modo constante di ferenciaciones regionales que no siempre están de acuerdo con la general ización. Pero tampoco conviene olvidar que la tendencia global existe.

Los análisis sedimentológicos, pal inológlcos y faunísticos nos permiten seguir la historia del c l ima durante todos estos períodos. Por desgrac ia , son muy pocos los datos que tenemos para nuestra región que nos permitan hacer referencias cl imáticas; y, de los pocos que existen, no todos pueden ser ap l icados con absoluta precisión a un tiempo concreto dentro de los mo-

(1) Butzer, Environment and Archeology. An Ecológica Approach to Prehistory, Chicago, 1971, pág. 531.

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mentos ci tados. Por ello nos vemos obl igados a examinar brevemente algunas de las zonas relativamente próximas al territorio estudiado, con lo cual podemos, al menos, consegui r una aproximación a las cond ic iones cl imáticas y a la vegetación existente en él durante el Az i l iense.

Pero, antes de entrar directamente en la materia, tenemos que hacer una ser ie de pre­c is iones importantes para comprender la sedimentología y la pal inología en su justo valor. C o n respecto a la fauna hay que advertir que es, quizás, uno de los aspectos mejor estudiados grac ias a los trabajos del Dr. J . Al tuna.

En lo que se refiere a la sedimentología, de gran importancia en la determinación cl i ­mática, carecemos de un estudio, de un análisis del conjunto de las fases cl imáticas a nivel regional, como el real izado por H. Lavi l le en e> Périgord (2). En la mayor parte de los casos lo que encontramos en las memorias de excavación del Cantábrico, son aprec iac iones mera­mente visuales o tácti les, hablándose de "a rc i l l as " , " l imos" , "a renas" , "humus" , con más o menos "éboul is " , pero sin ninguna garantía de precisión, salvo ante una costra estalagmítica; pero ya son conoc idas las dif icultades que existen para determinar el momento cl imát ico de su formación. En el momento presente sólo contamos con análisis sedimentológicos en Cueva Morín, real izados por Butzer. Pero otros yacimientos están en estudio (Rascaño, Juyo, Arenaza, La Riera, Los Azu les , El Cierro, etc.) , pero, por el momento, no conocemos los resultados de estos trabajos.

En cuanto a la pal inología y a los análisis de carbones vegetales encontrados en yac i ­miento, hay que recordar algunas observac iones hechas por Ar l . Lero i -Gourhan y J . Renault-Miskovsky (3). En pr imer lugar, los resultados nunca deben ser tomados como algo absoluto, pues la pol inización no lo es. Esta es real izada de modo distinto por las diferentes espec ies : mientras que algunas pol in izan mucho, otras lo hacen con mayor parquedad; unas distr ibuyen el polen a través del viento, otras lo hacen mediante los insectos, etc. Y , lógicamente, ésto modi f ica los resultados. Por ello, éstos deben ser tomados con una prudente reserva en el mo­mento de extraer conc lus iones, pensando s iempre que son locales y no totales. No debemos, s in embargo, restar valor a los análisis pol ínicos o al de los carbones (en este caso la selec­ción humana es un factor determinante de su presenc ia ) : las espec ies vegetales son muy sensib les a los cambios cl imáticos, dentro de un marco de osci lación — d e s d e luego menor que el de las espec ies an imales—. Por ello son indicadores cl imáticos importantes, pueden ex­p l icar la presenc ia o la ausenc ia de tipos fauníst icos y, aunque aquí la prudenc ia se hace más necesar ia , pueden indicarnos mucho sobre la economía de los pueblos primitivos.

Teniendo en cuenta estas advertencias, anal izaremos a cont inuación el c l ima y la vege­tación de los distintos momentos señalados.

El Allerod (10.200 — 9.400 a. de C):

Este período se caracter iza por unas temperaturas más elevadas que el precedente (Dryas II) y por un índice más elevado de humedad. S e trata, por lo tanto, de una fase tem­plada que va a reafirmar la retirada de los g lac iares, que ya había comenzado durante el Würm III. Durante el Würm IV, que se caracter iza por una mayor sequedad, el fenómeno gla­c iar queda reducido a las montañas más e levadas. Pero esto no quiere deci r que sea su f inal.

(2) Laville, CHmatologie et chronologie du Paléolithique en Périgord, Marsella, 1978. (3) Leroi-Gourhan, Arl . et Renault-Miskovsky, J., " L a Palynologie appliquée á l'Archéologie. Méthodes, limites et

résultats", en Approche écologique de l'Homme fossile, suplemento del A F E Q , 1977, págs. 35-38.

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Esta etapa es denominada por Lavi l le como Fase Würm IV - Périgord VIII, para esta región f rancesa, y def inida allí como osci lación cl imát ica de larga duración de tendencia ne­tamente templada y húmeda (4).

Aunque la fundic ión de las grandes capas de hielo no sea la causa única (hay que tener en cuenta la osci lación de la plataforma cont inental) , es evidente que jugó un papel de pr imerísima importancia en la elevación del nivel de los mares, cubr iendo costas que hasta ese momento habían sido ocupadas por grupos humanos. Aunque esta elevación del nivel ma­rino no sea uniforme y la mayor o menor cant idad de tierras cubiertas depende de la exten­sión de la plataforma continental. En el caso de la región cantábrica la plataforma es menor, más corta y más abrupta que la de las costas occ identa les f rancesas; por el lo podemos ca l ­cular que a un nivel de —100, la zona costera se extendería a unos siete ki lómetros más allá de los límites actuales. Durante este período se puede comprobar ya una elevación notable del nivel marino, que seguirá ascendiendo, con osc i lac iones posit ivas y negativas hasta el sub-atlántico y, en algún caso, sobrepasará el nivel actual (5) . De hecho sabemos que hac ia el 9.050 a. de C , las costas de Médoc, que hac ia el 11.050 estaban a —90 ms., lo están a — 6 0 en el período siguiente (6).

La f lora de este período es una c lara muestra del recalentamiento cl imático. En el sudoeste francés vemos aumentar el número de árboles con predominio del abedul (Betula) y del pino silvestre (Pinus silvestris), yendo en aumento, a medida que transcurre el período, la presenc ia de espec ies más termófi las, como las que forman la asociación denominada Quer-cetum mixtum, compuesta por Quercus (roble o enc ina) , tilo (Tilia cordata) y olmo (Ulmus); además están presentes el avel lano (Corylus), al iso (Alnus), boj (Buxus), etc. (7) .

M.-M. Paquereau define tres fases dentro del A l le rod. En un pr imer momento el c l ima es aún fresco y se caracter iza por el desarrol lo brusco del abedul y, a medida que el mejora­miento cl imát ico se acentúa, aumenta el desarrol lo y expansión de las espec ies termófi las, con avel lano y Quercetum. Las espec ies arbóreas sobrepasan el 40 %, evocando un paisaje de parque denso.

En un segundo momento encontramos un l igero empeoramiento, bajando el porcentaje de las espec ies arbóreas al 30 % y, al descender el índice de humedad ambiental , algunas herbáceas disminuyen.

La tercera fase s igni f ica una mejoría, con aumento del bosque, sobrepasando en los porcentajes a la pr imera de las fases señaladas y l legando al 52 % (8).

Este proceso se fundamenta en dos cuevas: Pont d 'Ambon (Dordoña) y Duruthy (Lan-das ) . C o n respecto a la pr imera hay que advert ir que existe una d iscordanc ia , no resuelta aún, entre esta si tuación en el A l lerod y lo que nos indican las fechas obtenidas por el C 14,

(4) Laville, "Chronostratigraphie des dcpóts de la fin du W ü r m en Périgord", en Coloquio n.° 271 del C.N.R.S. , La fin des Temps glaciaires en Ettrope, París, 1979, pág. 165.

(5) Guilcher, A. , "Le Quaternairc littoral et sous-marin dans l'Atlantique", en Eludes Francaises sur le Quater-naire, París, 1969, pág. 39.

(6) Thibault, Cl . , "L'évolution géologique de l'Aquitanie méridionale á la fin des temps glaciaires", en Coloquio n.° 271 del C.N.R.S. , La fin des Temps glaciaires en Eurrope, París, 1979, pág. 144.

(7) Plancháis, N . , " L a vegétation dans les plaines francaises pendant le Tardiglaciaire et le Post-Glaciaire", en Eludes Francaises sur le Quaternaire, París, 1969, pág. 112; Paquereau, " L a végétation au Pléistocéne supérieur et au debut de l'Holocéne dans le SudOuest" en La Fréhistoire Francaise, t. I, vol. I, París, 1976, pág. 528.

(8) Paquereau, "Quelques types de flores tardi-glaciaires dans le Sud-Ouest de la France", en Col. n.° 271 del C.N.R.S. , La fin des Temps glaciaires en Europe, París, 1979, pág. 156.

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aproximadamente hac ia el 8.200 a. de C. ( fecha media) (9). Pero además existe una discor­danc ia cultural entre Duruthy, donde encontramos un momento del Magdalen iense final y Pont d 'Ambon, Az i l iense. En el mismo momento co loca Vernet el Magdaleniense V y VI de la Madele ine, con f lora de Quercus sp. pubescens, Rhamnus cathartica y Populus o Salix (10).

La zona de los Pir ineos ve la expansión del Quercetum mixtum, teniendo como compo­nente pr incipal el tilo en algunas zonas (como La V a c h e ) , mientras que en el Lago Belcére, si tuado en la región más oriental de la cadena montañosa, es el Quercus el elemento domi­nante (11).

A l sur de la Cord i l le ra Cantábrica, en la zona de los lagos de Sanabr ia , en la Laguna de Sangui juelas, a una altitud aprox imada de 1.000 metros, la especie dominante es el abedul , que irá s iendo susti tuida por el pino y por algunos elementos de Quercus. La cont inua mejoría c l imát ica hace que el Quercetum mixtum a lcance ampl ia expansión, lo que ind ica claramente, dada la altitud de Laguna de Sangui juelas, que el momento cl imát ico a lcanza temperaturas bastante templadas. S in embargo a 1.600 metros de altitud, en Laguna Arroyas y Cárdenas, próximas a Sangui juelas, el abedul s igue s iendo la espec ie dominante (12).

Las excavac iones en algunos yacimientos de la región cantábr ica ofrecen algunos da­tos que pueden encajar en este momento c l imát ico. S i la formación de costras estalagmíticas corresponde a períodos cál idos y húmedos (13), podrían pertenecer a este momento la costra que cubre el Magdalen iense de la cueva del Otero y que lo separa de la posible capa azi l iense y la que en la cueva de El Cast i l lo separa también los niveles del Magdalen iense super ior fi­nal y Az i l iense. De hecho el Magdaleniense f inal del Otero muestra en el d iagrama polínico una sub ida general del índice de vegetación arbórea f rondosa, con presenc ia del roble (Quer­cus robur), al iso (Alnus), tilo (Tilia) y boj (Buxus). Este recalentamiento está subrayado por un bosque bajo de heléchos muy desarrol lado (14).

Un problema de difíci l resolución, por el momento, viene planteado por la cueva del Pendo, con una estratigrafía no bien conoc ida ya que las últ imas excavac iones real izadas en el la no han sido publ icadas aún. Conocemos resultados parc ia les de los análisis polínicos, que dan para el Az i l iense un ampl io porcentaje de árboles (el número de pólenes de árboles l lega al 5 5 % ) , con presenc ia de Quercus, avel lano, olmo, haya (Fagus silvática) y tilo (15). El sotobosque de helécho, como en la cueva del Otero, está también muy desarro l lado. L a dif icultad patente, en el caso del Pendo, está en el momento cl imát ico concreto en que hay que situar el nivel azi l iense. Ar l . Leroi -Gourhan lo sitúa en el A l le rod, en contemporaneidad con la cueva de La Vache (Ariége) (16). El prob lema radica en que esa contemporaneidad puede

(9) Cfr. Leroi-Gourhan, Arl . y Girard, M . , "Chronologie pollinique de quelques sites préhistoriques á la fin del Temps glaciaires", en Col. n." 271 del C.N.R.S. , La fin des Temps glaciaires en Europe, París, 1979, pág. 51; Schvoe-rer, Bordier, Evin, Delibrias, "Chronologie absolue de la fin des temps glaciaires. Recensement et présentation des da-tations se rapportant á des sites franeáis", en la misma obra que el anterior artículo, pág. 21.

(10) "Le milieu vegetal á la fin du Würm de 15.000 á 8.000, d'apres les charbons de bois", en Col. n.° 271 del C.N.R.S. , La fin des Temps glaciaires en Europe, París. 1979, pág. 57.

(11) Leroi-Gourhan, Arl . , " L a fin du tardiglaciaire et les industries préhistoriques (Pirénée«-Cantabres)", en Mu-nibe, 23, 1971, 2-3, pág. 252.

(12) Menéndez Amor y Florschütz, "Contribución al conocimiento de la historia de la vegetación en España du­rante el Cuaternario", en Estudios Geológicos, 18, Madrid, 1961, págs. 84-89.

(13) Butzer, ob. cit., pág. 210. (14) Leroi-Gourhan, Arl . , "Análisis polínico de la Cueva del Otero", en González Echegaray, García Guinea y Be-

gines Ramírez, Cueva del Otero, Madrid, 1966, pág. 85. (15) Leroi-Gourhan, Arl . , "Análisis polínico de Cueva Morín" , en González Echegaray y Freeman, Cueva Morín

(Excavaciones 1966-1968), Santander, 1971. (16) Leroi-Gourhan, Arl . , " L a végétation pendant le Post-Glaciaire...", pág. 252.

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ser cultural (y relat ivamente), pero no cronológica. No sería improbable que el momento c l i ­mático de la cueva del Pendo haya que l levarlo al Preboreal ; pero es prematuro hacer conje­turas sobre esta cuestión mientras no tengamos datos más completos. El interés de El Pendo, como ya v imos, reside en el hecho de que ha servido de fundamento para algunas teorías sobre la pr ior idad del Az i l iense cantábrico sobre el francés.

Del mismo modo Ar l . Leroi -Gourhan c o l o c a en estos momentos la secuenc ia pal inoló-g i c a de Cueva Oscura de An ia (niveles 1 y 2: Az i l ienses) que, por su si tuación cultural , pa­rece más lógico l levar al Preboreal . Lo mismo nos sucede con Cueva Morín, aunque en este caso la si tuación es más comple ja y volveremos sobre el tema más adelante. C o n respecto a la cueva de la Riera, la misma autora vuelve a co locar el nivel 28 (Azi l iense) dentro del Al le­rod. El espectro polínico templado, comenzando en el nivel 22, lo pro longa dentro del mismo período cl imát ico hasta el 28, aun cuando, también esta vez, entra en contradicc ión con el C 14 y con el momento cultural, incluso con el análisis sedimentológico. Pero, como hemos insinuado, la tendencia de d icha autora es co locar s iempre el Az i l iense entre el f inal del Dryas II, el A l lerod y el Dryas III.

En resumen: al comienzo del recalentamiento que sigue al período frío del Dryas medio hay un aumento lento del bosque. Van disminuyendo en las zonas bajas — y aun a una relativa alt i tud—, las espec ies más frías, como el abedul , y van siendo co lon izadas por el avel lano, pasando al bosque de Quercus, avel lano, tilo y o lmo.

Dryas III (superior) (9.400 — 8.300 a. de C):

El A l lerod terminará con una nueva expansión del frío y de la sequedad. El empeora­miento cl imát ico se general iza, hay un descenso de las temperaturas medias e, incluso, un l igero avance de los g lac iares.

En la Península Ibérica este avance g lac iar puede ser observado, posiblemente, en los Montes de Reinosa. L a morrena de 1.842 mts. podría corresponder a este período. Lo mismo puede verse en los Montes de León (17).

En algunas cuevas se producen desprendimientos de b loques como consecuenc ia de la acción del hielo. Este momento es el denominado por Lavi l le Fase Würm IV-Périgord IX, defi­nida como fría y más s e c a que la precedente. Está atest iguada en las capas D a B de La Ma-deleine, la 4 de La Faurélie II y la 3 de Pont d 'Ambon (18). En Astur ias, en La Riera, habría que co locar en estos momentos, a modo de hipótesis por ahora, los niveles 24 a 27, de ca ­rácter frío y tomando como base de formulación las fechas de C 14.

Las costas del litoral atlántico asc ienden durante este período, a lcanzando ya una s i ­tuación de — 6 0 mts. en Médoc y más al norte, en las costas de Bretaña (19).

El paisaje vegetal acusó violentamente este descenso de las temperaturas. En el sudoes­te francés el bosque es sustituido por un parque muy c laro. Se elevan notablemente los por­centajes de gramíneas, l legando a dominar. S in embargo, las cond ic iones de sequedad no deben ser muy fuertes, exist iendo una relativa humedad en la zona, ya que las estépicas y la

(17) González Echegaray, "Sobre la cronología de la glaciación Würmiense en la Costa Cantábrica", en Ampurias, 28, Barcelona, 1966, pág. 8.

(18) Laville, ob. cit., pág. 166. (19) Thibault, ob. cit., pág. 144; De Lumley et alii, "Le cadre chronologique et paléoclimatique du Postglaciai-

re", en La Préhistoire Francaise, t. II, París, 1976, pág. 6.

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Artemisia están ausentes o son muy raras (20). En el yacimiento de Le Moura (País Vasco f rancés) , a escasa altitud y muy próximo al mar, domina el abedul y está presente el pino, lo que ind ica un claro descenso de las temperaturas (21). El mismo espectro encontramos en el nivel 3 de Pont d 'Ambon, más al norte, con presenc ia abundante de Pinus y Betula, descenso brusco de Quercus y Corylus. También en Duruthy encontramos el mismo fenómeno. En el los se da un dominio de las gramíneas en el estrato herbáceo, pero s iguen también presen­tes los elementos higrófi los y numerosas cyperáceas, que testimonian una cierta hume­dad (22).

En la ya c i tada laguna de Sangui juelas se observa un aclaramiento del bosque, con re­t roceso del Quercus, recobrando aquél un carácter subárt ico, con pino y abedul , en el que está persente la Artemisia (23). En Arroyas y Cárdenas sigue el abedul s iendo la espec ie do­minante en este momento.

En los P icos de Europa, en la zona de Santander, en Riofrío, con una fecha de C 14 del 8.260 a. de C , encontramos, correspondiendo al Dryas III una f lora de carácter estepario, con presenc ia de Artemisia, Chenopodiáceas, Ephedra, etc. (24).

Los análisis del nivel 1 de Cueva Morín presentan un difíci l problema. Desde el punto de vista geológico el nivel azi l iense corresponde a un c l ima frío (25). S in embargo los análi­s is polínicos muestran una tendencia inicial al recalentamiento, superando el avel lano al pino, s iendo raro el abedul , el al iso y el Quercus; las gramíneas son escasas , predominando las Chi -cor iae. Pero el hecho de existir un hiato entre el nivel azi l iense y el magdaleniense (tanto geológico como cultural) di f iculta la co locac ión de este momento en la secuenc ia cl imát ica. Lo más probable es que corresponda al Dryas III y esa Inicial tendencia al recalentamiento co inc ida con la mitad del período en el que se aprec ia una l igera mejoría (26). L a costra es­talagmít ica que cubre el nivel azi l iense de Cueva Morín está fechado por el C 14 en el 7.050 a. de C , momento que vendría a co inc id i r con el f inal del Preboreal . Parece lógico pensar que el nivel 1 de Morín cor responda al Dryas III (aunque no es improbable que pudiese co inc id i r con un l igero avance del frío en la mitad del Preborea l ) .

Otro yacimiento que podría, posiblemente, co locarse dentro de esta fase cl imát ica es el de la cueva del Piélago. Aunque apenas tenemos noticias de él . Freeman, basándose en los análisis sedimentológicos real izados por Butzer, habla de una ocupación azi l iense en un mo­mento frío (27). Es posib le que esta ocupación de Piélago sea contemporánea de la de Morín.

El Preboreal (8.300 — 7.500 a. de C):

Y a al final del Dryas III se aprec ia una tendencia al aumento de las temperaturas, aun-

(20) Paquereau, " L a végétation au Plésitccéne supérieur.. .", pág. 529. (21) Van Campo, "Végétation würmienne en France. Données bibliographiques. Hypothése", en Eludes Francaises

sur le Quaternaire, París, 1969, pág. 104; Jalut, " L a végétation au Pléistocéne supérieur et au debut de l'Holocéne", en La Préhistoire Francaise, t. I, París, 1976, pág. 515.

(22) Paquereau, "Quelques types de flores tardi-graciaires...", págs. 153-156. (23) Menéndez Amor y Florachütz, ob. cit., págs. 85 y 88. (24) Menéndez Amor, "Estudio esporo-polínico de una turbera en el Valle de la Nava (provincia de Burgos)", en

Bol. de la Real Sociedad Española de Historia Natural (Geología), 66, Madrid, 1968. (25) Butzer, "Comunicación preliminar sobre la Geología de Cueva Morín (Santander), en González Echegaray y

Freeman, ob. cit., pág. 354. (26) Sobre Morín cfr. Leroi-Gourhan, Arl . , "Análisis polínico de Cueva Morín", (págs. 362 y 364); Jalut, " L a

végétation pendant le post-Glaciare dans les Pirénées", en La Préhistoire Francaise, t. II, París, 1976, pág. 80. (27) González Echegaray y Freeman, ob. cit., pág. 429.

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que hay un nuevo descenso de éstas hac ia la mitad de este período, en el que se advierte un l igero avance de los g lac iares en el norte y en los A lpes (28).

Las costras estalagmíticas que se forman en algunas cuevas de la región cantábrica (la que encontramos sobre el nivel azi l iense de Cueva Morín, como acabamos de ver ) , correspon­derían a este momento más templado y húmedo. Las ya ci tadas, al hablar del A l le rod, de la cueva del Otero y de la del Cast i l lo , no podemos tener certeza absoluta sobre el período al que corresponden, pues sólo la de Morín posee una datación absoluta, y es más tardía, como también lo es su posición estrat igráf ica.

Lavi l le denomina a este momento Fase Würm IV-Périgord X y lo define en los niveles 2 de Pont d 'Ambon y 3 y 2 de La Faurélie, ambos azi l ienses, como un c l ima suave y húme­do (29).

En algunas cuevas, como en Los Azules I, se pueden observar al f inal del período — o a comienzos del s iguiente—, fenómenos de sol i f lux ión. El nivel 2 de la c i tada cueva, que contie­ne industria azi l iense, se formó en fecha poster ior al 7.530 a. de C , pero no demasiado alejado de el la, ya que presenta restos de una ocupac ión claramente definida como perteneciente a esa cultura. S i bien este fenómeno de sol i f luxión podría, como insinuamos antes, si tuarse a pr inc ip ios del Boreal (período de mayor humedad) ; sin embargo, durante toda la ocupación azi l iense de esta cueva (nivel 3 ) , nos encontramos en el umbral de la caverna con la alter­nanc ia de capas de arc i l la con otras producto de la habitación de los hombres, señal de que la sol i f luxión ha actuado constantemente.

El nivel marino a lcanza en la fachada at lánt ica f rancesa, en la zona bretona, unos — 5 5 metros (hacia el 7.750 a. de C.) y hac ia el 8.050, la de Médoc está a — 5 0 por debajo del ni­vel actual , lo que muestra que, con osc i lac iones negativas de regresión, se s igue un claro pro­ceso de transgresión (Flandriense) (30).

Esta etapa de transición entre el c l ima frío del Dryas III y la instalación de un c l ima semejante al actual tuvo una inc idenc ia inmediata sobre la vegetación. En el sudoeste fran­cés, donde dominaba anteriormente la vegetación no arbórea, vemos instalarse el dominio absoluto del pino, seguido del Quercus y del abedul (31), mientras que el avel lano está es­casamente representado. En Moul igna el roble aparece pronto como indicador de un c l ima húmedo y con osc i lac iones térmicas poco acusadas .

En los Pir ineos encontramos el dominio del Quercetum mixtum a baja altitud (turbera de B i s c a y e ) , persist iendo también el pino y el abedu l . En altitudes medias el bosque subalpino va dejando lugar también al Quercetum mixtum. En la segunda mitad del período aumentan las curvas del Quercus y del avel lano, como puede verse en el lago de Belcére (32). En una alti­tud super ior a los 1.300 metros el dominio es del abeto b lanco (Abies pectinata).

El pino y el abedul son las espec ies dominantes en la laguna de Sangui juelas, con es­caso Quercetum y abundante Artemisia. Parece que las cond ic iones frías subsisten a esa alti­tud. E l avel lano, sin embargo, es muy escaso (33).

(28) Butzer, Environment..., pág. 530; Bomand, Bourdier, Mandier y Monjuvent, "Les glaciers quaternaires dans les Alpes et le bassin du Rhóne", en La Préhistoire Francaise, t. I, vol. I, París, 1976, pág. 36; Bintz y Desbrosse, " L a fin des Temps glaciaires dans les Alpes du Nord et le Jura meridional. Données actuelles sur la chronologie, l'en-vironment et les industries", en Col. 271 del C.N.R.S. , La fin des Temps glaciaires en Europe, París, 1979, pág. 244.

(29) Laville, ob. cit., págs. 165 y 166. (30) Thibault, ob. cit., pág. 112. (31) Plancháis, ob. cit., pág. 112. (32) Leroi-Gourhan, Arl . , " L a fin du tardiglaclaire...", pág. 252. (33) Menéndez Amor, ob. cit., pág. 38.

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En Otero persisten las espec ies cálidas ya ci tadas anteriormente. Pero existe un hiato entre el Magdalen iense final y el nivel 1, posiblemente Az i l iense. Ambos están separados por una costra estalagmítica, que supone un abandono temporal de la cueva por los grupos hu­manos.

Parece que es preciso co locar en este momento el Az i l iense de Cueva Oscura de An ia , con escasa representación de la vegetación arbórea, aunque con tendencia a aumentar en el t ranscurso de la fase. Están presentes espec ies templadas que van, progresivamente, dominan­do al pino. En la cueva de los Azu les I, en la parte inferior del nivel 3 capas super iores, la vegetación arbórea representa, aproximadamente, el 65 %, con Betula, Corylus, Pinus y Ulmus; pero a partir de este punto comienza a descender , en beneficio de las gramíneas. En 3a se ad­vierte un comienzo de recuperación de la vegetación arbórea.

Con una fecha del 8.050 en la base de la secuenc ia encontramos en la cueva de Tina Mayor (Pechón, Santander) , una presenc ia predominante de Pinus, estando presente Quercus, avel lano, al iso, entre otras especies (34).

El Boreal (7.500 — 6.200 a. de Cd):

El Boreal se caracter iza, en líneas generales, por unas temperaturas más elevadas que las del período precedente y, también, por un grado más alto de humedad, con una tendencia, al f inal, a una mayor sequedad, al menos en el sudoeste francés (35).

El nivel marino l lega a a lcanzar los —22 metros ( entre el Paso de Ca la is y la Vendée) (36), con algunas regresiones intercaladas. Es ta transgresión marina es observable en la ría de Vigo, pues en este momento (entre el 7.000 y el 6.500 a. de C.) es cuando el mar comien­za a cubr i r los sedimentos wümienses que se encuentran a — 2 5 metros (37). Los resultados de los análisis de los sedimentos y de la fauna encontrados en el los muestran la existencia de una temperatura media e levada (especies de agua cálida, como Anaulus mediterraneus y Terpsinoe americana) (38).

Durante este período vemos en todas las regiones limítrofes el dominio del Quercetum mixtum, tanto en el sudoeste francés (Le Moura) a lcanzando su máxima expansión en la se­gunda mitad, como en el sur de la Cord i l le ra Cantábrica (Sangui jue las) , en donde está for­mado casi exclusivamente por Quercus, aunque se mantiene el pino y el abedul (39).

Junto con estas espec ies vemos desarrol larse en zonas del sudoeste francés el al iso, el fresno, el tilo y el avellano con progreso del haya (40).

Y a en el área de la región cantábrica, en una altitud e levada como es Riofrío, el pino con Quercetum mixtum y abedul son las espec ies dominantes, presentando este período un ma­yor porcentaje de avel lano (41).

(34) Mary, Médus et Delibrias, "Le Quaternaire de la Cote Asturienne (Espagne)", en Bull. de l'Assotiation Fran­caise pour l'Étude du Quaternaire, I, 1975, pág. 19.

(35) Paquereau, " L a végétation au Pléistocéne supérieur.. ." , pág. 529. (36) Ters, "Les lignes de rivage holocéne, le long de la cote atlantique francaise", en La Préhistoire francaise,

t. II, París, 1976, pág. 27. (37) Margalef, "Oscilaciones del clima postglacial del Noroeste de España registradas en los sedimentos de la Ría

de Vigo", en Zephyrus, VII, Salamanca, 1956, pág. 6. (38) Ibid., pág. 7. (39) Menéndez Amor y Florschüt7, "Contribución al conocimiento de la historia de la vegetación en España du­

rante el Cuaternario", en Estudios Geológicos, 18, Madrid, 1961,p ág. 85; Menéndez Amor, ob. cit., pág. 38. (40) De Lumlcy et alii, ob. cit., pág. 9. (41) Menéndez Amor, ob. cit., pág. 38.

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En bajas altitudes, en los Montes de Buyo (Vivero, Lugo) , el Quercetum mixtum con un alto porcentaje de avel lanos y abedul , forman el pasiaje vegetal (42).

En líneas generales podemos afirmar que la formación t ípica de este momento sería el bosque mixto de caduci fo l ios y coni feras. Culturalmente es el t iempo de desarrol lo del Astur iense.

La fauna:

Los cambios cl imáticos no afectaron tan directamente a la composic ión de la fauna en la región cantábrica, quizás por su carácter de cal lejón sin sa l ida, que hizo que muchas espe­cies persist ieran aquí en condic iones no del todo favorables durante el tardiglaciar. En el aná­lisis de los restos encontrados en las cuevas es preciso destacar el hecho de que las espe­c ies, l levadas allí por los hombres cazadores en su mayor parte corresponden a una selección económica, especia lmente en lo que se refiere a la macrofauna, mientras que otras espec ies (microfauna en casi su totalidad) no corresponden a tal selección y pueden servir mejor como indicador c l imát ico; se hace necesar io advertir, s in embargo, que no poseemos muchos estudios recientes sobre este tema en las zonas de Astur ias y Santander, aunque sí tenemos el real izado por el Dr. J . Al tuna para la provincia de Guipúzcoa, que es imprescindi­ble para el conocimiento de la fauna cuaternar ia en la región cantábrica (43).

Durante el Al lerod y el Dryas III todavía se encuentran en el sudoeste francés renos (Rangifer tarandus) y bisonte. En niveles azi l ienses, como el de Duruthy, hay testimonio de la presenc ia de reno, aunque en menor proporc ión que en los niveles magdalenienses (44). Por el contrario, estas espec ies ya no están presentes en el Az i l iense cantábr ico.

La espec ie dominante (según los hal lazgos en cueva) en el Cantábrico, es el ciervo (Cervus elaphus), espec ie que prefiere el bosque abierto y, por tanto, el momento cl imát ico posterior al tardiglaciar le es especialmente propic io ; pero no hay que olvidar que en los mo­mentos Inmediatamente anteriores, más fríos, también aparece abundantemente; en su emi­gración al sur quedará apr is ionado entre el mar y la Cord i l le ra Cantábrica, cubierta por las nieves. Pero parece existir una tendencia a la disminución de la tal la del ciervo del Holoceno, con respecto a los ciervos würmienses (45).

El jabalí (Sus scropha) empieza a aparecer de modo notable en este momento; como espec ie de bosque también encuentra un biotopo propic io a su desarrol lo.

También encontramos el corzo (Capreolus capreolus), aunque en los yacimientos se aprec ia , durante el Holoceno, una notable d isminución del número de test imonios de esta es­pecie; ésto no supone necesariamente su desapar ic ión, ya que el medio ambiente parece fa­vorecer su existencia dado que el habitat del corzo es ampl io, pues vive tanto en el bosque de la l lanura como en la alta montaña.

En las zonas montañosas y rocosas s iguen teniendo predominancia la cabra montes (Capra pyrenaica) y el rebeco (Rupicapra rupicapra), aunque se hacen más raros en los yacimientos, quizás porque son empujados hac ia la alta montaña por el crecimiento del bos­que. Predominan en algunos yacimientos del País Vasco en los niveles azi l ienses.

(42) Menéndez Amor y Florschütz, ob. cit., pág. 38. (43) Altuna, "Fauna de mamíferos de los yacimientos de Guipúzcoa", en Munibe, San Sebastián, 1972, n.° 1-4. (44) Bonifay, "Faunes Quaternaires de France", en Eludes Francaises sur le Quaternaire, París, 1969, pág. 139. (45) Altuna, " L a faune des Ondules du Tardiglaciaire en Pays Basque et dans le reste de la región cantabrique",

en Col. 271 del C.N.R.S. , La fin des Temps glaciaires en Europe, París, 1979, págs. 92-95.

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Persisten los grandes bóvidos (aunque desaparece Bíson), pero los restos hal lados son escasos , lo cual podría s igni f icar los comienzos de su desaparición re lac ionada posible­mente, con una explotación económica muy fuerte, por un lado, y con el crecimiento del bos­que, por otro.

El cabal lo es casi inexistente, o está escasamente representado, aunque no se puede afirmar de modo absoluto que su desaparición sea deb ida a la ext inción de la pradera, ya que existen espec ies de bosque o que pueden adaptarse a él (46). En la cueva de Zatoya (Abaurrea Al ta, Navarra) , asist imos a su desapar ic ión en los niveles post-azi l ienses (47).

Otras especies carecen de valor económico, al menos en su mayoría, y su presenc ia en los lugares habitados por el hombre está en relación de que sea allí, en las cuevas, donde bus­can refugio en los momentos en que éstas son abandonadas, o bien porque hacen madrigue­ras en el subsuelo.

Entre los carnívoros tenemos la marta (Martes martes), que habita en el bosque mix­to y de coni feras, y el tejón (Meles meles) que prefiere los bosques de hoja c a d u c a (48).

El topo común (Talpa europaea), es abundante y se puede aprec iar su aumento de tamaño con respecto al de los períodos anteriores (49).

Desde el comienzo del tardiglaciar comienzan a aparecer el murciélago ratero (Myotls myotls) y el rinolofo grande de bosques y zonas cubiertas (Rhinolophus ferrumequlnum).

El Microtus oeconomus, pequeño roedor que vive en las tundras del norte y que quizás puede identif icarse con la ratil la nórdica (Microtus ratticeps) (50), comienza a desaparecer a partir del Az i l iense, aunque está presente aún en estos momentos en algunos yacimientos cantábricos, dejando paso a la ratil la agreste (Microtus agrestis) con habitat en zonas húme­das y con abundante vegetación. También encontramos ratones del género Apodemus, como A. silvaticus. Podemos citar también Arvícola terrestris (rata de agua norteña), la Arvícola sapídus (rata de agua) , el l irón careto (Elyomis quercinus), el ratón de campo de los Pir ineos (Pitymís pyrenaicus) y algunos insectívoros como Sorex araneus (musaraña) .

La l iebre, aunque presente (posiblemente Lepus europaeus, según Altuna) (51), es muy rara, y es sólo a partir del Boreal cuando aumenta su presenc ia de un modo sensib le en los yacimientos.

Son muy raros los restos de aves reseñados en las memorias de excavación. Sí los encontramos ci tados en la cueva de Santimamiñe en los niveles super iores (nivel IV—pos t -a z i l i e n s e — y V — a z i l i e n s e — ) . En ambos están presentes, entre otras espec ies , el mirlo de col lar (Turdus torquatus), el zorzal alirrojo (Turdus iliacus) y el mirlo común (Turdus meru-la). Además, el halcón común (Falco peregrinus), el milano (Milvus regalis), la pa loma tor­caz y la zurita (Columba palumbus y C. oenas). Cas i todas estas espec ies viven en zonas ar­boladas, lo que indicaría el crecimiento del bosque en estos momentos cl imáticamente más templados. Podemos citar también, el cuervo (Corvus corax) y el arrendajo común (Garrulus

(46) Hainard, Mammiféres sauvages d'Europe, t. II, Neuchatel, 1962, 2.a ed., págs. 17-20. (47) Barandiarán Maestu, "Zatoya, 1975. Informe preliminar", en Príncipe de Viana, 37, n.° 142-143, Pamplona,

1976, pág. 18. (48) Van den Brink, Guía de campo de los mamíferos salvajes de Europa occidental, Barcelona, 1971, págs. 131

y 139. (49) Altuna, "Fauna de mamíferos. . ." , págs. 200-201 y 205. (50) Van den Brink, ob. cit., pág. 106; Hainard, ob. cit, págs. 276-277. (51) Altuna, ob. cit., pág. 34.

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glandarius), el alcotán (Falco subbuteo) y la a londra común (Alauda arvensis), todas el las también en Santimamiñe.

Entre las espec ies de moluscos terrestres dominantes tenemos, fundamentalmente, el Helix nemoralis, caraco l de c l ima templado y húmedo, presente en todos los niveles azi l ien­ses, aunque no formando "escargot iéres" (concheros de Helix), como los que encontramos en Franc ia y más al norte; en Santander tenemos un yacimiento con un nivel formado por una capa de caparazones de Helix; es el ya ci tado de Val le.

No conservamos restos de peces marinos en los niveles azi l ienses, aunque sí a lgunas citas de peces f luviales, que pueden entenderse como salmones y truchas, pero nunca se hace mención del género y de la espec ie .

Entre los moluscos marinos hay que citar, en pr imer lugar, la tendencia a la desapa­r ic ión, a partir del Az i l iense, de la Littorina littorea y de la L. obtusata (Dryas l l l -Preboreal se­rían los límites de su presenc ia en el Cantábrico) que, después, en los concheros astur ienses, serán susti tuidas por Trochocochlea crassa ( = Trochus lineatus). Las Patel las son muy abun­dantes, pero su tamaño va disminuyendo como efecto de una intensa recolección (52). Las espec ies presentes son la P. vulgata, P. intermedia y P. depressa. En menor proporc ión tene­mos la P. áspera y P. lusitánica. C o n valores más pequeños encontramos el mej i l lón (Mytilus edulis), la Nassa reticulata, la Ostrea edulis, Helcion pellucidus, Paracentrotus llvidus y Trlvia europaea. La modio la (Modiolus barbatus) es muy rara y sólo se ha encontrado en el contex­to de la sepultura de la cueva de Los Azu les I.

De anfibios y reptiles tenemos algún raro testimonio en esta últ ima cueva: Anguis fra-gilis, Bufo bufo, Rana sp . y Rana cf. temporaria.

(52) Vega del Sella, Paleolítico de Cueto de la Mina, Asturias, Madrid, 1916, págs. 82-83.

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Capítulo XI

HABITAT Y E C O N O M I A

Por los datos que conservamos en las cuevas excavadas, la habitación del hombre azi ­l iense cont inúa s iendo la cueva, al menos durante una gran parte del año. Si tuadas estas cavernas en lugares propic ios para la caza y el control del territorio, favorecen el ser habi­tadas por el hombre. En algunas los grupos humanos azi l ienses se asentaron directamente so­bre el habitat magdaleniense, haciéndose muy dif íci l la separación entre ambos. Pero lo habitual en las cuevas de Astur ias y Santander es la existencia de un nivel estéril o de una costra estalagmítica entre ambos niveles, lo que, s i por una parte faci l i ta su def in ic ión, por otra se establece s iempre un hiato entre ambos mundos culturales. Esta separación podemos ver la en Cast i l lo , Val le , Morín, Otero, Los Azu les I y la Pa loma. Incluso en la cueva de la R iera , en la que, como hemos visto, existen varios niveles que pueden ser cons iderados como de transic ión, el Magdalen iense del nivel 24 se encuentra separado del 26 por una costra esta­lagmít ica estéri l .

Generalmente las cuevas se encuentran sobre el nivel del valle y próximas a cursos de agua, lugares estratégicos propic ios a la c a z a y a la pesca . La cueva de Los Azu les I puede ser un ejemplo de si tuación favorable. Próxima al Se l la y al Güeña, en el lugar donde el val le comienza a cerrarse, controlando el paso a la costa y, además, en la conf luenc ia de esos dos ríos. En otros casos las cavernas están en el fondo de un valle cerrado o abierto, pero en un nivel muy bajo, como es el caso de Val le o del Pendo.

No tenemos pruebas de que los azi l ienses marcasen una separación entre el espac io habitado por el los y el mundo exterior, mediante la construcción de cabanas interiores o de s imples c ierres de la boca de la cueva, como medios de defenderse del frío y de las incle­mencias del c l ima. En el momento en que se in ic ia esta cultura el frío era intenso, pero aún en los momentos de mejoramiento c l imát ico no hay que pensar que s iempre fuera c lemente y tolerable.

En Los Azu les I encontramos un depósito potente de hogares azi l ienses, que y a he­mos señalado al hablar anteriormente de esta cueva. De todos el los sólo dos presentaban huel las de haber s ido preparados: uno excavando un hoyo en el suelo y rel lenándolo de gui­jarros, y, el segundo, creando un empedrado de cantos que sirviesen de base y contuviesen el hogar. Todos los demás eran s imples fuegos encendidos sobre el suelo s in preparación pre­v ia . Las loca l izac iones de estos hogares nos indican que el centro de la habitación, en los pr imeros momentos del desarrol lo del Az i l iense en esta cueva, estaba situado en el interior de la caverna, en el centro del vestíbulo. Allí se t rabajaba la p iedra y el hueso, como test imonia la gran cant idad de restos de tal la que se conserva en el lugar; y allí también se vivía. C o n el paso del t iempo las condic iones cl imáticas mejorarían y las cuevas comenzaron a ser abando­nadas poco a poco. En el caso de Los Azules la colmatación de la cueva la convertía en un lugar poco cómodo para la habitación. S in embargo, en un primer momento el hombre azi l ien-

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se y, posterior a él, el asturiense, parece reacio a abandonar definit ivamente ese tipo de refu­gio. En Morín vimos cómo la ocupación azi l iense se encuentra en las zonas próximas a la boca . En la Pa loma nos encontramos con un caso similar. En La Riera, aunque recientemente se ha excavado y encontrado azi l iense en el interior de la caverna, el depósito más importante estaba casi al exterior. También en Los Azu les tenemos el testimonio de ocupac iones exterio­res a la misma cueva, que dejaron restos marginales que cubr ieron las ocupac iones azi l ien­ses más primitivas en el interior de la sa la . Y el nivel 2 es, evidentemente, un arrastre de una ocupación completamente exterior. En todas el las encontramos la misma resistencia de los grupos humanos a apartarse totalmente de la caverna (y esto hace más misterioso el aban­dono del arte par ietal) . Aunque también tenemos test imonios, por el contrario, de ocupac iones si tuadas muy al interior de la cueva, como es el caso de El Pendo.

En todo ello es posib le que haya una tendencia atávica y no sería extraño que también superst ic iosa, a l igarse el mundo subterráneo que, como muestra claramente el arte parietal paleolít ico, está íntimamente l igado al universo espiritual del hombre primitivo. Pero en un pla­no más práct ico no hay que olvidar que además de servir de refugio relativamente cómodo (temperaturas más estables a lo largo del año) contra un c l ima ingrato, muchas cuevas ocu­pan lugares estratégicos excelentes que dominan val les que proporc ionan los medios de v ida a estos grupos humanos.

En la región cantábrica no se han encontrado campamentos al aire libre que corres­pondan a esta época. Y en lo que se refiere a la estac ional ldad de las ocupac iones no tene­mos ninguna certeza absoluta sobre el lo.

La economía:

La economía azi l iense sigue s iendo la t radic ional del paleolít ico aunque, como veremos, amplía sus posib i l idades.

La caza sigue s iendo el modo pr incipal de subs is tenc ia durante este período. Las es­pecies capturadas son, pr incipalmente, las de bosque abierto, como son el ciervo y el jabalí , aunque no se limitan exclusivamente a el las, pues encontramos, en menor esca la , otras espe­c ies, como son los grandes bóvidos y los caba l los .

El corzo está presente entre los restos hal lados en las cuevas. Pero sólo fuera de nuestra región en el nivel C de la cueva de Urt iaga, presenta un cierto interés. Con todo, en el nivel 28 de la cueva de la Riera, está presente con un 14,6 %, porcentaje notablemente más alto que el que encontramos en los niveles anteriores. L a cabra montes, en general , no apa­rece muy representada. S in embargo, en los niveles 26 y 27 de la misma cueva aún tienen cierta importancia, con un 21,7 % en el pr imero de los niveles c i tados y un 12,3 % en el se­gundo; en el nivel 28 desc iende ya al 3,3 %.

La preferencia, como se puede ver en la total idad de los niveles azi l ienses, está del la­do del c iervo. En Morín el número mínimo de individuos es de seis y los restos representan el 85,5 % del total. En la Riera tenemos datos más ampl ios. Para el nivel 26 /25, el número de Individuos es de 17; en el nivel 27, son 28 y en el nivel 28, 8. Pero mientras que en Morín de los c inco ejemplares sólo uno es juvenil , en la Riera el número se amplía. En el nivel 26 /25, aparte de representar el 70 %, tenemos 6 elementos adultos y 11 jóvenes. En el nivel 27, en el que representa el 75,5 %, los elementos adultos y juveniles están equi l ibrados, son 14 de cada c lase. En el nivel 28, con un 70 % de c iervo, también existe un equi l ibr io entre los indi­v iduos juveniles y los adultos, con 4 ejemplares de cada . Pero si anal izamos toda la serie

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estrat igráf ica de la Riera observamos que ese interés por los elementos juveniles comienza a desarrol larse a partir del Magdaleniense inferior (nivel 19).

En Morín podemos encontrar algunos datos importantes sobre el valor del ciervo en la dieta del hombre. Esta espec ie representa el 30,1 % de la carne consumida, mientras que el bóvido representa el 48,1 % (1). Aunque el va lor del bóvido sea mayor en volumen de carne, es prec iso tener en cuenta que la caza del c iervo es esca lonada y, por el lo, permite al grupo subsist i r durante un espacio de tiempo mayor. El bóvido permite obtener mayor cant idad de carne en un momento determinado.

De todas las maneras los datos son demasiado escasos todavía para poder deduc i r con precisión las formas de v ida y la dieta p rec isa del hombre azi l iense. Es evidente, tanto en Morín como en otros yacimientos, que el hombre explota todos los medios a su a lcance (2). El predominio del bosque, que irá arr inconando a las espec ies de campo abierto, dará la pr imacía a las espec ies que viven en aquél (como por ejemplo el jabalí) y, por el lo, la atención de los grupos humanos irá centrándose sobre el las.

La dieta de las comunidades azi l ienses se complementaba con la pesca . Los ríos pro­porc ionaban ampl ias posib i l idades para la captura del salmón y de la t rucha. Encontramos restos de estos animales en las cuevas de la Riera y en Los Azu les . Estas evidencias se limi­tan a hablarnos de una explotación económica de los ríos, pero no podemos apreciar su valor total, la importancia —sin duda es tac iona l— que podía tener este aspecto en la economía de los grupos azi l ienses. En la cueva de Los Azu les los restos de vértebras, mandíbulas y espi­nas, junto con la abundanc ia de arpones (s iempre que la relación arpón-pesca sea cor rec ta) , parecen indicar una explotación del río bastante intensa. El Se l la es un río rico en fauna y parece que fue ampliamente aprovechado. Otros yacimientos, más alejados de los cursos flu­viales importantes son más escasos en industr ia ósea de este tipo.

La recog ida de moluscos marinos (la presenc ia de moluscos terrestres no parece que pueda interpretarse, en la mayoría de los casos , como restos de al imentac ión) , tenía ya una relativa importancia en los yacimientos az i l ienses. Incluso lugares del interior parecen haber tenido relación con la costa, ya que en el los se encuentran restos de moluscos marinos, aunque en escasa cant idad, lo cual no deja de ser lógico. El hecho de que en la sepultura de la cueva de Los Azu les I se co locasen grandes caparazones de modiolas ( indudablemente buscadas con ocasión de los funerales) , nos Indican la indudable v inculación con las zonas costeras, pero denotan también un conocimiento directo de las posib i l idades que la cos­ta ofrece.

Las espec ies recogidas con mayor abundanc ia son la Patella y la Littorina littorea. L a cueva de la Riera es un buen ejemplo de la explotación de los recursos marinos. La Patella vulgata predomina en todos los niveles del 24 al 27, mientras que en el 28 se iguala a la P. intermedia, y la L. littorea cede el lugar a partir del nivel 28, a la Monodonta lineata. No se trata exclusivamente de una susti tución de espec ies deb ida a condic iones cl imáticas, sino también a una ampl iación de las zonas explotadas. Y a no son sólo los estuarios los que van a ser el escenar io único de la tarea recolectora de los grupos humanos azi l ienses, sino tam­bién las zonas rocosas expuestas, moderadamente, al oleaje (3). Y es de pensar que más que a una presión deb ida a un aumento de la poblac ión, se deba a un mayor conocimiento de las posib i l idades de la costa, a una mayor conc ienc ia de las posib i l idades que ofrece el medio.

(1) González Ejhegaray y Freeman, Cueva Morín. Excavaciones 1966-1968, Santander, 1971, págs. 429-430. (2) Ibid., pág. 429. (3) Altuna, Clark y otros, "Paleoecology at L a Riera (Asturias, Spain): a progress repon", en prensa.

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Además de las espec ies ci tadas encontramos, también, el Mytilus edufis y erizo de mar, junto a otras de escaso valor económico a juzgar por la rareza con que aparecen en los yacimientos.

A pesar de tener importancia la pesca en medios f luviales, no tenemos datos de que se haya real izado el mismo tipo de act iv idad en el mar. Cierto que este hecho puede deber­se, en gran parte, a falta de Información más que a una ausenc ia real de esta act iv idad, pero, así como para los yacimientos asturienses tenemos datos de captura de espec ies marinas, sin embargo no poseemos un solo dato para niveles azi l ienses. Es posible que este tipo de infor­mación no nos haya l legado, pero también es posible que no se explotase ese medio en este momento.

Sobre la recogida de frutos y semi l las tampoco tenemos información, aunque es de su­poner que haya tenido un papel importante en la dieta de los grupos humanos la explotación económica de los productos comest ib les que el bosque puede ofrecer (el avel lano está pre­sente en casi todos los análisis po l ín icos) .

Tenemos un indicio de la explotación económica del bosque, aunque no directamente l igado a la al imentación. En los análisis pol ínicos real izados en la cueva de Los Azu les I no se encuentran restos de Quercus en los niveles azi l ienses, sin embargo al real izar el estudio de los fragmentos de carbón ce encontraron restos de este género. Esto nos indica que el hombre buscaba su madera (y probablemente no ce rca de la cueva) para quemar. Junto con el Quercus se encontraba posiblemente Prunus y Pinus entre los carbones. De todos es cono­c ida la cual idad de la madera de Quercus para dar un ca lor intenso, no despedir mucha l lama y tardar en consumirse. Pero también que es necesar io quemarlo con otras maderas de com­bustión más fáci l . Además hay que pensar en la mayor f rondosidad de esa espec ie , sobre todo si la comparamos con las que hemos citado en los análisis polínicos.

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Capítulo XII

L A INDUSTRIA LITICA

En rasgos generales la industria lítica azi l iense se caracter iza por una reducción de los t ipos clásicos que encontramos durante el período magdaleniense y, también, por una reducción del tamaño de los útiles o, al menos, un aumento del porcentaje de los tipos pe­queños, lo que ya se viene observando desde el Magdaleniense f inal; ésto ya lo podemos ver en la cueva de la Chora (San Pantaleón de Aras, Santander) o en Tito Bust i l lo (Ribadesel la , Astur ias) , donde, si bien no podemos hablar de microl i t ismo, la proporción de pequeños tipos — c o m o las hojitas de d o r s o — e s considerable (30,92 %) o, en la Chora , la presencia abun­dante de pequeños raspadores. Esto es lo que podemos denominar "proceso de azi l ianiza-c ión " , con mucha más precisión referido a la industria lít ica que a la aparición de los arpo­nes planos, que son puramente episódicos.

Pero, ¿en qué consiste este proceso en lo que se refiere a la industria lít ica? Antes de responder a esta pregunta debemos trazar un retrato representativo de lo que denominados una industria azi l iense. L a respuesta va implíci ta en él .

En la observación de los índices de una serie de niveles de la región estudiada pode­mos observar las característ icas fundamentales — o al menos algunas de e l l a s — de esta in­dustria. Estos índices los podemos comparar con los de un yacimiento magdaleniense típico, como es Tito Bust i l lo y con dos yacimientos f ranceses: Vi l lepin y Longueroche (fig. 36) (1):

Pa l . Az . es. A z . 3e Rier. 27 Pendo Mor. V i l l . Long. T. Bus.

IG 47,5 23,8 23,6 17,3 25,2 13,6 46,4 25,6 9,7

IB 9,0 5,8 3,0 7,6 18,4 7,2 0,0 15,0 20,4

IGA 0,4 1,6 0,7 2,8 10,0 6,6 0,0 4,8 2,2

IBd 6,9 4,6 1,7 7,6 10,9 5,8 0,0 9,1 11,7

IBt 1,2 0,3 0,9 0,0 1,6 0,8 0,0 5,2 4,8

IGA r 0,8 6,9 3,3 16,6 40,0 48,9 0,0 19,0 23,4

IBd r 77,2 80,1 56,5 100,0 59,0 80,7 9,9 60,8 57,3

IBt' 13,6 5,6 30,4 0,0 9,0 11.5 0,0 35,1 23,6

G A 1,2 2,0 0,7 2,8 10,9 6,6 0,0 4,8 4,0

G P 18,0 45,9 43,7 31,7 20,1 30,0 28,3 18,9 33,9

(1) Las listas tipológicas de los yacimientos de Villepin y Longueroche han sido tomadas de la obra de D . de Sonneville-Bordes, Le Paléolithique supérieur en Périgord, Burdeos, 1960; pueden consultarse en el apéndice del present: libro, aunque la cifra total ha sido modificada en ambos casos por ser errónea la suma en la obra la citada autora francesa. Los de Tito Bustillo corresponden a las dos publicaciones de Moure 'Romanillo y Cano Herrera, Excauacio-nes en la Cueva de "Tito Bustillo" (Asturias). (Campañas de 1972 y 1974), Oviedo, 1975, y Excanaciones en la Cueva de "Tito Bustillo" (Asturias). Trabajos de 1975, Oviedo, 1976.

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En este cuadro hemos prescindido de dos niveles por no ser demasiado representati­vos, ya que son muy escasas las piezas que contienen. Se trata del nivel 2 de la cueva de Los Azules y del nivel 28 de la cueva de la Riera, ya que sus índices son claramente aberran­tes como ya vimos al tratar de dicho yacimiento.

Podemos observar en todos ellos el dominio absoluto del IG sobre el IB. Se da una auténtica inversión con respecto al Magdaleniense final —representado aquí por Tito Busti-llo—, donde el dominio del índice de buril sobre el de raspador es absoluto. Asimismo el otro aspecto inmediatamente visible es el alto porcentaje del Grupo Perigordiense, que domina de modo evidente sobre el Auriñaciense, fenómeno éste lógico, pero que nos entronca con la tradición inmediatamente anterior, a pesar de la ruptura.

Pero debemos especificar aún más para poder comprender la individualidad de la in­dustria aziliense, su originalidad y su posible significado.

f i I I I I I U I I M I I I I i I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I I H I l I I l M * l I l l l I I l l I I H I H I I I H l t l I ' I I i I I I I I M i I l i I

S 10 I S 2 0 2 5 2 0 2 S H 0 H S £ 0 E 0 S E 7 0 7 5 B 0 B E 9 0

F i g u r a 36

Los cuatro grupos que, inmediatamente, se pueden advertir en un conjunto aziliense, con ligeras vanantes, son:

a) Raspadores, con unas características propias muy marcadas.

b) Buriles, con una exigua presencia.

c) Utillaje de hojitas muy desarrollado.

d) El grupo formado por escotaduras, denticulados y, en algún caso, piezas es­quinadas.

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Hay yacimientos donde existe un importante aumento de las piezas de retoques conti­nuos sobre uno o sobre los dos bordes; pero estas son p iezas difíci les de definir en cuanto a su signi f icación y, en muchos casos no podemos dec i r que se trate de útiles propiamente dichos, aunque en otros lo sean indudablemente. De todas las maneras, por ser una p ieza muy simple son comunes en todo el Paleolít ico y, por el lo, poco definitorias.

En lo que se refiere a los raspadores, la tónica general es la tendencia al raspador cor­to y ancho, a veces próximo al c i rcular , y, en la mayor parte de los casos, sin una preocupa­ción muy marcada por su factura. No s iempre es fácil definir el lugar t ipológico que les co­rresponde y, generalmente, se les suele co locar entre los t ipos de raspadores sobre lasca , unguiforme (pese a la indefinición de éste) o el c i rcular . Podemos observar conjuntamente es­tos grupos en los distintos yacimientos. Salvo en las cuevas f rancesas de Vi l lepin y Longuero­che, el raspador simple no suele tener una ampl ia representación (es una excepción la cueva de la Pa loma con un 4,91 % ) . Todos los otros tipos si tuados entre el 1 (raspador s imple) y el 8 ( raspador sobre lasca) tienen una presenc ia muy escasa . Entre este últ imo y el 10, es decir , los cortos y anchos, encontramos la mayor representación, aunque esto no sea más que una general ización que hay que contrastar con la real idad.

Tipo Palo . Az . 2 Az . es. A z . 3e Rie. 27 Pendo Mor. V i l . Long. T. Bus .

8 31,5 28,9 15,3 16,9 6,7 4,2 1,6 24,7 7,5 0,7

9 0,8 0,0 0,1 0.3 0,9 0,0 0,2 1,7 0,6 0,06

10 4,5 0,0 3,3 3,0 6,7 0,8 0,0 12,8 4,2 0,0

11 0,4 0,0 0,9 0,3 0,0 0,0 2,2 0,0 0,0 1,1

12 0,0 0,0 0,5 0,3 1,9 6,7 1,9 0,0 4,4 1,0

C o n l igeras variantes son los t ipos 8 (raspador sobre lasca) y el 10 (raspador ungui­forme) los que dominan, a veces con índices muy elevados, como sucede en La Pa loma y en los Azu les o en la Riera; y los yacimientos f ranceses inciden en la misma tendencia. En lo que se refiere a los aqui l lados, hay que advertir que el pequeño raspador azi l iense, muchas ve­ces trabajado sobre una lasca gruesa, toma un aspecto netamente carenado (lo que puede Incidir sobre el IGA) . Pero junto a estos t ipos ambiguos, en los que siguen presentes esas característ icas de cortos y anchos, encontramos auténticos carenados.

Puede resultar extraña la escasa representación de los raspadores c i rculares, dado que muchas veces se hace referencia a los "d isqui tos raspadores" en toda la l iteratura sobre este período. Lo cierto es que rara vez se encuentran auténticos ejemplares de raspador c i rcular . A l hablar de "d isqu i tos" o de "bo tones" , en real idad se está haciendo referencia a una serie de t ipos de tendencia c i rcu lar (cortos y anchos ) , pero pocas veces se ext iende el retoque a todo el contorno de la lasca .

Los tamaños suelen ser reducidos, aunque algunos, muy raros, a lcanzan los c inco cen­tímetros de largo (pero s in sobrepasar los seis, normalmente) . Por ejemplo, en el nivel 3 de la cueva de Los Azu les (capas super io res) , de 347 ejemplares, sólo 2 están entre los 5 y los

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6 cms., nueve entre los 4 y los 5. El resto está entre uno y tres centímetros. Y esta es una ca ­racterística Importante dentro de la técnica azi l iense sobre la que volveremos.

El segundo grupo representativo, por contraste, es el de los buri les. Su interés rad ica en el hecho de que sus porcentajes desc ienden de un modo notable con respecto a los nive­les magdalenienses. De ser más numerosos proporc ionalmente pasan a ser si no inexistentes sí, al menos, a presentar un porcentaje muy reducido en relación al de los raspadores. Su im­portancia es, por lo tanto, relativa: por un lado, con respecto al Magdaleniense, nos muestra un cambio en el comportamiento técnico y, por ello — y por otro lado—, su ins igni f icancia es tan signif icat iva como su anterior presenc ia preeminente, que, precisamente, se da en el mo­mento en que con más intensidad y habi l idad se trabaja el hueso.

Desde el punto de vista t ipológico el modo dominante es el buril d iedro, pero no todas sus modal idades. Los buri les sobre truncatura a lcanzan valores ínfimos, cuando existen. El IBt más elevado es el de Longueroche, con 5,29 %.

Si comparamos el !G de todas las cuevas con el IB vemos que en todas o en casi todas el primero dobla al segundo, cuando no lo supera en cuatro veces, como ocurre en el caso de la Pa loma o en el de Los Azu les . S i lo comparamos con Tito Bust i l lo, donde la si tuación se invierte, advert imos inmediatamente la d i ferencia. Pero si observamos el nivel 24 de la Rie­ra (IG: 16,83; IB: 6,93) vemos como a finales del Magdalen iense comienza la inversión, aun cuando en el mismo nivel encontramos un arpón típico de este período. Con todo no conviene exagerar el valor de estos ídices, puesto que pueden ser alterados por las funciones que se desarrol laron en el lugar de la excavación.

Tipo Pa lo . A z . 2 Az . es. A z . 3e Rie . 27 Pendo Mor. Vi l . Long. T. Bus

27 1,6 0,0 0,5 0,0 0,0 1,6 2,2 0,0 6,7 3,0

28 2,4 1,4 0,3 0,1 0,0 1,6 1,1 0,0 0,4 3,2

29 0,4 1,4 1,9 0,6 0,0 2,5 1.3 0,0 1,6 0,4

30 1,2 0,0 1,7 0,3 6,7 4,2 0,8 0,0 0,4 3,0

31 1,2 0,0 0,1 0,5 0,9 0,8 0,2 0,0 0,0 1,8

La preferencia por los buri les diedros es destacable, pero rara vez aparecen con un porcentaje super ior al 2,5 %, salvo en el buril de ángulo sobre rotura, que en la Riera sube por enc ima del 6 %, o en El Pendo, con 4,2 % . Los de truncatura están escasamente represen­tados en todos los niveles, excepto en la Riera nivel 28, donde encontramos un 3,1 % de bu­riles sobre truncatura retocada ob l icua.

El tercer grupo es el del utillaje sobre hojitas. Como puede apreciarse, el índice pe-rogordiense es muy elevado en los niveles azi l ienses y cas i todo ese porcentaje está formado por las hojitas de dorso y las puntas azi l ienses, ya que los demás tipos t ienen, generalmente, muy escasa representat ividad. Una advertencia que es preciso hacer y que no conviene olvidar, es que posiblemente los índices aumenten debido al hecho de que muchas de las diminutas piezas sobre hojitas están rotas, lo que hace que se mult ipl iquen, pero, con todo, son un elemento dominante, sin duda a lguna.

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Tipo Pa lo . A z . 2 A z . es. A z . 3e Rie . 27 Pendo Mor. V i l . Long. T. Bus .

79 0,0 0,0 0,1 0,1 0,0 0.0 1.3 0,0 0,0 0,2

80 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0

81 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,2

82 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0

83 0,0 0,0 0,0 0,1 0,0 0,0 0,2 0,0 0,2 0,0

84 0,0 1,4 0,5 0,5 0,0 0,0 0,5 0,0 1,4 0,2

85 15,9 23,1 41,6 39,1 29,8 15,1 20,0 12,8 12,6 30,9

86 0,8 4,3 2,1 1,0 0,0 0,8 3,0 5,7 0,0 0,3

87 0,0 0,0 0,1 0,5 0,0 0,8 0,0 0,0 0,0 0,4

88 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 0,0 4,4 0,0 0,0 0,2

89 0,4 1,4 0.4 0,6 0,0 1,6 2,5 0,0 1.0 0,3

90 0,4 0,0 0,3 0,1 0,0 3,3 2,2 0,0 0,0 0,4

91 6,5 5,7 8,0 8,9 9,6 5,0 0,0 21,6 20,3 0,8

Como puede observarse los porcentajes de hojitas son muy elevados en todos los ni­veles azi l ienses, recayendo todo el peso sobre las hojitas de dorso rebajado, muy numerosas en todos los yacimientos en los que sobrepasan el 20 %, salvo en la cueva de la Pa loma y la del Pendo —pero también con índices a l tos—; la pr imera de estas cuevas fue excavada a prin­c ip ios de siglo y la segunda pasó por una serie de vic is i tudes en las que pudieron perderse parte de estos útiles. S in embargo, los otros t ipos (dent iculadas, t runcadas, etc . ) , están muy escasamente representadas en proporc ión.

Contra lo que podría esperarse los índices de puntas azi l ienses son mucho más bajos. En ninguno de los yacimientos de Astur ias y Santander l legan al 10 % . Este fenómeno puede expl icarse —aunque no de un modo absolutamente conv incente—, si acud imos a otros yaci ­mientos epipaleolí t icos del Norte de Europa. Normalmente los útiles compuestos de hojitas suelen l levarlas en una proporc ión mayor que la que suelen uti l izar los útiles compuestos con puntas (hechas para c lavarse o incrustarse en a lgo) , que, generalmente, pueden uti l izar sólo una (2). Resal ta el caso de Morín en el que está ausente este tipo, s iendo sustituido por las microgravettes.

En yacimientos f ranceses, como los dos ci tados de Vi l lepin y Longueroche, sobrepa­san los índices de puntas azi l ienses a los de hojitas de dorso, superando el 20 % .

Un caso especia l es el que plantean los microl i tos geométr icos. Tradic ionalmente, en la literatura arqueológica, se ha abusado de su ci ta concediéndoles una importancia de la que carecen en la región cantábrica. Estos microl i tos los encontramos en el Az i l iense francés avanzado y evoluc ionado (Sauveterr iense), pero su expansión por el norte de la Península quedó muy restr ingida al País Vasco y a la zona oriental de Santander durante el período azi­l iense y en cant idades mínimas.

En Morín encontramos c inco tr iángulos y en Urt iaga (nivel C) tan solo uno. En Zatoya se encontraron muy pocos en el nivel Az i l iense y, según Barandiarán Maestu, su presenc ia puede deberse a intrusiones de los niveles super iores causadas por las raíces que removie-

(2) Cfr. Rozoy, J. G . , Les derniers chasseurs, Reims, 1978, págs. 949 y ss.

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ron las capas (3). En los Azules se encontraron algunas p iezas, pero su def inición como trián­gulos es bastante dudosa. Donde más abundan — y la palabra no es muy a d e c u a d a — es en el País Vasco ; los encontramos en los niveles azi l ienses de las siguientes cuevas: Urt iaga (donde además del tr iángulo citado encontramos un segmento de círculo y un t rapec io) , en Santimamiñe (dos tr iángulos y algunos segmentos de c í rcu lo) , Atxeta (un t rapec io) , Ai tzbi-tarte IV (un t r iángulo) , en Ekain (tr iángulos y segmentos de c í rcu lo) . Como puede verse en todos el los los porcentajes son mínimos y no se di ferencian en nada, en este aspecto, del com­portamiento del Paleolít ico f inal. Resul ta di f íc i l , con estos datos, hablar de un microl i t ismo geométr ico durante el Az i l iense cantábrico.

Un caso espec ia l , pero aún mal conoc ido , lo presenta la cueva de Piélago (Santan­der ) , donde parece que existe abundanc ia de estos tipos, que van aumentando en número a medida que nos aproximamos a t iempos más recientes, mientras que en un Proto-azi l iense o Azi l iense antiguo o no se encuentran o son muy escasos (4).

El yacimiento clásico que dio pie a esta teoría del microl i t ismo geométr ico en el Az i ­l iense cantábrico es la cueva de Val le. S in embargo, la deficiente publ icación primit iva de las excavac iones y la división del nivel azi l iense en dos capas separadas por una que contenía abundanc ia de Helix, introducen elementos de duda razonable sobre la asignación de estos geométr icos a una capa determinada e, incluso, podría pensarse en un nivel post-azi l iense. Pero no tenemos probabi l idad de resolver el problema con los escasos datos que tenemos. No negamos la posib i l idad de un geometr ismo azi l iense, pero, por ahora, todas las pruebas son demasiado frágiles.

El cuarto y últ imo elemento que entra en la def inic ión de una industria azi l iense está formado por el grupo de las escotaduras, dent icu lados y piezas esquir ladas, tomadas en con­junto. Es cierto que para algunos tipos que no hemos incluido en ninguno de los grupos aquí señalados, puede haber porcentajes super iores a los representados en este últ imo bloque. Pero eso es un elemento episódico que podemos encontrar en algún yacimiento, pero no una tónica lo bastante general izada como para incluir la en una def inic ión por elemen­tos esenc ia les.

Tipo Palo . Az . 2 Az . es. Az . 3e Rie. 27 Pendo Mor. V i l . Long. T. Bus

74 1,6 0,0 3,5 7,7 7,G 5,0 7,5 0,0 0,8 1,4

75 4,0 8,6 2,5 5,2 7,6 5,0 5,5 0,0 1,2 2,0

76 1,2 5,7 3,1 1,7 5,7 3,1 1,3 0,0 0,0 0,2

77 3,2 1,4 0,8 0,5 3,8 0,8 1,1 0,0 0,2 1,4

Como puede verse el conjunto en sí es importante dentro de una industria azi l iense cantábrica. Las raederas t ienden a desaparecer o, al menos, sus índices, suelen ser muy ba­jos. El tamaño de estas piezas es mayor, habitualmente, que el del resto de los utensil ios. Sobre su s igni f icado volveremos inmediatamente.

C o n esto hemos visto los cuatro grupos pr incipales que encontramos en los yac imien­tos azi l ienses. Y podemos dejarlos solamente reunidos en dos conjuntos: 1) el de los útiles que

(3) Barandiarán Maestu, " E l proceso de transición Epipalcolítico-Neolítico en la cueva de Zatoya", en Príncipe de Viana, 147, Pamplona, 1977, pag. 23.

(4) García Guinea, " E l Mesolítico en Cantabria", en Jordá, Ripoll, Beltrán et alii, La Prehistoria de la Cornisa can­tábrica, Santander, 1975, págs. 188-191.

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t ienen como f inal idad una act iv idad que, aunque no es fin en sí misma, no está or ientada a construir otro úti l; 2) el grupo de los que tiene como fin la real ización de otro úti l , como los anteriormente ci tados. Entre los primeros habría que citar las hojitas de dorso, las puntas azi l ienses y las microgravettes, orientadas fundamentalmente a la caza o a la recolección de elementos vegetales; estas piezas no son otra c o s a que "armaduras" (según la terminología f rancesa) para construir útiles compuestos y or ientados a acc iones dest inadas a proveer de al imentos a un grupo humano, y también de materias pr imas. Este tipo de útiles, lógicamente, sólo pueden ser uti l izados con un enmangue (como sucede con la mayor parte de los ras­padores) . Pero no tenemos huellas de este tipo de soporte en ninguno de los yacimientos de Astur ias y Santander, salvo dos azagayas o huesos aguzados que podrían haber servido —aunque con alguna d i f icu l tad— para encajar en el los algunos microl i tos; son piezas con acanaladuras que con alguna resina podrían sostener las pequeñas hojitas o puntas, como sabemos que ocurre en algunos yacimientos epipaleolí t icos del norte de Europa (5). Los lu­gares en que fueron encontrados estos ejemplares son Los Azu les , Val le y la Pa loma (figu­ras 10: 2 y 27: 7 ) . Pero son acanaladuras muy poco profundas, por lo que nos parece dudosa la atr ibución de soporte a estas piezas.

El otro grupo es el de los útiles dest inados a trabajar otro tipo de utensil ios: raspado­res, dent iculados, escotaduras y piezas esquir ladas. Todos el los dest inados a trabajar la ma­dera (aunque los raspadores también han servido para trabajar el hueso) . Es este un ele­mento clave. El hueso, como veremos, va perdiendo fuerza como elemento básico en la cons­t rucción de útiles y, sin embargo, se construyen cada vez más piezas pequeñas que exigen enmangue. Necesar iamente éste tiene que ser de madera, pues, como hemos d icho, no en­contramos testimonios en hueso y resulta muy extraño que se hubieran perdido todos el los, mientras conservamos otros restos óseos. Nos encontramos, pues, ante un elemento que, aun­que no es nuevo, va a Ir adquir iendo un papel preponderante en el t ranscurso del t iempo y que tiene indudables ventajas, como puede ser la abundanc ia (aumento del bosque) , faci l idad para consegui r la sin gran esfuerzo en cualquier momento y, la no desprec iab le, de no tener que someterse a los tamaños fijos y casi inalterables del asta de ciervo.

En muchos casos se ha hablado de "sustrato cul tural" al tratar de los dent iculados y escotaduras, pero más que un "sustrato" — q u e nos deja la impresión de un " res iduo" que se mantiene por la fuerza de la t radic ión—, habría que hablar de una uti l ización consciente de estos elementos en un intento de transformar totalmente la forma de ser la industria; y si no, obsérvese cómo el buril tiene su predominio en los niveles magdalenienses, en pleno apo­geo de la industria ósea y decae luego durante el Azi l iense, cuando también decrece la impor­tancia de la industria de hueso.

Todo ello nos responde en parte a lo que nos preguntábamos al pr incipio del capítulo. El "p roceso de azi l ianización", no es otra cosa que un proceso de racional ización técnica, con menos preocupación por la perfección " t íp ica" del útil y una mayor búsqueda de la efi­cac ia , una mayor uti l ización de los recursos y, paradój icamente, una mayor compl icac ión. Pe­ro si se observa detenidamente el proceso del Paleolít ico superior se puede ver que la ten­denc ia está mucho más alejada en el tiempo de lo que parece.

(5) Cfr. Rozoy, ob. cit.; Clark, J. G . D . , The Mesolithic settlement of Northern Europe, Nueva York, 1969, págs. 112 y ss.; Odell, G . H . , "Prcliminaires d'une analyse fonctionnelle des pointes microlithiques de Bergumermeer (Pays-Bas)", en Bull. de la Société Préhistorique Francaise, t. 75, 1978, 2, págs. 37-49.

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Capítulo XIII

L A INDUSTRIA O S E A

Definir un nivel azi l iense resultó s iempre problemático, aunque como hemos visto en el caso de la industr ia lít ica, el problema es menor de lo que pareció s iempre a los prehisto­riadores; aunque conviene también observar, sí queremos ser objetivos, que si la industria azi­l iense puede ser def inida sin grandes di f icul tades —tomada genér icamente—, pueden Intro­duci rse var iac iones más difíci les de detectar, por ejemplo, el caso de un nivel en que por real izarse una determinada y única act iv idad el número de tipos se haya reducido; pero esto es común con cualquier otra industria. Con una ser ia desconf ianza en la f iabi l idad de la indus­tria lít ica para la def inic ión del Az i l iense, los arqueólogos se han visto obl igados a acudi r al fósil director de la industria ósea. S in embargo, la industria de hueso, comparada con la r iqueza de los niveles magdalenienses, es extremadamente pobre. Pero siempre — d e s d e las excavac iones de Piet te—, se contó con el auxi l io de un útil muy típico de este período: el arpón aplanado con una o dos hileras de dientes y perforación en la base en forma de ojal (figs. 37 y 38) .

Dentro de la región que estudiamos contamos con dos formas típicas, aunque con des­igual distr ibución en el espac io . En primer lugar tenemos los arpones de dos fi las de dientes, de los que, dentro del área estudiada, hay escasa representación y l imitada a la provincia de Santander ( incluso en el País Vasco no abundan; contamos con uno dudoso en el nivel C de Urt iaga, otro en la cueva de Agarre y otro, fuera de contexto estrat igráfico, en la de P ikandi ta) .

Son arpones aplanados con perforación basal , aunque en algunos casos se desp lace a la altura de los pr imeros dientes (Valle) (fig. 38: 1) . La perforación es en ojal, salvo en dos ejemplares (Meaza y Piélago) que tienen tendencia a la c i rcu lar (fig. 37: 5 y 8 ) .

Ejemplares de este tipo los encontramos en la cueva de Meaza (3 arpones, uno de los cuales de tamaño desusado, con unos 15,5 cms. de largo y cuatro dientes en cada lado) (fig. 37: 4-6), en la cueva del Cast i l lo (un fragmento) (fig. 37: 10), en Morín (un ejemplar casi completo, un fragmento y una base que, posiblemente, perteneció al mismo tipo) (fig. 37: 9 y 11), en Val le (un fragmento y una base de otro posible ejemplar de dos hileras) (fig. 38: 1-2) y en Piélago (conocemos uno de dos hileras de dientes) (fig. 37: 8 ) . Además de éstos tenemos dos fragmentos de indudable interés: uno pertenece al nivel 1 de la cueva del Otero, arpón de sección cuadrangular, que podría ser azi l iense (fig. 38: 15), y otro, de la cueva de la Chora , magdaleniense, de sección aplanada y de dos fi las de dientes (fig. 38: 17) .

En cuanto al tipo de dientes es muy var iado, pero podemos reducir lo a dos modal ida­des fundamentales: unos de tipo anguloso, que apenas sobresalen del cuerpo del arpón, que afectaría la forma de un huso en el que unas incis iones marcarían los dientes ( indudable­mente representa un ahorro de trabajo), como es el caso de Morín o el del Cast i l lo ; el otro tipo posee los dientes en forma de gancho curvado más o menos marcado (Piélago, Meaza , Val le , Otero) .

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F i g . 37.—Arpones azilienses (Castil lo, Meaza , M o r i n y Piélago).

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Fig. 38.—Arpones azilienses (Valle, Pendo, Otero, Salitre, Chora, Cueva Oscura de Perán).

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El segundo tipo de arpones es más abundante y su difusión más ampl ia. Se trata de arpones de una fi la de dientes, que en el fondo no hacen más que seguir la t radic ión magda-leniese, donde este tipo abunda más que el de dos hileras de dientes.

Los ejemplares que conservamos son los siguientes: uno en la Pa loma, también uno en Cueva Oscura de Perán (fig. 38: 18), 26 e jemplares y algunos fragmentos en la cueva de Los Azu les , dos en la Riera, seis en el Pendo (fig. 38: 9-14), dos en Cast i l lo (fig. 37: 2 y 3 ) , uno en Sali tre (fig. 38: 16), uno en Meaza (fig. 37: 1) , seis en Val le (fig. 38: 3-8). Además tene­mos uno ci tado para la cueva de Piélago (fig. 37: 7 ) , y un número no especi f icado para Cue­va Oscura de An ia .

El número de dientes varía de unos a otros, como puede verse en el siguiente cuadro:

n.° de dient. Pa l . Az .

C . 0 Per. R i . Pen. Cas . Va l . Piel. Sa l . Total

1 3 1 2 6

2 1 2 2 1 1 7

3 8 1 1 1 3 1 14

4 2 1 3

Existe un predominio de los arpones de tres dientes, mientras que los de dos y uno están bastante equi l ibrados entre sí. Es interesante advertir que en la cueva de Los Azu les los de un solo diente aparecen solamente en las capas super iores del nivel 3, pero no en la capa 3e; por el contrario, los de dos dientes aparecen sólo en la capa 3e.

Todos el los son de sección ap lanada, pero incluso en este aspecto hay di ferencias que pueden ser observadas en la cueva de Los Azu les . En ésta puede verse cómo los arpones pueden dividirse en dos grupos: unos de secc ión ap lanada y un contorno romboidal en el que está inscrito el diente o los dientes. Otros poseen un fuste largo, de sección casi redondeada o plana, de la que destacan unos dientes angulosos y fuertes, que en otros casos son cur­vados y f inos.

En lo que se refiere a la perforación, salvo casos excepc iona les (Pa loma, Piélago y, po­siblemente, uno del nivel 3e de Los Azu les ) , es s iempre en ojal; pero varía la s i tuación. Es una excepción el de la cueva de Sal i tre, con doble perforación (posiblemente también el de Cueva Oscu ra de Perán). Tenemos un grupo de el los en los que la perforación está en la ba­se misma: dos en la cueva de Val le , uno en la Riera, cuatro en El Pendo, uno en la Pa loma y seis en Los Azu les . S in embargo otros t ienen la perforación a la altura del pr imer diente, o por enc ima de él; es el caso de un ejemplar de El Pendo, dos de Val le, uno de Piélago y ocho de Los Azu les . En este últ imo yacimiento pertenecían todos el los al nivel 3e, es decir , la perforación más elevada corresponde al nivel azi l iense más antiguo, con lo que adquiere va­lor cronológico esta característ ica. Un caso extraordinario son los arpones —d im inu tos— de Cueva Oscura de An ia que carecen de perforación.

C o n respecto al or igen de este útil hay que dec i r que se trata de una cuestión banal, entre otras razones porque el área donde se da el Az i l iense no es tan ampl ia como para justifi­car una búsqueda tan ardua. También se ha d iscut ido mucho sobre su origen técnico: si el aplanamiento se debe a la ut i l ización del asta de ciervo en lugar de asta de reno para su

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construcción. Pero esto es algo muy superado y no volveremos sobre el asunto (1) . Y a Breui l señaló, con bastante precis ión, que al final del Magdalen iense se tiende a un aplanamiento y ésto, como afirma Thompson, se debe a una razón de func ional idad: una mayor fac i l idad pa­ra penetrar en el cuerpo del animal permit iendo una mejor sujeción a éste (2) ; por otro lado, la perforación, descubier ta en el Magda len iense cantábr ico, permite una mayor f i jación al as­til al que se encuentra l igado. El arpón az i l iense no es, por tanto, una or ig inal idad absoluta, ni una invención impuesta por la materia pr ima. Es el resultado de una evolución deb ida a la exper ienc ia; y esa evolución debió real izarse en la zona de los Pir ineos y desde allí se difun­dió hac ia el norte y hac ia el oeste (3). En las zonas de Astur ias y Santander, observamos el aplanamiento en algunos arpones de El Pendo, la Cho ra o la Riera (nivel 24) , y la apar ic ión de la perforación lateral ya a finales del Paleolí t ico; aunque no tenemos ningún ejemplar que podamos admit ir s in duda como un precedente directo del arpón azi l iense, la tendencia es c lara. Pero no tenemos un yacimiento donde la pos ib i l idad de segui r sus pasos se presente con la c lar idad del yacimiento de La Vache (4).

El arpón no es el único instrumento óseo que encontramos en el Az i l iense, aunque sea el más característ ico y se comporte, como hemos d icho, como fósil director. Las azaga­yas, menos representativas y con una notable variedad t ipológica, aparecen también en nive­les azi l ienses, aunque haya desaparec ido casi por completo la decoración con la que suele hallárselas en los niveles magdalenienses. C o n f recuencia el trabajo de las mismas es medio­cre, aunque en la práct ica s iguen cumpl iendo la misma función, señal de que en estos tiem­pos parece primar, sobre cualquier otra f inal idad, la estrictamente funcional .

Los t ipos que encontramos son var iados: azagayas de sección cuadrangular (Mor ín ) , c i rcu lar (Riera, Los Azu les , Mor ín) , ap lanada (Morín, Los Azu les ) , subtr iangular (Los A z u l e s ) . A lgunas poseen un bisel doble (Morín) o senc i l lo (Los Azu les ) . C o n todo, se trata de un útil escasamente representativo en la industr ia de hueso azi l iense.

Son mucho más abundantes los huesos aguzados o punzones, de los que conservamos alguno completo que aún tiene la art iculación que sirve de mango al úti l; fue encontrado en el nivel 3e de la cueva de Los Azu les . Pero por regla general aparecen muy fragmentados, con lo que resulta difíci l tener una idea cabal del tipo (fig. 12: 9 ) .

Junto con estos aparecen algunos ejemplares de huesos aguzados muy finos y de ta­maño muy pequeño, con sus extremidades redondeada una y aguzada otra; se trata de lo que Barandiarán Maestu denomina "punta f ina dob le" y "al f i leres" (5) . En algunos casos se trata de pequeñas asti l las de hueso biapuntadas semejantes a anzuelos.

Aunque por el momento no son frecuentes, se encuentran algunos fragmentos de hueso retocado de un modo semejante a la piedra, con retoques que modi f ican uno o los dos bordes de la ast i l la. También se encuentran cuñas que aparecen con un acusado desgaste en una de sus extremidades.

(1) Cfr. Saint-Périer, R. de, "Sur la forme des harpons en bois de cerf , en Bull. de la Société Préhistorique Francaise, 1920; Carballo, Prehistoria Universal y Especial de España, Madrid, 1924, pág. 111; Carballo, Investigaciones prehistóricas, Santander, 1960, págs. 105-106; Vega del Sella, Las Cuevas de la Riera y Balmori (Asturias), Madrid, 1930, pág. 23; Thompson, M . W. , "Azilian Harpoons", en Proceedings of the Prehistoric Society for 1954, vol. X X , 2, Londres, 1955, págs. 193-211.

(2) Thompson, ob. cit., págs. 204-205. (3) Malvesin-Fabre, Nougier et Robert, "Le Proto-Azilien de la Grotte de L a Vache (Ariége) et la genése du

harpon azilien", en Bull. de ¡a Société Préhistorique de VAriége, t. V , 1950. (4) Nougier et Robert, "Harpons 'aziliens' et harpons 'magdaleniens' de la grotte de la Vache á Alliat. (Observations

et réflexions)", en Bull. de la Société Préhistorique de l'Ariége, 32, 1977, págs. 13-47. (5) Barandiarán Maestu, El Paleomesolítico del Pirineo occidental, Zaragoza, 1967, pág. 299.

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Un tipo poco abundante es la espátula. Poseemos un ejemplar en Rascaño y otro en la cueva de Los Azu les . S i en el segundo caso la posición es t ra t ig ra f ía , como vimos ya, es segura, no lo es tanto en el caso de la espátula de Rascaño. La pr imera, trabajada sobre un metápodo de cérvido o cáprido, conserva la perforación natural del hueso (fig. 41: 3 ) . En cuan­to a la segunda, parec ida en cuanto al tipo, presenta una perforación real izada artif icialmente y en forma de ojal (fig. 41: 2 ) , al esti lo azi l iense. Ambas están decoradas y volveremos sobre el las más adelante.

En la cueva de Balmor i , el conde de la V e g a del Se l la encontró dos bastones perforados en la zona de conjunción del Magdaleniense con el Az i l iense, pero por su aspecto recuer­dan los encontrados en las cuevas de Fonfría y Tres Calabres, que pertenecen al Astur iense y, es posible, que los de Balmori sean del mismo período (6).

En líneas generales podemos dec i r que la industria ósea azi l iense es de una gran po­breza. Apenas hay tipos representativos (fuera del arpón) y, lo que es más l lamativo, son muy escasos. En la cueva de Los Azu les , donde como vimos es relativamente importante el núme­ro de restos, sin embargo no podemos dec i r que sean numéricamente muy signif icat ivos. Ade­más, al aparecer tan fragmentados, es difíci l extraer conc lus iones.

En resumen, podemos afirmar que los dos tipos auténticamente representativos son el arpón y los huesos aguzados.

El adorno:

Lo que podríamos considerar como elementos de adorno personal disminuyen de mo­do notable durante el Az i l iense.

El ocre sigue siendo abundante en los yacimientos, aunque su f inal idad puede exceder en mucho el s imple adorno del cuerpo y no encontramos, como sucede en Zatoya, fragmentos de colorante con huel las de haber sido ut i l izados (7).

S iguen uti l izándose los caninos atrofiados de ciervo como colgantes, junto con algunos moluscos perforados. Los pr imeros con perforación c i rcular no son muy abundantes; apenas aparece uno o dos en los niveles azi l ienses. Tenemos también un canino de carnívoro perfora­do, encontrado en Cueva Morín.

De los moluscos tenemos algunos ejemplares de Littorina obtussata, Nassa reticulata perforados, pero la más abundante es la Trivia europaea. En la cueva de Los Azu les , en un espac io reducido se encontraron 56 trivias, tres littorinas y dos caninos de ciervo todos el los perforados y que formaban, probablemente, un col lar.

Además encontramos una p laca de hueso de tres centímetros, con incis iones vert ica­les y perforada en la cueva del Piélago. En la cueva de Los Azules encontramos un fragmento de p laca, muy delgada, l igeramente curvada y que en una de sus extremidades presenta el extremo de una perforación en forma de ojal al estilo azi l iense. Otra del mismo estilo se en­contró en el nivel 28 de la Riera. No son fáci les de definir puesto que se trata de fragmen­tos muy pequeños.

A todo este escaso material hay que añadir, aunque no entra dentro de lo definible como industr ia ósea, un fragmento — q u e ya descr ib imos al hablar de la cueva de Los Azu­les—, de una posible cuenta de arc i l la , de forma c i rcu lar y perforación central , de la que sólo se conserva la mitad.

(6) Vega del Sella, El Asturiense, nueva industria preneolítica, Madrid, 1923, págs. 28-29. (7) Barandiarán Maestu, " E l proceso de transición Epipaleolítico-Neolítico en la cueva de Zatoya", en Príncipe de

Viana, 147, Pamplona, 1977, pág. 23.

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Capítulo XIV

E L A R T E M U E B L E

Uno de los aspectos que más ha l lamado la atención de estos momentos del Paleolí­t ico final y comienzos del Epipaleolít ico es la desaparición del arte parietal y naturalista que se había desarrol lado durante cas i todo el Paleolít ico superior. Es cierto que el Magdalen iense final supone una recesión del arte de las cuevas, pero no la desaparición del arte naturalis­ta, que se mantiene en el arte mobil iar. El arte azi l iense representa, en ambos aspectos, una ruptura total con los t iempos magdalenienses y, sin embargo, las cuevas no se abandonan — a l menos en el primer momento— y, por otro lado, las tradic iones tecnológicas paleolít icas pesan aún sobre el mundo azi l iense. Las razones de esta desaparición son, en la práct ica, imposibles de cal ibrar. Pudo haber un arte sobre pieles o cortezas, como el que encontramos en algunos de los pueblos primit ivos actuales, pero este hecho resulta hipotét ico y comple­tamente indemostrable. Por otra parte, no deja de ser signif icat ivo que los retazos de arte azi­l iense que conservamos estén tan alejados, práct icamente en el polo opuesto, del arte magda­leniense globalmente cons iderado. En estos momentos predominará, s iguiendo la expresión de Jordá, un "arte conceptual y rac ional is ta" (1) , que ha sido cons iderado, a menudo, por la casi total idad de los autores como una simple degeneración del arte magdaleniense, lo que puede signi f icar un error de perspect iva; pero sí es evidente que nos encontramos ante la des­integración de un modo de ver y representar la real idad, que no tiene por qué guiarse por con­s iderac iones exclusivamente estéticas, como puede descubr i rse en una simple mirada a la historia del arte.

El abate Breui l , con algunas dudas consistentes, aceptó que algunas de las represen­taciones parietales de la Cueva del Cast i l lo , de la Meaza y de Mazacu los , podrían correspon­der al período azi l iense (2). En todo caso se trata siempre de símbolos pintados en rojo, de difíci l interpretación, aunque en algunos casos, como Mazacu los , sean claramente s ignos se­xuales femeninos. Según este autor y Lantier, este tipo de representaciones se originaría en períodos tan remotos como el Per igordiense antiguo y pasaría por todo el Paleolít ico supe­rior para morir en el Azi l iense (3). Lo cierto es que no tenemos ningún argumento que sea válido para admitir que estas pinturas sean post-magdalenienses y sí hay más posib i l idades para admitir que no lo son.

El arte azi l iense, pues, queda reducido al arte mobil iar, y dentro de éste a dos aspec­tos: uno es la pintura o grabado sobre cantos y, el otro, los huesos con incis iones y útiles decorados.

(1) Jordá Cerda, "Guijarro pintado de tipo aziliense de la cueva del Pindal", en Zephyrus, 8, Salamanca, 1957, Pág. 274.

(2) Breuil, Quatre cents siécles d'Art parietal, Montignac, 1952, págs. 375 y 382, fig. 494. (3) Breuil y Lantier, Les Hommes de la Fierre ancicnne, París, 1951, págs. 224-225.

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Los cantos pintados azilienses (figs. 39 y 40) :

Piette, al encontrar los primeros restos, y muy abundantes, de un arte aziíiense en Mas-d 'Az l l , descubrió los primeros indic ios de una pintura reconocidamente paleolít ica (4). A l no haber s ido aceptada aún la autenticidad de la cueva de Altamira, hizo que la sorpresa fuera menor de lo que cabría esperar, pero aun así chocó, como lo reconoce el mismo Piette: " l a phase asylienne ou phase des galets color ios venant aprés la dispari t ion du renne, pendant laquelle, l 'homme oubl ieux des arts de la gravure et de la sculpture commenca á se livrer á la culture et peignit sur des cai l loux roulés des figures de forme b izarre" (5). Pero ya en este texto advierte la disociación que existe entre las formas representadas en aquel los guijarros y el arte mobi l iar conoc ido de las épocas anteriores, a pesar de que en éste lo abstracto está aparentemente más representado que en el arte parietal. Y Piette advierte, entonces, el aspec­to decadente de este arte. Claro está que nuestra visión — y mucho más la de un invest igador de finales de siglo X IX—, aparece demasiado mediat izada por una idea del arte que, en el caso que nos ocupa, debería quedar relegada a un segundo plano, si nuestro precario conocimien­to de la mental idad rel igiosa del hombre primitivo lo permit iese.

Fuera de Mas-d 'Azi l los hal lazgos de cantos pintados son más escasos y, demasiado a menudo, los temas y formas demasiado diferentes y distantes de los signos encontrados por Piette. La escasez de hal lazgos contrasta con la fecundidad de las cuevas con arte parietal. En el Cantábrico los descubr imientos fueron mucho más raros aún. De las primeras excavac io­nes tenemos noticias de algunos de estos cantos pintados (además de algunos g rabados) , en­contrados en el las.

Los primeros c i tados en la literatura cientí f ica de pr incip ios de siglo son los de la cueva de Val le, hal lados durante las excavac iones dir igidas por Breui l y Obermaier; son dos cantos, encontrados en c i rcunstancias de lugar diferentes. Uno de el los lo fue en el nivel azi­l iense. Breui l y Obermaier lo descr iben de la siguiente manera: " A noter également un galet portant des plages coloriées rouges et jaunes, évoquant le souvenir de ceux quí ont été découverts en France au méme niveau" (6). E l otro canto de la cueva de Val le fue encontrado en superf ic ie con otros objetos que parecen, según Breui l y Obermaier, pertenecer al período magdaleniense y, por el lo, piensan que también éste haya que incluir lo en el mismo contexto cultural. Este segundo canto es descri to de la siguiente manera: " . . .un galet rond et aplati de quartzite fin, colorié sur les deux faces; chacune d'el les est divisée en quatre quarts plus ou moins réguliers, altemativement rouges et ¡aunes: une légére touche noir est au centre d'un cote, et de l'autre, on voit superposée au jaune, une tache de méme couleur occuoant á peu prés un quart de la surface. II est remaquable de noter que tous les objets recuei l l is en cet endroit par le P. Sierra se rapportent exclusivement á un milieu archéoloqique maqdalénien supérieur; il est done possib le que ce galet soit plus ancien que ceux du Mas -d 'Az i l " (7) . Los cantos desaparec ieron posteriormente y los que revisaron los Profs. Jordá y Barandiarán Maestu en el Museo Arqueológico de Santander, no presentaban restos de pintura (8). Sin embargo el canto se encuentra en la actual idad expuesto en la vitrina que corresponde a la cueva de Val le, en el Museo Arqueológico Nac iona l , y corresponde perfectamente a la des-

(4) Piette, "Les galets coloriés du Mas d'Azil", en L'Athropologie, 7, París, 1896, pág. 385. (5) Ibid., págs. 388-389. (6) Breuil y Obermaier, "Les premiers travaux de l'Instirut de Paléontologie Humaine", en L'Anthropologie, 23,

París, 1912, pág. 3. (7) Breuil y Obermaier, "Institut de Paléontologie Humaine. Travaux exécutés en 1912", en L'Anthropologie, 24,

París, 1913, pág- 3. (8) Joraá. ob. cit., págs. 272-273; Barandiarán Maestu, Arte mueble del Paleolítico cantábrico, Zaragoza, 1973,

pág. 209.

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F i g . 39.—Cantos pintados azilienses. 1. Cueva de E l P indal (según Barandiarán M a e s t u ) ; 2-4. Cueva de L o s Azules I.

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F i g . 40.—Cantos pintados y grabados azilienses. 1, 4 y 5. Cueva de L o s Azules I ; 2. Cueva d j Balmori (según Barandiarán M a e s t u ) ; 3. Cueva Morín (según Barandiarán Maestu) .

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cr ipción ci tada por Breui l y Obermaier. Del pr imero de los cantos ci tados, el encontrado en el nivel azi l iense, no hay rastro de él .

En la cueva de la Riera, según Obermaier , se encontró durante los trabajos de excava­ción del año 1917, en la entrada de la cueva "en el nivel azi l iense y protegido por un costrór estalagmítico del nivel superpuesto asturiense, un canto en el que todavía se podían recono­cer con c lar idad suficiente s ignos pintados" (9) . S in embargo no nos c i ta en ningún lugar cuales pudieran ser tales s ignos, ni nos deja ninguna imagen de el los. Posteriormente fue buscado en los museos por Jordá y Barandiarán Maestu sin que pudieran dar con él (10).

También en la misma obra cita Obermaier otro hal lazgo, esta vez en la cueva de Ba l ­mori, "donde se encontró en 1921, en contacto con el Astur iense, otro canto con una faja ancha co loreada en derredor de su borde" (11) .

En la cueva del Pindal (Pimiango, Co lombres , Astur ias) se encontró en el exterior, al hacer una l impieza de la entrada, un canto en el que se aprec ia una franja de color rojo oscuro que lo rodea por el centro del guijarro (12). Este canto se conserva en el Museo Ar­queológico de Oviedo (fig. 39: 1 ) .

En Cueva Oscura de An ia (Las Regueras, Asturias) se citan tres guijarros con restos de pintura en el nivel II (Azi l iense) (13).

En el Museo Arqueológico de Oviedo se encuentra deposi tado un canto teñido de ocre en sus dos caras. Proviene del Cueto de la M ina , pero no tiene ninguna indicación de nivel. Más que un canto pitado se le puede considerar , como algunos que se conservan del nivel azi l iense de la cueva de la Pa loma, como posib les machacadores de ocre, de los cuales, por lo demás, tenemos citas en la mayor parte de las cuevas excavadas en la corn isa cantábrica.

Tanto Calderón de la Vara , como anteriormente V. Andérez, hacen cita de algunos can­tos teñidos de ocre hal lados en la cueva de Meaza ("cantos rodados numerosos y, frecuente­mente, manchados de oc re" ) (14). Por la descr ipc ión somera que hacen de el los se puede afirmar que se asemejan más a lo que se denomina "machacador de oc re " que a cantos pin­tados al esti lo de Mas-d 'Az i l .

Los hal lazgos más recientes son los de la cueva de Los Azu les I. El primero de los cantos pintados fue encontrado en el exterior de la cueva, fuera de contexto estrat igráfico. Se trata de un canto de forma ovalada pintado de negro. En su cara super ior se aprec ian 29 peque­ños puntos agrupados en la parte alta de esta cara y, en su mayoría, aparecen al ineados. En el borde aparece una gran mancha negra informe, junto con tres puntos y algunas pequeñas manchas. En el borde izquierdo aparece un punto negro de mayor tamaño (fig. 39: 3 ) .

Otro canto, encontrado también en el exterior de la caverna, presenta una mancha ne­gra en su cara superior, mancha que aparece con distinta intensidad; en su borde derecho se aprec ia un gran punto negro de co lor intenso (fig. 40: 1) . Estos dos cantos pueden proce-

(9) Obermaier, El Hombre jósil, Madrid, 1925, págs. 381-382. 10) Jordá, ob. cit., pág. 272; Barandiarán Maestu, ob. cit., pág. 209. (11) Obermaier, ob. cit., pág. 382. (12) Jordá, ob. cit., pág. 270. (13) Gómez Tabanera, Pérez y Pérez, Cano Díaz, "Premiére prospection de 'Cueva Oscura de Ania' dans le

bassin du Nalon (Las Regueras, Oviedo) et connaissance de ses vestigcs d'Art Rupestre", en Bull. de la Soricté Pré­historique de l'Ariége, 30, 1975, pág. 63.

(14) Calderón de la Vara, "Contribuczo ao estudo das pinturas rupestres epipaleolíticas", comunicación presen­tada a la Segunda Reuniao Brasileira de Antropología, Facultad Católica de Filosofía de Bahía, 1955, pág. 13; Andé­rez, " L a Cueva prehistórica de 'Meaza'. Estado actual de su explotación", en Miscelánea Comillas, X I X , 1953, págs. 220 y 231.

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der, casi con segur idad, del revuelto causado en la cueva por los excavadores c landest inos y, sin lugar a dudas, corresponden al nivel az i l iense.

Los pr imeros que fueron encontrados dentro de la estratigrafía lo fueron al excavar una sepultura azi l iense que estaba encerrada en el nivel 3. En el borde del túmulo formado por cantos rodados se encontró uno manchado de ocre en uno de sus extremos; por la dis­posición de la mancha difusa parece que debe ser cons iderado como machacador de ocre, de los cuales ya hic imos mención anteriormente.

Un segundo canto, de tamaño muy pequeño (21 x 8 x 8 mm.) , muestra en una de sus caras una mancha muy intensa de co lor rojizo. Por el tamaño del guijarro no parece haber tenido ninguna uti l idad práct ica y sí haber s ido pintado intencionalmente. Otro canto, fragmen­tado, presenta también una capa de ocre de co lo r oscuro, cubr iendo toda la superf ic ie.

Estos cantos son los únicos que aparec ieron pintados con ocre; todos los demás es­taban pintados con bióxido de manganeso, como resultó del análisis químico de los colorantes.

En el túmulo se encontraron varios cantos manchados de un modo informe con colo­rante negro, que susci taron la duda de si lo habrían sido intencionadamente o se debería más bien al contacto con el colorante caído en el suelo. A lgunos de el los presentan pequeñas manchas muy dispersas, mientras que otros aparecen con manchas concentradas y perfecta­mente del imitadas, como si hubieran sido teñidos con un colorante muy di luido, como es el caso del representado en la f igura 39: 2.

En otros casos la duda no era posible y la intencional idad de la pintura es evidente.

El primero de el los fue encontrado en la cabecera de la fosa, entre una serie de cantos que parecían del imitarla. Presenta en su cara superior un punto negro con una franja, también negra, formando una espec ie de arco bajo él. En el lateral derecho se pueden aprec iar dos puntos y una pequeña mancha (fig. 40: 5 ) .

Otro guijarro está partido por la mitad y ya lo había s ido antes de ser pintado. En la cara super ior se advierten grupos de puntos (28 en total), entre los que se dist ingue un se­micírculo en forma de C. En los dos bordes aparecen nuevas agrupaciones de puntos. En la zona de rotura se ven una gran mancha negra y dos puntos pequeños. Este canto fue encon­trado en el extremo del túmulo, a los pies de la tumba (fig. 39: 4 ) .

También en el túmulo se encontró otro con una mancha negra de perfi les irregulares en una de sus caras (fig. 40: 4 ) .

Fuera de la sepultura, y en un nivel inferior, también azi l iense (nivel 3e ) , se ha encon­trado otro canto part ido con siete pequeños puntos agrupados en una de las caras de rotura.

Todos los cantos pintados de la cueva de Los Azu les I, salvo las excepc iones ci tadas anteriormente, lo están con colorante negro muy di luido. S in embargo, entre los encontrados fuera de esta cueva, en Val le , Pindal y demás yacimientos ci tados, el co lor negro no aparece, salvo parcialmente en la cueva de Val le , en cuyo canto aparece también el amari l lo y el ocre.

Mientras que en Mas-d 'Az i l los s ignos aparecen muy var iados y dotados de una cierta perfección, los pocos que conocemos de la zona cantábr ica ( reconociendo que la muestra es aún demasiado e s c a s a ) , se reducen a franjas (Balmor i y P inda l ) , a puntos y manchas infor­mes (Los Azu les ) , a veces alternando con franjas. En Val le aparecen manchas de diversos co­lores alternadas en un orden, con la superposic ión de una mancha negra. En cuanto a la cal i ­dad de real ización deja mucho que desear si nos regimos por los cánones de un arte ya clásico como es el del Magdaleniense. Pero aquí hay que medir con otra norma.

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Desde el punto de vista cultural cor responden con cer teza al período azi l iense, pero no sería improbable —más bien habría que dec i r que es c ier to—, que durante el período in­mediatamente posterior, el Astur iense, s igu iesen estando presentes. El hal lazgo de dos can­tos pintados con ocre en la cueva de Mazacu los II (La Franca, Astur ias) podría insinuarlo. Es verdad que uno de ellos apareció en superf ic ie (pintado con una franja en torno al cen­tro del canto) , pero el otro se encontró durante la campaña de 1979 en un nivel con muchas probabi l idades de ser Astur iense y representa un gran círculo en ocre, pintado sobre una plaqueta (15).

Cantos grabados:

En primer lugar tenemos uno de la cueva de Balmor i (16). Barandiarán Maestu lo descr ibe así en su obra Arte mueble del Paleolítico cantábrico: "Un cantito rodado de are­n isca con marcas en un costado por haber servido de percutor o compresor. En el centro de una de sus caras hay un motivo realista grabado en surco muy profundo y de sección en V; representa un cuerpo de animal hac ia la izquierda, con una so la pata por par, al que no se han señalado ni la cabeza ni las pezuñas; dos trazos obl icuos cruzan el interior de su cuerpo. Hay además alguna incisión suelta (de huel la tr iédr ica muy ancha) ce rca del cuel lo del ani­mal y una muesca profunda en el contorno del canto; por ésta juzgó Vega del Se l la que co­rrespondiendo a 'otra (me parece poco segura) en el margen opuesto, parece indicar la exis­tencia de un amarre propic io a la suspensión' , s iendo así un amuleto" (17) (f ig. 40: 2 ) . El lugar del hal lazgo fue el estrato en que aparec ieron restos magdalenienses con otros que el conde consideró azi l ienses y por el lo él no se atreve a atribuirlo a una facies cultural deter­minada. Jordá lo ca l i f ica de Azi l iense (18). Junto con este canto apareció en Balmor i una p laca de hueso con el grabado de un toro, que Barandiarán — c o n un criterio muy jus to— du­da de su carácter paleolít ico y, por el lo, no nos detenemos aquí en él (19) .

En Cueva Morín se encontró otro pequeño canto con incis iones en una de sus caras, pero, como sucede con los huesos que ya hemos descri to al hablar de la cueva de Los Azu les , resulta imposible poder descubr i r algo en é l . Son unas inc is iones curvas paralelas con otras obl icuas a el las (20) (fig. 40: 3 ) .

En la cueva de Los Azu les , por últ imo, en las proximidades de la sepultura apareció otro canto de aren isca con una muesca en todo su contorno. La muesca puede ser natural, pero parece rehundida art i f icialmente. A c a b a en una espec ie de ángulo en el lugar en que se unen las líneas. Un canto aplanado de cuarc i ta posee la misma ranura en su contorno, pero es enteramente natural; también fue encontrado en la sepultura.

Como podemos observar las muestras de este arte sobre cantos, tan típico del Az i l ien­se, son extremadamente raras en la región cantábr ica. Es posib le que en su mayor parte se hayan perdido debido a la humedad de los suelos. Pero, de todos los modos, no nos debemos dejar engañar ya que, salvo el caso excepc iona l de Mas-d 'Az i l (excepcional tanto por el nú­mero de obras como por su extraordinar ia conservación) , tampoco al norte de los Pir ineos se prodigan. Su expansión geográf ica (Región Cantábrica y Levante, a lcanzando hasta Holanda, Inglaterra y E s c o c i a por el norte) y cronológica tsegún Breui l y Lantier, pueden a lcanzar hasta

(15) González Morales, comunicación personal. (16) Vega del Sella, Las cuevas de la Riera y Balmori (Asturias), Madrid, 1930, pág. 59. (17) Ob. cit., pág. 89. (18) Jordá, ob. cit., pág. 272. (19) Barandiarán Maestu, ob. cit., págs. 89-90. (20) Ibid., pág. 151.

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la Edad del Hierro) (21), nos indican que es un tipo de arte que expresa el sentir de dife­rentes culturas y momentos.

Huesos grabados:

Pero el arte azi l iense, por pobre que nos parezca, no se acaba en los cantos pintados o grabados, aun cuando éstos sean sus elementos más típicos. También el hueso presenta huel las de act iv idad artística. Este s igue siendo el medio idóneo para el grabado (por lo me­nos para el que l legó a nosotros) , aunque sea más pobre la decoración que la encontrada en los niveles magdalenienses. Encontramos restos decorat ivos sobre azagayas, arpones, vari l las, espátulas y fragmentos de cost i l las. Los motivos suelen ser s imples s ignos angulares, en zig-zag (que para Vega del Se l la son típicos del Az i l iense cantábr ico) (22), óvalos, en for­ma de cometa, líneas de puntos, s imples líneas inc isas o las l lamadas "marcas de c a z a " y líneas paralelas con pequeñas muescas. En Astur ias y Santander no encontramos ninguna esti l ización de cabeza de cabra , como la que puede verse en el Az i l iense de la cueva de Ekain (23) (fig. 41: 1) ; éste es un motivo extraño en el Az i l iense y una c lara herencia del pe­ríodo anterior. Los motivos naturalistas, como puede verse, han desaparec ido. Sólo encon­tramos la p laca, dudosa, de Balmor i de la que hemos hecho mención al hablar de los cantos grabados, con una representación muy realista de un bóvido.

Quizá las piezas más elaboradas dentro del arte mobi l iar azi l iense de las provincias de Astur ias y Santander, sean las espátulas decoradas de las cuevas de Rascaño y de Los Azu ­les (fig. 41: 2 y 3 ) . En ambas se aprec ia una ordenación correcta de los elementos decorat ivos dentro del espac io , al cual se adecúan perfectamente. En el caso de la espátula de Rascaño, con muchas probabi l idades de pertenecer al Az i l iense, encontramos motivos del mayor inte­rés; la decoración está constru ida por pequeñas incis iones paralelas unidas longitudinal­mente por líneas inc isas. Su importancia rad ica en el hecho de que este elemento decorat ivo aparezca en el Magdalen iense final de la cueva de la Chora , que muestra, en su industria lít ica, una evidente azi l ianización; en esta cueva se han encontrado fragmentos de plaquitas que han s ido interpretadas como posibles fragmentos de espátulas, con una decoración cas i idéntica (fig. 41: 4) (24).

L a espátula de Los Azu les (fig. 41: 3 ) , está decorada con ser ies de puntos grabados al ineados longitudinalmente a lo largo de las dos caras de la p ieza. En la cara super ior las hileras de puntos se agrupan en torno a la acana ladura central natural del hueso. En uno de sus bordes aparece una serie de "marcas de c a z a " .

A todo ésto habría que añadir una cant idad ingente de huesos con marcas, inc is iones más o menos profundas, pero sin que se pueda aprec iar nunca ningún motivo naturalista. Y a hemos hecho descr ipción de algunos de el los al hablar de la cueva de Los Azu les y Morín, pero pueden encontrarse, práct icamente, en todos los niveles azi l ienses, aunque, por lo general , han pasado desaperc ib idos. Destaca una espec ie de punzón de la cueva de Val le con una serie de inc is iones paralelas cortadas por otras vert icales y obl icuas (fig. 41: 5 ) . Pero en todo este conjunto de huesos con marcas no es posible poner orden y extraer unas conc lu-

(21) Ob. cit., págs. 247-248. (22) Vega del Sella, ob. cit., págs. 23-25. (23) Barandiarán, J. M . de, y Altuna, J., "Excavaciones de Ekain (Memoria de Jas campañas de 1969-1975)", en

Munibe, 29, 1-2, San Sebastián, 1977. (24) Barandiarán Maestu, González Echegaray, "Arte mueble de la cueva del Rascaño (Santander): campaña

1974", en Quwtdr, 29/30, 1979, págs. 130-131.

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F i g . 41 .—Arte mueble aziliense. 1. Cueva de E k a i n (según J . M . de Barandiarán); 2. Cueva d e R a s c a ñ o ; 3. Cueva de L o s Azules I ; 4. Cueva de L a Chora (según Barandiarán Maes tu

y González Echegaray) ; 5. Cueva de Val le (según Barandiarán Maestu) . 159

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siones aceptables. Simplemente se puede, por el momento, reseñar su ex is tencia y tener la conc ienc ia de que no siempre se trata, como se pudo pensar, de huellas de descarnado. Es evidente que nos encontramos con otro s is tema simból ico muy diferente al que nos acosum-bró el arte mobi l iar y parietal del Paleolít ico superior.

Para cerrar, por ahora, el presente capítulo, no está de más recordar las palabras del conde de la Vega del Se l la : "A l final de este período (Magdaleniense) el arte sufre una de­cadenc ia ; de naturalista pasa a ser est i l izado; pero si como arte es decadente, antropológi­camente puede suponérsele más adelantado, puesto que lo est i l izado es una abstracción y las abst racc iones no se conc iben más que en seres evo luc ionados" (25).

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(25) Vega del Sella, El Asturiense, nueva industria preneolitica, Madrid, 1923, pág. 7.

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Capítulo X V

L O S RITOS F U N E R A R I O S

La única manifestación —fuera del arte mobi l iar— de un mundo rel igioso azi l iense, es el enterramiento de la cueva de Los Azu les . Entendemos aquí el término " re l ig ión" en el mis­mo sentido que lo hace André Leroi -Gourhan: como una manifestación "de preocupac iones que parecen sobrepasar el orden mater ia l" (1). Desde este punto de vista tendríamos que ocu­parnos, también, del arte mueble de un modo diferente al puramente técnico, pero, como ya advert imos, nos encontramos con una carenc ia absoluta de claves para su interpretación; y ésto, por el momento, es insuperable.

En el verano de 1974 se encontraron en la c i tada cueva los pr imeros indic ios de restos humanos dentro del nivel azi l iense. Durante la campaña de excavac iones del año 1975, se pu­so al descubierto un enterramiento humano perfectamente local izado desde el punto de vista estrat igráfico. Un hombre había sido enterrado allí en el momento en que el grupo humano azi l iense todavía vivía en la entrada de la cueva , y los desperd ic ios arrojados por esta comu­

nidad cubr ieron en parte la sepultura (2) .

Cuando comenzaron las excavac iones en la sepultura lo primero que se planteó fue el problema estrat igráfico. Resul taba importante delimitar con precisión las capas intactas por enc ima y por debajo del enterramiento. El nivel 2 y la capa a del nivel 3 no habían sido alteradas y en el curso de la excavación ésto se pudo prec isar aún más en lo que se refiere a la últ ima de las capas ci tadas, ya que aunque había s ido destruida en parte por los excava­dores clandest inos, quedaba un pequeño testigo que cubría la cabecera de la fosa. La capa 3d también aparecía intacta en la parte inferior de la sepultura. Si el nivel 2 y la capa 3a son azi l ienses y, as imismo, la 3d lo es también, permiten datar con toda precisión la posición cul­tural del enterramiento que, además, quedó sel lado por un gran bloque de p iedra que cayó sobre el conjunto funerario.

Dentro de la cueva la sepultura estaba si tuada en una zona marginal (fig. 42) . Muy próxima a la boca (poco más de un metro la separaba de e l la ) , ar r inconada junto a la pared oeste, en un lugar en el que el techo era muy bajo, pues la parte super ior del túmulo apenas estaba a 80 cms. de la caída de la bóveda. Junto a la pared y hac ia el interior de la cueva se encontraba el cauce del arroyo del que h ic imos mención al hablar de la estratigrafía del yacimiento, c laramente percept ible por la co lorac ión mucho más c lara de la arc i l la y el mayor grado de humedad de la misma. Este pequeño curso de agua arrol ló algunos elementos del enterramiento, depositándolos en el mismo cauce , más al interior de la caverna.

Levantado el nivel 2 se pudo aprec iar el nivel 3a, intacto sobre la zona de la sepultura. Por debajo de éste se vio una mancha de t ierra negra de co lor intenso, a largada en su forma,

(1) Leroi-Gourhan, A. , Les religions de la Préhistoire, París, 1964, pág. 5. (2) Fernández-Tresguerres Velasco, "Enterramiento aziliense de la Cueva de Los Azules I (Cangas de Onís, Ovie­

do)", en Bol. del Instituto de Estudios Asturianos, 87, Oviedo, 1976, págs. 273-288.

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en dirección hacia el interior. Sin embargo, donde mejor se apreciaba su estructura era en el cuadro Bl l , ya que al estar abierta la fosa en el nivel 3b, de color rojizo, se apreciaba desta­cando perfectamente el perfil de la fosa, ya que contrastaba el color negro de la tierra que rellenaba la sepultura con el rojizo de la capa. Esta zona de contacto aparecía delimitada por una fila de cantos y por un bloque de piedra de forma prismática, hincado en el suelo profun­damente, que fue utilizado por los hombres que realizaron el enterramiento para que sirviera de cabecera. Entre los cantos que delimitaban la cabecera se encontró uno pintado que ya fue descrito anteriormente (fig. 40: 5).

F i g . 42.—Localización de la sepultura dentro de la cueva de L o s Azules.

Como las capas se inclinaban hacia el interior de la cueva, la fosa es más profunda en la cabecera, con unos 40 cms. de profundidad, pero a medida que se desciende hacia los pies de la sepultura la profundidad es menor, limitándose en esa zona a aplanar el suelo. Por otro lado la zona excavada, de un metro de ancho aproximadamente, alcanza por el borde iz-

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quierdo la pared oeste de la cueva. Es decir , la fosa por un lado quedaba l imitada por un mu­ro bajo formado por la t ierra del yacimiento, por otro por la roca de la cueva.

El cadáver fue deposi tado en el fondo de la fosa en posic ión decúbito dorsal , con los brazos extendidos hac ia abajo, l igeramente replegados, quedando la mano derecha sobre la pelvis y la mano izquierda, en la misma posic ión, estaba cerrada. El húmero izquierdo y la clavícula habían sido desp lazados por la acc ión del arroyo, aunque l igeramente. Los huesos de la pelvis estaban separados el lado derecho del izquierdo debido a la presión de la tierra y de los cantos del túmulo. Una madr iguera excavada en esta zona destruyó parte de los hue­sos de la mano derecha. L a cabeza del fémur derecho también aparecía desp lazada hac ia arr iba; las cost i l las y las vértebras habían s ido destruidas en su mayoría, debido a la hume­dad del suelo (fig. 43) .

Del cráneo se encontró tan sólo un parietal , dseplazado hac ia los pies de la fosa. Esto se debió a que la cabeza del difunto fue co locada próxima a la pared y, por el lo, fue arrol lada. Pero su pudo encontrar la parte derecha de la mandíbula, muy robusta, en su posi­ción original aproximadamente. Sobre el la se encontraba un canto de color b lanco, agrieta­do, con huellas de colorante rojo en las grietas, que se debía a la impregnación de ocre en la tierra, mancha de colorante muy intensa en aquel lugar. También se encontraban allí algu­nos caparazones de Helix, hecho que debe considerarse como meramente casua l . L a mandí­bula estaba vuelta hac ia la pared y parecía rec l inada sobre el hombro izquierdo. L a co loca­ción parecía normal si se tiene en cuenta que las vértebras cerv ica les aparecían en conexión con el la. Si la t ierra era roj iza, en torno a la mandíbula aparecía una mancha negra de co lor intenso y forma redondeada.

L a conservación de algunas partes del esqueleto era relativamente buena, aunque pro­blemática su conservación. E ra posib le excavar las sin daño, pero se hizo necesar io envolver­las en una capa de paraf ina. Una vez extraído el esqueleto fue enviado a Madr id para su restauración y estudio, que fue real izado por la Dra. María Dolores Garra lda, aunque algunas partes fueron anal izadas por D. Ferembach y Legoux (la dent ic ión) y Dastugue, la patología. Posteriormente, durante las excavac iones de 1979, se encontraron algunos molares en el cau­ce del arroyo, algo más al interior de la cueva.

Un problema que se planteó inmediatamente fue el del criterio a seguir para realizar la dist inción entre los objetos que podían haber s ido co locados ¡ntencionalmente en la tumba durante los ritos de inhumación y aquel los que estaban allí por azar. S i tenemos en cuenta que el enterramiento fue real izado en capas férti les y que la abundanc ia de restos en éstas es enorme, los criterios ut i l izados debían ser rígidos para no aceptar como elementos de un rito funeral aquel lo que, necesar iamente, fue arrojado con la t ierra que cubrió el cadáver. Por ello se siguió el criterio que pareció más lógico: observar los posib les agrupamientos o todo lo que, por ser insólito, pudiera tener a lguna signi f icación espec ia l , o lo que por su local iza­ción en contacto con el cadáver, unido a a lguna característ ica espec ia l , le conf ir iese un po­sible s ig i f icado. Pero somos conscientes de los fal los que este método puede encerrar, pues no todo lo que pueda parecemos a nosotros insólito lo tiene que ser necesariamente. Por ello se hacía preciso observar el enterramiento no como una unidad a is lada sino incluida den­tro del conjunto general del yacimiento y, por lo tanto, aprovechar la exper iencia recogida en otros sectores de la cueva, tanto en lo que se refiere a los objetos hal lados como a su dis­posición. Incluso, la misma interpretación de lo hal lado debe estar en relación con todo el sis­tema técnico y de v ida que se puede observar en el yacimiento, ya que es el testimonio de un modo de existencia que puede reflejarse en el ceremonial que rodea la muerte de un miembro del grupo.

De este modo pudimos destacar una serie de conjuntos que parecen tener, por distin­tos motivos, un s igni f icado dentro del ámbito del enterramiento.

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164 F i g . 43.—Sepultura aziliense de L o s Azules I.

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Conjunto I:

Situado en el fondo de la fosa, al mismo nivel que el cadáver, a unos 5 cms. del hú­mero derecho junto a la art iculación del codo. Está compuesto por los siguientes elementos:

a) Fragmento de asta de ciervo. No presenta ninguna huel la de trabajo.

b) Arpón plano de un solo diente, con perforación en forma de ojal. Está completo y la punta se conserva perfectamente aguzada, como si nunca hubiese sido uti l izado, lo cual contrasta con los otros arpones encontrados en el yacimiento que aparecen rotos o desgas­tados en la punta. Todo parece indicar que fue fabr icado para ser co locado en la tumba y, por el lo, no sufr ió los desperfectos de otros útiles de hueso encontrados en el yacimiento (aun­que part ió en dos al ser extraído debido a la dureza de la tierra en que se encontraba en­cajado) (fig. 44: 12).

c) Buri l de ángulo sobre rotura. Presenta huel las de uso y su factura es muy tosca (fig. 44: 2 ) .

d) Raspador sobre lasca, en sílex como el buril antes ci tado (fig. 44: 4 ) .

e) Raspador sobre lasca, también en sílex (fig. 44: 6 ) .

f) P ieza esquir lada, en sílex (fig. 44: 5 ) .

g) Go lpe de buri l .

j) Núcleo de sílex. Se trata de un núcleo informe —caracter ís t ica bastante normal entre los núcleos encontrados en el yac imiento—; presenta fal las que lo hacen totalmente inuti l izable.

k) Fragmento de nodulo de sílex de pequeño tamaño.

I) Dos lascas de cuarci ta (fig. 44: 1 y 10) .

m) L a s c a de sílex. El talón aparece machacado por golpeo,

n) Percutor sobre canto aplanado de cuarc i ta .

Todo el lo, menos el percutor, que aparecía l igeramente desplazado, aparecía formando un pequeño amontonamiento.

Conjunto II:

Agrupados bajo la t ibia derecha y mezc lados con abundante ocre aparecían los si­guientes elementos:

a) P ieza dent iculada trabajada en cuarc i ta (fig. 44: 9 ) .

b) Raspador sobre lasca, en sílex.

c) Raspador unguiforme, en sílex (fig. 44: 7 ) .

d) Hojita de dorso (fig. 44: 8 ) .

e) Raspador unguiforme del tipo "d isqui to raspador" , en sílex.

f) Fragmento de núcleo de sílex, informe.

Como en el caso anterior, también habría aquí elementos que pudieron haberse mez­c lado, o unido al conjunto por azar. De hecho nos l lamaron la atención dos cosas : la mezc la

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F i g . 44.--Ajuares de la sepultura aziliense de la cueva de L o s Azules .

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de todos esos elementos con una masa de colorante rojo y la presenc ia de esos dos raspado­res de un tamaño diminuto, muy típicos del período azi l iense, pero no encontrados en el ente­rramiento, salvo en ese lugar y agrupados. Por otra parte, entre todos esos elementos, tanto de un conjunto como del otro, existe una relación interna, muy lógica, que luego anal izaremos.

Conjunto III:

Sobre el vientre del cadáver había sido co locado un canto aplanado de forma que tiende a la circular, de ca l iza grisácea. En él se aprecian dos manchas pequeñas, informes, de colorante rojo. En uno de los bordes presenta dos levantamientos. Sobre él había co locados unos fragmentos de asta de ciervo muy destruidos por la humedad. A su lado, un núcleo de cuarc i ta y algunas lascas de este material.

Conjunto IV:

Co locado junto a la pared, a la altura del fémur izquierdo, bajo las lajas de piedra que cubrían el túmulo y en el fondo de éste. L a zona había s ido muy afectada por el arroyo, que removió la tierra negra de este lugar pero sin remover los elementos allí co locados, quizás sostenidos por el peso de la masa de cantos y las lajas del túmulo.

Este conjunto está compuesto por 10 ó 12 conchas de Modiolus barbatus (Linné, 1767), de gran tamaño (entre 82 y 111 mm. de longi tud) . Las valvas estaban superpuestas y enca­jadas unas en otras. Próximo a éstas se encontraba el cráneo de un tejón.

Por su carácter insólito dentro del yacimiento, donde no son, lógicamente, abundan­tes los moluscos marinos, esta agrupación hace pensar en una ofrenda al difunto, de carác­ter muy distinto al de los otros conjuntos reseñados hasta ahora. Entre las valvas se encon­traban restos de colorante rojo.

Junto a todos estos elementos que formaban agrupaciones, podemos señalar la presen­c ia de otros que aparecían a is lados:

a) Un arpón plano de un solo diente y perforación basal en forma de ojal . Se encon­tró completo, aunque la punta no está aguzada como en el caso anterior, sino que aparece l igeramente desgastada. Estaba deposi tado en el fondo de la fosa, a unos pocos centímetros del fémur derecho, a su altura media (fig. 44: 11) .

b) Canto pintado, encontrado en el l ímite extremo de la fosa, a los pies de la misma. Y a descri to anteriormente (fig. 39: 4 ) .

c) Sobre la rótula izquierda apareció otro canto pintado en negro, como en el caso anterior, con dos gruesos puntos.

Junto con éstos, por toda la tumba se encontraron otros cantos con manchas negras Informes, como si hubieran sido embadurnados con los dedos teñidos en pintura negra muy di lu ida. En algunos de el los, cubiertos por una costra calcárea, el negro conservaba toda su Intensidad.

Examinados los cantos encontrados en otros puntos del yacimiento, sólo presentan hue­llas de haber s ido pintados los encontrados en el enterramiento, dentro del mismo nivel, ya que, como hemos visto, en un nivel inferior se encontró otro, y a lgunos fuera de contexto. S in duda ninguna en el caso de los encontrados en el enterramiento, podemos atribuirles un fin funerario.

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d) Canto con una incisión en torno, grieta natural pero ahondada que ya hemos descri to anteriormente con otro de cuarc i ta completamente natural, pero con una muesca también en su contorno. Este segundo fue hal lado entre las piedras que bordeaban el cadá­ver por su lado izquierdo. El primero, de aren isca, fue hal lado muy próximo a unas piedras hincadas de las que luego hablaremos.

No se encontraron huesos de animales que hicieran pensar en una ofrenda. Sólo algu­nos huesos encontrados sobre la pelvis podrían tener ese s igni f icado. Pero resulta muy pro­blemático cualquier tipo de af i rmación, ya que es muy grande el número de restos óseos en­contrados en el lugar.

El colorante rojo aparecía distr ibuido con abundanc ia por todo el enterramiento. En algunas zonas — c o m o se advertía junto a la mandíbula— aparecían manchas de co lor ex­tensas y profundas, en donde la tierra aparecía completamente teñida. Pero por lo general se trataba de pequeñas porc iones de colorante distr ibuidas por toda la tumba.

El cadáver fue co locado en el fondo de la fosa, desviado del eje de la misma, forman­do un ángulo con la pared. La cabeza está or ientada hac ia el S.-W., hacia el exterior de la cueva y vuelta la cara hac ia la pared, a unos 20 cms. de el la. La fosa, sin embargo, estaba or ientada hac ia el S .

Una vez co locado el cadáver en la fosa y rodeado el lado izquierdo por unos peque­ños bloques de piedra, se arrojó sobre él una cant idad considerable de tierra y cantos roda­dos (entre los que se encontraron los cantos pintados y un pul imentador) , que cubrieron una extensión de algo más de dos metros cuadrados. En la parte de la cabecera , donde era más profunda la fosa, el túmulo era más elevado, como lo era también en la proximidad de la pared de la cueva. Sin embargo, las piernas apenas quedaban cubiertas por una estrechísima capa de cantos y de tierra, y sobre la t ibia derecha no había más cobertura que la laja de piedra co locada allí; al levantarla se vio que estaba en contacto directo con el hueso, que aparecía pegado a el la. Esta laja señalaba la superf ic ie del túmulo, junto con otras dos co locadas jun­to a la pared, a la altura del fémur izquierdo. Como éstas fueron co locadas sobre el túmulo permanecieron levantadas, mientras que la que se colocó sobre la pierna derecha se hundió triturando la t ibia y el peroné. Es posib le que en la parte derecha hubieran existido también dos lajas de piedra, ya que la extremidad de la t ibia derecha aparecía también destrozada, como la izquierda que aparentemente estaba l ibre de peso; pero esta segunda laja desapare­ció ya en t iempos prehistóricos pues no se encontró ninguna huel la de el la.

En los extremos del túmulo se observaron algunas agrupaciones de piedras cuya dis­posición parece intencional. Se encuentran en la capa b del nivel 3 una de el las y la otra en contacto directo con el nivel 2, ya que en esta últ ima zona no existía la capa 3a. Son dos agrupaciones de piedras hincadas o co locadas sobre el suelo, en el centro de las cuales apare­cían manchas de cenizas muy poco intensas, junto con algunos carbones, como si se hu­biera encendido allí un fuego de no larga durac ión. Próxima a la agrupación que se encuen­tra a la cabecera de la fosa se halló el ya ci tado canto de aren isca con una incisión en su contorno.

No es imposible que el hogar que descr ib imos anteriormente al hablar del habitat del hombre azi l iense, hogar preparado sobre un piso de cantos, estuviese en relación también con los ritos funerarios, pero no es posib le encontrar ese lazo de unión entre las dos estructuras.

No son muy abundantes los enterramientos azi l ienses tampoco en Franc ia . Conocemos los de Rochere i l (Grand-Brassac, Dordoña) y las dos sepulturas de Trou-Violet (Montardit, Ar iége) . Si los de Rocherei l no tienen ningún punto de contacto con el enterramiento de Los

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Azu les , sí lo tiene, en ciertos aspectos uno de los de Trou-Violet. Aunque el cadáver no esta­ba en posic ión decúbito dorsal , sino recostado sobre el lado derecho, tenía la cabeza l igera­mente más elevada que los pies y sobre las piernas estaba co locada una laja de piedra. Orien­tada la cabeza hac ia la sa l ida de la cueva y los pies hac ia el interior, estaba rodeado de al­gunos cantos y bloques de piedra y, también, aparecía ocre en la sepultura. El lugar era estrecho y con restos de coc ina sobre el enterramiento. Los ajuares cont ienen percutores y algunas lascas, junto con algunos otros elementos que ya no son comunes al enterramiento de Los Azu les (3).

(3) Vaillant-Couturier Treat, I. y Vaillant-Couturier, P., " L a grotte azilienne du 'Trou-Violet' á Montardit (Arié­ge)", en L'Anthropologie, X X X V I I I , París, 1928, págs. 228-234; Breuil y Lantier, Les Hommes de la Pierre Ancienne, París, 1951, págs. 298-299.

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Capitulo XVI

C R O N O L O G I A A B S O L U T A

Son muy escasas las fechas que hasta el momento presente se han obtenido por el mé­todo del C 14 para el Az i l iense cantábrico. Por ello puede resultar prematuro extraer conc lu­siones definitivas de el las, aunque sí pueden servir, por ahora como indicadores que ayu­den a prec isar la cronología del desarrol lo cultural de esta industria. Como después tendre­mos que aludir a el las, co locamos aquí también las fechas que se han conseguido para el Az i l iense francés y para el del País Vasco . En cada una de las regiones seguimos el orden de ant igüedad (1):

Francia:

1) Grotte de La Vache (Alliat, Ar iége) , capa 4: 12.850 ± 605. B.P. (GrN-2026) 10.900 a. de C.

2) Grotte de L a Vache , capa 2: 12.540 ± 105 B.P. (GrN-2025) 10.590

3) Grotte de Pégourié (Carn iac, Lot ) , capa 7 (Az i l iense) : 12.250 ± 350 B.P. (Gif.2822) 10.300

4) Le Saut du Loup (St. Reméze, Ardéche) , C a p a D (Azi l iense ant iguo): 12.080 ± 310 B.P. (Ly-319) 10.130

5) Le Saut du Loup, C a p a D (Azi l iense ant iguo): 11.750 ± 300 B. P. (Ly-318) 9.800

6) La Saut du Loup, C a p a D (Azi l iense ant iguo) : 11.500 ± 380 B.P. (Ly-320) 9.550

7) Abr i Gay (Ponc in , A i n ) , C a p a azi l iense: 11.660 ± 240 B.P. (Ly-725) 9.710

8) Rochedane (Doubs) , C'1 (Az i l iense) : 11.090 ± 200 B.P. (Ly-1192) 9.140

9) Rochedane, C a p a B (Az i l iense) : 10.730 ± 190 B.P. (Ly-1194) 8.780

(1) Las fechas han sido tomadas de Schvoerer, Bordier, Evin et Delibrias, "Chronologie abso!ue de la fin des temps glaciaires. Recensement et présentation des datations se rapportant á des sites francais", en Col. n.° 271 del C.N.R.S. , La fin des Temps glaciaires en Europe, 1979, págs. 21 y ss.; Almagro Gorbea, Bernaldo de Quirós y otros, C-14 y Prehistoria de la Península Ibérica, Madrid, 1978, págs. 179 y ss.

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10) Le Pont d 'Ambon (Bourdei l les, Dordoña) , Nivel 3 (Az i l iense) : 10.350 ± 190 B.P. (Gif.3368) 8.400 a. de C.

11) Abr i de la Tete du Ch ien (Tarn) , C a p a azi l iense: 10.110 ± 440 B.P. (Ly-1175) 8.160

12) Le Pont d 'Ambon, nivel 3 (Az i l iense) : 9.990 ± 250 B.P. (Gif.3161) 8.040

13) Le Pont d 'Ambon, nivel 3 (Az i l iense) : 9.830 ± 180 B.P. (Gif.2570) 7.880

14) Le Pont d 'Ambon, nivel 2 (Az i l iense) : 9.640 ± 120 B.P. (Gif.3740) 7.690

15) Abr i J.P.I. (St. Thibaud de Couz , Savoie) nivel 5a (Az i l iense) : 9.050 ± 260 B.P. (Ly-428) 7.100

16) Abr i Chinchón (Vouc luse) , C a p a B (Azi l iense, c l ima f r ío ) : 8.980 ± 850 B.P. (Ly-598) 7.030

17) Grotte du Bois Ragot (Gouex, V ienne) , capa azi l iense: 8.800 ± 200 B.P. (Gif.1588) 6.850

18) Grotte de Pégourié, nivel 5 (Az i l iense) : 8.450 ± 250 B.P. (Gif.2568) 6.500

19) Yacimiento N.° 10 (Varennes le Macón, Saóne et Lo i re) , hogar azi l iense: 8.000 ± 280 B.P. (Ly-848) 6.130

Navarra:

20) Zatoya, parte inferior del nivel B III (Az i l iense) : 11.760 ± 240 B.P. (Ly-1400) 9.810

21) Zatoya, parte inferior del nivel l¡ (Az i l iense) : 11.480 ± 270 B.P. (Ly-1399) 9.530

22) Zatoya, parte superior del nivel II (Az i l iense) : 8.150 ± 170 B.P. (Ly-1398) 6.200

Guipúzcoa:

23) Eka in , base del nivel IV (Az i l iense) : 9.460 ± 185 B.P. (I-9239) 7.510

24) Urt iaga, nivel C (Az i l iense) : 8.700 ± 170 B.P. (CSIC-63) 6.750

Santander:

25) Cueva Morín, nivel post-azi l iense (travert inos): 9.000 ± 150 B.P. (1-5150) 7.050

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Asturias:

26) Cueva de la Riera, nivel 24 (Magdaleninse supe­r ior) : 10.890 ± 430 B.P. (GaK-6982) 8.940 a. de C.

27) Cueva de la Riera, nivel 27 (Az i l iense) : 14.760 ± 400 B.P. (GaK-6985) 12.810

28) Cueva de la Riera, nivel 27 (Az i l iense) : 10.630 ± 120 B.P. (BM1494) 8.680

29) Cueva de El Cierro, nivel culturalmente indetermi­nado: 10.400 ± 5 1 5 B.P. (GaK-2548) 8.450

30) Cueva de Los Azu les I, nivel 3d (Az i l iense) : 9.540 ± 120 B.P. (CSIC-260) 7.590

31) Cueva de Los Azu les I, nivel 3a (Az i l iense) : 9.430 ± 120 B.P. (CSIC-216) 7.480

Como puede observarse en la anterior l ista, todo el conjunto más antiguo de fechas corresponde a la zona f rancesa, colocándose en el undécimo milenio los niveles de transi­ción Magdaleniense f inal-Azi l iense de la Grotte de la Vache, en Ariége, pero ya encontramos en los mismos momentos niveles plenamente azi l ienses en cuevas como la de Pégourié, en el Lot, departamento próximo a la Dordoña, muy al norte de los Pir ineos. Parece que es en este milenio cuando se da el paso de la industria Magdalen iense a la cultura azi l iense, perdurando hasta el octavo milenio, época en que comienza a evolucionar hac ia el Sauveterr iense y, pos­teriormente, hacia el Tardenois iense.

En la Península Ibérica nunca encontramos fechas tan antiguas como las de la zona f rancesa para la industria azi l iense. Las de mayor ant igüedad son las de Zatoya, un milenio más recientes que las del momento de la t ransic ión en la cueva de la Vache o en la de Pégourié, aunque más próximas a esta últ ima, y coinc identes con el momento de inicial ex­pansión del Az i l iense. Pero si observamos el resto de las fechas obtenidas hasta ahora para las demás cuevas del Cantábrico, podemos observar cómo todo el desarrol lo cronológico se concentra entre los milenios noveno y octavo, al final del cual tenemos las pr imeras fechas para el Astur iense de la cueva de Mazacu los II (en torno al 7.000 a. de C ) .

A lgunas de las fechas que tenemos para el Magdalen iense f inal, si son correctas, co­mo pueden ser las del nivel 24 de la cueva de la Riera (8.940 a. de C.) y la del nivel D de Urt iaga (10.280 ± 190 B.P., que corresponde al 8.330 a. de C.) (CSIC-64) , nos indicarían que el paso de este Magdaleniense final al Azi l iense debió darse a f inales del décimo milenio y pr incipios del noveno, cuando ya en Franc ia el Az i l iense se encuentra plenamente desarro­l lado y, también, en la zona pi renaica (como puede ser el caso de Zatoya) ; mientras algunos grupos siguen aferrándose a fórmulas magdalenienses otros se han transformado y adoptado nuevos modelos técnicos y de v ida. Por el contrar io, las fechas más tardías muestran que, mientras que al norte de los Pir ineos el Az i l iense ha evoluc ionado hac ia nuevos modos (co­mo son los sauveterr ienses), en el Cantábrico se mantienen otros ya ant icuados, pero es que su evolución seguirá caminos totalmente dist intos de los que siguen en Franc ia , aun cuando dentro de la región cantábrica haya que tener en cuenta las di ferencias que a partir de este momento van a existir entre el País Vasco ( l igado a esquemas f ranceses, aunque con una cier-

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ta l ibertad) y también la zona oriental de la prov inc ia de Santander, y, por otro lado, Astur ias y el resto de Santander que derivarán hac ia el Astur iense.

C o n todo, fechas como las del nivel C de Urt iaga, la de la parte super ior del nivel II de Zatoya, nos parecen excesivamente bajas, así como la del nivel 27 de la Riera (la señalada con el n.° 27) nos parece excesivamente alta, aberrante y en contradicc ión con todos los da­tos, ya que co inc ide con el desarrol lo del Magdalen iense inferior. Las de Zatoya y Urt iaga co­rresponden al post-azi l iense vasco.

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E P I L O G O

EL AZ IL IENSE ¿UNA R E V O L U C I O N ?

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"Révolut ion, l 'Azi l ien en est une" (1).

Estas palabras de Breui l que sirve de epígrafe a este epílogo, se han hecho famosas y plenamente aceptadas por la casi total idad de los autores. El problema de la valoración del Azi l iense ha sido so luc ionado desde antiguo con una palabra: " d e c a d e n c i a " . Por el lo no es­cr ib imos este capítulo sin un cierto recelo; recelo que surge siempre cuando uno se ve obli­gado a contradecir opiniones mantenidas durante largos años por invest igadores de gran tal la; lógico también en la c ienc ia prehistór ica por la fragi l idad de los argumentos, dispuestos a de­rrumbarse ante un nuevo descubr imiento — c a s u a l o largamente persegu ido— que trastoca completamente nuestros puntos de vista.

S i , aparentemente, para Breui l el Az i l iense es una revolución, para otros no es más que un problema de conservadur ismo decadent is ta (cur iosamente no encontramos los mismos jui­c ios para el Sauveterr iense, quizás porque se da ya por sab ido ) . Pero en el fondo, para el mismo abate esa revolución no es más que un fenómeno regresivo. Veamos el texto del famo­so trabajo Les subdivisions du Paléolithique supérieur et leur signification, en que trata del problema:

"Révolut ion, l 'Azi l ien en est une: Plus d'art animalier, seulement des peintures sur galet et sur paroi d'éléments schématiques ou géometr iques. Révolution dans le travail de l'os et de la corne de cerf: supression des aigui l les, des sagaies, des beaux harpons; réduct ion de l'outil lage á des percoirs en os fendu, á de grossiers l issoirs, á des harpons aplatis et perfores, exécutés rapidement et sans art: á part ce dernier outil, les précédents semblent dériver d¡-rectement de l'outil lage appauvri des aurignatiens, et il en est de méme pour le si lex: retour du grattoir carené, moins fin, sans doute, retour presque exclusi f du burin d'angle sur lame á bout retouché carrément; retour, sous forme de lame de canif, d'un type amoindri de la lame de Chatelperron; les petits types géometriques eux-mémes, dont on saisit bien á Gr imald i la deri-vation, existant except lonnel lement dans notre aurignatien supérieur trancáis, mais cessant complétement dans les temps qui lui succédent jusqu'á la fin du Paléol i th ique" (2).

S i anal izamos tanto el lenguaje de Breu i l , como el de cualquier otro autor que trate del Az i l iense, la " revo luc ión" o el "conservadur ismo" , se reducen a una pura cuestión semán­t ica. SI tomamos el texto de Breui l lo hacemos por ser un ejemplo notable (por la persona­l idad del autor y por su inf luencia) , pero el prob lema viene de más atrás, y lo mismo podemos encontrar en los textos de Piette, o en textos más modernos, como los de Sonnevi l le-Bordes.

Podemos ver en la cita anterior que la famosa " revo luc ión" queda reducida a un fenó­meno estético o de habi l idad técnica, en su mayor parte: no existen los bellos arpones, ahora son ejecutados rápidamente (lo cual puede ser una virtud) y sin arte, los al isadores son gro­seros. Aquí t ropezamos, sin duda alguna, con el eje del juic io de valor sobre el Az i l iense en

(1) Breuil, Les subdivisions du Paléolithique supérieur et leur signification, 1912, pág. 216. (2) Breuil, ob. cit., págs. 216-217. Los subrayados son míos.

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casi la totalidad de los autores. Y sobre este problema caben multitud de d iscus iones al enfrentarnos con un tipo de juicio que viene debatiéndose entre los crít icos desde hace más de un siglo. En sus textos sólo hay un elemento verdaderamente revolucionario: la desapar i­ción de un tipo de arte.

Resulta interesante para comprender este problema anal izar las páginas de una cono­c ida obra de Salomón Re inach: Apollo. Histoire genérale des Arts Plastiques. Se trata de la re­copi lación de unas lecc iones sobre la Historia del Arte desde el Paleolít ico hasta la Edad Contemporánea, dadas en la Escue la del Louvre en los años 1902-1903. Pub l icadas luego en forma de libro, alcanzó un sorprendente éxito, s iendo reeditado en numerosas ocas iones y, en cada una de el las, se revisó la últ ima parte ded icada íntegramente al arte contemporáneo. La edición manejada por mí es la de 1922, en la que se advierte expresamente la corrección y puesta al día del último de los capítulos. En esta fecha ya habían ocurr ido muchos de los fenómenos más trascendentales del arte de nuestros días. Seurat y Pissarro había roto ya con el Impresionismo ortodoxo, los Fauves habían celebrado ya su pr imera exposición y ya se ha­bían disuelto, el Expresionismo alemán está en su apogeo y, lo que es más importante, P icas­so, Braque y Juan Gr is habían in ic iado una de las más interesantes exper iencias artísticas del siglo XX, el Cub ismo, y también lo habían agotado; y lo que es más importante para nuestro tema, en 1910 Kandinsky había pintado su pr imera acuare la abstracta, poniendo las bases, con Mondr ian y van Doesburg del movimiento abstracto y, en Weimar, desde 1919, se perfi­lan las teorías de lo que será más tarde la Bauhaus. Hoy nadie dudaría de la importancia de todos esos movimientos y, sin embargo, en la edic ión del Apollo de 1922 no se d ice ni una so la palabra de el los. Y si se ha elegido esta obra es por la indudab'e representatividad de Reinach en los inic ios del estudio e interpretación del arte paleolí t ico. Pero el fenómeno tiene un a lcance mucho más largo, como luego veremos. Part imos, entonces, de una concepción estética determinada prefir iendo lo figurativo a lo abstracto, lo ornamental a lo úti l , aunque muchas veces sea inconscientemente.

S in embargo en los años en que Reinach escr ibe esta obra — y en los años en que se está fraguando el conocimiento y el ju ic io valorativo de las culturas pr imit ivas— se está pro­duciendo una revolución en el modo de conceb i r las relaciones entre la industria y la estética (aunque nunca se l leguen a d isoc iar totalmente). S i anal izamos detenidamente la literatura ar­queológica —tarea que excede los límites de este trabajo—, nos podremos percatar del a lcan­ce de la valoración estética en el juicio sobre las diferentes industrias (obsérvense, por ejemplo, las valoraciones del Solutrense a partir de las "bel las hojas de sauce y de laure l " y del Magdaleniense a través de la decoración, generalmente apreciando más la naturalista, o del trabajo, muchas veces verdaderamente refinado, de los arpones) . Esto es lógico en una soc iedad industrial que siente aprecio por la bel leza de las formas, hasta el punto de colo­car columnas toscanas y arquitrabe clásico en una máquina de vapor (que puede verse en el Sc ience Museum de Londres) .

En contrapart ida podría pensarse cuál habría s ido la reacción de un hombre como A. Loos si hubiera s ido el autor de los hal lazgos. Sus palabras, con respecto a este tema, son c laras: "Ornamento es fuerza de trabajo desperd ic iada y por ello salud desperd ic iada" , y el título de la obra de la que está tomada esta ci ta es Ornamento y delito (3) .

El sentido esteticista gravó la interpretación del Az i l iense. La bel leza de muchos útiles magdalenienses no admitía la comparación con los azi l ienses. Pero no hay que olvidar que cabe otra visión (que también uti l izan en otras ocas iones los arqueólogos) : la de que el ins­trumento no tiene por qué ser necesar iamente bel lo, sino úti l . S in olvidar que el concepto es-

(3) Publicado en 1908.

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tét ico es mucho más variable que el técnico. Pero quede bien claro que no se trata de echar abajo los valores estéticos, sino más bien de di ferenciar los de los valores técnicos.

De este modo, nuestra posición ante el Az i l iense puede compararse a la del arqueólo­go del futuro que tuviera que enfrentarse con el salero de B. Cel l in i , que cinceló para el rey Franc isco I de Franc ia (Kunsthistor iches Museum de Viena) y otro diseñado por la Bauhaus. En el pr imero encontraría toda la exhuberancia del carácter del orfebre florentino y de toda una época cortesana. En el otro ¿vería a lgo? Y, sin embargo, en la segunda obra encontra­mos el símbolo de toda la racional idad del uti l i tarismo y funcional ismo de nuestra época in­dustr ial. A lgo muy semejante podemos afirmar de la disociación que durante el Az i l iense se produce entre decoración y utensil io, entre la perfección del acabado y la función, unido •—también como en el mundo contemporáneo— a una total t ransformación del arte.

Por ello debemos afrontar el problema de esta industria de transición desde otro punto de vista, aunque nos lleva mucho más allá de los límites de nuestra región.

1. °) El problema de la industria:

En lo que se refiere a la industria lít ica, es evidente que entre el Az i l iense y el Magda­leniense encontramos tantos grados de identidad como de di ferenciación. Y está demostrado ya hasta la sac iedad en toda la l iteratura arqueológica la evidente relación entre ambas in­dustrias, que puede verse de modo claro en una cueva como la Riera.

Pero al anal izar los problemas de la industr ia debemos partir de la estrecha asociación existente entre la industria ósea y la lít ica, aunque, lógicamente, s iempre se anal icen por se­parado. Durante el Magdaleniense podemos ver esa dependenc ia sobre todo en el elevado ín­d ice de buri les y también en el elevado número de raspadores (aunque el índice de estos últimos siempre sea menor) . No hay duda sobre la evidente relación que esto guarda con la elaboradísima industria de hueso del período. Pero tampoco hay duda del enorme caudal de t iempo que esta industria l leva en su construcc ión.

En el Az i l iense encontramos una inversión de los índices, de la que ya hemos hablado en un capítulo anterior, junto con un aumento considerable de los microl i tos, que hay que poner en relación con la disminución de la industr ia ósea. Se hace patente un cambio en las formas técnicas, especia lmente hacia una mayor s impl i f icación en el aspecto constructivo (los arpones, por e jemplo) , aunque esto vaya acompañado de un aumento de la compl icación en los elementos (los útiles compuestos) . Esto impl ica dos hechos: uno técnico, con la bús­queda de la s impl ic idad, aumento de las posib i l idades con la adic ión de nuevos materiales (madera y resina, por ejemplo) y, como consecuenc ia , una ampl iación de las posib i l idades. El otro factor — d e l cual está dependiendo el anteriormente c i tado— es el humano: una mayor conc ienc ia , una mayor capac idad en el manejo de la materia para poner la al servic io de los intereses del grupo. La acumulación de exper iencias conscientemente asimi l idas durante el Paleolít icio super ior y, sin duda ninguna, en su momento cumbre, el Magdaleniense, l leva a un mayor dominio de la realidad y puede, l legado el caso, impulsar a las comunidades a nue­vas exper iencias que abren caminos enteramente nuevos en el terreno de la técnica, en la economía y en el arte. En consecuenc ia , el Az i l iense es descendiente directo de la etapa ante­rior, aun cuando toma un camino nuevo a través del util itarismo y s impl ic idad. Quizá en ésto rad ica su importancia y su verdad, pues no es el s impl ismo del que no sabe, sino el del que conoce los secretos de la materia que trabaja.

2. °) El problema del arte:

Aquí t ropezamos con un problema mucho mayor —aunque nuestra época quizá esté mejor preparada para hacerle frente—, ya que no afrontamos elementos anal izables cuantita-

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t ivamente, sino otros cuyo trasfondo permanece alejado de nuestra concepción del mundo. Cualqu ier historiador del arte conoce las di f icul tades de traducir a palabras lo que ha sido expresado en imágenes, eso sin contar con las ambigüedades inherentes a muchas formas ar­tísticas cuyo trasfondo pertenece exclusivamente a la subjet ividad más íntima del autor.

S i en el mundo de la industria lít ica az i l iense nos encontramos con un estadio interme­dio entre el pasado y el futuro, en el terreno artíst ico afrontamos una auténtica revolución. Cier­to que no prejuzgamos la existencia o no de un arte naturalista sobre soportes perecederos. Esto es indemostrable, aunque no hay que olv idar que en las culturas epipaleolít icas del norte de Europa y del Levante español, junto con lo abstracto, surge a veces un arte naturalista, esquemático.

S i hablamos de revolución en este campo hay razones para el lo. Parece que la ruptura espiri tual entre el mundo epipaleolí t ico y el paleolí t ico fue más profunda aún de lo que los restos que conservamos permiten apreciar y suponer; si tenemos en cuenta la lentitud con que las comunidades humanas primitivas introducen modi f icac iones en su cultura y, mucho más en el terreno espir i tual, y si tenemos en cuenta las razones por las que esto sucede así (4) , nos resulta desconcertante el hecho de esa brusca, cas i violenta, desapar ic ión. Ahí tenemos esos "400 s ig los de arte par ieta l" para mostrar la lentitud de los cambios y las resistencias que ofrecen a el los. Y , sin embargo, durante el Az i l iense, es decir, inmediatamente después del momento más esplendoroso del arte paleolí t ico, el cambio es radical y de una brusquedad asombrosa, aun teniendo en cuenta que ya al final del Magdalen iense se aprecian transfor­maciones en el modo de representación.

En primer lugar tenemos el hecho del abandono de las cuevas, tan profundamente liga­das al ámbito espiri tual del hombre paleolí t ico. Cierto que siguen habitándolas, pero ya no ejercen sus ritos mágicos en su interior, al menos acompañados de una creación artística. Esto ya es un índice de ruptura con el pasado espiri tual de las comunidades y con sus con­cepc iones míticas. Unido a ello está la quiebra de la representación naturalista.

El arte azi l iense queda reducido a una ser ie de cantos pintados y algunos útiles o hue­sos grabados, como ya hemos visto. Un arte abstracto e ideológico que l legó a ser interpretado por Piette como ideogramas o como un rudimentario alfabeto (5). Su valoración fue, desde el pr incipio, puramente negativa. Y a hemos ci tado anteriormente la pobre impresión que cau­só en su descubr idor ( impresión a veces contradic tor ia) . Pero, con matices es, en definit iva, la idea que seguirá predominando.

Tenemos que volver a comparac iones con s i tuaciones modernas (sin que el lo suponga en ningún momento una idet i f icación entre las dos formas de cultura; pero nuestros ju ic ios se sienten inf luenciados por el mundo que nos rodea y, en este caso, la inf luencia fue grande en el momento de juzgar esta si tuación del pasado ) .

El hecho de abandonar la cueva tiene un s igni f icado, como el hecho de abandonar la decoración en las Iglesias cr ist ianas lo tiene (y si no véase la cr is is que se ocul ta tras ese hecho en la Europa del norte a partir del siglo XVI ) . Incluso, aun suponiendo que los azi l ien­ses pintaran sobre pieles o cortezas (lo que, por el momento, es mucho suponer) y que ese arte fuera naturalista, la cr is is estaría manif iesta con la misma fuerza.

En el caso del arte azi l iense el cambio es brutal. Se pasa de un modo radical a la abs­t racción (como diremos luego, no ausente del mundo paleol í t ico) , desprec iando la represen-

(4) Cfr. la obra de Mircea Eliade, Lo Sagrado y lo Profano, Madrid, 1973, págs. 76 y ss. (5) Piette, "Études d'Ethnographie préhistorique. III. Les Galets coloriés du Mas d'Azil", en L'Anthropologie,

t. VII, París, 1896.

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tación naturalista. Resul ta muy difíci l dar el nombre de arte a los cantos pintados, sean los signos de Mas-d 'Az i l o los de Los Azu les , o las pinturas polícromas de Val le o a las monocro­mas de otros yacimientos. Pero debemos part ir s iempre de que el concepto de arte que apl i­camos no es siempre correcto. Es evidente que desde el punto de vista conceptual todos esta­mos de acuerdo en que el arte es mucho más que una construcción formal de la bel leza, aunque muchas veces, inconscientemente, juzgamos con este criterio: el arte es simplemente lo bello, pero unimos a esta palabra imágenes que proceden de concepc iones renacentistas. Pero el mundo moderno ha cambiado su estét ica y el modo de expresarse a través de las imá­genes. Van Gogh quería pintar " las terribles pas iones de los hombres" y hoy no nos extrañan las deformaciones y las destrucciones de la forma, así como su contenido primariamente polí­t ico o soc ia l , l legando a las ser ies monocromas de Albers y Verhegen (algunas del mismo color que los cantos az i l ienses) . Si nos fi jamos en el canto de Val le (con una cierta indeter­minación estratigráfica y cul tural) , pintado en rojo, amari l lo y negro, encontramos en el mun­do moderno obras abstractas que parecen reflejar un mismo sentido del cromat ismo (p.e., puede verse la obra de Mark Rothko, "Vio leta, negro, anaranjado sobre blanco y rojo", del Museo So lomon R. Gugenheim, de Nueva Y o r k ) . Y algunos de los s ignos encontrados en Mas-d'Azi l encuentran su paralelo en las grafías de Hartung, de Gott l ieb y, sobre todo, de G . C a -pogross i .

S i bien no podemos identif icar los dos movimientos, hay una simil i tud formal en muchos casos que deben l levarnos a reflexionar sobre el problema de la decadenc ia artística, partien­do del fenómeno de la desaparición naturalista ( también el arte abstracto moderno es una reacción contra una tiranía del objeto y cont inúa cronológicamente toda una etapa de arte representativo al que se opone) . El arte azi l iense hunde sus raíces en el Paleolít ico superior, especialmente en la región mediterránea (Parpal ló, Romanel l i ) (6), pero también en el con­junto cantábrico y en el sur de Franc ia tiene sus raíces en el Magdalen iense (el canto de Val le que acabamos de descr ib i r líneas más arr iba, según Breui l y Obermaier, puede ser mag­da len iense) . Por lo demás, el lenguaje a través de símbolos no naturalistas no es nuevo en el arte del Paleolít ico, aunque haya di ferencias formales entre los que encontramos en las cuevas pintados y los propios del lenguaje az i l iense. En todo caso s iempre resultará enigmá­tico el por qué entre todo el conjunto del arte magdaleniense sobrevivió de modo exclusivo el arte de los s ignos. Hablar de un cambio de gusto sería superf luo y partir de presupuestos fal­sos que trasladan a una mental idad primit iva el sentido que en una soc iedad moderna tiene esta palabra. Hay demas iada espir i tual idad, demas iada superst ición en sus manifestaciones artísticas, para que éstas sean modi f icadas por un simple hastío de las formas ut i l izadas. S in embargo es evidente que el arte naturalista ha dejado de Interesar a las comunidades epi-paleolít icas y se potencian otros elementos, del mismo modo que las tradic iones técnicas potencian algunos tipos ya existentes en el período magdaleniense. Lo que en definit iva queda es el desarrol lo de un tipo de expresión a través de s ignos elementales y s impl i f icados visualmente, lo cual no es nuevo en el arte paleolí t ico. Y , otra vez, se hace necesar io recordar la frase del conde de la Vega del Se l la : " . . . lo est i l izado es una abstracción y las abstraccio­nes no se conc iben más que en seres evo luc ionados" (7). El desarrol lo de la intel igencia l leva a una formulación del mundo interior por depuración de las formas. Y en el caso de Los Azu ­les podemos ver como, en parte, ese mundo de lo abstracto en la representación se une a un ritual funerario.

En este últ imo aspecto podemos suponer un pensamiento complejo. Y a he resaltado

(6) Breuil y Lantier, Les Hormnes de la Fierre Ancicnne, París, 1951, págs. 248-249. (7) Vega del Sella, El Asturiense, nueva industria preneolitica, Madrid, 1923, pág. 7.

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en un artículo sobre el enterramiento de los Azu les (8) el posible s igni f icado de una parte al menos del ritual funerario. Y a hemos descr i to en la parte correspondiente dos de los con­juntos que destacan de modo notable, el I y el II. En uno de el los observábamos como el arpón parece ser una p ieza central; este útil terminado en su fabr icación está destinado para la pesca o la caza . Los otros útiles que se encontraban allí reunidos t ienen un papel interme­dio destinado a la fabr icación de otros útiles (raspadores, buril y, posiblemente, el dorso re­ba jado) , también se encontraba materia pr ima para la fabr icación de utensil ios (asta, núcleo, nodulo de sílex y lascas) y, además, un percutor. A pesar de que algún elemento pueda estar aquí reunido por azar, se hace evidente que el conjunto es bastante homogéneo. La rela­ción arpón-asta es evidente (úti l-materia pr ima) , como puede serlo la relación asta-buril-ras­pador, que parecen indicarnos un proceso de fabr icación; relación que podemos ver también en el grupo nódulo-núcleo-lascas-raspador o buri l . Por ello parece que puede verse en el lo una lógica, en cuanto que es una muestra —¿parc ia l?— de una serie de act iv idades necesar ias y corr ientes de cualquier cazador del Paleolí t ico: pesca y caza y fabr icación de útiles orien­tados a esas act iv idades directa o indirectamente. El segundo conjunto muestra una relación también lógica: dent iculado-pieza esquir lada-raspador-hoj i ta de dorso. ¿Quizás se refiere a otro proceso de fabr icación relacionado con la madera? Es difíci l poder asegurar lo. Estos pe­queños amontonamientos parecen una síntesis de todos aquel los elementos que son dominan­tes en el yacimiento. Que eso signif ique una creenc ia en otra v ida cont inuación o parale la a esta o sea una simple demostración del afecto al difunto, nos manif iesta, en cualquiera de los dos casos, tanto una conexión con las t radic iones paleolít icas como una muestra nada desprec iable de su capac idad reflexiva y de su cohesión como grupo soc ia l .

3.°) La actividad económica:

La economía sigue los cauces de la paleolí t ica, aunque como ya vimos tenemos ejem­plos de una ampl iación de las zonas de explotación, que vienen anunciándose desde el Mag­daleniense f inal, así como, a medida que transcurre el Paleolít ico, vemos acrecentarse en algu­nos yacimientos, como la Riera, el interés por los individuos jóvenes de las espec ies anima­les frecuentemente cazadas . La transformación hac ia un nuevo tipo de economía no se ha dado todavía, pero podemos afirmar que el hombre comienza a descubr i r nuevas posib i l ida­des. Durante el Astur iense encontramos una explotación pesquera del mar (como ha demos­trado González Morales en las recientes excavac iones en la cueva de Mazacu los II) y du­rante el mismo período aumenta el interés por los individuos jóvenes de las espec ies anima­les, y esta mayor inc idenc ia en la búsqueda de elementos juveniles l leva a la modi f icación de los s istemas de caza y recolección. Es el camino que en el Oriente Medio se siguió hasta l legar a la revolución neolít ica; por ello no es muy arr iesgado afirmar que nos encontramos ante un primer paso, durante el Astur iense, hac ia una lejana neoli t ización de los sistemas de existencia, preparada por la racional ización azi l iense. Desde el punto de vista cronológico esta últ ima cultura está muy próxima a la Astur iense. Las fechas más antiguas para éste se sitúan en el VIII milenio antes de Cr isto, poco posteriores a las fechas del Az i l iense (Ma­zacu los II ha dado para el nivel asturiense la fecha de 9.290 ± 440 B.P., lo que equivale al 7.340 a. de C.) (Gak6884) .

Hemos hecho alusión al Oriente Próximo y creo oportuno añadir unas palabras sobre esta cuest ión. En esa zona el proceso de neol i t ización co inc ide con estos momentos f inales del Paleolít ico en la Región Cantábrica. Esto ha hecho que de la comparación entre las dos

(8) Fernández-Tresguerres Velasco, "Enterramiento aziliense en la Cueva de los Azules I (Cangas de Onís, Ovie­do)", en Bol. del Instituto de Estudios Asturianos, 87, Oviedo, 1976, págs. 282-283.

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zonas culturales — y vale también para el Epipaleolít ico europeo—, las culturas europeas apa­reciesen como retrógradas y decadentes frente al impulso c iv i l izador que se advierte en el Oriente del Mediterráneo, sin anal izar la posib i l idad de que el mismo impulso dif ir iese en la urgencia de los cambios, más que en su esenc ia .

La razón de las transformaciones, por un lado, y el de las persistencias, por otro, se ha atribuido frecuentemente al c l ima. Durante todo el Paleolít ico los cambios cl imáticos fueron constantes y más abundantes de lo que la c lásica teoría de las g lac iac iones dejaba suponer, y no parece que los cambios culturales vayan insistentemente l igados a el los. La época azi­l iense va unida a una serie de cambios cl imát icos muy rápidos, pero quizás no más rápi­dos que los que hubo en otros momentos del Paleolít ico. Pero nunca se produjo a causa de el los la transformación que estos momentos f inales están a punto de provocar en todo el occidente europeo, con una di ferenciación de culturas muy marcada tanto geográficamente como en cuanto al contenido. Además no debemos olvidar que el Az i l iense en Franc ia apa­rece en un momento de c l ima frío, esto es, a f inales del Dryas II. La mutación se debe no tanto a razones cl imáticas como culturales, a unas mayores posib i l idades aportadas por una exper iencia mayor, de milenios que l levaron a su máxima capac idad las potencia l idades téc­nicas, económicas y espir i tuales del hombre. Este comienza a dominar la materia de un modo más perfecto y pronto comenzará a dominar su entorno de un modo completamente nuevo.

Podemos decir que el Az i l iense es una derivación del Magdaleniense; es una continua­ción de él pero también la cr is is de su sistema cultural. Se or igina en Francia, donde la cultu­ra magdaleniense había a lcanzado su cumbre técnica y espir i tual, y se difunde por todo el sur del país y por el Cantábrico (a lcanzando posiblemente la región gal lega, como puede ver­se en los yacimientos de Pena Grande y Prado do Inferno, presumiblemente azi l ienses o muy próximos a esta cultura) (9). Las primeras di ferencias entre estas regiones —sa lvo pequeños matices técn icos— serán más de orden cronológico que cultural; por las dataciones que po­seemos de C 14, como por las conseguidas a través de la pal inología y sedimentología, parece que el Az i l iense cantábrico es más tardío. Pero las di ferencias más notables están en el hecho de la distinta evolución. Mientras que en el Su r de Franc ia y en el País Vasco evolucionarán hacia unas industrias epipaleolít icas con abundante geometr ismo (éste es más bien modera­do en el País V a s c o ) , en Astur ias y Santander terminarán en el Astur iense. El Az i l iense es, por tanto, término de un mundo que había agotado sus posib i l idades; pero también es pr incipio. La relación entre esta cultura y la Astur iense puede ser más intensa de lo que podemos ima­ginar: la ampl iación de las áreas de explotación económica, el mayor interés por el trabajo de la madera (en perjuicio del hueso) que ya se manif iestan en el Az i l iense, pueden conducir­nos a hallar la relación de ambas culturas.

Como final podemos afirmar, pues, que no parece justo considerar la cultura Azi l iense como una simple degeneración. Si el s istema franco-cantábrico no derivó con la misma rapidez hacia el Neolít ico y su evolución fue t runcada posteriormente, se debió de modo fundamental a que la pres'ón ambiental y demográf ica fue menor en esta zona que en el Próximo Oriente. Pero los cambios ya se habían in ic iado. Como d ice Ell iot en la ci ta con que comenzamos el trabajo: "No hay fin, s ino ad ic ión" . La mayor conc ienc ia deb ida al desarrol lo cultural permi­tió tomar opc iones nuevas dentro de un nuevo ámbito de elección: una naturaleza cuyas posi­bi l idades comienzan a ser comprendidas más ampl iamente por eí hombre y aprovechadas en la misma medida. Y ésto l levará a transformar el modo de ser la cultura: la adic ión — e n to-

(9) Alonso del Real, Carlos y Vázquez Várela, J. M . , Excavaciones en el abrigo Vidal I, en Prado do Inferno. Excavaciones en Monte Ardegán (Campo Lamciro-Moraña), en Noticiario Arqueológico Hispánico, Prehistoria, 5, Madrid, 1976, págs. 53-64.

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dos los terrenos— cambia la ca l idad. Pero al final su camino quedará truncado por el potente expansionismo de otras c iv i l izaciones más avanzadas, cuya geografía era prop ic ia a la crea­ción de grandes imperios que agrupan gran energía humana y cuya honda expansiva llegará a los límites del Occ idente, donde surgirá un mundo totalmente nuevo.

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A P E N D I C E

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L O S A Z U L E S I. Nivel 2.

Lista tipológica (figs. 45-47):

2. Raspador atípico 8. Raspador sobre lasca

23. Perforador 28. Buril diedro ladeado 29. Buril diedro de ángulo 34. Buril sobre truncatura retoc. recta . . . 36. Buril sobre truncatura retoc. cóncava 65. Pieza de ret. cont. sobre un borde . . . 66. Pieza de ret. cont. sobre dos bordes 75. Pieza denticulada 76. Pieza esquirlada 77. Raedera 84. Hojita truncada 85. Hojita de dorso rebajado 86. Hojita de dorso truncada 89. Hojita de escotaduras 91. Punta aziliense 92. Diversos

T O T A L

Fr. % % Ac.

1 1,4 1,4 20 28,9 30,4

1 1,4 31,8 1 1,4 33,3 1 1,4 34,7 1 1,4 36,2 1 1,4 37,6 4 5,8 43,4 2 2,9 46,3 6 8,7 55,0 4 5,8 60,8 1 1,4 62,3 1 1,4 63,7

16 23,1 86,9 3 4,3 91,3 1 1,4 92,7 4 5,8 98,5 1 1,4 100,0

69

I 0 0

9 0 . .

B 0

7 0 . .

G 0

S 0

H 0 . .

3 0 . .

2 0 . .

10 . .

L D 5 R Z L 1 L E 5 I - N I V E L 2

11 i 1 1 1 1 1 1 I I I I I M I I

S £ D i m i i i t u

10 15 2 0 2 £ 3 0 3 £ M 0 M S E 0 E S 7 0 7 S B 0 B S 9 0

Figura 45

187

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1 0 0 - r

3 0 . .

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L D . 5 R Z L J L E 5 I - N I V E L 2

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KN i i i ^ ¿\, 10 I S 2 0 2 S 3 0 3 S H 0 H E S 0 E S G 0 E S 7 0 7 S B 0 B S 3 0

Figura 46

100,.

30 1

B0 1

B0 1

M0 1

30 i -

20

10

1 I I IG IB IGA IBd IBt IGA1" IBd r I B t r GA GP

Figura 47

188

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I G 30,4 IB 5,7 I G A 0,0 IBd 2,8 IBt 2,8 I G A ' 0,0 IBdr 50,0 I B f 50,0 G A 0,0 G P 27,5

L O S A Z U L E S I: Nivel 3 (Capas superiores):

Lista tipológica (figs. 48-50): Fr. % % Ac.

1. 24 1,3 1,3 2. 4 0,2 1,5 3. 16 0,8 2,4

4. 1 0,05 2,4 5. 9 0,4 2,9

8. 279 15,3 18,3

9. 3 0,1 18,4

10. 61 3,3 21,8

11. 17 0,9 22,7

12. 10 0,5 23,3

13. 2 0,1 23,4

14. 1 0,05 23,4

15. 6 0,3 23,8

16. 1 0,05 23,8

17. 9 0,4 24,3

22. 1 0,05 24,4

24. 4 0,2 24,6

25. 1 0,05 24,6

27. 10 0,5 25,2

28. 6 0,3 25,6

29. 36 1,9 27,5

30. 32 1,7 29,3

31. 2 0,1 29,4

34. Buril sobre truncatura ret. recta 1 0,05 29,4

35. 2 0,1 29,5

36. Buril sobre truncatura ret. cóncava 3 0,1 29,7

38. 2 0,1 29,8

39. 1 0,05 29,9

41. 2 0,1 30,0

43. 7 0,3 30,4

44. 3 0,1 30,5

50. 1 0,05 30,6

51. 0,2 30,8

52. 1 0,05 30,8

53. 5 0,2 31,1

59. Hoja de borde rebajado parcial 2 0,1 31,2

60. 2 0,1 31,3

61. Pieza de truncatura oblicua 7 0,3 31,7

62. 9 0,4 32,2

63. 3 0,1 32,4

64. 1 0,05 32,4

65. 49 2,6 35,1

66. Pieza de ret. cont. sobre dos bordes 6 0,3 35,5

67. 6 0,3 35,8

74. 61 3,3 39,2

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Fr. % % Ac.

75. 47 2,5 41,7

76. 58 3,1 44,9

77. 16 0,8 45,8

78. 1 0,05 45,9

79. 2 0,1 46,0

84. 10 0,5 46,5

85. 757 41,6 88,1

86. 40 2,2 90,3

87. 3 0,1 90,5

89. 8 0,4 90,9

90. 6 0,3 91,3

91. 147 8,0 99,3

92.

T O T A L . . . . . .

11

1.819

0,6 100,0

I G 23,80 IB 5,87 I G A 1,64 IBd 4,67 IBt 0,32 I G A r 6,92 IBdr 80,18 IBtr 5,66 G A 2,03 G P 45,90

S 10 I S 2 0 2 S 2-0 3 S H 0 M S 5 0 ECS E 0 E S 7 0 7 S B 0 B S 3 0

Figura 48

190

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B 0 0 _ ^

7 0 0 . . L D S R Z L J L C S 1 ~ N I V E L 3 C C R P R 5 S U P E R I O R E S ?

B 0 0 . .

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Figura 49

100.

30 ..

B2 ..

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BU

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20

10 ..

IG IB IGA IBfl I£t IGAr IBdr IBtr GA GP Figura 50

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L O S A Z U L E S I: Nivel 3e:

Lista tipológica (figs. 51-53): Fr. % % A " .

1. Raspador simple 10 1,3 1,3 2. Raspador atípico 1 0,1 1,4 3. Raspador doble 4 0,5 1,9 5. Raspador sobre lasca retocada 3 0,3 2,3 8. Raspador sobre lasca 129 16,9 19,3 9. Raspador circular . . . . . . 3 0,3 19,7

10. Raspador unguiforme 23 3,0 22,7 11. Raspador aquillado 3 0,3 23,1 12. Raspador aquillado atípico 3 0,3 23,5 15. Raspador nucleiforme 1 0,1 23,6 21. Perforador-raspador 1 0,1 23,7 23. Perforador 2 0,2 24,0 24. Perforador atípico 2 0,2 24,3 28. Buril diedro ladeado 1 0,1 24,4 29. Buril diedro de ángulo 5 0,6 25,1 30. Buril de ángulo sobre rotura 3 0,3 25,4 31. Buril diedro múltiple 4 0,5 26,0 34. Buril sobre truncatura retocada recta 3 0,3 26,4 35. Buril sobre truncatura retocada oblicua 2 0,2 26,6 37. Buril sobre truncatura retocada convexa 2 0,2 26,9 43. Buril nucleiforme 1 0,1 27,0 44. Buril plano ••• 2 0,2 27,3 51. Microgravette 4 0,5 27,8 53. Punta gibosa de borde rebajado 2 0,2 28,1 58. Hoja de borde rebajado total 4 0,5 28,6 59. Hoja de borde rebajado parcial 1 0,1 28,7 60. Pieza de truncatura recta 7 0,9 29,7 61. Pieza de truncatura oblicua 1 0,1 29,8 62. Pieza de truncatura cóncava 3 0,3 30,2 64. Pieza bitruncada 1 0,1 30,3 65. Pieza de ret. cont. sobre un borde 17 2,2 32,5 66. Pieza de ret. cont. sobre dos bordes 1 0,1 32,7 74. Pieza de escotaduras 59 7,7 40,4 75. Pieza denticulada 40 5,2 45,7 76. Pieza esquirlada 13 1,7 47,4 77. Raedera 4 0,5 47,9 79. Triángulo 1 0, 1 48,0 83. Segmento de círculo 1 0,1 48,2 84. Hojita truncada 4 0,5 48,7 85. Hojita de dorso rebajado 298 39,1 87,9 86. Hojita de dorso truncada 8 1,0 88,9 87. Hojita de dorso denticulada 4 0,5 89,4 89. Hojita de escotaduras 5 0,6 90,1 90. Hojita Dufour 1 0,1 90,2 91. Punta aziliense 68 8,9 99,2 92. Diversos 6 0,7 100,0

T O T A L 761

I G 23,65

I G A . . . 0,78 IBd 1,70 IBt 0,91 IGAr 3,33 IBdr 56,52 IBtr 30,43 G A 0,78 G P 43,75

192

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L O S R Z U L E 5 I - N I V E L 3 ET

• i i i i 11 i 111 i i i I I I I M H H I H t I I I I I I I t I I I I I I I I I 111 1 1 1 1 1 1 10 I S 2 0 2 Í 2 0 H 0 H S S 0 S S E 0 E S 7 0 7 S B 0 B S 3 0

Figura 51

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2 0 0 . .

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L D 5 R Z U L E S I - N I V E L 3 E

i > - M I I I I I M I I t i i i i i n T I I I t t i i i t i i i H i f i f i i t - r^ iS i n i i t / i i i > n i i i J i r i i T / i

0 I S 2 0 2 S 3 0 3 S H 0 M S S 0 S S B 0 B S 7 0 7 S B 0 B S 3 0

Figura 52

193

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IG IB IGA IBd IBt AGA r IBd r I B t r GA GP

Figura 53

V I L L E P I N

Lista tipológica (figs. 54-56):

1. Raspador simple 3. Raspador doble 8. Raspador sobre lasca 9. Raspador circular

10. Raspador unguiforme 17. Raspador-buril 26. Microperforador 46. Punta de Chatelperrón 50. Microgravette 56. Punta de muesca perigordiense 58. Hoja de borde rebajado total 60. Pieza de truncatura recta 61. Pieza de truncatura oblicua 62. Pieza de truncatura cóncava 64. Pieza bitruncada 85. Hojita de dorso 86. Hojita de dorso truncada 91. Punta aziliense 92. Diversos

T O T A L . . .

Fr. % % Ac

10 4,4 4,4 6 2,6 7,0

56 24,7 31,8 4 1,7 33,6

29 12,8 46,4 4 1,7 48,2 3 1,3 49,5 1 0,4 50,0 7 3,1 53,1 1 0,4 53,5 4 1,7 55,3 1 0,4 55,7 4 1.7 57,5 1 0,4 57,9 3 1,3 59,2

29 12,8 72,1 13 5,7 77,8 49 21,6 99,5

1 0,4 100,0

226

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V I L L E P I N - N I V E L R Z I L I E N S E

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3 S M 0 H E S 0 E S B 0 E S 7 0 7 S I I I I I I I I I 4-f

B 0 B E 9 0

Figura 54

I 0 0

9 0 . .

B 0 . .

7 0 . .

B 0 . .

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3 0 . .

2 0 . .

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V I L L E P I N - N I V E L R Z I L I E N S E

A A L A A A f i V I i Wi\ i i i i i i I i i i i , , , ,

E 2 0 2 E 3 0 3 E M 0 M S S 0 S S E 0 E E 7 0 7 E B 0 B S 9 0

Figura 55

195

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70 ..

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30 ..

20 ..

10 ..

1 1 1 1 1 1 1 1 1 IG IB IGA IBd IBt IGA r IBd r I B t r GA GP

Figura 56

I G 46,46 IB 0,00 I G A 0,00 IBd . . . 0,00 IBt . . . 0,00 I G A r 0,00 IBd' 0,00 IBtr 0,00 G A 0,00 G P 28,31

L O N G U E R O C H E

Lista tipológica (figs. 57-59): Fr. % % Ac

32 6,5 6,5 1 0,2 6,7

5. Raspador sobre hoja o lasca retorada . . . . 7 1,4 8,1 1 0,2 8,3

37 7,5 15,8 3 0,6 16,5

21 4,2 20,7 22 4,4 25,2

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Fr. % % Ac.

13. Raspador alto en hocico 2 0,4 25,6

17. Raspador-buril 5 1,0 26,6

19. Buril sobre hoja truncada 2 0,4 27,0

22. Perforador-buril 2 0,4 27,4

23. Perforador 11 2,2 29,7

24. Perforador atípico o be. 9 1,8 31,5

25. Perforador múltiple 3 0,6 32,1

26. Microperforador 4 0,8 32,9

27. Buril diedro recto 33 6,7 39,7

28. Buril diedro ladeado 2 0,4 40,1

29. Buril diedro de ángulo 8 1,6 41,7

30. Buril de ángulo sobre rotura 2 0,4 42,1

34. Buril sobre truncatura retocada recta 1 0,2 42,3

35. Buril sobre truncatura retocada oblicua 15 2,8 45,2

36. Buril sobre truncatura r.torada cóncava 10 2,0 47,2

38. Buril sobre preparación lateral 2 0,4 47,6

39. Buril transversal sobre esco*adura 1 0,2 47,8

40. Buril múltiple sobre truc, relorcda 1 0,2 48,0

51. Microgravette 2 0,4 48,4

54. Flechette 2 0,4 48,8

58. Hoja de borde rebajado total 1 0,2 49,0

60. Pieza de truncatura recta 2 0,4 49,4

61. Pieza de truncatura obluua 15 3,0 52,5

62. Pieza de truncatura cóncava 8 1,6 54,1

63. Pieza de truncatura convexa 1 0,2 54,3

65. Pieza de ret. cont. sobre un borde 11 2,2 56,6

66. Pieza de ret. cont. sobre los dos bordes 13 2,6 59,2

74. Pieza de escotaduras 4 0,8 60,0

75. Pieza denticulada 6 1,2 61,3

77. Raedera 1 0,2 61,5

78. Racleta 3 0,6 62,1

83. Segmento de círculo 1 0,2 62,3

84. Hojita truncada 7 1,4 63,7

85. Hojita de dor ro 62 12,6 76,3

89. Hojita de escotaduras 5 1,0 77,3

91. Punta aziliense 100 20,3 97,7

92. Diversos 11 2,2 100,0

T O T A L 491

I G 25,66

IB 15,07

I G A 4,88

IBd 9,16

IBt 5,29

I G A r 19,04

IBd' 60,81

IBt' 35,13

G A 4,88

G P 18.94

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Figura 57

I

LONGUERDCHE - N I V E L R Z I L I E N S E

A 10 IE 20 2 E 30 3 E M0 ME E0 E E E 0 GE 70 7 E B0 BE 90

Figura 58

198

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I0B,

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70 ..

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40 ..

30 ..

20 ..

10 ..

IG IB IGA IBd IBt IGA r IBd1" I B t r GA GP

Figura 59

T I T O B U S T I L L O

Lista tipológica (figs. 60-62):

1. Raspador simple 2. Raspador atipico 3. Raspador doble 4. Raspador ojival 5. Raspador sobre ho;a o lasca reto:ada 7. Raspador en abanico 8. Raspador sobre lasca 9. Raspador circular

11. Raspador aquillado 12. Raspador aquillado atipico 13. Raspador alto en hocico 14. Raspador plano en hocico 15. Raspador nucleiforme 16. Rabot 17. Raspador-buril 22. Perforador-buril 23. Perforador 24. Perforador atipico o bec 25. Perforador múltiple 26. Microperforador

Fr . % % Ac.

33 2,2 2,2 17 1,1 3,3 3 0,2 3,5 2 0,1 3,6 8 0,5 4,2 7 0,4 4,6

11 0,7 5,4 1 0,07 5,4

17 1,1 6,6 15 1,0 7,6

1 0,07 7,7 1 0,07 7,7

29 1,9 9,7 1 0,07 9,7 8 0,5 10,3 3 0,2 10,5

27 1,8 12,3 2 0,1 12,4 1 0,07 12,5 7 0,4 12,9

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27. Buril diedro recto 28. Buril diedro ladeado 29. Buril diedro de ángulo 30. Buril de ángulo sobre rotura 31. Buril diedro múltiple 33. Buril de pico de loro 34. Buril sobre truncatura retocada recta . . . 35. Buril sobre trunratura retocada oblicua 36. Buril sobre truncatura retocada cóncava 37. Buril sobre truncatura retocada convexa 38. Buril sobre preparación lateral 39. Buril transversal sobre escotadura 40. Buril múltiple sobre trunc. retocada . . . 41. Buril múltiple mixto 42. Buril de Noailles 43. Buril nucleiforme 44. Buril plano 48. Punta de la Gravette 51. Microgravette 52. Punta de Font-Yves 57. Pieza de muesca 58. Hoja de borde rebajado total 59. Hoja de borde rebajado parcial 60. Pieza de truncatura recta 61. Pieza de truncatura oblicua 62. Pieza de truncatura cóncava 63. Pieza de truncatura convexa 65. Pieza de ret. cont. sobre un borde 66. Pieza de ret. cont. sobre dos bordes ... 67. Hoja auriñaciense 74. Pieza de escotaduras 75. Pieza denticulada 76. Pieza esquirlada • 77. Raedera 78. Raclcta 79. Triángulo 81. Trapecio 84. Hojita truncada 85. Hojita de dorso . . . 86. Hojita de dorso truncada 87. Hojita de dorso denticulada 88. Hojita de dientes u hojita de sierra . . . 89. Hojita de escotaduras 90. Hojita Dufour 91. Punta aziliense 92. Diversos

T O T A L ...

Fr. % % Ar.

45 3,0 16,0 49 3,2 19,2

7 0,4 19,7 46 3,0 22,8 28 1,8 24,7

4 0,2 24,9 12 0,8 25,7 27 1,8 27,5

7 0,4 28,0 19 1,2 29,3 10 0,6 29,9 7 0,4 30,4 7 0,4 30,9

10 0,6 31,5 1 0,07 31,6

18 1,2 32,8 8 0,5 33,4 2 0,1 33,5 5 0,3 33,8 1 0,07 33,9 1 0,07 34,0 3 0,2 34,2 1 0,07 34,2 5 0,3 34,6

10 0,6 35,2 2 0,1 35,4 3 0,2 35,6

117 7,8 43,4 76 5,0 48,5 25 1,6 50,2 21 1,4 51,6 31 2,0 53,6

4 0,2 53,9 21 1,4 55,3

3 0,2 55,5 4 0,2 55,8 4 0,2 56,0 4 0,2 56,3

462 30,9 87,2 5 0,3 87,6 7 0,4 88,0 4 0,2 88,3 5 0,3 88,6 6 0.4 89,0

13 0,8 89,9 150 10,0 100,0

1.494

I G 9,70 IB 20,41 I G A 2,27 IBd 11,71 IBt 4,81 I G A r 23,44 IBdr 57,37 IBt' 23,60 G A 4,08 G P 33,93

200

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Figura 60

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T I T D B U 5 T I L L 0

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Figura 61

201

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Figuri 62

202

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INDICE

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Página

PROLOGO ... 5

I. HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO Y DE LA INTERPRETACION.

Capítulo I. Historia del descubrimiento 9

» II. Interpretaciones y valoración del Aziliense cantábrico, según los resultados de las antiguas investigaciones 19

II. LA DOCUMENTACION SOBRE EL AZILIENSE EN LAS PROVINCIAS DE ASTURIAS Y SANTANDER.

Capítulo III. Yacimientos azilienses de la provincia de Asturias 31

IV. Yacimientos azilienses de la provincia de Santander . . . 53

» V. La Cueva de la Paloma .. . 59

» VI. La Cueva de la Riera 75

VII. Cueva de Morín 95

VIII. La Cueva del Pendo 109

IX. La Cueva de Valle 113

III. EL AZILIENSE EN LAS PROVINCIAS DE ASTURIAS Y SANTANDER: SU CONFIGURACION.

Capítulo X. El Medio Ambiente: Clima, Flora y Fauna 121

XI. Habitat y Econonva 133

XII. La industria lítica 137

» XIII. La industria ósea 145

XIV. El arte mueble 151

XV. Los ritos funerarios 161

XVI. Cronología absoluta 171

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EPILOGO: EL AZILIENSE ¿UNA REVOLUCION?

APENDICE

BIBLIOGRAFIA