el amor en tiempo del facebook

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EL AMOR EN TIEMPOS DEL FACEBOOK Si tú supieras lo que yo sé, tal vez no sabrías lo que sabes. Pocas veces tengo encuentros con la escritura, normalmente tomo un libro y dejo que la lectura mitigue el antojo. Poco se puede aportar en un mundo en el que prácticamente se ha dicho todo y que de faltar algo, cualquier otro podría hacerlo (sino es que lo está haciendo ya) mejor. No obstante, esta vez no he encontrado explicación alguna que colme mi sed Regularmente escribo de atrás para delante, es la primera vez que el titulo precede al ejercicio. Aún en los temas que se me han sido impuestos, suelo comenzar por el final. Toda idea es un desenlace y mi trabajo es llegar a él sin importar los medios. Ahora mismo, tengo la urgencia de dar por sentado el texto, articular el último párrafo y no seguir más. Todo debería empezarse por terminar, mientras que el comienzo se extingue, el final prevalece por sobre la muerte. Por otro lado, la negativa de dar comienzo a las cosas ha ido menguando. Sin darme cuenta, ha venido siendo empujado por el dinamismo del otro, que en la consumación de sus actos, exige mi participación en la hechura del porvenir. Es por ella que busco el recomienzo, es por ella que levanto el estandarte de la creación, abandonando la destrucción. A menos que seas alcalde, no es fácil colocar la primera piedra, sobre todo cuando las pretensiones son tan altas. No sólo me he implantado un título, sino que además la construcción del mismo, exige un mayor esfuerzo. No es siquiera un encabezado innovador, todo lo contrario, forma parte de un refrito cuyos orígenes son inalcanzables. Incluso, me parece tan burdo que no me sorprendería encontrarlo en más de un centenar de blogs. Sin embargo, espero dar algo más, no a quien me lee sino a lo que me he decidido a buscar.

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El amor en tiempo del Facebook

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EL AMOR EN TIEMPOS DEL FACEBOOK Si tú supieras lo que yo sé, tal vez no sabrías lo que sabes.

Pocas veces tengo encuentros con la escritura, normalmente tomo un libro y dejo que la lectura mitigue el antojo. Poco se puede aportar en un mundo en el que prácticamente se ha dicho todo y que de faltar algo, cualquier otro podría hacerlo (sino es que lo está haciendo ya) mejor. No obstante, esta vez no he encontrado explicación alguna que colme mi sed

Regularmente escribo de atrás para delante, es la primera vez que el titulo precede al ejercicio. Aún en los temas que se me han sido impuestos, suelo comenzar por el final. Toda idea es un desenlace y mi trabajo es llegar a él sin importar los medios. Ahora mismo, tengo la urgencia de dar por sentado el texto, articular el último párrafo y no seguir más. Todo debería empezarse por terminar, mientras que el comienzo se extingue, el final prevalece por sobre la muerte.

Por otro lado, la negativa de dar comienzo a las cosas ha ido menguando. Sin darme cuenta, ha venido siendo empujado por el dinamismo del otro, que en la consumación de sus actos, exige mi participación en la hechura del porvenir. Es por ella que busco el recomienzo, es por ella que levanto el estandarte de la creación, abandonando la destrucción.

A menos que seas alcalde, no es fácil colocar la primera piedra, sobre todo cuando las pretensiones son tan altas. No sólo me he implantado un título, sino que además la construcción del mismo, exige un mayor esfuerzo. No es siquiera un encabezado innovador, todo lo contrario, forma parte de un refrito cuyos orígenes son inalcanzables. Incluso, me parece tan burdo que no me sorprendería encontrarlo en más de un centenar de blogs. Sin embargo, espero dar algo más, no a quien me lee sino a lo que me he decidido a buscar.

Entrando de lleno en la fuente del texto, lo primero que me viene a la mente son los celos, pues son estos el mejor reflejo del devenir amoroso en las redes sociales. Ansiedad perpetua de perder lo que en teoría, jamás habrá de ser nuestro. Vehemencia liquida, enfermedad del enamorado, traición titubeante, ofrecimiento perdido.

“A lucia le gusta la foto de Alfredo, Javier ha publicado una foto, Alejando ha comenzado a seguirte, Andrea Victoria ha enviado una foto”. Desde el anonimato se ofrecen, entregan su cuerpo cristalizado en pixeles a cambio de estimulantes contables. En la irrealidad se desenvuelven y buscan la aceptación del ya aceptado. Publico, luego existo.

Sólo los celos pueden ufanarse de poseer una memoria perfecta, aunque dolorosa (Fadanelli). Memoria perfecta que se perpetúa en todos los tiempos. En las redes, la celotipia se exacerba e incluso se desvaloriza. No es más un juego de pares que se crean y se recrean, es todo un ejército. Multiplicidad de escenarios, encuentros y desencuentros al alcance de tu dedo.

Lucerito ha subido una foto: muslos amplios, short recortado, glúteos levantados, blusa remangada hasta más allá del ombligo, cadera arqueada, brazos juntos presionando los senos,

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labios pintados. Llueven los inbox, se disparan las notificaciones. Luis Carlos comenta, José Eduardo publica, Gerardo eyacula. Los hombres, sin embargo, la tienen más complicada. Limitados por la censura, sustituyen sus falos por multifuncionales Apple, botellas de Bacardi, peinados extravagantes, anabólicos o carros usados. Laiquean a diestra y siniestra. Revisan, descargan, trafican.

Al instante no lo vemos, ¿pero no acaso no es lo mismo un like que una mirada al culo de una chica que pasa? ¿No acaso es igual o peor un stalkeo a un coqueteo cuerpo a cuerpo? Cómo no sentir celos frente a la colectivización del ser amado. ¿No el fin máximo de toda pareja es la desaparición? La entrega de sí mismo, la renuncia absoluta.

El amor se virtualiza, incorpóreo se vuelve ilusorio, se mitifica. Estamos probablemente ante la desaparición de la monogamia, la suplantación del sexo por el nosexo, la extinción del romanticismo. Era de distanciamiento y asexualidad. Estamos frente a la caída, cuya única medicina es la desaparición. En la espera de un mundo que recupere el sentido romántico de la vida y junto con él, la tradición de los noviazgos largos, las serenatas, las cartitas perfumadas, los apretones de manos entre las rejas de los balcones... dónde el amor fuera una necesidad del alma y no un capricho del culo (Serna, Enrique).