el ancla de arena de christian duverger

20

Upload: me-gusta-leer-mexico

Post on 25-Jan-2017

3.385 views

Category:

Entertainment & Humor


9 download

TRANSCRIPT

Page 1: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger
Page 2: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

Ancla de arena int mx.indd 2 11/24/15 6:08 PM

Page 3: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

Ancla de arena int mx.indd 3 11/24/15 6:08 PM

Page 4: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

El ancla de arena

Primera edición: enero de 2016

D. R. © 2015, Christian Duverger

D. R. © 2016, derechos de edición mundiales en lengua castellana:Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. de C. V.Blvd. Miguel de Cervantes Saavedra núm. 301, 1er piso,

colonia Granada, delegación Miguel Hidalgo, C.P. 11520,México, D. F.

www.megustaleer.com.mx

D. R. © 2015, Penguin Random House, por el diseño de cubiertaD. R. © Barry Domínguez, por la fotografía del autor

Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright.El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento,promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada

de este libro y por respetar las leyes del Derecho de Autor y copyright. Al hacerlo está respaldando a los autoresy permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores.

Queda prohibido bajo las sanciones establecidas por las leyes escanear, reproducir total o parcialmente esta obra por cualquier medio o procedimiento así como la distribución de ejemplares

mediante alquiler o préstamo público sin previa autorización.Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CemPro

(Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx).

ISBN: 978-607-31-3845-1

Impreso en México – Printed in Mexico

El papel utilizado para la impresión de este libro ha sido fabricado a partir de madera procedente de bosques y plantaciones gestionadas con los más altos estándares ambientales, garantizando

una explotación de los recursos sostenible con el medio ambiente y beneficiosa para las personas.

Ancla de arena int mx.indd 4 11/24/15 6:08 PM

Page 5: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

A Joëlle, como siempre.

Ancla de arena int mx.indd 5 11/24/15 6:08 PM

Page 6: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

Tifis fue el audaz. Tifis fue el primero en desplegar sus velas sobre la vasta mar. Le dictó nuevas reglas a los vientos… En aquel entonces, el mundo estaba fraccionado. Los hombres vivían separados. Pero la nao tesaliense rompió con el orden establecido. Y re-dujo el mundo a no ser más que uno… Ahora, el océano está vencido. Y en todo sometido a las leyes de los hombres… Pronto llegará el siglo que verá en-sancharse los límites del océano. Una inmensa tierra surgirá. Nuevos mundos se erguirán en el horizonte marino. Y entonces la tierra no acabará en Tule.

Séneca, Medea, Acto segundo,Canto del Coro, c. 60 d.C.

La Española es maravilla… Esta es para desear y para nunca dejar.

Cristóbal Colón,Carta a Santangel, 14 de marzo de 1493.

Ancla de arena int mx.indd 7 11/24/15 6:08 PM

Page 7: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

Ancla de arena int mx.indd 8 11/24/15 6:08 PM

Page 8: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

Veo ahora las sombras alargarse sobre mi vida. Del dolor que me abraza, ya no sé muy bien lo que le debo a los tormen-tos del alma o a las miserias del cuerpo. ¿Por qué cerrar los ojos ante la evidencia? Soy un impío. Toda mi vida he hecho trampa. Me mentí a mí mismo y abusé de la credulidad de mis semejantes. Mi único éxito respecto a mi conciencia fue el creer que era otro. Piedad. He ahí la palabra. Reclamo piedad. Imploro el perdón de los hombres para que me sea otorgada la indulgencia del cielo…

Ancla de arena int mx.indd 9 11/24/15 6:08 PM

Page 9: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

Ancla de arena int mx.indd 10 11/24/15 6:08 PM

Page 10: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

11

1.

Crimen en Santa Cruz

La noche es suave y perfumada. Se escuchan los grillos de los jardines del Alcázar. El aire ligero los envuelve en una apacible velada. Un cuerpo inerte está tendido

en el suelo, la cabeza contra los adoquines. Un charco de sangre subtitula la escena: sin lugar a dudas, un asesinato.

El hombre que se acerca se llama Ricardo Luna Gó-mez. Llega solo, andando. Se inclina sobre el cuerpo, pone una rodilla al suelo, toma el pulso, constata la muerte. Tiene un gesto extraño: roza con extrema delicadeza el cabello de la mujer tendida bocabajo, como si el contacto con el dorso de su mano pudiese tener un efecto salvador. La víctima, los brazos en cruz, está vestida con un conjunto saco-pantalón azul gris de discreta elegancia. Un teléfono abulta el saco de la mujer. Como de rayo, el objeto pasa de un bolsillo a otro. Ricardo Luna es un oficial de policía de alto nivel. Está adscrito a la comisaría central de Sevilla desde hace seis años. Originario de Trujillo, en Extrema-dura, cursó su carrera en Madrid antes de ser transferido a Andalucía. Si se encuentra ahí, al pie de la víctima, es por-que recibió un mensaje de alerta mientras se encontraba por casualidad cerca del lugar del drama. Su teléfono había sonado y había reconocido la voz familiar de la secretaria de la permanencia:

—Ricardo, tenemos un llamado en Santa Cruz. Debe-rías ir y echar un ojo antes de que llegue Neandertal. Tú ya me entiendes…

Ancla de arena int mx.indd 11 11/24/15 6:08 PM

Page 11: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

E L A N C L A D E A R E N A

12

Se alista para estudiar las heridas de la mujer. La penum-bra de la arcada que desemboca en la calle Agua, un estrecho camino que bordea la muralla del Alcázar, no facilita las co-sas. Pero queda claro que la mujer ha sido asesinada.

Es entonces que escucha la sirena de un coche que se estaciona en la lejanía, en la periferia de ese barrio de Santa Cruz inaccesible para los automóviles. Ruidos de carreras, gritos. “Por ahí, por ahí”. Tres hombres enmarcan como sombras chinas la mancha clara de la arcada.

—¡Ya está aquí! —exclama el jefe del pequeño grupo dirigiéndose a Ricardo Luna con tono de gran sorpresa.

—Acabo de llegar. Estaba de servicio durante el mitin. Pasaba por aquí de casualidad.

La central telefónica de la policía había grabado una llamada anónima a las 23:15 señalando la presencia de un cuerpo inerte en un callejón de Santa Cruz, esquina con las calles de Vida y Agua. A las 23:17, se había identificado el origen de la llamada: un gallego de vacaciones saliendo de un restaurante cercano. Se lanzaba una alerta. A las 23:23, Ricardo Luna estaba presente en la escena del crimen. Un paso delante de su jefe.

Doménico Miguelín es un hombre macizo, de espalda ancha, pero de muy pequeña talla. Los ojos negros, las cejas negras, la barba negra. Demasiado colérico, es unánimemente detestado por sus hombres, quienes lo llaman Neandertal. Le encantaría hacer reinar el terror en su entorno, pero a pesar de sus gritos su autoridad es poca. Hay que decir que tiene un don, un don para seguir las falsas pistas, sospechar de los inocentes y enredarse en caminos sin salida. Su ausencia de olfato, ya legendaria, llevaba a su equipo de triunfo en triunfo, puesto que bastaba con tomar el camino opuesto a las hipóte-sis de Miguelín para dar con los culpables. Encarnación de la prueba por lo absurdo, este hombre es una providencia. Se le escucha, se hace lo contrario de lo que pide y se halla la verdad.

Ancla de arena int mx.indd 12 11/24/15 6:08 PM

Page 12: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

C H R I S T I A N D U V E R G E R

13

—Espero que no haya tocado nada, ¿verdad? —rugió Miguelín.

—No, no. Por supuesto. Acabo de llegar, como le dije.

En la competencia entre los dos hombres, Ricardo tenía una ventaja: se había apoderado del teléfono de la víctima con la firme intención de explotar su contenido para su pro-pia investigación.

Miguelín lleva a cabo las formalidades de rutina; fotos de la escena del crimen, toma de muestras, investigación de proximidad, levantamiento del cuerpo. Ricardo intenta ob-tener información de los vecinos. Claro está, nadie vio ni escuchó nada.

Para el equipo curtido y profesional, ese asesinato es una rutina, lo ordinario de su misa cotidiana maculada por la sangre del sacrificio. Los gestos de esos policías son ritua-les pero se creen en un juego de pistas. Lo lúdico acabó por expulsar al fervor. Ricardo siente, al contrario, ser invadido por una inmensa compasión. Vio el rostro de la víctima. Es-taba resplandeciente. Matar a una bella mujer siempre es un crimen contra el espíritu.

—¿Te llevamos?—No, gracias. Regresaré a pie. Vivo cerca.Ricardo se va hacia la catedral y luego baja hacia el río,

a lo largo de la Maestranza. Hace una llamada y luego es-pera un largo cuarto de hora a la sombra de un porche. Por fin se le abre. Entra. El policía sacó de su cama a uno de sus informantes, especialista en el reuso de teléfonos robados y experto en informática. Le entrega el iPhone que acaba de tomar de la víctima.

—Necesito recuperar todo lo que ha sido grabado en este teléfono, incluso de la tarjeta SIM. Las llamadas, los SMS, los mails, las citas, las fotos, las aplicaciones, todo, ab-solutamente todo. ¿Puedes ayudarme con eso ahora mismo?

Ancla de arena int mx.indd 13 11/24/15 6:08 PM

Page 13: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

E L A N C L A D E A R E N A

14

El tono de Luna da a entender claramente que no es una pregunta, sino una orden. El policía le entrega a su in-formante una llave USB de mucha memoria.

—Me pones todo eso ahí. ¿De acuerdo?

*

A primera hora de la mañana, Miguelín había convocado a su equipo en su cubículo sin vista y sin encanto alguno. Bas-tante orgulloso de sí mismo, empieza:

—Nuestra clienta de anoche ha sido identificada.—Gracias a sus papeles —se burla uno de sus adjuntos,

chistoso e insolente.—Sí, bueno, en fin… Efectivamente, llevaba sus pa-

peles. Se trata de Philippine Andrade, una francesa nacida en Reims. Cuarenta años. Pudimos establecer que está ca-sada con un anticuario de París que logramos contactar y que vendrá para identificar el cuerpo. Todavía no sabemos desde cuándo reside en Sevilla, puesto que aparentemente no se hospedaba en un hotel. Sin embargo, disponemos de alguna información: anoche asistió a una conferencia sobre El Greco en el Círculo Filantrópico. Luego, se tomó una copa en La Terraza cerca de catedral, sola, para después ca-minar hacia Santa Cruz, donde le perdemos la pista. La en-contramos asesinada con quince cuchilladas en el vientre y el abdomen, de las cuales cuatro fueron mortales. El arma del crimen desapareció. La autopsia revela que la víctima fue previamente paralizada con un Taser: se ven claramente en su vientre los dos puntos de impacto de la descarga eléctrica. Eso explica que no haya ni gritado ni opuesto resistencia alguna. Ese modus operandi parece estar relacionado con la agresión de otra mujer hace un mes, igualmente apuñalada de frente, cerca de la estación de ferrocarril. Podríamos estar en presencia de un asesino serial…

Ancla de arena int mx.indd 14 11/24/15 6:08 PM

Page 14: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

C H R I S T I A N D U V E R G E R

15

Los hombres intercambian miradas cómplices: otras hi-pótesis estilo Neandertal, ¡una serie de dos! Ricardo se hace presente con voz neutra:

—¿Qué resultados dio el inventario de su bolso de mano?

—Una identificación todavía válida expedida en París, dos tarjetas de crédito, una de American Express, otra de la Société Générale, doscientos dieciocho euros, un portatar-jetas con una decena de tarjetas de cliente fiel. Una tarjeta de miembro del Racing Club de París, del Polo de Bagatelle, del Club de Casa de Campo en La Romana de República Dominicana.

El inventario proseguía con una llave de apartamento de alta seguridad, un pañuelo de satín, un lápiz labial de crema de cacao, una toalla refrescante de Air France, dos bolígrafos comerciales, un estuche con tarjetas de presentación impre-sas en dos versiones: Philippine Andrade y Señora Andrade. Misma dirección: 7 Villa Varenne en el 7º distrito de París. Dos pares de lentes graduados. La carta del restaurante Río Grande, del otro lado del Guadalquivir. Un bloc virgen de notas del Hotel Astorga, en Aspen, Colorado.

—¿Y el teléfono celular? ¿Qué marca?—No encontramos ningún teléfono celular en la víc-

tima.—Quiere decir que le quitaron su celular —pregunta

Luna.Miguelín sugiere, balbuceando un poco: —Por el momento, todavía no sabemos si la víctima

poseía un celular o no.—Claro que sí —se irrita Luna—. Hoy todo el mundo

tiene un celular.Otra voz surge del grupo:—La víctima hubiera podido tomar una foto compro-

metedora.

Ancla de arena int mx.indd 15 11/24/15 6:08 PM

Page 15: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

E L A N C L A D E A R E N A

16

—¡Pero si se le quiere robar un celular a una mujer no es necesario apuñalarla! Basta con arrancarle el bolso. Eso no tiene sentido.

—Patrón, en cuanto a la pista del psicópata, ¿cuál es el hilo conductor?

El rostro de Miguelín enrojece. Muy mal augurio.—No lo sé. El procedimiento clásico. Retomen el expe-

diente de la estación de ferrocarril, comparen las autopsias… ustedes…

—Pero si la memoria no me falla —replica uno de sus adjuntos—, se trataba de una prostituta local. Y no parece ser el caso de nuestra clienta de esta noche, que es una turista de paso y una mujer de otro medio social.

Miguelín se torna hosco. No soportaba que se le contra-dijera. Como el ambiente empezaba a volverse irrespirable, cada quien se levantó. La reunión había terminado.

Ancla de arena int mx.indd 16 11/24/15 6:08 PM

Page 16: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

17

2.

El peaje de Biarritz

El walkie-talkie zumba.—Ahí vienen. Pasan por el punto Charlie. Timing OK. Estarán aquí en tres minutos.

El comandante Malfart recibe la noticia con satisfac-ción. Todo está sucediendo como estaba previsto. Revisa una última vez sus notas, mira de nuevo la foto de las dos parejas. Está listo.

Los coches se deslizan por la noche, respetando escru-pulosamente el límite de velocidad. Un Audi A4 metalizado y, justo atrás, un Mercedes modelo antiguo. Las ráfagas de lluvia transforman la autopista en un decorado de fin de mundo. Los vehículos atraviesan el puente de Behobia que marca la frontera entre España y Francia. Como flotando en la tormenta, un anuncio azul señala el peaje de Biarritz. El conductor del Audi decide no avanzar hacia la caseta de te-lepeaje situada a la derecha. Un semirremolque se encuentra inmovilizado en el acceso reservado a los camiones pesados. Quedan dos casetas de pago abiertas. Los dos coches llegan hasta ellas al mismo tiempo.

La banalidad del lugar se desmorona bruscamente; los ocupantes no sospechan nada. Todos los vidrios de los ha-bitáculos vuelan en pedazos. Salidas de ninguna parte, unas armas apuntan a los pasajeros atados a sus cinturones de segu-ridad que ven, aterrados, al semirremolque colocarse delante de ellos para impedirles cualquier huida. Los ocupantes de los vehículos no tienen tiempo de reaccionar. Como en cámara

Ancla de arena int mx.indd 17 11/24/15 6:08 PM

Page 17: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

E L A N C L A D E A R E N A

18

rápida, el estallido de los proyectores perfora la noche; la es-cena mezcla ruidos metálicos de culatas, órdenes vociferadas, empujones, manos esposadas, hombres rudamente inmovili-zados al suelo. Se escucha el arrastre de una barrera de púas detrás de los vehículos. Con maestría, el equipo del GIGN acaba de detener el convoy de ETA. Se instala un perímetro de seguridad que desvía a los automovilistas hacia las casetas de peaje de la derecha. La inspección de los vehículos em-pieza de inmediato.

El comandante Malfart tiene la sonrisa en los labios. El pitazo era bueno. La sección de operaciones antiterroristas había recibido información tan precisa que había generado dudas. La ETA debía transportar esa noche un “tesoro de guerra” para ponerlo en un lugar seguro en Chartres, en el corazón de la Beauce. Los servicios franceses, perfectamente informados, lo sabían todo: el tipo de vehículo, los números de las falsas placas, el itinerario, la hora del paso de los ve-hículos, la identidad de los cuatro militantes implicados en el transporte. Todo.

—Muy buena operación. Muy buena operación —se regocija Malfart.

Los especialistas de la inspección, en trajes de astro-nauta, ya se encuentran activos frente a los coches protegidos de la lluvia por el barroco techo ondulado del peaje. Buscan el botín, pero también los múltiples indicios de los que se alimenta la policía científica.

El equipo de intercepción espera un coctel droga-oro-dinero en efectivo. Los lingotes de oro son un clásico como depósitos en garantía para abrir cuentas bancarias en Luxem-burgo. La cocaína colombiana, de manejo más delicado, ge-nera inmensas ganancias: siempre formaba parte del arsenal de la ETA. En cuanto al efectivo, siempre en denominaciones de 500 euros, podía indistintamente ser auténtico o falso. El comandante Malfart había hecho apuestas mentalmente: ¿un

Ancla de arena int mx.indd 18 11/24/15 6:08 PM

Page 18: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

C H R I S T I A N D U V E R G E R

19

millón, dos millones, tres millones de euros? Intentaba evaluar el botín pensando en la promoción que le daría a su carrera.

—Es curioso, mi comandante, no encontramos nada…—¿Cómo que nada?—No, nada. Sólo un asiento para bebé atrás del Audi y

dos maletas con algunas pertenencias… Y a menos de ser adi-vinos, no podemos saber si los papeles de los vehículos son falsos. Ni la más mínima huella de algún tesoro de guerra: tarjetas de crédito personales y algunas decenas de billetes de 100 euros.

—Imposible. Todo esto es demasiado normal. Desar-men los coches.

El comandante Malfart frunce el ceño. Quizá se alegró demasiado pronto. Algo no anda bien. Recibe en pleno ros-tro lluvia lanzada por la borrasca. Como esas salpicaduras de mala mar que azotan, sumergen, anestesian.

Vemos entonces la silueta del súper policía encorvarse un poco, preso de la duda. Piensa que tuvo razón en ser prudente y no haber informado a los servicios españoles. ¡Habría quedado como tonto! Le da una patada de rabia a los vidrios rotos esparcidos en el piso. Más vale esperar un poco. Se controla.

Al cabo de un rato que le parece interminable, uno de sus hombres se acerca con un sobre. Un sobre cualquiera de papel kraft, cerrado.

—Lo encontramos sobre el asiento trasero del Audi.Viéndolo de cerca, el formato del sobre no es tan están-

dar como podría parecer. Malfart se pone unos guantes y lo abre con prudencia. Saca un fajo de hojas amarillentas ati-borradas de una escritura deslavada. En el colmo del estrés, el hombre en traje de cosmonauta que sirvió de mensajero espera impaciente el veredicto de su jefe.

—¿Pero qué rayos es esto? —gruñe Malfart, contrariado.

Ancla de arena int mx.indd 19 11/24/15 6:08 PM

Page 19: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

E L A N C L A D E A R E N A

20

Guarda con nerviosismo las hojas en el sobre. La lluvia ha cesado. Se llevan a los etarras. Los coches detenidos son arrastrados. No se dignaron revelar su misterio. Y el coman-dante se halla ahora meditabundo con un grueso sobre entre las manos al que le da vueltas y vueltas compulsivas. Sabe que ese extraño botín no es de la incumbencia de los habituales expertos de la policía.

Ancla de arena int mx.indd 20 11/24/15 6:08 PM

Page 20: EL ANCLA DE ARENA de Christian Duverger

Ancla de arena int mx.indd 384 11/24/15 6:08 PM